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POLICIA

ESCUELA
NACIONAL
DE
EDUCACIO

ASIGNATURA: COMUNICACIÓN II

TEMA: JOSE MARIA ARGUEDAS

CATEDRATICO: PROF. ZUÑIGA MENDOZA, CINDY NERI

INTEGRANTES:

A1 PNP CONTOY HUAMAN, JHOEL ANDERSON


A1 PNP CONDORI MAMANI, CRISTHIAN GUSTABO
A1 PNP COPA LAZARO, CARLOS ALBERTO FROYLAN
A1 PNP CONDORI HUILLCA, SERGIO CELSO
SECCIÓN: 3RA BATALLON: I

AREQUIPA
-PERU
2023
DEDICATORIA

A Dios quien ha sido mi guía, fortaleza y


su mano de fidelidad y amor han estado
conmigo hasta el día de hoy. A nuestros
padres quienes con su amor, paciencia y
esfuerzo me han permitido llegar a
cumplir hoy un sueño más, gracias por
inculcar en nosotros el ejemplo de
esfuerzo y valentía, de no temer las
adversidades porque Dios está conmigo
siempre.
INDICE

INTRODUCCIÓN

JOSÉ MARÍA ARGUEDAS


1. VIDA DE JOSE MARÍA ARGUEDAS..................................................07

1.1 Infancia y niñez..............................................................................07

1.2 Adolescencia y primera juventud..................................................09

1.3 Vida universitaria...........................................................................12

1.4 Educador, etnólogo y literato.........................................................13

1.5 La obra de José María Arguedas..................................................16

2. OBRAS.................................................................................................21

2.1 Novelas..........................................................................................21

2.2 Cuentos.........................................................................................22

2.3 Recopilaciones póstumas (cuentos).............................................23

2.4 Poesía............................................................................................23

2.5 Estudios etnológicos, antropológicos y del folcklore.....................23

2.6 Edición de obras completas..........................................................25

2.7 Premio...........................................................................................25

2.8 Centenario de su nacimiento.........................................................25

3. OBRA: LOS RÍOS PROFUNDOS ............................................................27

3.1 Personajes.....................................................................................33

3.2 Análisis literario..............................................................................36

ANEXOS

BIBLIOGRAFÍA

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INTRODUCCIÓN

Que una obra permanezca en la emoción de quienes la leen, en otros tiempos


y contextos distintos a aquellos en los que se creó, es parte de la complicidad
sentimental, gozosamente inexplicable, que se establece en ocasiones entre la
creación y quienes la recibimos. José María Arguedas (1911-1969),
indudablemente, es uno de esos casos excepcionales.

Cuando, a mediados del siglo XX, Arguedas escribió textos tan formidables
como Los ríos profundos (1958), Todas las sangres (1964) o El zorro de arriba
y el zorro de abajo (1971, póstuma), resultaba complicado comprender la
dimensión del logro de esa narrativa, ese lenguaje que es abrazo entre lenguas
y culturas, libertad y sentimiento creador. La obra de Arguedas era en ese
momento el ejemplo más destacable de transculturación narrativa en la
literatura latinoamericana. Lo sigue siendo.

Arguedas rezumaba verdad del corazón, complejidad humana y valentía para


indagar y tratar de entender el mundo que le rodeaba. Buscó, sufrió, vibró,
indagó en el fondo de sí mismo y en la realidad de su tiempo para crear un
lenguaje narrativo siempre vivo, en marcha, que sirviera para contar sus
historias. Su obra avanzaba hacia el futuro, hoy un presente en el que se le
sigue leyendo con respeto, con emoción, con asombro agradecido por la
sinceridad de un autor a pecho descubierto.

En el año 2011, con motivo del centenario de su nacimiento, se celebraron


diversos actos culturales no solo en su Perú natal, sino también en todo el
mundo. Se le recordó y se le reivindicó. Y se avivaron debates en torno a su
legado, pues, para entender realidades y complejidades que nos circundan,
toda la obra de Arguedas se revela como interlocutora que estimula la reflexión
y que aporta caminos para pensar la contemporaneidad de los encuentros
entre culturas y las identidades surgidas de los mismos.

Arguedas hizo frente a las tensiones interculturales con la emocionalidad y el


conocimiento hospitalario. Comprendió que no se trata de subsumir o

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neutralizar las diferencias en un todo coherente, sino de respetar y dar voz a la
multiplicidad polifónica y encontrada, sin dejar de poner énfasis en la matriz
cultural marginada por el desequilibrio de poder. Así, la narrativa y el
pensamiento transcultural de Arguedas apuntaron siempre al orden de la
disidencia y la innovación. No apostaba por una simplificadora función
sincrética, sino que creía que las alteridades podían coexistir y que la
interacción podría ser una vía de enriquecimiento, de creación de caminos,
tanto en el arte como en la vida.

Desde esa creencia, Arguedas trató de describir y representar la sociedad, en


su caso el Perú, en toda su compleja diversidad y con todas sus
contradicciones, sin marginalizar o excluir a ningún grupo, sin simplificar lo
humano; siempre prestando especial atención precisamente a quienes solían
ser desterrados: los indígenas, los mestizos, la cultura popular…

En gran medida, el esfuerzo y el logro creativo de Arguedas es el de traducir un


universo cultural orillado y tratar de darlo a conocer en el centro. Como Sybila
Arredondo de Arguedas (2010: 15)

Explica:

Pienso que José María sentía, vivía, expresaba al pueblo indígena, al


campesinado, como no lo ha hecho otro intelectual peruano. José María tiene
que ver con un periodo de la historia del Perú relacionado con una nación que
se está formando: “Y el camino no tenía por qué ser, ni era posible que fuera
únicamente el que se exigía con imperio de vencedores, expoliadores, o sea:
que la nación vencida renuncie a su alma, aunque no sea sino en la apariencia,
formalmente, y tome la de los vencedores, es decir que se aculture” (Arguedas,
1968: 257).

Sin duda, Arguedas superó el indigenismo narrativo que se elaboró antes,


durante y después de él, trascendiéndolo con amplitud, ejerciendo ante todo
una labor de traductor y mediador intercultural de la esfera indígena y mestiza,
reivindicando su creatividad, su historia, su supervivencia, su presente y su
futuro. Su dignidad.

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Arguedas es, sigue siendo, ejemplo inmejorable de transculturación narrativa y
vital. En ello reside, en parte, su vigencia en el mundo actual, donde resulta tan
necesario apostar por la comunicación intercultural como vía de diálogo y
coexistencia. En este sentido, merece la pena recordar las palabras de Pascale
Casanova (1999: 70), cuando apunta que […] el país de la literatura no es la
isla encantada del mestizaje y del multiculturalismo, del acceso ilusorio de
todas las culturas al reconocimiento universal: es un territorio desigual en el
que los más desfavorecidos literariamente son sometidos a una violencia
invisible. La literatura universal es hoy asunto de rebeldes y de revolucionarios
que consiguen subvertir la ley literaria y conquistar, a través de la invención de
formas nuevas, su libertad de escritores.

Arguedas es uno de esos rebeldes. Las diferentes escalas de su obra plantean


una fabulosa búsqueda siempre hacia delante, con valentía, desde los primeros
relatos hasta la impresionante El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971,
póstuma). Todos y cada uno de sus textos, en especial, las novelas, son un
paso al frente, una evolución, un desafío a la búsqueda formal y narrativa a la
que se abocó sin ambages. De alguna manera, toda su obra se impregna de
futuridad, como bien supo ver Martin Lienhard (1980), constituyendo una
apuesta a largo plazo, que por ello sigue presente.

Así, la aportación de Arguedas en su conjunto es un camino abierto a la


reflexión, continuamente viva, para entender la dinámica de la comunicación
intercultural, la supervivencia de la cultura popular, la transculturación como
forma de vida, en Perú y en cualquier otra latitud donde la diversidad sea
cotidiana. Y eso sucede cada vez más en este mundo globalizado de
encuentros, desencuentros e interacciones a diversos grados de profundidad.
Arguedas siempre confió en que, algún día, la coexistencia dialógica y
cooperativa, no egoísta, sería posible para “todas las sangres”.

Opinaba que las culturas no son fácilmente avasallables (Arguedas,1966: 89) y


que, en los países latinoamericanos sustentados por una tradición indígena
milenaria, como Perú, Ecuador, Bolivia, México o Guatemala, los sustratos
culturales nutren a sus creadores de una originalísima convergencia de

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elementos prehispánicos y occidentales. Y él se propuso crear precisamente
desde esa confluencia.

