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Capítulo 20

Los Estados Unidos en el siglo xix

I. La invención democrática
Las revoluciones liberales habían servido como modelo y aspiración
para otras transformaciones políticas que se sucedieron a partir de fines
del siglo XVIII. Particularmente constituyó el espejo donde se reflejaron
los procesos de formación de nuevos sistemas republicanos en las socie-
dades occidentales. Si bien la influencia de estos regímenes políticos
siempre se consideró de tipo universal, en realidad sólo ha sido común
para Occidente. Sucede que Occidente siempre creyó que el universo
coincidía con los límites geográficos, culturales y simbólicos que prevale-
cían dentro de su propio territorio. Desde una perspectiva geográfica, el
escenario donde se desarrollaron estas revoluciones –unas pocas colo-
nias norteamericanas, Francia e Inglaterra–, ocupaba una porción míni-
ma del planisferio; pero como esto ocurrió en el principal centro político
y cultural de la época –Francia–, en el centro económico de la época –
Inglaterra– y en el país que constituiría el hegemónico centro político y
económico de Occidente durante el siglo XX –Estados Unidos–, la capaci-
dad de repercusión que tuvieron estos procesos fue muy grande.
El régimen político norteamericano, en general, iba a servir como
ejemplo para la mayor parte de las repúblicas latinoamericanas; funda-
mentalmente, porque el régimen que se instaló en Estados Unidos pres-
cindía de la figura de un monarca. En Estados Unidos se intentó, desde
un primer momento, construir una república dotada de un régimen re-
presentativo y presidencialista, alimentado por el primer sistema biparti-
dista a escala mundial. En cambio, en Inglaterra y en Francia, la monar-
quía siguió siendo una cuestión de discusión permanente dentro de la
agenda política a lo largo de todo el siglo XIX. De hecho, la monarquía
inglesa se prolonga hasta la actualidad. Por el contrario, en Estados Uni-
dos no había existido un rey en el pasado, y una vez que se desataron los
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acontecimientos revolucionarios independentistas, los norteamericanos


no estaban dispuestos a elegir un rey.
El régimen que se estableció en Estados Unidos fue sumamente origi-
nal, y obligó a las naciones latinoamericanas a que, una vez independiza-
das, reflejaran su futuro en ese horizonte. En cuanto a sus inspiraciones
filosóficas, se caracterizó por ser muy contradictorio. Y esto es así porque
quienes llevaron adelante la revolución norteamericana fueron, esencial-
mente, intelectuales. Pero si bien estos intelectuales escribían en Estados
Unidos, la mayor parte de ellos eran visitantes frecuentes de los salones
ingleses, franceses y europeos en general. Sus obras –en virtud de su
pertenencia al mundo británico de la época– circulaban por el mundo
occidental desde los tiempos de la colonia. Cuando se produjo la revolu-
ción norteamericana, los norteamericanos no buscaban la independen-
cia sino ser reconocidos como parte integrante de la Commonwealth con
un papel protagónico dentro de la escena política inglesa. Por esa razón,
los líderes del movimiento –intelectuales y algunos terratenientes– no
buscaban la independencia. Los escritos de estos pensadores tienen una
matriz claramente conservadora, ya que su única pretensión era, princi-
palmente, obtener una suerte de certificado de mayoría de edad dentro
de las instituciones británicas. Cuando vieron que esto no sería posible y
que el único camino alternativo era la revolución, los norteamericanos se
mostraron muy preocupados por evitar que se les escapara de las manos
el control de las instituciones políticas. La idea predominante era que la
revolución tendiera a la independencia pero que no se transformara en
una revolución social.
En general, buena parte de los ideólogos que encabezaron la revolu-
ción norteamericana tomaron como fuentes de inspiración al pensamiento
liberal europeo. Existió un autor que tenía un particular atractivo para
ellos: Jean-Jacques Rousseau. Rousseau, nacido en Ginebra, había elabo-
rado un texto de gran difusión en su época, El contrato social. Sus ideas
impregnadas de contenido emancipatorio ya habían sido expuestas en
otras obras anteriores, en particular en el Discurso sobre la desigualdad y
Emilio o la educación. Particularmente en este último texto, el ginebrino
desarrolló su fórmula sobre la necesidad de una educación libre, ya que
asociaba la escolarización institucionalizada con una suerte de cadenas
para los hombres donde el Estado podía ejercer el control social sobre la
población. Por el contrario, Rousseau planteaba que el ser humano debía
desarrollarse libre y sin cadenas, y en consecuencia la educación no de-
bía desarrollarse en el sistema escolar, ya que las personas debían ser
educadas para la libertad y no para la esclavitud. En las otras dos obras

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citadas, Rousseau encara las mismas problemáticas que John Locke. Pero
en el caso de Rousseau, el único contrato posible que podría establecerse
entre los hombres era el de la integración en sociedad siendo el único
régimen político capaz de garantizar la libertad de los individuos: la
democracia directa. Pero esta democracia directa no tenía un carácter tan
revolucionario como el que quisieron darle durante la Revolución Fran-
cesa los revolucionarios jacobinos o los revolucionarios soviéticos de oc-
tubre de 1918. Rousseau se opuso fervientemente a la idea de representa-
ción política, su modelo apelaba al gobierno directo y sin mediaciones –
siguiendo el ejemplo de los antiguos atenienses– donde todos los padres
de familia pudiesen participar de una Asamblea, con potestad para adop-
tar decisiones sobre el bien común. Así se evitaba la formación de una
elite política que pudiese gobernar en beneficio propio bajo el argumen-
to de un abstracto “interés general”. Las decisiones públicas no debían
escapar del ámbito y la potestad de la Asamblea, en la cual sólo podrían
participar los hombres mayores de 30 años, que seguramente serían –a
esa altura de su vida– padres de familia. Los jacobinos hicieron una
interpretación libre de la tesis de Rousseau y de allí infirieron posiciones
mucho más revolucionarias. Si bien Rousseau apelaba a una democracia
directa o, de acuerdo con sus propias palabras, una república con parti-
cipación directa, su proyecto encarnaba un sistema muy pautado y con-
servador. Rousseau subrayaba –y seguía en esto el modelo vigente en ese
momento en la República de Ginebra, en la cual vivía– que sólo debían
gozar de derechos políticos aquellas personas que habían pasado la etapa
de la juventud, que ya tenían una cierta madurez, una familia que man-
tener y que habían consolidado su propiedad. Estas personas, que debe-
rían ser esencialmente conservadoras en atención a las pautas recomen-
dadas, deberían ser las encargadas de tomar las decisiones comunes que
iban a vincular al conjunto de la sociedad de la que formaban parte. No
obstante, Rousseau advertía que éste era un sistema ideal siempre y cuan-
do la sociedad no excediera de 400 o 500 familias, cuyos miembros fue-
sen relativamente similares en riqueza e instrucción. En sociedades más
grandes y desiguales era imposible administrar un sistema así. Esta limi-
tación no escapaba a su atenta mirada, ya que aceptaba que era inviable
que cientos de miles o millones de padres de familia, miembros de una
sociedad mucho más numerosa, pudieran coincidir en una Asamblea
para decidir algo en común, o que el ámbito de una Asamblea fuera el
más apropiado para dirimir cuestiones públicas entre personas de carac-
terísticas muy heterogéneas. Sin embargo, Rousseau no daba una receta
alternativa ante esta limitación, por lo que las respuestas quedaron en

