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Lucia

Por 루시아
Capitulo 1 Dieciocho años
Lucia odiaba abrir los ojos cada mañana.
–Ah… Esta maldita migraña… ¿Por qué
tengo que pasar por el mismo dolor dos
veces en la misma vida?
Lucia se sostuvo la adolorida cabeza y se
levantó. Su vida estaba siguiendo el mismo
camino exacto que en su sueño. En cuanto
empezó a menstruar a los quince años, le
surgieron unas migrañas masivas como
mínimo una vez al mes y, como máximo,
de cuatro a cinco veces al mes. Aunque no
era algo serio, se volvería una enfermedad
crónica que la atormentaría el resto de su
vida.
Cuando Lucia cumplió los dieciocho estaba
completamente segura de que había visto
su vida en un sueño. Se había esforzado
mucho y ya había cambiado varias cosas de
su futuro. Pero a veces, ocurría algo
inevitable que nada podía cambiarlo. Por
ejemplo, el verano de sus trece años, hubo
una tormenta que inundó la primera planta
del palacio real. El siguiente invierno faltó
leña por el embrujo helado de la
inundación y, por eso, se tuvo que pasar
todo el invierno temblando de frío.
Cuando cumplió los quince empezó a
menstruar y a sufrir migrañas. Tal era el
poder que albergaba el futuro. No era
imposible cambiar el porvenir si ya lo
conocía.
El rey moriría cuando cumpliese los
dieciocho años y la venderían al asqueroso
Conde Matin: esa era la parte de su futuro
que Lucia no podía cambiar. Al percatarse
de ello, se desesperó. ¿Qué más daba si
conocía el futuro? Sentía que los cielos le
estaban tirando de las piernas y lo habían
convertido todo en una broma.
Desesperanzada, se confinó en su
habitación, pero lo dejó correr a los pocos
días.
–Si me matase de hambre no lo sabría
nadie.
Fue como un soplo de aire fresco, ya no
sentía una molestia pesada en su corazón.
Lucia abrió las ventanas. La fría brisa
matutina entró en sus aposentos. Ella se
apoyó contra la ventana y permitió que el
viento helado la tocase. Era como si
estuviese enfrentándose a su propio destino
gélido.
Ya era lo suficientemente alta como para
posar las manos en el alféizar de la ventana
y apoyarse en el para poder ver el mundo
exterior. Como se parecía a su madre, era
de figura pequeña. Su cabello era de un
marrón rojizo como el del resto de la
población, pero tenía unos ojos naranjas
como calabazas que relucían como el oro y
destacaban. Aparte de aquello, era como
cualquier persona de la calle. Sin embargo,
no es que no tu viese su atractivo. Era de
apariencia pálida y brillante, por lo que, si
se arreglaba un poco demostraba gran
encanto. Normalmente, dejaba su atractivo
inactivo, nunca necesitó un corsé gracias a
su cintura delgada. Su constitución frágil
despertaba el instinto protector de la
mayoría de los hombres. No obstante, no
pertenecía a la alta aristocracia por lo que
no se apreciaban ninguno de sus encantos.
–Veamos. Se me ha acabado la leña y me
quedan pocas patatas y huevos.
Estaba al lado de su vieja mesa rechinante
de madera haciendo su inventario de sus
necesidades básicas. Se había atado el pelo
de cualquier manera en una cola y su
vestido de popelín era casi igual al
uniforme de las criadas. Viéndola así, nadie
se imaginaría que era una princesa real.
–Debería ir a solicitar bienes necesarios.
Era impropio que la princesa Lucia hiciera
algo así personalmente, pero al cabo de los
años se había vuelto algo normal. En su
palacio no habitaba ninguna criada. Por
suerte, el palacio no era demasiado grande,
por lo que no había demasiados problemas.
La planta superior estaba cerrada por
motivos de seguridad desde que puso un
pie y, en aquellos momentos, la segunda
planta también estaba cerrada, así que, los
únicos espacios habitables que podía usar
eran su dormitorio y unas pocas
habitaciones.
Al principio, tuvo cinco criadas
esperándola, pero eran muy crudas y no se
las podía considerar criadas reales en
absoluto. Las criadas reales tenían su
propio orgullo. Aunque se llamaba:
“criado” a todo sirviente que atendiese a
los gustosos nobles, entre ellos había
diferentes rangos y las criadas del palacio
real se limitaban a vigilar el proceso de las
tareas domésticas que llevaban a cabo las
criadas de trabajo.
En un principio, Lucia, que formaba parte
de la familia real, debía tener una ama de
llaves, criadas de palacio, criadas de trabajo
y tres asistentas. El problema era que había
demasiados descendientes reales y entre
sus hermanos, Lucia era la de menor rango.
Las criadas que trabajaban para ella no
tenían opción a un ascenso y nadie las
sacaría jamás de su posición voluntaria.
Tampoco recibían ningún dinerillo extra,
por lo que las criadas la evitaban. A lo
largo de los años, las criadas se fueron
retirando una a una hasta que Lucia se
quedó sin ninguna a su lado.
La idea original era que, cada vez que
dimitía una criada, se contrataba a otra. Sin
embargo, su palacio no prometía buenas
ganancias por lo que ninguna se quedaba.
Las criadas reales recibían suficiente dinero
como para vivir su vida normal, pero para
las criadas de trabajo era más complicado.
Las criadas que contrataban solían dimitir a
los pocos días o sobornar a los oficiales
para que las reasignasen a otro lugar. Al
cabo de poco tiempo, las criadas dejaron de
llegar a su palacio. Sí que se les pegaba y
se registraba los nombres de los sirvientes,
pero ninguno aparecía.
Todo se resolvería si Lucia se quejase,
aunque no tuviese poder seguía siendo una
princesa. En su sueño había arreglado el
problema personalmente yendo a por las
criadas y, esta vez, también había decidido
ir a buscarlas y solucionar el asunto. Sin
embargo, de camino allí se topó con una
criada real que la confundió con una criada
de trabajo y le asignó una tarea sencilla.
A Lucia se le ocurrió una idea brillante y
cumplió con su tarea sin quejarse: decidió
no quejarse y volver a casa a ordenar sus
pensamientos. Si fingía ser una criada el
suficiente tiempo, con el tiempo
conseguiría la oportunidad de salir de
palacio.
La última criada de Lucia la abandonó a la
edad de quince años y lo que la siguió fue
una vida de dualidad entre princesa y
criada. Como criada se encargaba de pedir
las necesidades básicas y hacer los trabajos
manuales y, a la vez, ganaba la libertad de
abandonar el palacio.
Lucia llevaba viviendo en el palacio tres
años y, seguramente, seguía diciéndose que
vivía con otras cinco criadas. Ningún
oficial se molestaría en ir a comprobar si
los documentos eran ciertos o no. Las
quejas de los muchos vástagos del rey eran
un dolor de cabeza para los oficiales y les
dejaba sin tiempo para Lucia, que jamás se
quejaba de nada.
Lucia volvía a casa después de pedir los
bienes necesarios y conseguir unas
propinillas por su buen trabajo. Tanto en
las sucias calles de la ciudad, como en el
palacio real, los humanos eran iguales. El
dinero tentaba a la gente a seguir adelante.
Las criadas usaban una puerta diferente
para salir de palacio. Todas hacían una
larga cola y esperaban su turno. La fila se
fue reduciendo hasta que, por fin, le tocó a
ella. Ella le mostró al soldado su permiso
para marcharse. Se trataba de un permiso
concedido por la princesa Vivian y, aunque
Lucia le mostrase su rostro al soldado, éste
no la reconocería. El hombre confirmó la
autenticidad del pase y asintió con la
cabeza.
–¿Vas a llevarte algo de palacio?
El guardia ya había comprobado que sus
manos estaban vacías, pero lo preguntó de
todas formas.
–No.
El soldado asintió otra vez y la dejó irse.
Lucia cogió aire fresco. Giró la cabeza y
observó las gigantes paredes de palacio que
rodeaban el lugar.
Dentro de las muradas se estaba a salvo.
Fuera, era difícil que una chiquilla pudiese
caminar ella sola y a salvo.
El bajo estatus de su rango de princesa le
permitían tener mucha libertad, un hecho
del que la Lucia de sus sueños nunca se
había percatado. Pesé a ello, su futuro le
quitaba el aliento. Quería escapar del
palacio cuanto antes mejor.
–Es raro que hoy haya tanta gente.
La gente formaba masas en las calles. Cada
vez que se las apañaba para pasar entre una
multitud, el gentío la empujaba hacia otra
dirección haciéndola corretear en círculos.
Después de pasar de largo las gentes, llegó
a una casita de dos pisos en la que una
mujer de mediana edad le abrió la puerta.
Tenía las cejas y los ojos plegados como si
estuviese enfadada, pero en realidad, esa
era su expresión natural.
–Bienvenida.
–Hola, señora Phil. ¿La señora Norman
está en casa?
–Siempre lo está. Sigue durmiendo
despatarrada por el suelo después de una
larga noche de beber. Dame un minuto,
déjame ir a buscarte un poco de té.
–Gracias, señora Phil.
Lucia se sentó tranquilamente para
disfrutar de su té con una expresión amable
mientras el consolador aroma de su bebida
llenaba el comedor. Desde la cocina
llegaba el sonido del estruendo que la
señora Phil hacía en la cocina, pero ese
ruido era como música para sus oídos.
Contrataría a dos personas para que se
ocupasen de las tareas más simples y
disfrutaría de la vida bebiendo té. Haría
cosas como dar paseos o pasar el tiempo
leyendo libros. Pero no sabía cuando ese
sueño suyo se haría realidad.
En el rostro de Lucia se podía apreciar una
sonrisa gentil. Una mujer delgaducha se
tropezaba por las escaleras de la segunda
planta, apenas capaz de sostener su propio
cuerpo y echando miradas brumosas.
–¡Señora Phil, agua…! – Tenía la voz rota.
Norman se sentó enfrente de Lucia y se
apoyó en el reposabrazos. Tenía un rostro y
cuerpo delgado que emitía un aire poco
amigable. Parecía pasar los treinta años,
pero en realidad era muy joven. Norman
engulló un vaso de agua que le trajo la
señora Phil y suspiró como si quisiera
morir.
–Ah… Me duelen las entrañas.
–Deberías calmarte con la bebida. Caray,
caray. – Murmuró la señora Phil con su
tono directo y único antes de volver a la
cocina.
A pesar de que su forma de hablar y su
actitud era siempre brusco, Lucia sabía de
la amabilidad de la señora Phil: se había
ido a la cocina para preparar algo de
comida que pudiese calmar la resaca de
Norman.
–¿Por qué bebes tanto?
–Pensaba que si bebía podría escribir una
línea más, pero no me sé controlar.
Perdona. No me puedo ocupar de mi
invitada por el estado en el que estoy.
Gracias por venir hasta aquí.
–¿Qué quieres decir con “invitada”? No me
molesta venir a visitarte para nada. Aunque
no hubiese venido aquí, habría salido de
paseo de todas formas.
–Hay una cosa en el cajón ese. Ábrelo, es
mi último libro.
La señora Norman era escritora; una autora
famosa de novelas de romance. Todos sus
libros eran sobre amor, pero la gente
consideraba esas novelas elegantes e
inteligentes. Eran divertidas y educativas;
sus libros mataban dos pájaros de un tiro y
causaron sensación. Gracias a todos los
libros que había sacado aquellos últimos
años, podía tener una vida cómoda sin
necesidad de ganar ni un céntimo más.
Lucia jadeó al sacar el libro.
–¡Por fin! Lo he estado esperando mucho
tiempo. –Lucia se precipitó sobre la última
página del libro. –¿Ya te lo acabas? ¿Por
qué? Es una serie muy popular.
–Si le metiese mucho relleno se haría
aburrido, tiene la longitud correcta. Mi
editor me pisaba los talones y me obligaba
a alargar la serie dos o tres libros más.
Jejeje.
–Qué lástima. Creo que habría estado bien
si hubieras seguido sus consejos.
–Mira el interior del libro.
Lucia hojeó las páginas y encontró un
sobre escondido en el libro. Denro, había
un recibo que confirmaba que se había
traspasado un dinero. A Lucia casi se le
caen los ojos al ver la cantidad de dinero
que había.
–Norman, es demasiado…
–Cógelo, te lo mereces.
–Pero ya me has dado mucho…
–Es un extra porque he terminado mi
novela. Si no te parece bien, considéralo la
paga por contribuir con ideas para mi libro.
La mayoría de las ideas de esta novela son
tuyas.
Norman no era tan famosa. Era una autora
pobre a la que le costaba comprarse su
comida diaria. Sus temas eran siempre del
típico romance de una chica pobre y un
hombre noble. Era imposible que algo así
ocurriese en la vida real, pero la gente
podía soñar con ello. Sin embargo, lo que
los lectores querían no era una chica del
montón y pobre, sino una noble elegante.
Los plebeyos deseaban experimentar la
vida de una noble a través de esos libros y
los nobles no se molestaban en leer libros
de la gente de a pie. Aun así, a Norman le
era imposible escribir sobre una mujer
noble, porque no tenía ni la más mínima
idea de cómo vivían.
Norman era una plebeya sin dinero, que
jamás había sido testigo de ningún acto
social de nobles. Tampoco había leído los
libros de otros ni entrevistado a criadas que
hubieran servido a nobles. No tenía dinero,
no podía hacer nada.
Sus libros no se venían y tampoco podía
pagar el alquiler. Su único talento era
escribir y, pesé a ello, no veía la forma de
salirse con la suya en esa indusgria. Lucia
apareció de la nada y le ofreció un pedazo
de pan cierto día que Norman estaba
sentada en las calles de la plaza. Norman
creyó que conocerla había cambiado su
vida por completo, nunca se hubiese
imaginado que Lucia llevaba observándola
mucho tiempo. La buena mujer no era una
vagabunda, pero parecía terriblemente
hambrienta. Lucia no pudo evitar acercarse
y hablar al verla sentada a un lado de la
calle pidiendo comida.
Así fue como se conocieron.
–Hoy estoy aquí por ti, Lucia.
Lucia le había enseñado a Norman todo lo
que sabía de la alta sociedad. En sus sueños
había acudido a muchas fiestas y sus
palabras no tenían ni punto de comparación
con las criadas que limitaban a servir a los
nobles desde las sombras. Gracias a los
relatos extensos de las mujeres de alta
cuna, Norman fue capaz de confeccionar
sus novelas.
–No, es porque tus novelas son increíbles.
–Si no fuera por ti, no habría sido capaz de
escribir ni una sola frase, así que es todo
gracias a ti. Ahora puedo seguir ganando
dinero.
Lucia visitaba a Norman una vez a la
semana. Hablaban unas cuanta shoras y la
joven ganaba algo de dinero. Norman le
pagaba una grandiosa suma de dinero. Por
supuesta, Lucia la iba a visitar con una
cesta llena de pan, pero en cuanto
empezaron a venderse los libros de la
mujer, Norman no había dejado de expresar
su agradecimiento a través del dinero.
Ahora habían intercambiado roles. Mucha
gente la iba a visitar, incluidas varias
viudas. Había estabilizado sus andadas y
ahora, Norman, podía conseguir toda la
información que quisiera de Lucia. Pero la
escritora no fue una desagradecida con la
persona que más le había ayudado en sus
tiempos de necesidad: quería ayudar a que
se casase. No las unía sólo el dinero, para
Norman, Lucia era su hermana pequeña.
–Gracias, Norman. He tenido mucha suerte
por haberte conocido.
–Eso digo yo.
Los ojos de Lucia se sorprendieron al
confirmar la cantidad de dinero que había
recibido. Con todo lo que había ahorrado
hasta entonces, podría empezar una vida
nueva sin problemas.
–No, hay demasiado riesgo y peligro.
Da igual el poco interés que despertase en
los demás, seguía siendo una princesa. Si
desapareciera, los soldados la buscarían.
No porque temiesen por su seguridad, sino
por su prestigio. Y, de ser así, seguramente
acabarían encontrando una pista que los
llevaría a Norman y la buena mujer
acabaría sufriendo una injusticia o castigo.
Nada le garantizaba el poder escapar. Para
conseguirlo, tendría que irse muy lejos. Era
una chiquilla. Había considerado el llevarse
escoltas, pero no confiaba en nadie. O,
mejor dicho, seguramente los soldados de
palacio acabarían apuñalándola por la
espalda y llevándose su dinero.
Si lo que quería era escapar, lo más seguro
era casarse con el Conde Matin. Así no la
considerarían parte de la familia real y,
aunque desapareciera, nadie la buscaría.
Podía cerrar los ojos y sufrir un año
mientras buscaba por alguien fidedigno y
planeaba con sumo detalle su huida para
que nadie la pudiese encontrar.
–Pero… No quiero, ese hombre…
Un escalofrío le recorrió la columna
vertebral de solo pensar en su rostro. ¿De
verdad no había otra forma? Otra forma de
escapar de él…
–Lucia, ¿tienes novio?
–Sí… ¿Qué?
–¿De qué te sorprendes? Te pregunto si
tienes novio. Si no conoces a nadie, puedo
buscar a alguien majo y presentártelo.
–¿Cuántos años te crees que tengo? Ah, da
igual.
–Sólo tienes dieciocho años. No te digo que
te cases, pero deberías conocer a un puñado
de hombres para poder escoger a quien
quieras cuando tengas los veinte. Las
criadas de palacio son populares, ¿sabes?
La gente piensa que son muy modestas. Las
ven diferentes a las criadas de trabajo o a
las granjeras. También tenéis la piel muy
clara. Tú dime. ¿Qué tipo de chico te
gusta? ¿Te gustan los hombres mayores y
de los que puedes depender? ¿Los jóvenes
y adorables? Te los encontraré.
–¿Y tú? ¿Por qué sigues soltera?
Los ojos brillantes de Norman, de repente,
perdieron su brío e interés cuando
volvieron a posarse en ella.
–Bueno, yo ya soy muy vieja.
–¿Qué más da la edad? Lo que pasa es que
no te interesa. Estás engañando a tus
lectores. ¿Cómo puede ser que no creas en
el amor cuando escribes novelas de
romance?
–Caray, ¿qué dices de engañar? Le doy
vida a un amor eterno que no existe en el
mundo real. Cuando mis lectores caen en
mi novela viven un sueño.
–Entonces, ¿por qué me dices que me case?
–Aunque no existe el amor eterno, creo que
la gente se puede hacer muy amiga si
conectan sus corazones. Como siempre
estás sola, desearía que tuvieras un buen
amigo que estuviera contigo hasta el final.
–¿Sola? Te tengo a ti, Norman. Eres mi
familia y mi amiga.
Norman miró a Lucia con ojos afectuosos y
abrió los brazos.
–Corre y ven a los brazos de tu hermana
mayor.
Lucia estalló en carcajadas y los ojos de
Norman relampaguearon.
–No quiero, apestas a alcohol.
–¿Eh? ¿Cómo puedes responder así en un
momento tan bonito?
–Me voy. Norman, deberías descansar un
poco más. Parece que te vayas a morir en
cualquier momento.
Las bolsas negras que Norman tenían
alrededor de los ojos le hacían parecer un
cadáver.
–Ah, sí que debería volver a dormir. Siento
como se me retuercen los órganos. Si no
tienes prisa, puedes quedarte y descansar
un poco antes de irte a casa. De todas
formas, te será fácil moverte por ahí con el
montón de gente que hay hoy.
–Ahora que lo dices, ¿pasa algo especial?
He visto a mucha gente mientras venía para
aquí.
–¿No lo sabes? Yo siempre estoy encerrada
en casa, pero tú sabes todavía menos que
yo. Vuelven todos los soldados.
–Ah…
Aquel día se presentaba la rara oportunidad
de ver al ministro del estado, por lo que
todo el mundo dejaba el trabajo para otro
día y salía a saludarle.
En mis sueños siempre estaba encerrada
dentro del palacio, así que no sé de estas
cosas.
Este era uno de los mayores cambios en la
vida de Lucia. Fingiendo que era una criada
era capaz de salir al mundo y explorar.
Gracias a eso, Norman también había
sacado mucho dinero.
–La guerra ha terminado…
El mundo exterior, en comparación el
palacio alejado que era tranquilo, aislado y
cada día igual, era muy escandaloso. Lucia
experimentó la primera guerra a los ocho
años. Había sido una guerra local entre dos
pequeños países, pero conforme fue
pasando el tiempo, se extendió hasta que el
mundo se hubo dividido en dos.
Esta guerra se acabaría conociendo como:
“la guerra continental”. Cuando Lucia tenía
unos once años, su país – Xenon, decidió
unirse a la batalla y se convirtió en la
mayor fuerza de la Alianza Noreste. Los
siguientes cinco años fueron el clímax de la
guerra. La Alianza fue consiguiendo la
mano ganadora y los otros dos años habían
estado arrullados por las batallas. La guerra
terminó en un cese de hostilidades cuando
llegó a los dieciocho años gracias a mucha
negociación, y Xenon estaba entre los
países ganadores.
Norman, que se encontraba mal, no quería
estar cerca de una gran multitud, y Lucia
decidió ir a echar un ojo a todo aquello de
camino a palacio. Sería una lástima
perderse semejante acontecimiento.
–¡Ah!
Las gentes gritaban y silbaban a los
carismáticos soldados que desfilaban por la
ciudad. Hacían tanto ruido que podías
quedarte sordo. Xenon estaba un estado de
combate, pero la guerra no había tomado
lugar dentro de su país, por tanto, la
mayoría de los ciudadanos no habían
sufrido por la guerra. Sin embargo, la
guerra seguía teniendo un peso en los
corazones de los gentíos. La felicidad de
haber ganado y la libertad por ello animaba
a la población. El ambiente era contagioso
y Lucia acabó poniéndose de muy buen
humor.
El blasón cambiaba según su familia y les
cubría la espalda y el pecho. Algunas
tropas desfilaban con unas enormes capas
rojas y otros se limitaban a llevar su
armadura. Sólo con eso era fácil adivinar el
poder y la nobleza de sus familias.
–¡Ah…! ¡Taran!
Los gritos no se podían ni comparar con los
de antes. Los hombres gritaban y daban
pasos fuertes en el suelo, mientras que las
mujeres chillaban con toda la fuerza que les
permitía sus pulmones: “¡Taran! ¡Taran!”.
Un pelotón de soldados separó las
multitudes conforme se dirigían a la
ciudad. Todos los caballeros portaban un
león negro en sus armaduras. Los plebeyos
normalmente no distinguían los blasones de
los nobles, sin embargo, no había
absolutamente nadie que no conociese el
blasón del León Negro.
Él estaba armado con disciplina y
estrategia. La victoria de la Alianza
Noreste fue por su fortificación y
dominación. Xenon se unió a la guerra el
último, pero fue quien lideró las
negociaciones que llevaron a la conclusión
de la guerra. Eran los que menos habían
perdido y los que más habían ganado. Para
ser precisos, el duque del pelotón de Taran
siempre ganaba, y esa fue el mejor de los
fundamentos para la victoria de los
Aliados.
Se suponía que Lucia no debía ser
conocedora del duque Taran, de su nombre
o de lo que había hecho en la guerra. Si lo
sabía era por su sueño.
El Conde Martin, con quien se casó, era un
hombre astuto. Da igual donde se metiese,
siempre encontraba una vía de escapatoria
para él mismo. Por lo tanto, después de la
guerra consiguió pegarse a la facción de la
corona y vivir una vida de lujos. Por eso,
Lucia asistió a muchas fiestas sociales con
su marido o como su esposa. Tenía que ir a
esas reuniones sociales como si se tratase
de su trabajo, por lo que tuvo muchas
oportunidades de encontrarse con el Duque
Taran. El hombre siempre estaba rodeado
de una multitud, como si una manada de
hienas estuviese peleándose por un pedazo
de carne.
El Conde Matin intentó todo tipo de
métodos para conseguir el apoyo del Duque
de Taran, pero siempre fracasó. Lucia no le
conocería mejor hasta mucho tiempo
después y se limitó a asumir que era un
caballero de algún tipo.
El Duque de Taran se casó dos años
después de su propia boda. Su matrimonio
creó un alboroto entre los aristócratas. Se
había casado con una jovencita de una
familia noble que nadie conocía y sin
ningún tipo de influencia. Era una mujer
joven y adorable, no era hermosa y nadie
comprendía por qué el Duque la había
escogido como esposa. Y, como el Duque
no respondía nunca a nadie, los rumores se
volaron para todas partes. El rumor más
famoso era que el Duque de Taran estaba
enamorado hasta las trancas de la chiquilla,
pero nadie se lo creyó.
Lucia se enteró de la realidad del asunto
mucho tiempo más tarde. La información
llegó de las puertas traseras de la
aristocracia, pero era muy creíble. Tal y
como confirmaban varios rumores, el
Duque no estaba enamorado de esa joven, y
ella no era ni rica, ni tenía un buen
antecedente. Las dos familias habían
llegado a algún tipo de acuerdo.
La utilidad de la muchacha recaía en el
hecho de que era una noble sin influencia
ni riqueza. Él necesitaba una esposa sólo en
nombre que no influenciase su ducado. Por
lo cual, se casó con esa mujer. El Duque
permaneció callado ante los rumores y, al
poco tiempo, los cuchicheos se convirtieron
en un hecho.
–Pues claro.
–¿Por qué se casaría el Duque de Taran con
una mujer así sino?
Las nobles parloteaban con tanta pasión
que parecían estar tosiendo sangre. Era su
forma de calmar su enfado por haber
perdido un contrato tan bueno.
¿Qué tiene de malo? ¿Vosotras no sois
iguales?
Un hombre buscaba a una mujer con un
útero sano para continuar su linaje, y, a
cambio, la mujer buscaba un hombre con
riqueza. Era la estrategia de este tipo de
uniones.
A pesar de que el proceso del matrimonio
del Duque había sido distinto, venía a ser
bastante parecido al del resto de nobles del
territorio. De todos modos, ella seguía
siendo la esposa oficial de un duque, por lo
que, aunque sólo fuera en nombre, seguía
siendo su mujer. El duque no aceptó
ninguna concubina y, aunque se ignoraba si
tenía amantes y no circulaba ningún rumor
al respecto. Al menos el Duque de Taran
no era un cobarde como el Conde Matin.

El pelotón del caballero de Taran ya había


pasado de largo y Lucia seguía sumida en
sus pensamientos. Conforme observaba
cómo el pelotón de Taran se alejaba más y
más, Lucia fue formando una idea. Miró lo
que tenía entre manos: la novela de
Norman.
Un matrimonio de conveniencia…
La temática de la novela más reciente de
Norman era de matrimonio de
conveniencia. Lucia había propuesto esa
idea sin pensárselo mucho, seguramente
acordándose del Duque de Taran.
Un matrimonio de conveniencia…
Los ojos de Lucia se bañaron de luz.
Una esposa sólo en nombre…
Su cuerpo se estremeció al percatarse de
algo. Era como si hubiese perdido toda la
sangre del cuerpo, quedándose sólo
frialdad.
La esposa del Duque…
Lucia se mordió los labios. Este plan
podría ser la clave para escapar de su
destino.
¿Lo intento?
Para empezar, tenía que encontrarse con el
Duque de Taran. Pero, ¿cómo? No podía
verle con sólo quererlo, no tenía ese poder.
Ni siquiera el Rey podía darle ordenes
como si nada.
Eso es… ¡Una fiesta! Esta noche hay una
celebración por la victoria.
Cada noche del tres al cinco de aquel mes
habría un baile. El Duque atendería a más
de una de esas fiestas y la más probable era
la primera. Conseguir una invitación para
la primera noche era más fácil porque la
localización era enorme y el motivo era
celebrar la victoria de una guerra. Tenía
suerte de ser una princesa.
Su identidad era más que suficiente para
atender al baile, no habría ningún
problema. Tenía que preparar muchas cosas
para la fiesta de aquella noche. Primero,
necesitaba un vestido. Por fin había llegado
el momento de usar el dinero que había
estado ahorrando. Pensó mentalmente todo
lo que tenía que hacer y se empezó a
mover.

* * * * *
–No queda… ¿ninguno?
La empleada asintió. Lucia se tiró al suelo.
Había corrido hasta ahí sin parar; era su
última esperanza. No había muchas tiendas
que hicieran vestidos de la suficiente
calidad como para un baile como ese y que
entrasen en su presupuesto. Normalmente,
los establecimientos como este tenían
vestidos para rebosar, pero justo ese día
hubo una excepción.
Era el primer baile que se celebraba en
mucho tiempo. Todas las mujeres nobles de
la capital asistirían y habría una fila de
carruajes a la espera para entrar. Comprar
el vestido era como ir a la guerra porque
como Lucia, había muchas nobles que no
poseían demasiado dinero. Era una
estupidez pensar que podría comprar en el
último momento: debería haberlo pedido
un mes antes. Al menos, pensaba que
podría obtener algún vestido deforme o
aceptable.
¿Qué voy a hacer? ¡Me he acordado de la
fiesta hoy!
–Hay… Este…
La empleada debió tenerle pena porque
parecía estar sumida en la desesperación.
–¿Queda uno?
–Eh, es viejo, así que el estilo es un poco…
Bueno, con un poco de trabajo estará…
–¡No pasa nada! Me lo quedo. ¡Es mío!
–No, pero el vestido es un poco demasiado
pequeño.
–¿Demasiado pequeño?
–Si lo llevarás tú, te quedaría bien. Pero no
serás tú la que se lo ponga, ¿no?
–¡Sí! – Se apresuró a contestar Lucia, pero
entonces, cambió su respuesta. – O sea, la
que se lo pondrá es exactamente como yo.
Tiene el mismo cuerpo, así que no pasa
nada.
–¿Sí? Pues entra y pruébatelo. Hazme saber
si necesita algún arreglo.
La empleada se perdió en las profundidades
del almacén y salió con un vestido. La
expresión de Lucia se iluminó. Era un
vestido simple y modesto de color azul
pastel. Aunque su estilo era algo viejo, no
parecía barato.
Se lo probó y se miró al espejo. El vestido
no llevaba corsé ni miriñaque[1], así que
era un desastre. Tenía el pelo recogido en
un moño mal hecho y su maquillaje era un
desastre, así que no pegaba nada. La
empleada dio tumbos a su alrededor,
haciendo punzadas aquí y allá.
–Señorita, ¿cómo puedes tener una cintura
tan delgada? Ninguno de nuestros corses te
entrará… Y parece que tendremos que
reajustar las caderas. Es un poco corto, así
que… Tu señora tendrá que taparse con
algo. Este lazo está desgarrado, tendremos
que cortarlo y poner uno nuevo… Tenemos
que rehacerlo un poquito.
–¿Me lo puedes hacer?
–Mmm… Es mucho trabajo, lo siento. Ya
tenemos otros vestidos a la espera.
–Si me lo pongo sin arreglar…
La empleada sacudió la cabeza con todas
sus fuerzas.
–Ni en broma. Si te lo pones así serás el
hazmerreír.
Dicen que cuando subes una montaña, hay
otra esperándote. Cuando la empleada vio
el debate en el rostro de Lucia, le ofreció
otra mano amiga.
–Mi madre ya está retirada, pero… Ha
estado reparando vestidos mucho tiempo, si
no te importa…
–¡Pues claro!

[1] El miriñaque o crinolina surge en 1855,


durante el segundo romántico. Se trataba de
una estructura que permitía ahuecar la falda
en todas las direcciones. La estructura era
una construcción ligera compuerta
originariamente por una tela rígida con una
trama de crin y una urdimbre de algodón o
lino

Parte II
Cuando se sacó el casco el cabello negro le
cayó por los hombros. Los criados le
ayudaron a quitarse la pesada armadura del
pecho, brazos y piernas. Nunca se había
protegido tanto el cuerpo en batalla. Había
estado desfilando por las calles como un
payaso, sufriendo los interminables
chillidos. Apenas había sido capaz de
soportar la marcha en esa formación tan
perfecta, como si fuera el perro del
Emperador.
–¿Por qué no pones algún cuadro por aquí?
Es muy soso.
Sin embargo, eso no le molestaba en
aquellos momentos. Un invitado que no
había llamado le había seguido hasta sus
aposentos privados y se lo criticaba todo.
Aunque él estaba cambiándose, el otro
hombre deambulaba por ahí
descaradamente, absorto en sus
alrededores.
–Es mi habitación.
–Para ser exactos, no es tu habitación: es
un comedor que también sirve de
habitación. Es perfecto para un invitado.
–La habitación de invitados está en la
primera planta.
–No seas tan rácano. Tengo obras de arte
muy buenas, te enviaré unas cuantas.
Controló la ira de su corazón; nadie sabía
lo que sentía por su apariencia externa.
Tenía una expresión helada y sus ojos rojos
parecían tranquilos y pacíficos.
Permitió que sus criados le sirvieran y le
vistieran estoicamente: se estaba
preparando para el baile de aquella noche.
En un principio, su plan era descansar y
aparecer al final de la fiesta. Si no fuera por
ese irritante invitado lo habría hecho.
–Sólo iré al de hoy. – Dijo mientras se
abrochaba el puño de la camisa.
–Vale, pero la fiesta no son tres días, son
cinco…
–¿Vas a retractarte?
–Vale. Mira, Duque. ¿Por qué odias las
fiestas? Tenemos comida buenísima, vino y
mujeres hermosas. ¿Por qué no disfrutas de
tu tiempo?
–Tengo más que suficiente vino en casa. Y
mi pasatiempo no es buscar comida. Y no
necesito ir a fiestas para tener mujeres.
–Mira, esa no es la razón de estas
funciones. Duque, tienes que echarme una
mano. Me lo prometiste.
–Te dije que te ayudaría cuando fueras
Rey.
–¿Sí? ¿Y quién te crees que será el próximo
Rey si no soy yo?
El Kwiz, el príncipe heredero, se alzaba
alto y seguro de sí mismo.
–Ya hablaremos cuando lo seas.
Nadie sabía lo que acaecería mañana.
–Es más difícil ganarte a ti que a una
jovencita tímida. – Kwiz no pareció
molestarse por sus palabras y se limitó a
suspirar.
–Los hombres pegajosos no son populares.
–¿Mmm? ¿Eh? ¿Eso ha sido una broma,
Duque? Sí, ¿no?
Kwiz rió divertido, sin embargo, el otro
hombre era menos que entusiasta.
–Vámonos.
Quería echar a su invitado de sus aposentos
lo antes posible.

* * * * *
Le empleada de la tienda de ropa le salvó el
día a la lamentable señorita. Lucia tuvo que
pagar más que el doble por el arreglo del
vestido. Según la empleada ese era el
precio razonable hoy, e incluso intentó
racionalizarlo afirmando que el vestido
venía con su corsé y miriñaque. No
obstante, no fue capaz de contratar a nadie
para que le hiciera el pelo y la maquillase.
Por suerte, Lucia tenía conocimientos
básicos de técnicas de pelo y maquillaje.
Aunque, cualquier profesional que la
hubiese visto habría chasqueado la lengua
en desaprobación por sus técnicas y
apariencia general.
Cuando llegó al salón de baile, Lucia ya
estaba agotada. Le dolían las piernas de
correr por toda la ciudad y, además, se
había tenido que hacer y deshacer el
maquillaje y el peinado muchas veces por
culpa de sus carentes habilidades.
La inversión de hoy no se puede ir al
garete.
Aunque en su sueño asistió a muchas
reuniones sociales, la muchacha seguía
estando muy nerviosa y preocupada.
Ah… Hay demasiada gente. Si no voy con
cuidado me pasarán por encima.
El punto más destacable del baile eran las
conversaciones de los asistentes. Los
nobles, que amaban ese tipo de fiestas,
estaban alegres y animados ya que no
habían podido montar nada semejante por
culpa de la guerra. No sería una
exageración afirmar que todos los nobles
de la capital estaban presentes.
Las fiestas de la alta sociedad se limitaban
a aquellos con invitación. Los nobles no
socializaban demasiado con aquellos ajenos
a su círculo social y, a diferencia de aquella
noche, era casi imposible que los nobles de
bajo rango pudieran asistir a un banquete
con los rangos más altos. Por eso, si los
nobles más humildes querían establecer
algún tipo de conexión con los peces
gordos, tendría que ser esa noche. Era una
buena oportunidad para darse a conocer
entre los más ricos.
Los candelabros relucían y las mesas
rebosaban exquisiteces. Las nobles iban
cubiertas de joyas y vestidos lujosos
mientras que los hombres en traje las
rodeaban. La música sonaba suavemente de
fondo, creando una placentera experiencia
nocturna.
A Lucia le preocupaba ser capaz de
encontrarle entre la multitud, pero no fue
muy difícil. Simplemente tuvo que seguir
las miradas y los pasos de todo el mundo y
se encontró ante él.
Ah… Es él…
Hugo Taran.
Su corazón empezó a latir con fuerza. Era
más encantador que cuando le vio en sus
sueños. Normalmente, la gente sólo
conocía su mote: “el león negro de la
guerra”, por lo que diez de diez personas se
sorprendían al ver su apariencia. No
parecía salvaje ni duro. No sólo era
destacable, su atractivo no tenía igual.
Su mirada se centró en su cabello negro y
sus ojos rojo carmesí, entonces, apreció su
rostro bien esculpido. El pulcro puente que
tenía por nariz equilibraba la profundidad
de sus ojos. Su fuerte mandíbula y cuello
demostraban su hombría y, cuando
separaba sus labios finos todos los
presentes se callaban para poder escuchar
sus palabras.
Lucía había estado apreciando la atractiva
apariencia de aquel hombre con la boca
abierta, cuando volvió en sí, miró a su
alrededor para asegurarse de que nadie se
hubiese percatado de su comportamiento
indigno de una señorita. Por suerte, a nadie
la interesaba la lamentable y fea jovencita.
¿Matrimonio de conveniencia…?
Lucia tragó saliva.
¿Lo… conseguiré…?
El listón estaba demasiado alto. Su mente
sabiamente le susurraba que no era un
hombre al que podía atreverse a mirar.
Kwiz, que estaba animado, arrastró a Hugo
por todo el baile. Quería desfilar por ahí
como si llevase un tesoro de valor
incalculable. Bajo su perspectiva, el Duque
de Taran era una joya y haría todo lo que
pudiese para ganárselo y tenerlo de su
parte.
Ninguno de los dos hombres había
afirmado que iban a apoyarse, pero el
hecho de verlos caminar juntos hizo volar
la imaginación de los asistentes. Kwiz se
aprovecho de esto mientras que Hugo
pasaba sus acciones por alto en silencio.
Hugo estaba cansado y lo único que quería
era irse a casa. Ya tendría que hacer este
tipo de cosas cuando Kwiz fuera rey para
ganar apoyo, pero todo formaba parte del
futuro. No veía la necesidad de esforzarse
tanto por un heredero.
¿Qué puede ser…?
Había estado sintiendo la mirada furtiva de
alguien desde hacía rato. Toda su vida
había sido un cazador perceptivo, por lo
que le era fácil reconocer cuando alguien
iba a por él. No sentía ninguna mala
vibración, pero le indignaba que alguien le
tuviera de objetivo. Fingió ignorancia y
estudió su entorno.
¿Una mujer?
Inesperadamente, se trataba de una mujer.
Tenía el pelo marrón y llevaba un vestido
azul; parecía una jovencita que acaba de
llegar a la edad adulta. Cuando Hugo la
miró, ella apartó la vista, pesé a ello, él ya
sabía la verdad.
Era un hombre acostumbrado a recibir
miradas anhelantes de otras mujeres. Sin
embargo, esta joven castaña no entraba en
esa categoría. Parecía tener algo que
decirle; sus ojos estaban repletos de
inquietud y algo desesperados.
Si tiene algo que decirme, acabará
viniendo.
Dejó el interés que sentía por él a un lado,
pesé a eso, su tenaz mirada continuó
molestando a sus sentidos sin darle un
respiro. De vez en cuando le echaba un
vistazo para ver qué se traía entre manos.
Cuando consiguió estar a solas durante un
instante, la vio dar un paso en su dirección,
pero en cuando se le acercó otra persona,
ella retrocedió. Hugo frunció el ceño sin
querer. La fiesta llegaba a su fin y ella no
se le había acercado todavía.
Es completamente imposible acercarse a
él…
Era como si fuera el protagonista de la
noche. La gente no le dejaba en paz, en
especial el príncipe heredero y Hesse IX, y
en su círculo no había ni una sola persona
normal.
El instigador principal de mi horrible
matrimonio está justo aquí.
Lucia pensó en su hermanastro. No le
resentía, después de todo, el príncipe
heredero no tenía ninguna responsabilidad
de cuidar de ella como si fuera su familia
real sólo por compartir lazos sanguíneos.
Habían nacido de úteros distintos y eso no
les convertía en poco más que
desconocidos.
Finalmente, la fiesta terminó y ella no
consiguió decirle ni una palabra. No, no
sólo no le habló, ni siquiera pudo
acercársele.
Ah… ¿Qué hago? ¿Asistirá a la de
mañana?
No estaba segura de que fuera a asistir y
esa noche podía ser la única oportunidad
que tuviese, pero, aun así, decidió volver al
día siguiente.

* * * * *
Habían pasado cinco días y esa noche sería
la última. Aunque la Capital llevaba
celebrando bailes cinco días seguidos,
nadie parecía cansado, aun así,
seguramente la gente se quedará un buen
tiempo en sus casas cuando terminasen las
celebraciones.
No obstante, en comparación con la
primera y la segunda noche, aquel día no
había tantos asistentes. La mayoría de los
presentes eran adictos a las fiestas o
cazadores en busca de un compañero con el
que pasar un rato a solas en los jardines o
pasillos oscuros. No todos los que iban
querían disfrutar de la fiesta, muchos
atracaban las exquisiteces, otros tantos
deseaban formar nuevas conexiones y
algunos lanzaban miradas coquetas y,
contraria a todos los demás, Lucia estaba
dándole sorbos a su copa de champán sin
alcohol apoyada contra la pared.
Había pasado esos últimos días toda la
noche de pie con tacones y le dolía todo.
No llevaba un corsé demasiado astringente,
pero le oprimía el pecho considerablemente
y le dificultaba la respiración[1]. Tenía
hambre, pero sólo podía saborear un poco
de tanto en tanto por culpa de la ropa que
llevaba puesta. Aunque el aroma de la
comida era sumamente atrayente, la usaba
de decoración. También era incómodo ir al
baño, por lo que tenía que contentarse con
una única copa de champán para
humedecerse los labios.
Comprendió la verdad de que el hambre
intensifica la tristeza. Lucia estaba
terriblemente triste en aquellos instantes.
No sabía si era por el hambre, sentía que se
le iba a quedar pegado el estómago a la
columna vertebral, o por no haber sido
capaz de acercarse al Duque durante todos
aquellos días. Fuera cual fuere el caso,
ambas cosas la angustiaban.
Contempló al hombre de traje negro que
había a lo lejos. Parecía superior al resto de
asistentes, tanto en estatus como en
apariencia. Era alto, tenía hombros anchos
y la cintura fina; su cuerpo tenía las
proporciones ideales. Aunque no se le veía
lo que llevaba debajo de la ropa, estaba
claro que estaba bien trabajado.
No le quedaba mucho tiempo. Si no podía
saludarle antes de que terminase la fiesta,
lo tendría que hacer al final.
Al menos he podido mirarle la cara lo
suficiente como para no arrepentirme.
Llevaba a acosando discretamente al
hombre cinco noches. La muchacha
admitía que se había obsesionado
demasiado con eso. Mirarle no era, en
absoluto, agotador. Era un hombre
atractivo, agradable a la vista, y también
era divertido observar a los que le
rodeaban. Sobretodo cuando las mujeres
apretaban vulgarmente los pechos contra él.
El hombre era una creación hermosa pero
no intentaba ganar favores por su
apariencia. Siempre mostraba una
expresión fría, sin alegría, enfado, dolor ni
placer. De vez en cuando fruncía el ceño o
alzaba las cejas. Cuando reía, sus labios
sonreían cínicamente. A pesar de todo ello,
la gente se esforzaba por observar sus
reacciones antes de responder. Su misma
presencia les daba paz a los invitados.
Rezumaba una presencia imponente que
suprimía a los demás naturalmente. Tenía
la dignidad del gobernante y la compostura
del fuerte. Los que le admiraban desde la
distancia se sorprendían por la apariencia
del Duque de Taran, pero aquellos que
conversaban con él comprendían el motivo
por le habían concedido a este Duque el
título de: “El león negro de la Guerra”.
A diferencia de los hombres pasivos, los
dominantes siempre tenían mujeres
merodeando a su alrededor, haciendo fila
con lujuria.
Lucia podía entender a las múltiples
mujeres que intentaban hablarle. El Duque
guardaba una posición alta y mucha
riqueza; era joven y atractivo; tenía todo lo
que se podía pedir. No tenía ni mujer, ni
pareja. Sería difícil encontrar a alguien
comparable con él en todo el mundo. Era lo
más raro de lo raro. De hecho, si Lucia
tuviese una posición social más alta, no
habría dudado en unirse a esas mujeres.
Si al menos tuviese los pechos más
grandes… Ah…
Sus suspiros albergaban muchos
significados. Le era imposible acortar la
distancia entre el Duque y ella.
En la fiesta había otra persona tan fatigada
como Lucia. Su nivel de estrés era, de
hecho, más alto que el suyo. Las basuras
[2] que se le pegaban como la cola ponían a
prueba su paciencia mientras él se
preguntaba cuándo se cerrarían la boca y se
perderían por ahí.
El hombre echaba de menos el campo de
batalla. Allí podía callar a la gente todo lo
que quisiera. La pequeña alegría de su vida
era poder decapitar a los que le llamaban
demonio. Era una suerte que no tuviera
armas con él en aquel momento. Confiaba
en su paciencia, pero no por completo.
Hugo movió los ojos a una esquina. Nadie
se había dado cuenta que llevaba
observando a una persona en particular
todo este tiempo.
No ha cambiado nada.
La mujer de apariencia frágil con el pelo de
un marrón rojizo había estado quieta en el
mismo sitio sujetando la misma copa todo
este tiempo. Llevaba cuatro días sin
quitarse ese vestido azul pastel.
Él no solía asistir a fiestas, pero era lo
suficientemente inteligente como para
saber que las mujeres no llevaban el mismo
vestido al día siguiente. En una fiesta como
aquella, las mujeres normalmente tenían
unos tres vestidos y los iban rotando. En el
caso de no tener dinero para los tres, era
mejor no presentarse. La muchacha
desestimaba a todos los que tenía a su
alrededor, no le había visto intentar
conversar con nadie: ni una sola vez.
¿Será por dinero?
Si lo que le interesaba era su dinero, era
mejor que se lo dijera directamente. Estaba
preparado para darle una suma de dinero
sin hacerle preguntas. Admiraba su espíritu
firme.
En un principio, iba a ir a la fiesta sólo el
primer día, pero entonces, cambió de idea y
decidió asistir también el segundo. Le
interesaba si ella aparecería al día siguiente
y lo hizo. La muchacha se presentó con el
mismo vestido azul y continuó
observándole desde una esquina. Si su plan
era llamarle la atención llevando el mismo
vestido siempre, lo había conseguido.
El segundo día no se le acercó. Él podría
haberse acercado a ella y haber iniciado
una conversación: pero no lo hizo.
Esperaba a que ella diese el primer paso.
Sentía que era un juego.
Al final, ella había establecido el récord al
atender a la fiesta los cinco días seguidos.
Kwiz estaba muy contento, ni siquiera él
había asistido cada día para ganarse su
favor. Aquella mujer no se le acercaba y
siempre mantenía sus distancias.
Seguramente sea por todas estas mierdas.
Todas estaban seguras de haber hecho lo
mejor que pudieron para causarle una
buena impresión al Duque, sin embargo, en
cuanto Hugo les dio la espalda ya las había
borrado de la cabeza.
Creo que si estoy solo se me acercará… ¿Y
si pruebo de encontrar algún sitio donde no
me pueda encontrar nadie?
Llevaba yendo a la fiesta durante cinco días
y su curiosidad por aquella mujer no había
disminuido. Además, Kwiz, que se le
pegaba todo el día, se había ido a algún
lado.
–Disculpadme.
Cuando Hugo les pidió comprensión, todo
el mundo expresó su renuencia y le miraron
mientras se marchaba. Asumieron que
volvería cuando terminase de ocuparse de
sus asuntos y le esperaron parloteando
entre ellos felizmente.
¿Eh?
A Lucia, que le había estado vigilando, le
sorprendió su comportamiento. No parecía
del tipo que deambulaba por las fiestas.
Normalmente, permanecía en el mismo
sitio y la gente le rodeaba. Era la primera
vez que se iba a algún lado él solo. Lucia
titubeó momentáneamente, entonces,
decidió seguirle. Esa podría tratarse de su
primera y única oportunidad.
Hugo anduvo ociosamente. Podía sentir a
alguien detrás de él.
¿Qué estoy haciendo?
Se rió de sí mismo. Le parecía divertido
que él fuera pasar por tantos problemas
para escuchar lo que esa mujer tenía que
decir. No era del tipo que perdía su tiempo
en cosas inútiles. Si se hubiese limitado a
ignorarla ya habría terminado.
No quería llevársela a la cama y para él,
sólo existían dos tipos de mujer: las que
quería llevarse a la cama y las que no. Era
la primera vez que le interesaba una mujer
del segundo tipo.
Estos días han sido bastante aburridos.
Anhelaba la tensión, las tropas dragadas
por la locura y la sensación de la sangre
cálida y pegajosa. Salió de sus
pensamientos sobre la guerra. Tenía mucha
curiosidad por el objetivo de esa mujer.
Se dirigió al jardín este. Allí es donde más
brillaba la luna, pero precisamente por eso,
no era un buen lugar para tener una
aventura. Era el mejor sitio para estar a
solas sin tener que escuchar gemidos.
Se puso cómodo al lado de una fuente
vacía. El lugar estaba en el jardín y abierto
hasta cierto punto. No había nadie por los
alrededores, pero tampoco estaba desolado.
Satisfecho con su elección, giró la cabeza
hacia el sonido del crujir de las hojas secas.
Sin embargo, cuando vio a la mujer que
apareció, la sutil diversión de su corazón
desapareció en la distancia.
–Hugo…
Una rubia bien dotada brillaba como una
joya bajo la luz de la luna. La expresión del
Duque se tensó al ver a la mujer con un
rostro tan encantador como el suyo.
–Sólo le permití llamarse por mi nombre
antes, señorita Lawrence.
La jovencita se sorprendió y le tembló la
vista. Con sus frías palabras Hugo acababa
de trazar una línea. Le quitó el privilegio de
poder llamarle por su nombre y no la llamó
por su nombre de pila como antes. Sofia le
miró con los ojos rezumantes de lágrimas
mientras se mordía los labios rojos.
–Disculpe mi grosería, por favor, mi señor.
–¿He interrumpido su paseo?
–No, me acabo de dar cuenta que mi señor
iba para mí y…
–Le agradecería que se marchase ya.
–Un momento… Sólo necesito un
momento. Mi señor, por favor…
Él suspiró.
–¿Qué palabras quedan por decir?
–…Sois demasiado cruel. ¿Por qué me
aparta con tanta frialdad? Creía que
nuestros corazones eran uno.
–Señorita Lawrence, – él respondió a la
mujer al borde de llorar un rio entero con
indiferencia. – Jamás he compartido mi
corazón con nadie. Yo sólo comparto mi
cama.
Sofia, con los ojos llenos de lágrimas, no
podía creer lo que oía. Le temblaron los
hombres mientras se secaba las lágrimas
con un pañuelo.
Hugo no se molestó con consolarla y se
quedó de pie a cierta distancia con las
manos en la espalda. Empezaba a irritarse.
Por esto mismo había dejado de jugar con
solteras: siempre rompían las normas.
Mirarla le frustraba, por lo que le dio la
espalda.
–No sacaremos nada bueno de alargar esto
con palabras.
Sofia miró al hombre que había puesto una
pared entre ellos con ojos resentidos. No
podía creerse lo frío que estaba siendo. Su
odio se transformó lentamente en algo más
caliente conforme estudiaba su espalda.
Sofia corrió y le abrazó por la espalda.
Entrelazó los brazos alrededor de su pecho
firme y enterró el rostro en su espalda.
Rebosaba emoción y estaba impregnada de
calor. Se lamentaba al pensar en su noche
de pasión. Sus pechos llenos se apretaban
contra la espalda de él apasionadamente y,
aun así, él cerró los ojos y se deshizo de sus
brazos despiadadamente. El cuerpo se Sofia
se estremeció cuando le vio darse la vuelta
y retroceder un paso para dejar espacio
entre ellos: no le dejaría la más mínima
libertad de acción.
–¿Qué he hecho mal? Todo lo que hice fue
confesarle mi amor a mi amante. ¿Por qué
me enviasteis rosas de separación? Sois
demasiado.
–¿Amante? – Chasqueó la lengua. ¿Cómo
podía ser tan estúpida esta chica? – Desde
el principio se lo dejé claro. Le dije que
guardase su corazón para usted. Me
prometió hacerlo. ¿Ahora está fingiendo
ignorancia?
Sofia no lo había olvidado. No había
olvidado que en cuanto le hablase de amor
la rechazaría. Sofia era plenamente
consciente de ello. Todas las mujeres antes
que ella había experimentado lo mismo,
pero ese hombre frío pronunciaba su
nombre con tanta pasión y la abrazaba con
tanta dulzura que lo había olvidado.
Sofia siguió los pasos de todas las
estúpidas mujeres que había habido antes
que ella. Cayó en la categoría de: “mujer
del pasado”.
–¿No podemos… volver a empezar? Mi
señor, no le volveré a mostrar mi corazón.
No pasa nada si está con otras mujeres.
Déjeme quedarme a su lado, por favor.
–Era una hermosa flor, señorita Lawrence.
Arranqué la flor y la dejé en un jarrón, pero
el destino de las flores es marchitarse, nada
más.
Los labios de Sofia temblaron al
imaginarse a sí misma como una flor. Cada
una de sus palabras mutilaba su corazón.
Cuando era su amante había tenido la
sensación de tener el mundo en sus manos.
Era un hombre apasionado y dulce, y
tampoco vacilaba en mimarla con regalos
caros. Si decía que había visto algo bonito,
él se lo regalaba al día siguiente. En cada
baile desfilaba con sus collares y
pendientes regalados e incluso insinuaba su
relación y él, por su parte, no objetaba
nada.
Cierto día, una mujer que había tenido una
relación pasada con el Duque le advirtió
que si quería quedarse con él más tiempo
no debía intentar acercársele, que tenía que
disfrutar de sus días hasta que le llegasen
las rosas.
En aquel momento, esas palabras le
parecieron tonterías y, cuando se percató de
la realidad, ya era demasiado tarde. Sofia
se había enamorado demasiado y él ya se
había marchado, dejándola con nada más
que un ramo de rosas amarillas.
–Otro ha tomado a la mujer del Conde
Falcon, esa mujer es poco más que una flor
marchita.
Sofia se le volvió a acercar cuando escuchó
los rumores que circulaban a pesar de que
hacía mucho tiempo desde que se habían
separado. La esposa del Conde Falcon era
famosa por tener tres difuntos maridos.
Sofia no podía digerir que la hubiesen
reemplazado por semejante mujer.
Hugo se fue irritando más conforme
avanzaba su encuentro. Escaneó el bosque
que tenía delante rápidamente. Alguien
había estado escuchándoles todo este
tiempo. Hugo estaba seguro de que era
aquella mujer. Su meta no era presumir de
su relación pasada con esa chica, sino
descubrir que es lo que aquella chica le
había querido decir y, al final, todo se había
vuelto una molestia.
–No se sobreestime, no es de su
incumbencia con quien duerma.
–Es una mujer maldita, mi señor.
Simplemente me preocupa que pueda
dañarle.
Se había esforzado mucho para meterla en
su cama. Sofia no se le acercó primera,
tuvo que pedirle bailar y seducirla. Había
disfrutado de una aventura amorosa
distinta. Era una mujer hermosa y
materialista. La próxima sería lo contrario.
–Señorita Lawrence. – Su voz sonaba
increíblemente fría y asustó a Sofia. – Odio
que me consuman las emociones y, por eso,
no me enfado. Es un gasto inútil y es
desagradable estarlo. Pero si continúa
enfadándome más que lo que ya lo estoy,
tendrá que pagar un precio. Hasta ahora,
todos los que me han hecho enfadar lo han
pagado con sus vidas.
Sofia perdió toda la sangre del rostro y
empalideció como una hoja de papel.
–No me enfade.
A Sofia le temblaron los labios mientras le
contemplaba unos instantes, entonces, se
dio la vuelta y corrió con todas sus fuerzas.
Él vio desaparecer su figura con la mirada
fría y, entonces, dirigió su atención a cierto
lugar.
–Salga. Es hora de dejar de escuchar a
hurtadillas como un gato ladrón.

[1] Contrario a las comunes concepciones


acerca de los corsés victorianos, no todas
las mujeres apretaban sus corsés al extremo
y mucho menos a diario. Tampoco
removían sus costillas quirúrgicamente, ni
les provocaba tuberculosis, ni les dañaba la
columna. Sin embargo, el continuo uso del
corsé extremadamente ajustado les podía
llegar a deformar la cavidad pulmonar, y
provocar el desplazamiento de órganos.
[2] En realidad, en el texto original la
autora no usa: “basuras” para mencionar a
las mujeres que se pegan a Hugo, sino
“heces”. Pero en español me ha parecido
más correcto, o al menos, me ha sonado
mejor “basura”.

Capitulo 3 Nos Casamos


Su intención, al principio, no fue escuchar
a hurtadillas. Le había seguido
afanosamente hasta que se detuvo.
¿Cómo empiezo la conversación?
Parecía tener la mente estancada en un
agujero negro mientras imaginaba su
oscuro futuro. Había descuidado prepararse
para ese momento por lo fervientemente
que había estado intentando encontrárselo
en persona. Sin embargo, sus pies ya se
estaban moviendo hacia él. Cuando le
descubrió, Lucia hizo una pausa y titubeó.
Justo entonces, perdió su oportunidad ante
otra mujer.
Ya estaba demasiado cerca como para irse
y temía que la descubrieran, por lo que se
agazapó detrás de una mata de hierbajos.
No quería escuchar su conversación, pero
no pudo evitar oírla dada su proximidad.
¿Señorita Lawrence…? ¿Es… Sofia
Lawrence…?
En su sueño, Sofia era famosa. No tenían
ninguna relación de amistad, pero la había
visto un par de veces. En la alta sociedad
había muchas bellezas, pero Sofia las
eclipsaba a todas. En la cadena alimenticia,
ella estaría en la cima de los depredadores.
¿Sofia Lawrence era su ex amante?
Lucia ya era consciente de sus numerosas
amantes. Y para empeorar la cosa,
cambiaba de pareja frecuentemente sin
vacilar. Todas sus parejas tenían los pechos
tan grandes como sandías, cinturas tan
estrechas como el de las hormigas y un
rostro glamuroso. Uno de los rasgos
comunes entre todas ellas era que eran
estúpidas muy bellas. Todas las mujeres
eran casi idénticas entre ellas, por lo que
Lucia asumió que esa era su preferencia en
cuanto a mujeres.
Pero Sofia Lawrence era distinta. Ella era
como un ramo de lirios. Su enorme
hermosura destacaba sobre las otras
bellezas. A su padre, un barón, le
importaba la educación de sus hijos, por lo
que era conocida por ser una jovencita
refinada y modesta.
No es modesta para nada. Es un lobo con
piel de cordero.
Cuando Lucia empezó a asistir activamente
en banquetes de la alta sociedad, Sofia ya
se había casado con un marqués que se
había enamorado de su belleza. El marques
era viudo, pero era un matrimonio
adecuado para la hija de un barón. Lucia se
sintió rara por alguna razón, sabiendo que
aquella hermosa mujer perecería dando a
luz a un bebé muerto.
Se está aferrando a él con demasiada
desesperación…
Sofia, una jovencita glamurosa, había
tirado su orgullo por la borda y estaba
rogando. Lucia le tuvo lástima al escuchar
sus palabras.
No es el único hombre de este mundo,
¿sabes?, eso es lo que quería decirle, pero
Sofia insistía en que Hugo Taran era el
único.
Lucia jamás se habría imaginado que sería
testigo de su estilo de noviazgo de una
forma tan clara. Encima, era el peor de los
momentos.
Ah… Y pensar que es del tipo de amenazar
a su ex…
Si Lucia hubiese estado en la piel de Sofia,
se habría desmayado.
Esto… supera lo que me había
imaginado…
Lucia conocía muchas cosas sobre ese
hombre, pero todo eran rumores que había
ido recogiendo de aquí y de allá. No le
conocía personalmente. En su sueño sólo le
había saludado una vez y siempre le había
visto de lejos. La imagen que había trazado
después de observarle con tanta gente a su
alrededor en la fiesta se hizo añicos: era
mucho más cruel de lo que había predicho
y, además, no tenía nada parecido a la
simpatía.
¿Matrimonio de conveniencia…? ¿Y si se
enfada conmigo por proponerle algo tan
absurdo?
Si se enfadaba con ella, ¿también la
mataría?
¿Qué hago? ¿Qué hago? ¿Qué hago?
Él se detuvo cuando Lucia se quería morir
de la preocupación.
–Salga. Ha llegado la hora de dejar de
escuchar a hurtadillas como un gato ladrón.
Lucia estaba asustada. Contuvo la
respiración por un breve instante, pero, sin
lugar a duda, la llamaba a ella. Decidió que
ya era demasiado tarde para retractarse y se
levantó. Tal y como esperaba, él estaba
mirando en su dirección.
–Perdone… Mi señor. No pretendía
escuchar…
–¿No está un poco lejos para hablar?
Lucia vaciló, entonces atravesó el montón
de hierbajos y se detuvo a unos pasos a
distancia de él.
–De nuevo… Lo siento. De verdad que no
era mi intención escuchar vuestra
conversación. No era mi intención escuchar
y no le contaré nada a nadie. Lo prometo.
–Da igual. ¿Qué tenía que decir?
–¿Eh…?
–Me lleva siguiendo unos días porque
quiere decirme algo.
Quería descubrir el objetivo de esa mujer e
irse rápido a casa. Ya no quedaba ni rastro
de su buen humor.
Oh, Dios mío. ¿Lo sabías? ¿Sabías que te
he estado observando todo este tiempo?
Lucia se quedó pasmada, no, mejor dicho,
se avergonzó. No sabía qué emoción sentía
y notó como los ojos se le iban a la parte
trasera de la cabeza y como le caían gotas
de sudor frío por la espalda.
El humor de Hugo mejoró al verla quedarse
de piedra, como una figura de cera. De
cerca daba otra sensación. Su voz era
tranquila, su tono suave y sus expresiones
muy vivas. Al parecer, su semblante mustio
de antes era por culpa de la fatiga que había
estado amontonando todo ese tiempo. No
era una belleza, pero ¿cómo decirlo? Era…
Adorable.
Parecía un pequeño herbívoro. Como una
ardilla o un conejo. Nunca había pensado
que una ardilla o un conejo fueran
adorables, ni siquiera valía la pena
cazarlos. Sin embargo, era un hombre que,
generosamente, le daba la bienvenida a
cualquier contradicción.
–Su propósito. No haga que me repita
tantas veces.
–Pues… O sea… Contrato. Quería
proponerle un contrato.
–¿Contrato?
Hugo se decepcionó un poco. Era algo más
aburrido de lo que pensaba.
–Sí, un contrato. Un contrato para cambiar
una vida.
Mi vida, añadió Lucia en su cabeza.
–¿Un contrato para cambiar una vida? –
Sonaba interesante. Murmuró para sí y
añadió. – ¿No debería presentarse?
–Ah, sí. Tiene toda la razón. Pero como ya
le he dicho, es un contrato muy
importante…
Lucia pensó con todas sus fuerzas cuál
sería el mejor método para transmitirle su
mensaje. Quería escapar de su situación
actual, ya se ocuparía de los problemas
conforme fueran llegando.
–Este lugar no es adecuado para tratar el
tema de quién soy ni el contenido del
contrato.
Era sospechosa, pero decidió aceptar su
petición. No había nadie deambulando por
esos lares, sin embargo, si su información
era importante, no era mala idea ser
especialmente cuidadoso. Siempre que
fuera un contrato que le aportase algún
beneficio, estaba abierto.
–¿Dónde quiere que vayamos?
–¿Podemos hablar en su mansión?
Hizo una pausa para considerarlo.
–Sí, ¿cuándo?
–Me pondré en contacto con usted.
Hasta entonces, él era quien siempre había
liderado las negociaciones. Hasta ahora, él
era quien había tenido el as en la manga y
así seguiría siendo. No se molestaba con
contratos que pudieran atarle. Ella era la
que tenía una petición, por lo que él sería
quien tendría la mano ganadora. Pesé a
ello, la muchacha se comportaba como si
fuera todo lo contrario. Una de dos: o no le
daba igual todo y no conocía el miedo, o
intentaba engañarle.
–¿Sugiere que su mensaje llegará sin fecha
fija?
Un rio de sudor frío recorrió la espalda de
Lucia, no obstante, fingió dignidad y
valentía.
–Debería ser capaz de soportar eso. Es un
contrato que cambiará la vida.
Posó la mirada en Lucia divertido. Nadie se
había comportado tan neciamente con él
desde el día de su nacimiento. Era
imposible adivinar su carácter juzgando su
apariencia, pero no parecía lo
suficientemente desvergonzada como para
intentar engañarle. Sin embargo, su forma
de devolverle furtivamente la mirada con
ese par de enormes ojos y fingir ignorancia
de sus propios temores despertó su interés.
–Espero que así sea. No soy una persona
hospitalaria.
Lucia corrigió sus pensamientos de que
aquel hombre debía haber sido amable con
alguien alguna vez. El lema de vida de
aquel Duque era amenazar a los demás.
¿Acaso había fracasado completamente al
juzgar al Duque de Taran? Pero había algo
que comprendía: aquel hombre no era un
caballero.
–Sí… Lo tendré en cuenta.

* * * * *
Lucia necesitaba que alguien la aconsejase.
Quería pensar en el desenlace de todo
aquello con otra persona y la única persona
en la que podía confiar era Norman.
Norman era más mayor que ella, aunque si
se sumaban los años de su sueño, Lucia la
superaba. Norman había escrito muchas
novelas haciendo uso de las experiencias y
dificultades de la vida de la muchacha, por
lo que estaba segura de que sería capaz de
ayudarla.
Lucia no podía confesarle cada uno de los
detalles a su amiga ya que Norman creía
que Lucia era sólo una criada de palacio.
Era imposible que le pudiese decir algo del
estilo de: “en realidad soy una princesa y
estoy pensando en tener un matrimonio de
conveniencia con el Duque de Taran. ¿Qué
te parece?”.
–Norman, tengo que tomar una decisión
importante. – Lucia quiso parafrasearlo de
una forma abstracta. – Tengo dos caminos
ante mí. Si no hago nada, iré por el de la
izquierda y sé lo que me va a pasar si voy
por ese: sufriré mucho y tendré una vida
dura. Sin embargo, puedo intentar ir por el
de la derecha, pero no tengo ni idea de lo
que me aguarda y, aunque tenga éxito y
pueda caminar por él: no sé qué clase de
camino es. El camino de la derecha me
puede llevar a una vida mejor, pero a la
vez, cabe la posibilidad de que acabe
viviendo en un sitio peor que el infierno.
Norman, ¿qué camino escogerías tú?
–Si fuera tú, probaría mi suerte y me iría
por el de la derecha.
–Ni siquiera te lo has pensado…
–¿No has dicho que ya sabes lo que te
pasará si vas por el de la izquierda?
Además, es una vida mísera. En ese caso,
tienes que aprovechar las oportunidades
que tengas. Aunque el camino de la
derecha te lleve a un sitio peor, será algo
que has decidido tú y no te arrepentirás.
–Arrepentirme…
–Y, ¿no sería aburrido conocer tu futuro?
La vida sólo es divertida cuando no sabes
qué va a pasar. Aunque hoy te sientas sola,
¿qué pasará mañana? La gente sólo puede
vivir si tiene esperanza en su corazón.
–Guau, Norman. Pareces una sabia.
–¡Puajaja! “Sabia”, dice. ¡Anda ya! Soy
alguien que no sabe ni lo que significa
“mañana”. La vida es una apuesta. Sólo
tienes un tiro. Es imposible ganar si no
asumes ningún riesgo.
Tal y como había dicho Norman, era una
apuesta. Una apuesta con su vida en riesgo.
Si consiguiese ser la esposa del Duque su
vida cambiaría por completo. Aunque se
casase para divorciarse, se le garantizaría
una compensación básica para poder
continuar viviendo. Su sueño de vivir en
una casita de dos plantas ya no estaba tan
lejos. La vida que vivió en sus sueños fue
terrible, quería una vida tranquila y
despreocupada.
–Sí, a por ello. Sólo hay una oportunidad
en la vida.
Antes de que se le pasase la valentía, Lucia
se marchó de casa de Norman y avanzó
hasta la mansión del Duque de Taran.
Cualquiera de la calle sabía indicarle. Todo
iba bien hasta ese momento, pero, cuando
estuvo de cara contra las puertas de acero
de la mansión, no pudo respirar. Toda su
valentía se disipó.
¿Por qué no hay nadie?
No había ni un solo guardia defendiendo la
mansión del Duque.
¿Todos mis esfuerzos han sido en vano?
Si un soldado real la interrogase, se vería
obligada a huir, sin embargo, sentía un
vacío al ver que no había nadie. Empujó la
puerta para pagar su frustración, pero la
puerta se abrió con facilidad.
Oh, Dios mío… Está abierta.
Echó un vistazo dentro muchas veces y
titubeó antes de entrar en la finca con
prudencia. Asumió que, como era la
mansión del Duque, la encontrarían en
cuanto entrase. Por desgracia, daba igual lo
mucho que caminase por ahí, no vio ni la
sombra de una persona.
¿Por qué hay tan poca vigilancia? ¿He
llegado a la mansión correcta?
–¿Quién eres?
De repente, un hombre apareció delante de
ella. Lucia jadeó d ela sorpresa y se apretó
las manos en el pecho para calmarse. El
hombre no pareció arrepentirse por
sorprenderla sin ningún tacto. En lugar de
eso, se acercó y empezó a revisarla.
–No pareces una empleada, ¿qué haces
aquí?
Se pavoneó con grosería. El pelirrojo
llevaba una armadura imponente con un
león negro grabado en ella. Lucia
permaneció de pie.
–¿Eres uno de los caballeros del Duque?
El hombre lo encontró divertido.
–¿Por? – La estudió de arriba abajo. – Sí,
¿por?
–¿Mi señor está en casa?
–No sé. ¿Por qué le buscas?
–Me disculpo por entrar sin permiso,
¿podrías decirle a mi señor que tengo un
mensaje para él? Solicito una audiencia con
el Duque de Taran.
–¿Y tú quién eres?
–Yo… Yo tengo un mensaje importante
para mi señor. Si le dices que soy la que le
propuso un contrato en la fiesta de la
victoria estará dispuesto a encontrarse
conmigo.
–Eso me da igual, te estoy preguntando que
quién eres. No puedo dejarte entrar en la
mansión del señor sin saber tu nombre. No
pareces una noble, ¿eres una vendedora?
Lucia sintió cómo se le enrojecían las
orejas. En su estado actual, sería difícil
insistir en su nobleza, mucho menos en que
era una princesa. No le diría nada ni por la
fuerza. Lamentó no hacerse pasar por una
chica de los recados, pero ya era demasiado
tarde.
–Aunque estoy así vestida y parezco
insignificante, soy una noble.
El hombre se quedó patidifuso y la miró un
rato. De repente, se dio la vuelta.
–Sígame.

* * * * *
Golpeó la puerta con el puño y entró sin
esperar una respuesta.
–Voy a entrar.
El hombre pelirrojo metió la cabeza dentro
de la oficina donde un hombre con el
cabello de un negro sombrío estaba sentado
detrás de un enorme escritorio.
El Duque le echó un vistazo al hombre que
se pavoneaba en la habitación y, acto
seguido, continuó leyendo unos
documentos y firmándolos.
–¿Y Jerome?
Si su virtuoso mayordomo hubiese
presenciado el comportamiento brutal de
ese mocoso, no se habría quedado callado.
–Ha tenido que encargarse de unos asuntos.
Me ha dicho el motivo, pero se me ha
olvidado.
Debía tratarse de un asunto bastante
urgente, sino Jerome no se habría ido
dejando a este zagal al mando.
Seguramente no iba a ausentarse durante
mucho tiempo, por lo que había decidido
no molestarle.
–No tengo tiempo para jugar contigo. Juega
solo.
–Caray… Siempre me tratas como a un
mocoso inmaduro. –Hizo una pausa y
añadió en voz baja. – Ni siquiera eres
mucho mayor que yo.
–Si fueras un mocoso inmaduro te habría
enseñado una lección hace mucho tiempo.
–Guau, ¿cómo puedes tener la cara de decir
eso después de pegarme tanto en nuestras
sesiones de combate?
–Lo hice porque eres adorable.
–¡Ah, joder…!
Él resopló con resentimiento y Hugo estaba
refucilado sonriendo un poco, entonces,
recuperó su habitual expresión fría. La
única persona a la que Hugo le mostraba
emociones era a ese mocoso.
–Tienes visita.
–No espero a nadie.
Había una interminable cantidad de gente
haciendo cola para verle, si Hugo aceptase
verlos a todos, no tendría tiempo ni de
dormir.
Aunque la mayoría eran respetuosos y le
enviaban cartas para solicitar una audiencia
formalmente, algunos se colaban ignorando
la advertencia del soldado. Entonces, se
metían en la sala de estar y afirmaban tener
permiso. Al final, todo fue demasiado
problemático y Hugo decidió deshacerse de
todo el mundo. Si pasaban la puerta, les
denunciaba por allanamiento de morada y
les apuntaba con la espada y les hería un
poco esparramando bastante sangre. A
partir de entonces, nadie se atrevió a seguir
entrando en su mansión y, a la vez, se
convirtió en el infame “Duque malvado”.
–Es una visita muy divertida. ¿Por qué no
le echas un vistazo?
–¿Lo conozco?
–No, aunque parece un plebeyo harapiento
dice ser noble. – El pelirrojo se burló.
Además, su ropa son una mierda y no tiene
criados, pero sigue teniendo un aire de
seguridad. ¿A qué es divertido? Me muero
por saber por qué quiere encontrarse con el
Duque. – Los ojos de Roy, el pelirrojo,
relucieron y Hugo chasqueó la lengua.
El desvergonzado interrumpía su trabajo
para satisfacer su curiosidad. Si Jerome, su
mayordomo, hubiese estado ahí habría
dado un brinco del enfado. Roy sabía que
Jerome le criticaría y le regañaría durante
dos horas como mínimo, pero, aun así, su
diversión era mucho más importante.
Roy había estado quejándose de lo aburrido
que estaba y, si se negaba, se dedicaría a
molestarle sin parar. En ese momento,
Hugo se agotó de ver los interminables
documentos que tenía que revisar. Tal vez
sería buena idea tomarse un descanso.
–¿Hay algún otro mensaje?
–¿Qué más ha dicho…? Para empezar, es
una chica.
Hugo llevaba todo el rato pensando que su
invitado era hombre, así que, en respuesta,
frunció las cejas con enfado. Roy dio un
brinco para atrás como si se hubiese
quemado y huyó a la esquina más alejada
del despacho.
–Ha balbuceado no sé qué de un contrato
de la fiesta de la victoria. Dice que tienes
que verla sin falta.
Los ojos de Hugo se sacudieron. Habían
pasado diez días sin noticia de ella y él
había empezado a sospechar de las
intenciones de la muchacha.
–¿Dónde está?
–En la sala de estar. Oh, no la he dejado
sola. Le he ordenado a una criada que le
sirviera té. Tengo un mínimo de modales. –
La presumida figura de Roy era
dolorosamente patética.

* * * * *
Los dos hombres se sentaron delante de
Lucia, y ella se dedicaba a sorber su té y a
echarle alguna que otra mirada de soslayo
al Duque. No podía creer que estuviese así
sentada en la misma habitación que él.
Aunque no era la primera vez que le veía,
verle en persona seguía siendo interesante.
Es el… Duque de Taran de verdad…
El contraste entre su cabello negro y sus
ojos escarlata aterrorizarían a cualquiera
que intercambiase miradas con él. Tenía
una presencia tan fuerte que dejaba una
impresión inolvidable. Era la primera vez
que se veían desde el baile, y estaban
sentados el uno en frente del otro en una
habitación bien iluminada.
–¿Ha venido sabiendo que estaba?
–N-no. Si no estuviera en casa, le habría
dejado un mensaje.
Su voz reflejaba su apariencia física. Tenía
un tono grave y pesado, y un aura
penetrantemente dominante. Lucia ya había
pensado que su voz era increíble cuando se
escondió entre la maleza.
Yo… No me habría imaginado que la
apariencia y la voz de una persona me
pudiese afectar tanto…
En sus sueños la habían engañado múltiples
veces, pero nunca aprendió la lección.
Había perdido todos sus ahorros por un
hombre atractivo del que se había
enamorado. Era difícil cambiar los
sentimientos humanos a voluntad sin
importar lo mucho que se sufriese.
Seguramente es culpa del Conde Matin.
Mientras estuvo en el palacio real, Lucia no
vio ni conoció a ningún hombre y, el
primer hombre que conoció fue viejo,
obeso, bajito, feo y violento. Habiendo
pasado por semejante experiencia, no pudo
evitar que un hombre atractivo le robase el
corazón.
Aunque su atractivo no lo convierte en un
buen hombre…
El hombre delante de ella era la prueba. Era
un mal hombre. No tenía ningún
inconveniente en pisotear el corazón de una
mujer como si fuera un juguete. Lucia era
consciente de ello y no estaba segura de no
convertirse en alguien como Sofia en algún
futuro lejano. Si él le susurrase dulces
murmuros al oído con esa voz y rostro, se
perdería.
Contrólate. Tienes que controlarte.
Lucia tranquilizó a su latente corazón.
–He sido una grosera por pedir una
audiencia sin aviso previo, Por favor,
perdóneme por presentarme tan tarde. Soy
la décimo sexta princesa del Emperador:
Vivian Hesse. Es un honor poder hablar
con Su Señoría.
–Pfft.
Cuando Lucia se presentó como “décimo
sexta princesa”, el pelirrojo que la había
guiado por la mansión estalló en
carcajadas. No se tomó a pecho su risa
burlona, se limitó a observar lo
desconsiderado que era. Sabía quién era:
Roy Krotin, el leal subordinado del duque.
Se le conocía como el perro loco Krotin, el
pelirrojo. La mayoría de las historias sobre
él estaban exageradas, pero con que la
mitad de esas anécdotas fueran verdad ya
era más que suficiente para reconocerle
como: “perro loco”.
–Iré directamente al grano para no gastar su
valioso tiempo. He venido… a pedirle la
mano de mi señor en matrimonio.
En cuanto Lucia terminó su frase, contuvo
el aliento. Sentía que le iba a explotar el
corazón de la quietud. Habiendo cruzado el
punto de no retorno se sentía mejor. Lucia
continuó observando su expresión: tenía el
ceño fruncido, pero, sorprendentemente,
mantuvo su expresión indiferente. La
reacción vino de su lado.
–¡Buajajaja!
Roy reía como un loco y, de hecho, el
Duque de Taran le miró fríamente,
preguntándose si realmente habría
enloquecido. Aun así, las carcajadas de
Roy no se detuvieron y, al final, el duque le
dio un puñetazo a la parte trasera de la
cabeza para que parase.
–Ay, ¿intentas matarme? – Roy se sostenía
la parte trasera de la cabeza y gritaba
furioso, con una única lágrima colgándole
del rabillo del ojo.
Lucia se asustó al verlos.
¿Por esto se le conoce como “perro loco”?
–Eres un escandaloso. Fuera.
–¿Eh? ¿Por qué? Cerraré la boca y estaré
callado. De verdad…
Roy cerró la boca mientras que Hugo
chasqueó la lengua y tornó su atención a la
jovencita que tenía sentada delante de él.
¿Una princesa?
Hugo estudió a la señorita que afirmaba ser
una princesa. En el baile de la victoria sí
que parecía una señorita noble, pero ahora,
en ese momento, no era muy distinta a
cualquier plebeya que se podría encontrar
por la calle.
¿Y dice ser una princesa?
No tenía ningún interés en la familia real.
Ni el rey mismo sabía cómo eran sus hijos,
y no eran precisamente pocos, por lo que el
hombre asumió que realmente era una
princesa. Si su rango fuera demasiado bajo
no habría fingido algo así y, además, era
extrañamente detallada al respecto.
Le encantaba las mujeres, pero tenía sus
propias reglas: no se acercaría a ninguna
que le diera más problemas de lo necesario.
Sólo necesitaba a una mujer con la que
dormir, alguien a quien poder tirar
afirmando estar borracho. Una princesa de
primer rango estaba en su lista de
negativas. Para empezar, de haber sabido
que era una princesa, no habría consentido
ese encuentro.
–¿Quién ha sido?
–¿Qué…?
–Princesa, ¿quién la ha enviado aquí? No
podemos seguir con la discusión hasta que
se sepa quién es el cerebro detrás de todo
esto.
–¿Cree que soy una princesa?
Lucia había pensado que se enfadaría por
pensar que le estaba engañando. Había
decidido aceptar cualquier insulto o ofensa
sin quejarse, sin embargo, su reacción fue
demasiado tranquila.
–¿Mentías?
–No, no miento, yo… Pensaba que se
enfadaría.
–Si mintiera me habría enfadado.
Lucia recordó sus palabras del baile y un
escalofrío le recorrió la columna vertebral.
Nadie daba más miedo que este hombre
cuya descripción de “loco” albergaba otro
significado.
–No miento, aunque hay cosas que no
puedo contarle… No soy una mentirosa.
No hay nadie moviendo hilos. Yo soy
quién lo decide todo.
–Princesa, ¿hay alguien que sepa que está
aquí?
–Nadie. Nadie sabe que la princesa Vivian
ha salido de palacio.
No era mentira. Ella había salido de palacio
como la criada que servía a la princesa
Vivian. Ahora mismo se decía que la
princesa Vivian estaba en su propio palacio
marginado ocupándose de sus cosas.
–Ya descubriré cómo puede ser posible
más tarde. ¿No solicitó un contrato? Esto es
distinto a lo que me había dicho.
–No es nada diferente. Le estoy
proponiendo un contrato: un contrato que
cambiará la vida de alguien con un
matrimonio.
El duque estaba tan increíblemente perplejo
que no pudo enfadarse. En su estómago
empezó a emerger un calor. Todo aquello
era una pérdida de tiempo y una tontería.
La muchacha estaba haciendo todo lo que
él odiaba y él se burló de ella con frialdad.
–¿Está jugando con tonterías?
–Sé que lo que digo no tiene ninguna base
y entiendo que mis abruptas palabras le
causen rechazo. He venido para presentarle
todo lo que podrá conseguir si se casa
conmigo. Puede rechazarme después de
escucharme, no usaré mucho tiempo y no le
volveré a molestar.
Esta mujer parecía frágil como un conejo y
estaba totalmente nerviosa, no obstante, era
elocuente. Sus ojos sinceros le miraban
directamente, los mismos ojos que le
habían estado estudiando en el baile de la
victoria, esos ojos tan desesperados y, al
mismo tiempo, sin una pizca de codicia.
Por culpa de todo eso, le interesaba. El
motivo por el que había estado escuchando
todas aquellas tonterías era por sus ojos y,
una vez más, decidió malgastar su tiempo
un poco más.
–De acuerdo, hable.
–Mmm… Antes de eso. ¿La persona que
tiene a su lado puede marcharse?
–¡No! ¿Por qué?
Roy, que había estado observando todo este
tiempo con ojos relucientes, se puso furioso
y protestó por tener que perderse un
espectáculo tan interesante.
–Princesa, has podido llegar hasta aquí y
hablar gracias a mí, ¿cómo me puedes
apuñalar por la espalda de esta manera?
–Mmm, gracias y lo siento. Sin embargo, lo
que estoy retrasando es un asunto muy
importante. Esta información podría
dañarme terriblemente en el futuro. No es
que no crea en usted, pero me parece que
podría entenderme un poco.
–Yo no soy de los que cuchichean, pero…
¿Me conoces?
–¿Ah? Ah… Mmm… ¿No es usted
famoso?
–¿Sí? ¿Soy famoso…?
Roy se frotó la barbilla e inclino un poco la
cabeza mientras Lucia le observaba con
sudores fríos. Era cierto que este joven iba
a ser famoso en el futuro, pero podría ser
que todavía no fuera un hecho.
Le controla bien.
Roy, que hasta entonces estaba furioso, se
había tranquilizado y Hugo rió en voz baja.
A Roy le incomodaba discutir con una
mujer noble. Era violento y fortachón,
tampoco tenía filtro cuando hablaba y, por
eso mismo, solía parecer crudo y
maleducado. Además de todo eso, su voz
oprimía y molestaba a todo el que le
rodeaba. No obstante, si se le llegaba a
conocer, no había nadie más simple que él:
era un perro grande y terco.
No iba a ponerle un dedo encima a la
muchacha que tenía allí delante, pero era
interesante.
–Vete.
–…Caray. – Gruñó Roy, pero dejó la
habitación sin mucha pelea.
Ahora que estaban a solas, Lucia sintió
como se le arremolinaban los nervios de
nuevo. Repasó la escena en la cabeza una
vez más. Era una apuesta y acababa de tirar
el dado.
–Sé… que tiene un hijo, mi señor.

Parte II
–¿Ya está? – Preguntó Hugo mientras
ojeaba el informe de Fabian que consistía
en unas pocas páginas.
Había pasado un mes desde que el duque le
había ordenado investigar a la princesa.
Como ninguna investigación había tardado
tanto, había venido hasta allí de noche en
consideración por todo el esfuerzo que su
lacayo había necesitado y, ahora mismo,
estaba muy decepcionado.
–No había casi nada que investigar, así que
he sido cauteloso. Siento no cumplir con
sus expectativas.
Era la primera vez que Fabian sentía la
limitación de sus habilidades. No era la
primera vez que investigaba los
antecedentes de una persona, pero daba
igual lo mucho que buscase, no había nada.
Habían escondido a la muchacha en las
profundidades del palacio real, por lo que
no era nada fácil interactuar con ella. Nadie
conocía a la princesa Vivian, así que no
había por dónde empezar a investigar.
Hugo dejó de regañar a Fabian. Conocía
muy bien sus habilidades y que no era un
subordinado que haría un trabajo mediocre
para después esconderse bajo excusas.
La princesa había crecido como una
plebeya hasta los doce años. Después de
aquello, había entrado al palacio real.
Aparentemente, nunca había salido de
palacio y tampoco había debutado en la
sociedad. Sin embargo, una vez a la
semana fingía ser una criada de palacio que
tenía que salir para hacer un recado. Esa
era toda la información que Fabian había
conseguido.
¿Cómo consiguió comportarse con tanta
naturalidad en el baile si todavía no ha
debutado?
En el baile no se hizo un nombre, pero no
era un lugar que cualquiera pudiese asumir.
En la fiesta no destacó, pero tampoco
cometió errores o se buscó problemas.
–¿Se escribió un permiso de salida para ella
misma y se fue así como así? ¿Desde
cuando es tan fácil escapar de palacio?
–Los soldados la conocen como criada.
Hay demasiados hijos en la realeza, así que
hay demasiadas criadas que entran y salen
de palacio como para contarlas. Sólo
comprueban si se están llevando algo de
palacio y ya.
El duque se había estado preguntando qué
hacía cada semana, pero al parecer, siempre
iba al mismo sitio: cada semana iba a la
casa de una novelista famosa. La autora
también vivía una vida de ermitaña y tan
sólo conocía a una persona: la criada.
–¿Supongo que ha conseguido la
información del mocoso de ella?
La existencia de Demian, su hijo, no era un
alto secreto, pero tampoco era algo que una
princesa pudiese saber por capricho. Hugo
tenía sus dudas de cómo se había enterado
y, por eso mismo, ordenó que la
investigasen.
–Es una autora famosa. Por sus novelas se
sabe que entiende muy bien la alta sociedad
y parece tener conexiones con algún
informante que le detalla los rumores más
recientes. No he podido confirmar la
identidad de esta persona, pero si así lo
desea, continuaré investigando.
–Da igual, eso no importa. Al final, lo que
quería confirmar era si es o no una
princesa.
La mayoría del informe era fruto de
especulaciones. Era una princesa sin nada
bajo su nombre, pero al mismo tiempo,
todo lo que la envolvía era un misterio.
Volvió a revisar el lamentable documento
una vez más.
–¿Por qué no tiene criadas viviendo con
ella?
–Muchas han trabajado con ella… Pero la
mayoría se han ido o las han reasignado a
los pocos días por razones desconocidas.
–¿Estás seguro de que no hay nadie
moviendo los hilos?
–Sin duda. He investigado arriba y abajo, y
no tiene ninguna conexión con ninguna
facción de la realeza.
Era imposible conseguir un informe mejor.
Hugo se perdió en sus pensamientos
momentáneamente y no tardó mucho en
llegar a una conclusión. Siempre se
encargaba así de sus responsabilidades: de
una forma rápida y ordenada.
–Como cada semana sale del palacio,
seguramente salga mañana. Tráela.
–¿Eh…? ¿Mañana…?
Era su día libre.
–¿Algún problema?
–…No. Mi señor.
El karma le quitó su día libre por su
terquedad. Fabian rechinó los dientes.
Estaba completamente seguro de que eso
también formaba parte de la maldición de
la bruja.

* * * * *
–¿Cómo fue aquello? – Preguntó Norman
mientras le echaba un ojo a Lucia.
–¿El qué?
–Lo de los dos caminos que me preguntaste
la semana pasada. ¿No era sobre ti? No
conozco muy bien los detalles, pero ¿es
algo difícil de contarme?
–Sí… Perdona.
–No pasa nada. Todo el mundo tiene uno o
dos secretos. A veces hay que guardar un
secreto de tu familia y la gente a la que
quieres. Pero parece que te preocupa
algo… Quería saber si estás bien.
El trabajo de Norman era comprender las
emociones y los pensamientos de los demás
por eso entendía al resto con exactitud. A
pesar de que la señorita Phil siempre tenía
una expresión amarga, Norman no tenía
ningún problema en entenderla, mientras
que Lucia no conseguía ver nada más que
su amargura.
–Lo que dijiste me ayudó mucho. He
decidido apostar y ahora mismo espero el
resultado.
–Ya veo. Si tienes buenas noticias, dímelo.
–Sí, lo prometo. Pero Norman, mi corazón
a veces no parece mi corazón últimamente.
Esa persona está… Te contaré lo que
ocurre: es mi padre.
Incluyendo la vez que le vio con doce años
y cuando se lo encontró en sus sueños, sólo
había visto dos veces. Para ella su padre era
un misterio.
–Mi padre es negligente conmigo. No me
mata de hambre, y me da de comer. Pero,
sólo le vi una vez a los doce años y ya.
Nunca lo he pensado demasiado. Es como
si no tuviese padre. – Un año. Sólo quedaba
un año. En un año el Emperador iba a
morir. – Siempre he pensado que no tenía
nada que ver conmigo, pero últimamente
no puedo evitar odiarle… o algo así.
Quería entrar en el palacio donde residía el
Emperador y soltarle: “morirás pronto” en
la cara. Continuaba con ese atroz deseo de
ver cómo se le torcía la cara.
Ella era sólo uno más de sus hijos, no algo
fruto del amor. Si tan sólo le hubiese
profesado un poco de afecto, no la habría
vendido a semejante matrimonio.
–Siento que estaré muy agradecida si
muere, aunque sea mi padre… No debería
pensar así, ¿verdad?
–¿Qué dices? ¿A eso le llamas padre? –
Norman miró a Lucia con ojos tranquilos y
tristes. – No pasa nada por odiarle, no pasa
nada por maldecirle con una copa de agua.
Mientras el dolor de tu corazón
desaparezca, no pasa nada. Mientras ese
sentimiento no se coma tu corazón, puedes
odiarle.
Los ojos de Lucia enrojecieron. Todo por
culpa de Norman. Jamás en su vida había
sabido lo que era el afecto y, pesé a ello,
una completa desconocida como Norman la
había tratado con muchísimo cariño y
afecto. No se le podía comparar con su
padre. La semilla de odio por su padre
había crecido a través de la amistad y del
cariño de Norman.
Norman se sentó a su lado con cuidado y la
abrazó entre sus brazos.
–Lucia, siempre pretendes ser mayor de lo
que eres. La vida es corta. No podrás hacer
todo lo que quieres, aunque vivas haciendo
lo que te venga en gana. Mientras no vayas
a matar a alguien, no te contengas, haz todo
lo que quieras. Este es mi consejo.
Lucia estalló en carcajadas. Técnicamente,
Lucia era mayor que Norman. La
muchacha abrió los brazos y la abrazó. A
pesar de que Norman era muy delgada, su
abrazo fue acogedor y abrigado. Lucia era
mucho más feliz en esta vida que en su
sueño. Para ella, con sólo haber conocido a
Norman ya había triunfado en su segunda
vida.

* * * * *
Conforme se dirigía al palacio real, un
hombre le barró el paso. El joven castaño le
hizo una reverencia y le entregó un sobre.
Ella vaciló unos instantes antes de
aceptarlo.
El sobre estaba vacío, pero delante tenía el
emblema de un león negro. No era raro que
adivinasen a qué hora solía marcharse de
palacio en esos momentos, ya debían haber
terminado su investigación.
–He venido a escoltarla.
Reconoció quién era este joven de ojos
azules por su sueño.
Fabian.
Era el ayudante personal del duque de
Taran. En la mesa del duque, donde se
evitaban los privilegios, sólo había unos
pocos nobles. Roy Krotin estaba entre los
nobles más famosos del ducado de Taran y
justo debajo de él, estaba Fabian que se
ocupaba de todas las tareas diarias del
duque: era el secretario y ayudante de
mayor rango.
Se decía que Fabian era quien se ocupaba
de aceptar y rechazar las invitaciones a las
fiestas, por lo tanto, todo noble, sin
importar cuan poderoso fuera, se postraba
ante él.
–¿Ahora… mismo?
–Nuestro señor ha solicitado una discusión
más detallada que la última. Puede rechazar
la invitación.
Lucia vio que, en el carruaje, que no tenía
ni el emblema ni una simple ventana, la
esperaban dos personas más. Nadie sabría
que se trataba del duque de Taran si la
metieran dentro y la hicieran desaparecer.
Qué minucioso. Me da un poco de miedo.
Lucia subió al carruaje sin decir nada más.
El coche partió y se detuvo al poco tiempo.
Alguien le abrió la puerta desde fuera y
Lucia pudo reconocer la mansión del
duque. La muchacha sólo había estado ahí
una vez pero reconoció los símbolos.
–Por aquí, por favor.
Otro hombre con los mismos ojos de
Fabian escoltó a Lucia a la mansión y
mientras ella esperaba en la sala de espera,
Fabian fue a llamar a la puerta de su señor.
–La hemos escoltado hasta aquí.
–¿Está sola?
–Sí.
–¿Ha venido tranquilamente?
–Sí.
Hugo soltó una risita. Era una señorita
graciosa. Desde la primera vez que se había
invitado a la mansión había sido una
persona peculiar, y hoy también, iba a ser
secreto que la habían llevado a su mansión.
Parecía no tener miedo de lo que pudiera
pasarle.
Hugo se sujetaba la barbilla con una mano
mientras tamborileaba la mesa con la otra.
El matrimonio había atraído su interés,
pero no estaba tan desesperado como para
casarse de inmediato. A pesar de la
investigación, todavía había muchos
misterios sobre aquella mujer. No parecía
sospechosa, pero eso no significaba que
pudieran pasarlo por alto. Tampoco era la
gran cosa, él nunca confiaba en nadie.
Ya fuera antes o después, el hecho que
tenía que casarse no cambiaba. Si se subía
al carruaje y llegaba a su casa, era un sí; si
lo rechazaba, sería un no. Así había elegido
tomar su decisión.

Lucia estaba disfrutando de unos aperitivos


y té que le había servido el hombre que la
había escoltado hasta allí. El té era muy
aromático y los aperitivos estaban
tremendamente deliciosos. La joven pensó
que con sólo esas dos cosas ya podría vivir
feliz.
–Eres un buen cocinero. Es lo más rico que
he probado en mi vida.
El hombre hizo una breve pausa antes de
responder al elogio de Lucia.
–Me alegra que sean de su agrado.
Jerome observaba a Lucia pensando en lo
única que era esta joven señorita que ya se
había terminado la mitad de los aperitivos
que le había servido.
Era la primera vez que se encontraba con
una invitada tan relajada como ella.
Normalmente, las visitas estaban
demasiado nerviosas para tocar la comida y
apenas sorbían su té. Si el mayordomo
hubiese sabido que era una princesa,
hubiese estado todavía más estupefacto.
Mientras Lucia se llenaba la boca de
aperitivos felizmente, la puerta se abrió.
Ella se levantó deprisa para encontrarse con
el duque de Taran. Él la saludó con su
habitual expresión glacial y se sentó
delante de ella, le hizo un gesto a Jerome,
que asintió y salió de la habitación. Sólo
quedaban dos personas en la habitación.
–Siéntese, por favor.
Lucia se dejó caer sorprendida. Tenía la
boca hasta arriba de aperitivos y no podía
escupirlos, así que intentó masticarlos lo
más deprisa que pudo. No obstante, se los
tragó demasiado deprisa y se ahogó, así que
empezó a engullir el té. Él esperó en
silencio, sin decir nada, cosa que la
abochornó más y provocó su sonrojo.
Cuanto ella terminó de ingerir los
aperitivos, él dejó un sobre enorme sobre la
mesa y se lo pasó. Entonces, asintió y le
hizo una seña de que lo mirase. Así lo hizo
ella y les echó un vistazo a los documentos
dejando a un lado su vergüenza y leyendo
los documentos tranquilamente.
Debe tener unos dieciocho años.
Su apariencia física era adecuada para su
edad, pero a veces parecía más madura. Es
cierto que la realeza maduraba
rápidamente, pero ella tenía algo distinto.
Hugo empezó a inspeccionar a la señorita
de verdad por primera vez. Hasta ahora
sólo había confirmado sus rasgos físicos
como el color de su pelo y la estructura
general de su rostro, esta vez, la iba a
inspeccionar como mujer.
No era fea, pero tampoco era una belleza
implacable. Lo único que destacaba era el
color de sus ojos que, a primera vista
parecía dorado, pero luego eran más del
color de una calabaza. Pero ya está. Ni su
cuerpo, ni su apariencia le atraían y
seguramente esa la razón por la que había
decidido tomarla como esposa.
Dentro del sobre había dos documentos:
una renuncia de la custodia parental y el
acuerdo del registro familiar. Eran los
documentos más valiosos para una mujer.
Las mujeres normalmente no conocían la
ley, pero se les enseñaba esas dos cosas y la
dote. Además de los papeles del divorcio,
esos eran los documentos que simbolizaban
el poder que albergaba una mujer.
–Estos son los documentos que, por
petición de la princesa, debe firmar.
–¿Esto…? ¿Y lo que hablamos la última
vez?
–No hay nada más que debamos
documentar oficialmente a parte de estos
dos.
–¿De verdad? ¿No necesita libertad
personal? ¿Podré aferrarme a ti y amarte? –
Ella abrió los ojos como platos como una
niña cuando lo preguntó y él sintió una
gran cantidad de estrés arremolinándose en
su corazón.
Aborrecía las conversaciones estúpidas y
los chistes malos. Odiaba cuando la gente
probaba las aguas y no quería dejar ningún
agujero en el contrato.
–Lo añadiré en un contrato verbal.
Inesperadamente, ella no se sorprendió en
absoluto. Se limitó a asentir y, con una
expresión totalmente seria, cogió la pluma
para firmar, sorprendiéndole a él en su
lugar.
–Espera. ¿Qué hace?
–Me ha dicho que lo firme…
–Le he dicho todas mis condiciones para el
contrato, usted debe tener las suyas, ¿no?
–¿Yo también puedo añadir condiciones?
–Por supuesto. Para empezar, un contrato
tiene que beneficiar a ambas partes.
Quería un contrato, no engañar a alguien.
Lucia se sumió en sus pensamientos. Jamás
se lo había planteado, su único objetivo era
casarse con él, pero ya que se lo había
ofrecido, no iba a rechazarlo, sería una
lástima.
–¿Necesitas tiempo? Para su información,
si no completamos el contrato hoy mismo,
lo cancelaré todo.
–¿Por qué?
–Hay muchas variables sobre si este
contrato es o no beneficioso.
Había tenido que reorganizarlo todo y
encontrarse con esta princesa otra vez para
mover su vida alrededor de la joven; era
mucha molestia. El contrato era fruto de un
capricho, tal vez cambiaba de parecer al día
siguiente.
–¿Puedo preguntar algo? ¿Por qué odia el
amor de las mujeres?
Él la observó sin decir nada y Lucia se
preguntó si había puesto las manos en
algún recuerdo doloroso, por lo que le
devolvió una mirada dócil.
–¿He preguntado algo… de lo que no
quiere hablar?
–Es la primera vez que una mujer me
pregunta algo así y me parece interesante.
No me disgusta. Normalmente las mujeres
esperan que corresponda su amor. Pero soy
incapaz de hacerlo, así que les digo que no
lo hagan.
¿Recuerdo doloroso? Él era egoísta hasta la
médula. Podían amarle si no esperaban que
les correspondiese. Debería experimentar
un amor doloroso que le hiciera llorar.
Para su pesar, ella no tenía esa clase de
habilidades y parecía imposible cambiar su
forma de pensar pues era un hombre con el
mundo en sus manos.
–Se me ha ocurrido algo.
–Aquí hay un documento en blanco que
puede usar para escribir sus condiciones.
–Da igual, no necesito documentación.
Todo lo que necesito es una promesa por su
honor.
Él fingió reír.
–¿Por mi honor? Eso es peor que un
documento. ¿Cuáles son sus condiciones?
–Sólo tengo dos. La primera es que no
abusarás de mí física ni mentalmente. No
pretendo insultar a su señoría con esto,
entiéndame.
Lucia quería una pared de seguridad para
protegerse por los recuerdos de sus sueños.
La expresión glacial con la que la había
estado mirando empeoró visiblemente. ¿De
verdad creía que era un hombre que dañaría
físicamente a su mujer y la insultaría? Era
algo desagradable, pero la joven le había
dicho que no pretendía insultarle, por lo
que decidió creerla. Al fin y al cabo, era
una condición de su contrato.
–¿Y la segunda?
–La segunda… Haré todo lo que pueda. Sin
embargo, a veces los humanos son
incapaces de controlar sus corazones. Tal
vez sea fácil para usted, pero si en algún
momento cree que soy incapaz de controlar
mi corazón, deme una rosa, por favor.
¿Qué demonios? Era imposible saber en
qué pensaba esa mujer. Una vez más, Hugo
pensó que le gustaría abrirle la cabeza para
ver qué tenía dentro. Era obvio que nunca
había hecho ningún contrato con nadie.
Este contrato beneficiaba a ambos lados.
Hasta el momento, Hugo sólo había
establecido contratos que le beneficiaban
sólo a él y siempre había sido así. Él tenía
la mano ganadora en el contrato, pero no
por sus habilidades de negociación fueran
sublimes, sino porque la persona que tenía
delante de él era demasiado inmadura para
notarlo. Si firmaba ese contrato
unilateralmente beneficioso sería culpa
suya y él no tenía motivo alguno para
convertirse en su consejero o alguien justo.
Ser moralmente justo no era obligación de
nadie, así había pensado toda su vida. Pero
al menos tuvo un poco de mala consciencia
al tratar con ella y decidió avisarle que era
un mal pacto.
–¿Por qué no escoge condiciones más
realistas? Princesa, no es consciente del
precio de estos documentos.
Normalmente, cuando un hombre le pedía a
una mujer que firmase una renuncia de
custodia parental y un acuerdo del registro
familiar había una gran cantidad de dinero
cambiando de manos.
–Soy consciente. Son muy valiosos.
–…Exacto.
–Seré la mujer del duque, así que todas mis
necesidades cuotidianas estarán cubiertas.
Y a parte de lo cuotidiano, no necesito nada
más.
Que las palabras: “necesidades
cuotidianas” salieran de la boca de una
princesa era algo novedoso y sorprendente.
–La primera condición… De acuerdo. Pero
¿cuál es el propósito de la segunda?
–Para mí lo tiene. En la vida hay muchas
veces cuando lo que no puedes tocar se
convierte en algo mucho más importante
que lo material. A pesar de que no me
disgusta lo material, no me tomo el dinero
a la ligera. El dinero es, por supuesto,
importante. Todo lo que se necesita es
dinero. Sin el, vivir se vuelve difícil, pero
mientras se tenga el suficiente para seguir
viviendo, no hay mucha diferencia entre los
que tienen mucho y poco.
Él volvió a fingir una risotada.
–Habla como si ya hubiese vivido una vez.
Princesa, es mi conjetura basándome en su
edad y experiencia, pero no es posible. ¿De
dónde aprendió semejante basura de
filosofía?
Lucia dio un brincó al escuchar que ya
había vivido una vez.
–Puede llamarla basura. De todas formas,
estas son mis condiciones y dudo de que
sean demasiado difíciles.
¿Qué no fueran demasiado difíciles? Eran
ridículamente simples. El contrato era
unilateralmente beneficioso desde todos los
puntos de vista.
–…De acuerdo. Comprendo y acepto las
condiciones de la princesa.
Lucia, que había estado conteniendo el
aliento nerviosamente, dejó escapar un
largo suspiro de alivio. Inmediatamente
firmó los dos documentos que tenía delante
y se los devolvió deslizándolos por la mesa.
Él los revisó rápidamente y los apartó.
–Con esto, estamos prometidos. Si desea un
evento oficial de…
–No, no lo necesito. Mmm, ya lo entiendo.
Asumiré que ahora estamos prometidos.
La palabra “prometidos” parecía demasiado
grandiosa. Lucia se sentía rara.
Entonces… Ahora soy… la prometida del
duque Hugo de Taran.
Aún no estaban casados, pero era muy poco
probable que él fuera a cancelar el
compromiso. Lucia había llegado hasta al
final a pesar de las pocas posibilidades de
tener éxito que había tenido. Su emoción se
plasmó en su rostro.
¿Es del tipo que se obsesiona con el
honor?, se preguntó Hugo que la había
estado observando.
–Ya se ha puesto el sol, será mejor que
vuelvas. No tienes un permiso de salida
para dos días, ¿no?
¿Era sólo su imaginación o su forma de
hablar…?
–Escaparte fingiendo ser una criada… Que
no se te pase por la cabeza volver a hacer
algo tan adorable.
No, no era su imaginación.
–¿Por qué de repente está…?
“hablando con tanto menosprecio”, es
demasiado directo, será mejor decir
“hablando de una forma tan grosera”.
Él pareció leerle la mente antes de tener la
oportunidad de hablar y se relajó en el sofá.
–Con mi mujer no hablo formalmente ni
uso honoríficos.
Lucia se sonrojó.
–¿Cuándo me he convertido en la mujer
de… su señoría?
–Desde que has ascendido a prometida.
–¡Pero todavía no estamos casados! ¡Podría
pasar cualquier cosa antes del matrimonio!
–¿No entiendes la definición de
“compromiso”? En la familia Taran no
existe el divorcio. Por supuesto, eso
significa que tampoco existe algo así como
“cancelar el compromiso”.
Si sus criados escuchasen aquella
conversación se preguntarían si realmente
existía tal costumbre.
–A-Aun así. ¿Cómo puede ser que no se
dirija a su prometida con honoríficos? ¿Por
qué no? ¿Esa también es una costumbre de
la familia Taran?
–No lo pienso hacer.
Era imposible entender a este hombre. Al
principio pensaba que era un hombre
terrorífico, un don juan al que le gustaba
jugar con los corazones de las mujeres.
Entonces, pensó que era un hombre con
modales básicos, de hecho, se preguntó si
sería un hombre mucho más honorable de
lo que le había hecho pensar su primera
impresión y aquel día al verle había visto
que era un hombre muy lógico que no
permitía que sus emociones controlasen sus
acciones, pero ahora… No tenía ni idea.
–Te he dicho que no puedes volver a
marcharte de palacio con el permiso de
criada. ¿No vas a hacer caso?
–¿…Y si salgo? ¿Qué hará?
–Si tanta curiosidad tienes, ¿por qué no lo
intentas?
Sí, no había nada más preciso que su
primera impresión. Amenazar era su forma
de vida. Lucia se preguntó por qué había
decidido casarse con este hombre y la
incredulidad de antes se transformó en
inquietud. Todavía era un misterio si le
había tocado el gordo o había entrado en un
campo de minas.
–Es muy repentino… ¿No puedo volver a
ver a una persona una última vez?
En lugar de ignorar su petición, decidió
pedirle permiso. Había decidido que esa
sería la mejor forma de solucionarlo.
–¿Qué harás después de verla? Esa autora
no sabe que mi amor es una princesa.
A Lucia la sorprendió dos veces de una
sentada. La primera fue porque conocía a
Norman, y la segunda porque la había
llamado: “amor” con total naturalidad.
–Aun así… Quiero despedirme por última
vez.
–No te estoy diciendo que la dejes para
siempre. Todavía tenemos que anunciar
nuestro compromiso y no quiero tener que
ocuparme de ningún rumor innecesario que
ande por ahí antes de que sea todo oficial.
–Entonces, ¿podré verla después de la
boda?
Lucia le miró con ojos relucientes
haciéndole estremecer.
–…Sí. Después sí. Pero no digas nada del
contrato de hoy. Nunca.
–Por supuesto, nunca he tenido esa
intención. Mi señor, es mucho más
comprensivo de lo que pensaba.
–¿…La última vez era un promiscuo y
ahora soy comprensivo? ¿Qué clase de
hombre patético soy en tu cabeza?
–…Perdone, no era mi intención.
Hugo estudió a Lucia, que había estado
vacilando todo este tiempo, con asombro.
Después de pasar tiempo con ella
comprendió la razón por la que se sentía
incompatible con los demás. En general, ya
fueran hombres o mujeres, la gente le temía
o se encogía en su presencia. Las mujeres
con las que salía se comportaban de forma
coqueta por fuera, pero sus corazones
seguían distantes. Sin embargo, esta
muchacha conversaba con él con total
tranquilidad. No obstante, todavía no era
definitivo. Tal vez fuese porque no le
conocía, cabía la posibilidad de que no
hubiese escuchado sus rumores. Si se
enteraba de, aunque fuera, sólo una
pequeña fracción de los cuchicheos la
forma cómo le miraba cambiaría. Después
de todo, la gente le consideraba un
monstruo y, además, él no tenía ninguna
intención de refutar las habladurías.

* * * * *
Cinco días después de su regreso al palacio
real, Lucia se enteró de un hecho increíble.
No se ha dicho si la boda será en seis meses
o un año entero. No podré ver o hablar con
Norman hasta que me case… Se
preocupará muchísimo por mí.
Después de mucha contemplación, decidió
escribirle una carta.
Le pediré que se la entregué en mi nombre.
Seguramente lo aceptará.
“Norman. Siento tener que enviarte
mi despedida a través de una carta. Por
favor, no te preocupes por mí estoy
viviendo una vida buena y plena. Sin
embargo, a causa de ciertos asuntos
importantes no podré ponerme en contacto
contigo. Por favor, no me busques y
espérame. Algún día nos volveremos a
encontrar, estoy segura. Te prometo que no
será por mucho tiempo. Nuestra amistad
durará toda la vida.
Me preocupa que te quedes hasta
demasiado tarde escribiendo. No es bueno
para tu salud que tus días y noches vayan al
revés. Por favor, cuídate.
C
on amistad eterna.”
Aunque alguien que no fuese Norman lo
leyese no sería capaz de obtener ninguna
información nueva y Norman podía
reconocer su letra, así que estaría más
aliviada cuando la recibiese.
Cuando terminó de escribir contempló el
cielo azul por la ventana: no había ni una
sola nube a la vista.
–Parece ser un buen día para hacer la
colada.

