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Anthony de Mello - El Canto Del Pajaro
Anthony de Mello - El Canto Del Pajaro
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ANTHONY DE MELLO
Este libro ha sido escrito para gentes de cualquier creencia, religiosa o no-religiosa.
No puedo ocultar a mis lectores, sin embargo, el hecho de que yo soy sacerdote de la
Iglesia Católica, que me he adentrado con toda libertad en tradiciones místicas no-
cristianas y que éstas me han influenciado y enriquecido profundamente. A pesar de lo
cual, nunca he dejado de volver a mi Iglesia, que es mi verdadero hogar espiritual; y
aunque me doy perfecta cuenta (a veces con auténtico asombro) de sus limitaciones y de
su ocasional estrechez, también soy perfectamente consciente de que ha sido ella la que
me ha formado, me ha moldeado y ha hecho de mí lo que soy. Por eso es a ella, mi
Madre y Maestra, a quien deseo dedicar amorosamente este libro.
A todo el mundo le gustan los cuentos, y son precisamente cuentos -y en
abundancia- lo que el lector hallará en este libro: cuentos budistas, cuentos cristianos,
cuentos Zen, cuentos asideos, cuentos rusos, cuentos chinos, cuentos hindúes, cuentos
Sufí, cuentos antiguos y modernos.
Estos cuentos poseen todos ellos, sin embargo, una peculiar característica: si se leen
de una determinada manera, ocasionan un verdadero crecimiento espiritual.
1. Leer un cuento una sola vez y pasar al siguiente. Este modo de leer sirve
únicamente de entretenimiento.
2. Leer un cuento dos veces, reflexionar sobre él y aplicarlo a la propia vida. Es una
especie de teología que puede practicarse con bastante provecho en grupos pequeños en
los que cada miembro comparte con los demás las reflexiones que el cuento le ha
suscitado. Lo que se origina entonces es un círculo teológico.
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3. Volver a leer el cuento, después de haber reflexionado sobre él. Crear un silencio
interior y dejar que el cuento le revele a uno su profundo significado interno. Un
significado que va mucho más allá de las palabras y las reflexiones. Esto lleva
progresivamente a adquirir una especie de sensibilidad para lo místico.
También se puede tener presente el cuento durante todo el día y dejar que su
fragancia o su melodía le ronde a uno. Es preciso dejar hablar al corazón, no al cerebro.
De este modo también se hace tino una especie de místico. Y es precisamente con esta
finalidad mística con la que han sido escritos la mayoría de estos cuentos.
ADVERTENCIA:
GLOSARIO:
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Nadie puede descubrir tu propio significado en tu lugar. Ni si quiera el Maestro.
Las palabras del alumno tienen que ser entendidas. Las del Maestro no tienen que
serlo. Tan sólo tienen que ser escuchadas, del mismo modo que uno escucha el viento
en los árboles y el rumor del río y el canto del pájaro, que despiertan en quien lo
escucha algo que está más allá de todo conocimiento.
EL AGUIJÓN
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Hubo un santo que tenía el don de hablar el lenguaje de las hormigas.
Se acercó a una que parecía más enterada y le preguntó: «¿Cómo es el
Todopoderoso? ¿Se parece de algún modo a las hormigas?».
La docta hormiga le respondió: «¿El Todopoderoso? En absoluto. Las hormigas,
como puedes ver, tenemos un solo aguijón. Pero el Todopoderoso tiene dos».
EL ELEFANTE Y LA RATA
Es infinitamente más fácil para un elefante ponerse el bañador de una rata que para
Dios acomodarse a nuestras doctas ideas acerca de Él.
LA PALOMA REAL
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Nasruddin llegó a ser primer ministro del rey. En cierta ocasión, mientras
deambulaba por el palacio, vio por primera vez en su vida un halcón real.
Hasta entonces, Nasruddin jamás había visto semejante clase de paloma. De modo
que tomó unas tijeras y cortó con ellas las garras, las alas y el pico del halcón.
«Ahora pareces un pájaro como es debido», dijo. «Tu cuidador te ha tenido muy
descuidado».
¡Ay de las gentes religiosas que no conocen más mundo que aquel en el que viven y
no tienen nada que aprender de las personas con las que hablan!
Lo que para uno es comida, es veneno para otro. El sol, que permite ver al águila,
ciega al búho.
Llevaba Nasruddin una carga de sal al mercado.. Su asno tuvo que vadear un río y
la sal se disolvió.
Al alcanzar la otra orilla, el animal se puso a corretear, contentísimo de haber visto
aligerada su carga.
Pero Nasruddin estaba enfadado de veras. Al siguiente día en que había mercado
Nasruddin cubrió los sacos con abundante algodón. Al cruzar el río, el asno casi se
ahoga por culpa del exceso de peso. «¡Tranquilízate!», dijo alborozado Nasruddin.
«¡Esto te enseñará que no siempre que cruces el río vas a ganar tú!».
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LA VERDADERA ESPIRITUALIDAD
Hay que cortar la chaqueta de acuerdo con las medidas de la persona, y no al revés.
EL PEQUEÑO PEZ
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«Usted perdone», le dijo un pez a otro, «es usted más viejo y con más experiencia
que yo y probablemente podrá usted ayudarme. Dígame: ¿dónde puedo encontrar eso
que llaman Océano? He estado buscándolo por todas partes, sin resultado».
«El Océano», respondió el viejo pez, «es donde estás ahora mismo».
«¿Esto? Pero si esto no es más que agua... Lo que yo busco es el Océano», replicó
el joven pez, totalmente decepcionado, mientras se marchaba nadando a buscar en otra
parte.
Los hindúes han creado una encantadora imagen para describir la relación entre Dios
y su Creación. Dios «danza» su Creación. El es su bailarín; su Creación es la danza. La
danza es diferente del bailarín; y, sin embargo, no tiene existencia posible con
independencia de El. No es algo que se pueda encerrar en una caja y llevárselo a casa.
En el momento en que el bailarín se detiene, la danza deja de existir.
En su búsqueda de Dios, el hombre piensa demasiado, reflexiona demasiado, habla
demasiado. Incluso cuando contempla esta danza que llamamos Creación, está todo el
tiempo pensando, hablando (consigo mismo o con los demás), reflexionando,
analizando, filosofando. Palabras, palabras, palabras... Ruido, ruido, ruido... Guarda
silencio y mira la danza. Sencillamente, mira: una estrella, una flor, una hoja marchita,
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un pájaro, una piedra... Cualquier fragmento de la danza sirve. Mira. Escucha. Huele.
Toca. Saborea. Y seguramente no tardarás en verle a él, al Bailarín en persona.
Si realmente has oído cantar a un pájaro, si realmente has visto un árbol..., deberías
saber (más allá de las palabras y los conceptos).
¿Qué dices? ¿Que has oído cantar a docenas de pájaros y has visto centenares de
árboles? Ya. Pero lo que has visto ¿era el árbol o su descripción? Cuando miras un árbol
y ves un árbol, no has visto realmente el árbol. Cuando miras un árbol y ves un milagro,
entonces, por fin, has visto un árbol. ¿Alguna vez tu corazón se ha llenado de muda
admiración cuando has oído el canto de un pájaro?
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Esta es la esencia de la contemplación: la capacidad de asombro. La contemplación
se diferencia del éxtasis en que éste lleva a uno a «retirarse». Pero el contemplativo
iluminado sigue cortando madera y sacando agua del pozo. La contemplación se
diferencia de la percepción de la belleza en que ésta (un cuadro o una puesta de sol)
produce un placer estético, mientras que la contemplación produce asombro,
prescindiendo de que lo que se contemple sea una puesta de sol o una simple piedra.
Y ésta es prerrogativa del niño, que con tanta frecuencia se asombra. Por eso se
encuentra tan a sus anchas en el Reino de los Cielos.
LOS BAMBÚES
Nuestro perro, Brownie, estaba sentado en tensión, las orejas aguzadas, la cola
meneándose tensamente, los ojos alerta, mirando fijamente hacia la copa del árbol.
Estaba buscando a un mono. El mono era lo único que en ese momento ocupaba su
horizonte consciente. Y, dado que no posee entendimiento, no había un solo
pensamiento que viniera a turbar su estado de absoluta absorción: no pensaba en lo que
comería aquella noche, ni si en realidad tendría algo que comer, ni en dónde iba a
dormir. Brownie era lo más parecido a la contemplación que yo haya visto jamás.
Tal vez tú mismo hayas experimentado algo de esto, por ejemplo cuando te has
quedado completamente absorto viendo jugar a un gatito. He aquí una fórmula, tan
buena como cualquier otra de las que yo conozco, para la contemplación: Vive
totalmente en el presente.
Y un requerimiento absolutamente esencial, por increíble qué parezca: Abandona
todo pensamiento acerca del futuro y acerca del pasado. Debes abandonar, en realidad,
todo pensamiento toda frase, y hacerte totalmente presente. Y la contemplación se
produce.
Dicen que Buda intentó practicar toda espiritualidad, toda forma de ascetismo, toda
disciplina de cuantas se practicaban en la India de su época, en un esfuerzo por alcanzar
la iluminación. Y que todo fue en vano. Por último, se sentó un día bajo un árbol que le
dicen 'bodhi' y allí recibió la iluminación. Más tarde transmitió el secreto de la
iluminación a sus discípulos con palabras que 'pueden parecer enigmáticas a los no
iniciados, especialmente a los que se entretienen en sus pensamientos: «Cuando
respiréis profundamente, queridos monjes, sed conscientes de que estáis respirando
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profundamente. Y cuando respiréis superficialmente, sed conscientes de que estáis
respirando superficialmente. Y cuando respiréis ni muy profunda ni muy
superficialmente, queridos monjes, sed conscientes de que estáis respirando ni muy
profunda ni muy superficialmente». Conciencia. Atención. Absorción. Nada más.
Esta forma de quedarse absorto podemos observarla en los niños, que son quienes
tienen fácil acceso al Reino de los Cielos.
CONSCIENCIA CONSTANTE
Ningún alumno Zen se atrevería a enseñar a los demás hasta haber vivido con su
Maestro al menos durante diez años. Después de diez años de aprendizaje, Tenno se
convirtió en maestro.
Un día fue a visitar a su Maestro Nan-in. Era un día lluvioso, de modo que Tenno
llevaba chanclos de madera y portaba un paraguas.
Cuando Tenno llegó, Nan-in le dijo: «Has dejado tus chanclos y tu paraguas a la
entrada, ¿no es así?
