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HABLEMOS

AMÉRICA
DE

LATINA 2 de mayo, 18:00


f/mariacainternacional

Boletín M.I. Abril 2021, S.C. Bolivia


2 HABLEMOS DE AMÉRICA LATINA



DIRECTOR
El Dr. Antonio Mariaca Abogado Internacionalista, graduado en la Universidad de
Salamanca España; Diplomático de carrera, Jefe de misión en Suecia, Misiones
Diplomáticas en España y Uruguay, Viceministro de política financiera, representante
del Estado en Organismos Internacionales como ser: SELA, Acuerdo de Cartagena,
Cumbre Iberoamericana, Organización Mundial del Turismo, y representante frente a
la ONU, encargado para la Política Exterior de Asuntos Económicos de Aguas
Internacionales, Consultor de la Hidrovía Paraguay-Paraná, y también frente al Banco
Mundial, Catedrático de Derecho Internacional Público, Pionero en el desarrollo de
programas académicos para los Derechos Humanos y recopilación de documentación
de Bolivia con el mundo, Vicepresidente del Instituto de Relaciones Internacionales
(IRI) de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra. Condecorado por el Gobierno Federal de
Brasil, Medalla de los Cien años de Campo Grande, así mismo la Orden de Tiradentes,
la distinción a la Excelencia Ecológica, y el Mérito legislativo en grado de comendador,
Así también reconocido por el Gobierno de España con la Gran Orden de Isabel la
Católica.

Santa Cruz de la Sierra, Bolivia

www.mariacainternacional.com
Facebook/mariacainternacional


BOLETÍN, 01 ABRIL 2021

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Hoy presentamos un interesantísimo


trabajo dirigido por el amigo y colega Robert
Cuéllar Vaca (Grigotá), quién con el apoyo de
nuestro equipo de internacionalistas nos ofrecen
un apasionante conjunto bibliográfico de
Consultas.

El grupo de estudios y análisis MARIACA INTERNACIONAL renueva su compromiso con
los principios de la Democracia representativa, el Estado de Derecho, la plena vigencia
de los Derechos Humanos, los principios del Derecho Internacional, la pluralidad del
relacionamiento externo de los Estados y la libertad de pensamiento, expresión y
opinión.

Nuestro único propósito es la investigación y la formación de opinión en el ámbito
académico de las RELACIONES INTERNACIONALES, de la vida nacional e internacional.

Nuestro profundo agradecimiento a Robert Cuéllar Vaca, Kenny F. Ballejos Laguna,
Sebastián Tufiño, Liz Karol Roca y María Estefani Tejada, que hacen sus prácticas con
nosotros. Y por supuesto a todos quienes integran nuestro grupo, como a los amigos
que nos siguen desde Bolivia y otros países.

El próximo día dos de mayo, MARIACA INTERNACIONAL, iniciará un nuevo Ciclo de
Cuatro Conferencias, que hemos titulado: “Pensando en América Latina”. La
mencionada conferencia contará con expositores y panelistas de diversas
nacionalidades, abordando los principales temas relacionados con la realidad de
nuestros países.

SOMOS INTERNACIONALISTAS, CIUDADANOS DEL MUNDO, QUIENES TENEMOS CADA
DIA EL REGALO DE CONOCER Y ESTUDIAR LOS PRINCIPALES ACONTECIMIENTOS Y EL
RUMBO DE NUESTRO PLANETA. LA VERDAD NOS HACE LIBRES.

Dr. Antonio Mariaca
Diplomático, internacionalista, catedrático.



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4 HABLEMOS DE AMÉRICA LATINA

CONTENIDO

1. Asomándose Al abismo.
(Mario Vagas Llosa)

2. ¿Se encuentra Latinoamérica a las puertas de un tsunami político?
- La importancia de las alianzas estratégicas con México y Brasil
(Francisco Santibañes)

3. Un plan para la crisis educativa en América Latina
- Ecuador le propina un golpe al populismo
- Los ejércitos de los Tuiteros de Maduro y López Obrador
(Andrés Oppenherimer)

4. La democracia latinoamericana tras un año de pandemia
(Instituto ELCANO)

5. Predilecciones autoritarias:

El papel de los militares en América Latina
(Instituto ELCANO)

6. Financiamiento para el desarrollo en la era de la pandemia de COVID-19 y
después (CEPAL)


MARIACA RECOMIENDA

1. Foro Virtual: "América Latina en la pospandemia: ¿Más o menos populismo?

2. ‘Perspectivas Económicas de América Latina 2021. Presentación del Informe
del FMI’

3. La izquierda, el hechicero de América

4. ¿Soberanía?

5. OAS :: Discursos y otros documentos del Secretario General 2021

6. “El pueblo soy yo”, de Enrique Krauze

7. BECAS OEA 2021 Programa de becas de desarrollo profesional

8. CEPAL: Primeras lecciones y desafíos de la pandemia de COVID-19 para los
países del SICA


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ASOMÁNDOSE
AL ABISMO.
19 de abril 2021

Contra todos los pronósticos de las agencias,
entre los dieciocho candidatos a la Presidencia del Perú, un maestro provinciano,
natural de Chota, en el interior de Cajamarca, Pedro Castillo, ganó la primera vuelta de
las elecciones y deberá enfrentar en la segunda y definitiva a Keiko Fujimori, la hija del
dictador, quien cumple en la actualidad 25 años de cárcel por delitos cometidos
durante los años que ejerció el poder. Ella ha prometido que, de ganar las elecciones,
lo indultará.

Aunque se trata de una sorpresa para todo el mundo, empezando por los peruanos, es
preciso señalar que en esta primera vuelta sólo ha participado un 70% del electorado
del Perú. Aún así, la victoria de Castillo es contundente, pues ha ganado en muchas
regiones del sur, del centro y Cajamarca, y tendrá probablemente cerca de un tercio
del Parlamento nacional con los 37 congresistas que parece haber sacado. Su triunfo
derrota a los partidos más moderados de la izquierda, aunque ya haya voces, entre
estas fuerzas, que se adelanten a apoyarlo.

¿Cuáles son las ideas que propugna Castillo? Bastante contradictorias, por lo pronto,
aunque, como regla general, de extrema izquierda en el campo económico, y de
extrema derecha en el social, pues está contra los matrimonios gay, la enseñanza
sexual en las escuelas y el aborto, campo en el que coincide íntegramente con la Iglesia
católica que ha dado una batalla últimamente contra los intentos de la izquierda y el
centro más progresista en defensa de la mujer y los derechos de los homosexuales a
ser considerados normales y en igualdad con los heterosexuales, algo que siempre he
apoyado.

¿Cuáles son las ideas que defiende el candidato victorioso en esta primera vuelta en el
campo económico? Las inspiradas por sus dos maestros, el boliviano Evo Morales y el
ecuatoriano Rafael Correa, quien, como es sabido, no puede poner los pies en su país
pues iría a la cárcel, donde ha sido condenado por delitos cometidos durante su
gestión presidencial. Evo Morales se ha precipitado a felicitar a Castillo y hay rumores
de que habría apoyado económicamente su candidatura. Si gana la segunda vuelta
electoral, Pedro Castillo se propone establecer una “Economía popular con mercados”,
inspirado, justamente, en el modelo de Bolivia y del Ecuador (que ahora, con la victoria
presidencial de Guillermo Lasso, cambiará radicalmente de orientación hacia la
defensa de la propiedad privada y la apertura de mercados). Los contratos estatales se
renegociarán, pues, a juicio de Castillo, en la actualidad “las transnacionales se quedan


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con el 70% de las ganancias y el Estado solo con el 30%”; bajo su presidencia esta
proporción se invertirá, las transnacionales sólo retendrán el 20% y el Estado el 80%
restante. Esto significa que el Estado “privatizador y exportador de capitales cambiará
y será en adelante un Estado nacionalizador soberano que fortalezca la economía
interna invirtiendo sus capitales en el país”. Las empresas que no acepten este
planteamiento serán nacionalizadas, así como los principales yacimientos mineros,
gasíferos, petroleros y centros energéticos, pues Castillo quiere acabar con la minería
nacional, que le parece incompatible con una política de defensa genuina de la
naturaleza y una política social de progreso. La Constitución será derogada y todos los
tratados internacionales “revisados”, de modo que en el futuro no haya en el Perú la
inicua desproporción que “hace ganar a un patrón veinte veces lo que gana un
obrero”. Las empresas que se resistan a cambiar de régimen serán nacionalizadas y,
según los casos, se compensará o no a sus dueños.

No haría falta mucho más para indicar que el Perú de Pedro Castillo integrará los
países que, siguiendo al Gobierno de México, quieren resucitar el grupo de Puebla y
romper con el grupo llamado de Lima. En otras palabras, será calcado del que inauguró
el comandante Chávez en Venezuela, el Socialismo del siglo XXI, que ha obligado a más
de cinco millones de venezolanos a emigrar a los países vecinos para no morirse de
hambre.

Si esta es la sociedad que va a crear Pedro Castillo, es obvio que ella tendrá todas las
características de una sociedad comunista, en una época en la que –los peruanos que
votaron por él no parecen haberse dado cuenta todavía- el comunismo ha
desaparecido del planeta, con las excepciones más horripilantes, es decir Cuba,
Venezuela, Nicaragua y Corea del Norte. Tengo el convencimiento absoluto de que si
Castillo, con semejantes ideas, llega a tomar el poder en la segunda vuelta electoral,
dentro de un par de meses, no volverá a haber elecciones limpias en el Perú, donde,
en el futuro, aquellas serán una parodia, como las que organiza de tanto en tanto
Nicolás Maduro en Venezuela para justificar su régimen impopular. Eso significará
probablemente un golpe de Estado militar a corto plazo en el Perú, de militares
derechistas, o izquierdistas a la manera “velasquista”, que, como ha ocurrido siempre
en nuestra historia, retrocederá bárbaramente al país y lo empobrecerá mucho más de
lo que está. Querer acabar con la minería, que es la riqueza de los Andes peruanos, es
una temeridad sin precedentes, hija de la pura ignorancia, que sofocaría una de las
fuentes básicas del desarrollo nacional.

Este asomarse al abismo que promete a los peruanos Pedro Castillo ¿a quién tiene al
frente? A Keiko Fujimori, que hasta ahora ha defendido a su padre, el exdictador, de
quien estuvo provisionalmente distanciada, pero ya no, pues ha prometido indultarlo
si llega al poder. Ella participó, además, de manera muy directa, beneficiándose de la


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dictadura, y está acusada por el Poder judicial de haberse lucrado con la Operación
Lava Jato, de la que habría recibido dinero, por lo cual el Poder Judicial ha pedido para
ella treinta años de cárcel.

Pese a ello, como saben de sobra quienes leen esta columna y reconocen que, desde
que, violentando las leyes que lo habían llevado al poder, Fujimori instaló una
dictadura, he combatido al fujimorismo de manera sistemática, como lo he hecho con
todas las dictaduras de izquierda o de derecha, creo que en las elecciones que se
vienen –las de la segunda vuelta-, los peruanos deben votar por Keiko Fujimori, pues
representa el mal menor y hay, con ella en el poder, más posibilidades de salvar
nuestra democracia, en tanto que con Pedro Castillo no veo ninguna. A condición,
claro está, de que Keiko Fujimori se comprometa, en nombre de estas libertades
públicas que dice defender ahora, a respetar la libertad de expresión, a no indultar a
Vladimiro Montesinos, responsable de los peores crímenes y robos de la dictadura, a
no expulsar ni cambiar a los jueces y fiscales del Poder Judicial, que han tenido en los
últimos tiempos una actitud tan gallarda en defensa de la democracia y los derechos
humanos, y, sobre todo, a convocar a elecciones al término de su mandato, dentro de
cinco años. Si se ajusta a estas obligaciones, Keiko Fujimori tiene la oportunidad, única,
de tomar el poder a través de elecciones limpias y de contar con una ancha base social
y popular para hacer las reformas necesarias que conviertan al Perú en un país justo,
libre y moderno y le devuelvan el liderazgo que alguna vez tuvo en el pasado de
América Latina.

Se comprende que, hartos de las pillerías de los gobiernos que eligieron, los peruanos
hayan votado como lo hicieron, además de soportar una pandemia que causa estragos
y muestra de manera muy vívida las grandes desigualdades del Perú, que se pueden y
deben corregir dentro de estructuras libres y democráticas. Pero el derecho a votar no
basta, si los peruanos se equivocan y votan mal. Ya lo hicieron en la primera vuelta. Es
importante que no dupliquen el error.












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Francisco de Santibañes
Especialista en relaciones internacionales
3 de Abril de 2021

¿Se encuentra Latinoamérica a las puertas


de un tsunami político?



Existen varias razones para pensar que Latinoamérica se encamina a padecer un fuerte
cimbronazo político. En efecto, la falta de crecimiento, el descontento de la población
con sus élites y las consecuencias sociales y económicas que dejará la pandemia
pueden estar sentando las bases de un cambio de época.

Inclusive antes de la pandemia, las encuestas realizadas por Latinobarómetro ya


señalaban un creciente malestar. Cuando se les preguntaba a los latinoamericanos
cómo evaluaban la evolución de sus países, sólo el 20% consideraba que estos estaban
progresando, mientras que en el 2010 el 39% respondió de esta forma. Por otra parte,
un 77% afirmó que sus naciones se encontraban estancadas o en retroceso, la cifra
más alta desde que el centro de estudios comenzó a hacer esta pregunta en 1995. De
los encuestados, un 79% (otro récord) afirmó que sus países eran gobernados por unos
pocos grupos poderosos para su propio beneficio.

En parte, esta desconfianza es consecuencia de la falta de crecimiento. En los últimos


cinco años el tamaño de la economía latinoamericana ha aumentado, en promedio,


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menos de un 1% anual. Esta tasa, inferior al crecimiento poblacional, no sólo le ha
impedido a la región disminuir la brecha que la separa de los países avanzados, sino
que dificulta enormemente la lucha contra la pobreza. Efectivamente, hoy los niveles
de pobreza superan los existentes diez años atrás. Es más, la falta de crecimiento es
generalizada. A diferencia de otras épocas, ya no encontramos economías que, al
mostrar gran dinamismo, les brindan esperanza a las otras naciones. Todos los
gobiernos están teniendo serias dificultades a la hora de encaminar a sus sociedades
hacia el desarrollo.

Pero la falta de crecimiento no es el único motivo que explica el desprestigio de


nuestras clases dirigentes. También se observa falta de empatía por parte de una
dirigencia que, en demasiadas ocasiones, ha impulsado agendas políticas y sociales
que no reflejan las prioridades de la población. Durante el 2018 y el 2019 comenzaron
a observarse las primeras consecuencias políticas de este malestar. Dos ejemplos
fueron la elección de Jair Bolsonaro como presidente de Brasil, con una agenda que
claramente buscaba distanciarse de las elites gobernantes, y las manifestaciones que
tuvieron lugar en Chile.

Al igual que ya había ocurrido en otras regiones del mundo, estos eventos tomaron por
sorpresa a la mayoría de los analistas. De repente, un hecho cambió el escenario
político. Esto por ejemplo había ocurrido con el ascenso al poder de Donald Trump en
Estados Unidos, de Narendra Modi en India y de Vladimir Putin en Rusia, y con la salida
de Gran Bretaña de la Unión Europea.

El panorama se vuelve aún más complejo si consideramos los efectos que el Covid-19
tendrá en nuestras sociedades. La región ya ha sufrido el 28% de las muertes causadas
por la pandemia a nivel mundial, y su economía experimentó una caída del 7,4% el año
pasado. A esto debemos sumarles otras consecuencias que tendremos que enfrentar
en el mediano y largo plazo. Entre estas se encuentran un aumento de la pobreza y la
informalidad y los menores niveles educativos que tendrá el 80% de estudiantes que
aún no han podido volver a asistir a clases presenciales.

¿Qué hacer frente a esta difícil realidad? En primer lugar, ser conscientes que los
cambios sociales que estamos observando eventualmente tendrán su contrapartida
política. Esto es lo que ocurre en las democracias. El gran desafío consiste entonces en
contar con liderazgos que sepan canalizar este malestar con la situación actual y
transformarlo en algo positivo. Dependiendo de la dirigencia que tengamos, las
instituciones republicanas se fortalecerán o se terminarán debilitando aún más,
nuestras economías crecerán o se estancarán definitivamente, y nos convertiremos en
sociedades inclusivas o nos encaminaremos hacia la desintegración.


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Liderar no es fácil. Requiere de una gran habilidad para alcanzar un equilibrio entre la
representación de los intereses y valores de la población y la necesidad de liderar las
transformaciones que nuestras naciones requieren para superar sus problemas. Esta
quizás sea la principal tarea que enfrentará nueva, y esperemos mejor, camada de
dirigentes.


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Francisco de Santibañes
Especialista en relaciones internacionales

La importancia de las alianzas


estratégicas con México y Brasil.


