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Tradicionalmente se ha entendido el conflicto como algo negativo, por tanto, como algo que se
debe evitar. Para suprimirlo, se utilizan sanciones, que constituyen actos punitivos, con los cuales
se pretende castigar al “victimario” y de esta forma, modelar las conductas inapropiadas. Este tipo
de abordaje promueve el desencuentro, la exclusión y la estigmatización, desechando en el análisis
de lo ocurrido, los elementos intersubjetivos propios de toda relación social, reduciendo a las
partes en conflicto a objetos de una regulación normativa (Ortega y Carafi, 2010).
La literatura académica y la política pública, con mayor o menor énfasis, ha posicionado otra
perspectiva para entender el conflicto, reconociéndolo como algo propio de las relaciones
humanas y de las culturas democráticas que integran el disenso. Posicionarse desde esta
perspectiva, permitirá comprender que el conflicto siempre estará presente en jardines, escuelas
y liceos, puesto que es un espacio de socialización por excelencia, pero asumir aquello abordar el
desarrollo de capacidades en las comunidades para resolver los conflictos de manera formativa,
no violenta y pacífica.
El conflicto, entendido como la contraposición de intereses entre dos o más personas está siempre
presente en las relaciones humanas, por ello es un elemento propio de la convivencia escolar. Esta
definición invita a ampliar la perspectiva para su abordaje, entendiendo que los y las estudiantes
no son los únicos/as que pueden estar en conflicto en la escuela, sino que permite visualizar las
diferencias que emergen entre los y las adultos/as de la comunidad educativa y cómo son
abordadas.
Existen diversas formas de aproximarse al conflicto. Xesús Jares (1997), define que existen tres
racionalidades predominantes en su abordaje en la escuela, a saber:
Visión tecnocrática - positiva del conflicto: entiende el conflicto como un elemento no deseable.
Bajo esta racionalidad predominan principios como la eficacia, la que se configura como un
elemento neutral, técnico y absoluto. Desde esta perspectiva se acentúa la dimensión teórica, por
tanto, predomina la planificación, asumiendo que el surgimiento de conflictos responde a errores
en la ejecución. Es así como desde esta perspectiva, los acentos son puestos en la gestión y el
control, más que en generar aprendizajes de estas relaciones conflictivas.
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Visión hermenéutica – Interpretativa: Entiende el conflicto como algo propio de las relaciones
humanas y lo ve como una oportunidad de desarrollo integral. Predomina una perspectiva
psicologista, que plantea que cada situación es particular en tanto pone énfasis en los individuos
y sus particularidades. Los conflictos se atribuyen a problemas de percepción individual y/o a una
deficiente comunicación interpersonal; motivos que, efectivamente, pueden provocar conflictos,
pero que no agotan esas posibles causas ni los explican en toda su complejidad.
Visión crítica del conflicto: Se plantea en oposición a la visión tecnocrática, señalando que la
búsqueda de eficacia distorsiona los procesos formativos. Entiende el conflicto como algo natural
y esencial para transformar el sistema educativo. Propone un abordaje democrático y no violento
del conflicto.
En los últimos años, se ha producido gran volumen de literatura para abordar los conflictos en las
escuelas. En atención a ello, este apartado revisa algunos elementos que permitan relevar la
necesidad de un abordaje pedagógico y/o formativo de éste, que se desarrolle de manera crítica y
contextualizada. Para ello, en primer lugar, se considera necesario precisar la definición de
conflicto, haciendo una distinción entre “Conflicto” y “Crisis”.