Pues bien: ¿puedes decirme si has colocado el paraguas a la derecha o a la
izquierda de los chanclos?».
Tenno no supo responder y quedó confuso. Se dio cuenta entonces de que no había
sido capaz de practicar la Conciencia Constante. De modo que se hizo alumno de Nan-
in y estudió otros diez años hasta obtener la Conciencia Constante.
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Entonces recordó las palabras de su Maestro Zen: «El mañana no es real. La única
realidad es el presente». De modo que volvió al presente... y se quedó dormido.
El templo había estado sobre una isla, dos millas mar adentro. Tenía un millar de
campanas. Grandes y pequeñas campanas, labradas por los mejores artesanos del
mundo. Cuando soplaba el viento o arreciaba la tormenta, todas las campanas del
templo repicaban al unísono, produciendo una sinfonía que arrebataba a cuantos la
escuchaban.
Pero, al cabo de los siglos, la isla se había hundido en el mar y, con ella, el templo
y sus campanas. Una antigua tradición afirmaba que las campanas seguían repicando
sin cesar y que cualquiera que escuchara atentamente podría oírlas. Movido por esta
tradición, un joven recorrió miles de millas, decidido a escuchar aquellas campanas.
Estuvo sentado durante días en la orilla, frente al lugar en el que en otro tiempo se
había alzado el templo, y escuchó, y escuchó con toda atención. Pero lo único que oía
era el ruido de las olas al romper contra la orilla. Hizo todos los esfuerzos posibles por
alejar de sí el ruido de las olas, al objeto de poder oír las campanas. Pero todo fue en
vano; el ruido del mar parecía inundar el universo.
Persistió en su empeño durante semanas. Cuando le invadió el desaliento, tuvo
ocasión de escuchar a los sabios de la aldea, que hablaban con unción de la leyenda de
las campanas del templo y de quienes las habían oído y certificaban lo fundado de la
leyenda. Su corazón ardía en llamas al escuchar aquellas palabras... para retornar al
desaliento cuando, tras nuevas semanas de esfuerzo, no obtuvo ningún resultado. Por
fin decidió desistir de su intento. Tal vez él no estaba destinado a ser uno de aquellos
seres afortunados a quienes les era dado oír las campanas. O tal vez no fuera cierta la
leyenda. Regresaría a su casa y reconocería su fracaso. Era su último día en el lugar y
decidió acudir una última vez a su observatorio, par decir adiós al mar, al cielo, al
viento y a los cocoteros. Se tendió en la arena, contemplando el cielo y escuchando el
sonido del mar. Aquel día no opuso resistencia a dicho sonido, sino que, por el
contrario, se entregó a él y descubrió que el bramido de las olas era un sonido
realmente dulce y agradable. Pronto quedó tan absorto en aquel sonido que apenas era
consciente de sí mismo. Tan profundo era el silencio que producía en su corazón...
¡Y en medio de aquel silencio lo oyó! El tañido de una campanilla, seguido por el de
otra, y otra, y otra... Y en seguida todas y cada una de las mil campanas del templo
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repicaban en una gloriosa armonía, y su corazón se vio transportado de asombro y de
alegría.
Si deseas escuchar las campanas del templo, escucha el sonido del mar.
Si deseas ver a Dios, mira atentamente la creación. No la rechaces: no reflexiones
sobre ella. Simplemente, mírala.
La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros... Mediante ella se hizo todo; sin
ella no se hizo nada de cuanto ha sido creado. Todo lo que llegó a ser estaba lleno de
su vida. Y esa vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las
tinieblas jamás la han apagado.
Fíjate en las tinieblas. No pasará mucho tiempo antes de que veas la luz. Observa
silenciosamente todas las cosas. No pasará mucho tiempo antes de que veas la Palabra.
EL HOMBRE ÍDOLO
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Dice el místico hindú Ramakrishna: «La primera vez que escuché esta historia sentí
una alegría indescriptible. Si a Dios se le puede adorar a través de una imagen de barro,
¿por qué no se le va a Poder adorar a través del hombre?
¿De qué vale buscar a Dios en lugares santos si donde lo has perdido ha sido en tu
corazón?
LA PREGUNTA
Preguntaba el monje: «Todas estas montañas y estos ríos y la tierra y las estrellas...
¿de dónde vienen?
Y preguntó el Maestro: «¿Y de dónde viene tu pregunta?».
¡Busca en tu interior!
FABRICANTES DE ETIQUETAS
La vida es como una botella de buen vino. Algunos se contentan con leer la etiqueta.
Otros prefieren probar su contenido.
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En cierta ocasión mostró Buda una flor a sus discípulos y les pidió que dijeran algo
acerca de ella.
Ellos estuvieron un rato contemplándola en silencio.
Uno pronunció una conferencia filosófica sobre la flor. Otro creó un poema. Otro
ideó una parábola. Todos tratando de quedar por encima de los demás.
¡Fabricantes de etiquetas!
¡Si tan sólo pudiera probar un pájaro, una flor, un árbol, un rostro humano... ! Pero
¡ay! ¡No tengo tiempo!
Estoy demasiado ocupado en aprender a descifrar etiquetas y en producir las mías
propias. Pero ni siquiera una vez he sido capaz de embriagarme con el vino.
LA FÓRMULA
EL EXPLORADOR
El explorador había regresado junto a los suyos, que estaban ansiosos por saberlo
todo acerca del Amazonas. Pero ¿cómo podía él expresar con palabras la sensación
que había inundado su corazón cuando contempló aquellas flores de sobrecogedora
belleza y escuchó los sonidos nocturnos de la selva? ¿Cómo comunicar lo que sintió en
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su corazón cuando se dio cuenta del peligro de las fieras o cuando conducía su canoa
por las inciertas aguas del río?
Y les dijo: «Id y descubridlo vosotros mismos. Nada puede sustituir al riesgo y a la
experiencia personales». Pero, para orientarles, les hizo un mapa del Amazonas.
Ellos tomaron el mapa y lo colocaron en el Ayuntamiento. E hicieron copias de él
para cada uno. Y todo el que tenía una copia se consideraba un experto en el
Amazonas, pues ¿no conocía acaso cada vuelta y cada recodo del río, y cuán ancho y
profundo era, y dónde había rápidos y dónde se hallaban las cascadas?
El explorador se lamentó toda su vida de haber hecho aquel mapa. Habría sido
preferible no haberlo hecho.
Cuentan las crónicas que Tomás de Aquino, uno de los teólogos más portentosos de
la historia, hacia el final de su vida dejó de Pronto de escribir. Cuando su secretario se
le quejaba de que su obra estaba sin concluir, Tomás le replicó: «Hermano Reginaldo,
hace unos meses, celebrando la liturgia, experimenté algo de lo Divino. Aquel día perdí
todas las ganas que tenía de escribir. En realidad, todo lo que he escrito acerca de Dios
me parece ahora como si no fuera más que paja».
¿Cómo puede ser de otra manera cuando el intelectual se hace místico?
Cuando el místico bajó de la montaña se le acercó el ateo, el cual le dijo con aire
sarcástico:
«¿Qué nos has traído del jardín de las delicias en el que has estado?».
Y el místico 'le respondió: «En realidad tuve intención de llenar mi faldón de flores
para, a mi regreso, regalar algunas de ellas a mis amigos. Pero estando allí, de tal
forma me embriagó la fragancia del jardín que hasta me olvidé del faldón».
Los Maestros de Zen lo expresan más concisamente: «El que sabe no habla. El que
habla no sabe».
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Nadie supo lo que fue de Kakua después de que éste abandonara la presencia del
Emperador. Sencillamente, desapareció.
He aquí la historia:
Kakua fue el primer japonés que estudió Zen en China. No viajaba en absoluto. Lo
único que hacía era meditar asiduamente.
Cuando la gente le encontraba y le pedía que predicara, él decía unas cuantas
palabras y se marchaba a otro lugar del bosque, donde resultara más difícil
encontrarle.
Cuando Kakua regresó al Japón, el Emperador oyó hablar de él y le hizo llegar su
deseo de que predicara Zen ante él y toda su corte. Kakua acudió y se quedó en silencio
frente al Emperador. Entonces sacó una flauta de entre los pliegues de su vestido y
emitió con ella una breve nota. Después hizo una profunda inclinación ante el rey y
desapareció.
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¿QUE ESTÁS DICIENDO?
El Maestro Zen Mu-nan sabía que no tenía más que un sucesor: su discípulo Shoju.
Un día le hizo llamar y le dijo: «Yo ya soy un viejo, Shoju, y eres tú quien debe
proseguir estas enseñanzas. Aquí tienes un libro que ha sido transmitido de Maestro a
Maestro durante siete generaciones. Yo mismo he añadido al libro algunas notas que te
serán de utilidad. Aquí lo tienes. Consérvalo como señal de que eres mi sucesor».
«Harías mejor en guardarte el libro», replicó Shoju. «Tú me transmitiste el Zen sin
necesidad de palabras escritas y. seré muy dichoso de conservarlo de este modo». «Lo
sé, lo sé ...» dijo con paciencia Mu-nan. «Pero aun así el libro ha servido a siete
generaciones y también puede ser útil para ti. De modo que tómalo y consérvalo».
Se hallaban los dos hablando junto al fuego. En el momento en que los dedos de
Shoju tocaron el libro, lo arrojó al fuego.
No le apetecían nada las palabras escritas. Mu-nan; a quien nadie había visto
jamás enfadado, gritó: «¿Qué disparate estás haciendo?».
Y Shoju le replicó: «¿Qué disparate estás diciendo?».
EL DIABLO Y SU AMIGO
En cierta ocasión salió el diablo a pasear con un amigo. De pronto vieron ante ellos
a un hombre que estaba inclinado sobre el suelo tratando de recoger algo.
«¿Qué busca ese hombre?», le preguntó al diablo su amigo.
«Un trozo de Verdad», respondió el diablo.
«¿Y eso no te inquieta?», volvió a preguntar el amigo.
«Ni lo más mínimo», respondió el diablo. «Le permitiré que haga de ello una
creencia religiosa».
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Una creencia religiosa es como un poste indicador que señala el camino hacia la
Verdad. Pero las personas que se obstinan en adherirse al indicador se ven impedidas de
avanzar hacia la Verdad, porque tienen la falsa sensación de que ya la poseen.
NASRUDDIN HA MUERTO
Cuando la realidad choca con una creencia rígidamente afirmada, la que sale
perdiendo es la realidad.
Una prueba más de que las creencias rígidas conducen a distorsionar la realidad.