Alberto Fernández y Andrés Manuel López Obrador (6 de Marzo de 2021)

La reciente visita del presidente Alberto Fernández a México es sin lugar a duda una
buena noticia porque ayuda a fortalecer nuestra relación con un socio clave, pero no
por ello debemos perder de vista que nuestro socio estratégico es y debe seguir siendo
Brasil.

¿Por qué México es importante para la Argentina? En primer lugar, porque nos
permite reafirmar nuestra identidad latinoamericana. Más allá de los motivos
sentimentales y culturales por los cuales esto ya es importante de por sí, tener a
América Latina como nuestra área de pertenencia (a diferencia de América del Sur) nos
brinda la posibilidad de acercarnos a México cuando nuestra agenda no coincide con la
de Brasil. En definitiva, nos brinda mayor flexibilidad diplomática, que es un
instrumento esencial a la hora de defender nuestros intereses. Asimismo, México
representa un mercado atractivo por su compatibilidad con nuestra economía. Es por
este motivo que el acuerdo firmado por ambos presidentes, que permitirá exportar
más carne a este país, debe ser celebrado.Pero no debemos olvidar cuál era la


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situación en nuestra región antes de que estableciéramos una alianza estratégica con
Brasil. Hasta finales de los 1970, existía la posibilidad real de entrar en conflictos
militares con Brasil y, principalmente, con Chile. Buenos Aires y Brasilia competían en
prácticamente todas las áreas, incluso en el desarrollo de armas nucleares. Las malas
relaciones con estos países a la vez impedían el crecimiento del comercio regional y el
intercambio de inversiones. Fue en gran medida la alianza con Brasil la que permitió
traer mayor estabilidad a la región, dejando de lado décadas de rispideces y
desconfianza. Gracias a esto ganamos un socio clave.

Lejos de haber perdido relevancia, la relación con Brasil hoy se ha vuelto aún más
necesaria. En efecto, la competencia estratégica entre China y los Estados Unidos
eventualmente puede (si es que ya no lo hizo) terminar trasladándose a América
Latina. ¿Cuál es la lógica de esto? Dado el peligro que representa un conflicto directo
entre ambas potencias debido a la existencia de armas nucleares, Washington y Beijing
enfrentan incentivos para resolver sus disputas en ámbitos distintos al militar
(diplomático, tecnológico, cultural, etc.) y, cuando lo hagan militarmente, sea a través
de otras naciones. Por ejemplo, si Brasilia se suma al bloque liderado por una de estas
potencias y Buenos Aires al otro, la conflictividad volverá a nuestra región y las
consecuencias que esto tendrá para nuestra seguridad y bienestar serán
considerables. Por lo tanto, debemos comenzar a coordinar nuestra política exterior
con Brasil para evitar que este escenario se vuelva una realidad.

En el plano comercial, si bien México es importante para la Argentina debido a que


nuestras economías son compatibles, por cercanía y tamaño, Brasil es el socio clave.
Asimismo, el Mercosur puede servir de vehículo para integrarnos al mundo, ganando
así productividad y mejorando los ingresos de nuestros ciudadanos. Si esto aún no a
sucedido se debe más a errores propios que a un contexto internacional y regional que
nos perjudique.

En definitiva, debemos mejorar nuestra relación con México, pero también con
Brasil. Y para esto necesitamos que, más allá que existen actualmente entre los
gobiernos en Buenos Aires y Brasilia, la sociedad estratégica que nos une gane
intensidad.


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Un plan para la crisis educativa de


América Latina
22 de abril 2021


Una maestra habla con los alumnos durante una clase en una escuela pública de Montevideo, en medio
de la pandemia del nuevo coronavirus COVID-19, el 11 de agosto de 2020. PABLO PORCIUNCULA AFP/
GETTY IMAGES

Mientras China y Rusia aumentan su “diplomacia de vacunas” en América Latina, es
hora de que el gobierno del presidente Joe Biden haga algo parecido. Además de
ofrecer excedentes de vacunas estadounidenses, debería ofrecer clases gratuitas de
matemáticas, inglés y otras materias en línea para decenas de millones de niños en la
región.

Es algo que podría tener un gran impacto. Ayudaría a recomponer la imagen de
Estados Unidos tras la mezcla de indiferencia y arrogancia del gobierno de Donald
Trump, y ayudaría a reparar la calamitosa pérdida de todo un año escolar en la
mayoría de los países latinoamericanos.

América Latina ha sido la región del mundo más golpeada por la pandemia. Con el 8.5
por ciento de la población mundial, tiene el 28 por ciento de las muertes por COVID-19
del planeta.


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Y, en el campo educativo, unos 114 millones de niños latinoamericanos no han ido a la
escuela desde principios del año pasado, según un informe del 24 de marzo de UNICEF,
la agencia educativa de Naciones Unidas. Ese es el período más largo sin educación
presencial de cualquier región del mundo, dice la UNICEF.

“Es la peor crisis educativa (de la región) en su historia moderna”, dijo Jean Gough, la
directora regional de UNICEF. “En ningún otro lugar del mundo hay tantos niños sin
educación presencial”.

El Banco Mundial estima que al menos el 15 por ciento de los niños en América Latina
abandonará la escuela debido a la pandemia.

La pobreza de aprendizaje, como los expertos se refieren al porcentaje de niños de 10
años que no pueden leer o entender un texto simple, ya era del 51 por ciento en la
región antes de la pandemia. “La pandemia va a empeorar esto aún más”, dice el
Banco Mundial.

El gobierno de Biden tiene una oportunidad de oro para contrarrestar la “diplomacia
de las vacunas” de China y Rusia y lanzar un ambicioso plan hemisférico de salud y
educación en el marco de la IX Cumbre de las Américas.

La reunión de jefes de Estado de todo el continente, que se lleva a cabo cada tres o
cuatro años, estaba programada para este año en Estados Unidos, pero me dicen
funcionarios cercanos a la organización que probablemente se posponga hasta febrero
de 2022.

Como anfitrión de la Cumbre, Biden tendrá que ofrecer algo. China ya ha entregado o
tiene contratos para entregar más de 120 millones de sus vacunas Sinovac en la región,
y Rusia más de 70 millones de sus vacunas SputnikV, según el mapa de vacunación
para América Latina del Atlantic Council.


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Ecuador le propina un golpe al


populismo
Andrés Oppenherimer, 14 de abril 2021

No creo que la sorpresiva victoria del banquero Guillermo Lasso en las elecciones
del 11 de abril en Ecuador pueda leerse como el inicio de un giro regional hacia la
derecha en América Latina, pero sin duda fue un tremendo revés para la izquierda
populista en la región.

Pocos creían que Lasso ganaría. Estaba a 20 puntos porcentuales por detrás en las
encuestas seis semanas antes de su victoria. Para empeorar las cosas, tenía un
discurso pro-empresarial en un país devastado por la pandemia de COVID-19, y
ansioso por un cambio.

Y, sin embargo, Lasso logró cambiar su imagen en la segunda ronda electoral,
acercándose a los jóvenes, y las minorías, y ganó con un cómodo 52% del voto. Su
rival, el economista de izquierda Andrés Arauz, un protegido del ex presidente
populista Rafael Correa, sacó 47%.

Después de su victoria, Lasso prometió convertirse en un “gran aliado” de Estados
Unidos, dijo que honrará los acuerdos de Ecuador con el Fondo Monetario
Internacional y dijo que no invitará al dictador venezolano Nicolás Maduro a su
ceremonia inaugural.

Algunos analistas se apresuraron a concluir que la victoria de Lasso puede ser el
comienzo de una serie de victorias de candidatos antipopulistas en toda América
Latina. En los últimos tres años, los candidatos de izquierda y populistas han
ganado en Bolivia, Argentina y México.

Quienes pronostican un giro regional a la derecha dicen que es probable que la
candidata Keiko Fujimori gane en la segunda vuelta electoral de Perú. Según
resultados extraoficiales, Fujimori quedó en segundo lugar en la primera ronda
electoral, y competirá contra el ultraizquierdista Pedro Castillo en las elecciones
del 6 de junio. En la primera ronda, la mayoría de los peruanos votaron por
candidatos favorables al mercado.

Además, un candidato antipopulista podría ganar en las elecciones de Chile este
año si los partidos de izquierda siguen tan divididos como ahora, y el presidente de
derecha de Brasil, Jair Bolsonaro, podría ser reelegido en Brasil el año próximo,
dicen quienes pronostican un giro regional hacia la derecha.


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Pero no estoy seguro de que la victoria de Lasso en Ecuador se repita en toda la
región.

Lasso se benefició de una izquierda dividida y una abstención generalizada entre
los indígenas en la segunda segunda ronda electoral. Yaku Pérez, el líder indígena
de izquierda que quedó en tercer lugar en la primera vuelta, no respaldó a ningún
candidato en la segunda vuelta, lo que llevó a muchos de sus seguidores a no votar.
Además, Lasso comenzó a escalar en las encuestas al final de su campaña cuando,
por consejo de su asesor de imagen Jaime Durán Barba, se mostró más juvenil y
menos conservador.
































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Los ‘ejércitos de tuiteros’ de Maduro y


López Obrador | Opinión
Andres Oppenherimer, 8 de abril 2021

Muchos de nosotros sospechábamos desde hace tiempo que varios gobiernos


latinoamericanos han creado “ejércitos de tuiteros” para difamar a sus adversarios,
pero algunos escándalos recientes en Venezuela y México parecen demostrarlo con
lujo de detalles.

En Venezuela, la dictadura de Nicolás Maduro no solo está pagando a la gente un
bono por escribir o re-tuitear mensajes progubernamentales, sino que lo hace
abiertamente, según un nuevo estudio del Laboratorio de Investigación Forense
Digital (DFR-Lab) del Atlantic Council, un centro de estudios en Washington D.C.

El informe, titulado “Autocracia digital: el control de Maduro del entorno de
información en Venezuela”, dice que el régimen venezolano paga el equivalente a
un salario mínimo a las personas que amplifican mensajes pro-gubernamentales al
menos 400 veces al día.

“El régimen de Maduro ha implementado un amplio aparato de manipulación que
va desde medidas represivas como la censura, el cierre de Internet y el
silenciamiento de los críticos, hasta la propaganda ‘positiva’” como las
publicaciones en Twitter “realizadas por ciudadanos pagados”, dice el informe.

Daniel Suárez Pérez, coautor del informe, me lo dijo en una entrevista telefónica
desde Bogotá, Colombia que “hay muchos gobiernos que intentan influir en las
redes sociales, pero Venezuela es el que lo hace más abiertamente”. Añadió que “se
pueden encontrar instrucciones en las propias redes sociales del gobierno sobre
cómo ganar dinero” re-titeando mensajes a favor de Maduro.

El Ministerio de Comunicación e Información del régimen venezolano, conocido
por sus siglas MIPPCI, anuncia casi a diario en su cuenta de twitter la “etiqueta del
día” a su ejército de tuiteros, dice el informe. Los tuiteros pagos por el gobierno
luego escriben o re-tuitean mensajes usando la etiqueta recomendada.

Para recibir su pago, primero deben registrar sus cuentas de Twitter en una
aplicación del gobierno vinculada al “Carnet de la Patria”, la identificación que usa
el gobierno para pagar a los beneficiarios de sus planes sociales. A menudo, los
tuiteros publican con orgullo los recibos del gobierno, mostrando cuánto dinero
han ganado con sus tweets.


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Un ejemplo publicado en una cuenta progubernamental de Telegram el 19 de
enero muestra una “tabla de logros semanal” con un primer puesto de $384,000
bolívares, el equivalente a 22 centavos de dólar. Por poco que parezca, se trata de
un salario mínimo semanal en el país, uno de los más pobres de América Latina.

En México, la agencia de noticias estatal Notimex ha sido acusada de crear cuentas
en las redes sociales para atacar a los críticos del gobierno. La operación fue
orquestada directamente por la directora de Notimex, Sanjuana Martínez, según un
estudio realizado por el grupo de defensa de la libertad de prensa Artículo 19 y la
universidad ITESO en Guadalajara.

Diez testigos le dijeron al Artículo 19 que los ejecutivos de Notimex ordenaban a
los periodistas de la agencia crear cuentas falsas de Twitter y publicar mensajes
contra los críticos del gobierno.

El informe anual del Departamento de Estados sobre los Derechos Humanos ,
publicado el 30 de marzo, se refiere al caso Notimex y dice que los periodistas “que
hicieron preguntas difíciles al presidente” luego recibieron “ataques a través de
Twitter”.

Sorprendentemente, en lugar de despedir inmediatamente a la directora de
Notimex, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador la ha apoyado. Un
día después de la publicación del informe del Departamento de Estado, López
Obrador dijo que Martínez “merece todo nuestro respeto y es una buena
periodista”, y arremetió contra sus acusadores.

En los últimos años, también se ha reportado que el ex presidente de Ecuador,
Rafael Correa, y la ex presidenta y actual vicepresidenta de Argentina, Cristina
Fernández de Kirchner, también orquestaban redes en Twitter para hostigar a sus
críticos.

Tal vez sea poco lo que podamos hacer con respecto a Venezuela, porque es una
dictadura que está siguiendo los pasos de Cuba para suprimir totalmente la
libertad de expresión.

Pero en el caso de México y otros países que se jactan de defender las libertades
fundamentales, los ejércitos de tuiteros pro-gubernamentales deben ser
denunciados por lo que son: ataques abiertos contra la libertad de expresión.


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Carlos Malamud
Investigador principal, Real Instituto Elcano |
@CarlosMalamud

Rogelio Núñez
Investigador senior asociado del Real Instituto Elcano y
profesor colaborador del IELAT, Universidad de Alcalá de Henares | @ RNCASTELLANO

La democracia latinoamericana tras un


año de pandemia.

El 26 de febrero de 2020 se dio a conocer oficialmente en Brasil el primer caso


de SARS-CoV-2 en América Latina. Así comenzó un año que ha acelerado tendencias, la
mayoría preexistentes, y ha agravado la magnitud de muchos de los déficit existentes,
que han cobrado aún mayor relevancia y calado. Un año después, como era de prever,
América Latina no sólo no ha salido fortalecida de estos embates, sino que también ha
visto incrementadas sus debilidades en todos los ámbitos: desde el político-
institucional al económico-social, pasando por la integración, que nuevamente ha
mostrado sus grietas, limitaciones e ineficiencias.


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América Latina es una de las regiones del mundo más afectadas por la pandemia, con
cerca de 23 millones de contagiados y más de 600.000 muertos a mediados de marzo
de 2021. Con poco más del 8% de la población del planeta, tiene casi el 20% de los
contagiados y casi el 30% de los muertos del mundo. Además, el virus ha provocado
una fuerte contracción económica, con una caída media del PIB regional del 7,7%, el
cierre de casi 3 millones de empresas y un fuerte incremento del desempleo, que
afecta sobre todo a jóvenes y mujeres. Las consecuencias sociales de esta crisis
suponen un retroceso de 12 años en los niveles de pobreza y de 20 en la pobreza
extrema. Si bien estas se habían incrementado entre 2014 y 2019, cuando la pobreza
pasó de 162 millones a 187 millones y la extrema de 46 millones a 47 millones, en tan
sólo un año de pandemia el número de pobres aumentó en 22 millones, tanto como
en todo el lustro anterior.

El COVID-19 ha dejado en evidencia, y hecho aún más urgente sí cabe, la necesidad de


acometer profundas reformas estructurales, que permitan afianzar la gobernabilidad
de unos sistemas democráticos seriamente amenazados. El virus ha acelerado
el deterioro político-institucional y aumentado la desconfianza de la ciudadanía con los
políticos y las instituciones. No en vano, las últimas protestas tienen, cada vez más, un
fuerte componente antielitista, con independencia del origen y la composición de
estas elites. De ahí, que el principal objetivo de este Análisis sea poner de relieve los
desequilibrios que está generando la pandemia en los sistemas políticos
latinoamericanos, a la vez que identificar los desafíos y amenazas que se ciernen sobre
las ya frágiles democracias regionales.

Pandemia y desafección democrática


El coronavirus ha afectado a múltiples aspectos de nuestra vida cotidiana, pero
también las bases económicas y los fundamentos políticos, así como los equilibrios
sociales de nuestras sociedades. Como no podía ser de otro modo, todo esto está
afectando la convivencia, las instituciones republicanas y, en algunos casos, la propia
esencia de la democracia. Y ocurre tanto a nivel mundial como latinoamericano. El
asalto al Capitolio en Washington (6 de enero) y la suspensión de una sesión en la
Cámara de Representantes (4 de marzo), si bien responden a problemas más
profundos relativos al funcionamiento y crisis de las democracias liberales, también
reflejan otras amenazas nacidas directamente de la pandemia, como el creciente
cansancio social ante los confinamientos y otras medidas restrictivas de la movilidad.