Arguedas hacía literatura de lo real, conocía de primera mano la cotidianeidad


multicultural asimétrica que existía en su país; vivencialmente, como sujeto a
caballo entre el centro (hispano, universitario, blanco) y la periferia (andina,
popular, quechua, mestiza), al tiempo que como antropólogo buen conocedor
de su oficio, siempre sobre el terreno. Y, en la observación de la propia
realidad, Arguedas halló reductos de creación y comunicación intercultural: el
desarrollo de la coexistencia de culturas y lenguas en las ciudades peruanas,
no sin conflicto, pero posible.

La cultura indígena se transforma, pero en ningún caso desaparece: se


transcultura, manteniendo ciertos rasgos, adoptando otros nuevos y creando a
partir del encuentro. Alejado de cualquier “utopía arcaica”, Arguedas tenía los
pies en la tierra, y, palpando la realidad, como observador participante y
antropólogo curtido en los trabajos de campo, en la sierra y en la ciudad,
siempre apostó positivamente por la posibilidad del encuentro, el diálogo.

Optimista y sensible quizás a partes iguales, Arguedas, que dijo escribir por
amor, por goce y por necesidad, que dijo que no soportaba vivir sin pelear y sin
hacer algo para dar a los otros (Arguedas, 1971, póstuma: 9), acabó por
quebrarse, en un mundo que, finalmente, le dolía demasiado. Sin embargo, su
fe imbatible en la cultura indígena y mestiza como fuente para la creación
artística y su confianza en el encuentro de “todas las sangres” en el Perú,
realmente en toda América Latina, siguen vivas en su obra, hoy más vigente
que nunca.

Por fin, en 2012 se publicó la segunda parte de las obras completas de


Arguedas, donde se hace acopio de toda su producción no literaria, ensayos
sobre una multiplicidad de temas entre los que predominan la antropología y la
etnografía, pero también la literatura, el folklore, la educación, la traducción, la
artesanía, la crítica cultural y literaria, el ensayo social y político, la música, la
danza, el arte… Reflexiones que nos ayudarán, en lo venidero, a visualizar más

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el panorama y el alcance del pensamiento arguediano y a abrir nuevas líneas
de trabajo en torno a su obra.

Al tiempo, también recientemente se recuperó un extraordinario material


fotográfico (inédito en gran parte) tomado por el propio Arguedas durante su
trabajo de campo en Chimbote, en el transcurso de la preparación de El zorro
de arriba y el zorro de abajo (1971, póstuma), y que sugiere en sí una senda
interesante que tiene relación directa con el monográfico que se plantea aquí:
Arguedas y el cine. Sus fotos, de las que reproduzco una pequeña selección en
este trabajo, revelan una faceta visual a la que merece la pena prestar atención
y que seguramente sea desconocida para la gran mayoría. De hecho, quizás
no mucha gente sepa que Arguedas era un gran aficionado al cine. Él mismo
apoyó y promovió la exhibición en Lima de la obra documental de los cineastas
de la llamada “escuela del Cusco”, así como la grabación de fiestas andinas,
para producir y conservar una memoria audiovisual de las mismas.

Con todo, las querencias cinematográficas de Arguedas pueden sorprender,


puesto que, aparte de la cinematografía peruana de su tiempo, Arguedas
disfrutó del cine de Akira Kurosawa y Claude Lelouch, como se describe en las
siguientes páginas

Asimismo, a lo largo del tiempo, y hasta la actualidad, se han desarrollado y se


siguen desarrollando en el ámbito cinematográfico proyectos basados o
inspirados en obras de Arguedas. Y su legado, sin duda, sigue siendo punto de
referencia para la creación contemporánea.

Ante todo, Arguedas era “pura vida”, como lo definió Gustavo Gutiérrez. Hoy,
seguimos aprendiendo de un aporte, literario y humano, que, cuanto más
tiempo pasa, más va asentándose y ocupando un lugar excepcional. Pues
Arguedas, su magnífica transculturación narrativa y su actitud traductora y
dialogante ante la vida y la creación vivieron con el tiempo a favor. Aunque él
no lo supiera.

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Y así, con el tiempo a favor, este libro quisiera, humildemente, abrir un
pequeño camino que, ojalá, pueda ampliarse con informaciones que quizás
todavía están por descubrir y con análisis más profundos.

JOSÉ MARÍA ARGUEDAS


1. VIDA DE JOSE MARÍA ARGUEDAS

(Andahuaylas, 1911 - Lima, 1969) Escritor y etnólogo peruano,


renovador de la literatura de inspiración indigenista y uno de los más
destacados narradores peruanos del siglo XX.

Sus padres fueron el abogado


cuzqueño Víctor Manuel
Arguedas Arellano, que se
desempeñaba como juez en
diversos pueblos de la región,
y Victoria Altamirano Navarro.
En 1917 su padre se casó en
segundas nupcias (la madre
había muerto tres años antes),
y la familia se trasladó al
pueblo de Puquio y luego a
San Juan de Lucanas. Al poco
tiempo el padre fue cesado como juez por razones políticas y hubo de
trabajar como abogado itinerante, dejando a su hijo al cuidado de la
madrastra y el hijo de ésta, quienes le daban tratamiento de sirviente.

1.1 Infancia y niñez

José María Arguedas Altamirano nació el 18 de enero de 1911 en la


ciudad de Andahuaylas, en la sierra sur del Perú. Era hijo de Víctor
Manuel Arguedas Arellano, un abogado cuzqueño que ejercía de Juez

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en diversos pueblos, y de Victoria Altamirano Navarro, perteneciente a
una hacendada y acaudalada familia de Andahuaylas. Cuando falleció
su madre (cuando el tenía 3 años), víctima de «cólicos hepáticos», pasó
a vivir en la casa de su abuela paterna, Teresa Arellano, en la ciudad de
Andahuaylas. En 1915, al ser nombrado juez de primera instancia de la
provincia de Lucanas departamento de Ayacucho, su padre se trasladó a
dicha sede, donde poco después se casó con una rica hacendada del
distrito de San Juan (Lucanas), provincia del mismo nombre del
departamento de Ayacucho, Grimanesa Arangoitia Iturbi viuda de
Pacheco (1917). El pequeño José María viajó entonces a Lucanas, para
reunirse con su madrastra; el viaje fue todo un acontecimiento para él,
como lo recordaría siempre. La familia se instaló en Puquio, capital de la
provincia de Lucanas del departamento de Ayacucho. José María y su
hermano Arístides, dos años mayor que él, fueron matriculados en una
escuela particular. Al año siguiente, 1918, los dos hermanos continuaron
sus estudios en San Juan de Lucanas, a 10 km de Puquio, viviendo en
la casa de la madrastra. En 1919, Arístides fue enviado a estudiar a
Lima y José María continuó viviendo con la madrastra.

En 1920, tras la ascensión al poder de Augusto B. Leguía, el padre de


José María que era del partido contrario (pardista) perdió su cargo de
juez y tuvo que retornar a su profesión de abogado litigante y viajero,
trajinar que solo le permitía hacer visitas esporádicas a su familia. Esta
etapa de la vida del niño José María estuvo marcada por la difícil
relación que sostuvo con su madrastra y con su hermanastro Pablo
Pacheco. Aquella sentía por su hijastro un evidente desprecio, y
constantemente lo mandaba a convivir con los criados indígenas de la
hacienda, de la cual solo lo recogía a la llegada de su padre, tal como lo
ha relatado Arguedas en el primer encuentro de narradores realizado en
Arequipa en 1965.[cita requerida] Por su parte el hermanastro lo
maltrataba física y psicológicamente e incluso en una ocasión le obligó a
presenciar la violación de una de sus tías, que era a la vez la mamá de
uno de sus compañeritos de escuela (los «escoleros» mencionados en

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varios de sus cuentos). Al parecer, esa fue solo una de las tantas
escenas sexuales que fue obligado a presenciar, ya que el hermanastro
tenía muchas amantes en el pueblo.5La figura de este hermanastro
habría de perdurar en su obra literaria personificando al gamonal
abusivo, cruel y lujurioso. Sobre aquel personaje diría Arguedas
posteriormente:

Cuando llegó mi hermanastro de vacaciones, ocurrió algo


verdaderamente terrible (...) Desde el primer momento yo le caí muy mal
porque este sujeto era de facciones indígenas y yo de muchacho tenía el
pelo un poco castaño y era blanco en comparación con él. (...) Yo fui
relegado a la cocina (...) quedaba obligado a hacer algunas labores
domésticas; a cuidar los becerros, a traerle el caballo, como mozo. (...)
Era un criminal, de esos clásicos. Trataba muy mal a los indios, y esto sí
me dolía mucho y lo llegué a odiar como lo odiaban todos los indios. Era
un gamonal.