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Cuando alguien ha alcanzado la luz, sus palabras son como semillas, llenas de vida y
de energía. Y pueden conservar la forma de semillas durante siglos, hasta que son
sembradas en un corazón fértil y receptivo.
Yo solía pensar que las palabras escritas estaban muertas y secas. Ahora sé que
están llenas de energía y de vida. Era mi corazón el que estaba frío y muerto, así que
¿cómo iba a crecer nada en él?
Se acercó un hombre sabio a Buda y le dijo: «Las cosas que tú enseñas, señor, no se
encuentran en las Santas Escrituras». «Entonces, ponlas tú en las Escrituras», replicó
Buda.
Tras una embarazosa pausa, el hombre siguió diciendo: «¿Me permitiría sugerirle,
señor, que algunas de las cosas que vos enseñáis contradicen las Santas Escrituras?».
«Entonces, enmienda las Escrituras», contestó Buda.
En las Naciones Unidas se hizo la propuesta de que se revisaran todas las Escrituras
de todas las religiones del mundo. Cualquier cosa en ellas que pudiera llevar a la
intolerancia, a la crueldad o al fanatismo, debería ser borrada. Cualquier cosa que de
algún modo fuera en contra de la dignidad y el bienestar del hombre debería omitirse.
Cuando se descubrió que el autor de la propuesta era el propio Jesucristo, los
periodistas corrieron a visitarle en busca de una más completa explicación. Y ésta fue
bien sencilla y breve: «Las Escrituras, como el Sábado, son para el hombre», afirmó,
«no el hombre para las Escrituras».
Había un hombre que tenía una hija muy fea y se la dio en matrimonio a un ciego,
porque ningún otro la habría querido. Cuando un médico se ofreció a devolver la vista
al marido ciego, el padre de la muchacha se opuso con todas sus fuerzas, pues temía
que el hombre se divorciara de su hija.
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Afirma Sa'di acerca de esta historia: «El marido de una mujer fea es mejor que siga
ciego».
LOS PROFESIONALES
Un cuento Sufí:
Un hombre a quien se consideraba muerto fue llevado por sus amigos para ser
enterrado. Cuando el féretro estaba a punto de ser introducido en la tumba, el hombre
revivió inopinadamente y comenzó a golpear la tapa del féretro. Abrieron el féretro y el
hombre se incorporó. «¿Qué estáis haciendo»?, dijo a los sorprendidos asistentes.
«Estoy vivo. No he muerto».
Sus palabras fueron acogidas con asombrado silencio. Al fin, uno de los deudos
acertó a hablar: «Amigo, tanto los médicos como los sacerdotes han certificado que
habías muerto. Y ¿cómo van a haberse equivocado los expertos?». Así pues, volvieron
a atornillar la tapa del féretro y lo enterraron debidamente.
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En cierta ocasión un pariente visitó a Nasruddin, llevándole como regalo un ganso.
Nasruddin cocinó el ave y la compartió con su huésped.
No tardaron en acudir un huésped tras otro, alegando todos ser amigos de un amigo
«del hombre que te ha traído el ganso». Naturalmente; todos ellos esperaban obtener
comida y alojamiento a cuenta del famoso ganso.
Finalmente, Nasruddin no pudo aguantar más. Un día llegó un extraño a su casa y
dijo: «Yo soy un amigo del amigo del pariente tuyo que te regaló un ganso». Y, al igual
que los demás, se sentó a la mesa, esperando que le dieran de comer. Nasruddin puso
ante él una escudilla llena de agua caliente.
«¿Qué es esto?», preguntó el otro. «Esto», dijo Nasruddin, «es la sopa de la sopa
del ganso que me regaló mi amigo».
A veces se oye hablar de hombres que se han hecho discípulos de los discípulos de
los discípulos de un hombre que ha tenido la experiencia personal de Dios.
Es absolutamente imposible enviar un beso a través de un mensajero.
El sacerdote de la aldea era distraído en sus oraciones por los niños que jugaban
unto a su ventana. Para librarse de ellos, les gritó: «¡Hay un terrible monstruo río
abajo. Id corriendo allá y podréis ver cómo echa fuego por la nariz!». Al poco tiempo,
todo el mundo en la aldea había oído hablar de la monstruosa aparición y corría hacia
el río. Cuando el sacerdote lo vio, se unió a la muchedumbre. Mientras se dirigía
resollando hacia el río, que se encontraba cuatro millas más abajo, iba pensando: «La
verdad es que yo he inventado la historia. Pero quién sabe si será cierta...
Es mucho más fácil creer en los dioses que hemos creado si somos capaces de
convencer a los demás de su existencia.
LA FLECHA ENVENENADA
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En cierta ocasión se acercó un monje a Buda y le dijo: «¿Sobreviven a la muerte las
almas de los justos?».
Como era propio de él, Buda no respondió. Pero el monje insistía. Y todos los días
volvía a hacerle la misma pregunta; y un día tras otro recibía el silencio como
respuesta. Hasta que no pudo soportarlo y amenazó con abandonar el monasterio si no
le era respondida aquella pregunta de vital importancia para él; porque ¿a santo de
qué iba él a sacrificarlo todo para vivir en el monasterio, si las almas de los justos no
iban a sobrevivir a la muerte?
Entonces Buda, compadecido, rompió su silencio y le dijo: «Eres como un hombre
que fue alcanzado por una flecha envenenada y al poco tiempo estaba agonizando. Sus
parientes se apresuraron a llevar a un médico junto a él, pero el hombre se negó a que
le extrajeran la flecha o se le aplicara cualquier otro remedio mientras no le dieran
respuesta a tres importantes preguntas: Primero, el hombre que le disparó ¿era blanco
o negro? Segundo, ¿era un hombre alto o bajo? Y tercero, ¿era un bracmán o un
paria? Si no le respondían a estas tres preguntas, el hombre se negaba a recibir todo
tipo de asistencia».
El monje se quedó en el monasterio.
Es mucho más placentero hablar del camino que recorrerlo; o discutir acerca de las
propiedades de una medicina que tomarla.
Afirmaba aquel hombre que, en la práctica, era ateo. Si realmente pensaba por sí
mismo y era honrado, tenía que admitir que no creía de veras las cosas que su religión le
enseñaba. La existencia de Dios originaba tantos problemas como los que resolvía; la
vida después de la muerte era un espejismo; las escrituras y la tradición habían causado
tanto mal como bien. Todas estas cosas habían sido inventadas por el hombre para
mitigar la soledad y la desesperación que él observaba en la existencia humana.
Lo mejor era dejarle en paz. No decirle nada. Tal vez estaba atravesando una crisis
de crecimiento y evolución.
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Replicó el Maestro: «Eso lo dije para que el niño dejase de llorar. Pero, cuando el
niño ha dejado de llorar, digo:
No hay mente. No hay Buda ».
Tal vez el niño había dejado de llorar y ya estaba preparado para la verdad. De modo
que lo mejor era dejarle solo.
***
Pero cuando empezó a predicar su recién descubierto ateísmo a otras personas que
no estaban preparadas para ello, hubo que frenarle: «Hubo una época, la era pre-
científica, en que los hombres adoraban al sol. Vino después la era científica y los
hombres se dieron cuenta de que el sol no era un dios; ni siquiera era una persona. Por
fin, vino la era mística y Francisco de Asís llamaría 'hermano' al sol y hablaría con él».
«Tu fe era la de un chiquillo aterrorizado. Y ahora que te has convertido en un
hombre audaz, la has perdido. Ojalá llegues algún día a ser un místico y vuelvas a
encontrar tu fe».
***
La fe no se pierde jamás por buscar sin miedo la verdad. Sólo las creencias que
expresan la fe se ven nubladas durante algún tiempo; pero, llegado el momento, se
purifican.
EL HUEVO
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Una vez llegó un profeta a una ciudad con el fin de convertir a sus habitantes. Al
principio la gente le escuchaba cuando hablaba, pero poco a poco se fueron apartando,
hasta que no hubo nadie que escuchara, las palabras del profeta.
Cierto día, un viajante le dijo al profeta: «¿Por qué sigues predicando? ¿No ves que
tu misión es imposible?».
Y el profeta le respondió:
«Al principio tenía la esperanza de poder cambiarlos. Pero si ahora sigo gritando
es únicamente para que no me cambien ellos a mí».
Aquel día, el sermón del Maestro se redujo a una sola y enigmática sentencia.
Se limitó a sonreír con ironía y a decir: «Todo lo que yo hago aquí es estar sentado
en la orilla y vender agua del río».
Y concluyó su sermón.
El aguador había instalado su puesto a la orilla del río y acudían miles de personas a
comprarle agua. Todo el éxito de su negocio dependía de que aquellas personas no
vieran el río. Cuando, al fin, vieron, él cerró el negocio.
El predicador tuvo un enorme éxito. Venían a él por millares a adquirir sabiduría.
Cuando obtuvieron la sabiduría, dejaron de acudir a sus sermones. Y el predicador no
podía ocultar su satisfacción, pues había logrado. su propósito, que no era sino el de
retirarse lo antes posible, porque en el fondo sabía que él tan sólo ofrecía a la gente lo
que ésta ya poseía, con tal de que fuera capaz de abrir los ojos y mirar. «Si yo no me
voy», dijo Jesús a sus discípulos, «no vendrá a vosotros el Espíritu Santo».
***
Si hubieras dejado tan resueltamente de vender agua, la gente habría tenido más
posibilidades de ver el río.
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LA MEDALLA
Había una madre que no conseguía que su hijo pequeño dejara de jugar y regresara
a casa antes del anochecer. De modo que, para asustarle, le dijo que el camino que
llevaba a su casa era frecuentado por unos espíritus que salían tan pronto como se
ponía el sol. Desde aquel momento ya no tuvo problemas para hacer que el niño
regresara a casa temprano.
Pero, cuando creció, el muchacho tenía tanto miedo a la oscuridad y a los espíritus
que no había modo de sacarle de casa por la noche. Entonces su madre le dio una
medalla y le convenció de que, mientras la llevara consigo, los espíritus no podrían
hacerle ningún mal en absoluto. Ahora el muchacho ya no tiene miedo alguno a
adentrarse en la oscuridad fuertemente asido a su medalla.
NASRUDDIN EN CHINA
El Mullah Nasruddin fue a China, donde reunió a un grupo de discípulos a los que
preparó para alcanzar la iluminación. Pero, tan pronto como lo consiguieron, los
discípulos dejaron de asistir a sus clases.
No es muy loable para un guía espiritual el que sus discípulos se sienten
perennemente a sus pies.