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manos de quienes, en el futuro, habrían de invocar su nombre y sus


ideas para tratar de legitimar otros modelos políticos.
Los norteamericanos, en principio, habían seguido los consejos de
Rousseau. En este contexto, ellos pretendían que todas las decisiones se
tomaran a nivel local, es decir, que cada colonia –devenida en Estado
después de la independencia– resolviera a través de una asamblea de
padres de familia conservadores, las decisiones en torno de las cuestio-
nes que afectan al conjunto de la población. De hecho, era lo que venían
haciendo en el pasado, sumando a los requisitos roussonianos de ejerci-
cio de un sólido control religioso y moral social sobre cada uno de sus
miembros de la sociedad. Pero cuando debieron organizar un régimen
político nacional, una vez independizados de Inglaterra, la receta de
Rousseau les resultaba evidentemente inconducente. En cambio, realiza-
ron una síntesis que implicaba vincular un principio conservador de
gobierno con otro democrático. El principio conservador de gobierno se
expresaba a través del Senado. El Senado era una institución cuyos miem-
bros habrían de ser designados por las Legislaturas de cada Estado, y no
por la población norteamericana en forma directa. Es decir, implicaba
una selección de tipo indirecto. Cada Estado tendría igual número de
representantes en el Senado, independientemente de la cantidad de ha-
bitantes que tuvieran los territorios. En este sentido, el Senado no repre-
sentaba a los ciudadanos sino a los Estados. Para asegurarse que esta
Cámara estuviera compuesta exclusivamente por las clases propietarias
adicionaban requisitos y condiciones tales como una edad elevada para
ingresar al Senado y contar con una renta importante a la cual la mayoría
de la población no podía acceder, además del requisito obvio de ser
ciudadano nativo o por opción. En otras palabras, el Senado no era el
producto de la voluntad de la mayoría de la población a través del meca-
nismo del sufragio universal, sino que los ciudadanos de cada Estado
elegían una Legislatura y luego dichos legisladores, actuando en calidad
de miembros de un colegio electoral, elegían a dos senadores para repre-
sentar los intereses del Estado en el Parlamento nacional.
Este principio conservador se complementaba con otro democrático,
el cual se instrumentaba a través de la elección de diputados elegidos por
sufragio universal. En este caso, podía votar la mayor parte de la pobla-
ción masculina adulta nativa o nacionalizada norteamericana –a partir
de 1824 pasaron a votar todos los hombres mayores de edad nacidos
libres en Estados Unidos-. En la Cámara de Diputados no estaban repre-
sentados los Estados sino la población norteamericana. Se decía que la
Cámara de Diputados era la Cámara democrática porque era una Cámara

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electa por sufragio universal, y porque sus miembros reflejaban las carac-
terísticas sociales del norteamericano medio. En efecto, la edad para ser
electo diputado era mucho más baja que para el cargo de senador, y las
condiciones para ocupar ese puesto eran mucho más accesibles. A dife-
rencia del régimen parlamentario inglés, Estados Unidos introdujo una
importante innovación en materia de aprobación de proyectos de ley.
Éstos debían ser aprobados por ambas Cámaras. Con este modelo bica-
meral, los norteamericanos buscaban un resultado en particular, que con-
sistía en el compromiso de los representantes en las decisiones y el esta-
blecimiento de un criterio de responsabilidad política. Como las Cáma-
ras tenían una composición distinta y sólidos mecanismos a través de los
cuales las clases propietarias pudiesen ejercer el control, era posible que
los diputados votasen impuestos muy altos a los propietarios e intentaran
distribuir su producto entre los más pobres, pero la otra Cámara –repre-
sentante de la clase propietaria– vetaría sistemáticamente esas leyes. Por
lo tanto, la solución se limitaba a crear un Senado capaz de garantizar los
intereses de la clase propietaria, objetivo que los intelectuales revolucio-
narios norteamericanos habían perseguido desde un principio. La Cá-
mara de Diputados podía tener un sesgo más democrático pero, en defi-
nitiva, no tenía fuerza propia para impulsar por sí sola un proyecto. Esto
no significa que la Cámara de Diputados quedara subsumida en la de
Senadores, ya que ambas tenían estatus similar. Las dos Cámaras podían
presentar indistintamente proyectos y su aprobación final correspondía a
ambas. Sin embargo, en la práctica, la Cámara conservadora actuaba en
forma de filtro que impedía cualquier legislación contraria a sus intereses
de propietarios.
Luego de la independencia se instaló el debate social del modelo
organizativo que debería adoptar el país, el cual se desarrolló a lo largo
de medio siglo. El interrogante giraba en torno de dos proyectos de orga-
nización estatal: régimen unitario o confederai. Al obtener la emancipa-
ción, cada colonia se convirtió en un Estado, con autonomía y capacidad
de decisión. El debate pretendía establecer si los estados iban a estar por
encima del Estado nacional, o si por el contrario, el Estado nacional iba
a estar por encima de estos estados confederados. En una Confederación,
todos los estados se encuentran en el mismo nivel. Y en este mismo nivel
se encuentra, incluso, el Estado nacional. Bajo este modelo, las políticas
abordadas por el Estado nacional son exclusivamente aquellas que invo-
lucran al conjunto de los estados, siendo las cuestiones particulares de
los Estados resueltas en el interior de cada uno de ellos. Este modelo
persigue que las elites de cada estado retengan la mayor cantidad de

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poder posible y deriven la menor porción de capacidad de decisión en


una administración nacional común. En cambio, los que sostenían la
tesis inversa, la de construir un Estado central que estuviera por encima
del resto de cada uno de los estados –es decir, que hubiera una relación
vertical– planteaban que había que darle muchas atribuciones al poder
central y dejarle muy pocas a los estados provinciales.
En el siguiente cuadro se pueden ver comparados los esquemas de la
Confederación y el Estado Unitario, en el que E son los Estados y E.N. el
Estado nacional.