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La forma en que se abordan los conflictos dará cuenta del tipo de relaciones que estamos
construyendo en nuestras escuelas. Por eso, es importante revisar la forma en que nos
relacionamos todos/as en nuestra comunidad educativa e identificar si el foco en la resolución de
conflictos está puesto en el abordaje del conflicto o sólo se atienden las crisis
En primer lugar, es necesario identificar quienes son los protagonistas del conflicto, evitando
utilizar categorías como “víctima y victimario” que dan como resultado “inocente y culpable”, toda
vez que la mirada del conflicto que se propone en un contexto educativo es vista como una
oportunidad pedagógica. Además, se debe identificar la relación de poder que media entre las
partes en conflicto logrando que todos los/as involucrados/as reconozcan su existencia. De este
modo, los elementos centrales del conflicto son:
LAS NORMAS
La vida social está regulada por normas. Existen las convenciones “sociales” que refieren a las
formas de intercambio cotidianas entre los/as individuos, las formas de saludo, los hábitos en la
mesa, la forma de vestir, entre otras, que, en lo sustancial, están muy ligadas a la cultura. También
existen las normas morales, que regulan las relaciones de convivencia en aspectos básicos como
la libertad, los derechos, la justicia, el bienestar, entre otros (Delval, 2006).
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Toda organización social, todo grupo humano, por simple que sea, requiere de normas para
convivir, cuidar la seguridad y bienestar de sus miembros y lograr sus fines. La familia, un club de
fútbol, un grupo de scouts y, por cierto, la escuela, requieren de un marco básico de acuerdos. Las
características de este marco deben ser consistentes con los fines de la organización o grupo social
específico.
“La educación es el proceso de aprendizaje permanente que abarca las distintas etapas de
la vida de las personas y que tiene como finalidad alcanzar su desarrollo espiritual, ético,
moral, afectivo, intelectual, artístico y físico, mediante la transmisión y el cultivo de valores,
conocimientos y destrezas. Se enmarca en el respeto y valoración de los derechos humanos
y de las libertades fundamentales, de la diversidad multicultural y de la paz, y de nuestra
identidad nacional, capacitando a las personas para conducir su vida en forma plena, para
convivir y participar en forma responsable, tolerante, solidaria, democrática y activa en
la comunidad, y para trabajar y contribuir al desarrollo del país” (Artículo 1, Ley General
de Educación, 2009).
Una forma en que la escuela puede hacerse cargo de lo puesto en “negrita” es, por ejemplo, a
través del proceso participativo de construcción de las normas. Existen dos formas de concebir y
respetar los sistemas normativos; desde la heteronomía y desde la autonomía. Cada uno de ellos,
además, implica una forma de entender el rol de los/as estudiantes y la forma en que
desarrollaremos la convivencia escolar en nuestras comunidades educativas.
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CRITERIOS DE PERSPECTIVA TRADICIONAL DE LA PERSPECTIVA FORMATIVA DE LA DISCIPLINA:
COMPARACIÓN DISCIPLINA: MODELO DE OBEDIENCIA MODELO DE RESPONSABILIDAD
Otro elemento a tener en cuenta es el empleo de las sanciones y castigos. Si una o un estudiante
actúa por miedo a un castigo, se parece más a un comportamiento de esclavo que al de un ser
humano libre, por tanto, hay que avanzar en modos formativos de abordar la disciplina en la
escuela. Durkheim, en su libro La educación moral dice que “una clase disciplinada es una clase en
la que se castiga poco, pues la abundancia de castigos y la indisciplina caminan generalmente
juntas” (citado en Delval, 2006, p. 49). Sin embargo, esto no significa la abolición de todo castigo
o sanción. Hagamos una distinción.
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Fuente: (Martini y Pérez, 2019)
Desde esta perspectiva, desarrollar el enfoque formativo, implica, entender que “la violación de
una norma debe ser vista como una oportunidad de aprendizaje, no solo de los directamente
afectados, sino de todo el grupo social, quienes reflexionan y participan del análisis del hecho, de
sus consecuencias y del sentido de la existencia de la norma y el orden social construido
colectivamente. Entiéndase, además, que los sistemas normativos son perfectibles; por lo tanto,
dinámicos y modificables” (Martini y Pérez, 2019: 151).
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BIBLIOGRAFÍA
Ortega, Raúl (2010). Convivencia y conflictividad escolar. Núcleo de Educación. FACSO: Universidad
de Chile.