Algunos, sin embargo, consideran que el supuesto maltrato de la


madrastra fue una ficción; entre ellos el mismo Arístides.

A mediados de julio de 1921 José María se escapó de la casa de la


madrastra junto con su hermano Arístides, que había retornado de Lima;
ambos fueron a la hacienda Viseca, propiedad de su tía Zoila Rosa
Peñafiel y su esposo José Manuel Perea Arellano (medio hermano de su
padre) a quien le tenía un gran cariño, situada a 8 km de San Juan de
Lucanas. Allí vivió durante dos años, en ausencia del padre, conviviendo
con los campesinos a quienes les tomó cariño y con quienes participaba
por diversión de las faenas agrícolas. De dos campesinos guardaría un
especial recuerdo: don Felipe Maywa y don Víctor Pusa. Para José
María fueron los años más felices de su vida.

1.2 Adolescencia y primera juventud

Después de huir con su hermano Arístides de casa de la madrastra, en


1923 abandonó su retiro al ser recogido por su padre, a quien acompañó

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en sus frecuentes viajes laborales, conociendo más de 200 pueblos.
Pasaron por Huamanga, Cuzco y Abancay. En esta última ciudad
ingresó como interno en el Colegio Miguel Grau de los Padres
Mercedarios, cursando el quinto y sexto grado de primaria, entre 1924 y
1925, mientras su padre continuaba su vida itinerante y su hermano
Arístides seguía su educación en Lima. Esta etapa de su vida quedó
conmovedoramente plasmada en su obra maestra, Los ríos profundos:

Mi padre no pudo encontrar nunca dónde fijar su residencia; fue un


abogado de provincias, inestable y errante. Con él conocí más de
doscientos pueblos. (...) Pero mi padre decidía irse de un pueblo a otro
cuando las montañas, los caminos, los campos de juego, el lugar donde
duermen los pájaros, cuando los detalles del pueblo empezaban a
formar parte de la memoria. (...) Hasta un día en que mi padre me
confesó, con ademán aparentemente más enérgico que otras veces, que
nuestro peregrinaje terminaría en Abancay. (...) Cruzábamos el
Apurímac, y en los ojos azules e inocentes de mi padre vi la expresión
característica que tenían cuando el desaliento le hacía concebir la
decisión de nuevos viajes. (...) Yo estaba matriculado en el Colegio y
dormía en el internado. Comprendí que mi padre se marcharía. Después
de varios años de haber viajado juntos, yo debía quedarme; y él se iría
solo.

En el verano de 1925, cuando se hallaba de visita en la hacienda


Karkequi, en los valles del Apurímac sufrió un accidente con la rueda de
un trapiche, de resultas del cual perdió dos dedos de la mano derecha y
se le atrofiaron los dedos restantes.

En 1926, junto con su hermano Arístides empezó sus estudios


secundarios en el colegio San Luis Gonzaga de Ica, en la desértica
costa peruana, hecho que marcó su alejamiento del ambiente serrano
que había moldeado hasta entonces su infancia, pues hasta entonces
había visitado la costa solo de manera esporádica. Cursó allí hasta el
segundo año de secundaria y sufrió en carne propia el desprecio de los

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costeños hacia los serranos, tanto de parte de sus profesores como de
los mismos alumnos. Se enamoró intensamente de una muchacha
iqueña llamada Pompeya, a quien le dedicó unos acrósticos, pero ella lo
rechazó diciéndole que no quería tener amores con serranos. Él se
vengó llegando a ser el primero de la clase en todos los cursos,
derrumbando así la creencia de la incapacidad intelectual del hombre
andino.

En 1928 reanudó su vida trashumante otra vez en la sierra, siempre


junto a su padre. Vivió entre Pampas y Huancayo; en esta última ciudad
cursó el tercero de secundaria, en el colegio Santa Isabel. Fue allí donde
se inició formalmente como escritor al colaborar en la revista estudiantil
Antorcha; se dice también que por entonces escribió una novela de 600
páginas, que tiempo después le arrebataría la policía, pero de la que no
ha quedado huella alguna. Cursó sus dos últimos años de secundaria
(1929-1930) en el Colegio Nuestra Señora de La Merced, de Lima, casi
sin asistir a clases pues viajaba con frecuencia a Yauyos para estar al
lado de su padre, que se hallaba agobiado por la estrechez económica.
Aprobó los exámenes finales, terminando así sus estudios escolares
prácticamente estudiando sin maestro.

En 1921 se escapó con su hermano Arístides de la opresión del


hermanastro. Se refugiaron en la hacienda Viseca, donde vivieron dos
años en contacto con los indios, hablando su idioma y aprendiendo sus
costumbres, hasta que en 1923 los recogió su padre, quien los llevó en
peregrinaje por diversos pueblos y ciudades de la sierra, para finalmente
establecerse en Abancay.

Después de realizar sus estudios secundarios en Ica, Huancayo y Lima,


ingresó en 1931 en la Facultad de Letras de la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos de Lima para estudiar literatura. Entre 1932 y
1937 trabajó como auxiliar de la Administración Central de Correos de
Lima, pero perdió el puesto al ser apresado por participar en una
manifestación estudiantil a favor de la República Española.

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Tras permanecer
alrededor de un año en la
prisión El Sexto, fue
nombrado profesor de
castellano y geografía en
Sicuani, en el
departamento de Cuzco,
cargo en que descubrió su
vocación de etnólogo. En
octubre de 1941 fue agregado al Ministerio de Educación para colaborar
en la reforma de los planes de estudios secundarios. Tras representar al
profesorado peruano en el Congreso Indigenista Interamericano de
Patzcuaro (1942), reasumió su labor de profesor de castellano en los
colegios nacionales Alfonso Ugarte, Nuestra Señora de Guadalupe y
Mariano Melgar de Lima, hasta que en 1949 fue cesado por
considerársele comunista.

En su oficina del Museo de la Cultura Peruana (1960)

En marzo de 1947 fue nombrado Conservador General de Folklore en el


Ministerio de Educación, para posteriormente ser promovido a Jefe de la
Sección Folklore, Bellas Artes y Despacho del mismo ministerio (1950-
52). En 1953 fue nombrado Jefe del Instituto de Estudios Etnológicos del
Museo de la Cultura Peruana, y el mismo año comenzó a publicar la
revista Folklore Americano (órgano del Comité Interamericano de
Folklore, del que era secretario), la cual dirigió durante diez años.

A este cargo sucedieron el de director de la Casa de la Cultura del Perú


(1963-1964) y director del Museo Nacional de Historia (1964-1966),
desde los cuales editaría las revistas Cultura y Pueblo e Historia y
Cultura. También fue profesor de etnología y quechua en el Instituto
Pedagógico Nacional de Varones (1950-53), catedrático del
Departamento de Etnología de la Universidad de San Marcos (1958-68)
y profesor en la Universidad Nacional Agraria de la Molina desde 1964

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hasta su muerte, ocurrida a consecuencia de un balazo que se disparó
en la sien y que ocasionaría su fallecimiento cuatro días después. Fue
galardonado con el Premio Fomento a la Cultura en las áreas de
Ciencias Sociales (1958) y Literatura (1959, 1962) y con el Premio Inca
Garcilaso de la Vega (1968).

1.3 Vida universitaria

Vista exterior de la histórica Casona de la Universidad Nacional Mayor


de San Marcos, donde José María Arguedas estudió, y en la que luego
se desempeñaría como catedrático.

En 1931, ya con 20 años de edad, se estableció permanentemente en


Lima e ingresó a la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor
de San Marcos. Allí, contra lo que esperaba, fue recibido con cordialidad
y respeto por sus condiscípulos, entre los que se contaban los futuros
filósofos Luis Felipe Alarco y Carlos Cueto Fernandini, y los poetas
Emilio Adolfo Westphalen y Luis Fabio Xammar. A raíz del fallecimiento
de su padre, ocurrido el año siguiente, se vio forzado a ganarse la vida
entrando a trabajar como auxiliar en la Administración de Correos. Era
apenas un puesto de portapliegos, pero los 180 soles mensuales de
sueldo aliviaron sus necesidades económicas a lo largo de cinco años.

