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I. La invención democrática
Las revoluciones liberales habían servido como modelo y aspiración
para otras transformaciones políticas que se sucedieron a partir de fines
del siglo XVIII. Particularmente constituyó el espejo donde se reflejaron
los procesos de formación de nuevos sistemas republicanos en las socie-
dades occidentales. Si bien la influencia de estos regímenes políticos
siempre se consideró de tipo universal, en realidad sólo ha sido común
para Occidente. Sucede que Occidente siempre creyó que el universo
coincidía con los límites geográficos, culturales y simbólicos que prevale-
cían dentro de su propio territorio. Desde una perspectiva geográfica, el
escenario donde se desarrollaron estas revoluciones –unas pocas colo-
nias norteamericanas, Francia e Inglaterra–, ocupaba una porción míni-
ma del planisferio; pero como esto ocurrió en el principal centro político
y cultural de la época –Francia–, en el centro económico de la época –
Inglaterra– y en el país que constituiría el hegemónico centro político y
económico de Occidente durante el siglo XX –Estados Unidos–, la capaci-
dad de repercusión que tuvieron estos procesos fue muy grande.
El régimen político norteamericano, en general, iba a servir como
ejemplo para la mayor parte de las repúblicas latinoamericanas; funda-
mentalmente, porque el régimen que se instaló en Estados Unidos pres-
cindía de la figura de un monarca. En Estados Unidos se intentó, desde
un primer momento, construir una república dotada de un régimen re-
presentativo y presidencialista, alimentado por el primer sistema biparti-
dista a escala mundial. En cambio, en Inglaterra y en Francia, la monar-
quía siguió siendo una cuestión de discusión permanente dentro de la
agenda política a lo largo de todo el siglo XIX. De hecho, la monarquía
inglesa se prolonga hasta la actualidad. Por el contrario, en Estados Uni-
dos no había existido un rey en el pasado, y una vez que se desataron los
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citadas, Rousseau encara las mismas problemáticas que John Locke. Pero
en el caso de Rousseau, el único contrato posible que podría establecerse
entre los hombres era el de la integración en sociedad siendo el único
régimen político capaz de garantizar la libertad de los individuos: la
democracia directa. Pero esta democracia directa no tenía un carácter tan
revolucionario como el que quisieron darle durante la Revolución Fran-
cesa los revolucionarios jacobinos o los revolucionarios soviéticos de oc-
tubre de 1918. Rousseau se opuso fervientemente a la idea de representa-
ción política, su modelo apelaba al gobierno directo y sin mediaciones –
siguiendo el ejemplo de los antiguos atenienses– donde todos los padres
de familia pudiesen participar de una Asamblea, con potestad para adop-
tar decisiones sobre el bien común. Así se evitaba la formación de una
elite política que pudiese gobernar en beneficio propio bajo el argumen-
to de un abstracto “interés general”. Las decisiones públicas no debían
escapar del ámbito y la potestad de la Asamblea, en la cual sólo podrían
participar los hombres mayores de 30 años, que seguramente serían –a
esa altura de su vida– padres de familia. Los jacobinos hicieron una
interpretación libre de la tesis de Rousseau y de allí infirieron posiciones
mucho más revolucionarias. Si bien Rousseau apelaba a una democracia
directa o, de acuerdo con sus propias palabras, una república con parti-
cipación directa, su proyecto encarnaba un sistema muy pautado y con-
servador. Rousseau subrayaba –y seguía en esto el modelo vigente en ese
momento en la República de Ginebra, en la cual vivía– que sólo debían
gozar de derechos políticos aquellas personas que habían pasado la etapa
de la juventud, que ya tenían una cierta madurez, una familia que man-
tener y que habían consolidado su propiedad. Estas personas, que debe-
rían ser esencialmente conservadoras en atención a las pautas recomen-
dadas, deberían ser las encargadas de tomar las decisiones comunes que
iban a vincular al conjunto de la sociedad de la que formaban parte. No
obstante, Rousseau advertía que éste era un sistema ideal siempre y cuan-
do la sociedad no excediera de 400 o 500 familias, cuyos miembros fue-
sen relativamente similares en riqueza e instrucción. En sociedades más
grandes y desiguales era imposible administrar un sistema así. Esta limi-
tación no escapaba a su atenta mirada, ya que aceptaba que era inviable
que cientos de miles o millones de padres de familia, miembros de una
sociedad mucho más numerosa, pudieran coincidir en una Asamblea
para decidir algo en común, o que el ámbito de una Asamblea fuera el
más apropiado para dirimir cuestiones públicas entre personas de carac-
terísticas muy heterogéneas. Sin embargo, Rousseau no daba una receta
alternativa ante esta limitación, por lo que las respuestas quedaron en
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electa por sufragio universal, y porque sus miembros reflejaban las carac-
terísticas sociales del norteamericano medio. En efecto, la edad para ser
electo diputado era mucho más baja que para el cargo de senador, y las
condiciones para ocupar ese puesto eran mucho más accesibles. A dife-
rencia del régimen parlamentario inglés, Estados Unidos introdujo una
importante innovación en materia de aprobación de proyectos de ley.