Cuando, cada tarde, se sentaba el gurú para las prácticas del culto, siempre andaba
por allí el gato del ashram distrayendo a los fieles. De manera que ordenó el gurú que
ataran al gato durante el culto de la tarde.
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Mucho después de haber muerto el gurú, seguían atando al gato durante el referido
culto. Y cuando el gato murió, llevaron otro gato al ashram para poder atarlo durante
el culto vespertino. Siglos más tarde, los discípulos del gurú escribieron doctos
tratados acerca del importante papel que desempeña el gato en la realización de un
culto como es debido.
VESTIMENTAS LITÚRGICAS
«DIENTES DE LEÓN»
También yo tenía un césped del que estaba muy orgulloso, y también sufrí una plaga
de «dientes de león» que traté de combatir con todos los medios a mi alcance. De modo
que el aprender a amarlos no fue nada fácil.
Comencé por hablarles todos los días cordial y amistosamente. Pero ellos sólo
respondían con su hosco silencio. Aún les dolía la batalla que había librado contra ellos.
Probablemente recelaban de mis motivos.
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Pero no tuve que aguardar mucho tiempo a que volvieran a sonreír y a recuperar su
sosiego. Incluso respondían ya a lo que yo les decía. Pronto fuimos amigos.
Por supuesto que mi césped quedó arruinado, pero ¡qué delicioso se hizo mi
jardín...!
Poco a poco iba quedándose ciego, a pesar de que trató de evitarlo por todos los
medios. Y cuando las medicinas ya no surtían efecto, tuvo que combatir con todas sus
emociones. Yo mismo necesitaba armarme de valor para decirle: «Te sugiero que
aprendas a amar tu ceguera».
Fue una verdadera lucha. Al principio se resistía a trabar contacto con ella, a decirle
una sola palabra. Y cuando, al fin, consiguió hablar con su ceguera, sus palabras eran de
enfado y amargura. Pero siguió hablando y, poco a poco, las palabras fueron haciéndose
palabras de resignación; de tolerancia y de aceptación.... hasta que un día, para su
sorpresa, se hicieron palabras de simpatía... y de amor. Había llegado el momento en
que fue capaz de rodear con su brazo a su ceguera y decirle: «Te amo». Y aquel día le vi
sonreír de nuevo. Y ¡qué sonrisa tan dulce... !
Naturalmente que había perdido la vista para siempre. Pero ¡qué bello se hizo su
rostro...! Mucho más bello que antes de que le sobreviniera la ceguera.
NO CAMBIES
Durante años fui un neurótico. Era un ser angustiado, deprimido y egoísta. Y todo
el mundo insistía en decirme que cambiara. Y no dejaban de recordarme lo neurótico
que yo era.
Y yo me ofendía, aunque estaba de acuerdo con ellos, y deseaba cambiar, pero no
acababa de conseguirlo por mucho que lo intentara.
Lo peor era que mi mejor amigo tampoco dejaba de recordarme lo neurótico que yo
estaba. Y también insistía en la necesidad de que yo cambiara.
Y también con él estaba de acuerdo, y no podía sentirme ofendido con él. De
manera que me sentía impotente y como atrapado.
Pero un día me dijo: «No cambies. Sigue siendo tal como eres. En realidad no
importa que cambies o dejes de cambiar. Yo te quiero tal como eres y no puedo dejar
de quererte».
Aquellas palabras sonaron en mis oídos como música: «No cambies. No cambies.
No cambies... Te quiero...».
Entonces me tranquilicé. Y me sentí vivo. Y, ¡Oh, maravilla!, cambié.
MI AMIGO
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EL CATECUMENO ÁRABE
Cuando el barco del obispo se detuvo durante un día en una isla remota, decidió
emplear la jornada del modo más provechoso posible. Deambulaba por la playa
cuando se encontró con tres pescadores que estaban reparando sus redes y que, en su
elemental inglés, le explicaron cómo habían sido evangelizados siglos atrás por los
misioneros. «Nosotros ser cristianos», le dijeron, señalándose orgullosamente a sí
mismos.
El obispo quedó impresionado. Al preguntarles si conocían la Oración del Señor, le
respondieron que jamás la habían oído. El obispo sintió una auténtica conmoción.
¿Cómo podían llamarse cristianos si no sabían algo tan elemental como el
Padrenuestro?
«Entonces, ¿qué decís cuando rezáis?» «Nosotros levantar los ojos al cielo.
Nosotros decir: 'Nosotros somos tres, Tú eres tres, ten piedad de nosotros'». Al obispo
le horrorizó el carácter primitivo y hasta herético de su oración. De manera que
empleó el resto del día en enseñarles el Padrenuestro. Los pescadores tardaban en
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aprender, pero pusieron todo su empeño y, antes de que el obispo zarpara al día
siguiente, tuvo la satisfacción de oír de sus labios toda la oración sin un solo fallo.
Meses más tarde el barco del obispo acertó a pasar por aquellas islas y, mientras el
obispo paseaba por la cubierta rezando sus oraciones vespertinas, recordó con agrado
que en aquella isla remota había tres hombres que, gracias a pacientes esfuerzos,
podían ahora rezar como era debido. Mientras pensaba esto, sucedió que levantó los
ojos y divisó un punto de luz hacia el este. La luz se acercaba al barco y, 'para su
asombro, vio tres figuras que caminaban hacia él sobre el agua. El capitán detuvo el
barco y todos los marineros se asomaron por la borda a observar aquel asombroso
espectáculo.
Cuando se hallaban a una distancia desde donde podían hablar, el obispo reconoció
a sus tres amigos, los pescadores. «¡Obispo!», exclamaron, «nosotros alegrarnos de
verte. Nosotros oír tu barco pasar cerca de la isla y correr a verte».
«¿Qué deseáis?»?, les preguntó el obispo con cierto recelo.
«Obispo», le dijeron, «nosotros tristes. Nosotros olvidar bonita oración. Nosotros
decir: 'Padre Nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a
nosotros tu Reino...'. Después olvidar.
Por favor, decirnos otra vez toda la oración». El obispo se sintió humillado.
«Volved a vuestras casas, mis buenos amigos», les dijo, «y cuando recéis, decid:
'Nosotros somos tres, tú eres tres, ten piedad de nosotros'».
He aquí una de las historias predilectas del Maestro de sufí Sa'di de Shiraz:
Cierto amigo mío estaba encantado de que su mujer hubiera quedado embarazada.
El deseaba ardientemente tener un hijo varón y así se lo pedía a Dios sin cesar,
haciéndole una serie de promesas.
Sucedió que su mujer dio a luz a un niño, por lo que mi amigo se alegró
enormemente e invitó a una fiesta a toda la aldea.
Años más tarde, volviendo yo de La Meca, pasé por la aldea de mi amigo y me
enteré de que estaba en la cárcel.
«¿Por qué? ¿Qué es lo que ha hecho?», pregunté.
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Sus vecinos me dijeron: «Su hijo se emborrachó, mató a un hombre y salió huyendo.
De manera que arrestaron al padre y lo metieron en la cárcel».
NARADA
El sabio indio Narada partió en peregrinación hacia el templo del Señor Vishnú.
Una noche se detuvo en una aldea y le dieron asilo en la choza de una pobre pareja. A
la mañana siguiente, antes de que marchara, el hombre le dijo a Narada: «Ya que vas a
ver al Señor Vishnú, pídele que nos conceda un hijo a mi mujer y a mí, porque son
muchos años ya los que llevamos sin descendencia».
Cuando Narada llegó al templo, dijo al Señor: «Aquel hombre y su mujer fueron
muy amables conmigo. Ten compasión de ellos y dales un hijo». El Señor, de un modo
terminante, le replicó: «En el destino de ese hombre no está el tener hijos». De modo
que Narada, una vez hechas sus devociones, regresó a casa.
Cinco años más tarde emprendió la misma peregrinación y se detuvo en la misma
aldea, siendo hospedado una vez más por la misma pareja. Pero en esta ocasión había
dos niños jugando a la entrada de la choza.
«¿De quién son estos niños?», preguntó Narada. «Míos», respondió el hombre.
Narada quedó desconcertado. Y el hombre prosiguió: «Hace cinco años, poco
después de que tú te marcharas, llegó a nuestra aldea un santo mendigo. Nosotros le
dimos hospedaje aquella noche. Y a la mañana siguiente, antes de partir, nos bendijo a
mi mujer y a mí... y el Señor nos ha dado estos dos hijos».
Cuando Narada lo oyó, no pudo esperar más y marchó inmediatamente al templo
del Señor Vishnú. Una vez allí, gritó desde la misma entrada del templo: «¿No me
dijiste que no estaba en el destino de aquel hombre el tener hijos? ¿Cómo es que ahora
tiene dos?». Cuando el Señor le oyó, rió sonoramente y dijo: «Debe de haber sido cosa
de un santo. Los santos tienen el poder de cambiar el destino».
Uno recuerda instintivamente una fiesta de bodas en la que la madre de Jesús, por
medio de sus súplicas, consiguió que su hijo realizara un milagro antes de lo previsto en
su destino.
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El gran general japonés Nobunaga decidió atacar, a pesar de que sólo contaba con
un soldado por cada diez enemigos. El estaba seguro de vencer, pero sus soldados
abrigaban muchas dudas.
Cuando marchaban hacia el combate, se detuvieron en un santuario sintoísta.
Después de orar en dicho santuario, Nobunaga salió afuera y dijo: «Ahora voy a echar
-una moneda al aire. Si sale cara, venceremos; si sale cruz, seremos derrotados. El
destino nos revelará su rostro».
Lanzó la moneda y salió cara. Los soldados se llenaron de tal ansia de luchar que
no encontraron ninguna dificultad para vencer. Al día siguiente, un ayudante le dijo
a Nobunaga: «Nadie puede cambiar el rostro del destino».
«Exacto», le replicó Nobunaga mientras le mostraba una moneda falsa que tenía
cara por ambos lados.
¿El poder de la oración? ¿El poder del destino? ¿O el poder de una fe convencida de
que algo va a ocurrir?
PEDIR LA LLUVIA
Cuando acude a ti el neurótico en busca de ayuda, rara vez pretende ser curado,
porque toda curación es dolorosa. Lo que realmente desea es encontrarse a gusto con su
neurosis. O, mejor aún, anhela un milagro que le cure sin dolor.
Al viejo le encantaba fumar su pipa después de la cena. Una noche su mujer olió
que algo se quemaba y gritó: «¡Por Dios bendito, papá! Se te están quemando los
bigotes». «Ya lo sé», respondió el viejo airadamente. «¿No ves que estoy pidiendo la
lluvia?».