En 1933 publicó su primer cuento, «Warma kuyay», publicado en la


revista Signo. En 1935 publicó Agua, su primer libro de cuentos, que
obtuvo el segundo premio de la Revista Americana de Buenos Aires y
que inauguró una nueva época en la historia del indigenismo literario. En
1936 fundó con Augusto Tamayo Vargas, Alberto Tauro del Pino y otros,
la revista Palabra, en cuyas páginas se ve reflejada la ideología
propugnada por José Carlos Mariátegui.

En 1937 fue apresado por participar en las protestas estudiantiles contra


la visita del general italiano Camarotta, jefe de una misión policial de la
Italia fascista. Eran los días de la dictadura de Óscar R. Benavides. Fue
trasladado al penal «El Sexto» de Lima, donde permaneció 8 meses en

15
prisión, episodio que tiempo después evocó en la novela del mismo
nombre. Pero a pesar de simpatizar con el ideario comunista, nunca
participó activamente en la política militante. Estando en prisión, se dio
tiempo para traducir muchas canciones quechuas que aparecieron en su
segundo libro publicado: Canto kechwa.

1.4 Educador, etnólogo y literato

Perdido su trabajo en el Correo y lograda su Licenciatura de Literatura


en San Marcos, Arguedas inició su carrera docente en el Colegio
Nacional «Mateo Pumacahua» de Sicuani, en el departamento de
Cuzco, como profesor de Castellano y Geografía y con el sueldo de 200
soles mensuales (1939-1941). Allí, junto con sus alumnos, llevó a cabo
un trabajo de recopilación del folclor local. Descubrió entonces su
vocación de etnólogo. Paralelamente contrajo matrimonio con Celia
Bustamante Vernal, el 30 de junio de 1939, quien junto con su hermana
Alicia era promotora de la Peña Cultural «Pancho Fierro», un legendario
centro de reunión de artistas e intelectuales en Lima.

En 1941 publicó Yawar Fiesta (novela), su tercer libro y primera novela a


la vez. Entre octubre de 1941 y noviembre de 1942 fue agregado al
Ministerio de Educación para colaborar en la reforma de los planes de
estudios secundarios. Tras representar al profesorado peruano en el
Primer Congreso Indigenista Interamericano de Pátzcuaro (1940),
reasumió su labor de profesor de castellano en los colegios nacionales
«Alfonso Ugarte», «Nuestra Señora de Guadalupe» y «Mariano Melgar»
de Lima. En esos años publicó también en la prensa muchos artículos
de divulgación folclórica y etnográfica sobre el mundo andino.

En 1944 presentó un episodio depresivo caracterizado por decaimiento,


fatiga, insomnio, ansiedad y probablemente crisis de angustia, por lo
cual pidió licencia repetidas veces en su centro de labor docente, hasta
1945. Este episodio lo describió en sus cartas a su hermano Arístides y
brevemente en sus diarios insertados en su novela póstuma El zorro de

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arriba y el zorro de abajo; en una de esas cartas (con fecha 23 de julio
de 1945) dijo:

Yo sigo mal. Van tres años que mi vida es una alternativa de relativo
alivio y de días y noches en que parece que ya voy a terminar. No leo,
apenas escribo; cualquier preocupación intensa me abate totalmente.
Sólo con un descanso prolongado, en condiciones especiales, podría
quizá, según los médicos, curar hasta recuperar mucho mi salud. Pero
eso es imposible.

Se recuperó, pero eventualmente tendría otras recaídas posteriores.

Según atestigua César Lévano, en esta época Arguedas estuvo muy


cerca de los comunistas, a quienes apoyó en diversas labores, como en
la de capacitación a círculos obreros. Los apristas lo acusaron de ser un
«conocido militante comunista», acusación que sin duda tuvo mucho eco
pues a fines de 1948 la recién instalada dictadura de Manuel A. Odría
declaró a Arguedas «excedente», cesándolo de su puesto de profesor
en el colegio Mariano Melgar. Al año siguiente se inscribió en el Instituto
de Etnología de San Marcos y reanudó su labor intelectual. Ese mismo
año publicó Canciones y cuentos del pueblo quechua. En los años
siguientes continuó ejerciendo diversos cargos en instituciones oficiales
encargadas de conservar y promover la cultura.

En marzo de 1947 fue nombrado Conservador General de Folklore del


Ministerio de Educación, para luego ser promovido a Jefe de la Sección
Folklore, Bellas Artes y Despacho del mismo Ministerio (1950-1952).
Llevó a cabo importantes iniciativas orientadas a estudiar la cultura
popular en todo el país. Por su gestión directa, Jacinto Palacios
Zaragoza, el gran trovador ancashino, creador de la guitarra andina de 2
manceras, grabó el primer disco de música andina en 1948. Los teatros
Municipal y Segura abrieron sus puertas al arte andino.

Entre 1950 y 1953 dictó cursos de Etnología y Quechua en el Instituto


Pedagógico Nacional de Varones. En 1951 viajó a La Paz, Bolivia, para

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participar en una reunión de la OIT (Organización Internacional del
Trabajo). En 1952 hizo un largo viaje con su esposa Celia por la región
central andina, recopilando material folclórico, que publicó con el título
de Cuentos mágico-realistas y canciones de fiestas tradicionales del
valle de Mantaro, provincias de Jauja y Concepción. En 1953 fue
nombrado director del Instituto de Estudios Etnológicos del hoy Museo
Nacional de la Cultura Peruana, cargo en el que permaneció durante
diez años; simultáneamente dirigió la revista Folklore Americano (órgano
del Comité Interamericano de Folklore, del que era secretario).

En 1954 publicó la novela corta Diamantes y pedernales, conjuntamente


con una reedición de los cuentos de Agua, a las que sumó el cuento
Orovilca. Habían pasado unos 13 años desde que no publicaba un libro
de creación literaria; a partir de entonces retomó de manera sostenida
tal labor creativa, hasta su muerte. Pero su retorno a la literatura no lo
apartó de la etnología. En 1955 su cuento «La muerte de los Arango»
obtuvo el primer premio del Concurso Latinoamericano de Cuento
organizado en México.

A fin de complementar su formación profesional, se especializó en la


Universidad de San Marcos en Etnología, de la que optó el grado de
Bachiller el (20 de diciembre de 1957) con su tesis «La evolución de las
comunidades indígenas», trabajo que obtuvo el Premio Nacional
Fomento a la Cultura Javier Prado 1958. Por entonces realizó su primer
viaje por Europa, becado por la UNESCO, para efectuar estudios
diversos, tanto en España como en Francia. Durante el tiempo que
permaneció en España, Arguedas hizo investigaciones entre las
comunidades de la provincia de Zamora, realizando su trabajo de campo
en Bermillo de Sayago,15 buscando las raíces hispanas de la cultura
andina, que le dieron material para su tesis doctoral: «Las Comunidades
de España y del Perú», con la que se graduó el 5 de julio de 1963.

1.5 La obra de José María Arguedas

18
La producción intelectual de Arguedas es bastante amplia y comprende,
además de obras de ficción, diversos trabajos, ensayos y artículos sobre
el idioma quechua, la mitología prehispánica, el folclore y la educación
popular, entre otros aspectos de la cultura peruana. La circunstancia
especial de haberse educado dentro de dos tradiciones culturales, la
occidental y la indígena, unido a una delicada sensibilidad, le permitieron
comprender y describir como ningún otro intelectual peruano la compleja
realidad del indio nativo, con la que se identificó de una manera
desgarradora.

Por otro lado, en Arguedas la labor del literato y la del etnólogo no están
nunca totalmente disociadas, e incluso en sus estudios más académicos
encontramos el mismo lenguaje lírico que en sus narraciones. Y aunque
no era diestro en el manejo de las técnicas narrativas modernas, su
literatura (basada especialmente en las descripciones) supo comunicar
con gran intensidad la esencia de la cultura y el paisaje andinos.

Arguedas vivió un conflicto profundo entre su amor a la cultura indígena,


que deseaba se mantuviera en un estado "puro", y su deseo de redimir
al indio de sus condiciones económicas y sociales. Se puede decir que
la añoranza a las formas tradicionales de la vida andina hizo que
postulara un estatismo social, en abierta contradicción con su adhesión
al socialismo. Su obra revela el profundo amor del escritor por la cultura
andina peruana, a la que debió su más temprana formación, y
representa, sin duda, la cumbre del indigenismo: fue al mismo tiempo un
continuador de la mejor narrativa indigenista (Alcides Arguedas, Jorge
Icaza y su compatriota Ciro Alegría) y su más profundo renovador, como
también lo fueron, aunque desde otros enfoques, Miguel Ángel
Asturias, Alejo Carpenter o Juan Rulfo.

