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A.·.L.·.G.·.D.·.G.·.A.·.D.·.U.·.

LOS DERECHOS Y DEBERES DEL MASÓN


R.·. H.·. José Luis Carrasco Barolo.
«No hay que razonar sólo que cada día la vida se desgasta y queda una parte menor,
también debe razonarse que, si uno viviera más, está por ver si su reflexión será tan
suficiente como antes para comprender los hechos y las consideraciones teóricas
que se esfuerzan en alcanzar conocimiento de lo divino y lo humano. Porque si uno
empieza a chochear, ¿no tendrá carencias para respirar, alimentarse, tener
representaciones e impulsos y todo lo demás del mismo estilo? Pero, antes que eso,
se extingue la posibilidad de disponer de uno mismo, de ser exacto en las cuentas del
deber, de articular entre sí las apariencias, de atender concretamente a si ya es
momento de expulsarse uno mismo y todas esas cosas parecidas que precisan mucho
de un razonamiento bien ejercitado. Por tanto, hay que darse prisa, no sólo porque
cada vez se está más cerca de la muerte, también, porque la comprensión de los
hechos y su seguimiento cesan antes».
Marco Aurelio; Meditaciones; Libro III. 3.1; Ediciones Cátedra (Grupo Anaya S.A.);
Madrid; 2004; segunda edición; página 92.
El emperador Marco Aurelio, que gobernó el imperio romano desde el año 161 al 180 d.n.e., fue
uno de los principales exponentes de la última etapa de la escuela filosófica estoica. El
estoicismo es una de las perspectivas filosóficas que nacieron durante la llamada época
helenística, consecuencia de la expansión cultural, tanto hacia dentro como hacia afuera, de la
península helénica, tras las guerras que llevó a cabo Alejandro de Macedonia. En el texto
compartido, el emperador Marco Aurelio se refiere a dos de las características de la moral de los
estoicos. Me refiero a la teoría de la acción y a la resignación masónica. Más aún, lo podemos
relacionar con lo que a finales de la edad media se le denominó carpe diem, que en sentido
pragmático guarda relación con el objetivo vital de impedir la procrastinación, o, lo que es lo
mismo, no perder el tiempo, como decir entre nosotros. No hay que olvidar que más allá de
nuestras intenciones, el tiempo es lo que inevitablemente siempre perdemos, pues su transcurso
es imposible que lo controlemos, cuando nos percatamos de él, siempre habrá pasado. El tiempo
está en constante transcurso, sin que podamos detenerlo. Para Marco Antonio la prueba de la
necesidad de actuar antes que pase el tiempo, es la muerte. Ella es una situación natural que
todos nosotros debemos esperar a que ocurra. Frente a la muerte nos encontramos con el máximo
término al que estamos destinados a llegar, aunque no sepamos la forma, el modo ni el momento
en que esto ocurra. Por ello, debemos disponer de nuestras propias vidas, antes que el propio
recorrido de nuestras vidas nos lleve directamente a la muerte de nuestro cuerpo físico. Pero, no
por eso debemos vivir limitando nuestro pensar, y, por lo tanto, nuestro actuar a dicha
circunstancia, idéntica al nacer. Nosotros no controlamos ninguno de los dos momentos. Siempre
lo deciden otros o la naturaleza.
Por otro lado, la resignación estoica no es un abandono del individuo a las circunstancias de su
vida, sino una «complacencia positiva y gozosa en el mundo tal cual es» (BREHIER, Emile;
Historia de la Filosofía; Tomo I; Editorial Sudamericana; Buenos Aires; julio 1958; cuarta
edición; página 477). Además, esta complacencia no significa de ninguna manera inmovilidad
frente al destino. Esta resignación, que conlleva la complacencia positiva, exige del individuo un
actuar, pero sustentándose en la indiferencia hacia lo que le rodea, salvo que le sirvan para el fin
supremo de todo ser humano: ser feliz. La complacencia es de por sí positiva, real, se manifiesta
ante nuestros sentidos. Lo que implica la resignación estoica es la conciencia que durante nuestra
existencia física vamos atesorando cosas, e incluso supuestos derechos, sin que moral y
lógicamente nos corresponda. Estos son los apegos, que generan la aparición de pasiones, de
deseos; es decir, los apegos son algo natural en el ser humano, siendo el trabajo de nuestra
voluntad controlarlos y usarlos de conformidad con los valores e ideales en los que hemos sido
formados. Para el estoico todo le es indiferente, salvo que, dicho bien, objeto o derecho, sea
realizable y le sirva, como ya he adelantado, para ser feliz. Las presunciones no son aceptables
para un estoico. Y esto se debe a que todo apego, conlleva, como he señalado, una respuesta
pasional, y, esta pasión, es un juicio de valor sobre aquello que coacta nuestra libertad: sobre los
apegos. La voluntad del ser humano es la respuesta a un juicio que se hace sobre las cosas o
sobre otras causas. Por eso, el mismo Marco Antonio decía: «No vivas como si fueras a vivir diez
mil años. Tu destino está pendiendo. Mientras estás vivo, mientras es posible, hazte bueno».