Siendo un fenómeno global, el COVID-19 se ha cebado con particular celo en América


Latina. Así, ha debilitado sus pilares económicos, afectando a unas sociedades que a
fines de 2019, meses antes de la llegada del virus, venían mostrando desde hace
tiempo claras señales de alarma de desafección democrática. El malestar ciudadano
con el funcionamiento de las instituciones respondía a una creciente frustración de


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expectativas, que habían comenzado a acelerarse a partir del fin del súper ciclo de las
materias primas. En esta ocasión, los Estados latinoamericanos, históricamente
ineficientes para implementar políticas públicas, en general no contaron con las
herramientas suficientes (financieras, materiales, sanitarias y humanas) para afrontar
la pandemia.

La rápida expansión del virus obligó a los gobiernos latinoamericanos a replicar recetas
importadas: estados de alarma y excepción, medidas de confinamiento y mayor
presencia en las calles de las fuerzas armadas y de seguridad (policía). Estas políticas,
sumadas al temor al contagio y a la necesidad de mantener distancias de seguridad
mínimas provocaron el efecto no deseado de achatar la curva de las intensas protestas
del último trimestre de 2019. La menor presencia de la movilización callejera fue un
espejismo pues no suponía su desaparición, sino sólo un reacomodamiento transitorio.
De hecho, debido a la fuerte repercusión social de la pandemia (aumento de la
pobreza y la extrema pobreza, de la informalidad, de la deserción escolar o de la
desnutrición infantil, etc.) la conflictividad ha resurgido entre finales de 2020 y el
comienzo de 2021.

Mucha gente vivió todas estas medidas que tendían a limitar los movimientos como un
avance autoritario sobre los derechos individuales, lo que agudizó la dicotomía entre
garantizar el derecho a la vida y la plena vigencia de las libertades. Por supuesto que
estas actitudes fueron mucho más amplificadas por aquellos sectores ubicados en la
oposición que por los más próximos al gobierno, con independencia de su adscripción
política-ideológica.

La pandemia ha hecho más evidentes las debilidades de los Estados y de las


administraciones para atender la crisis sanitaria, provocando un incremento de la
desafección con las instituciones democráticas. También se observa una peligrosa
tendencia a apoyar soluciones populistas y personalismos carismáticos y demagógicos.
La desconfianza hacia el Estado tan propia de la cultura política latinoamericana– ha
dado paso, tras la bonanza económica, a esta desafección, convertida en algunos casos
en abierto rechazo al sistema.

El COVID-19 no ha creado un problema nuevo, sino que ha acelerado muchos de los


previamente existentes. Tanto el Latinobarómetro como el Barómetro de las Américas,
del Proyecto de Opinión Pública de América Latina (LAPOP) de Vanderbilt University
vienen señalando desde hace más de una década cómo el respaldo a la democracia
sigue cayendo. Según el LAPOP este ha pasado de casi el 70% en 2008 a menos del
58% desde 2015. Parece claro que el deficiente papel estatal durante la crisis sanitaria
no contribuirá a elevar su aceptación. Los Estados latinoamericanos fueron incapaces,
como en casi todo el mundo, de contener la expansión del virus. Pero en este caso, su
mínima capacidad de planificación a medio y largo plazo y su poco músculo fiscal


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impidieron que se pusieran en marcha, salvo en Brasil y Perú, planes de ayuda
consistentes para los sectores más vulnerables. Paraguay, que en la primera ola tuvo
mucho éxito en su contención, ha sufrido recientemente fuertes movilizaciones que
provocaron una crisis de gabinete por la mala gestión a la hora de adquirir las vacunas
y garantizar el suministro de medicamentos a los hospitales. La ineficiencia se une a la
corrupción y está detrás de lo que se perfila como una nueva oleada de protestas,
como en Paraguay (marzo de 2021), Guatemala (fines de 2020) y Chile, donde se
mezcla la desafección de los sectores urbanos capitalinos y la problemática indígena
en la Araucanía.

La pandemia no sólo ha acelerado las cuestiones institucionales, sino que también ha


profundizado otros problemas políticos que también dañan la institucionalidad
democrática. A los fallos de gestión, con Chile como la principal excepción regional (en
marzo de 2021 era el país que en términos relativos más rápido vacunaba del mundo),
se unieron varios escándalos (vacunagates o vacunación VIP en Argentina, Chile o
Perú), cuando dirigentes políticos o sus amigos y familiares se vacunaron
anticipadamente sin atender a los turnos establecidos ni cumplir con los requisitos
demandados. Sin embargo, en Venezuela de forma pública se anunció que junto al
personal de salud y a las personas vulnerables los restantes sectores prioritarios serían
las autoridades gubernamentales y dirigentes políticos ofcialistas, los diputados y los
cuerpos de seguridad.

Evidentemente, estos hechos contribuyen a profundizar la distancia entre la


ciudadanía y las elites políticas apegadas a sus privilegios y a utilizar el clientelismo, el
favoritismo y la corrupción para sostenerse en el poder. La cascada de dimisiones (del
ministro de Salud argentino y varios ministros peruanos) no sirvió para calmar la
desconfianza ciudadana con las instituciones, o al menos hacia quienes las dirigen. De
ahí que en estos momentos sean muchos los gobiernos empeñados en hacerse con
grandes lotes de vacunas, con independencia de su origen, para poder vacunar cuanto
antes a un sector de la población lo más amplio posible. Por supuesto que la urgencia
por dotarse de vacunas es directamente proporcional a la proximidad de las
elecciones.

La polarización, el fenómeno que define de forma creciente la vida política


latinoamericana, deteriora la convivencia y la institucionalidad. La polarización actual
reúne un conjunto de características diferentes a la tradicional y hasta sana
polarización electoral y divide a las sociedades en dos partes, o incluso en múltiples
facciones. Cada facción tiene su propia visión del país, no sólo diferente sino también
incompatible con la otra, impidiendo alcanzar los mínimos consensos políticos. La
crispación polarizante excede a los períodos electorales y se prolonga más allá. En
Argentina, la famosa “grieta” fractura al país y la sociedad (incluidas familias) en dos
bandos irreconciliables (kirchneristas y antikirchneristas) pero, de una forma u otra, se


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reproduce en casi toda la región. En Bolivia, el revanchismo político se vincula a
movimientos pendulares: la persecución contra Evo Morales en 2019-2020 fue seguida
por otra similar contra el gabinete de Jeanine Añez, acusada de “terrorismo” y
posteriormente detenida.

En algunos países latinoamericanos la pandemia provocó dos impactos iniciales. Por un


lado, tímidos, aunque transitorios, intentos de potenciar las respuestas públicas
mediante el diálogo entre gobierno y oposición. En Argentina, el presidente
kirchnerista Alberto Fernández comparecía ante la ciudadanía, en los meses iniciales
de la expansión del virus, arropado por un cercano aliado político, el gobernador de la
provincia de Buenos Aires Axel Kicillof y también por Horacio Rodríguez Larreta, jefe
del gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) y uno de los principales
líderes antikirchneristas. Sin embargo, estas imágenes de consenso fueron breves y
terminaron desplazadas por la crispación y la utilización política de la crisis sanitaria. A
finales de 2020 ese consenso había muerto y fue sustituido por la guerra institucional
entre la Casa Rosada y el gobierno porteño. En Chile, la tentación de aprovechar la
coyuntura para impulsar un impeachment al presidente Piñera la barajó parte de la
oposición durante 2020. Esta opción se concretó en Perú, desencadenando la caída de
Martín Vizcarra (noviembre de 2020) y una crisis institucional que, en medio de fuertes
protestas y movilizaciones, provocó la seguidilla de tres presidentes en menos de un
mes.

La coyuntura aceleró la debilidad de los parlamentos. Primero por la concentración de


poder en torno a la figura presidencial, pero también por la situación de emergencia y
al hilo de una creciente personalización de la política. En segundo lugar, los congresos
y asambleas tuvieron problemas para funcionar por la disminución o la congelación de
la actividad parlamentaria, con la consiguiente pérdida de la capacidad de control
sobre el Poder Ejecutivo. En ciertos casos, la alternativa fue introducir sesiones
virtuales o semivirtuales. Y tercero, la fragmentación de algunos parlamentos (las
elecciones peruanas de 2020 o las guatemaltecas de 2019 son buenos ejemplos) los
acaba condenando a la parálisis.

Pero no sólo la fragmentación y la parálisis legislativa merman la legitimidad de las


instituciones. Las elecciones de carácter plebiscitario son otro fenómeno igual de
dañino para la institucionalidad democrática. Esto ocurrió en México en 2018 y en El
Salvador en febrero de 2021. En ellas, una sola fuerza alcanza una hegemonía de tal
magnitud que la oposición queda muy debilitada (casi pulverizada) y con poca
capacidad de control sobre el ejecutivo. El salvadoreño Nayib Bukele conquistó el
respaldo de más de tres cuartos de la Asamblea, entre diputados de su partido y otros
aliados. En países como Guatemala la cooptación resuelve los problemas producidos
por la fragmentación y, al final, alianzas de intereses que van más allá de la política


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coinciden para conformar organismos favorables al presidente y a sus nuevos y
circunstanciales aliados.

Otro factor que arroja dudas sobre la solidez de la institucionalidad democrática en


América Latina es el protagonismo militar en el combate contra la
pandemia (funciones sanitarias, reparto de alimentos, control de la seguridad, etc.).
Este fenómeno llevó a analistas y observadores a hablar de una creciente
militarización de los sistemas políticos que ya venía incrementándose desde los años
90 para combatir el aumento de la criminalidad ante el desbordamiento de las fuerzas
policiales. Esta posición sostiene incluso que “los militares nunca se fueron de América
Latina” y apelaba a recuerdos poco halagüeños de las décadas de 1960 a 1980 y de la
“doctrina de la seguridad nacional”.

Sin embargo, el papel actual de las fuerzas armadas es muy diferente al que ejercieron
hace medio siglo por dos razones. En primer lugar, los ejércitos actuales no poseen el
músculo financiero de antaño, al recibir, salvo excepciones, una menor parte del
presupuesto nacional. Segundo, por la falta de una estrategia política que legitime
ante la sociedad y el gobierno semejante injerencia. El papel protagonista que han
jugado en los cuatro últimos lustros algunos ejércitos ha respondido no a una decisión
institucional de las propias fuerzas armadas sino al papel que le han concedido algunos
presidentes que pusieron a los militares a su servicio, bajo el paraguas de un mayor
compromiso social del ejército con el proyecto nacionalista, a veces presentado como
revolucionario (Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Ecuador o incluso Argentina con Cristina
Kirchner). No se trata del mismo proceso de los 60 y 70, cuando la institución militar se
hizo cargo de la conducción del Estado amparada en planteamientos como “la doctrina
de seguridad nacional”. En la actual coyuntura son determinados mandatarios quienes,
ante la debilidad de las instituciones, buscan consolidar su poder apoyados en una de
las pocas instituciones –las fuerzas armadas– que cuentan con un aparato con alcance
y presencia en todo el territorio.1

La debilidad de los Estados, por su escaso músculo financiero para poner en marcha
planes de ayuda para los sectores más afectados por la pandemia, y de las
administraciones para gestionar la crisis ha favorecido la emergencia de liderazgos
personalistas. Los nuevos caudillos transmiten un mensaje más anti-elite que
antisistema. En el contexto de la pandemia han emergido algunos “COVID-populistas”,
como López Obrador, Bolsonaro, Ortega y Bukele. Pese a sus distintas tendencias
ideológicas, todos mostraron un cierto desprecio ante la pandemia y, en algunos casos,
actitudes negacionistas. En determinados países, como Brasil (permiso de llevar
armas), Nicaragua y El Salvador la pandemia aceleró pulsiones autoritarias ya
presentes. En este sentido sobresalió Bukele, que en febrero de 2020 fue a la
Asamblea acompañado de militares y policías para presionar a los legisladores en
respaldo de sus iniciativas. En El Salvador la lucha contra el virus permitió reforzar


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medidas, leyes e instancias antidemocráticas, en línea con lo que ocurre en otras
partes del mundo, como en la Hungría de Viktor Orbán.

Los COVID-populismos son un ejemplo del nuevo tiempo existente en la región. Es la


cuarta ola populista. La primera, el “populismo clásico”, tuvo lugar en las décadas de
1930 a 1950 y fue protagonizado por Juan Domingo Perón y Getulio Vargas, entre
otros. La segunda (populismo “neoliberal”) fue encarnada por Carlos Menem y Alberto
Fujimori en los años 90. Y la tercera, el neopopulismo bolivariano de Hugo Chávez,
entre 1999 y 2013. Esta cuarta ola viene marcada por figuras ajenas a los partidos
tradicionales o que han roto con estas fuerzas. Fue el caso del hondureño Salvador
Nasralla en 2017 o del guatemalteco Jimmy Morales en 2015 y, más recientemente, de
López Obrador, Bolsonaro y Bukele.

Suelen ser líderes de movimientos personalistas, como Bolsonaro y López Obrador.


Este último, ex priista y ex perredista, creó Morena, su actual partido, a su imagen y
semejanza. Tienen un mensaje polarizador y demagógico, crítico con el sistema
político y de partidos. López Obrador, sin hacer ninguna distinción, calificaba de “mafia
del poder” a todos sus rivales. Sus propuestas son de corte autoritario. El chileno José
Antonio Kast, que tuvo un 7,9% de los votos en las últimas elecciones, reivindica el
legado de Augusto Pinochet. El “partido” uruguayo Cabildo Abierto, del ex general
Guido Manini Ríos, levanta la bandera del orden. Bolsonaro ensalza repetidamente
desde los años 90 al régimen militar (“el error de la dictadura fue torturar y no matar”)
y la mano dura (“los policías que no matan no son policías”). No desarrollan
planteamientos políticos elaborados sino que su principal (y a veces único) argumento
es el combate contra la corrupción y la clase política tradicional. El guatemalteco
Morales alcanzó la presidencia con un solo mensaje “ni corrupto, ni ladrón”, lo que
decía más del deterioro de la clase política del país que de sus propias virtudes. López
Obrador asegura que atacando la corrupción se acabarán los restantes problemas de
México.

Son líderes oportunistas, habitualmente sin partidos ni cuadros políticos sólidos y sin
un programa estructurado. Suelen apoyarse en fuerzas políticas marginales: Bolsonaro
encabezó el insignificante Partido Social Liberal (PSL) y Bukele creó de la nada Nuevas
Ideas. Apoyados en su carisma y en mensajes sencillos, explotan el resentimiento
social y la frustración de expectativas para canalizar la desafección con la política y los
políticos. Ofrecen explicaciones maniqueas y soluciones simples para conflictos
complejos y su discurso, poco sofisticado para llegar mejor a todos los sectores
sociales, es un compendio de propuestas simplistas. Son, como Trump, políticamente
incorrectos (hasta soeces en algunos casos) porque se atreven a verbalizar lo que una
parte de la población piensa, pero que hasta ahora ningún político decía abiertamente.
Si Trump lanzaba sin ambages frases machistas y xenófobas, Bolsonaro señala que las


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mujeres deben “ganar menos porque se quedan embarazadas” y el peruano Rafael
López Aliaga reivindica en 2021 valores tradicionales y ultracatólicos.

El nuevo populismo, vacío de contenido ideológico, se apoya en mensajes y acciones


nacionalistas y en apelar a los sentimientos (demonización del adversario y
construcción de un enemigo que encarna, como diría el peronismo clásico, “la
antipatria”). Bukele, tras ganar las legislativas de febrero de 2021, convocó a un
diálogo nacional del que excluyó a las viejas formaciones políticas (FMLN y Arena) que,
pese a estar muy disminuidas, representan todavía a una cuarta parte de la población.
No sólo impulsan el proteccionismo, cuestionando la seguridad jurídica y
desincentivando la inversión extranjera (la legislación energética de López Obrador),
sino que también obstaculizan la integración regional. La crisis sanitaria ha mostrado
cómo cada país ha ido por su lado al negociar la compra de vacunas y otros productos
de protección individual. Al no haber desarrollado una estrategia global y coordinada,
América Latina evoluciona de forma heterogénea y diferente ante la vacunación.
Mientras Chile había vacunado en marzo en torno al 30% de la población y Costa Rica a
más del 4%, Guatemala sólo había inoculado al 0,13%.

El aspecto político en el que más se notó los efectos de la pandemia sobre la


democracia fue en el terreno electoral, tanto en lo relativo a la celebración de
elecciones y su participación, como a la organización y realización de campañas y la
mecánica de votación. En 2020 se postergaron varios comicios en América Latina: en
algunos casos hubo motivaciones de conveniencia política y en otros sanitarias, como
en las presidenciales bolivianas (pospuestas en dos ocasiones) y dominicanas, del
plebiscito chileno y de varios comicios locales (Brasil, Chile y Paraguay).

Existen rumores sobre una posible postergación de las elecciones legislativas de


Argentina y México, donde el voto de castigo podría perjudicar a unos gobiernos de un
desempeño bastante mediocre contra la pandemia. La sola idea de posponer la
elección por ventajismo electoral, aunque aduciendo motivaciones sanitarias, no deja
de ser profundamente antidemocrática.

