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En Buenos Aires, la noticia tarda en llegar hasta mayo, pero dos meses
antes, un suceso de importancia habrá de preparar los ánimos, Liniers, después
de la entrega del mando, había pasado a Córdoba con el fin de arreglar algunos
asuntos privados, para luego viajar a España; pero en marzo de 1810, llega la
orden de que se traslade de inmediato a la Península. “El urgente llamado de
Liniers a España —escribe Marfany— indicaba a las claras la desaprobación de su
conducta frente a los sucesos del 1° de enero de 1809, y la de los comandantes
que le prestaron su apoyo, quienes venían a quedar ahora bajo la autoridad
discrecional de Cisneros. Mostróle el virrey a Saavedra la orden oficial, con las
debidas reservas, el 2 de abril. Su lectura le produjo profunda impresión.
Habiendo perdido los criollos su influencia y predicamento en el gobierno, si se
realizaba la expulsión de Liniers quedaban reducidos a la nada sin esperanza de
remediarlo por la vía legal y ordinaria”63.
En la noche del mismo día 20, los comandantes fueron citados al fuerte
para una audiencia con el Virrey. Las tropas fueron acuarteladas.
Vicente Fidel López, en una de las cartas fraguadas que incluye en su obra
La gran semana de Mayo, pone en boca de José Ignacio Rezával las siguientes
palabras dirigidas a Julián Segundo de Ag�ero, ese día 21 de mayo de 1810:
“Usted comprenderá bien los temores que me asaltan desde que, por el suceso
del 1° del año pasado, quedé sindicado y perseguido por el partido de Liniers, que
a las claras es el que se ha declarado ahora contra el señor virrey y contra
nosotros los europeos” 67.