Éstos debían ser aprobados por ambas Cámaras. Con este modelo bica-
meral, los norteamericanos buscaban un resultado en particular, que con-
sistía en el compromiso de los representantes en las decisiones y el esta-
blecimiento de un criterio de responsabilidad política. Como las Cáma-
ras tenían una composición distinta y sólidos mecanismos a través de los
cuales las clases propietarias pudiesen ejercer el control, era posible que
los diputados votasen impuestos muy altos a los propietarios e intentaran
distribuir su producto entre los más pobres, pero la otra Cámara –repre-
sentante de la clase propietaria– vetaría sistemáticamente esas leyes. Por
lo tanto, la solución se limitaba a crear un Senado capaz de garantizar los
intereses de la clase propietaria, objetivo que los intelectuales revolucio-
narios norteamericanos habían perseguido desde un principio. La Cá-
mara de Diputados podía tener un sesgo más democrático pero, en defi-
nitiva, no tenía fuerza propia para impulsar por sí sola un proyecto. Esto
no significa que la Cámara de Diputados quedara subsumida en la de
Senadores, ya que ambas tenían estatus similar. Las dos Cámaras podían
presentar indistintamente proyectos y su aprobación final correspondía a
ambas. Sin embargo, en la práctica, la Cámara conservadora actuaba en
forma de filtro que impedía cualquier legislación contraria a sus intereses
de propietarios.
Luego de la independencia se instaló el debate social del modelo
organizativo que debería adoptar el país, el cual se desarrolló a lo largo
de medio siglo. El interrogante giraba en torno de dos proyectos de orga-
nización estatal: régimen unitario o confederai. Al obtener la emancipa-
ción, cada colonia se convirtió en un Estado, con autonomía y capacidad
de decisión. El debate pretendía establecer si los estados iban a estar por
encima del Estado nacional, o si por el contrario, el Estado nacional iba
a estar por encima de estos estados confederados. En una Confederación,
todos los estados se encuentran en el mismo nivel. Y en este mismo nivel
se encuentra, incluso, el Estado nacional. Bajo este modelo, las políticas
abordadas por el Estado nacional son exclusivamente aquellas que invo-
lucran al conjunto de los estados, siendo las cuestiones particulares de
los Estados resueltas en el interior de cada uno de ellos. Este modelo
persigue que las elites de cada estado retengan la mayor cantidad de
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lizó. Los algodoneros del sur estaban ante una disyuntiva: o veían cómo
se les echaba a perder su producción o se decidían a vendérsela a los
industriales del norte. Los industriales del norte, por su parte, no tenían
la competencia de los productos ingleses. Por esta razón, la guerra ofició
naturalmente como una protección para la industrial local y el desarrollo
del comercio interno. Durante este período se expandieron las plantas
industriales textiles, las cuales se vieron beneficiadas por la introducción
de grandes máquinas de hilar y tejer impulsadas por energía hidráulica.
Hacia 1815, Estados Unidos estuvo en condiciones de iniciar una
nueva etapa tecnológica. Así, tempranamente construyó ferrocarriles con
capital proveniente del Estado y de inversiones privadas. Sin embargo,
durante la mayor parte del siglo XIX fueron las vías fluviales las que des-
empeñaron el papel central en la comunicación regional. El barco fluvial
permitía el intercambio entre los productos agrícolas del oeste, el algo-
dón del sur y los mercados ultramarinos ubicados en el noroeste. La
unificación del territorio a través de las vías férreas se dio en dos secuen-
cias: la primera involucró a la región industrial del norte; la integración
con el sur no fue posible hasta pasada la Guerra de Secesión. A diferen-
cia de lo que fuera analizado para el caso inglés, aquí el tendido de vías
férreas fue a la zaga del proceso industrial. De hecho se construyeron
sólo en regiones que eran de importancia comercial donde ya existían
ciudades de importancia e integradas a través de las vías fluviales. Aun
con todo, el ferrocarril dio un impulso vital a la industria metalúrgica.