Confederación Estado unitario


(relación horizontal) (relación vertical)
E – E – E – E.N – E – E – E E.N.

E–E–E–E–E–E

En el fondo, el eje central de discusión consistía en establecer qué


órgano tendría prerrogativas para recaudar impuestos y cómo sería la
distribución de recursos. Esta controversia adoptó, en Estados Unidos,
un conflicto de gran envergadura donde se pueden visualizar dos gran-
des grupos encontrados. Uno estaba interesado en que hubiera un Esta-
do central fuerte y el otro en que la mayor parte de las atribuciones y de
los impuestos continuara en manos de los Estados. Cada posición expre-
saba intereses económicos, políticos y sociales muy disímiles.

II. El Norte y el Sur


1. Dos proyectos de Estado-nación
Desde los tiempos coloniales, los Estados Unidos estuvieron dividi-
dos en dos grandes zonas geográficas, que también implicaban dos gran-
des regiones económicas. El noreste –que comprendía Nueva Inglaterra y
Nueva York– y el sur, ubicado al sur del río Misisipi. El sur era un terri-
torio en manos de terratenientes, los cuales provenían de la nobleza in-
glesa que habían llegado a Estados Unidos para distender las demandas
de estatus social de las nuevas generaciones aristocráticas en Inglaterra,

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ya que generalmente eran segundos o terceros hijos de familias acomoda-


das. En Estados Unidos poseían grandes extensiones de tierras que les
había otorgado la corona inglesa, dedicadas al cultivo de algodón y taba-
co, y que eran trabajadas por mano de obra esclava. Por tanto, la econo-
mía norteamericana funcionaba como una suerte de extensión de la eco-
nomía inglesa. Las materias primas que se elaboraban en el sur estaban
destinadas a abastecer a las fábricas inglesas durante el proceso de Revo-
lución Industrial. De hecho, el sur norteamericano no era muy diferente
de México, Colombia o Centroamérica, es decir su actividad principal
era el abastecimiento de materias primas al mundo industrial. Prevale-
cían las grandes extensiones de tierra y la inversión productiva se limita-
ba a una mínima infraestructura y a la mano de obra indispensable –
esclavos– así como la articulación adecuada con los circuitos exportado-
res que generaban su enriquecimiento.
En el norte, por el contrario, desde hacía tiempo existía un importan-
te comercio, empresas comercializadoras y algunas industrias textiles. En
esta región había una gran expansión del comercio vinculada con el ac-
ceso a los puertos de ultramar. Las ciudades más importantes de esta
región eran Orléans, Boston y Nueva York. En esta zona hubo un desa-
rrollo de las vías fluviales con acceso a los ríos, y la construcción de
canales para la integración inicial del territorio se hizo a través de una
gran protección estatal. Las industrias textiles comenzaron a proliferar
después de la independencia norteamericana cuando muchos industria-
les ingleses, e incluso europeos del norte, se trasladaron a Estados Uni-
dos para impulsar dicha producción. Si bien los intereses del sur eran
complementarios con el mundo de la producción industrial inglesa,
empezaron a ser crecientemente antagónicos con los intereses del norte.
Por más que se hubiera concretado la revolución y Estados Unidos se
hubiera separado de Inglaterra, los terratenientes del sur querían seguir
vendiéndole tabaco y algodón a la vieja metrópoli.
Por esa razón abogaban por el librecambio, de tal forma que propicia-
ban la eliminación casi absoluta de impuestos para facilitar la continui-
dad del comercio de exportación de materias primas y de importación de
productos industriales para su propio consumo. Los impuestos aduane-
ros encarecían las exportaciones e importaciones, en consecuencia los
productores del sur, impulsaban la creación de un Estado nacional dé-
bil, sin mucho poder, donde los impuestos fueran recaudados por cada
uno de los Estados y que sólo algunas cuestiones federales fueran debati-
das en el ámbito de ese Estado central. En definitiva, su idea era que cada
Estado tuviera la mayor autonomía posible.

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En cambio, en el norte ocurría lo inverso. En esa zona había muchos


comercios e industrias, las cuales crecían cada vez más. Esta zona fue el
motor de la primera etapa de industrialización. Ese desarrollo abrió los
canales fluviales, cuyo avance tecnológico más importante fue el barco a
vapor. Esto generó que el primer sector de punta en la industrialización
norteamericana estuviera radicado en el norte. La industria norteña en-
frentó el problema de la competencia inglesa, cuya industria había alcan-
zado un grado muy alto de madurez. En la medida en que hubiera libre-
cambio y que los productos ingleses entraran sin ningún tipo de arance-
lamiento al mercado norteamericano, nunca iban a poder desarrollar
una industria textil local. Para estos productores era necesario encarecer
de algún modo el precio de los bienes ingleses en el mercado norteame-
ricano para convertir artificialmente en competitiva a la producción lo-
cal. Por esa razón, los industriales y los comerciantes querían evitar la
competencia inglesa. Para eso, necesitaban un Estado nacional fuerte,
pues controlando dicho Estado podrían imponer impuestos nacionales,
evitando la libre competencia con los productos de la industria europea.
Había también un segundo factor que dividía a los intereses regiona-
les: la redistribución de la riqueza a través del sistema tributario. En la
medida en que no hubiera prácticamente arancelamiento y el Estado na-
cional fuera muy débil, los terratenientes del sur deseaban que los im-
puestos sobre sus propiedades quedaran en el circuito económico y fi-
nanciero del sur, ya sea a través de obras de infraestructura realizadas por
el Estado o a través de préstamos de la Banca o con subsidios estatales.
Pero el problema era que si como querían los del norte, se establecía
un Estado nacional fuerte, los impuestos –o al menos su mayor parte–
pasarían a ser nacionales y serían necesariamente administrados por el
tesoro nacional. En ese caso, no iban a contar con tantas facilidades para
obtener préstamos o deberían compartir con el resto de la nación las
cuestiones de planeamiento de obras públicas. Los terratenientes del sur
contaban con una ventaja para este reclamo, puesto que monopolizaban
el comercio de importación y exportación. Si se ponían aranceles, el sur
iba a pagar impuestos por lo que importaba y exportaba, y el norte –que
no exportaba– iba a utilizar esa renta para expandir su propia industria
y comercio.
La disputa entre las posiciones librecambistas del sur y el proteccio-
nismo del norte no ocultaban los diferentes proyectos de nación que
estaban en juego. Los algodoneros del sur crecían a la par de la demanda
cada vez mayor de insumos primarios de Inglaterra; y el cierre de expor-
taciones a través de aranceles reducía sus ganancias y obligaba a los terra-