EL ZORRO MUTILADO
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Un hombre que paseaba por el bosque vio un zorro que había perdido sus patas,
por lo que el hombre se preguntaba cómo podría sobrevivir. Entonces vio llegar a un
tigre que llevaba una presa en su boca. El tigre ya se había hartado y dejó el resto de
la carne para el zorro.
Al día siguiente Dios volvió a alimentar al zorro por medio del mismo tigre. El
comenzó a maravillarse de la inmensa bondad de Dios y se dijo a sí mismo: «Voy
también yo a quedarme en un rincón, confiando plenamente en el Señor, y éste me dará
cuanto necesito».
Así lo hizo durante muchos días; pero no sucedía nada y. el pobre hombre estaba
casi a las puertas de la muerte cuando oyó una Voz que le decía: «¡Oh, tú, que te hallas
en la senda del error, abre tus ojos a la Verdad! Sigue el ejemplo del tigre y deja ya de
imitar al pobre zorro mutilado».
Por la calle vi a una niña aterida y tiritando de frío dentro de ligero vestidito y con
pocas perspectivas de conseguir una comida decente. Me encolericé y le dije a Dios:
«¿Por qué permites estas cosas? ¿Por qué no haces nada para solucionarlo?». Durante
un rato, Dios guardó silencio. Pero aquella noche, de improviso, me respondió:
«Ciertamente que he hecho algo. Te he hecho a ti».
EL DIOS ALIMENTO
Una vez decidió Dios visitar la tierra y envió a un ángel para que inspeccionara la
situación antes de su visita.
Y el ángel regresó diciendo:
«La mayoría de ellos carece de comida; la mayoría de ellos carece también de
empleo».
Y dijo Dios: «Entonces voy a encarnarme en forma de comida para los hambrientos
y en forma de trabajo para los parados».
El Lama del Sur dirigió una urgente llamada al gran Lama del Norte pidiéndole que
le enviara a un monje sabio y santo que iniciara a los novicios en la vida espiritual.
Para general sorpresa, el Gran Lama envió a cinco monjes en lugar de uno solo. Y a
quienes le preguntaban el motivo, les respondía enigmáticamente: <Tendremos suerte
si al menos uno de los cinco consigue llegar al Lama».
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El grupo llevaba algunos días en camino cuando llegó corriendo hasta ellos un
mensajero que les dijo: «El sacerdote de nuestra aldea ha muerto. Necesitamos que
alguien ocupe su lugar». La aldea parecía un lugar confortable y el sueldo del
sacerdote era bastante atractivo. A uno de los monjes le entró un súbito interés pastoral
por aquella gente y dijo: «No sería yo un verdadero budista si no me quedara a servir a
esta gente». De modo que se quedó.
Unos días más tarde sucedió que sé encontraban en el palacio de un rey que se
encaprichó de uno de los monjes. «Quédate con nosotros», le dijo el rey, «y te casarás
con mi hija. Y cuando yo muera, me sucederás en el trono». El monje se sintió atraído
por la princesa y por el brillo de la realeza, de manera que dijo: «¿Qué mejor modo de
influir en los súbditos de este reino para inclinarlos al bien que siendo rey de todos
ellos? No sería un buen budista si no aceptara esta oportunidad de servir a la causa de
nuestra santa religión». De modo que también éste se quedó.
El resto del grupo siguió su camino y una noche, hallándose en una región
montañosa, llegaron a una solitaria cabaña habitada por una bella muchacha que les
ofreció cobijo y le dio gracias a Dios por haberle enviado a aquellos monjes. Sus
padres habían sido asesinados por los bandidos y la muchacha se encontraba sola v
llena de ansiedad. A la mañana siguiente, cuando llegó la hora de partir, uno de los
monjes dijo: «Yo me quedaré con esta muchacha. No sería un auténtico budista si no
practicara la compasión». Fue el tercero en abandonar.
Los dos restantes llegaron, por último, a una aldea budista, donde, para su espanto,
descubrieron que todos los habitantes de la aldea habían abandonado su religión y
habían sido convencidos por un gurú hindú. Uno de los dos monjes dijo: «Es mi deber
hacia esta pobre gente y hacia el Señor Buda quedarme aquí y reconducirlos a la
verdadera religión». Fue el último en abandonar.
Por fin, el quinto monje llegó ante el Lama del Sur. El Gran Lama del Norte había
tenido razón, después de todo.
Hace años inicié la búsqueda de Dios. Una y otra vez me apartaba del camino. Y
siempre por los mejores motivos: para reformar la liturgia, para transformar las
estructuras de la Iglesia, para actualizar mis estudios bíblicos y aprender la teología
pertinente... Por desgracia, me resulta más fácil embarcarme en el trabajo religioso, sea
cual sea, que perseverar firmemente en aquella búsqueda.
ASCENDER
Entra el primer candidato: «¿Entiende usted que esto no es más que un simple 'test'
que queremos hacerle antes de darle el trabajo que usted ha solicitado?». «Sí».
«Perfectamente. ¿Cuántas son dos y dos?». «Cuatro».
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Entra el segundo candidato: «¿Está usted listo para el 'test'?». «Sí».
«Perfectamente. ¿Cuántas son dos y dos?». «Lo que diga el jefe».
El segundo candidato consiguió el trabajo.
DIÓGENES
Estaba el filósofo Diógenes cenando lentejas cuando le vio el filósofo Aristipo, que
vivía confortablemente a base de adular al rey.
Y le dijo Aristipo: «Si aprendieras a ser sumiso al rey, no tendrías que comer esa
basura de lentejas». A lo que replicó Diógenes: «Si hubieras tú aprendido a comer
lentejas, no tendrías que adular al rey».
Decir la verdad tal como uno la ve requiere mucho valor cuando uno pertenece a una
institución.
Pero desafiar a la propia institución exige aún más valor. Y fue esto lo que hizo
Jesús.
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LA TIENDA DE LA VERDAD
LA SENDA ESTRECHA
Cuando buscas la Verdad, vas solo. La senda es demasiado estrecha para llevar
compañía. Pero ¿quién puede soportar semejante soledad?
EL FARSANTE
EL CONTRATO SOÑADO
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«¡Qué mujer más estúpida!», dijo Nasruddin. «¡El desayuno es una bagatela,
comparado con el contrato por valor de cien mil piezas de oro que estaba a punto de
firmar!».
De modo que se dio la vuelta y se arrebujó entre las sábanas durante un largo rato,
intentando recobrar el sueño y el contrato que su mujer había hecho añicos.
Ahora bien, sucedía que Nasruddin pretendía realizar una estafa en aquel contrato, y
la otra parte contratante era un injusto tirano. Si, al recobrar el sueño, Nasruddin
renuncia a su estafa, será un santo.
Si se esfuerza denodadamente por liberar a la gente de la opresión del tirano, será un
reformador.
Si, en medio de su sueño, de pronto cae en la cuenta de que está soñando, se
convertirá en un hombre despierto y en un místico.
¿De qué vale ser un santo o un reformador si uno está dormido?
En una aldea de pescadores, una muchacha soltera tuvo un hijo y, tras ser
vapuleada, al fin reveló quién era el padre de la criatura: el maestro Zen, que se
hallaba meditando todo el día en el templo situado en las afueras de la aldea.
Los padres de la muchacha y un numeroso grupo de vecinos se dirigieron al templo,
interrumpieron bruscamente la meditación del Maestro, censuraron su hipocresía y le
dijeron que, puesto que él era el padre de la criatura, tenía que hacer frente a su
mantenimiento y educación. El Maestro respondió únicamente: «Muy bien, muy
bien...».
Cuando se marcharon, recogió del suelo al niño y llegó a un acuerdo económico
con una mujer de la aldea para que se ocupara de la criatura, la vistiera y la
alimentara. La reputación del Maestro quedó por los suelos. Ya no se le acercaba nadie
a recibir instrucción.
Al cabo de un año de producirse esta situación, la muchacha que había tenido el
niño ya no pudo aguantar más y acabó confesando que había mentido. El padre de la
criatura era un joven que vivía en la casa de al lado.
Los padres de la muchacha y todos los habitantes de la aldea quedaron
avergonzados. Entonces acudieron al Maestro, a pedirle perdón y a solicitar que les
devolviera el niño. Así lo hizo el Maestro. Y todo lo que dijo fue: «Muy bien, muy
bien...».
EL AGUILA REAL
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EL PATITO
LA MUÑECA DE SAL
Una muñeca de sal recorrió miles de kilómetros de tierra firme, hasta que, por fin,
llegó al mar. Quedó fascinada por aquella móvil y extraña masa, totalmente distinta de
cuanto había visto hasta entonces. «¿Quién eres tú?», le preguntó al mar la muñeca de
sal.
Con una sonrisa, el mar le respondió: «Entra y compruébalo tú misma».
Y la muñeca se metió en el mar. Pero, a medida que se adentraba en él, iba
disolviéndose, hasta que apenas quedó nada de ella.
Antes de que se disolviera el último pedazo, la muñeca exclamó asombrada:
«¡Ahora ya sé quién soy!».
EL AMANTE HABLADOR
«Ahora me tienes junto a ti», dijo Dios a su ferviente devoto, «y no haces más que
darle vueltas a tu cabeza pensando en mí, hablar acerca de mí con tu lengua y leer lo
que dicen de mí tus libros. ¿Cuándo te vas a callar y me vas a probar?».
RENUNCIAR AL «YO»
Puedes entregar todos tus bienes para ayudar a los pobres, y entregar tu cuerpo a la
hoguera, y no tener amor en absoluto. Guarda tus bienes y renuncia a tu «yo». No
quemes tu cuerpo; quema tu «ego». Y el amor brotará automáticamente.
ABANDONA TU NADA
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Pensaba que era de vital importancia ser pobre y austero. Jamás había caído en la
cuenta de que lo vitalmente importante era renunciar a su «ego»; que el «ego» engorda
tanto con lo santo como con lo mundano, con la pobreza como con la riqueza, con la
austeridad como con el lujo. No hay nada de lo que no se sirva el «ego» para hincharse.
De tu nada puedes hacer una auténtica posesión. Y llevar contigo tu renuncia como
un trofeo.
No abandones tus posesiones. Abandona tu «ego».
Una vez visitó un cristiano a un maestro Zen y le dijo: «Permíteme que te lea
algunas frases del Sermón de la Montaña». «Las escucharé con sumo gusto», replicó el
maestro.