(Libro IV. 4.17; página 104). Y, para conseguir la finalidad de la vida, es decir, el ser feliz,
tenemos para nuestro uso la Libertad. Porque somos libres podemos pensar y porque podemos
pensar podemos controlar nuestras pasiones y deseos. Nada no es obligatorio ni necesario, pues
todo nos está permitido, pero solo si nos sirve para la consecución del mayor y real anhelo de la
humanidad, del ser humano: el ser feliz. Lo que no debemos olvidar es que el mayor ejercicio de
libertad es el que logramos sobre nosotros mismos; la mayor libertad es la que representa el
control de nuestros defectos, de nuestros apegos, de nuestras pasiones.
En esta relación, entre la aceptación de la vida misma y la necesidad de actuar para vivir, para
mayor ilustración, se enlazan los deberes y derechos de los masones. No dejemos de observar
que lo que los estoicos nos plantean es un camino de acción concreta y real; es un camino en el
que mostremos indiferencia a nuestros vicios y defectos para poder controlarlos. Si les
reconocemos mayor importancia de la que tienen, terminamos endiosándolos, dejándonos
controlar por ellos. Siempre lo que consideramos más importante es nuestra guía y nuestro
camino. Esto último conlleva la creación de afectos y apegos hacia los demás y hacia las cosas
que nos rodean. Sobre todo, podemos terminar creando un apego hacia nuestras propias vidas,
creyendo que nuestra libertad significa patente de corso para cualquier cosa. Caemos en una
vorágine egocéntrica y, por supuesto, intolerante y dogmática. Y para poder controlar nuestros
vicios necesitamos guías, necesitamos regulaciones. Ahí entran nuestros deberes y derechos.
Estos son caminos que nos pueden orientar, pero de ninguna manera son caminos ya hechos, ya
formulados. La vida solo se vive, viviéndola, aunque a algunos les resulte una verdad de
Perogrullo.
Nuestra Augusta Orden, al ingresar, nos dice que tenemos tres tipos de deberes: para con Dios,
para con nuestros semejantes y para con cada uno de nosotros. Los primeros son deberes
morales, los segundos deberes éticos y, el tercero, deberes que fácilmente podemos relacionar
con el desarrollo personal, porque son para con nosotros mismos. Se nos explica que como
masones debemos «regularizar nuestras acciones», que no es otra cosa que esa indiferencia
hacia los apegos -y pasiones generados por ellos-, que se manifiestan en nuestros vicios y
defectos. En cuanto a los deberes morales, la Logia no debería brindar las circunstancias que
puedan comprometer el desarrollo de la toma de decisiones por parte de sus miembros. Sobre los
deberes éticos, debemos tener en cuenta que como masones tenemos la obligación de llevar luz a
la oscuridad del mundo profano, manifestándose ese trabajo en nuestras conductas. Y, sobre el
deber para con nosotros mismos, debemos de diseñar y construir nuestros propios caminos, pero
no perjudicando, jamás, el de los demás. No voy a transcribir los deberes, pues estos se
encuentran suficientemente detallados en nuestros rituales y liturgias. Lo que deseo es manifestar
mi pensamiento sobre ellos, puesto que los entiendo (incluso desde mi sesgo profesional) como
caminos en construcción y no como dogmas ya establecidos. Sus límites –o sus parámetros,
mejor dicho-, son la libertad de la que gozamos y el beneficio de toda la humanidad, en la que se
encuentra la nuestra. Para un estoico, incluso en este último punto, la indiferencia hacia los
apegos se da también hacia el vivir mismo. Esto llevó a Séneca a quitarse la vida, no porque
Nerón se lo haya ordenado, sino, más bien, porque ni Nerón podía controlar su conducta suicida.