* * * * *
Lucia estaba empapada de sudor por haber
estado trabajando toda la mañana. Quitó
todas las colchas y las cortinas del palacio
para lavarlas; cogió barriles enormes de
madera, los llenó de agua con jabón y los
plantó delante de su palacio. Puso todas las
cortinas y todas las sábanas en diferentes
palanganas y empezó a pisarlos para
quitarles todas las manchas. Así es como se
pasó toda la mañana, trabajando y
sintiéndose como nueva.
Mientras Lucia pisoteaba la colada y
canturreaba una melodía alguien le habló
desde detrás.
–¿Trabajas aquí?
Lucia levantó la voz al escuchar la voz de
una desconocida. A juzgar por su uniforme,
parecía una criada de palacio. Las criadas
de trabajo y las de palacio llevaban
uniformes diferentes, aunque su diseño era
básicamente el mismo.
¿Qué hace una criada de palacio aquí?
Lucia observó a la criada de palacio
sorprendida, sin saber qué hacer, mientras
que la mujer la interrogaba con frialdad.
–¿Por qué no respondes? Pareces trabajar
aquí, pero es la primera vez que te veo. ¿La
princesa está dentro?
¿Me busca a mí…? ¿Por qué? No, espera,
¿qué voy a decir en una situación así?
Casi nadie sabía cómo era el rostro de la
princesa Vivian y en su estado actual la
criada no la iba a creer por mucho que se
presentase como la princesa.
–Muy bien. Date prisa y responde. ¿No
puedes hablar? Tenemos un invitado
honorable que desea ver a la princesa.
¿Honorable invitado? ¿Un invitado para
mí?
Era la primera vez que alguien la visitaba
en su palacio.
–No sabía que hacer la colada era uno de
los requisitos para ser una señorita
refinada. – Dijo alguien desde algún lugar
en un tono grave y familiar.
Lucia se quedó helada, era imposible que
fuera él. Giró el cuello con mucha
dificultad, era como si todos sus huesos se
hubiesen oxidado. Una persona que no
debería estar ahí estaba. Pelo oscuro y ojos
escarlata; un abrigo negro sobre una camisa
azul que exaltaba su melena oscura. El
hombre la observaba sin mucha expresión.
El alma de Lucia la abandonó en ese
preciso instante.
–¡Qué terrible que esta criada haya sido
incapaz de reconocerla, princesa! Es por el
pasatiempo tan extraño que tiene…
Cuando a todas las criadas de palacio
presentes se les reveló la verdad, sus
rostros empalidecieron. Lucia las vio y
estaba segura de que su cara estaba del
mismo color.
–H-Hola… ¿Qué está… haciendo aquí…?
–Para empezar, será mejor que hablemos
cuando salgas de ahí.
Lucia estaba atónita y en el proceso de salir
corriendo se había tropezado y caído al
suelo. No se había caído de una forma
embarazosa y tampoco se había hecho
daño, pero era bochornoso.
Tenía la cara ardiendo y alzó la vista con
un corazón precavido. Él la miraba de
brazos cruzados y continuaba tan
inexpresivo como siempre, pero ella no
pudo evitar pensar en lo patética que debía
parecerle en aquellos momentos.
Lucia se quedó paralizada cuando él se le
acercó. El duque se puso al lado de la
palangana de madera y le ofreció la mano.
Ella le miró la mano confundida y levantó
la vista, estirando mucho el cuello, para
mirarle a la cara. Si para empezar ya era
alto, en ese momento era como un gigante.
Era muy alto y de cuerpo robusto, pero eso
no afectaba a sus rápidos reflejos.
Él se preguntó por qué no aceptaba su
mano y frunció el ceño en una expresión de
regañina. Lucia le cogió la mano
rápidamente por impulso. Su mano era
enorme y la suya parecía la de una niña en
su palma. Él la hizo fácilmente de una sola
tirada.
Lucia escapó de la palangana, pero ahora
estaba descalza y la mirada del hombre se
clavó en sus pies. Lucia siguió su mirada
hasta sus pies y sus orejas se pusieron rojas
de la vergüenza.
–¡Ah! – Lucia gritó de la sorpresa al ver su
cuerpo suspendido en el aire. – ¡Se te va a
mojar la ropa!

Ella continuó gritando temiendo mancharle


la ropa tan cara que llevaba, pero él hizo
como si no la escuchase y entró a su
palacio. Lucia no luchó en su abrazo y dejó
su cuerpo dócilmente en sus manos. Hugo
la miró y se le formó una leve sonrisa en
los labios que desaparecería en ese mismo
instante al ver cómo la muchacha parecía
querer llorar.
Parte III
La única razón por la que este hombre
precisaba una esposa en nombre era porque
tenía un bastardo. Era algo común entre
nobles, pero el duque quería que su
bastardo le sucediera.
Xenon era un país indulgente con los
bastardos: mientras el bastardo apareciese
en el registro familiar, no había ninguna ley
en su contra. Sin embargo, para que el niño
pudiese entrar en el registro, ambos padres
tenían que estar de acuerdo. Por lo que
recordaba Lucia, el Duque nunca tuvo otro
hijo con su mujer. Nadie supo si se trataba
de un acuerdo de no tener descendencia o si
no eran fértiles, pero ella suponía que debía
tratarse de la primera opción.
–No he puesto ningún espía en sus
facciones, mi señor.
Para el duque sus palabras sonaban a
chiste. ¿Un espía? ¿Una décima sexta
princesa? De ser verdad lo primero que
harían los que estaban a cargo de la
seguridad sería pagar el precio con sus
vidas.
–Aunque lo hubiese hecho, no importaría.
Continúe.
Ella estaba inquieta porque creía que él la
presionaría para que explicase de dónde
había sacado toda esa información de peso
que tenía. No obstante, sus respuestas
fueron inesperadamente tranquilas. En
realidad, en aquel momento parecía
divertirse. Ella le miraba con ojos
extrañados; él se comportaba muy diferente
a la última vez que se habían visto. Era
sorprendentemente paciente y de
temperamento tranquilo. No se puede
juzgar a alguien por tu primera impresión.
Un rayo de esperanza se iluminó en ella: tal
vez podría transmitirle su mensaje.
–Ah… Sí. Como decía… Si desea que su
hijo le suceda, mi señor tendrá que casarse.
–Y por tanto, princesa, ¿insinúa que
debería casarme con usted?
–…Sí.
Él se rio en voz baja.
–Que tengo un bastardo no es ningún
secreto. Es una información a la que se
puede acceder con poco esfuerza. ¿A no ser
que pretendas guardar ese hecho como un
secreto?
–¡No! No intento amenazarle. No me
atrevería ni a pensarlo. Como le he dicho,
estoy aquí para proponerle un contrato.
Quiero mostrarle los beneficios de casarse
conmigo.
Él estudió a Lucia en blanco y abrió los
labios.
–¿Cuáles son? ¿Cuáles son los beneficios
de casarse con usted, princesa?
Su tono era seco y de negocios.
–No tengo familiares. No hará falta que mi
señor se preocupe con esas cosas. Mi
estatus como décimo sexta princesa es muy
bajo, por lo que tampoco tendrá que
molestarse con una dote cara. Aun así,
como soy una princesa, soy más atrayente
que una noble de a saber dónde. Aunque
supongo que a mi señor no le importan esos
detalles. Jamás interferiré con su vida
privada: puede jugar con todo su corazón,
no, viva su vida como lo ha hecho hasta
ahora. Si así lo desea, hasta podemos
establecer una fecha para el divorcio. – Él
la escuchaba en silencio, pero su expresión
era algo extraña. – Oh, y por último, no
seré una molestia para su hijo. Verá, no me
puedo quedar embarazada.
Él dejó escapar un largo suspiro y mantuvo
la boca cerrada porque se sentía muy
incómodo. La expresión que mostró en
aquellos momentos fue la más viva que
Lucia le había visto hasta el momento.
–¿Qué demonios? – Su expresión volvió a
helarse. – Princesa, si yo tuviese su cabeza
iría a que me lo mirasen. De verdad… No,
piérdase. ¿De verdad cree que eso me
beneficia?
–¿Eh…?
–Vayamos una a una. Princesa, si se casase
conmigo se convertiría en la esposa del
Duque de Taran: mi poder no es tan débil
como para que unos meros nobles pueden
eliminarme. En el gobierno hay una rama
que se encarga de los matrimonios
concertados, por lo que no me tengo que
preocupar por nada de eso, aunque sería
otro cuento si decidieran cometer alguna
traición. Aun así, no me sería muy difícil
encargarme del asunto. En cuanto a la
dote… Ya se lo he dicho, no soy pobre: no
hay ninguna necesidad de ser escrupuloso.
Tampoco me estreso en cuando a cómo
gustarles a los nobles. La familia Taran no
cree en el divorcio: si desea separarse, sólo
hay una forma y es la muerte. No,
seguramente ni así… En cualquier caso, en
cuanto a mis asuntos personales… –
Frunció el ceño como si le doliese la
cabeza. – Supongo que sé sus intenciones
al proponer algo así. Sin embargo, ¿me está
diciendo que después de casarme debería
continuar jugando por ahí, de mujer en
mujer, y dañar mi reputación?
–¿Eh…? – Lucia se quedó en blanco. – P-
Pero por lo que escuché…
–Ahora mismo no estoy casado, a nadie le
importa lo que haga o deje de hacer un
soltero. – Sus palabras eran
considerablemente razonables. – Ha sido
inmaduro por su parte el pensar que podría
captar a alguien con razones tan simples. –
A pesar de que no pretendía ser sarcástico,
sus palabras enfadaron a Lucia.
–Bien pues, mi señor, ¿acaba admitir que le
será fiel sólo a una mujer cuando se case
durante el resto de su vida?
Por un instante él no pudo responder. Claro
que ese no era el caso, no podía admitir
algo tan absurdo. ¿Jugar de vez en cuando
estaría tan mal? Sin embargo, no
comprendía por qué trataba de justificarse.
–Eso no es algo que le incumba, princesa.
–Sí, por supuesto que no. Pero no niega mis
palabras.
–No importa si ese es el caso o no, no es
algo de lo que deba preocuparse una
princesa.
–Por supuesto que no, ¿acaso me he
quejado?
De repente el silencio cayó sobre la pareja.
Lucia se serenó y cerró la boca
educadamente. Había dicho un par de cosas
inútiles y por ello se volvió algo hosca. Si
él no iba a ganar nada del matrimonio,
entonces, no había ningún motivo para
firmar el contrato.
–Y… ¿sobre la sucesión de su hijo? ¿El
que no me pueda quedar embarazada no es
un beneficio?
¿No poder tener hijos no era un problema
grave para una mujer? Se quedó confuso
por el tono que ella empleó; parecía que
preguntaba qué color del vestido era más
bonito.
–Sí deseo que mi hijo sea mi heredero, si
mi esposa se quedase embarazada sería una
molestia, pero… No tengo por qué darle
explicaciones sobre esto. De todas formas,
no gano nada de esto. Además, ¿puede
demostrar que es estéril?
–No…
Aunque un doctor la examinase, no podrían
verificarlo por completo porque en el caso
de que ella se llegase a quedar embarazada,
el médico tendría que pagar su resultado
falso con la vida.
–Si no puede demostrarlo, no lo puedes
sumar a la lista de beneficios.
–Ah…
Lucia suspiró pesadamente. Acababa de
utilizar todo lo que había preparado. ¿Por
qué se caso con aquella mujer en su sueño,
pues? Debía haber alguna condición…
¿Acaso los rumores de su matrimonio de
conveniencia habían sido todo un engaño y
en realidad estaban locamente enamorados?
A Lucia, desesperada, de repente se le
ocurrió una cosa y alzó la cabeza.
–¿Qué le parece esto? No me enamoraré de
usted.
–¿Qué…?
–Me aseguraré de no amarle jamás. Me
guardaré mi corazón para mí.
Él, súbitamente, estalló en sonoras
carcajadas. Lucia le observó con la mirada
vacía, era la primera vez que le oía reírse.
Con que este hombre también sabía reír…
Pensó en lo estúpido que había sido su
pensamiento de que él jamás había reído.
–Este es el beneficio que más me gusta. –
Qué divertida. Esta mujer era
verdaderamente divertida. –Bien,
considerémoslo su mérito. Bien, princesa,
no le importa que yo juegue con otras
mujeres e incluso está dispuesta a
establecer una fecha para el divorcio. ¿Qué
saca usted de todo esto?
–Con conseguir el título de esposa del
Duque… me vale.
–No le permitiré tener una vida de lujo sólo
por eso, tampoco le permitiré utilizar el
nombre del ducado para sus luchas de
poder.
–No deseo nada por el estilo. Yo sólo…
Ya le he dicho que soy la décimo sexta
princesa, ni siquiera usted sabía de mi
existencia. – él no intentó consolarla con
palabras como: “eso no es cierto”,
simplemente sonrió. – Una princesa debe
estar preparada para que la vendan por el
bien del reino en cualquier momento.
Nadie se pensará dos veces el venderme al
mismo infierno si se les ofrece una dote
adecuada. Da igual lo viejo que sea o
cuántas veces se haya casado; da igual lo
mala que sea su reputación. Mi señor, al
menos usted es joven y no está casado.
Antes de que el reino me venda… Quiero
venderme yo misma. Al menos así habré
escogido mi posición yo misma y no me
sentiré victimizada sin importar lo que
pase.
Los ojos de la muchacha parecían llorar
tristemente. Él no era alguien que
empatizase fácilmente con los demás, no se
preocupaba de los problemas ajenos sin
importar su situación. La propuesta de la
muchacha no tenía ningún plan o
fundamento, por lo que no se fiaba, pero,
aun así, esa era la primera vez que se
divertía tanto.
–Bueno, es hora de irme. Perdone las
molestias y por mi grosería. Perdóneme,
por favor. – Lucia se levantó e hizo una
reverencia. Cuando levantó la cabeza su
expresión estaba como nueva.
Había dado lo mejor de sí para luchar
contra su propio destino: fuera bien o mal,
había hecho todo lo que había podido.
–Pensaré en ello. – Lucia abrió los ojos
como platos. – Todavía no puedo darle una
respuesta definitiva. Tal y como usted
misma ha dicho, princesa, es un contrato
que puede cambiar una vida.
–Ah…
Era difícil de creer. Parecía un sueño.
–Sólo he aceptado pensar en ello, todavía
no he aceptado hacerlo.
–Ah… Lo entiendo.
–Su expresión era de haber conseguido
algo, así que estoy confirmando que
entiende lo que digo.
Lucia frunció el ceño y puso un poco de
mala cara. ¿La estaba molestando? Empezó
a enfadarse de repente. Aparte de su
apariencia externa, no había nada que le
gustase de él.
–Bien, pues…
Cuando se levantó y extendió las manos
sobre ella, Lucia se quedó allí de pie,
perpleja y sin reaccionar. Él le cogió la
barbilla con su enorme mano y aplastó sus
labios contra los de ella. Lucia, hasta ese
momento, no se había percatado de qué
estaba ocurriendo. Un pedazo de carne
caliente invadió sus labios y tocó las zonas
más profundas de su boca. Ella cerró los
ojos con fuerza y apretó los puños hasta
que le empezaron a temblar.
El beso repentino no duró mucho. Su
lengua exploró su boca antes de separar los
labios temblorosos y él se rio al ver el
rostro sonrojado de ella.
–Sólo confirmaba.
–¿El… qué…?
–Al menos no deberíamos sentir rechazo al
contacto físico si nos casamos. Ese no es
nuestro caso, por suerte.
–Oh… Ya veo.
–Espere un momento, por favor. Prepararé
un carruaje para que la escolten hasta las
puertas de palacio.
Él se dio la vuelta y se marchó mientras
que Lucia se dejaba caer en el sofá
masajeándose las mejillas rojas con la
mano. Por supuesto que habría momentos
que requerirían algo así como pareja
casada. El contacto físico de hacía unos
instantes era un hecho, sin embargo, Lucia
cerró las manos en puños y empezó a
pegarse a sí misma.
–Idiota. Eres una idiota.
Era realmente increíble, pero Lucia no
había pensado nada más allá de la palabra:
“matrimonio”. Realmente no pensaba nada
del estatus de una pareja casada. Le había
dicho que podría tener amantes, aunque se
casasen, no pensaba nada más de aquello,
no pensaba que tendría que dormir en la
misma cama que él.
–…Nadie me puede aconsejar sobre esto.
Se manoseó mientras pensaba en su
inconsciencia.

* * * * *
Para variar se le habían presentado unos
problemas en los que tenía que pensar.
–Matrimonio…
En esos momentos tenía veintitrés años, la
edad óptima para el matrimonio. A pesar de
ello, no tenía intenciones de casarse. Tenía
más problemas de los que ocuparse a parte
de casarse y no quería gastar su tiempo en
algo tan molesto como una esposa. Para
empezar, ni siquiera quería ocuparse de la
boda, nunca le habían faltado mujeres. Pero
si quería que su hijo fuese su heredero
tendría que casarse ya que los únicos
capaces de suceder su posición eran
aquellos inscritos en el registro familiar.
Daba igual que el duque se divorciase o
muriese, tenía que casarse oficialmente
para añadir a su hijo al registro. La ley de
Xenon establecía que los solteros no podían
adoptar ni admitir a nadie en su registro
familiar.
El mocoso todavía era pequeño, así que no
corría prisa por casarse, pero algún día
tendría que pasar por ello y tendría que
encontrar a una mujer comprensiva que le
dejase aceptarle en el registro. Esa princesa
que le había ido a buscar era bastante
atrayente si tenía este asunto en mente.
–Libertad para mi vida privada, ¿eh? Es un
buen añadido.
Estalló en carcajadas. Le había mostrado
una reacción fría a la princesa, pero todos
los factores eran, en realidad, muy
llamativos. Sin embargo, había varios
aspectos sospechosos. Tenía que descubrir
si de verdad era una princesa y quién era el
cerebro detrás de todo aquello. ¿Cuál era su
propósito? Había supuesto que todo lo que
le había dicho aquel día había sido una
mentira. Siempre se ponía en las peores
cuando sospechaba algo.
–Mi señor, soy Jerome. – En cuanto el
duque le dio permiso, su fiel mayordomo
entró. – Estoy sin palabras, mi señor. Me
aseguraré de que no vuelva a ocurrir algo
como lo de hoy.
–No es culpa tuya. No puedes pasarte la
vida vigilando a Roy.
–Eso haré desde ahora.
Jerome jamás se habría imaginado que un
accidente tan grande podría suceder en el
poco tiempo que se ausentó. ¿Cómo iba a
dejar a su señor a solas con una persona de
antecedentes misteriosos? Jerome siempre
se cuidaba de no darle problemas a su amo.
En esos momentos sentía como si una
cantidad incontrolable de ira se acumulase
en su pecho. El mayordomo rechinó los
dientes y dirigió su ira ardiente hacia Roy.
–Ordena a Fabian que venga a verme en
cuanto llegue.
–Sí, señor.
Hugo decidió indagar todo lo que pudiese
sobre la princesa.

* * * * *
Jerome saludó a Fabian, que acababa de
llegar de la mansión del duque, bien
entrada la noche. Fabian era el ayudante
personal del duque y siempre hacía todo lo
posible para evitar horas de trabajo fuera de
su horario habitual, sin importar lo
ocupadas que estuvieran las cosas. Por lo
que, de no ser un asunto urgente, no habría
ido hasta allí a esas horas de la noche.
–¿Qué ha pasado?
Fabian le dio una palmadita en el hombro a
su hermano, Jerome, cuya cara estaba tan
rígida como una piedra. Eran gemelos de
misma madre y mismo día, pero no se
parecían en nada a parte de tener ojos
azules como la media noche. Todos los que
descubrían este hecho se quedaban
estupefactos.
–No es nada demasiado serio, relájate. Su
señoría tiene mucha curiosidad sobre esto y
como mañana es mi día libre, he decidido
pasarme hoy. ¿Sigue despierto?
–No está.
–¿Y eso? ¿Se ha ido de viaje nocturno?
Justo y llego, y no hay nadie. Bueno, no
hay remedio. Ah, no le digas a su señoría
que me he dejado caer, por favor. Mañana
es mi día libre, no quiero que me llame.
Fabian era un subordinado honesto, pero
siempre estaba medio paso por detrás por
culpa de su holgazanería. Jerome chasqueó
la lengua, pero no le refutó: confiaba en su
hermano. Si el trabajo fuese urgente se
habría asegurado de terminarlo cuanto
antes.
Fabian se dio la vuelta para irse, pero de
repente, se detuvo.
–¿Dónde ha ido?
Jerome titubeó un momento.
–A casa de la condesa Falcon.
–Falcon… Falcon… ¿Quién es…? ¿Qué?
¿Todavía la visita?
–Baja la voz. Todo el mundo duerme.
–¡Ese no es el problema! ¿Qué haces?
–¿…Qué debería estar haciendo? No tengo
derecho a preocuparme con quién duerma.
–¿No debería importarte? ¡Sus tres maridos
han muerto! ¡Es una mujer maldita!
–¿…Eres un niño? ¿Una maldición? ¿Eso
existe?
–¿Qué tal las cosas con la hija del barón
Lawrence?
–Ya le he enviado las rosas siguiendo los
deseos de mi señor.
–¿Por qué no me cuenta nada? Si lo
hubiese sabido…
–¿Qué habrías hecho? ¿Ibas a dejar que
entrasen mujeres a su dormitorio? Si
sobrepasas tus límites, perderás la vida.
¿Sabes a cuántos tienes detrás de tu cuello?
–Ah, de verdad. – El cuerpo entero de
Fabian se estremeció de la frustración
mientras se rascaba la cabeza furiosamente.
–¿Por qué te pones tan sensible cuando
escuchas el nombre de esa mujer?
–Ya te lo he dicho. Esa mujer es una bruja.
Alguien con tanta mala suerte no debería
estar cerca de su señoría. Lleva teniendo
una relación con ella desde hace un año ya.
Nunca ha estado así con sus otras mujeres.
¡Mi señor se ha enamorado de ella! ¡Sin
duda!
–Te garantizo que si dices eso delante suyo
perderás la vida.
–¡Lo sé! ¡Por eso me he quedado callado
todo este tiempo!
La dirección de su lealtad se había
desviado por una dirección amarga. A
pesar de que Jerome no odiaba la situación
tanto como Fabian, tampoco se sentía muy
cómodo con esa relación. Todos los
maridos de esa mujer habían fallecido al
año siguiente de su matrimonio por causas
desconocidas. Todos habían estado
perfectamente sanos y, de repente, un
accidente había acaecido sobre ellos. Por
tanto, todo el mundo creía que ella estaba
maldita. Además, la relación entre el duque
y la condesa Falcon era distinta a las
demás. Él mantenía relaciones sexuales con
ella mientras salía con otras mujeres,
tampoco le enviaba regalos caros como
solía hacer y así habían mantenido sus
ataduras.
Como hacía tres meses que había cortado
con la hija del barón Lawrence, la condesa
era su única pareja. Si Fabian se enterase,
estaría muchísimo más furioso y por eso
mismo, Jerome eligió guardárselo para sí.
–Me voy.
–¿Dónde vas?
Jerome agarró a Fabian. Tenía el mal
presentimiento de que su hermano no se
iría a casa como si nada.
–Voy a informar al duque de mis hallazgos.
Quería entrometerse entre aquellos dos sin
importar qué. Hacía un mes que había
recibido órdenes de encontrar lo que fuese
sobre la princesa. No comprendía por qué
el duque querría hacer una búsqueda tan
cara por una princesa, pero no dejaba de ser
una chica y pretendía usar su información
para apartarle de la bruja.
El duque no le confirió ninguna orden en
especial cuando le dio el trabajo y había
preguntado cómo iba dos veces. Lo que
significaba que estaba sumamente
interesado en su informe.
–Quédate aquí, volveré.
–¿Vas a ir tú…?
–Le diré que tienes algo importante que
decirle. Si está dispuesto a volver, lo traeré.
Si quiere escucharte después, te irás a casa
calladito. ¿Qué te parece?
–…Vale. Dile que es el informe por el que
tanto me ha estado presionando.
–Vale.
Había un nueve de diez oportunidades de
que volviese. Si el duque decidía escuchar
el informe más tarde la situación sería muy
rara, pero la probabilidad de que eso
sucediera era escasa. Tal y como Fabian
había afirmado, llevaban con esa relación
mucho tiempo. Nunca hubo un caso como
el de la condesa, pero no creía que el duque
la amase sólo por eso.
El duque era una persona fría y cruel.
Debía haber un motivo por el que el duque
la fuera a ver, pero no uno emocional. Por
eso a Jerome no le preocupaba el duque
como a Fabian.

* * * * *
Un hombre estaba sentado encima de una
enorme cama, apoyando la espalda sobre
un cojín gigante mientras leía unos
documentos. Encima de él había una mujer
desnuda que se aferraba a su pecho y movía
las caderas.
–Ah… Ugh… Ah… ¿Qué tal?
La mujer gemía seductoramente mientras
movía las caderas y tomaba su pene duro,
pero el rostro del hombre que revisaba los
documentos continuaba inalterable.
–Útil.
–Ah… sí. Eres… demasiado… Me ha
costado… dos meses… conseguirlo…
Anita frunció el ceño ante el
comportamiento tranquilo del hombre, pero
al menos no le había dicho que era
“basura”, por lo que se lo podía tomar
como un cumplido. Anita echó la cabeza
para atrás mientras continuaba moviendo
las caderas arriba y abajo. Cada vez que su
miembro duro se enterraba en sus
profundidades soltaba un chillido agudo.
–¿Qué… tal?
–Es útil.
–Hablo… de eso.
Tiró los documentos al suelo y rio. Le
estrujó las nalgas con sus enormes manos
para que sus profundidades le presionasen.
–Esto también es útil.
–Sí… ah… Eres… muy tacaño con tus
notas. No… cres que no te voy a juzgar…
yo también…
–¿Qué tal yo?
–Tú también… eres útil.
–Mmm.
Él hizo una mueca y le cogió las caderas
mientras se levantaba. La mujer yació en la
cama mientras él la montaba. Él empezó a
penetrarla con mucha fuerza. La habitación
se llenó de los gritos de la mujer y del
sonido de la carne chocando.
–¡Ah! ¡Uuuh! ¡Aah!
El suave cuerpo femenino se aferró a él,
pero no la dejó descansar y continuó
penetrándola. No se detuvo hasta que la
mujer dijo que iba a morir. Siempre era la
mujer quien levantaba la bandera blanca
para admitir la derrota.
El ambiente continuó caliente en el
dormitorio. Anita soltó una risita y se
acurrucó contra su pecho con una sonrisa
complacida. Podía sentir las cicatrices de
batalla bajo los músculos firmes de él. Su
semblante era hipnotizante y sus besos
expertos y técnica de manoseo la hacían
arder de calor. Aquel hombre podía durar
una noche entera fácilmente. No tenía ni un
solo fallo. Había conocido a muchos
hombres pero él destacaba sobre los demás.
Al principio le había encantado sus
antecedentes. Era el señor del norte, el
duque de Taran. ¿Cuándo conseguiría otra
oportunidad de dormir con semejante
hombre? Sin embargo, su identidad ya no
le importaba. De hecho, su estatus la
frustraba.
Anita se enteró que su relación con Sofia
había terminado cuando se encontró con
ella en el baile y la muchacha la miró como
si fuera su enemiga mortal. Anita no sentía
ninguna enemistad por ella, irónicamente,
le daba pena cómo la joven se había vuelto
una más de su pasado. La condesa anticipó
que Sofia podría robarle el corazón y es
que su tenía la cabeza divida en dos:
deseaba que se enamorase de otra mujer,
pero al mismo tiempo, no quería que algo
así sucediera.
El duque de Taran no era un mujeriego
muy famoso en la alta sociedad.
Inesperadamente, la gente ignoraba su
enorme harén de mujeres. Nunca mantenía
una relación con aquellos con poder, Sofia
había sido un caso raro.
Sofia era una mujer conocida y con poco
poder. El barón Lawrence tampoco tenía
mucha fuerza así que, en otras palabras, era
alguien él podía jugar y tirar cuando
quisiera. La condesa sabía que el duque
siempre pensaba de esa forma.
Aquellas que compartían una relación
sexual con el duque nunca conseguían un
matrimonio feliz y Anita comprendía el por
qué: era muy bueno en el sexo. Podía llevar
a una mujer al cielo varias veces la misma
noche y, después de probarle, ningún
hombre sería capaz de satisfacerlas.
La mayoría se le acercaban prendadas por
su poder y estatus, pero con el tiempo, se
enamoraban de él. Por eso, las mujeres no
dejaban de aferrarse y obsesionarse con él
y, al final, las tiraba a todas.
Era un hombre como un fuego helado. Les
daba su cuerpo a las mujeres, pero nunca le
daba ni un ápice de su corazón. ¿Cuándo
empezó? Anita había intentado disfrutar de
los placeres corporales, pero, para cuando
se dio cuenta, ya le había entregado su
corazón. Sin embargo, en cuanto lo
exteriorizase, él la tiraría como a todas
antes que ella.
Así pues, Anita nunca reveló su corazón.
Se comportaba como si sólo le quisiera por
necesidades materiales: su relación
continuaría siendo de dar y tomar. Jamás le
pediría volverle a ver, jamás se pondría en
contacto con él primero y así es como su
relación había durado un año.
–Firmarás un contrato conmigo, ¿no?
Anita tenía un grupo de mercaderes. De vez
en cuando, él le daba alguna propinilla y
ella disfrutaba de invertir aquí u allí. Ahora
que su grupo había crecido hasta llegar a
una escala mayor, había escrito un contrato
para que él fuera uno de sus inversores. La
condesa se comportaba como si le
necesitase para sus vendas, y en realidad, sí
que quería aprovecharse de él.
–Lo miraré.
–¿Qué? ¡Te he dado todos los secretos de
mis vendas! ¿Te puedo ofrecer mejores
bienes que estos? – Anita deslizó las manos
por su pecho y le frotó las caderas. Movió
las manos al centro suavemente y cogió lo
que había.
–¿No soy yo quien te está mostrando buena
voluntad?
–Oh, vaya. ¿Cómo puedes tener tanta
seguridad?
Su miembro volvió a ponerse rígido por la
estimulación de Anita. Ella se acercó a su
pecho y le chupó los pezones, se los lamió
y masajeó su extensión.
–¿Puedes volvértelo a meter?
Anita se apresuró a levantar el trasero
cuando él levantó el cuerpo. La mano de él
se apoyó contra la de ella con fuerza
mientras se metía en sus profundidades.
–Ah… Ung…
Entró y salió con vigor, mientras ella se
lamía los labios imaginándose lo que iba a
venir. Justo entonces, alguien llamó a la
puerta del dormitorio.
–Señora, tengo un mensaje urgente.
La voz de detrás de la puerta tembló y
Anita apretó los dientes. ¿Quién se atrevía
a interrumpir su valioso tiempo con él? La
azotaría y la echaría en cuanto llegase la
mañana.
–¡Os he dicho que no me interrumpáis!
¡Fuera!
–El invitado busca a su señoría. Ha pedido
una audiencia por un asunto urgente.
¿Un invitado para el duque? Anita le miró
perpleja. Esperaba que rechazase al intruso,
pero tras un breve instante de reflexión,
salió de ella. Anita gañó por la
estimulación momentánea.
–Adelante.
Anita escondió su decepción y miró afuera.
–Indicadle el camino.
Unos momentos después, un hombre abrió
la puerta y entró. La mujer iba vestida con
un atuendo transparente con el pecho al
descubierto mientras yacía en la cama.
Detrás de ella, el duque estaba sentado con
el pecho desnudo. Jerome observó todo
aquello con una expresión aburrida y sin
parpadear, hizo una reverencia con la
cabeza.
–Mi señor, me disculpo por interrumpir su
tiempo libre.
–¿Qué ocurre?
–Fabian le espera con el informe que pidió.
He venido para informarle.
–Comprendo. Espérame, voy a ir.
Jerome se marchó y Hugo se bajó de la
cama mientras la cara de Anita
empalidecía.
–¿Te… vas?
–¿Dónde está mi ropa?
Ella sintió como se le partía el corazón.
Quería retenerle, quería pedirle que se
quedase. ¿Si escuchaba el informe mañana
se caería el cielo? No vaciló ni un poco en
volver al trabajo, pero no podía detenerle.
Si se aferraba a él, la apartaría y entonces,
no volvería nunca más. La había
frecuentado tanto que su corazón se había
confiado.
Quería a este hombre. Le ansiaba mucho. A
pesar de que sólo era un anhelo suyo y su
sangre se le estaba secando.
–¿Vas a irte cuando estamos así de
cachondos?
Le pasó los enormes pechos por encima.
Pero los ojos de él no titubearon ante su
seductora técnica de coqueteo: sonrió y la
besó en los labios.
–Ordénales que me traigan la ropa.
Anita puso mala cara, pero ordenó a sus
criadas que le trajeran la ropa que le habían
guardado. La condesa le ayudó a vestirse y
le tocó en ciertos lugares a propósito.
–Ya basta.
Anita reculó asustada por sus palabras. La
estaba mirando con ojos gélidos.
Normalmente, ella habría seducido a
cualquier otro de esa manera, y esos
hombres se hubiesen desnudado a prisa y
se habrían lanzado sobre ella. ¿Cómo podía
enfriar su cuerpo con tanta rapidez? Era
como si la pasión de antes hubiese sido una
mentira.
Anita se mordió los labios con un corazón
amargo. No quería que aquel hombre
abandonase su vida para siempre.
–Ya estás.
Anita retrocedió dos pasos y apreció su
apariencia con un corazón feliz. Sus ropas
acentuaban su alta estatura y cuerpo
proporcionado. Ella amaba su cuerpo tanto
como su rostro, sólo mirarle le encantaba.
–No estaré en casa durante diez días. – Dijo
Anita engreída.
Si intentaba atar a semejante hombre,
huiría. A veces, lo mejor era poner
distancia. Su comentario era una venganza
mezquina para el hombre que se iba a
marchar como si nada, pero lamentó su
comportamiento rápidamente. Él se rio
como si pudiese ver a través de ella.
Anita le siguió hasta la puerta del
dormitorio. Nunca le seguía hasta fuera de
su casa y cuando él venía a visitarla nunca
le daba la bienvenida en la puerta.
Seguramente, era una acción para proteger
su propio orgullo.

Después de quedarse en la oscuridad, Anita


salió al balcón lentamente. El carruaje de él
ya estaba a lo lejos y, incluso cuando ya no
quedaba ni rastro de él, ella continuó
contemplando la distancia.

Parte IV
Lucia dejó a Hugo esperando en la sala de
espera mientras se cambiaba en su
dormitorio.
–Princesa, ¿y sus criadas?
–Mmm… Veréis…
Las criadas que la siguieron
empalidecieron al escuchar los motivos que
la joven les relató. Las criadas de palacio
solían ser las que se repartían los deberes,
por lo tanto, ellas serían las que recibirían
el castigo por lo sucedido aquel día.
Las criadas se esforzaron en cuidarla
mientras se cambiaba, hicieron todo lo
posible para hacer más llevadero su
castigo.
Lucia fingió ignorancia. Ellas fueron las
que escogieron no llevar a cabo sus deberes
y ella no tenía ninguna intención de
regañarlas por ello, sin embargo, tampoco
protestaría si las castigasen.
Las criadas allí presentes no habían ido por
estar preocupadas por ella, sino porque
temían al invitado. En otras palabras,
temían a la princesa que tenía a un
poderoso duque como apoyo.
Una vez en la sala de estar, Lucia observó
asombrada el té que les habían servido las
criadas de palacio. ¡Con que tenían talento!
Allí no tenía té y, sin embargo, se las
habían apañado para prepararlo en un abrir
y cerrar de ojos. ¿Cuánto hacía que no
bebía el té que preparaban esas criadas?
Él observó a las criadas que seguían en la
habitación preparadas para llevar a cabo
cualquier orden y evitar que una princesa
soltera estuviese a solas con un hombre.
–¿Cómo ha estado? Parece estar bien a
juzgar por lo de antes.
Lucia se sonrojó al escuchar el saludo del
duque.
–Sí, mi señor. ¿Ha estado bien? Su visita
me ha sorprendido.
–Sólo he seguido tu ejemplo.
Él señaló cómo se había colado en su
mansión para hacerle una visita. Ella era
quién había cometido el error, por lo que
no podía decirle nada. Qué rencoroso que
era este hombre.
O sea que cuando haya gente… me va a
hablar formalmente.
No era algo sorprendente, pero así parecía
estar siendo muy amable con ella y ese
cambio repentino en su tono de voz la
sorprendió bastante.
–Tengo asuntos importantes que discutir
con usted, así que será mejor que
reemplace a esas criadas por sus sirvientes
de confianza.
–¿Eh? Ah… En estos momentos no tengo
criadas…
–¿Han ido a hacer algún recado? ¿No hay
ni una?
Para ser precisos, ella no tenía ni una sola
criada. No obstante, Lucia se limitó a
asentir con la cabeza. Él reflexionó unos
instantes y se levantó.
–¿Le apetece dar un paseo?
Lucia les dedicó un vistazo rápido a las dos
criadas que montaban guardia y también se
levantó. El único lugar en el que podían
hablar era en el pequeño jardín que había al
lado de su palacio, y si se alejaban un poco
podrían hablar sin que los escuchasen.
–¿Por qué estás haciendo las obligaciones
de tus criadas? ¿Te crees criada? Hasta
sales de palacio con uno de sus permisos.
En cuanto estuvieron a solas, él abandonó
toda formalidad. Parecía que hablarle de
manera casual cuando estaban solos era su
propio estilo. La primera vez la había
sorprendido, pero ahora que le oía hablarle
de esa forma por segunda vez le dio la
sensación de que se habían acercado y no
era tan malo.
–… Sino no lo hará nadie.
–¿Entonces qué hacen tus criadas?
–Mmm… Bueno… La verdad es que…
aquí vivo sola.
–¿…No tienes criadas?
–No.
–¿Vives sola en este sitio tan alejado?
–Sí.
–¿Y la comida y la limpieza? ¿Lo haces
todo tú?
–…Sí. No cansa demasiado, después de
todo, sólo me ocupo de mí misma…
–¿Te parece que eso tiene algún sentido? –
Había estado conteniéndose, pero de
repente, estalló en carcajadas. – ¿Desde
cuándo?
–…Pues ya hace muchos años.
–Increíble.
¿Eso era lo que quería decir Fabian con lo
que no había más criadas viviendo con
ella? El duque había asumido que la
muchacha tenía una personalidad única y
que por eso todas acababan huyendo.
Aunque fuera de un rango bajo, no dejaba
de ser parte de la realeza. No tenía sentido
que una descendiente real no tuviese ni un
solo criado y eso era un error gravísimo por
parte de los administradores. Era increíble
que administrasen el palacio tan mal. Si sus
subordinados hubiesen llevado a cabo sus
tareas de esta forma, los habría matado allí
mismo sin decirles nada más.
–¿Qué quería discutir conmigo?
–Su Majestad ha dado permiso para nuestro
matrimonio. Te haré saber cuándo será la
fecha exacta con tiempo; no tendrás que
esperar más que un mes.
Hugo estaba fatigado tras una larga mañana
de debate con el Emperador para conseguir
la mano ganadora del trato. El Emperador
no se había molestado jamás con aquella
princesa, pero en su discusión había
hablado de ella como si fuera su hija más
querida de todo el palacio. La mente del
Emperador estaba llena de codicia por la
intensa guerra que llevaba en marcha tanto
tiempo y, al final, llegaron a un acuerdo.
Ella le había dicho que el Emperador no la
recordaba y durante su discusión quedó
claro que el Emperador no sabía quién era,
sus mentiras fueron demasiado obvias.
Hugo se había referido a ella como:
“décimo sexta princesa” desde el principio
hasta el final siendo extremadamente
cauteloso de no revelar su nombre. Y como
resultado, el Emperador había llamado a su
propia hija: “décimo sexta princesa” de
principio a fin, siendo incapaz de decir su
nombre en todo el procedimiento.
El Emperador, en esos momentos, debía
estar ocupando descubriendo quien era esa
princesa y los criados debían estar
corriendo por todo el palacio como si
tuvieran los pies en llamas.
Hugo no comprendía la razón, pero le
irritaba. Nunca le había gustado el
Emperador para empezar, pero no le
guardaba rencor. ¿Cuán negligente debía
ser aquel padre que daba la mano de su hija
a un hombre de esa manera? En su palacio
tenía que hacer la colada y fregar con sus
propias manos. Claramente, la estaban
discriminando.
Empatizaba un poco con su angustia y
estaba de acuerdo con las críticas de Kwiz
al Emperador; lo único que sabía hacer ese
monarca era cabrear a sus descendientes.
–Usted es… increíblemente rápido
encargándose de los asuntos.
A Lucia le costó un rato comprender sus
palabras. Creía que finalizarlo todo tardaría
medio año, esa velocidad era asombrosa.
–Me encargaré de lo de las criadas.
–No hace falta. Aunque no haga algo,
acabarán castigando a alguien. Si su señor
se involucra, acabarán con un castigo más
duro. No deseo tal final.
–Los que no llevan a cabo sus deberes
como se debe tienen que ser castigados.
Estás siendo tolerante en vano.
–Eso piensa usted, pero a mí me gusta vivir
sola en este palacio. Tengo completo
control de mi libertad, y al final, usted
también se lucra de esto.
–¿Cómo…?
–Este matrimonio. ¿No está satisfecho con
nuestro trato? Creo que ese es el motivo
por el que ha cerrado el trato con tanta
rapidez. Si me hubiese quedado
tranquilamente en este palacio, no habría
podido ofrecerle el matrimonio.
La joven era de espíritu fuerte. ¿Cómo un
cuerpo tan pequeño podía contener una
voluntad tan fuerte? Parecía una buena
candidata para ser la señora de la casa.
Hugo empezó a imaginársela en trance
como la futura duquesa Taran, la mujer de
su casa.
–En cuanto nuestro matrimonio sea oficial,
planeo volver al Norte. Nos quedaremos
allí un tiempo.
El territorio del duque estaba en el norte.
Era una tierra amplia y árida con un sinfín
de guerras.
–No tengo intención de tener una
ceremonia. ¿Qué opinas tú?
Sin ceremonia, todo lo que tenían que hacer
era conseguir un par de testigos y firmar en
el certificado de matrimonio. Ella no quería
caminar al altar de la mano de su padre y la
única persona que podría felicitarla sería
Norman, pero, a causa de su bajo estatus,
no podría asistir. Siendo así, a Lucia no le
importaba como se resolviese lo de la boda.
–Sí, de acuerdo.
Cualquier otra mujer habría estado furiosa
si su boda fuese firmar documentos. Un
matrimonio era algo con lo que las mujeres
soñaban toda su vida, sin embargo, este no
era un matrimonio normal y como uno de
los conyugues lo estaba dirigiendo todo, el
otro aceptó como si de algo trivial se
tratase.
–Mi señor, tengo una petición. Es sobre
Norman… La autora que conoce. Le he
escrito una carta. ¿Podría enviársela? No
hay información importante. Puede leer el
contenido. Si vamos a ir al Norte pasará
tiempo hasta que pueda volverme a poner
en contacto con ella y no quiero que se
preocupe por mí.
–De acuerdo, dame la carta, se la enviaré
por ti.
Todo se volvió incómodamente silencioso
y Hugo apartó la vista mientras fruncía el
ceño. Lucia le había estado mirando con los
ojos rebosantes de una gratitud abrumadora
y con las manos juntas. Eran los mismos
ojos que le daban las mujeres a las que les
regalaba joyas, de hecho, los ojos de Lucia
resplandecían con todavía más alegría.
–Gracias, mi señor. Es mucho más
considerado de lo que pensaba-… O sea,
más grácil de lo que pensaba.
Esta mujer no le temía, pero le tenía como
a un villano desvergonzado. No obstante,
cambiar su imagen prejuiciosa de él de un
malvado a una buena persona no parecía
difícil.
Al duque le confundió si eso era algo que
celebrar o no, pero, de todas formas, se
sintió extraño. Sin embargo, no era una
sensación desagradable.
Al parecer no tendré que gastar mucho
dinero.
Se aclaró la garganta y habló:
–Tendrás que mudarte. Este palacio está
demasiado aislado y tiene muy poca
seguridad. Los rumores de que me he
dejado caer se sabrán rápidamente y
aquellos interesados en mí no te dejarán en
paz. Vendrán muchos invitados a verte.
–Ya veo…
–No te vayas por ahí tú sola, sé buena y
quédate en casa. No aceptes ver a nadie.
¿Cómo podía alguien hablar con tan poca
amabilidad? Le hablaba como si fuera una
chica estúpida o su lacayo. Lucia le había
visto con buenos ojos hacía unos pocos
minutos, pero ya no era así. Todos los
puntos encantadores que había conseguido
se habían esfumado.
Es raro… no le odio…
¿Ese era el encanto por el que todas las
mujeres se le aferraban? Era grosero y
egoísta, pero no desagradable.
–Sí, ¿alguna otra orden?
Hizo una pausa y contestó negativamente
con una sonrisa.
Esa mujer era distinta. Siempre le decía lo
que pensaba, pero en los momentos
importantes era obediente y al mismo
tiempo, no era servicial. Los
desvergonzados le eran desagradables, pero
desdeñaba a los que le lamían los zapatos.
Era difícil encontrar el equilibrio entre
aquellos dos. Esa muchacha había sido una
persona satisfactoria con la que hacer un
contrato.

* * * * *
El duque volvió a su mansión y se dirigió
al recibidor seguido por Jerome y Fabian.
Hugo se quitó el abrigo y Jerome se lo
llevó saliendo de la habitación. Fabian, que
había estado callado todo el rato, abrió la
boca de repente y escupió una inundación
de palabras.
–¿Dónde ha ido? Le dije que no se fuera en
secreto. ¿Tan difícil es dejarnos saber
donde va?
Fabian era la única persona lo
suficientemente valiente como para
quejarse de Hugo. Ni siquiera los vasallos
de cabello cano tenían las agallas para
hacerlo.
–¿No era tu día libre?
Fabian seguía sus horarios como si fueran
la ley. Después de trabajar durante cinco
días seguidos se aseguraba de tomarse uno
libre. Era el único que se atrevía a afirmar
delante de la cara del mismísimo duque que
su familia era tan importante como su
trabajo. Aun así, Fabian jamás vaciló en
seguir al duque durante meses de guerra.
No era un hombre calculador y nunca se
negaba a cumplir con sus deberes, aun así,
se aseguraba de conseguir beneficio por el
camino. Jerome y Fabian eran totalmente
opuestos en ese sentido.
–Ayer no dijo nada de salir. Si lo hubiese
dicho, le habría acompañado.
–He ido a palacio.
Fabian suspiró. ¿Cómo podía el duque
entrar a semejante lugar sin un solo
acompañante? No es que le preocupasen
los peligros, seguramente no existía ni un
alma capaz de deshacerse de él por fuerza
física. Aquello no era el campo de batalla
y, aún sin espadas, era un lugar con muchas
maneras de matar a alguien. Cualquier
pequeño contexto podía desencadenar un
gran desastre.
La familia Taran era neutra en cuanto a
facción política, pero esa vez era distinta.
Era la primera vez en la historia que la
familia había decidido apoyar a un lado.
Todavía no se había anunciado
públicamente, pero el duque iba de la mano
con el príncipe heredero y eso era lo mismo
que saltar a una piscina de luchas por el
poder.
El príncipe heredero tenía muchos
enemigos. Todo el mundo se vigilaba
buscando el más mínimo error para causar
estragos. Los nobles con poder político
fuerte nunca iban solos: siempre debía
haber un testigo por si acaso.
En ocasiones, el duque era demasiado
monstruoso y quien tenía que ir por ahí
atando todos los cabos era Fabian. Su señor
no se preocupaba por las circunstancias y
después de ordenarlo ocuparse de todo, no
volvería a pensar en ello. Lo más molesto
que existía era enterarse de que el duque
había estado yendo por ahí él solo.
–¿…Fue a visitar al príncipe heredero?
–¿Mmm? Ah… Tendría que haberlo hecho
ya que estaba.
–Si no ha ido a verle, ¿por qué…?
–Me voy a casar, he ido a tener el permiso
de Su Majestad.
Fabian cogió aire y mantuvo la boca
cerrada hasta que dejó de estar llena de
maldiciones.
–¿Con la princesa?
–Sí.
–¿Cuándo?
–Seguramente en un mes.
¿Un mes? Fabian hizo todo lo posible por
calmar la ira de su pecho.
Era su ayudante en la guerra y en su vida
cotidiana, y siempre había sabido que el
duque se lanzaba a una situación aleatoria
sin explicación alguna. En otras palabras, el
duque es quien tomaba todas decisiones y
él era quien se ocupaba de hacerlas una
realidad.
–No dejes que se sepa por el reino.
–¿Eh…?
–En cuanto tengamos los documentos
necesarios, nos iremos al norte.
–¿Y cuándo lo ha decidido? – A Fabian le
desalentaba el tener que mover a toda la
compañía al norte. Por suerte, tenía un mes
para encargarse de todo.
–No hace falta que venga gente del ducado.
Con que se les anuncie mi matrimonio será
suficiente.
Había decidido que ninguno de sus
ayudantes tenía que asistir a su enlace.
Fabian recordó a unos cuantos que se
sorprenderían y les tendría pena.
El actual señor y duque de la familia Taran
gobernaba como un dictador. Nadie más
era tan orgulloso y santurrón como el
duque de Taran.
Fabian le honraba por ser su duque, pero no
quería tener nada que ver con él como ser
humano. Era un hombre que pisoteaba las
vidas ajenas con suma facilidad. No se
podía esperar benevolencia o consideración
por su parte.
Le tenía simpatía a la princesa que se iba a
convertir su mujer. Si su esposa buscaba
algo de aquel matrimonio, viviría una vida
muy triste.
–¿No teníamos una isla? ¿Con una mina?
–¿…Se refiere a la mina de diamantes en
los archipiélagos de Santo?
–Sí, prepáralo como dote.
–…Mi señor, es demasiado…
Fabian no pudo quedarse callado como
siempre. Aquello no era extremo, era
severo. Fabian era quien se había
encargado de investigar por lo que estaba al
corriente de cada detalle de la situación.
Ella era una princesa a quien su padre no
recordaba, la identidad de su madre era
ambigua y no tenía ni un solo familiar.
–Ya he terminado la discusión con el
Emperador. No haremos ninguna boda,
sólo firmaremos los documentos.
El lacayo estaba atónito. ¿Cómo podía el
duque de la nación no organizar una
ceremonia? No era una simple factura.
Aunque no era alguien de nacimiento real,
seguía siendo una princesa. ¿No preparar
una boda no era lo mismo que burlarse de
la realeza? Fabian estaba igual de atónito
por aquel padre que había vendido a su hija
por una mina de diamantes.
No era raro que un matrimonio terminase
informalmente. A veces la situación era
demasiado urgente, como durante épocas
de guerra.
–¿Por eso va a volver a nuestro territorio de
inmediato?
El territorio de los Taran estaba rodeado
por un grupo de barbaros violentos. Nunca
había momento de paz y gracias a eso,
siempre tenían la excusa de tener asuntos
urgentes que atender en su reino.
–Estaría bien.
–¿…De verdad está pasando algo en
nuestro territorio?
El duque le respondió con una leve risita.
Fabian le conocía perfectamente: en su
territorio no pasaba nada. El motivo por el
que se estaban saltando la boda era porque
al duque le parecía demasiada molestia.
Una boda apropiada duraba, como mínimo,
medio día y su señor no quería pasar por
algo así bajo ningún concepto.
–Te pasaré las cosas de las que te tienes
que encargar. No me gustan las cosas
molestas, así que asegúrate de que no se
extiendan rumores.
–Sí, señor.
Fabian se subyugó fácilmente a las
decisiones de su señor. Conocía muy bien
su lugar y lo único que tenía que hacer era
ayudar al duque a atar cabos. Su deber no
era ayudarle a tomar decisiones. El motivo
por el que había podido servir al duque
durante tanto tiempo era porque nunca
había cruzado la línea.
¿Es por… su hijo…?
Ese era el único motivo por el que el duque
podría plantearse el matrimonio.
Qué lástima da la princesa.
Se imaginó a una princesa solitaria llorando
cada noche en la mansión del monstruoso
duque. Si Jerome supiese que su hermano
consideraba a su señor un monstruo le
castigaría y eso se debía a que Jerome
nunca le había visto en acción. Si viese al
duque luchar con sus propios ojos… Fabian
se estremeció de repente y escalofrío le
recorrió la columna vertebral. No quería
que su hermano viese ese lado de su señor,
de hecho, esperaba que sólo le tuviese que
ver como a un noble.
¿Cuánto tiempo sería la princesa capaz de
soportar aquel hombre cruel y egoísta? Las
mujeres vivían por amor. Eso es lo que su
mujer le había enseñado durante todos
aquellos años. La muchacha sería como
una flor y se marchitaría mientras el duque
la ignoraba. Seguramente, la joven acabaría
alcohólica para aguantar su soledad. Tal
vez intentaría llenar su vacío con lujos. Lo
único seguro era que, sin importar lo
mucho que su esposa cambiase o se
desesperase, al duque no le importaría en lo
más mínimo.

* * * * *
El día en que el duque visitó a Lucia fue el
día de la mudanza. La cambiaron de aquel
aislado palacete a un palacio hermosísimo
cercano al palacio central donde residían
aquellos de alto estatus. Aunque era
considerado un lugar pequeño, era mucho
más espacioso que el palacio aislado donde
había vivido durante todos aquellos años.
Era una pequeña esquina del palacio central
conocido como: “el palacio de la rosa”. El
Emperador le profesaba gran amor a aquel
sitio, pues representaba el respeto y el
honor que albergaba por sus seres queridos.
El pequeño palacio estaba rodeado por un
enorme jardín de rosas y a finales de
primavera, se podía apreciar todo tipo y
color de rosa en viva coloración.
Lucia seguramente no sería capaz de ver
aquel espectáculo.
Qué lástima, pensó.
Su vida en el palacio interior era muy
cómoda. Todas las criadas funcionaban
como sus piernas y sus brazos y se sentía
como una persona extremadamente
importante cuya vida rebosaba lujo. A
diferencia de lo que le había advertido el
duque, no tuvo ningún visitante a
excepción de un molesto personaje.
–Decidle que estoy enferma, por favor.
El chambelán estaba ahí pasando por
momentos duros mientras Lucia estaba
sentada, como siempre, en la terraza
tomándose un té y fingiendo estar enferma.
–Princesa, Su Alteza no se encuentra bien y
espera que la princesa vaya a visitarle.
–Qué pena. Enviadle mis mejores deseos.
Espero que se recuperé pronto. Yo también
me encuentro mal y no me puedo mover.
–Princesa.
–Ya te puedes ir, por favor. Vamos a dejar
de malgastar energía. Ya sabes que no
pienso ir.
A Lucia no le importaba que el chambelán
fuera a recibir una regañina del Emperador.
A pesar de lo trivial que fuera, era su
método para la venganza.
Como tú nunca te diste la vuelta para
mirarme, yo tampoco ir a mirarte a ti.
Cuando el Emperador empezó a enviar
gente a buscarla ya había tomado esa
decisión. Aquel hombre no quería verla a
ella, sino a la prometida del duque de
Taran. Pero como ahora su posición
albergaba gran prestigio, ni siquiera él
podía arrastrarla.
Las criadas todavía no parecían ser
conscientes de que ella era la prometida del
duque, aun así, a pesar de la rudeza con la
que trató al Emperador no le pasó nada y
por eso las criadas dieron lo mejor de sí
para evitar ofenderla.
Era cómico. Su estatus había cambiado de
la noche a la mañana. Empezaba a
comprender por qué el duque era tan
arrogante. Si alguien se pasase toda la vida
rodeado de esta gente acabarían como él.
El tiempo pasó y nadie era conocedor de
que la muchacha iba a casarse al día
siguiente. Lucia no deseaba esparcir
rumores innecesarios, por lo que no le dijo
nada a nadie. Da igual lo mucho que las
criadas intentasen ganarse su favor, Lucia
mantenía las distancias.
Ya era bien entrada la noche y la joven no
conseguía conciliar el sueño. Se sentó al
lado de la ventana y contempló la luna en
el cielo nocturno. Su corazón estaba
inquieto.
El duque no la había ido a visitar en todo
aquel tiempo, aunque de vez en cuando
enviaba a alguien para comprobar si
necesitaba algo y como ya tenía todo lo que
precisaba en el palacio sólo pidió una cosa:
“no quiero ver al Emperador, protéjame de
él, por favor”.
Temía que el monarca fuese su testigo
durante su boda informal así que esa fue la
petición que había enviado hacía dos días y
de la que no había obtenido respuesta. Sin
embargo, él parecía haber recibido el
mensaje y había enviado a gente para
conseguirlo.
La luna brillaba con fuerza aquella noche.
Estaba un poco arrepentida porque uno de
sus deseos siempre había sido vivir
felizmente junto a su marido y sus hijos.
Yo soy la que ha escogido este camino.
No iba a arrepentirse de nada. Da igual lo
que viniera en su dirección, no se
arrepentiría. En su sueño ya se había
arrepentido lo suficiente.

* * * * *

–¿De verdad vas a ser así?


Kwiz gritó con toda la fuerza de sus
pulmones. El acercamiento pacífico y
suave no había funcionado, por lo que esa
vez iba a usar la ira. Si fallaba otra vez,
probaría el acercamiento pacífico de nuevo.
Esta situación se llevaba repitiendo días.
–Nada de lo que digas va a servir de nada,
me voy.
Hugo se bebió el té tranquilamente
mientras Kwiz continuaba dando brincos
en su asiento.
–¿Por qué ahora? ¿No sabes cuánta gente
quiere mi cuello…?
Kwiz había estado comportándose como un
niño desde que Hugo le había anunciado su
retorno a su territorio. “No puedes irte así”,
“por encima de mi cadáver”, “¿cómo
puedes ser así?”. Si alguien los escuchase
pensarían que estaba intentando cortejar a
una amante.
Los criados del príncipe heredero estaban
avergonzados, pero como Hugo, mantenían
una expresión ausente.
–La familia Taran lleva controlando el
norte desde hace decenas de miles de años.
Porque te vayas un tiempo no va a
desaparecer.
–Si el dueño de una tienda la deja sola
tendrá problemas.
Llevaba demasiado tiempo fuera de su
territorio a causa de la guerra y Kwiz se
aferraría a él y no le dejaría marcharse si le
contaba que sólo quería descansar. Había
prometido ayudar al príncipe heredero,
pero no tenía la menor intención de salvarle
de cada uno de sus enemigos políticos.
–¿Te irás en dos días?
–Ya te lo he dicho muchas veces.
–¿Aunque te lo ruegue?
–Deja de llorar ya, por favor. Que no esté
aquí no significa que te vaya a pasar nada,
y aunque me quedase, no te podría ayudar
con nada.
–¿Por qué no? ¡La gente va con más
cuidado conmigo cuando estás aquí!
–¿Y eso te gusta? Deberían tener cuidado
con el príncipe heredero. ¿Por qué lo tienen
conmigo?
–Es mejor así. La gente va a empezar a
mover sus fichas ahora que ha terminado la
guerra. ¿Sabes lo mucho que están
peleando por los botines de guerra?
–¿Los botines de guerra? – Hugo rio por la
nariz. – Todo es mío.
–Sí, todo es mío.
–Te he dicho que es mío.
–Todo lo del duque es mío.
Hugo suspiró. Debía tener la cabeza llena
de serpientes, pero a Hugo no le
desagradaba la personalidad del príncipe
heredero. Era mejor que los que eran
demasiado cautelosos.
Kwiz era el primero que le trataba de la
misma manera de cara que a sus espaldas
entre las gentes de poder. Hasta ahora era
el único con tal personalidad y por eso
había decidido echarle una mano.
–Me quedaré allí durante uno o dos años.
–¡Demasiado tiempo! ¡Sólo un año!
–Dos años. ¿Quién sabe lo que pasará
cuando el siguiente Emperador suba al
trono? La salud de Su Majestad no parece
muy buena últimamente.
–La edad de su cuerpo debe ser de ochenta
o por ahí con todas esas enfermedades
crónicas. Hace unos días tuvo a una chica a
su lado en la cama. Ese viejo carcamal sólo
tiene energía para esas cosas.
El teniente del príncipe fingió toser por la
vergüenza y el heredero le miró de mala
manera por interrumpir su charla.
El príncipe heredero siempre se refería al
Emperador como: “viejo”, “viejo
carcamal” o “terrible vice-emperador”.
Nadie se podía acostumbrar a ello sin
importar las veces que lo escuchase. La
única persona que conseguía prestarle
atención con una expresión neutral era el
duque de Taran.
–Me voy.
–¿Por qué no cenas antes de irte?
–Estoy ocupado.
–Nunca dejas que te retengan.
–Oh, mañana me caso.
Por un momento la habitación se sumió en
silencio y el príncipe heredero y el resto se
paralizaron como piedras.
–¿Qué vas a hacer…? ¿Qué vas a hacer,
duque…?
Un diamante en un estercolero no dejaba de
ser un diamante. El Emperador había
prometido guardar la fecha de su enlace en
secreto y hasta el final el príncipe heredero
no se enteró. Aunque le príncipe heredero
hablaba mal del Emperador, nunca se
enfrentaba a él. Si se precipitaba sólo
conseguiría volver atrás.
–Ya lo he discutido con el Emperador. Será
una boda informal, así que no hace falta
que asistas. Oh, por cierto, me caso con una
princesa.
–¡Duque!
El príncipe heredero gritó, pero Hugo se
limitó a hacer una reverencia y abandonar
la habitación. Una vez hubo marchado, el
comportamiento infantil del príncipe
desapareció con él. Su expresión era tan
terrible como la de un demonio y se giró a
su ayudante.
–¡¿Qué hacéis?! ¡¿Cómo puede ser que el
duque de Taran se case mañana y yo no me
entere hasta que me lo dice él?!
–Mis disculpas. – El ayudante empalideció.
–¡Corre y descubre qué demonios pasa!
–¡Sí, Su Alteza!
Sus ojos hervían de rabia y respiraba
pesarosamente.
–¿Princesa? Gilipolleces. ¿Cuántas
princesas hay en este palacio? Si le
interesaban las princesas me lo podría
haber dicho antes. Le habría dado a mi
hermana tan contento.
Cuando Hugo le informó de que se iba a
casar con una princesa, se imaginó lo que
había podido pasar.
–…Ese maldito viejo.
Kwiz apretó los dientes. El Emperador
parecía desentenderse de los asuntos de
palabrería ya que escondía en el palacio
interior, pero detrás de las puertas, lo
controlaba todo desde las sombras. Imaginó
el presumido rostro del monarca:
–Da igual lo que hagas, seguirás estando en
la palma de mi mano.
Kwiz odiaba al Emperador, le odiaba hasta
la médula y, a pesar de que su padre era
plenamente consciente de ese hecho, le dio
la posición de príncipe heredero a Kwiz
mientras se reía burlonamente, como si
buscase pelea.
A ver cuánto tiempo consigues seguir así.

Los ojos azules de Kwiz ardieron de rabia.

Capitulo 7 Primera Noche


No hubo procesión, ni invitados que les
felicitasen, ni bendiciones. Se sentaron el
uno enfrente del otro en una mesa donde
Hugo Taran y Vivian Hesse firmaron su
certificado matrimonial.
Ella firmó con su apellido: “Hesse”, en los
documentos y sólo escribió la inicial de su
nombre de pila: “V” de “Vivian. Esa
también era la regla para los certificados
matrimoniales, sin embargo, Lucia firmó
con su nombre completo y tan sólo se
aplicó la norma en la parte final del
documento.
Vivian. Ese era su nombre. Había vivido
con ese nombre durante los cinco años de
enlace con el conde Matin y, tras su
divorcio, eligió continuar el resto de su
vida como “Lucia”. Pero ahora, tendría que
vivir el resto de su vida como “Vivian”.
Jamás creyó que ese nombre le
perteneciera. Vivir con ese nombre sólo le
provocaba angustia y sufrimiento. Lucia y
Vivian eran como dos personas distintas y
le angustiaba si el nombre que había escrito
en ese documento realmente fuera el suyo.
Le frustraba que su cáscara vacía de Vivian
se le quedaría pegada el resto de su vida
por culpa de aquel matrimonio, pero al
mismo tiempo, sentía cierto alivio. Por un
lado, tenía la pequeña esperanza de poder
romper aquella cáscara y escapar al mundo
exterior; por otro lado, Lucia no podría ver
el punto más hondo del agujero negro al
que estaba a punto de caer.
Lucia no podía expresar sus sentimientos
con una sola palabra. Dos hombres que no
había visto en su vida estaban allí de pie
como testigos, el proceso fue simple y la
ascendieron a mujer oficial del duque de
Taran rápidamente: así es como terminó su
boda.
Lucia no tenía ningún apego especial a
cosas como bodas, pero le entristeció un
poco que se omitiera el clásico beso
nupcial a pesar de que después de aquel
beso él no hubiese vuelto a tener ningún
tipo de contacto físico con ella nunca más.
La joven fingió mirar a otro lado mientras
les echaba un vistazo a sus labios. Él cerró
los labios en una línea recta reflejando su
naturaleza terca en ellos. No eran
demasiado gruesos, y cuando los
presionaba contra los suyos eran suaves.
De hecho, él ya le había lamido los suyos y
su lengua había entrado en su boca…
–Mañana nos iremos al norte.
–Sí… ¡De acuerdo!
Lucia se sobresaltó cuando él abrió la boca
de repente. Él la observó con una mirada
extraña, así que ella se distrajo rápidamente
mirando hacia otro lado. Le preocupaba si
su rostro estaba o no rojo en aquel instante.
Ah, debo estar loca. ¿Qué estoy haciendo?
De verdad.
–Si deseas quedarte en la capital, está bien.
Su corazón acelerado se calmó un poco y el
viento sopló sobre ella, aullando en la
distancia. Todavía no se había secado la
tinta sobre el documento matrimonial y él
ya estaba pensando en separarse de ella por
algo trivial.
La muchacha se dio cuenta de que el duque
no la veía como a una mujer. No es que
esperase una vida amorosa y cálida de
pareja casada, pero no pudo evitar sentir
cierta amargura. Su corazón se estrujo
adolorido. Él había declarado que su
matrimonio jamás sería algo que les ataría
y la poca esperanza que Lucia había tenido
se tiró a la basura. En su corazón no había
ni un ápice de frustración.
–…Le seguiré. Pero si mi señor desea que
me quede aquí, eso haré.
Ella bajó la vista al suelo y habló con voz
suave, haciendo todo lo posible para no
mezclar sus emociones con sus palabras.
No intentaba desafiarle ni nada por el
estilo, pero no había ningún beneficio en
quedarse allí. La muchacha sintió la mirada
él inspeccionar su cuerpo.
Lucia había esperado vivir tan relajada
tranquilamente como fuera posible. No le
veía como a un hombre capaz de abusar
físicamente de una mujer, pero no había
nada de malo en ser extremadamente
prudente. Ya había experimentado lo
impotente que podía ser una mujer contra
un maltratador.
–Allí no hay nada divertido como en la
capital. Decídete con firmeza para que
luego no te puedas arrepentir.
–Estaré bien.
Para empezar, nada de la capital me ha
parecido divertido.
Cuando su carruaje partió no conversaron
hasta llegar a su destino. En cuanto
llegaron, él se bajó y se encerró en su
oficina oval y a ella la dejaron sola delante
de la puerta junto a Jerome quien le enseñó
la finca.
–Saludos, señora. Soy el mayordomo que
sirve al duque de Taran. Llámeme Jerome,
por favor.
Parecía estar alrededor de los treinta. Lucia
conocía a este hombre de ojos azules y una
apariencia limpia y ordenada. Es quien le
había servido el té cuando había visitado al
duque.
Con que era el mayordomo.
Parecía demasiado joven para ser el
mayordomo jefe del duque.
–Encantada de conocerle. El té de la última
vez estaba delicioso, Jerome.
Jerome se la miró extrañado, pero todo
rastro de sus sentimientos desapareció
rápidamente y le respondió con un tono
amigable y gentil.
–Gracias. Hable sin ser tan formal, por
favor, señora.
–Me siento más cómoda hablando así. Oh,
si no es apropiado como señora de la casa,
arreglaré mis malas manías.
–No es eso. Lo que usted diga serán las
nuevas normas de la familia Taran.
¿Cenará o prefiere descansar primero? ¿Le
gustaría que le enseñase la finca?
Le acababan de decir algo increíble, pero le
dolía la cabeza y no podía darle vueltas al
tema durante demasiado rato. Lucia
comentó lo que preferiría hacer primero.
–Quiero descansar.
–Le mostraré el camino a su dormitorio.
Jerome la escoltó hasta el dormitorio y le
presentó a dos mujeres de mediana edad.
–Estas serán las dos criadas que se
encargarán de sus necesidades.
Jerome se apresuró a decir sus nombres y
experiencia, entonces, las criadas
procedieron a ayudarla a desvestirse y se
retiraron.
Lucia se metió en la cama con su vestido
interior esperando a que se le fuera el dolor
de cabeza y cayó en un profundo sueño
hasta que, un buen rato después, la despertó
una voz, pero por suerte, ya no le dolía la
cabeza.
–Señora, ¿Por qué no come algo antes de
volver a dormir? – Preguntó su criada con
un tono muy prudente. No conocía el
temperamento de su señora y temía que le
fuera a pegar o a gritar.
–Mmm… ¿Cuánto tiempo llevo dormida?
–Seis horas.
–…He dormido mucho.
–Le estamos preparando la cena.
–¿Su Excelencia ya ha comido?
–Comerá en su oficina después. Suele
comer en la oficina cuando tiene mucho
trabajo del que ocuparse.
En conclusión, eso significaba que Lucia
tenía que comer sola. El día de su
matrimonio la joven se sentó totalmente
sola en una enorme mesa llena de
deliciosos manjares. Estaba algo
decepcionada. Comer juntos no era algo tan
difícil de hacer y, después de todo, vivían
en la misma casa. Se sentía algo hosca,
pero hizo todo lo que puedo por olvidarse
de todo aquello.
No esperes nada. Será mejor no esperar
nada en absoluto.
Si se iba a decepcionar por un detalle tan
pequeño, su vida matrimonial se convertiría
en un infierno.
He conseguido una casa cómoda y no
tendré que preocuparme durante el resto de
mi vida, además, también he escapado de
ese hombre.
Eso era lo que había deseado, pero el deseo
humano es algo verdaderamente
interminable. Se acababa de casar y ya
había sembrado ciertas expectativas en su
corazón.
–Jerome, las criadas que me sirven…
–Sí, ¿han cometido algún error?
–No es eso. Parecen ser las más antiguas y
experimentadas, ¿hay algún motivo por el
que estén a cargo de mis necesidades?
En sus sueños, Lucia había vivido una vez
como la criada de una familia noble y, por
tanto, comprendía el tipo de tareas de las
que se encargaban las sirvientas
dependiendo de su edad y experiencia.
–Lo siento, no se lo he explicado antes.
Señora, dormirá aquí sólo por hoy. Mañana
nos marcharemos a nuestro territorio y
mientras nos movemos de un lado a otro,
ellas serán quien le atiendan. Cuando
volvamos a nuestro territorio las criadas
que le servirán serán otras.
–Oh, las otras criadas están asentadas en la
capital y no pueden venirse con nosotros,
¿cierto?
–Así es.
–Entonces, ¿qué será de las criadas cuando
volvamos a nuestros dominios?
–Se les otorgarán tareas apropiadas según
su edad y experiencia.
–Comprendo. Gracias por su explicación.
–No hay problema.
Jerome consideró que Lucia, a juzgar por
este evento, no tendría ningún problema en
ocuparse de los asuntos de la casa. De
haberlo sabido, Lucia habría negado sus
afirmaciones.
Lucia se familiarizó con la mansión del
duque mientras una criada se la enseñaba.
Era una casa enorme, ni siquiera podía
pasear por todo el lugar. Y, si la casa era
enorme, el jardín que la rodeaba era
muchísimo más grande.
–¿Esta mansión ha sido de la familia Taran
desde hace mucho tiempo?
–No, la familia Taran nunca ha tenido una
mansión en la capital. La preparamos hace
unos cuántos años.
–¿Ah, sí? ¿Quién era el dueño original?
Tanto la casa como el jardín son enormes,
deben haber pertenecido a una familia muy
prestigiosa.
–Nuestro señor tiene muchas mansiones.
Debe haber comprado unas diez. Esta es la
única que ha guardado, el resto fueron
destruidas.
–Ah…
Debía ser un hombre más rico de lo que
Lucia pensaba.
El baño era espacioso y lujoso. No era de
porcelana como la mayoría, sino que había
una pared que llegaba desde el suelo para
que las sirvientas no tuvieran que llenarlo
manualmente y así, se había remodelado
como un spa. Había un tanque de agua
caliente conectado y agua corriente.
Era la primera vez que veía ese tipo de
baño en persona, aunque sí los había oído
nombrar. Normalmente, sacar y llenar el
agua era el trabajo de los sirvientes y en la
ciudad no había ningún sistema de aguas,
por lo que la mayoría no se molestaba en
construir algo de este estilo.
Dudo que este sistema de aguas les facilite
la vida a los criados…
Todo aquello lo había pedido Jerome, que
estaba a cargo de las instalaciones de la
casa para encontrar un sistema más
eficiente, no el duque.
Después de bañarse, Lucia volvió a su
habitación. Las criadas la sirvieron con
sumo cuidado: la ayudaron a secarse el
pelo y le pusieron una loción floral para
suavizarle la piel. Esa sería su primera
noche después de la boda.
Él… no va a venir a mi habitación.
De eso estaba segura. Al día siguiente iban
a volver a sus dominios, por lo que el
duque iba a preferir pasar una buena noche
de reposo. De hecho, no había ninguna
garantía de que fuera a visitar su habitación
jamás ni siquiera después de llegar al norte.
Para empezar, no deseaba un niño y cabía
la posibilidad de que no pisase el cuarto de
la muchacha en toda su vida.
Ya tiene un hijo.
Se había casado por el bien de su hijo. Si
Lucia se quedase embarazada, el asunto se
complicaría. Aunque su hijo estuviese
legalmente admitido por ley, el hijo de la
esposa tenía más poder y, por supuesto, el
duque iba a hacer todo lo que tuviese en
sus manos para evitar esa situación. Era
imposible demostrar que ella no podía tener
hijos, por lo que él sospecharía de ella
siempre.
Cuando las criadas se marcharon la
habitación se quedó en silencio. Ella se
tumbó en la cama una vez más sola, sin
embargo, había dormido demasiada siesta y
no tenía nada de sueño. Por lo que se
dedicó a dar tumbos y vueltas por la cama,
perdida en sus pensamientos.
Es mejor así…
Se había prometido no amarle y, cuanta
más distancia hubiese entre ellos, más fácil
sería cumplir su promesa. Con sólo el corto
beso que habían compartido su corazón
había latido muy rápido; si hacían algo
más, entonces… Lucia tuvo más y más
calor. Se abanicó con las manos
rápidamente, intentando disipar todos sus
pensamientos.
Pensemos en otra cosa, otra cosa… ¿Qué
voy a hacer ahora que soy la esposa del
duque…? ¿Qué puedo hacer…?
Lo primero de su lista que beneficiaría a su
esposo sería participar activamente en las
reuniones sociales. El conde Matin siempre
se había esforzado por introducir a Lucia
entre la sociedad, pero ella jamás cumplió
con sus expectativas. Siempre estaba
cansada y todo lo que podía hacer era
quedarse allí quieta viendo las horas pasar.
Ah… Participar en fiestas. No tengo
seguridad en este aspecto…
¿Esconder ese hecho contaría como una
brecha en su contrato? La mujer del duque
de su sueño había sido muy talentosa en
conseguir conexiones y en integrarse. Se
compraba los vestidos más a la última y se
decoraba con todo tipo de joyas. La
duquesa se recorría toda la ciudad
participando en los eventos sociales con
pose carismática. Todas las nobles a su
alrededor la rodeaban de elogios.
Pero a sus espaldas no paraban de
criticarla.
La duquesa no tenía antecedentes
espectaculares. Sólo era una piedra que se
las había apañado para rodar hasta allí y no
había nada agradable en una piedra. No
tenía nada en común con las nobles que
habían nacido y crecido con una cuchara de
plata.
Por supuesto, nadie era tan grosero en su
cara.
Lucia jamás había hecho nada fuera de lo
que solía para participar en las fiestas,
simplemente había ido a alguna de vez en
cuando. Así es como había conseguido ver
tantas cosas. Se solía quedar un paso detrás
del resto por lo que tuvo muchas
oportunidades de estudiar al resto con
objetividad.
Nunca envidió el glamur de la duquesa y de
vez en cuando la vio preocupada. Al
principio, la duquesa era modesta, pero
conforme fue pasando el tiempo se
embriagó de su propio pedestal.
Cuando su matrimonio con el conde Matin
terminó, se distanció de las reuniones
sociales, entonces, Lucia se dedicó a
trabajar como criada para algunos nobles y
acabó conociendo al duque de Taran.
La duquesa no había cambiado nada en los
años posteriores a aquel, pero su reputación
había empeorado muchísimo más con el
paso del tiempo. Cuando se reveló la
verdad de su matrimonio, todas las nobles
se rieron, se burlaron de ella y escamparon
la noticia. La duquesa cavó su propia
tumba, pues se había creado muchos
enemigos durante los años.
Después de eso…
No estaba segura de lo que le ocurrió
después de aquello. Lucia se esforzó en
ahorrar dinero trabajando para comprarse
una casita para ella y, después de dimitir,
vivió una vida tranquila dejando todas
aquellas fiestas glamurosas de la alta
sociedad atrás.
Raramente se cruzaba con algún cotilleo y,
aunque entre los cuchicheos había
información sobre el duque de Taran,
recordaba el contenido borroso.
¿Por qué… me he casado con él?
Lucia se asustó a sí misma.
Entonces… ¿Qué pasará con su verdadera
esposa…?
Sólo ahora se ponía a pensar en ello y su
propio egoísmo la sorprendió.
Ya no se puede hacer nada.
Su culpabilidad no duró mucho.
Si tuviese que preocuparme por los
problemas y preocupaciones de todo el
mundo, no conseguiría sobrevivir en este
mundo.
Lucia se sobresaltó una vez más al darse
cuenta de su personalidad cruel y egoísta.
Sin embargo, no es que quisiera
transformarse en alguien amable. Había
aprendido que la gente amable era
pisoteada de mala manera.
No tenía sueño ni después de pensar en esto
y aquello. Todo lo contrario, estaba más
despejada. Después de dar vueltas por la
cama, se levantó y encendió las luces de su
habitación.
Echemos un vistazo por la habitación.
Todo en aquel dormitorio era enorme. Su
cama, el sofá y los muebles. Era una
habitación terrorífica y parecía demasiado
fría para una mujer. Si tuviese que quedarse
en aquella estancia más de un día, la
tendría que redecorar. En general, había un
buen equilibrio excepto una cosa que lo
tiraba todo por la borda.
¿Qué demonios es… ese cuadro…?
Un enorme cuadro vanguardista estaba
colgado en medio de la enorme pared
blanca. No tenía ni idea de qué trataba de
transmitir el cuadro, pero no pegaba en
absoluto con la habitación.
Se trataba de una de las pinturas que había
enviado el príncipe heredero, Kwiz. Hugo
se había encogido al verlo, pero cuando
Jerome le preguntó qué debía hacer con la
pintura con docilidad, el duque se limitó a
contestar: “cuélgalo”.
Lucia que no tenía ni idea de esa situación
se preguntó si sería un cuadro famoso. Su
suposición no estaba tan mal. El príncipe
heredero siempre había tenido una
personalidad traviesa, pero se había tomado
el esfuerzo de escoger personalmente algo
que le gustase para el duque.
Una bodega.
Lucia examinó las docenas de botellas de
vino que habían colocadas y ordenadas
según su clase en la pared desde detrás del
cristal. Era raro que la habitación de una
mujer tuviese su propia bodega. Como
mucho las ancianas sí que podían tener
algo así.
Lucia no conocía mucho sobre vinos, pero
recordaba un vino particularmente dulce
que era totalmente de su gusto por un
recuerdo de su sueño. Lucia dio un salto de
alegría al descubrir la misma marca. Vaciló
uno momento sobre si cogerla o no.
–Es una bebida de celebración. Como
mínimo me puedo felicitar con esto.
Era una boda sin bendiciones, así que no
había nada de malo en bendecirse y
felicitarse a sí misma.
Al lado de la bodega había una mesa para
dos preparada perfectamente con un par de
copas de vino y un sacacorchos para ella.
La escena era perfecta. Lucia sacó el
corchó y bebió poquito a poquito brindando
en el aire.
–Buenísimo… ¿Eh? ¿Ya está vacía?
Sólo había bebido un par de copas, pero la
botella ya estaba vacía. No le pareció haber
tenido suficiente, por lo que movió los
labios y se levantó a por más, pero estaba
tan mareada que tuvo que volverse a sentar.
–Ah… ¿Por qué?
Cogió un par de bocanadas de aire e intentó
volverse a levantar. Tenía el estómago
caliente y las paredes le daban vueltas.
–Ah… Yo… Debo estar borracha…
Lucia consiguió llegar a la cama a duras
penas y, al cabo de un par de suspiros, se
quedó dormida. Pero ni con la ayuda del
alcohol consiguió dormirse del todo. Un
rato después se despertó sedienta.
Qué calor… Y tengo mucha sed…
Era la primera vez que Lucia bebía alcohol.
El vino que la había conseguido
emborrachar tenía poco porcentaje, pero,
para una primeriza, era bastante fuerte.
Aunque la habitación estaba fría, su cuerpo
ardía.
Lucia dio tumbos y vueltas por la cama
hasta que decidió quitarse el pijama. De
todas formas, estaba sola en la habitación.
Esa era su habitación.
Lo he conseguido. Ya no me tengo que
casar con él. He cambiado mi futuro.
El alcohol exageró la sensación de libertad
de su corazón. Se envalentonó y también se
quitó la ropa interior. Todo su cuerpo ardía
y estaba sonrosado.
Lucia dio vueltas disfrutando de la
sensación fría de las sábanas contra su piel.
Unos instantes después, se levantó y se
peleó con la mesa del centro de la
habitación. Allí había una jarra con agua y
un vaso sobre una bandeja de plata. Se
sirvió un vaso y se lo tragó para apaciguar
su sed.
Click.
El sonido resonó como un trueno en la
silenciosa habitación. Ella giró el cabeza
medio segundo después y, para cuando
miró hacía allí, la puerta ya estaba abierta.
En cuanto vio a la persona en la puerta,
dejó caer el vaso de agua y se quedó
paralizada como una estatua.
Hugo se acababa de bañar y entró en la
habitación con un albornoz. Se detuvo al
ver a la invitada totalmente desnuda. Un
silencio pesado y rígido acaeció en la
habitación. Él la miró de soslayó e
inspeccionó su cuerpo de arriba abajo.
Estaba fatigado después de trabajar siete
horas sin descansar, pero de repente, su
cabeza se alivio de inmediato. Al principio
se preguntó quién era esa mujer, y al
siguiente segundo recordó que se acababa
de casar. Entonces, asumió que aquella
mujer debía ser su esposa.
Tenía el cuello largo y delgado, hombros
redondeados, pechos de apariencia suave
con pezones rosados que parecían dulces y
una cintura delgada, sin embargo, sus
caderas tenían la forma redondeada de una
copa. La luz de la habitación estaba
encendida así que podía apreciar cada
detalle con facilidad. Pero para su pesar, la
parte justo debajo de su ombligo estaba
escondida detrás de una mesa y no la podía
ver. Se preguntó si debía ordenarle que se
apartase un poco para verla.
Ella se había quedado paralizada y el vaso
de cristal se le había resbalado de las
manos, haciéndose añicos contra el suelo
de mármol. Lucia se sobresaltó y bajó la
mirada. Intentó moverse, pero él le ordenó:
–¡No te muevas!
El cuerpo de Lucia volvió a paralizarse. No
movió ni un músculo y se limitó a observar
como él se le acercaba. Ella retrocedió
inconscientemente, pero él no dejó de
mirarla de mala manera por lo que la
muchacha se quedó quieta una vez más.
Cuando él llegó hasta ella, le pasó las
manos por la espalda y las piernas y la
levantó.
A cada paso los cristales se clavaban en sus
zapatillas y hacían un ruido afilado. Los
pocos pasos hasta la cama parecieron una
eternidad.
–¿Te has hecho daño en algún sitio?
Ella se dio cuenta de que estaba sentada en
la cama al escuchar su voz grave.
–N…o…
Lucia sacudió la cabeza y rápidamente
escapó de su abrazo. Se apresuró a
envolverse en una sábana y escondió la
cara en su almohada. Sentía arder los
lugares donde la había tocado y tenía la
mente en blanco.
Él la observó divertido mientras ella se
retorcía en la sábana como una oruga y
escapaba a la esquina más alejada de la
cama.
–¿Me recibes con desnuda y ahora
pretendes ser una chica inocente?
Ella quería que la tierra se la tragase de la
vergüenza, pero se serenó al escuchar su
tono de burla. Era demasiado malo.
Debería estar disculpándose y
preguntándole si la había asustado, pero no.
Lucia sacó la cabeza y gritó:
–¡Ha venido sin avisar!
–Qué grosero por mi parte. De ahora en
adelante me aseguraré de informarte desde
fuera.
Lucia no estaba segura de si estaba
bromeando o burlándose de ella, sin
embargo, su reacción había sido demasiado
exagerada y volvió a sentirse incómoda. Lo
único que había hecho él había sido
preocuparse por que no se le clavase
ningún cristal, de no ser por él tendría los
pies llenos de cristales.
–…No imaginé que vendría.
Lucia expresó sutilmente que no le había
estado esperando desnuda para seducirle.
–Es mi dormitorio, claro que voy a venir.
–…El mayordomo me ha dicho que duerma
aquí. No me ha dicho que era su habitación.
¿Es tradición familiar que la pareja
comparta habitación?
Hugo recordó algo vagamente. Jerome le
había dicho algo de que la habitación de la
señora todavía no estaba lista y él se había
limitado a asentir. El matrimonio había
sido demasiado repentino y ellos sólo iban
a quedarse allí una noche, por lo que el
mayordomo le había preguntado si la
señora podía quedarse en su dormitorio.
Como Jerome era un perfeccionista si las
preparaciones no estaban perfectas para él
era como si no estuviera ni empezado. Y
como estaban casados había pensado que
no pasaba nada porque compartiesen lecho
una noche.
–No hay ninguna costumbre como esa.
Parece que ha habido algún error.
–Entonces… No me va a malinterpretar,
¿verdad?
A Lucia le preocupaba que la viese como a
una mujer vulgar, pero, para empezar, él ni
se molestaba con ese tipo de pensamientos.
No veía a las mujeres de esa manera. Para
él sólo había dos tipos de mujer: con las
que quería acostarse, y con las que no.
Juzgar su modestia o vulgaridad no servía
de nada.
–¿Tienes el pasatiempo de dormir desnuda?
No parecía ser de ese tipo y su
descubrimiento le divirtió. El rostro de
Lucia se tornó rojo y le miró con
arrogancia.
–No, tenía calor…
Su respuesta no tenía ningún sentido en
aquella habitación fría, pero cuando los
ojos de él se posaron sobre la botella de
vino de la bodega, la esquina de sus labios
se torció.
–¿Has bebido vino?
–Sí… – Ella respondió dócilmente.
Si esa era su habitación, Lucia había cogido
una botella sin el permiso del dueño.
Ah… ¿Por qué he hecho eso?
Por primera vez después de despertarse del
sueño pensó en lo maravilloso que sería si
todo aquello fuera un sueño.
–Una mujer borracha y desnuda
esperándome en mi habitación… La
coincidencia es demasiado astuta…
El divertimiento del tono de su voz molestó
a Lucia. Sus burlas arruinaron su buen
humor.
¿Te crees que todas las mujeres están
enamoradas perdidamente de ti?
Eso es lo que Lucia quería decirle a la cara,
pero contuvo sus sentimientos y habló
razonablemente.
–Ya se lo he dicho. No sabía que era su
habitación y jamás me imaginé que iba a
venir. No sé cuántas bellezas habrán
esperado a Su Excelencia desnudas, pero,
aunque tuviese semejantes ideas,
seguramente soy la única mujer con el
derecho de esperar en su lecho después de
haber firmado esta mañana.
Cuando Lucia terminó de hablar, se mordió
la lengua por las palabras tan atrevidas que
acababa de soltarle. ¿Y si era un machista
que no se podía quedar con los brazos
cruzados al ver a una mujer responderle?
Le preocupaba su reacción.
Cuando vivía con el conde Matin sólo
podía responder “sí” o “no”. No mantenían
conversaciones fuera de esos límites. Su
nueva personalidad que replicaba y
refutaba le era extraña.
Él vio su rebeldía y soltó una risita.
–Perdona si mis palabras insensibles te han
molestado. Perdona. ¿Me tengo que poner
de rodillas?
–Ah, no. Sólo me he sorprendido… Nunca
pensé que… se disculparía.
Otra vez con esas. Él quería arrancarle
todos los pensamientos que tenía de él uno
a uno. Los repasaría todos y cada uno de
ellos diciéndole: “esto no es así, deshazte
de esto”.
–¿Qué clase de hombre soy en tu cabeza?
¿Lo dices por los rumores?
–No le juzgo por ningún rumor. Baso mis
pensamientos y sentimientos en lo que veo
y observo yo misma. En lugar de
disculparse, creía que me ordenaría algo.
–Es la primera vez que escucho un
comentario tan mordaz en persona.
–¿A qué se refiere con mordaz? Es mi
opinión. No me acuse de algo así.
Su expresión era muy abierta y seria. La
muchacha había sido así desde su primer
encuentro. Sus ojos eran claros y sinceros,
y precisamente ese había sido el motivo por
el que se había tomado el tiempo de
escuchar su irrazonable oferta; esos ojos le
habían llevado a su situación actual.
Hugo se dio la vuelta sin pensárselo
mucho. Ante esa acción, la sábana de ella
se revolvió.
Mmm.
Él levantó las cejas, volvió a moverse y,
una vez más, la sábana se revolvió.
¿Tiene miedo de que la asalte?
El animalito delante del depredador salvaje
temblaba de miedo. Un depredador
satisfecho seguramente no miraría dos
veces a ese animalito. Si hubiese tenido su
ración, no vería ningún beneficio en cazar a
ese animalito, pero justo esa noche, le
despertaba el apetito. Estaba de buen
humor, así que cogió la sábana que ella
usaba como escudo y tiró de la figura en
forma de sushi.
–¡Ah…!
Lucia dejó escapar un gritó corto y rodó
por el enorme colchón. Cuando volvió en
sí, la joven estaba indefensa y desnuda. Él
la miró mientras la atrapaba entre sus
brazos. Lucia contuvo el aliento y no
movió un músculo, temerosa de que su
cuerpo se frotase contra sus manos.
–Si crees que eres la única mujer con el
derecho de dormir en mi cama, ¿por qué
crees que no te voy a visitar? Después de
todo, es nuestra primera noche juntos.
Seguramente, de haber tenido habitaciones
separadas él no habría ido a la suya. Si
Lucia hubiese estado dormida, él no habría
tocado ni un solo pelo de su cuerpo y se
habría dormido a su lado. El motivo era
simple: no tenía ganas de hacer esas cosas.
Ella era diferente a las chicas que le
gustaban. Le gustaban las bellezas
voluminosas, en otras palabras, era inmune
a esa joven. Pero a pesar de que pensaba
así, tenía curiosidad por lo que pensaba.
Llevaba bastante tiempo preguntándose que
le rondaba por la cabeza. Quería saberlo.
Lucia solía coger algo simple y lo
complicaba a través de sus interminables
reflexiones. No era un matrimonio por
afecto, ella no era la mujer glamurosa y
espectacular que los hombres codiciaban, y
por encima de todo, estaba su hijo. No
deseaba que su esposa quedase en cinta.
Jamás iba a creerse que Lucia no podía
quedarse embarazada sin pruebas, pero no
quería sacar el tema de la maternidad. Si
ella se lo sacaba, se iría de la habitación sin
dudarlo. Sin embargo, ella no quería que se
marchase. Aunque fuese un matrimonio por
conveniencia, una boda sin su noche de
bodas era miserable.
–Mañana… Dijo que iríamos a su
territorio…
Aunque no mentía, le escondía mucho. La
mirada de él pareció interrogarla.
El hecho de estar desnuda e indefensa en
sus manos se acrecentó en su cabeza. Su
cuerpo empezó a calentarse y Lucia se
movió un poco para cubrirse los pechos
con los brazos. Fue una acción fútil, pero
era el reflejo de cualquier mujer a la que
estaban humillando.
Qué reacción tan novedosa.
Siempre había pasado tiempo con mujeres
que se tiraban a él; era interesante ver a
alguien modesto para variar. No cabía duda
de que esa mujer era virgen: una virgen
inocente. La sospecha de que se había
escondido y le había estado esperando
desapareció por completo, y además,
perdió todo su interés.
Las vírgenes eran una molestia. No sabían
qué hacer con su cuerpo y no era divertido.
Eran su último recurso para satisfacer sus
deseos carnales. Una noche con una mujer
experimentada y habilidosa era mucho más
agradable. Disfrutaba de los frutos maduros
que ya habían caído del árbol.
¿Qué podía hacer? Estaba aterrorizada y él
no tenía ninguna intención de dormir con
una mujer que no sentía lo mismo.
–Si no quieres, no lo haré.
–…Pero la primera noche… No podemos
negarnos.
La primera noche era un derecho y una
obligación. De hecho, estaba establecido
por ley. Desde hacía mucho tiempo, se
utilizaba el matrimonio para sellar la paz
entre dos familias nobles en guerra y ahí
era cuando esa ley era necesaria.
En el presente las fronteras entre los
territorios del reino estaban estipulados y
raramente se veía un acontecimiento así. El
motivo por el que la ley seguía existiendo
era por si se diese el caso de que en un
futuro volviese a ser necesaria. El
matrimonio podía anularse si se podía
demostrar de que no habían pasado la
primera noche juntos. En ocasiones se
aplicaba cuando uno de los conyugues
fallecía por algún motivo, aunque aquello
sólo había sucedido una o dos veces en
muchos años.
Esta princesa no tiene ni idea, mira que
sacar la ley…
–Si no fuese nuestra primera noche, ¿me
rechazarías?
–…Me lo pensaré después de hoy.
Le preguntó aquello categóricamente, pero
al escuchar su respuesta estalló en
carcajadas. Ella estaba pálida por el miedo
y temblaba, pero, aun así, no le decepcionó
y le contestó con atrevimiento. ¿De verdad
no tenía ni idea? ¿Lo estaría haciendo a
propósito?
–Mira, princesa. Si empezamos no
podremos parar a la mitad. ¿Estás segura de
que no te vas a arrepentir?
La primera noche de Lucia en su sueño
brillaba. El conde Matin se había subido
encima de ella y había intentado entrar en
ella muchas veces a la fuerza, pero no
consiguió que se le levantase y fracasó. No
pudo calmar su enfado y empezó a beber
hasta desmayarse. Él roncó toda la noche y
ella tembló durmiendo al lado de aquel
marido que no era mucho más que un
desconocido. Era imposible que su
situación pudiese ser peor que aquella.
Mirando las cosas desde esa perspectiva,
no tenía nada que temer.
–No es algo que se pueda arreglar con
determinación. No intento empezar una
guerra con mi señor.
Él se quedó callado unos instantes y soltó
una risita. Entonces, de repente, el
ambiente dio un giro de ciento ochenta
grados y ella volvió a ponerse nerviosa. Un
escalofrío le recorrió la columna vertebral y
se quedó quieta como una estatua. Él era un
hombre y se acababa de dar cuenta de ese
hecho en ese momento. Era un hombre que
nunca perdía en cuanto a fuerza y, debajo
de él, había el cuerpo desnudo de una
mujer. No estaba en una situación en la que
pudiese resistirse.

Él se levantó y se quitó el albornoz. Lucia


le vio y cerró los ojos. Cuando la mano de
él le acarició las caderas, ella contuvo el
aliento.

..x.x.x
Parte II
Lucia cerró los ojos como si esperase su
ejecución mientras él la estudiaba con
tranquilidad. El duque se pregunto si debía
engullir el conejito de una sentada, pero
entonces, cambió de opinión. Decidió darle
a esta inocente princesa un servicio
placentero para enseñarle un poco sobre el
cuerpo de un hombre.
–Nombre.
Lucia, que tenía los ojos bien cerrados, los
volvió a abrir lentamente.
–¿…Eh?
–No quiero escuchar “mi señor” en la
cama; llámame por mi nombre.
–¿Su nombre…?
–No me digas que no te lo sabes.
–No es eso, me lo sé. Mmm… ¿Hugh? –
Viendo que no respondía, Lucia volvió a
preguntar. – ¿O a lo mejor Hugo…?
Su silencio fue incómodamente largo.
¿Me he equivocado de nombre? ¿No era
Hugo?
Le había visto firmar en el certificado de
matrimonio con ese nombre. Antes de que
se pusiera más nerviosa, él contestó
vacilante.
–…El primero.
–El primero… ¿Hugh, pues?
En aquel pequeño período de tiempo, el
cuerpo de él se sacudió. Ella notó cómo le
temblaron los ojos escarlatas y presintió
que aquel hombre tenía un cariño especial
a: “Hugh”. ¿Tal vez alguien le había
apodado así? ¿Su madre? O quizás… ¿la
mujer que amaba…? ¿Había amado a una
mujer? Tenía un hijo. ¿Quién podía ser la
madre de su hijo? ¿La había amado?
¿Dónde estaba esa mujer y por qué se
habían separado?
–Vivian.
Mientras se preguntaba si podía preguntarle
sobre esa mujer, Lucia se sobresaltó al
escuchar su desconocido nombre. Él
pareció percatarse de su exagerada
reacción, por lo que se inventó una excusa.
–Nadie… me llama por mi nombre…
–Pues desde ahora pasará muy a menudo,
Vivian. – Su voz acarició los oídos de ella
suavemente. Su nombre desconocido salía
de forma muy natural de sus labios. –
Vivian. – Ella continuaba con la boca bien
cerrada, él la observó y soltó una risa que
pareció más bien un suspiro. – Cariño,
¿sabes que eres bastante terca?
–¿…Cuándo lo he sido?
–Ahora mismo.
–¿…Sabes que se te da muy bien salirte
con la tuya?
–No me salgo con nada. Pero da la
casualidad de que todo lo que digo es
correcto.
Su desvergonzado orgullo la dejó sin
palabras. Él acercó la cara hasta que ella
pudo sentir su respiración en sus labios.
Cuando los labios de él se posaron sobre
los de ella, ella cerró los ojos. El duque
besó suavemente los la boca firmemente
cerrada de ella y entonces, le chupó el labio
inferior y se apartó un momento.
–Abre los labios. – Ordenó con voz grave.
Ella se tragó el aliento por los nervios; le
dolía la garganta. Tenía el rostro teñido de
un matiz rosado y vaciló, pero al final,
separó un poco los labios. Los ojos de él
parecieron reírse momentáneamente, y al
poco tiempo, sus labios se presionaron con
firmeza contra los de ella y un pedazo
suave de carne entró en la boca de la
muchacha.
Ah…
Su lengua entró en su boca, moviéndose
lentamente alrededor de sus dientes y por
los costados de las mejillas. Ella sintió un
placer chocante cuando sus lenguas se
encontraron.
–Sabes a vino. – Dijo cuando sus labios se
separaron un poco.
Lucia sintió el rubor encendiendo sus
mejillas. Él se cambió de posición y
volvieron a encajar los labios una vez más.
Tal y como él había comentado, su baso
sabía a vino, mareándola del éxtasis. Sus
lenguas lucharon mientras su saliva se
mezclaba. Él se concentró en explorar el
interior de la boca de ella a través del beso:
torcía y chupaba la lengua, y entonces, la
soltó.
–Uh…
Un gemido se le escapó desde las
profundidades de su garganta. El suave
beso se fue calentando. La lengua gentil de
él, de repente, presionó su boca y cuando el
duque continuó masajeando un lugar
sensible, ella acabó, inconscientemente,
agarrándose a las sábanas de la cama. Él
continuó dejándola sin respiración hasta
que Lucia llegó al límite. Entonces, separó
los labios de los de ella y, después de
dejarla coger aire, volvió a empezar.
Su beso continuó muchas más veces. Los
hombros de Lucia, que había tenido rígidos
por los nervios, se relajaron con el tiempo.
Los besos de Hugo eran suaves y dulces.
Lucia jadeó ligeramente en busca de aire al
separarse de un beso particularmente largo.
Con sólo esto, ya parecía que hubiese
hecho mucho más que sólo besar.
–La lu-luz… Brilla demasiado…
–Me gusta poder verte bien.
–Pero… –Hugo le besó los ojos, que
estaban al borde de las lágrimas. – Tu
cuerpo es precioso, déjame verlo.
Lucia tenía las mejillas rosadas y se mordía
los labios; estaba adorable. Hugo no la
agasajaba, su cuerpo era verdaderamente
hermoso. Su altura era perfecta para la suya
y los pezones encima de sus redondeados
pechos tenían un matiz rosado como el de
una flor. La línea que conectaba su cintura
estrecha a su pelvis era bella. No era una
muchacha voluptuosa, pero su cuerpo tenía
mucho encanto.
Él le dio un pico en los labios un par de
veces más y fue moviendo sus besos a su
mejilla y a su oreja. Sus labios húmedos la
besaron detrás de la oreja y, entonces, en el
cuello. Lucia parpadeó un par de veces,
confundida. Cada vez que sus labios
rozaban su piel se sentía extraña.
¿Es el aroma del vino…?
El cuerpo de ella tenía una fragancia única.
No era el olor acre de perfume, sino el
aroma natural de su cuerpo. Al principio,
pensaba que olía a vino, pero era una
esencia distinta: era muy suave y, de alguna
manera, novedosamente dulce.
Huele a fruta… no madura.
Era un aroma natural. Su esencia única. Era
la primera vez que se daba cuenta que
alguien podía oler tan bien. Hugo no
descansó, continuó embriagándose de su
esencia, besándola y lamiéndola. Ignoraba
si lo que le extasiaba era su aroma o sus
papilas gustativas. Su piel era suave como
la seda y la piel que lamía era
perfectamente deleitable y sedosa.
No solía ser tan gentil, sin embargo, en
aquel momento, estaba disfrutando mucho.
Siempre que la tocaba con los labios, ella
temblaba de la forma más adorable posible.
Le cogió la muñeca delgada y le chupó un
costado.
El ligero dolor la hizo recular. Él confirmó
la marca rosada de su piel y le besó la otra
muñeca, entonces, se rio al ver cómo Lucia
le miraba con la confusión en los ojos.
Hugo recorrió los labios desde el cuello
hasta la zona de sus pechos.
–¡Ah!
El placer provocó que Lucia dejase escapar
un pequeño gemido. Él dio un bocado y lo
chupó, Hugo le lamió los pezones
meticulosamente como si saliera leche.
–¡Ah! – Jadeó.
Él le mordió el pezón con suavidad y se lo
cosquilleó con la lengua. Mientras el duque
lamía la aureola y le volvía a chupar, ella se
quedó sin aire.
Sus pechos eran suaves y tiernos. Le
preocupaba que se fueran a derretir en su
boca como si la nata. Lucia yacía jadeante
sobre la cama, aferrándose a las sábanas,
sus caderas se sobresaltaban de vez en
cuando y temblaba. Él notó como su parte
inferior empezaba a crecer.
Le soltó el pecho, que ahora estaba mojado
por su saliva, y procedió a acariciarle el
otro. Le lamió, le mordió suavemente
algunas veces, tragó y, de vez en cuando,
chupó con mucha fuerza. Siempre que
movía la lengua, a ella un cosquilleo le
recorría la columna vertebral y no podía
evitar gemir de placer.
Después de jugar con sus pechos hasta
saciarse, sus besos bajaron por su abdomen.
Lucia se preguntó a dónde irían sus labios;
estaba algo asustada, pero al mismo
tiempo, lo anticipaba. Se aferraba con tanta
fuerza a las sábanas que las puntas de los
dedos se le pusieron blancas.
–Ah…
Los labios de él avanzaron por la parte
inferior de su abdomen y, entonces, a la
parte interior de sus muslos: avanzaron a
lugar que nadie le había tocado jamás. Los
labios de Hugo rozaron las zonas más
profundas de sus muslos y empezó a
chupar. Lucia sintió una punzada.
Él le besó desde las caderas hasta las
pantorrillas haciendo suaves sonidos de
beso. Al escucharle, Lucia se sonrojó. Su
último beso fue en los talones. Cuando
Lucia se recuperó de su aturdimiento, él ya
había vuelto a su cuello.
Él le cogió un pecho con la mano y le llevó
la otra al abdomen. Dejó que su mano
bajase por su abdomen y que se deslizase
hasta la parte interior del muslo,
presionándole. Lucia se sorprendió y le
miró con los ojos abiertos como platos. En
aquel momento, su mirada se encontró con
la de él. Sus ojos rojos rebosaban algo
caliente y sensual. Parecía estar observando
sus reacciones mientras exploraba sus
zonas bajas con cierta presión. La
respiración de ella se aceleró y sus ojos
naranjazos empezaron a temblar. Él notó
como su cuerpo ardía de mirarla.
–¡Ah!
El largo y firme dedo de él entró en ella
lentamente. Ella se quejó, pero no de dolor,
sino de sorpresa. Cuando Hugo sacó el
dedo, ella suspiró aliviada, pero al siguiente
instante, se lo volvió a meter más hondo.
–Uh…
Movía repetidamente el dedo fuera y dentro
de ella, pero no lo suficientemente hondo
como para hacerle daño. Ella nunca se
había metido nada por lo que se sentía rara.
Sus partes bajas se tornaron viscosas
conforme avanzaba la estimulación por los
jugos y el sonido húmedo era más fuerte.
El cuerpo de ella ardía y su espalda se
estremeció reflexivamente cuando unos
cuantos dedos más la apretaron y se
rozaron contra ella.
Una sensación indescriptible y extraña
controlaba su cuerpo cada vez que él le
metía un dedo. Era algo cosquillosa, tal vez
algo traviesa, pero buena a pesar de que
parecía ser algo dolorosa. Su respiración se
tornó más aguda y fue incapaz de pensar en
nada más que en las sensaciones de su
pecho.
–Ah…
En ese momento, sintió una punzada que le
provocó un espasmo y la obligó a echar el
cuello hacia atrás mientras la euforia
recorría su cuerpo durante unos segundos.
En aquel corto período de felicidad todos
sus sentidos se anularon y su cuerpo se
quedó sin fuerzas. Disfrutó de la sensación
de los dedos de él acariciándole el pelo.
–¿Qué tal, mi inocente princesa?
–…Pero todavía no es el final.
Lucia comprendía que el sexo sólo
terminaba cuando el hombre eyaculaba
dentro de la mujer. A pesar de que sólo
hubiese sido en un sueño, a pesar de la
locura de vida que hubiese tenido, ya había
estado casada una vez. Jamás había
experimentado el proceso sexual en su
plenitud, pero había dormido en la misma
cama que su marido durante años.
Las manos de Hugo, con las que le estaba
acariciando el pelo, se detuvieron.
–Con que lo sabes.
–No soy estúpida.
–Entraste a palacio muy joven y has vivido
sin una sola criada todos estos años, ¿de
quién lo has aprendido?
–Oh… De un li-libro…
–Un libro… Qué método tan aburrido de
aprendizaje. ¿Qué decía el libro?
–Decía que acabaría llorando y gritando,
pero… creo que era todo mentira.
Hugo llevaba sonriendo guasón todo el
rato, pero al escuchar sus palabras, su
expresión se endureció. Dejó escapar un
suspiro triste entre una risita. Esa mujer era
un diamante en bruto. Era ingenua, pero
honesta. Podía ser mucho más peligrosa
que muchas otras mujeres habilidosas en
cierta manera. Al principio, él no había
tenido intenciones de llegar a más cuando
había empezado.
–Pues tendré que cumplir con tus
expectativas.
Estaba moderadamente aliviado. Su parte
baja llevaba muy dura un buen rato y
empezaba a dolerle. Su cuerpo se había
excitado en cuanto sus dedos habían tocado
el cuerpo desnudo de ella.
La sujetó por las caderas y notó que
estaban rojas por la fuerza con las que las
había cogido.
Joder.
Se tragó sus maldiciones. Su parte inferior
estaba entumecida. ¿Por qué el cuerpo de
esta mujer era tan suave? Quería dejar sus
marcas por toda esa pureza.
–Pon las piernas así. – Dijo con voz grave.
Sus largas piernas delgadas rodearon las
caderas de él con torpeza, chocándose por
aquí y por allí. La temperatura del cuerpo
de Hugo aumentó y su parte inferior se
irguió por la estimulación. Las reacciones
de su cuerpo estaban siendo demasiado
extremas. Hasta entonces pensaba que este
no era su tipo de mujer.
…Ha pasado demasiado tiempo.
Llevaba absteniéndose de sexo demasiado
tiempo. Desde que se había sacado el tema
del matrimonio no había mantenido
relaciones con otra mujer desde hacía un
mes. Por lo que, en aquellos momentos,
estaba sexualmente frustrado. Tenía un
cuerpo muy saludable para un hombre y
nunca había pasado más de diez días sin los
placeres del cuerpo de una mujer.
Abstenerse durante un mes había sido un
nuevo récord. No es que hubiese querido
honrar a su esposa o algo por el estilo, sino
que había estado demasiado ocupado
preparando el retorno a su territorio y, antes
de que pudiera darse cuenta, ya había
pasado un mes.
Él se pasó los brazos cansados de ella por
los hombros.
–Agárrate a mí. No tengas nervios y
relájate.
Lucia le rodeó con los brazos vacilante, con
cuidado de no tocar algo que no debía. Los
músculos de él eran firmes pero flexible. Él
soltó una risita y sonrió a modo de elogio
por su buen trabajo, provocando que el
corazón de ella latiese con fuerza.
–Si no es tu primera vez, te prometo que
será una noche maravillosa.
Lucia pensó haberle escuchado mal. Él
hablaba con un tono sumamente dulce,
pero, de alguna manera, le parecía que la
estaba chinchando.
–¿Y si es… mi primera vez?
Hugo había intentado molestarla con sus
palabras, pero su respuesta fue tan inocente
que le divirtió tanto como una broma.
–Seguramente, dolerá un poquito.
Alzó su cuerpo y se centró contra ella
añadiendo peso sobre la muchacha poco a
poco. Lucia notó un dolor punzante entre
sus piernas, frunció el ceño y apretó los
dientes.
Si duele así, lo podré soportar.
–…Relájate, todavía no he ni empezado.
Ni siquiera la mitad de la mitad de su
miembro había entrado, sólo había metido
la punta, pero su cuerpo era demasiado
prieto y no parecía ser capaz de estirarse
más. El placer se asemejaba más al dolor y
le fue tremendamente difícil controlarse en
lugar de entrar en ella sin pensar.
–Uh… ¿Cómo…?
Él se agachó y la besó. Le lamió los suaves
y pequeños labios, tanteándola con la
lengua. Apretó y le masajeó los pechos con
la mano hasta que ella se suavizó y sus
músculos se relajaron. Cuando sintió que
tenía sitio para moverse, se hundió un poco
más en ella. Un dolor agudo recorrió el
cuerpo de Lucia que se aferró a sus
hombros con gran fuerza hasta que la punta
de sus dedos se tornó blanca.
–Ah… Ah…
La respiración de Lucia se volvió pesada,
como si le faltase el aire. Él continuó
avanzando poco a poco, sin pausa y la fue
llenando más y más hasta que llegó a una
fina pared. Cuando la rompió fue capaz de
deslizarse con facilidad.
Lucia sintió muchísimo dolor. Era como si
su cuerpo se hubiese partido en dos. ¿Qué
dolía sólo un “poquito”? El dolor de su
parte inferior consumía su mente. Todo lo
de delante se volvió borroso y le tembló la
mandíbula. Fue entonces cuando se percató
que cuando algo dolía demasiado, uno no
podía ni gritar. La presión que acompañaba
el dolor de su miembro era demasiado para
ella. Estaban completamente conectados y
su cuerpo la inmovilizaba.
El cuerpo de él estaba sobre el suyo, por lo
que no podría apartarle por mucho que
quisiera, no podía ni temblar. Ella sacudió
la cabeza de un lado al otro para aliviar el
dolor y cuando sus labios tocaron el brazo
de él, le mordió.
El frunció el ceño al notar el dolor
repentino. Se había estado apoyando con
ese brazo para no dejar todo su peso sobre
ella, pero ella le acaba de morder con
fuerza. Sus dientes estaban pegados a su
músculo y le miraba con resentimiento y
entre lágrimas.
Hugo frunció el cejo, pero sonreía. Su
resistencia le parecía ridícula y adorable al
mismo tiempo. No permitía que las mujeres
le mordiesen como les apeteciera, pero a
ella la dejó hacer. El dolor estimuló su
placer y tenía la cabeza en otro lado.
Esto es increíble…
Dentro de ella parecía de otro mundo. No
sólo estaba apretada, también había una
textura almibarada que le estrujaba.
¿Es porque es virgen?
Pero la última vez que había yacido con
una virgen no hubo ni una sola cosa
particularmente placentera. No pudo
disfrutar en absoluto, y a medio camino, se
puso flácido. Pero ¿por qué esta mujer era
distinta? Su deseo sexual no se había
apaciguado en absoluto, ardía con soberana
intensidad y estaba empapado en sudor.
Después de sentir y acariciar su cuerpo,
apreciaba su pequeña figura. Su cuerpo era
diminuto y sus huesos delgados. Parecía
que la podría romper fácilmente si la
abrazaba con demasiada fuerza.
Continuó con tanto cuidado como si
estuviese tocando cristal, luchando contra
su corazón que quería ser duro y dar rienda
suelta a sus deseos. En un principio había
decidido hacerla disfrutar un poco, pero
había continuado besándola demasiado
tiempo. Se había quedado totalmente
absorbida en lamer su piel y se había
excitado demasiado al acariciar su cuerpo.
No es culpa mía, pensó Hugo. Su joven
esposa le instigaba ciegamente.
La joven se había cansado de morderle, así
que le soltó el brazo y sollozó. Su llanto era
adorable. Su rostro estimulaba su
interminable deseo carnal directamente.
Había empezado a dudar de su convicción
de cuál era su tipo. Apretó la boca
respirando hondo. Nunca había estado tan
sexualmente excitado.
Su firme miembro se estaba poniendo duro
hasta el límite y ella le apretaba con fuerza.
Se sentía culpable, pero no podía
aguantarse más. Alzó el cuerpo y movió las
caderas para que su miembro pudiese
envolverse por completo de ella.
–Ugh…
El cuerpo de Lucia se contrajo por una
nueva sensación. Él vio que de entre su
unión fluía sangre roja y que ella le miraba
furtivamente, aunque, con los segundos, su
frialdad se transformó en dulzura. Y una
vez más, la penetró.
–¡Uck!
Ella gimió en voz alta. Parecía dolerle, pero
su cuerpo se contraía por el placer. Cuando
salió, a ella le ardían las paredes internas,
pero cuando él volvió a entrar, su entrada
se lo tragó hambrienta. Sus suaves paredes
internas estimulaban su varal
continuamente y tenía la sensación de que
iba a explotar.
–¡Ah! ¡Me duele! ¡Deja de moverte! ¡Por
favor!
Cuando Lucia lloró y rogó, él se detuvo
dentro de ella. Hugo demostró gran
voluntad para poder detenerse en semejante
situación, pero ella no se asombró en
absoluto.
–Ya te lo he dicho, si empezamos no
podemos parar a mitad. – Las venas de sus
brazos sobresalían mientras reprimía sus
impulsos.
–Me duele. Creo que voy a morir.
–No morirás. – Le respondió con un tono
frío y sereno al escuchar su llanto. – Sino
no habrías podido nacer. – La apariencia
de ella era como si estuviese sufriendo una
gran injusticia y eso le hizo querer
molestarla. – ¿No he cumplido tu fantasía?
Te he hecho gritar y llorar.
Ella no le dio permiso para seguir
moviéndose y continuó gritando a pesar de
su desvergonzada respuesta.
–¡Ah! ¡Ah!
Lucia no conocía el cuerpo de un hombre y
él era demasiado grande y habilidoso. Una
mujer agresiva hubiese sido capaz de
recibirle bien, pero para Lucia, fue
abrumadoramente doloroso. Los besos
relajantes y suaves que le había estado
dando hasta ahora parecían una mentira. Él
la penetraba cruelmente y sin parar. Cada
vez que llegaba a sus profundidades, su
respiración se detenía.
–¡Uh! ¡Por favor… un poco… más lento!
–Estoy… yendo lento.
No mentía. En aquellos instantes se estaba
controlando todo lo que podía. Si no, hacía
rato que se hubiese desmayado. Aun así, no
era su intención que las cosas fueran de ese
modo, no quería que su primera noche
terminase así, pero su cuerpo actuaba de
otra manera.
Joder.
¿Por qué su interior daba tanto placer? Era
jodidamente bueno.
La sangre fluyó de su unión, manchando
las sábanas. Cuando su sensible sentido del
olfato notó el aroma de la sangre ya había
perdido la mitad de su racionalidad. Los
sonidos húmedos resonaban por la estancia
mientras él seguía penetrándola con vigor.
–¡Ang! ¡Ah! ¡Hk!
Ella gritaba sin que le importase la
situación. Estaba pálida y le temblaban los
ojos, parecía dolerle muchísimo.
Se aferró a sus hombros y le clavó las uñas
en la espalda, dejándole marca. Él odiaba
cuando le hacían heridas. En otra ocasión,
hubiese tirado a la mujer a un lado y se
hubiese ido, sin embargo, no tenía la más
mínima intención de marcharse en ese
momento.
Su apetito por ella se intensificó al ver las
lágrimas de sus ojos. Quería aferrarse a ella
y enloquecidamente enterrarse en aquella
suave y pequeña mujer, y quería penetrarla
mientras le lamía todo el cuerpo.
Duele…
Era como si tuviese un fuego ardiente en su
interior. Su cuerpo se movía de arriba abajo
siguiendo las fuertes penetraciones de él.
Todo era muy distinto a lo que había
imaginado. Pensaba que con un par de
penetraciones acabaría todo. Aquello dolía,
era caliente y exhaustivo.
El dolor seguía allí, pero estaba en algún
punto alejado de su mente. Hacía un buen
rato que se había dado cuenta que lo que la
estaba cansando tanto no era el dolor, era
algo que había surgido en su interior y que
no podía soportar. Su miembro firme se
hundía en ella, se movía y salía. El terrible
dolor fue cesando.
–Ah… Ah…
Los gritos de Lucia se suavizaron y en su
lugar, su respiración pesada aumentó,
inundando la habitación. Sus ojos seguían
manchados de lágrimas, pero ahora estaban
llenos de algo caliente. Frunció el ceño,
pero no por el dolor, sino por algo distinto.
Dolía, dolía sin lugar a duda, pero… Sentía
algo extraño. Una sacudida
abrumadoramente eufórica engulló su
cuerpo desde la punta de los pies hasta la
cabeza. Se tragó los gritos y soltó un largo
suspiro.
–Tiemblas como loca por dentro.
Él sujeto sus caderas y se hundió todavía
más hondo en ella. Sus jugos, mezclados
con sangre, fluían por debajo de sus nalgas.
Conforme él continuaba moviéndose, los
fluidos viscosos crearon un sonido
constante húmedo. La sangre que quedaba
en su unión se esparramaba por aquí y por
allí.
–Ah… Uh…
De sus labios ya no salían gritos de dolor,
en lugar de ello, gemía y maullaba de
placer. Él cambió la dirección de sus
penetraciones lentamente y entró más
adentro. Se concentró en los gemidos y los
jadeos de la muchacha y le tocó tercamente
su lugar más sensible.
–¡Ah! Ah…
Su interior se apretó y tuvo un espasmo. Él
vio que estaba a punto a llegar al clímax y
se enterró en sus profundidades.
–¡Hnk!
Ella gritó y su cuerpo paralizó y empezó a
temblar. Él estaba lejos de su límite, pero si
continuaba la haría desmayar y no tenía el
asqueroso pasatiempo de darle al cuerpo de
una mujer inconsciente. Su respiración era
pesada y terminó dentro de ella.
Mierda.
Él ralentizó su respiración y frunció el
ceño. Era la primera vez que se corría
dentro de una mujer.
El cuerpo de Lucia se debilitó cuando
sintió algo caliente dentro de ella. Jadeó y
su pecho subía y bajaba.
¿Ha… acabado…?
Sus pensamientos no duraron mucho.
Sintió como la enorme mano de él le
acariciaba la frente y, así, se quedó
dormida.