El cristiano leyó unas cuantas frases y se le quedó mirando. El maestro sonrió y
dijo: «Quienquiera que fuese el que dijo esas palabras, ciertamente fue un hombre
iluminado».
Esto agradó al cristiano, que siguió leyendo. El maestro le interrumpió y le dijo:
«Al hombre que pronunció esas palabras podría realmente llamársele Salvador de la
humanidad».
El cristiano estaba entusiasmado y siguió leyendo hasta el final. Entonces dijo el
maestro: «Ese sermón fue pronunciado por un hombre que irradiaba divinidad».
La alegría del cristiano no tenía límites. Se marchó decidido a regresar otra vez y
convencer al maestro Zen de que debería hacerse cristiano.
De regreso a su casa, se encontró con Cristo, que estaba sentado junto al camino.
«¡Señor», le dijo entusiasmado, «he conseguido que aquel hombre confiese que eres
divino!».
Jesús se sonrió y dijo: «¿Y qué has conseguido sino hacer que se hinche tu 'ego'
cristiano?».
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Sa'di de Shiraz relata esta historia acerca de sí mismo: Cuando yo era niño, era un
muchacho piadoso, ferviente en la oración y en las devociones. Una noche estaba yo
velando con mi padre, mientras sostenía el Corán en mis rodillas. Todos los que se
hallaban en el recinto comenzaron a adormilarse y no tardaron en quedar
profundamente dormidos. De modo que le dije a mi padre: «Ni uno solo de esos
dormilones es capaz de abrir sus ojos o alzar su cabeza para decir sus oraciones. Diría
uno que están todos muertos»Y mi padre me replicó: «Mi querido hijo, preferiría que
también tú estuvieras dormido como ellos, en lugar de murmurar».
EL MONJE Y LA MUJER
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El otro monje estaba absolutamente escandalizado y por espacio de dos horas
estuvo censurando su negligencia en la observancia de la Santa Regla: ¿Había
olvidado que era un monje? ¿Cómo se había atrevido a tocar a una mujer y a
transportarla al otro lado del río? ¿Qué diría la gente? ¿No había desacreditado la
Santa Religión? Etcétera.
El acusado escuchó pacientemente el interminable sermón. Y al final estalló:
«Hermano, yo he dejado a aquella mujer en el río. ¿Eres tú quien la lleva ahora?».
Dice el místico árabe Abu Hassan Bushanja: «El acto de pecar es mucho menos
nocivo que el deseo y la idea de hacerlo. Una cosa es condescender con el cuerpo en un
placentero acto momentáneo y otra cosa muy distinta que la mente y el corazón lo estén
rumiando constantemente».
Cuando las personas religiosas no dejan de darle vueltas a los pecados de los demás,
uno sospecha que esa insistencia les proporciona más placer del que el pecado
proporciona al pecador.
El corazón del tío Tom era muy débil y el médico le había aconsejado que tuviera
mucho cuidado. De modo que, cuando sus familiares se enteraron de que el tío había
heredado mil millones de dólares de un pariente difunto, tuvieron miedo de
comunicarle la noticia, no fuera a ser que le ocasionara un ataque al corazón.
Así pues, pidieron ayuda al párroco, el cual les aseguró que él encontraría el modo
de decírselo. «Dígame, Tom», le dijo el Padre Murphy al anciano cardiópata, «si Dios,
en su misericordia, le enviara mil millones de dólares, ¿qué haría usted con ellos?».
Tom pensó unos instantes y dijo sin el menor asomo de duda: «Le daría a usted la
mitad para la iglesia, Padre». Al oírlo, el Padre Murphy sufrió un repentino ataque al
corazón.
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CONOCER A CRISTO
LA MIRADA DE JESÚS
EL HUEVO DE ORO
Esto dice el Señor: Había una vez una gansa que ponía cada día un huevo de oro.
La mujer del propietario de la gansa se deleitaba en las riquezas que aquellos huevos
le procuraban. Pero era una mujer avariciosa y no podía soportar esperar
pacientemente día tras día para conseguir el huevo. De modo que decidió matar a la
gansa y hacerse con todos los huevos de una vez. Y así lo hizo: mató a la gansa y lo
único que consiguió fue un huevo a medio formar y una gansa muerta que ya no podría
poner más huevos. ¡Hasta aquí la palabra de Dios!
Un ateo oyó este relato y se burló: «¿Esto es lo que llamáis palabra de Dios? ¿Una
gansa que pone huevos de oro? Eso, lo único que demuestra es el crédito que podéis
dar a eso que llamáis 'Dios'...».
Cuando leyó el texto un sujeto versado en asuntos religiosos, reaccionó de la
siguiente manera: «El Señor nos dice claramente que hubo una gansa que ponía huevos
de oro. Y si el Señor lo dice, tiene que ser cierto, por muy absurdo que pueda parecer a
nuestras pobres mentes humanas. De hecho, los estudios arqueológicos nos
proporcionan algunos vagos indicios de que, en algún momento de la historia antigua,
existió realmente una misteriosa gansa que ponía huevos de oro. Ahora bien,
preguntaréis, y con razón, cómo puede un huevo, sin dejar de ser huevo, ser al mismo
tiempo de oro. Naturalmente que no hay respuesta para ello. Diversas escuelas de
pensamiento religioso intentan explicarlo de distintos modos. Pero lo que se requiere,
en último término, es un acto de fe en este misterio que desconcierta a la mente
humana».
Hubo incluso un predicador que, después de leer el texto, anduvo viajando por
pueblos y ciudades, urgiendo celosamente a la gente a aceptar el hecho de que Dios
había creado huevos de oro en un determinado momento de la historia.
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Pero ¿no habría empleado mejor su tiempo si se hubiera dedicado a enseñar las
funestas consecuencias de la avaricia, en lugar de fomentar la creencia en los huevos de
oro? Porque ¿no es acaso infinitamente menos importante decir «¡Señor, Señor! », que
hacer la voluntad de nuestro Padre de los cielos?
LA BUENA NOTICIA
Esta sí que es una Buena Noticia: un Señor generoso y un discípulo que le sirve por
el mero gozo de servir con amor.
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JONEYED Y EL BARBERO
El santo Joneyed acudió a La Meca vestido de mendigo. Estando allí, vio cómo un
barbero afeitaba a un hombre rico. Al pedirle al barbero que le afeitara a él, el
barbero dejó inmediatamente al hombre rico y se puso a afeitar a Joneyed. Y al acabar
no quiso cobrarle. En realidad, lo que hizo fue dar además a Joneyed una limosna.
Joneyed quedó tan impresionado que decidió dar al barbero todas las limosnas que
pudiera recoger aquel día.
Sucedió que un acaudalado peregrino se acercó a Joneyed y le entregó una bolsa de
oro. Joneyed se fue aquella tarde a la barbería y ofreció el oró al barbero.
Pero el barbero le gritó: «¿Qué clase de santo eres? ¿No te da vergüenza pretender
pagar un servicio hecho con amor?».
A veces se oye decir a la gente: «Señor, he hecho mucho por Ti. ¿Qué recompensa
me vas a dar?».
***
Siempre que se ofrece o se busca una recompensa, el amor se hace mercenario.
Una fantasía:
El discípulo clamó al Señor: «¿Qué clase de Dios eres? ¿No te da vergüenza
pretender recompensar un servicio hecho con amor?». .
El Señor sonrió y dijo: «Yo no recompenso a nadie; lo único que hago es
regocijarme con tu amor».
EL HIJO MAYOR
El tema del sermón era el del hijo pródigo. El predicador hablaba con honda
emoción del increíble amor del Padre. Pero ¿qué había de asombroso en el amor del
Padre? Hay miles de padres humanos (y probablemente más madres aún) capaces de
amar de semejante modo.
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Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a El para oírle; y los fariseos y
los escribas murmuraban, diciendo: «Este acoge a los pecadores y come con ellos».
Entonces les dijo esta parábola...
(Lc 15, 1-2)
¡El protestón! ¡El fariseo! ¡El hijo mayor! Ahí está la finalidad de la parábola.
Estaba Dios un día paseando por el cielo cuando, para su sorpresa, se encontró con
que todo el mundo se hallaba allí. Ni una sola alma había sido enviada al infierno. Esto
le inquietó, porque ¿acaso no tenía obligación para consigo mismo de ser justo?
Además, ¿para qué había sido creado el infierno, si no se iba a usar?
De modo que dijo al ángel Gabriel: «Reúne a todo el mundo ante mi trono y léeles
los Diez Mandamientos».
Todo el mundo acudió y leyó Gabriel el primer mandamiento. Entonces dijo Dios:
«Todo el que haya pecado contra este mandamiento deberá trasladarse al infierno
inmediatamente». Algunas personas se separaron de la multitud y se fueron llenas de
tristeza al infierno.
Lo mismo se hizo con el segundo mandamiento, con el tercero, el cuarto, el quinto...
Para entonces, la población del cielo había decrecido considerablemente. Tras ser
leído el sexto mandamiento, todo el mundo se fue al infierno, a excepción de un solo
individuo gordo, viejo y calvo. Le miró Dios y dijo a Gabriel: «¿Es ésta la única
persona que ha quedado en el cielo?». «Sí», respondió Gabriel.
«¡Vaya!», dijo Dios, «se ha quedado bastante solo, ¿no es verdad? Anda y di a
todos que vuelvan».
Cuando el gordo, viejo y calvo individuo oyó que todos iban a ser perdonados, se
indignó y gritó a Dios: «¡Eso es injusto! ¿Por qué no me lo dijiste antes?».
¡Ajá! ¡Otro fariseo a la vista! ¡Otro hijo mayor! ¡El hombre que cree en recompensas
y castigos y que es un fanático de la más estricta justicia!
A una vieja dama de mentalidad muy religiosa, a la que no satisfacía ninguna de las
religiones existentes, se le ocurrió fundar su propia religión. Un periodista, que
deseaba sinceramente comprender el punto de vista de dicha anciana, le preguntó un
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día: «¿De veras cree usted, como dice la gente, que nadie irá al cielo, a excepción de
usted misma y de su criada?».
La vieja dama reflexionó unos instantes y respondió: «Bueno... de la pobre María
no estoy tan segura».
Un diálogo:
El discípulo: «;No te acuerdes de mis pecados, Señor!».
El Señor.: «¿Pecados? ¿Qué pecados? Como tú no me los recuerdes... Yo los he
olvidado hace siglos».
EL LOTO
Cuando trato de edificar, estoy tratando de impresionar a los demás. ¡Cuidado con el
fariseo bienintencionado!