Dos circunstancias ayudan a explicar la estrecha relación de Arguedas


con el mundo campesino. En primer término, que naciera en una zona
de los Andes que no tenía mayor roce con los estratos occidentalizados;
en segundo lugar, que su madrastra lo obligara a permanecer entre los

19
indios tras la muerte de su madre. De esa manera asimiló la lengua
quechua, y lo mismo sucedió con las costumbres y los valores éticos y
culturales del poblador andino.

Esta precoz experiencia, vivida primero y simbolizada en su escritura por


la oposición indios/señores, se vería más tarde reforzada con los
estudios antropológicos. Como resultado de esta trama, la vida de
Arguedas transcurrió entre dos mundos no sólo distintos, sino además
en contienda. De allí surgió su voraz voluntad de interpretar la realidad
peruana, la permanente corrección de sus ideas sobre el país y la
definición de su obra como la búsqueda de una imagen válida de éste.

Ya desde sus primeros relatos se advierte la problemática que


terminaría por presidir toda su escritura: la vida, los azares y los
sufrimientos de los indios en las haciendas y aldeas de la sierra del
Perú. Allí también se presenta esa escisión esencial de dos grupos,
señores e indios, que será una constante en su obra narrativa. El
espacio en que se
desarrollan sus relatos es
limitado, lo que permite a
esta oposición social y
cultural mostrarse en sus
aspectos más dramáticos y
dolorosos. El derrotero de
Arguedas ya está trazado;
aunque en su fuero interno
vive intensamente la ambigüedad de pertenecer a dos mundos, su
actitud literaria es muy clara, en la medida en que determina una
adhesión sin atenuantes al universo de los indígenas, generando dos
cauces de expresión que se convertirán en sendos rasgos de estilo: la
representación épica y la introspección lírica.

Su primer libro reúne tres cuentos con el título de Agua (1935), que


describen aspectos de la vida en una aldea de los Andes peruanos. En

20
estos relatos se advierte el primer problema al que se tuvo que enfrentar
en su narrativa, que es el de encontrar un lenguaje que permitiera que
sus personajes indígenas (monolingües quechuas) se pudieran expresar
en idioma español sin que sonara falso. Ello se resolvería de manera
adecuada con el empleo de un "lenguaje inventado": sobre una base
léxica fundamentalmente española, injerta el ritmo sintáctico del
quechua. En Agua los conflictos sociales y culturales del mundo andino
se observan a través de los ojos de un niño. El mundo indígena aparece
como depositario de valores de solidaridad y ternura, en oposición a la
violencia del mundo de los blancos.

Yawar fiesta (1941)
plantea un problema de
desposesión de tierras
que sufren los
habitantes de una
comunidad. Con esta
obra el autor cambia
algunas de las reglas de
juego de la novela
indigenista, al subrayar
la dignidad del nativo
que ha sabido preservar sus tradiciones a pesar del desprecio de los
sectores de poder. Este aspecto triunfal es, de por sí, inusual dentro del
canon indigenista, y da la posibilidad de entender el mundo andino como
un cuerpo unitario, regido por sus propias leyes, enfrentado al modelo
occidentalizado imperante en la costa del Perú.

En Los ríos profundos (1958), José María Arguedas propone la


dimensión autobiográfica como clave interpretativa. En esta obra se nos
muestra la formación de su protagonista, Ernesto (que recobra el
nombre del niño protagonista de algunos de los relatos de Agua), a
través de una serie de pruebas decisivas. Su encuentro con la ciudad de
Cuzco, la vida en un colegio, su participación en la revuelta de las

21
mujeres indígenas por la sal y el descubrimiento angustioso del sexo son
algunas de las etapas a través de las cuales Ernesto define su visión del
mundo.

El mundo de los indios asume cada vez más connotaciones míticas,


erigiéndose como un antídoto contra la brutalidad que tienen las
relaciones humanas entre los blancos.

La novela siguiente, El Sexto, publicada en 1961, representa un


paréntesis con respecto al ciclo andino. "El Sexto" es el nombre de la
prisión de Lima donde el escritor fue encarcelado en 1937-1938 por la
dictadura de Óscar Benavides. El infierno carcelario es también una
metáfora de la violencia que domina toda la sociedad peruana.

Con Todas las sangres, de 1964, Arguedas reanudó, sobre bases más


amplias, la representación del mundo andino. Del relato autobiográfico
se pasa a un cuadro general que comprende las transformaciones
económicas, sociales y culturales que suceden en la sierra peruana. A
través de la historia de una familia de grandes latifundistas, el autor
afronta las consecuencias del proceso de modernización que avanza
sobre un mundo todavía feudal.

Todas las sangres es ciertamente un proyecto narrativo de largo aliento


y mucho más ambicioso que los anteriores, pues pretende sopesar
todos los modelos que se presentan como alternativos para construir y
configurar la sociedad peruana. A ello obedece su estructura coral, en la
cual se enfrentan el proyecto capitalista, el orden feudal y un boceto de
capitalismo nacional. Pero el autor invalida cada uno de ellos,
proponiendo como legítimo un modelo social comunitario que no
desdeña, empero, la modernización. Todas las sangres elevan el
problema indígena a problema nacional, e incluso le brinda un tinte
universal, en la medida en que el conflicto expresado en la novela
corresponde ya en ese momento al llamado Tercer Mundo.

22
La última novela de Arguedas, El zorro de arriba y el zorro de abajo, que
se publicó póstuma en 1971, quedó inacabada por el suicidio del
escritor. Los capítulos que consiguió escribir están ambientados en
Chimbote, un puerto pesquero del norte que sufre un desarrollo
impetuoso y caótico. El autor alterna la representación dramática de los
costes humanos de este crecimiento, especialmente la pérdida de
identidad cultural de los indios trasplantados a la ciudad, con apuntes de
diario, de los cuales emerge la decisión, cada vez más inexorable, de
suicidarse.

La imagen literaria de Arguedas se completa con sus Relatos completos,


reunidos en 1975, y con importantes investigaciones antropológicas y
folclóricas, además de su producción poética en lengua quechua.

2. OBRAS

La producción intelectual de Arguedas es bastante amplia y comprende


unos 400 escritos, entre creaciones literarias (novelas y cuentos),
traducciones de poesías y cuentos quechuas al español, trabajos
monográficos, ensayos y artículos sobre el idioma quechua, la mitología
prehispánica, el folclore y la educación popular, entre otros aspectos de
la cultura peruana. La circunstancia especial de haberse educado dentro
de dos tradiciones culturales, la occidental y la indígena, unido a una
delicada sensibilidad, le permitieron comprender y describir como ningún
otro intelectual peruano la compleja realidad del indio nativo, con la que
se identificó de una manera intensa. En Arguedas, la labor del literato y
del etnólogo no está nunca totalmente disociadas; incluso, en sus
estudios más académicos encontramos el mismo lenguaje lírico que en
sus narraciones.

La importancia fundamental de este escritor ha sido reconocida por


críticos y colegas peruanos suyos como Mario Vargas Llosa, quien llegó
a dedicarle a su obra el libro de ensayos titulado La utopía arcaica.
También Alfredo Bryce Echenique ha colocado las obras de Arguedas
entre los libros de su vida. Con el paso de los años, la obra de Arguedas

23
ha venido cobrando mayor relieve, pese a que es poco conocido fuera
del Perú.

2.1 Novelas

 1941: Yawar fiesta. Revisada en 1958.

 1954: Diamantes y pedernales. Editada conjuntamente con una


reedición del libro Agua y el cuento «Orovilca»

 1958: Los ríos profundos. Premio Nacional de Fomento a la Cultura


Ricardo Palma en 1959. Fue reeditada en 1978 por la Biblioteca
Ayacucho de Caracas con prólogo de Mario Vargas Llosa.

 1961: El Sexto. Premio Nacional de Fomento a la Cultura Ricardo


Palma en 1962.

 1964: Todas las sangres

 1971: El zorro de arriba y el zorro de abajo, novela inconclusa y que


fue publicada póstumamente.

2.2 Cuentos

 1935: Agua. Colección de cuentos integrada por: Agua, Los


escoleros y Warma kuyay. Segundo premio en el concurso
internacional promovido por la Revista Americana de Buenos Aires.
Traducida al ruso, alemán, francés e inglés por La Literatura
Internacional, de Moscú.

 1955: La muerte de los Arango. Cuento. Primer premio del Concurso


Latinoamericano de Cuento en México.