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tenientes sureños a vender en su propio territorio. Es decir, les resultaría


más conveniente venderle algodón a los industriales del norte que a los
industriales ingleses, ya que de esta manera no pagarían tasas de exporta-
ción. Los comerciantes e industriales del norte querían cerrar en lo posi-
ble el comercio norteamericano, con altos aranceles aduaneros que pro-
tegieran el comercio local y la industria. Estas medidas estaban orienta-
das a evitar la competencia de la industria inglesa, desestimulando la
exportación sureña e incentivando la industria nacional.
Para una economía incipiente como la norteamericana, la competen-
cia con una economía que contaba con capital suficiente para realizar
inversiones, con circuitos comerciales desarrollados, con el financiamiento
apropiado y con una flota o sistema de distribución, hubiera sido la
muerte del proyecto industrial. El librecambio recién fue propiciado por
los Estados Unidos cuando su economía logró ventajas comparativas res-
pecto de otros países menos desarrollados. En efecto, a finales del siglo
XIX, Estados Unidos comenzó, en forma progresiva, a eliminar los arance-
lamientos para favorecer la salida de sus productos al exterior obtenien-
do ventajas en el intercambio internacional.
Este largo debate se extendió durante la primera mitad del siglo XIX.
Una coyuntura favorable inclinó la balanza a favor del proyecto del nor-
te. Los Estados Unidos tuvieron una protección casi natural entre 1812 y
1814, cuando entraron nuevamente en guerra con Inglaterra. En ese
momento, Inglaterra lideraba a su vez la lucha de la aristocracia europea
contra Napoleón. Por una decisión de la Cámara de los Comunes, se
estableció que el Estado inglés podía confiscar cualquier embarcación
británica, con sus tripulantes incluidos, y destinarlos a la guerra contra
Bonaparte. Aun cuando los Estados Unidos se habían independizado de
Inglaterra en 1776, ésta no había reconocido esa independencia. Por lo
tanto, los barcos de guerra ingleses confiscaron todos los barcos comer-
ciales norteamericanos que encontraban, para enviarlos al frente de bata-
lla contra Bonaparte. Esto generó un conflicto diplomático que derivó en
la declaración de guerra por parte de Estados Unidos, al considerar que
se había violado su soberanía como nación independiente. El resultado
del conflicto fue bochornoso para Estados Unidos; si no fue peor, se
debió a que Inglaterra debía destinar buena parte de su flota a la lucha
contra Francia. Al finalizar la guerra, si bien Inglaterra acabaría por reco-
nocer la independencia norteamericana, los Estados Unidos debieron
efectuar pagos muy abultados en dinero, metales y mercaderías en con-
cepto de resarcimiento a Inglaterra por daños de guerra. En esos dos
años, el comercio entre Estados Unidos e Inglaterra virtualmente se para-

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lizó. Los algodoneros del sur estaban ante una disyuntiva: o veían cómo
se les echaba a perder su producción o se decidían a vendérsela a los
industriales del norte. Los industriales del norte, por su parte, no tenían
la competencia de los productos ingleses. Por esta razón, la guerra ofició
naturalmente como una protección para la industrial local y el desarrollo
del comercio interno. Durante este período se expandieron las plantas
industriales textiles, las cuales se vieron beneficiadas por la introducción
de grandes máquinas de hilar y tejer impulsadas por energía hidráulica.
Hacia 1815, Estados Unidos estuvo en condiciones de iniciar una
nueva etapa tecnológica. Así, tempranamente construyó ferrocarriles con
capital proveniente del Estado y de inversiones privadas. Sin embargo,
durante la mayor parte del siglo XIX fueron las vías fluviales las que des-
empeñaron el papel central en la comunicación regional. El barco fluvial
permitía el intercambio entre los productos agrícolas del oeste, el algo-
dón del sur y los mercados ultramarinos ubicados en el noroeste. La
unificación del territorio a través de las vías férreas se dio en dos secuen-
cias: la primera involucró a la región industrial del norte; la integración
con el sur no fue posible hasta pasada la Guerra de Secesión. A diferen-
cia de lo que fuera analizado para el caso inglés, aquí el tendido de vías
férreas fue a la zaga del proceso industrial. De hecho se construyeron
sólo en regiones que eran de importancia comercial donde ya existían
ciudades de importancia e integradas a través de las vías fluviales. Aun
con todo, el ferrocarril dio un impulso vital a la industria metalúrgica.
Hacia 1900, existía un tendido de vías férreas de 385.000 kilómetros.