LA TORTUGA
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«Sí, venerable señor», respondieron los mensajeros.
«Pues bien, decidme: ¿es cierto que cada día se reúne la corte del emperador en la
capilla real para rendir homenaje a una tortuga disecada que se halla encerrada
encima del altar mayor, una tortuga divina cuyo caparazón está incrustado de
diamantes, rubíes y otras piedras preciosas?».
«Sí, es cierto, honorable señor», dijeron los mensajeros.
«Pues bien, ¿pensáis que aquel pobre bicho que mueve su cola en el estiércol
podría reemplazar a la divina tortuga?».
«No, venerable señor», respondieron los mensajeros.
«Entonces id a decir al emperador que tampoco yo puedo. Prefiero mil veces estar
vivo entre estas montañas que muerto en su palacio. Porque nadie puede vivir en un
palacio y estar vivo».
GENTE «A RAYAS»
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Por lo general dividimos a las personas en dos categorías: la de los santos y la de los
pecadores. Pero se trata de una división absolutamente imaginaria. Por una parte, nadie
sabe realmente quiénes son los santos y quiénes los pecadores; las apariencias engañan.
Por otra, todos nosotros, santos y pecadores, somos pecadores.
Y así tendría también la piel el Reverendo, y los Mahatmas, y los Papas, y los santos
canonizados.
Un hombre buscaba una buena iglesia a la que asistir y sucedió que un día entró en
una iglesia en la que toda la gente y el propio sacerdote estaban leyendo el libro de
oraciones y decían: «Hemos dejado de hacer cosas que deberíamos haber hecho, y
hemos hecho cosas que deberíamos haber dejado de hacer».
El hombre se sentó con verdadero alivio en un banco y, tras suspirar
profundamente, se dijo a sí mismo: «¡Gracias a Dios, al fin he encontrado a los míos!».
Los intentos de nuestras santas gentes por ocultar su piel rayada muchas veces no
tienen éxito y siempre son fraudulentos.
MÚSICA PARA SORDOS
Yo antes estaba completamente sordo. Y veía a la gente, de pie y dando toda clase
de vueltas. Lo llamaban baile. A mí me parecía absurdo... hasta que un día oí la
música. Entonces comprendí lo hermosa que era la danza.
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RICOS
El marido: «¿Sabes, querida? Voy a trabajar duro y algún día seremos ricos».
La mujer: «Ya somos ricos, querido. Nos tenemos el uno al otro. Tal vez algún día
también tengamos dinero».
EL PESCADOR SATISFECHO
El rico industrial del Norte se horrorizó cuando vio a un pescador del Sur
tranquilamente recostado contra su barca y fumando una pipa.
¿Por qué no has salido a pescar?», le preguntó el industrial.
«Porque ya he pescado bastante por hoy», respondió el pescador.
«¿Y por qué no pescas más de lo que necesitas?», insistió el industrial. «¿Y qué iba
a hacer con ello?», preguntó a su vez el pescador.
«Ganarías más dinero», fue la respuesta. «De ese modo podrías poner un motor a
tu barca. Entonces podrías ir a aguas más profundas y pescar más peces. Entonces
ganarías lo suficiente para comprarte unas redes de nylon, con las que obtendrías más
peces y más dinero. Pronto ganarías para tener dos barcas... y hasta una verdadera
flota. Entonces serías rico, como yo».
«¿Y qué haría entonces?», preguntó de nuevo el pescador.
«Podrías sentarte y disfrutar de la vida», respondió el industrial.
«¿Y qué crees que estoy haciendo en este preciso momento?», respondió el
satisfecho pescador.
Al pasar un barbero bajo un árbol embrujado, oyó una voz que le decía: «¿Te
gustaría tener los siete tarros de oro?». El barbero miró en torno suyo y no vio a nadie.
Pero su codicia se había despertado y respondió anhelante: «Sí, me gustaría mucho».
«Entonces ve a tu casa en seguida», dijo la voz, «y allí los encontrarás».
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El barbero fue corriendo a su casa. Y en efecto: allí estaban los siete tarros, todos
ellos llenos de oro, excepto uno que sólo estaba medio lleno. Entonces el barbero no
pudo soportar la idea de que un tarro no estuviera lleno del todo. Sintió un violento
deseo de llenarlo; de lo contrario, no sería feliz.
Fundió todas las joyas de la familia en monedas de oro y las echó en el tarro. Pero
éste seguía igual que antes: medio lleno. ¡Aquello le exasperó! Se puso a ahorrar y a
economizar como un loco, hasta el punto de hacer pasar hambre a su familia. Todo
inútil. Por mucho oro que introdujera en el tarro, éste seguía estando medio lleno.
De modo que un día pidió al Rey que le aumentara su sueldo. El sueldo le fue
doblado y reanudó su lucha por llenar el tarro. Incluso llegó a mendigar. Y el tarro
engullía cada moneda de oro que en él se introducía, pero seguía estando
obstinadamente a medio llenar.
El Rey cayó en la cuenta del miserable y famélico aspecto del barbero. Y le
preguntó: «¿Qué es lo que te ocurre? Cuando tu sueldo era menor, parecías tan feliz y
satisfecho.
Y ahora que te ha sido doblado el sueldo, estás destrozado y abatido. ¿No será que
tienes en tu poder los siete tarros de oro?». El barbero quedó estupefacto: «¿Quién os
lo ha contado, Majestad?», preguntó.
El Rey se rió. «Es que es obvio que tienes los síntomas de la persona a quien el
fantasma ha ofrecido los siete tarros.
Una vez me los ofreció a mí y yo le pregunté si el oro podía ser gastado o era
únicamente para ser, atesorado; y él se esfumó sin decir una palabra. Aquel oro no
podía ser gastado. Lo único que ocasiona es el vehemente impulso de amontonar cada
vez más. Anda, ve y devuélveselo al fantasma ahora mismo y volverás a ser feliz».
Tienes todo el tiempo del mundo. Sólo hace falta que quieras tomártelo. ¿Qué te
detiene?
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HOFETZ CHAIM
En el siglo pasado, un turista de los Estados Unidos visitó al famoso rabino polaco
Hofetz Chaim.
Y se quedó asombrado al ver que la casa del rabino consistía sencillamente en una
habitación atestada de libros. El único mobiliario lo constituían una mesa y una
banqueta.
«Rabino, ¿dónde están tus muebles?» preguntó el turista.
«¿Dónde están los tuyos?», replicó Hofetz.
«¿Los míos? Pero si yo sólo soy un visitante... Estoy aquí de paso... », dijo el
americano.
«Lo mismo que yo», dijo el rabino.
Cuando alguien comienza a vivir más y más profundamente, vive también más
sencillamente.
Por desgracia, la vida sencilla no siempre conlleva profundidad.
EL CIELO Y EL CUERVO
Una vez volaba un cuervo por el cielo llevando en su pico un trozo de carne. Otros
veinte cuervos se pusieron a perseguirle y le atacaron sin piedad. El cuervo tuvo que
acabar por soltar su presa. Entonces, los que le perseguían le dejaron en paz y
corrieron, graznando, en pos del trozo de carne.
Y se dijo el cuervo: «¡Qué tranquilidad ...! Ahora todo el cielo me pertenece».
Decía un monje Zen: «Cuando se incendió mi casa pude disfrutar por las noches de
una visión sin obstáculos de la luna».
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El maestro Zen, Ryokan, llevaba una vida sencillísima en una pequeña cabaña al
pie de la montaña. Una noche, estando fuera el maestro, irrumpió un ladrón en la
cabaña y se llevó un chasco al descubrir que no había allí nada que robar.
Cuando regresó Ryokan, sorprendió al ladrón. «Te has tomado muchas molestias
para visitarme», le dijo al ratero.
«No deberías marcharte con las manos vacías. Por favor, llévate como regalo mis
vestidos y mi manta».
Completamente desconcertado, el ladrón tomó las ropas y se largó.
Ryokan se sentó desnudo y se puso a mirar la luna. «Pobre hombre», pensó para sí
mismo, «me habría gustado poder regalarle la maravillosa luz de la luna».
EL DIAMANTE
El sannyasi había llegado a las afueras de la aldea y acampó bajo un árbol para
pasar la noche.
De pronto llegó corriendo hasta él un habitante de la aldea y le dijo: «¡La piedra!
¡La piedra! ¡Dame la piedra preciosa!».
«¿Qué piedra?», preguntó el sannyasi. «La otra noche se me apareció en sueños el
Señor Shiva», dijo el aldeano, «y me aseguró que si venía al anochecer a las afueras de
la aldea, encontraría a un sannyasi que me daría una piedra preciosa que me haría
rico para siempre». El sannyasi rebuscó en su bolsa y extrajo una piedra.
«Probablemente se refería a ésta»; dijo, mientras entregaba la piedra al aldeano.
«La encontré en un sendero del bosque hace unos días. Por supuesto que puedes
quedarte con ella».
El hombre se quedó mirando la piedra con asombro. ¡Era un diamante! Tal vez el
mayor diamante del mundo, pues era tan grande como la mano de un hombre. Tomó el
diamante y se marchó.
Pasó la noche dando vueltas en la cama, totalmente incapaz de dormir.
Al día siguiente, al amanecer, fue a despertar al sannyasi y le dijo: «Dame la
riqueza que te permite desprenderte con tanta facilidad de este diamante».
El Señor Vishnú estaba tan harto de las continuas peticiones de su devoto que un
día se apareció a él y le dijo: «He decidido concederte las tres cosas que desees
pedirme. Después no volveré a concederte nada más».
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Lleno de gozo, el devoto hizo su primera petición sin pensárselo dos veces. Pidió
que muriera su mujer para poder casarse con una mejor Y su petición fue
inmediatamente atendida.
Pero cuando sus amigos y parientes se reunieron para el funeral y comenzaron a
recordar las buenas cualidades de su difunta esposa, el devoto cayó en la cuenta de que
había sido un tanto precipitado. Ahora reconocía que había sido absolutamente ciego a
las virtudes de su mujer. ¿Acaso era fácil encontrar otra mujer tan buena como ella?
De manera que pidió al Señor que la volviera a la vida. Con lo cual sólo le quedaba
una petición que hacer. Y estaba decidido a no cometer un nuevo error, porque esta vez
no tendría posibilidad de enmendarlo. Y se puso a pedir consejo a los demás. Algunos
de sus amigos le aconsejaron que pidiese la inmortalidad. Pero ¿de qué servía la
inmortalidad -le dijeron otros si no tenía salud? ¿Y de qué servía la salud si no tenía
dinero? ¿Y de qué servía el dinero si no tenía amigos?