Su cuerpo parecía haberse derretido sobre


las sábanas de la fatiga. Cuando abrió los
ojos el plateado sol mañanero se colaba por
las ventanas y la respiración suave del
hombre que yacía a su lado le provocó una
sensación extraña.
Es verdad… Estoy… casada…
Tenía sed, así que se levantó con cautela,
intentando no despertarle.
–Uh… – Un gruñido escapó de sus labios
sin darse cuenta.
Era como si algo estuviese tamborileando
sobre su cuerpo. Luchó por salir de la cama
y, en cuanto puso un pie en el suelo, no
consiguió reunir fuerzas y se cayó. Por
suerte, en el suelo había una alfombra y no
se hizo demasiado daño en las rodillas.
Sentía como si alguien hubiese golpeado su
cuerpo. Tenía todos los músculos
entumecidos y entre sus piernas había un
dolor punzante. Tampoco ayudaba la
sensación de que todavía tenía algo dentro.
Le dolía todo, dentro y fuera.
Lucia se masajeo los hombros y brazos, y
descubrió una marca extraña allí.
¿Esto qué es?
Había una marca púrpura.
¿Cómo me he hecho un moratón aquí? ¿Me
he chocado con algo?
Se tocó el moratón con el dedo, pero no
dolía y en su otro brazo tenía otro idéntico.
Se lo quedó mirando confusa un rato y, de
repente, el recuerdo de cuando él le chupó
las muñecas le pasó por la cabeza.
Se desató el batín y se estudió el pecho
donde descubrió más marcas. Sorprendida,
se volvió a tapar y su rostro ardió de
bochorno mientras se lo cubría con las
manos.
Ah. Oh, dios mío. Oh, dios mío. Me muero.
¿Qué hago?
La vergüenza fluía como el agua. Era una
niña lamentable cuyo corazón latía rápido
sólo por un beso. En una noche había
sucedido un gran acontecimiento.
¿Con que es esto?
Era la primera vez que experimentaba el
sexo en su vida. El marido de sus sueños, el
conde Matin, era impotente. Solía frotarse
contra sus partes bajas y, en cuestión de
segundos, jadeaba y ahí terminaba todo. Le
daba escalofríos. No comprendía por qué a
la gente le gustaba hacer algo así.
Ahora comprendía por qué Hugo se había
reído al decir que había aprendido de un
sitio muy aburrido. Lo que había ocurrido
la noche anterior no lo habría podido
aprender de ningún libro. No era algo sólo
para tener hijos; era algo mucho más
misterioso que el simple placer. Se habían
conectado físicamente al nivel más alto.
¿Cómo puede ser que la gente haga esto
y… rompan? ¿Cómo puede ser posible el
divorcio?
Era una conversación. Una conversación
profunda y pesada de sólo dos personas.
Era extraño. Antes le parecía un
desconocido, pero aquella mañana le sentía
más próximo.
Un poquito… No, dolió mucho, pero…
Si él le pedía volverlo a hacer, ella no se
negaría. Dolía mucho, pero esa no era toda
la experiencia. La sensación del peso de su
cuerpo sobre el suyo, la forma con la que la
acariciaba mientras la besaba, su
respiración y la forma en la que sus ojos
rojos se estremecían con pasión… La
sensación que inundaba su cuerpo… ¿Eso
era lo que la gente conocía como placer?
Conforme repasaba los recuerdos de la
noche anterior su interior empezó a
calentarse.
¡Para! ¡Deja de pensar! Otra cosa, otra
cosa, otra cosa…
Lucia sacudió la cabeza de derecha a
izquierda intentando sacarse esos
pensamientos.
¿Me volví a poner el pijama…?
No recordaba eso. ¿La habría vestido él?
¿Habría ordenado a una criada que lo
hiciera? Recordaba haber sudado mucho,
pero notaba su piel suave y fresca.
Lucia observó la puerta de la habitación
como ausente. Era una habitación muy
grande y extravagante de techo alto,
columnas de mármol y decoraciones
terroríficamente lujosas…
Puede que haya hecho… algo increíble.
Se pregunto si tenía las habilidades y la
seguridad para vivir como una duquesa. Si
codiciaba algo por encima de su alcance, al
final, sufriría.
No voy a… arrepentirme.

Decidió que no lo haría. Soportaría


cualquier final que concluyesen sus
acciones. Si tenía que pagar el precio, lo
haría. Decidió que no lloraría. No la habían
vendido, había sido elección propia

.x.x.x
Parte III
Hugo, todavía tumbado en la cama, frunció
el ceño levemente y abrió los ojos. Tenía la
mirada clara, como si hubiese estado
despierto todo el tiempo. Era sensible a su
entorno y llevaba despierto desde que
Lucia había empezado a revolverse en la
cama.
¿Qué demonios hace?
Después de haberse caído de la cama de un
golpe, lo único que se escuchó fue el
silencio. Tiró la sábana y se levantó. Se
movió ágilmente, a diferencia de alguien
que hubiese estado dormido hasta hacía
poco. Ya en pie, anduvo hasta su lado.
Ella estaba sentada allí, aturdida y
sacudiendo frenéticamente la cabeza de un
lado al otro mientras se cogía del colchón
en un intento de levantarse. Él no estaba
acostumbrado a ayudar personalmente a los
demás, pero no podía quedar ahí sentado
sin hacer nada. Se le acercó a paso lento,
con cuidado de no asustarla.
–Oh…
Sus ojos calabaza se abrieron como platos
cuando notó la cama vacía y su figura.
–Tienes malos hábitos para dormir. ¿Cómo
te has podido caer de una cama tan grande?
Se acababa de despertar, así que su voz
sonaba más grave de lo normal. Aun así,
era atractivo. Lucia, que le miraba aturdida,
volvió en sí.
–No… ¡No es eso!
Sus brazos la sostuvieron y la levantaron,
por lo que Lucia intentó empujarle
avergonzada. Sin embargo, su cuerpo era
tan sólido como una roca y no se movió.
Así que, la muchacha, decidió dejar de
luchar contra él al ver que cualquier
esfuerzo sería fútil.
–Entonces, ¿eres sonámbula?
–Me he despertado para beber agua y… –
Lucia, por algún motivo, tenía vergüenza y
bajó la vista al suelo antes de murmurar el
resto de las palabras en voz baja. –
Caminar es… un poco difícil ahora
mismo…
Él suspiró, se puso las zapatillas que tenía
debajo de la cama y movió los pies a paso
ligero. Cuando llegó al final de la alfombra
se escuchó el sonido del cristal haciéndose
añicos bajo sus pies.
Ah… Ayer rompí un vaso…
Se le había olvidado. Si no fuera por él,
habría ido directa a ese suelo y se hubiese
clavado los pedazos de cristal.
Hugo cogió a Lucia con un brazo
fácilmente y se detuvo delante de la mesa,
sirvió un vaso y se lo pasó.
–Esta vez no lo rompas.
–…Sí.
Nunca dejaba de molestarla. La joven
Murmuró quejas silenciosas y aceptó el
vaso obedientemente. Él no era sólo alto,
también era muy fuerte y la manejaba
fácilmente como si fuera una niña pequeña.
Estaba aguantando sus nalgas y caderas con
un brazo, pero ella se sentía tranquila y
segura.
–Gra…cias…
Le cogió el vaso vacío y lo dejó sobre la
mesa.
–¿Algo más?
–¿…Eh?
–¿Te llevo al baño?
–¡No! – Gritó Lucia con la cara roja como
un tomate.
Su mirada se encontró con la de él y sintió
que sus ojos se burlaban de ella.
Normalmente llevaba la melena oscura
bien peinada, pero en aquellos momentos
estaba en su estado natural y la
maravillaba. Lucia levantó la mano y le
quitó el pelo de la cara, y Hugo frunció un
poco el ceño.
Ella se avergonzó de su acción impulsiva y
la fiera mirada de él era problemática.
Siguió su mirada y se sobresaltó por la
sorpresa. Sus pechos estaban a la vista y se
le veían un poco los pezones. Antes se
había atado el camisón de cualquier manera
y se le había desabrochado.
Lucia se apresuró a cogerse la ropa e
intentó cubrirse, pero por desgracia, su
pijama estaba atrapado entre los brazos de
él y su cuerpo, y tirar del camisón no le
ayudó a tapar nada. Justo entonces, la mano
de él le cogió un pecho.
Lucia jadeó alarmada y le miró
rápidamente. Los ojos de él parecieron
atraparla y no podía moverse. La había
estado observando todo el rato y sentía que
su mirada se volvía cada vez más pesada.
Tenía miedo, pero no podía apartar la vista.
En cuanto le cogió el pecho con un poco de
fuerza, Lucia cogió aire y gimió. Él la
depositó sobre la mesa y le dio un bocado.
–¡Ah!
Una sensación eléctrica le recorrió la
columna vertebral. Los labios de él le
chupaban el pecho, mientras que su lengua
le acariciaba el pezón. Se lo mordisqueo
flojito y, entonces, enterró la lengua.
–¡Ah! ¡Hk!
Lucia le cogió el hombro mientras tenía
espasmos. La mesa aguantaba su cuerpo
conforme él se ponía sobre ella. Le
manoseó los pechos con codicia, le lamió,
mordió y le chupó sin cesar. El sonido la
azoraba y su cuerpo ardía.
Hacía rato que el cinturón había caído al
suelo y sus ropas estaban completamente
desabrochadas encima de la mesa. El aire
frío le acariciaba la piel y su cuerpo estaba
expuesto. Él le separó las piernas,
levantando una con el brazo. Le frotó con
un dedo y, lentamente, entró.
–Uh…
Un dolor ardiente la hizo gritar. Todavía
sufría los efectos secundarios de haberle
aceptado en su plenitud de un golpe. Aun
así, cuando su dedo empezó a entrar y salir
de dentro, sus jugos volvieron a brotar,
provocando un eco bochornoso por toda la
habitación. Gracias a eso, su dedo podía
deslizarse dentro y fuera con facilidad, sin
embargo, a ella le seguía doliendo.
–¿Te duele?
Lucia se apresuró a asentir. Le miró con
impotencia y desesperación. Le envió el
mensaje: “me duele, no quiero hacerlo” con
los ojos, pero cuando sacó el dedo y lo
cambió por su miembro endurecido, ella
empalideció por completo. Cuando él entró
en su tierno interior, ella empezó a llorar.
–Sh…
Hugo intentó tranquilizarla besándola, pero
la penetró todavía más hondo. Su interior le
dolía y quemaba.
–Uuk…
Era un dolor distinto al de su primera
penetración. Le dolía por dentro y tenía
todos los músculos entumecidos. De sus
ojos cayeron grandes lágrimas.
Él usó más fuerza en sus sacudidas y la
subió encima de la mesa. Daba mucho
gusto. Su interior le envolvía y le
estimulaba en los sitios idóneos. Era como
si estuviese saboreando algo dulce, y se
lamió los labios.
Me hace… enloquecer.
Sus lágrimas, su expresión, sus sollozos,
sus gritos, su dulce cuerpo y piel, sus
reacciones inocentes, cómo su interior
abrazaba su erección… Todo le excitaba.
Era como si se hubiese convertido en un
vampiro hambriento que había atrapado el
aroma de la sangre. El demonio de su
interior quería liberar a la bestia y
hacérselo duro hasta satisfacer su hambre.
No puedo.
Si le daba rienda suelta a su demonio
interior, esa frágil mujer moriría. Su joven
esposa era frágil y débil; se podía romper
con un poco de fuerza. Era demasiado
inexperta para aceptar a un hombre. Si la
mataba la primera noche de bodas sería un
problema.
Besó a Lucia, que lloraba, con suavidad.
Enredó su lengua con la suya dentro de su
boquita y la investigó a fondo. Al hacerlo,
recuperó la cordura que se había ido
volando al espacio. Su beso continuó hasta
que a ella pareció faltarle el aire.
Su miembro la cubría. Lo sacó lentamente
y Lucia gruñó apretando los dientes
creyendo que todavía no había terminado.
Sin embargo, él se limitó a ayudarla a
vestirse y la volvió a levantar. Ella le miró
con sus grandes ojos.
Hugo la tendió sobre la cama y Lucia le
miró entre sospechas totalmente callada.
–¿Te arrepientes?
Lucia sacudió la cabeza de un lado al otro.
–Vete a dormir, no te tocaré más.
Ella se relajó y suavizó la tensión de sus
músculos. Se comportaba de una forma tan
visiblemente distinta, que el duque se tuvo
que tragar una sonrisa amarga.
Con que es este tipo de persona.
Suspiró. Sus circunstancias eran cómicas y
lamentables. Le empezaba a doler el
miembro por la frustración sexual. Tardaría
un rato en aliviarse y le irritaba tener que
hacerlo él mismo. Nunca se había tenido
que masturbar y jamás le habían faltado las
mujeres. Suspiró confundido en cómo
superar esa situación mientras Lucia le
admiraba. La habitación ya estaba más
iluminada y ella podía observar su rostro
con mayor claridad. Sería difícil encontrar
a alguien más apuesto que él.
Su rostro estaba bien esculpido y
equilibrado; sus rasgos convivían en
armonía. Tenía la nariz alta y los ojos
estrechos. No le encontraba ningún fallo.
Aun así, la gente no le consideraba:
“encantador”.
¿Por sus expresiones… faciales?
Siempre estaba indiferente y frío. Era
imposible adivinar sus pensamientos
observando sus expresiones. Era
complicado saber si se encontraba bien o
mal. Era famoso por su prestigio militar y
su presencia terrorífica en batalla, por lo
que los demás le temían.
Hugo se levantó y desapareció y ella
contempló como su atractivo marido se
marchaba con el corazón triste, sin la más
mínima idea de que iba al baño a
encargarse de su miembro.
¿Por qué ha aceptado casarse conmigo…?
No tenía la menor idea. Había pasado
mucho entre ellos, pero no lo suficiente
para justificar el resultado. Él era capaz de
encontrar a muchas mujeres dispuestas a
aceptar las mismas condiciones que ella.
En aquel entonces, escogió el mejor
camino posible, pero si se paraba a pensar,
lo suyo hubiese sido que él se burlase de
ella y la apartase como a un insecto.
El duque volvió del baño de mal humor.
Había sido capaz de encargarse de su
frustración, pero no estaba nada satisfecho.
Más que nada, estaba incómodo. Se
acababa de casar, tenía una mujer perfecta
delante de él, y aun así, había tenido que
recurrir a la masturbación. Había decidido
ser un caballero por ella, pero no podía
evitar hervir de rabia por dentro. Escondió
todo su enfado en su corazón y volvió
regresó a la cama.
Ella no se había vuelto a dormir, sino que
se había quedado dando tumbos por la
cama. Cuando sus ojos naranjas le miraron,
Hugo no pudo evitar sentirse molesto. No
obstante, nadie podía adivinar sus
sentimientos por su rostro. Parecía llevar
una máscara fría y despreocupada.
–¿No vas a dormir? Si no duermes no
tendrás fuerzas para después. Dentro de
unas horas nos iremos para el norte, no será
un viaje fácil.
–No seré una molestia para sus asuntos
diarios, no se preocupe, por favor.
Su voz era firme y fuerte, por lo que él
repasó la condición de su cuerpo de arriba
abajo.
–No puedes andar.
Lucia se puso a la defensiva con mala cara.
Cuando el continuó su estudio para
centrarse en su rostro, ella articuló un
“qué” silencioso.
–Está pensando en volverlo a hacer, ¿a qué
sí? – Le pilló desprevenido con esa
pregunta y él estalló en carcajadas.
–O sea que es culpa mía que no puedas
nadar.
–…No es que no pueda… Pero es raro…
–Haré que venga un doctor por la mañana.
–¿Eh? Estoy bien. Estoy bien, de verdad.
Lucia sacudió la cabeza y le rechazó
educadamente. ¿Cómo iba a poderle
explicar ese bochornoso dolor a otra
persona? Aunque esa otra persona fuera un
médico no quería hacerlo.
Lucia se levantó para demostrar que su
cuerpo estaba en perfectas condiciones,
pero sus músculos estaban rígidos y su
parte baja le dolía. Soltó un gritó silencioso
en su corazón mientras se le formaban
gotas de sudor en la frente.
Él chasqueó la lengua y la ayudó a volver a
la cama.
–Si estás cansada, dímelo claramente. Por
lo que veo, te será imposible partir hoy.
–Estoy bien de verdad. No sienta que debe
cambiar su horario por mí, por favor.
–Será un viaje de tres o cuatro días. No
habrá ningún pueblo o ciudad en la que te
puedas parar a descansar. Tendrás que
pasarte todo el día en el carruaje. ¿Eso te
parece bien?
–Sí, me parece bien.
–No seas terca con tonterías.
Hay que ser responsable por tus palabras.
Soltar palabras orgullosas, y luego poner
excusas sólo acarrea problemas. El duque
necesitaba entender su mentalidad para
prepararse para cualquier cambio y así
poder minimizar cualquier tipo de
problema que pudiese surgir en el futuro.
Las medidas preventivas son inútiles sin o
se preparan con tiempo. Con las mujeres
era igual. Decían que estaban bien y que no
hacía falta que se preocupase por ellas,
pero luego, le decían que eso no era lo que
querían decir y se quejaban porque no
entendía sus sentimientos. Siempre que eso
pasaba rompía con ellas allí mismo.
Cualquiera que ocultase sus quejas acabaría
apuñalándole por la espalda algún día.
–No estoy siendo terca… Entiendo que
usted tiene asuntos urgentes en el norte. Es
verdad que sufro cierta incomodidad, pero
por ahora puedo soportarlo.
En su expresión glacial se hizo una grieta.
La situación urgente de su ducado sólo era
una excusa que había dado para preparar el
matrimonio informalmente. No había
compartido ningún detalle explícito sobre
el asunto para que todo el mundo llegase a
la conclusión que el siguiente paso sería
regresar lo más rápido posible. Por
supuesto, no podía explicarle que se había
casado de esta manera para que no le diera
tantos problemas y que no pasaba nada en
el norte.
Como intentaba ocultar su bochorno su voz
sonó más amigable de lo normal.
–No habrá mucho problema si llego unos
días más tarde. Retrasaré el viaje unos días.
Lucia volvió a observarle. El hombre no
era tan abrumador ni frío como había
pensado. No ignoraba ninguna de sus
palabras y conversar con él no era nada
desagradable. Cuánto más le conocía,
menos le entendía. No era tan mala
persona, aunque tampoco era buena
persona. Cada vez que se decantaba, por un
lado, a los minutos, cambiaba de parecer.
–¿Puedo… preguntarle una cosa más?
–No, vete a dormir.
–Cuando los asuntos del norte estén
arreglados, ¿volverá a la capital?
Esa mujer… La estaba mirando con
frialdad y, sin embargo, no parecía ni
asustada ni dócil. Así había sido desde un
principio, no titubeaba cuando trataba con
él. Era callada, pero decía todo lo que
necesitaba. Podría ignorarla, pero
extrañamente, no le importaba responder a
todas sus preguntas.
–Hay muchas cosas que hacer. No planeo
volver a la capital en bastante tiempo.
Le había dicho al príncipe heredero que
volvería en dos años, pero no había
ninguna fecha decidida. Podía alargarlo
todo lo que quisiera.
–¿No pasará nada? O sea… ¿El príncipe
heredero ha aceptado de buen grado su
petición?
No esperaba esa pregunta. Hugo le
devolvió la mirada con interés. Es cierto
que estaba del lado del príncipe heredero,
pero no hacía nada por él personalmente.
Nadie podía dar una información de que así
era, por lo que era un tema bastante
sensible. ¿Esa mujer estaba interesada en el
poder? Almacenó esa información con
interés.
–No ha aceptado de buen grado.
Kwiz había intentado atar a Hugo con
amenazas y sobornos, pero ninguno le
había tentado. A pesar de que tenía un
sistema de administración que permitía que
sus tierras estuviesen bien durante un buen
tiempo sin él, tenía que hacer acto de
presencia.
–Veo que… sigue sus decisiones hasta el
final.
Lucia había adivinado esa tendencia suya.
Cuando decidía algo, seguía adelante. Sólo
habían tardado un mes en casarse
informalmente, todo había sucedido muy
rápido y sin pausa. Antes de poderse dar
cuenta, estaba firmando el certificado
matrimonial.
–¿Alguna vez ha lamentado alguna de sus
decisiones? – El silencio de su esposo fue
doloroso. – …Si es una pregunta
demasiado personal, pues…
–Nunca. No le tengo cariño a nada del
pasado: es inútil aferrarse a algo imposible
de cambiar.
Con que así es como era las cosas. Lucia
sintió un tirón helado en su corazón.
Cuando me tiré, no piensa mirar atrás. Le
da igual si se trata de trabajo, relaciones
humanas o chicas.
Era un hombre fuerte y arrogante, como en
su sueño. Siempre había sido seguro de sí
mismo y recibía los elogios de la gente
como algo obvio. Muchos le anhelaban,
pero como era difícil acercarse a él, la
mayoría se limitaban a echarle vistazos
desde lejos. Puede ser que a Lucia le
gustase ese hombre más de lo que había
imaginado.
Era increíble que él estuviese a su alcance.
Se había convertido en su esposa, era
increíble que ahora fuese su mujer.
Qué ojos tan brillantes, pensó Hugo
mientras estudiaba los ojos calabaza. Sus
ojos relucían con deseo, miedo y
admiración. Normalmente, las mujeres que
le deseaban no tenían esas emociones. Las
muchas mujeres que habían tratado de
seducirle sólo deseaban su riqueza y
autoridad, jamás había visto a una mujer
con los ojos tan claros.
¿Era tan diferente porqué había crecido en
unas circunstancias únicas? Si hubiese
crecido como la realeza normal, rodeada de
criadas, no sería tan distinta. Todo esto era
posible sólo porque había crecido pensando
que era una plebeya.
La teoría del hombre era que el mundo no
iba a cambiar. Algún día, los ojos claros de
la muchacha sucumbirían a la codicia de
este mundo. La joven era tan inocente
porque todavía no había experimentado el
mundo real.
No parecía tonta, o al menos, no lo
suficiente como para ser una molestia en el
futuro. Además, su cuerpo no sólo era
bueno, era increíble. Hugo estaba
perfectamente satisfecho con esos
resultados a pesar de que había sido un
matrimonio precipitado.
–Parece que sólo te irás a dormir cuando
me vaya.
–¿Y mi señor? ¿No va a dormir más?
–Siempre me levanto sobre esta hora.
–¿Tan… temprano?
El Conde Matin sólo se despertaba cuando
el sol ya estaba en alzas: al mediodía. Lucia
sospechaba que nunca había visto las
mañanas, pero en su defensa hay que decir
que no era porque el Conde fuese
particularmente holgazán, acostarse
después de la medianoche y levantarse bien
entrada la mañana era una práctica habitual
entre nobles porque frecuentaban bailes,
fiestas y cenas.
–Te he dicho que no me llames “mi señor”
en la cama.
–…Sí, pero… No es tan fácil… No me
siento bien…
Las otras mujeres siempre habían estado
impacientes por llamarle por su nombre, no
obstante, esta mujer no era tan fácil.
Aunque estaba sentado muy cerca de ella,
la joven no le había puesto ni un solo dedo
encima a diferencia de las otras que,
después de una noche de pasión, solían
acurrucarse y pegarse a él como un trozo de
chicle.
¿Lo de ayer fue desagradable? A lo mejor
tratar de tocarla ahora ha sido una mala
idea.
Era distinta a otras mujeres. Las otras no
lloraban de dolor como ella. Por primera
vez en toda su vida, Hugo cuestionó su
propio orgullo.
–Vivian.
Nunca albergaba preguntas en su corazón,
pero al enfrentarse a aquellos ojos que le
devolvían la mirada, no consiguió reunir el
valor para preguntar: “¿qué opinas de
nuestra primera noche juntos?”. Puede ser
que temiese la respuesta que podría salir de
la boca de la muchacha. Siendo ella, no
respondería un “ha estado bien” por el bien
del orgullo del hombre.
–…En lugar de practicar mi nombre,
practica no sorprenderte cada vez que
escuchas el tuyo. ¿Puede ser que no te
guste cuando te llamo por tu nombre?
–…Ese nombre… me incómoda…
–Tengo que llamarte de alguna manera.
–Hay muchas formas.
–¿Muchas? ¿Cuáles…? “¿Esposa mía”?
¿“Cariño”? ¿“Amor”? ¿“Mi amor”?
¿“Cielito”? – El rostro de Lucia se
ruborizó. ¿Cómo podía decir esas palabras
con tanta naturalidad? – Elige. – Él ladeó la
cabeza a un lado al ver que ella permanecía
quieta con la boca cerrada. – ¿No te gustan
los apodos normales? ¿Qué te parece “mi
rayo de sol” o “mi alma gemela”?
–¡Mi nombre! Llámeme por mi nombre,
por favor.
–Mmm. Yo también creo que es lo mejor,
Vivian.
La sonrisa burlona del hombre puso de
malhumor a Lucia. Tal y como cabía
esperarse de un mujeriego. No esperaba
que le fuese fiel sólo por haberse casado.
En su sueño, aunque no tenía ninguna
amante oficial por su matrimonio, solía
esconderse alguna por aquí y por allí.
–Hasta aquí, vete a dormir.
–Pero…
–¡Vivian!
Lucia abrió los ojos como platos, entonces,
al siguiente instante, estaba riéndose.
¿Y ahora qué hago? Se preguntó Hugo para
sí mientras la contemplaba reír con sus ojos
dulces.
–¿Cuántas horas suele dormir?
–Unas tres o cuatro.
–¿Cada día?
–A veces sólo duermo una o dos.
Lucia se quedó boquiabierta de la sorpresa.
Ser un duque no era un trabajo fácil que
cualquiera pudiese llevar a cabo, sólo
alguien trabajador podía desempeñarlo.
–…Lo siento. Eso me será imposible,
podría morir si sólo duermo tres o cuatro
horas al día.
–¿…Te he pedido que lo hagas?
–Mi señor… Hugh… ¿Cómo puede dormir
la esposa del duque mientras su esposo está
trabajando…?
Era difícil determinar si él reía por
diversión o por haberse quedado atónito.
–Aprecio tus intenciones, pero no hace
falta. Cierra esa boca que tienes y duerme.
Cubrió los ojos de Lucia con la mano que,
de lo grande que era, casi le tapó la cara
entera. Hugo no disfrutaba demasiado de
hablar con mujeres, pero conversar con ella
no le pareció molesto. En realidad, tenía
una voz muy agradable, clara y dulce, no
esa típica voz nasal y aguda.
–Siento haberle molestado.
No le había molestado, pero no se molestó
en negar su afirmación.
Lucia parpadeó un par de veces en la
oscuridad y, al poco tiempo, volvió a
dormirse. Él notó cómo la respiración de
ella se ralentizaba y se volvía más rítmica y
soltó una risita silenciosa.
La observó dormir tranquilamente durante
un rato antes de levantarse. Rodeó la cama
y se inclinó sobre su lado, entonces, la besó
en la mejilla sintiendo el cosquilleo de su
aliento. Le lamió el labio inferior con
suavidad y se lo chupó antes de separarse.
Finalmente, se enderezó con una expresión
complicada.

* * * * *

Jerome y las criadas esperaban en la


recepción. De ningún modo iban a molestar
a la pareja de recién casados en su
dormitorio. Habían estado ignorando esa
norma desde la muerte de la anterior
duquesa, sin embargo, con la aparición de
la nueva se había vuelto a aplicar.
Cuando Hugo terminó de bañarse, las tres
sirvientas se movieron para ayudarle. Le
sacudieron el agua que quedaba en su
cuerpo mientras le ayudaban a quitarse el
albornoz para poderlo vestir con sus ropas
normales. Mientras lo hacían, descubrieron
la marca de un mordisco en el brazo de su
señor y arañazos rojos en los hombros, sin
embargo, guardaron silencio y se
apresuraron a esconderlo bajo su ropa.
Las tres criadas se habían mudado a la casa
como si fueran una sola en perfecta
armonía. La más joven de las hermanas
tenía diecisiete años, sus padres habían
fallecido por culpa de una epidemia en los
barrios bajos y los únicos que habían
sobrevivido de los miembros de su familia
habían sido sus hermanas.
Las tres huérfanas perdieron la voz por la
epidemia y Jerome decidió acogerlas bajo
sus alas y educarlas personalmente. Las
tres eran inteligentes y leales. Después de
todos aquellos años sobresalían tanto en su
trabajo que Jerome ya no tenía que
vigilarlas.
–Todas las preparaciones están listas. ¿Le
gustaría hacer la inspección final una
última vez?
–Voy a pasar el viaje a mañana.
–Sí, mi señor. Ayer vinieron unas criadas
de palacio por la noche, dijeron que
volverían esta mañana cuando les informé
de que usted estaba durmiendo.
Kwiz era bastante terco, no se había
rendido. Seguramente continuaría
molestándole a través de cartas pidiéndole
que volviese a la Capital. Conseguir
molestarle hasta el punto más alto era un
talento suyo.
–La próxima vez deja que pasen la noche
aquí. Hoy iré a palacio.
Debía ir a palacio a tranquilizarle un poco
ya que todavía tenía un poco de tiempo.
Las batallas internas de palacio por ser el
próximo Emperador eran fieras y el
príncipe heredero era el objetivo de todo el
mundo por culpa de su título. En aquellos
momentos, el príncipe no tenía el poder
para acabar con nadie, era un objetivo
reluciente delante de todos. Sin embargo, a
pesar de aquella intensa situación, Kwiz
había cedido a la decisión del duque de
volver al norte.
–Llama a un doctor mientras no estoy.
El duque jamás había llamado a un doctor
hasta entonces. La persona con más tiempo
libre del mundo era el doctor de la familia
del duque. Por tanto, todos los presentes
comprendieron cuál debía ser el motivo de
su repentino cambio de opinión.
–¿La duquesa está enferma?
–No, todavía no le llames. Cuando nuestra
princesa se despierte, pregúntale si necesita
uno. Sigue sus palabras. – El duque no
olvidó ninguno de los detalles de la noche
anterior. – Asegúrate de que sea una
doctora.
–…Sí, mi señor.
¿Una doctora? A Jerome la cabeza le
empezó a dar vueltas. Decidió que
descifraría el mensaje de su amo más tarde.
¿Pero dónde diablos iban a encontrar a una
doctora? Concretó que lo mejor sería
investigar cuáles eran las mejores doctoras
antes de nada.
–Mi señor, soy Fabian.
Hugo frunció el ceño al escuchar la voz que
provenía desde el otro lado de la puerta.
Era demasiado para que Fabian apareciese.
Sólo venía antes de tiempo cuando sucedía
algo urgente, así que no debían ser buenas
noticias. Cuando se le concedió permiso
para entrar, Fabian le entregó un sobre con
cortesía al duque.
–Ha llegado un mensaje urgente del norte.
La expresión de Hugo se ensombreció
mientras leía la carta, como si le hubiesen
gafado. En su territorio las cosas habían
empeorado de verdad por la larga ausencia
del duque.
Si el amo no disciplinaba a sus súbditos
como tocaba, estos, ya fueran animales o
humanos, olvidarían cuál era su lugar. Los
barbaros eran terriblemente fieles a esta
lógica. Mientras se les mantuviese a raya
no se atrevían a hacer nada.
–¿No he sido muy generoso cuando no se
les pasaba por la cabeza molestarme?
Su gruñido creó un ambiente gélido.
Jerome y Fabian mantuvieron la boca
cerrada y atendieron a su señor con ojos
cautelosos.
–Fabian, informa a todo el territorio norte
que voy a honrarles con mi presencia. Voy
a hacer mis rondas ya que paso por ahí.
–Pero, mi señor, entonces…
–Da igual. Tengo ganas de ver lo mucho
que pueden luchar. Verlos con espíritu
luchador me hará feliz, pisotearles así va a
ser divertido.
–Sí, mi señor. – Fabian le dedicó una
respuesta firme y corta.
–Jerome, partiré pronto. Tú quédate aquí y
escolta a la duquesa. No tengas prisa.
–Sí, mi señor.
Jerome siguió al duque, que ya estaba
yéndose, hasta su caballo. Antes de
montarlo, Hugo le dejó un último mensaje.
–Es la señora de la casa Taran, dale todos
tus respetos.
–Seguiremos sus órdenes, mi señor.
Hugo pateó a su caballo y se alejó a galope
seguido por sus caballeros. Jerome se
quedó allí de pie observando al duque hasta
que ya no quedaba ni rastro de él. Antes de
abrir la puerta de la mansión, volvió a darse
la vuelta para ver por donde se había
marchado su amo.
–…La señora de la casa Taran.
El duque no había dicho nada del otro
mundo. Había dicho algo totalmente
obvio: “dale todos tus respetos”. Pero algo
tan obvio lo había dicho Hugo, por lo que
se convertía en algo increíble. El duque no
era alguien que cuidase de los demás, ni
siquiera se molestaba por aparentarlo.
¿Será cosa mía?

Sólo el futuro lo sabía.

Capitulo 10 el territorio del norte


Lucia se despertó porque necesitaba ir al
baño bastante tiempo después de que Hugo
partiese. Se levantó y tiró de una cuerdecita
para llamar a sus criadas. Por culpa del
alcohol de anoche tenía acidez. Las
sirvientas aparecieron en escasos segundos,
como si hubiesen estado esperando al otro
lado de la puerta.
–Buenos días, señora.
–Me gustaría usar el baño, ayudadme.
Lucia consiguió apearse de la cama con la
ayuda de las criadas. Cuando intentó
ponerse en pie, le recorrió un dolor por
todo el cuerpo obligándola a hacer una
mueca.
–¿Se encuentra mal? ¿Llamamos a un
médico?
Lucia observó las expresiones de sus
criadas momentáneamente. Las tres le
hablaban con el mayor de los respetos, sin
embargo, era como si le estuviesen
diciendo que sabían por qué y dónde le
dolía. Tal vez fuese por su propio
complejo de inferioridad, porque las
expresiones de las criadas no cambiaban.
Era un alivio que la estuviesen atendiendo
criadas mayores. Si fueran jóvenes de unos
veinte habría estado muy incómoda y
avergonzada.
Lucia comprendía cada detalle de la vida
de las criadas y sus hábitos. Delante de sus
amos, se comportaban con cortesía y
estaban adiestradas para mantener una
expresión neutral todo el tiempo. No
obstante, sólo ponían esas enseñanzas en
practica delante de sus amos, a espaldas de
sus señores se jactaban y reían como
cualquier otro ser humano.
A menudo, las criadas vivían en la misma
casa que sus amos y su libertad era
restringida. Por tanto, sus intereses y su
fuente de entretenimiento se dirigían a los
asuntos familiares de su dueño. Sus vidas
se basaban en la constante observación de
las palabras y las costumbres de sus amos.
Cuando Lucia trabajó de criada se limitó a
concentrarse en sus tareas, había sido una
sirvienta sincera y callada y, gracias a ello,
terminó convirtiéndose en la criada favorita
de su amo e incluso se le ofreció la
oportunidad de asistirle en eventos sociales.
Las otras criadas, al enterarse, la
empezaron a mirar con desdén y la
marginaron.
Si la personalidad de Lucia hubiese sido
más animada, le habría pedido a su amo
que castigase a las otras y hubiese andado
con la cabeza bien erguida, sin embargo,
todo lo que le importaba era poder llevar a
cabo su trabajo lo mejor que pudiese.
Tal vez alguien pueda pensar que las
criadas se lo agradecieron, pero no fue así:
la trataban como si fuera un bicho. Aun así,
a Lucia no le dolió su comportamiento. Sus
conversaciones nunca fueron demasiado
elegantes, sobre todo por la mañana cuando
sus amos salían de sus aposentos. En esos
momentos sus cuchicheos eran
especialmente horribles y todo lo que Lucia
podía hacer era suspirar.
Estas criadas del palacio del duque no eran
diferentes. Sin embargo, si no se las pillaba
hablando de esa manera, no se las podía
castigar. Era bastante estresante porque
sabía todos los secretos sucios y oscuros
que iban a suceder detrás del telón.
–…No hace falta. Si me ayudáis estaré
bien. Ah, sí, ayer rompí una copa.
–Ya lo hemos limpiado, pero lleve sus
zapatillas por precaución, por favor.
La joven había estado durmiendo todas
aquellas horas ignorando que las criadas
habían entrado y salido de su cuarto. Era
posible que hasta se hubiese desmayado.
Lucia volvió a su habitación con pasos
lentos, pero se detuvo delante de la
ventana. Las sirvientas que la ayudaban
también se detuvieron y la esperaron en
silencio.
Desde el balcón podía apreciar el enorme
jardín. Era un lugar homogéneo y entre
todas las plantas, descubrió algo corriendo
a paso ligero a la mansión.
¿Roy Krotin…?
Corría como un oso salvaje al que
intentaban cazar. ¿Habría sucedido algo
aquella mañana? Podía adivinar de un
vistazo que se trataba de algo importante.
–¿Dónde está mi señor?
–Ha partido hacia el norte esta mañana.
–¿…No está aquí?
–El mayordomo jefe está esperando para
informarla, señora.
–Dejadle pasar, pues.
–No tiene permitido la entrada…
–Ah…
Nadie tenía permitido pasar a su habitación
si su marido no estaba, a parte de otras
mujeres. Xenon era flexible en cuanto al
adulterio, pero dejar pasar a cualquier
hombre a la habitación principal era un
tabú.
No pasaba nada si los encuentros eran en
jardines, pero dentro de los dormitorios
estaba prohibido y de darse esa condición,
era imposible que el divorcio no implicase
alguna compensación.
Antes de la guerra hubo otro país que
señaló a Xenon y afirmó que era un
desastre. Xenon envió una carta
recriminándoles que estaban insultando a la
familia real y se las apañaron para recibir
una disculpa, aunque Lucia dudaba que
fuera cierto.
–¿Y lo de salir mañana?
–El señor ha ordenado que todo posponga
hasta mañana.
–Entonces, no debe ser nada demasiado
urgente. Hablaré con el mayordomo
después, voy a descansar un poco más.
Lucia pidió una taza de agua con miel y
volvió a dormir. La expresión desesperada
de Roy todavía seguía en los pensamientos
de la muchacha.
¿Qué necesitaba Roy si el duque se había
marchado aquella mañana? Era demasiado
problemático y volvió a quedarse dormida.

* * * * *

–¿Cómo ha podido pasar? ¿Cómo?


Roy hervía de rabia bajo el brillante sol
matutino. Su cabello rojo parecía llamas en
esos momentos. Era algo habitual y a nadie
le interesaba.
–¿Y el príncipe heredero? ¿Por qué estás
aquí?
–¿A quién le importa? ¡No he aceptado!
El príncipe heredero había accedido a que
Hugo se marchase de la capital mientras
dejase a un soldado ahí y Roy había sido
seleccionado como el candidato perfecto.
Era imposible predecir con qué saldría
Roy, pero nadie podía vencerle. La única
persona que podía hacerle papilla era
Hugo.
A nadie le importaba la opinión de Roy.
Hugo le había dado las órdenes con su
acostumbrado: “porque yo lo digo” y había
ignorado las objeciones del muchacho.
Hacía dos noches que Roy se había
convertido en el soldado de Kwiz y Hugo
le había dado semejante paliza que tenía la
cara negra y azul para obligarle a cumplir
con su trabajo.
Aquella mañana, el duque le había enviado
una carta a Kwiz y Roy había podido leerla
por encima del hombro de su protegido.
Era una carta breve en la que se explicaba
que había sucedido algo en el norte, por lo
que tenía que partir. En cuanto Roy había
leído aquello, salió corriendo tan rápido
como pudo en busca del duque, pero su
señor ya había partido.
–El señor ya te ha dado una tarea. Será
mejor que vuelvas, no es bueno que dejes
tu puesto.
–¡No tengo tiempo para eso! ¡Las cosas en
el norte no están bien! ¿Cómo me puedo
quedar sin diversión?
Dean miró a Roy como si fuese patético.
–¿A eso lo llamas diversión?
–¡Es cien veces mejor que quedarme
pegado al príncipe heredero como una
estatua! Voy a seguirle.
–Sí, claro. Dalo todo. El señor te matará en
cuanto te vea.
A pesar de la predicción despiadada de
Dean, Roy se cruzó de brazos.
–Hmph, puede que me deje al borde de la
muerte, pero no me matará.
–…Te enorgulleces de lo más raro que
pillas. Pero sí, no morirás, aunque
seguramente perderás una o dos piernas.
No, espera. No te romperá los huesos, pero
te dará semejante paliza que no podrás
moverte en tres o cuatro días.
Roy le echó una mirada furtiva con ojos
molestos, pero al final, dejó caer los
hombros. Roy admiraba muchísimo a su
señor, pero de vez en cuando, su
personalidad era realmente peculiar. Roy
era el único caballero que el duque se
molestaba en pegar y, además, la única
persona que se atrevía a molestarle era él.
En realidad, era bastante admirable que
Roy continuase siendo capaz de desafiar al
duque a pesar de sufrir esas golpizas tan
horribles.
–Sí, duele bastante. ¿Por qué estás aquí?
¿Cómo es que no has seguido a nuestro
señor?
–Estoy a cargo de escoltar a la señora hasta
el norte.
–Ah… Está casado. – Murmuró Roy en un
tono neutral.
Los demás habían jadeado de la sorpresa al
enterarse de las noticias, sin embargo, Roy
simplemente se lo había tomado tal cual,
sin reaccionar demasido. Su mentalidad era
algo distinta a la del resto de la población.
–Mm, ¿y quién es la señorita de la casa?
Me he enterado de que es una princesa.
Aunque ya sé quién es.
Roy no era tan estúpido como para filtrar la
información privada del duque. Cada vez
que pensaba en cómo su señor y la
jovencita se habían conocido no podía
evitar hacer una mueca. La princesa le
había dado un golpe directo con su: “he
venido a proponerle matrimonio”. En ese
momento el duque se había quedado
completamente aturdido. Fue novedoso ver
a una jovencita tan menuda atacar de esa
forma al duque.
–Estoy un poco preocupado. No estoy
acostumbrado a escoltar a… nobles.
–Creo que estarás bien.
–¿Mmm? ¿Ya la has visto?
Roy se rascó la cabeza.
–No, pero… Bueno, seguramente no te
pasará nada. Tengo un presentimiento.
Dean estalló en carcajadas.
–Vale. Voy a confiar en tu instinto animal.
Bueno, para ya y vuelve a tus quehaceres.
Si el mayordomo te pilla te va a dar una
buena regañina.
–Ugh… Jerome me da… miedo.
A veces era mucho más terrorífico que el
mismo duque.
–Bueno, me alegra oír eso.
Roy empalideció al escuchar la voz que
provino de su espalda. Jerome había
aparecido detrás de ellos hacía un buen rato
y les estaba mirando como una bestia
salvaje hambrienta. Roy chilló como si el
dios de la muerte llamase a su puerta.

* * * * *

Cuando se despertó, el sol del mediodía


brillaba. Pudo abrir los ojos, pero no
conseguía moverse como quería. Era como
si su cuerpo se hubiese convertido en una
roca gigantesca y la hubiesen pegado en la
cama. Estaba mucho más fatigada que
aquella mañana.
Qué daño…
Sus músculos le dolían cada vez más con el
paso del tiempo. Si el dolor hubiese
subsidiado en su reposo se podría haber
tranquilizado, pero no fue así. Tal y como
le habían dicho, viajar en esas condiciones
le habría sido imposible. Las criadas que la
asistían adivinaron que se encontraba peor
y parecían inquietas.
–Mi señora, ¿se encuentra muy mal?
–¿…Podríais traerme una comida ligera?
Me gustaría poder comer tranquilamente en
la cama.
Lucia hizo una mueca de dolor mientras
hablaba. Tenía la garganta seca desde
aquella mañana y ahora la sentía adolorida
y garabatosa.
–Ah, sí, señora. Se lo prepararemos de
inmediato.
Las criadas le trajeron bandejas llenas de
una gran cantidad de platos en poco
tiempo. Un vaso de leche caliente, fruta
cubierta de nueces y con miel, un platito
con aperitivos, pan recién hecho y demás.
Se levantó con la ayuda de otra muchacha y
comió. Sintió como se llenaba de energía
mientras comía.
Terminó de comer, se dio un baño y,
después de aquello, volvió a descansar
hasta bien entrada la tarde. Entonces, fue al
recibidor para charlar con Jerome. A pesar
de que sólo había pasado un día, Jerome se
preocupó al ver que su condición animada
había cambiado drásticamente, como si
tuviese un pie ya en la tumba.
–Nuestro señor ha pedido a un doctor para
usted, mi señora.
–No hace falta. He oído que ya se ha ido
para el norte.
–Sí, ha recibido un mensaje urgente del
ducado de Taran y se ha partido de
inmediato.
A Jerome le inquietaba que la nueva señora
de la casa enfureciese por ese motivo. El
duque se había marchado por asuntos
urgentes cuando se acababan de casar. Se
había marchado sin despedirse y, para
empeorar las cosas, era imposible
determinar cuándo volverían a verse.
A Lucia, por su parte, no le sentó para nada
mal. Sabía que habían arreglado su
matrimonio con tanta prisa por lo de su
ducado.
–¿Cuándo nos iremos?
–Ah, sí. En un principio mañana, pero mi
señor ha dicho que no hace falta que
tengamos prisa. Podemos irnos cuando
usted esté lista.
–Nos iremos mañana porque es lo que está
programado.
–Sí, señora. Me gustaría discutir las
instrucciones del viaje. ¿Cuándo será
posible?
–Si está todo listo, me gustaría escucharlo
ahora.
–Sí, señora. Partiremos desde la capital al
ducado Taran en Roam. Roam es una
ciudad con el mismo nombre que el castillo
del duque de Taran. Está muy lejos, pero
viajaremos por la puerta para acortar el
viaje a cuatro días. ¿Alguna vez ha usado la
puerta?
–Nunca.
Xenon había conseguido mantener su poder
gracias a su artilugio de magia llamado: “la
puerta”. Sin importar lo lejos que estuviese,
el Emperador puede recibir cualquier
mensaje en menos de una semana gracias a
ello. A pesar de que muchos países eran
conocedoras de las puertas, Xenon era el
dueño de la mayoría.
Antiguamente, la magia era algo común,
sin embargo, de repente, se volvió algo casi
inexistente y los historiadores de hoy en día
siguen investigando ese fenómeno.
Cuando el reino de la magia desapareció
del mundo, la profesión y toda la
investigación que lo envolvía también lo
hizo. No obstante, algunos artefactos
mágicos continuaron en el mundo y ahora
se consideraban reliquias que se guardaban
en la tesorería nacional.
–Hay un día y medio de camino hasta la
puerta más cercana. Entonces, nos
teletransportaremos a los territorios del
norte y continuaremos hasta Roam.
–¿El castillo del duque está a cuatro días de
camino de la puerta? Está bastante lejos;
¿la gente normalmente no construye sus
palacios más cerca?
–Hay sólo cuatro puertas en el norte. La
que está más cerca de Roam está rodeada
de muchas rocas y peñascos, lo que hace
viajar en carro muy molesto.
–¿Sólo hay cinco? ¿A pesar de lo grande
que es el territorio?
–Sí, sólo cinco.
Por ese motivo los nobles del norte no
solían frecuentar la capital: era demasiado
difícil viajar.
–Pero Jerome, todo el mundo no tiene
permitido… acceder a las puertas. Sé que
sólo los oficiales pueden acceder. ¿No
pasará nada por viajar por allí por motivos
personales?
–Estrictamente hablando, usted tiene razón.
Sólo se permite el uso de la puerta por
asuntos gubernamentales, sin embargo, la
puerta principal de la capital permite su uso
a todo aquel que pueda pagar. Además, el
duque ha afirmado que la va a usar. ¿Quién
sería lo suficientemente valiente como para
oponerse?
–…Ya veo.
Su marido era un personaje importante,
pero todavía no se había hecho la idea. El
estatus de una mujer se basaba en el de su
padre o marido, pero eso no significaba que
si eras la Emperatriz la alta sociedad fuera
a aceptar. Las mujeres eran una propiedad
más del marido o del padre. Si la duquesa
mostraba su influencia, las baronesas
tendrían que acatar sus órdenes. No estaba
escrito por ley, pero todo el mundo
aceptaba ese sistema.
En su sueño había sido una condesa. El
Conde Matin poseía territorios y gracias a
su larga historia en la capital tenía una
influencia mayor que otros, por lo que
había habido mujeres por debajo de ella.
Aun así, Lucia jamás había pisoteado a las
de su alrededor por orgullo. Para empezar,
nunca se sintió parte de las pertenencias de
su marido. Por lo tanto, nunca concretó su
lugar en la pirámide social.
¿Si ahora usase su posición para controlar a
los demás lo acabaría disfrutando? En esos
momentos sólo se sentía como un parásito
en la vida del duque.
–Mañana le presentaré a los que van a
escoltarla. ¿Alguna pregunta?
–¿Hay algo con lo que tenga que ser
prudente?
–Si se me ocurre algo, la informaré
mañana.
Se pasó el resto del día descansando en la
cama y a la mañana siguiente ya se sentía
mucho mejor, pero tenía otro problema. La
sangre no se había detenido desde su
primera noche con él. No sangraba
demasiado, pero las criadas no pudieron
evitar percatarse de ello.
–Señora, permítenos que llamemos a un
doctor por precaución.
Al día siguiente, en lugar de partir tal y
como se había previsto, se llamó a una
doctora.
No había demasiadas doctoras, raramente
se aceptaba a una mujer en la escuela de
medicina y, aunque consiguieran entrar,
siempre las comparaban con sus colegas
masculinos. Nadie aceptaba la diagnosis de
una mujer como la final. Y, aunque el
dormitorio de una noble estaba limitado a
otras mujeres, los médicos eran una
excepción, por lo que era innecesario
buscar a una doctora. La demanda de
doctoras era baja y era mucho más fácil
encontrar a un hombre. Por tanto, la
mayoría de mujeres que trabajaban en el
campo de la medicina apenas se las
apañaban para subsistir.
Generalmente, las esposas de los doctores
solían ser sus ayudantes durante un tempo
antes de empezar formalmente su
formación de doctora. Si tanto el marido
como la esposa eran médicos salía muy
rentable y, por tanto, la mayoría de
doctoras estaban en esa situación.
Pero la doctora a la que habían llamado
aquel día era viuda.
Era muy extraño que una noble de prestigio
llamase solicitase a una doctora. La mujer
siguió a la criada hasta el dormitorio de la
señora de la casa y cuando descubrió a la
muchacha menuda sobre la cama, se relajó.
Se esperaba una noble abrumadora pero la
paciente que tenía ante ella era una
jovencita.
–¿Dónde le duele?
El rostro de la noble se ruborizó como una
cereza y no respondió de inmediato. La
mujer vaciló y miró a la criada en busca de
ayuda. La criada se percató de ello y
preguntó:
–¿Debería explicarlo en su lugar, señora?
Y entonces, cuando se le concedió el
permiso, la sirvienta dio una explicación de
una forma concisa y tranquila.
La doctora, que escuchó atentamente, se
fue relajando. Echó un vistazo a su paciente
que yacía en la cama y se tragó la risa. La
recién casada parecía ser adorable.
–Mi señora, ¿le duele en algún sitio?
–…Un poco cuando me muevo…
–¿No cree que pueda estar menstruando?
–No.
–Cada virgen reacciona de una forma
diferente después de su consumación.
Algunas sangran mucho y otras nada. Hay
casos en los que sangran durante muchos
días. Mientras no sangre mucho como si
estuviese menstruando o dolor, no hay nada
de qué preocuparse. Su cuerpo se arreglará
solito con el tiempo. No se fuerce y
descanse durante cuatro días más, por
favor, y se recuperará.
A Lucia empezó a quemarle el rostro
mientras escuchaba a la doctora. Llamar a
una doctora había sido innecesario, todo lo
que necesitaba era descansar. Era como si
estuvieran anunciándole al mundo entero
los acontecimientos de la noche anterior, y
no podía levantar la cara del bochorno.
–Ah, por favor no lo hagan hasta que deje
de sentir dolor cuando se mueva. Los
órganos reproductivos de las mujeres son
más delicados de lo que parecen. Si no
tiene cuidado, podría tener efectos
secundarios. De todas formas…
¿De todas formas, qué? Ahora mismo él no
estaba ahí, así que era imposible que
pudiesen consumar. ¿Eso significaba que si
hubiese estado allí tendría que haber hecho
algo? Lucia no dejaba de darle vueltas a
esas preguntas, acrecentando su bochorno.
–Ah… Sí, entiendo. El trabajo está hecho,
gracias por pasarte.
–No necesita medicación, pero le recetaré
unos medicamentos para ayudarla a
recuperarse.
Jerome llamó a la doctora, después de que
terminase de recetar los medicamentos, a
otra habitación.
–¿Ha pensado en la oferta?
Jerome buscó rápidamente una doctora
talentosa en cuanto el duque lo pidió. Allí
en la capital fue fácil encontrar alguna,
pero en Roam no había ninguna y no podía
dejar pasar las órdenes de su señor como si
nada. Había reflexionado a fondo en las
posibles segundas intenciones que pudiesen
significar sus palabras y cumplió con sus
deberes. A veces era difícil llevar a cabo su
trabajo, pero ser mayordomo era vocación
suya y jamás se le había pasado por la
cabeza que fuese algo molesto.
La familia del duque era Philip, un hombre
y, al parecer, su señor no estaba
especialmente contento con la idea de que
fuese él quien controlase la salud de su
señora. Sus instintos solían tener razón.
Jerome le ofreció a Anna convertirse en la
doctora de su señora. El día anterior le
había pedido que se pasase por la mansión
y la mujer había accedido fácilmente a
atender a la paciente.
–Me dijiste que no tendría que irme de la
capital para siempre.
–Sí, podrás volver de aquí unos años.
–Acepto.
Anna no quería abandonar este lugar
plagado de recuerdos, pero ahora vivía sola
y era difícil encontrar un trabajo estable en
una familia noble de prestigio. Jerome rió
con una sonrisa educada.

–Te doy la bienvenida a la familia del


duque de Taran, Anna.

.x.x.x
Parte II
Lucia se pasó los días durmiendo para
recuperarse. Tuvo que descansar durante
otros dos días hasta que por fin dejó de
sangrar. Se sentía mucho mejor y, aunque
sus muslos todavía estaban algo
entumecidos, era soportable.
La joven era la única persona sin nada que
hacer antes de partir, el resto estaba
ocupado encargándose de las necesidades
de última hora. Jerome estaba
principalmente concentrado en comprobar
las raciones de comida y la medicina de
urgencia para su viaje, además de las
comodidades para su señora.
Había catorce empleados trazando un
itinerario detallado para su viaje hasta el
norte. Lucia, sus dos criadas, Jerome,
Anna, las tres hermanas mudas, cinco
criados y cuatro caballeros iban a viajar
juntos. Justo cuando la nueva duquesa
disfrutaba de su último té antes de partir,
Jerome decidió presentarle a los cuatro
caballeros que iban a viajar con ellos.
Cuando la joven accedió, Jerome dejó
pasar a los hombres.
Pensaba que Sir Krotin vendría con
nosotros.
No reconocía a ninguno de los caballeros.
Sir Krotin había llegado corriendo a la
finca con tanta vehemencia que le había
causado bastante impresión. Sin embargo,
pensó que preguntar por alguien que no
estaba presente sería una grosería, por lo
que decidió no hacerlo.
Uno de los caballeros estaba a mitad de sus
veinte, el resto eran unos cuatro o cinco
años más mayores. Todos estaban
esperando en la puerta, quietos como una
estatua. Guardaban las distancias con Lucia
que seguía sentada en el sofá del recibidor.
–Jerome, ¿hay algún motivo por el que los
caballeros tengan que quedarse tan lejos?
–No, es una medida de precaución para no
asustarla, señora.
Los caballeros eran altos y robustos, y si le
añadían las armaduras, parecían gigantes.
Todos iban equipados con una espada larga
en la cadera. Las mujeres solían asustarse
cuando los tenían cerca.
–No pasa nada. Diles que se acerquen. Al
menos debería ser capaz de reconocer sus
caras. Si hay alguna emergencia no podrán
mantenerse alejados.
A Lucia aquellos hombres tan vigorosos y
altos no la asustaban. Si así fuera no habría
podido acercarse al duque. Había aprendido
de su sueño que el físico de una persona no
la definía ya que había sido la dueña de una
tiendecita de reparación de armas y
armaduras de caballeros.
–Entendido, señora.
Los caballeros se le acercaron hasta
quedarse a unos pocos pasos. Jerome los
presentó por sus nombres, uno a uno,
mientras que cada uno iba asintiendo con
cortesía.
–Mi señora, – dijo el más mayor. –
haremos todo lo posible por protegerla y
ofrecerle la mayor comodidad posible, pero
hay algo que debe tener en mente. Estoy
seguro de que no se va a dar esta situación,
pero en caso de que nos viéramos envueltos
en algo peligroso, por favor, no deje el lado
de Sir Heba.
El líder de los caballeros le presentó a Sir
Dean Heba, el más joven de los cuatro.
–¿Por qué? ¿Por qué Sir Heba va a
protegerme en lugar del líder de los
caballeros?
–Porque es el más habilidoso.
–No lo entiendo. Por lo que sé, el rango de
un caballero se decide por habilidad, no por
edad.
Los caballeros se miraron entre ellos con
un extraño fulgor en los ojos. La muchacha
había nombrado una regla no escrita que
seguía todo el mundo, una costumbre
secreta que sólo conocían aquellos que
trabajaban con caballeros cerca.
–Eso es… Porque Sir Heba es…
–Se lo explicaré yo mismo. – Como el líder
de los caballeros no consiguió responder,
Dean se adelantó. – No soy de alta cuna, ni
he sido formalmente aceptado en ningún
grupo de caballeros. Soy un caballero de
sangre plebeya.
–¿Y?
Dean pensó que sus palabras bastarían para
convencer a la joven, pero ella le tomó por
sorpresa volviéndole a preguntar.
–Porque… Tal vez mi señora se puede
sentir incómoda.
–Resumiendo, pensabais que desconfiaría
de un caballero plebeyo.
–…Así es.
–Tu estatus no decide tus habilidades. No
deseo romper las normas de los caballeros.
Sir Heba, por favor, lidere el grupo de
caballeros.
Los ojos de Dean temblaron cuando
volvieron a mirar a Lucia, entonces, agachó
la cabeza.
–Sí, señora. – Respondió con muchísimo
más respeto.
Cuando Jerome permitió marcharse a los
soldados, expresó su sorpresa.
–Señora, no sabía que estaba al corriente de
las normas de los caballeros. Temía que se
fuera a sentir incómoda con ellos y me
preocupé mucho. Sir Heba es
verdaderamente talentoso a pesar de su
corta edad. Le ascendieron a caballero
oficial antes sin tener que pasar por el
período de prueba.
–Vaya. Eso sólo es posible después de
quedar primero en una competición de
monta de caballo o esgrima. Debe ser muy
talentoso. Qué sorpresa. Parece muy
inocente por su apariencia.
–Señora, vuelve a sorprenderme una vez
más. Es usted una experta.
Lucia le dedicó una sonrisa como
respuesta.
No había trabajado en la herrería
demasiado tiempo, pero esa experiencia
había afectado muchísimo a su vida. El
Conde Matin había sido obseso, sí, pero su
cuerpo era enorme. A pesar de su corta
estatura siempre la había intimidado.
Los soldados que visitaban su herrería
habían sido mucho más altos y grandes. A
veces, incluso de apariencia aterradora,
pero todos habían sido gigantes amables sin
punto de comparación con el Conde Matin.
Gracias a ellos, Lucia fue capaz de abrirse
y confiar con mayor facilidad en los demás.
Por supuesto, entre ellos también había un
porcentaje que eran escoria. Estos exigían
las reparaciones y posponían el pago.
Entendiendo su “ya te lo pagaré” como
“nunca”. De vez en cuando, los otros
caballeros pillaban a esta basura y le daban
lo suyo en su nombre. La diferencia entre
los sicarios y los caballeros era como el
cielo y la tierra. Los caballeros se
enorgullecían de sus armas mucho más que
los demás.
Si así hubiese terminado su historia, su vida
habría sido preciosa.
Se enamoró de un hombre que se arruinó y
perdió su herrería. Al principio, había
creído que era un caballero, pero más tarde
se enteró de que no era así. Sí que había
sido un caballero, pero le habían echado
por motivos desconocidos. A los otros
caballeros les enfureció que su honor
hubiese sido mancillado y le ayudaron a
encontrarle, sin embargo, nunca consiguió
el dinero que había perdido.
Debería haber desconfiado de aquel
apuesto y fuerte hombre desde un
principio. Nunca le había pedido placeres
carnales y siempre tuvieron un amor
platónico, por lo que lo confundió por
alguien puro e inocente.
–¿Sir Krotin no va a venir con nosotros?
El rostro de Jerome se paralizó
momentáneamente.
–¿Cómo es que le conoce?
–Le vi venir corriendo a la finca hace unos
días. Pensaba que iba a unirse a nosotros.
–No es así. Le han ordenado proteger al
príncipe heredero.
–No parece gustarte demasiado.
–…Más que disgustarme… es
problemático.
Sir Krotin no debe ser un mal chico.
Si el significado detrás de las palabras de
Jerome era que Krotin era temperamental y
salvaje era comprensible. Seguramente ese
era el motivo de su apodo: “perro loco”.
Lucia imaginó a un perro salvaje y dulce
rodando y correteando por ahí.

* * * * *

Su primera experiencia con la puerta fue


decepcionante. Sus alrededores se apagaron
y sintió cierto mareo, pero ya está. Fue
sorprendente el haber podido recorrer tanta
distancia en un abrir y cerrar de ojos, pero
lo que le habían dicho que podría ver la
vasta tierra mientras viajaba había sido una
mentira.
Los tres carruajes avanzaron por la tierra.
Uno de ellos cargaba con Lucia y otras
cuantas mujeres. Las otras dos eran para
que los criados y los caballeros pudiesen
descansar en rotaciones durante a lo largo
del viaje.
El camino avanzó sin problemas y que no
cayese ni una sola gota de lluvia durante
todo el viaje fue de gran ayuda. Viajaban
durante horas, entonces paraban para comer
y continuaban. Entonces, se detenían para
acampar y, en cuanto el sol asomase por el
horizonte, volvían a la carretera otra vez.
Aunque podrían haber ido por la ruta larga,
con la que se tardaba el doble, y
descansado en pueblos y ciudades,
decidieron llegar cuanto antes y, por eso,
no se encontraron con ningún pueblo hasta
que llegaron a su destino.
La última noche antes de llegar al castillo,
los guardias indicaron cuál era un buen
lugar para acampar y ordenaron a los
criados que lo preparasen.
En cuanto el carruaje se detuvo, Jerome
acercó su caballo hasta el coche de Lucia y
llamó a la ventana. Jerome no había
entrado en ningún carruaje en todo el viaje,
sino que había montado con el resto de los
caballeros. La ventana, que había estado
cerrada para evitar polvo, se abrió.
–Mi señora, esta noche acamparemos aquí.
–¿Ya puedo bajar?
Jerome se giró hacia los soldados y,
después de examinar el área, asintió.
–Sí.
Lucia y otras tantas mujeres bajaron del
carruaje al poco rato. Todo el mundo estaba
fatigado y pálido. Sentarse en el carruaje
durante un periodo largo de tiempo era
agotador y las carreteras no estaban
pavimentadas como en la capital, por lo
que el coche no paraba de sacudirse.
Lucia aguantó todo el viaje en silencio. No
pronunció ni una sola palabra de queja, por
lo tanto, el resto de mujeres tampoco
podían hacerlo. Gracias a la duquesa,
llegaron a su destino en un tiempo récord.
–Mi señora, ¿tiene nauseas? – Preguntó
Anna.
–Estoy bien, gracias a ti me encuentro
mucho mejor.
El viaje causaba nauseas y dolor de cabeza.
Anna no se limitó a recetar medicación
para la incomodidad de Lucia, también
utilizó una técnica especial en los puntos de
presión de su mano para reducir las nauseas
y el dolor de cabeza durante todo el viaje.
Sus habilidades ayudaron muchísimo a la
joven.
Lucia y Anna dieron un paseo por las
cercanías. Dean, que había estado a cargo
de la protección de la duquesa durante todo
el viaje, las siguió de cerca.
El resto ayudaron a montar el campamento.
Alimentaron a los caballos, prepararon la
comida y recogieron leña para la hoguera.
Habían escogido un lugar llano y se habían
asegurado de que no hubiese ningún animal
salvaje por ahí.
A lo lejos, un caballero repasó la menuda
figura de Lucia y habló con los
sentimientos a flor de piel.
–Estoy más que dispuesto a aceptar
cualquier trabajo de escolta mientras sea
para alguien como ella.
El resto de caballeros se unieron a la
discusión.
–La señora de la casa del duque de Taran
es una persona maravillosa.

* * * * *

Una fina capa de nieve cubría el terreno


cuando se despertaron para continuar su
trayecto. Viajaron durante toda la mañana
hasta la hora de comer.
–Señora, ya casi hemos llegado. ¿Ve
aquello de allí? Es Roam.
Jerome señaló donde acababa el camino
amarillento y empezaba la hierba verde.
Allá adelante se podían apreciar edificios
de diversos tamaños y, en medio de todas
las estructuras, se alzaba un enorme
castillo: su destino.
En cuanto Lucia fue capaz de ver Roam,
toda la fatiga que había ido acumulando
durante el viaje desapareció y fue
reemplazada por nerviosismo. La persona a
la que quería conocer y con la que quería
encontrarse estaba dentro de aquel palacio.
Lucia se enteró que el duque de Taran tenía
un heredero a los cuarenta años. En ese
momento, el chiquillo acababa de entrar a
la edad adulta y debía tener casi veinte
años. Por lo tanto, su hijo debía tener unos
cuatro o cinco años ahora mismo.
En cuanto el carruaje rodó por la hierba, la
muchacha dejó de preocuparse por el polvo
y abrió la ventana. Disfrutó del aire fresco
y la brisa que entraba a través de la
apertura de su carruaje y apreciaba el
paisaje. Los caballeros y Jerome montaban
cerca de ella.
Jerome sólo es un mayordomo, pero…
Parece llevarse bien con los demás
caballeros.
Aunque Jerome había descansado un
momento en el carro a mitad de trayecto,
había estado viajando con el resto de los
caballeros la mayor parte del viaje,
hablando y descansando con ellos. El
mayordomo y los caballeros no parecían
tener ningún vínculo, pero se llevaban bien.
Llegaron antes de tiempo. Habían predicho
que llegarían bien entrada la noche, pero
sólo era por la tarde. El carruaje se
apresuró al castillo del duque de Roam, la
capital del norte.
Los ciudadanos se paraban y cuchicheaban
entre ellos conforme avanzaba el carro. El
que cargaba con la duquesa eximía un león
negro en la cima.
Pasaron el puente que llevaba al castillo y
empezaron a sonar las cuernas.
Había variars torres de vigilancia fuera de
las murallas, escuelas y patios de
entrenamiento. También había habitaciones
espaciosas para que los soldados pudiesen
descansar. Todos los caballeros de
detuvieron de repente y saludaron con una
reverencia al carruaje.
El carruaje prosiguió hasta el interior de
palacio y se detuvo en la torre central. Allí,
docenas de criadas y criados les esperaban
para recibirles. Jerome abrió la puerta del
carruaje y muchas criadas bajaron de las
escaleras. Lucia descendió por las escaleras
con Anna detrás de ella y estudió el lugar.
Las paredes de piedra de la torre central
parecían llegar al cielo. Había otras muchas
torretas adjuntas a esta y los cien sirvientes
que la esperaban ahí la saludaron con las
cabezas bajas.
–Señora, por favor, pase.
Lucia siguió a Jerome desde atrás, pasando
de largo a los muchos sirvientes de la casa.
La puerta de la torre central estaba hecha
de madera pesada que parecía acero.
Cuando se abrió dejó a la vista un salón
muy espacioso.
–Señora, ha pasado por mucho durante el
viaje.
–No he sido la única. Todo el mundo se ha
esforzado. Jerome, dirige tu atención a
aquellos que han viajado junto a mí para
que puedan descansar bien, por favor.
–Sí, señora. Me encargaré de prepararlo
todo, no se preocupe. Señora, ¿qué le
gustaría hacer? Si desea descansar, la
llevaré a sus aposentos.
–Me gustaría saludar a la gente del castillo.
–Podrá saludar al servicio en otra ocasión.
–No me refiero a los empleados. Me
gustaría saludar a los padres del duque. Si
no está su padre, su madre también sirve.
Quiero saludar a sus parientes.
–No hay.
–¿Nadie…?
–Sí. El anterior duque y duquesa
abandonaron este mundo hace tiempo, eso
también incluye a sus parientes y
hermanos. Mi señor, el duque, es el único
miembro vivo de la familia Taran.
Los pensamientos de Lucia se complicaron.
¿El único? ¿Y su hijo?
Se abstuvo de preguntar nada sobre
aquello. Tal vez nadie conocía la existencia
de aquel niño todavía, sin embargo, el
duque había hablado de ello como si no
fuera nada del otro mundo.
–…No estoy cansada. Quiero visitar.
–La guiaré por el castillo.
Aunque era muy espacioso, el diseño era
simple.
–La primera planta consiste de muchos
recibidores, salas de conferencias y un
comedor. Si sale por la puerta del comedor
llegará al jardín.
–¿Hay un jardín? Quiero verlo.
–…No se haga muchas ilusiones, por favor.
Cuando Lucia entró en el jardín se quedó
muda. El jardín era increíblemente vasto,
pero a pesar de que estaban en primavera,
no había ni una sola flor, sólo los arboles y
arbustos que habían ido creciendo durante
todo el año.
Jerome tosió avergonzado.
–Por motivos administrativos…
–¿Por qué creáis un jardín si lo vais a dejar
en este estado?
–La duquesa construyó el jardín cuando
estaba viva. Pero en su ausencia el jardín
ha acabado así. Sería horrible dejarlo a su
suerte, por lo que decidimos dejarlo así.
–¿El duque es quien lo ordenó?
–El duque no se para a pensar en cosas
como el jardín.
Cierto, era obvio.
Decidió volver al salón de la primera
planta.
–Si sube a la segunda planta por las
escaleras de la izquierda, se encontrará en
los aposentos de mi señor y mi señora.
Ambos tienen su propio dormitorio,
recibidor y baño. Si sube por las escaleras
de la derecha, se verá en la oficina oval de
mi señor. Los dos lugares están en la
segunda planta, pero es imposible acceder
directamente. Hay que volver al comedor.
–Jerome, quiero preguntarte una cosa.
Lucia no había podido dejar de pensar en
su hijo. Puede que su identidad fuese un
secreto, pero Jerome debía saber sobre él.
–Antes has dicho que mi señor es el último
del linaje de los Taran…
–Sí, señora.
–Pero… tiene un hijo.
Jerome empalideció.
–¿…Perdone?
–Mi señor tiene un hijo, así que no es el
último de su linaje, ¿verdad?
–Señora… ¿Lo… sabía…?
–Por supuesto.
–…Pensaba que no.
–Vaya, Jerome. ¿Crees que mi señor no me
informaría de la existencia de su hijo? No
es de ese tipo de personas. –Jerome sabía
qué “tipo” de persona era el duque. –
Pensaba que lo vería al llegar. ¿Dónde
está?
–El joven amo… no está en Roam en estos
momentos.
–¿Dónde está?
–En un internado.
–¿No será por mí?
–No. Mi señor lo decidió hace mucho
tiempo.
–¿Mucho tiempo? ¿Cuántos años tiene el
joven amo?
–Este año cumplirá los ocho.
Estaba sorprendida por que el hijo de él
fuese mayor de lo que esperaba. ¿Ocho
años? ¿Cuántos años tenía el duque cuando
tuvo a su hijo? Unos diecisiete o dieciocho.
…Con que fue prematuro.
Si tuvo a su hijo a los diecisiete, ¿a qué
edad empezó a intimar? A pesar de que la
sociedad aceptaba las relaciones sexuales
entre hombres y mujeres, eso era
demasiado pronto.
–¿…Cuándo volverá?
–No estoy seguro. No ha vuelto desde que
ingresó en el internado.
–¿Nunca…? Entonces, ¿mi señor ha ido a
ver a su hijo?
–Por lo que sé, nunca le ha visitado.
Lucia se quedó confundida. ¿No favorecía
mucho a su hijo? ¿No era el motivo por el
que se había casado? Aunque era un
bastardo, pensaba que el duque amaba a su
hijo lo suficiente como para conferirle su
título.
–Señora, si tiene más preguntas sobre el
joven amo, será mejor que se lo pregunte a
mi señor. No tengo permitido divulgar
información tan a la ligera.
–…Entiendo. ¿Cómo se llama?
–Demian.
Demian, Demian, Lucia repitió el nombre
una y otra vez.

* * * * *

Roam era un castillo antiguo de más de


cien años. A pesar de que su apariencia
externa parecía antigua, su interior era
limpio y cómodo por las reformas y el
mantenimiento que se había llevado a cabo
desde hacía años. Lucia amaba cada rincón.
Estaba satisfecha con su vida. No tenía que
levantar ni un dedo para que le hicieran la
comida, le cambiaban las sábanas
automáticamente y le preparaban el baño.
No se podía quejar de nada.
Jerome entró al recibidor con un plato en la
mano que dejó en la mesa de delante de
Lucia. Lucia no escuchó el más mínimo
estrépito.
Normalmente, la gente tenía dos
mayordomos distintos: uno para la capital y
otro para el ducado, sin embargo, Jerome
se encargaba de los dos lugares. Era joven
pero muy competente.
–Señora, es una tarta recién hecha.
El aroma de las manzanas y el azúcar
moreno se mezclaban en la tarta.
–Vaya, parece deliciosa. Gracias por la
comida.
–No coma demasiado, por favor. Sino no se
acabará la cena.
–¿No puedo cenar esto y ya? Si me como
así cada día me pondré gorda.
El desayuno y la comida siempre eran
simples, pero la cena era un festín que no
tenía nada que envidar a un banquete. Le
preocupaba que el duque se arruinase a ese
ritmo, sin mencionar los aperitivos de entre
horas.
Jerome era muy amigable. No sólo él, todo
el mundo se comportaba de una manera
excelente y se esforzaban temiendo que la
duquesa se sintiese mal. Por eso se
esforzaban tanto con sus comidas
Acababa de casarse y, de repente, tenía que
vivir en un lugar extraño totalmente sola
sin su marido. Normalmente, las mujeres
lloraban, pero la velocidad de adaptación
de Lucia era como un cactus en un desierto.
–Jerome, tengo curiosidad sobre algo.
–Sí, señora. Hable, por favor.
El grácil mayordomo le sirvió el té como
siempre.
–Las rosas de despedida las envías tú,
¿verdad?
La tetera se le resbaló de las manos a
Jerome y su contenido se derramo por
todas partes. Jerome contempló el té que
había caído al suelo aturdido. Acababa de
cometer un error que no podría negar
jamás. Unos segundos después, Jerome
volvió en sí, cogió la tetera y ordenó a las
criadas que le trajesen una toalla.
–Perdóneme, señora.
–No pasa nada, no me has mojado. ¿De
quién fue la idea de las rosas?
A Jerome un sudor frío le recorrió la
espalda. Inconscientemente, movió los ojos
en busca de ayuda, pero no encontró a
nadie. Era imposible encontrar su
acostumbrada expresión tranquila y serena,
en su lugar, sólo había seriedad y
nerviosismo, como si estuviese a punto de
entrar en un terreno peligroso.
–Después de pensarlo bien, no creo que el
duque fuese tan detallista. No creo que te
ordenase hacerlo personalmente.
–…Señora, eso es…
–No pasa nada, ya lo sé todo. Fue idea
tuya, ¿verdad, Jerome?
–…Sí, lo empecé a hacer arbitrariamente…
–¿Envías rosas rojas para despedirte? ¿No
es un poco cruel?
–…Son… amarillas. Rosas amarillas.
–Ah, con que son amarillas. ¿Por qué
amarillo de todos los colores?
–…El amarillo significa adiós entre otras
cosas.
–Guau, ¿de veras? ¿Cómo sabes tanto?
Debes ser todo un romántico, Jerome.
La voz de Lucia era tan alegre y energética
que Jerome consiguió tranquilizarse.
Cuando las criadas llegaron para limpiar el
desastre su corazón ya se estaba
organizando.
–…La mujer de mi hermano pequeño tiene
una floristería. De vez en cuando me habla
de las flores y me acordé de esto.
Por supuesto, siempre compraba las rosas
en la tienda de su cuñada. Fabian lo
consideraba matar dos pájaros de un tiro.
Conseguirlo era felicidad para todos. Su
cuñada se entregaba en corazón y alma en
hacer el ramo más bello de todos.
–Con que tienes un hermano pequeño.
–Oh, parece que no se lo conté. Es el
ayudante personal de mi señor, Fabian. ¿Le
ha conocido ya?
–Ah, por supuesto. Ambos sois muy…
–Sí, no nos parecemos, aunque somos
gemelos.
–Dios, qué sorpresa. Hay muchos gemelos
en la finca del duque. Jerome, los cocineros
jefes también lo son, las criadas también…
Qué interesante. No me digas que las tres
hermanas… Ah, pero ellas son hermanas,
no gemelas.
–Eso parece, señora. Mi señor también
tenía un gemelo.
–¿Tenía un hermano?
Jerome cerró la boca rápidamente. Había
cometido otro error. En ese corto periodo
de tiempo ya había cometido dos errores
gigantescos. Y uno de ellos era un
chivatazo, el error que más despreciaba el
duque. El rostro de Jerome se llenó de
desesperación y bochorno. Lucia lo
comprendió rápidamente.
–¿Es algo que no debería saber?
–…No es eso. Su gemelo falleció. Es algo
que hubiese descubierto con el tiempo,
pero hubiese sido mejor que se guardase
como un secreto… Y será mejor que no
hable del tema con mi señor.
Jerome parecía muy preocupado, por lo
que, aunque tenía mucha curiosidad sobre
el tema de las rosas y de su hermano, Lucia
decidió cambiar de tema.
–Vale, continuemos con lo de las rosas. ¿A
quién le enviaste las últimas?
Jerome volvió a sudar. En realidad, el
mayordomo prefería hablar sobre el
hermano gemelo del duque que sobre
aquello. Si alguien le salvase de ese
momento, estaría dispuesto a abrazarle y
besarle con lengua.
–Te he dicho que no pasa nada. ¿Puede ser
que fuese a la señorita Lawrence?
–…Sí, ¿cómo lo sabe?
–Pues me he enterado por ahí. Oh, si la
última que recibió las flores fue ella… ¿La
condesa Falcon?
Jerome estaba a punto de enloquecer. Su
señora no dejaba de soltar bombas por la
boca y, por eso, había perdido toda su
compostura. Nadie le había dado tantos
problemas.
–Cuando rompió con la señorita Lawrence,
todavía se encontraba con la condesa
Falcon. ¿Ella no debería haber sido la
última en recibir las rosas? – Jerome no
contestó. – No pasa nada, dime la verdad.
El pobre Jerome no se percató del
verdadero temor de la mujer que le estaba
hablando. De haber estado presente, Fabian
le habría dicho que ese era precisamente el
motivo por el que no podía salir con nadie.
–…Mi señor no me ha dado la orden…
–Mmm… – Lucía puso mala cara. – Eso
significa que todavía se encuentra con ella.
–¡No! ¡No es verdad! Desde la boda no la
ha visto ni una sola vez. Lo juro por los
cielos.
Lucia estalló en carcajadas.
–¿Por qué estás tan serio? ¿Qué problema
hay con que la visite?
–¿Eh?
–Nada. Gracias de todas formas.
–…De nada.
Por alguna razón, Jerome temía a esta
jovencita.
–Ah, por cierto…
–¿Sí? – Jerome se sobresaltó.
¡Por favor, señora! Quiso rehogarle el
mayordomo, pero esas palabras no salieron
de su garganta.
–¿Por qué estás tan sorprendido? Sólo iba a
preguntarte por las criadas que me van a
servir.
Jerome sentía como si le hubiesen tirado
por un precipicio y alguien le hubiese
salvado en el último momento. Se sintió
aliviado y volvió a su imagen de
mayordomo sereno.
–Sí, señora. ¿Hay algo que no sea de su
agrado?
–No es eso. Por favor, no asignes a
ninguna. Que hagan turnos de unos cuantos
días.
–¿La sirvienta que la atienda ha cometido
algún error?
–Si favorezco a alguna de ellas, crearé
fricción. No quiero conflictos. Puede que
no parezca la gran cosa si las criadas se
dividen en grupos, pero podría ocasionar
problemas.
Lucia era plenamente consciente de las
vidas de las criadas y había pensado en esta
nueva estructura con detenimiento. Era un
sistema para evitar el conflicto entre las
sirvientas. Cuando había estado trabajando
como sirvienta siempre había estado en
desacuerdo con aquellos señores que
discriminaban y favorecían a sus sirvientas
sin ningún tipo de discreción. ¿Por qué
querrían tanto problema?
Jerome parpadeó varias veces todavía
mirándola, entonces, asintió con la cabeza.
–…Sí, seguiré sus órdenes.

Ah, su señora era una mujer sorprendente.


El espíritu servil de Jerome empezó a
reaccionar mientras la adrenalina le
recorría las venas. Sólo había sentido
aquello por alguien una vez en toda su
vida. Al parecer, dentro de poco llevaría
dos señores en su corazón.

.x.x.x
Parte III
El territorio del norte llevaba bajo el
control de los nobles de Taran un
incontable número de años, hasta el punto
de que su reinado era inquebrantable.
Había una regla no escrita que el
Emperador no interferiría con las
actividades del norte. Y, a pesar de que con
semejante poder los duques de Taran
podrían haber creado su propio país
independiente, no se habían revolucionado
en contra del emperador jamás.
La mayoría de la población veía a los
duques de Taran como a los reyes del
norte. Aun así, su rango sólo era el de un
vasallo del emperador. Pagan impuestos, en
momentos de guerra eran los primeros en
luchar en primera línea, y además, eran los
que se ocupaban de los conflictos con los
barbaros de las fronteras. El emperador no
podía interferir sin llevarse un buen dolor
de cabeza. No todas las generaciones de
emperador habían compartido esa opinión,
pero mientras tuviesen un mínimo de
cabeza, entendían que oponerse al duque de
Taran no era una buena idea.
Los duques de Taran siempre defendieron
su posición de gobernantes del norte y
nunca interferían con las políticas de la
capital, se centraban en los asuntos del
norte. No obstante, eso había empezado a
cambiar desde hacía siete años.
El anterior duque padeció una muerte
abrupta y el duque actual heredó el título a
la tierna edad de dieciocho años. Como
futuro duque, tuvo que abandonar su
territorio y convertirse en la vanguardia de
varias guerras a lo largo del imperio.
Los logros del duque de Taran se
sembraron en el campo de batalla. Su
forma de luchar hacía temblar hasta a la
tierra y al cielo. Los caballeros de las otras
unidades no tenían ninguna oportunidad de
sobrevivir si se enfrentaban a él y
terminaban convirtiéndose en sus
seguidores.
El territorio del norte había estado en paz
mientras el duque había ido ganando sus
méritos en batalla. El norte estaba lejos de
la guerra, y sin importar los estrépitos que
ocasionase su señor, sus tierras no sufrían
ninguna consecuencia.
Hugo jamás recibió ninguna prueba para
comprobar si estaba cualificado para
gobernar el norte. De hecho, ya muy joven
tuvo que abandonar su territorio durante
mucho tiempo. La gente empezó a
sospechar que su único talento estaba en la
guerra y que no valía como gobernante. En
otros territorios los duques imponían
impuestos en los condados que les
garantizaba cierta autonomía. Sin embargo,
en el norte no funcionaba así. La familia
Taran controlaba cada región al detalle.
Eso incluía tanto los impuestos, como las
leyes y los ciudadanos.
La anterior generación de Taran había
prohibido cualquier forma de tiranía y los
plebeyos de sus tierras vivían
tranquilamente, sin embargo, muchos de
los nobles creían firmemente que los Taran
les habían robado sus derechos.
Los nobles que vivían alejados de los
barbaros de la frontera sentían que el poder
militar del duque era innecesario. Todas las
regiones más cercanas a la capital se habían
aliado y se burlaban del duque juntos.
Incluso planeaban entregar una petición
formal al emperador para independizarse
del territorio norte. Y no sólo eso, también
habían subido los impuestos a espaldas del
duque para conseguir fundación para su
ejército privado.
No obstante, cometieron un error fatal:
ignoraron la verdadera personalidad del
duque.
–Ugh…
No podía respirar bien porque le estaban
estrangulando. Sentía el cuerpo pesado,
como si le estuvieran hundiendo en la
tierra. Le dolía la cabeza como si le
estuvieran golpeando con un barrote de
acero. El Conde Brown parpadeó cansado.
Intentó abrir los ojos, pero no pudo. Un
líquido caliente le brotaba de la frente y no
dejaba de gotear en su ojo. Se secó la frente
con la mano temblorosa y descubrió que la
tenía cubierta de sangre.
Una sensación terrorífica le recorrió la
espalda. El conde miró atrás y estudió su
entorno. Reconocía el lugar, estaba dentro
de los muros de palacio.
Escuchaba un lloro ahogado desde algún
lugar, se dio la vuelta y abrió los ojos como
platos. Había una docena de personas
arrodilladas en una esquina. Tenían las
caras manchas de lágrimas, hiperventilaban
y convulsionaban a la vez. Se tapaban la
boca con la palma de la mano y tenían
espasmos: era una imagen miserable.
Los conocía a todos: su esposa, hijos e
incluso algunos de sus súbditos más leales.
Todos aquellos con algún tipo de relación
con el conde Brown estaban ahí.
Iba a preguntarles qué hacían allí, pero no
le salió la voz. Cuando el conde miró a su
familia, sus rostros empeoraron y
rompieron a llorar. Sus ojos se llenaron de
desesperación y odio hacia el Conde y él no
podía hacer nada.
–Hemos dejado escapar a la rata.
–Mis disculpas, mi señor duque.
Se oyeron unas voces seguidas de unos
pasos. Los zapatos de cuero pisando el
suelo de piedra se hizo más y más fuerte.
La puerta se abrió y un grupo de gente
entró por el pasillo liderado por un hombre.
Los ojos del conde se abrieron y se
estremeció. El líder del grupo tenía los ojos
rojos y el cabello negro. Todos los
habitantes del territorio del norte
reconocían esas características inequívocas.
Todos los duques de Taran tenían ese pelo
y esos ojos. Hasta alguien que no hubiese
visto su tierra sabría identificar esos rasgos.
El conde miró a un lado y cuando sus ojos
se encontraron con los del duque, entró en
pánico y empezó a retirase hacia atrás. El
duque se le acercó; era como una serpiente
acercándose a una rana temblorosa. El
conde no pudo hacer nada, y sin otro
remedio, bajó la cabeza al suelo.
El duque se detuvo a un paso de él y le
pasó la espada por debajo del cuello para
obligarle a levantar la cabeza.
El conde se preguntó por qué no se habría
quedado inconsciente en el suelo. La
armadura del moreno estaba manchada. No
se podía apreciar el color exacto de las
manchas, pero era obvio que se trataba de
sangre. El hombre mantenía su espada
ensangrentada contra el cuello del duque y,
cuando le vio mearse encima, frunció el
ceño.
–Conde Brown. ¿Correcto?
–Sí… Sí.
–Tu hijo, que iba a heredar tu posición, ha
huido. ¿Sabes dónde ha podido escapar?
–¿Eh?
Hugo chasqueó la lengua. El hombre había
perdido casi toda la cordura y era
demasiado tarde para conseguir buenas
respuestas. Al parecer, atrapar a la rata le
costaría un poco más. Hugo extendió la
mano e hizo una seña. Un caballero le
acercó un documento de inmediato.
–Esa firma es tuya, ¿verdad? – Dijo
tirándole los papeles a los pies.
El conde cogió el documento con manos
temblorosas y le echó una ojeada: era la
petición que iba a enviarle al emperador.
Todas las firmas de los otros nobles
estaban perfectamente organizadas junto a
la suya. El suelo, de repente, le pareció un
pozo sin fondo. Era como si la muerte
hubiese aparecido a su lado.
–Un… juicio. Deseo un juicio con el
emperador…
La mandíbula del conde tembló sin parar.
El conde Brown era el vasallo del duque
Taran y, al mismo tiempo, el del
emperador. Como vasallo del emperador
tenía el derecho de solicitar un juicio con él
para que mediase a su favor. No podía
aceptar un juicio contra la traición al
imperio.
–Un juicio. – murmuró. – Dice lo mismo
que el tío de esta mañana.
El conde sintió un escalofrío por todo el
cuerpo. Había escuchado la muerte
susurrarle al oído y, sin titubear, se postró
al suelo.
–¡Tenga piedad, por favor! ¡Perdóneme la
vida! ¡Mi señor!
Su único pensamiento era salir de esa
situación con vida. Estaba preparado para
hacer cualquier cosa. El conde quería
demostrar toda la riqueza que podía
entregarle al duque, pero no consiguió
reunir el suficiente valor para hablar. Era
como si estuviese teniendo un ataque de
corazón, sentía un tirón en el pecho y se le
caían las lágrimas.
–Parecen clones. – La voz del duque
rebosaba desdén. – Levanta la cabeza.
El conde alzó la cabeza tan rápida como si
alguien le hubiese tirado del pelo. Sus ojos
se encontraron con los rojos carmesí en los
que no se hallaba ni la menos rabia o
excitación y era precisamente por esto, que
Brown estaba tan asustado. Sentía la
intención de matar detrás de aquellos ojos
indiferentes. Aquellos eran los ojos de un
depredador agazapado a la espera de su
presa.
–Tenga… piedad…
El observó cómo la espada se hundía en las
profundidades de su pecho. Aun así, no
intentó retroceder, simplemente, se quedó
allí temblando. La espada continuó
apuñalándole y el cuerpo de la víctima
convulsionó. El conde Brown escupió
sangre por la boca y los ojos se le pusieron
en blanco.
Los caballeros ya habían sido testigos de la
naturaleza asesina del duque en muchas
ocasiones por lo que se habían
acostumbrado a esa escena y le miraban
con admiración pensando algo del estilo de:
“esa maniobra ha sido muy difícil. No ha
usado mucha fuerza, pero su espada ha
penetrado la armadura y la carne del conde
como si fuera tofu”. Y este tipo de
pensamientos eran el motivo por el que los
caballeros del duque le parecían unos locos
a Fabian.
Hugo no se acobardó al ver las muchas
expresiones de dolor del moribundo.
Continuó empujando la espada hasta que
cesaron los espasmos y se convirtió en un
cadáver. La víctima había muerto más de
miedo que de dolor. En cuanto dejó de
respirar, sacó la espada y se la pasó por el
cuello.
Se le rompieron los huesos y la cabeza rodó
por el suelo.
–¡Aah…!
–¡Aah…!
Los parientes del conde que estaban en una
esquina rompieron su silencio y empezaron
a gritar.
–Cuánto ruido.
Cuando los caballeros escucharon la voz
baja del duque, se miraron entre ellos y se
acercaron a la gente del conde. Los nobles
empezaron a lloriquear conforme se les
aproximaban los soldados.
–¡Mi señor! – Gritó Fabian mientras se
acercaba corriendo. – ¡No puede matarlos a
todos! ¡Sino no quedará nadie para que
trabaje aquí! ¡Habrá un paro en la
administración!
Los caballeros se detuvieron; los familiares
que quedaban cerraron la boca intentando
ahogar su llanto y miraron a Fabian como
si fuese su única esperanza. El duque era
tan aterrador como un vampiro empapado
de sangre. Sin embargo, a Fabian no
parecía afectarle y gritaba dando pisotones
en el suelo.
–Te he dicho que traigas gente de Roam.
–¿Cree que hay mucha gente en Roam?
Sólo unos cuantos están calificados para
trabajar aquí.
–No hay excepciones.
Un total de trece señores habían conspirado
juntos y Hugo ya había visitado a siete de
las localizaciones. Después de su visita seis
regiones se habían visto envueltas en el
caos. Los vasallos de los señores y
cualquiera de sus hijos eran asesinados a
sangre fría y el número de víctimas ya
ascendía a unas cien.
–¿No puede hacer alguna excepción? La
cantidad de trabajo se me ha acumulado
después de cada una de sus visitas, se me
acabará rompiendo la espalda.
¡Rompiendo!
–Exterminaré toda fuente de posibles
problemas. ¿Qué hacéis? ¿Esperáis que lo
haga todo yo?
Los caballeros obedecieron y
desenvainaron las espadas de inmediato.
Hubo un pandemónium de gritos, llantos y
choques de espada y, en cuestión de
momentos, cincuenta personas se
convirtieron en un montón de carne. El olor
a sangre llenó los pasillos rápidamente.
–Ah…
Fabian suspiró. Podía ver cómo su trabajo
aumentaba. ¡Ah, de verdad! ¿Por qué
habían tenido que hacer el tonto sin saber
su lugar? Fabian estaba más preocupado
por sus vacaciones que por los muertos.
Para los caballeros, Fabian estaba mucho
más loco que ellos.
Ya lo había predicho, pero… Mata a la
gente como si fueran bichos.
Fabian le dedicó unos pocos pensamientos
a la cruel realidad. Se había acostumbrado
demasiado. Toda la culpa recaía en
aquellos que habían iniciado el desastre.
Si fuera yo, preferiría el suicidio. Idiotas.
Los nobles no entendían el temperamento
del gobernador del norte en absoluto. Hugo
odiaba complicar las cosas. Cuando algo se
enredaba, prefería cortarlo que
desenredarlo. Si algo no le satisfacía, para
él no existía el perdón. Fabian de vez en
cuando pensaba que su duque era
demasiado cruel, pero era cien veces mejor
que un líder indecisito.
–Partiremos mañana por la mañana.
–¡Sí! – Respondieron los caballeros con
firmeza.
Fabian, que estaba a un lado, suspiró
pesadamente. Se ocupaba los problemas a
la ligera. A ese ritmo todo estaría arreglado
en un mes.
Los señores de las trece regiones no era
algo que podía tomarse a la ligera.
Individualmente sus territorios eran
pequeños, pero unidos, constituían una
gran parte del norte. No obstante, los
caballeros del duque de Taran no eran del
montón. Habían estado luchando contra los
bárbaros en la frontera durante años y se
habían vuelto exponencialmente más
fuertes. Guardaban experiencia real y sus
habilidades en la matanza estaban a otro
nivel. Además, el duque entrenaba con
ellos cada día; no podían relajarse.
El duque y los caballeros habían estado
cruzando el territorio, ocupándose de los
bárbaros de la frontera hasta convertirse en
máquinas de matar. Por eso, para todos
ellos, aquella situación era como
enfrentarse a un rebaño de ovejas.
Un caballero entró en el salón a paso ligero
para pasarle la información al jefe de los
caballeros. Elliott informó al duque.
–Le hemos atrapado.
–Traedle.
Muchos soldados se comunicaron entre
ellos con asentimientos de cabeza y dejaron
el salón. Poco después, dos caballeros
entraron arrastrando a un hombre sin
soltarle los brazos. El hombre estaba hecho
un desastre, pero en cuanto vio el caos de
los pasillos, empezó a gritar. Justo
entonces, un caballero le pegó detrás del
cuello haciéndole tambalearse y caer al
suelo.
–¡Gua!
El hombre se arrastró por el suelo,
quejándose. El duque no era tan amable
como para permitir que continuase llorando
e iba a patearle cuando el hombre empezó a
reír.
–¡Buajajaja!
¿Estaba loco? Pero sus ojos seguían siendo
cuerdos.
–Cállate antes de que decida partirte el
cuello.
La amenaza silenciosa del duque acabó con
la risotada del hombre, que intentaba
calmar su respiración acelerada. Se
arrodilló y bajó la cabeza al suelo.
–Máteme, por favor.
Eso era nuevo. Era la primera vez que
alguien no le rogaba por su vida.
–¿Qué?
Fabian comprendió la pregunta del duque e
intervino.
–Es el hijo de la anterior mujer del conde
Brown. Hace un año se decidió que él sería
el heredero, pero al parecer, sólo fue para
poderle usar de cabeza de turco en caso de
que el plan fallase.
–Los otros no preparan nada por el estilo.
–El conde Brown siempre fue muy
detallista.
–Déjale a cargo de este lugar.
–¿De veras? – Fabian se regocijo.
–¡Máteme, por favor! ¡Mi señor!
El duque acababa de decir que le dejaría la
región para él, pero el hombre continuaba
con lo de querer morir. Fabian le miró
furtivamente, preguntándose si se habría
vuelto loco. Se había regocijado con la idea
de que su cantidad de trabajo no iba a
aumentar tanto, pero se había adelantado.
–¿Por qué?
–Odio la sangre… que fluye por mis venas.
El hombre se miró las manos con disgusto,
mientras el duque se lo miraba con una
expresión neutral.
–Odias la sangre de tus venas, – una
sonrisa asomó en sus labios. – pero no te
puedes matar. Entonces, vive soportando
ese dolor.
Al igual que él, que no podía ignorar los
lazos de sangre que corrían por sus venas.
El hombre alzó la vista y miró a Hugo
sorprendido. El duque le dio la espalda.

–Me llamo Hue. En mi idioma significa


demonio, diablo o algo así.
–¿Hugh? Gua. ¡Nos parecemos y hasta
tenemos nombres parecidos! Yo me llamo
Hugo.
–No Hugh, Hue. Idiota.
–Hue, Hue, Hugh. Si lo dices rápido suena
igual. Hugh. Te llamas Hugh.
Él no contestó.
–Pensaba que estaba solo, pero ya no lo
estamos. ¿Verdad, Hugh?
–Idiota. Tienes un cerebro tan brillante que
se te ha quemado. ¿No entiendes lo que va
a hacer nuestro viejo? Uno de los dos
vamos a morir, o tú o yo.
–Te protegeré.
–Bastardo.
–Tú me puedes proteger también.
Al recordar el pasado, le dolió el corazón
helado como si le estuviesen clavando
agujas.
–Esto es por tu propio bien, Hugh. Te
quiero, hermano.

Hugo quiso decirle algo más a su hermano


que ya había dejado este mundo.
Te equivocas.
Si fuera por su propio bien, su hermano le
habría apuñalado con la espada. Su
hermano mayor le había tirado a este
patético y sucio mundo.
Necesito alcohol.
Aun así, no se podía emborrachar. Aunque
se bebiese todo el alcohol del mundo no se
emborracharía. Da igual lo mucho que
disfrutase del alcohol, las mujeres o la
matanza, no podía embriagarse con todo
eso. La familia Taran era así de terrible y
él, por tanto, era un monstruo.
Da igual lo mucho que se bañase con la
sangre de otros, instantáneamente volvía a
ser un noble honorable. Ambas identidades
reflejaban su verdadero yo.
Estoy cansado.
El mundo en el que vivía era… demasiado
problemático.

* * * * *

En su tiempo libre, Lucia fue a explorar


Roam. Las estructuras estaban construidas
alrededor de la torre central y unos muros
enormes bordeaban el castillo. Al norte,
sur, este y oeste había otras torres y desde
arriba de todas ellas se veía el territorio con
vista de pájaro. Sin embargo, tenía
prohibido ir a la torre oeste cuya puerta
estaba firmemente cerrada. Se había
acercado al lugar muchas veces, pero
siempre estaba cerrado, por lo que decidió
preguntarles a las criadas sobre ello.
–¿Por qué está cerrado? Traedme las llaves.
–Señora, será mejor que no entre.
–¿Por qué?
–Hay fantasmas. – Las criadas le
respondieron con una incomodidad total y
se estremeció como si estuviese explicando
un cuento secreto.
–¿Fantasmas? ¿Los ha visto alguien?
La criada continuó con un discurso
apasionado sobre todas las personas que
habían sido testigos del horripilante
fantasma, e incluso sacó una anécdota de
una amiga. Aun así, eso significaba que
ella no lo había visto personalmente, y la
muchacha que sí lo había visto no era muy
cercana a ella. Sólo era un rumor del que se
había enterado.
–¿Y por qué aparece aquí? Debe haber un
motivo, ¿no?
–…Yo tampoco sé la razón exacta, pero
todo el mundo dice que los fantasmas
aparecen aquí.
Lucia continuó preguntándole varias cosas
sobre el tema y descubrió que la mayoría
de los habitantes de Roam conocían la
historia. Si se había esparcido hasta tal
punto, entonces, ya no era un rumor
cualquiera, debía haber otro motivo. Lucia
recordó a alguien que podría saciar su
curiosidad.

* * * * *

–Jerome, hay algo que me gustaría


preguntarte.
Las palabras: “hay algo que me gustaría
preguntarte” eran las que Jerome había
acabado temiendo más. Su corazón se
hundió y empezó a tener sudores fríos.
–Sí, señora. Hable, por favor.
–Es sobre la torre oeste. He visto que está
cerrada y todo el mundo dice que hay un
fantasma. ¿De verdad habita un fantasma
allí?
Jerome tragó saliva. Como cabía esperar se
su señora, no preguntaba nada normal.
–…Existen esos rumores, pero jamás he
visto ningún fantasma.
–¿Eso significa que has entrado en la torre?
–Sí, sin embargo, la gente no deja de decir
que todo aquel que entra en la torre se
enfrenta a la mala suerte. Así que hemos
decidido prohibir la entrada.
–Debe haber un motivo… ¿Por qué el
rumor continúa existiendo?
–…Porque alguien murió allí.
–No fue… un accidente, ¿verdad?
–Sí, le asesinaron.
–Vaya. – Suspiró con tristeza, pero sus ojos
brillaban. – ¿Quién, por qué y cómo?
¿Cómo se puede asesinar a alguien dentro
de los muros del castillo? No debió ser un
caso de asesinato normal.
Jerome dejó escapar un suspiro pesado.
Reflexionó sobre si realmente debería
contárselo a su señora, pero, al final,
decidió que era algo que la señora de la
casa debía saber. Para Jerome, Lucia ya era
la duquesa perfecta de la casa de los Taran.
–Es un caso de antes que entrase a trabajar
en la casa como mayordomo, así que todo
lo que sé es de segunda mano. Los que
murieron en la torre fueron el anterior
duque y duquesa de Taran.
Lucia le había estado inquiriendo sobre el
tema como quien lee una novela de
misterio, pero al oír esas palabras, su rostro
se endureció.
–…Cielos, no… ¿Por qué?
–Eso forma parte de la historia secreta de
los Taran. Sucedió hace mucho tiempo, así
que poca gente lo sabe. Creía que mi
señora lo sabría. – Lucia había llevado una
investigación muy larga y escuchó con
atención. – Le dije que mi señor tenía un
hermano gemelo.
–Lo recuerdo.
–El anterior duque temía que sus hijos
luchasen por su título, así pues, tomó una
decisión cruel: decidió permitir que uno de
sus hijos le sucediese y abandonar al otro.
No estoy seguro de si intentó matar a su
propio hijo, sin embargo, el niño al que
abandonó maduró y apareció ante la pareja
ducal y acabó con sus vidas con sus propias
manos.
Dios mío.
La estremecedora verdad de la familia
Taran le caló y la hizo temblar.
–En ese momento, mi señor no estaba en
Roam y pudo escapar de la muerte. Yo
tampoco estaba en el castillo, así que
desconozco los detalles del caso.
Lucia había asumido que su marido no
había experimentado nada doloroso en toda
su vida y, sin embargo, había tenido que
pesar por algo así.
–Entonces… Su hermano gemelo… ¿mató
a sus padres?
–El duque era su padre, pero la duquesa no
era su madre. He oído que la madre pereció
mientras daba a luz.
Era grotesco que un niño matase a su
propio padre, pero le alivio que no hubiese
asesinado a su madre. Tal vez fuera por sus
propias experiencias. El padre de Lucia era
alguien que no merecía ni desdén, pero su
madre era todo el amor del que había
disfrutado en ese mundo.
–Es alguien… muy fuerte. Jamás hubiese
imaginado que ha pasado por algo tan
cruel…
–Sí, mi señor es muy fuerte.