2. Esclavitud o mercado
Estados Unidos tuvo en dicho período un problema estructural:
contaba con muy poca mano de obra. Eso se intentó salvar aplicando
una gran dosis de tecnología. Por eso, los telares norteamericanos eran
mucho más grandes y mucho más veloces que los ingleses. Por lo gene-
ral, el territorio de Estados Unidos era más benéfico: poseía fuentes de
combustible y caídas de agua muy rápidas que servían como fuerza
motriz para estos telares. De manera que, gracias a la guerra, la indus-
tria textil norteamericana en muy poco tiempo dio un salto notable. Un
factor que favoreció a la industria norteamericana fue la escasez inicial
de mano de obra. Si bien dicho obstáculo sería menguado con el arribo
de grandes contingentes de inmigrantes, en un principio los empresa-
rios necesitaron incorporar tecnología para suplir esta falta, incenti-

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vando la industrialización temprana y creando una clase capitalista


orientada a la inversión.
Al culminar el conflicto, el norte se encontraba en una posición de
privilegio, dado el fenomenal enriquecimiento de sus empresarios y del
aparato estatal. Su industria estaba consolidada y su comercio se había
extendido. Bajo estas circunstancias resurgió el debate acerca de la con-
veniencia de establecer una Confederación o un poder central fuerte.
Este debate no puede separarse de otro problema clave en la historia
norteamericana: la esclavitud. Para los industriales del norte era muy
importante la libertad de los esclavos, no por principios humanitarios
sino para la constitución de un mercado consumidor, lo cual requería
un sistema asalariado de producción. Esta necesidad se agravaba por la
escasez de población, por el cual los empresarios norteños presionaron
al Estado para que se sancionara una ley que aboliera la esclavitud y que
obligara así a los propietarios de esclavos a contratarlos a cambio de un
salario. Esto generó una nueva fuente de conflictos entre el sur y el
norte. Los representantes del sur afirmaban que la relación entre amo y
esclavo era más beneficiosa porque el esclavo profesaba una lealtad na-
tural y retribuía con su esfuerzo, mientras el amo estaba obligado, a
cambio de esa lealtad, a alimentar, cuidar y vestir al esclavo. En la base
de esta controversia yacía un importante elemento económico: para el
amo, el esclavo significaba una inversión de capital. En cambio, con
sólo recordar lo que sucedía en las industrias inglesas durante el proce-
so de Revolución Industrial, saltaba a la luz lo que hacía el capital con
los trabajadores: la convertía en una fuerza antagónica, debido a que no
evitaba hacer ningún tipo de sobreexplotación de una mano de obra
que era fácilmente reemplazable e intercambiable. Por eso, la verdadera
explotación del hombre por el hombre no se daba en la esclavitud sino
en el capitalismo, en el marco de las reglas de juego de la economía de
mercado. El norte argumentó su defensa de la liberación del hombre
utilizando estrategias religiosas, basadas en la Biblia y en valores éticos,
lo cual era esperable ya que la mayor parte de los comerciantes e indus-
triales eran parte de elites religiosas que habían tenido que exiliarse de
Europa por cuestiones religiosas o políticas. Su retórica abolicionista
fue acompañada por la práctica de los propietarios del norte, quienes
tempranamente comenzaron a liberar a sus esclavos para dar el ejemplo
de cómo debían funcionar las fuerzas productivas en una moderna eco-
nomía de mercado. Sin embargo, luego de liberarlos, no les fue recono-
cido el derecho al voto, demostrando que en realidad la libertad sólo se
acotaba a las relaciones de producción, por antonomasia desiguales. En

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otras palabras, no se los consideraba con igual estatus que los blancos
como para votar.
Finalmente se llegó a una solución acordada en el marco del Parla-
mento norteamericano: se trazó una línea imaginaria que atravesaba el
paralelo de 36°6’ para marcar el límite de la libertad de los esclavos. Al
sur de esta línea, la esclavitud estaba permitida, al norte prohibida; di-
cha legislación previó una cláusula adicional que establecía que la aboli-
ción definitiva de la esclavitud sólo podía ser sancionada con la aproba-
ción parlamentaria de dos tercios de las Cámaras, lo cual en la práctica
significaba que el sur se aseguraría mano de obra esclava en la medida
que el Senado mantuviera igual cantidad de representantes de Estados
del norte y del sur, y mantuviera a raya el predominio norteño en la
Cámara de Diputados. Cuando el norte logró mayoría, éste se impuso
sancionando la abolición de la esclavitud, en 1865, para todo el territo-
rio norteamericano.

III. El sueño americano


1. La conquista territorial
A lo largo del siglo XIX, la economía norteamericana se fue expandien-
do; aparecieron los pioneros y el “mundo blanco” avanzó sobre el “de-
sierto”. En las décadas de 1820 y 1830 se conquistó la mayor parte del
territorio norteamericano, y la civilización occidental instaló sus raíces
en el extremo oriental del continente.
La conquista del “desierto” –que, en realidad, estaba ocupado por los
indígenas– prácticamente se privatizó. Si bien había ejércitos, la política
de tierras se asemejó mucho a la conquista de América por parte de los
españoles. En su momento, el Estado español no había enviado a su
ejército a conquistar América, sino que privatizó la conquista. Los con-
quistadores eran jefes de grupos militares que tenían que conseguir un
socio financista. Con dicho socio le solicitaban al rey de España que les
diera una merced para avanzar sobre territorios americanos, éste les auto-
rizaba a hacerlo en un determinado espacio geográfico a cambio de re-
partir sus ganancias con la Corona. De esta manera, los erarios de la
Corona quedaban intactos y a su vez obtenía grandes beneficios de los
territorios conquistados. El costo de oportunidad quedaba en manos pri-
vadas. Como la conquista norteamericana del desierto coincidió con la
vigencia del acuerdo de Viena –que redujo a un mínimo las constantes

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guerras que mantenían entre sí los Estados nacionales del continente–