 1962: La agonía de Rasu Ñiti. Cuento.

 1965: El sueño del pongo. Cuento, en edición bilingüe (castellano-


quechua).

24
 1967: Amor mundo. Colección de cuatro cuentos de tema erótico:
«El horno viejo», «La huerta», «El ayla» y «Don Antonio». 28

2.3 Recopilaciones póstumas (cuentos)

 1972: El forastero y otros cuentos (Montevideo: Sandino). Contiene


«El barranco», «Orovilca», «Hijo solo» y «El forastero».

 1972: Páginas escogidas (Lima: Universo). Selección de la obra de


Arguedas, editada por Emilio Adolfo Westphalen.

 1973: Cuentos olvidados (Lima: Imágenes y Letras). Compilación de


cuentos perdidos en periódicos y revistas de los años 1934 y 1935,
edición y notas de José Luis Rouillon.

 1974: Relatos completos (Buenos Aires: Losada). Contiene los


siguientes importantes relatos: «Agua», «Los escoleros», «Warma
kuyay», «El barranco», Diamantes y pedernales, «Orovilca», «La
muerte de los Arango», «Hijo solo», La agonía de Rasu Ñiti, El
sueño del pongo, «El horno viejo», «La huerta», «El ayla» y «Don
Antonio».

2.4 Poesía

Escritos primero en quechua, y luego traducidos al español por el mismo


autor, los poemas de Arguedas asumen conscientemente la tradición de
la poesía quechua, antigua y moderna, convalidan la visión del mundo
que la anima, revitalizando sus mitos esenciales y condensan en un solo
movimiento la protesta social y la reivindicación cultural.

 1962: Túpac Amaru Kamaq taytanchisman. Haylli-taki. A nuestro


padre creador Túpac Amaru. Himno-canción.

 1966: Oda al jet.

 1969: Qollana Vietnam Llaqtaman / Al pueblo excelso de Vietnam.

25
 1972 – Katatay y otros poemas. Huc jayllikunapas. Poemas en
versiones quechua y española. Publicado póstumamente por Sybila
Arredondo de Arguedas.

2.5 Estudios etnológicos, antropológicos y del folcklore

Estos conforman la mayor parte de su producción escrita (solo un 12 %


de esta corresponde a su narrativa).

 1938: Canto kechwa. Con un ensayo sobre la capacidad de creación


artística del pueblo indio y mestizo. Edición bilingüe preparada en la
prisión.

 1947: Mitos, leyendas y cuentos peruanos. Recogidos por los


maestros del país y editados en colaboración con Francisco
Izquierdo Ríos.

 1949: Canciones y cuentos del pueblo quechua.

 1953: Cuentos mágico-realistas y canciones de fiestas tradicionales:


Folclor del valle del Mantaro.

 1956: Puquio, una cultura en proceso de cambio.

 1957: Estudio etnográfico de la feria de Huancayo.

 1957: Evolución de las comunidades indígenas. Premio Nacional


Fomento a la Cultura Javier Prado en 1958.

 1958: El arte popular religioso y la cultura mestiza.

 1961: Cuentos mágico-religiosos quechuas de Lucanamarca.

 1966: Poesía quechua.

 1966: Dioses y Hombres de Huarochirí. Hermosa traducción directa


al castellano, de los mitos de la creación del mundo de la

26
recopilación hecha por el sacerdote cuzqueño Francisco de Ávila a
fines del siglo XVI, en la provincia de Huarochirí.

 1968: Las comunidades de España y del Perú.

El escritor, el año 1964 fundó en Lima la revista “Cultura y pueblo” donde


también imprimió su pensamiento y conocimiento sobre folklore. 29 El año
2021, el Ministerio de Cultura digitalizó la colección completa de la
revista. La colección consta de 20 números, desde el N° 1,
correspondiente a enero-marzo de 1964, hasta el N° 19-20,
correspondiente a julio-diciembre de 1970. 30

Recopilaciones póstumas (estudios etnológicos, antropológicos y


del folcklore)

 1975: Señores e indios: Acerca de la cultura quechua. Compilación


de Ángel Rama.

 1976: Formación de una cultura nacional


indoamericana. Compilación debida a Ángel Rama y cuyo título
«busca interpretar... una preocupación central de Arguedas».

2.6 Edición de obras completas

En 1983 la editorial Horizonte, de Lima, editó las obras completas de


José María Arguedas en cinco tomos, compilada por Sybila Arredondo
de Arguedas. En 2012 la misma editorial Horizonte, de Lima, editó otros
siete tomos que recogen la Obra antropológica y cultural. También la
segunda serie, del sexto al duodécimo tomo, fue compilada por Sybila
Arredondo de Arguedas.

2.7 Premio

 1958. Premio Nacional Fomento a


la Cultura Javier Prado por su tesis

27
de especialidad en Etnología, «La evolución de las comunidades
indígenas».

 El Premio de Narrativa José María Arguedas otorgado desde el


año 2000 por Casa de las Américas para difundir la obra narrativa de
escritores latinoamericanos

2.8 Centenario de su nacimiento

Mausoleo de etnología José María Arguedas en Andahuaylas.

En 2011, con motivo del centenario del nacimiento de José María


Arguedas, se programaron diferentes actividades en honor al novelista
indigenista. La primera de ellas fue la propuesta de que el Gobierno del
Perú declare el 2011 como el Año del Centenario del Nacimiento de
José María Arguedas, sin embargo, esta fue dejada de lado y el 31 de
diciembre de 2010 el presidente Alan García declaró el año 2011 como
«Año del Centenario de Machu Picchu para el Mundo», al
conmemorarse también el centenario del redescubrimiento de la
ciudadela inca en el 2011. La polémica sobre esta decisión continuó,
puesto que muchos opinaron que fue una mezquindad no otorgarle el
2011 a uno de los más grandes estudiosos del Perú profundo.

El día de su centenario, 18 de enero de 2011, se realizaron diversas


actividades en su homenaje. En Lima, se organizó un pasacalle a cargo
del TUC (Teatro de la Universidad Católica) que salía del Congreso de la
República, por la avenida Abancay, hacia el Parque Universitario, con el
uso de carromatos, zancos, personajes típicos de la literatura
arguediana. Allí se presentó la Acción Escénica que tomó textos,
testimonios, poemas, fragmentos de obras, y figuras, como la del Zorro
de Arriba y el Zorro de Abajo, usando máscaras, y un gran despliegue
de actores. Luego se trasladaron a la histórica Casona de la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos, donde el ministro de Cultura inauguró la
muestra Arguedas y el arte popular.

28
En Andahuaylas, Apurímac, más de 5 mil personas desfilaron en un
pasacalle por la ciudad desde las siete de la mañana acompañados de
bailes folclóricos y la Danza de tijeras. La celebración comenzó con una
misa a las 7 a. m. oficiada en quechua en la Iglesia de San Pedro,
seguida de un repicar de campanas.33

En Bermillo de Sayago ―población que le sirvió de estudio para su tesis


doctoral Las comunidades de España y del Perú―, se realizó un
homenaje con el lema «Perú en el “Alma sayaguesa”, Bermillo de
Sayago, 1958, a la luz de Arguedas».

En julio de 2022 se puso en circulación el nuevo billete de 20 soles con


la fotografía de José María Arguedas que fue tomada por el
artista Baldomero Pestana, lo que fue polémico porque el BCRP no pidió
permiso al autor para reproducir la imagen.

3. OBRA: LOS RÍOS PROFUNDOS

“Ya se ha dicho antes pero hay


que decirlo otra vez: si algún país
está maduro para la revolución
social que necesita, es Perú.” Eric
Hobsbawm deja caer esta
observación en julio de 1963.
Apodíctica, no sospecha su
temeridad. Unos pocos años
antes, en 1958, José María Arguedas publica Los ríos profundos. En
esta novela del escritor peruano no se dan pistas seguras de la
revolución por venir; tampoco, claro, se sugiere que haya una más o
menos desmañada que ya esté en marcha. En sus páginas, no obstante,
es poco o nada lo que está dispuesto fuera del agonismo, de la tensión y

29
la lucha que lleva incluso a levantamientos de masas. También de la
violencia, desde la que choca a los ojos y cuesta nombrar hasta la hecha
con poesía. Como si se estuviera en días anteúltimos, definitivos. Por
eso, si incluso hoy se las leyera recogiendo señales que indican que nos
encontramos en los umbrales de una transformación radical, no se
estaría errado.