Lucia se entristeció como si comprendiese


de donde había nacido aquella fuerza y
deseó poder abrazarle en aquel momento.
Tal vez ya no le importaba su pasado y, por
eso, los sentimientos de ella podían ser una
molestia para él, sin embargo, quería
consolarle de algún modo. Puede que fuese
un hombre algo egoísta y que dijera cosas
hirientes, pero en ese momento, la joven
sintió que podría perdonárselo todo.

Capitulo 13 La Pareja ducal


Las gotas de lluvia chocaban con la
ventana. Su corazón estaba tranquilo
mientras se deleitaba de la esencia del té
que llenaba la habitación. Prefería disfrutar
de su té vespertino en el salón de la primera
planta. Estaba sentada en una habitación
espaciosa y silenciosa totalmente sola,
como si el tiempo se hubiese detenido.
¿Ha pasado ya… un mes?
Había pasado un mes desde su boda, tres de
esas semanas habían transcurrido en el
castillo de Roam del duque Taran.
Tampoco había tenido ninguna noticia de él
desde su despedida en la capital.
–Señora, ¿hay algo que quiera comer?
–Cualquier cosa.
Cada día le preguntaba lo mismo y ella
respondía de la misma forma. Lucia nunca
comía nada más suntuoso o lujoso de lo
que le servían.
Jerome observaba a Lucia comer aperitivos
con dulzura. Al principio le preocupó que
una princesa se convirtiese en la señora de
la casa, le preocupaba tener que servir a
una noble caprichosa y escandalosa,
histérica después de que su marido la
ignorase, así es como había imaginado sus
días. Sin embargo, había desechado esa
idea durante el viaje, hasta los caballeros la
halagaron diciendo que era la primera vez
que escoltar a una noble había sido tan
fácil.
La duquesa nunca hacía nada que las
amantes del duque intentaban, no oprimía a
los sirvientes para establecer la jerarquía y
tampoco se molestaba con lamentables
luchas de poder con Jerome. Dejaba que los
que la rodeaban hicieran su trabajo y vivía
su propia vida: nunca le levantó la voz a
nadie.
Era amable y dulce, y Jerome estaba feliz
de corazón.
El sonido de una trompeta resonó por el
castillo y Lucia miró a Jerome
sobresaltada. Cuando vio la tensión en su
rostro, la muchacha temió todavía más lo
que iba a suceder. Jerome solía estar
tranquilo y relajado, por lo que verle en
semejante estado le causó mucha ansiedad.
–Mi señor ha vuelto. –El corazón de la
muchacha se aceleró. – Señora, no hace
falta que vaya a recibirle.
Lucia, que ya se estaba levantando, se
volvió a sentar de un movimiento torpe.
–No pretendo darle a entender nada, sólo
intento ser precavido para evitar asustarla.
–¿Asustarme…?
–Soy incapaz de contárselo con mucho
detalle, sin embargo, la tarea de mi señor
ha sido peliaguda. En momentos así, mi
señor se pone muy sensible. Siempre se
baña antes de hacer nada; será mejor que lo
busque después de eso.
Lucia asintió y vio como el mayordomo se
alejaba. Ignoraba la verdadera razón por la
que había tenido que ausentarse durante
tanto tiempo o con qué tipo de problemas
había tenido que lidiar en el norte. Era una
cotilla con los detalles del castillo, pero no
pretendía entrometerse en los negocios de
su marido. De vez en cuando, se enteraba
de algo por lo las charlas que escuchaba de
pasada de los soldados.
“Ya los puedes tener por muertos…”, “el
señor duque… perdonar…”
Había estado demasiado lejos como para
captar toda su conversación, pero pudo
deducir que la tarea del duque había sido
asesinar a otros.
¿Estará relacionado con los barbaros de la
frontera?
Cualquier persona de Xenon sabía que el
norte siempre estaba en guerra con los
barbaros. Todo el mundo estaba de acuerdo
con que el único motivo por el que los
habitantes del norte vivían en paz era
porque el duque mantenía a raya todos los
peligros. Si las batallitas de la frontera se
volviesen más rudas, también se podría
considerar una guerra.
Pensó que la guerra no afectaría su vida en
absoluto, después de todo, en la guerra que
no hacía mucho que había finalizado
Xenon también había participado y
moradores del territorio no habían sufrido
ningún efecto secundario. Fue en ese
momento cuando se percató que el norte
siempre había estado en guerra.
¿Por qué he venido aquí?
El marido de Lucia, el duque Hugo Taran,
era famoso en la guerra como el: “león
negro”. Había matado a muchísima gente y
se le conocía por eso.

* * * * *

Hugo se encargó de los problemas en un


mes a su manera. En cuanto a los
problemas pertenecientes a las regiones que
se habían quedado sin administrador, Hugo
no se molestó demasiado.
En un principio había planeado pasarse por
el norte, pero hacerlo tardaría medio año. Y
prefirió volver a casa en lugar de llevar a
cabo semejante viaje. No había descansado
ni en condiciones de lluvia o tormenta. Su
gran entrada en Roam fue acompañada de
un hedor a agua podrida y polvo por todo el
cuerpo.
–Me alegra ver que goza de buena salud,
mi señor.
Los empleados del castillo formaron una
fila y Jerome saludó al señor duque con
educación. Su sola presencia ya daba la
sensación de que podría partir en dos a
cualquiera que se le acercase. Su aura
sedienta de sangre todavía no había
desaparecido y parecía posible escuchar los
gritos de todos aquellos a los que había
asesinado.
Da igual las veces que le vea así, no
consigo acostumbrarme.
Jerome sentía una gran incompatibilidad
con su amo cada vez que le veía de esa
forma. Él siempre se quedaba en el castillo
y se ocupaba de los asuntos del estado;
nunca le había visto en acción.
Para Jerome, el duque que tenía en la
cabeza era perfecto en todos los sentidos,
siempre justo. Era un hombre que no se
enfadaba ni gritaba, que ejecutaba sus
tareas a la hora programada y, por eso,
cuando le veía en ese estado, se ponía
nervioso.
–Ya he preparado el baño.
Un baño caliente y una relajante taza de té,
eso era todo lo que necesitaba para que su
señor volviese a la normalidad.
–¿Ha pasado algo mientras no estaba?
Jerome, que era inteligente, fue capaz de
entender la verdadera pregunta de su señor.
El duque jamás le había preguntado algo
tan vago al regresar.
–Nada digno de importancia. Mi señora
también está tranquila y saludable. Le he
informado que hacía falta que viniese a
recibirle.
–Bien hecho. – Se dio la vuelta. – Reúne a
todo el mundo dentro de una hora. Todos
deben estar presentes, sin excusas.
Jerome respondió a su espalda mientras
desaparecía en el baño, entonces, echó un
vistazo a la habitación en la que Lucia
esperaba. La reunión no terminaría en un
par de horas y pensó que hubiese sido
mejor saludarla antes de la reunión.
No tenemos las tropas del enemigo en
nuestra puerta, no estaría mal posponer un
poco la reunión.
En cuanto la boda finalizó, habían
arrastrado a la muchacha hasta su territorio
y la habían encerrado en el castillo. Para
empeorarlo todo, él no había enviado ni
una sola carta durante todo el mes.
Cualquiera criticaría ese trato y
comportamiento, pero, aun así, preguntó
por el estado de la señora al llegar y eso ya
contaba como algo. Jerome había servido al
duque durante muchos años y comprendía
que aquello significaba mucho.
Parece que no he sacado conclusiones
erróneas.
“Esta es la señora de la casa Taran, dale
todos tus respetos”.
Jerome se había tomado sus palabras como
una advertencia.
“Si no conoces tu lugar, todo el mundo
morirá”.
Jerome no tenía ninguna intención de
ignorar las advertencias del duque. Siempre
que surgía la oportunidad, se aseguraba de
educar a los empleados. Por suerte, Jerome
había adivinado el significado del duque
correctamente. Sin embargo, el mayordomo
no trabajaba porque ese era su deber, sino
por el respeto sincero que le guardaba a la
señora de la casa Taran.
¿Fabian está ya en la capital…?
Aunque había sido un conflicto pequeño en
un territorio, todos los que habían muerto
eran vasallos del emperador, por lo que se
le confió a Fabian el deber de informar al
monarca del conflicto y de negociar.
“No tiene ningún respeto por la vida
humana”, decía el mensaje que Fabian le
había enseñado a su hermano antes de
partir.
Esa corta frase era suficiente para
transmitir la angustia de Fabian y Jerome,
que lo entendió, le tuvo cierta lástima. A
diferencia de Jerome, Fabian seguía al
duque en cada batalla como general adjunto
y había visto a su señor tomar muchas
vidas. Era imposible reducir la distancia
que separaba las visiones de los dos
hermanos en respecto al duque; uno veía
las matanzas con sus propios ojos, y el otro
no.
Fabian estaba de acuerdo con todos
aquellos que llamaban a su señor “tirano”.
Reprendían a los que hacían semejantes
comentarios por fuera, pero por dentro,
pensaban lo mismo. Si no oprimiese y
explotase a los demás, no le llamarían así.
Hacía lo que le venía en gana y nadie podía
objetar; era la perfecta definición de un
tirano.
Jerome había sido testigo de ello en su
boda. El matrimonio había sido abrupto y
sin ninguna celebración, aun así, nadie
había pronunciado ni una sola palabra de
descontento. Se habían limitado a ver a
Jerome intentar comprender las verdaderas
intenciones de aquel matrimonio.
Fabian parecía estar al corriente de ciertas
cosas, pero Jerome no había intentado
indagar demasiado. Ambos eran hermanos,
pero mantenían su vida pública y privada
separadas.
Estaría bien que el matrimonio significase
algo para él…
Lo único que deseaban era que el
temperamento del duque se apaciguase un
poco.

* * * * *

En el comedor se podía escuchar el


estrépito de los utensilios. Lucia se metió
un pedazo de carne en la boca y disfrutó de
su sabor.
La primera vez que probó la carne se
emocionó tanto que hasta se sintió mal por
tener que tragársela. Aunque en su cabeza
pensaba que era el mejor plato, ahora que
lo había comido varias veces su corazón
discrepaba: su sentido del gusto era un
tanto voluble.
Lucia se sentó en la mesa lo
suficientemente larga para veinte adultos.
El duque había vuelto, pero ella seguía
gozando de sus manjares sola. Las únicas
personas presentes aparte de Lucia eran sus
criadas que esperaban a un lado.
Su marido había vuelto aquella tarde, pero
no le había visto la cara ni al caer la noche.
En cuanto terminó de bañarse, se había
reunido con sus subordinados en su estudio
por una reunión que no parecía estar por
terminar.
Parecía que los hombres allí reunidos no
tenían ninguna intención de cenar, porque
las criadas no dejaban de entrar bocadillos
y té al estudio. Al principio había dicho que
le esperaría y cenaría con él, pero el
mayordomo afirmó que sería mejor que se
le adelantase, y tuvo otro remedio que
cenar sola.
Es un hombre muy ocupado…
No esperaba una vida amorosa de casados,
sin embargo, pensaba que como convivían
en la misma casa podrían intercambiar
alguna que otra palabra de vez en cuando.
Pero hasta eso había sido una fantasía.
Vivían en la misma casa, pero sus espacios
estaban completamente separados. Si uno
no buscaba al otro intencionalmente, no se
encontrarían.
Hubiese estado bien que su familia siguiera
viva.
Ya fuese su hermano o su madre, la joven
se habría esforzado por ser amigable con
ellos durante el resto de sus días. La trágica
muerte de su familia la entristecía y, a la
vez, estaba deseosa de conocer a su hijo
que vivía en un internado.
Por suerte, no era de las que se deprimían
con facilidad. Tenía una personalidad
bastante independiente y, la mayoría de
veces, cumplía con sus tareas y se
encargaba de sus propios problemas, pero
esa vida tan aburrida se estaba volviendo
tediosa. Había mantenido ocupada toda la
vida, sin embargo, aquel lugar tan lujoso
que no tenía nada que hacer.
Apenas te terminó el bistec, no tenía mucho
apetito. Era una lástima, pero comer más le
haría tener nauseas y enfermar.
¿Y si me acabo el plato y sufro después?
Después de reflexionar unos instantes, bajó
el cuchillo.
–¿No le gusta?
–No es eso. Por favor, dile al cocinero que
el plato estaba buenísimo como siempre.
Pero hoy… estoy llena. Creo que he
comido demasiados aperitivos.
Lucia solía terminarse la cena y comer
aperitivitos, aquel día ni siquiera había
comido demasiado, pero Jerome no se
molestó en insistir en ello.
–¿Todavía está lloviendo?
–Sí, parece que seguirá lloviendo toda la
noche.
–Ya veo.
Si no hubiese estado lloviendo, habría dado
un paseo por el deslucido jardín. El día se
le estaba haciendo demasiado largo.
–Iré subiendo.
–¿Le subo té?
–Sí, por favor. Ah, mejor no. Estaré en el
estudio y me tomaré el té más tarde.
–Sí, señora.
A Lucia le encantaba el estudio de Hugo.
Tenía un techo alto y oscuro, la pared que
estaba de cara al sur tenía una ventana
gigantesca que permitía entrar a la luz del
sol hasta su puesta. Las otras paredes
estaban cubiertas de libros hasta el techo
divididas en tres niveles de escaleras de la
anchura de una persona. Se podía llegar a
todos los rincones de las estanterías con
esas escaleras.
A la izquierda, había otra habitación sin
puerta. En el interior de esta había un sofá
y una cama. A la derecha había otra
habitación firmemente cerrada. Según
Jerome, contenía las reliquias de la familia
y sólo el duque tenía permitida la entrada.
Ni siquiera el propio mayordomo había
entrado jamás.
Era un estudio de ensueño.
La finca de la capital tenía un estudio
similar, de hecho, siempre compraban dos
copias de los libros: una para Roam y la
otra se llevaba a la capital. Si lo hubiese
sabido habría ido, pero se había pasado sus
días en la cama.
–El libro que estuve leyendo ayer… Ah, lo
he encontrado.
Lucia no tenía el valor para sacar los libros
de la estancia, así que siempre leía dentro.
Le preocupaba manchar las hojas de los
libros, por lo que tampoco se atrevía a
beber té.
No tenía permiso para entrar en el estudio.
El mayordomo le había asegurado que no
pasaba nada y por eso lo frecuentaba tanto,
pero continuaba preocupándole que Hugo
pensase de otra forma.
Se sumergió en su lectura disfrutando el
aroma del papel hasta llegar a la última
página a los treinta minutos. Lucia se
quedó mirando a la palabra: “fin” un buen
rato, entonces, cerró el libro lentamente.
Ha estado bien. Por la mitad se hace un
poco lento, pero da una sensación de
tranquilidad. Debería leer más de este
autor.
Lucia devolvió el libro a su lugar original y
estudió la estantería una vez más. El
mueble estaba bien organizado así que fue
fácil encontrar las otras obras del autor.
Entre los muchos títulos, uno en particular
captó su interés. Sólo había un problema:
estaba muy arriba. Estiró la mano y apenas
podía tocarlo. Creyó que si se ponía de
puntillas conseguiría cogerlo.
Un poquito más… Un poquito más…
Lucia se esforzó todo lo que pudo. Tan
cerca pero tan lejos. Mientras hacía todo lo
posible para conseguir el libro, una sombra
apareció detrás de ella y un brazo largo le
rodeó la cintura suavemente, permitiéndole
sentir el fuerte pecho de la otra persona
contra su espalda. Podía oler el aroma de
cierta persona y, de repente, se mareó. El
otro brazo del hombre alcanzó fácilmente
el libro que tanto le estaba costando
conseguir a Lucia.
–¿Este?
A Lucia le sobresaltó la voz grave que sonó
por encima de su cabeza. Su tono suave y
grave le arrebató la respiración. La joven
escapó de su abrazo tan rápido como pudo
por acto reflejo. Ser capaz de identificarle
por el aroma y la voz con tanta rapidez la
sorprendió.
Debo… haber estado esperando a este
hombre.
Comió y pasó los días en Roam muy bien.
Hasta el punto de que se halagó a si misma
por su adaptación. Por eso, asumió que no
le tenía en la cabeza, tampoco pensaba que
le anhelase o le echase de menos. Pero en
cuanto le vio, el corazón de Lucia empezó
a cantar. En su corazón surgían unas
emociones tan abrumadoras y latía con
tanta fuerza que temía que él pudiese
escucharlo.
–Gracias…
Recibió el libro y retrocedió un paso. Se
comportaba como si la hubieran quemado y
él la miró disgustado. Todo lo que había
hecho era rodear su cintura con la mano. Le
parecía que todavía podía sentir su cuerpo
suave, así que cerró la mano en un puño.
¿Ya ha acabado la reunión? A lo mejor
están tomándose un descansito. ¿Le
pregunto cómo ha ido el viaje? ¿Cómo
empiezo la conversación…?
Docenas de pensamientos se arremolinaban
en su cabeza y, al final, no consiguió el
valor para decir nada.
–Siento saludarte tan tarde.
Lucia sintió una sensación sofocante
cuando él inició la conversación.
–Era de esperar con todo el trabajo que
tiene. ¿Ha terminado… la reunión?
–Por hoy.
–El ca-castillo es impresionante. Es tan
enorme que he tardado más de un día a
verlo todo.
–Cuando hayas vivido aquí un tiempo te
darás cuenta de que sólo frecuentarás unas
pocas habitaciones.
–Ah… sí. Estoy segura.
–He oído que no te has acabado la cena.
–He comido mucho. No tendré mucho
apetito todos los días de mi vida.
–¿Hoy no tenías mucho apetito?
–¿Eh? Ah… No mucho…
–¿No estaba bueno?
–Las habilidades del cocinero son de
primera.
–¿Alguien ha sido desagradable contigo?
–Todo el mundo es muy amigable. Todo el
mundo.
Él preguntaba lentamente y ella respondía a
una velocidad alarmante. Aunque alguien
hubiese sido poco amistoso o la comida no
hubiese estado del todo buena, no parecía
un buen momento para chivarse. En
cualquier caso, la comida era de primera
categoría y todo el mundo de Roam era
muy amistoso.
Se le acercó y Lucia vaciló, dando unos
pocos pasos hacia atrás, pero su cabeza
chocó con la estantería que tenía detrás. Él
volvió a aproximarse, descansando una
mano sobre la estantería para evitar que
ella pudiese moverse, mientras que le
acariciaba el pelo con la otra mano.
El corazón de ella latía con tanta fuerza que
dolía. El momento que habían compartido
le pasó por la cabeza vívidamente. Su
fuerza abrumadora y su cuerpo pesado que
entró en ella repetidamente; además del
dolor punzante que la había echo romper en
sudores fríos. Aturdida, pensó que se había
convertido en una mujer obscena.
–Mírame.
Lucia levantó la cabeza con cuidado,
devolviendo su atención al intrigante suelo
y a lo que rodeaba a Hugo. Ella tenía que
mirar bastante arriba para devolverle la
mirada; él se alzaba sobre ella.
–¿Estás incómoda conmigo?
–…No estoy incomoda, sólo un poco
nerviosa.
–¿Por qué?
–Yo… puede que para mi señor no sea así,
pero para mí es un poco embarazoso. Hace
un mes que no le veo…
–¿Me estás regañando por volver un mes
después?
–¿Cómo podría…?
El final de sus labios se torció en una
sonrisa. Su apariencia misteriosa hizo latir
el corazón de Lucia. El dedo largo de él le
levantó el mentón y se inclinó para acercar
sus miradas. Lucia sintió que se le iba a
parar el corazón cuando los labios de él
tocaron los suyos, así que cerró los ojos.
Él le mordió el labio inferior y ella abrió
los labios de la sorpresa. Entonces, él
aprovechó esa oportunidad para aventurar
su lengua dentro de la boca de ella. Su
lengua cálida rozó sus encías y cosquilleó
la parte superior de su boca. La sensación
de sus lenguas enrollándose la hizo
tambalearse.
El duque le sujetó la cabeza por atrás para
profundizar más en su beso. El sonido de
sus labios y saliva se volvió más sonoro, y
el rostro de ella se ruborizó. Las manos de
la muchacha, que habían estado vagando
sin rumbo, de alguna forma, le rodearon el
cuello al hombre que, al notarlo, le rodeó
las caderas y se la pegó contra él.
Después de un buen rato, los labios de él se
separaron de los de ella. Lucia jadeó como
si hubiese estado corriendo. No estaba
segura de si estaba exhausta o mentalmente
embriagada, pero el ambiente la dejaba sin
aliento.
Cuando él le mordió el cuello, todos los
sentidos que había perdido en algún punto,
volvieron de golpe. Se volvió a serenar,
una de las piernas de él estaba entre las
suyas y sus cuerpos estaban pegados. Los
brazos de su marido le habían rodeado las
caderas con firmeza.
Lucia había dejado caer el libro hacía un
buen rato y los ojos escarlatas de él estaban
a escasos milímetros, aunque el hombre
parecía tan tranquilo como siempre, sin
embargo, la muchacha descubrió algo
ardiendo en su mirar.
De repente, el techo dio vueltas. Él la había
cogido en brazos y se la estaba llevando
bruscamente a algún lado.
El duque entró a la habitación adjunta que
estaba conectada al estudio y la dejó sobre
la cama. Lucia observó como él se subía
encima de ella aturdida y, tardíamente,
descubrió cuales eran sus verdaderas
intenciones. Iba a tomarla: ahí y ahora.
–Espere… ¡Espere!
En esos escasos segundos, Hugo ya había
dejado al descubierto los pechos de Lucia
y, cuando notó el aire frío sobre su piel, la
joven se percató de un hecho todavía más
terrorífico: estaba asustada.
¡No me gusta el dolor!
La muchacha se cruzó de brazos y se
cubrió los pechos.
–Primero… Primero será mejor lavarse. –
Lucia balbuceó una excusa, pero, cuando se
paró a pensarlo, parecía razonable.
–Ya me he bañado.
–Me refiero a mí. ¡A mí!
–No me importa.
–¡A mí sí! Mi señor… Hugh. Por favor…
Aquella mañana sólo se había lavado la
cara. Estaba lloviendo y el tiempo era tan
malo que estaba cansada. Tenía miedo,
pero a parte de eso, no quería revolcarse
por la cama en un estado tan espantoso.
Él alzó las cejas y se apartó de ella
obedientemente. Incluso la ayudó
ofreciéndole una mano. Lucia se volvió a
abrochar la ropa tan rápida como pudo y
escapó del estudio tan rápida como una
flecha. Un lobo acababa de morderle el
cuello y apenas había conseguido salir con
vida. Hugo la vio huir como un conejo y se
le escapó una risotada.
Apenas había conseguido controlar su
lujuria. Cuando volvió a pensar en sus ojos
húmedos de color calabaza sus llamas se
avivaron otra vez. De todas formas, no
podía escapar a ningún sitio. Sólo podía
hacer cosas en Roam. Después de todo, era
su esposa.
Esposa.
A Hugo, por alguna razón, le gustaba esa
palabra y todavía le gustaba más el hecho
que estuviera vinculada a ella.
Hugo se pasó la mano por el pelo. Lo hacía
inconscientemente cada vez que las cosas
no iban como él quería.
Estaba hecho un cos. Quería tomarla,
quería penetrar las profundidades de su
apretado cuerpo. Cada vez que recordaba la
sensación cálida y húmeda de su interior
sus partes bajas se ponían dolorosamente
rígidas. La deseaba, era un hecho
innegable. No obstante, no entendía el
motivo con claridad.
No era una belleza despampanante,
tampoco era una experta en la cama. Se
había pasado su primera noche temblando
de los nervios y había sufrido durante todo
el proceso por el dolor. Cada vez que la
tocaba la joven se estremecía como si fuera
a pasarle algo malo y él tampoco podía
satisfacer sus propios deseos.
Aun así, su cuerpo era terriblemente bueno.
La presión del calor de su interior le
llegaba en oleadas y había sentido
suficiente euforia como para perder la
cabeza. Verla intentar seguir sus acciones
le hizo enloquecer.
Nunca había permitido que sus actividades
carnales afectasen a su vida diaria. Sin
importar lo apasionado que fuese el sexo,
cuando se bajaba de la cama era capaz de
borrarlo de su cabeza, pero, después de
aquella noche, ella había seguido
apareciendo en su mente, molestándole sin
parar.
Sus jadeos, cómo se aferraba a sus hombros
con fuerza cada vez que la penetraba, su
interior apretado y sus ojos llenos de
lágrimas. Cada vez que veía la marca de los
dientes le había dejado en el brazo sus
partes bajas palpitaban.
Para Hugo, matar y el sexo le aportaban el
mismo placer. Su sangre exigía la de otros,
pero como no podía ir matando a gente
todo el año, así que en su tiempo libre
había tranquilizado su calor tomando
mujeres. Por eso, no necesitaba el cuerpo
de ninguna mujer cuando salía a matar.
Sin embargo, esta vez había sido diferente.
Cada noche le abordaban imágenes de ella
y sus partes bajas palpitaban como locas.
Aun así, no deseaba aplacar su frustración
sexual con una mujer aleatoria, por eso,
había cancelado su viaje por el territorio
norte y había regresado a su casa. Su
cuerpo llevaba ardiendo un mes entero.
Tenía que confirmar si su cuerpo era tan
dulce o si sólo lamentaba que su momento
hubiese terminado con tanta rapidez. Si se
trataba de la segunda opción, todo lo que
necesitaba era encargarse de ese lamento.
Si era lo primero, sería un grave problema
para él.
Da igual lo mucho que anhelase el cuerpo
de una mujer, su corazón no se había
agitado hasta ese nivel jamás y no le
gustaba la sensación de que algo pudiese
agitarle.
Se levantó de la cama y volvió a entrar en
el estudio. Recogió el libro que había caído
y fue a devolverlo a la estantería, pero hizo
una pausa y lo dejó encima de la mesa. Al
parecer, ella quería leerlo así que volvería a
buscarlo.
“Está en… el estudio”.
Jerome había respondido vacilante. Estaba
estrictamente prohibida la entrada al
estudio sin permiso. El estudio era un lugar
diseñado para escapar del mundo; era su
único espacio privado en todo el castillo.
De vez en cuando necesitaba un lugar en el
que poder tomarse un respiro y estar a
solas. No es que pasase mucho tiempo allí,
pero cuando decidía entrar, significaba que
no quería que le molestasen si no era un
asunto muy urgente.
Sin embargo, cuando se enteró de que ella
estaba en su estudio, no se irritó. Más bien,
la llevó a la cama personalmente para
seducirla. Algo que jamás habría
imaginado antes de casarse.
Pero, para ser precisos, aceptar una
proposición de matrimonio como esa
tampoco era su estilo. Desde aquel
momento las cosas habían continuado
moviéndose en direcciones extrañas. No
conseguía decidir si estaba feliz o irritado,
lo que le confundía.
Alguien llamó a la puerta.
–Mi señor, soy Jerome. – Jerome habló con
educación.
–Adelante.
En cuanto entró, el mayordomo estudió la
expresión de su señor el duque. Había visto
a la señora salir corriendo del estudio y
entrar en su dormitorio. Y, cuando Jerome
le había dio que las criadas ya le habían
preparado el baño, se percató que su rostro
estaba rígido, así que empezó a especular.
Jerome había estado siguiendo cada una de
las acciones de su señora. No es que la
vigilase, sólo deseaba cuidarla de la mejor
manera posible. No parecía estar totalmente
cómoda, así que iba a seguir cuidándola un
tiempo más. Su rango era de mayordomo y
no quería pasarse de la raya. Él era un
hombre que no solía comer más de lo que
podía masticar; tampoco tiraba su cuerpo
de cualquier manera por lealtad. Hacía su
trabajo lo mejor que podía, pero nunca
superaba el cien por cien. Aun así, el
cambio drástico de su comportamiento era
por lo satisfecho que estaba con su actual
señora. Tenía el instinto de un sabueso y
esa muchacha no rompería la paz de la vida
del duque.
A Jerome le hacía feliz que desde que el
duque había contraído matrimonio el
castillo rebosaba una nueva energía.
Habían contratado a más criadas por el bien
de su señora y eso había contribuido
mucho.
El castillo, que había estado lleno de
hombres, ahora estaba animado por muchas
jovencitas. Las caras de los duros y
terroríficos lacayos se habían suavizado
drásticamente y Jerome ya había pillado a
muchos sirvientes saliendo, aunque se
había lavado las manos.
–Mi señor, fui yo quien le dijo a la señora
que podía entrar en el estudio. Si me he
pasado de la raya…
–¿Qué opinas de la duquesa como señora
de la casa?
El duque no le prestó atención a su
disculpa, en lugar de eso, le hizo una
pregunta aleatoria, aun así, Jerome no se
quedó desconcertado. El duque no era
alguien amable que explicase en detalle la
situación a los demás.
–No me atrevería a juzgar a mi señor, pero,
todo el mundo la quiere.
–¿Todo el mundo?
El duque soltó una risita como diciendo:
“¿esa no es sólo tu opinión?”.
Jerome había empezado confesando sus
errores a pesar de que no le habían
interrogado en ningún momento. Le
preocupaba que su error pudiese acabar
involucrándola a ella. También había sido
el mayordomo quien había alcanzado al
duque en cuanto se había terminado la
reunión y le había contado lo de su falta de
apetito durante todo el día.
Cuando el duque escuchó las noticias, se
preocupó y se lamentó un poco por ella.
Por eso, decidió dejar los últimos detalles
de la reunión para más tarde y fue a verla al
estudio.
La competencia de Jerome provenía de su
estilo para lidiar con los problemas desde
raíz. El mayordomo entendía que una
mujer no se podía ganar el afecto del duque
sólo por ser su amante, más bien todo lo
contraria, el duque ocasionaba un dolor
sinfín a las jovencitas con las que se
involucraba.
Todas las ex del duque le habían odiado sin
excepción, una en particular le había tirado
zumo a la cara y muchas otras le
calumniaban delante de Hugo. Por
supuesto, aquellas que lo hacían
desaparecían: la mujer, no Jerome.
–¿Por qué?
–Tiene más que la suficiente dignidad para
cumplir con los deberes de una duquesa.
No abusa de sus subordinados, marca una
línea clara de lo que aprueba y desaprueba,
y nunca hace un castillo de un grano de
arena. Por otra parte, no es
innecesariamente amigable con las criadas,
así que no hay ninguna oportunidad de que
alguna de las criadas sea soberbia por su
favoritismo.
–¿Ah, sí…?
Eso fue inesperado. Parecía que lo único
que sabía mostrar era un corazón amable y
gentil. Era muy joven, pero se le daba bien
controlar a los que estaban por debajo de
ella. De no ser así, Jerome no la habría
elogiado tanto.
–¿Qué está haciendo ahora?
A ese ritmo Jerome iba a empezar a
cantarle un himno a su señora en cualquier
momento, por lo que el duque detenerle.
–Se está bañando.
Los labios de Hugo se curvaron muy
satisfechos. Su reacción fue instantánea, a
diferencia de la fachada falsa que solía
mostrarle al resto.
–La señora ha pedido que le lleve té a su
habitación. ¿Le traigo también a usted?
Jerome sugirió que ambos compartiesen
una taza de té mientras disfrutaban de una
noche tranquila, pero en ese momento no
adivinó con precisión las verdaderas
intenciones del duque. Lo que el duque
quería no era té.
–No lo traigas.
Los labios de Jerome se tensaron.
–No nos molestes.
La expresión tensa de Jerome se suavizó e
hizo una reverencia.
–Tampoco nos vengas a despertar por la
mañana.

–Seguiré sus órdenes.

.x.x.x
Parte II
Lucia contemplaba los pétalos de flores
rojas que flotaban en la superficie del agua.
Su rostro fue tornándose del mismo color.
Cada vez que las criadas le tiraban agua por
encima de los hombros, la envolvía un
suave aroma.
Lucia nunca había pedido que le preparasen
un baño como aquel, todo había sido idea
de las criadas. Y el propósito de aquel baño
era tan obvio que la avergonzaba. Sin
embargo, era todavía más bochornoso que
ella sí tuviese esa intención.
–Señora, ¿cómo puede tener la piel tan
suave?
–Es suavísima y ni siquiera le hemos
echado aceite.
–La piel de un bebé ni se compara con la
vuestra.
Aquel día las sirvientas no paraban de
parlotear. Parecían estar contentas porque
era la primera noche juntos en Roam de la
pareja ducal. Lucia escuchó los halagos del
servicio sin mucha reacción. Era consciente
de que tenía una buena piel, pero no se
sentía particularmente orgullosa.
Además, a los hombres sólo les atraen las
caras bonitas y el cuerpo glamuroso, no la
piel. Él… seguramente piensa lo mismo.
El duque Taran de su sueño había ido por
ahí esparciendo rumores con diversas
mujeres. Cada vez que le saludaban en
alguna fiesta tenía a una mujer diferente en
el brazo. Sin embargo, lo que relacionaba a
todas aquellas mujeres eran sus enormes
pechos.
Lucia se miró sus propios pechos y suspiró.
Era imposible afirmar que los tenía
grandes, pero por lo menos tenía una
cintura delgada que acentuaba sus caderas,
así que no parecía totalmente plana. Aun
así, tampoco era algo de lo que presumir.
Tampoco tenía un rastro particularmente
hermoso.
Para atraerle por lo menos se debía tener
una belleza como la de Sofia Lawrence.
Lucia recordó los acontecimientos del baile
de victoria en el que había tirado a una
belleza como Sofia sin pararse a pensar.
Todas las amantes del duque eran bellezas
que parecían rosas. Aunque solía cambiar
de pareja aquí y allí, nunca manchó su
reputación. Después de casarse jamás había
aparecido con otra mujer que no fuese su
esposa.
En su sueño, el duque había tenido respeto
por su mujer, por lo que se consoló
sabiendo que en esa vida tendría, como
mínimo, ese grado de respeto por parte de
su marido.
Después de bañarse, entró en su habitación
con el albornoz y, cuando le vio sentado al
lado de la mesa con algo de vino se
sobresaltó. Su marido estaba a punto de dar
un sorbo, pero en lugar de hacerlo, volcó
toda su atención en Lucia y se levantó
lentamente.
Las criadas, que habían estado esperándole,
se pusieron nerviosas y huyeron mientras
les echaban miraditas. Al día siguiente
todos los sirvientes de palacio
cuchichearían sobre aquello: el duque ni
siquiera había esperado a que la duquesa
terminase su baño y la había esperado en su
propio dormitorio.
Lucia suspiró pesadamente. La había
dejado bañarse para que pudiese preparar
su corazón, pero aquello no había reducido
sus temores. La primera noche que
compartieron había sido demasiado
repentina e intensa. No podía afirmar haber
odiado todo el proceso, pero fue agotador y
dolió.
Ni siquiera con aquellos pensamientos
apartó la vista. Los recuerdos de su primera
noche eran confusos, pero, de repente,
volvieron a ella con total claridad. Se
acercó a él como poseída.
Él, vestido con una camiseta transparente
que dejaba a la vista sus músculos, sirvió
una copa de vino y la levantó como
preguntándole si quería. Lucia tragó saliva
y asintió con la cabeza. Le pegó un sorbito
al vino. No le gustaba especialmente ese
sabor amargo, pero engulló la copa entera y
se la pasó.
–¿Más?
Cuando asintió, una de las esquinas de la
boca de él se curvó y le rellenó la copa con
una suave risita. El cuerpo de la muchacha
se calentó después de beber y su corazón se
calmó. Los ojos de él, que admiraba sus
mejillas coloradas mientras ella se relamía
el vino que había quedado en sus labios, se
ensombrecieron.
Sin aviso previo, la cogió. Le sujetó la
parte trasera de la cabeza y le chupó los
labios rojos. Le quitó la copa de la mano y
la depositó suavemente sobre la mesa, para
después rodear su cintura con el brazo.
Hugo le lamió los labios para que aflojase
la tensión de sus músculos, y entonces,
profundizó el beso con la lengua. Saboreó
el vino agridulce y le rozó las encías con la
lengua manteniendo el contacto visual con
ella. Quería volver a ver sus ojos
manchados de lágrimas.
–¿Te gusta el alcohol?
–…Sólo en ocasiones especiales.
Él volvió a soltar una risita satisfecha y
empezó a besarla una vez más. Su boca la
estimuló de una manera dulce y gentil, así
que la muchacha tuvo que apoyarse en él.
Con los labios contra el cuello de ella,
Hugo susurró:
–Estás temblando.
Lucia se percató de ello al escucharle. La
sensación de embriaguez había
desaparecido.
–No tengas miedo, esta vez no te dolerá.
Aunque si sigues tan tensa puede que no lo
disfrutes y te vuelva a hacer daño.
Hugo la abrazó con un rostro rígido viendo
que no dejaba de temblar. Era una joven
pequeña y débil, pero segura y tenaz. Debía
ser alguien espantoso para que alguien
como ella le temiese tanto.
Era joven y virgen. El duque se había dado
cuenta él solo que su primera noche había
sido demasiado dura. Si la hubiese tratado
con dulzura habría estado poco más que
nerviosa, pero la había tratado como a una
de sus amantes de una noche. Debió ser
una experiencia agotadora.
La muchacha ya tenía una buena lista de
adjetivo para él, y seguramente ahora
habría añadido uno más a la lista que no
debía ser muy positivo.
Maldita sea, tendría que haberme
controlado, se lamentó demasiado tarde.
No quería obligarla cuando estaba
temblando por el miedo. Había querido
gozar de una noche de pasión con ella.
Todas sus anteriores mujeres habían
disfrutado de su intimidad, sin embargo,
Lucia era primeriza y Hugo no sabía muy
bien como avanzar. Era la primera vez que
seducía a una mujer que no sabía disfrutar
del sexo.
Hugo la levantó y caminó hasta la cama.
Ella no le rechazó, pero tenía las manos
tensas por los nervios.
Él la depositó sobre la cama y se tumbó a
su lado. La abrazó por las caderas y se
acurrucó pasándole la mano por la espalda
suavemente y sin intentar llegar más lejos.
Un rato después, Lucia se relajó, pero, al
mismo tiempo, se entristeció. Al parecer su
marido no pretendía hacer lo mismo que le
había hecho en la noche de bodas y,
seguramente, sólo había querido pretender
que eran felices delante de sus
subordinados: lo hacía por su bien.
La posición de la señora de la casa se
cristalizaba cuando conseguía el amor de su
marido. Pero entonces, ¿qué significaba lo
que había sucedido en el estudio? Si no le
hubiese rechazado, ¿habría cambiado algo?
En su cabeza había demasiados
pensamientos complicados.
–¿Duermes? Hey, ¿de verdad estás
durmiendo? No he hecho esto para
acostarte, ¿sabes?
Hugo rodó hasta ponerse encima de ella.
Los ojos de Lucia se giraron por la sorpresa
y le devolvieron la mirada.
–¿Estás cansada? – Parecía vacilar y algo
avergonzado.
–Estoy bien, pero… Seguramente estás
cansado. Has tenido una reunión nomas
llegar…
–Estoy bien, ese no es el problema…
Bueno, no estoy para nada cansado.
–…Ya veo. Mmm… Vale.
Casi se le escapan de la boca las palabras:
“tienes una estamina increíble”, pero justo
entonces, él suspiró pesadamente. Se le
había puesto encima, pero todo lo que hacía
ella era devolverle la mirada como ausente;
se sentía frustrado. Ya habían intimado en
su primera noche, esa jovencita no podía
ser ajena a sus intenciones.
–Me muero por volver a estar dentro de ti.
–¿…Eh? – El rostro de Lucia se tiñó de un
rojo escarlata.
–Quiero hacerlo, ¿y tú? Si no quieres, no te
voy a obligar.
Sus palabras fueron tan repentinas que
Lucia no supo qué contestar. Él se tomó su
silencio como un rechazo y suspiró
pesadamente con una expresión solitaria.
–Déjame ser sincero. Puede que no te guste
la idea, pero ahora mismo te deseo. ¿Tan
terrorífica fue nuestra primera noche?
Ella tenía un nudo en la garganta y no
estaba segura de que su marido estuviese
bromeando o siendo sincero. Se preguntó si
le había escuchado bien. Podía ver el deseo
de sus ojos, y le asombro que pudiese mirar
a alguien de esa forma, sin embargo, al
mismo tiempo, quería hacerse la dura y
apartarle.
–…Pensaba que no te había gustado
nuestra primera vez. ¿No es por eso que…
me molestaste y te burlaste de mí?
–¿Burlarme? ¿Yo? Admito que te molesté,
pero es porque estabas adorable. No soy tan
lamentable como para burlarme de las
mujeres en la cama.
Parecía determinado a transmitirle sus
intenciones y excusas. Lucia se ruborizó
por la palabra “adorable”.
–…A la mañana siguiente… paraste a
mitad de camino…
Lucia había sido la que quiso parar aquel
día, pero le echó las culpas tímidamente.
No obstante, él tenía tanta urgencia que no
notó esos pequeños detalles.
–Hey, mujer. Si hubiese seguido ese día te
habría postrado en la cama durante días.
Me controlé por tu bien.
–…Me dolió mucho. – Lucia murmuró con
mala cara. Hugo no consiguió responder. –
No paraba de sangrar… Y tuve que
descansar durante dos días enteros.
Anna diagnosticó que Lucia no había
sufrido ninguna herida grave, pero las
palabras: “sangrar” añadían un matiz más
fuerte. Los hombres sabían que las mujeres
sangraban después de su primer coito, pero
ignoraban los detalles. No es que la
muchacha estuviese portándose así para
conseguir alguna reacción por su parte, su
queja se le había escapado.
Las palabras de la joven le afectaron
enormemente. Cogió aire como si estuviese
desesperado y le cambió el humor.
Después de una noche de pasión, todas sus
otras amantes intentaban ganarle
agresivamente con puño de hierro. Las
chicas no dejaban de intentar admirarle y
contemplar su parte baja, nunca se había
dado el caso de que alguna hubiese sufrido
tantísimo. Por lo tanto, no tenía ni idea de
cómo solucionar la situación.
El cuerpo de su esposa era muy frágil, por
lo que se grabó en la mente que debía
tratarlo con suma ternura.
–¿…Y ahora? ¿Estás bien?
–…Sí.
Suspiró aliviado. Después de apañárselas
para cruzar la muralla del palacio, se
hallaba delante de otro muro.
–¿Por eso no quieres?
Aquel hombre la deseaba de verdad. Lucia
estaba algo atónita. Su marido podía
seducir a cualquier mujer, si todo lo que
necesitaba era un cuerpo femenino no
reflexionaría en cada una de sus palabras e
intentaría explicarse de aquella manera,
además, también podía forzarla. Sin
embargo, parecía que, si ella se lo pedía,
retrocedería.
–Vivian, me aseguraré de mantener la
promesa que te hice en nuestra primera
noche. Mientras no sea tu primera vez,
estoy seguro de que será una experiencia
emocionante.
Hugo empezó a coaccionarla. Todo lo que
tenía en la cabeza era cómo conseguir
yacer con la inteligente mujer que tenía
ante él.
–No te creo. La última vez me mentiste. –
Su rechazo era firme y él se sintió
impotente.
–¿Mentir? Te dije que te dolería si era tu
primera vez.
–Dijiste que sólo un poquito. Me dolió
mucho.
–Dame la oportunidad de redimirme. ¿No
vas a volver a dormir conmigo nunca más?
Aunque lo único que pedía era intimidad
física, la muchacha se sintió como una
belleza despampanante a la que intentaban
cortejar. Aquella vez tampoco había sido
para tanto. La muchacha sintió cierta
alegría, soltó una risita y habló:
–Lo decidiré después de hoy.
Hugo se quedó como ausente unos
instantes y, entonces, estalló en carcajadas.
Sus bromas le hacían bien. De vez en
cuando decía algo y le hacía reír. Tal vez,
lo que le daba tanta alegría era su
reconocimiento.
–Te gusta dejar con las ganas.
Era la primera vez en su vida que se
aferraba a una mujer de esa forma.
Hugo levantó la parte superior del cuerpo,
le separó las piernas y se inclinó contra
ella. Su parte baja, que palpitaba, se deslizó
más cerca de ella y las mejillas de la
muchacha se encendieron.
Acababa de bañarse por lo que no llevaba
nada debajo del albornoz. Él todavía no se
había quitado los pantalones, pero se podía
apreciar una montaña a punto de explotar.
Su manera de tirar la ropa demostró su
urgencia. Le desató la ropa sin dudar,
exponiendo su piel blanca. Era la misma
imagen que había aparecido en su cabeza
cada noche sin parar. Su cuello suave y su
clavícula delicada, sus pechos sedosos y
dulces que sabían a nata y su delgada
cintura.
Ella, mientras que él admiraba su cuerpo de
los pies a la cabeza, hizo lo mismo. Su
primera noche había sido demasiado
frenética y no había podido estudiarlo
apropiadamente. Tenía los hombros y el
pecho anchos, y sus brazos musculosos
eran el doble que los suyos. No le
encontraba ningún fallo; era como un dios
de la guerra. Poseía ese aire masculino que
impresionaba a las mujeres.
Posó las manos sobre su abdomen, las
deslizó hasta llegar a sus pechos y los
apretó. Usó una fuerza firme, pero no dura.
Los apretó y los soltó, masajeándolos
expertamente.
Los dedos del duque la hacían sentir rara y
le entraba un cosquilleo por toda la espalda.
Su miembro, que estaba presionado contra
ella, se retorcía demostrando su presencia.
Lucia jadeó mientras se retorcía y él bajó la
cabeza para pegarle un bocado a uno de sus
pechos.
–¡Ah!
El ligero dolor que le provocó él al lamerle
y chuparle el pezón le envió una sensación
placentera por todo el cuerpo, así que tuvo
que cerrar los ojos.
Él la manoseó con dulzura, dejándola
calentarse a su ritmo. Ya tenía el interior
resbaladizo y mojado, por lo que entró en
ella lentamente. En ese momento, Lucia
suspiró.
–No duele… ¿no?
Lucia cogió aire y respondió un “no” corto.
Sintió cierta incomodidad, pero no dolor.
En comparación con su primera vez, era
mucho mejor. ¿Por qué las mujeres tenían
que pasar por tanto dolor en su primera
noche? Lucia reflexionó con total seriedad.
–Empezaré a moverme lentamente, si te
cansas, dímelo.
El se deslizó más al fondo a cámara lenta.
Era extraño tener algo dentro. Las puntas
de sus dedos se sobresaltaron y sintió que
su cuerpo se hundía. Él continuó repitiendo
el movimiento de sacar y meter más
adentro, hasta que llegó a la parte más
profunda de su cuerpo.
–¡Ah!
La joven sintió un corriente de euforia.
–¿Duele?
–N…o…
No le dolía. Definitivamente, eso no era
dolor, pero estaba angustiada. Él la metió y
la sacó hasta el fondo.
–Espera… Hk…
–¿Duele?
–Sí… Un poco… Poquito…
Ella deseó que parase un momento y la
esperase, pero él contestó con un “mmm” e
hizo una mueca.
–¿Cómo puede ser? – Volvió a empujar la
calidez de su cuerpo.
–¡Uuk!
Empujó su erección con vigor. Ella
experimentó un corto momento de dolor e
intoxicación, pero, al mismo tiempo, se vio
al borde del clímax. Era angustiante y
dulce. Su cuerpo se tragaba el de él y Lucia
notó lo mucho que lo estaba disfrutando.
Su respiración se aceleró y el miembro de
él palpitó con más fuerza.
Él jadeó como si estuviese gruñendo en sus
oídos. Sentía lo mismo que Lucia y eso la
hacía arder. El cuerpo de la muchacha
respondía al del duque, convulsionando y
apretándole.
–Uhk…
Hugo se notó enloquecer mientras el
interior de su esposa le apretaba, apenas
conseguía controlarse y respiraba
pesadamente. Ni siquiera se había corrido
todavía, pero sentía mucha euforia. Era
diferente a su primera vez, a ella no le
dolía.
Su primera vez no había terminado
prematuramente. La combinación de sus
expresiones inocentes y sus ojos claros
junto a su penetración le hicieron caer en
un pozo de placer. Hambriento de más
placer, continuó penetrándola más y más
hondo.
–¡Ah!
Su interior le apretó con fuerza, como si no
quisiera que saliese. Él apretó los dientes y
se metió en ella. Cada vez que le envolvía,
su oleada de placer aumentaba. Tenía que
controlarse, no era el momento, quería
penetrarla todavía más hondo.
La primera vez que descubrió el cuerpo de
una mujer, desmayó a cuatro de tantas
relaciones. Incluso en ese momento, jamás
perdió la cordura. Ninguna mujer había
conseguido calentarle tanto como en ese
momento.
–¡Ah! ¡Un! Espera… Espera un
momento…
Ella se sentía como si alguien le hubiese
cogido el cerebro y lo estuviese
masajeando. Esa sensación distante y
extraña era aterradora, por lo que intentó
empujarle del pecho con ambas manos. Él
aprovechó la ocasión para cogerle las
manos y clavarla en la cama mientras la
penetraba con ganas.
Los sonidos húmedos resonaban como
locos a cada penetración. Sus respiraciones
y los gemidos de ella eran demasiado
atrayente; a Hugo le inundaba la euforia y
llegó al clímax. Estuvo increíblemente
bien.
–Ah…
Lucia se retorció entre gimoteos. Se le
dilataron las pupilas y quedó boquiabierta
sin poder evitar los gemidos. Era una
sensación indescriptible. Era como si su
cerebro y sus partes bajas se hubiesen
vuelto uno en una inundación de dulzura
sensual.
No le quedaba aliento y le temblaba todo el
cuerpo. Temía caer en algún lugar, pero al
mismo tiempo, se sentía en la novena nube.
Quería escapar, pero al mismo tiempo,
deseaba que esa sensación permaneciese en
su cuerpo para siempre.
Era como si una oleada de euforia le pasase
por todo el cuerpo. Relajó su agarre y se
dejó caer a su lado. No podía moverse. A
su cuerpo y a sus sentidos le costaron
volver en sí y, entonces, se percató que el
rostro de Hugo estaba enterrado en su
cuello respirando pesadamente.
Oh, Dios mío.
Hugo se lamentó. Creía que iba a morir. El
interior de su esposa le había apretado y
chupado de tal manera que todo lo que
había podido hacer había sido jadear. Hasta
ese momento nunca había perdido el
control total de su cuerpo.
Era como si el cuerpo de la joven le
engullese. Se sentía como un pez al que
habían pescado. Su cuerpo convulsionó y
todo lo que pudo hacer fue temblar de
placer. De repente, comprendió cómo
alguien podía morir por coito.
En esta ocasión había pasado bastante
tiempo dentro de ella y había sido distinto a
la primera vez, cuando había controlado la
situación. El interior de la muchacha
convulsionaba y le apretaban, aunque no
estuviera haciendo nada.
Apenas fue capaz de tranquilizarse. Pensó
que estaba entrenado para mantener la
cordura sin importar lo que sucediera. Se
había acostado con mujeres que habían
tumbado a muchos hombres en una noche,
pero para él nunca le había sido para tanto.
Era la primera vez que se sentía así.
Se irguió con la ayuda de su brazo y la
miró. Estaba totalmente despeinada y tenía
la respiración acelerada. Hugo era débil por
el placer. El deseo por la mujer que yacía
debajo de él creció exponencialmente. No
pudo evitar besar en la frente a la sudorosa
muchacha. Besó sus ojos llenos de
lágrimas, su barbilla, su mejilla y bajó a lo
más hondo de su cuerpo.
Los sentidos de Lucia se agudizaron con el
tiempo. Su cuerpo se estaba enfriando
después de llegar al clímax y no podía
mover ni un dedo. Pero ahora que habían
pasado unos cuantos instantes, volvía a
encontrarse bien. Los suaves besos de él le
recorrieron todo el cuerpo, no se inmutó y
besó cada centímetro de su cuerpo.
Lucia estaba algo avergonzada, pero alegre.
Sus besos gentiles la hacían sentir como
que era amada. En su sueño ya había
experimentado un matrimonio, pero
desconocía las relaciones sexuales de
pareja. Sin embargo, comprendía que él
estaba tan satisfecho como ella.
Lucia no sabía qué técnicas usar para
seducir a un hombre. Era naturalmente
defensiva y no sería una exageración
afirmar que su corazón estaba hecho de
piedra. Aun así, su lascivo cuerpo
reaccionaba sin la necesidad de
afrodisiacos.
Era un tipo de cuerpo difícil de hallar
incluso entre las prostitutas. No obstante,
Lucia lo ignoraba. Sólo sabía que estaba
satisfecha, nada más.
Hugo le cogió la mano y le besó la palma,
la muñeca y subió hasta sus hombres: sus
labios le humedecían la piel. Lucia se
avergonzó y apartó la vista mientras le
dejaba hacer lo que quería con su cuerpo.
Cuando él entendió que su esposa consentía
aquello, la excitación le agitó. Se llenó de
ella y notó como su miembro volvía a
crecer.
Se pasó una de sus piernas por encima del
hombro, le besó el muslo y volvió a mover
la cadera. Los ojos de ella volvieron a
abrirse y cuando entraron en contacto con
los suyos, la muchacha se ruborizó. Lucia
bajó la vista y pudo apreciar como su
propio cuerpo absorbía el de él.
Hugo se había corrido dentro de ella,
facilitando a su cuerpo el volver a
aceptarle, por lo que, esa vez, Lucia fue
capaz de aceptarle en total plenitud. Él se
deslizó y continuó penetrándola. El interior
de la muchacha estaba húmedo y caliente,
cada vez que sus pieles se rozaban, él
gozaba de placenteras sensaciones.
–Ung… Ah… Ah…
Los gemidos escaparon de los débiles
labios de Lucia. La forma con la que Hugo
la penetraba le provocaba una sensación
celestial hasta alcanzar el éxtasis. Cada vez
que entraba totalmente en ella, el cuerpo de
Lucia se estremecía de los pies a la cabeza.
Era como que su cuerpo se estaba
hundiendo en alguna profundidad. Se sentía
débil pero rellena de algo. Ya había llegado
al clímax por lo que su cuerpo estaba muy
sensible y, cada vez que él la rozaba, le
asaltaba una sensación sobrecogedora.
No intentaba hacerse la dura o demostrar
sus técnicas a propósito. El cuerpo de Hugo
se calentó al ver sus ojos llorosos, sus
pequeños movimientos. Aun así, la joven
no fingía, reaccionaba según se sentía.
Él no quería salir de su arduo interior, pero
al mismo tiempo, quería salir y volver a
cargar contra ella para excitar sus cuerpos.
Movió las caderas en círculos para
estimular sus respuestas lo que provocó que
ella volviese a apretarse, tragándose su
miembro.
Él cogió aire para evitar llegar al clímax.
Era una diabla. Tenía los labios
parcialmente separados y él podía verle la
lengua. Moría por saborearla. Rodeó sus
hombros con los brazos y le levantó el
cuerpo.
Se la acercó para estar cara a cara mientras
le sujetaba la parte trasera de la cabeza, la
besó y le chupó la lengua. Su flexible
lengua parecía intentar escapar, sin
embargo, él continuó persiguiéndola,
presionándola y mordisqueándola.
Ella pareció sorprenderse por un momento
e intentó apartar la lengua, él por su parte,
disfrutó de aquel juego de persecución y
conquista de su boca. Durante todo el
proceso Hugo le estuvo apretando las
nalgas y moviendo las caderas.
Sus salivas se mezclaron y él se deleitó de
explorar cada rincón de su boca y sólo se
separó de ella cuando Lucia hizo fuerza
contra su pecho con las manos.
–Ah… Ah…
Tenía los labios un poco hinchados y
jadeaba en busca de aire. Él soltó una risita
y le besó los labios con suavidad.
–Respira por la nariz.
Lucia, que había estado observando como
trataba de sofocarla, dejó caer la vista
donde sus cuerpos se unían y, en aquel
momento, fue consciente de su estado y se
avergonzó.
No estaba tumbada dejándole entrar en ella,
estaba sentada encima de él admirando su
pecho desnudo. Estaba tan avergonzada
que no podía mirarle a los ojos.
A él se le partió un poco el corazón cuando
Lucia se negó a mirarle. Cada vez que
seguía su mirada a propósito, ella giraba la
cabeza para evitarle. Él continuó
intentándolo tercamente y, al poco tiempo,
se percató que lo hacía porque tenía
vergüenza, lo que le hizo reír.
El cuerpo de la muchacha reaccionaba de
una forma tan lasciva que parecía incapaz
de sobrevivir sin un hombre, pesé a ello,
ella seguía siendo inocente. Era el único de
todo el mundo que conocía su naturaleza
liviana y, por algún motivo, ese hecho le
complacía mucho.
Hugo la dejó tumbarse una vez más, pero
esta vez, en lugar de cara a cara, yació
sobre ella atrapándola con las piernas
mientras la penetraba.
–Ah… Uhn…
La estimuló en un nuevo lugar gracias a
esta posición. A veces sólo entraba un
poco, otras hasta el final. La primera vez de
Lucia había estado demasiado ocupada
tratando de lidiar con el dolor, no obstante,
esta vez, la joven estaba ahogándose en el
placer.

* * * * *

Cuando Lucia recuperó el conocimiento, no


estaba segura de haberse despertado de un
sueño o de un desmayo. Tenía la cabeza
entumecida y el cuerpo flemático. Sus
sentidos se agudizaron y escucho
respiraciones en su oído.
Notaba su firme pecho contra su espalda: la
estaba abrazando con fuerza por atrás. Una
mano le rodeaba las caderas, mientras que
la otra le cubría el pecho. Cada uno de sus
suspiros le cosquilleaba el cuello.
Una de las piernas de él estaba entre las
suyas, como si estuviese sentada en su
regazo. Además, su firme y excitado
miembro descansaba contra sus nalgas.
El sol se filtraba a través de las cortinas y
parecía que ya había transcurrido cierto
tiempo. ¿Cuántas horas habrían pasado?
Siempre se despertaba temprano, por lo que
era la primera vez que le fue imposible
estimar la hora. Cuando intentó liberarse de
su agarre, el brazo de él se tensó y la
devolvió una vez más entre sus brazos. Ella
notó como sus labios le besaban la nuca
suavemente.
–¿Mi… señor…?
–…Mi nombre.
–…Hugh, por favor… Suéltame.
–No quiero.
Sus labios continuaron recorriendo su
nunca y sus hombros. Se movía lentamente,
pero eran profundos. Picaban un poco,
enrojeciéndole la piel.
–Mi señ… Hugh, ya es por la mañana.
Él no le prestó la más mínima atención a la
pequeña protesta de Lucia y le apretó un
pecho. Frotó su miembro rígido contra ella
y gozó del temblor de la muchacha por la
estimulación.
Ella se ruborizó. Él quería continuar
molestándola y tocándola, y como si
estuviese penetrándola, movía las caderas
arriba y abajo contra ella.
–Un…
Ella dejó escapar un pequeño gemido
ahogado en un resoplo. Él frunció el ceño y
decidió levantarse. Se aferró a su cintura y
presionó su miembro contra su trasero,
deslizándose a su entrada hinchada y
resbaladiza.
–Uh…
Se cogió a las sábanas con los dedos
mientras él entraba y se deslizaba en su
interior. Cada vez que salía, su interior
derramaba jugos hasta que, al rato, empezó
a gotear por sus piernas. Parecían dos
animales copulando mientras los
desvergonzados sonidos se alzaban cada
vez más fuertes. El éxtasi le cubrió el
cuerpo.
Lucia se desmayó y él le mordió la mejilla
suavemente, le dio un beso en los labios y
le chupó el cuello. No estaba para nada
satisfecho. Quería saborearla una y otra
vez. Daba igual lo que hiciera, su sed por
ella continuaba creciendo sin parar. Quería
morderle el cuello y saborear su sangre.
Parecía que sólo entonces saciaría su sed.
Estoy loco.

Él enterró la nariz en su cuello y se deleitó


del aroma frutal. El cuerpo de esa mujer era
una droga mortífera. No, ni siquiera una
droga era tan dulce. Hugo abrazó su cuerpo
con fuerza pensando que, verdaderamente,
había enloquecido.

.x.x.x
Parte III
Bien entrada la mañana, Lucia observó los
rayos del sol colándose por la ventana hasta
su dormitorio. Parpadeó varias veces para
desvelarse y se levantó con ayuda de las
manos.
La fatiga atacaba cada centímetro de su
cuerpo. Se había acostumbrado a levantarse
cansada. Hugo había estado visitando sus
aposentos cada noche desde hacía un mes y
la penetraba como un animal salvaje.
Los placeres explosivos que compartía con
él drenaban toda su estamina. Nunca
terminaba rápidamente, sólo paraba cuando
ella se desmayaba del agotamiento.
Se había quedado toda la noche despierta
con él. Pasaba sus días cabeceando por el
sueño y, cuando se las apañaba para
conseguir algo de fuerza, ya llegaba la
noche. Entonces, él la llevaba a la cama
para su acontecimiento nocturno. Había
pasado un mes en un abrir y cerrar de ojos
malgastando su tiempo.
Su cuerpo ya se había acostumbrado a esas
noches y era capaz de despertarse antes sin
estar tan cansada. La primera semana se
había estado despertando por la tarde.
Por supuesto, Lucia jamás admitiría que su
propia estamina había mejorado. De
hacerlo, su marido la penetraría con una
fuerza todavía más terrorífica. Quería dejar
de pasar sus días en cama. Enfrentarse a
todas las criadas que la servían era
mortificante.
El día anterior había sido más persistente
de lo normal, por eso, tenía la sensación de
poder sentirle dentro de ella. Si Lucia
realmente aborreciese esas actividades,
todo lo que necesitaría hacer era negarse.
No la iba a violar. Sinceramente, era
agotador pero muy bueno.
El sexo gratificante y los orgasmos causas
fatiga, pero también acarrean un
sentimiento de realización. Él la hacía
rodar de izquierda a derecha, complaciendo
cada rincón de su cuerpo con la lengua. La
joven no podía compararle con otro hombre
y nunca tendría la oportunidad de hacer,
pero comprendía que se le daba bastante
bien.
Él la complacía en la cama, fuera de la
cama, en mesas y en sofás. Cada día la
complacía de una forma nueva sujetándola
en posiciones diversas. Aunque sus noches
eran largas, las actividades entre hombres y
mujeres no le repugnaban.
Al principio le sorprendió y le tomó por
una bestia. Sin embargo, se acabó
descubriendo a sí misma aferrándose a él y
moviendo las caderas. En un mes le había
enseñado las alegrías del placer sexual.
Tiró de la cuerda para llamar al servicio, se
lavó y se cambió de ropa. Lucia observó su
reflejo extrañada y las sirvientas la
contemplaban con timidez.
Lucia se había puesto un vestido con escote
bajo que dejaba a la luz muchas marcas
rosadas. Era como una especie de
enfermedad. El tiempo se estaba volviendo
más caluroso día a día, pero tenía que
cubrirse.
–…No puedo salir así. – Lucia suspiró. –
Traedme otra cosa. Un vestido que me
cubra el cuello.
–Sí, señora.
Las criadas se movieron atareadas. La
muchacha ya no se avergonzada llegados a
este punto. Cualquiera se acostumbraría
después de tener que enfrentarse a la
misma situación cada mañana.
Era de esperarse porque eran recién
casados, pero los demás parecían
sorprendidos de que el duque la visitase
cada noche. Todas las sirvientes habían
sido amigables desde un principio, pero
ahora la servían con sudores fríos. Se dio
cuenta que nada era más poderoso que
poseer el amor de tu marido.
Lucia disfrutó del té en una mesita bajo la
sombra en el jardín. Era una de sus
costumbres diarias.
Qué jardín tan desolado…
El jardín del castillo era basto y sólo lo
cubrían arboles perennes. No había ni una
sola flor a la vista y era imposible
presenciar el otoño naranja. El jardín
permanecía en la misma condición que en
invierno. Era un estilo que requería menor
mantenimiento, pero llamarlo jardín era
absurdo.
¿Y si lo renuevo…?
Era la única persona de la familia Taran, la
duquesa, a parte de su marido y su hijo.
Normalmente, la duquesa era quien se
ocupaba del diseño de interiores y de los
jardines.
No hay mucho más que hacer…
A lo largo de su estancia, no había tenido
nada que hacer. No aprendía arreglo floral
como las otras nobles, ni tenía ningún
pasatiempo en particular. No hallaba la
felicidad en los lujos como las joyas o los
accesorios, así que tampoco tenía la
necesidad de irlos a comprar. Cada día leía
libros durante muchas horas y el resto del
tiempo se lo pasaba tomando el té o dando
paseos.
Me siento… inútil.
Quien no trabaja, no merece comer. Lucia
había vivido con esas palabras en su sueño,
por ejemplo, cuando había sido la esposa
del Conde Matin se había encargado de
participar en fiestas y establecer
conexiones con la alta sociedad. Si Hugo se
hubiese enterado de aquello estaría
confuso. Para él, aunque le quedaba mucho
por aprender, estaba cumpliendo con su
papel de duquesa a la perfección.
–Señora.
Jerome interrumpió sus pensamientos
cuando empezaba a plantearse el volver a
entrar. El mayordomo le pasó un sobre en
el que encontró un documento. Lucia
repasó la hoja de papel con el ceño
fruncido.
–…La administración de las cuentas de la
casa.
–Sí, señora. Hemos tardado un poco en
calcular el presupuesto porque nunca lo
habíamos tenido que hacer.
Todas las mujeres casadas administraban
los pagos de sus casas. En el palacio real,
se les pagaba a las reinas y consortes por
ocuparse de todas las señoras de la corte.
Las nobles se encargaban de administrar las
necesidades básicas de la casa como
decorar el interior, contratar al servicio y
organizar fiestas para varios eventos.
–Al principio el presupuesto no incluía la
contratación del servicio y el
mantenimiento del castillo. Es un
presupuesto nuevo para que usted sea capaz
de contralar los diferentes aspectos.
–¿Un presupuesto nuevo…? ¿Cuánto
dinero puedo usar? ¿Este dinero no es sólo
para el mantenimiento y los sueldos?
–Habrá cambios. Señora, usted es la que
tiene la responsabilidad de decidir cómo se
usa este dinero. Mientras esté dentro del
presupuesto, es cosa suya.
Aquello se había convertido en la
propiedad privada de Lucia y la cantidad de
dinero era enorme. Apenas podía contar los
ceros que seguían al primer dígito. El
presupuesto era extravagante, pero Jerome
hablaba de el como algo insignificante. Tal
y como cabía esperarse de la casa ducal,
sus ingresos estaban a otro nivel.
Con que mi vida como parásito toca a su
fin…
Ahora que le habían dado un trabajo tenía
que mostrar unos resultados satisfactorios.
Cuando el prestigio de un título noble
aumentaba, también lo hacía la cantidad de
trabajo. Era sentido común que la señora de
la casa fuese responsable de mantener la
armonía. Además, ostentaban la
responsabilidad de apoyar a sus conyugues
en el mundo noble.
Empecemos por el jardín…
No sabía mucho de jardines, nunca se había
ocupado de esa parte de la casa cuando
estuvo casada con el conde. Mantener un
jardín costaba mucho dinero y el conde no
deseaba malgastarlo en semejantes cosas.
Cuando expresó sus intenciones, Jerome
organizó un plan y le transmitió varios
consejos.
Era el final de sus agotadores días sin nada
qué hacer. Aquel día Lucia cenó sola.
Aunque la pareja solía comer y desayunar
por su parte, normalmente cenaban juntos,
sin embargo, él había tenido asuntos que
atender fuera y volvió tarde.
Lucia leyó libros en el estudio privado, se
bañó y se secó el pelo en su dormitorio.
Normalmente las criadas la atendían, pero a
esa hora su marido solía visitar sus
cambras.
El señor duque entró en su habitación.
Después de retirar a todo el servicio se
metió en su habitación llevando solo un
albornoz. Lucia estaba igual: se había atado
el albornoz y parecía recatada, pero debajo
de esa prenda no llevaba nada. Al principio
se había sentido rara, pero ahora le parecía
normal.
Él se acercó a Lucia, que estaba delante del
tocador, la abrazó por la espalda y le besó
la parte trasera del cuello. Lucia cerró los
ojos al notar sus labios en su nuca. Se
sentía ligera. ¿Acaso aquello era la
felicidad? Tuvo el terrible miedo de no ser
capaz de olvidar este momento en toda su
vida y pasar el resto en soledad.
–Le he pedido a Jerome que te diera algo,
¿lo has recibido?
–Sí. He decidido… Quiero modernizar el
jardín del castillo.
–¿El jardín?
–He visto que no hay flores, ¿es tu
intención? ¿Puedo rediseñarlo?
–La señora de la casa siempre se ha
encargado del jardín. Haz lo que quieras.
–Tenemos que contratar a un paisajista para
crear el plan antes de hacer nada.
Tendremos que contratar mano de obra al
principio y el castillo estará lleno. No sé si
eso te puede irritar.
Hugo no sabía nada sobre jardinería. Para
empezar, ni siquiera le interesaba.
Jerome es quien se había lamentado del
estado árido del jardín y había plantado
unos cuantos árboles que precisaban el
mínimo de los cuidados durante las cuatro
estaciones. Hugo comprendió que rehacerlo
costaría mucho trabajo y dinero.
–¿El presupuesto que te he dado no es
suficiente? – Hugo se atrevió a adivinar las
verdaderas intenciones de Lucia por sacar
el tema.
–¿Eh? – Estaba sorprendida, no necesitaba
más dinero.
–Aumentar mucho el presupuesto es un
poco molesto. Ya hemos aprobado el de
este año y su paga se ha sacado del
presupuesto provisional, pero lo tendré en
cuenta para el año que viene.
El jefe de familia era quien decidía el
presupuesto general. Muchas veces, los
nobles se aseguraban de constatar su paga
antes del matrimonio. Si la pareja estaba
enamorada era normal que la esposa
recibiese un sueldo mayor, pero si el
hombre deseaba divorciarse, lo primero que
intentaba conseguir era librarse de la paga
de su esposa.
El presupuesto ya estaba decidido y Hugo
había dejado a un lado la mayor cantidad
posible de lo que sobraba, pero ya tenía
intenciones de subirle el sueldo el siguiente
año.
El presupuesto monetario de Lucia no era
por ser duquesa. La mayoría de las nobles
no solían revelar su paga por orgullo y, de
hecho, si se enterasen de la cantidad que
recibía no se lo habrían creído.
–No es eso. No he sacado el tema por eso.
Es que ya hay mucha gente en el castillo, y
temía que si traía a todavía más gente te
irritase. Quería asegurarme que… renovar
el jardín no te sería una molestia.
–Hay un centenar de personas entrando y
saliendo de Roam. No es que vayas a
aumentar la mano de obra con mil
hombres. No pasa nada si traes a unos
cuantos más. El jardín siempre lo ha
vigilado la duquesa, así que no importa si
cortas los árboles o haces un lago. Haz lo
que quieras. No necesitas mi permiso para
hacer este tipo de cosas.
–…No estoy segura sobre en qué tengo
libertad y para qué necesito permiso.
¿Cuáles son los límites de lo que puedo
hacer? – Lucia le miró con confusión.
En ese momento, Hugo la levantó como a
una princesa y la depositó sobre la cama.
Le devolvió la mirada y le sujetó el
mentón.
–¿Hasta dónde quieres llegar?
Era una oportunidad. Lucia no era estúpida,
esa situación era la misma que cuando un
rey les preguntaba a sus amantes “qué
quieres”.
Con un poco de coquetería un hombre
satisfecho sería indulgente y la mujer podía
ganar muchos beneficios. La mayoría de
las mujeres se guiaban por eso.
Hugo esperó con expectativas,
preguntándose qué palabras saldrían de su
boca. Las habilidades de aquella muchacha
estaban a otro nivel. Hasta entonces no le
había pedido nada, así que había decidido
ceder a cualquiera de sus peticiones
mientras estuviesen en su mano. Lo mejor
sería algo que pudiese comprar con dinero,
las mujeres en busca de poder no eran
divertidas.
–Te lo pregunto porque no lo sé. Como ya
habrás visto… Nadie me ha enseñado
nunca lo básico, ni he tenido la oportunidad
de aprender. No sé lo que una duquesa
debería hacer o no. Quiero aprender.
Lucia no había sido codiciosa desde un
principio. Por pequeña que fuese, la codicia
siempre crecía y no había ninguna garantía
de que ella fuese a estar rodeada de riqueza
el resto de su vida por mucho que fuera una
duquesa. No deseaba un céntimo más de lo
que ya tenía, además, tampoco estaba
interesada en el poder político.
–Un profesor…
Hugo hizo una breve pausa y se rascó la
barbilla. Era una petición inesperada, una
que ya debería haberse imaginado desde un
principio. En la familia Taran no había
ningún adulto que pudiese ser su mentor,
además, ella tampoco tenía ningún pariente
que pudiese enseñar y mucho menos
aprender.
–Lo buscaré.
–Gracias.
Una sonrisa se extendió por el rostro de
Lucia y los de él, inconscientemente,
también se curvaron al verla sonreír. Su
sonrisa era tan pura como la de una niña,
no sonreía para seducirle, pero su parte
baja, cada vez que la veía, palpitaba. Igual
que en ese momento.
Intentó distraerse con otros temas
relacionados con el gobierno, recordó todos
los documentos que le esperaban en su
oficina y se tranquilizó. Últimamente era
como un animal salvaje incapaz de
controlarse.
Esperó a que ella continuase hablando,
pero sólo halló el silencio, así que fue él
quien inició la conversación.
–¿Y?
–¿Eh?
–¿Algo más?
Los ojos de Lucia relucieron, hizo una
pausa y respondió negativamente. Él
entrecerró los ojos y la observó.
¿Es tonta? ¿No tiene codicia? A lo mejor
sólo está siendo astuta.
Y así, Hugo no creyó que Lucia no desease
nada. Ya fuese hombre y mujer, muchos
retrocedían un paso para poder avanzar tres
de golpe.
La joven ahora parecía inocente, pero en
cuestión de momentos estaría acurrucada
con él susurrándole sus deseos al oído.
Siempre era igual. Hasta entonces, nadie se
le había acercado sin tales intenciones.
–¿Cansa mucho renovar el jardín?
–No estoy segura porque todavía no he
empezado. Pero yo no seré la que planté las
flores personalmente, así que… No será
para tanto.
–¿Tienes que cambiarlo?
–Pensaba que no te importaba.
–No me importa el jardín, me preocupas tú.
No malgastes tu energía con eso. Si tanta
energía tienes, gástala en mí.
Rodeó sus caderas con los brazos y Lucia
bajó la vista ruborizada y tímidamente.
–¿…Cómo voy a tener más energía que
ahora? Dormir cada día hasta por la tarde
me da mucha vergüenza.
–¿Qué te avergüenza tanto? Deberías estar
orgullosa.
–¿…De qué?
–De la estamina de tu marid-…
Lucia le tapó la boca con la mano y le miró
de mala manera conforme sus mejillas
enrojecían aún más. Él se vengó
lamiéndole la palma de la mano
obligándola a apartarla. Sin embargo, él la
agarró antes de que pudiese huir y tuvo que
soportar que él le lamiese los dedos
juguetonamente. Sus tiernos besos
provocaron una sensación extraña en ella,
haciéndola estremecer.
Increíblemente abochornada, Lucia utilizó
toda su fuerza para liberarse, pero no
consiguió moverse. Él continuó lamiendo y
besándole los dedos como si fuera la más
dulce de las piruletas.
Lucia se quedó sin aliento al verle meterse
sus dedos en la boca. Los ojos rojos de
Hugo se posaron en los de ella, observando
cada una de sus reacciones. Lucia sintió
electricidad y se retorció mordiéndose los
labios.
–Hugh… Para…
Tener unos dedos tan sensibles como para
reaccionar de esa forma era vergonzoso. En
cuanto Lucia notó como él aflojaba la
fuerza que ejercía en su mano, escapó.
Intentó huir de él y darse la vuelta, pero él
era más rápido. La rodeó por la cadera y
tiró de ella para abrazarla.
Lucia apoyó la cabeza contra su pecho
mientras se abrazaban. Su mano se deslizó
por debajo del albornoz llegando a su
espalda desnuda y con la otra le apretó los
pechos. El duque la acariciaba sin
contenerse, avergonzándola.
Levantó la vista para encontrarse con su
mirada. A pesar de que sus ojos eran
escarlatas, reflejaban una frialdad helada.
De solo un vistazo era capaz de adivinar la
vergüenza y el nerviosismo de Lucia.
Tampoco le avergonzaba demostrarle su
deseo por ella. La joven se sentía sofocada
bajo su mirada y no podía mantenérsela
durante mucho tiempo.
En cuanto Lucia bajó la vista para evitarle,
Hugo le apretó el pecho con un poco más
de fuerza y el cuerpo de la muchacha
reaccionó algo sorprendido.
Era diferente al resto de mujeres con las
que había estado. Las demás eran muy
aburridas: gritaban como las estuvieran
matando, movían las caderas con técnica y
soltaban risitas para ligar. Ella, en cambio,
reaccionaba a medias y es que no todas las
mujeres tenían que tener las mejores
técnicas, sería raro si así fuera. Lo que le
extrañaba a Hugo era como su cuerpo ardía
como el de un adolescente. Anhelaba
muchísimo su cuerpo.
Continuó masajeando sus suaves pechos,
entonces, deslizó la misma mano por sus
caderas y empezó a masajearle los muslos.
El cuerpo de ella se estremeció y la punta
de los dedos del hombre se empaparon de
una substancia resbaladiza.
Él soltó una risita. Esto era lo que le volvía
loco: sólo la había tocado un poco, pero el
cuerpo de la muchacha ya estaba en ese
estado.
La substancia resbaladiza que forma el
cuerpo de una mujer es uno de los aspectos
más importantes en el sexo. Hugo no había
tenido la necesidad de usar afrodisiacos en
ninguno de sus encuentros, su interior
estaba húmedo y fluía como un riachuelo.
Esa sensación era incomparable.
Con un beso, sus ojos se ponían borrosos;
con un simple toque, su cuerpo temblaba.
El cuerpo de Lucia se había acostumbrado
a su tacto, pero no había habido ningún
cambio drástico. Seguía tan tímida como en
su primera vez, pesé a ello, su cuerpo
reaccionaba con hambre, como si estuviese
sedienta por un hombre. Su miembro ya
había crecido y palpitaba, frunció el ceño
intentando contenerse: estaba al límite.
Levantó el cuerpo de ella, posicionando sus
muslos debajo de sus nalgas y dejando que
la parte superior de la muchacha flotase en
el aire para poder penetrarla. Vio como se
le dilataban los ojos y la penetró.
–¡Hk!
No necesitaba esforzarse, su interior
engullía a su miembro. Le gustaba besar y
manosearle el cuerpo antes de antes de
embestirla, pero de vez en cuando, la
penetraba sin avisar: como aquel día. La
respiración de Lucia se aceleró por su
ataque repentino, pero él no le permitió
acostumbrarse al ritmo y empezó a
penetrarla.
–¡Hk! ¡Ah! ¡Ah…! ¡Hk!
La penetró duro y luego suave. Su miembro
entraba en ella y su fuerza la hacía temblar
como una muñeca mientras que se le
escapaba la voz. Cada vez que llegaba a las
profundidades de su cuerpo ella se sentía
dominada.
A pesar de tener la visión borrosa, podía
apreciar como los músculos de su marido
se tensaban por la estimulación, y su propio
pecho se calentaba. En ese momento, pensó
en lo hermoso que era el cuerpo masculino
y que no se podía ni comparar con el de
una mujer.
Sus ojos calabaza se volvieron brumosos,
como si estuviese borracha. Él miró a
Lucia, embriagada por la euforia sexual,
admirándola. Notó que su miembro crecía
y que ella le apretaba todavía más.
Permitió que ella se le sentase encima y le
apretó las nalgas sin contenerse. El sonido
del choque de la carne se oía cada vez que
sus cuerpos se sacudían arriba y abajo. Él
le mordió los pechos, que botaban arriba y
abajo, atacando sus sensibles pezones,
haciéndola maullar con el cuello echado
para atrás.
Hugo deslizó la mano para sujetarle la
espalda sudorosa. Ella le rodeó el cuello
con las manos y permitió que su miembro
jugase a su aire mientras ella intentaba
regular su frenética respiración. Cada vez
que la embestía una sensación cálida le
cubría el cuerpo.
Él desenredó sus brazos del cuello y la
levantó para darle la vuelta. Estaba sentada
en su regazó con la espalda contra su
pecho, así él podía penetrarla con mayor
facilidad y poder mientras ella jadeaba y
chillaba.
–¡Hk! ¡Uk! ¡Ah! ¡Hugh! ¡Nn!
Cuando lucía dejó que su nombre escapase
de sus labios, él le mordió el lóbulo de la
oreja y se lo chupó.
–Más. Grita más fuerte.
–Hk… ¡Ung!
Él se aferró a uno de sus pechos, con ella
apoyando la espalda en su pecho, y le
mordió el cuello. Ella gritó por el dolor y el
placer, y él le lamió el punto adolorido del
cuello. Lucia sintió que volaba y, en
cuestión de segundos, se encontró tumbada
en la cama con el culo arriba.
–¡Ah!
Hugo la penetró sin previo aviso. La
aporreó con vigor. Cada vez que sus pieles
sudorosas entraban en contacto se
escuchaba un sonido lujurioso. Lucia se
aferró a las sábanas de la cama, cerró los
ojos y sintió como su interior cantaba cada
vez que él entraba en ella mientras que su
cabeza se frotaba contra las sábanas a cada
embestida.
–Uk… Hugh… Aau…
Cada vez que pronunciaba su nombre, era
como si le apretujase el corazón, y no sus
partes bajas. El doloroso placer rebasó su
cuerpo y cerró los ojos. Se aferró al brazo
de la joven y continuó entrando en ella.
Consiguió llegar más hondo gracias a
hacerlo por detrás. Para ella fue agotador
porque no le dio ni un momento para
descansar, no obstante, a pesar de su fatiga,
su cuerpo continuó ardiendo.
–¡Hk!
El placer la inundó. Una oleada de
orgasmos le recorrió el cuerpo entero
mientras apretaba y chupaba su miembro.
Él se detuvo unos instantes para dejarla
respirar, pero no era el final.
Sacó su miembro, le dio la vuelta para que
estuviese de espaldas, se agazapó sobre ella
y volvió a entrar de golpe.
–¡Uuk!
Su interior estaba demasiado sensible y su
cuerpo tuvo un espasmo. Aplastó sus labios
contra los de ella y le masajeó el interior de
la boca enrollando las lenguas. El beso fue
corto pero profundo y lo acompañó de
movimientos circulares con las caderas,
llegando a puntos secretos de Lucia que le
absorbían con gran alegría.
–Ah… Ah…
Hugo le quitó el pelo de la frente sudorosa
y le lamió las mejillas encendidas que
sabían como el resto de su cuerpo salado y
dulce.
Como si remase, empujó las caderas con la
respiración estable. Los labios de Lucia
estaban hinchados y entreabiertos, así que
Hugo aprovechó la oportunidad para
besarla. Al parecer ese mes de enseñanza
no había sido completamente inútil, ya que
ella tomó la iniciativa de rodearle las
caderas con las piernas y siguió sus
movimientos.
A diferencia de antes, él se movió lo más
lento posible. Su interior estaba
hipersensible y hasta el menor de los
movimientos la hacían palpitar. La
respiración de Lucia se acrecentó y su
mirada cayó sobre él.
Los ojos de él insistían en encontrarse con
los de ella. El duque le cogió los pechos y
le pellizcó los pezones. Le gustaba hacerla
temblar y sacudirse.
–¿Estás incómoda?
–¿…Eh?
–Aquí. ¿Ya te sientes cómoda?
–Sí.
De vez en cuando le hacía preguntas para
escuchar su voz. No es que le temiese o no
confiase en él, simplemente nunca tomaba
la iniciativa de acercarse a él y eso le
estaba empezando a molestar.
–Si estás demasiado cómoda será un
problema porque cuando terminemos todos
los trabajos del ducado habrá que volver a
la capital.
La capital.
Aquello sacó a Lucia de su aturdimiento
sensual. Su cuerpo, que había estado
ardiendo, se enfrió de repente.
El emperador moriría al año siguiente y el
príncipe heredero ascendería al trono. El
príncipe heredero y el duque de Taran
habían mantenido un vínculo cercano, más
que lealtad y subordinación lo suyo era
compañerismo.
Cuando el príncipe heredero llegase al
trono, el duque tendría que obedecer todas
sus órdenes y ese sería el final de sus días
de paz.
Lucia pensó que entonces tendría que
conocer a la esposa original del duque. A
pesar de que se sabía que el matrimonio del
duque había sido de conveniencia, él no
llegó a confirmar los rumores jamás.
Tal vez Lucia lo había malentendido y
realmente habían sido una pareja locamente
enamorada. La joven siempre se
consideraba en deuda con ellos y odiaba el
pensamiento de haber obligado a dos
corazones a separarse.
Una mano le agarró por el mentón,
sacándola de su ensimismamiento. Él la
miró insatisfecho y la penetró para hacerla
perder el aliento. Hugo continuó mirando a
su esposa con intensidad mientras se subía
las dos piernas en los hombros.
–¿Tienes tiempo para pensar en otras
cosas? – Gruñó en voz baja mientras
empezaba a mover las caderas.
Se preguntó en qué debía pensar la joven
para parecer tan triste y le irritó que fuese
algo sin ninguna relación con él. Sin
embargo, no comprendía porqué aquello le
irritaba y tampoco intentó comprenderlo.

* * * * *

Unos días después, Hugo habló mientras


cenaban.
–Mañana vendrá la condesa de Corzan.
El súbito anuncio tomó por sorpresa a la
muchacha.
–¿Tienes algo pensado?
Lucia asintió sin quejarse a pesar de lo
molesto que era cuando alguien preparaba
un plan y, sólo entonces, preguntaba si no
había nada más que hacer.
Lucia hizo una breve pausa esperando más
detalles del acontecimiento del día
siguiente, pero él no se molestó añadir nada
más, por lo que se aventuró a preguntar.
–¿Debo preparar algo para la invitada?
–Es la mentora que me pediste. Como la
trates es cosa tuya.
–…Sí.
Era un hombre muy poco amigable. Su
expresión era estoica y sus palabras cortas.
Nunca había decía demasiado y tampoco se
molestaba en explicar ninguna de sus
palabras o lógica. Aun así, era interesante
que respondía pacientemente todas las
preguntas.
Luego le preguntaré los detalles a Jerome.
Jerome debía saber más sobre la condesa.
El mayordomo no revelaba la información
con facilidad, pero le había contado
pequeñas anécdotas sobre el duque. Lucia
le había ido preguntando sobre el pasado de
su marido en sus conversaciones y con el
tiempo había recopilado suficiente
información como para entender la
naturaleza de Hugo.
Sus hallazgos eran que trataba a todos sus
subordinados de la misma antipática
manera y, por supuesto, odiaba tener que
dar explicaciones.
Si continuó molestándole con preguntas se
irritará.
Redujo sus palabras a su alrededor
drásticamente, guardando sus críticas en su
corazón. Hugo echó un vistazo a su esposa,
que estaba bebiendo vino tranquilamente
sin la más mínima inquietud.
Hugo deseaba que su boquita pronunciase
más palabras, aunque sólo fuesen unas
pocas más. En su primera noche juntos
había parloteado bastante, pero, después de
que le pidiese que se callase y durmiese,
ese lado suyo había desaparecido por
completo.
–…La condesa de Corzan es la madre del
actual conde de Corzan. Para ser exactos,
es la condesa viuda. – Quería continuar
hablando así que no le quedó otro remedio
que romper el hielo proactivamente de
nuevo. – Su título es honorario. Se la
considera la diosa madre de los nobles.
Perdió a su marido muy joven y, aun así,
no se volvió a casar y continuó protegiendo
el condado de los Corzan criando a sus
hijos ella sola.
–Ah… Qué persona tan increíble.
–Muchas familias nobles quieren que sus
hijos aprendan de ella.
–¿Ya está bien pedirle a una persona tan
increíble que me enseñe? Ya debe tener las
manos llenas…
–No hay mayor honor que conseguir la
posición de maestra en la casa ducal.
El conde de Corzan era el vasallo del
duque, pero eso no convertía a su madre en
su subordinada directa. Aun así, Hugo
habló con arrogancia, dejándola atónita.
Lucia continuó observándole y se preguntó
cómo podía haberse encontrado con un
hombre tan atroz. Sus sentimientos fueron
convirtiéndose en orgullo.
No puede ser… No puede ser tan infantil…
Lucia le había estado describiendo como el
adulto perfecto. Cada vez que bromeaba o
se arrastraba hasta su lado para tocarla, ella
lo dejaba pasar pensando en que era un
jugador.
–Ya veo, gracias. Todo esto es posible
gracias a que soy la esposa del duque.
–¿Sólo me lo agradeces con palabras?
–¿…Disculpa?
Hugo movió la mano y Jerome, que se
percató, se apresuró a marcharse con el
resto de las criadas y sirvientes.
En cuanto se quedaron asolas en el
comedor, Hugo se levantó y se acercó a
Lucia, que seguía perpleja y confusa. La
atrapó poniendo las manos en su silla y se
aproximó todavía más a ella.
–La condesa de Corzan no es fácil de
impresionar. Es quisquillosa y muy
particular. No parpadea por mucho que te
involucres con su hijo durante tres meses o
diez días.
–¿Y cómo la has convencido?
–No hace falta que sepas los detalles, sólo
que me he esforzado mucho por ti.
¿Qué quería que hiciera? De vez en
cuando, no le entendía en absoluto. ¿Quería
que le halagase? ¿Tenía que sentirse
honrada y agradecida?
Lucia vaciló, entonces, estiró su cuerpo y
presionó sus labios contra los de él
suavemente. Su respuesta fue casi correcta,
pero no del todo. Él la miró como si tuviese
un agujero en la frente, entonces, hizo una
mueca.

–¿Sólo esto?

Capitulo 16 La Pareja ducal


Parte IV

Atrapó la barbilla de Lucia con una mano y


le la acercó a los labios permitiendo que su
lengua le abriese la boca suavemente a la
muchacha. Ella inhaló profundamente
cuando la lengua del duque se lanzó a
explorar los rincones más profundos de su
boca: chupando y entrelazando la lengua
con la suya, como si quisiera tragársela.
A Lucia se le nubló la vista, cerró los ojos
y rodeó el cuello de su marido con los
brazos desviviéndose en el pasional beso.
Su saliva se mezclaba. Hugo la abrazó a
Lucia y la depositó sobre la mesa sin
separarse de sus labios ni un segundo. El
sonido de sus besos resonaba por las
paredes del comedor. Él se tragaba los
labios carmesíes de ella e invadía su boca.
El beso de su marido emocionó el cuerpo
de la joven que se dejó caer sobre los
hombros de él temblando.
Hugo se separó al fin de su esposa y, sin
vergüenza alguna, besó los labios
empapados de la muchacha, después,
continuó por su barbilla y acabó besándole
el cuello.
Lucia dejó caer las manos por el pecho de
él y se aferraba a sus ropas con firmeza. Sin
embargo, al notar que él deslizaba una de
sus piernas entre las de ella lo apartó
sorprendida.
‒Mmm… No estarás pensando en hacerlo
aquí, ¿no?
‒¿No podemos? ‒ No era su intención, pero
viendo el bochorno de la muchacha le
divirtió.
‒¡No! ‒ Exclamó ella.
‒Si me das un motivo que yo pueda
entender, paro.
‒Pues… ¡No podemos hacer estas cosas
donde comemos!
Él bajó el cuello e hizo una pausa antes de
soltar una carcajada.
‒¿Pues dónde podemos? ¿Qué te parece el
pasillo?
‒¡De ninguna manera!
‒¿Y el jardín? Me gustaría probar de
hacerlo afuera.
‒¿Estás loco?
‒¿Por qué no? ‒ Era la primera vez que la
veía reaccionar tantísimo y eso le hizo
sonreír.
‒¡Podrían vernos!
‒¿Si no hay nadie, no pasa nada? ¿Si echo
a todo el mundo podremos hacerlo en el
pasillo o en el jardín?
‒Eh… ‒ Lucia enrojeció y se mordió los
labios?
Tal vez si no había nadie por ahí no pasaría
nada, además, nunca lo habían hecho en la
cama y durante ese mes había aprendido
que una mujer y un hombre pueden
combinarse de muchísimas maneras. Al
principio le avergonzaba, pero con el
tiempo empezó a parecerle divertido y
ahora Lucia comprendía porque la gente
estaba tan obsesionada con mantener
relaciones. No obstante, no quería jugar a
algo que no le gustase, pero estaban
casados… ¿Qué más daba si lo hacían en el
dormitorio?
A pesar de que Hugo había esperado que la
joven se acobardase ante su propuesta, se
sorprendió de encontrársela estudiando las
opciones. Esta mujer era capaz de
desencadenar el deseo que tanto luchaba
por controlar. No obstante, su estamina era
otro cantar. ¿Por qué era tan menuda? ¿Por
qué era tan frágil? ¿Por qué tan débil? Le
daba la sensación de que, si la abrazaba
más fuerte, la rompería y nada odiaba más
que la idea de hacerle daño de verdad. La
muchacha aprendía rápido a pesar de su
inocente personalidad. Él le ofrecía todo el
placer que podía y ella jamás expresó
desdén ni disgusto, aunque a veces sí que
se sorprendía o se sentía abochornada.
‒Bueno, esta noche probaremos cosas
nuevas. ‒ Hugo sintió como su miembro se
endurecía.
‒No quiero hacerlo aquí…
La señora había hablado, así que la
discusión se dio por zanjada. Le dio un
pico y la ayudó a bajar de la mesa. Sus
partes clamaban y exigían que las
liberasen, pero se aguantó. De vez en
cuando se quedaba pasmado por la
paciencia que llegaba a tener. Si se hubiese
tratado de cualquier otra mujer, Hugo
hubiese hecho oídos sordos a sus reproches
y la habría tomado allí mismo. La mayoría
de las mujeres solían rechazarle, pero sólo
con la boca. Nunca había violado a ninguna
mujer, pero la verdad es que tampoco se
tomaba muy en serio sus opiniones, y es
que la mayoría sólo le querían por su
fortuna o su cuerpo. Sin embargo, ahora
mismo estaba empezando a conocer a
Lucia y sabía que lo que decía iba siempre
en serio y que los placeres carnales no eran
lo único que le interesaba. Quería respetar
sus deseos.
¿Sabría su esposa de lo que le rondaba la
cabeza? No, mirando la inocencia de su
carita seguramente no tenía ni idea.
‒Vas a dar un paseo, ¿no?
Lucia siempre daba un paseo cortito
después de cenar, así que Hugo, que quería
estar un poco más con ella y que necesitaba
calmar el ardor de su cuerpo, decidió dejar
el trabajo de lado.
‒Sí.
‒¿Puedo ir? ¿Te molesto?
‒¡No, claro que no! ¡Me encantaría! ‒
Respondió Lucia regocijándose con la idea.
Ese sería su primer paseo con él. La joven
sonrió sin intentar esconder su alegría y él
desvió la mirada mientras se aclaraba la
garganta. No había esperado que su mujer
se pusiera tan contenta por algo así.

Corría una brisa fresca porque el verano


todavía no había llegado. Lucia, con el
corazón como loco, iba mirando de soslayo
a Hugo mientras caminaban uno al lado del
otro, mientras que él aminoraba su paso
para poder ir al mismo que ella. La joven
no había tenido la valentía de pedirle que se
viniera con ella de paseo hasta ahora a
pesar de que llevaba tiempo queriendo
hacerlo. Era como si estuviesen casados de
verdad y que todo aquello no fuese fruto de
un contrato.
‒Estoy pensando en llenar el jardín de
flores. Pero como es la primera vez que lo
hago seguramente quedará fatal.
‒¿Cómo va a quedar mal si son flores?
‒¡Bueno! La decoración de jardines precisa
de buen gusto. Para que quede bien tiene
que haber un equilibrio. La mayoría de las
familias contratan a un jardinero o a un
diseñador, pero es muy difícil.
‒Puedo robárselos.
‒No es tan fácil. ¿Si otra familia le
ofreciese más dinero a Jerome, crees que se
iría con ellos como si nada?
‒…Tienes razón.
Lucia estaba contentísima y hablaba más de
lo normal. Hugo, por su parte, disfrutaba de
su voz tanto que incluso llegó a pensar que
estar con ella así de vez en cuando no
tuviese mucho trabajo no sería mala idea.
‒Ahora no se aprecia porque está oscuro,
pero me gusta tomar el té debajo de la
sombra de este árbol. Se ve que lleva aquí
desde antes de que se construyese el
castillo. Debe tener cientos de años.
‒¿Ah, sí? ‒ Hugo alzo la vista y admiró el
árbol. Era la primera vez que escuchaba eso
a pesar de haberse criado allí. Nunca le
había prestado atención. ‒ Qué árbol tan
bonito. La primera vez lo tendríamos que
hacer aquí.
‒¿Qué?
‒Acabo de decidir que nuestra primera vez
en el jardín sea bajo este árbol.
Lucia se quedó boquiabierta. Como era de
noche no se apreciaba bien, pero estaba
roja como un tomate. La muchacha aceleró
el paso para escapar de él y él curvó los
labios en una mueca divertida, la alcanzó,
le cogió la muñeca y se la llevó hasta el
árbol otra vez donde la apoyó contra el
tronco y se le arrimó. Hugo le mordisqueó
el glóbulo de la oreja.
‒Si no te quedas quieta, te lo hago. ‒
Susurró.
Lucia sólo consiguió escapar después de
quedarse sin aliento por el beso.

* * * * *

Jerome había salido del comedor antes que


nadie porque no podía servir a los duques
durante toda la cena.
‒El señor Fabian ha llegado. ‒ Una criada
le informó cuando le vio salir. ‒ Le he
dicho que no estaba segura de cuando el
señor podría atenderle, así que le he pedido
que espere en la sala de espera.
‒Bien hecho.
Cuando llegó a la sala, le dio un abrazo a
Fabian, que acababa de llegar de la capital.
La caza del duque había sido demasiado
cruel por lo que le había tocado volver a
camelarse al Emperador. ¿El Emperador
lamentando la pérdida de sus gentes? No,
Fabian pondría la mano en el fuego de que
ese no era el caso.
‒Ah, estoy agotado. Qué ganas tengo de
informar a Su Señoría e irme a la cama.
¿Ya ha acabado de cenar? ‒ Los círculos
negros y las bolsas que decoraban sus ojos
eran una prueba de que no se estaba
quejando por nada.
‒Ya le informo yo, vete a dormir. No sé
cuándo estará.
‒¿Y eso? ¿No va a venir a verme?
‒Está reunido, creo que van a seguir
hablando un buen rato.
‒¿Reunido? ¿Con quién?
‒¿Con quién va a ser? ‒ Jerome chasqueó
la lengua. ‒ Con la señora.
‒¿La señora? ¿Ha cenado con ella? Eh.
¿Qué está pasando?
‒Cena con ella casi cada noche.
‒¿Me estás vacilando? ‒ Preguntó Fabian
atontado.
‒Sí.
‒¿Desde cuándo?
‒Desde que volvió.
Fabian continuó interrogando a su hermano
que le contestó con toda la paciencia del
mundo. La reacción del recién llegado no
era de extrañar, si no fuera porque lo había
visto con sus propios ojos, ni el propio
Jerome se lo habría creído.
‒¿Desde cuándo le gustan…? No, no es
cosa de gustar. Según tú lo que hacen no es
“sólo cenar”.
‒Ya vale con el tema.
‒Caray, con que es verdad. ¡De verdad!
Dios mío, no me lo puedo creer. Sólo repite
mujer un par de veces normalmente, argh.
‒ Fabian sintió un dolor agudo en el
estómago y se dobló.
Jerome acababa de pegarle un puñetazo.
‒Cierra el pico. ‒ Amenazó. ‒ Hay muchos
oídos aquí. ¿Qué dices de tres veces? Basta
de tonterías.
‒Era un decir. Era una exageración sobre lo
increíble que es. Su vida es la fantasía de
todo hombre.
‒¿Oh? Se lo haré saber a Alice.
‒N-no… ‒ Fabian empalideció al escuchar
el nombre de su esposa. ‒ Eso no es lo que
quería decir, es lo que los otros dicen, no
yo. No le digas a Alice tonterías. Pero, por
cierto, ¿cómo te atreves a pronunciar el
nombre de la esposa de tu hermano mayor
así?
‒¿El nombre de la esposa de mi hermano
mayor? ¿Quieres decir cuñada?
‒Uno sólo es adulto después de casarse, así
que soy tu hermano mayor.
Cada vez que se veían acababan
discutiendo por lo mismo.
‒Mmm… Ya veo, qué ironía.
Los dos hermanos llevaban sirviendo al
duque desde que heredó el título a los
dieciocho y, por tanto, habían conocido y
conocían a sus muchas amantes. Hugo
nunca había tenido que seducir a ninguna
porque solían perseguirle pero, a pesar del
gran número de pretendientas, ninguna
había logrado capturar su corazón. Para lo
único que le servían las mujeres al duque
era para calentarle la cama. Las disfrutaba
como le placía y en cuanto empezaban a
molestar o a ponerse pesadas, las tiraba
como si nada. No hace falta decir que quien
se ocupaba de las rechazadas eran los
gemelos.
‒Todavía no es seguro, la otra también
duró un año. Debe ser la fase de luna de
miel… Ah, me voy a dormir, dile que
mañana vendré a verle.
Jerome no corrigió a su hermano, dejó que
el tiempo lo hiciera. Tal y como Fabian
había dicho, la condesa había mantenido
una relación con el duque durante un año
entero, pero la actitud de Hugo había sido
distinta, nunca se había centrado en una
sola mujer como en esta ocasión, así que
además de la Condesa había seguido
viéndose con otras tantas amantes.

* * * * *

La condesa Corzan visitó la finca al día


siguiente. Era una mujer de edad avanzada,
pelo cano y un poco más bajita que Lucia
famosa por ser un bellezón despampanante
en su juventud.
‒Saludos, Duquesa. Me llamo Michelle.
‒Es un gran honor conocerla, señora
Michelle. Espero que no haberla
importunado demasiado haciéndola venir.
Michele arqueó una ceja sorprendida y,
entonces, frunció el ceño. En realidad la
anciana no había estado de buen humor
desde que había recibido la invitación de la
duquesa en la que se le preguntaba si quería
ser la mentora de Lucia, no obstante, la
formalidad de la pregunta sólo había sido
una fachada que ocultaba las ordenes
implícitas del duque. A pesar de que
Michele, orgullosa y honorable, no se
apoyaba en la fuerza ni en su riqueza, no
podía rechazar una orden del duque por
puro egoísmo. Además, su hijo era uno de
sus vasallos, por lo que tuvo que tragarse
su orgullo y acudir. No obstante, la buena
educación y etiqueta con la que la acababan
de recibir borró de su cabeza todas sus
frustraciones.
‒Oh, no, el honor es mío, señora.
‒Me alegro escucharla decir eso. Me temo
que tengo muchísimas carencias y la
molestaré mucho… Por aquí, por favor.
Las dos mujeres se sentaron en la sala de
estar mientras que las criadas se
apresuraban a preparar el té. Lucia estudió
cómo Michele se bebía su taza: nunca
había visto a alguien tan grácil.
‒Nunca me han educado como se debe, así
que siento que no estoy lo suficientemente
preparada para cargar con las
responsabilidades de una duquesa. Se lo
comenté a mi señor y la mencionó a usted,
Michelle. Por eso se lo pedí. Me he
enterado de que tiene muchas obligaciones
y me disculpo por haberla molestado por
algo así. Ah, dígame si me paso de la raya.
Michelle reemplazó la mandíbula rígida
por una sonrisa amable.
‒La base de la buena etiqueta es ser
considerado y acercarse a los demás con
sinceridad y, usted, señora, ya goza de esas
cualidades. No tengo nada que enseñarle.
‒Me halaga. ‒ Lucia se sonrojó.
Michelle repasó a la hermosa jovencita
antes de soltar una carcajada encantada. La
anciana había oído que la duquesa era una
princesa, así que se había preparado para
encontrarse con una muchacha arrogante
que iba a imponer su autoridad
recordándole su rango. Era la primera vez
que pensó que el duque de Taran era
increíble. Aborrecía la idea de que sus hijos
y nietos le tuviesen como modelo a seguir:
era arrogante, dominante y se desentendía
de las relaciones humanas, pero, ahora
debía admitir que tenía un buen ojo para la
gente y para las mujeres.
Ha encontrado una esposa maravillosa.
A lo largo de su vida había conocido a
miles de personas y había conseguido ser
capaz de juzgar a alguien de un solo
vistazo: la duquesa era sin lugar a duda una
persona amable e inocente.
Los chismosos comentaban que la esposa
del duque debía ser una femme fatale. El
duque era un hombre frío que se movía
sólo por beneficio propio, por lo que su
mujer debía ser alguien que molestase
poco.
Michelle decidió dejarle al duque un
mensaje: “ame a la duquesa, por favor. Si
no puede amarla con pasión, al menos no la
abandoné de cualquier manera. Si la señora
de la casa no está cómoda, la familia se
derrumba”.
Una mujer sin el amor de su marido se
inquieta y, para mantener su poder, le
acaban saliendo espinas con las que
protegerse. Una mujer así sólo acarrea
problemas y un hombre sin una casa
tranquila acaba dejando escapar su lado
malvado, es un círculo vicioso.
‒Ya lleváis dos meses casados, ¿cierto?
Michelle tenía esperanzas de que sus
predicciones no se cumplieran. La duquesa
no parecía triste ni ansiosa, de hecho, todo
lo contrario, la joven parecía envuelta en
amor.
‒Sí.
‒Entonces dentro de poco tendrá que
empezar a participar en actividades
sociales. Una de las mejores formas de
empezar es con fiestas de té.
‒¿Cómo de grandes tienen que ser?
‒Como es la primera, una modesta ya
basta. Con diez invitados o así, las esposas
de los vasallos del duque, vamos. El
mayordomo sabrá a quién invitar.
Lucia asintió con la cabeza.
‒No me siento capacitada para conocer a
tanta gente. ¿Hay que preparar un baile?
‒No hace falta que se convierta en el centro
de poder de la alta sociedad por ser la
mujer del duque, señora. Pero tampoco es
apropiado que no participe en fiestas, con
que aparezca de vez en cuando estará bien.
¿Por qué no celebra fiestas o invita a tomar
el té a mujeres una o dos veces al mes?
Normalmente podría invitar a diez personas
y, cuando se sienta más segura, podría
aumentar la cifra a treinta.
Lucia y la condesa Corzan continuaron
hablando durante otras dos horas. Lucia
admiraba la elocuencia de la anciana, cuya
charla fue sumamente instructiva. A su vez,
la condesa se emocionó con esa niña. La
dulzura de Lucia le llegó y se sorprendió
pensando que la muchacha no albergaba ni
un ápice de odio en su corazón.
‒¿Quiere conocer a mi sobrina, señora? No
es la más grácil de las muchachas, pero es
alegre y muy directa. Seguro que la ayuda a
no aburrirse.
‒Me encantaría. ‒ Lucia sonrió, pero
Michelle fue capaz de detectar el titubeó de
la joven.
‒Me parece que he sugerido algo que la
incomoda.
‒Sinceramente, no quiero una amiga que se
sienta obligada a animarme cuando me
aburro.
‒Jojo, qué directa sois, señora. Kate… Ah,
mi sobrina da muchos problemas.
‒¿Problemas?
‒Hace poco el prometido de una amiga
suya fue infiel, así que le humilló
públicamente por adultero. Cielo santo,
cavó un agujero y lo llenó de estiércol de
caballo para poder tirar al muchacho.
‒¡Dios mío!
‒Cada vez que alguien pronuncia su
nombre se me para el corazón porque sé
que van a contarme desgracias.
‒Pero aun así la quiere muchísimo. ‒
Michelle sonrió con los ojos llenos de
afecto. ‒ Me encantaría conocerla algún
día.
‒Sería una buena consejera. Le encanta
ayudar con problemas amorosos.
‒Pero yo ya estoy casada.
‒El matrimonio no es el final, sino el
principio. ¿Cuánto tiempo estuvo saliendo
con el duque antes de casarse?
‒¿Salir…?
Pensando en ello nunca habían podido salir
ni conocerse en el sentido estricto de la
palabra. La primera vez que se vieron, ella
le pidió matrimonio; en su segundo
encuentro, finalizaron el trato; la tercera
vez que quedaron, la pilló haciendo la
colada y la regaño y después de ello, se
casaron.
‒Eh… le vi tres veces.
Michelle hizo una pausa y dejó la taza de té
sobre la mesita.
‒¿Le importa si le cuento la opinión
general que hay de mi señor? Tal vez sea
arriesgado porque puede sonar a calumnia.
Pero creo que es una lástima que se casase
con él antes de conocerle.
‒Adelante, no me lo voy a tomar a pecho,
lo prometo.
‒¿Puedo saber qué opina de él, señora?
‒¿Sinceramente…?
‒Sí, sinceramente.
‒Ah… No es… impredecible, pero, hace lo
que le viene en gana. Deja muy claro lo que
quiere y lo que no, y una vez decide algo,
no mira atrás. Es indiferente y frío.
‒Le conoce muy bien, me he adelantado.
En apariencia no había ningún hombre
mejor que el duque de Taran: un atractivo
joven que daba rienda suelta a las fantasías
de toda doncella. Todas las mujeres de los
territorios del norte se habían abandonado a
su merced con la esperanza de seducirle,
creyendo que una noche de pasión bastaría
para cautivarle. No obstante, cada vez que
él notaba su afecto o se aburría de ellas, las
rechazaba sin pensárselo dos veces.
Michelle había sido testigo de muchas
lágrimas de desamor.
El duque y la nueva duquesa llevaban dos
meses casados, cualquier mujer habría
empezado a fantasear y se habría empezado
a aferrar a falsas esperanzas, pero,
sorprendentemente, esta muchacha
comprendía la naturaleza del duque a la
perfección. La joven no estaba enamorada
hasta las trancas de su marido y Michelle se
sintió un poco mejor.
‒Increíble, usted no ha perdido el norte. Ser
mujer a veces es terriblemente triste.
Muchas entregan todo su corazón y,
cuando el hombre desaparece, todo se
vuelve insoportable.
Lucia rio y asintió con la cabeza. La
acababan de elogiar, pero no terminaba de
sentirse bien por sus palabras. La razón por
la que Lucia era capaz de controlarse era,
precisamente, porque ya se había rendido
desde un principio.
‒Aun así, no es buena idea distanciarte
demasiado de tu marido. Lo importante es
mantener una distancia adecuada.
‒Una distancia adecuada… ‒ Lucia asintió.
‒Le preguntaré algo un tanto grosero:
¿cuántas veces la visita de noche?
‒Cada… noche. ‒ Lucia se sonrojó.
Michelle engrandó los ojos, pero musitó un
“ya veo” indiferente. Era una información
muy interesante. El primero en enamorarse
había sido el duque. De haber estado a
solas la anciana habría estallado en sonoras
carcajadas. Ahora veía a la inocente
duquesa con otros ojos. Los hombres
desean aquello que no pueden conseguir y,
al parecer, aquella muchacha mantenía la
suficiente distancia como para volver loco
al duque.
‒¿Cómo… consigo una distancia
adecuada?
‒Permítame confesar algo. ‒ Murmuró
Michelle. ‒ Eso es todo lo que puedo
enseñarle, señora.
Ahora el futuro de la pareja estaba más
claro. La duquesa iría ganándose el afecto
del duque lentamente, sin embargo, había
algo que no terminaba de entender. ¿Cómo
se habría ganado el corazón del duque…?
Por supuesto, a la Condesa le era imposible
adivinar que el cuerpo sensual de su esposa
es lo que había vuelto loco al duque hasta
llegar a un punto de no retorno.
A partir de aquel día, Michelle decidió
visitar a Lucia de vez en cuando.