quedaron muchos grupos de militares y mercenarios desocupados. Sien-
do la “mano de obra desocupada” de la época, resultaron ser funcionales
al proceso de ocupación de territorios en Estados Unidos. Éstos, trans-
formados en pioneros norteamericanos, realizaban un trámite similar al
de los conquistadores españoles. Le pedían a las autoridades norteameri-
canas permiso para avanzar hacia el oeste. Una vez aprobada la petición,
en la medida en que ocupaban territorio se quedaban con parte de él. El
Estado les pagaba por la cabellera o los testículos de los indígenas que
mataban, lo cual provocó que la conquista tuviera características particu-
larmente brutales. La idea no era integrar al indígena a la sociedad sino
exterminarlo; habitualmente se pagaban cinco dólares por cabeza de in-
dio muerto. Los pioneros avanzaban, conquistaban territorio y se queda-
ban con las tierras; con posterioridad fueron vendidas. Se calcula que
antes de la conquista había cerca de 10 millones de indígenas. En diez
años, quedaron menos de 300.000 indígenas vivos. Esto da una idea de
la magnitud de la masacre. El negocio se acrecentaba si encontraban en
las tierras metales preciosos. Los pioneros avanzaban en banda adoptan-
do una organización de tipo militar.
En aquellos lugares que se suponía que no había metales preciosos
debía ocuparse más el ejército norteamericano, porque los pioneros esca-
seaban. Esto permitió que, en muy pocos años, los límites territoriales
norteamericanos se expandieran en gran medida hacia el oeste. La ex-
pansión siguió al sur, a partir de 1835, cuando Estados Unidos anexó
Texas. Después de su independencia, México había entrado en un pro-
ceso de disolución política muy profunda. Esa guerra con México le
aportó a Estados Unidos más de la mitad del tradicional territorio mexi-
cano, abarcando el territorio de San Antonio y Texas.
La guerra con México generó un nuevo problema. Esta guerra tuvo
una causa puntual: la constitución norteamericana establecía –como lo
confirmaron por ejemplo los portorriqueños– que si un Estado con más
de 50.000 personas elevaba un petitorio solicitando incluirse dentro de
la Unión, aun cuando no estuviese ubicado dentro del territorio norte-
americano, el Congreso debía considerar esa petición, luego de lo cual
debía aceptarla o rechazarla. El mundo norteamericano estaba en expan-
sión y era cada vez más rico. El mundo mexicano, en cambio, era cada
vez más pobre, atrasado y violento. Texas y luego otros Estados mexica-
nos que poseían más de 50 mil habitantes comenzaron a enviar petitorios
al Parlamento norteamericano para pedirle su incorporación a Estados
Unidos. A México no le quedó otra salida que contestar esta amenaza a

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Alberto Lettieri

través de una guerra. Como resultado de ella, México fue liquidado. De


hecho, muchos más territorios que los que originariamente habían pedi-
do su anexión a Estados Unidos terminaron siendo incorporados a la
Unión.
Por su parte, el sistema de expansión mediante los pioneros siguió
avanzando. La zona ocupada por los pioneros se especializó en la pro-
ducción cerealera, luego se incorporaría la producción ganadera. En 1848
se descubrió oro en California; su explotación duró sólo tres años, y esto
no se debió a su escasa cantidad. Todo lo contrario, en esos tres años se
extrajo una cantidad de oro equivalente a la que se había extraído en
todo el mundo entre el descubrimiento de América y 1848. Esto muestra
la proliferación de bandas armadas desesperadas por conseguir riquezas
a cualquier costo y sin retacear el ejercicio de la violencia desembozada.
Esto provocó, además, un gran desajuste en el mercado mundial a partir
de una gran caída del precio del oro que trajo consecuencias colaterales
notables para todas las economías.

2. La democracia jacksoniana
La expansión hacia el oeste había multiplicado el territorio de los
Estados Unidos en manos de la civilización blanca. Pero ahora era nece-
sario saber qué se iba a hacer con ese territorio sobre el cual se había
avanzado. Porque esos pioneros, en realidad, buscaban oro y dinero adi-
cional provisto por la matanza de los indígenas, pero no estaban intere-
sados en establecerse definitivamente en esas tierras: no eran labradores,
pastores ni artesanos. En este contexto se produjo el gran hallazgo del
régimen político norteamericano. Aquí apareció la idea de la democracia
jacksoniana. Esta idea pretendía encontrar la forma de construir un régi-
men democrático en un país que era profundamente conservador y capi-
talista en el norte, y esclavista en el sur. Fue entonces que se implementó
un proyecto ambicioso y original, que consistía en que el Estado norte-
americano propiciara la instalación en Estados Unidos, de familias de
productores en el territorio del oeste recientemente conquistado.
Las familias tenían que reunir ciertas características, parecidas a las
que mostraba la serie televisiva La familia Ingalls. Debían ser familias que
tuvieran madre, padre y una cantidad importante de hijos. A las niñas se
les daba una sólida formación moral y contribuían en las tareas de la
casa. Los niños, por su parte, contribuían al trabajo de su padre. Ade-
más, el Estado financiaba esa instalación regalándole las tierras o dándo-
le préstamos a muy bajo interés a estos inmigrantes, a los que reclutaba a

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LA CIVILIZACIÓN EN DEBATE

través de campañas de inmigración publicitadas en Europa. Los inmi-


grantes debían poseer ciertas características: ser protestantes, blancos,
religiosos, y tener una sólida moral. Se pensaba que construyendo un
tercer espacio que no fuera ni puramente capitalista como el norte, ni
esclavista como el sur, y en el que todos los habitantes tuvieran caracterís-
ticas similares, con familias de extensión y composición parecidas, y sin
la existencia de personas muy pobres ni muy ricas, se iba a generar un
pulmón democrático que iba a equilibrar los excesos de un lado y de otro
dentro de Estados Unidos. Este modelo, en gran medida, era deudor del
esquema de la democracia de los padres de familia propiciado por Rous-
seau un siglo atrás.
La expansión económica en clave capitalista de la primera parte del
siglo XIX había sido exitosa, pero ahora se veían los excesos. Por un lado,
grandes fortunas en el norte en virtud de relaciones claramente de mer-
cado. Y por otro, poblaciones de tipo esclavista en el sur sometidas a una
casta aristocrática. La idea era poder evitar que esta contradicción de
intereses y modos de vida generara un conflicto. Para ello, se intentó
crear esta especie de “pulmón democrático”.
Esta política puso nuevamente sobre el tapete la cuestión de la escla-
vitud. Las nuevas familias de inmigrantes, al igual que los antiguos Esta-
dos mexicanos, no tenían esclavos. Muchos de estos nuevos Estados se
iban creando a medida que aparecían las peticiones con este fin, prove-
nientes de poblaciones con más de 50.000 personas. Este nuevo Estado
votaba diputados en función de la cantidad de habitantes que tenía y
elegía también dos senadores. Por ese motivo, el equilibrio dentro del
Congreso era cada vez más desfavorable a los Estados esclavistas. Muchos
de los nuevos Estados estaban al sur de la línea que permitía la tenencia
de esclavos, pero su posición era contraria a la esclavitud y pretendían
que ésta se aboliera. Estos productores norteamericanos también querían
venderle sus granos, su producción de hortalizas y de cereales a la mayor
cantidad de consumidores posible; en consecuencia, la esclavitud los
perjudicaba. Este problema suscitó la Guerra de Secesión que tuvo lugar
entre 1861 y 1865.
Los Estados del sur advirtieron en su momento el contrapeso que
significaba la aparición de estos nuevos Estados, pero no podían dejar
deliberadamente desocupada la mitad del territorio, ni exigir que fuera
poblado por propietarios esclavistas. El trasfondo del conflicto era que la
esclavitud era una expresión del mundo del pasado, que sólo podía adap-
tarse al capitalismo de manera subordinada, pero nunca en un pie de
igualdad. Las elites del Sur sólo podían tratar de establecer medidas para