Hacia 1900, existía un tendido de vías férreas de 385.000 kilómetros.
2. Esclavitud o mercado
Estados Unidos tuvo en dicho período un problema estructural:
contaba con muy poca mano de obra. Eso se intentó salvar aplicando
una gran dosis de tecnología. Por eso, los telares norteamericanos eran
mucho más grandes y mucho más veloces que los ingleses. Por lo gene-
ral, el territorio de Estados Unidos era más benéfico: poseía fuentes de
combustible y caídas de agua muy rápidas que servían como fuerza
motriz para estos telares. De manera que, gracias a la guerra, la indus-
tria textil norteamericana en muy poco tiempo dio un salto notable. Un
factor que favoreció a la industria norteamericana fue la escasez inicial
de mano de obra. Si bien dicho obstáculo sería menguado con el arribo
de grandes contingentes de inmigrantes, en un principio los empresa-
rios necesitaron incorporar tecnología para suplir esta falta, incenti-
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otras palabras, no se los consideraba con igual estatus que los blancos
como para votar.
Finalmente se llegó a una solución acordada en el marco del Parla-
mento norteamericano: se trazó una línea imaginaria que atravesaba el
paralelo de 36°6’ para marcar el límite de la libertad de los esclavos. Al
sur de esta línea, la esclavitud estaba permitida, al norte prohibida; di-
cha legislación previó una cláusula adicional que establecía que la aboli-
ción definitiva de la esclavitud sólo podía ser sancionada con la aproba-
ción parlamentaria de dos tercios de las Cámaras, lo cual en la práctica
significaba que el sur se aseguraría mano de obra esclava en la medida
que el Senado mantuviera igual cantidad de representantes de Estados
del norte y del sur, y mantuviera a raya el predominio norteño en la
Cámara de Diputados. Cuando el norte logró mayoría, éste se impuso
sancionando la abolición de la esclavitud, en 1865, para todo el territo-
rio norteamericano.
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2. La democracia jacksoniana
La expansión hacia el oeste había multiplicado el territorio de los
Estados Unidos en manos de la civilización blanca. Pero ahora era nece-
sario saber qué se iba a hacer con ese territorio sobre el cual se había
avanzado. Porque esos pioneros, en realidad, buscaban oro y dinero adi-
cional provisto por la matanza de los indígenas, pero no estaban intere-
sados en establecerse definitivamente en esas tierras: no eran labradores,
pastores ni artesanos. En este contexto se produjo el gran hallazgo del
régimen político norteamericano. Aquí apareció la idea de la democracia
jacksoniana. Esta idea pretendía encontrar la forma de construir un régi-
men democrático en un país que era profundamente conservador y capi-
talista en el norte, y esclavista en el sur. Fue entonces que se implementó
un proyecto ambicioso y original, que consistía en que el Estado norte-
americano propiciara la instalación en Estados Unidos, de familias de
productores en el territorio del oeste recientemente conquistado.
Las familias tenían que reunir ciertas características, parecidas a las
que mostraba la serie televisiva La familia Ingalls. Debían ser familias que
tuvieran madre, padre y una cantidad importante de hijos. A las niñas se
les daba una sólida formación moral y contribuían en las tareas de la
casa. Los niños, por su parte, contribuían al trabajo de su padre. Ade-
más, el Estado financiaba esa instalación regalándole las tierras o dándo-
le préstamos a muy bajo interés a estos inmigrantes, a los que reclutaba a
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Este rumor circuló rápidamente entre los esclavos. Otros esclavos libera-
dos se mantuvieron bajo los mismos patrones para poder sobrevivir, es
decir que legalmente eran libres pero, de hecho, se mantenían en su
condición anterior. Otros cuando los liberaban se escapaban al sur para
integrarse a las plantaciones de esclavos. No querían ser reintegrados al
África, ni tampoco la libertad en las condiciones que le proponía el capi-
talismo. Sobre todo, un capitalismo con un nivel de racismo inconmen-
surable.
El ejército del sur contaba con los mejores expertos en caballería. La
caballería era una fuerza esencialmente aristocrática; y a la vez, tenía una
infantería respetable. Los batallones estaban constituidos por jefes blan-
cos con soldados negros. Lincoln dio a conocer una ley aprobada por el
Parlamento, por la cual se le otorgaba la libertad a todo esclavo del sur
que pasara al norte, a condición de que se incorporase al ejército del
norte para luchar contra el sur. Muchos negros aceptaron ir. El resultado
fue que, en una guerra para definir la esclavitud y los intereses de la
población blanca, de 5 millones de muertos, 3,5 millones fueron negros.