* * * * *

‒Señora. ‒ La criada habló con el mayor de


los cuidados. ‒ Podría ser que esté…
¿embarazada?
‒¿Embarazada? ‒ Lucia frunció el ceño.
‒Hace dos meses que no menstrua… ¿Por
qué no llamamos a un médico para que la
diagnostique?
El trabajo más importante de las criadas era
velar por la salud de sus señores y que su
señora no hubiese sangrado desde hacía dos
meses era algo serio. Si tan sólo hubiese
una criada sirviéndola, lo habrían detectado
mucho antes, pero hablando entre ellas
descubrieron que ninguna había visto nada
y empalidecieron. Todos los del castillo
sabían lo apasionados que eran, así que
dedujeron que la duquesa debía estar
embarazada.
‒No es eso, no os metáis en lo que no os
incumbe. ‒ Lucia respondió un tanto
irritada.
‒Pero, señora, debería llamar a un médico-

‒He dicho que no; sé lo que me conviene.
‒Sí…
La criada no insistió más, pero tampoco se
rindió. Si su señora estaba embarazada y al
bebé le pasaba algo, la castigarían. Así que
corrió a contárselo a Jerome.
‒Señora, las criadas me han comentado que
su salud no anda del todo bien.
A Lucia se le contrajo el rostro por la ira en
cuanto escuchó las palabras del
mayordomo y le dirigió una mirada
inquisitiva a la criada que estaba detrás de
Jerome. El mayordomo no había visto
jamás a Lucia en ese estado y continuó con
suavidad.
‒Mi señora, ¿alguna vez se ha sentido
incomoda por el doctor?
‒En absoluto, pero os lo vuelvo a decir: no
estoy embarazada y tampoco me pasa nada.
Mi marido lo sabe.
Jerome se quedó callado para escoger las
palabras con suma precaución.
‒Pero, señora, si le ocurriese algo nosotros
tendríamos que acarrear con las
consecuencias. ¿Le importa que
confirmemos esto con nuestro señor, el
duque?
Lucia ya le había dejado claro a Hugo en su
primer encuentro que era estéril. Él le había
preguntado si tenía pruebas, pero no volvió
a interesarse por el tema.
‒No es mentira, mi marido lo sabe, pero se
lo recordaré.
‒¿Cómo puedo confirmar que lo ha hecho?
Jerome siempre había sido obediente y
amable con ella, pero era imposible
encargarse de un castillo entero con
amabilidad y punto.
‒Se lo diré contigo delante, Jerome. ¿Te
sirve?
‒Sí, señora. Siento las molestias.
‒Sólo estás haciendo tu trabajo, pero tú, ‒
Lucia volvió a posar la mirada en la criada.
‒ te has ido al mayordomo en lugar de
volver a hablar conmigo. No deseo estar
rodeada de gente que vigila mi vida de esta
manera. La quiero fuera de esta casa
mañana.
‒…Sí, señora.
La criada empalideció y clavó la vista al
suelo mientras que Jerome hizo una
reverencia con una expresión severa y
sincera. La criada no había elegido bien sus
prioridades, había puesto la autoridad del
mayordomo por encima de su dueña.
Jerome había creído que Lucia sólo era una
muchacha tierna y dulce, pero estaba claro
como el agua que sabía lo que no le
gustaba y lo que sí, y que su personalidad a
veces era algo fría. La pareja ducal estaba
hecha el uno para el otro. Satisfecho y
orgulloso de su señora, el mayordomo se
había convertido en su perro fiel.
.x.x.x
Parte V

Jerome llevaba días pegado a Lucia.


‒Mi señora, lo mejor será asegurarse
cuanto antes de que no está embarazada.
Lucia, cansada de repetir lo mismo acabó
aceptando que llamasen a Anna para una
revisión y cuando la doctora anunció que,
efectivamente, no estaba en cinta Jerome
fue el único que se decepcionó, aunque lo
escondió rápidamente para evitar que le
sentase mal a su señora.
‒¿Ha habido algún síntoma que os hiciera
sospechar de un posible embarazo? ‒ En el
caso en que Lucia tuviese dudas sobre su
estado y ella no pudiese dar una respuesta
definitiva, su habilidad como doctora se
pondría en duda.
‒No, Anna. ‒ contestó Jerome que no
volvería a sacar el tema del embarazo, ni de
comentárselo al duque nunca más. ‒ Mi
señora parecía agotada últimamente, así
que…
‒Creo que el motivo por el que la duquesa
se cansa más rápido últimamente es otro. El
cuerpo femenino no está hecho de acero,
necesita descansar. Hasta yo me tomo un
respiro después de pasarme el día
trabajando.
Cuánto más hablaba Anna, más se
sobrecargaba el ambiente. La mujer
simplemente estaba ofreciendo su opinión,
pero incomodaba a todos los presentes.
‒¿No es difícil para usted, señora? ‒ Le
preguntó la doctora.
Lucia se sonrojó, pero no podía admitir que
le encantaba que Hugo la visitase cada
noche.
‒Puedo decírselo yo, si le es difícil. ‒
Sugirió Anna.
‒Ah, no. ‒ Jerome la interrumpió. ‒ Ya se
lo digo yo. ¿Cuánto tiempo…?
‒Cinco días de reposo y otro de descanso.
‒…Sí.
Anna no ignoraba el bochorno que se
respiraba en la habitación, pero una
profesional no podía avergonzarse mientras
comentaba el estado de una paciente.

Cuando Lucia se quedó sola en su cuarto


por fin, abrió la ventana y salió al balcón.
Soplaba una brisa suave y repasó
mentalmente lo que acababa de ocurrir.
Jerome se había decepcionado muchísimo
al confirmar que no estaba embarazada y
eso la había hecho sentir un poco mal.
En su sueño había empezado a menstruar a
los quince años. Normalmente a las niñas
se les enseña que ese es un signo de estar
convirtiéndose en toda una mujer, pero no
hubo nadie que se lo explicase a ella, a las
criadas les daba igual. Después de todo,
para el servicio ella no era más que una
huérfana, una molestia. La pobre muchacha
apenas hablaba, era muy tímida y jamás
tuvo la oportunidad de aprender a dirigirse
a los súbditos, moverse con majestuosidad
y enorgullecerse de su dignidad.
Perder tanta sangre la horrorizaba y se
convirtió en una de sus obsesiones. “Voy a
morir”, se decía, “tengo que parar la
hemorragia, tengo que tomarme alguna
medicina o algo…”, pensaba.
La única planta que se le pasó por la cabeza
fue la artemisa que era muy común y crecía
por todos lados. Hirvió, secó y se pasó por
lo que creía era una herida el resultado y
funcionó. Así es como la joven empezó a
recoger artemisas del jardín para
comérselas y el efecto fue casi inmediato:
su menstruación cesó hasta el mes siguiente
cuando repitió el proceso, No sabía qué
estaba haciendo, tampoco qué ocurría, pero
al cabo de un año Lucia se había provocado
la infertilidad y no se enteró hasta que se
hubo casado con el conde Martin. Sin
embargo, la noticia fue un alivio para ella.
No tendría que cargar con la descendencia
de ese hombre. Cuando se separó del conde
empezó a explorar su cuerpo. Todo era
normal aparte de la infertilidad, no
obstante, sabía que para una mujer no
poder tener hijos era una gran falta y, por
eso mismo, empezó a buscar una cura.
Todos los doctores que visitó le aseguraron
que la artemisa era una planta venenosa
que no debía comerse bajo ningún
concepto.
‒¿Te la comiste? ¿Por qué…?
Ninguno de los profesionales entendía los
síntomas de Lucia. Los pocos que tenían
experiencias similares le aseguraron que
una menstruación irregular no era un
sinónimo de infertilidad. Aunque en su
caso no es que fuera irregular, es que
simplemente, no existía.
El único doctor que consiguió explicarle
algo nuevo a Lucia le habló sobre tiempos
de guerra. Al parecer, cuando el país perdió
la guerra las mujeres decidieron tomarse la
artemisa para evitar concebir hijos del
enemigo, no obstante, está demostrado de
que la planta no servía como método
anticonceptivo.
Desmoralizada, Lucia empezó a perder la
esperanza de encontrar algo cuando se
enteró de la existencia de un viejo
curandero que se había ganado la confianza
del pueblo a base de curar a la mitad de las
gentes.
‒¿De verdad te comiste la artemisa? ‒
Preguntó el anciano que a pesar de la
imagen digna que tenía en el momento en
el que Lucia fue a verle, había llegado al
poblado en harapos. ‒ ¿Y dejaste de
menstruar?
Cada vez que explicaba lo que había hecho,
durante cuánto tiempo y sus síntomas, los
doctores se la miraban como si fuera un
bicho raro, sin embargo, este anciano la
contempló con intriga y sorpresa.
‒¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Y hasta qué punto?
‒Desde mi primera menstruación hasta
ahora. ‒ Nunca habían reaccionado de esta
forma con ella, por lo que respondió con
diligencia sus preguntas, esperanzada.
‒¿Eres virgen?
‒No, ya no soy doncella, he estado casada.
En realidad, era casi virgen, pero no tenía
ganas de dar tantas explicaciones. El
doctor, decepcionado, soltó una carcajada
amarga.
‒Creo que eres prácticamente una
doncellita aún.
‒¿Soy infértil?
‒Sí.
Siempre le habían respondido lo mismo,
pero ahora estaba desesperada.
‒¿Tiene… cura?
El doctor soltó una risita y le habló de un
tratamiento.
‒Has tenido suerte. En mi familia se ha
pasado un tratamiento desde antaño.
El anciano le prescribió varias drogas que
debía mezclar. Lucia sacó su bolsa, arrancó
una hoja de un libro que llevaba y se lo
pasó para que lo escribiese.
‒¿No pasa nada por dármelo? Es un secreto
de familia.
‒Ya no lo necesito. ‒ Respondió el doctor
algo tristón.
‒¿De verdad me puedo… curar? Todo el
mundo me había dicho que la artemisa es
venenosa.
No es que no confiase en el curandero, sino
que después de tanto tiempo buscando una
solución, que resultase ser algo tan simple.
‒Veneno… Sí, se la conoce por ser una
planta venenosa, sí. Te voy a contar un
secreto: la artemisa, además de evitar la
hemorragia, también purifica el cuerpo.
Ese era el motivo por el que la
menstruación se detenía, porque el cuerpo
humano en sí mismo es una gran impureza.
‒No te duele nada más, ¿no?
‒No.
‒Si eres estéril es porque llevas comiéndote
la planta demasiado tiempo; si hubieses
parado en algún momento no habrías
acabado así. La gente se cree que la
artemisa es venenosa porque evita la
menstruación, ya está. Bueno, si te tomas lo
que te he recetado cada día, conseguirás
amenizar el efecto de la artemisa y tu
cuerpo volverá a la normalidad. Espero que
tengas un hijo precioso.
Poco después de aquello el curandero
abandonaría el pueblo tal y como había
llegado, de repente.
‒¿Por qué quieres estas dos plantas? ‒ Le
preguntó la herbolaría. ‒ ¿No irás a
mezclarlas? ¡Si te las comes juntas verás
las estrellas!
Al parecer, la receta no tenía ningún
sentido. Sin embargo, Lucia no podía
empeorar más, así que fue tomándose la
medicina. Mientras no ocurriese nada fuera
de lo común continuaría el tratamiento,
creería en ello y, mucho tiempo después,
sorpresivamente, volvió a menstruar.

* * * * *

La Lucia de ahora, a diferencia de la de su


sueño, era plenamente consciente de su
situación y de que no iba a morir. Sin
embargo, sus miedos salieron a la luz
cuando sangró por primera vez. Aquel
sueño profetizó cada uno de los eventos de
su vida, como una maldición, y sólo pensar
que tendría que dar a luz al hijo de ese
bastardo la hacía entrar en pánico. Así que,
para evitarse un mal rato decidió
provocarse la infertilidad. Hugo ya lo
sabía, pero no que era posible tratarla.
Tampoco se le pasó por la cabeza
comentárselo puesto que su idea había sido
divorciarse hasta ahora, pero… Su marido
era una persona que odiaba las molestias y
el divorcio era una. Cuando firmó los
papeles de la boda suspiró y abandonó la
idea de engendrar hijos.
‒Philip.
Sí, ese era el nombre del curandero.

* * * * *

Como cada tarde, Jerome sirvió el té en el


estudio del Duque que no levantó la vista
de sus documentos hasta que notó que el
mayordomo no pensaba moverse.
‒Mi señor, ‒ Jerome abrió la boca para
hablar cuando el Duque se lo miró. ‒ la
señora va a celebrar una fiesta de té
mañana.
‒Eso he oído.
‒¿Qué opina de regalarle algo?
‒¿Un regalo? ‒ Murmuró algo y se
acomodó en su sillón. ‒ Un regalo, ¿eh?
‒Sí, a la señora le encantaría.
Ahora que se paraba a pensarlo, Hugo
nunca le había regalado nada. Para
empezar, no era el tipo de persona que solía
obsequiar nada a no ser que le dijeran
claramente lo qué querían, ¿Qué podía
gustarle a su esposa? ¿Tener suficiente
dinero? No le había pedido nada, pero ¿no
le gustaría que le dieran algo que no había
pedido? ¿No le encantaría? El imaginarse
a Lucia agradeciéndole su regalo con ojos
chispeantes le puso de muy buen humor.
¿Qué podría estar bien? ¿Joyas? O…
¿Joyas? Y si eso no bastaba, tal vez…
¿Joyas? Lo único que se le ocurría era darle
alguna joya. Sabía que a las mujeres les
encantaban, pero… ¿A Lucia también?
Jerome esperaba pacientemente la
respuesta de su amo que seguía sumiso en
sus pensamientos, cavilando, cuando
escuchó llamar a la puerta. El mayordomo
se acercó a escuchar las noticias y regresó
al cabo de unos minutos.
‒Mi señor, el señor Philip acaba de llegar,
le espera afuera. Dice que quiere saludarle
porque hace mucho tiempo que no se
pasaba por Roam.

.x.x.x
Parte VI
Philip había sido el médico de la familia
Taran desde hacía décadas, pero cuando
Hugo dejó el territorio, desapareció
alegando que sólo se iría a viajar por aquí y
por allá. No tenía familia, ni amigos, y
como el duque gozaba de buena salud,
nadie se preocupó demasiado.
El nuevo duque, Hugo no le había dado
faena en ningún momento hasta ahora, por
lo que Jerome apenas había tenido
oportunidad de entrecruzar alguna palabra
con Philip. La impresión que tenía de ese
barón y doctor era de ser un hombre con
agallas: después de todo llevaba sirviendo a
los Taran muchísimo tiempo, pero… ¿Era
un médico de familia del montón? El
mayordomo se percató que no tenía ni idea
de cuál era su relación con su señor, pero la
expresión rígida de Hugo le sorprendió.
‒Que pase. ‒ La voz de su señor era gélida
y dura. ‒ Que nadie suba al segundo piso
hasta que yo lo diga.
‒Sí, señor. ‒ Jerome no cuestionó las
órdenes.

Un hombre de pelo cano se acercó al


escritorio de Hugo e hizo una reverencia.
Hugo se quedó callado, estudiando al
hombre unos instantes hasta que por fin le
saludó.
‒Cuánto tiempo, viejo.
Philip, en absoluto disgustado, sonrió.
‒Sí, cuánto tiempo. Ya estás hecho todo un
hombre.
Era un simple doctor, pero su seguridad
ocultaba toda servidumbre ante la
personalidad a la que se estaba dirigiendo.
Sin embargo, miraba a Hugo como si fuese
su propio nieto mientras que éste contaba
con unos ojos fríos como el hielo.
‒Me habían dicho que te habías ido de
viaje.
‒Sí, y ya he vuelto.
‒Qué lástima, seguro que te lo has pasado
de miedo. Ya me has saludado, ahora fuera.
No vuelvas a saludarme nunca más, no te
quiero ver la cara. ‒ La voz de Hugo era
rígida, árida.
‒Sigues siendo el mismo. ‒ La expresión
de Philip no vaciló, aunque el anciano
parecía aliviado.
‒No pienso cambiar.
‒Qué benevolente eres… No acabaste con
mi vida.
‒No me malinterpretes. ‒ Hugo rio
irónicamente. ‒ Sigues con vida porque te
lo debía, ese estúpido me dijo que iba a
proteger la vida de su salvador.
Philip mostró algo parecido a un anhelo,
pero desapareció rápidamente.
‒El joven amo Hugo era demasiado buena
persona… Por eso no era un buen sucesor
para los Taran.
Hugo suavizó la mirada
momentáneamente.
‒Sí, estoy en este maldito asinto por cula
de ese niñato.
‒Joven amo Hugh-…
‒Si vuelves a llamarme así, te arrancaré la
boca. ‒ Hugo rugió como una bestia antes
de abalanzarse sobre su comida. Quiso
tenderse en pie y asaltar el cuello del
Philip, pero se contuvo.
‒Se sacrificó por el bien del joven amo. ‒
Repuso Philip entristecido.
‒Yo no se lo pedí. ‒ Hugo rechinó los
dientes.
Hugo había sido un digno sucesor con la
capacidad de eliminar la mugre que
ahogaba a la familia Taran por aquel
entonces. Mientras que Hugh había crecido
más como un animal salvaje que como una
persona, era el mal personificado. El
muchacho había acabado con un sinnúmero
de enemigos para librarse de la muerte, sin
embargo, no tenía un propósito, ni un
motivo por el que seguir viviendo. Bien, no
lo tuvo hasta que encontró algo más valioso
que su propia vida: su hermano, que
ascendería al trono de los Taran y al que
acusarían de demonio.
‒El joven amo Hugo deseaba que la
posición fuera tuya, además, la sangre de
los Taran corre por vuestras venas; eres tan
digno sucesor como él.
‒Ahora Hugo soy yo, él murió aquella
noche en la torre.
‒¿Cuándo aceptarás que el señor ahora eres
tú?
‒No pienso quedarme aquí para siempre.
En cuanto ese niño tenga la edad, se lo
dejaré todo.
‒El joven amo Damian todavía es
demasiado joven. ‒ Suspiró el anciano.
‒Por eso espero, ¿no? Espero y aguanto
este insufrible título cada día. ‒ El duque
respondió con la mandíbula apretada.
‒Sí, la posición de Hugo es agotadora. ‒
Añadió Philip. ‒ Y por tanto, más noble.
Hugo se lo quedó mirando unos instantes
antes de volver a hablar.
‒Se te da bien mantener la cabeza sobre los
hombros, ¿sabes? Si aquel día hubieses
parloteado como hoy, te habría arrancado
el cuello. ‒ Hizo una pausa antes de
proseguir. ‒ Pero te quedaste calladito
como si fueras tonto y te arrodillaste.
¿Sabes que eres el único con vida de los
que sabían la verdad de lo sucedido aquel
día? ¿Eh, vejestorio?
‒…No ha quedado rastro de aquello. ‒ Por
primera vez desde que había llegado, a
Philip se le endureció la cara.
‒Exacto, me daban asco, no podía ni
mirarlos. Tú serás el último. Más te vale
tenerlo todo preparado.
‒El anterior duque tomó una decisión
inevitable por el bien de la familia…
‒¿Una decisión? ‒ Hugo dio un manotazo
sobre la mesa y se levantó de golpe. Se
inclinó hacia adelante con los ojos en
llamas. Furioso, enajenado. ‒ Ese viejo
estúpido vendió uno de sus hijos a unos
mercenarios como esclavo para que
trabajase y se quedó con el otro, y al cabo
de los años, los volvió a intercambiar.
Su padre escogió a Hugo y le abandonó a
él, a Hugh. No obstante, con el paso de los
años, el anterior duque volvió a cambiar de
idea porque Hugo era demasiado bonachón.
Esa sería la primera vez que Hugh rogaría y
se arrastraría por el bien de otra persona.
“Seré tu heredero, pero no le hagas nada”,
imploró. Por su hermano, Hugh hizo todo
lo que se le ordenaba: estudio, se convirtió
en el perfecto noble, controló su
personalidad e incluso cambió su
apariencia para parecerse lo máximo que
pudo a Hugo. No obstante, Hugh ignoraba
que Hugo había hecho lo mismo; lo había
abandonado todo por su bien y se había
rendido a los pies del duque. Sería, pues,
Hugo el primero en percatarse que mientras
él siguiese existiendo, el duque los usaría y
los controlaría. Fue, pues, Hugo quien dio
pie al comienzo de la tragedia.
Aprovechando que Hugh no estaba en
Roam, asesinó brutalmente al duque, a
todos los testigos y, para acabar, se degolló.
‒Aunque era incapaz de matar a una
mosca, se atrevió a llevar a cabo una
salvajada como esta. ‒ Hugo añadió. ‒
¿Una decisión? ¿Qué decisión?
‒Joven amo.
‒Deja de llamarme así. Soy el señor de los
Taran y el duque, ¿sigues viviendo en el
pasado?
El hombre que se erguía orgulloso y firme
como una pared no tenía ninguna apertura.
Philip suspiró. Había esperado en vano que
el joven amo comprendiese lo sucedido
cuando alcanzase la madurez. ¿El linaje de
los Taran acabaría aquí? Tal vez que
hubiesen nacido gemelos había sido una
premonición.
‒Me han dicho que te has casado.
‒¿Y?
‒Que no te de hijos.
‒Mejor.
‒¿Se lo has comentado?
‒¡Ni se te ocurra acercarte a mi mujer! ‒
Rugió Hugo.
Philip se sorprendió.
‒Pues el joven amo Damian necesitará una
mujer, sino el linaje de los Taran-…
‒¡Calla! Qué bien se te da soltar
gilipolleces.
Fuera de la familia, nadie comprendía
porqué los Taran continuaban viviendo en
un palacio marginado en el norte y seguían
subyugados a un monarca con menos poder
que ellos. Y es que para los Taran, su único
y principal objetivo era mantener su linaje
intacto.
Hugo había asesinado a todos los que
conocían el motivo ‒ aparte de Hugh y
Philip, que se salvó de la muerte gracias a
haberle salvado la vida a Hugh una vez.
‒¿Sabes? Sois unos salvajes.
‒Estás juzgando como si fueras un
desconocido… Los Taran-…
‒Te he dicho que cierres la boca. No tengo
ganas de escuchar memeces sobre linajes.
¡Las madres no hacen daño a sus propios
hijos! ¿Linaje noble? ¡Querrás decir
monstruos!
Philip cerró los ojos, se serenó y volvió a
abrirlos.
‒…Sigues diciendo eso. Entonces… ¿El
joven amo Hugo también es un monstruo?
¿Y el joven amo Damian? ‒ Hugo no
contestó. ‒ Aunque el anterior duque
escogiese un método tan… drástico, él-…
‒Ese imbécil… ‒ Le interrumpió. ‒ No,
basta. No quiero ensuciarme más la boca.
‒El linaje de los Taran tiene que
continuar…
‒Qué maldita obsesión. ¡Voy a ser el
último que tenga que pasar por esas cosas!
Mira, viejo loco, yo no creo en Dios, pero
tú deberías agradecerle que sigas teniendo
la cabeza en su sitio todavía. Si vuelves a
pasarte de la raya una vez más, yo… No
quiero verte. Me da igual si estás por
Roam, o donde sea que hayas estado hasta
ahora, vete. Esta es mi última advertencia.
Fuera. Ahora mismo. Como mi mujer te
vea la cara, te arrancaré el corazón de
cuajo.
Philip se lo quedó mirando unos instantes
en silencio, entonces, hizo una reverencia
con la cabeza, se dio la vuelta y se marchó.
Hugo, cuando escuchó el chasquido de la
puerta al cerrarse, se acomodó e intentó
recuperar al aliento con los puños
apretados. ¡Lo mataría! ¡Quería matarle!
¡Arrancarle el corazón; partirle el cuello y
arrojarlo en el lugar más miserable de la
Tierra, a merced de las bestias! Lo que
llevaba dentro bramaba con maldad,
amenazaba con aparecer. Le hervía el
cuerpo entero y se le enrojecieron todavía
más los ojos.
Su respiración se estabilizó al cabo de un
rato.
Era Hugo.
Hugo, como duque, no abandonaría su
prestigio como si nada.
Matar a ese viejo carcamal era fácil, pero
no iba a hacerlo. Deberle la vida era lo
mejor.
Ya totalmente tranquilo, llamó a Jerome.
‒Has dicho que te has traído a una doctora
de la capital, ¿no? ¿Para que sea la médico
de cabecera de mi esposa?
‒Sí, señor. ¿Desea que la llame?
‒No. Ese viejo-… No, no permitas que
Philip se acerque a mi esposa.
Sabía que Philip, por ahora, no tenía nada
que hacer con ella, pero odiaba la idea de
que se le acercase. No quería que los
comentarios innecesarios de Philip hicieran
daño a su mujer. Odiaría que ocurriese. No
quería ver los ojos anaranjados de Lucia
tristones.
‒De acuerdo. ¿Quiere que ponga vigilantes
de incognito?
‒Mientras no se pasee por mis propiedades
de Roam, déjale.
‒¿Debo informar a la señora?
Sabía que a Lucia le entraría curiosidad si
le prohibía algo, y era lo último que quería,
que se percatase de la existencia de Philip.
‒…No. Ya se conocerán. Que no tenga
preguntas.
‒Así lo haré.
Jerome recordó lo sucedido en la torre.
Aquel día ningún sirviente, a parte de
Philip que era el médico de la familia, sabía
los detalles de lo ocurrido. Al mayordomo
le extrañó recordar ese hecho sin venir a
cuento.
‒Mi señor, el otro día la señora preguntó
por qué la torre está cerrada.
‒¿Y? ‒ La mirada de Hugo se agudizó de
repente.
‒Le conté lo que sabía. Que los anteriores
duques fallecieron y que el hermano
gemelo de mi señor… Mis disculpas. Creí
que la señora podía saberlo. Debería
haberme andado con más cuidado.
‒…No. Se acabará enterando de todas
formas. ‒ Hizo una breve pausa. ‒ ¿Qué
dijo?
‒Se sorprendió un poco, pero lo único que
le preocupó fue usted, señor.
Hugo se levantó de su sillón.
‒No me preparéis la cena, voy a salir a
montar. Puede que llegue un poco tarde.
Jerome hizo una reverencia y esperó a que
su amo pasase por delante de él antes de
alzar la cabeza. No, no era el momento para
preguntar cómo iba lo del regalo para la
señora. Aunque Hugo parecía estar como
siempre, Philip le había alterado. Se sumió
en sus propios pensamientos y sacudió la
cabeza. Un buen mayordomo no debía
entrometerse en los asuntos de su amo.
‒¿Qué tal una flor… para el regalo de mi
señora…?

.x.x.x
Parte VII

La primera fiesta de té de Lucia fue


modesta y contó con apenas ocho invitados
‒ la mayoría esposas de los vasallos del
duque y nobles de ya avanzada edad.
Siguió los consejos de Jerome y, gracias a
ello, el ambiente fue amigable de principio
a fin.
Al principio la muchacha estaba nerviosa,
pero en cuanto se sentó, se dio cuenta que
no era necesario. El sistema social era
diferente al de la capital donde lo más
seguro era estar preparada en todo
momento para sacar las garras. En el norte
ella era la que gozaba la posición más alta
por ser la duquesa.
Fue un encuentro armonioso. Si Lucia
hubiese hecho gala de su autoridad y
hubiese ofendido a alguna de esas mujeres,
éstas no habrían tardado ni un segundo en
burlarse de ella y criticarla sin descanso a
sus espaldas, sin embargo, la nueva
duquesa fue cortés.
En su sueño, el Conde Matin le insistía en
que debía socializar, pero jamás llegó a
apoyarla. Así que sólo pudo preparar una
fiesta de té y este tipo de veladas, una vez
que empezabas, no podías parar a pesar de
lo caras que eran y el Conde Matin era un
tacaño.
Lucia había asistido a un sinfín de
banquetes y, aunque toda la experiencia
con la que contaba eran las palabras que
había captado aquí y allí, era suficiente
para ponerlo en práctica.
Todas las invitadas eran señoras con
experiencia, así que Lucia no necesitó
ocuparse de dirigir a nadie. De hecho, las
más mayores le parecieron más fáciles de
llevar que las jóvenes.
Lucia escuchaba atentamente las
conversaciones de las mujeres y, de vez en
cuando, se unía a ellas, añadía algún
comentario e incluso reía con ellas, hecho
que sorprendió a las invitadas. La duquesa
apenas tenía dieciocho primaveras, pero
parecía un pez en el agua. Sus hijas y nietas
en comparación aún eran inmaduras.
‒Una princesa, sí.
‒Qué elegancia.
‒Qué sensata.
Lucia era una de las muchas princesas de
palacio en la casa real, sin embargo, en el
círculo norteño seguía siendo alguien
admirado para los nobles. Además, la
extraña serenidad de la muchacha se ganó
el respeto de todas las presentes. Era difícil
acercarse al tosco y duro duque, pero la
duquesa era encantadora.
‒¿Hará un baile? Mi nieta me ha dicho que
se lo pregunte.
‒No, todavía no he preparado nada.
Prefiero esto: que ustedes, señoras, me
acompañen una tarde para charlar sobre
temas sin importancia. Un baile es
demasiado ruidoso y complejo.
‒Tiene razón. Si hace un baile, las jóvenes
vendrán a jugar.
‒Sí. A mí tampoco me agrada la idea de
beber hasta el amanecer hasta que no se
puedan tender en pie.
Las nobles apoyaron la decisión de Lucia,
después de todo, hacía muchísimo tiempo
que habían olvidado su propia juventud.
‒Perdónenme.
Jerome se acercó a su señora mientras
parloteaban. Era una reunión
exclusivamente para mujeres, por lo que no
estaba bien visto que apareciesen hombres
por ahí.
‒¿Qué ocurre?
‒Discúlpeme por interrumpirla, señora. Mi
señor ha traído un regalo para celebrar su
primer evento social, ¿lo traigo?
Los rostros de las señoras se llenaron de
excitación e intercambiaron miradas. Lucia
aceptó algo sonrojada y Jerome dio paso a
las criadas que cargaban con montones de
flores. Era un festín de flores: rosas rojas,
rosas, tulipanes, crisantemos, geranios…
Las criadas depositaron los regalos en cada
rincón de la terraza en jarrones y, cuando
no había más espacio, empezaron con la
mesa.
‒¡Oh, dios mío!
‒¡Jamás me habría imaginado que el duque
fuera tan romántico!
Las mujeres amaban las flores sin importar
su edad. Las señoras ignoraron toda
etiqueta y se animaron. Sus corazones ya
no revoloteaban como antaño en su
juventud, sin embargo, ser testigos de
semejante romanticismo revivió parte de la
pasión que habían perdido.
‒¿Hay algún mensaje?
‒Espera que le guste. ‒ El mayordomo no
entró en pánico.
‒Bien hecho. ‒ Lucia abrió los ojos como
platos y sonrió. ‒ Le daré las gracias en
persona.

La fiesta acabó. Las mujeres la rodearon


para comentar la envidia que la tenían y
Lucia se sonrojó, pero no se olvidó de
regalarles a cada una de las asistentes un
ramo de flores. Ni siquiera eso fue
suficiente para acabar con la enorme
cantidad de flores.
‒Ha tenido que ser duro, señora. Pero todas
las señoras se lo han pasado bien, sólo hace
falta mirar sus expresiones.
‒Yo también me he divertido, pero quiero
preguntarte una cosa.
Jerome se puso rígido de inmediato.
Últimamente su señora estaba a la
defensiva.
‒…Sí, señora.
‒Mi señor no es quien me ha preparado las
flores, ¿verdad?
‒¿Qué? ‒ Exclamó Jerome frenéticamente.
Lucia soltó una risita cuando vio lo pálido
que se estaba poniendo su mayordomo.
‒Al principio me lo he creído, pero cuando
me has dicho el mensaje… Él no es del tipo
delicado. ¿Cómo puede ser que yo lo sepa
mejor que tú?
Si Jerome hubiese dicho que no había
mensaje, su señora se lo habría tragado.
‒Ah… Pues… Mi señora… Bueno, es
que…
‒No pasa nada. ‒ Lucia le consoló con
dulzura. ‒ Gracias por el regalo, Jerome.
‒¡Mi señora! ¡De verdad que no es eso! Mi
señor quería enviar un regalo, pero no sabía
qué. Por eso he enviado flores…
‒¿De verdad?
‒Sí, de verdad. Confíe en mí, mi señora.
Lucia estudió la complexión de Jerome que
cada vez se volvía más pálida y rígida. Le
dio tanta pena que decidió zanjar el tema.
‒De acuerdo.
‒Es verdad, mi señora, es verdad.
‒Vale, he dicho que de acuerdo. Le daré las
gracias.
Era difícil lidiar con Jerome. Si le daba las
gracias al duque personalmente, su marido
sabría que había pasado algo… Pero
llegados a este punto, no podía negarse.
‒Voy a quedarme aquí un rato más, las
flores huelen muy bien.
‒Sí, señora. ¿Quiere té?
‒He bebido mucho. No hace falta.
Jerome se retiró dejando a Lucia sola en la
terraza disfrutando del exquisito aroma de
las flores.

* * * * *

Mientras que Lucia disfrutaba de su


agradable fiesta vespertina, Hugo se reunió
con sus vasallos. Este tipo de reuniones
mensuales bastaban para que el duque
pudiese hacerse una idea de cómo andaban
las cosas por sus dominios. El propósito de
las juntas era solucionar problemas, y eso
hacía: nadie abandonaba la sala hasta que
todo quedaba en orden. Por eso, en la
mayoría de las ocasiones, los asistentes no
lograban volver a sus hogares hasta el alba.
Aquel día la reunión se alargó, pero
terminó antes de la hora de la cena. De
hecho, era un poco pronto para cenar y,
como Hugo no tenía nada más qué hacer, le
preguntó a Jerome dónde estaba Lucia.
‒Está en la terraza.
‒Ah, sí. La fiesta. ‒ Hizo una pausa y
recordó lo del regalo. ‒ Maldita sea. ‒ Se
lamentó.
Había querido darle algo a su esposa, pero
el día anterior había tenido la cabeza en
otro sitio y como se había pasado la
mañana reunido no había dispuesto del
tiempo necesario para ocuparse. Para su
alivio todavía no era demasiado tarde, aún
tenía tiempo para regalarle algo.
‒¿Todavía está de fiesta?
‒No, señor. Hace rato que no. Mi señora
está pasando el tiempo y… Como usted no
dio ninguna orden sobre el regalo, me he
tomado la libertad de enviar flores para
decorar la terraza.
‒¿Mmm? Bien hecho, vale. ‒ Su
mayordomo era muy competente. ‒ Me has
dicho que está en la terraza, ¿no?
Jerome no consiguió reunir el valor para
confesar que su señora no se había tragado
lo del regalo. Era culpa suya y era la
primera vez que escondía sus errores a su
señor.
Hugo se dirigió a paso ligero a la terraza
ignorando el sufrimiento de su sirviente. La
luz rojiza del sol bañaba la terraza y Lucia
se hallaba sentada con los ojos cerrados y
la barbilla apoyada en la mano. Todo a su
alrededor parecía envuelto en un manto de
silencio; un silencio sereno, tranquilo.
¿En qué estará pensando?
Hugo, que se había detenido, no deseaba
interrumpir su tren de pensamientos, sin
embargo, quería saber qué le rondaba por la
cabeza y amenazaba por sucumbir a la
tentación de hacerla volver en sí.
Contempló a su mujer y su corazón se
calmó. Verla tan tranquila, tan en paz, le
dejó sin aliento.
El duque cerró los ojos y volvió a abrirlos
lentamente. A veces sentía algo extraño
cuando la miraba. Como si algo le
apretujase el pecho y le impidiese
distinguir lo que había ante él, como si algo
le carcomiese por dentro. No era una
sensación agradable, pero tampoco le
disgustaba. Esta mujer era un
rompecabezas que no conseguía armar.
De repente, Lucia abrió los ojos y, cuando
notó su presencia, sonrió como el sol. Hugo
frunció el entrecejo: fue como si le
hubiesen dado un pinchazo en el corazón.
Últimamente, no dejaba de sufrir síntomas
extraños como este y, lo más raro de todo,
es que jamás había enfermado.
¿Tendré que llamar a ese viejo…?
¡Pero en qué estaría pensando! No quería
ver la cara de Philip ni en sueños.
En ese momento, Lucia se levantó y corrió
hacia él. La fiesta, el aroma de las flores y
el melancólico, aunque hermoso, fulgor
solar habían mejorado su humor. La joven
llevaba un buen rato disfrutando de la
tranquilidad de aquel lugar y, justo cuando
no podía ser más feliz, había llegado su
marido, Hugo. Lucia expresó todas sus
emociones corriendo a sus brazos.
‒Vaya…
Hugo se quedó aturdido unos instantes
cuando ella corrió a él tan de repente. La
sujetó por la cintura con firmeza mientras
que ella frotaba la cabeza contra su pecho y
se relajaba entre sus brazos. Él respondió
abrazándola contra él y bajando la cabeza
para besarle la frente. Su esposa nunca
había hecho algo tan adorable. Si esto es lo
que había aprendido en la fiesta, no le
importaría celebrar una cada día.
Hugo sonrió con ternura, le cogió la
barbilla y la besó con suavidad.
‒¿Te has divertido?
‒Sí, gracias por el regalo.
Hugo repasó la terraza y se fijó en las
flores satisfecho. Al parecer el regalo que
había enviado Jerome le había gustado.
¿Por qué a las mujeres les gustan las flores?
Ni siquiera pueden comérselas.
No entendía eso, pero, para empezar, nunca
había entendido a las mujeres en general.
Repasó las flores con la mirada hasta
detenerse sobre las rosas.
“Dame una rosa, por favor”. Se acordó de
lo que Lucia le había dicho hace tiempo y
tuvo un mal presentimiento.
¿Cuándo lo dijo…?
Él que presumía de recordarlo todo desde
que nació, no conseguía ubicar esas
palabras. Su corazón se inquietó y el duque
rebuscó por todos sus recuerdos, intentando
encontrar algo.
Ah, sí. El contrato… fue su condición.
“Si cree que no soy capaz de controlar mi
corazón, deme una rosa a mí también, por
favor”.
Maldita sea.

.x.x.x
Parte VIII

Sintió como si le acabasen de tirar un cubo


de agua fría. No, peor aún. Se sentía
cubierto de algo asqueroso.
Me siento sucio.
No había mejores palabras para describir
sus sentimientos. No era molestia, sino la
misma incomodidad que cuando pisas un
charco de barro con el pie desnudo. No, se
parecía a eso; era como si un enemigo le
hubiese pillado desprevenido a pesar de
haberle estado esperando. No, tampoco era
eso… Intentó traducir su ansiedad, pero no
lo consiguió.
Lucia se lo miró con cierta sospecha, pero
Hugo necesitaba más tiempo para pensar.
‒¿Te gustan las flores?
‒Más que las flores, lo que me hace feliz es
que me las hayas regalado tú. ‒La
expresión de la muchacha relucía de
alegría. Como si hubiese aceptado el
significado de las flores.
No obstante, Hugo no se atrevía a
preguntar porque de hacerlo, su esposa se
enteraría de que sólo había sido un regalo
más, nada especial, y se decepcionaría.
‒Me alegra que te gusten.
Escondió su inquietud y respondió con
tranquilidad, pero empezó a guardarle
rencor a Jerome. ¿Por qué rosas de todas
las flores? Era lo único que veía a pesar de
que la terraza estaba repleta de todo tipo de
flores.
Hugo bajó la cabeza y la envolvió con sus
brazos. Lucia soltó un chillido de sorpresa.
‒¿Mi señor…?
‒Un momento.
Hugo empezó a reflexionar en lo que ella
se revolvía y se rendía a su abrazo.
Notando la calidez de sus brazos, exploró
sus recuerdos.
Amarilla. Sí. Era una rosa amarilla.
Al principio, ver las rosas le había
sobresaltado, pero poco después consiguió
recuperar la racionalidad. Y para su alivio,
no había ninguna rosa amarilla a la vista
como las que hacía enviar a las mujeres
como regalo de despedida.
En realidad, Hugo jamás se había
preocupado por conocer los detalles de la
rosa que Jerome enviaba, ni siquiera se
preocupó por enterarse de que se enviaban
rosas, todo lo que hizo en su momento fue
ordenar a su mayordomo que se ocupase
del asunto. Pero un día, de repente, una de
las rechazadas se plantó ante él y le arrojó
un ramo de rosas amarillas. Hugo reparó en
el mal carácter de la joven y fue entonces
cuando descubrió lo de las rosas amarillas.
Nunca preguntó más allá, tampoco se
molestó en saber por qué una rosa amarilla
de todas las flores, sin embargo, le dio el
visto bueno y le animó a continuar con ello.
¿Sabe que la rosa es amarilla?
Por mucho que rebuscase en sus recuerdos
sobre el día en el que se firmó el contrato,
no encontraba nada relacionado con la rosa.
Amarilla.
Llegó a la conclusión que había
malinterpretado sus palabras. Con un
problema menos, Hugo repasó las
condiciones a las que accedió aquel día y se
topó con dos de las que añadió: darle
libertad absoluta con su vida y no
enamorarse de él.
Seré gilipollas.
¿Por qué había añadido una condición tan
inútil? En un principio no habría
modificado nada de los documentos del
contrato si no fuese por cómo se había
enfrentado a él. La libertad para hacer lo
que le viniese en gana no era nada del otro
mundo, ¿para qué buscar más mujeres
estando casado? Qué pereza.
“Jamás me enamoraré de usted, señor”,
aquí estaba el problema. Sintió como si
algo le hubiese golpeado el corazón y se le
hizo un nudo en la garganta.
Su afirmación estaba protegida por dos
escudos, pues inmediatamente después, su
esposa le había pedido que, si llegaba algún
día en el que la viera incapaz de controlar
sus emociones, le enviase una rosa.
Y pensar que al principio le había parecido
una cláusula del contrato maravillosa.
Es que hay que ser gilipollas.
Nunca se había gustado a sí mismo, pero
sólo porque le disgustaba; jamás se había
considerado un imbécil. De hecho,
presumía de cerebro y cuerpo, sin embargo,
en esos momentos toda su seguridad se
estaba haciendo añicos.
Caray, qué calor.
Ella se retorcía en sus brazos y, cuando él
dejó de usar fuerza, ella consiguió apartarle
con ambas manos. Suspiró al notar el aire
fresco sobre su piel. Hugo bajó la vista y se
la quedó mirando como anonadado.
Esta mujer no me ama.
En el pasado habría estado agradecido de
que fuera así. El amor de una mujer es
molesto. Le entregaban su corazón, que él
no quería, y luego le perseguían
exigiéndole que les correspondiese a pesar
de que todo lo que querían de él era su
poder. Las mujeres amaban su poder y su
riqueza. Todas y cada una amaban al
poderoso duque Hugo, no al Hugh que no
contaba con nada bajo su firma. Y había
creído que Lucia era igual, otra mujer más
que quería al duque. No obstante, esa
convicción fue desapareciendo lentamente
cuando la muchacha no mostró en ningún
momento interés por su riqueza o su poder.
Aunque no podía estar seguro, muchos eran
capaces de esconder sus motivos durante
años y no llevaban casados el suficiente
tiempo. Eso es lo que su cabeza le advertía,
pero ¿por qué su corazón no dejaba de
decirle que ella era diferente?
¿Quiero que se aferre a mí…? ¿Cómo las
otras? ¿Por qué?
Era un misterio indescifrable.
Y si se aferra a mí… ¿Qué haré?
En ese caso habría una brecha en el
contrato, pero… ¿Y si el contrato no
tuviese validez?
Se le dilataron las pupilas. Los documentos
de su contrato no podían considerarse
legalmente válidos, tampoco se estipulaba
que los afectados no pudiesen renunciar al
contrato si no se cumplían las condiciones.
Tampoco ponía nada sobre divorciarse.
¿Una rosa? ¿Qué más da? ¿Y si no las
vuelvo a enviar? ¿Y si lo vuelvo a hacer?
La mirada de ella se iba tornando más
inquisitiva mientras que él la estudiaba.
Esta joven era su esposa, su mujer y nadie
podía discutírselo. Desde que habían
firmado los documentos maritales estaba
totalmente ligada a él.
Esta mujer es mía.
Su conclusión le dejó muy satisfecho. El
amor no importaba. Ella no podría escapar
de sus zarpas. En su corazón estaba
empezando a florecer la obsesión y la
posesividad.
‒¿Ha pasado algo en la reunión? ‒
Preguntó Lucia incapaz de adivinar qué le
preocupaba.
Sabía que siendo la personalidad que era y
gobernando un territorio tan amplio y
vasto, era imposible que no hubiera
conflictos de vez en cuando, pero tampoco
podía imaginarse a su marido, con lo capaz
que era, teniendo problemas.
La verdad era que Lucia estaba un poco
enfurruñada. Hubiese sido mejor que no le
regalase nada si al final se lo iba a preparar
Jerome. Sin embargo, según el mayordomo
su marido había estado pensando qué darle
y la muchacha decidió creérselo. Además,
las nobles le habían dado buenos consejos
aquella tarde.
“Los hombres son simples. No hace falta
pensar mucho con ellos. Aunque tu marido
te dé una flor, aunque sea una tontería y
haya miles de mejores opciones, lo mejor
es saltar a sus brazos y agradecérselo. Si
hay pasión será arrollador”, le había dicho
una.
“Si quieres regalos, hay que fingir que te
encantan y soltarle de vez en cuando algo
como: ¡qué bien lo has hecho, cariño!”, le
había asegurado otra.
Había aprendido a gobernar a su marido y a
convivir con él.
Lucia se había sentado entre las risas y las
conversaciones para anotar mentalmente
toda la información útil, aunque en realidad
no había tenido intención alguna de seguir
los consejos de aquellas mujeres. No hasta
que había saltado a los brazos de Hugo y le
había abrazado.
‒No ha pasado nada. Me has dicho que te
ha gustado el regalo, ¿no? ‒ La mirada de
Hugo era intensa.
‒Sí… ‒ Musitó Lucia mientras Hugo
volvía a rodearla por la cintura.
‒Si te han gustado, devuélveme el favor.
Qué poca vergüenza tiene este hombre, de
verdad.
A pesar de que no había sido él quien había
hecho el regalo… ¡Qué poca consciencia!
Consideró chivarse, pero como no quería
causarle problemas al mayordomo, decidió
dejarlo pasar.
‒¿Qué te gustaría?
‒¿Puedo pedir lo que quiera?
‒Si puedo hacerlo, sí. ‒ Hugo se inclinó y
le susurró algo al oído. Lucia se sonrojó. ‒
¡Ni hablar!
‒No será mucho rato. ‒ Le rozó los labios
con los suyos.
‒Ya casi es la hora de cenar.
‒Acabaré antes.
‒No te creo. ‒ Repuso Lucia resistiéndose a
los besos de él.
‒Como te gusta decir eso. ¿Por qué tengo
tan poca credibilidad?
‒¡Piensa un poquito!
Cada vez que estaban en la cama Hugo le
pedía “una vez más” o le prometía que esa
vez sería “la última”, y ella, creyendo que
no volvería a engañarla, acababa cayendo
en la trampa sin que a él le importasen sus
quejas.
Hugo la levantó por los muslos, sujetándola
por debajo de la falda. Era como si se la
hubiese enrollado a la cintura, de cara él.
Si no estuviesen vestidos sería la misma
posición que cando yacían juntos y, de
hecho, Lucia notaba la excitación del
miembro de su marido en esos momentos.
‒¿Y si viene alguien?
‒Mi mayordomo tiene tacto. No creo que
pase nadie por aquí.
‒¡Eso es peor!
Lucia se mordió los labios sin saber qué
hacer. Mientras tantos, Hugo ya había
deslizado una de las manos por debajo de
su falda y la estaba manoseando mientras
que le aguantaba el cuello por la otra.
‒Primero quería hacerlo en el jardín, ‒
comentó mordiéndole el lóbulo de la oreja.
‒ pero con el tiempo que hace, seguro que
habrá muchos bichos. Además, si te
desmayas mientras lo hacemos será
difícil… Espera, no. Eso da igual. Aunque
no haya bichos, tú-…
‒Si dices algo más te arranco los labios de
un mordisco.
‒Sí, mi señora. ‒ Respondió él con una
risita.
Le besó el contorno de los ojos mientras
ella le juzgaba con la mirada. Hugo se
tragó los labios rojos de su esposa y gozo
del dulce aroma de la muchacha mientras
se movía para disfrutar del tiempo que le
estaba ofreciendo. Sin embargo, una vez
más, no cumplió su promesa de acabar
antes de cenar.

* * * * *

Jerome le dejó el té vespertino sobre el


escritorio de su oficina y se dispuso a
marcharse cuando Hugo empezó a hablar.
‒A partir de ahora ‒ Jerome se detuvo, se
dio la vuelta y volvió a acercarse al
escritorio para escuchar atentamente las
palabras de su señor. ‒ me da igual qué
flores quieras usar, pero que no sean rosas.
Haz lo que te parezca, pero no quiero ver
más esa flor.
Jerome no acababa de comprender lo que
quería Hugo, pero aceptó. Se preguntó si
tal vez su señora se había ofendido el día
anterior por el regalo que había enviado,
pero viendo el buen humor que gastaba la
pareja, no debía tratarse de eso. De repente,
recordó algo cuando hizo ademán de irse.
‒Mi señor, el otro día la señora me
preguntó si había enviado una rosa
amarilla.
La mano de Hugo se quedó inmóvil sobre
el papel que estaba firmando, dejando una
enorme mancha de tinta sobre el
documento. Frunció el ceño y lo hizo a un
lado.
‒¿Y bien?
‒La señora me preguntó si la señorita
Lawrence había sido la última en recibir
una rosa amarilla y… le dije que sí.
A Hugo se le había olvidado que Lucia
había sido testigo de su ruptura con Sophia
Lawrence. Aunque sería más adecuado
decir que no se había preocupado por ello.
Ahora empezaba a comprender por qué le
veía como a un villano sin escrúpulos.
‒Y…
‒¿Hay más? ‒ La voz de Hugo se volvió
más grave. Tal vez por el ambiente.
Jerome no se atrevía a mirarle a la cara.
‒Mi señora me preguntó por qué la
Condesa Falcon no había sido la última y le
contesté que es porque usted no me lo ha
ordenado.
Hugo parecía tranquilo por fuera, pero
apretaba la pluma muchísimo.
‒¿Qué se supone que voy a hacer si le dices
esas cosas? ‒ Se tragó los gritos. Su capaz
mayordomo siempre era un inútil en este
tipo de situaciones. ‒ Envíala. La rosa.
‒¿Se refiere a la Condesa?
‒Envíala hoy mismo. Ahora mismo.
‒Sí, señor. Oh, y otra cosa-…
‒¿Por qué hay tantas cosas? ‒ Repuso
Hugo.
Sólo había querido avisar a su mayordomo
del cambio, no darle una oportunidad para
que le avisase de todos los problemas de
golpe.
‒La doctora de mi señora dijo que usted
debía contenerse y no visitar a la señora de
noche…
‒¿Qué? ¿A ella qué más le da?
‒Dijo que era por su salud y que cada cinco
días hay que dejarla descansar.
La salud de su esposa era algo con lo que
no pensaba jugar y, la realidad de las cosas
es que Lucia era menuda y frágil.
Mentalmente era fuerte, pero si enfermase
supondría un grave problema y había
estado yendo a visitarla cada día durante
más de un mes.
Una vez cada cinco días.
Hugo se deprimió.
.x.x.x
Parte IX

Lucia descansaba sobre los detallados


músculos del cuerpo desnudo de su marido.
Le gustaba cuando él le acariciaba la
espalda y le fascinaba la firmeza de la piel
de su pecho.
‒Mañana me voy de viaje unos días.
‒¿Dónde vas?
‒A hacer una inspección. Voy a empezar a
hacer rondas una o dos veces al mes. ‒
Estaba sumergido en el dulce sueño de un
recién casado, pero sus obligaciones
seguían ahí.
‒¿Un señor tiene que hacer eso?
‒Claro, tengo que mantener el orden.
El norte era un territorio repleto de gente a
la que si se le alflojaba la correa
empezaban a revolverse. Aunque la verdad
es que a Hugo le gustaba advertir a los
idiotas que trataban de rebelarse.
En su sueño, el Conde Martin no había
hecho ni una sola inspección a su condado
y, como es obvio, Lucia tampoco. Sin
embargo, de vez en cuando había súbditos
que se acercaban a su finca para entregar la
recogida de los impuestos.
‒¿Durará mucho?
‒Unos tres o cuatro días. Aunque puede
que se alargue.
Lucia se sentía rara. A pesar de que al
principio había estado un mes entero sola
en Roam, ahora lo natural para ella se había
convertido el estar alrededor de su marido.
La muchacha se preguntó si a Hugo le
molestaría que le dijera algo como: “vuelve
pronto”.
‒Tú vas a hacer otra fiesta de aquí dos días,
¿no?
Ya había pasado un mes y medio desde la
primera fiesta. Le había encantado la idea
de repetir la experiencia pero, ahora que se
había enterado de que su marido no iba a
estar presente, le dejó de hacer tanta
ilusión.
‒Sí.
‒Tengo una cosa para ti. Debería llegar
mañana o pasado.
‒¿El qué?
‒Un regalo. Creo que al de la otra fiesta le
faltaba algo. ‒ La tranquilidad con la que
hablaba agitó el corazón de Lucia.
‒¿Puedo preguntar qué es?
‒Un collar.
La voz de su marido fue tan seca que
consiguió que el corazón de Lucia se
calmase de inmediato. Sólo era un regalo
por formalidad, nada más. La joven
ignoraba que Hugo jamás había regalado
nada por voluntad propia.
‒¿No te gustan las joyas?
‒¿A quién no le gustan?
‒Me alegro. ¿Tienes algún plan para
cuando me vaya?
‒La fiesta y ya está.
‒¿Nada más? Bueno, que no te dé por
precipitarte y hacer algo que no debas
mientras no estoy; pórtate bien.
‒¿Precipitarme?
‒Lo que trato de decir es que estés como
siempre y que no salgas.
Lucia se preguntó por qué motivo le
mencionaba lo de salir cuando llevaba
encerrada en el castillo desde su primer día.
En la mansión tenía todo lo que podía
desear y, por tanto, no había motivos para
salir al exterior. Tal vez su personalidad
fuese aburrida, pero prefería quedarse en su
rutina.
‒¿Por qué?
‒¿Quieres salir?
Lo que realmente pretendía decir Hugo era
que no saliese mientras él no estuviese por
su territorio.
‒No, pero no sé. Será mejor que me
cuentes el porqué.
‒Como no estoy, mi duquesa tendrá que
encargarse de todo, ¿no? ‒ Contestó
satisfecho por haber conseguido una
respuesta razonable.
‒Ah, sí.
No hacía falta que se quedase en Roam
para ocuparse del trabajo de su marido,
pero a la muchacha le fue imposible
encontrar fallos en su argumento. No dijo
nada más, se giró para mirarle y le
descubrió estudiándola.
‒¿Hay algo que quieras decirme?
Hugo soltó una risita y bajó la cabeza para
capturar sus labios y besarlos. Su obediente
e inocente esposa era preciosa. No verla
durante tanto tiempo le preocupaba.

* * * * *
Philip vio cómo el duque de Taran y su
sequito de caballeros partían bien temprano
desde su morada en una de las esquinas de
la muralla. Al principio, la casa del doctor
de los Taran se encontraba dentro de los
límites de la muralla, pero cuando el líder
de la familia cambió, la posición de su casa
también. El nuevo duque no le perseguía,
ni le favorecía, simplemente ignoraba su
existencia.
Philip tenía claro que su vida dependía de
la compasión de Hugo, aunque más que
compasión, lo que estaba haciendo el joven
era pagar su deuda.
En realidad, el anciano admiraba al cruel
duque que carecía de lágrimas y sangre.
Nunca le condenó por acabar con todos los
que sabían el secreto de la familia y el
motivo era, simplemente, que el nuevo
duque era la personificación del legado de
los Taran.
Hace muchísimo tiempo cuando el mundo
estaba gobernado por la dinastía Madoh
que habitaba en lo que ahora se conocía
como Xenon, existía la magia y todo tipo
de humanos extraordinarios. Los nobles de
la dinastía Madoh poseían ojos y cabello
negro y habilidades sobrehumanas. La
familia Taran era el último vestigio de
antaño.
Los nobles de aquella época sólo se
casaban entre ellos con el fin de proteger su
linaje y explotaban a los humanos. Todos y
cada uno eran crueles y despiadados. Hasta
que cierto día cayó un meteorito en una
zona desierta. Nadie salió herido pero la
magia y el mundo empezaron a
derrumbarse, y los humanos se enfrentaron
a los ahora debilitados déspotas para
liberarse de su yugo. Desde aquel día
empezó una persecución sanguinaria contra
todo aquel con las características de los
sobrehumanos. Sin embargo, dos
hermanos Taran sobrevivieron gracias a
lograr esconderse. Curiosamente, los Taran
no perdieron sus poderes porque eran
mestizos, todo lo que les pasó fue que sus
ojos se volvieron rojos.
Los supervivientes decidieron aguardar
hasta que los humanos hubiesen olvidado
su existencia y así fue. Poco después, los
humanos empezaron trifulcas contra ellos
mismos, separándose y, al cabo de unas
cuantas décadas, la dinastía Madoh se
había convertido en una leyenda o una
vieja historia.
Philip era uno de los pocos descendientes
de aquellos humanos que había estado
sirviendo a los Taran desde que volvieron a
salir en público.
En los Taran corría una extraña
peculiaridad y es que no eran capaces de
concebir ningún descendiente con otros
humanos. Muchas investigaciones después
consiguieron un método: se necesitaba una
mujer humana que todavía no hubiese
menstruado, entonces, se le suministraba
artemisa durante un año y medio para
limpiar cualquier impureza. Seguidamente,
el hombre de los Taran la tomaría y a la
muchacha se le empezaría a dar un remedio
para disminuir el efecto de la artemisa.
Cada mujer tardaba más o menos en que le
volviese la menstruación. Era ese período
cuando la mujer debía quedar en cinta; si la
mujer volvía a menstruar y todavía no
había conseguido concebir sería un fracaso.
La familia de Philip estuvo involucrada en
el proceso de principio a fin y, a lo largo
del tiempo, ambas familias se volvieron
inseparables.
El anciano había cuidado de los gemelos
desde su nacimiento y cuando el anterior
duque había pretendido matar a uno de los
dos, fue él mismo quien le disuadió. El
anterior duque se preguntó algo cruel: qué
pasaría si uno se ciaba en el mejor de los
entornos y el otro crecía rodeado de
adversidades. Y así lo hizo: vendió a uno
de los niños como esclavo y se dedicó a
observar su progreso desde la distancia,
mientras que Philip iba salvándole la vida
de vez en cuando sin que el niño se
percatase de ello.
El bueno de Hugo no heredó el
temperamento brutal propio de los Taran y
el odioso Hugh mataba sin parpadear.
Philip los quería a los dos, pero se sentía
muchísimo más unido a Hugh. Los Taran
fueron volviéndose más humanos hasta
Hugh. El muchacho destacaba por destreza,
inteligencia y crueldad. Era la imagen
perfecta para los Taran.
Al padre de los gemelos también le gustaba
más el niño al que había abandonado y
decidió volverlos a intercambiar, sin
embargo, no quiso matar a Hugo. Después
de todo, albergaba cierta ternura por él. Lo
que no adivinó fue que los gemelos
acabarían conociéndose; no adivinó que al
cabo de diez años los niños se conocerían y
acabarían queriéndose más que a su propia
vida.
Hugo falleció dejando Hugh sobreviviendo
solo, soportándolo todo. El anciano fue
testigo del odio y el rencor que albergaban
los ojos del muchacho conforme crecía, fue
testigo de las intenciones del muchacho por
acabar con esa dichosa familia. Y de no ser
por Damian, así habría sido.
Philip no lo reconocería jamás, pero quería
a Hugo; para él los gemelos habían sido
como sus propios nietos.
“Ni se te ocurre acercarte a mi mujer”.
Por eso no conseguía sacarse de la cabeza
la expresión de Hugo cuando le había
advertido aquello. No había sido una
amenaza o un intento de intimidarle porque
sí, sino la misma protección que se espera
de una madre por sus crías. Era la primera
vez que Philip se encontraba a Hugh tan
decidido por alguien que no fuese su
hermano.
¿Cómo será…?
Era mera curiosidad. No tenía intención de
hacer nada, ni decir nada. Sólo quería saber
cómo era la duquesa. Creyó que, si entraba
a la residencia ahora que no estaba el
duque, no habría problemas, pero un
hombre le detuvo en cuanto se acercó.
‒Señor Philip, me temo que no puedo
dejarle pasar.
Philip suspiró.
‒¿Me estás vigilando?
‒Mientras no entre en el castillo, no tiene
restricción alguna, señor.
‒¿Por qué? ¿Hay algún motivo?
‒No sé los detalles, sólo sigo órdenes.
Tengo orden de tomar cartas en el asunto si
hubiese alguna protesta.
‒…Ya veo.
El médico volvió a su hogar en silencio, se
sentó de cara a las murallas y se relamió y
contempló el cielo.
‒¿Tendré que volverme a ir…? ‒ Murmuró
con amargura.
Nunca se había quedado en ningún lugar
demasiado tiempo porque no conseguía
pillarle cariño. Anhelaba conocer a
Damian, al menos una vez en su vida, pero
había fallado.
El duque jamás le daría la oportunidad a
Philip y quizás ni siquiera se molestaría en
contarle el secreto de la familia.
‒¿Será una obsesión…?
Tenía que admitir que el deseo de los Taran
de aferrarse a su linaje era una obsesión.
Todos, el padre de Philip, su abuelo y los
de antes, eran iguales. No era fácil cambiar
una idea con la que le habían estado
avasallando toda la vida.

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Parte x

Jerome depositó una caja envuelta con un


lujoso lazo de terciopelo sobre la mesa y
Lucia la abrió expectante.
‒¡Caray! ‒ Jadeó la criada que la
acompañaba sorprendida.
Aunque la sirvienta no era la única atónita,
Lucia tampoco daba crédito. Dentro de la
caja había un deslumbrante collar de
diamantes. La joven duquesa no estaba del
todo segura del precio, pero obviamente,
era un tesoro. ¿Serían comunes los
diamantes? Solía verlos en medio de los
collares colgando de cadenas de oro y
demás. En el caso del suyo, era difícil
adivinar si la enorme piedra que había en
medio era un diamante o cristal. Nunca
había visto nada similar y supuso que
ninguna mujer se atrevería a ponérselo
como si nada.
Lucia vaciló al tocarlo.
‒Pruébeselo, señora.
Una criada le acercó un espejo mientras
Lucia se emocionaba más. Se ató el collar y
se miró. El collar pesaba tanto que era
como si alguien estuviese tirándole del
cuello.
‒Le queda muy bien, señora. ‒ Jerome la
llenó de cumplidos.
‒¿Esto… qué es? ‒ Lo que había estado
esperando era un detalle bonito, no un
tesoro real. ‒ ¿De verdad me lo ha
comprado? ¿Para mí?
‒Mi señor lamentó que llegase tarde, quería
dárselo antes de marcharse.
‒Es… bastante excesivo.
Jerome se quedó perplejo ante el
comentario de su señora.
‒No lo es, señora.
‒Es excesivo, me siento abrumada. Jerome,
si… le dijese a mi marido lo que pienso, ¿le
sentaría mal?
‒Sí. ‒ Contestó el mayordomo con firmeza.
Jerome había sido testigo de la alegría con
la que su señor había estado eligiendo el
regalo para su esposa. De hecho, había sido
la primera vez que escogía un regalo para
una mujer personalmente. Hasta ahora
siempre le había pedido a Jerome que se
encargase de conseguir lo que la mujer del
momento quisiera.
‒No se sienta abrumada, señora. ‒ Jerome
no estaba seguro si hablar de las anteriores
relaciones de su señor sería un problema,
por lo que decidió callarse. Sobretodo
después de la reprimenda que había
conseguido la última vez. ‒ Esto no es nada
para mi señor.
Lo que el criado pretendía decir era que su
señor era extremadamente rico, no
obstante, Lucia lo malinterpretó como que
ese collar estaba al mismo nivel que un
cepillo para el pelo.

La duquesa se sentó en la sala de estar sola


y contempló la caja con el collar. Intentaba
analizar el significado que podría tener.
Tal vez sólo es un regalo para celebrar la
fiesta; como es rico debe ser lo mismo que
darme un anillo.
Esa fue su primera teoría, pero Lucia
ignoraba que a pesar de lo rico que fuese,
ese collar no lo había conseguido con
demasiada facilidad. Alguien de la
monarquía ya le había echado el ojo, así
que Hugo había tenido que pasar por una
subasta para tenerlo.
El dinero no deja de ser dinero, y lo que el
duque quería era darle algo especial, pero
como se lo había dado con tanta modestia
Lucia lo malinterpretó todo.
¿Será un premio…? Como le gusta
acostarse conmigo…
Esa fue su segunda teoría, no obstante, la
idea de entregarse y que le pagaran como si
fuera una prostituta le hizo sentir fatal.
A lo mejor es una manía. Tiene muchas
amantes, a lo mejor es parte de su rutina.
Esa fue su tercera teoría y al igual que la
anterior, le sentó fatal. La más fácil de
tragar era su primera teoría.
Se esmeró en encontrar más teorías, pero
no se le ocurrieron más opciones y desechó
por completo la idea de que el collar
tuviese algún sentimiento escondido.
Lucia suspiró pesarosa.
El regalo era tan valioso que era difícil
llevarlo. El matrimonio con él era diferente
a lo que esperaba. Esperó vivir rodeada de
angustias, pero la realidad es que su vida
estaba plagada de alegría y felicidad.
Nunca le dedicaba palabras dulces, pero era
cariñoso. No tenía cambios de humor, ni
decía nada que pudiese afectar de mala
manera sus sentimientos y tampoco era
violento o terrorífico como aseguraban los
rumores.
Prometí que no me enamoraría de él.
Pero su corazón vacilaba. A pesar de que
intentaba controlarse cada vez que la
rodeaba con sus brazos, que reía
picaronamente o que sus labios se posaban
sobre los suyos, su corazón gritaba: “¡no
puedo!” y se sacudía.
Se regañó a sí misma mientras estudiaba el
collar.
¿Qué haces? ¿Por qué estás tan raro?
Había estado aguantando el sonido
ensordecedor de su pecho. Temía que algún
día acabase aferrándose a los pantalones de
su marido como una sanguijuela y recibiese
el ramo de rosas amarillas.
Sólo imaginarlo era horrible.
Hugo era un noble cortés y refinado,
además, la trataba como se debía a una
mujer de su estatus. No debía
malinterpretar su amabilidad. A él no
parecía disgustarle Lucia, era consciente
que le gustaba su cuerpo, pero no había
nada más allá del deseo.
Que no se te vaya la pinza.
Cogió aire.
Hasta ahora has estado bien, no vaciles. Tu
corazón debería estar hecho de piedra.
Puedo quedarme con él como he estado
hasta ahora.
Estaba bien, hasta ahora, había estado bien.

* * * * *
Su segunda fiesta ya estaba acabando. En
esta ocasión tan sólo había invitado a
jóvenes solteras.
‒Soy Kate Milton ‒ una jovencita pelirroja
se acercó a ella. ‒ La he saludado antes. Mi
tía abuela me ha hablado mucho de usted.
Ah, bueno, mi tía abuela es la condesa de
Corzan.
‒Ah, ahora ya me suena. La señora
Michelle ha presumido mucho de su
sobrina y me ha asegurado de que sería una
buena compañera.
‒¿Ella? Cuesta de creer. Cuando me ve
suele mirarme mal.
‒Estoy segura de que es su manera de
mostrar afecto, señorita Milton. Fue muy
clara con que, si no nos llevamos bien, ella
también dejará de brindarme su amistad.
‒Bueno, ella es así. Aunque no sé yo si
quiero tener a alguien tan problemático en
mi círculo de amigos… Pero bueno,
supongo que me postraré y haré lo que
tenga que hacer.
Las dos muchachas intercambiaron miradas
y estallaron en sonoras carcajadas. Las
palabras de Kate encajaban perfectamente
con su personalidad.
‒Llámame Kate, por favor.
Era la primera vez que una noble quería
estrecharle la mano a modo de saludo.
Kate, al ver la sorpresa de Lucia, se
sobresaltó y retiró la mano.
‒Ah… Lo siento. Qué grosera. Es una
manía mía.
‒Llámame por mi nombre también. ‒
Contestó Lucia con una risita y extendió la
mano. Le gustaba esta joven directa y
alegre.
Todavía vacilaba al pronunciar su propio
nombre. Hugo la llamaba así por lo que ya
no le disgustaba tanto, pero sentía que el
hecho de que su amiga le llamase así sería
como poner una pared entre ambas.
‒Lucia. Llámame Lucia. Es como me
llamaban de pequeña.

Las dos muchachas se hicieron amigas muy


deprisa. A Kate le gustaba la femenina
duquesa y a Lucia le encantaba la alegre y
energética Kate; se complementaban.
Kate solía ir a la mansión para conversar
mientras disfrutaba del té. Era dos años
mayor que Lucia y la duquesa estaba
maravillada por tener una amiga. Tardaron
menos de diez días en volverse mejores
amigas.
‒¿No le gusta salir, señora?
‒Jaja. No es eso. Pero a él no le va.
Si Hugo estuviese presente, habría
respondido de inmediato que no le gustaba.
Su marido no controlaba sus movimientos;
si salía o no; pero tampoco tenía motivos
para ir al exterior.
‒¿No te agobias?
‒No. De vez en cuando hago fiestas y tú
me vienes a ver bastante a menudo.
‒Ah, no digas eso. ¿Quieres aprender a
montar a caballo? Yo me desestreso así.
Kate quería que Lucia descubriese el
encanto de las actividades exteriores. El
mundo era vasto y enorme, había muchas
formas de divertirse.
‒¿Montar? ¿Eso no es peligroso?
‒Para nada. Ya verás que no hay animal
más manso. Claro que al principio te
parecerá que van muy rápido, pero ya te
acostumbrarás. Ah, también es un buen
ejercicio.
‒¿Ah, sí? ‒ Musitó Lucia. ‒ Le pediré
permiso a mi señor.
‒Ah… Vale.

* * * * *
La mano con la que Lucia le acariciaba el
rostro sudoroso intentó aferrarse a su
hombro, pero se resbaló y cayó sobre las
sábanas. La muchacha temblaba de placer y
Hugo gruñó mientras la penetraba.
‒¡Ung…! ‒ Jadeó su marido al correrse.
Lucia dejó que las lágrimas que llevaban
rato cubriéndole la vista rodasen por sus
mejillas. Le parecía estar flotando en el aire
y, entonces, de repente, fue como si se
hundiese.
Él gruñó otra vez, le cogió los cachetes y
entró en su húmedo interior. Iba despacio
para dejarla experimentar y notar su
longitud. Entonces, empezó a acelerar. El
interior de la muchacha le estrujaban y se
aferraban a él, oponiendo resistencia a su
dominancia.
‒Uh… Hugh, por favor… ‒ Le rogó Lucia.
Su marido se movía con mucha más fuerza
que antes y la muchacha no conseguía
reunir más energía. Tenía el cuerpo
sensible y apenas lograba moverse.
‒¿Qué quieres que haga…? Uh… ‒
Preguntó levantándola y penetrándola más
hondo.
Ambos estaban a punto de volver a
alcanzar el clímax otra vez por el continuo
contacto de sus partes íntimas.
‒¡Ah! ¡No! ‒ Lucia no podía soportarlo. ‒
¡Para!
Hugo miró a la mujer que se revolvía
debajo de él. Tenía las pupilas dilatadas por
el terror y los párpados húmedos. Bajó la
cara y le lamió las lágrimas. La besó y le
abrió la boca con la lengua. Compartieron
un beso corto. Lamió, chupó y acarició los
labios rojos de ella. Un beso apasionado
que no se molestó en ocultar su pasión.
‒¿Quieres que pare? ‒ Preguntó volviendo
a penetrarla.
‒Sí… Nn…
‒De acuerdo.
A Lucia se le volvieron a dilatar las pupilas
mientras que a él se le curvaban las
esquinas de los ojos al sonreír.
‒Un poquito más.
Por supuesto, se lo tendría que haber
esperado. La había vuelto a engañar.
‒Esto es peligroso. ‒ Hugo murmuró esto
con una expresión de sed y avaricia. Era
como una bestia hambrienta frente a su
presa. Cuánto más sollozaba ella, más
reaccionaba su parte baja.
Lucia notó como el miembro de su marido
se endurecía una vez más por la sangre,
frunció el ceño y cerró los ojos cuando él
se enterró en las profundidades de su
cuerpo.
Hugo rió de buena gana al ver la adorable
reacción de la muchacha. La penetró dando
donde le gustaba para hacerla jadear y
estremecerse.
‒Una vez más.
Ella jadeó y se lo miró con incredulidad.
“No te creo”, declaraba su mirada. Pero a
pesar de lo hambriento que estaba Hugo y
las ganas que tenía por comérsela una y
otra vez, cuando la muchacha gruñía y
afirmaba que era “no”, el juego se acababa.
‒Más te vale.
Los ojos de su esposa eran dóciles como
cada vez que creía que era la última. Había
cometido el mismo error demasiadas veces
como para llevar al cuenta. La muchacha
asintió con la cabeza y él hizo una mueca.
Ah, es adorable.
‒Túmbate boca abajo y levanta el trasero.
La muchacha se encogió al notar cómo él
sacaba su miembro. Titubeó al ver el
entusiasmo de su marido, pero se dio la
vuelta y se tumbó tal y como le había
indicado.
Hugo admiró las apetecibles curvas de su
mujer desde atrás antes de tomarla desde
atrás.
‒Nnn…
‒¡Nn! Ah… Me estoy volviendo loco.
Da igual las veces que la saborease, no era
suficiente. Cada vez que la tomaba parecía
la primera vez, no se cansaba. Semejante
mujer era suya y nadie podía tocarla.
Si pudiese, marcaría cada parte de su
cuerpo para demostrar que le pertenecía.
Últimamente, sus ojos albergaban una luz
posesiva y peligrosa cada vez que se la
miraba.
Sin embargo, la oscuridad silenciosa era un
secreto que guardaría a buen recaudo de
ella.

Capiulo 23 La Pareja Ducal


Parte XI

Hugo besó cada centímetro del rostro de


ella con suma dulzura y suavidad conforme
su mano viajaba de su espalda a su cintura.
Lucia estalló en carcajadas de repente.
‒¿Sabes, Hugh? La señorita Milton me ha
dicho algo gracioso esta tarde.
‒La señorita Milton… Ah, la hija del barón
de Milton.
El barón de Milton, uno de los vasallos del
duque, era un hombre rígido y serio.
Famoso por educar a sus hijos enfatizando
que ser justo era una virtud.
‒Sí, me ha dicho que no me dejarías salir ni
en broma.
La mano de Hugo se detuvo, Lucia no lo
notó y continuó hablando.
‒Le he dicho que no era así, así que me ha
preguntado si quiero ir a montar a caballo
con ella.
‒¿Montar a caballo?
‒La señorita Milton dice que es un deporte
divertido. ¿Puedo ir a aprender?
‒…Suena peligroso.
‒No lo es; me ha dicho que lo hacen
muchas mujeres.
‒¿De verdad quieres aprender?
A Hugo no le gustaba la idea. Sabía que la
imagen de las jinetes jadeando después de
montar atraía la atención de los hombres.
Además de que era bastante peculiar que
hubiese mujeres montando en general. No
había nada más indecente que la ropa
ajustada y reveladora de los jinetes.
El duque solía ser como el resto de los
hombres, siempre le había parecido que era
un espectáculo agradable y jamás le había
importado ninguna mujer, sin embargo, eso
ya era agua pasada.
‒¿No puedo? ‒ Preguntó Lucia apoyando la
mejilla en el pecho de su marido y
mirándole con ojos de cordero.
Hugo apenas pudo resistir el impulso de
decirle que hiciera lo que quisiera. Pero no
quería que fuera a montar, no podía
soportar la idea de tantos hombres
deseándola, no obstante, era la primera vez
que le pedía algo desde que se habían
casado. Tampoco quería que se
decepcionase.
Me parece que no hay ningún sitio en
Roam para que las mujeres puedan salir a
cabalgar… Puedo aprovechar la
oportunidad y construir uno.
El lugar que se convertiría en uno de los
centros de actividad social de la sociedad
norteña empezaría por la renuencia de
hombre a que otros babearan por su esposa.
‒Sí, pero si me prometes que primero vas a
aprender a montar hasta que sepas valerte
por ti misma sin peligro. ‒ El duque acepto
pensando que la muchacha tardaría en
aprender una semana y que para entonces
ya tendría el campo hecho. De no ser así, le
pediría a su profesor de equitación que la
retuviera unos días más.
‒Entonces tengo permiso, ¿no?
‒Ten cuidado y no te hagas daño.
‒¡Sí! ¡Gracias! ‒ Respondió Lucia
lanzándole los brazos detrás del cuello y
abrazándole. Sus preocupaciones habían
sido sólo eso, preocupaciones. Su marido
era un hombre razonable.
Con su mujer entre sus brazos, Hugo
recordó que hacía un tiempo le había
regalado un collar muy caro. Por primera
en vez en toda su vida había participado a
la hora de regalarle algo a una mujer.
Ignoraba sus gustos, pero estaba seguro de
que a todas las mujeres le gustaban las
joyas, aunque, por supuesto, no quería
darle cualquier cosa. La señora de los
Taran debía poseer algo inédito, especial.
Por lo que se informó y buscó hasta que
encontró lo que quería. Por desgracia, la
joya en cuestión ya tenía dueño. Hugo era
un hombre que, si se le metía algo en la
cabeza, no se echaba atrás. Decidido a
darle al dueño lo que pidiera envío un
negociador. Su idea había sido regalarle el
collar a Lucia antes de marcharse, pero al
final, no pudo ver la cara de la muchacha.
Esperó con ganas su retorno. Esperaba que
su esposa le recibiese encantada con su
regalo. No obstante, Lucia se lo agradeció
de cualquier manera con una sonrisita y
supo que la joven lo hacía por obligación.
¿Por qué?, se preguntaba algo herido y
avergonzado, ¿lo normal no es que no
puedan estar más contentas?
El hombre se había esforzado mucho con el
regalo, pero a ella no le había gustado. El
duque se preguntó qué podría satisfacerla y
entonces, Jerome le sorprendió con una
declaración: “ha dicho que era demasiado”.
Era la primera vez que alguien le decía algo
semejante. ¿Demasiado? Ahora tendría
algo de qué preocuparse. Y a pesar de todo,
la reacción de la muchacha cuando le
permitió ir a montar a caballo fue
terriblemente pasional. Estaba agradecida
de corazón, mucho más de lo que se
hubiese esperado. La fortuna que se había
gastado en el collar de diamantes no tenía
ni punto de comparación con dejarla ir a
montar.
O sea que el dinero es un no.
Ahora ya había solucionado el problema de
ir a montar a caballo, pero su corazón
deseaba poder tenerla a la vista siempre y
estaba bastante molesto con la hija del
barón de Milton por meterle ideas en la
cabeza a su mujer.

* * * * *

‒Hugh, ‒balbuceó Lucia en la cama cuando


la pista de montar ya estaba hecha. ‒ me he
enterado de que al este de Roam hay un
lago precioso.
‒Es bastante grande. ¿Quieres ir a verlo? ‒
Había estado pensando en salir un día con
ella.
‒Me han dicho que por esta época la gente
va en barco, muchos nobles tienen. ¿Tú
tienes uno?
‒…No.
Nunca se había subido en un barco, no
recordaba haberlo hecho nunca.
Seguramente, tampoco había oído hablar de
ello porque no le interesaba. No le veía la
gracia a sentarse en un barco y flotar en el
agua, por lo que se lo tomó como algo para
gente sin nada qué hacer.
Debería comprar un barco.
Pero Hugo ya había olvidado su yo del
pasado y nunca se aferraba a él.
‒Bueno… ¿Puedo ir? La señorita Milton
me ha invitado.
Otra vez la hija del barón de Milton. Tanto
relacionarse con esa muchacha le daba
mala espina.
‒No es peligroso, ¿no?
‒Me ha dicho que nunca ha habido
accidentes y que su barco es muy fuerte.
‒¿Cuándo?
‒Dentro de cuatro días.

* * * * *

A los Milton les llegó un mensaje del


duque. El barón lo leyó y ladeó la cabeza
preguntándose qué podría haber pasado. De
repente, recordó que la menor de sus hijos
le había dicho que se iba a navegar un par
de días.
‒¿Me has llamado, padre?
‒Sí. Me ha llegado un mensaje del duque y
creo que deberías leerlo.
Kate aceptó el documento y lo leyó.
‒¿Regulación de costumbres…? ¿Esto qué
es?
‒Bueno, no tengo muy claro lo que
pretende, pero va a controlar quién va al
lago y también fijará una fecha para que
sólo puedan acceder las mujeres. No tengo
ningún problema con ello, cualquier padre
con hijas estaría de acuerdo. ¿Cuándo dices
que ibas a navegar?
‒Dentro de tres días.
El barón sabía que últimamente su hija se
juntaba mucho con la duquesa, aunque
ignoraba los detalles. No sabía que eran lo
suficientemente cercanas para llamarse por
sus nombres de pila, que Kate estaba loca
de ganas por conseguir que Lucia saliese a
jugar con ella, ni que se la quería llevar a
navegar. De hecho, Kate no mencionó nada
porque no quería preocupar a su familia.
‒Oh, es el día del control. Bueno, no va a
afectar tu salida, pero prefiero que lo sepas
por si ibas a ir con algún tonto. No vas con
chicos, ¿no?
‒No. ‒ Kate salió del despacho de su padre.
‒ Esto… ¿Pero qué…? ‒ Murmuró.
Había quedado para ir a navegar con la
duquesa en tres días. ¿Sería una
coincidencia? No lo creía. La joven ya se
olía que había gato encerrado desde lo de la
pista para montar exclusivamente para
mujeres.
‒No puede ser… ¿La está marginando?
Pero la duquesa no parecía estar viviendo
oprimida. Lucia, siempre risueña,
aseguraba que su marido aceptaba
gustosamente cualquier plan que se le
ocurriese.
‒Bueno… Esto va a ser divertido. ‒
Susurró Kate con una sonrisa.

* * * * *
‒Hugh, ‒ Dijo Lucia unos días después de
haber ido a navegar. ‒ la señorita Milton se
ha pasado por aquí.
Otra vez esa mujer, pensó Hugo frunciendo
el ceño al escuchar a su mujer pronunciar el
nombre de la desconocida hija del barón.
Ahora estaba seguro de que Kate le estaba
dando muchos problemas, no era sólo una
sensación.
‒Me ha dicho que hay una caza de zorros.
Que todas las nobles llamasen a su
jueguecito “caza” era una blasfemia.
Normalmente, se contrataba a algún
mozuelo para que cazase un zorro, lo
domase y lo soltase por el campo para que
acabase con los conejos.
‒Me ha dicho que se van a ir en grupo. Yo
no tengo ningún zorro, pero ella dice que sí
y que me enseñará.
‒¿Qué harás cuando te encuentres con los
animales salvajes en el bosque?
‒No hay animales peligrosos, de hecho,
hay un pueblecito viviendo cerca del
bosque. El carnívoro más grande es el
zorro.
Hugo se hacía una idea de lo que decía.
Irían a un bosquecito pequeño, pero aunque
fueran a uno grande, podría ordenar que
vigilasen el área. Aunque seguía siendo
más seguro que fuese sólo con mujeres.
‒¿No puedo ir?
Su ataque de ojos de cordero mejoraba día
a día.
‒…Sí puedes.
‒…Hugh, sobre la señorita Milton…
‒¿Ahora qué? ‒ El hombre frunció el ceño
a pesar de lo mucho que estaba disfrutando
de la piel de su esposa. Cada vez que la
escuchaba hablar de su amiga le entraba
neurosis. ‒ ¿Qué pasa?
‒Su cumpleaños es en tres días y va a hacer
una fiesta en su casa. ¿Puedo ir? Es una
fiesta pequeñita, sólo va a invitar a sus
amigos más íntimos.
A Hugo le parecía que estaba saliendo
mucho últimamente por culpa de la chicote
de la hija del Barón de Milton.
Kate Milton era la única chica de los
muchos hermanos por eso era la mimada.
La joven se había criado entre hombres, así
que era famosa por ser poco femenina y los
rumores aseguraban que el barón se
arrepentía de haber sido tan indulgente con
ella. El duque no se habría molestado en
saber de ella si no fuese porque se había
hecho amiga de Lucia y la obligaba a salir
tanto.
‒¿Por qué tienes que ir a celebrar su
cumpleaños?
‒Más que eso, lo que quiero es ir a casa de
mi amiga.
Lucia volvió a atacarle con su mirada de
corderito degollado porque quería ir y
Hugo se sintió desfallecer porque no podía
apartarla de su amiga. Pero como era algo
para mujeres, se lo permitió.
‒Vale, ve.
‒Y… Después de la fiesta, va a hacer una
pijamada…
Me cago en la puta señorita Milton, maldijo
Hugo en su cabeza. Cada vez que se
encontraba con el barón tenía que reprimir
el impulso de soltarle que mantuviese a su
hija lejos de su esposa. No obstante, Kate
no hacía ningún daño, así que no podía
hacerlo. Además, el barón de Milton era
un vasallo muy leal.
‒¿Puedo pasar allí la noche?
‒Eres una mujer casada, ¿cómo te vas a
quedar a dormir?
‒…Me lo esperaba, no puedo, ¿no? Pues
iré a la fiesta y volveré. ‒ Determinó
decepcionada y no volvió a molestarle.
El comportamiento de su esposa era
totalmente opuesto al que esperaba Hugo.
Nunca le pedía regalos, ni criticaba a nadie,
por eso le dolía más tener que negarle nada.
Preferiría que le pidiese joyas o ir de
compras.
‒Enviaré un carruaje a por ti por la
mañana. ‒ Suspiró y le dio su
consentimiento.
‒¡¿De verdad?! ¡Sí!
‒¿Dejar a tu marido solo te pone tan
contenta?
Él apretó más los brazos con los que le
rodeaba la cintura y ella le estudió la
mirada.
‒Sólo es un día… Tú te fuiste cuatro días a
inspeccionar.
‒Eso es diferente.
‒…No mucho.
Hugo le mordió los labios y le introdujo la
lengua en la boca. Los ojos de Lucia se
humedecieron y ella se ruborizó. Su marido
le dio la vuelta y empezó a lamerle el
cuello con avaricia mientras le manoseaba
el trasero.
‒¡Ah!
‒Cada día replicas más. ¿Tú no eras una
esposa virtuosa que se toma la palabra de
su marido como si fuera ley?
‒Ung… Pero…
‒¿Pero qué?
‒Me han dicho que ser tan virtuosa no es
atractivo…
Hugo frunció el ceño. Había notado que sus
replicas habían aumentado y se preguntó
qué clase de consejos le habían estado
metiendo en la cabeza.
‒¿Estás aprendiendo técnicas de
seducción?
‒Téc-… No son técnicas.
‒¿Y quién es tu maestra?
‒…La señorita Milton…
Ah, esa maldita señorita Milton.
‒¿No debería ser al revés? La que está
casada eres tú.
‒Es una señorita encantadora, quiero
aprender…
La pelirroja Kate era totalmente opuesta a
Lucia. Sus rasgos eran energéticos, poseía
una voz segura, una presencia cautivadora,
elocuencia y jamás caía por las ñoñerías de
los hombres. Lucia le envidiaba todas esas
cualidades. Kate tenía padres que la
querían y hermanos protectores, todo lo
que ella no tenía.
‒¿Quién debería aprender de quién? Tú
eres la duquesa, estás en la cúspide del
estatus social. ‒ Dijo mientras tumbaba a
Lucia a su lado y la abrazaba por detrás, le
manoseaba los pechos e insertaba su
miembro entre sus muslos bruscamente. ‒
No me importa que quedéis, pero no pienso
permitir que aprendas a ser un chicote
como la hija del barón. No pierdas tu
feminidad o tendré que ponerte toque de
queda.
La abrió desde atrás e introdujo su pene
erecto en ella. Las nalgas y los muslos de
Lucia estaban muy apretados, pero sus
cuerpos se hicieron uno. Notar el éxtasis
de su mujer por tenerle dentro le satisfago.
‒Nnn…
‒Lo estás haciendo bien, sigue como ahora.
‒Sí…
Hugo no tenía la menor intención de
permitir que su esposa cambiase, para él
Lucia era muy dulce y cariñosa. Cada vez
que posaba la mirada en ella se llenaba de
paz, le cautivaba.
El duque levantó el cuerpo de su esposa y
la penetró repetidamente. No lo hizo
demasiado profundo, quería saborearla y
gozar de la posición. Sacó su miembro del
interior de ella y la muchacha gimió.
El verano tocaba a su fin.
.x.x.x
Parte XII

Jerome preparó el té vespertino y, como


siempre, se dirigió al despacho de su señor.
El mayordomo tenía la intención de entrar
a dejar el té y retirarse rápidamente para no
disturbar al duque, sin embargo, en el
despacho no había ni rastro de la persona
en cuestión. Aunque últimamente no era
nada raro. Jerome miró hacia el balcón y
como se esperaba, al acercarse, descubrió
la figura alta de un hombre apoyada en la
barandilla. El duque llevaba unos días en el
balcón mirando abajo y posponiendo su
trabajo, lo nunca visto. Y es que debajo de
su balcón se hallaba la hermosa duquesa
examinando cada una de las flores del
jardín.
Al principio, al criado le había parecido
interesante que su señor pasase por la fase
de luna de miel, pero ya no era tan
gracioso. Jerome se preguntaba si Hugo era
consciente que cuando la muchacha estaba
presente el resto del mundo desaparecía
para él. Por otra parte, la duquesa no
parecía darse cuenta de que la mirada del
duque siempre estaba en ella. Entre la
pareja había algo muy delicado. Cada vez
que la joven sonreía a su marido, el tenso
señor se suavizaba. Pero a pesar de ello,
había una pared muy fina separándoles,
algo tan invisible que no podía comentarse.
‒Mi señor. ‒ Jerome no quiso retrasar más
su informe sobre qué dejaba de hacer la
duquesa, sobretodo si tenía que ver con su
salud.
‒Mmm.
‒Tengo que contarle algo sobre mi señora.
Hugo giró la cabeza de inmediato, se lo
miró cuando pasó por su lado y entró en su
oficina.
‒¿Qué pasa? Habla. ‒ Ordenó el duque
viendo que su criado llevaba guardando
silencio un buen rato.
‒…Mi señora no ha tenido eso nunca.
Lucia le había prometido a Jerome que se
lo contaría al Duque, pero ya había pasado
un buen período de tiempo y la muchacha
no había mencionado nada. El mayordomo,
creyendo que la muchacha lo había
olvidado, se lo recordó, pero ella sólo
asintió y continuó a lo suyo.
Jerome se preocupó y, aunque tal vez esto
fuera sobrepasar sus límites, decidió
informar a su amo en persona.
‒¿Eso?
‒Eso por lo que pasan todas las mujeres
cada mes…
‒Oh. Continua.
Hugo tenía nociones generales sobre la
fisonomía femenina, aunque la mayor parte
quedó olvidada en la parte más alejada de
su mente. Nunca había estado con una
mujer el suficiente tiempo como para que
le llegase la regla. Además, le daba igual
embarazar a nadie, así que ni siquiera se lo
planteaba.
‒Al principio la criada se preguntó si
estaría en cinta, pero la doctora dijo que no.
Según mi señora, ella no ha tenido eso
jamás y se ha negado a buscar una cura.
Dice que es algo que usted ya sabe y que
no hacía falta.
‒¿Es serio que no menstrúe si no está
embarazada?
‒No es normal, sino no podría quedar en
cinta. El médico debería revisarla para
asegurarnos.
‒¿Por qué dijo que yo ya lo sabía…? ‒
Hugo frunció el ceño y recordó sus
palabras, su afirmación de que no podía
tener hijos. ‒ Oh. ‒ Hugo se obligó a reír.
La muchacha lo había dicho, sí. No es algo
que normalmente se pudiese confesar tan a
la ligera, pero para ella dar a luz era algo
trivial. Se lo había dicho como quien confía
un gran secreto, no obstante, a él sólo le
había parecido curioso.
‒Sí, ya lo sabía. ‒ Le dolía la cabeza como
si le hubiesen dado un golpe con una
cuchara. Se le retorció el estómago y se
enfadó sin saber el motivo ni poder
explicarlo. ‒ ¿Y la doctora?
‒Si mi señora no lo comenta, la doctora no
puede diagnosticarlo.
‒Llámala ya.
‒…Sí, mi señor. ‒ Se apresuró a contestar
el mayordomo notando el cambio de humor
de su amo.
Ya a solas, Hugo contuvo su ira y apretó
los puños de la mano. Entonces, intentó
adivinar de dónde provenía su disgusto. Era
la mujer ideal para él. Controlaba a los
criados moderadamente bien y no le daba
problemas; no podía quejarse de nada.
Últimamente, había empezado a pedirle
muchas cosas, pero no eran molestas.
‒Ah, joder. ‒ Suspiró pesaroso y se sentó
en el sofá. Esto no era normal.
Se acababa de percatar que no tenía ni la
menor idea de en qué pensaba esa joven.
Todo lo que sabía de su mujer era lo que
Fabian le había escrito en sus informes.
Tenían una buena relación, o eso creía. Sus
conversaciones eran divertidas y en la cama
había pasión, pero jamás habían
conversado de verdad. ¿Alguna vez se
había expuesto a él? Hugo había
malentendido todo, había creído que la
joven le había abierto su corazón porque le
sonreía con total ingenuidad. De repente,
se le ocurrió algo. Llamó a Jerome y le
ordenó que trajera las cuentas.
‒¿Y la doctora?
‒Ya he pedido que la fueran a buscar.
‒Quiero estar en la revisión.
‒Sí, mi señor.
La mirada de Hugo se heló conforme
repasaba los documentos. A excepción de
un par de fiestas de té y los gastos de
manutención del jardín, no había nada.
‒¿Alguna vez ha llamado a un sastre o a un
joyero?
‒No.
‒¿A pesar de haber salido y haber montado
fiestas varias veces?
‒Los vestidos y las joyas que usa son de las
anteriores duquesas de la familia Taran.
Ordenó remendar toda la ropa y
devolverlos al almacén después de
habérselos puesto.
Hugo frunció el ceño. Sentía algo
inexplicable. Estaba enfadado, pero no
lograba comprender la razón.
¿No es lo que quería? Sí. Se había casado
con lo que esperaba: una muñeca con vida
que calentaba el asiento de la duquesa.
Necesita el estatus y para ello precisaba
casarse, por lo que habían firmado un
contrato. Un contrato que les beneficiaría a
ambos. La joven le había dejado claro
desde un principio que lo que necesitaba
era el título de duquesa. Hugo había dado
por supuesto que la riqueza y el poder eran
parte de lo que su esposa quería, pero poco
después de casarse se dio cuenta de que no
era el caso. Entonces, ¿qué le disgustaba
tanto? ¿Qué más daba que ella no quisiera
ni dinero, ni poder? No tenía nada que
perder. De hecho, era un contrato
terriblemente favorable y, sin embargo,
agonizaba por ello. Quería adivinar por qué
estaba de tan mal humor. Sentía como si la
tierra bajo sus pies se estuviese
desmoronando. Estaba desesperado,
ansioso, pero no entendía la razón.
‒La doctora espera. ‒ Anunció Jerome
cuando el duque iba a volver a sumirse en
sus pensamientos.

* * * * *

Lucia anduvo por el jardín repleto de


diferentes fragancias florales. Era
embriagador. Su mayor trabajo
últimamente era ocuparse del jardín,
aunque la mayoría del trabajo sucio lo
hacía el jardinero. La muchacha se
dedicaba a escoger qué plantar y ver si iban
bien. Sin embargo, la gente la halagaba a
pesar de que no estaba haciendo nada: a
veces era gracioso.
El sol ya se había puesto y las sombras
empezaban a aparecer.
Ah, no está, pensó mirando hacia su
despacho.
Hugo había estado ahí parado hacía un
buen rato. Tener su mirada intensa clavada
en su cuello era vergonzoso, pero ahora que
había desaparecido, se decepcionó un poco.
Era una sensación complicada.
Su marido solía descansar en el balcón y
ella paseaba por los jardines para poder
verle con la excusa de estar examinando las
flores. La mayoría de su tiempo juntos se
limitaba a las noches, así que estos
momentos eran la única ocasión en la que
podía gozar de otro rato extra con él.
Vivían en la misma casa, pero Hugo solía
estar fuera de su alcance de lo ocupado que
estaba. Jerome ya la había informado de
que solía estar enterrado entre papeleo. Era
un señor diligente que se llenaba las tardes
de reuniones con sus vasallos e iba a
inspeccionar su territorio cada dos o tres
días.
El Conde Matin tan sólo aparecía en varias
fiestas de la Capital se desentendía de la
situación de su hacienda, motivo por el que
era de los peores lugares para vivir. Los
impuestos eran desorbitados y los que allí
vivían solían intentar huir.
Hugo y Lucia cenaban, hablaban y se
acostaban cada noche. La muchacha sabía
que no debía ser codiciosa, pero
ocasionalmente le daba la sensación de
estar caminando sobre una capa muy fina
de hielo que podría romperse en cualquier
momento.
‒Me han pedido que la escolte, señora.
‒¿…Quién te lo ha pedido? ‒ La única
persona que tenía la autoridad para pedir
algo semejante era su marido, pero
preguntó de todas formas.
‒Mi señor.
¿A estas horas? Lucia siguió a la sirvienta
con inquietud. En la segunda planta y en el
recibidor no había ni un alma, sólo Jerome
y la doctora de la familia, Anna. En cuanto
la vio Lucia adivinó de qué trataba todo
aquello. Después de todo, llevaba bastante
tiempo fingiendo no entender a qué se
refería el mayordomo y era consciente que
Jerome iba a acabar contándoselo a Hugo,
lo que no se esperaba era que su marido
llamase a la doctora y fuese a estar presente
en la revisión. Aunque la verdad, si no
estuviese interesado hubiese sido bastante
decepcionante.
La expresión de Hugo se endureció al ver
entrar a Lucia. Se le acercó y la muchacha
pareció momentáneamente sorprendida.
‒¿Por qué…? ‒ Empezó, pero el apuesto
duque calló y le cogió la mano a su mujer.
La arrastró hasta el sofá y se sentó a su
lado.
Anna inclinó la cabeza para poder mirar a
la pareja disimuladamente. Era la primera
vez que los veía juntos y tan cerca. La
doctora estaba segura que el aterrador
duque y la frágil duquesa no quedarían
bien, pero viéndolos así, cambió de
opinión.
Debe ser difícil tener que aguantar que te
coma alguien tan grande, criticó
mentalmente la doctora.
‒Mi señora, me he enterado de que no ha
menstruado desde que llegó.
‒…Así es. ‒ Lucia estaba incómoda. Había
elegido ser infértil personalmente y jamás
se molestó en pedir ayuda porque sabía que
podía curarse en cualquier momento, pero
toda esta situación la hacía sentir como una
paciente de una enfermedad terminal.
‒¿Nunca ha menstruado?
‒…Una vez.
‒¿Cuándo dejó de menstruar? ¿Le dolió?
¿Se encuentra mal?
‒Explícaselo a la doctora, esposa mía.
A Lucia le sorprendió el tono firme de
Hugo. Giró la cabeza para mirarle y se
encontró con los ojos rojos de él fijos en
ella. Le notaba raro.
‒…Me tomé la medicación equivocada.
‒¿Qué se tomó? ¿Veneno?
‒No estoy segura de qué me tomé, pero no
me encuentro mal. Nunca me ha dolido y
no me pasa nada raro.
Ni siquiera los médicos del sueño de Lucia
habían sido capaces de encontrar síntomas.
Anna no iba a ser capaz de descubrir nada,
por lo que Lucia eligió ocultárselo todo.
La suya era una condición peculiar, si no le
contaba nada, la doctora no sería capaz de
hallar una respuesta. Sobretodo siendo una
enfermedad que la doctora desconocía. Da
igual cuánto rebuscara Anna en su cabeza,
jamás encontraría a alguien que hubiese
dejado de sangrar.
‒Mi señora, ¿puede pensarlo un poquito
más? ¿A qué sabía la medicina? ¿Por qué
se la tomó? ¿Cuánto se tomó? ¿De qué
color era y qué forma tenía?
‒…No sé. Ya no me acuerdo, lo hice de
pequeña.
‒Habla conmigo. ‒ Hugo que hasta ahora
había estado escuchando su conversación
pacientemente, se dio la vuelta y miró a su
mujer. ‒ Todo el mundo fuera. ‒ Ordenó
con un gesto.

.x.x.x
Parte XIII

Todos los presentes abandonaron la sala en


cuanto escucharon la voz del duque. Entre
la pareja hubo un breve silencio y, de
repente, Hugo se percató que era la primera
vez que estaban a solas de esa manera.
‒¿Por qué mientes?
‒…No he mentido.
‒Estás ocultándole la verdad a la doctora,
¿a qué sí? Eso es lo mismo que mentir.
¿Por qué te esfuerzas tanto si no sabes
mentir?
Era como si le hubiese leído la mente.
Hugo rodeó la cintura de Lucia con una
mano y la estrechó entre sus brazos
mientras hablaban para poder ver en su
interior.
‒Eres muy obvia. Ahora mismo tienes
escrito: “cómo lo sabe” en toda la cara.
Lucia quería escapar de la situación. Se
retorció, se apartó de él y se levantó.
‒…Siento haberte molestado con lo
ocupado que estás durante estas horas.
El duque estudió a la muchacha en silencio,
se quedó en el sofá y habló con dureza.
‒¿Me culpas por estar aquí?
‒No hace falta que te preocupes.
‒¿Qué?
‒No me voy a curar.
Él la cogió de la muñeca y tiró de ella con
tanta fuerza que Lucia no pudo evitar caer
entre sus brazos. La joven se debatió e
intentó incorporarse, pero una de las manos
de su marido la zafaba por el brazo y la otra
le sujetaba la barbilla para obligarla a
mirarle a los ojos.
‒¿Qué quieres decir con eso? ¿Por qué me
iba a aliviar que no te puedas curar?
‒¿No te lo dije? No puedo tener hijos.
Hugo vaciló mientras miraba fijamente los
ojos ámbar de ella. Lucia movió la cara y
consiguió librarse de él. La mano de Hugo
permaneció en el aire unos segundos antes
de caer. Lucia también se movió y tiró del
brazo por el que la retenía. Hugo se quedó
atónito ante el rechazo de su propia esposa.
‒No te interesaba y tampoco me
preguntaste el motivo. ¿A qué viene tanta
curiosidad de repente?
Lo único que le había preguntado a la
muchacha era si podía demostrarlo.
Después de aquello, jamás preguntó si de
verdad no podía tener hijos o si estaba
enferma. Lucia creía que Hugo lo había
olvidado por completo. Que no le
interesaba. Y, por tanto, sólo podía esperar
que algún día su corazón, que parecía
incapaz de separarse de él, se endureciera.
-De repente, eh. ¿Por qué no puede
interesarme?
‒Pues gracias.
‒…No lo digas así.
‒Perdón.
Los ojos de Hugo se desorbitaron y se
llenaron de llamas al ver cómo Lucia sólo
le daba respuestas cortas y frías. Estaba
haciendo algo que nunca había hecho y le
crispaba los nervios. Sin embargo, Hugo
mantuvo el mismo tono de voz para evitar
un alboroto.
‒Vivian, ¿de verdad quieres discutir por
algo del pasado?
Lucia se decepcionó enormemente. No
podía decir nada si se refería a ello como
algo que formaba parte del pasado. Para él
era algo pasado. Lucia sacudió la cabeza.
‒Me preocupa tu cuerpo, explícale los
síntomas a la doctora y acepta el
tratamiento. ‒ Habló con más dulzura de lo
habitual.
A pesar de que Lucia sabía que Hugo no le
profesaba afecto ni dulzura ninguna, cada
vez que le oía hablar en ese tono entraba en
trance, como quien escucha una canción de
amor y de repente le echan un cubo de agua
fría.
‒No quiero.
‒¿Por qué?
‒Será un problema para ti.
‒¿Por qué?
‒¡Porque no quieres que tenga hijos! ‒
Exclamó en voz alta.
Hugo se quedó callado unos instantes. No
es que aborreciese el hecho de que Lucia
diera a luz, sino que quería acabar con toda
su estirpe. Además, fuese o no fértil, era
imposible que pudiese quedar encinta de él.
No obstante, para que la muchacha le
entendiera, tendría que contarle muchos
secretos y no deseaba hablar de esos temas.
Para él todo ello era una pesadilla.
Lucia se tomó el silencio de su marido
como una afirmación e intentó que sus
emociones no se descontrolasen.
‒Perdona, no es eso. En realidad, es que no
te interesa.
Era su intuición femenina. Él jamás querría
un hijo suyo. Y, sin embargo, sus acciones
demostraban lo contrario porque nunca
usaba protección. La amargura consumía a
Lucia. A Hugo ni siquiera le preocupaba.
La joven se preguntó qué reacción hubiese
tenido si se hubiese quedado embarazada
sin querer. ¿Habría abandonado al niño, lo
hubiese ignorado o tal vez le hubiese dado
la espalda a ella? Cualquier opción era
horrible.
‒Lo de no tener interés… ‒ Hugo quiso
continuar su frase con: “¿no eres tú la que
no quiere?”. Su esposa no le había
preguntado nunca sobre Damian. Pero era
consciente que por muy descarado que
fuera, no tenía derecho a cuestionarla por
ello. Se había casado con él por su estatus,
no para cuidar de su hijo, en su contrato no
se estipulaba nada parecido. ‒ No sabía que
esperabas que me interesase.
Lucia sintió una severa opresión en el
pecho y él parecía cansado. Desde que
había descubierto sus mentiras la muchacha
había estado ansiosa. Temía que también
fuese capaz de leer lo que le pasaba por la
cabeza. ¿Y si la descubría y le soltaba algo
tan cruel como a Sofia Lawrence? Su
corazón se rompería, prefería morir a
soportar semejante dolor. Hugo era un
hombre tierno con las mujeres siempre que
se mantuviesen a cierta distancia. ¿A
cuántas amantes les habría sonreído y
regalado cosas como a ella? Precisamente
por eso ninguna de sus pasadas amantes
eran capaces de soportar la ruptura y se
aferraban a él. Lucia no quería ser otra más
de sus amantes. Le gustaría vivir así para
siempre. Así. Una vida totalmente
materialista con un esposo que le sonríe
con ternura y la posee apasionadamente
cada noche. No podía pedir más.
La joven cerró las manos sudorosas en un
puño.
‒Yo… no espero nada. No he olvidado
nuestro contrato.
Lucia quiso parecer neutral mientras
desviaba la mirada y se separaba de sus
brazos, pero él la estudiaba con atención.
‒Ah, sí. El contrato. ‒ Hugo soltó una
carcajada falsa y se revolvió el pelo
frustrado. Al parecer el único que había
olvidado el contrato era él, ella continuaba
aferrándose a él. ‒ Yo puedo disfrutar de
mi vida privada y tú vas a mantener cerrada
la puerta de tu corazón. Ese es nuestro
contrato, ¿no? ‒ Volvió a acortar la
distancia entre ambos. La cogió por la
cintura y tiró de ella, así que toda la
resistencia de Lucia fue en vano y terminó
otra vez entre sus brazos. ‒ Pero ¿sabes?
No hemos dicho nada de qué pasa si uno de
los dos rompe el contrato.
‒¿Te preocupa que no lo cumpla?
‒¿Por qué eres así? Joder. ¿Por qué
exageras lo que digo?
‒…Lo siento. Supongo que le he dado un
poco la vuelta.
Hugo miró a su mujer, que no parecía la
esposa que le solía escuchar con atención,
durante un rato. Encima, evitaba su mirada.
La primera vez que la vi… No dejó de
hablar a pesar de que no le di el visto bueno
en ningún momento. Tal vez esto también
forma parte de ella.
Era imposible que Hugo hubiese podido
ver los lados de su personalidad que ella se
negaba a mostrarle. No le gustaba que esa
conversación se estuviese alargando tanto,
pero sí el haber descubierto un lado nuevo
de ella. Era como si por fin estuviese
viendo su verdadero yo.
‒Si… renuncio a mi vida privada… ¿tú
también abrirás el cerrojo de tu puerta?
‒¿Eh? ‒ Lucia le miró con ojos
desorbitados. No entendía lo que trataba de
decir. ¿Sería un truco?
‒Quiero decir… ‒ Arrastraba el final de las
palabras y su expresión era bastante
desgarbada. ‒ Acepta el tratamiento.
‒No quiero. ‒ El cambio de tema la
decepcionó.
‒¡Vivian!
‒No puedo tener un hijo, así que da igual
que no pueda en general. ¿Si me curan
podré tener uno? ¿Me vas a dejar?
Hugo suspiró y se masajeó la frente.
Aunque se curase, no podría quedar en
cinta. Su linaje Taran le imposibilitaba
embarazar a ninguna mujer. Si no se
cumplían las condiciones que sólo conocía
aquel viejo carcamal no serviría para nada,
por eso se abandonaba al placer con tantas
mujeres y no se preocupaba por engendrar
descendientes.
El simple hecho de imaginarse a otro de los
suyos en el mundo le disgustaba. A pesar
de que no había peligro, siempre eyaculaba
fuera para que esa idea no le atormentase.
Pero entonces, la había conocido a ella, una
joven diferente desde un principio. ¿Por
qué era una excepción? Era la primera
mujer que le había dado ganas de abrazarla,
correrse en ella y disfrutar de los cariños de
después del acto. Le satisfacía saber que su
semilla estaba dentro de ella. Hugo
reconocía que su indiferencia la había
herido. Cualquiera se hubiese preñado de
no ser por sus circunstancias. Había
olvidado por completo que su esposa no
podía tener hijos y no se había preocupado
de si estaba o no bien. Las preguntas de
Lucia albergaban tanta amargura y
resentimiento que le permitieron ver a
través de sus heridas y provocaron un
cosquilleo en su corazón.
‒¿Me vas a dejar?
No podía quedarse embarazada de todas
formas, podría haberle dicho que tuviese
los niños que quisiera. Entonces, no le
culparía. Sin embargo, no quería engañarla.
No quería mentirle a pesar de no poder
contarle la verdad.
‒…No necesito hijos.
‒Si es por lo de la herencia puedo escribir
un memorándum renunciando a mis
derechos.
‒No es por eso. No… No quiero dejar mi
marca.
‒Ya tienes un hijo.
‒¡Ese-…! ‒ Ese precisaba demasiada
explicación. El único que sabía que
Damian no era su hijo biológico era el viejo
carcamal. Una vez se abriese la caja de
pandora no habría vuelta atrás y no quería
compartir los secretos de los Taran con
nadie. Tampoco iba a contárselo a Damian.
Cargaría con esos conocimientos toda su
vida y moriría con ellos. ‒ Es… Es
diferente. Tú… No sabía que querías tanto
un hijo. ‒ Se percató que tan sólo había
estado estudiando el exterior de la
muchacha, ignoraba lo que albergaba su
corazón.
‒Lo siento. Sé que no quieres una mujer así
como esposa.
‒Vivian. ‒ Suspiró pesadamente. ‒ No
pretendía criticarte. Es sólo que no lo sabía,
me ha sorprendido.
‒La primera vez que hablamos sobre
matrimonio dijiste que te daba igual si me
quedaba embarazada.
‒Eso… ‒ No es que no le importase, sino
que no quería explicárselo todo y lo único
que necesitaba era el estatus. Lo de tener
esposa era un añadido.
‒Dijiste que no te divorciarías de mí.
‒¿Divorcio? ‒ De repente sus ojos
chispearon. ‒ Eso es imposible. ‒ Su
interior empezó a hervir al escucharla
pronunciar esa palabra. ‒ Te dije que no
pensaba divorciarme. Te dejé muy claro
que no podrías escapar ni muriendo.
‒Lo sé, es la tradición de los Taran. Lo
recuerdo. Pero no hay ninguna tradición
que prohíba tener hijos.
‒¡Me estás pidiendo que elija entre un hijo
o el divorcio?
Los ojos de Lucia temblaron. La muchacha
giró la cabeza para apartar la mirada de él
como si fuera a romper a llorar en cualquier
momento.
‒No… quería decir eso.
‒¿Por qué no podemos seguir así, Vivian?
‒Es por mi propio egoísmo. Quiero tener a
alguien cuando me quede sola.
‒¿Por qué ibas a estar sola?
‒Bueno, no me irás a decir que te vas a
quedar conmigo para siempre.
‒¿…Qué? ‒ Preguntó Hugo como si le
acabasen de hablar en un idioma
extranjero.
Una llama se encendió en las
profundidades del corazón de Lucia. La
forma con la que le hablaba, como si
quisiera tranquilizarla, era irritante. No
tenía interés en lo que le estaba contando,
sólo quería una esposa para poder ir
tirando. La joven deseaba verle herido y
pasándolo mal. Aunque hiciera lo que
hiciera no sirviese para nada, al menos,
quería intentar complicarle las cosas. De
repente empezó a pensar en ello.
‒No me amas y yo no te amaré jamás.
¿Qué tenemos? ¿Cuánto crees que durará
una relación así?