Una constante omnipresente en cualquier discusión electoral es garantizar la


seguridad de los votantes y las autoridades electorales, junto al voto de los ciudadanos
contagiados por el virus. El SARS-CoV-2 se ha convertido en un potente factor
desincentivador del sufragio, al punto que ha aumentado la preocupación por la
participación electoral. Desde un punto de vista técnico, las principales cuestiones son
la organización de las colas para votar, la circulación en los lugares de votación, la
ampliación de la jornada electoral (bien en horas o bien en días), la emisión del voto
(por correo, voto anticipado, voto telemático), etc. De todas formas, la elevada
abstención registrada en las legislativas venezolanas o salvadoreñas está más
relacionada con circunstancia políticas coyunturales (la no participación de la


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oposición en Venezuela) o responde a la cultura política nacional (El Salvador). En las
presidenciales de Ecuador, por el contrario, votó más del 80% del censo.

Sin embargo, la cuestión sigue siendo cómo afectará la pandemia al intenso ciclo
electoral 2021-2024, cuando todos los países de la región, salvo Bolivia (que lo hizo a
fines de 2020) y Cuba (dado su particular sistema político), elijan o reelijan a sus
presidentes. Junto a las presidenciales, habrá numerosas elecciones parlamentarias,
locales y regionales, a la vez que diversos plebiscitos y referéndums.

Figura 2. Elecciones presidenciales latinoamericanas, 2021-2024



Año País
2021 Ecuador, Perú, Nicaragua, Chile y Honduras
2022 Costa Rica, Colombia y Brasil
2023 Guatemala, Argentina y Paraguay
2024 México, El Salvador, Panamá, República Dominicana,

Uruguay y Venezuela
Fuente: elaboración propia.

Como en años anteriores, primará el voto de castigo a los oficialismos, Pero, en esta
ocasión, estará determinado por la gestión de la pandemia, su coste humano y
económico y la velocidad y transparencia de la vacunación. Si bien, cuanto más nos
alejemos de 2021 y 2022, el castigo ciudadano podría ser menos contundente,
dependiendo de la fecha en que la pesadilla comience a quedar atrás y de la velocidad
de la recuperación económica. El voto de castigo afectará a todos los gobiernos,
independientemente de su color político, complicando el propósito de parte de la
izquierda regional, la autoproclamada “progresista”, de recuperar el poder.
Obviamente, allí donde las reglas de juego electoral se subordinan a la continuidad del
gobierno en el poder (Venezuela y Nicaragua) será complicada la alternancia.

Resultados como el de las elecciones locales bolivianas de este mes de marzo


demuestran lo anterior: el MAS (que arrasó en las presidenciales de octubre de 2020
superando en primera vuelta el 55% de los votos y aventajando en casi el 30% al
principal líder opositor) si bien ha conquistado la mayoría de las gobernaciones y de los
municipios rurales ha visto reducido su poder en la mayoría de las principales ciudades
bolivianas (La Paz, El Alto, Santa Cruz y Cochabamba), que serán gobernadas en el
próximo lustro, por líderes opositores. La contestación a la hegemonía de Evo Morales
y del MAS ha provocado el surgimiento de nuevos liderazgos con perfiles muy
diferentes, que van desde la derecha extrema (Luis Fernando Camacho en Santa Cruz)
a ex masistas (Eva Copa, mujer, joven y aimara). Copa se impuso en la simbólica ciudad
de El Alto. Es probable que tras el presente ciclo se mantenga la fragmentación y la
heterogeneidad regional.


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La institucionalidad democrática se ha visto positivamente afectada (con mayor
participación e involucramiento político) y negativamente por la creciente importancia
de las redes sociales. La desaceleración económica y el deterioro social alimentan un
creciente malestar encauzado a través de las redes sociales, convertidas en caldo de
cultivo para la agitación social y la polarización política. En las protestas de 2019 se
comprobó cómo las redes permitían legítimamente amplificar la protesta (Colombia)
o, no tanto, coordinar acciones violentas (Chile). En Colombia, la Policía Nacional logró
establecer la relación entre los actos vandálicos de 2019 y 2020 con hechos similares
ocurridos en Chile, en octubre de 2019. Un grupo especial de inteligencia estableció
que al menos 10 colombianos e igual número de chilenos han estado en contacto para
compartir experiencias y hacer más virulentas las jornadas de protesta en las que los
bienes estatales y los uniformados son blanco de ataques.

Las redes sociales, que se han convertido en el principal vehículo para la demagogia
(Bukele) o los mensajes negacionistas respecto al virus (Bolsonaro), también permiten
gobernar de otra manera. Es el caso de Bukele y de López Obrador, que parecen estar
modernizando los viejos usos del populismo tradicional, basado en el desprecio a las
instituciones y en el contacto directo con las masas, que ahora se hace vía WhatsApp,
Twitter o Facebook. Una investigación del diario salvadoreño Prensa Gráfica señala
que con Bukele la neutralidad institucional ha desaparecido y que Twitter se han
transformado en una herramienta partidista. La cuenta de Bukele fue, durante la
emergencia del COVID-19, “la principal fuente de información institucional pública”,
con constantes actualizaciones del desarrollo de la pandemia, pero también con
noticias de alto contenido polémico y proselitista, que acentuaban las diferencias
entre su gobierno y la oposición, especialmente la Asamblea Legislativa.

De ahí la importancia de evaluar el papel de las redes sociales y las campañas de


desinformación. Para ello es necesario desarrollar una agenda legislativa equilibrada
que refuerce la estabilidad y la gobernabilidad ante las fake news, sin dañar el derecho
a la libre expresión y las libertades ciudadanas. Como señalara Antoni Gutiérrez-Rubí,
las redes se han transformado en caldo de cultivo para las movilizaciones en tanto
canalizadoras de la fatiga pandémica. Gracias a la generalización de las nuevas
tecnologías se ha reforzado la comunicación entre los diversos grupos involucrados y
se ha incrementado la capacidad de presionar y desafiar a las fuerzas de seguridad. La
“tecnopolítica” articula “protestas líquidas”, sin liderazgos claros y sin una única
reivindicación, lo que dificulta la negociación. Si bien legislar sobre las fake news puede
convertirse en una peligrosa herramienta en manos de gobiernos autoritarios como
forma de recortar libertades, no es menos cierto que las propias redes –e incluso
gobiernos extranjeros– convierten las noticias falsas en caballos de Troya capaces de
alterar, cuando no dañar, la gobernabilidad democrática.


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Parálisis reformista y nuevo pacto social


La institucionalidad democrática se ha deteriorado por la falta de respuestas eficientes
de los aparatos del Estado y los sistemas políticos y partidistas ante los problemas de
la ciudadanía y su incapacidad para canalizar sus demandas. La crisis actual ha
agravado los problemas socioeconómicos que venían lastrando a la región desde 2013
y, además, ha reducido el margen de acción gubernamental para impulsar la agenda
de reformas estructurales. Los países latinoamericanos siguen atrapados en una
parálisis reformista prolongada por más de casi dos lustros: la desafección ciudadana
en 2019, la pandemia de 2020 y el renacido malestar popular en 2021 han
desincentivado y hecho aún más difícil poner en marcha cualquier tipo de
transformación. La fragmentación política y la polarización complicó la gobernabilidad
y la forja de consensos para impulsar las reformas estructurales. Además, el intenso
ciclo electoral (2017-2019) dificultó la puesta en marcha de proyectos consensuados,
lo que podría repetirse en la actual coyuntura (2021-2024). Algunos gobiernos que
trataron de poner en marcha planes de reforma, como el de Mauricio Macri,
naufragaron por su timidez (2015-2017) o por la demora de los cambios (2017-2019).

La paralización de las reformas y el deterioro económico-social desembocó en las


protestas de 2019, símbolo del malestar ciudadano y la desafección hacia unas elites
cada vez más autistas y unas administraciones incapaces de recuperar la senda del
crecimiento económico. En 2020, ante los confinamientos y otras medidas adoptadas,
la pandemia detuvo las protestas y llevó a los gobiernos a atender la doble crisis
sanitaria y económica, mientras posponían nuevas reformas. Hoy, quien más lejos ha
ido en implementar una agenda reformista es Lacalle Pou, en Uruguay, pero la
pandemia ha ralentizado sus proyectos, teniendo en cuenta que su gobierno asumió
en marzo de 2020, cuando comenzaba a expandirse el virus por América Latina.

En 2021 se han reiniciado las movilizaciones sociales y las protestas, como se vio a
fines de 2020 en Guatemala. El malestar va en aumento por las consecuencias sociales
de la pandemia. El deterioro social es un caldo de cultivo para posibles nuevos
estallidos. Michelle Bachelet, alta comisionada de la ONU para Derechos Humanos,
alertó que “el desarrollo de la crisis socioeconómica y humanitaria… corre el riesgo de
agravar aún más este descontento y podría desencadenar una nueva ola de disturbios
sociales”. Los últimos sucesos en la región parecen darle la razón. El empeoramiento
de la situación económica, el deterioro de las expectativas y unos gobiernos con bajos
índices de aprobación, que llegan desgastados y con escaso margen de acción al final
de sus mandatos, explican los estallidos de violencia y protestas en Haití, Chile (en la
Araucanía y también en Santiago), en Paraguay (descontento ante la mala gestión
pública) y en algunas provincias argentinas, como Formosa.


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La polarización política no ayuda, mientras la política regional gira en torno a
liderazgos y propuestas polarizantes, que se dirimen entre cada una de ellas y su
respectivo opuesto, como ocurre con el kirchnerismo en Argentina, el masismo en
Bolivia, el correísmo en Ecuador, el chavismo en Venezuela, el bolsonarismo en Brasil,
con López Obrador en México y Bukele en El Salvador. En esta coyuntura descrita no
hay que perder de vista las circunstancias particulares de cada gobierno, teniendo en
cuenta que unos apuran la recta final de su gestión (Lenín Moreno en Ecuador, Iván
Duque en Colombia y Juan Orlando Hernández en Honduras); otros están pendientes
del calendario electoral a corto (2021: El Salvador, Perú, Chile, Argentina y México) y a
medio plazo (2022: Brasil) y finalmente están los que no tienen respaldo suficiente
(Guatemala y Costa Rica) o son renuentes a las reformas (Bolivia, Nicaragua y
Venezuela), aunque se perciben ciertos síntomas en materia económica en Venezuela
y en Cuba con la unificación monetaria.

Conclusiones
La pandemia ha puesto al descubierto las debilidades estructurales de América Latina
(institucionales, administrativas, políticas, económico-comerciales y sociales) y ha
acelerado procesos previos. También ha reforzado la idea de afrontar el futuro post-
pandemia no como una vuelta a la “vieja normalidad”, sino como una posibilidad para
construir nuevos marcos institucionales, políticos, económicos y sociales, en lo que
algunos llaman un “nuevo pacto social”.

Las democracias latinoamericanas, que han demostrado capacidad de resiliencia desde


los años 80 superando momentos críticos como la “Década Perdida” y el final de la
bonanza económica desde 2013, atraviesan ahora el momento más delicado y
complejo desde hace 40 años. Han entrado “fatigadas” a la tercera década del siglo
XXI, como ha señalado reiteradamente Manuel Alcántara, y tras la pandemia emergen
no sólo más debilitadas sino también desafiadas por la emergencia de una alternativa
iliberal (personalista, autoritaria y ajena a la institucionalidad liberal-democrática).

Esa alternativa surge, se nutre y avanza porque los sistemas democráticos y las elites
que los conducen (o se aprovechan de ellos) han dado reiteradas señales de no ser
capaces de articular soluciones para los problemas de la ciudadanía (inseguridad
ciudadana, acceso a los servicios, desempleo, pobreza y desigualdad de
oportunidades) ni de canalizar las expectativas en cuanto a mejora social, individual e
intergeneracional. La polarización, la crispación y la fragmentación políticas que
atenazan a las democracias en América Latina han profundizado la parálisis de los
gobiernos e impedido poner en marcha reformas estructurales para potenciar el
músculo fiscal de las administraciones, palanca para diseñar políticas públicas más
eficaces y eficientes y responder a las expectativas de la población.


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Los sistemas democráticos latinoamericanos no sólo sufren un proceso de desgaste y
creciente desafección ciudadana, sino que tampoco han logrado evolucionar al compás
del cambio social, económico y tecnológico. La elite política luce desconectada de la
realidad social pues continúa apelando a políticas clientelares, al tacticismo político-
partidista y a la corrupción para gestionar lo público. Unas estrategias que la separan
de unas clases medias heterogéneas y amenazadas que buscan respuestas rápidas a
sus acuciantes e inmediatos problemas socioeconómicos y de representación política.

La alternativa iliberal, que encarnan desde la izquierda y la derecha figuras como


Bukele, Bolsonaro, López Obrador, José Antonio Kast y Rafael López Aliaga, promete
soluciones sin demoras y comunicación directa por encima y al margen de una
institucionalidad liberal-democrática que conlleva procesos más complejos, de
búsqueda de consensos, largos y, en ocasiones, difíciles de comprender en toda su
dimensión. La propuesta antiliberal construye un universo de nuevas identidades
colectivas basadas en la creación de adversarios fácilmente definidos (la clase política
denominada tradicional) retroalimentando la vigente crispación polarizante y, a la vez,
apelando a los sentimientos y a la frustración de expectativas para ganar apoyo.

Por primera vez desde los años 60, las democracias latinoamericanas tienen ante sí un
modelo alternativo. Ya no son las dictaduras militares basadas en la doctrina de la
seguridad nacional, sino que ahora son regímenes iliberales (autoritarios y ajenos a la
institucionalidad republicana). Que la región se deslice hacia un lado o permanezca
dentro de los parámetros democráticos dependerá de dos circunstancias. En primer
lugar, de la fortaleza de las propias instituciones, que son mucho más sólidas en países
como Brasil y México que en El Salvador o Guatemala. Y, en segundo lugar, su
sobrevivencia estará vinculada a la capacidad de los Estados y de los sistemas políticos
y de sus elites por cambiar, adaptarse a los nuevos tiempos y modernizarse: los
Estados, abandonando los vicios del pasado (clientelismo y corrupción) y apostando
por construir administraciones eficaces y eficientes capaces de impulsar políticas
públicas de largo plazo apoyadas en sólidas alianzas público-privadas y en la garantía
del respeto a la seguridad jurídica; y los sistemas políticos y partidistas, mejorando su
capacidad para representar a la ciudadanía y canalizar las demandas.

Es muy probable que todos estos problemas continúen agravándose cuando la


pandemia comience a quedar atrás y la resaca deje a la vista sus catastróficos efectos
sociales, económicos y, también, individuales. Entonces emergerá la necesidad de
articular un nuevo contrato social que permita gestionar mejor la reconstrucción y
elaborar nuevos marcos legales, políticos e institucionales que propicien la cohesión
social y fortalezcan la institucionalidad democrática. Es necesario incrementar el
vínculo entre la ciudadanía y el Estado. Para ello, las elites deben dar respuesta a las
demandas de la gente a fin de evitar que la pérdida de legitimidad, expresada en una
creciente desafección ciudadana, ponga en riesgo la continuidad y estabilidad del


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sistema. Pero para que esto sea viable es necesario una cierta previsión, dejando de
lado la improvisación, las viejas peleas y dicotomías (público vs privado, por ejemplo) y
la creciente crispación polarizante, tan propias de América Latina. Para ello, el
concurso de las elites, de todas las elites (económicas, políticas, sociales, culturales,
deportivas, nuevas y viejas), será más necesario.


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Rut Diamint
Investigadora principal de CONICET y profesora en la Universidad
Torcuato Di Tella, en Buenos Aires

Predilecciones autoritarias: el papel de los


militares en América Latina.


Ejército durante la implementación del horario de aislamiento social obligatorio en Perú (marzo de
2020). Foto: Ministerio de Defensa del Perú (Wikimedia Commons / CC BY 2.0)

Democracia y ficciones
La democracia tiene pocos años en América Latina. El proceso de transición comenzó
en 1979 en Ecuador, pero sólo en 1990 fue mayoritario el número de
democracias.1 Treinta años en términos de historia política es un breve período. La
remoción de los legados autoritarios fue extremadamente compleja y, en la mayoría
de los casos, insuficiente. Por ello, la herencia de una tradición política autoritaria
permea las imperfectas democracias de América Latina. Aún más, se podría sostener
que en América Latina no se alcanzó una genuina democracia, salvo en muy contados
casos.

La región cuenta con numerosas ficciones democráticas. Parlamentos que funcionan


como anexos del Ejecutivo, abriendo las puertas y cubriendo la apropiación de


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recursos económicos para fines políticos, constituciones a medida de los gobernantes
de turno, procesos revolucionarios que esparcieron planes económicos y sociales pero
no crearon trabajos legítimos, estigmatización de grupos vulnerables y diferentes, y
manipulación de los partidos políticos. La democracia supuestamente no se afirma,
debido a las graves desigualdades socioeconómicas, una cultura política acostumbrada
al ejercicio de la violencia y la impunidad, y una brecha entre ciudadanos que no se
sienten parte de una misma comunidad.