Mejor: señales de que nada en el Perú, en su región andina, puede


seguir tal como está. Los ríos profundos es un montón de cosas, entre
otras un libro que, aunque cargado de huaynosy palabras quechuas,
invita a que lo pensemos tan cerca de Los hermanos Karamazov de
Dostoievsky como de  El guardián entre el centeno de Salinger que,
recordemos, había sido publicado al iniciarse esa misma década. Todo
en él existe a través de un muchacho, apenas poco más que un niño,
que se introduce y desplaza, vivaz, por los distintos estratos sociales de
una pequeña ciudad y sus afueras. Ernesto -ése es su nombre- en
Abancay, bajo la influencia de Cuzco.

Es un forastero, así lo llaman, desasimiento que le permite alcanzar la


distancia necesaria para ver lo que no distinguen quienes lo rodean. No
sabemos mucho sobre sus años previos: criado entre indios pero sin
serlo él, acompaña a su padre en su trajín por las sierras como abogado.
Con tono decimonónico diríamos que es una novela de formación.

En una de las pocas reseñas que encontramos de las que se hicieron en


el momento y en la Argentina en la revista Ficción, se dice
desdeñosamente que la novela es ante todo una “estudiantina”. Porque
el epicentro es un colegio e internado católico, allí lo deja a Ernesto su
padre, rasgo que la liga con los cuentos de irlandeses de Rodolfo Walsh.
Mundo cerrado, como el de la película If(1968) de Lindsay Anderson, del
que se quiere salir, incluso fugar, aunque sin desesperación en el caso
de la novela de Arguedas. Apelotonadas en lo que hoy podemos ver
como una misma coyuntura, son narraciones que ponen de relieve el
crujir de las disciplinas pero también las contradicciones y obstáculos

30
para que se haga lugar a otra cosa, a lo nuevo y más aún si es en clave
emancipadora.

Así, lo de “estudiantina” no conforma, fuera de foco. Ernesto desencaja,


es el vértigo en la inmovilidad; o, también, el vértigo que percibe los
sacudimientos que la inmovilidad disimula. Una conciencia y una acción
-se empujan mutuamente- que busca otra cosa. ¿Qué? Aunque suene
demasiado vago, digamos que está en busca de la vida más justa. No
hay descanso en este sentido: los sucesos que se van enhebrando
desconocen interrupciones de peso. Aunque se le dé más de una vuelta
al significado intraducible de una palabra quechua, la impresión es que
no hay remansos.

La inmovilidad es la de una situación política, en el sentido fuerte y más


amplio de la palabra, que apenas luce distinta de como lo hacía hace
siglos. De hecho, faltan coordenadas precisas del momento en que esto
ocurre; no hay años, tampoco gobiernos. Sucede que en nada harían
variar la larga duración del tiempo anclado. Hay una referencia histórica
-la guerra del Pacífico- pero es menos que epidérmica, no toca nada.
Ángel Rama es un fenomenal lector de la obra de Arguedas; de la
literaria y de la antropológica, vale aclarar, porque el crítico uruguayo
insiste en que conforman una unidad inescindible.

La presencia, desbordante por momentos, que adquiere la música en la


narración, la entiende Rama como una forma de superar los límites de la
novela, límites que son de la marca burguesa en el orillo. Su obra existe
y es tal porque tiene plena conciencia de que la sierra del Perú es un
bastión que apenas si ha sido tocado por la modernidad capitalista. Ni
trenes ni carreteras llegan hasta allí. Tampoco la radio. La cultura de
masas brilla por su ausencia, por eso los muchachos en el internado se
entusiasman con un trompo al que, además, llaman con su nombre
quechua – zumbayllu– y por las noches tocan el rondín. Y fascinan con
las aguas de los ríos.

31
Pero es ese mismo aislamiento el que hace que se sostengan
condiciones de explotación que le niega humanidad a los indios, el que
presta socorro a una jerarquía social incuestionable y con legitimidad de
conquistadores.  ¿Cuánto de lo que mantiene incontaminado la muralla
de los Andes preserva mejor al “mundo”, al “mundo indio”, y cuánto tan
sólo hace perdurar la explotación? ¿Qué hacer? ¿Romper el hechizo de
la inmovilidad? ¿Permitir, bregar incluso para que penetren las fuerzas
del progreso o hacer más potente las que aíslan a esa región resistente,
anacrónica? Arguedas no hace que Ernesto se formule estas preguntas
demasiado ideológicas, demasiado propias de una lectura tardía como
ésta. Serían el remanso que interrumpiría imperdonablemente la acción.

Un poco más: tampoco están resueltas y de esa forma subyacen,


organizando implícitamente el sentido de la acción. Se postergan los
dilemas aunque no dejan de sobrevolar. Ernesto sigue su marcha, su
búsqueda. Sin dudas, éstas se enlazan hondamente con la presencia
que señalábamos del quechua y de la música, que se corporiza en los
indios que atraviesan la novela de punta a punta. Porque cuando el
protagonista logra zafar del colegio, atraído como por un imán se lanza
sobre ese otro mundo que desde un vamos no le es ajeno.

Una vez más seguimos a Rama: mientras que la generación de José


Carlos Mariátegui, de quien Arguedas se sabe discípulo, con
expectativas revolucionarias idealizó al indio al que sobre todo conoció
por los libros, en la obra de nuestro autor se trata de otra cosa. Para
identificarse con él y con su

suerte no necesita de estilizaciones. Por motivos biográficos -por


empezar, Arguedas nació en la sierra y recibió abrigo entre ellos- y por
estudio. También, quizás, porque la hora revolucionaria por la que sus
mayores apostaron no terminó de fructificar. Entonces el indio nunca es
en singular y no puede quedar condensado en una de esas poderosas
imágenes de José Sabogal.

32
Unos indios son los de las comunidades que a mucho han resistido y a
otro tanto se han plegado, de hecho el hijo de un cacique es
condiscípulo y amigo de Ernesto; otros son los indios de las haciendas,
colonos superexplotados, que se inclinan “como un gusano que pidiera
ser aplastado”. Y son también las cholas, las chicheras mestizas. Entre
unos y otras, el muchacho parece querer escuchar los rumores que por
fin confirmen que el indio está por devenir un sujeto con la consistencia y
la potencia que imagina pueden tener.

Es tema principal en Los ríos profundos así como en toda su obra. O


que hoy se nos ocurre tal. En uno de sus primeros cuentos, Amor niño,
un indio de hacienda sabe que el patrón abusa de su amada, pero aun
siendo fuerte físicamente se reconoce incapaz de reprenderlo, de darle
su merecido. “Yo, pues, soy ‘endio’, no puedo con el patrón.” Y se
desquita su impotencia haciendo sufrir a los becerros. Las chicheras,
doña Felipa a la cabeza, expresan una situación distinta, porque es a
través de ellas que se instala el peligro para un edificio social osificado
que debe recurrir a la ayuda de afuera, al ejército que cruza las
montañas, para reprimirlas.

En ese diagrama de fuerzas, son la expresión más desafiante a ese


orden injusto de cosas y, a la par, no reaccionan contra la modernidad
en bloque. Angel Rama, en estos escritos fechados en los primeros años
setenta, acentúa que la apuesta de la literatura y de la política tiene que
ser ésa; es decir, por un sujeto mestizo que se haga cargo de la tarea de
mantener viva la tradición campesina e indígena y, a la par, llevar por el
camino del progreso al todo social.

Evitar así el puro odio, la inversión lisa y llana de la humillación -como en


el breve y fulminante relato El sueño del pongo-, el recrudecimiento de la
violencia, mesiánica, sin superación a la vista. Ernesto circula incluso
con facilidad por esos varios mundos sociales, porque no pertenece por
entero a ninguno de ellos.

33
En unos el del internado y su autoridad máxima, el del padre director; en
el de los jóvenes que tienen futuro asegurado de gamonales-, es
aceptado como un forastero, como un loco, indio se le llega a decir.
Entre los indios y mestizos no desentona mayormente ni perturba, pero
apenas se lo ve. Todo indica, sin embargo, que es él quien sostiene la
relación más intensa y genuina con la cultura quechua y, a su través,
con la naturaleza.

De ahí -otra forma de lo indio- procede el ánimo que lo mueve. No


necesita esconderlo como un secreto porque incluso quienes desprecian
al indio, a unos y a otros, se ven marcados por fragmentos de esa
cultura. A pesar de la derrota de siglos, está muy lejos de haber muerto.