.x.x.x
Parte XIV

Lucia esperaba que Hugo le contestase con


un: “¿y qué?” o “¿y qué quieres que le
haga?”, o tal vez un “¿y no ha sido así
desde un principio?”. Esperaba que le
contestase frívolamente. Le preocupó el si
sería capaz de devolverle una respuesta
todavía más fría que la suya. En realidad,
no quería hacerle daño. Había pensado que
sí, pero la verdad de las cosas era que no
quería que lo pasase mal.
El corazón de la joven dio un vuelco
cuando vio a aquel hombre de acero
expresar su dolor con una expresión de
inexplicable desesperación. Hugo jadeó
como un animal herido al que le cuesta
respirar, entonces, cerró los ojos y los
volvió a abrir lentamente. El corazón de
Lucia deseaba abrazarle y consolarle, pero
su cuerpo se quedó pegado al suelo. La
muchacha fue incapaz de pensar mientras
notaba cómo temblaban las manos que se
aferraban a las suyas. Era incapaz de
moverse o hablar.
El duque rio amargamente, entonces se
detuvo y, en cuestión de segundos, todo
desapareció como si hubiese sido una
ilusión. La pareja se sentía frustrada y
confusa por haber sido testigos del lado
emocional de Hugo.
‒…Sí. Ya lo estás viendo. ‒ Su voz sonaba
más tranquila que fría.
Lucia sintió que había visto su verdadero
yo. Su expresión fría y su tono de voz era
la armadura de su marido. La frialdad que
aquel hombre no era porque no sintiera
nada, sino un escondrijo.
La duquesa se preguntó si tal vez había
soñado lo que acababa de ver. No daba
crédito.
‒Ya veo. ‒ Él continuó hablando mientras
ella se lo miraba. ‒ No tenía futuro desde
un principio. Esto es lo que querías decir
cuando me pediste que te enviase una rosa,
¿no?
A Lucia se le heló la sangre cuando él
pronunció el nombre de la flor y volvió en
sí. En aquellos momentos estaba en una
encrucijada con su marido. La pataleta
inicial se había convertido en algo de lo
que no se podía retractar.
‒Sí… Exacto. ‒ No quería aferrarse a un
final invisible, por lo que le pidió que la
despertase de su letargo con una rosa.
Creía que con eso volvería a ser la de
siempre.
‒¡Qué vas a hacer si te doy una rosa?
El corazón de la joven se tranquilizó
cuando se percató que él estaba
comprobando sus sentimientos y se hizo
con las riendas de su corazón.
‒No lo he pensado. Eso sería el final, tal y
como tú has dicho. Después del final no
hay nada.
‒No hay… nada. ‒ Repitió él en voz baja. ‒
¿Tu condición es inquebrantable?
‒…Sí. Prometí que la cumpliría.
El amor de Lucia no necesitaba ser
correspondido o premiado. Nunca había
sido su intención. El amor entre ellos era
algo imposible.
Algún día esos sentimientos empiezan a
exigir que sean correspondidos y de no
serlo, se transforman en rencor. Lucia había
empezado a odiarle en cierta manera, pero
no se dejaba carcomer por ello.
Hugo sabía que estaba siendo
extremadamente egoísta. La muchacha
tenía razón. Codiciaba su corazón a pesar
de no estar seguro de poder corresponderla.
En ese breve intercambio había descubierto
más de ella que en todos los meses de
casados. Había sido indiferente. No tenía
derecho a enfadarse.
Fabian no había mencionado nada del
estado físico de su mujer, ella ya le había
avisado desde el principio que no podía ser
madre. Es decir, Lucia le había entregado
parte de su corazón hacía mucho tiempo y
él lo había tirado a la basura. Había
rechazado la mano que ella le había
ofrecido mucho tiempo atrás.
‒No habrá divorcio.
‒…De acuerdo.
‒Eres mi esposa.
‒…De acuerdo.
‒Da igual como acaben las cosas, no
puedes cambiar nuestra relación.
‒De acuerdo.
Las respuestas cortas y sumisas de ella le
irritaron. Hugo la cogió por los hombros y
la tiró al sofá sin que la muchacha opusiera
resistencia ninguna.
‒¿Sabes lo que significan tus respuestas? ‒
Le cogió la barbilla y le acarició los labios
con los dedos. Su roce cargado de deseo
sexual provocó un estremecimiento en su
esposa. Le estaba diciendo que, sin
importar sus sentimientos, ella tenía que
abrirse a él.
‒Sí. ‒ Lucia desvió la mirada y contestó
con la vista en el techo.
Hugo la estudió con sus ojos carmesíes y
notó como se le hundía el corazón. Se mofó
de sí mismo. Sí, tenía la esposa ideal, lo
que había esperado. Una muñeca con vida.
Era suya. Era su esposa. Pero lo que tenía
era una cáscara y, desde ese momento,
tendría que seguir tomando a esa muñeca
con vida que tenía por esposa. La joven
había escondido su verdadero yo en un
lugar inalcanzable. ¿Cuál era el problema?
¿Qué entre sus brazos sólo tenía una
cáscara? ¿Qué su corazón no estaba ahí?
Pero, de tenerlo, ¿qué haría con él? Ahora
podría aferrarse a ella cuánto quisiera. No
podría irse.
De repente, Hugo se percató de algo. Se dio
cuenta del motivo por el que su ansiedad y
desesperación se habían apoderado de él
antes. La razón de su ansiedad era que ella
no codiciaba nada de lo que poseía y, por
tanto, podía dejarle sin titubear cuando
quisiera. La razón de su desesperación era
porque había sido incapaz de hacerle abrir
su corazón.
Pero es que el motivo principal para su
ansiedad y su desesperación era él mismo.
Sin darse cuenta había dejado su corazón
en las manos de esa muchacha. El peor
desenlace de todos.
Desde que había heredado el título de
duque había seguido religiosamente un
principio: dar lo mismo que se recibe. Por
eso nunca correspondió a sus amantes.
Amor y odio. Había experimentado las
emociones más extremas que puede
albergar un ser humano, así es como había
aprendido a herir a los demás.
El odio a su padre y amor a su hermano.
Dos sentimientos que parecían no guardar
relación ninguna, pero que llevaba
grabados como si fueran el mismo. Sin
apenas voluntad, desesperó ante su
impotencia. Era una bestia salvaje que
vivía como Hugh, no sabía nada. Su única
preocupación era acabar con sus enemigos
y sobrevivir. Lo único que tenía era
supervivencia: de la mañana a la noche. Al
conocer a su hermano tuvo que aprender a
convertirse en humano y el precio a pagar
habían sido las emociones. Amaba a su
hermano, pero por eso, permitió que su
padre controlase su vida. Su odio por el
duque se extendió a la sangre Taran que
fluía por sus propias venas y a los secretos
que descubrió con su muerte. La sensación
de no ser capaz de hacer nada era
agonizante. Perder a su hermano ya había
sido suficiente. Su corazón tenía que ser
inquebrantable como su mente, firme.
Nadie debía ser especial para él y por eso,
el corazón de Lucia no era el problema. El
problema era su propio corazón.
Lo había malinterpretado como curiosidad
y deseo, sin embargo, su corazón se
burlaba de él.
Te has enamorado.
No. Imposible.
Una mujer le había hecho vacilar. Estaba
empezando a temer perderla. Había llegado
a un estado tan patético por culpa de una
mujer. No lo entendía. No podía aceptar
semejante conclusión.
Hugo se levantó del sofá cargado con un
sinfín de emociones y empezó a pasearse
de un lado al otro.
Lucia contempló al inquieto hombre, se
incorporó y se sentó. Estaba viendo
muchos lados nuevos de su marido. La
inquietud de Hugo no duró mucho. Se
detuvo de repente, la miró y ordenó.
‒Haz que te curen. ‒ Y ahí iba, de vuelta al
principio. Lucia suspiró. ‒ Cuéntale a la
doctora cuáles son tus síntomas y que te
den una receta. Tienes que saber cuáles son
y por qué estás así, ¿no?
‒Podría quedarme embarazada. ¿Has
cambiado de idea sobre lo de no querer
hijos?
Lucia quiso chillar cuando él se quedó
callado.
‒…No va a pasar.
‒¿Quieres decir que vamos a dormir
separados? ‒ Lucia se lo miró desafiante.
Él abrió la boca como si hubiese dicho una
tontería.
‒¿Por qué sólo piensas en eso como si
fuera para hacer niños? A ti también te
gusta.
‒No cambies de tema. Si me curo y sigues
viniendo a mi habitación, ¿qué vas a hacer
si me quedo embarazada? Eso es lo que
quiero saber.
‒Entonces no sería hijo mío. ‒ Escupió y,
sólo después de afirmar algo así, se dio
cuenta de su error.
Él sabía que engendrar hijos era imposible,
sin embargo, cualquier otra persona que
escuchase su declaración lo
malinterpretaría. Al ver cómo empalidecía
su mujer, se lamentó.
‒¿Quieres decir… que no reconocerías a tu
hijo? ¿O… que llegarías a la conclusión de
que he sido infiel?
Era cruel. Acababa de hacer trizas el
corazón de ella con un par de palabras.
Lucia volvió a recordar la conversión que
escuchó entre Sofia Lawrence y él.
Hugo era consciente que le había hecho
mucho daño con sus palabras, que tenía que
disculparse y consolarla. No obstante, a
diferencia de su apariencia externa, por
dentro era una bola de confusión y
ansiedad. Ni siquiera comprendía sus
propios sentimientos. Estaba harto de
aquella situación. De la terquedad de ella y
de no poder contarle la verdad. Para una
persona como Hugo, que se ocupaba de los
asuntos rápida y fácilmente, todo aquello
era abrumador.
‒Lo que quería decir es… ‒ Empezó, pero
se detuvo. ‒ Haz lo que quieras con lo de la
cura. ‒ Murmuró. Entonces, se dio la
vuelta y se marchó.
Al cabo de unos instantes Lucia se había
quedado sola en la habitación y se dejó caer
en el sofá con lágrimas corriéndole por las
mejillas.
Aquella noche Hugo no la visitó.

* * * * *

Sólo habían preparado la cena para uno.


Lucia se sentó en la mesa descorazonada.
El comedor parecía todavía más grande.
‒Últimamente mi señor tiene muchos
asuntos oficiales a los que atender. ‒
Jerome intentó excusar al duque.
‒Ya veo. Me preocupa que descuide su
salud, espero que estés más atento.
‒Sí, mi señora.
Lucia llevaba una semana cenando sola y
durmiendo sin compañía. Hugo le había
dicho que estaba muy ocupado y que
comería en su despacho, pero la intuición
de Lucia le asegura que estaba evitándola.
Una vez que su marido había estado hasta
arriba de faena hasta el amanecer había
vuelto a su habitación y la había abrazado
antes de dormir.
Aquella semana le había parecido años. Su
marido estaba ocupado y no tenía tiempo
para pensar en una mujer. No parecía ser
nada malo, pero esa semana podría
convertirse en un mes o en un año.
‒Me duele la cabeza…
Masticó la comida sin saborearla. Después
de comer fue a ver a Anna para que le
recetase algo para el dolor de cabeza y se
fue a la cama.
A la mañana siguiente se encontraba un
poco mejor, sin embargo, al caer la noche
era incapaz de conciliar el sueño porque la
asaltaban un sinnúmero de pensamientos.
¿Por qué había hecho eso? Lo había echado
todo a perder. ¿Por qué la había liado
tantísimo? Se culpaba.
Se había casado con él para poder gozar de
una vida cómoda, no por su afecto. Tenían
un contrato desde el primer minuto. Jamás
había tenido la intención de desestimar el
contrato.
El malo es él, lo mejor habría sido si nos
hubiéramos quedado como pareja formal y
ya está.
Le guardaba cierto rencor. Si no la hubiese
tratado con tanto cariño, su determinación
para vivir tranquilamente no se habría ido
al garete. Su actitud la había atravesado
como una daga.
Tú eres la que lo eligió. Juraste que no te
ibas a arrepentir, se reprochó. ¿Por qué
insistía tanto en tener un hijo cuando había
renunciado a ello?
Todo era perfecto hasta hacía poco. Lo
había tirado todo por la borda.
Lucia no conseguía dormir y sólo se
revolvía por la cama. Se sentó abrazándose
las rodillas. No podía dejar de mirar la
puerta cerrada del dormitorio.
Conforme iba pasando el tiempo su
corazón se partía más.

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Parte XV

Repasó los documentos y los firmó en la


esquina inferior del papel. A la izquierda
estaba el montón de aquello que necesitaba
procesar y a la derecha todavía más cosas
que procesar. Todo amontonado. Le dolían
los ojos, pero, aun así, continuó surcando
las montañas de papeleó sin ver el final. De
repente, dejó la pluma y se reclinó en su
sillón para descansar, sin embargo, tenía la
cabeza llena de deberes.
Estaba harto. Se preguntaba cuántos años
más tendría que continuar haciendo estas
cosas. ¿Diez? ¿Cuántos años tendría ese
muchacho dentro de diez años? Unos
dieciocho… Entonces, tal vez quince años.
No era tonto, si se le educaba como debía
podría llegar a ser útil.
‒Quince años, ¿eh? ‒ El mínimo ya le
quedaba muy lejos. ‒ Tengo que seguir
haciendo esta mierda quince años más…
Llevaba lloviendo desde aquella mañana.
Nunca miraba por la ventana, pero hacía
tres días había conseguido echarle un
vistazo a Lucia que paseaba por los
jardines sin tener que salir al balcón. Ni el
propio Hugo se percataba de lo apagado
que estaba por el simple hecho de no poder
verla.
Si no la veo ahora, no la podré ver hasta
mañana, pensó irritado y, de repente, soltó
una risita. Eres patético, ¿por qué no vas a
echar un vistazo?
No estaba lejos, sólo tendría que bajar las
escaleras y caminar un poquito. La
muchacha solía pasar estas horas en el
salón de la primera planta. Su esposa vivía
en una monotonía, pero estaba regulada por
un horario. Últimamente no parecía tener
muchas ganas de salir, por lo que Hugo
estaba más al tanto de los planes de Lucia
que de los suyos.
Esto es la mayor tontería del siglo.
Estaba evitando a su esposa. No, para ser
precisos, estaba huyendo de su propio
corazón.
¿Amor? Paparruchas.
Lo negaba sin cesar. Su corazón era sólo
suyo. Jamás vacilaría por otra persona. Y,
sin embargo, no se atrevía a verla. Sentía
que si la veía toda su seguridad se vendría
abajo en cuestión de segundos por lo que se
quedaba en su despacho hasta tarde con la
excusa de tener que ocuparse de todo el
papeleo y dormía en su propio dormitorio
que llevaba tantos meses sin usar.
No la necesito, se excusaba. Su razón le
llamaba perdedor y cobarde, pero lo
ignoraba. El primer par de días le fue bien.
Sí, es imposible que una mujer me altere.
Estaba exaltado como un crío, pero su
seguridad no tardó en desaparecer.
Conforme pasaba el tiempo, su humor
empeoró y los documentos que leía dejaron
de entrarle en la cabeza. A pesar del tiempo
que pasaba trabajando, su eficacia cayó en
picado. Su estado actual le incomodaba,
pero no pensaba admitirlo. Se rehusaba a
aceptar que era todo por haberse alejado de
ella y continuó con su cabezonería. Por
desgracia, no pudo evitar el tirón de orejas
de la realidad.
‒Mi señor.
En cuanto escuchó esa voz que tanto
conocía, se molestó. El dueño de la voz
siempre le aumentaba la cantidad de trabajo
y, como cabía esperar, su aparición no iba a
ser ninguna bendición.
Ashin, uno de los secretarios del duque,
entró en el despacho con pies de plomo y
depositó un buen montón más de
documentos sobre el escritorio de su señor.
‒¿Cuándo son las vacaciones del mocoso?
‒ Preguntó Hugo con sequedad.
Ashin presumía de ser capaz de responder
toda pregunta en cualquier momento, no
obstante, esa curiosidad del duque le hizo
empezar a sudar. Por suerte, encontró la
respuesta.
‒…Sé que no tiene vacaciones.
Sólo había una persona capaz de hacer que
el duque hablase de las vacaciones. Su
sucesor y único hijo: Damian Taran. Para
ser exactos, era el hijo ilegítimo del duque,
pero ese hecho era algo que jamás se debía
mencionar ante él a no ser que desearas la
muerte. Ninguno de sus vasallos lo
comentaba en su presencia.
‒Pero algunos esperaban algún cambio…
Todos confiaban en que pudiese haber un
cambio después de la boda. Muchos no
entendían por qué un bastardo iba a ser el
sucesor, sin embargo, Ashin ya estaba
acostumbrado a esa verdad. El escándalo
traspasó los muros de su territorio y se
extendió por toda la región.
En cuanto el niño cumplió los seis, el
duque lo envió a un internado. En realidad,
su gente intentó persuadirle para que
cambiase de idea diciéndole que Damian
era demasiado joven y que lo mejor era que
esperase un par de años antes de encerrarle
en un internado, pero el duque se burló.
‒¿Joven? Tiene seis años, debería ser capaz
de sobrevivir hasta en un desierto.
Todos los presentes se quedaron
boquiabiertos, pero lo más sorprendente fue
la respuesta del joven amo.
‒Las probabilidades de sobrevivir en un
internado son más altas que en un desierto,
gracias por ser tan considerado conmigo.
Y así fue como el joven amo, que era
demasiado maduro para su edad, partió
para el internado sin vacilar.
Ya habían pasado dos años y ni el duque ni
el joven amo se molestaron en hablar del
tema. Irónicamente, la indiferencia del
duque por Damian acabaron con las fuerzas
hostiles que iban a por el muchacho.
‒¿No puede salir?
Ashin volvió en sí de inmediato.
‒Puede.
‒Pues dile que venga.
‒¿…Ahora mismo? Pero acaba de empezar
el trimestre y hay que avisar con una
semana de antelación para el permiso y-…
‒¿Cuestionas mis órdenes?
Ashin empezó a tener sudores fríos y su
expresión se endureció. Si te dan una
orden, debes cumplirla.
‒…No, mi señor. Ahora mismo enviaré el
mensaje.
‒He enviado a alguien para que vaya a
decirle a Fabian que preparé el registro
familiar y que lo traiga él cuando vuelva.
Se había anunciado que el joven amo sería
el heredero del duque, pero su estatus
seguía siendo de bastardo. Por lo que, si se
le subía el rango, sería el candidato ideal.
Cualquier cambio que la servidumbre
esperase se echaría a perder si así se hacía.
‒Mi señor. ‒ Un caballero de mediana edad
y de apariencia feroz entró.
Elliot Caliss saludó con el debido respeto y
levantó un barril de bambú. Hugo lo
aceptó, abrió la tapa y sacó la carta con una
sonrisa maliciosa.
‒Siete personas. Te dejo las tareas a ti,
partiremos en cuanto estén listos. ‒
Anunció el suque.
Casi había amainado la lluvia y el sol
empezaba a ponerse. Era una salida de caza
a una hora inusual, pero el fiel caballero
respondió con un par de palabras y se
retiró.
Ashin había acompañado al duque a la
batalla un par de años antes. De vez en
cuando había presenciado escenas que le
habían puesto la carne de gallina por la
crueldad de su señor. ¿León negro? Al
administrativo le parecía un mote
demasiado embellecido. El duque de los
Taran que se abría paso en la batalla con su
armadura era, sin lugar a duda, el demonio,
una bestia salvaje.
Ashin no le temía a nada, no se contenía y
su personalidad imprudente le metía en
muchos líos, pero desde que vio lo
terrorífico que era ese duque, se convirtió
en una oveja dócil. El duque ocultaba su
lado sangriento y su locura tras una fachada
de noble y bailarín experto. Era terrorífico.
‒¿Se va a alargar la agenda?
‒Tengo que ir, me temo que voy a tardar.
‒El joven amo podría ocuparse mientras
usted no está.
Hugo consideró esa opción unos segundos.
Aunque el muchacho era joven, era parte
de los Taran, no era un niño de ocho años
normal. Ese niño había clavado una espada
en el corazón de un hombre que Hugo
había hecho caer en una trampa. El
chiquillo jamás había sido inocente, jamás
había mostrado signos de locura, pero
podían aparecer en cualquier momento.
Según los informes, no era estúpidamente
amable como su padre, pero tampoco era
cruel.
Si Damian no poseyese los mismos ojos de
su padre, Hugo habría acabado con él la
primera vez que lo vio. Da igual lo
tranquilo que fuera, su malicia podría
surgir en cualquier instante y eso le
preocupaba. Al lado del niño, su esposa era
tan dócil como un conejito. Le preocupaba
que se quedaran a solas.
‒¿Por qué no le vas a buscar tú?
‒¿…Eh?
‒Adviértele que tiene que respetar a su
madre. Si cuando llegue me entero de algo
raro…
‒Ah, sí. Me aseguraré de que no tenga que
preocuparse por nada.
En cuanto Ashin salió por la puerta, Jerome
entró corriendo. No estaba seguro de qué
había ocurrido entre la pareja ducal, pero
desde el día de la revisión su relación se
había vuelto rara. Su señor había tomado la
iniciativa de distanciarse de su señora
poniendo el trabajo como excusa. Su señor
siempre había estado hasta arriba de
trabajo, no obstante, nunca había llegado al
punto de no poder dormir ni comer. Por lo
que le habían contado las criadas, la pareja
dormía separada. Cada vez que veía a su
señora fingir que todo iba bien, se sentía
fatal. Su señor no podía hacer eso. Era la
primera vez que quiso rebelarse contra su
señor. Apenas consiguió contenerse y no
preguntar el motivo por el que pensaba
ausentarse tanto tiempo sin arreglar el
problema con su esposa.
‒¿Qué debo hacer con la cena? ‒ Preguntó
sirviendo un té delicado.
‒No hace falta que me hagáis la cena, me
voy dentro de poco. ‒ Hugo alzó la cabeza
y se llevó la taza a los labios. ‒ Voy a ir a
cazar, pero todavía no tengo el horario.
‒…Ya es tarde. ¿Por qué no se va mañana
al amanecer?
‒No, ya lo he ordenado.
‒¿Y mi señora…?
‒Díselo tú.
‒¿Mi señora ha hecho algo grave? ‒
Jerome habló con la mirada del duque
sobre él. ‒ Podría perdonarla. Mi señora
lleva sin hablarle días.
‒No es de tu incumbencia. Estás pasándote
de la raya.
‒Sí, perdóneme, pero voy a ser un tanto
presuntuoso. Mi señora es la duquesa, no es
como el resto de las mujeres con las que
usted jugó y tiró. Tiene que tratarla bien.
Hugo se lo miró con cierta sorpresa y
entrecerró los ojos.

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Parte XVI

‒Mi señora vino a una región que no


conoce sola y nunca ha dicho que su
situación fuese difícil o incomoda. Si mi
señor la ignora… Estará sola de verdad.
Hugo se preguntó de dónde habría sacado
su mayordomo esa rebeldía de repente,
pero entonces, recordó que era el hermano
de Fabian. Fabian, que se atrevía a hablarle
sin temer las consecuencias. Los ojos de
Hugo enrojecieron todavía más.
‒Últimamente, mi señora ha-…
‒Cállate.
‒Mi señor.
‒Atrévete a decir una sola palabra más.
Jerome cerró la boca y bajó la vista. El
duque no buscaba fallos en sus empleados,
pero no toleraba que cuestionasen su
autoridad. Jerome no debía involucrarse en
los asuntos de los duques, nadie en Roam
podía y Hugo estaba extremadamente
disgustado.
Hugo se preguntó si su esposa habría
enviado al mayordomo para quejarse, no
obstante, estaba hablando de Jerome que
jamás interferiría y que era capaz de
distinguir entre lo que podía y no podía
hacer. Por lo que el comportamiento poco
habitual de su criado le molestó a pesar de
ser consciente de que Jerome se
preocupaba por su señora más de lo
normal. No dudaba de la lealtad de su
criado, pero le irritó.
‒Impresionante. ¿Te lo ha pedido? ‒
Aunque era plenamente consciente de que
era imposible que su mujer hubiese hecho
algo así, la acusó.
‒¡No, mi señor! ¡Mi señora jamás-…!
Una taza de té voló hacia su cara y cayó al
suelo en cuanto el mayordomo abrió la
boca.
‒Te he dicho que te calles.
Hugo se levantó y salió del despacho,
dejando a Jerome en el suelo y totalmente
pálido. Había cometido un gravísimo error.
Si Fabian hubiese estado presente le habría
dicho que no debía involucrarse en la
relación de los duques. Había ensuciado el
honor de su señora. Su primera muestra de
rebeldía contra su amo le había dejado
pisoteado y había resultado en un nuevo
malentendido.
Jerome suspiró y empezó a recoger los
pedazos de porcelana que habían escapados
por todas partes. Que la taza no le hubiese
dado en la frente ya demostraba mucha
tolerancia por parte de su amo.

* * * * *

Lucia volvió antes de tiempo de su quedada


con Kate bajo la excusa de hallarse
indispuesta. No le apetecía hablar ni
montar a caballo.
‒Mi señora. ‒ La doctora la visitó en
cuanto llegó.
Anna parecía atónita y no se atrevía a
mirarla a los ojos, nerviosa. Aquel día el
duque había dicho que podía hacer lo que
le viniera en gana, pero no dejó de enviar a
Anna cada noche.
‒Mi señora, el duque me llama cada noche
para preguntarme cómo va el tratamiento. ‒
Confesó la doctora con una expresión que
pedía ayuda a gritos. Era lo único de lo que
le hablaba el duque. ‒ Por favor,
descríbame los síntomas.
El enfado de Lucia empeoró al cabo de
unos días. Se sentía engañada y presa.
Tenía ganas de plantarse en su despacho y
girarle la cara de una bofetada.
Muy bien, haré lo que quieres.
La joven abrió la boca y describió sus
síntomas. Explicó cómo se sentía tal y
como había hecho en su sueño. Sí, ya sabía
la cura, pero no tenía la menor intención de
usarla. No obstante, si Anna era capaz de
encontrar otra cura, no se negaría a ponerla
en práctica, no obstante, las probabilidades
de que eso fuera posible eran nulas. Había
pedido ayuda a un sinfín de doctores y
ninguno lo había conseguido.
Como cabía esperarse, Anna parecía
confundida, atónita por el hecho de que
Lucia se provocase la infertilidad.
‒Lo siento, mi señora. Sinceramente, no sé
cómo tratarla, pero encontraré la forma. ‒
Anna la consoló.
Lucia se sentó como ausente un rato y salió
al jardín.

* * * * *

Hugo se marchó de su despacho disgustado


y anduvo apesumbrado hasta llegar afuera.
Había dejado de llover y no se veía el sol
por ningún lado.
Supongo que así es como va a acabar el
día.
Y así, antes de percatarse, ya estaba en el
jardín. El apuesto hombre se dio la vuelta
para marcharse, pero antes de hacerlo, la
vio. Su esposa estaba inclinada estudiando
un capullo a punto de florecer. Hugo se
quedó ahí plantado unos instantes y,
entonces, sus pies se movieron hacia ella.
Lucia irguió la cintura y se le vio
acercándose. El ambiente cambió de
repente. Todo a su alrededor se volvió
borroso y sólo le veía a él como el día de la
entrada a la capital. La primera vez que le
vio.
Estaba enfadada con él hasta el punto de no
ser capaz de dormir y quedarse en vela
mirando la puerta que no se abriría. Unos
minutos antes había deseado pegarle, pero
en cuanto le vio, todo su enfado se derritió
como sal en el agua.
Menuda idiota soy…
Sabía que era incapturable y creía que
había conseguido encerrar sus sentimientos
en su corazón, pero habían sido capaces de
deslizarse por las grietas. Dolía.
Le amo.
No sabía qué hacer. Al igual que el resto de
sus incontables amantes, no podía controlar
su corazón.
No debe saberlo.
Si se acercaba un paso, ella retrocedería
dos. No quería una rosa.
Lucia se giró hacia él y sonrió. En ese
momento, toda la irritación y molestia de
Hugo se disiparon. Como si acabase de
despertarse de un buen sueño. Hugo se
despertó de su locura. Lo que temía no era
su existencia, sino su titubeo. El simple
hecho de imaginarse que no podría volver a
verla sonreír así le quitaba el aliento.
Te lo dije, se burló su corazón.
‒Mira, va a florecer dentro de poco. Creo
que en un par de días.
Parecía que a Hugo se le había comido la
lengua al gato cuando ella le habló como si
nada.
‒…Ah.
La expresión de ella le hacían sentir
miserable. A diferencia de su inquietud,
ella estaba tranquila.
‒¿Has salido a tomar el aire? Me habían
dicho que estabas ocupado.
‒Mmm… Ya casi estoy, pero voy a tener
que irme un tiempo.
‒Ah. ‒ El rostro de Lucia cambió
instantáneamente, y entonces, sonrió de
nuevo. ‒ ¿Cuánto vas a tardar? ¿Mucho
tiempo?
‒No sé, podría ser bastante. ¿Por qué estás
sola? ¿Y tu criada?
‒Le he dado un recado. Se me ha ocurrido
tomarme un té ahora que ha dejado de
llover, ¿quieres acompañarme?
‒…Claro. ‒ Acababa de tomar té, pero no
la rechazó.
Unos minutos más tarde llegaron un par de
criadas con una mesa plegable y una cesta
con el té. La pareja se sentó uno delante del
otro.
‒Me alegra que haya llovido, había mucha
sequía.
‒¿Qué has hecho últimamente?
‒Lo mismo de siempre: cuidar del jardín y
leer. Qué raro. Me estás hablando como si
lleváramos mucho tiempo sin vernos, sólo
han pasado unos días.
¿Sólo habían pasado unos días? A ella le
había parecido una eternidad.
La alegría de la muchacha le pareció
admirable a Hugo, pero sintió cierto rencor.
Extendió la mano y le acarició la mejilla.
La suavidad de su piel le dio la impresión
de ser tan frágil que podría dejar marcas
con sólo rozarla. Era una mujer frágil y, sin
embargo, su existencia le amenazaba.
‒Ese día… Cometí un error y quiero
disculparme. Mi intención no era llamarte
infiel. Lo que quería decir era… Que en la
familia Taran no suele haber descendientes.
Quedan embarazada es difícil… Y no
quiero que te decepciones por haber estado
esperando un hijo.
Su excusa no conmovió a Lucia. Si tan
difícil era concebir un hijo, entonces,
debería ser el primero en apoyar su
embarazo, no rechazarlo. Pero viendo el
cuidado con el que escogía sus palabras,
Lucia soltó una risita.
‒Vale. ‒ Intentó reír, pero le empezaron a
caer lágrimas. Las heridas ya no le dolían,
ya le había perdonado. Sus palabras dulces
y sus caricias adolecieron su corazón con
felicidad.
Hugo no sabía qué hacer al ver las lágrimas
de su esposa. Se levantó, se acercó a ella y
la rodeó con los brazos.
‒Lo siento, ha sido culpa mía.
Su abrazo y aroma que tanto había echado
de menos le dieron la sensación de haber
ido al cielo y vuelto en escasos segundos.
Podían volver a cómo eran antes. A cómo
habían sido estos últimos meses. Aunque
su relación fuese un castillo de arena que
nadie sabía cuándo se iba a derrumbar,
aunque nadie pudiese ver las olas,
asumirían que están bien. No se había
resuelto nada, pero ya pensarían en eso
luego.
El corazón de Lucia se tranquilizó. Cuando
aceptó el cambio de su corazón se sintió en
paz. Su cielo o infierno dependía de sus
decisiones y había decidido creer que la
trataba diferente a sus otras amantes. No
era vanagloria, necesitaba esa seguridad
para poder erguirse y amarle. Además,
tenía una ventaja, era su esposa legítima,
una posición que ninguna de sus anteriores
amantes había conseguido. Lucia no
pensaba tener un amor tan miserable como
lo era el de tener que subyugarse a él. No
iba a rogarle amor, no iba a pretender ser
una esposa virtuosa que obedeciera cada
una de sus palabras. Haría lo que estuviese
en su mano, pero sólo lo suficiente como
para no empezar a odiarle. Se preguntó si
alguna mujer había amado a Hugo sin
aferrarse a él. El ser capaz de exaltarle se le
hizo gracioso.
Si algún día conseguía que Hugo le dijera
que la ama, daba igual que le hubiese
costado una eternidad, valdría la pena. Tal
vez viviendo así acabaría influenciándole.
Lucia levantó la cabeza.
‒Has dicho que ha sido culpa tuya, ¿no?
‒¿Eh? Sí.
‒Te perdono con dos condiciones.
‒¿Condiciones? ¿Qué condiciones? ‒ Su
expresión dejaba claro que no le gustaba la
idea.
‒La primera es… Un beso de
reconciliación.
Los ojos de Hugo se agrandaron y se
curvaron, el hombre acercó la cara y ella
cerró los ojos. Primero, sus labios se
rozaron, y entonces, él empezó a lamerle
los suyos. Lamió y chupó los tiernos labios
de ella un sinfín de veces. Su lengua se
coló por la apertura y acarició el interior de
la boca de ella con suavidad,
estimulándola. Su beso largo y dulce no fue
ni suave, ni excitante, sino asombroso.
‒¿Y la segunda? ‒ Preguntó con los labios
pegados a los de ella.
Parecía que Hugo iba a volverla a besar,
por lo que Lucia le apartó.
‒Quiero modificar el contrato. La parte de
tu vida privada me sienta mal, es como
decirme que vas a ponerme los cuernos. No
tengas otras amantes, por favor.
Hugo se sorprendió y la miró durante un
buen rato antes de hablar algo afligido.
‒…No lo haré.
Se había ofendido un poco. Desde que se
habían casado no había mirado a ninguna
otra mujer, pero, por desgracia, no podía
refutar sus antecedentes de casanova.
‒Además, si te disgusto o te aburres de mí
y quieres dejarme por otra, dímelo primero
a mí, por favor. No quiero enterarme por
otra persona.
Él se la quedó mirando un buen rato.
‒Se me había olvidado. ‒ Murmuró con
amargura. ‒ Para ti soy un hombre horrible.
‒ Que la mujer que amaba le marcase de
hombre malo, en lugar de bueno, le hizo
sentir algo indescifrable, pero no podía
refutarlo. ‒ No tengo excusa. ‒ Murmuró y,
entonces, le cogió la mano y se la besó. ‒
Como desees. ‒ Irguió el torso y le
preguntó a la criada que llevaba un buen
rato de pie a su lado. ‒ ¿Qué pasa?
‒El señor Elliot me ha pedido que le pase
el mensaje, dice que ya está listo para
partir.
Hugo se acababa de dar cuenta de lo que
sentía por ella, pero era demasiado tarde
para cambiar nada. Aún no podía
prometerle nada. Había demasiado que no
podía contarle. Necesitaba tiempo para
decidir qué y qué no enseñarle. La caza le
daría el tiempo que necesitaba.
‒No hace falta que me acompañes, ve.
‒…Sí, ve con cuidado.
El corazón de Lucia se retorció de dolor
viendo cómo se alejaba la espalda de su
marido y se aferró el pecho. Rezaba
desesperadamente que jamás llegase el día
en que Hugo la abandonase de esa manera.

Capitulo 29 Damian
‒Joven amo, soy Ashin, el secretario
administrativo. ¿Me recuerda?
Damian ojeó a Ashin antes de asentir. Su
frialdad no era inferior a la de su padre.
Tal vez el duque también había sido así de
niño. Damian era una réplica en miniatura
del duque de Taran: ojos rojos y pelo
negro. No había ninguna duda de quién
eran sus ancestros. Era imposible negar que
por sus venas corría la sangre de los Taran.
Ashin odiaba los viajes largos, aunque no
le molestaría tener que pasarse el día yendo
y viniendo de palacio a Roam. El secretario
suspiró y pensó en que tendría que pasarse
mucho tiempo sentado al lado de un niño
horrible.
‒Veo que está sano. Ha crecido mucho
durante este tiempo, casi no le reconozco. ‒
Ashim habló amigablemente en un intento
de mejorar el ambiente. No era propio de
él, pero el joven amo Taran, que era
exactamente igual al hombre más terrible
del planeta, el duque, parecía bastante
susceptible.
Era verdad que casi no le había reconocido.
El buen hombre se preguntó si todos los
niños de ocho años eran así. El joven amo
parecía tres o cuatro años mayor, hasta su
sobrino de diez era más menudo. Aunque,
claro, este niño ya había sido grandote
desde pequeño.
‒¿…Qué pasa?
‒¿Eh? ‒ A Ashin le complació ver que el
joven amo abría la boca.
‒Con tu rango no hace falta que vinieras a
buscarme.
‒Ja…jaja…
Sí, normalmente alguien de su estatus no
estaba a cargo de estos deberes. Aunque no
esperaba que un niño de ocho años fuera a
espetárselo en la cara.
Además de recordarme a mí… ¿también
recuerda mi rango?
El duque también era de los mejores
caballeros y poseía la mejor de las
memorias. El mundo estaba muy mal
repartido.
‒Ha sido una orden de mi señor el duque.
A Damian se le abrieron un poco los ojos.
Su expresión parecía preguntar el porqué.
‒Supongo que ya se habrá enterado, joven
amo, de que el duque se ha casado.
Damian asintió con la cabeza. Solían
informarle en detalle de la situación en el
ducado para que le fuera más fácil asumir
sus responsabilidades en un futuro. Da
igual cuánto tiempo estuviese en el
internado, el duque jamás tendría que
escuchar el reproche: “no sé”. Damian
había memorizado la carta palabra por
palabra.
‒Esto es sólo mi opinión, pero ya que ahora
sois madre e hijo, podríais aprovechar para
conoceros mejor como familia.
¿Madre e hijo? Cuestionó Damian por
dentro. Su padre no era alguien delicado.
La idea de que el duque quisiera que
tuvieran una relación filial no tenía ningún
sentido. Aunque la duquesa y él se pasaran
el día peleándose, su padre no movería ni
un dedo.
‒¿No ha dicho nada más?
‒Ah, él… Quería que… usted no fuera
grosero con su madre. Ha dicho que debe
ser respetuoso…
Ah, ahí está.
Ashin lo había simplificado, pero había
transmitido la advertencia con éxito.
Damian tenía que estarse callado y
tranquilo. Aunque fuera el heredero, seguía
siendo un bastardo, lo que significaba que
no era prudente sacar de sus casillas a la
duquesa. En realidad, aunque el duque no
le hubiese advertido, Damian tampoco
tenía ninguna intención de enfrentarse a su
madrastra. Después de todo, la duquesa era
necesaria para poder subirle de rango.
‒¿Es hermosa?
‒¿Eh? Ah… Sólo la he visto un par de
veces…
Sólo se necesita una vez para saber si es
hermosa. Damian llegó a la conclusión que
la duquesa no debía ser muy bella. Y ahí se
acabó todo interés por su madrastra, no le
importaba. Seguramente, desde el punto de
vista de su nueva madrastra, él sólo sería
un estorbo al que tendría que aguantar un
par de veces. Damian iba a pasar
desapercibido y vivir como si estuviera
muerto. Si la mujer no quería verle la cara,
se encerraría en su habitación, y si abusaba
de él, lo soportaría.
El joven amo no se sorprendió cuando se
enteró de las noticias del matrimonio del
duque. Estaba convencido de que su padre
lo había hecho porque tocaba. Damian
comprendía que su padre tan sólo se movía
por necesidad. Aunque la duquesa se
quedase en cinta, su posición de heredero
continuaría intacta. Su padre jamás había
sido un buen padre, pero era fidedigno.
El niño empezó a pensar en la academia.
Acababa de empezar el nuevo trimestre y
este viaje iba a echar a perder sus horarios.
Al principio le preocupó faltar tanto que
fuera a retrasase, pero como mucho se
quedaría allí tres semanas incluyendo el
viaje de ida y de vuelta. No se perdería
mucho, pero tampoco quería malgastar su
tiempo, así que se había llevado un buen
montón de libros.

* * * * *

Las noticias del matrimonio del duque


Taran pasaron de boca en boca hasta llegar
a la cumbre de la sociedad. Nadie había
acudido al enlace, por lo que nadie podía
satisfacer sus dudas. Kwiz, por supuesto,
puso en marcha un plan en el que invirtió
dinero y tiempo para poder saber más
detalles. Sin embargo, pocos estaban
dispuestos a investigar a una princesa que
ahora era duquesa. Y, aunque consiguió a
unos cuantos candidatos, de poco sirvieron.
Lo único certero era su edad y su nombre.
‒¿Pero esto qué es? No ha caído del cielo.
‒ Se lamentaba.
Y es que no era sólo Kwiz quien había
intentado descubrir más detalles sobre la
nueva duquesa: la división de inteligencia
real también había hecho hincapié en la
princesa Vivian hasta el punto de que
descubrieron que manipuló el registro de
criadas. En el palacio se armó un gran
revuelo y muchos fueron castigados acorde
por su ineptitud.
Kwiz envió unos espías al pueblo donde
Vivian había vivido hasta los doce años,
pero fue en vano.
‒No hay pistas… ‒ Suspiró.
Todo lo que se sabía es que se encontró un
mensaje escrito a mano de la difunta madre
de la princesa en el que le explicaba quién
era su padre.
‒¿Su madre era una plebeya…?
No, era imposible. El padre del príncipe
heredero tenía sus preferencias, era
imposible que fuera a yacer con una
plebeya de manos y piel ásperas.
‒¿De verdad no sabe nada, señor Krotin? ‒
Le preguntó a Roy.
‒No, y aunque lo supiera, tampoco lo diría.
‒ Contestó el soldado que amaba
desaparecer irritado.
El príncipe continuó con la misma
expresión, era imposible adivinar sus
pensamientos.
‒Bueno, ¿y cómo se conocieron?
¡Se moría de curiosidad! Roy se burló por
dentro al ver la expresión frustrada de
Kwiz. Era bastante placentero saber un
secreto que el resto no.
‒Mañana tienes un duelo, ¿no, señor
Krotin?
‒Sí.
Los condes hostiles al príncipe heredero no
osaban enfrentarse al futuro monarca
directamente, por lo que preferían pelearse
con Roy. Sin embargo, si el caballero les
rechazaba los nobles se hacían los
ofendidos hasta que Roy aceptaba y
luchaba.
‒¿Quieres que sea suave? En el duelo,
digo.
Kwiz estalló en carcajadas.
‒¿Es una broma? No te preocupes por mí,
tú disfruta.
Roy no disfrutaba de la lucha en sí, pero
viniendo de una familia de guerreros se
esperaba que fuese de sus actividades
predilectas.
‒Entendido.

* * * * *

A muchas mujeres se les partió el corazón


cuando se enteraron de las noticias sobre la
boda del duque. Anita se sorprendió, pero a
diferencia del resto de mujeres, sólo sintió
cierta amargura. Ya había estado casada
tres veces y jamás había soñado con tener
al duque como esposo. Verle de vez en
cuando y ser su amante ya le complacía.
Cuando se canse de la nueva, volverá a mí;
se decía. Pero, en lugar de recibir un
mensaje alentador, recibió un ramo de
rosas amarillas. Tan horrorizada se quedó
que pasó diez días en reposo por el estrés.
‒¿Por qué…? ‒ Se preguntaba.
No se le ocurría ningún error que hubiese
cometido: no le había llamado, interrogado
ni mencionado su relación, y cuando se
había enterado de lo de su matrimonio se
había quedado todavía más al margen. No
entendía a qué venía esa ruptura.
¿Dejaba a la amante porque se había
casado? El duque jamás había sido un
hombre tan honrado.
Anita contuvo el impulso de presentarse en
su mansión y preguntárselo en persona
porque sabía que, de hacerlo, no habría
vuelta a atrás. Las muchachas que se
habían atrevido a plantarse en casa del
duque para exigirle explicaciones habían
desaparecido del círculo noble
inmediatamente.
La antigua amante del duque continuó
cavilando hasta llegar a la conclusión de
que debía ser obra de la nueva duquesa, la
princesa Vivian. La muchacha debía
haberse enterado de su relación y obligado
al duque a acabar con todo.
Interesada, Anita empezó una investigación
por su bando. La tal Vivian había crecido
encerrada en palacio y solía disfrazarse de
criada para salir del castillo bastante a
menudo. Vivian conocía mundo y su
descripción tranquilizó las inquietudes de
Anita que consiguió conciliar el sueño. Se
consolaba diciéndose que no duraría
mucho, sin embargo, estaba ansiosa.
Se ha casado por obligación. Ese hombre
no sabe amar.
Anita se repetía en la cabeza esas palabras
sin parar. El duque era un hombre que
vagaba de flor en flor sin asentarse.
Tengo que verla.
Necesitaba saciar su ansiedad y confirmar
lo que era para él.
Podría ir al Norte y confirmarlo sin que se
entere…
Sin las puertas, tardaría meses en llegar a
las tierras del norte en coche de caballos y
para cruzarlas, necesitaba el permiso
explícito del duque Taran. Lo más astuto
era esperar a que la pareja regresara a la
capital.
¿Por qué fingía ser una criada para salir de
palacio? ¿Qué hacía? ¿Tenía un amante…?
Un amante. Era muy posible.
A partir de entonces, el objetivo sería
encontrar a la princesa Vivian.

.x.x.x
Parte II

Un carruaje negro azabache recorría las


calles de Roam. Era un coche de madera
negra con el emblema de un león negro.
Tan fascinante era que las gentes dejaban
de hacer lo que fuese que estuviesen
haciendo en el momento para admirarlo. La
madera negra era tan fuerte como el acero y
se decía que lo habían usado antaño para el
ejército. No obstante, la alta mortalidad de
los leñadores que trabajaban la madera
negra era tan alta que el precio del material
ya superaba al oro.
Hugo había hecho construir ese carruaje
con madera negra por la seguridad de su
esposa, Lucia.
Los pueblerinos ignoraban quién viajaba en
el carruaje que pasaba de largo, de hecho,
la gran mayoría no podía ni imaginárselo
porque los que solían llevar unos coches de
esa categoría solían ser altos cargos.
Cuando el coche cruzó el puente y entró
por los portones, se escuchó el sonido de
una corneta. El carruaje tirado por un
corcel negro se detuvo ante las puertas de
una de las torres más remotas del castillo
de Roam y todo un séquito de sirvientes se
posicionaron ante el vehículo para darle la
bienvenida a su señora.

‒¿Se lo ha pasado bien, señora? ‒ Preguntó


Jerome.
Tras una salida para montar, Lucia solía
bañarse y sentarse en la salita para disfrutar
de uno de los tés aromáticos de Jerome.
‒Sí. Emily es un encanto, me ha hecho
mucho caso.
Su caballo, Emily, era una yegua adiestrada
que Hugo le había regalado. Lucia no sabía
mucho de caballos, pero adivinaba que era
un buen ejemplar a juzgar por su apariencia
brillante.
‒¿Cómo no iba a hacerlo? Emily es
irremplazable, es muy cara.
‒Sí, eso parece.
Hablar del dinero que había costado un
regalo de su señor no era adecuado, por lo
que Jerome no entró en detalles. Lucia
tampoco preguntó, el simple hecho de que
Hugo hubiese pensado en ella y le hubiese
regalado algo ya la contentaba.
Le echo de menos…
‒¿Cuándo va a volver?
‒¿Perdone? Ah… No estoy seguro, pero
puede ser que tarde. Creo que tardará un
mes o así.
‒¿Un mes…? ¿Qué está pasando? Sé que
va a mirar el terreno, pero…‒ Lucia
empezaba a interesarse por sus actividades.
‒El señor lo hace cada año; tiene algo que
ver con el feudo y también con otras tantas
cosas. ‒ Jerome trató de enfatizar que su
señor sólo salía por trabajo. Aún no sabía
nada de la reconciliación de la pareja. ‒
Usted ya sabe lo cerca que está el territorio
norte de los bárbaros. De vez en cuando
cruzar la frontera para rebelarse y mi señor
los subyuga para mantenerlos a raya.
‒Entonces, ¿se va cada año por la misma
temporada?
‒Este año ha ido antes. Normalmente parte
a principios de invierno. He oído que había
llegado una orden porque cada vez los
motines son más frecuentes.
‒Los habitantes del norte deben vivir en un
suplicio…
‒Si no viven cerca de la frontera, no creo.
Es diferente a lo que parece.
Lucia asintió con la cabeza, le dio un sorbo
a su té y exclamó:
‒¡Oh, Dios mío! ¿Cómo se me ha podido
olvidar? ¿Hoy no era su cumpleaños,
Jerome?
Aquel día era la fecha que le había
recordado el mayordomo. Lucia había
estado pensando en ello, pero por culpa de
su riña se le había ido de la cabeza.
‒Tendría que haberle dicho algo antes de
que se fuera. Va a pasarse su cumpleaños
luchando con bárbaros sin que nadie le
felicite. ‒ Se sentía mal por él.
‒Mmm… Mi señora, mi señor nunca se ha
preocupado por su cumpleaños.
‒Me lo esperaba. ¿Cómo se va a ocupar de
eso? La gente de su alrededor es quien
tiene que prepararlo todo.
‒No… Le gusta que se lo recuerden.
‒¿Por qué…?
‒No sé mucho del tema, sin embargo, me la
sensación que a mi señor no le gusta que le
hablen de su infancia y de su cumpleaños.
‒ Jerome jamás mencionaba nada
imprudente, pero la expresión entristecida
de su señora le obligó a ser sincero.
No tiene ningún buen recuerdo de su
niñez…
Era algo triste.
Lucia había vivido una vida difícil, pero
parte de ella había sido perfecta. Hasta los
doce años había sido feliz con su madre.
Jerome recordó la historia de la tragedia de
la torre. Un acontecimiento desafortunado
del que no debía hablar. No obstante, cada
vez que posaba la mirada en la torre se
acordaba y, con el tiempo, cada vez se
interesó más por el asesinato.
El difunto duque había abandonado al
destino a uno de sus hijos para evitar una
desgracia. Y fue, precisamente, haciendo
algo que ningún padre debería hacer que la
desgracia acaeció sobre él.
‒Jerome, me dijiste que tú conociste al
difunto duque, ¿verdad?
‒Sí, llevo sirviendo a mi señor desde que le
nombraron caballero.
‒Esto es opinión mía, tal vez un prejuicio,
pero me parece un hombre cruel.
‒Por lo que sé, ‒ Jerome vaciló unos
segundos antes de continuar. ‒ me temo
que pienso igual que usted.

La personalidad fría y estoica de Hugo no


era de extrañar dado que su madre había
fallecido poco después de dar a luz y su
padre le había abandonado a su suerte.
No entiendo cómo alguien puede
abandonar a un recién nacido.
El duque había abandonado a un bebé para
prevenir cualquier problema.
La mayoría de las familias nobles tenían
problemas con su sucesor, sin embargo,
nunca se había solucionado de una forma
tan bestial.
Damian era hijo único, era el sucesor. No
obstante, había demasiada indiferencia para
formar parte de una familia en la que
raramente se veían descendientes. En lugar
de enviarlo a un internado, tendrían que
haberlo criado como el mayor de los
tesoros.
Tal vez no sepa dar amor porque jamás lo
recibió de su padre.
Cuánto más lo pensaba, más raro le
parecía.
Ha tenido muchas mujeres, podría tener
algún hijo ilegítimo.
Pero Lucia no había soñado con más hijos
suyos.
¿Tan difícil es tener hijos que ha tenido que
hacer a Damian el heredero?
Pero, entonces, no debería estar tan en
contra de un posible embarazo de Lucia. Lo
normal sería que aceptase a tantos retoños
como pudiera.
Los nobles preferían que hubiese un gran
número de posibles herederos para que la
lucha por el poder se decantase por el
miembro más fuerte para el futuro de su
familia. El que sólo hubiese un único
sucesor significaba un gran riesgo.
Lucia analizó las palabras de su marido
ahora en calma.
“No quiero dejar mi huella”, no había
mencionado ningún temor por la posible
rivalidad entre hermanos, sino: “su huella”
con repugnancia.
Si no quiere hijos, que hubiese puesto
remedio.
La joven deseaba ver la parte buena de su
esposo, pero tuvo que reconocer que Hugo
también albergaba un lado cruel y siniestro.
No, cuando Damian nació debía ser muy
joven… También es humano, todos
cometemos errores.
La muchacha seguía queriendo ver el lado
bueno de Hugo. Además, en su última
disputa había quedado claro que el niño no
había sido fruto de amor.
Pero, aun así, el niño no tiene la culpa. Es
como si hubiera abandonado a Damian.
Normalmente, los hombres quieren
muchísimo a sus propios hijos… Es como
si Damian no fuera suyo…
De repente, a Lucia la embargó una
sospecha terrible.
Paparruchas.
‒Mi señora, ¿le apetece más té?
La voz de Jerome la estremeció y Lucia
bajó la mirada a su taza.
‒¿Eh? Oh, claro… ‒ El corazón de Lucia
se aceleró. ‒ ¿Alguna vez has visto al joven
amo, Jerome…?
Jerome se contrajo por la sorpresa y estudió
a su señora.
‒…Sí. ‒ Contestó nervioso.
‒¿Se le parece… mucho?
‒…Sí, se parecen mucho, es increíble.
Supongo que eso contradice mi lógica…
Claro, vaya idea la mía.
¿Cómo iba a permitir que alguien que no
fuera de su propia sangre heredar su título?
Lucia intentó sacarse esa estúpida idea de
la cabeza, pero seguía con la sensación de
que algo no encajaba.
‒¿Le viste al nacer? ¿Cómo entró a la casa
ducal?
La expresión de Jerome se retorció. No
podía contarle nada a su señora por muchas
ganas que tuviese.
‒Discúlpeme, mi señora. No estoy
autorizado a hablar de lo relacionado con el
joven amo. Creo que sería mejor que se lo
preguntase a mi señor.
Era una lástima, pero Lucia no quería poner
en un aprieto al mayordomo.

Aquella misma noche, una criada le


entregó una medicina cuando se preparaba
para acostarse. Anna todavía no había
encontrado ninguna cura, así que le había
recetado unas hierbas que fortalecían el
útero mientras tanto.
A pesar de que sólo la había probado en sus
sueños, Lucia recordaba el sabro de la
medicina para curar su infertilidad.
Olía a vainilla… y sabía… justo así.

‒¡Mi señora! ‒ Exclamó una criada que se


acercó corriendo a Lucia al día siguiente
cuando la duquesa paseaba por el jardín
después de comer.
‒¿Qué ocurre?
‒El… El joven amo… ¡Ha vuelto!

Jerome ocultó su estupor hasta que el niño


de ojos rojos y cabello oscuro dejó de
prestarle atención, entonces, el mayordomo
miró a Ashin furtivamente.
Ashin se sobresaltó y apartó la vista.
‒Cuánto tiempo, joven amo. ¿Cómo ha
estado?
Como siempre, Damian no podía criticar
nada de Jerome, pero… Estaba obviamente
confundido. Aunque en realidad, la
expresión y actitud perfectas de Jerome no
revelaban nada. No obstante, todos los
criados, incluso los soldados, del palacio le
habían mirado de la misma forma, como si
estuvieran preguntando qué hacía allí.
‒Cuánto tiempo.
‒Supongo que estará cansado por el viaje.
¿Ha comido?
‒Todavía no, ya comeré después. No me
encuentro bien por el traqueteo del
carruaje.
‒Sí, joven amo. Entonces, permítame
escoltarles a sus aposentos para que pueda
descansar y-… ‒ De repente, Jerome dejó
de hablar y todo su alrededor se sumió en
un silencio sepulcral.
Damian pensó que alguien debía haber
llegado y adivinó de quién se trataba. El
niño movió la cabeza hacia donde
apuntaban todas las miradas: una mujer
había entrado por la puerta medio abierta
del recibidor y sin aliento por haber
corrido.
La muchacha castaña parecía más joven y
menuda de lo esperado y parecía tensa y
cansada.
¿Será…?
Era la señora de los Taran, la duquesa y la
madrastra de Damian.

Caray…
En cuanto se enteró de las noticias, Lucia
salió corriendo. En cuanto vio al niño tuvo
que pararse a admirarle. ¿Cómo podían ser
tan parecidos? Jerome no había exagerado
en absoluto. Era como un duque en
miniatura. ¿Quién dudaría de que era el
hijo del duque?
¿Acaso no sabrá que es el heredero…?
Damian suspiró al ver la expresión
boquiabierta de la duquesa. Acababa de
casarse, era normal que se quedase muda al
enterarse de que su marido ya tenía un
bastardo. Cualquier mujer normal se
quedaría boquiabierta, se enfadaría y se
marcharía indignada o le miraría como a un
gusano asqueroso. Si la duquesa mostrase
alguna de esas reacciones no tendría que
preocuparse, porque las mujeres así eran
las más fáciles. Sin embargo, si mantenía la
calma y ocultaba sus sentimientos,
demostraría una gran inteligencia. Y para él
eso sería lo peor.

.x.x.x
Parte III

‒Encantado de conocerla. Espero sepa


perdonarme que me presente tan tarde, soy
Damian. ‒ Damian se acercó a la duquesa,
inclinó la cabeza y se mantuvo a una
distancia apropiada.
‒Ah… Encantada.
Damian la miró de reojo al escuchar el tono
suave de la mujer.
¿Está tan sorprendida que no entiende esta
situación?
En la mirada ámbar de la duquesa no había
ni rastro de disgusto ni de hostilidad. Una
de dos, o era una actriz increíble o todavía
no había ordenado muy bien sus
sentimientos.
Su apariencia ya era diferente a lo que
esperaba. Se había imaginado a una mujer
voluptuosa, orgullosa y grácil. No obstante,
esta muchacha parecía más ingenua y dulce
que orgullosa.
Ahora, Damian se preguntaba por qué
Ashin no había respondido cuando le había
preguntado si era hermosa, porque lo era.
‒Mi señora, el joven amo acaba de llegar
de un viaje muy largo y ha dicho que le
gustaría descansar.
‒Oh, pues que así sea. Sé lo agotadores que
son los viajes en carruaje. Ya es casi hora
de comer, ¿ha comido?
‒…No le apetece.
‒Aun así, no puede estar con el estómago
vacío, está en la estapa de crecimiento.
Mayordomo, preparadle algo ligero y
llevádselo. Que la cena también sea algo
fácil de digerir.
‒Sí, mi señora.
El chico, que había estado estudiando a
Lucia en silencio, inclinó la cabeza y siguió
al criado. Cuando el niño ya no podía verla,
Lucia se cogió la cara sonrojada con ambas
manos.
¡Dios mío! ¡Qué monada!
¡Era un duque en pequeñito! Era la infancia
del duque que Lucia no había podido ver.
Hasta sus expresiones frías y rígidas eran
una copia perfecta.
‒¿Mi señora…?
A Jerome le preocupaba que Lucia
estuviese estupefacta, pero cuando la
muchacha se dio la vuelta le brillaban los
ojos.
‒Me has dicho que tiene ocho años, ¿no,
Jerome?
‒Sí, nació con un físico bastante grande.
‒Ya veo… Sí, bueno, un hijo pequeño no
sería propio de él.
‒¿Está… bien?
‒¿Qué?
‒…Ah, no, nada.
‒Es mucho más adorable de lo que me
esperaba. También parece amable.
‒¿Señora…? ‒ Jerome no daba crédito.
El adjetivo “adorable” no era adecuada
para el joven amo. Tal vez cuando era más
pequeño sí, pero ahora no. ¿Y amable?
¿Dónde le veía la amabilidad? El joven
amo era tan parecido al duque que aunque
le apuñalasen, no sangraría. Los ojos de su
señora no debían funcionar muy bien.
‒¿Crees que sería malo que le ofreciera
cenar conmigo…?
‒…Si usted lo quiere…
‒Sí, será incómodo. Bueno, espero la cena
con ganas.
Jerome vio como la duquesa se marchaba
de la habitación más contenta que unas
pascuas y empezó a reflexionar. La
reacción de su señora había sido totalmente
opuesta a la de cualquier otra persona
normal. Aquella era una situación trágica
en la que la nueva esposa descubría el hijo
ilegítimo de su querido marido, nadie
hubiese estado de tan buen humor. Quizás
no comprendía el calibre de la situación.
‒¿Qué demonios está pasando, señor
Ashin?
‒¿A qué se refiere?
‒¿Por qué no me dijiste que iba a traer al
joven amo?
‒Bueno… Pensé que ya lo sabría.
‒Aun así, deberías haber avisado a la
señora o a mí.
‒Mi señor… No me ordenó hacerlo…
Jerome lo cogió por el cuello. Ashin no era
nuevo. ¿Qué clase de administrador
cometería un error tan fatal y diría algo así?
Siendo alguien que llevaba tanto tiempo
trabajando allí, debería haber adivinado
cómo funcionaba el duque.
El duque solía daba ordenes sin definir el
proceso. No le interesaba si se sabía o no,
era problema suyo, de los sirvientes. Hasta
los vasallos del duque solían poner en
común lo que sabían para asegurarse de
que no se perdían nada.
‒¿Tengo que explicárselo todo a estas
alturas, señor Ashin?
Jerome escuchó que llamaban a la puerta e
iba a continuar hablando cuando Fabian
apareció.
‒¿Qué pasa? Oh, señor Ashin, cuánto
tiempo.
‒¡Fabian! Cuánto tiempo. Bueno, pues creo
que ustedes pueden solucionar el asunto…
Yo voy a…
El administrador y el hermano del
mayordomo se dieron un apretón de manos,
una palmadita en el hombro y Ashin se
escabulló como si le fuera la vida en ello.
‒¿Qué pasa?
Jerome suspiró.
‒Nada del otro mundo. El señor no está
ahora mismo, ¿qué pasa? ¿No te has
enterado de que se ha ido a lidiar con los
bárbaros?
‒Sí, pero tengo otras órdenes para eso
venido. El joven amo ha llegado, ¿no?
‒Hace un rato.
‒No tienes buena cara. ¿La señora no está
contenta?
‒No es eso.
¿No estar contenta? A su señora le gustaba
tanto el hecho de tener al bastardo de su
marido allí que parecía volar en lugar de
caminar. No obstante, decidió no intentar
explicárselo a su hermano. Después de
todo, Fabian se limitaría a decir que era una
tontería, prefería esperar a que lo viese con
sus propios ojos.
‒De repente me ha pedido que traiga el
registro familiar, me pregunto qué pasa. El
joven amo ha vuelto, ¿eh?
‒¿…El registro?
‒No sé si mi señora ha dado el visto bueno.
¿Cómo van? ¿Siguen en la fase de luna de
miel?
‒Cuida tus palabras. ‒ Jerome frunció el
ceño a pesar de no sorprenderse por el tema
y Fabian se encogió de hombros. ‒ ¿Qué tal
por la capital? ¿Algo nuevo?
‒Siempre hay algo nuevo.
Fabian le contó un acontecimiento bastante
reciente en el que Roy Krotin, el escolta del
príncipe heredero, había dejado medio
muerto a un caballero de la familia de un
conde. Si hubiese sido un duelo legal no
habría sido ningún problema, pero al
parecer, había sido informal y había
armado un gran revuelo.
Roy no se había molestado en desenvainar
la espada hasta el final. Fabian estalló en
carcajadas cuando se enteró. Su señor solía
moler a palos a Roy para que entrase en
razón. Y así fue como Roy se convirtió en
el centro de atención de la clase alta.
‒Ah, sí. Últimamente corre un rumor sobre
que la dote de la señora ha sido una mina.
‒¿Por qué es un rumor?
La dote era una parte privada de un
matrimonio. Era el precio de la hija de
alguien y el de la esposa de un comprador,
por lo que normalmente, no se solía hablar
de ello por pura cortesía.
‒¿Qué crees? Está claro quien lo ha
soltado. El rey debe haber presumido de
ello.
‒Ese…
Los dos hermanos chasquearon la lengua
en desaprobación.
‒Bueno, hay todo tipo de rumores. Dicen
que la señora es un bellezón y que
cualquier hombre se enamora de ella a
primera vista.
La verdad es que la duquesa no era tan
hermosa. Aun así, Jerome chasqueó la
lengua otra vez al ver cómo se reía Fabian.
‒Mi señora es bellísima.
‒¿Te has comido algo en mal estado o
algo…?
‒Mmm, reírte de otros porque sí no es
bueno.
‒¿Qué? A mi señor no le importan esos
rumores.
¿De veras? Jerome estaba convencido que
al duque no le iban a hacer ni pizca de
gracia esos rumores sobre su esposa.

* * * * *

Damian creyó haber dormido durante


muchísimo tiempo, pero cuando se levantó
todavía seguía siendo de día.
Los aposentos del chico estaban en uno de
los edificios conectados a la torre central,
un lugar construido para los hijos del
duque. Era bastante grande, de hecho, allí
cabían hasta diez niños.
Cuando el muchacho miró por la ventana
pudo apreciar que el jardín estaba repleto
de flores.
Esto debe ser obra de la duquesa…
Damian siempre había pensado que las
flores no le quedaban bien a la casa ducal,
sin embargo, aquellas no parecían estar tan
fuera de lugar. El chico no solía sentir nada
por las plantas y, aun así, se le ocurrió que
ver el jardín rebosante de flores sería
fantástico.
Así fue como Damian se decidió a bajar al
jardín donde el aroma de las flores le
abrumó.
‒Damian.
Era la primera vez que el chico veía posible
que alguien pudiese llamar su nombre con
tanta dulzura. El joven amo se detuvo de
repente y se dio la vuelt a para ver a la
duquesa acercándosele.
¿Por qué está tan contenta?, pensó Damian
con la cabeza ladeada observando a la
duquesa.
‒¿Ha dormido bien? Se ha despertado muy
temprano. ¿No tiene hambre?
Su voz era suave y clara. Una voz
agradable llena de buena intención. Damian
tiró de las riendas de su prudencia. Qué
buena actriz era.
‒…Estoy bien por ahora.
‒¿Le interrumpo?
‒No.
Damian no recordaba a su madre y todos
los profesores de su internado eran
hombres; las mujeres que trabajaban en las
cocinas o hacían las tareas de su colegio
eran todas de mediana edad, por lo que
nunca había tenido oportunidad de hablar
con una joven. Se sentía terriblemente
incómodo.
‒El jardín me pareció bonito, así que he
venido.
‒Acabo de plantar unas cuantas flores, me
alegra que le gusten.
‒Puedes hablarme con más familiaridad.
‒Mmm… ¿Seguro? No me importa mucho,
pero… ¿Estaría más cómodo?
‒Sí.
‒Muy bien. ¿Te gustaría dar el paseo
conmigo si es lo que has venido a hacer?
‒…Sí.
Lucia no dejó de mirar al chiquillo de reojo
mientras caminaban por el jardín. Cuánto
más le miraba, más se impresionaba. Era
como si el corazón que tanto de menos
echaba al duque se complaciera con sólo
mirar a Damian. Hasta el porte rígido y
educado del niño era como el de Hugo.
‒He oído que estudias en un internado.
¿Estás de vacaciones?
‒…No hay vacaciones, pero se puede salir.
Mi señor me ha pedido que viniera, así que
aquí estoy. También me ha pedido que te
salude.
‒Ah…
Damian mantenía las distancias, Lucia lo
sentía.
Aunque, la verdad, si me hubiese llamado
“madre” habría sido todavía más
incómodo…
Cuando los niños nobles llegaban a cierta
edad, era bastante común que se
obsesionaran con la idea de su título y
fueran arrogantes o imprudentes. Había
casos en los que después de madurar
continuaban con esos comportamientos,
pero con el tiempo lograban aprender a
poner fachadas y ocultar su interior.
A pesar de que Damian había sido criado y
educado como un soldado, Lucia sólo le
veía como a un niño más. ¿Sería el
internado quien lo había educado tan bien?
‒Damian, para serte sincera, ahora mismo
no puedo pensar en ti como si fueras mi
hijo. ‒¡Qué directa! Damian hizo una pausa
sorprendido y miró a Lucia.‒ Tú tampoco
puedes, ¿verdad? Es difícil que puedas
pensar en mi como si fuera tu madre.
Damian, que no se esperaba esa estrategia,
escogió sus palabras con suma prudencia.
‒…Lo siento. He cometido un error-…
‒No, no te culpo. Es normal. Nos acabamos
de conocer, no nos conocemos, es normal
que estemos cortados.
Los ojos rojos que miraron a la muchacha
le recordaron a un animalito que acababa
de descubrir el mundo. El chico alzó las
cejas de una manera adorable y la estudió
como si fuera algo nunca visto.
Para Lucia, que ya estaba acostumbrada a
la mirada depredadora de una bestia
llamada Hugo, la mirada aguda de Damian
era sólo eso, un par de ojos.
¡Adorable, es adorable!
Lucia se moría de ganas por pellizcarle las
mejillas o acariciarle la cabeza, pero se
contuvo para que el chiquillo no estuviese
tan en guardia.
‒Sólo nos llevamos diez años. Si hubiese
tenido un hijo a los diez años, tu padre sería
un criminal…‒Damian reprimió la sonrisa.
‒ Así que, quiero que nos vayamos
conociendo. No hace falta que seas tan
formal, no me llames: “duquesa”, llámame
“Lucia”. Es un nombre de cuando era niña.
‒ El chico guardó silencio. ‒ Encantada de
conocerte, Damian.
Kate había influencia a Lucia de varias
maneras. Era difícil cambiar su
personalidad, pero intentaba empezar a ser
más directa como ella.
La duquesa le ofreció la mano para un
apretón y Damian se la quedó mirando
como ausente. No entendía lo que
pretendía. ¿Por qué hacía algo así? Damian
era el más débil de los dos. Era joven y un
bastardo. Si la duquesa daba a luz, sería un
obstáculo. No había ningún motivo por el
cual la duquesa pudiese querer mejorar su
relación.
‒¿Eso es un no?
‒…No.
Damian aceptó la mano que la duquesa
había tendido ante él.
No sé cuál es su verdadera intención,
pero… no me queda de otra, tengo que
aceptar.
Aunque Damian era pequeño, no era tan
tonto como para enseñar su as bajo la
manga a un enemigo que no conocía. Ojo
por ojo y diente por diente. Si ella escondía
el cuchillo tras su sonrisa, él haría lo
mismo. Todavía era joven y era consciente
que no disponía de mucho poder. No estaba
en una posición en la que pudiese ir
ofendiendo a cualquiera.
Creo que será difícil acercarme a él…
Damian se creía capaz de ocultar sus
pensamientos, sin embargo, Lucia era una
maestra en ese sentido y para ella, su
prudencia, era obvia. Aunque le dijera que
no era una enemiga, el chico no pensaba
creerla.
Cualquiera que se hubiese criado sin una
madre que le abrazase ni un padre que le
atendiera con cariño además de ser un
bastardo no se fiaría.
No pasa nada, con el tiempo me creerá.
Lucia sabía que iba a amar a su hijo tanto
como le amaba a él.
.x.x.x
Parte IV

‒Encantado de conocerla. Espero sepa


perdonarme que me presente tan tarde, soy
Damian. ‒ Damian se acercó a la duquesa,
inclinó la cabeza y se mantuvo a una
distancia apropiada.
‒Ah… Encantada.
Damian la miró de reojo al escuchar el tono
suave de la mujer.
¿Está tan sorprendida que no entiende esta
situación?
En la mirada ámbar de la duquesa no había
ni rastro de disgusto ni de hostilidad. Una
de dos, o era una actriz increíble o todavía
no había ordenado muy bien sus
sentimientos.
Su apariencia ya era diferente a lo que
esperaba. Se había imaginado a una mujer
voluptuosa, orgullosa y grácil. No obstante,
esta muchacha parecía más ingenua y dulce
que orgullosa.
Ahora, Damian se preguntaba por qué
Ashin no había respondido cuando le había
preguntado si era hermosa, porque lo era.
‒Mi señora, el joven amo acaba de llegar
de un viaje muy largo y ha dicho que le
gustaría descansar.
‒Oh, pues que así sea. Sé lo agotadores que
son los viajes en carruaje. Ya es casi hora
de comer, ¿ha comido?
‒…No le apetece.
‒Aun así, no puede estar con el estómago
vacío, está en la estapa de crecimiento.
Mayordomo, preparadle algo ligero y
llevádselo. Que la cena también sea algo
fácil de digerir.
‒Sí, mi señora.
El chico, que había estado estudiando a
Lucia en silencio, inclinó la cabeza y siguió
al criado. Cuando el niño ya no podía verla,
Lucia se cogió la cara sonrojada con ambas
manos.
¡Dios mío! ¡Qué monada!
¡Era un duque en pequeñito! Era la infancia
del duque que Lucia no había podido ver.
Hasta sus expresiones frías y rígidas eran
una copia perfecta.
‒¿Mi señora…?
A Jerome le preocupaba que Lucia
estuviese estupefacta, pero cuando la
muchacha se dio la vuelta le brillaban los
ojos.
‒Me has dicho que tiene ocho años, ¿no,
Jerome?
‒Sí, nació con un físico bastante grande.
‒Ya veo… Sí, bueno, un hijo pequeño no
sería propio de él.
‒¿Está… bien?
‒¿Qué?
‒…Ah, no, nada.
‒Es mucho más adorable de lo que me
esperaba. También parece amable.
‒¿Señora…? ‒ Jerome no daba crédito.
El adjetivo “adorable” no era adecuada
para el joven amo. Tal vez cuando era más
pequeño sí, pero ahora no. ¿Y amable?
¿Dónde le veía la amabilidad? El joven
amo era tan parecido al duque que aunque
le apuñalasen, no sangraría. Los ojos de su
señora no debían funcionar muy bien.
‒¿Crees que sería malo que le ofreciera
cenar conmigo…?
‒…Si usted lo quiere…
‒Sí, será incómodo. Bueno, espero la cena
con ganas.
Jerome vio como la duquesa se marchaba
de la habitación más contenta que unas
pascuas y empezó a reflexionar. La
reacción de su señora había sido totalmente
opuesta a la de cualquier otra persona
normal. Aquella era una situación trágica
en la que la nueva esposa descubría el hijo
ilegítimo de su querido marido, nadie
hubiese estado de tan buen humor. Quizás
no comprendía el calibre de la situación.
‒¿Qué demonios está pasando, señor
Ashin?
‒¿A qué se refiere?
‒¿Por qué no me dijiste que iba a traer al
joven amo?
‒Bueno… Pensé que ya lo sabría.
‒Aun así, deberías haber avisado a la
señora o a mí.
‒Mi señor… No me ordenó hacerlo…
Jerome lo cogió por el cuello. Ashin no era
nuevo. ¿Qué clase de administrador
cometería un error tan fatal y diría algo así?
Siendo alguien que llevaba tanto tiempo
trabajando allí, debería haber adivinado
cómo funcionaba el duque.
El duque solía daba ordenes sin definir el
proceso. No le interesaba si se sabía o no,
era problema suyo, de los sirvientes. Hasta
los vasallos del duque solían poner en
común lo que sabían para asegurarse de
que no se perdían nada.
‒¿Tengo que explicárselo todo a estas
alturas, señor Ashin?
Jerome escuchó que llamaban a la puerta e
iba a continuar hablando cuando Fabian
apareció.
‒¿Qué pasa? Oh, señor Ashin, cuánto
tiempo.
‒¡Fabian! Cuánto tiempo. Bueno, pues creo
que ustedes pueden solucionar el asunto…
Yo voy a…
El administrador y el hermano del
mayordomo se dieron un apretón de manos,
una palmadita en el hombro y Ashin se
escabulló como si le fuera la vida en ello.
‒¿Qué pasa?
Jerome suspiró.
‒Nada del otro mundo. El señor no está
ahora mismo, ¿qué pasa? ¿No te has
enterado de que se ha ido a lidiar con los
bárbaros?
‒Sí, pero tengo otras órdenes para eso
venido. El joven amo ha llegado, ¿no?
‒Hace un rato.
‒No tienes buena cara. ¿La señora no está
contenta?
‒No es eso.
¿No estar contenta? A su señora le gustaba
tanto el hecho de tener al bastardo de su
marido allí que parecía volar en lugar de
caminar. No obstante, decidió no intentar
explicárselo a su hermano. Después de
todo, Fabian se limitaría a decir que era una
tontería, prefería esperar a que lo viese con
sus propios ojos.
‒De repente me ha pedido que traiga el
registro familiar, me pregunto qué pasa. El
joven amo ha vuelto, ¿eh?
‒¿…El registro?
‒No sé si mi señora ha dado el visto bueno.
¿Cómo van? ¿Siguen en la fase de luna de
miel?
‒Cuida tus palabras. ‒ Jerome frunció el
ceño a pesar de no sorprenderse por el tema
y Fabian se encogió de hombros. ‒ ¿Qué tal
por la capital? ¿Algo nuevo?
‒Siempre hay algo nuevo.
Fabian le contó un acontecimiento bastante
reciente en el que Roy Krotin, el escolta del
príncipe heredero, había dejado medio
muerto a un caballero de la familia de un
conde. Si hubiese sido un duelo legal no
habría sido ningún problema, pero al
parecer, había sido informal y había
armado un gran revuelo.
Roy no se había molestado en desenvainar
la espada hasta el final. Fabian estalló en
carcajadas cuando se enteró. Su señor solía
moler a palos a Roy para que entrase en
razón. Y así fue como Roy se convirtió en
el centro de atención de la clase alta.
‒Ah, sí. Últimamente corre un rumor sobre
que la dote de la señora ha sido una mina.
‒¿Por qué es un rumor?
La dote era una parte privada de un
matrimonio. Era el precio de la hija de
alguien y el de la esposa de un comprador,
por lo que normalmente, no se solía hablar
de ello por pura cortesía.
‒¿Qué crees? Está claro quien lo ha
soltado. El rey debe haber presumido de
ello.
‒Ese…
Los dos hermanos chasquearon la lengua
en desaprobación.
‒Bueno, hay todo tipo de rumores. Dicen
que la señora es un bellezón y que
cualquier hombre se enamora de ella a
primera vista.
La verdad es que la duquesa no era tan
hermosa. Aun así, Jerome chasqueó la
lengua otra vez al ver cómo se reía Fabian.
‒Mi señora es bellísima.
‒¿Te has comido algo en mal estado o
algo…?
‒Mmm, reírte de otros porque sí no es
bueno.
‒¿Qué? A mi señor no le importan esos
rumores.
¿De veras? Jerome estaba convencido que
al duque no le iban a hacer ni pizca de
gracia esos rumores sobre su esposa.

* * * * *

Damian creyó haber dormido durante


muchísimo tiempo, pero cuando se levantó
todavía seguía siendo de día.
Los aposentos del chico estaban en uno de
los edificios conectados a la torre central,
un lugar construido para los hijos del
duque. Era bastante grande, de hecho, allí
cabían hasta diez niños.
Cuando el muchacho miró por la ventana
pudo apreciar que el jardín estaba repleto
de flores.
Esto debe ser obra de la duquesa…
Damian siempre había pensado que las
flores no le quedaban bien a la casa ducal,
sin embargo, aquellas no parecían estar tan
fuera de lugar. El chico no solía sentir nada
por las plantas y, aun así, se le ocurrió que
ver el jardín rebosante de flores sería
fantástico.
Así fue como Damian se decidió a bajar al
jardín donde el aroma de las flores le
abrumó.
‒Damian.
Era la primera vez que el chico veía posible
que alguien pudiese llamar su nombre con
tanta dulzura. El joven amo se detuvo de
repente y se dio la vuelt a para ver a la
duquesa acercándosele.
¿Por qué está tan contenta?, pensó Damian
con la cabeza ladeada observando a la
duquesa.
‒¿Ha dormido bien? Se ha despertado muy
temprano. ¿No tiene hambre?
Su voz era suave y clara. Una voz
agradable llena de buena intención. Damian
tiró de las riendas de su prudencia. Qué
buena actriz era.
‒…Estoy bien por ahora.
‒¿Le interrumpo?
‒No.
Damian no recordaba a su madre y todos
los profesores de su internado eran
hombres; las mujeres que trabajaban en las
cocinas o hacían las tareas de su colegio
eran todas de mediana edad, por lo que
nunca había tenido oportunidad de hablar
con una joven. Se sentía terriblemente
incómodo.
‒El jardín me pareció bonito, así que he
venido.
‒Acabo de plantar unas cuantas flores, me
alegra que le gusten.
‒Puedes hablarme con más familiaridad.
‒Mmm… ¿Seguro? No me importa mucho,
pero… ¿Estaría más cómodo?
‒Sí.
‒Muy bien. ¿Te gustaría dar el paseo
conmigo si es lo que has venido a hacer?
‒…Sí.
Lucia no dejó de mirar al chiquillo de reojo
mientras caminaban por el jardín. Cuánto
más le miraba, más se impresionaba. Era
como si el corazón que tanto de menos
echaba al duque se complaciera con sólo
mirar a Damian. Hasta el porte rígido y
educado del niño era como el de Hugo.
‒He oído que estudias en un internado.
¿Estás de vacaciones?
‒…No hay vacaciones, pero se puede salir.
Mi señor me ha pedido que viniera, así que
aquí estoy. También me ha pedido que te
salude.
‒Ah…
Damian mantenía las distancias, Lucia lo
sentía.
Aunque, la verdad, si me hubiese llamado
“madre” habría sido todavía más
incómodo…
Cuando los niños nobles llegaban a cierta
edad, era bastante común que se
obsesionaran con la idea de su título y
fueran arrogantes o imprudentes. Había
casos en los que después de madurar
continuaban con esos comportamientos,
pero con el tiempo lograban aprender a
poner fachadas y ocultar su interior.
A pesar de que Damian había sido criado y
educado como un soldado, Lucia sólo le
veía como a un niño más. ¿Sería el
internado quien lo había educado tan bien?
‒Damian, para serte sincera, ahora mismo
no puedo pensar en ti como si fueras mi
hijo. ‒¡Qué directa! Damian hizo una pausa
sorprendido y miró a Lucia.‒ Tú tampoco
puedes, ¿verdad? Es difícil que puedas
pensar en mi como si fuera tu madre.
Damian, que no se esperaba esa estrategia,
escogió sus palabras con suma prudencia.
‒…Lo siento. He cometido un error-…
‒No, no te culpo. Es normal. Nos acabamos
de conocer, no nos conocemos, es normal
que estemos cortados.
Los ojos rojos que miraron a la muchacha
le recordaron a un animalito que acababa
de descubrir el mundo. El chico alzó las
cejas de una manera adorable y la estudió
como si fuera algo nunca visto.
Para Lucia, que ya estaba acostumbrada a
la mirada depredadora de una bestia
llamada Hugo, la mirada aguda de Damian
era sólo eso, un par de ojos.
¡Adorable, es adorable!
Lucia se moría de ganas por pellizcarle las
mejillas o acariciarle la cabeza, pero se
contuvo para que el chiquillo no estuviese
tan en guardia.
‒Sólo nos llevamos diez años. Si hubiese
tenido un hijo a los diez años, tu padre sería
un criminal…‒Damian reprimió la sonrisa.
‒ Así que, quiero que nos vayamos
conociendo. No hace falta que seas tan
formal, no me llames: “duquesa”, llámame
“Lucia”. Es un nombre de cuando era niña.
‒ El chico guardó silencio. ‒ Encantada de
conocerte, Damian.
Kate había influencia a Lucia de varias
maneras. Era difícil cambiar su
personalidad, pero intentaba empezar a ser
más directa como ella.
La duquesa le ofreció la mano para un
apretón y Damian se la quedó mirando
como ausente. No entendía lo que
pretendía. ¿Por qué hacía algo así? Damian
era el más débil de los dos. Era joven y un
bastardo. Si la duquesa daba a luz, sería un
obstáculo. No había ningún motivo por el
cual la duquesa pudiese querer mejorar su
relación.
‒¿Eso es un no?
‒…No.
Damian aceptó la mano que la duquesa
había tendido ante él.
No sé cuál es su verdadera intención,
pero… no me queda de otra, tengo que
aceptar.
Aunque Damian era pequeño, no era tan
tonto como para enseñar su as bajo la
manga a un enemigo que no conocía. Ojo
por ojo y diente por diente. Si ella escondía
el cuchillo tras su sonrisa, él haría lo
mismo. Todavía era joven y era consciente
que no disponía de mucho poder. No estaba
en una posición en la que pudiese ir
ofendiendo a cualquiera.
Creo que será difícil acercarme a él…
Damian se creía capaz de ocultar sus
pensamientos, sin embargo, Lucia era una
maestra en ese sentido y para ella, su
prudencia, era obvia. Aunque le dijera que
no era una enemiga, el chico no pensaba
creerla.
Cualquiera que se hubiese criado sin una
madre que le abrazase ni un padre que le
atendiera con cariño además de ser un
bastardo no se fiaría.
No pasa nada, con el tiempo me creerá.
Lucia sabía que iba a amar a su hijo tanto
como le amaba a él.

.x.x.x
Parte V

Lucia apenas salía a montar a caballo desde


la llegada de Damian y mucho menos ahora
que se estaba preparando para otra fiesta,
por lo que Kate decidió hacerle una visita.
Las dos amigas se saludaron con un abrazo.
La condesa de Corzan se había hecho daño,
así que Kate no había podido pasarse desde
hacía bastante tiempo. Tal vez el tiempo
empezaba a hacer de las suyas en la
anciana condesa. La buena mujer se había
torcido el tobillo y había decidido que su
queridísima sobrina la cuidase.
‒¿Cómo está la señora Michelle? ‒
Preguntó Lucia.
‒Todavía cojea un poco, pero ya anda. Me
ha pedido que te dé las gracias por la
medicina que le enviaste, se ve que ha ido
muy bien.
‒Ha sido un placer.
La señora Michelle solía acudir a menudo a
Roam, pero cuando Lucia fue capaz de
manejar sus muchas fiestas y socializar sin
problemas, dejó de ir por su salud. Sin
embargo, se comunicaban a través de Kate.
‒Esto es la razón por la que he venido a
verte, Lucia. ‒ Kate depositó una cesta
sobre la mesa. ‒ Es el regalo que te había
prometido. Ábrelo.
Lucia quitó lo que cubría la cesta.
‒¡Vaya! ‒ Exclamó.
Un cachorro de zorro con el pelaje dorado
movió las orejas. Al principio, se preocupó
porque Lucia le estuviese mirando
fijamente, pero al cabo de unos segundos
empezó a bostezar y cerró los ojos. El
animalito se envolvió con su mullida cola.
Era una criatura encantadora y tan diminuta
que cabía entre las manos.
‒¡Dios mío! ¡Es encantador!
Lucia se llevó la mano al pecho. Había ido
a la caza del zorro y visto los zorros que
criaban las otras señoras, pero nunca había
visto uno tan adorable.
‒También es la primera vez que yo veo uno
tan bonito. Hasta brilla, será precioso
cuando crezca. Se tienen que domesticar
cuando son crías. Ocúpate de él, tiene que
ser capaz de reconocer a su dueña antes de
que acabe de crecer. No hay excusa si se te
pasa el tiempo.
‒Sí.
‒Te enviaré una lista de cosas que necesitas
saber.
‒Gracias, Kate. Es un regalo maravilloso…
Las dos mujeres continuaron con su
conversación sobre los zorros durante un
buen rato más.
‒Oh, ¿dónde tendré la cabeza? Iba a ir a
montar. ¿Quieres venir, Kate?
‒No pensaba ir, pero hace mucho que no
voy. Vamos.
‒Ah, también quiero presentarte a alguien.
Lucia le ordenó a una criada que fuese a
llamar a Damian.
‒Damian está aquí. Está en cas apara
variar, pero no sé si habrá más
oportunidades para presentártelo.
‒¿Quién…?
‒El hijo del duque. Bueno, ahora también
es mi hijo.
La expresión de Kate se endureció de
repente.
‒¿…Qué?
‒¿No lo sabías? Creía que ya se sabía que
Damian será su heredero.
‒Ah… Bueno… Algo había oído…
La vida del duque era un tema tabú entre
los nobles del norte. Nadie había estipulado
una norma para acallarlos, pero eran
plenamente conscientes que debían cuidar
sus palabras. De hecho, fue gracias a sus
esfuerzos que los rumores de su heredero
no habían alcanzado la capital. No
obstante, al duque de Taran no le podía
importar menos que se extendiese.
‒¿Me has llamado?
Kate tragó saliva, no estaba preparada
mentalmente para mirar al niño moreno de
ojos negros.
‒Damian, saluda. Es casi la única persona
que me visita en Roam. Es una amiga mía,
Kate Milton.
Damian se la miró con indiferencia,
mientras que Kate apenas lograba ocultar
su perplejidad. El chico estaba muy
acostumbrado a ese tipo de expresiones. Se
entristeció un poco y asintió cabizbajo. La
buena fe de la duquesa le había dado falsas
esperanzas.
‒Es un honor conocerla, señorita Milton.
Soy Damian.
‒Ah… sí. Lo mismo… digo, joven amo.
A Kate no le había costado tanto controlar
sus expresiones en la vida. Ni siquiera
aquella vez que se desgarró el vestido en
medio de la ciudad.
‒Vaya, tu forma de hablar… Caray, ¿quién
diría que sois padre e hijo? ‒ Dijo la
duquesa y estalló en carcajadas. La
situación se le hizo graciosa. ‒ ¿Sabes
montar a caballo, Damian? ¿O es mejor que
lleve un potro?
‒Sé montar, he aprendido en el internado.
‒No hay nada que no sepas hacer. ¿A qué
es maravilloso, Kate? Sólo tiene ocho años
y ya sabe montar a caballo.
‒Ah… sí. Es… genial.
No era normal para un niño tan pequeño
haber aprendido a montar ya, pero no era
sorprendente dada la estatura del hijo del
duque. Además, se trataba de un miembro
de los Taran cuyo nombre era venerado
entre caballeros. No obstante, Kate no tenía
intención de menguar el orgullo de Lucia,
así que le siguió la corriente.
‒Ahora nos íbamos a montar, Damian.
Podríamos ir todos juntos.
Damian miró de reojo la expresión rígida
de Kate. Quiso reír, estaba claro que no era
bienvenido.
‒No, da igual. Tengo libros que leer.
‒Estudiar es bueno, pero no te puedes pasar
el día estudiando, sobretodo cuando estás
en la etapa de crecimiento. ¿No quieres
hacerte más grandote?
Grandote. Damian hizo una mueca cuando
Lucia mencionó el tema.
‒Quieres hacerte grande como tu padre,
¿no?
Damian asintió con la cabeza.
‒¿Te importa que Damian se venga con
nosotras, Kate? Perdona por no habértelo
preguntado antes.
‒No… no pasa nada. Pero Lucia, la pista a
la que vamos… Es sólo para mujeres.
‒Lo sé. ‒ Lucia inclinó la cabeza como
preguntando cuál era el problema. ‒
Damian sólo tiene ocho años, no es un
hombre.
Kate percibió la expresión desencajada del
niño que, a pesar de su cuerpo y apariencia,
por fin pareció un niño de su edad al
escuchar esa afirmación de su madrastra.
La amiga de la duquesa giró la cabeza
disimuladamente y soltó una risita. Sentía
un poco de pena por el orgullo roto del
niño.

Ya en la pista cuando las nobles se


acercaban a saludar a Lucia se veían
obligadas a saludar a Damian. Al hacerlo,
todas y cada una de ellas ponían la misma
cara que si hubieran chupado un limón y
ofrecían sus respetos de mala gana.
Algunas se miraban a la joven duquesa
incapaz de comprenderla, otras con
preocupación creyendo que tal vez fuese
demasiado joven como para entender la
gravedad del asunto.
Lucia, por su parte, se comportaba como si
no las viera, indiferente y Damian de vez
en cuando la miraba de una manera
particular.
‒Esta es Emily. ‒ Lucia le presentó su
caballo favorito a Damian.
Damian estudió al animal y se le acercó
lentamente por delante para no asustarlo
antes de acariciarle el lomo.
‒Es un buen caballo.
‒¿Sabes de caballos?
‒Sólo sé si es bueno o no, no soy un
experto.
‒Pues yo no sé ni eso. Como Emily es mi
yegua, para mí es la más bonita de todas,
pero en realidad todos me parecen iguales.
¿No es increíble, Kate? A pesar de lo joven
que es Damian sabe muchas cosas.
Kate esbozó una sonrisa al ver lo orgullosa
que estaba la duquesa y miró de soslayo al
joven amo que había girado la cabeza para
otro lado totalmente avergonzado. Al
principio Kate no comprendía a su amiga,
pero acabó aceptándolo. Tener una buena
relación con su hijastro no era nada malo.

Después de dar un par de vueltas a la pista,


Kate y Lucia decidieron descansar en la
salita mientras que Damian optó por
continuar montando.
Todas las mesas de la sala estaban
ocupadas por grupos de mujeres. Aquella
pista se había convertido en un lugar de
socialización para mujeres.
‒La gente mira a Damian con más frialdad
de la que me esperaba. ‒Kate no sabía si
contestar, así que se limitó a escuchar. ‒
¿Por qué son así? Es el heredero que ha
elegido el duque.
‒Seguramente… es por las leyes no
escritas. Aunque la ley estipula que
cualquier hijo reconocido tiene derecho de
sucesión, en realidad no se han dado
muchos casos, y los que ha habido han sido
un puñado de títulos de conde porque el
padre no ha podido tener más
descendencia.
‒Ya veo, no lo sabía.
En su sueño, Lucia había sido una condesa
sin hijos, por lo que nunca le había
prestado atención a ese tipo de asuntos.
‒¿Y qué pasa si no hay hijos?
‒La mayoría de la gente adopta a uno de
algún familiar.
Que a un bastardo lo reconocieran como
hijo legítimo ya era algo que agradecer con
su vida. Kate se quedó con un regusto
amargo en la boca porque, en cierto modo,
Lucia también era uno de los hijos
ilegítmos de Su Alteza el rey.
Una mujer noble se acercó a su mesa: la
condesa Philia. Era una mujer
extremadamente rica para su edad y una
jinete magnífica.
Se saludaron pasando por todas las
formalidades requeridas y, entonces, Philia
dejó dos cestas de flores en la mesa.
‒Acaban de darme una nieta y en el norte
tenemos la tradición de repartir flores
amarillas a la gente que nos rodea para
desear que nuestros nietos crezcan sanos.
‒Vaya, felicidades. Su nieta crecerá tan
saludable como usted, condesa.
La condesa se dio la vuelta y repartió las
flores a otras personas.
‒La tradición existe, pero no hay mucha
gente que siga haciéndolo. ‒ Dijo Kate. ‒
Al parecer la condesa Philia todavía se lo
cree y sí es verdad que lo normal es dar
flores amarillas, pero… No esta en
concreto… Es muy cara. Debe haberse
gastado una fortuna.
Lucia echó un vistazo a la cesta y sonrió
ambiguamente. Las bellas rosas amarillas
parecían presumir de su propia belleza.

* * * * *
Como siempre, los criados salieron a la
puerta para recibir a la señora de la casa. La
puerta del carruaje se abrió y Lucia bajó.
Cuando Jerome vio las rosas amarillas que
llevaba en la mano se asustó.
‒¡Oh!
El mayordomo exclamó un sonido extraño,
pero consiguió ocultarlo fingiendo que se
aclaraba la garganta. El resto de empleados
pretendieron no haber oído ni visto nada.
Lucia le miró extrañada y, entonces, le
enseñó la cesta llena de flores.
‒La condesa Philia me las ha regalado
porque ha tenido una nieta.
‒Ah, sí…
Jerome suspiró pesarosamente tras aceptar
la cesta. No quería ver rosas amarillas
nunca más.

Lucia y Damian se sentaron cara a cara en


el recibidor para disfrutar del té con Jerome
de pie a un lado listo para servirles.
‒Ahora que lo pienso, no hay rosas
amarillas en el jardín. Estoy pensando en
hacer un jardín de rosas la primavera que
viene, ¿qué te parece, Jerome?
Jerome se tensó.
‒¿No puede… repensárselo…?
‒¿Por qué?
‒A mi señor… no le gustan especialmente.
Lucia abrió los ojos como platos mientras
le miraba y se volvió para Damian.
‒Damian, sé sincero. ¿Sabías que no hay
rosas en el jardín?
‒No.
‒¿Ves? Jerome, a no ser que un hombre
esté particularmente interesado en las
flores, no se da cuenta de esas cosas. Dudo
mucho que mi marido sea capaz de
diferenciar varios tipos de flores. Aunque,
claro, al menos sabe distinguir las rosas
amar-…
Jerome la interrumpió dramáticamente la
garganta y Lucia soltó una risita.
‒No te preocupes, voy a evitar ese color.
El problema no era el color, sino que el
mismísimo duque había dejado muy claro
que no pensaba volver a posar los ojos en
rosas nunca más. Era algo serio. Jerome
tuvo sudores fríos.
Cuando Damian se retiró a su cuarto, el
mayordomo se atrevió a decir aquello en lo
que había estado pensando tanto tiempo.
‒Mi señora, me preguntó para quién era la
rosa amarilla del otro día, ¿verdad?
‒Sí, me acuerdo de eso.
‒Le envíe una rosa amarilla a la condesa
Falcon por órdenes de mi señor. ‒ Jerome
se puso más nervioso al ver que su señora
no contestaba.
‒¿Y eso? ¿Se han visto?
‒¡No! Para nada. Le informé que mi señora
sentía curiosidad y… me ordenó enviarla.
‒Ya veo. ‒ Lucia respondió con
indiferencia, como si fuera algo trivial.
Jerome se angustió tratando de
comprender, aunque fuera sólo un poco, los
sentimientos de su señora.
Pero, en realidad, para Lucia era un asunto
que carecía de importancia. ¿Merecía la
pena saltar de alegría porque su marido se
hubiese encargado de una de sus amantes?
No obstante, la joven sintió que le quitaban
un peso de encima y se le ablandó el
corazón. El anhelo que la presencia de
Damian había logrado apaciguar resurgió.
Quiero verte… ¿Cuándo volverás…?
El señor de Roam que había dejado su
trono regresaría al cabo de un mes de
subyugar a los bárbaros.

Capitulo 34 Damian
Parte VI
El duque apestaba a sangre.
Jerome se asustó unos instantes al recibir a
su señor por el aura asesina que desprendía,
pero ocultó sus sentimientos.
‒La señora duerme y el joven amo ya ha
llegado. No hay nada más que informar. ‒
Jerome recitó un breve resumen de lo
ocurrido a su amo.
Hugo se limitó a asentir, se dio la vuelta y
se marchó. Jerome ordenó a una de las
criadas que le preparasen un baño al señor
y, entonces, persiguió al grupo de
caballeros que se iban del castillo.
‒¡Señor Heba!
Uno de los soldados detuvo sus pasos y
esperó a que el mayordomo le alcanzase.
‒¿Qué ocurre? ‒ Preguntó estudiando al
serio criado.
‒¿Ha pasado algo? El señor no suele volver
cubierto de sangre…
‒Ah, nos hemos topado con un grupo de
ladrones de camino.
‒¿Ladrones? No creía que la seguridad
fuese tan baja…
‒Ni que lo digas, no sé de dónde han
salido, pero estaban saqueando a unos
vendedores ambulantes cuando el señor los
descubrió.
‒…Ya veo. ¿Los ha castigo él? No parece
que hayan sido ladrones normales.
El señor Heba sonrió con ironía en lugar de
contestar. No, las víctimas no habían sido
ladrones profesionales, sólo un grupo de
vagabundos con mala suerte que habían
estado intentando robar algo. ¿Castigo? Su
señor no se molestó en preguntarles, se
limitó a degollarlos allí mismo, y gracias a
eso, los vendedores consiguieron escapar
mucho más asustados.
La mayoría de los del grupo no habían
alcanzado la mayoría de edad aún, sin
embargo, el duque no toleraba esos
comportamientos. No, más que un castigo,
había sido una masacre. El soldado creía
estar acostumbrado a verlo, pero cada vez
que presenciaba la crueldad de su señor
reculaba.
‒¿No ha pasado nada más, pues?
‒Sí. ‒ Respondió encogiéndose de
hombros.
‒Cuando subyugaba a los bárbaros,
¿parecía estar de mal humor o…?
La forma en que el señor subyugaba a los
bárbaros era extremadamente cruel. A otro
nivel de cómo mataba a sus enemigos en la
guerra. Sólo los guerreros que le
acompañaban a la batalla eran testigos de
ese lado suyo. No era una situación
describible con un: “estar de mal humor o
no”.
Incapaz de transcribir sus pensamientos en
palabras, el señor Heba sacudió la cabeza.
‒Ya veo. Debe haber sido un viaje
agotador. Descansad.
‒Adiós.

* * * * *

Hugo pasó un buen rato hundido en la


bañera para poder deshacerse del pungente
olor de la sangre. Sin embargo, el
repugnante aroma de la sangre no
desaparecía.
Hasta entonces, este tipo de cosas no le
habían molestado, pero cuando vio el
titubeo de su criado pensó en su esposa.
Imaginarla retroceder por el miedo le
hundió el corazón.
No quiero que me vea así.
Al llegar a esa conclusión la sensación
sangrienta que nunca le había molestado,
de repente, le asqueaba.
¿Un noble honorable? ¿Un soldado
poderoso? Paparruchas.
Cuando se quitaba la cáscara no era más
que un cazador, un asesino que cazaba
humanos.
Hugo era plenamente consciente de la
locura que corría por sus venas. Un
impulso tenaz que le impulsaba a desear
ríos de sangre. Si no fuera por la última
guerra, seguramente en esos momentos se
le conocería como a un asesino. La
sensación de cuando le arrancaba el cuello
a una persona le emocionaba, el olor de la
sangre le liberaba. No se sentía culpable ni
cuando veía el horror en las miradas de sus
víctimas, tampoco tenía pesadillas.
El señor de los Taran era considerado un
caballero poderoso y un gran señor desde
hacía generaciones. Su linaje poseía una
sangre especial que transmitía un intelecto
y un físico superior al normal, por eso los
Taran estaban tan obsesionados con
preservar su pureza.
Según Philip, Hugo fue un producto
exitoso, sin embargo, él jamás estuvo
orgulloso de ello. Hugo rechinaba los
dientes. Quería acabar con su linaje para
que no quedase ni rastro. Quería rebelarse
contra sus ancestros y enviarlos al más
profundo de los infiernos.
Si ese vejestorio no hubiese aparecido con
Damian…
Cuando Philip apareció con Damian, los
planes de Hugo de acabar con su linaje se
vinieron abajo.

* * * * *

Hugo, al acabar de bañarse, se dirigió a su


dormitorio y se quedó en el marco de la
puerta. Indeciso, al final terminó yendo al
cuarto de su esposa. Entró y esperó unos
instantes a que sus ojos se acostumbrasen a
la oscuridad.
Anduvo hasta la cama y se quedó allí de
pie, contemplando su silueta. Hugo tuvo
una sensación extraña de solo mirarla.
Como si se le enfermase el corazón, le
costaba hasta mirarla.
El hombre levantó la sábana y se deslizó al
lado de su mujer, entonces, la rodeó con los
brazos por la cintura y se la acercó. Enterró
la nariz en su cuello y se dejó embargar por
su aroma afrutado. Cerró los ojos y, al cabo
de un rato, se tranquilizó.
Hugo estaba dividido en dos. El motivo por
el que podía volver a su posición como
duque como si nada después de cazar y
empaparse de sangre era porque se había
separado en dos. Su espíritu era
especialmente tenaz y fuerte, así que él
conseguía cordura donde cualquier otro
hubiese enloquecido. Sin embargo, le
costaba más volver a ser duque, que volver
a ser cazador. Solía necesitar más tiempo
para saciar su sed de sangre y controlarla.
No obstante, sorprendentemente, lo
consiguió mucho más rápido, tal vez por la
calidez de la que disfrutaba entre sus
brazos.
Ahora que había calmado su excitación por
la masacre, el calor de su bajo abdomen se
extendió por el resto de su cuerpo. Su
intención había sido abrazar a su mujer y
quedarse dormido después de sentir su
calor y su piel suave, pero ya no lo
aguantaba más.
Sólo un poquito…
Deslizó las manos dentro de su pijama, le
besó el cuello y le apretó el pecho con
suavidad para ver su reacción.
¿Se despertará?
Contrario a sus expectativas, ella continuó
totalmente dormida.
¿Por qué duerme tan profundamente?
Gruñó. Su marido acababa de llegar
después de ausentarse durante mucho
tiempo, la estaba besando y tocando y ella
seguía dormida. No estaba satisfecho y se
rehusó a aguantarse.
Se sentó sobre la cama y tiró al suelo la
sábana que los cubría. Se bajó hasta sus
piernas, le levantó el tobillo y le besó la
punta del pie. Se metió su piececito en la
boca y lo lamió como si de caramelo se
tratase. Besó y lamió su tobillo, continuó
por su muslo. La acarició y la mordió con
suavidad.
Normalmente ella ya se habría despertado
llegados a este punto, pero aquel día estaba
especialmente dormida. Sin embargo, verla
dormir tan plácidamente le molestó. Le
puso las manos en la cintura y la desnudó.
Entonces, le separó las piernas y puso la
boca en su pétalo. La imagen le endureció
todavía más el miembro, pero tuvo que
controlar sus ganas de entrarla.
Hugo bajó los labios a la carne pálida y
tierna que la muchacha tenía entre las
piernas y chupó hasta dejar una pequeña
marca que parecía un chupetón. Sonrió
satisfecho. Su mujer no podía quejarse
porque estaba en una zona difícil de ver.
¿Cuándo verá la marca?
Quería ver su expresión cuando se diera
cuenta. Seguro que entraba en pánico y no
sabría qué hacer.
Hugo alzó la vista otra vez, pero seguía
dormida.
‒Y sigues dormida. Veamos hasta donde
aguantas.
Volvió a bajar la cabeza, le besó el lago
oculto en su bosque. Lamío, chupó, tragó y
giró la lengua a su alrededor hasta entrar en
ella. Penetró su interior con la lengua hasta
que su sequedad se humedeció.
Lucia se despertó con un calor extraño en
sus partes bajas. Medio dormida, notó un
estímulo externo entre sus piernas. Y antes
de que pudiese comprender la situación,
algo la penetró.
‒¡Uh!
Alguien le sujetaba las piernas y le lamía su
parte más delicada. Se las apañó para
levantar la cabeza y mirar para abajo,
donde le encontró enterrado entre sus
piernas. Lucia obligó a su cerebro a
funcionar.
¿Ha vuelto? ¿Cuándo?
Sin embargo, no le dio tiempo a reflexionar
durante mucho tiempo. La puntiaguda
lengua de su marido le rozó la entrada
vaginal y la penetró. Un cosquilleó le
recorrió la columna vertebral.
Lucia se estremeció y no pudo evitar gemir.
‒¡Ah!
Su lengua no estaba tan dura como sus
dedos, pero era mucho más precisa. La
estimulación le provocaba oleadas de
excitación y se vio obligada a aferrarse a
las sábanas entre gemidos. Movía la cintura
intentando cerrar las piernas, pero él se las
separaba con firmeza. Hugo violó con
dureza su interior con la lengua. Chupó su
entrada húmeda como si fuera un oasis en
el desierto; saboreó su mojada y tierna
carne y exploró sus profundidades con la
lengua, disfrutando de sus reacciones.
Ahora que los fluidos corrían sin parar,
supo que su mujer estaba despierta.
Acarició la pequeña protuberancia de del
centro con la punta de la lengua y lo
mordió.
‒¡Ah! ¡Ay! ¡Ah!
Sus gemidos se convirtieron en chillidos
apasionados, y hasta que no sollozó, no
apartó la boca de su vagina. Besó, lamió,
chupó y tragó. Era incapaz de apartarse del
aroma y sabor de sus fluidos. Chupó como
si pretendiera tragársela entera y, a modo
de respuesta, ella subió la cintura.
Hugo la lamió desde el abdomen hasta el
pecho. Los ojos de Lucia le miraban como
ausentes. Era una lástima. Si hubiera
habido más luz habría podido ver su
sonrojo.
El duque le apretó los pechos y los
manoseó con sus manos callosas y ásperas
de soldado. Su piel parecía la mejor de las
sedas, le encantaba sentirla. La muchacha
no tenía defectos. El hecho de que sólo él,
su marido, fuese el único capaz de sentir y
ver semejante espectáculo satisfacía su
posesividad.
Bajó la cabeza y le pegó un bocado a su
apetecible fruto. Los pezones de la joven
estaban erectos por las constantes caricias.
Lucia olía deliciosamente bien, su aroma
era tan cautivador que Hugo deseaba
tragárselo. El señor admiró su propia
capacidad de control al escuchar los
gemidos y jadeos de su esposa.
Llevaba sediento desde el primer día de
caza. Daba igual con cuántos bárbaros
acabase, no era suficiente.
Me da igual, no me importa.
Intentó romper el hilo que ataba su
corazón. ¿Vacilar? ¿Qué más daba? Estaba
intoxicado de ella, no sabía qué hacer y ella
jamás intentaría hacerle vacilar.
Con una mano le separó las piernas. Tenía
el miembro tan duro que le dolía. Se colocó
entre ella y la levantó rápidamente para
penetrarla de un solo movimiento, llegando
a sus profundidades.
‒¡Ah!
Su cuerpo se retorció y aceptó al intruso.
‒Ah…
Hugo la aguantaba con una mano mientras
con la otra se aferraba a las sábanas. Gruñó
un gemido.
Eso era. Su interior le envolvía a la
perfección, hasta el punto de que podían
unirse sin dejar ningún hueco. Se sentía
perfectamente satisfecho. Los pechos de
ella se balanceaban con cada uno de sus
movimientos. Sus pezones, mojados de
saliva, brillaban y el recuerdo de su sabor
le excitaban.
Hugo le pellizcó un pezón y lo lamió con
suavidad. Jugó con él un par de veces antes
de metérselo entero en la boca.
‒¡Ugh! ¡…Ah!
Le masticó y chupó con todas sus fuerzas.
Dejó rodar la lengua a su alrededor y, una
vez más, mordió con suavidad.
Ella se estremeció excitada, gimió y su
interior le apretó. Ya no aguantaba más.
‒Levanta la cintura.
Lucia escuchó el vago sonido de su voz
entre sus propios gemidos. Recordando con
precisión sus penetraciones, su interior le
estrujó. Lucia vio como él reprimía un
gemido y se le secó la boca. Su corazón se
desesperó cuando ella le cogió la mano y le
rodeó con las piernas.
Hugo le agarró las nalgas, se acercó a sus
rodillas y la levantó. Sacó su miembro y lo
volvió a clavar con más intensidad.
‒Huh…
Tal vez fuese por el tiempo que llevaban
separados, pero a Lucia le parecía más
grande de lo normal. Como si llenase su
cuerpo por completo, como si le faltase el
aire. Le apretó las manos.
‒¿Más lento? ‒ Preguntó él al ver la mueca
de su esposa.
Lucia apretó los labios y asintió con la
cabeza. Él salió de ella, movió la cadera
más despacio y volvió a entrarle.
‒Ah… Nng…
Su miembro la penetró y calentó sin parar.
A veces profundamente, a veces
superficialmente. Sus movimientos
controlados e intensidad aceleraron su
interior.
‒Ah… Joder… ‒ Murmuró. ‒ Me estás
devorando.
Conforme ella se acercaba al clímax su
interior se suavizó y él fue incapaz de
controlar su impulso de darlo todo. Era una
sensación increíble.
‒Ah… ¡Ah!
Hugo aumentó la velocidad, penetrándola
sin ninguna reserva. El cuerpo de ella se
mecía al son de sus movimientos. Se
retorció y se ahogó en el placer.
Su marido se agachó y le besó los párpados
y las orejas.
‒¿Sabes que ahora mismo tu expresión
es… una locura?
Le sujetó la cintura para que no pudiera
moverse y la penetró con fuerza. Cada vez
que la entraba, a ella le brillaban los ojos y
su respiración acelerada resonaba en sus
oídos.
‒Parece que vayas a llorar, pero… Tu
interior no me suelta… Ah… Esto… ¿Te
gusta?
‒¡Ah! ¡Ang!
‒¿Quieres más? ¿Te gusta cuando lo hago
así?
Hugo no se avergonzaba de lo que decía.
Tenía razón, el interior de ella le envolvía y
le absorvía, se movía con él y la excitaba.
‒¡Ah…! ¡Hugh…! ¡Demasiado…! ¡Ah!
La estimulación era demasiado intensa. Le
faltaba el aire como si hubiese saltado de
una gran altura. Su pene duro entraba en
ella vigorosamente y se creía a punto de
enloquecer.
Cada una de sus penetraciones le daban la
sensación que la iban a partir en dos, y cada
vez llegaba más hondo.
‒¡Ah! ¡Ah! ‒ Jadeaba en busca de aire.
Lucia gritó seductoramente al llegar al
clímax. Sus paredes estrujaron a su marido
y él rugió como una bestia salvaje.
‒Hnn… Hugh.. Un… Momento…
Lucia quería que parase un momento, pero,
al parecer, sus suplicas le excitaban todavía
más porque sus movimientos se volvieron
más fieros.
Los músculos de su cadera se contraían
frenéticamente. Las piernas con las que le
había rodeado habían perdido su fuerza, así
que Hugo se las cogió y la acercó más para
llegar a lo más hondo de su cuerpo.
‒¡Huuuh! ¡Hk!
Era agotador, pero placentero. Su fuerza la
penetraba con movimientos apasionados
como si quisiera comérsela. Él también
gemía intermitentemente y eso le gustó.
El cuerpo de Lucia aprendió la alegría de
unirse con un hombre. Sus capullos habían
florecido y sus pétalos caían de vez en
cuando. Su cuerpo estaba abierto para su
amado.
La pared que había tratado de construir
desapareció y su cuerpo reaccionó todavía
con más entusiasmo. Reaccionaba
instintivamente y eso le volvía loco.
Hugo dejó caer las piernas de ella, la sujetó
por la cintura y la penetró por atrás. Cada
vez que estimulaba su punto, ella fruncía el
ceño.
‒¡Ah!
El cuerpo de Hugo se tensó
momentáneamente antes de correrse dentro
de ella. Lucia notó cómo un líquido
caliente la llenaba y cerró los ojos. Su
vagina se estremeció y le apretó.
Hugo sacudió los brazos, gruñó
complacido.
‒Ah… Ah…
Su marido se dejó caer sobre ella. Sentir su
peso le dio una sensación de comodidad
increíble. Lucia posó su temblorosa mano
sobre su cabeza y le acarició el pelo
mojado.