Mientras que en tiempos de las transiciones a la democracia el control civil y el castigo


ante la impunidad eran dos requisitos insoslayables de la construcción republicana, en
las últimas décadas se observó un decaimiento de los principios de la democracia
liberal. Varios presidentes una vez en el gobierno, olvidaron el mandato institucional y,
para permanecer en el poder, recurrieron a los militares.

No alcanza con que las elecciones sean una rutina. Enseñó Guillermo O’Donnell que la
democracia en la región se vio caracterizada por la delegación o concentración de
poder versus una representación asentada en las legislaturas y la aceptación de la
diversidad política. La tesis de la irreversibilidad del progreso democrático queda
cuestionada, ya no por los tradicionales golpes militares, sino por la utilización de las
fuerzas armadas como recurso político. En consecuencia, se produjo una ampliación de
funciones de los uniformados. Los militares acataron el mandato del poder ejecutivo,
pero no lo hicieron en función de cumplir con las instituciones y normas del Estado,
sino obedeciendo los deseos de un jefe de Estado o de un partido político.

Se utilizaron militares para combatir la inseguridad, decisión poco racional desde la


perspectiva del gasto público, pues desvía la finalidad de la fuerza, cuyos objetivos son
anular la capacidad de acción de una fuerza similar contra el Estado. Ello es muy
diferente de la finalidad de las policías, cuyo requerimiento es imponer la ley.
Asimismo, pasaron a convertirse en un pseudo partido político, sosteniendo
presidentes cuestionados por su legalidad y arbitrariedad. En ambos casos, se produjo
un daño colateral en varias naciones de la región: los abusos contra los derechos
humanos. Además, sus resultados no son eficaces, pues los militares no están
preparados para prevenir el crimen y en las dictaduras evidenciaron su incompetencia
para manejar la política.

Otro ejemplo de esta ampliación de funciones es ubicar a las fuerzas armadas en el


sostén de la salud pública. Se recurre nuevamente a la noción de salvadores de la
patria que en el pasado en varios países llevó a sangrientas dictaduras. Se recupera un
ethos militarista: la eficiencia, la disciplina, la jerarquización, la organización y las
restricciones. En este panorama desolador y caótico, las fuerzas armadas otra vez son
el resguardo moral.


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Sabemos que el concepto de seguridad ha evolucionado desde una lógica de disuasión
nuclear a una visión más amplia y, por eso, menos determinada. Las amenazas
globales identificadas por la mayoría de las naciones comprenden actualmente al
terrorismo y los grupos armados no estatales, la ciberseguridad que elude las lógicas
geográficas, el impacto de migraciones masivas, los efectos del cambio climático, las
pandemias y los tráficos ilegales que incluyen el narcotráfico. Todas estas amenazas
ponen en cuestión el papel tradicional de los militares que ha sido enfrentar a una o
varias fuerzas armadas nacionales, para aniquilar la capacidad de destrucción de un
enemigo sobre el propio territorio, o para neutralizar las agresiones de una fuerza a los
valores y forma de vida de una sociedad. En un mundo cada vez más violentado por
conflictos no militares se pone en cuestión la oportuna división entre la seguridad
externa e interna. Esta ampliación afecta directamente a los valores e instituciones
democráticas. Todas estas amenazas, además, tienen la particularidad de que sólo
pueden ser neutralizadas en conjunto con otros países. O sea, son transnacionales.
Todas ellas, también, tienen la cualidad de debilitar las nociones de control civil
democrático de las armas. Finalmente, estas acciones ponen en cuestión el papel y la
preparación militar.

Militares y pandemia
Es innegable que el COVID-19 trajo numerosos cambios. Los equipos de salud pública y
privada se vieron desbordados en un trabajo continuo e incierto, sin retribuciones
estatales suplementarias. La economía se paralizó o se redujo, mientras el
confinamiento inmovilizaba a numerosos trabajadores. Pese a la existencia de
instituciones multilaterales globales, como la Organización Mundial de la Salud (OMS),
los países eligieron estrategias individuales y aisladas de la comunidad internacional.
Muchos gobiernos impusieron restricciones a la libertad individual en favor de evitar
contagios masivos. En la mayoría de los países se recurrió a las fuerzas armadas, que
patrullaban ciudades y fronteras, se encargaban del transporte, organizaban ollas
populares, vacunaban, fabricaban mascarillas o ejercían vigilancia en las casas y las
calles.

Es un regreso casi triunfal de la oficialidad a los espacios públicos ciudadanos. ¿Es esta
una remilitarización de la política? En ese marco, precario, el empoderamiento de las
fuerzas armadas se vuelve peligroso y complejo. La vulneración de la legalidad, la no
discriminación y la falta de respeto a los derechos humanos tienen consecuencias en la
consolidación de un modelo democrático. Por cierto, las fuerzas armadas tienen una
innegable capacidad de organizar una operación logística en tiempo récord. Pero son
más eficientes los estudiantes de medicina para vacunar que un soldado. Los
organismos de la sociedad civil, que día a día suplen las carencias del Estado, conocen
mejor como satisfacer las necesidades de la población con carencias, más que un
grupo de sargentos.


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Se parte de la idea de que no se trata de un regreso de los militares a desempeñar
tareas que no son específicamente militares, pues nunca se retiraron efectivamente de
la escena política. Resignaron espacios, es cierto. Pero en la medida que pudieron
recuperar cierto protagonismo lo hicieron sin dudar: ¡primero la patria! Traducido a su
formación cuartelar, esto significa primero la institución de las fuerzas armadas,
columna vertebral de la nación. Su mentalidad está forjada por la idea de aprender a
obedecer, así como a mandar. En definitiva, los presidentes generalmente elegidos por
un período, o dos, mientras que las fuerzas armadas siguen estando, son más
permanentes y están al resguardo de –sostienen– los valores patrióticos.

¿Qué obtienen a cambio las fuerzas armadas? Reconocimiento, cuotas de poder,


restitución de legitimidad y recursos, todo ello en un juego peligroso que vuelve a
desinstitucionalizar a las entidades armadas. Lo realizan acompañadas por un discurso
de disciplina, valores y respeto que identifica el esfuerzo estatal de proveer salud
pública en términos de guerra.

Esto no es una originalidad latinoamericana. El presidente de Francia, Emmanuel


Macron, se expresó en la misma dirección el 16 de marzo de 2020: “Estamos en
guerra, sí en una guerra sanitaria. No luchamos ni contra un ejército ni contra otra
nación, pero el enemigo está aquí, invisible, esquivo y avanzando. Y eso requiere
nuestra movilización general. Estamos en guerra”.

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno español, no se quedó atrás: “Esos números
reflejan también la magnitud del desafío ante el que nos estamos enfrentando. La
fuerza del enemigo que nos ha invadido, su enorme peligro. Desde los tiempos de la
Segunda Guerra Mundial, nunca la Humanidad se había enfrentado a un enemigo tan
letal para la salud y tan pernicioso para nuestra vida económica y la social… La
potencia destructiva del virus no distingue territorios ni colores políticos. No elige las
ciudades, tampoco elige los países por el color político de su gobierno. Estamos
inmersos en una guerra total que nos incumbe a todos”.

El primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, estableció un “plan de batalla” para
contener el avance del virus. EEUU, Polonia y Hungría también recurrieron a la
simbología de la guerra para legitimar las acciones de control sobre la población ante
el COVID-19. Joseph Borrell, alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y
Política de Seguridad, citado en un interesante artículo del diario Le Monde del 23 de
junio de 2020, lo dijo en otro lenguaje: “La salud es una cuestión de seguridad”. Las
referencias simbólicas y el tratamiento discursivo de la pandemia refuerzan las
metáforas guerreras, de violencia y de sumisión.

De todas formas, hay una amplia diferencia de los efectos que esta retórica tiene en
Europa con nuestra región. La intervención socio-política de los militares en Europa no


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pone en riesgo los principios democráticos. El respeto a las instituciones y la división
de poderes está internalizado y además están resguardados por los principios de la UE.

En cambio, nuestros países funcionan como ficciones democráticas más que plenas
repúblicas. La división de poderes es doblegada continuamente y las operaciones
políticas socavan tanto a los otros poderes estatales como a los mecanismos de control
institucional. Se naturaliza la violencia estatal y se consiente que los militares sean un
enclave autoritario permanente en las sociedades latinoamericanas. Esa naturalización
de la violencia estatal tapa las deficiencias de las políticas públicas.

Está claro que Chile, Uruguay y Costa Rica se destacan del resto de los países de la
región por su alto desarrollo democrático. Sin embargo, en países que tienen una
institucionalidad asentada y respetada, los militares tuvieron un papel preponderante.
El presidente chileno, Sebastián Piñera, alertó en octubre de 2019, ante las
manifestaciones ciudadanas, que el país estaba en guerra. El jefe de la Defensa
Nacional de Chile, el general Javier Iturriaga, declaró al día siguiente que él no está en
guerra con nadie. Hay dos interpretaciones sobre este hecho. Una que lo considera un
freno a la militarización aclamada por el presidente; otro razonamiento, que resulta
más preocupante, es que un jefe militar desautoriza a su comandante supremo, el
presidente Piñera.

Una región desarticulada


En el gobierno de Jair Bolsonaro los militares han sido favorecidos, contando
actualmente con 10 ministros militares de un total de 20 y, además, más de 100
militares ocupan puestos de segundo y tercer nivel jerárquico. Los intereses militares
están blindados. Ante la virulencia del virus que afecta al país, Bolsonaro ha
minimizado los riesgos de la pandemia: “¿Que si algunos morirán por el virus? Sí,
morirán. Algunos porque ya tenían alguna deficiencia preexistente; otros, porque les
pillará desprevenidos. Lo lamento. Mi madre, que tiene 92 años, si coge algo creo que
nos deja. Pero no podemos crear todo ese clima que hay por ahí. Perjudica a la
economía”.

En marzo de 2019 el gobierno de Bolivia dispuso el “Estado de alarma en todo el


territorio nacional debido a la pandemia del Covid-19”. Por medio del mismo se
suspendieron actividades laborales y actos públicos. Las fuerzas armadas quedaron
como las responsables de controlar el acatamiento de las medidas. Ante la reacción
ciudadana por estos controles, el jefe de las Fuerzas Armadas, el general Sergio
Orellana, dijo que han detectado la presencia de “grupos de personas con armamento”
y que eso es terrorismo, justificando la violencia aplicada.

Lilian Bobea, en una publicación de FESCOL, argumenta que en República Dominicana,


en medio de la reafirmación de una relación Estado-sociedad de carácter clientelar y


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patrimonial, en la cual los militares han sido juez y parte, se intensificaron las
funciones militares en los ámbitos de la gestión militar de riesgos y desastres
naturales, la gestión de la cooperación internacional, la seguridad pública, la
protección ambiental, el control fronterizo y la securitización sanitaria.

Las fuerzas armadas de Honduras, en un video oficial publicado en junio de 2020,


muestran a un conjunto de soldados, y uno de ellos dice: “Por tu seguridad y la de tu
familia: ¡quédate en casa!”, armado con un fusil de asalto.

Ante el virus, el presidente colombiano Iván Duque aumentó el despliegue de 87.000


militares y extendió el servicio militar obligatorio durante tres meses más. Ejército y
policía patrullan las calles, los mercados y las fronteras.

El presidente salvadoreño Nayib Bukele ha avanzado sobre la separación de poderes,


que produce una intensificación de la militarización de la esfera pública. El 8 de abril
de 2020 la Corte Suprema del país dictaminó que las violaciones del toque de queda
no justifican detenciones arbitrarias por parte de la policía y el ejército, pero el
presidente Bukele afirmó que no cumplirá con la decisión del máximo tribunal.

Venezuela es un caso peculiar, en el cual las fuerzas armadas mantienen una relación
ambigua con el gobierno, con una abierta partidización de la elite militar a favor del
régimen. El gobierno de Venezuela etiqueta a quienes puedan haber estado en
contacto con el coronavirus como “bioterroristas”. El presidente Maduro no afronta
una emergencia sanitaria, sino que el virus se identifica como un enemigo político y
militar.

En México numerosas facultades del gobierno civil, incluyendo la seguridad pública, se


han trasladado a las fuerzas armadas. Resulta contradictorio que los fracasos de los
militares para controlar el narcotráfico no sean tenidos en cuenta al desplegarlos
ahora para la lucha contra el COVID-19.

Ante todos estos movimientos de carácter represivo o de vigilancia, ¿realmente genera


tranquilidad ver uniformados en los barrios marginales? No parece que puedan dar
soluciones mejores que los equipos de medicina. Tampoco parecen ser más eficientes
en elaborar y repartir comida que los numerosos comedores populares que suelen
abastecer con o sin pandemia a las poblaciones con carencias. No tienen mayor
legitimidad los militares para hacer cumplir las restricciones de circulación y
transporte. En todo caso, pueden provocar más miedo.

La ausencia ciudadana
Es sugestivo que, mayormente, los ciudadanos ignoren las consecuencias de estas
nuevas funciones militares. Antes, en tiempos de dictadura, una ciudadanía reclamaba


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a sus gobiernos rendición de cuentas para evitar el uso arbitrario del poder. Frente a
abusos sistemáticos cometidos por los militares se crearon numerosas asociaciones de
la sociedad civil que defendían los derechos sociales, políticos y humanos.
Actualmente, varias de estas organizaciones han modificado sus intereses y no
demandan ni interpelan al poder. Se han visto numerosas manifestaciones por el
carácter represivo y el aumento de la presencia de militares en los asuntos públicos,
pero son mayormente ciudadanos auto-convocados.

Así es que ante la pandemia se ha pasado de una ciudadanía temerosa de los


uniformados a una que aplaude emocionada a los militares como salvadores de la
patria. Esta ampliación de funciones es una realidad que se viene dando desde hace ya
dos décadas. El acatamiento ciudadano es contrario a las demandas de control sobre
el gobierno. Ya no se incita al escrutinio de agencias, ni se investigan funcionarios. El
miedo supera a las auditorías.

Un ciudadano es apresado por no usar mascarilla en la calle. Otro habitante es


detenido por traspasar límites provinciales (¿aduanas internas?). Es incierto poner un
límite entre el cuidado de la salud de la población y los excesos arbitrarios sobre las
leyes. Aún más, gran parte de la aplicación de las normas impuestas por el Poder
Ejecutivo quedan en manos de la institución castrense. Los militares se entrenan para
combatir enemigos, no para rivalizar contra sus propios ciudadanos. El uso de la fuerza
no es gradual, ni ordenado por ley. Lo más probable es que cuando un militar
confronta a un ciudadano despliegue las estrategias que aprendió para salir victorioso
en una guerra.

Por otra parte, esta militarización conlleva visiones más punitivas que permean a una
comunidad. En extremo, el nombrado caso de Maduro en Venezuela que tilda a los
enfermos de bioterroristas. Otro ejemplo nefasto es la represión y confinamiento que
el gobernador de la provincia de Formosa lleva adelante en Argentina.

La militarización de las calles, los toques de queda, la intromisión en datos personales,


la delación entre vecinos, los paliativos ofrecidos por soldados y la regulación de la
vida privada en función de proteger la salud de la población, admite ante una
ciudadanía atemorizada la cesión de sus derechos y la aceptación de una imposición
punitiva.

Mientras tanto, nos acostumbramos a que se tipifique el delito de “atentado contra la


salud pública”, que se hacinen a decenas de ciudadanos en centros de detención, por
no haber respetado la cuarentena, o que arbitrariamente se establezca un toque de
queda. Entonces, se naturaliza la intimidación y la sociedad se acostumbra a un umbral
de violencia más alto. El uso de la fuerza sobrepasa límites tras el argumento de primar
la salud de la población. Los ciudadanos no temen esa cesión de espacios de poder y


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control. La ampliación del poder militar reduce la capacidad civil para supervisarlo. En
democracias débiles, pendulares, anómicas, todo conduce a un impulso autoritario.

Conclusiones
Coincido con Adam Isacson quien advierte, en una publicación de WOLA del 20 de julio
de 2020: “Cuando termine la pandemia, los líderes civiles no solo tendrán que lidiar
con las secuelas de las bajas masivas y las economías en desintegración, sino también
con el envío de un ejército empoderado de regreso al cuartel”.

Los militares han sumado protagonismo sin ruido. Ya no retumban las botas en las
casas presidenciales. Ya no desfilan los tanques por las avenidas de la ciudad. Ya no
imponen una sociabilidad marcial. Pero detrás de muchos presidentes, como puede
constatarse en fotos publicadas en los medios de prensa en octubre de 2019, los
uniformes otorgan legitimidad ante los cuestionamientos de los habitantes. Ahora, con
la prevención del virus, es como si la gente considerase el nuevo statu quo una
consecuencia natural e inevitable de la pandemia.