Pasaban los años y no podía determinar qué era lo que debía pedir: ¿vida, salud,
riquezas, poder, amor...? Al fin suplicó al Señor: «Por favor, aconséjame, lo que debo
pedir».
El Señor se rió al ver los apuros del pobre hombre y le dijo: «Pide ser capaz de
contentarte con todo lo que la vida te ofrezca, sea lo que sea».
Cuando llegué a casa, le dije a Dios: «¿Cómo soportas estas cosas, Señor? ¿No ves
que han estado usando mal tu nombre durante siglos?».
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Y me dijo Dios: «Yo no he organizado la feria. Incluso me habría dado vergüenza
visitarla».
DISCRIMINACIÓN
Jesucristo nos dijo que nunca había visto un partido de fútbol. De manera que mis
amigos y yo le llevamos a que viera uno. Fue una feroz batalla entre los 'Punchers'
protestantes y los 'Crusaders' católicos.
Marcaron primero los 'Crusaders'. Jesús aplaudió alborozadamente y lanzó al aire
su sombrero. Después marcaron los 'Punchers'. Y Jesús volvió a aplaudir entusiasmado
y nuevamente voló su sombrero por los aires.
Esto pareció desconcertar a un hombre que se encontraba detrás de nosotros. Dio
una palmada a Jesús en el hombro y le preguntó: «¿A qué equipo apoya usted, buen
hombre?».
«¿Yo?», respondió Jesús visiblemente excitado por el juego. «¡Ah!, pues yo no
animo a ningún equipo. Sencillamente disfruto del juego».
El hombre se volvió a su vecino de asiento y, haciendo un gesto de desprecio, le
susurró: «Humm... ¡un ateo!».
ODIO RELIGIOSO
IDEOLOGÍA
Es abrumador lo que se puede leer acerca de la crueldad del hombre para con sus
semejantes. He aquí un relato periodístico de la tortura practicada en modernos campos
de concentración.
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REBELDES DOMESTICADOS
Era un tipo difícil. Pensaba y actuaba de distinto modo que el resto de nosotros.
Todo lo cuestionaba. ¿Era un rebelde, o un profeta, o un psicópata, o un héroe? «¿Quién
puede establecer la diferencia?», nos decíamos. «Y en último término, ¿a quién le
importa?».
De manera que le socializamos. Le enseñamos a ser sensible a la opinión pública y a
los sentimientos de los demás. Conseguimos conformarlo. Hicimos de él una persona
con la que se convivía a gusto, perfectamente adaptada. En realidad, lo que hicimos fue
enseñarle a vivir de acuerdo con nuestras expectativas. Le habíamos hecho manejable y
dócil.
Le dijimos que había aprendido a controlarse a sí mismo y le felicitamos por haberlo
conseguido. Y él mismo empezó a felicitarse también por ello. No podía ver que éramos
nosotros quienes le habíamos conquistado a él.
Una sociedad que domestica a sus rebeldes ha conquistado su paz, pero ha perdido
su futuro.
LA OVEJA PERDIDA
LA MANZANA PERFECTA
¿Puede un hombre esperar ver una manzana perfecta con una mirada imperfecta?
¿O detectar la bondad en los demás cuando su propio corazón es egoísta?
LA ESCLAVA
CONFUCIO EL SABIO
En cierta ocasión le decía Pu Shang a Confucio: «¿Qué clase de sabio eres tú, que
te atreves a decir que Yen Hui te supera en honradez; que Tuan Mu Tsu es superior a ti
a la hora de explicar las cosas; que Chung Yu es más valeroso que tú; y que Chuan Sun
es más elegante que tú?».
En su ansia por obtener respuesta, Pu Shang casi se cae de la tarima en la que
estaban sentados. «Si todo eso es cierto», añadió, «entonces, ¿por qué los cuatro son
discípulos tuyos?». Confucio respondió: «Quédate donde estás y te lo diré. Yen Hui
sabe cómo ser honrado, pero no sabe cómo ser flexible. Tuan Mu Tsu sabe cómo
explicar las cosas, pero no sabe dar un simple 'sí' o un 'no' por respuesta. Chung Yu
sabe cómo ser valeroso, pero no sabe ser prudente. Chuan Sun Shih sabe cómo ser
elegante, pero no sabe ser modesto. Por eso los cuatro están contentos de estudiar
conmigo».
El musulmán Jalal ud-Din Rumi dice: «Una mano que está siempre abierta o
siempre cerrada es una mano paralizada. Un pájaro que no puede abrir y cerrar sus alas,
jamás volará».
El místico judío Baal Shem tenía una curiosa forma de orar a Dios. «Recuerda,
Señor», solía decir, «que Tú tienes tanta necesidad de mí como yo de Ti. Si Tú no
existieras, ¿a quién iba yo a orar? Y si yo no existiera, ¿quién iba a orarte a Ti?».
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Me produjo una enorme alegría pensar que si yo no hubiera pecado, Dios no habría
tenido ocasión de perdonar. También necesita mi pecado. Ciertamente, hay más alegría
en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no
necesitan arrepentirse.
¡Oh, felíz culpa! ¡Oh, necesario pecado! Donde abunda el pecado, sobreabunda la
gracia.
EL COCO
«¡Vaya un cantante! Su voz llenaba la sala». «Es cierto. Varios de nosotros tuvimos
que abandonar la sala para dejarle sitio».
¡Curioso! Pueden ustedes conservar sus asientos, señoras y señores; la voz del
cantante llenará la sala, pero no ocupará ningún espacio.
***
«¿Cómo puedo amar a Dios tal como dicen las Escrituras? ¿Cómo puedo darle
todo mi corazón?».
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«Primero debes vaciar tu corazón de todas las cosas creadas».
¡Engañoso! No temas llenar tu corazón con las personas y las cosas que amas,
porque el amor de Dios no ocupará espacio en tu corazón, del mismo modo que la voz
del cantante no ocupa espacio en la sala de conciertos.
***
«GRACIAS» Y «SÍ»
¿Qué significa amar a Dios? A Dios no se le ama del mismo modo que se ama a las
personas a las que uno puede ver, oír y tocar. Porque Dios no es una persona en el
sentido en que nosotros usamos esta palabra. Dios es el Desconocido. El totalmente
Otro. Dios está por encima de expresiones tales como él o ella, persona o cosa.
Cuando decimos que la audiencia llena la sala y que la voz del cantante llena
también la sala, estamos empleando la misma palabra para referirnos a dos realidades
totalmente diferentes. Cuando decimos que amamos a Dios con todo nuestro corazón y
que amamos al amigo con todo nuestro corazón, estamos también empleando las
mismas palabras para expresar dos realidades totalmente diferentes. Porque la voz del
cantante en realidad no llena la sala. Y no podemos realmente amar a Dios en el sentido
corriente de la palabra.
Amar a Dios con todo el corazón significa decir un «Sí» incondicional a la vida y a
todo lo que la vida trae consigo. Aceptar sin reservas todo lo que Dios ha dispuesto con
relación a la propia vida. Tener la actitud que tenía Jesús cuando dijo: «No se haga mi
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voluntad, sino la tuya». Amar a Dios con todo el corazón significa hacer propias las
célebres palabras de Dag Hammarskjold:
Esto es lo que únicamente puede darse a Dios. En este terreno Dios no tiene rival. Y
comprender que en esto consiste amar a Dios significa,. al mismo tiempo, comprender
que amar a Dios no es obstáculo para amar incondicional, tierna y apasionadamente a
los amigos.
La voz del cantante inunda la sala y sigue en posesión de la misma, prescindiendo
de lo atestada de gente que la sala pueda estar. La presencia de mayor número de gente
no es para ella ningún obstáculo. La única amenaza podría venir de una voz rival que
pretendiera ahogarla. Dios conserva un dominio indiscutible sobre tu corazón,
prescindiendo del número de personas que quepan en él. Tampoco es obstáculo para
Dios la presencia de dichas personas. La única amenaza podría venir de un intento, por
parte de esas personas, de desvirtuar el «sí» incondicional que tú pronuncias a todos los
planes que Dios pueda tener acerca de tu vida.
SIMÓN PEDRO
LA MUJER SAMARITANA
Cristiano:
¡Qué lección, la de la samaritana... No dio respuestas. Se limitó a hacer una pregunta
y a dejar que los demás encontraran la respuesta por sí solos. Y eso que tuvo que sentir
la tentación de dar la respuesta, después de haber oído de tus propios labios: «Yo soy el
Mesías, el que te está hablando».
Y fueron muchos los que se hicieron discípulos tras escuchar sus palabras. Y le
dijeron a la mujer: «No creemos por lo que tú has dicho, sino porque nosotros mismos
le hemos oído a El, y sabemos que El es realmente el Salvador del mundo».
Cristiano:
Me he contentado con saber acerca de Ti de segunda mano, Señor. De las Escrituras
y de los santos; de Papas y predicadores... Me habría gustado poderles decir a todos
ellos: «No creo por lo que vosotros habéis dicho, sino porque yo mismo le he escuchado
a El».
IGNACIO DE LOYOLA
El místico del siglo XVI, Ignacio de Loyola. decía de sí mismo que, en el momento
de su conversión, no tuvo a nadie que le .guiara, sino que el Señor en persona le
instruyó como un maestro instruye a un niño. Y al final llegó a decir que, aunque fueran
destruidas todas las Escrituras, él seguiría creyendo lo que las Escrituras revelan,
porque el Señor se lo había revelado a él personalmente
Cristiano:
Yo no he tenido la misma suerte que Ignacio, Señor. Por desgracia, ha habido
demasiadas personas a las que he podido acudir en busca de orientación. Y ellas me
han acosado con sus constantes enseñanzas, hasta que, debido al estrépito, apenas he
podido escucharte a Ti, por más que me esforzara. Nunca he tenido la fortuna de tener
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un conocimiento de Ti de primera mano, porque ellos solían decirme: «Nosotros somos
los únicos maestros que has de tener; quien nos escucha a nosotros a Él le escucha».
Pero no tengo razón para echarles la culpa o para lamentar que hayan estado
presentes en los primeros años de mi vida. Es a mí a quien debo culpar. Porque no he
tenido la suficiente firmeza para silenciar sus voces; ni el valor para buscar por mí
mismo; ni la determinación para esperar a que Tú hablaras; ni la fe en que algún día,
en algún lugar, habrías de romper tu silencio y me hablarías.
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