.x.x.x
Parte VII
El único sonido en la habitación eran los
jadeos de dos personas. Cuando Lucia por
fin volvió a respirar con normalidad, Hugo
bajó la cabeza, le dio la vuelta y la envolvió
con sus brazos. Su marido la abrazó unos
minutos antes de cubrirle los labios, los
ojos y la frente de besos.
‒Jaja, me haces cosquillas.
‒¿Quieres que deje de hacerte cosquillas? ‒
Susurró él, mordiéndole suavemente el
cuello y poniéndole la mano en la cintura.
Sin embargo, Lucia lo apartó. Con
terquedad, Hugo le agarró las nalgas y esta
vez Lucia le empujó el pecho.
‒No, mañana tengo muchas que hacer.
‒¿El qué?
‒Voy a hacer una fiesta en el jardín dentro
de tres días, quiero aumentar la escala un
poquito. Así que desde mañana me va a
tocar organizar el jardín, prepararlo y, por
supuesto, hay otras tantas cosas que debo
hacer.
Hugo gruñó para sí al darse cuenta de que
su mujer había estado totalmente bien sin
él.
‒¿Una fiesta en el jardín? ¿Todavía quedan
flores? Empieza a hacer frío.
‒Hay flores de otoño. No son tan bonitas
como las de primavera o las de verano,
pero quería hacer la fiesta antes de que se
acabe el año.
‒O sea que tu fiesta es más importante que
tu marido que acaba de volver. Vaya
prioridades. ‒ Una vez más, deslizó la
mano hasta su cintura y pegó los labios a su
cuello.
‒No seas irrazonable. ‒ Lucia le dio un
golpecito en los hombros. ‒ ¿Te das cuenta
de lo infantil que suenas?
‒Oh, vaya. ¿Ahora pegas a tu marido?
Lucia abucheó su intento de ir de duro. Los
ojos de Hugo se iluminaron y su intención
fue tocarla otra vez, pero el cuerpo de
Lucia lo evitó rodando.
La cama se volvió un desastre en cuestión
de segundos con sus giros, sus tirones y
demás.
Lucia acabó jadeando del cansancio y él la
atrapó. Hugo la abrazó por atrás, deslizó
sus piernas entre las de ella, colocó una
mano en su pecho y le besó la espalda.
Lucia, viendo que era imposible zafarse de
su agarre, le dejó hacer.
‒¿Cómo ha ido lo de tus vasallos?
‒Mmm. ¿Y tú? ¿Qué has estado haciendo?
‒Nada… Ah, no, hay algo. Damian ha
vuelto.
Su cuerpo se tensó por un momento y
Lucia, aun entre sus brazos, lo notó.
‒…Ya lo sé.
¿Qué significaría Damian para él? La joven
quería preguntar muchas cosas, pero
decidió tomárselo con calma y esperar al
momento adecuado. Hasta Jerome trataba
el tema con delicadeza y la muchacha
estaba segura de que el niño no odiaba a su
padre.
No hubiese sido extraño que el sentido de
la vergüenza y el ser un bastardo hubiesen
fastidiado la personalidad de Damian, pero
el niño tenía una personalidad sincera y era
inocente. Si Damian fuera su hijo, aunque
no le hubiese dado a luz ella misma, lo
educaría con todo lo que tuviera en mano.
Ahora quería saber lo que su marido
opinaba de su hijo. Si no se resentían, era
una lástima que su relación continuase
siendo tan rígida.
Lucia creía que, a pesar de no ser tan
intenso como el amor entre hombre y
mujer, el amor de relaciones sanguíneas no
se podía romper con tanta facilidad.
‒¿Qué te parece comer? Podríamos comer
todos juntos. ‒ Lucia lo comentó como si
no fuera nada del otro mundo, pero le
preocupaba que Hugo la rechazase. Si ni
siquiera quería comer con el chico la
situación sería catastrófica.
‒Mejor para cenar, tengo una reunión por
la mañana.
Su respuesta fue afirmativa.
‒¿Ha sido grosero en algún momento?
Lucia pensó en ello y se dio cuenta que el
objeto de sus palabras era Damian. Ah, no
conocía a su hijo para nada. Si lo
conociese, aunque sólo fuera un poco, no le
preguntaría algo así.
‒Para nada. Es muy educado y maduro para
su edad; su actitud y sus modales siempre
han sido perfectos. No te preocupes por
eso, me llevo bien con Damia-…
‒No me preocupa eso, pero dime si alguna
vez se porta mal contigo.
Lucia entrecerró los ojos al captar el tono
de su marido.
‒¿Qué harías?
‒Advertirle. ‒ Sin embargo, Hugo era el
tipo de persona que no daba advertencias.
‒No hará falta. Nos hemos llevado muy
bien mientras no estabas… ‒ Cada vez
estaba más soñolienta.
‒¿…“nos”?
La pregunta quedó en el aire.
‒Ah… Voy tarde, pero… Bienvenido…
Hugo besó los labios de su esposa cuando
acabó de murmurar y, poco después, la
joven ya dormía plácidamente.
‒Gracias. ‒ Una vez más la besó y cerró los
ojos.
* * * * *

Cuando Lucia se despertó a la mañana


siguiente estaba sola en la cama, pero
estaba acostumbrada a ello. El
entumecimiento de su cuerpo le recordaba
que lo de la noche anterior no había sido un
sueño. Llevaban tanto tiempo sin unirse
que no le quedaban fuerzas.
‒Ah…
Cuando se levantó, los fluidos viscosos de
su marido se derramaron entre sus piernas.
Da igual la cantidad de veces que lo
viviera, Lucia se moría de vergüenza.
Ya tranquila, llamó a una sirvienta y
ordenó que le preparasen el baño. Las
criadas esperaron a su lado mientras la
joven se bañaba sin dejar de echar vistazos
curiosos a las marcas rojas de su piel de
terciopelo. Su señor había desaparecido al
llegar al castillo, pero viendo el estado del
cuerpo de su señora era obvio que había ido
a visitarla.
‒¿Está en su despacho?
‒En una reunión.
‒¿Ya?
‒Mi señor los convocó antes del amanecer.
Hugo era un hombre tan energético que sus
lacayos debían sufrir. Para él tener una
reunión al llegar al castillo era un
procedimiento natural, y a pesar de que él
se encargaba de la mayoría de las cosas, era
el más entusiasmado.
Lucia se sonrojó al recordar los
acontecimientos de la noche anterior. Le
alegraba volverle a ver y saber que todavía
la deseaba.

Aquel sería la primera vez que cenarían


juntos en familia. Damian fue el primero en
llegar al comedor y se sentó a esperar hasta
que Lucia entró en la sala, que entonces, se
levantó y la ayudó a sentarse.
‒¿Has visto a tu padre, Damian?
‒Todavía no le he saludado. Mi señor
estaba ocupado.
‒Tienes razón, parece que hoy ha estado
ocupado. ‒ Lucia puso mala cara.
A la joven no le parecía correcto que su
marido no hubiese llamado al chico para
saludarle. Qué inconsiderado. Que Damian
hubiese crecido sin volverse mala persona
era toda una proeza.
‒¿Qué has comido? No te la habrás saltado,
¿no? He estado ocupada, así que no he
podido prestar mucha atención.
‒He comido y sé que estás ocupada con tu
fiesta.
Hugo llegó al cabo de un rato. El hombre
posó la mirada sobre Damian unos
instantes y, entonces, se sentó. La familia
empezó a cenar sin intercambiar ni una sola
palabra, ni siquiera un saludo, y Lucia no
pudo evitar alternar miradas entre los otros
dos comensales. La joven no se había
esperado una relación amigable, y tampoco
sabía que no se habían visto desde que
Damian había entrado en el internado, pero,
aun así, era obvio que esta pareja de padre
e hijo no se habían visto en muchísimo
tiempo.
Damian me dijo que admira a su padre y…
él no le nombraría su heredero si le
odiase…
El ambiente era tan horrible como el
temporal frío, pero Lucia no sabía qué
hacer, así que decidió no preocuparse de
ello. Ninguno de los dos era amenazante ni
parecía tener problemas con el otro estando
allí. La duquesa era consciente que ese tipo
de relación no iba a cambiar de la noche a
la mañana, y si alguien intervenía podría
resultar fatal.
Si Hugo tenía más en cuenta a su hijo que
antes, Damian ya tendría un buen gusto de
boca al volver al internado.
Aunque… me gusta verles uno al lado del
otro.
Era como tener dos hugos, uno pequeño y
uno grande. Mirarles la alegraba para
sorpresa de los criados que, atónitos,
admiraban a su señora por se capaz de
comer tranquilamente en medio de un
ambiente tan sofocante.
‒¿Las preparaciones de la fiesta están
yendo bien? ‒ Preguntó Hugo después de
cenar.
‒Sí, va bien. Tenía una cosa que
preguntarte sobre eso. Se me ha ocurrido
que Damian podría atender, ¿qué te parece?
Damian se atragantó con el agua que estaba
bebiendo. Hugo miró a un lado y Damian
posó la vista en su madrastra.
‒¿No es una fiesta para mujeres?
‒Pero Damian no es un hombre, sólo tiene
ocho años.
Hubo un breve silencio y, entonces, Hugo
soltó una risita mientras que las orejas de
Damian se ponían rojas como un tomate.
‒Tienes razón, Damian no es un hombre.
Haz lo que quieras.
‒¿Qué te parece, Damian?
‒¡Yo-…! ‒ Damian abrió la boca, pero en
cuanto Hugo lo miró la cerró y bajó la
cabeza. ‒ Sí, así lo haré.
Lucia sintió la diferencia de poder entre
padre e hijo en su totalidad. Damian a
veces era tan maduro que era difícil de
creer que tan sólo tuviese ocho años. Su
enorme físico, su forma educada y rígda de
hablar y su rico vocabulario ocultaban
cualquier rasgo infantil.
Lucia trató de recordar a su yo de ocho
años, pero no funcionó. Quizás se había
pasado la infancia jugando con los otros
niños del barrio. No obstante, Damian se
había convertido en un cachorro de león al
lado de Hugo. Hugo era el rey león,
sentado en el trono y Damian era incapaz
de pronunciar palabra bajo su atenta
mirada.
Lucia se animó al pensar que su relación
podría mejorar.
‒¿Tienes algún plan para después de cenar?
‒Nada especial, quería ir al estudio a leer.
‒¿Lo tienes que leer hoy sí o sí?
‒No, ¿tenemos invitados?
‒¿A estas horas? No atendería a ningún
invitado tan grosero.
‒¿Entonces…?
‒Da un paseo corto para digerir la comida y
báñate.
‒¿…Qué?
‒Me refiero a que, si te quieres levantar
mañana temprano, tienes que retirarte a tu
alcoba cuanto antes.
Lucia se sonrojó mirando a su marido.
‒¡¿Pero qué dices delante de un niño?! ‒
Exclamó Lucia roja como un tomate.
‒No he dicho nada. ‒ Hugo se rio.
‒¡Serás…! ‒ Lucia lo fulminó con la
mirada y se marchó a grandes zancadas.
‒¿Dónde vas? ‒ Hugo la siguió.
‒¡A dar un paseo! ‒ Replicó acelerando el
paso.
Damian se la quedó mirando atónito, no
comprendía la situación. ¿Qué la había
hecho reaccionar de ese modo? Mientras el
muchacho continuaba comiéndose la
cabeza oyó una carcajada, se giró y vio al
duque riendo alegremente. Era la primera
vez que veía reír a su padre de esa manera
y no con ironía o frialdad. Era fascinante y,
al mismo tiempo, sorprendente. Su fiero
progenitor parecía casi humano.
‒Vamos, Damian. ‒ Lucia volvió a entrar
al comedor unos minutos después.
Damian miró al duque de reojo antes de
levantarse y seguir a su madrastra.
La expresión de Hugo cambió de repente.
“Nosotros”, eso es lo que su esposa había
dicho la noche anterior. Le empezaba a
preocupar esa palabra. Su forma de llamar
al muchacho, sin vacilar, dejaba claro que
se habían acercado mientras no estaba. No
es que quisiera que su relación fuera mala,
pero por algún motivo que ignoraba, no le
acababa de gustar.

.x.x.x
Parte VIII

Damian no paraba de mirar de soslayo a


Lucia mientras paseaban por el jardín.
‒¿Hay algo que quieras decirme?
‒Es… increíble que no le tengas miedo a
mi señor.
‒¿Qué mujer teme a su marido? Damian,
¿te gustaría que tu mujer te tuviera miedo
cuando seas mayor?
Damian sacudió la cabeza, sin embargo, al
joven amo todavía tardaría en comprender
completamente el significado de sus
palabras. Para el chico que Lucia fuera
capaz de tratar al duque como si nada era
sorprendente. Para él, Lucia era una
herbívora dulce y pequeña, mientras que el
duque era un enorme y feroz carnívoro.
‒Bueno, repite después de mi: padre.
‒…Padre.
‒Bien hecho.
Lucia extendió la mano sin querer para
acariciarle la cabeza. Damian se apartó
reflexivamente sorprendiendo tanto a la
joven que retiró la mano de inmediato.
‒…Perdona. ‒ Ambos se quedaron ahí en
un silencio incómodo. ‒ Ha sido sin
querer… ¿Te has enfadado?
‒Ah… no. Sólo me he sorprendido un
poco. ‒ Damian no había estado tan cerca
de alguien en la vida. ‒ No es que me haya
enfadado o algo…
‒Cuando un niño hace algo digno de
alabanza se le puede recompensar con una
caricia, pero si no te gusta no lo haré.
Damian titubeó y musitó:
‒No… no es que no me guste.
‒¿De verdad? Entonces, ¿puedo
acariciarte?
Damian asintió con la cabeza. Lucia estiró
la mano lentamente como si dijese: “no soy
tu enemiga” y le acarició la cabellera
morena. Su pelo era mucho más suave de
lo que se había imaginado. Le acarició
varias veces y se regocijo como si le
hubieran dado un regalo. Llevaba
queriendo hacerlo desde que había puesto
los ojos en él.
¿Cuándo podré pellizcarle los mofletes?
Lucia reanudó la marcha encantada y
Damian la siguió rápidamente.
‒Lucia.
‒¿Mmm?
‒¿Por qué te has enfadado antes?
‒¿Eh? Ah… No estaba enfadada… ¿Cómo
te lo explico…? ‒ La joven ni quería ni
sabía explicárselo, así que buscó un cambio
de tema sutil justo a tiempo. ‒ ¡Ah,
Damian! Es una fiesta formal, ¿tienes traje?
‒No.
‒Claro, te pasas la vida en el internado,
cómo ibas a tener.
‒No hace falta que vaya, Lucia…
Damian quiso aprovechar esa oportunidad
para excusarse de asistir, ya había
soportado suficientes miraditas en la pista
de montura. Le daba igual que lo criticasen
a él, pero no le gustaba que Lucia se
volviese objeto de esas miradas extrañas.
No quería ser el motivo por el que la gente
los mirase.
‒No, tienes que venir. ¿A quién se lo puedo
pedir…? Mmm…
Lucia había decidido no ir en contra de los
deseos de Damian dentro de lo posible, sin
embargo, esa ocasión era una excepción.
Debía acudir, fuese como fuere. La fiesta
en el jardín iba a ser una reunión social
formal a mayor escala donde se reunirían
todas las nobles de alta cuna del círculo
norte. La posición de Damian cambiaría si
lo presentaba allí. Por supuesto, el niño aún
era muy joven y todas las invitadas serían
mujeres, no obstante, que los niños fueran
apareciendo en fiestas y reuniones les
ayudaba a la larga. Por eso mismo la
mayoría de las mujeres nobles se tomaban
la molestia y gastaban semejantes fortunas
en sus fiestas.
‒Puedes comprar uno que no sea a medida.
Lucia y Damian detuvieron sus pasos y
miraron para atrás. Al parecer, Hugo había
empezado a seguirles a unos cuantos pasos
de distancia desde hacía un rato. El duque
se les acercó.
Era la primera vez que Damian estaba de
pie al lado de su padre. Pasmado, admiró su
fuerza e intentó recordar la última vez que
lo había tenido tan cerca.
‒No hace falta que le hagas uno a medida
porque sólo es una fiesta de jardín.
‒Menos mal, gracias por decírmelo. Pues
entonces… Supongo que para Damian lo
mejor sería un traje para un niño de unos
doce…
‒Tiene ocho.
‒Sí, pero es mucho más grandote que los
niños de su edad. Es un gigante en
comparación con sus compañeros. ‒Hugo
posó la vista en Damian con incredulidad. ‒
A lo mejor algún día es más alto que tú.
‒Mmm… ‒ Su tono era extraño. Damian lo
notó, pero Lucia no.
A Damian le preocupó que Lucia hubiese
podido enfadar a su padre.
‒A su edad debías ser como él más o
menos, ¿no?
‒…No lo sé.
Hugo no había tenido una infancia con
tiempo para compararse con los niños de su
edad. Cuando tenía la edad de Damian,
estaba rodeado de niños esclavos que
ignoraban su edad y nombre. De hecho, ni
siquiera él mismo supo su edad con
exactitud hasta que lo llevaron ante el
duque.
‒¿No tenías tanto trabajo? Deberías volver
ya.
‒¿Interrumpo algo? ‒ Respondió de mala
gana.
‒Normalmente cuando vuelves de algún
viaje estás hasta arriba de trabajo. Aunque
mira, has llegado en un buen momento,
creo que Damian todavía no te ha saludo
oficialmente. Venga, Damian.
Damian se la miró vacilante.
‒Me gustaría saludarle. ¿Cómo ha estado?
‒ Bajó la cabeza y miró a Lucia, que estaba
exagerando la palabra “padre” en silencio
con los labios, de reojo. Damian reunió
todo su valor. ‒ …Padre.
Hugo arqueó las cejas. Ese título no le
incomodaba ni le disgustaba, pero no
estaba acostumbrado. Tal vez fuese por el
rencor y asco que le profesaba a su propio
padre o porque nunca había llegado a
llamar así al difunto duque.
Lucia tiró de la manga de su marido. Él le
devolvió la mirada y su sonrisa le presionó.
Era un hombre indiferente, pero no
estúpido.
‒…Bien.
A Lucia le complació ver cómo el cuello
del chico enrojecía y deseó que Hugo
notase lo adorable que era Damian, pero
por el momento era suficiente.
‒¿Has venido de paseo? ¿No estás
ocupado?
‒He salido de paseo. ‒ Replicó
amargamente Hugo. Le daba la sensación
de que su esposa trataba de deshacerse de
él.
Lucia, por su parte, pensaba que el duque
debía estar agotado de tanta reunión.
‒Bueno, pues podríamos pasear todos
juntos. Sería la primera vez.
‒¿…Juntos?
Hugo miró a Damian. En cuanto los ojos de
su padre se posaron en él, el chico se
sobresaltó y tuvo el presentimiento de que
no debía estar allí. Lucia, sin embargo, no
se enteró de nada.
‒Yo me iré ya, tengo que leer un libro, así
que…
‒Damian, volver a estudiar justo después
de comer no es bueno para tu salud. Tienes
que digerir la comida.
‒Ya la he digerido. Tengo que leerme el
libro hoy sin falta.
Damian hizo una reverencia y desapareció
rápidamente como si estuviese huyendo.
Lucia observó cómo el chico se iba
mientras que Hugo hacía una mueca
satisfecha. El chico no era del todo inútil.
‒Os lleváis bien. ‒ Comentó Hugo.
‒Pensaba que querías que nos llevásemos
bien.
A Hugo se le ocurrió que lo suyo era que al
menos se hubieran visto, pero no le
importaba demasiado qué tipo de relación
tuvieran. Su esposa todavía era joven y
creyó que le sería difícil tolerar a un niño
de ocho años, sobretodo a uno tan estricto
como Damian.
‒¿Por qué quieres que vaya a la fiesta?
‒Porque no hay muchas oportunidades para
presentárselo a los demás. Es tu hijo y
ahora, también es el mío. No veo bien que
la gente no sepa ni cómo es.
‒…Qué fácil.
‒¿Qué?
‒Que no te ha costado llamarlo hijo tuyo.
Lucia no comprendió las intenciones de
esas palabras, así que se detuvo para
mirarle.
‒¿No te gusta que me interese por él?
¿Crees que tengo segundas intenciones
para-…?
‒No, Vivian. No es eso. ‒ Suspiró. ‒
Sinceramente, no creía que os fuerais a
llevar tan bien.

‒¡Hey! ¡Te he dicho que no me toques la


cabeza! ‒ Gritó Hugh frenéticamente
cuando Hugo le acarició la cabeza.
La cabeza era la mayor debilidad de los
humanos. Si un enemigo se hacía con ella,
significaba muerte segura. Los mercenarios
sólo se tocaban la cabeza cuando buscaban
que los matasen.
‒Es un símbolo de que nos llevamos bien.
‒ Hugo se rio como siempre hacía.
‒¿Qué te hace tanta gracia, desgraciado?
‒Sonríe. Si sonríes tendrás buena suerte,
Hugh.
‒Ja… Debilucho.
Hugo inclinó la cabeza delante de él.
‒También puedes tocarme la mía.
‒Quítame eso de delante.
‒Inténtalo. Me han dicho que es lo que los
padres les hacen a sus hijos. Nosotros no
tenemos padres, así que habrá que
hacérnoslo entre nosotros.
‒No necesito esa mierda.
‒Pero yo sí, venga.
Hugh extendió la mano con una expresión
que dejaba claro lo mucho que le molestaba
y le acarició la cabeza a su hermano. La
risa encantada de Hugo le hizo pensar que,
en realidad, aquello no estaba tan mal.

‒Si alguna vez se porta mal contigo,


dímelo.
‒¡No lo hará!
Hugo tiró de sus brazos y la abrazó.
Aunque ella se sorprendió, le devolvió el
abrazo descansando las manos en su
espalda. Hugo sonrió.
Cuando se acordaba de momentos con su
hermano sentía algo entre dulce y amargo
en su corazón, pero cada vez que sentía el
calor corporal de su mujer todo el dolor se
apaciguaba.

‒Quiero casarme con una mujer, algún día


te la presentaré. ‒ Anunció un día su
hermano entre risas.
Si Hugo hubiese seguido vivo él también le
habría anunciado que también estaba
enamorado de alguien, aunque ya estaba
casado con ella.

* * * * *

Aquella tarde Hugo organizó toda la


información de su reunión y revisó el
informe de Fabian. Fabian solía informar
sobre la Capital: la llegada de extranjeros,
cómo respiraban los nobles, quién había
interactuado con quién, y demás. Aunque el
fiel espía sabía que a su señor no le
interesaba demasiado, también se
encargaba de enterarse de todas las
habladurías, por eso el duque estaba al
tanto de todo.
Hugo hojeó por el informe con el ceño
fruncido. La mayoría trataban de su dote.
El duque chasqueó la lengua. El rey tenía la
lengua muy suelta. Kwiz mismo le había
avisado de que cada vez que su padre se
ponía a hablar, ocurría una desgracia.
Hugo continuó con su lectura y se fijó que
habían alcanzado a la duquesa. En la
capital se decía que era una joven belleza a
quien el duque había arrastrado fuera de su
mansión sin que nadie pudiese verla.
‒Mmm…
Que la definieran como: “belleza celestial”
incomodaba a Hugo.
‒Bueno, no es que no tengan razón…
Según los rumores se habían casado a
escondidas para que nadie pudiese verlos.
‒No fue exactamente así, pero tampoco
está mal del todo.
Después de su boda la había arrastrado,
prácticamente, a su tierra sin preguntar su
opinión.
‒Tampoco es nada del otro mundo. ‒
Determinó, y dejó el documento.

.x.x.x
Parte IX
Lucia entró en el dormitorio con el pelo
envuelto con una toalla. En ausencia de
Hugo las criadas solían esperar a que
vistiese para retirarse, pero ahora que el
duque volvía a estar en casa, las sirvientas
no pasaban de la puerta.
La joven se sentó en el tocador e intentó
secarse el pelo. Ahora que se había
acostumbrado a dejar su cabellera en
manos de otros se había vuelto más lenta y
no había ni punto de comparación con el
trabajo meticuloso de sus criadas.
Reconoció los pasos de Hugo al entrar y
sintió su mirada sobre ella. Su marido se le
acercó y la abrazó por detrás.
‒¡Hugh, tengo que secarme el pelo! ‒
Exclamó. ‒ Si me voy a dormir así mañana
pareceré un león. ‒ Se le había caído la
toalla al suelo.
‒Hazlo después.
‒¡No lo puedo hacer después!
Él hizo caso omiso a sus réplicas, la
levantó y la depositó suavemente sobre la
cama. Entonces, empezó a besarla como si
de un fruto se tratase y le metió la lengua
en la boca. La sujetó por las muñecas y
profundizó su beso.
Lucia ignoraba que su resistencia le
excitaba todavía más. Hugo le separó los
tiernos labios con la lengua y volvió a
metérsela. El sólo pensar que su esposa
estaba tan caliente como él le endurecía.
Le quitó la toalla que envolvía a su
hermosa mujercita con torpeza, le soltó las
muñecas y permitió que ella se le aferrase
al cuello. Exploró su boca con la lengua,
fuerte y suavemente, abrumándola.
Lucia cayó en un trance por el juego. Su
miembro caliente le rozaba sus partes más
delicadas, ansioso por unirse a ella. En
cuanto su marido entrelazó sus lenguas,
Lucia levantó la cadera sin querer. Ese
movimiento provocó que ambos se frotases
y Hugo ahogó un jadeo.
‒He estado pensando en ello. ‒ Su voz era
serena, pero sus ojos seguían encendidos. ‒
Y creo que la razón por la que te cansas
tanto es porque lo hago todo de golpe, así
que vamos a cambiar eso. Lo haremos una
vez, descansaremos un poco, volveremos a
hacerlo y así. ¿Qué te parece?
‒No pienses en esas cosas, por favor. ‒
Contestó Lucia frunciendo el ceño y
totalmente roja.
‒¿En esas cosas? Esto es importante. ‒ La
besó con suavidad. ‒ Bueno, hoy vamos a
probar una cosa nueva. ‒ Dicho esto,
repasó a Lucia cual depredador.
‒Yo no he dicho que sí… ‒ Lucia tragó
saliva.
‒Mmm… Pues es la prueba.
‒¡Qué diferencia hay!
El duque fingió no escucharla, admiró su
cuerpo unos instantes y le cogió los pechos
llenos con ambas manos con la suficiente
fuerza como para que ella se retorciese.
Bajó la cabeza y la lamió desde el ombligo
hasta abajo.
Aquello era el principio de una noche larga
e intensa.
Las piernas de ella colgaban de sus
hombros y él la penetraba y estimulaba con
dureza. Cada vez que su pene entraba en
ella, Lucia gemía, cerraba los ojos y se
mordía los labios. Cada movimiento la
estremecía e hipnotizaba. Hugo notó su
expresión y apretó los dientes. Sus paredes
internas le tragaban y le excitaban tanto
que apenas lograba controlar su deseo.
‒¿Es difícil?
Lucia asintió con la cabeza. Era
complicado mantener esa posición mucho
rato. Sus penetraciones llegaban tan hondo
que era demasiado estimulante para ella,
sin embargo, para él era una buena postura.
La sensación de su vagina prieta le llevaba
al éxtasis. Hugo le cogió el tobillo, le dio la
vuelta y volvió a entrar en ella una vez
más.
‒Ung… Uh… ‒ Gimió Lucia.
La muchacha reaccionaba fuerte a las
estimulaciones fuertes y suave a las
estimulaciones suaves. A ella le gustaba el
sexo suave y a él el duro, y tal vez también
atormentarla en la cama hasta que lloraba.
Ella gruñó para sus adentros que su tortura
era demasiado. Pero no sabía que él se
estaba controlando muchísimo. De hacerlo
como a él le gustaría, Lucia no sería capaz
de levantarse durante días. Así que, por el
bien de poder abrazarla cada noche, Hugo
prefería controlarse.
‒¡Ah!
Lucia tembló y llegó al orgasmo. Él se
quedó quieto con el miembro enterrado en
su interior hasta que las paredes vaginales
de ella se relajaron. Instantes después, la
hizo girar y la puso boca abajo. Entonces,
dejó caer su peso sobre ella y la volvió a
penetrar.
‒¡Ay!
Metía y sacaba rítmicamente, controlando
el tempo. A cada movimiento la joven
gritaba y se aferraba a las sábanas. La
sensación de tener su peso encima le
provocaba una oleada de placer porque
sentía vívidamente cada uno de sus
movimientos.
No dolía, pero no podía dejar de gritar. Su
deseo por ella era electrizante, aunque a
veces se sintiese como un animalito. Lucia
le tocó la cabeza con la mano y le acarició.
Él le besó el cuello, le tiró de los brazos y
la besó varias veces en los labios.
‒…A Damian.
Hugo se acercó sus muslos a la cintura. Sus
paredes internas le excitaban demasiado.
‒Cuando le vi por primera vez… me…
llevé una sorpresa. Se parece…
muchísimo… a ti… Ah…
Él empujó, penetrándola profundamente y
ella cerró los ojos. Hugo empezó a moverse
otra vez al cabo de pocos segundos
aumentando la intensidad poco a poco. Ella
le rodeó con las piernas y se movió al son
de sus movimientos.
‒Ah… P-Por eso… ‒ Lucia se calló para
coger aire. ‒ Me… puse un… poco
nerviosa…
Hugo la penetraba con fiereza y ella le
clavaba las uñas en los hombros. Una vez
más, su marido la besó con lengua y le
cubrió el beso de besos hasta los hombros.
‒¿…Por el chico? ¿…Por qué?
‒Era… como verte a ti.
‒Aun le falta para parecerse a mí.
‒¿Le falta? Yo creo que dentro de diez
años será clavado a ti… ¡Ah!
La conversación acabó allí. Hugo aumentó
la intensidad y todo lo que podía hacer
Lucia era gemir.

Hugo apoyó la espalda en un cojín. Lucia


estaba sentada sobre sus muslos y saltaba
de arriba abajo. Su miembro continuaba
completamente erecto en su interior y
crecía por momentos como si intentase
recordarle que seguía allí. La nueva postura
no le gustó especialmente. Ahora
descansaba a ratos, pero no dormía.
‒¿Por qué le enviaste a un internado?
A la mayoría de los niños nobles se les
educaba en casa. En realidad, no era
extraño que se les enviase a colegios
alrededor de los quince años, aunque más
que estudiar el propósito de las academias
era conseguir una buena red de contactos.
‒Porque no podía ocuparme de él.
Cuando Philip trajo a Damian, Hugo estaba
totalmente absorbido por la guerra y como
mucho sólo pasaba por Roam tres veces al
año. Sinceramente, al duque le fascinaba lo
rápido que crecía aquel niño cada vez que
le veía, pero para él el chico no era más que
una mascota. Hugo no tenía la menor
intención de ser padre y, a pesar de que el
chico no significaba nada para él, sabía que
necesitaría un hogar seguro. De hecho, si
no fuera por Damian era muy posible que
Hugo hubiese abandonado ya la familia
Taran o hecho añicos lo que quedase de
ella.
Al cabo de un tiempo al duque se le ocurrió
que tal vez Philip había traído al niño
precisamente para evitar que esa alta
probabilidad se convirtiese en una realidad.
Por aquel entonces los asuntos bélicos se
habían calmado hasta el punto de que él
pudo regresar a ocuparse del papeleo y
Damian ya había cumplido los cinco años.
Entonces se preguntó a sí mismo qué hacer.
Los Taran no le importaban lo más
mínimo, pero le gustaba el territorio del
norte. No quería permitir que aquella tierra
se volviese tosca y salvaje y, por desgracia,
para que sus tierras fueran prosperas, era
necesario que a los Taran les fuera bien.
Así que terminó llegando a la conclusión
de que era preciso encontrar a alguien
adecuado y útil al que dejarse sus
propiedades, y por ende, nombró heredero
a Damian.
Tener otro hijo no entraba en sus planes y
creyó que si adoptaba a Damian que ya se
le conocía como hijo suyo no habría mucho
problema. Más tarde se daría cuenta de que
lo había pensado todo muy por encima y
que, por supuesto, sus vasallos y nobles no
tenían porqué estar de acuerdo.
Su gente cuestionó su decisión de
reconocer a Damian como hijo legítimo y
heredero, pero Hugo se burló
desdeñosamente. Las opiniones de los
nobles le daban igual, pero no conseguía
sacarse de la cabeza la oscuridad que había
sentido en la mirada del chico en su último
encuentro.
Dejar al chico en manos del público parecía
estar dañando su mente, por lo que
concluyó que, si él no iba a ser capaz de
criarlo bien, era mejor que creciese en un
entorno libre de prejuicios. Y así fue como
Damian acabó en un internado.
Lucia se mordió la lengua y no le preguntó
si odiaba al niño. Era demasiado. Todavía
no sabía qué sentía por el chico, así que
forzar una conversación así podía empeorar
su relación con el chico.
‒¿No puede quedarse en Roam ahora…
que estoy yo?
Hugo le apretó el culo con firmeza. Lucia
alzó la cabeza reflexivamente.
‒Le hice una promesa al chico. ‒ Bajó la
cabeza y le mordió el cuello a su esposa. Le
lamió, entonces, la tierna carne. ‒ Le dije
que cuando se gradúe le entregaré mi
posición. Si ahora le digo que no tiene que
seguir yendo al internado, creerá que no
quiero que sea mi heredero. ‒ Levantó la
cabeza para mirarla a los ojos. ‒ ¿Crees que
le iría mejor si se quedase aquí?
‒…No, no lo he pensado tanto.
Hugo esbozó una sonrisa.
‒Aunque es adorable, ‒ Hugo le rozó los
labios con los suyos. ‒ no te pases.
Lucia interpretó sus palabras como que no
quería que se involucrase en los asuntos de
su hijo, sin embargo, el verdadero
significado de Hugo era que le gustaría que
se controlase para que el chico no se
metiese en su relación. Por desgracia, el
malentendido ya estaba hecho y ahora no
había forma de arreglarlo.
Hugo capturó sus labios, le cogió el trasero
con firmeza, la levantó y la penetró con su
pene erecto. Ella curvó su cintura y se
cogió a la pierna de él para tener algún
soporte.
‒¡Ung! ¡Ah…! ¡Hugh…!
Él le sujetó los hombros, tiró de ella y entró
en su interior varias veces.
‒Ah… Vivian… ‒ Susurró.
El escucharle pronunciar su nombre le
provocó un escalofrío que le recorrió la
columna vertebral. Desconocía desde
cuándo, pero ese nombre ya no le era tan
ajeno. Todo lo contrario, escucharle decir
su nombre le había descubierto un nuevo
yo. La joven gimió.
Él volvió a apresar sus labios, penetrándola
sin parar. Lucia sentía su miembro, abrió
las piernas para aceptarle con más facilidad
y él terminó su sofocante beso. Levantó la
cabeza y se concentró en mover la cadera.
Ella gritó coquetamente en respuesta a su
vigor, los músculos bien definidos de su
marido se tensaban cada vez que entraba.
Cuando Hugo disminuyó la marcha, Lucia
le acarició como en trance. Levantó la
cabeza, le lamió el pecho y el cuerpo de él
se contrajo. Ella volvió a sacar la lengua y
le lamió el pezón.
Hugo se tragó las maldiciones y volvió a
besarla. A todo esto, para Lucia era como si
acabasen de enseñarle unos fuegos
artificiales. No sabía si cerrar o abrir los
ojos. Se le cayeron las lágrimas y Hugo se
agachó para besárselas. El calor y la pasión
la llenaron y, por muy agotada que
estuviera, se aferró a él una vez más.

Parte X
Lucia se pasó hasta la madrugada jugando
con Hugo, así que se despertó cuando había
plena luz afuera. La joven estaba en contra
de la cabezonería de su marido y de su
inexplicable vigor.
El cuerpo no le respondía cuando se quiso
levantar, así que volvió a quedarse dormido
un buen rato hasta que la despertaron unas
caricias en la cabeza. Ignoraba cuánto
tiempo había transcurrido, pero Hugo
estaba sentado a su lado pasándole los
dedos por la melena.
‒¿Estás bien? ‒ Dijo él, agachándose para
besarla en los labios. ‒ Me he preocupado
porque no te despertabas.
‒…Un poco de conciencia tienes por lo que
veo. ‒ Le culpó sin tapujos, cerró los ojos y
le oyó reír.
Hugo pasaba los dedos por su melena como
si fuese un peine; hacía un poco de
cosquillas.
Espera, ¿no estoy despeinada?
En cuanto eso le cruzó la mente todo su
sueño desapareció y se cubrió con la
sábana hasta la cabeza.
‒¿Qué pasa?
‒…Mi cabeza…
‒¿Te duele? ¿Llamo a la docto-…?
‒No, no es eso. ‒ Bajó la sábana un poco y
le miró. ‒ Ayer… No me sequé bien el
pelo, debe estar horrible…
Esas eran las palabras de una mujer que
sólo quería enseñarle su lado bueno al
hombre al que amaba.
Hugo no la comprendió, ladeó la cabeza y
le arrancó la manta.
‒¿Y qué? ‒ Dijo besándola suavemente. ‒
Estás preciosa.
Lucia se lo quedó mirando.
‒…Ligón.
‒¿…Qué?
‒Nada.
A Hugo le molestó. Antes no hubiese
podido replicarle, pero ahora era otro
cantar.
‒¿He hecho algo que no deba, Vivian?
‒¿No tienes trabajo?
‒No cambies de tema. Sé que tu lista me da
mala imagen, pero, ¿por qué dices estas
cosas de repente?
‒¿Qué lista?
‒Sé que tienes una lista de todas las cosas
que he hecho mal en la cabeza.
‒¿Qué? ‒ Atónita, Lucia estalló en
carcajadas sonoras. ‒ ¿Una lista?
‒¿No te las estás guardando todas?
Lucia volvió a reír de buena gana mientras
que Hugo ponía mala cara. No entendía qué
le hacía tanta gracia.
‒¿Y cuándo empecé con la lista?
‒¿Me lo preguntas a mí? Tú eres quien
mejor lo sabe.
Lucia se encogió de hombros y, una vez
más, se rio. Que a él también le interesase
lo que pensaban los demás era divertido. La
joven creía que se había casado con alguien
que jamás admitiría haberse equivocado en
nada, y sin embargo, Hugo le había dicho
muy claramente que ella tenía una lista de
cosas que “había hecho mal”.
‒No tengo ninguna lista. A mí no se me
ocurriría algo tan complicado.
‒¿Entonces?
Lucia apretó los labios avergonzada.
‒Es por lo que me has dicho sin venir a
cuento.
‒¿El qué?
‒Que… estoy preciosa. ‒ Le avergonzaba
repetirlo, así que lo balbuceó.
La muchacha estaba acostumbrada a que la
llamasen “amable”, pero no estaba de
acuerdo con términos como “adorable” o
“guapa”.
‒¿No puedo decir lo que pienso?
Lucia se lo quedó mirando en blanco. Sí,
era un hombre ligón, pero no era de los que
regalaban el oído. Era un hombre poderoso
y, por tanto, la mayoría de mujeres caían
rendidas sin que tuviese que hacer nada.
Lucia se tocó el pelo y, por supuesto,
estaba despeinada. Debía ser un desastre,
no tenía ni que mirarse al espejo para
saberlo.
‒¿Preciosa? ¿Así?
‒No sé qué tiene de malo, estás preciosa. ‒
Él no vaciló. Era como si un árbol le
estuviese diciendo que era un árbol. Lucia
lo miró con duda y él se mostró incómodo.
‒ ¿No te gusta cómo lo he dicho? Pues, tu
belleza es tan deslumbrante que me ciega…
‒¿Te estás burlando de mí? ‒ Contestó ella
de mal humor.
Hugo suspiró y se llevó una mano a la
frente.
‒Dime qué quieres que haga.
‒¿…Preciosa? ¿Yo?
‒Sí.
Lucia no sabía qué le pasaba por la cabeza,
pero decidió no darle más vueltas. Aunque
fueran palabras vacías, la complacieron.
Miró a su esposo y soltó una risita alegre.
‒No te rías así. ‒ La expresión de él se
torció. ‒ Me dan ganas de comerte.
Lucia empezó a reírse todavía más fuerte y
Hugo acabó en risas también. No sabía
desde cuándo, pero verla contenta le
alegraba.
El corazón estaba más en paz que nunca
tras admitirse a sí misma que estaba
enamorada de Hugo. Y por otra parte, cada
vez que Hugo se marchaba de Roam, Lucia
era todo en lo que podía pensar. A pesar de
que se habían reconciliado antes de que se
fuera, todavía seguía incómodo. Le daba la
sensación de que en lugar de apagar un
fuego, lo habían escondido para que no se
viera. Le preocupaba que al volver su
esposa se girase en su contra. Pero, fuera de
lo esperado, cuando regresó Lucia estaba
totalmente bien, de hecho, parecía hasta
más contenta que antes aunque él no estaba
y eso le enfrió el corazón.
La quería. Quería su cuerpo y su mente.
Pero, ¿cómo conseguir a una mujer que
había declarado que jamás le amaría? Era
el mayor reto de su vida y él mismo no
había amado nunca. Ella sería su primer
amor y era una lástima que todo lo que
hubiese experimentado hasta el momento
fuese amor físico. A veces el amor es tan
fácil como confesar un par de palabras,
pero, por supuesto, Hugo no lo sabía.
‒¿No tienes trabajo? ¿Puedes estar aquí?
Hugo notó la voz de Lucia más clara que
antes. Le gustaba que la llamasen guapa y
se lo anotó en su lista mental.
‒Mi trabajo no se acaba nunca, esté o no
ocupado, así que puedo descansar el tiempo
que me venga en gana.
‒¿O sea, que no trabajas?
‒No es eso, quiero decir que no te tienes
que preocupar por eso. ¿Te molesta que no
trabaje?
‒…Pues sí.
‒¿Por qué?
‒Un marido tiene que alimentar a su mujer.
¿Cómo vas a hacerlo si no tienes dinero?
Hugo no pudo evitar reír.
Lucia le miró. A veces su esposo se reía de
una forma tan rara que le imposibilitaba
saber el motivo.
‒Pues a mí me parece que, aunque no
tuviese dinero me seguiría siendo fácil
alimentarte. De todas formas, no lo usas.
‒Sí que lo uso. ¿Sabes cuánto dinero tengo
que gastar para hacer fiestas?
‒Me refiero a usarlo para ti.
‒También lo uso para mí. He comprado
flores para el jardín…
‒En ropa o joyas. Ese tipo de cosas.
‒Pues sí que lo he hecho. He usado
muchísimo para arreglar los vestidos del
guardarropa y ahí hay tantas joyas que me
voy a morir sin poder ponérmelas todas.
Las nobles solían acumular muchísimas
riquezas a lo largo de su vida y, al morir,
estas pasaban a ser propiedad de la familia
de generación en generación.
Hugo no conseguía que Lucia le
entendiese, así que fue más directo.
‒¿No quieres mi dinero?
Lucia reflexionó sobre el significado de sus
palabras y se rio.
‒No es eso. ¿Creías que sí?
Era un hombre sorprendentemente sensible.
Lucia no pudo evitar sonreír tras descubrir
este lado tan adorable suyo. Y pensar que
ese gigantesco hombretón podía ser tan
adorable…
Tal vez la presión que rodeaba a este
hombre siempre había desaparecido porque
había pasado demasiado tiempo junto a
Damian. A la joven ni siquiera se le ocurrió
que todo eso fuese gracias a los esfuerzos
de su marido.
Si Lucia se hubiese molestado en recordar
su primer encuentro, se habría dado cuenta
de lo diferente que era Hugo en esos
momentos. Allí afuera la gente le
consideraba el rey de las bestias, pero
delante de ella, era manso.
‒¿De qué te ríes?
Lucia, un conejito, ignoraba que el
imponente león negro de los Taran capaz
de abrumar a todo aquel que le veía con su
mera presencia estaba gruñendo a escasos
centímetros de ella, así que se quedó tan
tranquila, riendo y pensando en lo adorable
que era.
‒Me ha sorprendido que pienses así. La
verdad es que no me gusta mucho comprar
por comprar.
‒Ah… Es verdad. A nuestra señora le gusta
ahorrar y ser frugal.
‒Es algo bueno.
‒No he dicho lo contrario.
Nunca había oído a nadie criticar a una
mujer por ser frugal, de hecho, que le
tuviese que pedir que gastase dinero
parecía casi una broma.
Su esposa era frágil, tanto, que le daba la
sensación de que si usaba un poquito más
de fuerza al abrazarla la aplastaría, sin
embargo, era una mujer con un espíritu de
hierro, segura de sí misma e independiente.
Hugo necesitaba algo para poder aferrarse a
ella. El matrimonio en sí ya era un vínculo
fuerte, pero necesitaba algo más. Quería
encontrar algo basado en los deseos de ella
por lo que jamás pudiese escapar. El dinero
y el poder no le servían, y sus interacciones
sociales eran las mínimas y necesarias.
Tampoco se interesaba demasiado por su
trabajo, ni olisqueaba en su oficina.
Dinero y poder. ¿Qué te queda si te falta
alguna de estas cosas? ¿Qué tenían los
pobres para ser capaces de crear familias
plagadas de amor sin necesidad de dinero o
poder? ¿Sería un hijo?
La expresión de Hugo se ensombreció al
pensar en un hijo. De ninguna manera
quería traer al mundo a un hijo de su linaje
y, además, era imposible concebir un hijo
con ella.
Sí, estaba seguro de ello, ninguna mujer
hasta el momento le había dado bastardos.
Así que la única manera sería conseguir
que Lucia no pudiese vivir sin él a su lado.
Era un plan bastante instintivo, pero cuanto
más instintivo es un deseo, más agresivo.
El problema era que no estaba seguro de
que si su esposa también disfrutaba del
acto.
‒¿Te gusta hacerlo conmigo?
‒¿…Eh?
‒¿Estás satisfecha?
Lucia se lo quedó mirando boquiabierta y
se puso roja como un tomate, entonces, se
dio la vuelta y le dio la espalda.
‒Tengo sueño. Corre, vete a trabajar.
Hugo se quedó anonadado. ¿Tan horrible
era que no quería ni contestarle?
‒¿Qué problema hay, Vivian? ‒ Hugo tiró
de ella. ‒ ¿La longitud? ¿El número de
veces? ¿No te acaricio lo suficiente…?
¡Oh! ¿Es por la posición-…?
‒¡Vale ya! ‒ Lucia se sentó de golpe y le
chilló. ‒ ¿Qué haces? ¡D-Decir estas…
cosas…! ‒ Estaba tan roja como una
manzana y su regañó hizo reír a su esposo.
‒¿Qué te pasa? ‒ Hugo quería molestarla
un poquito más. ‒ Te he dicho cosas
peores.
‒L-La situación… era diferente.
‒Estamos en le dormitorio, en la cama.
¿Dónde está la diferencia?
‒Pues, es que… Aunque estemos en el
mismo sitio, la situación es otra. Ahora es
de día-…
Lucia se sobresaltó cuando él se le subió a
las rodillas. Quiso escapar, a pesar de no
haber escapatoria, pero él fue más rápido:
la rodeó con los brazos.
‒No sería la primera vez que lo hacemos
por la mañana.
‒Sí, bueno, y te quedaste dormido…
‒Vaya criterio el tuyo. O sea que,
¿podemos hacerlo de la noche a la mañana,
pero no por la mañana? ‒ Bajó la cabeza y
le cubrió los labios con los suyos.
El dulce beso se aceleró rápidamente. La
lengua de él vagó por el interior de su boca:
le acarició las envías, el paladar y le
removió la lengua.
‒Disculpe, señor animal. ‒ Cuando las
manos de Hugo avanzaron hacia sus pechos
y los frotó, Lucia volvió en sí,
sorprendiéndole. ‒ Como sigas mañana
serás tú quien les explique a los invitados
porque se tienen que ir en cuanto lleguen.
Hugo abrió los ojos de par en par.
‒Jaja. Serás…
Abrazó a su mujer y se rio de buena gana.
Lucia sintió un cosquilleó. Estaba feliz.
Tan feliz que hasta sentía un cosquilleo

Capítulo 39 Damian
Aquella tarde Hugo se hallaba trabajando
en unos documentos a sabiendas de que
alguien había entrado en su despacho. Le
llegó el aroma del té, pero continuó
centrado en sus deberes un buen rato.
Entonces, dejó la pluma en el escritorio, se
acomodó en su butaca y miró la taza de té
que Jerome había depositado sobre la mesa.
El duque se levantó de su mesa con la taza
en la mano y salió al balcón para dar un
respiro. El jardín estaba atestado de
trabajadores por la fiesta, hecho que le
dificultó encontrar a su esposa. Lucia
estaba en una esquina del jardín bien
acompañada por Damian.
‒Qué bien se llevan. ‒ Murmuró en voz
baja.
Objetivamente, no tenían una relación en la
que pudieran acercarse demasiado. Le
preocupaba que la gente sospechase de las
verdaderas intenciones de su mujer por
haber traído a Damian a la fiesta, sin
embargo, no tuvo corazón de decírselo.
Además, sabía muy bien que Lucia no era
necia.
Era interesante ver como aquel niño tan
poco sociable se había convertido en un
perrito faldero en cuestión de semanas.
Hasta el mismísimo Jerome había pasado a
hablar únicamente de su señora.
Lucia parecía contar con la increíble
habilidad de encandilar a cuanto la conocía.
Que la quisieran era algo bueno, pero por
alguna razón, no le hacía tanta gracia.
‒¿Qué hacen?
La pareja llevaba un buen rato agazapada
en el suelo, cara a cara. Desde donde estaba
era imposible que el buen duque pudiese
estudiar sus expresiones.
‒¿Qué demonios hacen? ‒ Gruñó. ‒ Sin mí.
Esas últimas palabras contaban la verdad
de su corazón. Era demasiado infantil y no
lo soportaba.

Lucia y Damian estaban tan centrados en el


cachorro de zorro que casi no prestaban
atención al resto de acontecimientos que
los rodeaban. Cada vez que el animalito
intentaba escabullirse, le barraban el paso
con una mano. Y, al cabo de poco rato, la
bestia terminó resignándose y empezó a
jugar a perseguirse la cola.
Todos los criadores que Kate le había
enviado para que la ayudasen a entrenar a
la criaturita repitieron lo mismo: era un
animal muy dócil, sería pan comido.
‒¿Ya has decidido el nombre, Damian?
‒Lucia, de verdad… ¿De verdad puedo
ponerle yo el nombre?
‒Claro, me encantaría que lo hicieras.
Cuando Lucia le pidió que eligiera el
nombre de su nueva mascota, Damian se
preocupó y se dedicó a vagar por todo tipo
de diccionarios y enciclopedias.
‒Pues… Asha.
‒¿Asha? ¿Significa algo?
‒Pues como el nombre indica… Quiero que
dure mucho y sea vivaz.
‒Asha. ‒ Repitió ella. ‒ Es un buen
nombre. ‒ Lucia levantó el zorro y se lo
ofreció a Damian. ‒ Le has puesto nombre,
así que cógelo. No te quedes ahí mirándolo.
‒Lucia, yo-…
‒Si no te das prisa se me caerá.
El zorro empezó a resistirse por estar
demasiado tiempo en volandas. Damian, al
escuchar la sutil amenaza de Lucia, corrió a
extender las manos para coger al animal.
Asha levantó el morro, miró al niño y,
finalmente, se relajó entre sus brazos. El
rítmico latido y la calidez de la mascota
sorprendieron al muchacho; era una
senación nunca vista. Damian se
estremeció ante la nueva oleada de
emociones. Era como si fuera la primera
vez que entendía lo que significaba estar
vivo.
‒Me siento… raro.
‒¿Por qué?
‒Es que… No es que no me guste, pero me
siento raro. Tengo un cosquilleo en el
pecho…
Lucia sonrió al ver que el niño no sabía
cuánta fuerza debía usar para sujetar al
animalito.
‒Eso significa que te parece encantador,
Damian.
‒¿En… cantador?
‒Sí. Es la sensación que debió tener tu
madre al darte a luz. Cuando algo te parece
encantador, te duele el corazón.
Damian se quedó mirando al zorro
pensativo un buen rato, con una expresión
indescifrable. El animalito se revolvió entre
sus brazos hasta que encontró la posición
más cómoda y parpadeó. Damian levantó la
cabeza para mirar a su madrastra con una
gran sonrisa en los labios. Aquella era la
sonrisa de un niño, sin ninguna nube a la
vista. Esa sería la primera sonrisa
despreocupada del muchacho que siempre
solía sonreír con cierta inquietud.
Lucia le miró a los ojos y le sonrió.
Los ojos rojos de Hugo se estremecieron
ante la escena a lo lejos. Incapaz de
soportar el no saber, decidió salir de su
despacho, se dirigió hasta la esquina del
jardín donde estaban agachados y, por fin,
se dio cuenta de que la pareja se había
aislado del mundo.
¿Qué pasa aquí?
Les descubrió observando a un cachorro de
zorro como si fuera el mayor tesoro del
mundo.
Al acercarse fue capaz de escuchar su
conversación.
¿Un nombre para la bestia? Menuda
tontería.
Ni siquiera el caballo blanco que llevaba
montando años tenía nombre todavía.
¿…Lucia?
Hugo frunció el ceño.
La primera vez que escuchó ese nombre en
la cena creyó habían sido imaginaciones
suyas, pero esta vez estaba seguro de que
no se equivocaba. ¿Por qué Damian la
llamaba así? No era ni “duquesa”, ni
“madre”, ni su nombre. Dejó de andar para
reflexionar y aun así no halló respuesta
alguna, así que continuó caminando. Sin
embargo, al cabo de unos pasos más volvió
a parar. La sonrisa del chico le provocó un
dolor punzante en el corazón.
‒Ah… ‒ Suspiró. ‒ Con que eres tú. ‒
Sonrió impotente.
La sonrisa del chico se parecía muchísimo
a la que su hermano le había dedicado la
primera vez que se conocieron. Hasta el
momento no se había dado cuenta, pero al
parecer, el hermano al que tanto añoraba
siempre había estado a su lado.

* * * * *
Hugo recordaba al detalle la primera vez
que vio a Damian.
Un día, Philip acogió a un niño torpe que
apenas había aprendido a caminar. No
necesitó explicar nada, su melena negra y
ojos carmesíes le delataban. Hugo dejó el
niño a cargo de Jerome mientras él se
quedaba a solas con Philip.
‒¿Esto qué es? ‒ Preguntó furioso.
‒Es el hijo del joven amo Hugo. ‒
Respondió el médico.
Al principio el duque se puso furioso. ¿Un
hijo varón? ¡¿Cómo iba a nacer un hijo de
los Taran fuera de la familia?!
‒¿A quién intentas engañar? Ese viejo
carcamal debió plantar su semilla en otro
lado.
‒¿No habías oído hablar de la amante del
joven amo Hugo?
‒¡¿Qué?! ‒ El duque estalló. Estaba tan
enfadado que se sentía enloquecer.
‒No. El joven amo Hugo se enamoró de
una muchacha y Damian es el resultado de
su amor.
‒¡¿Amor?! ¡Tonterías! ‒ En ese momento
maldijo a su difunto hermano. ‒ ¿Por qué
no sabía que tenía un hijo?
Estaba seguro de que su hermano no se
habría suicidado de haber sabido que era
padre.
‒El joven amo murió antes de que Damian
naciera.
‒¿Mi viejo también lo sabía?
‒Sí.
‒¿Cómo se llama? ¿Le has puesto tú el
nombre?
‒No me atrevería. Fue su madre.
‒¿Madre? ‒ Inquirió Hugo con burla. ‒
Debe ser mi medio hermana. Creía que
estaban todos muertos… Y resulta que no.
¿Cuántos hijos tuvo ese imbécil?
‒La señorita era de constitución débil y
solía enfermar a menudo. El difunto duque
decidió deshacerse de ella porque la veía
incapaz de dar a luz.
‒Deshacerse de ella. ¡Ja! Sí, típico de ese
viejo loco. ‒ Se burló él. ‒ ¿Y bien? ¿Cómo
conoció a esta medio hermana mía que
representa que debía estar muerta?
‒Sólo puedo decir que el destino es
impredecible. Pero te aseguro que ninguno
de los dos tenía otras intenciones.
‒¿El destino? Vaya mierda. ¿Dónde está la
madre del niño?
‒Murió al dar a luz. Si quieres una
explicación más detallada…
‒No.
Sería imposible determinar que todo lo que
Philip le estaba contando era verdad. Ahora
que ambos estaban muertos no se podía
saber si había habido interferencias
externas para que se conocieran o no.
‒¿Y bien? ¿Para qué me lo traes?
Por muy hijo de su hermano que fuera, no
era su hermano muerto. Su hermano, hijo
del difunto duque, poseía una personalidad
y una forma de ser totalmente distinta a la
suya y, además, nunca le había contado
nada sobre tener un hijo hecho que le hacía
sospechar.
‒La sangre del joven amo Hugo corre por
sus venas.
‒No me infles la cabeza de tonterías,
cógelo y llévatelo. Si se queda conmigo lo
acabaría matando.
Sin embargo, Philip se marchó sin el chico
y se escondió sin dejar rastro.
Hugo rechinó los dientes y prohibió que
Philip se pudiese acercar a Damian. Al
cabo de un tiempo, el doctor regresó para
ver al chico, pero al ver a los soldados
decidió volver a huir.

* * * * *
Hugo contrató a niñeras para que cuidasen
de Damian porque él solía estar ocupado
con la guerra. No era muy diferente a estar
ignorándole. Muchos meses después, todo
el mundo aceptó al niño como si fuera hijo
suyo por lo mucho que se parecían. Sin
embargo, la existencia de Damian ponía en
peligro el plan de Hugo de exterminar su
raza.
Sus sentimientos por él eran complicados:
Damian era lo último que había dejado su
hermano en este mundo y, al mismo
tiempo, una amenaza para sus planes. No le
odiaba, tampoco le quería: era indiferente.
No obstante, cuando le vio sonreír
exactamente como su hermano se percató
de algo. La sangre de los Taran moriría con
él porque su hermano gemelo era una
mutación que no debería haber existido
jamás. Su hermano Hugo había nacido sin
la crueldad y malicia de los de su clan y
Damian había heredado su sangre. Los
Taran de Damian liderarían de una forma
completamente opuesta.

Damian vio que Hugo se les acercaba y se


levantó deprisa con el zorro en los brazos,
nervioso. Le preocupaba que le regañasen
por no estar estudiando.
‒¿Y ese zorro? ‒ Hugo miró al cachorro
que el chico tenía en los brazos con
indiferencia y se dirigió a Lucia.
‒La señorita Milton me dijo que me iba a
regalar uno. Me lo dio hace poco.
A Hugo le disgustó la criaturita que se
revolvía entre los brazos de su sobrino.
Ahora su esposa también iba a pasarse el
día con una bestia.
Primero fue Damian, y ahora un zorro.
Cada vez era más difícil tenerla a su lado y,
en lo más hondo de su corazón, anhelaba
poderla tener solo para él.
‒Damian.
‒¿Sí? ¡Sí!
Era la primera vez que Hugo le llamaba por
su nombre directamente. Hasta ese
momento siempre había usado la palabra:
“niño” o “chico”.
‒La caza de zorros no es un juego para
hombres, sino para mujeres. Devuelve el
zorro a su dueño. ‒ Ordenó con arrogancia.
Lucia lo fulminó con la mirada, atónita.
¿Un juego para mujeres?
Damian alternó miradas entre la pareja y le
pasó el animalito a su madrastra
rápidamente, pero esta vez, no mostraba
ninguna emoción. Lucia sonrió apenada.
‒Sígueme. ‒ Ordenó Hugo.
‒Sí. ‒ El chico respondió como si fuese un
cadete.
‒¿A dónde te lo llevas?
‒Vamos a tener una charla: de hombre a
hombre.
Hugo reanudó la marcha y Damian, una
vez más, alternó miradas, hizo una leve
reverencia y siguió a su padre claramente
emocionado.
‒Madre mía. ¿Ahora qué? ¿Me van a
excluir? ‒ Lucia se había quedado sin
palabras.
Se sintió un poco traicionada porque
Damian no miró atrás ni una sola vez, pero
que su padre le hubiese prestado un poco
de atención gracias a sus esfuerzos la
animó. Verlos caminar lado a lado era
adorable.
‒Llevaos lo suficientemente bien para que
me entren celos, por favor. ‒ Susurró entre
risitas

Parte XII
Le había pedido a Damian que le siguiera
de golpe y porrazo, pero sinceramente, no
tenía ni idea de qué hacer con él. Estaba
claro que el chico había crecido bien, pero
le daba cosa estudiarle a fondo.
‒¿Lees mucho?
‒Sí, me gusta leer.
Hugo llevó a Damian a su estudio. Era la
primera persona, a parte de Lucia, a quien
le permitía el paso.
En cuanto el chico entró en la habitación se
quedó patidifuso y boquiabierto. La
biblioteca de su internado también poseía
un sinfín de libros, pero no era, en
absoluto, tan bonita ni contaba con ese
fascinante y soberbio ambiente.
‒¿Esto también forma parte del estudio? ‒
Preguntó Damian mirando la puerta cerrada
que había dentro de la biblioteca.
La expresión de Hugo se ensombreció. El
chico señalaba el lugar al que él mismo
sólo había conseguido acceder tras heredar
el título: la habitación que guardaba todas
las verdades de los Taran.
‒No te molestes con esa parte, es basura.
Hugo no tenía la menor intención de
enseñarle ese cuarto a su hijastro. Lo
quemaría mucho antes de que Damian
llegase a ostentar el título de duque. Eso es
lo que había decidido hacía mucho tiempo.
Los Taran morirían con él.
‒Mira cuánto quieras. Si te apetece leer,
puedes entrar aquí.
‒¡Sí, gracias!
El chico llevaba un rato vacilando de las
ganas que tenía de echar un vistazo a la
biblioteca, así que en cuanto le concedieron
el permiso, brincó por toda la sala. Y,
sorprendentemente, en los ojos de Hugo
había una traza de lo que parecía ternura.
Hugo abandonó la estancia un buen rato
más tarde, dejando a Damian absorto en su
lectura. Justo cuando iba a entrar en su
despacho el nombre “Lucia” le pasó por la
mente, frunció el ceño y se quedó ahí de
pie, sujetando la manilla de la puerta.
* * * * *
Las carreteras de Roam estaban atestadas
de carruajes en dirección al castillo de los
duques desde buena mañana.
La fiesta de la joven duquesa abarcaba una
gran variedad de generaciones. De solteras
a ancianas, las invitadas pertenecían a
grupos diversos de la sociedad norteña:
nobles, familiares de vasallos y amigos.
Ninguna de las mujeres era nueva en la
casa de la duquesa y es que, lejos de ser
repetitivas, las fiestas y reuniones de la
recién llegada se daban con un sinfín de
grupos diferentes de personas y cada una
de ellas sostenía una opinión sobre ella.
Aquellos deseosos de una vida de lujos, se
lamentaban mientras que, por otra parte, los
ya gozosos de una buena posición en la alta
sociedad agradecían la poca agresividad de
la nueva duquesa.
‒Gracias por invitarnos.
‒Bienvenidas, me alegra veros. ‒ Lucia
saludó a las invitadas con un abrazo.
Aprovechando unos escasos segundos de
libertad, llamó a una criada.
‒Damian llega tarde. Ve a ver si le queda
mucho y dímelo.
‒Sí, señora.
En el jardín había una docena de mesas
exquisitamente decoradas. Estaban
cubiertas con manteles blancos y jarrones
de flores. Los asientos eran a elección de
las invitadas y, al saberlo, se formaron
grupos de tres o cuatro. Y así, en un abrir y
cerrar de ojos, el jardín se llenó de las risas
y las voces de muchas mujeres bajo el buen
tiempo.
La luz del sol era suave y apenas soplaba el
viento a pesar de ser una estación fría.
‒Señorita Milton. Bienvenida, entre.
‒Gracias por invitarme. Será una fiesta
maravillosa, hace muy buen tiempo.
‒La señora Michelle no ha venido contigo.
‒ Lucia expresó su lamento.
‒No. Quería venir, pero no goza de buena
salud últimamente.
La edad de la condesa Corzan debilitaba su
energía día tras día.
‒Tengo que ir a verla un día de estos. ‒
Lucia se sentía mal por esa mujer que había
sido su institutriz.
‒Le encantará.
‒El joven amo la espera en el salón de la
primera planta. ‒ Una criada se acercó a
paso ligero.
Kate miró a Lucia, que se excusó, con
preocupación. Ya sabía desde hacía tiempo
que su buena amiga pretendía presentar a
Damian en su fiesta de jardín y ya le había
dado su opinión, pero no consiguió hacerla
cambiar de parecer.
No sé si va a salir bien…
Que un hijo bastarde consiguiese la
dignidad de un noble lo determinaba la
actitud de las otras mujeres. Nadie quería
meterse en una situación en la que un
desconocido, de golpe y porrazo, les
apartaba de oportunidades doradas y
superaba al hijo legítimo.
Lucia era una princesa y ahora es una
duquesa. Parece que no sabe cómo son las
mujeres de la nobleza. Aunque… A lo
mejor es más bien que no quiere.
Kate se había relacionado con mucha gente
y comprendía que si todos pensasen como
ellas no existiría la discriminación. Es
decir, no habría diferencias ni
comparaciones entre ricos y pobres o
estatus. Las hijas nobles solían vivir en una
nube, las casaban y continuaban con su
mentalidad cerrada para siempre. No era
por malicia, sino que no sabían nada más.
Eran arrogantes, orgullosas y egoístas, pero
no eran malas personas.
Lucia lo sabía, a veces era terriblemente
astuta en sus conversaciones. Sin embargo,
comprender algo con la cabeza era muy
distinto a aceptarlo. Para Kate, Lucia era un
misterio. Era la primera vez que se
encontraba a alguien como su amiga en
semejante posición. Lucia no pisoteaba a
nadie, ni se dejaba influir. Era naturalmente
humilde. No fingía, ni inventaba, y fuese
quien fuera, consideraba su opinión. Por
eso Kate estaba tan a gusto con ella.
Justo en ese momento, la expresión de Kate
se ensombreció cuando vio a una mujer en
particular: la condesa de Wales. Una señora
famosa y respetada por muchos. A su tía no
le había gustado nunca, de hecho, eran
polos opuesto. Los Wales eran una de las
familias más prestigiosas y ricas del norte,
por lo que la condesa ejercía su influencia y
disfrutaba de verse rodeada de gente.
Kate sabía lo inteligente y firme que era
Lucia a pesar de su apariencia docil, por
eso no se angustió.

* * * * *

Lucia entró y se encontró a Damian


inmóvil.
‒Estás espléndido, Damian.
Damian llevaba puesto un traje que le hacía
parecer un pequeño caballero. Lucia deseó
verle junto a su padre con vestidos a juego.
Estaba segura que ninguna mujer podría
apartar la vista.
‒Me aprieta un… poco.
‒Te acostumbrarás. Las invitadas ya están
aquí, vamos.
Damian se quedó quieto, como si estuviese
pegado al suelo.
‒Lucia, por mucho que lo piense, yo-…
‒Damian, a partir de ahora tendrás que
aparecer delante de mucha gente. Hoy es
sólo el principio. No te angusties, si alguien
se porta mal contigo, dímelo: le enseñaré lo
que es bueno.
Damian se la quedó mirando en blanco y
Lucia se puso una mano en la cintura.
‒¿No me crees? Vale, pues se lo diré a tu
padre. Él sí que da miedo, ya les enseñará
lo que es bueno él.
El chico esbozó una sonrisa.
‒Venga, vamos.
Lucia extendió la mano, le cogió la suya y
tiró de él. Damian se sobresaltó por el
contacto repentino, miró la mano que
sujetaba la suya y la siguió. Era una mano
cálida y suave.
El niño subió la mirada hasta la espalda de
su madrastra. Le deslumbraba a pesar de la
ausencia de luz. El fulgor de esa mujer le
deslumbraba y le impedía apartar la vista.

Cuando la duquesa, la anfitriona, llegó el


ruido del jardín cesó. Lucia repasó a todas
las invitadas con la vista.
‒Me gustaría darles las gracias a todas por
venir. Es la primera vez que reúno a tanta
gente, así que puede que haya cometido
algún que otro fallo, pero, aun así, espero
que todas ustedes disfruten de una
maravillosa tarde. ‒ Lucia inclinó la cabeza
levemente hacia las mayores. ‒ Y, me
gustaría presentarles a alguien. Damian,
ven. ‒ Damian se colocó al lado de su
madrastra cuando le llamó. ‒ Me parece
que ya le conocéis. Es el futuro heredero de
los Taran. Todavía es pequeño, pero quería
que saludase.
La mayoría de las presentes no
consiguieron ocultar su confusión,
sobretodo las solteras o las nuevas esposas.
Las viudas y las mujeres que ya llevaban
años casadas se tensaron y, entre todo este
revuelo, una mujer dejó su taza de té
tranquilamente: la condesa de Wales. Las
miradas se centraron en la anciana de
expresión severa que se quedó callada y en
silencio.

* * * * *

Hugo estaba en su oficina trabajando


durante la fiesta del jardín y, a la misma
hora de siempre, Jerome se presentó para
servirle el té vespertino.
‒¿Cómo va la fiesta?
‒Bien, la mayoría de invitadas ya están
aquí.
‒¿Hay alguien que no haya querido venir?
Que alguien faltase a una fiesta sin
comunicarlo con antelación era un insulto.
Nadie se atrevería a semejante ultranza por
miedo, pero Hugo estaba algo preocupado
porque Lucia había dicho que iba a
presentar a Damian.
‒No, sólo faltan las dos personas que ya
avisaron que habían enfermado.
Hugo asintió con la cabeza y prosiguió con
su trabajo cuando, de repente, el nombre
“Lucia” volvió a pasarle por la cabeza.
Sentía curiosidad, pero no quería
preguntarle, sería bochornoso. Después de
todo, quizás sólo se tratase de un mote
cariñoso que usaban entre ellos. La noche
anterior no había podido tomar a su esposa
por culpa de la fiesta. La abrazó y así
pasaron la noche: él demasiado ardiente
como para pegar ojo y ella durmiendo
plácidamente. ¿Qué anzuelo podía lanzar
para atraparla?
‒¿Te suena el nombre de “Lucia”? ‒ Hugo
escupió las palabras con amargura, como si
fuese una queja.
‒Sí.
‒¿Sí? ‒ Hugo alzó la vista rápidamente. ‒
¿Quién es?
Jerome se tensó al ver la extraña reacción
de su señor. Si hubiese creído que su señor
no lo sabía, habría respondido de otra
manera. ¡Caray! ¿Por qué no lo sabía?
Jerome se frustró con su señora por dentro.
‒Pues… Me he enterado de que es el
nombre de cuando la señora era niña.
Su señor no contestó.
Al pobre mayordomo le entraron sudores
fríos, temeroso de que sus amos volviesen a
tener otra disputa seria.
‒¿Te lo ha contado mi esposa?
‒No, escuché que la señorita Milton la
llamaba así, y se lo pregunté.
‒Vale. Puedes retirarte.
El despacho se quedó envuelto en un
silencio sepulcral cuando Jerome se
marchó. Hugo estaba sentado frente a un
documento, pero no le entraba ninguna
palabra en el cerebro. La hija del barón
Milton lo sabía, Damian lo sabía, hasta
Jerome lo sabía… Él era el único que no.
Hugo volvía a estar conmocionado. Le
dolía el pecho. Un dolor que quizás
seguiría así desde entonces.
“Nunca te amaré”, “cuando termine, no
quedará nada”.
Dejó el papel y la pluma, se cogió la cabeza
con las manos y la apoyó contra su
escritorio. Era como si tuviese una pesada
roca en el pecho. Era como si vagase por
un desierto eterno. Por primera vez desde la
muerte de su hermano había encontrado
algo que quería, pero era algo que no podía
tener.
Tal vez su desesperación era comparable
como el de aquel hombre hambriento ante
una fruta a la que no llega.
Hugo inhaló, pero todavía tenía un nudo en
el estómago.
Su mundo había perdido el color tras la
muerte de su hermano. Todo era aburrido y
sin sentido. Sin embargo, ignoraba desde
cuándo, pero había empezado a creer que el
mundo no era tan agotador hasta que,
llegados a cierto punto, su corazón había
vuelto a latir y su mundo había recuperado
su color. Si la perdía, su mundo moriría de
nuevo.
No podía dejarle mientras estuviesen
casados, no obstante, el matrimonio no ata
al corazón. No existe ningún contrato capaz
de hacerlo. Si su corazón no le pertenecía a
nadie podría soportarlo, pero… ¿Y si se lo
daba a otro? ¿Y si le entregaba a él su
corazón y compartía su corazón con otro?
Hugo cerró los ojos y se hundió en la
oscuridad de su mente hasta que el sonido
de alguien llamando a la puerta le sacó de
su ensimismamiento. Ashin, la última
persona a la que le apetecía ver, entró.
‒Mi señor, hay una epidemia.
Hugo suspiró. Era agotador. Ni siquiera
tenía tiempo para ponerse sentimental. El
norte era tan grande que no paraban de
suceder cosas. Era como un barco lleno de
agujeros: cuando tapas uno, sale otro.
Apenas capaz de controlar sus ganas de
lanzarlo todo por la borda, el duque
preguntó.
‒¿Una epidemia con este tiempo?
‒Hay una docena de personas con los
mismos síntomas a unas dos o tres horas a
caballo de aquí.
Hugo se levantó de inmediato. Si de verdad
se trataba de una epidemia y llegaba a
Roam, las consecuencias serían terribles.
‒Saldré ahora mismo. Prepara a los
soldados y consigue a todos los médicos
que sepan montar.
‒Sí, señor. El señor Philip está en Roam
ahora mismo. ¿Le llamo?
Hugo frunció el ceño.
‒A todos excepto a ese hijo de-… A Philip.
Encuentra a otro.
Ashin se retiró y siguió sus órdenes al
dedillo.
Hugo organizó los documentos de su
escritorio rápidamente y salió de su
despachó poco después. Jerome le acercó
su montura blanca sin nombre y le esperó
para partir.

Parte XIII
Había más de cien personas allí reunidas,
pero no se escuchaba ni un suspiro. Nadie
abría la boca, reía o tocaba sus tazas de té.
Todas las mujeres ofrecían la misma
expresión y todo por la condesa de Wales.
‒¿Qué ocurre, condesa de Wales?
‒Tenía entendido que la de hoy era una
fiesta de mujeres. Esto no me parece
adecuado.
‒Sólo es un niño. Aunque sea un chico, no
hay nada escrito en contra. Sobretodo en la
capital. ‒ Lucia se explicó enfatizando las
últimas palabras.
La sociedad del norte no tenía ni punto de
comparación con la de la capital, ni en
cuanto a gente, ni a escala. Cualquiera que
presumiese de ser un pez gordo en el norte,
no era más que un pez gordo en un
estanque diminuto. Lucia había escogido
esas palabras para herir el orgullo de la
condesa y, a la vez, advertirle que tal vez
fuese mejor retirarse.
‒Dicho así, no tengo objeciones. ‒
Contestó la condesa con mala cara.
La provocación de la duquesa le pareció
ridícula y le dejó claro que la joven era una
loba con piel de cordero. Su apariencia
dócil y amable era todo una fachada con la
que fingía no interesarse por la sociedad
del norte. Era imposible que no quisiera
controlar a la alta sociedad haciendo uso de
su estatus. Sin embargo, el rango y el
estatus no lo eran todo. De la misma
manera que la reina no podía gobernar la
alta sociedad de la capital con solo su
estatus y nombre, en las tierras del norte
ocurría lo mismo.
La condesa sabía muchas cosas que las
gentes del norte ignoraban. Como que la
duquesa no tenía ni un solo pariente y que
era una princesa más del castillo o las
incógnitas de su matrimonio con el duque.
Los rumores aseguraban que el duque y el
rey habían formado un contrato.
Que la condesa de Corzan hubiese sido la
primera en conocer a la nueva duquesa le
había disgustado. Ella contaba con mayor
influencia y experiencia, pero saber que la
otra no iba a asistir a la fiesta la animó y
decidió, pues, que sería su oportunidad para
elevar su presencia ante la duquesa. No
obstante, todos sus planes se esfumaron en
cuanto había aparecido el joven amo. Todo
el mundo sabía que nadie podía cuestionar
que Damian hubiese sido elegido como
heredero del duque, por lo que el resto de
las invitadas sabían que el nombrar el
propósito de la fiesta había sido una
justificación para quejarse.
Al principio, el resto de las ancianas había
empezado a susurrar entre ellas, las jóvenes
siguieron su ejemplo y, en cuestión de
minutos, todas las invitadas habían
empezado a cuchichear como muñecas sin
expresión.
Kate intentó suavizar la situación o, al
menos, desviar la atención comiendo y
sorbiendo su té con poca modestia, sin
embargo, no lo consiguió. La condesa de
Wales era una enemiga demasiado fuerte y
no podía enfrentarse a ella.
Que uno de los invitados entrase en
conflicto con el organizador o que el
organizador cometiese un error por el que
pudiese ser públicamente criticado social o
éticamente se conocía como: “ruptura de
fiesta”. Era un castigo muy simple, los
invitados guardaban silencio. Si la ruptura
venía por un problema de la fiesta, los
invitados callaban hasta que se resolviese,
como si quisieran declarar su ausencia. A
no ser que la otra persona fuese de una
influencia similar a la que empezaba el
conflicto, la norma no escrita dictaba que el
resto debían seguir y callar.
A Kate la abrumó la culpa. Si su tía abuela
hubiese estado presente las cosas no
habrían acabado así. La ruptura de una
fiesta era una guerra de mujeres. A
diferencia de las guerras entre hombres, no
se escuchaban gritos o muertes, pero era
mucho más cruel y sangrienta. Contraria a
la guerra masculina, en esa el rango y el
poder no era absoluto. Si la situación se
complicaba, el perdedor podía incluso
convertirse en un marginado de la
sociedad.
Lucia repasó a la multitud con una
expresión helada. Las criadas estaban
pálidas de miedo y se habían reunido en
una esquina. Damian, parecía tranquilo.
Lucia había presenciado una ruptura
semejante en su sueño. Esta practica era
imposible en una fiesta pequeña o en la que
hubiesen invitados de ambos géneros, sólo
era plausible en una reunión de mujeres.
Como aquella, la ruptura de fiesta de su
sueño había sido provocada por un
propósito totalmente irracional. La joven
sabía cómo solucionar aquello. Si el
organizador y las invitadas parecían
reconciliarse, la fiesta podía terminar en
paz. Y normalmente era la organizadora
quien retrocedía porque, sino, podía acabar
en desgracia.
La solución, pues, estaba clara: Damian
debía abandonar la fiesta. No obstante,
Lucia no tenía ni la más mínima intención
de consentirlo. La condesa de Wales se
había equivocado desde el principio, a
Lucia no le podía importar menos la
sociedad del norte. En su sueño ya se había
hartado de cumplir con su deber de ser
sociable.
‒Mucho me temo que hoy no podremos
disfrutar de una maravillosa tarde. ‒ Lucia
se enfrentó a las invitadas en un tono
helado. ‒ Cancelo la fiesta. ‒Las señoritas
se sobresaltaron. ‒ No voy a despedirme,
no os lo merecéis. ‒ Entonces, se volvió
hacia las criadas. ‒ Acompañad a las
señoras a la puerta, por favor.
Las criadas se irguieron y asintieron. La
seguridad de sus señoras las enorgulleció.
Las invitadas intercambiaron miradas entre
ellas al ver cómo las sirvientas se ponían
manos a la obra.
‒Todas me habéis decepcionado hoy, a mí,
la duquesa y señora de los Taran. Pronto os
daréis cuenta de que no ha sido una buena
jugada. ‒ La amenaza fría de Lucia no
seguía las normas de la alta sociedad.
La expresión de las más mayores se
ensombreció, sin embargo, nadie osó
expresar su disgusto. Por poca influencia
que la duquesa ostentase en la alta
sociedad, ignorar su rango significaba tener
que acatar consecuencias.
‒Algún día mi hijo será el señor de
vuestros hijos y vuestros nietos. Ahora
entiendo lo de que los padres son los que
echan a perder el futuro de sus hijos. ‒
Declaró la joven duquesa con total frialdad.
Entonces, se dio la vuelta y abandonó a la
multitud sin mirar atrás.
‒¿Eh? ¿Qué significa esto?
El bullicio del jardín aumentó en cuanto
Lucia las dejó a solas.
‒No me había parado a pensar en las
consecuencias…
‒La duquesa no suele enfadarse. ¿Qué
vamos a hacer? Cuando una persona
amable se enfada, da miedo.
Las criticas se centraron en las diez
ancianas que había entre la multitud,
sobretodo en la condesa de Wales que era
quien había iniciado la ruptura de la fiesta.
Las mujeres se echaron las culpas unas a
otras, ignorando sus propias faltas. Pero
ninguna se atrevió a nombrar directamente
a la condesa de Wales por miedo.
Incómodas, las líderes abandonaron el
lugar con amargura.
La expresión de la condesa de Wales se
endureció. Cualquiera que llevase tanto
tiempo asistiendo a fiestas sabría predecir
el desenlace más obvio de un acto como
ese. A sabiendas de que la nueva duquesa
no contaba con experiencia en el campo de
la socialización, había preparado una
ruptura con la que no podría lidiar para
ponerla nerviosa y que acabase echando al
joven amo para arreglar la situación.
Después de todo, aquel era solo un
bastardo, no su hijo legítimo. La anciana
estaba segura de que la pareja ducal era
toda una patraña y de que Lucia había
intentado asegurar su posición ganándose
al joven amo. ¿Qué clase de mujer
antepondría a un desconocido a su propio
hijo?
La condesa había planeado usar esa ruptura
para, en realidad, estrechar lazos con la
duquesa. Al cabo de un tiempo todas las
invitadas habrían llegado a la conclusión
que la joven e inexperta duquesa habría
intentado todo lo posible para aceptar al
bastardo por lo que la adorarían y, por eso
mismo, el incidente habría acabado
pasando a la historia como algo positivo.
No obstante, la condesa había
malinterpretado a Lucia. De hecho, no la
comprendería jamás porque tanto sus
convicciones como sus pensamientos eran
paralelos.
‒¿Qué hacemos? Como mi marido se
entere de esto, voy a pasarlo fatal.
‒¿Por qué lo hemos hecho? Si ya sabemos
cómo es el duque…
‒Es cosa de mujeres, un hombre no debe
intervenir.
‒¿Desde cuando se siguen las reglas?
Dicen que la relación conyugal de los
duques es muy buena… ¿Qué hombre se
resistiría a los susurros amorosos de su
mujer?
‒Ah, no sé. Creo que voy a dejar de salir
durante una temporada.
‒¿Por qué la condesa de Wales ha tenido
que ir a por el heredero del duque se esta
manera?
‒¿No lo sabes? Se ve que adoptó a una
bastarda y que hasta salía con ella, pero al
final, el conde se lío con ella.
‒¡Vaya! O sea que el conde y la hija-…
‒Lo mejor es que la hizo llorar y que, al
cabo de unos meses, le aparecieron un par
de nietos más en el registro familiar.
‒Dios mío.
Los ojos carmesíes de Damian grabaron las
acciones de todas aquellas mujeres. El
chico estaba siendo testigo de sobre qué
clase de calaña iba a tener que pisotear en
un futuro.
La lección, a pesar de no ser la que Lucia
había pretendido dar, era buena.
Algunas de las invitadas cruzaron miradas
con el niño y vacilaron. Pronto, todas se
levantaron y dejaron sus asientos vacíos.

Capitulo 42 Amor, comprensión y


familia
Ya dentro del castillo, Lucia se dio la
vuelta y descubrió que Damian no estaba
por ningún lado, así que le pidió a una
criada que fuera a buscarle. Mientras tanto,
la joven se dirigió al recibidor donde se
sentó y cerró los ojos. Le dolía la cabeza.
Había sido demasiado dócil. Había
subestimado el orgullo terco de todas
aquellas mujeres y había bajado la guardia
porque el ambiente era diferente al de los
círculos de la capital. Sin querer había sido
una engreída por culpa del título del que
ahora disfrutaba.
Si de algo estaba completamente segura, es
que no le gustaba aquella mujer. La
condesa de Corzan la había marcado, por lo
que había estado esperando con ganas el
momento de conocer a la condesa de
Wales. Sin embargo, su emoción se había
convertido en decepción. Para la
muchacha, la condesa de Wales era un lobo
con piel de cordero. Su error había sido
sonreír para evitar conflictos, por eso
mismo ahora se la tomaban a broma.
Lucia sabía que no iba a ser fácil, por eso le
había pedido a Kate que trajese a su tía
abuela, para tener un escudo. No obstante,
su descuido era doloroso. Se había dado
demasiada prisa en presentar a Damian.
Lucia abrió los ojos. Damian todavía no
estaba allí. ¿Cuánto rato hacía que había
mandado que lo trajeran? Le dolía la
cabeza y estaba irritada.
‒¿Por qué está tardando tanto? ‒ Le
preguntó a la criada.
‒Mi señora, el joven amo no ha respondido
cuando lo hemos llamado. La criada a la
que usted le ha ordenado traer al joven amo
no sabe qué hacer.
‒¿Qué está haciendo afuera?
‒Nada… Sólo está mirando a la gente.
‒…Muy bien.
¿Qué estaría pensando el niño mientras
miraba a las invitadas? Se lo preguntaría
cuando llegase.
‒Lucia.
Kate se sentó al lado de Lucia en algún
momento y le cogió la mano.
‒Gracias por venir hoy, Kate. ‒ Lucia
sonrió cuando vio a su amiga.
‒No, no he podido hacer nada. No te
sientas mal. Piensa que ha sido sólo un
tropezón.
A Kate le preocupaba que a Lucia le
abrumase el bochorno. Sin embargo, a
Lucia no podía importarle menos la fiesta.
Algo así no la humillaba.
‒No pasa nada. Y, ruego me sepas
perdonar, pero ¿te importaría dejarme a
solas por hoy? Tengo mucho en lo que
pesar.
Kate aceptó, le ofreció unas cuantas
palabras más de apoyo y consuelo y se
marchó.
‒¿Está en su despacho? ‒ Le preguntó
Lucia a Jerome.
‒No, ha llegado un mensaje urgente y ha
tenido que salir. No sabemos si volverá esta
noche.
Lucia estaba aliviada y entristecida a la
vez.
‒Yo me ocupo de comentarle lo de hoy, no
le digas nada.
‒Sí, señora.
‒Y, ¿puedes llamar a Anna?
Cada vez le dolía más la cabeza, así que
quería alguna medicina. Jerome se excusó
y el resto de las sirvientas abandonaron la
estancia para darle intimidad.
‒Acércate, Damian.
Damian se le acercó y se arrodilló ante
Lucia, que se sobresaltó sorprendida.
‒Lo siento, por mi culpa ha-…
Al chico le daba igual cómo le mirasen. No
importaba lo intensas que fueran las
miradas de los demás, no le herían. No
obstante, no quería que Lucia tuviese que
soportar semejante trato. Damian
desconocía cómo funcionaba la alta
sociedad o lo que era una ruptura de fiesta,
pero era consciente que la situación había
sido una humillación para su madrastra.
Furia. Le enfurecía su propia impotencia.
De haber estado allí su padre las cosas
habrían sido muy distintas.
‒No, Damian. ¿Por qué pides perdón?
Con los ojos llorosos, Lucia tomó a su
hijastro entre sus brazos y le abrazó.
Damian se opuso a la idea desde un
principio, fue ella quien le había
convencido. Tendría que haberlo hecho de
otra manera. Podría haberlo presentado al
final de la velada, pero había pecado de
ambiciosa.
‒Lo siento, Damian. No he pensado en ti.
No me he parado a pensar que podría
hacerte daño, sólo he pensado en mí.
Damian contenía el aliento y se esforzaba
por quedarse quieto mientras disfrutaba de
la sensación cálida y el dulce aroma del
abrazo. Creía que si se movía, aunque sólo
fuera un poco, Lucia se apartaría.
‒Lo siento, lo siento…
‒N-No… No pasa nada.
Damian estaba bien. En el momento en que
Lucia le había llamado “mi hijo”, el niño
había olvidado al resto de personas
presentes. Todavía podía escuchar con total
claridad esas dos palabras que tanto le
habían conmovido.
‒No es culpa tuya, Damian. Lo que hagan
los demás no es cosa tuya. No todos los
adultos son sabios. ‒ A Lucia le temblaba
la voz.
Damian sentía deseos de gritarle que no
llorase por él, pero esas palabras se le
quedaron pegadas en la garganta. Así que,
lentamente, se inclinó hacia adelante y
descansó la frente en el hombro de Lucia.
Era la primera vez que alguien lloraba por
su bien. Se le nubló la vista y se le secó la
garganta. Los ojos del chico se
humedecieron. Sólo un poco.

* * * * *
La urgencia acabó siendo totalmente
distinta a lo que Hugo creyó. No era una
epidemia, sino comida en mal estado.
Ninguna de las dos ocurrencias eran
comunes con el temporal del norte y
tampoco se precisaba la presencia del
mismísimo duque para solucionarlo.
‒¿Setas venenosas?
‒Sí, sí, mi señor. ‒ La cara del jefe del
pueblo que había pedido auxilio era
indescriptible. ‒ Parecen comestibles, pero
causan diarrea, vomitos y puntos rojos por
todo el cuerpo.
En cuanto llegaron al pueblo los doctores
se pusieron manos a la obra: revisaron a los
enfermos, preguntaron sobre las setas y
examinaron los resto de comida. En
cuestión de minutos la enfermedad estaba
diagnosticada y solucionada. A los
ciudadanos se les heló la sangre cuando
vieron llegar al poderoso duque, le
admiraban.
‒Es imposible que los que viven por aquí
no conozcan una seta que crece por los
alrededores.
‒Así es, señor. Esta seta no es autóctona,
sino de un poco más al norte.
‒¿Entonces?
‒Venga, dilo.
El jefe del poblado le insistió a un hombre
que se hallaba postrado en el suelo para que
hablase: el dueño de una tienda de comida.
‒Sí… Bueno… Eh… Hará un par de días
que compré muchas cosas en los canales de
arriba… No sé qué habrá pasado, pero-…
‒Basta. Ha sido culpa tuya, ¿no? ¿Qué
demonios pretendías hacer con unas setas
venenosas?
‒¡Oh! ¡Soy inocente, mi señor! ¡Jamás
haría algo así a propósito!
Un oficial se acercó a la escena del hombre
lloriqueando a los pies del duque e
informó:
‒Creo que deberíamos vigilar y revisar los
canales de mercaderías de arriba. No es
fácil distinguir las setas.
‒Envia a los hombres ahora mismo.
Investigad si se han dado más casos. Los
doctores se quedarán para atender a los
enfermos. Recoged todas las setas y
tiradlas.
‒¡Sí, señor!
‒Mi señor, le hemos hecho perder el
tiempo, lo siento. ‒ El jefe del poblado se
disculpó.
‒No, ha sido una reacción rápida y
excelente. Ocúpate del resto.
‒Sí, mi señor.
Hugo y sus soldados partieron para Roam
dejando a un pequeño grupo en la zona
para que se ocupasen de los asuntos que
quedaban por arreglar. Ya estaba
oscureciendo cuando los viajeros se
detuvieron unos minutos para descansar y
saciar su sed. El duque calculó el tiempo
que tardaría en llegar y adivinó que sería al
anochecer. Seguramente a la hora de la
cena.
‒Adelántate y ordena que no anuncien mi
regreso. ‒Le ordenó al capitán.
Le encantaría poder llegar a tiempo para la
cena, pero de no conseguirlo, no quería
interrumpir la cena de su amada esposa.
Dean siguió sus órdenes y se puso al galope
de inmediato y poco después el resto del
grupo también reanudó la marcha hacia
Roam.

Jerome salió corriendo, sorprendido porque


su señor hubiese entrado a los muros del
castillo a lomos de su montura.
‒No han anunciado su llegada, señor…
‒Se lo he ordenado yo. ‒ Hugo se apeó y se
dirigó a su despacho con Jerome a sus
espaldas.
En cuestión de segundos, los tres hermanos
que servían al duque entraron con una
muda y esperaron a que su señor se quitase
su uniforme sucio.
‒¿Y la cena?
‒Le queda un poco.
‒Entonces no he llegado tarde. ‒ Hugo se
sentó en su escritorio donde le esperaban
unos cuantos documentos, algunos con una
marca roja que indicaba urgencia. ‒ No
tengo tiempo ni de respirar… ‒ Suspiró
para sí. ‒ ¿La fiesta ha ido bien?
El ambiente en el castillo era triste desde
que se había cancelado la fiesta. Sin
embargo, Jerome respondió
afirmativamente cumpliendo las ordenes de
su señora.
‒Llámame cuando la cena esté lista.

* * * * *
Lucia se quedó dormida después de
tomarse la medicina para el dolor de
cabeza, pero no mejoró. Le seguía doliendo
y estaba irritada, así que se quedó tumbada
en el sofá del dormitorio.
‒¿Qué? ¿Ha vuelto? ‒ Hacia la hora de la
cena una criada anunció el retorno de su
marido.
Lucia creía que no le volvería a ver aquella
noche, así que le pidió a la sirvienta que le
acercase un espejo para, por supuesto, ver
lo hinchados que tenía los ojos. De haberlo
sabido se habría puesto algo frío encima.
‒Tráeme una toalla fría.
Pero el remedio no serviría de mucho.
‒¿Qué tal? ¿Tengo muy mala pinta?
‒La hinchazón se ha calmado un poco. No
se ve a simple vista.
Con que su marido no se diera cuenta
durante la cena bastaba. Después de comer,
seguramente, volvería a enterrarse en su
montaña de trabajo como cada vez que
salía.
Lucia se aguantó la toalla en los ojos unos
pocos minutos más, con la esperanza de
que no se notase. No quería que Hugo se
enterase de que había estado llorando por
nada.

Damian ya estaba en el comedor cuando


llegó y, poco después, Hugo hizo su
aparición. El duque cogió la cuchara y posó
su mirada en ella, entonces, frunció el ceño.
Inmediatamente, dejó la cuchara de un
golpe y todos los presentes se quedaron
helados. Hugo se levantó y se acercó a su
avergonzada esposa. Le sujetó el mentón y
la obligó a mirarle.
‒¿Qué ha pasado?
Lucia, consciente de que todas las miradas
se centraban en ellos, apartó la vista. No
sabía que su marido iba a reaccionar de esa
manera. Creía que fingiría ignorancia y que
luego le preguntaría sobre lo sucedió.
‒Ya hablaremos luego, vamos a comer
primero-…
‒¡Jerome! ‒ Hugo le volvió a coger la
mandíbula y la examinó minuciosamente.
¿Había llorado? ¿Por qué?
Jerome, siempre listo, contestó:
‒Las invitadas han hecho una ruptura de
fiesta.
‒¿Qué es eso?
‒Es una acción para acabar con una fiesta
en la que las invitadas guardan silencio.
‒Motivo.
‒…El joven amo Damian.
Hugo no necesitaba más explicaciones.
‒¿Qué te han hecho? ‒ Había una pizca de
violencia en su tono de voz.
‒Nad-… No han hecho nada…
Las invitadas habían rechazado la fiesta,
pero a ella no le habían hecho nada
directamente. Aquello no era suficiente
para hacerla llorar y tampoco la disgustaba,
pero se sentía mal por Damian y había
llorado por eso. Sin embargo, en cuanto
Hugo le preguntó qué había pasado volvió
a formársele un nudo en la garganta. Su
intención había sido explicarle lo ocurrido
tranquilamente, pero sus palabras le
llenaron los ojos de lágrimas.
Hugo se tensó cuando vio sus ojos
vidriosos. La levantó de su asiento y la
cogió en brazos, enterrándole la cabeza en
su pecho.
‒Subidnos la cena al segundo piso.
Damian, come en tu cuarto.
‒Sí. ‒ Damian observó con preocupación
como su padre se llevaba a Lucia. Estaba
preocupado por ella porque no había salido
de su habitación en todo el día y esperaba
poder volver a ver la sonrisa de su madre a
la mañana siguiente.

Parte II
Hugo entró en su dormitorio y se sentó en
el sofá con Lucia llorando enterrada en su
pecho. Los llantos de Lucia no cesaban por
muchas caricias que recibiera, al contrario,
empeoraban. En realidad, la joven no
entendía por qué estaba llorando tantísimo,
lo sucedido en la fiesta no había sido para
tanto. Sin embargo, estaba triste y ante el
consuelo amable del rostro de su esposo
sus lágrimas se rehusaban a parar. Era la
primera vez que lloraba desde los doce
años, cuando entró en palacio.
Hugo le acarició la espalda en silencio a
pesar de su agitación. Era plenamente
consciente de lo fuerte que era su esposa,
así que, ¿qué demonios debía haber
ocurrido para hacerla llorar de esa manera?
Esas mujerzuelas debían haber perdido la
cabeza para atreverse a hacerle algo así a su
amada. Se lo haría pagar.
Después de un buen rato Lucia se irguió y
pareció dejar de llorar. Hugo se limitó a
abrazarla sin pedirle que parase, sin
embargo, su actitud la consoló.
‒¿Ya está?
La pareja intercambió una mirada: ella alzó
la vista y él la bajó.
‒Tengo que… ‒ Lucia se sentía algo
avergonzada. ‒ lavarme… ‒ Asintió con la
cabeza. Después de llorar de esa manera se
sentía muchísimo mejor, como si le
hubieran quitado un peso de encima.
Le daba vergüenza enseñarle su cara
empapada. Él la sujetó por la muñeca
cuando hizo amago de levantarse y le
ofreció una toalla húmeda que una criada
había traído mientras ella lloraba. Lucia
aceptó la toalla y se secó el rostro.
‒Está mojada… ‒ Dijo mirando la camisa
empapada de su marido. ‒ Por mi culpa.
Lucia vaciló unos instantes, entonces,
extendió la mano y le desabrochó los
botones de la camisa. Los desabrochó uno a
uno, dejando a la vista los músculos bien
definidos de su pecho. Le temblaban las
manos y para cuando se había deshecho de
la mitad, el corazón le latía tan fuerte que
tuvo que apartar las manos.
‒Voy a por una muda limpia…
Hugo la cogió por las muñecas y ella se lo
miró con sorpresa.
‒Acaba. ‒ Le brillaban los ojos con una luz
peligrosa.
Ella lo fulminó con la mirada y tragó saliva
antes de acabar de desabrocharle la camisa
con manos temblorosas. Al terminar, le
pasó la mano por el pecho desnudo
inconscientemente. La firmeza de su piel y
el detalle de sus músculos la impresionó.
De repente, se avergonzó, apartó las manos
e intentó alejarse, pero él la atrapó. Sus
labios se encontraron con los de ella y la
lengua de él la saboreó.
‒Qué salado.
Lucia se ruborizó de inmediato. Los ojos
carmesíes de su marido echaban chispas
pasionales. Su cuerpo reaccionó: tenía
calor, se le aceleró la respiración y sintió
una sensación electrizante entre las piernas.
La muchacha contempló ese color rojo que
antaño se le ocurría tan frío, no obstante, ya
no recordaba por qué pensaba aquello.
¿Las mirará a todas de esta manera…?
Recordó con qué desesperación Sophia
Lawrence se había aferrado a él y cómo
ella misma, en aquel momento, había
chasqueado la lengua y murmurado que no
era el único pez en el mar. Jamás se habría
imaginado que llegaría el día en el que
comprendería los sentimientos de Sophia
tan bien. ¿Existiría alguna mujer capaz de
soportar ver cómo la su mirada se volvía
gélida en cuestión de segundos? Su amor
por Hugo creció con el tiempo y su
determinación de amarle sin esperar ser
correspondida peligraba por la ternura de
su esposo. Temía convertirse en el tipo de
mujer pegajosa que él odiaba.
No necesito más de lo que tengo ahora.
Era suficientemente feliz. Él era un marido
apasionado y dulce. Pedir más ya sería
abusar.
Lucia posó las manos en los hombros de él
y se levantó. Él alzó la vista para mirarla
desde abajo. Esa sensación de tener que
mirar para abajo para mirarle le dio una
sensación de superioridad. Ella empujó los
hombros de él con más fuerza y se inclinó
para besarle. Le mordió el labio inferior
con suavidad, como siempre hacía él, y le
lamió. En cuestión de segundos sus besitos
se volvieron sugerentes y, precisamente
porque Hugo se quedó inmóvil, ella fue
más atrevida todavía hasta que se
separaron.
‒No has comido por mi culpa, debes tener
hambre-…
Hugo no le dio tiempo a terminar la frase.
La agarró por el cuello y devoró sus labios
con avidez. Su lengua exploró su cavidad
sin pudor alguno. Fue un beso lo
suficientemente largo como para dejarla sin
aliento.
‒¿Qué dices de comer? ‒ Gruñó, excitado.
‒…Pero yo también tengo hambre.
Hugo suspiró. Personalmente no comer no
era nada del otro mundo para él.
‒…No podemos dejar que pases hambre.
Hugo la cogió en brazos y la llevó hasta la
habitación que había conectada con el
dormitorio donde les esperaba la cena.
Lucia ordenó a la criada que trajera una
muda limpia para él y se quedó sentada en
el sofá, absorta en sus pensamientos,
mientras él se cambiaba. Ella también
quería tirarle en la cama y saborearlo de la
misma manera que él la acariciaba y la
besaba por todas partes.
Te has vuelto loca, se reprendió. Por suerte,
Hugo no contaba con la habilidad de leerlo
los pensamientos y, mientras ella intentaba
recuperar la compostura, se sentó a su lado.
‒¿Todavía no te encuentras bien?
‒No, estoy bien. ‒ Dijo, apoyando la
cabeza en su hombro. Él la rodeó con los
brazos. ‒ Ahora estoy bien, gracias a ti. Me
siento mejor después de llorar. ¿Alguna vez
te ha pasado algo así?
‒No sé, nunca he llorado.
Al morir su hermano sintió que le
arrancaban el corazón, así que salió a
galopar con su corcel y bramó sobre su
lomo, pero no derramó ni una sola lágrima.
A Lucia no le sorprendió.
‒Bueno, dime, ¿qué ha pasado?
‒…Ya te lo han contado. La fiesta ha sido
un desastre. A las invitadas no les ha
gustado que les presentase a Damian, pero
no he querido ceder y la he cancelado.
Suele pasar.
‒¿Por qué has llorado tanto si suele pasar?
‒Es que… No ha sido por la fiesta. Me
entristece un poco pensar que Damian se
haya sentido mal por mi culpa.
¿Quién lloraba tanto por estar un poco
triste? Hugo no la entendía, pero a pesar de
que su argumento no le convencía, decidió
dejarlo correr.
‒El chico no es tan debilucho.
‒Ya, es tu hijo, pero no deja de ser un niño
de ocho años. Es joven.
‒¿Quién ha sido la instigadora? ‒ Su tono
de voz ocultaba una brutalidad capaz de
desgarrar la garganta a cualquiera que se le
cruzase por delante. La naturaleza que
Hugo tanto luchaba por esconder resurgió.
Deseaba encontrar al deudor y hacerle
probar el sabor de la sangre.
En cuanto Lucia levantó la cabeza, Hugo
volvió a esconder su bestialidad.
‒No hagas nada.
‒¿…Que no haga qué?
‒Es cosa de mujeres. No te metas.
Si se metía, sería un caos. Los cimientos de
la sociedad norteña peligrarían. Y de darse
el caso, puede que hasta Kate y la señora
Michelle les dieran la espalda.
‒Prométemelo. ‒ Insistió Lucia, viendo que
él no respondía. ‒ Prométeme que no te vas
a meter en esto.
‒Yo me ocupo.
‒¡Hugh! ¡No, no lo hagas por mí! No voy a
echarte nada a la cara y nadie me va a
juzgar.
‒¿Quién se atrevería?
‒¡Hugh!
‒…Vale. ‒ Era incapaz de resistirse a los
ojos de cordero degollado de su esposa.
‒¿Me lo prometes?
‒He dicho que vale. ‒ Por dentro seguía
remugando. No le gustaba la idea de
quedarse sin hacer nada. Su mujer no era
capaz de pisotearles hasta que fueran
incapaces de emitir sonido alguno.
Puede que no se le diera bien nada más,
pero Hugo sabía pisotear a la gente. Sin
embargo, no podía demostrárselo a ella.
‒¿Qué vas a hacer?
‒Todavía estoy pensando en ello. No
quiero precipitar mi venganza.
‒No estarás pensando en dejar que la cosa
se enfríe y dejarlo pasar, ¿no?
‒No soy tan tonta como para dejar que la
cosa se acalle y punto. Me ocuparé del
asunto como se debe, no te preocupes.
‒¿Qué tiene de difícil? Trae a un par de
instigadores y-…
‒Te lo repito, ni se te ocurra hacer algo así
jamás. ‒ Lucia levantó la vista de repente y
se lo miró con los ojos entrecerrados. ‒
Esto no es como el mundo de los hombres,
las mujeres no somos tan simples.
Hugo no entendía dónde estaba la
complicación del asunto. Tanto las mujeres
como los hombres morían si perdían el
cuello, pero musitó una palabra afirmativa
obedientemente. Ver a su dócil mujer tan
agresiva daba un poco de miedo.
‒¿De verdad no necesitas que te eche una
mano?
Ella parecía animada. Hugo no quería que
se quejase por todo y se aferrase a él para
lloriquear, pero al menos le hubiese
gustado que le contase lo que le molestaba.
‒Ya te diré si te necesito para algo.
Hugo dudo de que llegase el día en que le
fuera a necesitar para algo. Una vez más,
confirmaba la amarga realidad de que su
esposa estaría perfectamente bien si no
estuviese con él.
‒¿Por qué no me preguntaste nada sobre
Damian hasta que llegó?
Sin lugar a duda, la causa de la situación de
la fiesta era Damian. Hugo sabía que a
Lucia le parecía un niño adorable, pero
resultaba que sus sentimientos por su
hijastro iban mucho más allá. Le
sorprendió. Hasta hacía poco Hugo pensaba
que Damian no le interesaba en lo más
mínimo porque nunca le había preguntado
nada sobre él.
‒Nunca me lo habías mencionado, así que
no sabía si podía hablar de ello.
‒¿Por qué?
‒Me lo advertiste cuando fui a verte en la
Capital y le mencioné.
‒¿…Sí?
‒Y sabía que sería difícil de creer en mis
buenas intenciones si preguntaba por pura
curiosidad. Seguramente, si te hubiese
dicho nada, hubieses empezado a intentar
adivinar cuáles serían mis intenciones.
Le pilló desprevenido y tenía toda la razón
del mundo, así que Hugo no pudo replicar.
Si se hubiese interesado por Damian poco
después de casarse, él no se lo habría
tomado como simple curiosidad. A pesar
de que su mujer no era de las que se lo
guardaban todo, sus reflexiones eran más
profundas de lo que creía.
‒Le hice venir para lo de la herencia.
‒¿Todavía no está? ¿Tengo que hacer algo
más?
‒No, pero como iba a ser tu hijo legal
supuse que lo mejor era que, al menos, le
vieses la cara. Y no iba a hacer nada con
los documentos sin hablarlo contigo antes.
Lucia abrió los ojos como platos. Hugo
parecía contrariado.
‒Sé lo que vas a decir. Pensabas que lo
haría sin hablarlo contigo primero, ¿no?
Lucia sonrió y él suspiró.
‒Es verdad… Soy un truhan. Sé que es lo
que piensas.
‒…No pienso eso. ‒ Verle tan alicaído le
dio pena. ‒ De verdad.
‒¿…Qué piensas de mí entonces?
‒Que eres un señor muy competente.
Nunca habría pensado que en el norte se
vivía tan bien.
‒¿Ah, sí? ‒ Contestó secamente.
Sus halagos no eran del todo agradables.
¿Un señor competente? No es lo que quería
oír.