La fragilidad democrática suele ser una estrategia política. Se moviliza a la población


con una retórica en la cual las normas están ausentes. Carencias en la gestión
democrática dependen en mayor medida del sistema de partidos políticos, de la
capacidad de influencia de la sociedad civil y de las características del liderazgo
político. Un defectuoso control civil democrático de las fuerzas armadas contribuye, en
tiempos de pandemia, a incrementar las carencias democráticas. El dilema que se
presenta es difícil de resolver: ¿aceptamos una creciente militarización o aceptamos
que un Estado deficiente no aporte los recursos para prevenir el virus? Posiblemente
no haya solución. No obstante, es primordial que la ciudadanía sea consciente de los
riesgos que acarrea, en democracias ficcionales, el empoderamiento de los militares.


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INFORME ESPECIAL COVID 19 RESPUESTAS

Financiamiento para el
desarrollo en la era de la
pandemia de COVID-19 y
después


Prioridades de América Latina y el Caribe en la agenda de políticas mundial en materia
de financiamiento para el desarrollo

• En 2020, América Latina y el Caribe se enfrentó a la peor crisis de la que se


tenga constancia y a la mayor contracción económica del mundo en desarrollo
(el PIB y la inversión se redujeron un 7,7% y un 20%, respectivamente)2. Los
datos disponibles también muestran que la caída de la inversión respecto de la
del PIB fue mayor en América Latina y el Caribe que en otras regiones en
desarrollo3.
• La pandemia de enfermedad por coronavirus (COVID-19) ha profundizado las
brechas estructurales e institucionales de América Latina y el Caribe4. La crisis
ha afectado gravemente las estructuras productivas y el mercado laboral: más


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de 2,7 millones de empresas han cerrado y el número de personas
desempleadas ha aumentado hasta situarse en 44,1 millones.
• La cantidad considerable de empresas que han cerrado y de empleos que se
han perdido, sumada al hecho de que los segmentos más vulnerables de la
población se han llevado la peor parte de la crisis, ha llevado a que el número
de personas en situación de pobreza pasara de 185,5 a 209 millones (del 30,3%
al 33,7% de la población total). Por otra parte, el número de personas en
situación de pobreza extrema aumentará hasta alcanzar los 78 millones: 8
millones más que antes. Además, la fuerte contracción de la inversión limitará
la acumulación futura de capital, así como la capacidad de las economías de la
región para generar crecimiento y empleo. Es probable que el desarrollo
económico y social de la región sufra un retroceso de al menos un decenio.
Hacia finales de 2020, el PIB per cápita era igual al de 20105.

• Los efectos de la pandemia y las políticas aplicadas a modo de respuesta han


aumentado las necesidades de liquidez de los países de la región para afrontar
la fase de emergencia. Al mismo tiempo, estos factores han llevado a que se
elevara el nivel de endeudamiento (América Latina y el Caribe es la región más
endeudada del mundo en desarrollo), y eso puede poner en peligro la
recuperación y la capacidad de los países para construir un futuro mejor.
• Las dificultades de América Latina y el Caribe son reflejo de la situación
histórica de los países de ingreso medio, cuya ubicación en el sistema de
cooperación internacional en lo que atañe al nivel de desarrollo social y
económico se determina sobre la base del PIB per cápita6. Los países de
ingreso medio a menudo se caracterizan por presentar un elevado nivel de
desigualdad y algunas de las vulnerabilidades que se observan en los países de
ingreso bajo; al mismo tiempo, son incapaces de crear las capacidades
empresariales y sociales con una amplia base que les permitan ser objeto de un
proceso de cambio estructural encaminado hacia la innovación y hacia una
producción más intensiva en conocimiento, e impulsar la convergencia con las
economías más avanzadas7.
• En el contexto actual de la pandemia, la agenda de financiamiento para el
desarrollo plantea dos retos interrelacionados. A corto plazo, se debe favorecer
la expansión del gasto público en salud y prestar una atención especial a los
grupos vulnerables, en particular a los segmentos de ingresos bajos y a las
personas mayores8. Además, las políticas de financiamiento para el desarrollo
a corto plazo también son necesarias para compensar los efectos perjudiciales
que las políticas de contención, basadas en el distanciamiento físico y el
aislamiento voluntario, tienen sobre la actividad económica, el tejido
productivo (la estructura productiva) y el empleo.


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• Esto supone sostener el consumo de las personas y las familias, para lo que es
necesario adoptar medidas excepcionales transitorias de sostenimiento del
ingreso, como una renta básica temporal garantizada por el Estado. Estas
medidas deben tener el mayor alcance posible, ya que en la región hay estratos
amplios de la población que son muy susceptibles de caer en la pobreza, a
menudo debido a que perciben ingresos inestables y a que trabajan en el
sector informal.
• A mediano y largo plazo, a medida que la prioridad de las políticas pase a ser
construir un futuro mejor en lugar de hacer frente a la urgencia, el programa de
financiamiento para el desarrollo debe promover una orientación de política
anticíclica que tenga por objeto aumentar el empleo y mantener un
crecimiento adecuado. En este contexto, la ampliación de los gastos públicos
de capital y los desembolsos destinados a la transformación productiva y la
ecologización de la economía son fundamentales para impulsar la labor de
recuperación.
• En este informe se propone un conjunto de medidas de política destinadas a
abordar ambos retos, y luego se pone énfasis en iniciativas que se podrían
emprender para construir un futuro mejor.
• La primera medida de política consiste en afrontar el reto a corto plazo
ampliando la liquidez y redistribuyéndola desde los países desarrollados hacia
los países en desarrollo por medio de derechos especiales de giro (DEG). La
redistribución de la liquidez también se puede poner en práctica mediante la
creación de fondos multilaterales como el Fondo para Aliviar la Economía
COVID-19 (FACE) que propuso el Gobierno de Costa Rica. La segunda medida de
política se centra en fortalecer la cooperación regional aumentando la
capacidad de préstamo y respuesta de los bancos de desarrollo regionales,
subregionales y nacionales, así como la de otras instituciones regionales9.
• El acceso a un mayor financiamiento debe complementarse con una tercera
medida de política destinada a reformar la arquitectura de la deuda
internacional. Esto supondría crear un mecanismo multilateral de
reestructuración de la deuda y una agencia multilateral de calificación
crediticia. También se debe ampliar el alcance de la Iniciativa de Suspensión del
Servicio de la Deuda promovida por el Grupo de los 20 (G20) de modo que
abarque a todas las partes interesadas pertinentes (es decir, el sector privado y
las instituciones multilaterales) y a los países vulnerables de ingreso medio.
Además, la iniciativa debe prolongarse más allá de 2021.
• En las estrategias para afrontar el problema de la deuda no se debe adoptar un
enfoque único. Al igual que otras regiones en desarrollo, América Latina y el
Caribe es heterogénea en cuanto a sus estructuras económicas y sociales. Las
diferentes realidades (en lo que atañe al tamaño, la base productiva y las
vulnerabilidades) exigirán elegir y calibrar con cuidado políticas e instrumentos


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que se adapten a las especificidades y necesidades de las subregiones o países
concretos.
• La cuarta medida de política consiste en promover el mayor uso de diferentes
instrumentos innovadores destinados a evitar el endeudamiento excesivo y a
aumentar la capacidad de los países para afrontar el pago y servicio de la
deuda. En los instrumentos innovadores se vincula la capacidad de reembolso
de los países con la exposición y vulnerabilidad de estos frente a los desastres
naturales (como se hace en el caso de las cláusulas sobre los huracanes) o a los
altibajos del ciclo económico (como en los bonos vinculados al ingreso nacional
o los instrumentos de deuda estatales contingentes para soberanos).
• La quinta medida de política consiste en entrelazar el mayor acceso a la
liquidez y la reducción de la deuda con los objetivos de desarrollo a mediano y
largo plazo y, por tanto, con las iniciativas encaminadas a construir un futuro
mejor. En este sentido, la crisis actual también debe aprovecharse no solo
como una oportunidad para repensar la agenda de financiamiento para el
desarrollo de los países de ingreso medio, sino también como una ocasión para
alcanzar un amplio consenso social y político destinado a implementar
reformas ambiciosas con el fin de emprender un proceso de reconstrucción
sostenible e igualitario. Construir un futuro mejor significa colocar la igualdad y
la sostenibilidad medioambiental en el centro de la fase de recuperación.

A. El impacto económico y social del COVID-19 ampliará de


forma considerable la brecha de financiamiento de la región

• La respuesta gubernamental a la emergencia, que se ha centrado en la salud


pública y en las medidas de gasto social, junto con la drástica caída de los
ingresos tributarios, ha aumentado el déficit fiscal y agravado la carga de la
deuda, especialmente en las economías de menor tamaño, como los pequeños
Estados insulares en desarrollo (PEID) del Caribe. Según los últimos datos
disponibles, el gasto público en América Latina pasó de representar el 15,2%
del PIB de enero a septiembre de 2019 a representar el 18,1% de este en el
mismo período de 2020, lo que se explica sobre todo por el aumento de las
transferencias corrientes10. En el caso del Caribe, el gasto público pasó del
12,8% al 14,8% del PIB en el mismo período.
• En todos los países, sin excepción, la situación fiscal se ha deteriorado y el nivel
de endeudamiento del gobierno general ha aumentado11. En la actual
situación, se espera que dicho endeudamiento se incremente del 68,9% al
79,3% del PIB entre 2019 y 2020 a nivel regional, lo que convierte a América
Latina y el Caribe en la región más endeudada del mundo en desarrollo y la que
tiene el mayor servicio de deuda externa en relación con las exportaciones de
bienes y servicios (57%) (véase el gráfico 1)12


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• El aumento generalizado del desequilibrio fiscal y el endeudamiento ha


incrementado las necesidades de liquidez en todos los países de la región, a
pesar de la considerable heterogeneidad que hay entre ellos en cuanto a la
situación fiscal y a la vulnerabilidad de la deuda13. Esto impone una importante
limitación a la respuesta de los gobiernos frente a la pandemia de COVID-19 y,
a mediano plazo, socava la capacidad de estos para construir un futuro mejor.

• La brecha de financiamiento del sector público se agrava por la necesidad de
apoyar la balanza de pagos, sobre todo en las economías más pequeñas de la
región (los países de Centroamérica y el Caribe), debido a las interrupciones de
la cadena de suministro y a la disminución de las exportaciones, en particular
de la exportación de servicios (turismo). De 2019 a 2020, el déficit en cuenta
corriente pasó del 1,4% al 4,5% del PIB en el istmo centroamericano y del 4,8%
al 17,2% del PIB en el Caribe (véase el gráfico 2)14. Además, en la región habrá
una importante caída de la inversión extranjera directa (IED) que será de entre
el 45% y el 55%, aproximadamente, en el mismo período15.


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B. Para cerrar la brecha de financiamiento interna y externa es


necesario que las instituciones financieras internacionales
aumenten la disponibilidad de liquidez conforme a las
necesidades de financiamiento de los países de América Latina
y el Caribe

• Las instituciones multilaterales han respondido rápidamente a las demandas de
liquidez de los países en desarrollo, entre ellos los de América Latina y el
Caribe, con una serie de iniciativas importantes que comparten objetivos
similares: mitigar el impacto inmediato de la pandemia y financiar la
recuperación económica. Dados los efectos sociales y económicos sin
precedentes de la pandemia, estas iniciativas deben ampliarse para atender las
necesidades de financiamiento de los países en toda su extensión. Se calcula
que las necesidades globales de financiamiento de los países en desarrollo
ascienden a 2,5 billones de dólares, lo que supera la capacidad de préstamo del
Fondo Monetario Internacional (FMI)16.

• El FMI ha puesto a disposición de 21 países de América Latina y el Caribe (8 del
Caribe, 7 del istmo centroamericano y 6 de América del Sur) la mayor parte de
sus préstamos de emergencia relacionados con el COVID-19. En enero de 2021,
dicha institución había destinado unos 66.500 millones de dólares a América
Latina y el Caribe, lo que representaba un 63% del desembolso total (106.000
millones de dólares) que había destinado a 85 economías en desarrollo, (véase
el gráfico 3)17.


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• Los préstamos se conceden a través de instrumentos financieros que tienen
una condicionalidad limitada o nula con el fin de aumentar la flexibilidad y la
capacidad de respuesta del FMI para hacer frente a los efectos de la pandemia.
La racionalización de la condicionalidad también fue una característica clave de
los préstamos que el FMI concedió durante la crisis financiera mundial de 2008-
2009.
• Los principales instrumentos financieros del FMI que se han utilizado en los
países de América Latina y el Caribe son el Servicio de Crédito Rápido (SCR), el
Instrumento de Financiamiento Rápido (IFR) (75% del total) y, en menor
medida, la Línea de Crédito Flexible (LCF)18.
• El SCR se ofrece con una tasa de interés del 0%, un período de gracia de 5,5
años y un vencimiento de 10 años. En el IFR se cobran tasas de interés
inferiores a las del mercado (la tasa de interés correspondiente a los DEG más
un margen fijo que el Directorio Ejecutivo del FMI determina de forma anual), y
se ofrece un período de pago que va de 3,25 a 5 años19. Por último, la LCF
también se concede a un costo similar, y se puede renovar al cabo de uno o dos
años. En el caso de los dos primeros instrumentos, los países pueden pedir
prestado hasta el 100% de la cuota que tienen en el FMI. Los préstamos que se
otorgan en el marco de la LCF, en cambio, no están limitados por la cuota del
país y, de hecho, no hay límite para los recursos del FMI que se pueden
prestar20.
• Estos instrumentos financieros no benefician a todos los países por igual. Los
que tienen sólidos fundamentos económicos, como Chile, Colombia y el Perú,
pueden acceder al financiamiento sin límites de cuota (a través de la LCF)21. No
obstante, esta no es una opción que esté disponible para la mayoría de los
países, en particular para los PEID del Caribe.
• En algunos países del Caribe se enfrentan desequilibrios fiscales y externos
recurrentes debido, en parte, a su pequeñez, a las limitaciones estructurales, y


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a la elevada exposición y vulnerabilidad frente a los riesgos naturales. Esto
limita en gran medida la posibilidad de lograr los sólidos antecedentes de
desempeño económico que se exigen en la LCF22. Los datos disponibles sobre
los PEID del Caribe señalan que, antes de la pandemia, en el período 2015-
2019, el déficit combinado en cuenta corriente promediaba el 6,9% del PIB. En
las economías pertenecientes a la Organización de Estados del Caribe Oriental
(OECO), el desequilibrio exterior era mucho mayor (9,4% del PIB en el mismo
período)23. En algunos casos, estos grandes desequilibrios externos están
asociados a coeficientes elevados de endeudamiento.
• Los datos disponibles de los países de América Latina y el Caribe señalan que el
financiamiento que se otorgó en el marco del IFR y el SCR solo cubrió el 32,3% y
el 23,1% en promedio, respectivamente, de las necesidades de financiamiento
internas y externas que los países tenían en 202024. Esto equivalía al 0,8% y al
2,1% del PIB, y al 6,5% y al 8,0% de las reservas internacionales,
respectivamente (véase el gráfico 4). Además de los servicios de préstamo de
emergencia del FMI, en los países hay otras tres alternativas para acceder al
financiamiento: postularse para un programa estándar del FMI y cumplir con
las condicionalidades asociadas; solicitar préstamos a los bancos multilaterales
de desarrollo, o recurrir al mercado internacional de bonos. El orden jerárquico
de estas alternativas de financiamiento no es una cuestión resuelta. Según
Standard & Poor’s (2020, pág. 4), los bancos multilaterales de desarrollo son
prestamistas de última instancia y deberían entrar en escena cuando el acceso
al financiamiento comercial es limitado.


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C. Primera medida de política: ampliar y redistribuir la liquidez


desde los países desarrollados hacia los países en desarrollo

I. La manera más rápida, eficiente y económica de aumentar la liquidez es llevar a
cabo una emisión masiva de DEG y, a corto plazo, reasignar de forma voluntaria los
DEG no utilizados de modo que la liquidez se reoriente desde los países
desarrollados hacia los países en desarrollo

• Los fondos adicionales destinados a cubrir la brecha de financiamiento
deberían proporcionarse ampliando los servicios de crédito existentes, como
los DEG, que son activos internacionales de reserva creados por el FMI para
complementar las reservas oficiales de sus países miembros. Los DEG
constituyen un activo potencial frente a las monedas de libre uso de los
miembros del FMI. Las asignaciones se realizan de forma proporcional a la
participación (cuota asignada) de cada Estado miembro en el FMI. A finales de
febrero de 2021, las asignaciones acumuladas ascendían a 204.200 millones de
DEG, lo que equivalía a unos 282.700 millones de dólares. En esta cifra estaban
incluidos los 182.600 millones de DEG que se asignaron en 2009 como parte de
las medidas destinadas a proporcionar liquidez durante la crisis financiera
mundial. A principios de marzo de 2021, el G20 aprobó una nueva emisión de
DEG por parte del FMI, cuyo monto todavía está por determinarse.
• Una nueva emisión de DEG aumentaría la liquidez de los países sin generar más
deuda25. A las economías en desarrollo se les asignaría aproximadamente un
40% de la nueva emisión, y el resto iría a los países desarrollados. América
Latina y el Caribe recibiría aproximadamente un 7,6% de la emisión (véase el
gráfico 5).