Finalmente, la guerra concluyó con la victoria del norte. Y esto fue así
porque el sur se desempeñó de manera apropiada mientras estuvo en
posición defensiva. Pero en vista de los primeros éxitos, el sur decidió
contraatacar y avanzar sobre el norte. El intento terminó en un fracaso
irreversible. En 1865, al concluir la guerra, el territorio del sur se reinte-
gró a la Unión. Las sanciones que el norte le impuso se extendieron y
tuvieron vigencia hasta, por lo menos, la década de 1940. Debe destacar-
se que Lincoln no estaba de acuerdo con tomar represalias demasiado
extremas con el sur. Esto le costó la vida: pocas semanas después de la
victoria, murió asesinado en un incidente que no tuvo una aclaración
convincente.
Después de la Guerra de Secesión, la esclavitud fue abolida en todo el
territorio de Estados Unidos. Luego, como botín de guerra, se expropia-
ron todas las propiedades de los terratenientes del sur, que fueron repar-
tidas entre los propietarios y los políticos del norte. Es decir que se pro-
dujo una ocupación económica, militar y política del norte sobre el terri-
torio del sur. Los esclavos del sur no consiguieron trabajo en otras ocupa-
ciones y fueron objeto de permanente discriminación. En este sentido,
debieron reemplearse en las mismas plantaciones en las que trabajaban
antes. Y hacían esto a cambio de un salario miserable y bajo la dirección
no ya de sus amos tradicionales sino de los nuevos empresarios del norte
que administraban las plantaciones con criterio capitalista. Con esto, la
situación de los ex esclavos pasó a ser mucho peor que la que tenían de
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antaño. El resultado fue la expansión del norte sobre el sur con nuevos
propietarios que no tenían ningún tipo de lealtad ni relación afectiva
con esos esclavos devenidos en trabajadores libres y sobreexplotados.
Por otra parte, la libertad acordada a los esclavos negros no era tal o,
al menos, era bastante restringida. Los esclavos fueron liberados y se les
concedieron ciertos derechos civiles. Pero no podían transitar por deter-
minados lugares y calles, ni por el centro de la ciudades y sólo podían
concurrir a bares o establecimientos para negros. De lo contrario, eran
objeto –además de las golpizas habituales– de prisión. No fueron inte-
grados al mercado capitalista y en aquellos lugares donde consiguieron el
derecho al voto su sufragio equivalía a un tercio del voto de un blanco.
Los negros votaban en urnas separadas y luego se hacía un recuento muy
complejo por el cual cada tres votos de negros se contabilizaba un voto
equivalente al de un blanco. En la práctica la libertad, en los términos en
que fue concedida, era casi tan bochornosa como la esclavitud en la que
habían vivido hasta entonces.
Luego de la guerra, el poder central adquirió un poderío y un con-
junto de atribuciones importantes respecto de las que tenía hasta ese
momento. Por ejemplo, a partir de ese momento, el Estado adquirió la
facultad de trazar líneas ferroviarias y carreteras que cruzaran todo el
territorio de Estados Unidos. En el pasado, los Estados del sur se habían
opuesto sistemáticamente a la creación de vías terrestres –como ferroca-
rriles o carreteras– que implicaran a más de dos Estados, porque se creía
que de esa forma se ejercería una penetración cultural y económica, don-
de los valores, intereses y capitales del norte se iban a difundir por todo
el territorio aprovechando la apertura de estas vías de comunicación. En
cambio ahora el Estado nacional iba a adquirir la facultad de desarrollar
la política caminera y de comunicaciones sin mayores restricciones. Por
esta razón, lo primero que se hizo fue trazar vías –ferroviarias y carrete-
ras– de este a oeste que iban a permitir que los productos del norte fue-
ran colocados en el resto del país, y que sus valores y prácticas culturales
comenzaran a extenderse gradualmente. Fundamentalmente, con esta
victoria de la Unión sobre la Confederación se consolidaban y triunfaban
definitivamente los grandes intereses industriales y comerciales del norte.
Esto fue acompañado por políticas arancelarias muy elevadas, que fo-
mentaron la industrialización. En materia tributaria la capacidad recau-
dadora del Estado nacional se fue incrementando en los años sucesivos.
Luego de la Guerra Civil, con un territorio integrado y un mercado
interno en constante expansión, Estados Unidos desempeñó un papel
fundamental en inversión de capital para innovación tecnológica y pro-
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