Él era tan libre, no tenía apego ni siquiera a su vida, que podía decidir cuándo dejar de vivir. Yo
no planteo esa situación extrema y lo aclaro para evitar malos entendidos, pues me parece
completamente incoherente el perjudicarse solo para demostrar que es libre en su actuar, ya que
entonces estaríamos frente a un apego al control sobre nosotros mismos, lo que significa, en mi
opinión, destrozar la teoría de la indiferencia estoica. Pero, esos fueron otros tiempos. La historia
no nos debe servir para revivir el pasado, sino para iluminar nuestro presente.
Los deberes que nuestra Augusta Orden nos regala dan consistencia a nuestro vivir, forman
nuestro carácter, siendo que entre las principales manifestaciones de esa nueva persona que
nosotros mismos reconstruimos, están el sigilo, la fidelidad y la obediencia. El sigilo es el deber
de protección que asumimos en nuestro ingreso a la Orden, nacido de la necesidad de seguridad
que había en la época medieval, cuando surge nuestro gremio, pues no solo debemos proteger la
información y conocimientos que manejamos para llevar a cabo nuestras reuniones, a las que
llamamos tenidas, sino que también debemos proteger nuestro propio camino, nuestro ir
descubriéndonos, para de esa manera alcanzar nuestro desarrollo personal. La fidelidad es la fe
en nuestros ideales, es el hacerlos realidad en nuestras vidas, es reconocer que la finalidad para la
que seguimos trabajando en nuestra Orden tienen una supina importancia para nosotros, en
nuestras vidas. De lo contrario, es decir, si no fuera importante, entonces no necesitaríamos
protegerlo, como hacemos con nuestra propia existencia. Esto sería terrible, si llegase el
momento en que ni siquiera fuéramos fieles a nosotros mismos, que ni siquiera nosotros
tuviéramos fe en nosotros mismos. Por último, la obediencia no debe ser entendida por sumisión.
La obediencia se manifiesta en el cumplimiento de los deberes que nos ha regalado la Orden.
Cuando nos iniciamos nos convertimos en ofrendas vivas al G.·. A.·. D.·. U.·., y, teniendo
presente que la iniciación es un proceso que no termina con la clausura de los trabajos de la
ceremonia de iniciación, debemos orientarnos, todos los días, al cumplimiento de los deberes que
nos han sido entregados.
Y, finalmente, sobre los derechos. Debo de señalar que observo que tenemos un solo derecho,
que coincide con la finalidad de nuestra propia existencia material: desarrollarnos en una vida
feliz. Si bien el masón no tiene derecho a pedir algo (como, por ejemplo, solicitar pasar de
grado), si tenemos el derecho a que se nos brinde la oportunidad de construirnos a nosotros
mismos. Tenemos el derecho a ser nosotros mismos. Es decir, tenemos el derecho a ser felices.
Y la felicidad no se consigue teniendo más cosas, más grados, más reconocimientos, más
aplausos, más información, etc. Pues la felicidad, según los estoicos, entendida como el Bien
Supremo, no se consigue mediante el uso de los sentidos, ya que estos generan los apegos, sino
por el uso de la razón, adquiriendo conocimientos; y no cualquier tipo de conocimiento, sino
aquel que permita a cada persona manifestarse con una vida virtuosa: «El hombre virtuoso es el
que consigue dominar sus pasiones y emociones, abandonando así el mundo externo y
encontrándose a sí mismo». No les suena, Hermanos, similar a nuestra frase: «morimos al
mundo profano, para renacer en una nueva vida». La felicidad se consigue controlando nuestros
deseos, nuestros apegos, siendo indiferentes a nuestras pasiones, renunciando a nuestros egos. Es
un trabajo que tiene principio, pero no tiene fin. No debemos olvidar que la mayor felicidad es
ser libres y la mayor libertad es controlar nuestra propia conducta. Como nos decía nuestro
hermano José Hernández, en su famosísima obra de la literatura gaucha, el Martín Fierro: «Al
que es amigo, jamás / lo dejen en la estacada, / pero no le pidan nada / ni lo aguarden todo de
él. / Siempre el amigo más fiel / es una conducta honrada» (HERNÁNDEZ, José; Martín Fierro;
Juan mejía Baca & P. L. Villanueva editores; colección Ediciones Populares número 5; Lima,
s/d; página 182).
San Martín de Porres, 6 de mayo de 2023, e.·. v.·.

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