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• Si se emitieran y asignaran 500.000 millones de DEG nuevos, ello representaría
56.000 millones de dólares de reservas internacionales adicionales para las
economías de América Latina y el Caribe26.
• América del Sur recibiría 36.700 millones de dólares; México, 13.200; el istmo
centroamericano, 3.600, y el Caribe, 2.500, cifras que representarían un 66%,
un 24%, un 7% y un 4% del total, respectivamente. Una nueva emisión de DEG
beneficiaría a algunos de los países más endeudados de la región (entre ellos, la
Argentina, Belice, el Ecuador y Suriname) en cuanto a la contribución de los
DEG a la acumulación de reservas internacionales (véase el cuadro 1).
• Para que se puedan emitir nuevos DEG se requiere la aprobación del 85% de los
votos de los países miembros del FMI y, por tanto, necesariamente la de los
Estados Unidos, que posee el 16,5% de los votos de la Junta de Gobernadores
del FMI27.
• Determinados obstáculos políticos han impedido llevar a cabo una nueva
emisión de DEG. Mientras esta no se realice, la liquidez también podría
aumentarse mediante una reasignación voluntaria de los DEG no utilizados que
ya existen (DEG que superan la asignación del país) desde los países
desarrollados hacia los países en desarrollo. Los países de ingreso alto poseen
aproximadamente 190.000 millones de dólares en DEG, que podrían
reasignarse a los países en desarrollo.
• Para reasignar los DEG sería necesario resolver algunos problemas importantes.
Si bien cada país tiene derecho a transferir sus DEG a otro de forma voluntaria,
mancomunar los DEG utilizando la arquitectura multilateral existente sería una
forma más eficaz de hacer frente a las necesidades de liquidez de los países en
desarrollo, entre ellos los de América Latina y el Caribe. Además de que un
conjunto de países de ingreso alto deberían aceptar ceder voluntariamente sus
DEG, habría que llegar a un acuerdo en lo que concierne al mecanismo de
reasignación. Esto podría implicar tener que decidir a qué conjunto de países
beneficiar, y establecer las condiciones y los criterios de préstamo
correspondientes.


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A nivel regional, sería importante pensar en crear un nuevo fondo fiduciario por el que
los países que tuvieran DEG sin utilizar pudieran destinar voluntaria o temporalmente
parte de ellos a reforzar la capacidad financiera de los acuerdos financieros regionales
y otras instituciones financieras de la región (bancos regionales de desarrollo). Este
mecanismo de reasignación podría aplicarse tanto a los DEG recién emitidos como a
las asignaciones anteriores.

II. La creación de fondos multilaterales es otro mecanismo para redistribuir la
liquidez desde las economías desarrolladas hacia las economías en desarrollo

Además de reasignar los DEG, una política complementaria que se podría aplicar para
redistribuir la liquidez desde los países desarrollados hacia los países en desarrollo son
los fondos de liquidez financiados por los primeros. Estos fondos pueden otorgar a las
economías en desarrollo una participación mayor en el proceso de decisión sobre qué
países serán los destinatarios y conforme a qué condiciones se reasignará la liquidez.
Un ejemplo de fondo multilateral es la propuesta de Fondo para Aliviar la Economía
COVID-19 (FACE).

El FACE tiene por objeto proporcionar un financiamiento extraordinario a los países en
desarrollo, entre ellos los de ingreso bajo y medio, para mitigar el impacto social y
económico que la pandemia ha tenido en los hogares y los sectores productivos.
También se prevé financiar la recuperación económica una vez superada la pandemia.
La propuesta es financiar este fondo con recursos de las economías desarrolladas y


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canalizarlos a través de los bancos multilaterales de desarrollo. El fondo constaría de
516.000 millones de dólares (un 3% del PIB de los países de ingreso bajo y medio o el
0,7% del PIB de los países desarrollados) que se destinarían a préstamos concesionales
con un plazo de 50 años, un período de gracia de 5 años y una tasa de interés
equivalente al 0% o a la tasa LIBOR actual (0,7%)28. A los préstamos concesionales no
se les imponen condiciones fiscales, monetarias ni estructurales29.

Si los recursos del FACE se distribuyeran a las regiones en desarrollo sobre la base de
los mismos criterios que se aplican para calcular el tamaño del fondo (el 3% del PIB de
los países en desarrollo), América Latina y el Caribe podría recibir hasta el 12% de los
fondos (60.000 millones de dólares), lo que sería ligeramente inferior al financiamiento
que el FMI proporciona en la actualidad (véase el gráfico 6).


D. Segunda medida de política: centrarse en fortalecer la
cooperación regional aumentando la capacidad de préstamo y
respuesta de las instituciones financieras regionales,
subregionales y nacionales, y estrechando sus vínculos con los
bancos multilaterales de desarrollo

El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y los bancos de desarrollo subregionales
—el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF), el Banco Centroamericano de
Integración Económica (BCIE) y el Banco de Desarrollo del Caribe (CARIBANK)— han
destinado alrededor de 8.000 y 12.000 millones de dólares, respectivamente, a la
lucha contra la pandemia30. En total, estas cifras representan el 0,5% del PIB y el 1,9%
de las exportaciones de bienes y servicios de la región. Estos fondos se utilizan para
financiar programas de emergencia que comprenden medidas sanitarias, así como el


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otorgamiento de líneas de crédito contingente. En el caso del BID, la expansión de los
préstamos para hacer frente a los efectos del COVID-19 en la región de hecho supera
la que tuvo lugar tras la crisis financiera mundial de 2008-2009.
• Por su parte, los bancos nacionales de desarrollo han destinado el equivalente
a 90.000 millones de dólares al apoyo financiero, lo que supera ampliamente lo
aportado por los bancos de desarrollo regionales y subregionales (véase el
gráfico 7). Además, los bancos nacionales también han proporcionado apoyo
de la liquidez por medio de diversos instrumentos, como las garantías, las
subvenciones y los planes de refinanciamiento (véase el gráfico 8). El
importante rol que han asumido los bancos nacionales de desarrollo como
actores clave en el suministro de financiamiento señala la necesidad de
fomentar la cooperación y la coordinación entre los bancos de desarrollo
regionales, subregionales y nacionales31.
• La capacidad de préstamo de los bancos de desarrollo puede incrementarse
por dos medios diferentes: aumentando la capitalización, y flexibilizando los
criterios de préstamo. El BCIE aumentó el capital autorizado un 40% (2.000
millones de dólares) en abril de 2020, y el BID está considerando la posibilidad
de aumentar el capital de modo que los préstamos anuales puedan llegar a casi
20.000 millones de dólares (Martin, 2021).


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En el BID, al igual que en el Banco Mundial, también se podría utilizar el capital
disponible de forma más eficaz reduciendo la relación entre los fondos propios y los
préstamos hasta situarla en un nivel acorde con el de los bancos comerciales. En los
bancos multilaterales de desarrollo se adopta una postura conservadora en cuanto al
nivel de recursos propios: en los principales bancos de este tipo, la relación entre los
fondos propios y los préstamos oscila entre el 20% y el 60%, relación que es superior a
la de la mayoría de los bancos comerciales (10%-15%) (Humphrey, 2020)32. En otras
palabras, los bancos multilaterales de desarrollo tienen de 2 a 6 dólares de recursos
propios por cada 10 dólares de préstamos pendientes, mientras que los bancos
comerciales solo tienen de 1 a 1,50 dólares por cada 10 dólares de préstamos
pendientes. Actualmente, la relación entre los fondos propios y los préstamos del
Banco Mundial y del BID es de un 22,6% y un 38,2%, respectivamente.

Otras instituciones, como el Fondo Latinoamericano de Reserva (FLAR), también son
un componente importante de la red de cooperación regional. En respuesta a la crisis
del COVID-19, el potencial del FLAR para otorgar préstamos a sus países miembros se
aumentó en un 60% hasta alcanzar un total de 6.800 millones de dólares. Asimismo, en
la institución se estableció una línea de crédito excepcional de hasta cinco años, con
un período de gracia de tres, para que en los países miembros se pudiera hacer frente
a las dificultades que el COVID-19 causó en la balanza de pagos (FLAR, 2020).







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E. Tercera medida de política: reforma institucional de la


arquitectura de la deuda multilateral

1. El aumento de la deuda es un escollo importante a la hora de dar una respuesta
eficaz a la urgencia provocada por la pandemia y de lograr una recuperación
sostenible.

En las circunstancias actuales, los problemas de liquidez que aquejan a los países en
desarrollo, en particular a los de América Latina y el Caribe, pueden menoscabar la
capacidad de los países para responder a la pandemia y construir un futuro mejor. En
un contexto de crecimiento escaso, en algunos países los problemas de liquidez
también pueden convertirse en un problema de solvencia que amenace tanto al sector
privado como al público.

En el caso del sector privado, la falta de solvencia puede ocasionar un aumento de la
morosidad, las quiebras y las pérdidas del sector financiero que ponga en peligro la
estabilidad financiera. En el caso del sector público, los problemas de solvencia pueden
llevar a que se apliquen políticas de austeridad que pueden agravar la recesión
económica y, por tanto, la acumulación de deuda. La mayoría de las economías de
América Latina y el Caribe se han comprometido, de una manera u otra, a aplicar
políticas de reducción del déficit.

Dada la importancia de los países de ingreso medio en la economía mundial, la
ausencia de alternativas para abordar el problema de la deuda puede poner en peligro
no solo la recuperación, sino también la estabilidad financiera mundial. Los países de
ingreso medio representan el 75% de la población mundial y aproximadamente el 30%
de la demanda agregada del mundo, y lo que es más importante, estos países
representan el 96% de la deuda pública de los países en desarrollo (con exclusión de
China y la India) (véase el cuadro 2)


La Iniciativa de Suspensión del Servicio de la Deuda lanzada por el G20 en abril de 2020
consiste en una suspensión temporal del reembolso de los préstamos de acreedores
bilaterales oficiales. La suspensión se extiende desde marzo de 2020 hasta junio de


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2021 y solo se aplica a los 76 países que cumplen con los requisitos para recibir ayuda
de la Asociación Internacional de Fomento (AIF) del Banco Mundial, y a todos los
países que las Naciones Unidas han definido como países menos desarrollados. Hasta
noviembre de 2020, solo 46 países habían solicitado un alivio de la deuda en el marco
de esta iniciativa: 28 del África Subsahariana, 8 de Asia y el Pacífico, 7 de Oriente
Medio, y 3 de América Latina y el Caribe (Dominica, Granada y Santa Lucía).

Además de que se centra principalmente en los países de ingreso bajo y deja fuera a la
mayoría de los de ingreso medio, la Iniciativa de Suspensión del Servicio de la Deuda
no incluye a todas las partes interesadas. De hecho, el sector privado y las instituciones
multilaterales no participan en la iniciativa.

En 2020, los acreedores bilaterales oficiales representaban aproximadamente el 44,4%
de todo el servicio de la deuda, lo que supone un gran avance. De todos modos, la
mayor parte de dicho servicio —un 25,5% y un 30,1%, respectivamente— corresponde
a los acreedores privados y a los multilaterales, que no participan en la Iniciativa de
Suspensión del Servicio de la Deuda. En los casos de Dominica, Granada y Santa Lucía,
los acreedores multilaterales y privados también representan la mayor parte del
servicio de la deuda (véase el cuadro 3), y el ahorro que se obtuvo al participar en la
mencionada iniciativa es pequeño desde cualquier punto de vista (un 0,70%, un 0,72%
y un 0,27% del PIB en 2020, respectivamente).



3. Las iniciativas de alivio de la deuda requieren cambios en la arquitectura de la
deuda internacional
Es necesario que haya un mecanismo internacional de reestructuración de la deuda
soberana para hacer frente a las obligaciones contraídas con los acreedores privados.
Un ejemplo de esta necesidad son las reestructuraciones que en 2020 se pusieron en
práctica con acreedores privados en la Argentina, el Ecuador y Suriname, que, en
ausencia de dicho mecanismo, llevaron a que se adoptaran duras medidas de
austeridad.

Un mecanismo de reestructuración de la deuda soberana va de la mano de la creación


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de una agencia multilateral de calificación crediticia que pueda servir de contrapeso al
actual monopolio que hay en ese ámbito33. Una agencia como esa podría evitar los
conflictos de intereses entre el sector privado y el público.

El hecho de que las agencias privadas de calificación crediticia evalúen el riesgo implica
que la autoridad reguladora del gobierno (al que normalmente se le encomienda esta
tarea) se transfiere al sector privado. Esto puede crear problemas importantes, ya que
el mandato de las agencias de calificación crediticia no es proporcionar información ni
evaluar el riesgo crediticio en interés de los objetivos públicos, sino maximizar los
beneficios y el valor para los accionistas (Gavras, 2012).

• Las agencias de calificación crediticia son algo más que simples formadoras de
opinión: tienen una influencia considerable en las fluctuaciones del mercado.
En consecuencia, pueden incidir no solo en el valor de los activos y las garantías
(los colaterales), sino también en la volatilidad y la estabilidad financiera. Esto
es especialmente cierto en el caso de la crisis del COVID-19, ya que los
mercados de capitales privados (los mercados de bonos) se han convertido en
una importante fuente de financiamiento para los países en desarrollo, entre
ellos los de América Latina y el Caribe34. Entre enero y octubre de 2020, en 17
países de la región se emitieron bonos por un valor total de 122.000 millones
de dólares, lo que supera el importe emitido en todo 2019 (118.000 millones
de dólares)35.
• Modificar el modo en que se evalúa el riesgo podría evitar la ola de rebajas de
las calificaciones crediticias y de las perspectivas económicas que se han
producido desde el inicio de la pandemia y que han afectado a las economías
de América Latina y el Caribe.
• Durante 2020 se rebajó la calificación crediticia de 13 países latinoamericanos:
Argentina, Bahamas, Belice, Bolivia (Estado Plurinacional de), Colombia, Costa
Rica, Ecuador, Guatemala, Jamaica, México, Nicaragua, Suriname, y Trinidad y
Tabago. El mayor número de rebajas se registraron en el Ecuador, seguido de
Suriname y la Argentina (8, 7 y 4, respectivamente) (CEPAL, 2020c).
• Durante una crisis sistémica como la del COVID-19 y unas condiciones
mundiales muy inciertas, es necesario volver a evaluar la eficacia y la
objetividad de las calificaciones, así como las del momento en que se anuncian.
El gasto en respuesta a la pandemia y el aumento del endeudamiento podrían
desencadenar revisiones y rebajas de la calificación crediticia, lo que podría
provocar salidas de capital, aumentar el costo de este y del acceso al crédito, y
empeorar la situación financiera. Las rebajas crediticias suelen agravar las
condiciones financieras en un momento en que el financiamiento es muy
necesario para combatir los efectos corrosivos de las crisis.
• Las iniciativas de reducción de la deuda no garantizan una mayor liquidez. Por


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ello, la reducción debe complementarse con inyecciones de liquidez, controles
permanentes del capital (o regulaciones de la cuenta de capital) y una política
fiscal proactiva. La regulación macroprudencial y de la cuenta de capital es
necesaria no solo para evitar la inestabilidad financiera, sino también para
aplicar con eficacia políticas fiscales y monetarias expansivas que promuevan la
recuperación.

4. Hay que delinear una estrategia de reducción de la deuda que no adopte un
enfoque único y que tenga en cuenta la heterogeneidad de los perfiles de
endeudamiento y la vulnerabilidad de la deuda en la región

• Para tratar el problema de la deuda en América Latina y el Caribe, es necesario
diseñar una estrategia de acuerdo con tres ejes de acción.
• En primer lugar, todas las economías muy endeudadas deberían poder
acogerse al alivio oficial de la deuda, a las moratorias o a ambos beneficios. El
elevado endeudamiento público externo se puede ejemplificar con el caso de la
Argentina, cuya deuda representaba un 68% del PIB en el tercer trimestre de
2020, y el de la mayoría de los PEID del Caribe, en particular Barbados, Belice,
Suriname y las Bahamas, cuya deuda representaba un 117,4%, un 114,2%, un
95,3% y un 74% del PIB, respectivamente, en septiembre de 2020.
• En segundo lugar, las economías en que el perfil de endeudamiento es de corto
plazo o en que la carga del servicio de la deuda es elevada también deberían
tener derecho a algún tipo de alivio de la deuda. Los PEID del Caribe y los países
de Centroamérica enfrentan obligaciones considerables a corto plazo
vinculadas con el servicio de la deuda. Los pagos de dicho servicio ascienden en
promedio al 30% de los ingresos públicos de los países del Caribe y al 2,8% del
PIB de los de Centroamérica.
• Los argumentos a favor de aliviar la deuda del Caribe se ven reforzados por el
hecho de que la acumulación de deuda está impulsada por perturbaciones
exógenas (riesgos naturales) y por las características estructurales asociadas a
que son países de tamaño pequeño. Las repercusiones de la pandemia de
COVID-19 no solo aumentarán la carga de la deuda, sino que también
conducirán a una reasignación del presupuesto existente.
• Por último, los países que, según los estándares internacionales, tienen un
mayor margen fiscal y una situación fiscal o macroeconómica más sólida (como
Chile, Colombia y el Perú) pueden aprovechar los niveles históricamente bajos
de las tasas de interés internacionales a largo plazo y el impulso que estas han
dado al mercado internacional de bonos.