Es condición del bastión. Si en momentos principales del libro, la fuerza


del mito lo arrastra con las chicheras en su alzamiento que, junto con
sus reclamos, pretende despertar a los indios de las haciendas, en otros
lo hace entender y también anunciar que sólo habrá salvación si es para
todos; que se trata de dejar atrás las hostilidades porque no hay
verdaderos enemigos en la sierra, encerrados entre murallas.

Con todo, una lectura desde el capitalismo extremo que es nuestro suelo
no puede dejar de prestar atención a una figura que se vuelve principal
en la narración y que, al menos en los escritos de Rama que llegamos a
revisar, no se terminaba de dimensionar. Postergación que
probablemente corresponda a esa coyuntura.

Hay una mujer a la que tan sólo se llama “opa”, que es perseguida por
algunos de los estudiantes para violarla una y otra vez en un rincón del
patio. Ese verbo nunca es pronunciado, no tiene nombre la acción que
ocurre noche tras noche. Lo mismo hace el portero, se sugiere que
también uno de los religiosos.

Su vida no le pertenece; tampoco reacciona ni muestra signos de


padecimiento, apenas prefiere escabullirse, pasar desapercibida. La
crueldad para con ella es similar a la que se ejerce con los animales. Su

34
situación adquiere por primera vez una cualidad propia al final de la
novela, al vincularse, por un reboso, con la chichera doña Felipa también
ella perseguida. El cuerpo de la “opa” es el de los indios pero, además
de necesitado y deseado, sexuado y finalmente peligroso porque
transmite la peste que amenaza a Abancay.

La transmite y es su víctima. A ella, a las chicheras y a los indios se los


mira “como si fueran llamas”. Es la condena a la “vida desnuda” que,
sabemos, no viene a ser erradicada por la modernidad capitalista, sino
todo lo contrario, que la reproduce en viejas y nuevas formas. Ernesto
que, no la ha tocado, se acerca a ella cuando está moribunda y trata de
ayudarla. La llama doña Marcelina y la imagina casi milagrosa, santa.
Otra tentación de la novela es la de este camino. Si una semilla de futuro
contenía Los ríos profundos se nos ocurre que es la que, amarga,
expone finalmente en primer plano la condición de la vida ante el poder,
una situación de textura colonial pero que la modernidad capitalista
recalca.

Aún así, a contramano nos preguntamos en qué medida lo que ocurre


en Bolivia desde comienzos de este siglo pero también en Ecuador,
Colombia, Chile-, y tiene a indígenas como protagonistas insoslayables,
no indica que bien podría ser esta también otra línea de reconocimiento
entre esas páginas y nuestro presente.

3.1 Personajes

Esta novela cuenta con un personaje principal, y varios personajes


secundarios que cumple un papel importante en la misma. Aquí una
pequeña descripción de cada uno:

Personaje principal de la historia

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Ernesto

Personaje principal de la historia, tiene 14 años y narra su vida desde la


adultez. Recordando los momentos que vivió durante su adolescencia,
con su papá, las personas del colegio y los que conformaban la
sociedad en ese entonces. Todos los indígenas y blancos que conoció.

Secundarios

Gabriel

Ejerce la profesión de abogado, apoyando a los indios colonos. Aparece


en la historia como un viajero que va ejerciendo su carrera, por varias
partes de la cordillera peruana y es el padre de Ernesto.

El viejo

Se hace referencia a este personaje por Don Manuel Jesús. Podemos


describirlo como un terrateniente con poder, que poseía varias
haciendas en el valle de Apurimac.

Es violento, lleno de prepotencia y avaricia en su forma de ser. No es tan


mencionado en la novela, pero cumple un rol importante, es el dueño de
la hacienda a donde el protagonista va en la última parte a causa de la
peste.

Marcelina

Conocida también como La opa Marcelina, es una mujer descrita con


demencia. De contextura gruesa, baja y piel blanca. Es una joven
recibida por los padres y puesta de ayudante de cocina.

Esta mujer es la representante del pecado, debido a que otros


personajes la utilizaban como un símbolo sexual por las noches.

Doña Felipa

Es la representación de las chicheras, descrita con un cuerpo de


caderas extensas y senos grandes, con el rostro marcado por la viruela.

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Simboliza la fuerza de las damas, que con pujanza y audacia se puede
realizar reivindicaciones sociales.

Los Padres

Augusto Linares

Encargado de llevar la dirección del internado. Se caracteriza por ser un


hombre mayor con el cabello blanco. En Abancay contaba con la
popularidad de santidad.

Padre Cárdenas

Representa a uno de los maestros del colegio. Es un deportista, con


altura y de contextura fornida.

Miguel

Es un afroperuano, nacido en la costa central del Perú en Mala. También


apodado despectivamente, como “Negro”.

Otros personajes secundarios

 Los Colonos.

 Escoltas civiles.

 Cadetes del ejército.

 Cocinera.

Integrantes del colegio

Añuco

Este es uno de los compañeros de Ernesto e interno del colegio. Se


presenta como el niño huérfano, hijo de un hacendado que cayó en la
ruina. Es el amigo del Lleras y partícipe de fechorías; fue aceptado por

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los sacerdotes del colegio a temprana edad, mucho antes que su padre
muriera.

Lleras

En uno de los integrantes del internado, es un adolescente huérfano. Se


conoce por ser más violento, abusivo y altanero. Es el amigo de
Añuco, se desempeña para las actividades deportivas.

Chauca

El chauca es otro compañero que tiene 16 años, es un adolescente


delgado que tiene una obsesión por la opa Marcelina durante la historia.

Antero Samanez

También conocido como el markaska, este es un chico externo, rubio, lo


que ayudo a que también sea conocido como candela. Es reconocido
como el chico que llevo el trompo al colegio, pero más allá de eso no se
destaca.

Palacios

Palacitos, o también el indio palacios, es el más joven y humilde. Es


originario de la comunidad de los indígenas.

Al principio le cuesta adaptarse por las humillaciones a las que es


sometido por parte de otros compañeros. Hasta su forma de expresarse
es diferente, ya que no comprendía bien el español.

Peluca

Este alumno por ser hijo de un peluquero, fue nombrado como el peluca.
Es un muchacho corpulento, de 20 años que estudia también en el
colegio al que asisten todos los anteriormente nombrados. En la historia

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lo describen como un cobarde, al punto de ser quien abusa de la opa
Marcelina.

Otros compañeros

 Romero

 Prudencio

 Valle

 Rondinel

 Gerardo

 Salvina

 Alcira

 Alcilla

 Pablo

 Entre otros.

3.2 Análisis literario

Podemos comenzar mencionando que el estilo, con el que el autor


escribió la obra “Los ríos profundos” es de un carácter sumamente
sencillo. Pero a pesar de esto, la historia cuenta con un enorme peso
literario.

Con esto el escritor logro que el lector, pudiera entender de manera


simple, la cultura andina que se vivió en Perú por aquella época.

Gracias a esta obra el autor se dio a conocer, por todo el continente


americano. Por medio de esta obra José María Arguedas, muestra
desde el inicio de la historia sus virtudes liricas.

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Mezclo su realidad con la narración y simultáneamente, creo un
personaje que mostrara el entorno andino y occidental, del período en el
que se relató la historia. Este expreso las angustias y el carácter de
estos sectores, por medio de la vida de Ernesto.

El autor dividió su obra con dos tipos de narradores. El principal fue


Ernesto de adulto, que se encarga de contar y recordar su infancia y
travesía desde pequeño. Por otra parte, el libro cuenta con un segundo
narrador, que cumple con aparecer ocasionalmente.

Esto le permite al lector, conectar todas las ideas y tener una mejor
comprensión de la literatura por completo.

La meditación acerca de la situación social de los indígenas y su


dependencia con el mundo occidental, está directamente relatada a lo
largo de toda la novela. Queda plasmada de forma majestuosa.

Los ríos profundos sin dudar, es una de las historias más extraordinarias
que podamos conseguir en Perú y la comunidad hispanoamericana. Es
un escrito con amplia profundidad en el tema cultural social, con un
formalismo excepcional.

ANEXOS

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BIBLIOGRAFÍA

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https://www.iberoamericana-vervuert.es/introducciones/
introduccion_R110151.pdf

https://www.biografiasyvidas.com/biografia/a/arguedas.htm

https://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Mar%C3%ADa_Arguedas

https://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.12086/pr.12086.pdf

file:///C:/Users/Nancy/Downloads/Dialnet-
ElDerechoGermanicoYLaPazDeLaCasa-2165562.pdf

https://bibliotecaresumen.com/resumen-de-los-rios-profundos-personajes-
analisis-literario-argumento-y-autor/

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