433
Alberto Lettieri

retrasar un proceso que ya era irreversible. Por entonces, el Estado otor-


gaba tierras a los inmigrantes en determinados lugares que habían sido
conquistados recientemente o les daba préstamos baratos para que com-
praran tierras en el mercado. Los colonos, a cambio de eso, debían ocu-
par efectivamente la tierra, comprometerse a producir en ella y no dedi-
carla a la especulación; además debían estar preparados con armas ante
un eventual ataque indígena o de bandidos cuando todavía no había
acabado el proceso de destrucción y control del indio. Estos inmigrantes
provenían del norte de Europa. No podía ser de otro modo, teniendo en
cuenta los requisitos exigidos. Si bien los Estados del sur se opusieron a
la inmigración masiva, no tuvieron alternativa una vez que ésta se imple-
mentó.
La Guerra de Secesión marcó un hito de inflexión en la historia de
Estados Unidos. En 1860 había sido elegido presidente Abraham Linco-
ln, quien como enemigo reconocido de la esclavitud tenía un proyecto
político tendiente a terminar con ella; sin embargo, por lo que se sabe,
Lincoln no estaba dispuesto a impulsar ese proyecto en lo inmediato, ya
que tenía temor que su implementación derivara en una guerra civil. En
ese momento, los representantes de los Estados no esclavistas estaban en
condiciones de derogar la esclavitud ya que contaban con los dos tercios
necesarios en cada Cámara. Los Estados del sur lo sabían y plantearon
una medida preventiva anticipatoria: declararon su separación de la Unión
y se constituyeron en un Estado independiente al que denominaron
Confederación, haciendo alusión al régimen de gobierno que habían sos-
tenido desde un principio. La Confederación eligió un presidente pro-
pio, juró su bandera y armó un ejército. Durante los dos primeros años
de la guerra, el norte avanzó sobre el sur. Pero las victorias eran del sur.
El sur tenía un ejército conformado por aristócratas y esclavos. Paradóji-
camente, estos últimos luchaban contra quienes venían a liberarlos.
¿Cuáles fueron los motivos que impulsaron a los esclavos a actuar así?
Conocían perfectamente el destino que habían sufrido los esclavos libe-
rados del norte. Los empresarios norteños adujeron que los esclavos no
se adaptaban a la economía de mercado, no sabían manejar dinero, no
entendían o no respetaban el trabajo en horarios fijos, ni se subordina-
ban a la disciplina de las fábricas. Por otra parte, las industrias tampoco
querían emplear negros. Por lo tanto, comenzaron a hacer algo muy par-
ticular: subían a los negros en barcos y los enviaban nuevamente a África.
Los primeros en llegar murieron inmediatamente, ya que habían perdido
la protección natural y los anticuerpos necesarios para enfrentar el con-
junto de infecciones, epidemias y el rigor climático de ese continente.

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LA CIVILIZACIÓN EN DEBATE

Este rumor circuló rápidamente entre los esclavos. Otros esclavos libera-
dos se mantuvieron bajo los mismos patrones para poder sobrevivir, es
decir que legalmente eran libres pero, de hecho, se mantenían en su
condición anterior. Otros cuando los liberaban se escapaban al sur para
integrarse a las plantaciones de esclavos. No querían ser reintegrados al
África, ni tampoco la libertad en las condiciones que le proponía el capi-
talismo. Sobre todo, un capitalismo con un nivel de racismo inconmen-
surable.
El ejército del sur contaba con los mejores expertos en caballería. La
caballería era una fuerza esencialmente aristocrática; y a la vez, tenía una
infantería respetable. Los batallones estaban constituidos por jefes blan-
cos con soldados negros. Lincoln dio a conocer una ley aprobada por el
Parlamento, por la cual se le otorgaba la libertad a todo esclavo del sur
que pasara al norte, a condición de que se incorporase al ejército del
norte para luchar contra el sur. Muchos negros aceptaron ir. El resultado
fue que, en una guerra para definir la esclavitud y los intereses de la
población blanca, de 5 millones de muertos, 3,5 millones fueron negros.
Finalmente, la guerra concluyó con la victoria del norte. Y esto fue así
porque el sur se desempeñó de manera apropiada mientras estuvo en
posición defensiva. Pero en vista de los primeros éxitos, el sur decidió
contraatacar y avanzar sobre el norte. El intento terminó en un fracaso
irreversible. En 1865, al concluir la guerra, el territorio del sur se reinte-
gró a la Unión. Las sanciones que el norte le impuso se extendieron y
tuvieron vigencia hasta, por lo menos, la década de 1940. Debe destacar-
se que Lincoln no estaba de acuerdo con tomar represalias demasiado
extremas con el sur. Esto le costó la vida: pocas semanas después de la
victoria, murió asesinado en un incidente que no tuvo una aclaración
convincente.
Después de la Guerra de Secesión, la esclavitud fue abolida en todo el
territorio de Estados Unidos. Luego, como botín de guerra, se expropia-
ron todas las propiedades de los terratenientes del sur, que fueron repar-
tidas entre los propietarios y los políticos del norte. Es decir que se pro-
dujo una ocupación económica, militar y política del norte sobre el terri-
torio del sur. Los esclavos del sur no consiguieron trabajo en otras ocupa-
ciones y fueron objeto de permanente discriminación. En este sentido,
debieron reemplearse en las mismas plantaciones en las que trabajaban
antes. Y hacían esto a cambio de un salario miserable y bajo la dirección
no ya de sus amos tradicionales sino de los nuevos empresarios del norte
que administraban las plantaciones con criterio capitalista. Con esto, la
situación de los ex esclavos pasó a ser mucho peor que la que tenían de