La política fiscal también puede desempeñar un papel importante a la hora de
promover la sostenibilidad de la deuda pública. A corto plazo, en los países se están


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financiando las medidas de emergencia mediante una combinación de ajustes
presupuestarios, aumentos del gasto público, medidas de reducción de impuestos y
medidas de liquidez, entre ellas las garantías públicas de crédito. A más largo plazo, la
reducción de los flujos ilícitos, como la evasión y la elusión de impuestos (que en 2018
representaron un 6,1% del PIB o 325.000 millones de dólares), junto con reformas
fiscales progresivas que aumenten la recaudación de los impuestos sobre la renta de
las personas físicas y sobre el patrimonio, podrían proporcionar ingresos adicionales y
reducir la desigualdad de los ingresos. Además, la recaudación fiscal se podría
diversificar y reforzar gravando la economía digital y estableciendo impuestos
medioambientales e impuestos correctivos destinados a abordar problemas de salud
pública, como el alcohol, el tabaco, y las bebidas y alimentos con alto contenido de
azúcar y calorías.

F. Cuarta medida de política: proporcionar a los países un
conjunto de instrumentos innovadores destinados a aumentar
la capacidad de reembolso de la deuda y evitar el
endeudamiento excesivo
1. Las cláusulas sobre los huracanes deberían aparecer siempre en las iniciativas
encaminadas a aliviar la deuda de países como los del Caribe, que están
constantemente expuestos a peligros naturales

En el caso de economías como las del Caribe, la exposición constante a peligros
naturales y a sus devastadores efectos sociales y económicos puede empeorar la
situación financiera y llevar al endeudamiento excesivo. Las cláusulas sobre los
huracanes permiten aplazar el pago del servicio de la deuda, tanto en lo que atañe al
capital como a los intereses, o brindan la posibilidad de acelerar las operaciones de
reestructuración de esta, en caso de que ocurra un huracán (u otro desastre natural
asegurado).

El caso de Granada, en que se incluyeron cláusulas sobre los huracanes como parte de
una reestructuración integral de la deuda pública que redujo el endeudamiento del
país, ofrece importantes lecciones sobre cómo aplicar bien estas cláusulas (véase el
gráfico 9)36.


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6 HABLEMOS DE AMÉRICA LATINA
0



Los datos y la experiencia adquirida indican que las cláusulas sobre los huracanes
deben abarcar una cantidad importante de la deuda del país y tener una duración
adecuada para ofrecer el margen fiscal necesario en caso de que ocurra un desastre
natural.

Asimismo, para garantizar el éxito de la iniciativa es necesario contar con el apoyo y el
respaldo de los acreedores multilaterales, ya que estos pueden aportar la confianza y
la credibilidad que se necesitan para que el sector privado participe. Por último, la
experiencia en relación con las cláusulas sobre los huracanes indica que estas
conllevan concesiones (trade-offs) económicas y financieras que deben evaluarse
(Commonwealth Secretariat, 2016).

Cuando se aplaza el pago del servicio de la deuda, la moratoria da lugar a desembolsos
más grandes en el futuro debido a la capitalización del pago de los intereses. Los países
deben tener la capacidad de reembolso necesaria para solventar esos desembolsos; de
lo contrario, la moratoria no hace más que aplazar el endeudamiento excesivo y la
falta de pago.

2. A un nivel más general, la experiencia con los bonos asociados a los huracanes
subraya la necesidad de vincular la capacidad de reembolso al desempeño de la
economía o al ciclo económico, como ocurre con otros instrumentos innovadores
que merecen ser explorados, como los instrumentos vinculados al ingreso nacional y
los de deuda estatales contingentes para soberanos

Los bonos vinculados al ingreso nacional son un instrumento anticíclico en que el
reembolso de la deuda se vincula con la capacidad de reembolsar que hay en el país.


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HABLEMOS DE AMÉRICA LATINA 6
1
Estos bonos son una manera de extender los bonos vinculados al PIB a las economías
en desarrollo, y en ellos se tiene en cuenta la importancia del sector externo, a saber,
las exportaciones, las importaciones y los términos de intercambio, a la hora de
determinar las fluctuaciones económicas de un país. Los bonos vinculados al ingreso
nacional pueden ofrecer menos riesgo y, por tanto, más credibilidad para los
inversores, que los bonos vinculados al PIB, ya que incluyen más elementos exógenos
que dificultan la manipulación de las cifras37.

Este instrumento reduce la carga de la deuda cuando la economía se encuentra en un
período de crecimiento lento, situación que normalmente va acompañada de una
reducción de los ingresos públicos. En este sentido, los bonos vinculados al ingreso
nacional proporcionan un mecanismo de seguro contra las crisis de liquidez fiscal en
los malos tiempos, y con ello reducen la probabilidad de que se suspenda el pago de la
deuda y de que haya que reestructurarla38.

Los instrumentos de deuda estatales contingentes para soberanos son otro
instrumento de deuda dependiente que permite paralizar el pago (ya sea de los
intereses o del capital) o prorrogar el vencimiento cuando uno o varios indicadores
particulares superan un umbral determinado. Su objetivo es permitir que el gobierno
haga frente a la falta de liquidez y a las crisis de liquidez. Además, estos instrumentos
podrían contribuir a evitar las crisis de solvencia. Como en el caso de los bonos
vinculados al ingreso nacional, estos instrumentos proporcionan un respiro a corto
plazo, ya que permiten afrontar las crisis de liquidez. Como en el caso de los bonos
vinculados al PIB, también permiten repartir mejor el peso de la carga entre los
acreedores del sector privado. Además, reducen la cuantía de las ayudas del sector
oficial.

G. Quinta medida de política: integrar las medidas de liquidez y
de reducción de la deuda a una estrategia de financiamiento
para el desarrollo encaminada a construir un futuro mejor.

1. Afrontar la emergencia de la pandemia requiere un gasto público importante
El aumento del financiamiento, el mejor acceso a este y el apoyo a las iniciativas de
reducción de la deuda son fundamentales para sostener los esfuerzos relacionados con
la demanda y la oferta encaminados a hacer frente a la urgencia de la pandemia, que
aún está vigente. Esto supone aumentar el gasto sanitario para contener la
propagación de la epidemia. Además, es necesario aumentar el gasto público para
compensar los efectos perjudiciales que las políticas de contención (el distanciamiento
físico y las cuarentenas) tienen sobre la actividad económica, el tejido productivo (la


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estructura productiva) y el empleo. Asimismo, dado que el tiempo es esencial a la hora
de intervenir en esta crisis, los gobiernos deben proporcionar un apoyo rápido y
urgente a las empresas y a los trabajadores, además de propiciar el funcionamiento
adecuado de las relaciones laborales y los mercados de trabajo. La falta de apoyo
adecuado podría dar como resultado la destrucción permanente de la capacidad
productiva y el deterioro de las condiciones sociales y la institucionalidad laboral
debido al aumento del desempleo y la informalidad. Esto también podría dar lugar a la
posibilidad de que surgieran conflictos sociales en el futuro.

2. En las políticas destinadas a hacer frente a los efectos económicos y sociales del
COVID-19 se debe vincular la fase de corto plazo (de emergencia) con la de largo
plazo
La forma en que se encare el corto plazo determinará en gran medida cómo será el
mediano y el largo plazo. Ambas perspectivas deben integrarse para reconfigurar el
modelo de desarrollo hacia la transformación productiva con sostenibilidad e igualdad.
Para ello, la labor de recuperación debe centrarse en fomentar la resiliencia.

Como ya se ha mencionado, los bancos de desarrollo multilaterales, regionales,
subregionales y nacionales pueden desempeñar un papel clave y encabezar la labor de
recuperación aumentando la capitalización y flexibilizando los criterios de concesión
de préstamos. Además, el Banco Mundial debería equilibrar mejor la asignación de
crédito entre el crédito que otorga a los países de ingreso medio, incluidos los de
América Latina y el Caribe, y el que concede a los de ingreso bajo.

El Banco Mundial ha respondido a la pandemia con un paquete importante de 160.000
millones de dólares centrado en la salud, en proteger a los pobres y los vulnerables, en
garantizar un crecimiento sostenible de las empresas y el empleo, en fortalecer las
políticas y las instituciones, y en fomentar la inversión a fin de reconstruir mejor. Sin
embargo, está previsto que América Latina y el Caribe reciba solo un 2,8% del total
(4.500 millones de dólares).

Los datos disponibles indican que el Banco Mundial ha centrado su labor sobre todo en
los países de ingreso bajo. El aumento de los préstamos concedidos a esos países a
través de la Asociación Internacional de Fomento (AIF) para hacer frente a los efectos
de la pandemia superó el que tuvo lugar durante la crisis financiera mundial: los
préstamos aumentaron un 26% entre 2008 y 2009, y un 49% entre 2019 y 2020. Por el
contrario, el crédito otorgado a los países de ingreso medio a través del Banco
Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF) aumentó mucho más durante la
crisis financiera mundial que en el contexto actual (véase el gráfico 10).

Asimismo, los bancos de desarrollo pueden contribuir a la recuperación dejando de


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priorizar los préstamos destinados a dar respuesta inmediata a la emergencia, a
medida que esta se vaya controlando, para priorizar los que tienen por objeto alcanzar
objetivos de desarrollo a mediano y largo plazo. El aumento del financiamiento debe ir
acompañado de cambios en la composición de la cartera de préstamos.

En el mandato de los bancos de desarrollo se debería contemplar que un porcentaje
considerable de la cartera de préstamos se canalizara hacia las inversiones verdes y los
proyectos relacionados con el cambio climático. Para que en el sistema de la banca de
desarrollo se articule una estrategia coherente encaminada hacia el financiamiento
verde es necesario que los bancos multilaterales de desarrollo apoyen a los bancos
subregionales y nacionales para que accedan a financiamiento de bajo costo, a capital
de largo plazo y a la capacidad técnica que les permita acceder a los fondos y diseñar
proyectos.


• La comunidad internacional puede apoyar la tarea de reconstruir mejor de las
siguientes maneras: eliminando las barreras de acceso a la tecnología
ambiental; fomentando las innovaciones mediante la expansión de las prácticas
de habilitación obligatoria en los países en desarrollo; promoviendo la
aplicación de la ley de competencia, y proponiendo una nueva declaración
mundial de desarrollo (en el sentido de la Declaración de Doha) relativa a los
derechos de propiedad intelectual y el cambio climático. Asimismo, es
importante crear un fondo común voluntario de patentes ambientales y hacer
cumplir los compromisos de financiamiento para el clima a fin de ayudar a los
países en desarrollo, como se prevé en el Acuerdo de París. En esa misma línea,
la creación de empleo y los programas de empleo pueden vincularse con el
desarrollo de la economía verde.
• La mayor atención a la economía verde puede vincularse con programas de
empleo de emergencia que promuevan la restauración de los ecosistemas y


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estimulen el uso de soluciones basadas en la naturaleza (SBN). Esto puede
lograrse por los siguientes medios: la protección, la restauración o la gestión de
los bosques naturales y los humedales en las cuencas hidrográficas, para
preservar una barrera que proteja las comunidades costeras contra las
inundaciones; la creación de un programa de gran envergadura destinado a
pagar a los desempleados o a las comunidades vulnerables por restaurar los
paisajes, y la revegetación urbana, la agricultura urbana y el turismo de
naturaleza. En la misma línea, los flujos de la asistencia oficial para el desarrollo
(AOD) —que debería proporcionarse sobre la base de criterios distintos del PIB
per cápita— deberían destinarse en su mayor parte (al menos un 50% del total)
a la transformación de la matriz productiva (energías renovables) y a la
acumulación de capital humano (educación)39.
• La construcción de un modelo de desarrollo más sostenible desde el punto de
vista ambiental que ofrezca mayores beneficios sociales puede verse facilitada
por el creciente interés de los mercados financieros privados en los bonos
sociales y sostenibles que se emiten en las economías de los mercados
emergentes40. Los datos disponibles correspondientes al período 2016-2020
muestran que las emisiones de bonos sociales aumentaron de 0 a 17.000
millones de dólares, y las de bonos sostenibles, de 300 a 10.900 millones de
dólares (véase el gráfico 11). En América Latina y el Caribe, Chile y México son
dos de los países que han aprovechado el entusiasmo inversor para emitir
bonos vinculados a la sostenibilidad41.



3. A nivel subregional se puede promover la resiliencia mediante iniciativas como el
Fondo de Resiliencia del Caribe.


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El Fondo de Resiliencia del Caribe se dedicará a atraer financiamiento a gran escala y
de bajo costo para destinarlo a invertir en sectores verdes, a reducir la deuda
mediante el canje de esta por adaptación al clima, y a apoyar la inversión en proyectos
que fomenten la resiliencia.

Los recursos de este fondo se utilizarían para financiar iniciativas relacionadas con
políticas industriales verdes, infraestructura y creación de resiliencia en general; en los
PEID del Caribe, como en otras partes de América Latina y el Caribe, esto debería ser
un componente crucial de la labor de recuperación, y una oportunidad para
diversificarse y crear empleo. Además de atraer financiamiento en condiciones
favorables y otras fuentes de financiamiento, el Fondo de Resiliencia del Caribe se
financiaría mediante una reducción de la deuda que representaría el 12,2% del total de
la deuda pública de los PEID del Caribe, lo que ascendería a solo 7.000 millones de
dólares.

H. La crisis actual debe aprovecharse como una oportunidad
para alcanzar un amplio consenso social y político que permita
aplicar reformas ambiciosas con el fin de emprender un proceso
de construcción sostenible e igualitario hacia el futuro.

• Construir un futuro mejor significa poner la igualdad y la sostenibilidad
ambiental en el centro de la fase de recuperación. Esto supone prestar servicios
públicos universales de alta calidad —entre ellos, educación, salud, transporte
y servicios ambientales— y ampliar el acceso a ellos, para así aumentar el
sentido de pertenencia de la población y reducir los déficits de bienestar, que
desde antes de la pandemia ya provocaban malestar social y político en
muchos países.

• Afrontar y superar los efectos de la pandemia en sus diferentes dimensiones no
depende del financiamiento necesario, que es modesto desde cualquier punto
de vista, sobre todo en comparación con la magnitud de los paquetes de
estímulo que se introdujeron en las economías desarrolladas, donde el costo
del endeudamiento es más bajo y hay un mayor margen fiscal42. Lograr ese
objetivo depende en parte de que se reconozca que la acción colectiva y la
solidaridad son la única manera de responder a la urgencia y a los retos de
mediano y largo plazo que plantea una crisis sistémica como la del COVID-19.

• Para llevar a cabo una acción colectiva es necesario que haya cooperación
multilateral exterior, lo que supone ampliar y redistribuir la liquidez, y que se


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reforme la arquitectura de la deuda multilateral de modo que en los países se
pueda hacer frente a las obligaciones financieras y aplicar políticas fiscales
expansivas sin obstaculizar el desarrollo futuro.

• La orientación de las políticas de los países de América Latina y el Caribe
también es fundamental a los efectos de construir un futuro mejor. El margen
para aplicar políticas se puede aumentar si se eliminan la elusión y la evasión
fiscales, y se hace caer el peso de la tributación en los impuestos directos y los
que gravan la propiedad y el patrimonio. También se puede reorientar el gasto
público hacia la creación de empleo y las actividades que son transformadoras
y ambientalmente sostenibles. Para ello, en dicho gasto se deben priorizar la
inversión pública, el ingreso básico, la protección social universal, el apoyo a las
pequeñas y medianas empresas (pymes), la inclusión digital y el desarrollo de
tecnologías verdes.

Bibliografía del Artículo:
https://www.cepal.org/sites/default/files/publication/files/46710/S2100064_es.pdf




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1. Foro Virtual: "América Latina en la pospandemia: ¿Más o menos populismo?


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6. “El pueblo soy yo”, de Enrique Krauze
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7. BECAS OEA 2021 Programa de becas de desarrollo profesional
https://www.fondoverde.org/noticias/1067-becas-oea-fv-2021-de-desarrollo-
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