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Alberto Lettieri

antaño. El resultado fue la expansión del norte sobre el sur con nuevos
propietarios que no tenían ningún tipo de lealtad ni relación afectiva
con esos esclavos devenidos en trabajadores libres y sobreexplotados.
Por otra parte, la libertad acordada a los esclavos negros no era tal o,
al menos, era bastante restringida. Los esclavos fueron liberados y se les
concedieron ciertos derechos civiles. Pero no podían transitar por deter-
minados lugares y calles, ni por el centro de la ciudades y sólo podían
concurrir a bares o establecimientos para negros. De lo contrario, eran
objeto –además de las golpizas habituales– de prisión. No fueron inte-
grados al mercado capitalista y en aquellos lugares donde consiguieron el
derecho al voto su sufragio equivalía a un tercio del voto de un blanco.
Los negros votaban en urnas separadas y luego se hacía un recuento muy
complejo por el cual cada tres votos de negros se contabilizaba un voto
equivalente al de un blanco. En la práctica la libertad, en los términos en
que fue concedida, era casi tan bochornosa como la esclavitud en la que
habían vivido hasta entonces.
Luego de la guerra, el poder central adquirió un poderío y un con-
junto de atribuciones importantes respecto de las que tenía hasta ese
momento. Por ejemplo, a partir de ese momento, el Estado adquirió la
facultad de trazar líneas ferroviarias y carreteras que cruzaran todo el
territorio de Estados Unidos. En el pasado, los Estados del sur se habían
opuesto sistemáticamente a la creación de vías terrestres –como ferroca-
rriles o carreteras– que implicaran a más de dos Estados, porque se creía
que de esa forma se ejercería una penetración cultural y económica, don-
de los valores, intereses y capitales del norte se iban a difundir por todo
el territorio aprovechando la apertura de estas vías de comunicación. En
cambio ahora el Estado nacional iba a adquirir la facultad de desarrollar
la política caminera y de comunicaciones sin mayores restricciones. Por
esta razón, lo primero que se hizo fue trazar vías –ferroviarias y carrete-
ras– de este a oeste que iban a permitir que los productos del norte fue-
ran colocados en el resto del país, y que sus valores y prácticas culturales
comenzaran a extenderse gradualmente. Fundamentalmente, con esta
victoria de la Unión sobre la Confederación se consolidaban y triunfaban
definitivamente los grandes intereses industriales y comerciales del norte.
Esto fue acompañado por políticas arancelarias muy elevadas, que fo-
mentaron la industrialización. En materia tributaria la capacidad recau-
dadora del Estado nacional se fue incrementando en los años sucesivos.
Luego de la Guerra Civil, con un territorio integrado y un mercado
interno en constante expansión, Estados Unidos desempeñó un papel
fundamental en inversión de capital para innovación tecnológica y pro-

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LA CIVILIZACIÓN EN DEBATE

ductiva, lo que daría un carácter de potencia industrial en los primeros


años del siglo XX.

IV. En camino hacia la hegemonía


Para la década de 1870, los Estados Unidos tenían un perfil muy
diferente al de 1776. A esta altura contaba con un Estado central conso-
lidado, los intereses del norte se habían fortalecido, y el sur se había
convertido prácticamente en un conjunto de Estados dependientes y
subordinados a los intereses del norte. El único cambio de importancia
que se iba a dar en términos de regionalización económica interna estaba
a punto de llevarse adelante, como consecuencia de la crisis económica
mundial de 1870. Dicha crisis fue originada por una caída general de
precios como consecuencia del arribo masivo de productos agrícolas de
las nuevas economías –como la Argentina, Uruguay y Nueva Zelanda-.
Estos productos tenían precios muy inferiores a los de Europa, destru-
yendo toda la base productiva agrícola europea. Esto generó una crisis
agraria que luego se extendió a la industria. A la salida de esa crisis se
dieron transformaciones de notable importancia para la economía. En
particular para la industria, como fue el desplazamiento del hierro por
parte del acero. En materia de energía se dio el pasaje del carbón al
petróleo y la electricidad. El carbón fue desplazado en casi todas partes,
por otros combustibles con mayor capacidad calórica y mayor potenciali-
dad energética. Sólo Inglaterra, que para entonces comenzó a retrasarse
en el ranking de potencias industriales, para ocupar el tercer lugar detrás
de los Estados Unidos y de Alemania, continuó utilizándolo. Las nuevas
economías industriales, en cambio, optaron básicamente por el petróleo,
ya que todavía existían ciertas restricciones para la transmisión de la elec-
tricidad a distancia desde su base de generación, ya que los procedi-
mientos conocidos eran sumamente caros.
Por la magnitud de las nuevas industrias –caracterizadas por la utili-
zación del motor a explosión, vinculadas muy estrechamente con el au-
tomotor hacia fines del siglo XIX– no resultaba ya conveniente el traslado
de las enormes masas de metal y combustibles desde los lugares en los
que se producían, en los yacimientos, para su procesamiento en las ciu-
dades industriales del norte, a diferencia de lo ocurrido en el caso del
textil. Por este motivo, a fines del siglo XIX apareció una segunda zona
industrial en el centro de Estados Unidos, alrededor de Chicago, que iba
a ser la base de una nueva industria: una industria pesada y competitiva

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Alberto Lettieri

respecto de la industria del norte. Esto generó un conflicto de intereses


entre las viejas industrias del norte y las industrias del centro, que eran
las de nueva generación. Pero más allá de este nuevo conflicto regional
que se generó por el cambio productivo, el papel del sur continuó sien-
do el mismo que tuvo a partir de su derrota en la Guerra de Secesión.
Básicamente cumplía el papel de región proveedora de materias primas,
subordinada a los intereses económicos y politicos del norte.
Finalmente, también se constató un crecimiento notable de toda la
producción del oeste. Esta región abasteció inicialmente al mercado in-
terno, y luego, en la medida en que incrementó su producción, pasó a
ser uno de los grandes productores de cereales y alimentos del mercado
mundial y, en ese carácter, comenzó a competir con los nuevos graneros
del mundo (Canadá, la Argentina, Australia y Nueva Zelanda).

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