Parte III
– Cambiar el registro no es especialmente
complicado, estará en uno o dos días.
– Ya veo…
El corazón de Lucia iba a mil. Damian iba
a ser su hijo de verdad, ahora sería su
familia. No sería su “hijo adoptivo”, no, en
el registro familiar constaría como su “hijo
biológico”, una relación inquebrantable.
Aunque se divorciase de su marido, a pesar
de que había cedido sus derechos de
custodia, su relación con Damian no
cambiaría.
– Es mi hijo…
– Exacto. Puedes hacer con él lo que
quieras. Como si te apetece abusar de él.
– ¿Eh…? ¡Qué mal padre eres! – Criticó
ella con los ojos como platos.
– ¿Qué?
– ¿Ahora quieres que sea una mala
madrastra?
Sus palabras provocaron una risotada por
su parte.
– ¿Serías capaz de ser mala con él?
– ¿Qué dices?
– Más bien va a ser lo contrario, quien te
va a dar dolores de cabeza va a ser él.
– Damian no haría eso. No le conoces, es
un niño encantador.
Hugo soltó una risita. Por muy dócil y
manso que pareciese el chico, por sus venas
corría la sangre de los Taran. Hasta su
hermano, que siempre había aparentado ser
el más amable de los humanos, acabó
asesinando a su padre.
– Además es tu hijo. – Murmuró Lucia
como si hablase sola.
Hugo se la miró extrañado.
– ¿En quién crees?
– En Damian… que se parece…
muchísimo a ti.
Hugo se acercó a ella e inclinó la cabeza.
Entonces, habló con un tono amenazador.
– Pues con más razón deberías andarte con
cuidado. ¿No has oído los rumores que
corren sobre mí?
– ¿…Los de que bebes sangre?
– ¿Qué? – Lucia se puso nerviosa. Se le
había escapado. – Ah, o sea… Los
rumores…
– ¿Dicen que bebo sangre?
Hugo estudió la expresión de su esposa
cuando asintió con la cabeza, se acercó
todavía más a ella y la enterró entre sus
brazos mientras reía con ganas. Hugo
conocía todos los rumores que circulaban
sobre él gracias a los informes de Fabian,
pero esa era la primera vez que alguien
tenía las agallas de espetárselos en la cara.
– Sé que sólo es un rumor. – Lucia estaba
colorada por el bochorno.
– No es del todo mentira. A veces, en el
campo de batalla, tienes que hacerlo.
– Ah, ya veo…
– ¿No sentías curiosidad por eso?
– No… Bueno, a lo mejor un poco… Pero
hace mucho. Ahora ya no me lo creo.
Él continuó riéndose. A Lucia le alegró que
no se ofendiese, pero no comprendía dónde
estaba la gracia de sus palabras. Era
incapaz de captar su sentido del humor.
– ¿Hay más rumores?
– …No sé.
– Qué atrevida. ¿Le pediste matrimonio a
un monstruo que bebe sangre?
Lucia se ruborizó en silencio.
– ¿De verdad puedo entrometerme con las
cosas de Damian?
– Como tú quieras.
– La última vez me dijiste que no lo
hiciera.
– ¿Sí? ¿Cuándo?
– Me dijiste que por muy bonito que fuera,
que no me pasase de la raya.
– ¿Cuándo he dicho eso?
Lucia parpadeó y estudió la cara de su
marido donde estaba escrito un “¿qué
demonios estás diciendo?”. La joven
escudriñó sus recuerdos y, cuando se paró a
pensar, Hugo jamás le había advertido que
no se pasase de la raya.
– ¿Odias a… Damian? – Había estado
intentando adivinarlo a base de observar
sus interacciones o gestos, sin embargo, se
percató que sería más sencillo si,
simplemente, se lo preguntaba
directamente.
– No.
Lucia reunió todo el valor que pudo y
volvió a la carga:
– Entonces… ¿Por qué lo dejaste en un
internado?
– Ya te lo dije. No podía ocuparme de él,
por eso.
– Pero es el heredero del duque. Nadie
hace eso.
– Me da igual lo que hagan los demás.
– …En otras palabras, hiciste lo que creías
que era lo mejor.
Hugo asintió.
Lucia sintió que se quitaba un peso de
encima. Llevaba demasiado tiempo
nadando en un pozo de ignorancia. Ahora
creía entenderle un poco más. En realidad,
cada vez que ella preguntaba algo su
marido no se andaba con rodeos. Era un
hombre conciso.
– ¿Por qué nunca te pusiste en contacto
con él?
– Sé cómo le va, cada semana me dejan un
informe en el despacho.
Era fascinante. Cada una de sus acciones
que tan incomprensibles le habían parecido
tenía un motivo. ¿Hasta qué punto estaría
dispuesto a responder? ¿Y si le preguntaba
algo un poco más complicado?
– Y…
Hugo bajó la cabeza y le mordió el cuello.
– ¿Puedes dejar de preguntarme cosas de
otro hombre?
– ¿…Qué? Es tu hijo, sólo tiene ocho años.
¡No es un hombre!
– Qué despiadada. ¿Sabes lo mucho que
han herido su orgullo esas palabras?
– Oh, vaya… A lo mejor me he pasado.
Damian era un chico. Si se ponía en sus
zapatos y alguien le espetase que no era
una señorita porque era muy pequeña, se
habría ofendido.
Caray. Podría habérmelo dicho.
Damian no era el tipo de niño que hablaba
de estos temas. ¿Quizás se lo había contado
a Hugo? ¿Desde cuándo se llevaban tan
bien?
– ¿Te lo ha dicho él?
– No.
– ¿Entonces, cómo lo sabes?
– Me he puesto en su lugar.
Lucia entrecerró los ojos, pero tenía
sentido. Hugo era un hombre, comprendía
la mente masculina mucho mejor que ella.
Mientras la muchacha se preguntaba
cuántas veces habría ofendido al chico,
Hugo la manoseó: cintura, labios, oreja,
cuello…
– Será mejor que vuelvas al trabajo. –
Hugo se detuvo en seco y se la miró con
incredulidad. – Hace poco que has vuelto,
¿no? Cada vez que vuelves de un viaje se te
amontona el trabajo.
Hugo era todo quejas, pero ella estaba
agotada después de un día tan largo y no se
veía capaz de lidiar con él, así que se quitó
las manos de la cadera y se levantó.
– Vivian.
– Me duele la cabeza, me voy a dar un
paseo.
Hugo intentó convencerla un par de veces
más, pero al final acabó retirándose a su
despacho arrastrando los pies.
Normalmente trabajar no era santo de su
devoción, pero aquel día en concreto
odiaba tener responsabilidades más que
nada. Hugo reconocía que no la había
consolado tan bien como para merecer un
premio, pero echar a una persona de esta
manera, tampoco era precisamente lo
correcto.

– Duerme en tu cama. – Ordenó Lucia a su


marido cuando le vio entrar por la puerta.
– ¿Hoy también? ¡¿Por qué?! – Rugió.
– No tengo energía para ocuparme de ti,
así que no creo que me lo pase bien.
Le había atacado dos veces sin piedad
alguna.
– Vale, vale… Pero me quedo aquí, sólo
voy a dormir, pero me quedo. – Murmuró
entristecido.
Malditas nobles. ¡Pensaba hacérselo pagar!
– ¿De verdad?
– Ayer cumplí mi promesa, ¿no?
Lucia no se lo terminaba de creer, pero
Hugo la cogió en brazos y se tiró en la
cama con ella.
– ¡Hugh!
Él la estrujó entre sus brazos y, cuánto más
se debatía ella, más fuerza usaba.
– Voy a dormir así. Venga, estate quieta.
Si no paras de moverte, me excitarás.
– ¡Pero dónde estás tocando!
Lucia acabó resignándose. La tenía tan bien
sujeta que no podía ni moverse. Hugo
deslizó las manos por debajo de su camisón
y le manoseó los pechos. Ella se quejó, por
supuesto, pero su marido hizo caso omiso.
– Vivian.
Era especialmente agradable que le
susurrase su nombre al oído.
– Dime.
– Vivian.
– Dime.
– Vivian. – Repitió.
– ¿Dime? – Se giró para mirarle a la cara.
– La primera vez que te llamé por tu
nombre te incomodó, ¿no?
– Mmm… Sí.
– Ahora ya no te afecta.
– Bueno, claro. Hace mucho tiempo que
me llamas así, me he acostumbrado.
Lucia ya no aborrecía ese nombre porque
era el de la esposa del duque de Taran.
Había hallado la felicidad como Vivian a
diferencia de la Vivian de su sueño. Cada
vez que él la llamaba se sentía única y se le
aceleraba el corazón. Él era el único que la
llamaba así y así seguiría.
– ¿…Sí?
Hugo se moría de ganas por preguntar por
qué no le decía su nombre de infancia. Sin
embargo, temía su respuesta. Su corazón
sería incapaz de soportar una respuesta en
la línea de “porque no quiero que me
llames así” o “porque no quiero”.
De repente, se le formó un nudo en la
garganta. No le odiaba, ¿verdad? No
toleraba compartir lecho sólo porque
estaban casados, ¿verdad? ¿De veras era
imposible que llegase a amarle? Contener
sus palabras era una experiencia nueva y
desagradable. Pero las respuestas a sus
preguntas le asustaban.
Estaba bastante seguro que si la escuchaba
decir que no le amaría jamás enloquecería.
Odiaba la incertidumbre de no saber qué
sería capaz de hacerle si se volvía loco. El
mero pensamiento de hacerle daño le
perturbaba.
– Vivian.
Se aferró a ella con más fuerza y enterró la
nariz en su cuello. Le encantaba su aroma
que siempre le embriagaba.
– Dime…
A pesar de que la tenía entre sus brazos,
sentía que la había perdido para siempre. El
dolor le abrumó y frunció el ceño. Algo
desconocido le había perforado el corazón.
No recordaba haberse sentido tan mal. Ni
siquiera cuando de niño había estado en
incontables ocasiones al borde de la
muerte.
Hugo se aferró a ella mientras Lucia se
quedaba dormida, incapaz de conciliar el
sueño.

A la mañana siguiente, Hugo reunió a sus


vasallos y los informó de que Damian era,
oficialmente, su hijo.
– Damian ya sabe que será mi heredero. Si
alguno no está conforme, ya puede
empezar a cambiar de opinión. – Era la
primera vez que el duque mencionaba a su
hijo. – Es mi hijo legal. Siempre estoy
abierto al dialogo, cualquier queja, venid a
buscarme.
Una de las palabras más horripilantes que
el duque podía pronunciar era “debate”.
Hugo les lanzó un documento en los
morros.
Lucia le había hecho prometer que no
interferiría, pero fue incapaz. Hugo había
ordenado a Jerome que redactase una lista
de las invitadas y, a pesar de sus muchos
reproches, se la presentó al cabo de unas
horas. Hugo, a su vez, escribió otra lista
seleccionando los nombres de las mujeres
de sus vasallos.
– Recomiendo a aquellos que aparezcan en
la lista que hagan limpieza en sus casas. –
Para él esto no podía considerarse ni una
regañina y satisfecho, estaba convencido
que no había roto su promesa.
En cuanto Hugo se retiró, los allí presentes
corrieron a revisar la lista. En cuanto los
afectados llegaron a sus casas interrogaron
a sus esposas y al cabo de poco tiempo se
extendió el rumor de que todas las mujeres
que acudieron a la fiesta de la duquesa
recibieron castigos durísimos y que
cualquiera que se atreviese a tocar a la
duquesa respondería ante el dragón escupe
fuego que la protegía.

* * * * *
Roam estaba tan tranquilo como siempre.
Lucia, desde lo ocurrido en la fiesta la
semana anterior, no había salido a montar a
caballo, aunque tampoco era nada fuera de
lo común que la duquesa se quedase en su
castillo. Viendo cómo la joven se
comportaba como si nada, aquellos que la
rodeaban olvidaron el incidente.
Sentado en su habitación, Damian notó
algo entre los pies, sonrió y adivinó que se
trataría de Asha: el cachorro de zorro que le
seguía día y noche. Lo ocurrido en la fiesta
no le había afectado negativamente, sólo
sorpendido. Nunca se había sentido tan
débil. En comparación con su padre, él no
era nada. La ausencia le había hecho
entender que, si Hugo no estaba, era su
deber proteger a su madre.
Damian cogió al animalito y se levantó. Le
pasó el cachorro a un criado para que lo
devolviese a su jaula y, entonces, le pidió a
Jerome que informase a su padre que
quería hablar con él.

Capitulo 45 Verdades y Mentiras


–Pase, Joven Amo. – Jerome acompañó a
Damian hasta la puerta del despacho de
Hugo, se la abrió y se hizo a un lado para
dejarle pasar.
La primera y única vez que el chico había
estado en aquella estancia había sido
cuando el Duque le había anunciado que
viviría en un internado. Desde aquel día,
desde el día en que su padre le había dejado
claro que el resto era cosa suya, Damian
había fijado como meta el ser digno de
ostentar el título de Duque. Sin embargo,
nunca había considerado qué o por qué. La
meta del chico era, asimismo, la razón de
su existencia. Ahora Damian había
encontrado una meta de verdad: el poder. Y
para ello convertirse en el duque sería una
necesidad, no la finalidad. Deseaba el
poder para proteger a quién quisiera
proteger.
Damian admiraba a su padre: un caballero
estupendo y el hombre más fuerte sobre la
faz de la Tierra. Pero dudaba ser capaz de
convertirse en alguien como él, por lo que,
debía hallar la manera de ser más fuerte y
la única salido que encontró fue la escuela.
En el despacho hacía algo de frío. Había
una montonera de documentos a la
izquierda y de los muebles emanaba un rico
aroma a madera.
–¿Vas a tardar mucho? – Hugo dejó de
hojear los papeles de su escritorio y levantó
la vista de la mesa.
–No, he venido a decirte que quiero volver
al internado.
–Creo que será difícil ponerte al día a estas
alturas del trimestre.
–Sí, pero si vuelvo ya podré ir a las clases
de repaso.
–Puedes graduarte, aunque te falten
trimestres.
–Quiero las mejores notas.
–Ya te dije que con que te gradúes basta.
–Quiero hacerlo.
–¿Por qué?
–Quiero ganar poder a través de mis
conocimientos.
Hugo alzó la cabeza y estudió al chico que
le mantuvo la mirada con nerviosismo
durante unos segundos antes de dejarla caer
al suelo.
Hugo recordó la primera vez que vio a su
hijastro. El niño que Philip le presentó
poseía unos ojos claros e inocentes como
los de su hermano: sólo el hijo de su
hermano podría tener tanta dulzura en su
mirar a pesar de pertenecer a los Taran.
–Poder, ¿eh? – Hugo soltó una risita y
volvió a concentrarse en sus papeles. Firmó
el que tenía entre las manos y lo dejó a un
lado. – Los sabios no gobiernan el mundo.
¿Por qué estás tan seguro de que lo que
aprendas en el colegio se convertirá en tu
fuerza? –Aquella pregunta pilló
desprevenido a Damian. – Todo esto será
tuyo cuando te gradúes sin importar las
notas que tengas. El Duque de Taran ya es,
en sí, un título poderoso.
El propósito de Damian era conseguir
poder por sí mismo, no algo heredado. En
Ixium, su colegio, existía una organización
conocida como la Conferencia que gozaba
de cierto poder. El Shita – o líder de la
Conferencia – solía ser un estudiante de los
mayores al que todo el mundo
reverenciaba.
–Voy a ser el próximo Shita. – Hugo se lo
miró intrigado. – El Shita es el-…
–Sé lo que es.
A pesar de que Hugo no había pisado jamás
ese internado se había interesado por la
institución. Viendo que todos los nobles
enviaban a sus hijos a ese internado era
obvio que en cuestión de décadas haber
cursado algo en aquel centro se convertiría
en un elemento indispensable para todo
noble y, además, en una herramienta para
establecer conexiones tempranas entre
ellos. Que Damian fuese nombrado Shita
en un lugar en el que la jerarquía estaba tan
limitada podría ayudarle a borrar la etiqueta
de bastardo de su currículum ante todos
aquellos estudiantes que, en un futuro,
serían los herederos de sus familias. Pero,
¿por qué de repente Damian quería ese
poder cuando nunca había mostrado interés
en nada más allá de sus libros?
–No es algo que puedas conseguir sólo
estudiando.
–Lo sé.
–Un poder inadecuado es peor que no tener
poder. – Explicó. – Si quieres ser el mejor,
tienes que estar tan arriba que nadie se
atreva a mirarte.
–Sí.
–¿Te has enterado que tu madre te ha
añadido al registro familiar?
–Sí, ma… Madre me lo dijo.
–Ve y dile que vas a volver al internado.
–Sí.
–Haz lo que quieras, pero no mates a nadie.
Arreglar eso es un tanto más pesado. Pero,
si acabas haciéndolo, dímelo a mí antes que
al internado.
Su padre era, por supuesto, alguien
peligroso.
–…Sí. – Damian hizo una reverencia y
salió del despacho.
–Tu hijo es mil veces más listo que tú. –
Murmuró entre risitas.
Sorprendentemente, era la primera vez que
no le dolía el pecho al recordar a su
hermano.

* * * * *
Lucia iba de camino a disfrutar de su té
vespertino cuando se encontró a Damian.
Le saludó y le invitó a acompañarla.
–¿Necesitas algo? ¿Te ha pasado algo?
Damian solía encerrarse en su habitación
para estudiar a esa hora.
–Tengo que decirte una cosa: voy a volver
al internado.
Lucia dejó de moverse y depositó la taza de
té con cuidado sobre la mesa.
–¿Es por lo de la fiesta?
–No, tengo que volver para no quedarme
atrás.
Lo normal en un niño de la edad de
Damian era montar una pataleta por no
querer volver a clase. La madurez de su
hijastro le daba pena. Al principio, a Lucia,
le había parecido adorable que fuese tan
avispado para su edad, hablando con él se
había dado cuenta que era un genio con la
capacidad mental de un adulto. Una
infancia normal no encajaba con su
intelecto peculiarmente alto. En su sueño
Lucia había conocido a un niño similar:
Bruno, el tercer hijo del Conde Matin.
Había conocido a Bruno con doce años. No
se parecía al Conde ni en apariencia ni en
intelecto. Su rebeldía contra su padre
siempre supuso muchos problemas. Al
final, el Conde se decantó por enviarlo a
estudiar.
–Bueno, supongo que debería alegrarme de
que vuelvas a estudiar. ¿Cuándo te vas?
–Mañana por la mañana.
–¿Mañana por la mañana? ¿Tan pronto? –
Se sorprendió ella.
No esperaba tener que separarse de Damian
tan de repente. El chico se había convertido
en su hijo y amigo. Su presencia la
consolaba y su parecido con Hugo la
ayudaba a controlar su anhelo.
–Entonces…
Lucia quiso preguntarle si volvería al año
siguiente, pero se contuvo. Si todo
marchaba tal y como en su sueño, el Rey
fallecería y tendrían que volver a la Capital.
Sin embargo, ¿cómo iban a llevar a Damian
a la Capital y esperar que lo aceptasen, si ni
siquiera habían conseguido en el Norte? Lo
mejor sería que Damian se quedase en el
internado hasta alcanzar la edad óptima
para presentarse en sociedad.
–Estoy segura que tienes mucho que hacer
si te vas mañana.
–Sólo queda guardar mis libros.
–Oh, entonces, ¿quieres que hablemos un
poco más? Cuéntame sobre el internado.
–Claro.
La pareja se quedó en la habitación
charlando animadamente toda la tarde.

A la mañana siguiente una multitud se


reunió delante del carruaje de caballos que
se disponía a partir. El cochero estaba listo
y un criado esperaba a que el resto se
despidiera del señorito.
Hugo le había deseado lo mejor cuando se
enteró de que Damian se marchaba, pero
Lucia le había regañado y arrastrado
afuera.
–Cuídate y estudia mucho.
–Eso haré.
–Come bien, no te hagas daño. Ah… Ya te
he dicho que te cuides… – Lucia buscaba
qué decir desesperadamente.
Damian sonrió.
–Mi señora.
Un criado se le acercó con una cesta y se la
entregó. Asha aguardaba en su interior.
–Asha te ha elegido como su dueño. –
Comentó Lucia. – Llévatelo.
–Pero era para ti, ¿no?
–No pasa nada.
–Pero… Las mascotas en el internado
están-…
–No te preocupes por eso. Tu padre ya se
ha encargado.
Lucia se volvió para mirar a Hugo que
esperaba a un par de pasos. Hugo asintió
con la cabeza. Para él había sido como
matar a dos pájaros de un tiro. Cambiar las
normas de la academia no había supuesto
ninguna dificultad gracias a ser uno de los
mayores inversores de Ixium desde que
Damian ingresó.
–Espero que Asha te acompañe en tus días
en el internado.
–Sí, gracias.
Un criado cogió la cesta y la subió al
carruaje.
–Me voy.
–Ah, sí… Tienes que irte. ¿Puedo abrazarte
por última vez, Damian?
–…Sí.
Lucia estrechó a Damian entre sus brazos.
Las manos del niño se quedaron en el aire
durante unos instantes, pero al final, se
relajó y las posó sobre la espalda de su
madrastra.
Damian era astuto y sabía de sobras lo
buena que era la relación conyugal de los
duques. Hacía mucho que había descartado
la idea de que aquello fuera un matrimonio
de conveniencia y sabía que en algún
momento su amor daría frutos. Sabía que
su posición sería como un castillo de arena
frente al hijo legal de la esposa del Duque.
Sin embargo, si su hermano pequeño
quisiera el título, se lo cedería encantado.
Todo lo que quería Damian era proteger.
Proteger la calidez que envolvía a Roam y
la risa de su madre.
–Madre.
Lucia se lo quedó mirando con los ojos
como platos, estupefacta. De repente, el
chico pegó una zancada, le cogió la mano y
se la besó.
–No sé cuándo volveré a verte, pero espero
que estés siempre bien. – Damian sonrió y
miró a la impactada Lucia. Entonces,
sonrió como un niño travieso por primera
vez.
Parte II

Los labios de Hugo se curvaron formando


una sonrisa. Si se hubiese tratado de
cualquier otra persona, le habría partido
todas las extremidades de su cuerpo.
Damian se subió al carruaje y Lucia se
quedó allí de pie hasta que ya no quedó ni
rastro del coche.
–¿Qué haces? – Hugo se le acercó y le dio
un toquecito en el hombro.
–…Me ha llamado: “madre”.
–¿Cómo te iba a llamar sino?
–Pero…– Vaciló. – Es la primera vez que
me llama así…
La partida de Damian entristeció a Lucia,
pero al mismo tiempo, haberle escuchado
llamarla madre la dejó con sentimientos
contradictorios. La joven se volvió hacia su
marido con los ojos rojos como si pudiese
romper a llorar en cualquier momento.
–¿Lo has visto?
–¿El qué?
–Como se nota que es hijo tuyo. Menudo
Casanova.
Lucia se quedó pensativa con la mirada fija
al camino por donde había desaparecido el
carruaje y empezó a parlotear sobre lo
terrible que sería si Damian se convertía en
un mujeriego rompecorazones.
Ante lo cual, Hugo se alejó de ella y salió
disparado hacia su despacho.

* * * * *
El pensar que Damian ya no estaba
entristecía a Lucia y el recuerdo del
chiquillo llamándola madre la ruborizaba.
No obstante, cuando pensaba que iba a
poder escucharlo de sus labios hasta dentro
de un buen tiempo la volvía a sumir en
amargura.
–El baño está listo, mi señora. – Repitió la
criada por tercera vez.
–Oh, de acuerdo. – Respondió ella,
cabizbaja.
De repente, alguien le levantó el mentón la
fuerza para examinarle la cara: Hugo.
Los ojos carmesíes estudiaron el rostro de
su mujer. Ver a Lucia con la cabeza gacha
sentada en la cama como si estuviese
llorando le había sorprendido y, la idea de
su esposa llorando le incomodaba. Cuando
vio que la expresión de Lucia era normal,
sintió como si le hubieran quitado un peso
de encima.
Lucia buscó con la mirada a la criada
preguntándose qué hacía su esposo allí,
pero no la encontró. Se liberó del agarre
para explicarle a Hugo que tenía que
asearse, pero antes de conseguirlo su
marido ya le había aprisionado los labios.
Se los estaba tragando y la tenía sujeta por
los hombros mientras la tendía sobre la
cama. Le levantó la camisola hasta los
muslos y se colocó entre sus piernas,
separándolas sin dejar de besarla en ningún
momento. Su lengua exploró la de ella,
estimulando y moviéndose con suma
habilidad.
Lucia perdió la fuerza para resistirse y no
volvió en sí hasta que notó cómo él le
quitaba la ropa interior.
–¡Ay..!
Hugo se detuvo en seco cuando ella
empezó a resistirse y a luchar. Desenredó
su lengua, lamió los labios de la muchacha
y se separó un poco.
–¿Qué pasa? – Preguntó contemplando las
mejillas sonrosadas de ella.
–Todavía no me he bañado…
–Me da igual.
–A mí no.
–¿Quieres bañarte ahora que estamos así?
–Sí. – Contestó Lucia determinada. Debía
bañarse. Ahora mismo.
–¿Lo haces a propósito? – Suspiró él.
–¿El qué?
–…Da igual.
Se le llevaban los demonios, pero aceptó
sus quejas, se levantó de la cama y se la
cargó sobre el hombro como quien lleva
una maleta.
–¡Ah! ¡¿Hugh?!
La movió. Le rodeó la espalda con un
brazo y se ayudó de la otra mano para más
estabilidad. Entonces, se dirigió al baño a
grandes zancadas.
–Quieta. Me has dicho que querías bañarte.
El vapor del agua caliente llenaba el baño.
La criada que esperaba dentro se
sorprendió al verle entrar, pero fingió
serenidad.
Lucia balbuceó un “no sé qué está
pasando” al ver al a sirviente y se cubrió la
cara con las manos.
–¡Ah!
Hugo la depositó en el suelo bajó la mirada
fulminante de ella y la desnudó como si
nada.
En cuestión de segundos, todo lo que
cubría los pudores de la duquesa era ropa
interior y sus brazos. Hugo dio un paso
para adelante y se cruzó de brazos para
mirarla de arriba abajo. Era todo un
espectáculo. Satisfecho, se acercó a su
esposa que intentaba recular hasta que
chocó con la pared. Hugo le imposibilitaba
huida.
Lucia estaba tan avergonzada que no podía
mantenerle la mirada.
Hugo esbozó una mueca divertida. Aquella
mujer le enloquecía. Bajó la cabeza,
inclinándola ligeramente a un lado y la
besó.
–Ugh…
En algún momento, Lucia dejó de cubrirse
los pechos para apoyarse en él. Hugo se
quitó el batín que llevaba y lo tiró al suelo.
Deslizó, entonces, una mano por su
abdomen hasta llegar a su ropa interior y
coló una mano dentro. Frotó el centro
húmedo con la mano e introdujo un único
dedo en medio. Ella se puso rígida a modo
de respuesta. Un líquido cálido fluía de la
entrada de ella y le permitía sentir el
interior prieto de la muchacha.
Hugo le quitó la ropa interior y le levantó
el muslo un poco. Lucia perdió el
equilibrio, pero su esposo la abrazó y la
ayudó a volver a la pared.
–Hugh… Todavía no me he-… – Intentó
decir con la respiración agitada.
–Hay agua aquí mismo. Bañarte y hacerlo,
hacerlo y bañarte viene a ser lo mismo.
–¿Cómo va a ser lo mismo?
–Sólo por hoy. Tu marido podría morirse
ahora mismo.
Lucia soltó una risita por su exageración y
dejó de resistirse.
Hugo le levantó una de las piernas y la
penetró de golpe.
–¡Ah!
El duque apretó los dientes y la oleada de
placer le estremeció. Entrar en ella era
como una experiencia nueva. Cada vez que
se metía le costaba no volverse loco. Movió
la cintura para volver a penetrarla,
impaciente.
–¡Ah! ¡Ah!
Lucia se colgó de su cuello, aferrándose a
él. Apenas lograba mantener el equilibrio
con una sola pierna y, de hecho, no tocar el
suelo cada vez que él atacaba contribuía a
su placer. Sus movimientos desesperados le
indicaban que él la deseaba y, ahora
mismo, ella sentía lo mismo.
La joven se aferró a su cuello con más
fuerza y se levantó. Sus manos vagaron
hacia arriba y le cogieron del pelo.
Entonces, acercó los labios a su oreja y le
mordió el lóbulo. Ella también quería
saborearlo. Le metió la lengua y le lamió el
cuello.
–Nn… Vivian.
Hugo se tensó y pronunció su nombre
como si fuera un reproche. Sin embargo,
ella no respondió, sino que le lamió el
cuello con más insistencia. La muchacha
encontró los músculos que se habían
tensado y los mordió.
–…Lo has provocado tú.
Dicho esto, Hugo le levantó la pierna,
acercó la cintura y le sujetó los cachetes.
Ella chilló y se le aferró con todavía más
fuerza. Él levantó la cabeza y empezó a
penetrarla intensamente.
–¡Ah, ah, ah! – Gemía ella.
Lucia no conseguía concentrarse. Las
oleadas de placer la invadían. Los gemidos
y las respiraciones aceleradas hacían eco en
el baño y se combinaban con el vapor del
agua y el sudor.
Hugo la volvió a apoyar contra la pared, la
abrió y la penetró sin misericordia alguna.
–¡Ah, Hugh! – Quería aferrarse a él, pero el
sudor le dificultaba la tarea.
La joven llegó al orgasmo. Su noción de la
realidad desapareció momentáneamente, la
oscuridad la engulló dejando paso a un
placer indescriptible. Sus paredes internas
espamearon como locas y el cuerpo de su
esposo se tensó mientras contenía un
gruñido. Su miembro llegó al límite y la
llenó de semen. Las piernas de Hugo
temblaron, él cerró los ojos e intentó
recuperar el aliento.
–Ah… Ah…
–Joder… – Se quejó. – Si esto sigue así voy
a morir. De verdad, eres-…
El cuerpecito que descansaba en su regazo
parecía haber perdido todas sus fuerzas.
Hugo la abrazó y notó los latidos de sus
corazones convirtiéndose en uno. Entonces,
a continuación, se levantó con ella en sus
brazos y entró en la bañera.
El agua hirviendo enfrió su calor y Lucia se
apoyó contra el ancho pecho de él.
La pareja disfruto de la paz y del silencio
que les otorgó el baño.
–¿Por qué has hecho eso? Parecías
enfadado.
–Pensaba que estabas llorando porque el
chico se ha ido.
–¿Qué dices? Tiene que estudiar, por eso se
ha ido.
Al principio la idea de deshacerse del
cachorro de zorro y del chico a la vez para
quedarse a solas con su mujer, a Hugo, le
había parecido fantástico. Pero pensándolo
bien, su esposa podría sentirse sola, tal vez
abandonada, y eso le hizo plantearse el
conseguirle un nuevo cachorro para que
pudiese volcar sus afectos en él. Sin
embargo, quería que ella diese el primer
paso en pedírselo.
–Le voy a enviar muchas cartas y regalos.
Así, aunque no se lo dé yo personalmente,
sabrá que tiene una madre en alguna parte.
Hugo quiso quejarse de la demasiada
atención que le prestaba a su hijastro y a
modo de protesta le apretó los senos con las
manos y a pintarle el cuello de besos.
Manoseó el pecho de su esposa hasta que
ésta suspiró y se apoyó en él. Le lamió los
labios y la besó muchas veces sin dejar de
jugar con sus pezones. Haciéndola gemir.
Lucia notó que algo le tocaba la espalda
cuando Hugo se apretujó contra ella y,
como era molesto, lo cogió con las manos
provocando que Hugo se tensase por
completo.
–Es que… No parabas de moverte… – Se
excusó, mirándole a los ojos rojos.
Hubiese sido mejor que en lugar de fijar su
mirada ardiente en ella, se lo hubiese
tomado a broma. Su miembro creció y, en
el momento en el que Lucia lo soltó, Hugo
la hizo darse la vuelta y le capturó los
labios. Entonces, volvió a hacerla girar, le
separó los muslos, la sujetó por la cintura y
indicándole con la mirada que se refería al
borde de la bañera ordenó:
–Cógete fuerte.

* * * * *
Sobre el pecho de Hugo, Lucia sentía
deseos de trazar un círculo en su musculoso
pecho. La joven titubeó. No sabía si era un
buen momento para preguntarle algo que
llevaba rondándole por la cabeza un buen
tiempo. Se preguntaba si Damian había
visto a su madre biológica desde que había
entrado en el internado o, incluso, desde
que Hugo consiguió la custodia. Y de no
haberlo hecho, se preguntaba si sería
porque la madre no quería verle o porque
Hugo no se lo permitía. En su caso, se veía
incapaz de soportar el anhelo de ver a su
hijo.
–Hugh… Eh… – Lucia vaciló.
–¿Qué pasa? – Preguntó Hugo con los ojos
cerrados.
–Es sobre Damian…
Hugo frunció el ceño.
–Deja de mencionar otros hombres.
–¿Qué otro hombre? Es la segunda vez que
dices algo así. Es tu hijo.
–Sí, no una hija.
–…No podemos no hablar de Damian.
–Al menos que no sea en la cama.
Lucia hizo una mueca enfurruñada.
¿Cuándo sino? Apenas contaban con
tiempo para hablar, ¿cuándo podría
hablarle de Damian si no era de noche?
Hugo le había asegurado que no odiaba a
Damian, ¿por qué no le mostraba un poco
de afecto paterno? La sensación era más
parecida a la indiferencia que a la falta de
afecto en sí.
Cuánto más lo pensaba, más admirable de
parecía Damian por haber sido capaz de
convertirse en un niño tan dulce y sincero.
–Déjame preguntarte una cosa solo.
–Vale.
–¿La madre de Damian… no te ha pedido
nunca verle?
Lucia estaba nerviosa. El silencio que
siguió a su pregunta la incomodó y se
preguntó si tal vez no debería haberla
hecho.
–Está muerta.
–Ah… – Se sorprendió ella. – ¿Por eso te
lo quedaste?
–Algo así.
–Debe haber sido una mujer bellísima.
–Ni idea, no la he visto nunca.
–¿…Qué? – Lucia alzó la cabeza para
mirarle.
La expresión de Hugo cambió radicalmente

.x.x.x
Parte II

Los labios de Hugo se curvaron formando


una sonrisa. Si se hubiese tratado de
cualquier otra persona, le habría partido
todas las extremidades de su cuerpo.
Damian se subió al carruaje y Lucia se
quedó allí de pie hasta que ya no quedó ni
rastro del coche.
–¿Qué haces? – Hugo se le acercó y le dio
un toquecito en el hombro.
–…Me ha llamado: “madre”.
–¿Cómo te iba a llamar sino?
–Pero…– Vaciló. – Es la primera vez que
me llama así…
La partida de Damian entristeció a Lucia,
pero al mismo tiempo, haberle escuchado
llamarla madre la dejó con sentimientos
contradictorios. La joven se volvió hacia su
marido con los ojos rojos como si pudiese
romper a llorar en cualquier momento.
–¿Lo has visto?
–¿El qué?
–Como se nota que es hijo tuyo. Menudo
Casanova.
Lucia se quedó pensativa con la mirada fija
al camino por donde había desaparecido el
carruaje y empezó a parlotear sobre lo
terrible que sería si Damian se convertía en
un mujeriego rompecorazones.
Ante lo cual, Hugo se alejó de ella y salió
disparado hacia su despacho.

* * * * *
El pensar que Damian ya no estaba
entristecía a Lucia y el recuerdo del
chiquillo llamándola madre la ruborizaba.
No obstante, cuando pensaba que iba a
poder escucharlo de sus labios hasta dentro
de un buen tiempo la volvía a sumir en
amargura.
–El baño está listo, mi señora. – Repitió la
criada por tercera vez.
–Oh, de acuerdo. – Respondió ella,
cabizbaja.
De repente, alguien le levantó el mentón la
fuerza para examinarle la cara: Hugo.
Los ojos carmesíes estudiaron el rostro de
su mujer. Ver a Lucia con la cabeza gacha
sentada en la cama como si estuviese
llorando le había sorprendido y, la idea de
su esposa llorando le incomodaba. Cuando
vio que la expresión de Lucia era normal,
sintió como si le hubieran quitado un peso
de encima.
Lucia buscó con la mirada a la criada
preguntándose qué hacía su esposo allí,
pero no la encontró. Se liberó del agarre
para explicarle a Hugo que tenía que
asearse, pero antes de conseguirlo su
marido ya le había aprisionado los labios.
Se los estaba tragando y la tenía sujeta por
los hombros mientras la tendía sobre la
cama. Le levantó la camisola hasta los
muslos y se colocó entre sus piernas,
separándolas sin dejar de besarla en ningún
momento. Su lengua exploró la de ella,
estimulando y moviéndose con suma
habilidad.
Lucia perdió la fuerza para resistirse y no
volvió en sí hasta que notó cómo él le
quitaba la ropa interior.
–¡Ay..!
Hugo se detuvo en seco cuando ella
empezó a resistirse y a luchar. Desenredó
su lengua, lamió los labios de la muchacha
y se separó un poco.
–¿Qué pasa? – Preguntó contemplando las
mejillas sonrosadas de ella.
–Todavía no me he bañado…
–Me da igual.
–A mí no.
–¿Quieres bañarte ahora que estamos así?
–Sí. – Contestó Lucia determinada. Debía
bañarse. Ahora mismo.
–¿Lo haces a propósito? – Suspiró él.
–¿El qué?
–…Da igual.
Se le llevaban los demonios, pero aceptó
sus quejas, se levantó de la cama y se la
cargó sobre el hombro como quien lleva
una maleta.
–¡Ah! ¡¿Hugh?!
La movió. Le rodeó la espalda con un
brazo y se ayudó de la otra mano para más
estabilidad. Entonces, se dirigió al baño a
grandes zancadas.
–Quieta. Me has dicho que querías bañarte.
El vapor del agua caliente llenaba el baño.
La criada que esperaba dentro se
sorprendió al verle entrar, pero fingió
serenidad.
Lucia balbuceó un “no sé qué está
pasando” al ver al a sirviente y se cubrió la
cara con las manos.
–¡Ah!
Hugo la depositó en el suelo bajó la mirada
fulminante de ella y la desnudó como si
nada.
En cuestión de segundos, todo lo que
cubría los pudores de la duquesa era ropa
interior y sus brazos. Hugo dio un paso
para adelante y se cruzó de brazos para
mirarla de arriba abajo. Era todo un
espectáculo. Satisfecho, se acercó a su
esposa que intentaba recular hasta que
chocó con la pared. Hugo le imposibilitaba
huida.
Lucia estaba tan avergonzada que no podía
mantenerle la mirada.
Hugo esbozó una mueca divertida. Aquella
mujer le enloquecía. Bajó la cabeza,
inclinándola ligeramente a un lado y la
besó.
–Ugh…
En algún momento, Lucia dejó de cubrirse
los pechos para apoyarse en él. Hugo se
quitó el batín que llevaba y lo tiró al suelo.
Deslizó, entonces, una mano por su
abdomen hasta llegar a su ropa interior y
coló una mano dentro. Frotó el centro
húmedo con la mano e introdujo un único
dedo en medio. Ella se puso rígida a modo
de respuesta. Un líquido cálido fluía de la
entrada de ella y le permitía sentir el
interior prieto de la muchacha.
Hugo le quitó la ropa interior y le levantó
el muslo un poco. Lucia perdió el
equilibrio, pero su esposo la abrazó y la
ayudó a volver a la pared.
–Hugh… Todavía no me he-… – Intentó
decir con la respiración agitada.
–Hay agua aquí mismo. Bañarte y hacerlo,
hacerlo y bañarte viene a ser lo mismo.
–¿Cómo va a ser lo mismo?
–Sólo por hoy. Tu marido podría morirse
ahora mismo.
Lucia soltó una risita por su exageración y
dejó de resistirse.
Hugo le levantó una de las piernas y la
penetró de golpe.
–¡Ah!
El duque apretó los dientes y la oleada de
placer le estremeció. Entrar en ella era
como una experiencia nueva. Cada vez que
se metía le costaba no volverse loco. Movió
la cintura para volver a penetrarla,
impaciente.
–¡Ah! ¡Ah!
Lucia se colgó de su cuello, aferrándose a
él. Apenas lograba mantener el equilibrio
con una sola pierna y, de hecho, no tocar el
suelo cada vez que él atacaba contribuía a
su placer. Sus movimientos desesperados le
indicaban que él la deseaba y, ahora
mismo, ella sentía lo mismo.
La joven se aferró a su cuello con más
fuerza y se levantó. Sus manos vagaron
hacia arriba y le cogieron del pelo.
Entonces, acercó los labios a su oreja y le
mordió el lóbulo. Ella también quería
saborearlo. Le metió la lengua y le lamió el
cuello.
–Nn… Vivian.
Hugo se tensó y pronunció su nombre
como si fuera un reproche. Sin embargo,
ella no respondió, sino que le lamió el
cuello con más insistencia. La muchacha
encontró los músculos que se habían
tensado y los mordió.
–…Lo has provocado tú.
Dicho esto, Hugo le levantó la pierna,
acercó la cintura y le sujetó los cachetes.
Ella chilló y se le aferró con todavía más
fuerza. Él levantó la cabeza y empezó a
penetrarla intensamente.
–¡Ah, ah, ah! – Gemía ella.
Lucia no conseguía concentrarse. Las
oleadas de placer la invadían. Los gemidos
y las respiraciones aceleradas hacían eco en
el baño y se combinaban con el vapor del
agua y el sudor.
Hugo la volvió a apoyar contra la pared, la
abrió y la penetró sin misericordia alguna.
–¡Ah, Hugh! – Quería aferrarse a él, pero el
sudor le dificultaba la tarea.
La joven llegó al orgasmo. Su noción de la
realidad desapareció momentáneamente, la
oscuridad la engulló dejando paso a un
placer indescriptible. Sus paredes internas
espamearon como locas y el cuerpo de su
esposo se tensó mientras contenía un
gruñido. Su miembro llegó al límite y la
llenó de semen. Las piernas de Hugo
temblaron, él cerró los ojos e intentó
recuperar el aliento.
–Ah… Ah…
–Joder… – Se quejó. – Si esto sigue así voy
a morir. De verdad, eres-…
El cuerpecito que descansaba en su regazo
parecía haber perdido todas sus fuerzas.
Hugo la abrazó y notó los latidos de sus
corazones convirtiéndose en uno. Entonces,
a continuación, se levantó con ella en sus
brazos y entró en la bañera.
El agua hirviendo enfrió su calor y Lucia se
apoyó contra el ancho pecho de él.
La pareja disfruto de la paz y del silencio
que les otorgó el baño.
–¿Por qué has hecho eso? Parecías
enfadado.
–Pensaba que estabas llorando porque el
chico se ha ido.
–¿Qué dices? Tiene que estudiar, por eso se
ha ido.
Al principio la idea de deshacerse del
cachorro de zorro y del chico a la vez para
quedarse a solas con su mujer, a Hugo, le
había parecido fantástico. Pero pensándolo
bien, su esposa podría sentirse sola, tal vez
abandonada, y eso le hizo plantearse el
conseguirle un nuevo cachorro para que
pudiese volcar sus afectos en él. Sin
embargo, quería que ella diese el primer
paso en pedírselo.
–Le voy a enviar muchas cartas y regalos.
Así, aunque no se lo dé yo personalmente,
sabrá que tiene una madre en alguna parte.
Hugo quiso quejarse de la demasiada
atención que le prestaba a su hijastro y a
modo de protesta le apretó los senos con las
manos y a pintarle el cuello de besos.
Manoseó el pecho de su esposa hasta que
ésta suspiró y se apoyó en él. Le lamió los
labios y la besó muchas veces sin dejar de
jugar con sus pezones. Haciéndola gemir.
Lucia notó que algo le tocaba la espalda
cuando Hugo se apretujó contra ella y,
como era molesto, lo cogió con las manos
provocando que Hugo se tensase por
completo.
–Es que… No parabas de moverte… – Se
excusó, mirándole a los ojos rojos.
Hubiese sido mejor que en lugar de fijar su
mirada ardiente en ella, se lo hubiese
tomado a broma. Su miembro creció y, en
el momento en el que Lucia lo soltó, Hugo
la hizo darse la vuelta y le capturó los
labios. Entonces, volvió a hacerla girar, le
separó los muslos, la sujetó por la cintura y
indicándole con la mirada que se refería al
borde de la bañera ordenó:
–Cógete fuerte.

* * * * *
Sobre el pecho de Hugo, Lucia sentía
deseos de trazar un círculo en su musculoso
pecho. La joven titubeó. No sabía si era un
buen momento para preguntarle algo que
llevaba rondándole por la cabeza un buen
tiempo. Se preguntaba si Damian había
visto a su madre biológica desde que había
entrado en el internado o, incluso, desde
que Hugo consiguió la custodia. Y de no
haberlo hecho, se preguntaba si sería
porque la madre no quería verle o porque
Hugo no se lo permitía. En su caso, se veía
incapaz de soportar el anhelo de ver a su
hijo.
–Hugh… Eh… – Lucia vaciló.
–¿Qué pasa? – Preguntó Hugo con los ojos
cerrados.
–Es sobre Damian…
Hugo frunció el ceño.
–Deja de mencionar otros hombres.
–¿Qué otro hombre? Es la segunda vez que
dices algo así. Es tu hijo.
–Sí, no una hija.
–…No podemos no hablar de Damian.
–Al menos que no sea en la cama.
Lucia hizo una mueca enfurruñada.
¿Cuándo sino? Apenas contaban con
tiempo para hablar, ¿cuándo podría
hablarle de Damian si no era de noche?
Hugo le había asegurado que no odiaba a
Damian, ¿por qué no le mostraba un poco
de afecto paterno? La sensación era más
parecida a la indiferencia que a la falta de
afecto en sí.
Cuánto más lo pensaba, más admirable de
parecía Damian por haber sido capaz de
convertirse en un niño tan dulce y sincero.
–Déjame preguntarte una cosa solo.
–Vale.
–¿La madre de Damian… no te ha pedido
nunca verle?
Lucia estaba nerviosa. El silencio que
siguió a su pregunta la incomodó y se
preguntó si tal vez no debería haberla
hecho.
–Está muerta.
–Ah… – Se sorprendió ella. – ¿Por eso te
lo quedaste?
–Algo así.
–Debe haber sido una mujer bellísima.
–Ni idea, no la he visto nunca.
–¿…Qué? – Lucia alzó la cabeza para
mirarle.
La expresión de Hugo cambió radicalmente

Parte III
Un escalofrío le recorrió la columna
vertebral. Si su marido hubiese dicho que
no se acordaba, lo habría aceptado, pero
que jamás la hubiera visto… Eso era
extraño. ¿Cómo puedes concebir un hijo
con una mujer que no has visto nunca?
El silencio se prolongó y Hugo se puso
cada vez más nervioso. Se le había
escapado algo que no podía arreglar,
además, su expresión se le había ido de las
manos y el silencio era demasiado largo
como para intentar escapar de la situación.
Cualquier excusa la haría sospechar todavía
más.
–Vivian. – Empezó, pero se guardó silencio
durante un buen rato.
No sabía cómo empezar la conversación y
era incapaz de calcular cuánto debía
contarle y cuánto podría aceptar su esposa.
–¿Es difícil de explicar? – Él no contestó. –
…Vamos a dormir.
Lucia no se veía en derecho de intervenir
en el tipo de relación que su esposo tuviese
con la madre biológica de Damian. Se
había casado con él a sabiendas de que
Damian existía y, si la madre ya no estaba
en este mundo, tampoco necesitaba inquirir
en ello.
Hugo tenía una sensación terrible en el
pecho y observó la oscuridad en silencio.
Le dolía el corazón por haberla visto
establecer unos límites. Era consciente que
debería haberle explicado algo, pero aquel
desliz le había tomado por sorpresa.
Lucia decidió fingir que no había pasado
nada e intentó dormirse sin conseguirlo. Da
igual las vueltas que le diera a sus palabras,
no conseguía adivinar nada. Era imposible
que Damian no fuera su hijo cuando era
una réplica casi exacta. ¿Tal vez fuese cosa
de una noche? Era una posibilidad factible,
pero no recordar la cara de la mujer que
había dado a luz a tu hijo era pasarse.
–Supongo… que también acabarás
olvidándote de mi cara. – Comentó sin
pensarlo.
Lucia se puso en los zapatos de la madre de
Damian. Las palabras de Hugo parecían
significar que no había mujer del pasado
que fuese necesario recordar. Y siendo así,
Lucia que ni siquiera podía quedarse en
cinta, sería peor.
Hugo tuvo que analizar lo que había dicho
un par de veces para entenderlo porque
todavía no había vuelto en sí.
–¿…Cómo has llegado a esa conclusión?
–Bueno, no recuerdas la cara ni de la mujer
que dio a luz a tu único hijo.
–No es eso.
Lucia siempre se repetía que no debía
impacientarse, que el camino de amarle iba
a ser complicado y largo, que era mejor
mirar para adelante, pasito a pasito, si no
quería agotarse. No obstante, enfrentarse a
la realidad de que el corazón de Hugo
seguía siendo de hielo hizo vacilar su
voluntad. De la misma manera que Damian
le era indiferente.
Sabía que Hugo no expresaba sus
sentimientos, pero antes de ello había
creído que jamás había amado o querido a
nadie. Y así es como su actitud con ella la
confundían. Era consciente de que no la
odiaba, tal vez incluso le gustase un poco.
Sin embargo, su comportamiento era tan
dulce y gentil como el de un enamorado,
hasta el punto de que a veces pensaba que
era una prueba.
–Entonces, ¿qué significa eso de que no la
has visto? ¿Cómo puede darte un hijo una
mujer que no has visto nunca? – Se sentó y
notó como crecía su indignación.
–Creo que estás un poco agitada, Vivian…
–Perdona, no debería meterme en lo que no
me llama.
A Hugo le entró dolor de cabeza. Ya la
había visto así no hacía mucho. Su esposa
solía ser una mujer dócil y tranquila hasta
que se enfadaba. Entonces, daba rienda
suelta al sarcasmo y a la susceptibilidad. Si
bajas la guardia, te atacaba. Hugo se sentía
absurdo.
–Vivian.
Por el momento quería tranquilizarla, así
que le sujetó los hombros. Ella se zafó de
sus manos y le dio la espalda. En cuanto lo
hizo, a Hugo se le iluminaron los ojos. Con
una gran fuerza, él tiró de ella y la tumbó
sobre el lecho con tanta rapidez que Lucia
no tuvo tiempo de reaccionar.
La penetrante mirada de Hugo la hizo
estremecer.
–No… te gires así.
–¿Qué?
–No me des la espalda. – Su voz apenas era
un susurro, pero lo suficientemente audible
como para que Lucia adivinase su estado
emocional.
Estaba furioso.
Pensando en ello, Lucia no le había visto
enfadado nunca. Enfadado parecía
tranquilo y frío. ¿Por qué se había puesto
así? ¿Porque había rechazado su contacto?
¿Puede ser que alguien le hubiese
traicionado en algún momento de su vida?
–No lo volveré a hacer. – Contestó ella
tranquila para no empeorar su enfado. –
Suéltame. Me has sorprendido.
–…Perdona.
La ira que sentía se disipó en cuestión de
segundos. Retiró los brazos que la
sujetaban y permitió que Lucia se sentase.
Parecía que habría tregua. La pareja se
quedó allí sentada, mirándose fijamente, en
silencio.
Lucia se serenó y reflexionó sobre cómo
había tenido una pataleta sin venir a cuento.
Pensó en disculparse por maleducada e irse
a la cama. Tampoco era necesario llevarle
al límite en una guerra psicológica.
–No es… hijo mío.
–¿Qué? – Lucia se sintió desfallecer. –
¿Damian? Dices que no… ¿Qué no es un
hijo? – Preguntó para confirmar lo que
creía haber oído.
Hugo suspiró profundamente y se pasó la
mano por el pelo. No quería herir los
sentimientos de Lucia por algo así. No
quería que le malinterpretase por lo de
Damian y empeorar la imagen que ya tenía
de él.
–Me dijeron que le habías preguntado a
Jerome lo de la torre. ¿Sabes que tenía un
hermano?
–…Sí.
–Es el hijo de mi hermano: mi sobrino.
A Lucia se le secó la boca y el corazón le
iba a mil. Se le llenó la cabeza con docenas
de preguntas, pero fue incapaz de decidirse
por una.
–Esto… Damian…
–No lo sabe. Sólo lo sé yo. Y ahora tú
también.
En realidad, Philip también lo sabía, pero
Hugo no pensaba mencionarle.
–Me estás diciendo que Damian es el hijo
de tu hermano mayor.
–…Sí.
Hugo no estaba seguro de quién de los dos
era el mayor. Nunca se habían molestado
en saberlo. Eran hermanos y eran iguales,
pero para Hugo su hermano parecía más
maduro que lo que se esperaría de uno
pequeño.
–¿Vas a… contárselo a Damian algún día?
–Si no me pregunta, no.
–Ah… Pues yo también guardaré el
secreto. – Lucia asintió con la cabeza
afirmativamente varias veces.
Si Damian no era un hijo ilegítimo, no
tenía porqué soportar que lo tratasen de esa
manera, pensó, lo mejor era que el
chiquillo supiera la verdad.
–Sé que lo de la torre te debió parecer raro.
Lo que se sabe es un poco diferente a la
realidad. Arrinconaron al asesino y no tuvo
elección. El duque se lo buscó.
Lucia abrió los ojos como platos. Su forma
de hablar le dejaban claras muchas cosas.
Según el rumor, su hermano gemelo volvió
para vengarse después de que lo
abandonasen de niño y asesinó a su padre.
Sin embargo, Hugo había llamado a ese
hermano que jamás había conocido:
“asesino” y “duque” a su padre,
demostrando la poca relación que tenían.
La primera vez que escuchó el rumor, el
duque le había parecido un hombre
despiadado por ser capaz de abandonar a su
propio hijo. Ignoraba los detalles, pero las
acciones del hermano de Hugo no la
incomodaban.
–¿Te llevabas bien con tu hermano? –
Hugo respondió con un gesto afirmativo. –
¿Mucho?
–…Mucho.
El corazón de la joven se hinchó de
regocijo. Hugo tenía a alguien a quien
llamar familia, aunque ese alguien ya no
estuviera en el mundo. Antaño había
gozado del amor de una familia. Siempre le
había sentado mal que Hugo hubiese
experimentado una infancia tan solitaria,
pero saber que le había abierto el corazón a
alguien la alivio.
–Y por eso adoptaste a Damian. Porque la
sangre de tu hermano corre por sus venas.
–…No fue exactamente por eso, pero
tampoco puedo decirte que no hubiese un
motivo. Hay muchas complejidades que
envuelven a mi hermano y a Damian que
no te puedo contar. No es que no quiera
contártelo por ser quien eres, sino que no
quiero que lo sepa nadie. Son cosas que
quiero llevarme a la tumba.
Hugo estaba hablando más de lo normal.
Lucia se acercó y posó las manos sobre las
suyas.
–No pasa nada. Cuéntame lo que tú
quieras.
A veces, la gente guarda secretos que
desean enterrar en sus corazones hasta la
tumba. Un secreto que no pueden compartir
ni con su amado, ni con su familia. Lucia
misma ocultaba algo así. Había visto su
futuro en un sueño, se había casado con
otro hombre y ahora vivía de esta manera
por eso. Eso era algo que iba a llevarse a la
tumba.
–Si contarlo te va a hacer sentir mal, no lo
hagas.
Hugo desvió la mirada.
–Pero… Este secreto… Podría hacerte
daño.
–En ese caso, haré que me consueles. Y en
ese momento, querré que vuelvas a pensar
si puedes contármelo o no.
–…Eso haré.
Hugo la estrechó entre sus brazos. La
abrazó con mucha fuerza y apoyó la
barbilla en los hombros de su esposa. Lucia
le rodeó la espalda con los brazos y, en
silencio, se fundieron en un abrazo largo.
Para consolar al otro y a ellos mismos.
–Damian es nuestro hijo, y eso no va a
cambiar. ¿No?
–No.
–¿Damian es fruto de amor?
–Eso he oído.
–Cuando Damian sea lo suficientemente
maduro como para entenderlo, cuéntaselo.
Será bueno para él.
–…Vale.
Lucia enterró el rostro en sus hombros,
algo avergonzada.
¿Por qué era así? La alegría de saber que
nunca había amado a otra mujer fue mucho
mayor que la compasión por Damian que
jamás conocería a sus padres. Quería a
Damian, eso no iba a cambiar. No
obstantes, cuando le miraba a veces se
preguntaba quién había sido su madre y, a
la vez, recordaba que ella misma no podría
darle a Hugo descendencia y eso la mataba
por dentro. Ahora comprendía que los hijos
eran también un “rastro”.
Hugo estaba siendo sincero con ella, tenía
secretos y heridas en su corazón, un padre
cruel y un hermano que había sido capaz de
asesinar a su propio padre. Puede que
temiese que la historia se repitiera tal y
como ella temía lo ocurrido en su sueño y
había elegido ser estéril.
Pero era madre. Aunque no hubiese dado a
luz a Damian, seguía siendo su hijo. Lucia
ordenó sus sentimientos y miró a su
marido.
–Ahora entiendo que Damian no sea
idéntico a ti.
–¿No has dicho que es como yo?
–En apariencia, sí. Pero por dentro es
totalmente distinto. Él es dulce y amable,
pero no creo que eso vaya contigo, ¿no
crees?
Hugo puso una cara triste, entonces, esbozó
una mueca, le levantó la cara y la besó.
–Contigo sí.
Su cursilería se le antojo divertida y Lucia
estalló en carcajadas mientras él le
preguntaba qué le parecía tan gracioso.
–Qué fascinante. Tu hermano debió ser
clavadito a ti. Había dos tú.
–¿Por qué “dos”? El chaval era como yo
por fuera, pero por dentro… era un
debilucho. – Balbuceó.
Lucia entendió aquello último como su
manera de decir que era una buena persona.
Sí, Damian debía ser tan dulce como su
padre.
–¿Puedo preguntarte su nombre? – Hugo
no dijo nada durante unos minutos. –
Bueno, tampoco hace falta si no quieres.
–…Hue.
–¡Oh! Se parece al tuyo.
–¿Dónde le ves tú el parecido?
–Hue, Hue, Hugh. Si lo dices rápido suena
igual. Hugh. Vuestro nombre se parece.
La mirada de Hugo se nubló y la rodeó con
los brazos una vez más.
–Vivian. – Llamó.
–Dime.
–Vivian.
–Dime.
Hugo pensó que, si esta mujer ya no
estuviera, tal vez moriría. Y fue entonces
cuando se percató que su corazón ya no era
suyo, que sus latidos eran dolorosos pero
terriblemente dulces.

Parte IV
Lucia continuó con sus actividades sociales
al cabo de un tiempo. No cambió mucho su
forma de proceder: celebraba quedadas
para tomar el té a gran escala y excluía a
las instigadoras del incidente que prefería
no volver a nombrar. En su última fiesta
había demostrado su autoridad como
duquesa y ahora había llegado el momento
de apaciguar sus temores. No era su
intención ser soberana de la sociedad
norteña, pero debía alzarse como una figura
destacada para que nadie pudiese
menospreciarla.
–¿Cuándo va a celebrar otra fiesta grande,
duquesa?
–En eso mismo estaba pensando. La última
vez no pude asistir, pero a la próxima me
aseguraré de estar allí. ¿Podré conocer al
joven amo cuando llegue el momento?
–Mucho me temo que el niño ya no está en
Roam. –Respondió Lucia con una gran
sonrisa y estudiando su entorno
disimuladamente. – Se ha ido a estudiar,
pero cuando se presente la oportunidad, así
será.
La mayoría de las damas allí reunidas que
habían acudido a la fiesta parecían
inquietas, como si algo las estuviese
persiguiendo y se abstenían de participar en
la conversación. Era la tercera vez que
celebraba una quedada para tomar té, pero
todas continuaban comportándose igual.
Había dos lados: las señoritas que habían
asistido y las que no. Las que habían
asistido parecían incómodas y
desamparadas, arrepentidas y agradecidas
porque Lucia les estuviera dando una
segunda oportunidad. Al contrario de éstas,
aquellas que no habían asistido a la fiesta
del jardín sacaban el tema de Damian como
para presumir de ello. No demostraban
ninguna renuencia y se referían al
muchacho como: “joven amo”. El cambio
de actitud de las mujeres fue asombroso.
¿Tal vez fuera porque lo habían añadido
oficialmente en el registro familiar? Eso era
la única suposición que le parecía viable.
El duque fue infalible como siempre y
Lucia ignoraba la conmoción que había
provocado su marido en la alta sociedad
norteña por la fiesta. Se decía que la
condesa de Wales y el resto de las
instigadoras estaban encerradas en sus
casas, que habían herido el orgullo de la
duquesa y que habían determinado que la
mejor salida era esconderse. Se extendió el
rumor de que el duque de Taran había
asesinado y atrapado a todos aquellos lores
que habían osado rebelarse contra él y el
miedo hacia su persona había alcanzado el
máximo. Por lo cual, el incidente de la
fiesta del jardín aconteció en un momento
de pánico y así relacionaron el humor de la
duquesa con el orgullo del cabeza de
familia.
Ninguna generación de los Taran se había
interesado jamás por relacionarse con el
resto de los nobles del territorio ni con sus
políticas. El duque era un gobernador
intangible, siempre batallando. Por lo tanto,
para aquellos nobles que anhelaban hacerse
un hueco en el corazón de su sanguinario
líder para garantizar su seguridad y la de
los suyos, establecer una conexión con la
duquesa era crucial. Todas las señoritas de
alta cuna recibieron órdenes explícitas de
sus maridos y padres para asistir a la fiesta.
Conseguir figurar en la lista de invitadas se
convirtió en una guerra.
Y pesé a estar en el ojo del huracán, Lucia,
seguía tranquila y Kate, su informante,
mantenía la boca sellada porque, aunque
eran amigas, Kate no podía decirle que su
marido era tan aterrador que todo el
territorio no se atrevía ni a mirarle a la cara.
–Cada día está más hermosa, duquesa.
–Oh, sí. Yo la admiro desde que la vi por
primera vez.
Los halagos revoloteaban a su alrededor
como si fuera una competición.
–El físico no lo es todo. Nuestra duquesa
goza de una mente envidiable.
Lucia hizo caso omiso a toda esa
palabrería. No era una muchacha inmadura
que fuese a crecerse por algo por el estilo.
En su sueño había sido testigo de aquella
situación en un sinfín de ocasiones. Nunca
había sido el centro de semejante ovación,
pero como espectadora siempre le había
parecido un espectáculo lamentable y
patético.
¡Cuán increíble era el título de duquesa! Si
Lucia no reaccionaba, todas las mujeres
cerraban la boca.
–Os agradezco los cumplidos. Pero me
pregunto si ha pasado algo interesante
últimamente.
–¡Oh! ¡Déjeme contarle que hace poco-…!
–Eso no es interesante. Mire, yo he oído
que-…
Y así, las invitadas empezaron una
discusión por ser quien contase alguna
anécdota divertida.

* * * * *
El Capitán Elliot entregó el informe sobre
el envenenamiento que se diagnosticó
erróneamente como epidemia. El asunto se
resolvió sin mucha demora. Se deshicieron
de las setas en mal estado y se multó al
responsable con una gran suma para expiar
su negligencia.
–¿Algún civil herido?
–Ninguno a parte de los dos que
descubrimos. No creo que vuelva a haber
problemas con esto.
Para poder dar por zanjado el tema, Hugo
tenía que aprobar el informe. Si así lo
hacía, el responsable debería pagar la
compensación antes de poder reanudar sus
actividades comerciales. Sin embargo, que
tu nombre pasase por los ojos de Hugo era
lo mismo que un suicidio para tu negocio.
–¿…Wales? ¿El dueño es el conde de
Wales?
–Sí, señor.
La ley estipulaba que todo problema debía
solucionarse basándose en la ley comercial.
Mientras que el dueño no cayese en
bancarrota, todo asunto de transacción se
resolvía con dinero.
A Hugo se le iluminó la mirada. Resentía al
instigador del silencio en la fiesta, a aquella
persona que había hecho llorar a su esposa.
No obstante, la terquedad de su mujer le
había impedido interferir y eso le
consternaba. Sabía que la culpable había
sido la Condesa de Wales, pero, ¿cómo
darle un buen tirón de orejas a esa harpía?
El duque conocía los detalles de lo
acontecido indirectamente y ahora le había
caído del cielo una oportunidad espléndida.
–No podemos pasar por alto algo así. –
Comentó con severidad.
–¿Entonces…?
–Mucho me temo que aquí hay gato
encerrado. Investiga cada detalle de la
transacción, incluidos los impuestos.
–Por investigar, se refiere a-…
–Quiero saberlo todo. No te dejes nada.
Elliot era un caballero típico: no vacilaba
ante enredos y maquinaciones. Conocía a
su señor y estaba seguro que por alguna
razón aquel hombre que debía investigar se
le había cruzado.
–Así será. – Respondió sintiendo cierta
simpatía por su objetivo.
La mayoría de los subordinados del duque
conocían su personalidad. Eran conscientes
que no era un hombre magnánimo o
virtuoso, era indiferente a la mayoría de
casos, no obstante, cuando decidía algo era
persistente y obstinado. En otras palabras,
era una persona rencorosa.

* * * * *
Apenas había pasado medio mes desde que
Damian había partido que Lucia ya le había
escrito una carta y había recibido la
respuesta en escasos veinte días.
A Lucia la sensación que el corazón se le
desbordaría mientras habría el sobre de la
segunda carta de su hijastro. La primera
frase la saludaba con un: “para madre”, y
esas palabras le provocaron un
estremecimiento. La joven era todo
sonrisas mientras leía aquella carta que
parecía más un informe sobre qué había
comido o qué había aprendido en clase. Le
entusiasmaba la poca emoción que
transmitían las palabras de Damian.
–Me alegra que esté bien.
Año Nuevo estaba a la vuelta de la esquina,
así que Lucia estaba preparando un regalo
para Damian.
–Tiene visita, mi señora. – Le anunció una
de las criadas.
–¿Quién? – La sirviente no hubiese dicho
nada si se hubiera tratado de la señorita
Milton.
–La Condesa de Wales.
Lucia frunció el ceño. No comprendía
porque una mujer que había sido tan
grosera en su fiesta querría visitarla de
repente. Se planteó el rechazarla, pero
decidió escuchar lo que tuviera que decirle.

La sirviente les sirvió el té sin mucha


ceremonia y Lucia no se molestó en llamar
a Jerome. No quería ofrecerle el delicioso
té de Jerome a esa mujer que, a diferencia
de ella, parecía intimidada ante su
presencia.
–¿Qué le trae por aquí? – Empezó Lucia
observando la tez gastada de la anciana.
–Permita que me disculpe por haber
llegado sin avisar. ¿Cómo ha estado
últimamente?
–Perfectamente. Si le soy sincera, estoy
disgustada con usted. Era la primera vez
que preparaba algo tan grande. No creo que
se atreva a negar que el desastroso
desenlace de la velada tuvo algo que ver
con usted.
–¿Qué puedo decir? La edad no perdona y
a veces nubla la razón. He venido a verla
con la esperanza de que sepa perdonarme.
La modestia de la condesa ablandó el
corazón de hielo de la joven.
–¿Por eso ha venido?
–Sí, señora. Para disculparme.
Lucia no se hubiera imaginado que aquella
mujer que era la líder del círculo social se
dignaría a postrarse ante ella con tanta
facilidad.
La actitud de las otras damas la sorprendió,
pero la aparición de la condesa en persona
acabó de dejarle claro que algo no andaba
bien.
–Si eso es todo, lo acepto. Sin embargo, no
deseo alargar nuestra conversación hoy.
–Ah… Yo… – Empezó la condesa.
–¿Tiene algo más que decir?
–Me gustaría pedirle… Algo… Duquesa…
¿Una petición? ¡Qué caradura! Lucia se rio
para sus adentros. La Condesa la tomaba
por una niña ingenua y dócil, a pesar de ser
una mujer de armas tomar.
–No acepto favores personales.
–No es nada del otro mundo, duquesa. Sólo
le ruego que apacigüe la ira de mi señor el
duque.
–¿De qué está hablando?
La Condesa explicó que sus posesiones
pasaban por un mal momento y, aunque fue
una justificación para sí misma, Lucia
logró captar el punto principal.
–Metisteis la pata y se os ha castigado
acorde. ¿Acaso insinúa que mi marido, el
duque, no está siendo profesional?
–No, no. En absoluto, no osaría negar
nuestra responsabilidad. Sé que el duque es
alguien sabio que separa el trabajo del
placer. Pero es demasiado estricto y todo lo
que le pido usted, duquesa, es que nos
tenga piedad. Perdone a esta anciana por
haberse presentado aquí sin avisar.
Lucia empezó a reflexionar cuando la
condesa se marchó. No creía que existiera
un castigo justo para aquellos que lo
recibían y que mucho menos caería sobre
un hombre inocente. La dureza del castigo
era responsabilidad del Duque de Taran y a
la joven no se le cruzó por la cabeza que su
marido estuviese siendo más estricto de lo
normal por ella. No era tan creída. De
hecho, como nunca había vivido ese lado
suyo, ignoraba que la mayoría de damas
habían estado intentando ganársela para
evitar su furia.

Parte V
Llegó el temporal frío y con él, los largos
paseos después de la cena se hicieron algo
imposible. No obstante, Lucia no tuvo que
preocuparse con qué hacer en su tiempo
libre: descubrió la alegría de tejer para
hacerle una bufanda a Damian.
Lucia esperó a Hugo en el dormitorio
después de bañarse, pero Hugo no aparecía.
Cada vez llegaba más tarde de lo ocupado
que estaba y en ocasiones enviaba a una
criada para decirle que no le esperase
despierta.
Viendo que iba para largo, Lucia le pidió a
la sirvienta que le trajera la cesta donde
guardaba sus enseres de tejer y continuó su
bufanda.
–¿Qué es eso?
Hugo había entrado en algún momento y la
había estado observando un rato sin que
ella se diese cuenta. Lucia guardó la lana
pulcramente y contestó.
–Estoy tejiéndole una bufanda a Damian,
se la quiero enviar.
Hugo no necesitaba una bufanda de lana. El
frío no le afectaba ni en invierno, ni
siquiera llevaba ropa de la época y mucho
menos una bufanda para niños. Quizás
hasta Damian tendría que hacer un esfuerzo
para ponérsela. La joven había elegido un
bordado blanco sobre un fondo rojo.
Hugo no apartó la mirada de donde Lucia
había dejado la bufanda. Había alejado de
un golpe al niño y al cachorro de zorro,
pero a diferencia de lo que había pensado,
su esposa no había vuelto a ser solo suya.
No comprendía por qué tenía tantas cosas a
las que prestar atención que no fuera él.
Cada vez que le llegaba una carta se
regocijaba durante días a pesar de que era
su esposa antes de la madre del chico. Le
disgustaba que colmase de atención a
Damian, pero no sabía cómo expresarlo y,
al final, terminaba enfurruñándose en
silencio. Ni siquiera le había dicho que
tenía otro nombre. Él le había contado su
secreto, pero ella… ¿Por qué Damian sí lo
sabía y él no? ¿Por qué era mejor él?
–¿Aprendiste de niña?
Últimamente, Hugo aprovechaba cada
oportunidad que se le presentaba para
sonsacarle información de su infancia,
quería que le dijera su otro nombre, pero no
quería preguntarle directamente. Sentía que
si ella se lo decía voluntariamente sería una
prueba de que le había abierto su corazón.
–Sí, por eso no se me da muy bien. Aprendí
mirando a mi madre.
–Me habías dicho que de pequeña vivías
con tu madre, ¿no?
–Sí, hasta que entré a palacio.
–Entonces, tu madre… ¿Cómo…? – Hugo
vaciló momentáneamente. – ¿Cómo… te
solía llamar? – No estaba haciendo
trampas, no le había preguntado
estrictamente cuál era su otro nombre.
–No solía llamarme por mi nombre, sino
cosas como “cariño mío”, “mi niña” y
demás.
Lucia pensaba que Hugo, que desconocía el
amor maternal, debía sentir curiosidad
sobre ello.
Hugo suspiró. Su pregunta indirecta había
vuelto a fallar un día más.
–Ah, quería confirmar una cosa contigo.
No has olvidado lo que me prometiste,
¿no? Eso de que no ibas a interferir con lo
de la fiesta.
–No.
–¿De verdad?
–Claro. – Respondió Hugo con total
seguridad.
No tenía ningún cargo de conciencia.
Reunir a sus vasallos y aconsejarles que
controlasen a los suyos con más esmero era
una de sus responsabilidades.
Como no hubo ni un atisbo de duda, Lucia
le creyó. Su marido era, desde luego,
muchísimo más fidedigno que la Condesa
de Wales.
–Es que me ha llegado un rumor.
–¿Cuál?
–Que has tirado por tierra los negocios de
la condesa por lo de la fiesta. Pero es
imposible. Tú sabes distinguir el trabajo de
lo personal.
–…Claro.
Hugo no tenía ningún cargo de conciencia,
en absoluto. La investigación del
envenenamiento era un asunto oficial, que
el dueño principal fuera el Conde de Wales
había sido pura coincidencia. Aun así,
vaciló y Lucia vio su expresión.

Poco después de aquel momento, se


levantó la prohibición de actividad del
negocio de los condes de Wales. A pesar de
que la multa no se modificó, ser capaz de
trabajar antes de Fin de Año era suficiente
regalo.
Consecuentemente, empezó a correr el
rumor de que la duquesa era quien llevaba
los pantalones.

* * * * *
–El marqués de Deling ha enviado una
queja, Su Alteza.
Kwiz chasqueó la lengua y escaneó el
documento que le entregó su vasallo con la
mirada. Básicamente, aquel marqués
solicitaba permiso para castigar al caballero
Krotin que había insultado su honor.
Unos cuántos soldados de Deling habían
aplacado a Roy que los había molido a
palos.
–¿Por qué tienen tanto que decir ese grupo
de cobardes que atacan en grupo? ¿Qué
honor tiene?
El sirviente no conseguía acostumbrarse a
que el príncipe heredero hablase de esa
manera. No obstante, controló su expresión
facial y continuó:
–Lo que les molestó fueron los comentarios
del señor Krotin.
–Bueno, no creo que sea con él con quien
quieren pelea.
El marqués de Deling era uno de los
cabecillas de la oposición contra el príncipe
heredero. Eliminar a Krotin de su lado sería
muy beneficioso para su propósito: podrían
conseguir agrietar la estricta vigilancia del
príncipe y sus defensas, algo inhóspito
dado que sus guardias pertenecían al duque
de Taran.
Kwiz giró la cabeza para mirar a Roy que
estaba a su lado de pie. Aunque el caballero
sabía a la perfección de qué estaban
hablando, continuaba igual de inexpresivo
como si oyera llover.
–¿Por qué cojones te pusiste a hablarles
así? Ya los habías reventado, señor Krotin.
–¿Disculpe?
–Dicen que los llamaste “perros del
marqués”.
–Yo no dije eso. Dije que eran unos perros
que se dedicaban a besarle el culo al
marqués.
Kwiz gruñó.
–¿No es precisamente por eso que te
atacaron? Porque insultaste al marqués.
–No veo dónde está el insulto. Sólo dije la
verdad. Un caballero es el perro de su
señor. Su deber es obedecer y mover la
colita cuando hace falta.
Todos los presentes se sorprendieron.
–¿Un caballero es el perro de su señor?
¿Eso también se te aplica a ti?
–Oh, claro. Soy el perro de mi señor. Si me
pide que ladre, yo ladro.
Kwiz estalló en sonoras carcajadas dando
golpecitos sobre la mesa.
–¿Lo has oído? – Le dijo Kwiz al hombre
que tenía al lado. – Escribe bien clarito que
el señor Krotin no ha insultado a nadie y
rechaza la queja.
–…Sí.
–Qué envidia le tengo al duque de Taran.
Anda que tener un caballero tan leal. –
Kwiz miró inquisitivamente a sus
caballeros. – Pero el duque se ha encerrado
en el norte y no tiene ninguna intención de
venir a la Capital. Pensaba que nos visitaría
alguna vez…
Ya había pasado casi un año desde el
enlace del duque de Taran y a Kwiz le
fascinaba cómo aquella princesita que se
había criado en palacio era capaz de
aguantar tan bien en el norte. Creía que la
joven no sería capaz de soportar la
frustración y que acabaría regresando a la
Capital. Sabía que la princesa Vivian no
poseía una belleza descomunal y, sin
embargo, dudaba de si poder creerse
aquellos testimonios. ¿Tan hermosa era que
el duque la quería sólo para él? ¿O acaso
era su tipo? Siendo conocedor del historial
de su amigo, el príncipe heredero notó que
había algo raro.
Trató de investigar a aquella nueva duquesa
con poco éxito, pero descubrió que se
escabullía de palacio disfrazada de criada.
Al final, terminó abandonando la
investigación porque, al fin y al cabo,
cuando viniera a la Capital de visita
conocería a esta hermanita de la que
guardaba tan buena impresión.

* * * * *
Fabian estaba hasta arriba de trabajo como
siempre. En la Capital no había día que no
ocurriese algo nuevo y su trabajo era
recopilar toda la información posible.
–Oh, esto es nuevo. ¿Un círculo para
invocar al demonio del castillo de los
Taran?
Fabian escudriñó cada rincón y apuntó
todos los rumores que pudo para su señor,
estudió los informes de sus hombres y,
entonces, se le desencajó el rostro al
toparse con el de una novelista.
Fabian ordenó a sus hombres que
mantuvieran un ojo en Norman, la única
conocida de la princesa ya que podría
convertirse en alguien capaz de dañar a la
nueva duquesa usando su relación.
–¿Para qué ha ido allí la condesa de
Falcon? Y más de una vez…
Según el informe la condesa había ido a
visitar a aquella novelista porque era una
admiradora de sus obras, pero a Fabian se
le antojó extraño. La condesa de Falcon
siempre le había dejado un gusto amargo
en la boca y no sólo porque sus tres
matrimonios hubiesen terminado con tres
maridos muertos, a veces simplemente no
te gusta una persona.
Fabian decidió informar al duque de la
situación. Sabía que su señor no pretendía
ser un recién casado. Después de todo,
jamás había compartido lecho con la misma
mujer durante tanto tiempo. El duque no
era un mujeriego, simplemente satisfacía
sus deseos y nunca había sentido nada por
ninguna de las mujeres con las que se había
acostado. Ver que hasta un hombre como
aquel era capaz de decantarse por una sola,
le sorprendió.
–Nunca te vas a dormir sin haber aprendido
algo.

Capitulo 50 El Medico de los Taran


Anna le preparaba a Lucia un tazón de
medicina cada día después de cenar y,
como siempre, la joven se lo llevó a los
labios.
–¿Vainilla…? – Lucia apartó la taza como
reflejo.
Volvió a intentar captar el aroma y, sin
lugar a duda, era vainilla. Era la cura que
había tardado tantísimo en hallar en su
sueño.
–No es la misma medicina de siempre. –
Lucia había llamado a Anna para pedirle
explicaciones.
–Sí, es un nuevo remedio.
–¿Lo has descubierto tú?
–…Sí.
Lucia no daba crédito, no podía creer que
hubiese encontrado la cura ella sola.
–Yo también he estudiado algo sobre las
hierbas medicinales porque me interesaban.
– Entonces, pronunció una lista de hierbas
que debían recetarse con sumo cuidado por
el bien del paciente. – ¿Sabes qué pasa si
mezclas estas tres plantas?
Anna no lograba comprender lo que trataba
de decir su señora.
–No se deben mezclar bajo ningún
concepto, son veneno.
–¿Sí? Entonces, me estás intentando
envenenar.
–¿Disculpe?
¡Veneno! Anna se tensó. La joven parecía
haberse convertido en una pared de acero.
Como la duquesa solía perdonar el decoro
y no ejercía su autoridad, Anna había
olvidado que aquella muchacha era una
noble de alto rango que ni en sus mejores
sueños hubiese tenido la oportunidad de
atender. Un escalofrío le recorrió la
columna vertebral.
–¿Sabías que olía a vainilla?
–Sí, señora.
–¿Sabes por qué? – Anna guardó silencio y
Lucia prosiguió. – Si mezclas estas hierbas
y las hierves, acaban oliendo así. Parece
que no lo sabías.
–¿…Eh?
–Me has dicho que lo habías descubierto tú,
¿cómo puede ser que no lo sepas?
Después de que en su sueño recuperase la
menstruación, Lucia se había interesado
por las plantas medicinales. Y cada vez que
compraba las hierbas necesarias para su
remedio el arbolario le advertía que no
debían mezclarse jamás. Nunca alcanzó el
nivel de un profesional, tan sólo aprendió el
tipo y la eficacia de las hierbas que Philip
le recetó.
Anna empalideció. Ignoraba qué plantas
contenía la mezcla, Philip le había dado la
medicina en polvo. Confiaba en el anciano
y había estado tomando la medicina
durante una semana para probarla hasta que
el duque la llamó a su despacho y le exigió
una explicación. Para su sorpresa, el
gobernante la hizo retirarse con un gesto de
aprobación a sus investigaciones en
búsqueda de una cura. Ahora se daba
cuenta que había fracasado como doctora:
le estaba dando a su paciente una droga
cuya composición desconocía.
–No tengo excusa, lo siento, mi señora. No
es cosa mía. He estado tomándome la
medicina una semana para comprobar que
no sea dañina.
Lucia suspiró.
–Debes haber consultado mi condición con
alguien en quien confías mucho. ¿De quién
se trata?
–Lo siento, mi señora. No puedo darle los
detalles.
–¿Te lo ha pedido esa persona? – Pensando
en ello, el doctor de su sueño no quería
llevarse el crédito. – No voy a tomarme una
medicina en la que no confío, ¿entiendes?
–Sí, mi señora. Lo siento mucho.
–Sé que lo has hecho porque querías
ayudarme, pero no vuelvas a mentirme.
–Sí, señora.
Lucia había adoptado una actitud pasiva en
cuanto a la cura hasta que se enteró del
motivo por el que Hugo no quería hijos. No
estaba preparado para ser padre y de serlo,
acabaría en tragedia. Lucia no quería un
niño que Hugo no fuera a amar. Quería un
hijo que contase con todo el cariño de su
padre.
Hugo creció ignorando el amor paternal y
el padre de Lucia la había ignorando toda
su vida. Ambos carecían de familias
normales y estaba segura que para poder
compensar las faltas del otro tenían que
entenderse a la perfección.
Estaba enamorada de él y le daba pena
pensar que tener un hijo no iba a ser un
acontecimiento feliz, pero todavía no había
llegado el momento.

* * * * *
Philip no pudo ocultar su sorpresa cuando
Anna le contó que la duquesa había
rechazado el remedio.
–¿Sabe… cómo se consigue el aroma de
vainilla? – Murmuró para sí. – Déjame
verla. Esto es la cura.
–Sabes que no puede ser. ¿Qué has hecho
para que te tengan vigilado?
–Es un asunto personal, no tiene nada que
ver con la medicina. ¿Vas a rendirte tan
fácilmente?
Anna sacudió la cabeza.
–Pienso igual que tú, lo suyo sería que la
pudieras ver, pero es imposible.
–No puedo dejar un paciente así como así.
–…Pues le pediré permiso al señor duque
cuando vuelva.
El duque de Taran se había marchado a
inspeccionar el feudo, así que Philip pensó
que era una oportunidad dorada. Si el
duque regresa, no podría ver a la duquesa.
El duque ignoraba el secreto de la artemisa,
pero si él le recetaba una cura y la duquesa
se quedaba en cinta, Hugo sospecharía de
él de inmediato y haría cualquier cosa para
evitar que ese niño viera la luz. Por tanto,
el duque no debía enterarse de que él estaba
involucrado.
–La voluntad del paciente es una prioridad.
Lo más importante es si la paciente quiere
dar a luz a un hijo. ¿Crees que el duque
querría un hijo cuando a él lo apartaron del
trono una vez? Los nobles son crueles. Son
diferentes a nosotros. Los afectos a sus
esposas y el deseo de descendencia no
tienen nada que ver. ¿No te parece que
sería una lástima si la señora no tuviera a
nadie que la cuidase cuando se haga
mayor? –Philip intentó persuadir a Anna
con todo lo que pudo.–Puede que ahora se
lleven bien, pero…
Todos los de alta cuna eran iguales: tenían
amantes y lo único que estaba de su lado
eran sus hijos. Anna también creía que la
duquesa debía sentirse fatal por haber
tenido que adoptar a un bastardo.
–Lo hablaré con mi señora.
Anna sólo pensaba en el bien de su señora.

* * * * *
–El doctor del que te hablé me ha pedido
una cita con usted, señora.
–¿Sí? Me parece bien.
–En realidad es… El doctor del duque.
–¿Del duque?
–Sí, eso me dijo el mayordomo. Lo tienen
vigilado y tiene prohibido encontrarse con
usted, tampoco se le puede mencionar en
vuestra presencia. Es una orden del señor
duque. – El tono de Anna era firme.
–Entonces, ahora mismo estás cometiendo
un error gravísimo. – Lucia empezó a
perder el sentimiento de esperanza por su
benefactora. – Me lo acabas de mencionar.
–Soy plenamente consciente de ello y
pienso asumir la responsabilidad de mis
actos. Pero, señora, el doctor me ha
asegurado que puede curaros. Quiero venir
a explicarte cómo.
–¿La responsabilidad? ¿Cómo?
–…Voy a dimitir. No estoy capacitada.
Lucia estudió la expresión penumbrosa de
Anna.
–Si cumples con tu cometido no pasarán
cosas como la última vez o como esta.
–Sé que me he pasado de la raya. Sólo
quiero que mi señora pueda dar a luz a un
niño.
Lucia suspiró. Anna no era una mala
persona, todo lo contrario, encontrar a
alguien tan puro y dedicado como ella era
muy difícil, por eso le gustaba. Sin
embargo, no tenía mucho tacto.
–¿Cómo se llama el doctor?
–…Señor Philip.
–¿Señor?
–Es un barón.
¿Acaso el doctor de su sueño era este tal
Philip? ¿Por qué el doctor del duque se
dedicaría a vagar por el mundo? ¿Tal vez
algo sucedió con el duque en su sueño? En
la última parte de su vida en el sueño,
Lucia renegó de todo lo relacionado con los
altos cargos y se negó a escuchar las
habladurías.
¿Por qué Hugo no querría que conociese a
este hombre? Era un doctor y si Hugo le
aborrecía siempre podía desterrarle. ¿Por
qué complicarse tanto?
–¿Cuánto lleva trabando para el duque?
–Muchos años, señora.
Entonces, Lucia recordó que Hugo le había
dicho que había ciertos secretos que
prefería llevarse a la tumba y tuvo la
corazonada que este doctor debía
conocerlos. Pero seguía sin comprender
una cosa: si ese fuera el caso, ¿por qué no
matarle?
Hugo no quería que conociese a este
doctor, así que la única oportunidad que
Philip tenía para verla era ahora que su
marido estaba ausente y sus instintos le
advertían que no se encontrase con él a
espaldas de Hugo.
–No quiero verle. – Anna suspiró
desanimada. – Has cometido un grave
error, Anna, como doctora y como alguien
de esta casa. Puedo perdonar tu error sobre
mí, pero no el que hayas desobedecido las
órdenes del duque. Aceptaré tu dimisión
cuando volvamos de la Capital. – Entonces,
llamó a Jerome. – Jerome, Anna me acaba
de decir que el doctor del duque desea
verme, pero ya me habías advertido sobre
esto.
La mirada de Jerome se posó
solemnemente sobre Anna que se hallaba
en una esquina, cabizbaja.
–Sí, señora.
–No pienso encontrarme con él y seré yo
quien informe al duque de este asunto.
–Sí, señora.
–Anna quiere dimitir, pero se lo he negado.
Seguirá siendo mi doctora hasta que
lleguemos a la Capital. No hará falta que se
la interrogue.
–Sí, señora.
La actitud de Jerome era similar a la de un
caballero frente a su rey, siempre respetaba
las decisiones de su señora y se sentía
orgulloso de servir a dos señores como los
suyos.
El intercambio entre Anna y Philip
continuó durante todos aquellos meses.
Anna iba a aprender de Philip cada vez que
tenía tiempo libre y Philip admiraba la
pasión de Anna. Una vez a la semana
atendían a los necesitados en un callejón
remoto, hecho que mejoró drásticamente
las habilidades de Anna.
–¿Qué tontería es esta de que te has comido
artemisa para hacer una medicina? –
Exclamó una mujer de mediana edad.
En la estancia sólo había dos mesas
separadas por una cortina. Anna paró
atención a la voz de la paciente de Philip.
–¿Cómo voy a saber que me había comido
eso? Sólo eran hierbas.
–¿Estás ciega o algo? ¡De dónde te sacas
que parecen hierbas!
–¿Y para qué lo dejas en la cocina?
Madre e hija discutían alzando la voz.
¡Artemisa! Anna se detuvo y fijo la vista en
la cortina oscura.
–¿Y dónde está el problema? – Philip habló
con toda la calma del mundo.
–¡Ay, doctor! Se ha comido eso y no le ha
venido la regla. Pensar que no va a poder
ser una mujer del todo me quita el sueño.
–Pues yo lo prefiero así.
–¡Cállate, loca! ¿Quieres ser estéril?
Anna pegó un respingo de repente, corrió la
cortina y ni siquiera se fijo en la expresión
aturdida del par de madre e hija. Philip
miró a Anna y se dirigió a la paciente.
–No puedo tratarte si armas tanto jaleo.
Vamos a ver. ¿Cuánto has comido?
–Más o menos un plato. Lo mezclé con
verduras.
–¡Serás…! – Exclamó la madre. – ¿Cómo
puedes llamar verdura a eso? ¡Caray! ¡En
lugar de una hija, he parido a una inútil! –
Y continuó refunfuñando.
–¿Cuándo tuviste tu primera menstruación?
–Creo que hace dos años.
–No has seguido comiendo artemisa,
¿verdad?
–No.
–Pues entonces sólo es temporal, el mes
que viene volverá. No te preocupes. Usted
tampoco.
La madre y la hija intercambiaron una
mirada de incredulidad y tuvieron que
prometerles y jurarles que así sería para
conseguir que se marcharan.
–¿Qué ocurre, Anna? – Preguntó Philip. –
¿Algún problema con el paciente?
–…No. Luego te cuento.

La jornada terminó cuando ya empezaba a


oscurecer y la pareja de doctores regresó a
la caseta de Philip a tomarse un té.
–Es la primera vez que veo a una paciente
con un síntoma como ese… ¿La artemisa
es capaz de cortar la menstruación? ¿Cómo
puede ser?
–No es común, pero puede ocurrir. No es
nada por lo que valga la pena preocuparse,
sólo es temporal.
–¿Y sabes de algo que pueda hacer que no
vuelvas a menstruar?
Philip se dejó la taza de té en los labios,
hizo una pausa, le relucieron los ojos y bajó
la taza.
–Qué interesante. ¿Tienes una paciente así?
–Sí, tiene amenorrea. Estuvo tomando
artemisa durante mucho tiempo.
Anna había comprado un centenar de libros
medicinales para descubrir una cura para su
duquesa. Repasó cada uno de los libros de
los mercados y habló con todos los
médicos de la ciudad de Roam. No
obstante, ninguno fue capaz de reconocer
algo así. Anna pensó en experimentar con
su propia dieta, pero por desgracia, ya tenía
la menopausia y no quería hacerlo con otra
persona.
–¿No me habías dicho que habías tratado a
muchos pacientes mientras viajabas,
Philip? Qué vergüenza. La medicina de
verdad debería hacerse con el corazón, no
por avaricia.
–Tus habilidades son increíbles, Anna. Eres
sincera y muy entusiasta. Es una pena que
no te lleves todo el mérito por ser mujer.
–Me halagas. – Anna sonrió y saboreó su té
una vez más.
–¿Quién es la paciente? – La intensidad del
fulgor de los ojos de Philip era aterradora.
Anna titubeó. La confidencialidad era uno
de los deberes del doctor, sin embargo, no
quería perder una pista sobre el estado de
su señora como aquella. No sabía porqué
Philip estaba bajo vigilancia y eso la hizo
decantarse por guardar silencio.
–Sinceramente, vine a buscarte para
preguntarte sobre eso.
Era obvio que la doctora de la duquesa sólo
iría a pedir una segunda opinión a otro
doctor si era para su única paciente.
–¿Se tomo la artemisa desde su primera
menstruación…?
–¡Exacto! – Exclamó Anna, alegremente. –
¿Sabes curarlo?
–Por suerte, sí.
–¡Cielos santo!
El tratamiento que había estado buscando
estaba justo delante de sus ojos. Si hubiese
preguntado desde un principio no habría
tenido que pasar por tanto. Sin embargo, no
se arrepentía de todo aquel tiempo.
–¿Cómo se la tomó?
–De niña ignoraba los cambios que suceden
en el cuerpo de una mujer, e intentó cortar
la hemorragia con la artemisa.
–¿Durante cuánto tiempo se lo estuvo
tomando?
–Medio año. ¿Tiene cura?
–Estos síntomas requieren unas
condiciones en especial: no debe ser virgen
y sólo se puede haber unido con un
hombre.
–No será un problema. – Anna no delató a
la duquesa, pero los dos doctores se
entendieron. – ¿Tiene cura?
Philip bajó la cabeza y no dijo nada. Anna
aguardó en silencio para no interferir con
sus pensamientos, pero en realidad, Philip
intentaba controlar su emoción.
Sí.
–Iré a ver a mi señora ahora mismo.
¡Seguro que le encantará saber que he
encontrado la cura! – Anna saltó de la silla
sin darse cuenta que acababa de mencionar
el nombre de la paciente.
–No sé dónde está la libreta donde apunté
la cura. Es un remedio familiar, puede que
tarde un tiempo.
–¡Mucho? ¿No puedo ir a buscar la libreta
contigo?
–Me temo que no. Está en un lugar secreto.
–Oh, lo siento.
–No pasa nada. Te daré la cura, pero
todavía no se lo digas a la paciente.
–¿Cuándo volverás?
–En una semana más o menos.

Después de que Anna se marchase, Philp se


sentó en el sofá cabizbajo. La luz iluminaba
la estancia. De repente, el anciano empezó
a temblar hasta romper a reír como un loco.
–¡Jajaja! ¡No es el final! ¡Todavía no!
Philip no solía perder el control de sus
emociones de esa manera. Tenía los ojos
inyectados en sangre y le sudaba la frente;
era como un espíritu maligno.
Tras la trágica muerte del anterior duque,
alguien le había secuestrado. Se desmayó y
cuando volvió a abrir los ojos se encontró
en la cárcel hasta que el nuevo duque,
Hugh, se dignó a irle a ver.
La mirada de Hugh rebosaba odio y le
exigió saber dónde estaba el secreto de
poder dejar descendencia. Al joven parecía
repugnarle la idea.
La aparición de Damian fue una gracia de
los cielos, sin embargo, si no conseguía una
mujer que compartiese sangre Taran, sería
el final. Toda aquella situación era un
milagro. Damian tendría una mujer, los
Taran continuarían su legado.

Parte III
–Bienvenida, Kate.
Lucia saludó a Kate con un abrazo a pesar
de que había llegado sin avisar. Su amistad
continuaba intocable. Sus personalidades
habían derribado la pared que las separaba
como duquesa e hija de un vasallo. Lucia
no era una déspota y Kate no intentaba
aprovecharse de su relación, simplemente,
se trataban como a un igual.
–¿Te encuentras mejor?
–Sí, por eso he venido a verte.
Kate llevaba un mes postrada en cama por
culpa de una fiebre.
–Siento no haber podido ir a verte…
Hugo se había negado a dejarla ir a verla a
pesar de que le había explicado que sólo
iba a ir a visitarla, que no estaría el tiempo
suficiente como para que se le pegase la
enfermedad, su marido hizo oídos sordos.
En cuanto se enteró que una epidemia de
fiebre se había propagado por su territorio
le prohibió salir.
–¿Qué dices? Hiciste bien en no venir.
Kate no podía ni imaginar el terrible futuro
que le hubiese aguardado de haber
contagiado a su amiga. Lo último que
deseaba era sufrir las consecuencias de la
ira del duque. La joven estaba deseosa de
contarle los cambios en el ambiente del
norte a Lucia que se había convertido en un
pez gordo en los círculos sociales sin darse
cuenta. La muchacha no tenía ni idea de
cuán buscada era la información sobre su
persona. Aunque era de esperar, Lucia sólo
organizaba fiestas pequeñas por lo que era
difícil adivinar qué tipo de persona era.
Muchos habían ido a buscar a su tía para
enterarse de algún cotilleo sin éxito.
–¿Mi señor está inspeccionando el feudo?
–Sí, suele tardar unos cinco días, debería
volver mañana. ¿Cómo está la señora
Michelle?
–Como siempre. Cada vez más regañona.
Estoy harta de que me diga que ojalá fuese
la mitad como tú.
–Sabes que es sólo parlotearía. Eres
hermosísima y encantadora, Kate.
–Pues tú me pareces mucho más
encantadora.
–Gracias.
Kate no insistió porque sabía que Lucia
sólo se tomaría sus halagos como
comentarios sin importancia. Cada vez que
veía a su amiga se sentía hechizada de una
forma peculiar. Lucia no era una belleza
despampanante, pero cuánto más la
mirabas, más atraído te sentías por ella. No
era por su apariencia, sino por sí misma;
como si su esencia te embriagase. Era
como si llenase la estancia de flores a pesar
de haberlas arrancado todas.
–Ahora que hace mejor tiempo había
pensado en ir a una caza de zorro.
Podríamos ir las dos.
–¿No deberías esperar un poco? Acabas de
recuperarte.
–No, qué va. Aunque tú sólo podrías mirar
porque no tienes un zorro.
–Con eso me basta.
En ese momento se escuchó el retumbo de
los tambores.
–Oh, mi señor debe haber vuelto. – Kate
hizo ademán de levantarse, pero Lucia la
convenció para que volviese a sentarse.
–Eres una invitada, no pasa nada porque
estés aquí. Ahora vuelvo.
Lucia se marchó y dejó a Kate en la sala de
visitas. Pensar en cómo se le había
iluminado la cara a su amiga al escuchar el
aviso la hizo soltar una risita. Era adorable.
¿Tanto le gustaba su marido? No era raro
ver a Lucia encogerse como una doncella
tímida cada vez que se mencionaba a su
marido y es que, aunque se sabía que la
pareja ducal gozaba de buena relación, para
aquellos que no habían sido testigos de ello
era algo difícil de creer. La mayoría
pensaban que Lucia no era lo
suficientemente hermosa para robarle el
corazón al duque, sin embargo, Kate sabía
que sentarse a tomar el té una o dos veces
con Lucia no bastaban para comprender –
como ella hacía – la razón por la que el
duque estaba tan apegado a ella.
La puerta se abrió cuando el té ya se había
enfriado. Kate se giró para mirar quién
venía y se quedó boquiabierta. Un hombre
moreno y grandullón entró a grandes
zancadas en la habitación con la duquesa
de la mano, tirando de ella. En cuanto
Lucia puso un pie en la habitación, el
duque la apoyó contra la puerta cerrada y
empezó a besarla. Kate no supo cómo
reaccionar, se quedó inmóvil, aturdida. El
duque consiguió su título antes de que ella
hubiese debutado en sociedad, por lo que
nunca le había visto la cara y después de
casarse no había acudido a ningún acto
social. No obstante, el único hombre capaz
de besar y abrazar a la duquesa era el
duque.
Su relación no era buena, era demasiado
buena. Kate se ruborizó. Aquello no era un
beso de bienvenida, era un beso pasional
con un deseo explícito, un enredo de
cuerpos.
La mirada de Kate se encontró con la de
Lucia que enrojeció. Lucia había olvidado
la presencia de Kate por completo hasta
aquel momento. Le dio un golpe en el
pecho a Hugo con todas sus fuerzas y Hugo
se retiró al notar la súbita rebelión. Le
chupó los labios, le besó la comisura y se
apartó.
–¿Qué?
–Invitada… Tenemos una invitada…
Los ojos anaranjados de la muchacha no
sabían donde meterse, tenía las pestañas
húmedas y parecía querer llorar. Hugo la
deseaba locamente. ¿Por qué no hacerlo allí
mismo? No se veía capaz de esperar hasta
la noche. Llevaba días sin haberla tenido y
su cuerpo andaba como loco. Su esposa le
gustaba la pulcredad, por lo que raramente
le permitía poseerla sin haberse bañado y
preparado; tampoco era común que le
dejase hacer lo que quisiera fuera del
dormitorio. Dios sabe cuántas veces había
tenido que resistir el ímpetu de subírsela a
la mesa de su despacho y tomarla allí
mismo. Le encantaría hacerlo.
–¿Una invitada? – Repitió Hugo y giró la
cabeza para encontrarse con una mujer
cabizbaja en el sofá. Sin embargo, su
expresión no cambió y no quitó la mano de
la cintura de su mujer.
–La señorita Milton…
–Ah.
La famosa señorita Milton.
Hugo anduvo hacia el sofá descansando la
mano en la cintura de Lucia y Kate se
levantó a prisa para ofrecer una reverencia.
–Saludos, señor duque. Soy Kate, hija del
conde Milton.
–Encantado, señorita Milton. Veo que he
interrumpido vuestros aperitivos. – Le dio
un besó suave a su esposa y continuó. –
Pásatelo bien.
Soltó a Lucia y abandonó la sala. Era como
una tormenta que derribaba todo a su paso.
Lucia era incapaz de ser tan desvergonzada
como Hugo y fingir que no había ocurrido
nada. La muchacha guardó silencio muerta
de vergüenza y le pegó un par de sorbos al
té helado de la mesa.
–Decías… Decías que querías ir a cazar. –
Lucia fue la primera en romper el
incómodo silencio. – ¿Cuándo?
–Dentro de… unos cinco días. Espero que
puedas venir.
Su conversación continuó torpemente.

* * * * *
Jerome se dirigió al despacho de Hugo, que
ya estaba inmerso en cientos de
documentos, en cuanto terminó la reunión.
Cualquier recién llegado se tensaría ante
semejante situación, pero para los
veteranos no era nuevo que el duque
revisase el contenido de la reunión treinta
minutos después.
–Mi señor.
–Mm. – Hugo respondió con un gruñido
suave y un gesto indicando que no quería
té.
–Ha llegado Fabian.
–Que pase.
Unos instantes más tarde, Fabian entró con
su informe en las manos. Hugo le dedicó
una mirada a modo de saludo y asintió.
Repasó el documento sin mucho interés y,
de repente, frunció el ceño. ¿Por qué la
condesa de Falcon se estaba acercando
tanto a la conocida de su esposa?
–¿…Qué demonios significa esto? –Fabian
se tensó ante la reacción del duque. – ¿Sólo
se te ha ocurrido traerme esto ahora,
después de que hayas estado pululando por
aquí tantas veces?
Fabian tragó saliva. Si no lo hubiese traído,
habría estado en problemas.
–Lo siento, ha sido un error.
Fabian admitió su culpa. Conociendo a su
amo cualquier atisbo de excusa le habría
servido para ganarse algo aterrizando sobre
su cabeza.
Hugo reanudó su lectura y su rostro se
desencajó cada vez más. El informe sobre
la condesa de Falcon incluía que había
investigado a la princesa Vivian y que, con
el tiempo, se había topado con la relación
que la novelista y su esposa mantenían.
–¿La han investigado? – Preguntó con tono
amenazador. Fabian estalló en sudores
fríos. – ¿Quién está a cargo de las
inversiones? Traedlo.
Ashin entró en el despacho poco después.
No estaba exactamente a cargo, pero su
posición le permitía saber cómo iban las
cosas.
–¿Hemos invertido en algo de la condesa
Falcon?
Hugo no solía involucrarse con este tipo de
negocios. Si el plan era provechoso, se les
daba bandera verde.
Ashin rebuscó por los archivos y trajo el
documento que le había pedido.
–Retira todas las inversiones. Ahora
mismo.
–¿Ahora… mismo? Se necesita avisar con
un mes de antelación-…
–Ahora mismo. – Hugo se petó los nudillos
a modo de darle énfasis a su orden. – Envía
una advertencia: quien sea que vuelva a
intentar alguna tontería por el estilo perderá
la cabeza. – Le dijo a Fabian.
La condesa Falcon le dio pena a Fabian.
Los Taran habían invertido una gran
cantidad, perder semejante dinero
significaría un golpe muy duro para los
negocios de la mujer. Hacerle algo así a
una mujer con la que había mantenido un
tipo de relación íntima era despiadado. El
duque de Taran no retiraba dinero a no ser
que hubiera pérdidas, era la primera vez
que lo hacía por motivos personales.
El duque no estaba fascinado por su esposa,
no es que estuviese divirtiendo: se había
enamorado perdidamente.

* * * * *
Lucia le pidió a Hugo que le dedicase un
poco de tiempo después de cenar. La pareja
fue a la sala de estar y se sentó uno delante
del otro.
–Tu doctor me pidió verme mientras no
estabas.
A Hugo se le cambió la expresión
instantáneamente. Había ordenado
específicamente que no se le dejase saber
de la existencia de Philip. Era la primera
vez que Jerome no cumplía con sus
obligaciones. Jerome bajó la cabeza a los
pies al notar la intensa mirada de su señor
posándose sobre él.
–No te enfades con él. Ha sido mi doctora
quien te ha desobedecido. Al parecer fue a
pedirle consejo. Me he enterado de que has
estado preguntándole cómo iba mi
tratamiento cada semana, ha debido estar
bajo mucha presión.
Lucia ignoraba que su esposo había estado
exigiendo un informe de los avances en su
cura cada semana. Enterarse de que Hugo
había estado preguntando constantemente
le hizo sentir agradecida, pero comprendió
la presión que tuvo que aguantar Anna.
–Mi doctora, Anna, va a dimitir. Espero
que no la castigues.
Lucia admiraba los esfuerzos de Anna.
Aquella mujer había sobrepasado su papel
y había hecho todo lo posible para
ayudarla. Hizo todo lo que Lucia había
hecho en su sueño, hasta había encontrado
a Philip. Había estado interactuando con el
doctor del duque hasta conseguir adoptar
los conocimientos y habilidades de éste, y
sólo entonces, había probado el remedio en
sí misma. No obstante, Anna era
imprudente. Si Lucia no hubiese sabido
algo de medicina se habría tomado
cualquier cosa sin importar si era o no la
cura. Anna no parecía comprender la
magnitud de su error. De haberlo sabido,
Jerome habría informado a Hugo y la vida
de Anna hubiese corrido un gran riesgo.
–Muy bien.
–Mi doctora estaba segura que el tuyo
conoce la cura.
–…Ya veo. – Hugo reconocía lo increíbles
que eran las habilidades de su doctor. –
¿Ha usado a tu doctora para conocerte? –
Hugo no daba crédito con Philip.
–No, mi doctora dice que ella misma lo
preparó todo. Me dijo que tu doctor no
quiso aparecer hasta el final.
Anna se culpó a sí misma para no
involucrara Philip. No quería implicarle
porque ya estaba suficientemente vigilado
y para la buena mujer, Philip era un
maestro y una muy buena persona.
–Jerome. – Hugo indicó a Jerome que les
dejase a solas con una mirada. – Hay una
razón por la que no quise que le conocieras.
El viejo no le haría daño a Lucia, no tenía
motivos para ello. Lo que deseaba aquel
curandero era una hija de Hugo, es decir,
una esposa para Damian, para continuar el
legado de los Taran. Lo que le preocupaba
a Hugo eran las tonterías que el anciano
pudiese contarle a su mujer.
–Ah, claro. Todo lo que haces tiene un
motivo.
Si los tres estaban presentes, el viejo no
sería capaz de soltar tonterías. Hugo no
quería verle la cara, pero si conocía la cura,
no le quedaba de otra.

Parte IV
Hugo odiaba que su esposa no estuviera
sana. Todo el mundo le avisaba que su
condición no era normal, lo único que
repetía la doctora era que estaba buscando
la cura desesperadamente. Sí, las
habilidades de aquel viejo parecían superar
las de los demás.
–No tengo ninguna intención de ver a tu
doctor. Ni tú quieres verle, ni quieres que
yo lo haga, ¿verdad?
–…Sí.
–¿Te ha hecho algo? ¿Por qué tienes a
alguien a quien odias tanto contigo?
Había muchos motivos complicados por los
que mantenía a Philip con vida, pero el
principal es que le había salvado la vida a
su hermano.
–Le debo mi vida. Mi hermano sobrevivió
muchas veces gracias a él.
Por supuesto, había algo más: Philip
conocía los trapos sucios de los Taran.
Mientras estuviera vivo, Hugo sería
incapaz de olvidar la oscuridad que
habitaba en su interior. Hugo se castigó a sí
mismo de esa manera para redimir a su
hermano. No obstante, no dudaría en
eliminar a Philip en el caso en que se
convirtiera en un peligro, aunque por ahora
no fuese más que un doctor que se limitaba
a parlotear sobre el legado y las
generaciones de su familia.
–Ya veo.
Lucia se sintió aliviada. El benefactor de su
sueño no era mala gente.
–Pero has dicho que sabe la cura.
–Sí, pero no confías en él. ¿Le dejarías
tratarme?
A Hugo le inquietaba. Si dejase a su esposa
en manos de aquel anciano no se quedaría
tranquilo, aunque realmente fuera tan
bueno como parecía. Aun así, Philip no
daba falsas esperanzas. Si decía que podía
tratar algo, es que podía.
–Si te soy sincera, sé la cura.
–¿Qué?
–Bueno, es que perdí la oportunidad de
decírtelo y como luego me enfadé contigo
porque decías que quería que me curasen
como fuera, pues no te lo dije. Lo que
quiero decir, es que no necesito la ayuda de
ningún doctor.
Hugo se sintió ridículo y aliviado al mismo
tiempo. Cuánto más la conocía, más
misteriosa le parecía. Su esposa era una
mujer dócil y tranquila, pero de vez en
cuando le rompía todos los esquemas.
–No estoy enferma. No tengo ningún
problema con hacer mi vida y puedo
curarme cuando yo quiera.
–¿Es por mí? Porque te dije que no quería
hijos…
–Entiendo el porqué, así que no te
preocupes. Ya lo pensaremos. Si no
quieres, pues yo tampoco. Pero no pienso
curarme sin hablarlo contigo primero.
Hugo no se atrevía a decirle que el
problema no era ella, sino él. Temía que le
dejase si se enteraba. De repente, se sintió
como si le estuvieran arrastrando a las
profundidades de lo desconocido. ¿Por qué
había nacido con ese cuerpo? Hasta
entonces le había parecido una suerte que
no pudiese tener descendencia, pero ahora
comprendía la magnitud de la maldición.
Era una maldición que no le permitía
formar una familia normal con la mujer a la
que amaba. Recordó la expresión con la
que su hermano le había contado que
quería casarse con una mujer. ¿Se habría
alegrado de saber los oscuros secretos que
ocultaban el nacimiento de su hijo? Sí, su
hermano lo hubiese aceptado.
Hugo envidiaba a su hermano. Él se había
enamorado sin saber que se trataba de su
media hermana. Si Hugo tenía que hacer
beber a otra persona su propia sangre,
prefería no tener hijos. Creía que en cuanto
lo hiciera, se convertiría en un monstruo de
verdad. Era demasiado tarde para hacerlo
con ella, pero aun así, no quería.
–Como tú quieras.
Hugo no tenía potestad para prohibirle que
se curase o no. No quería darle falsas
ilusiones de un embarazo, pero tampoco
quería que pensase que estaba en contra de
tener hijos con ella.
–Ven aquí.
Hugo abrió los brazos. Lucia soltó una
risita, se levantó, se le acercó y permitió
que la estrechase. Se sentó sobre su regazo,
Hugo la rodeó por la cintura y enterró el
rostro en los pechos llenos de ella.
–¿Ha pasado algo?
–No. Ah… Ha llegado una carta de
Damian.
–…Cada día llega carta.
–No es cada día, sólo una o dos veces al
mes.
Los ojos de Lucia se iluminaron en cuanto
Damian apareció en la conversación. A
Hugo seguía disgustándole ese afecto tan
excesivo por un hijastro, pero con el tiempo
se acostumbró.
–¿Y qué dice en la carta?
–Que le va bien.
Lucia empezó a bombardearle con toda una
serie de detalles sobre la vida escolar del
niño que había leído en la carta. Hugo
sonrió y recordó que en el informe que
había recibido no hacía mucho se explicaba
que el chico había estado poniéndose la
bufanda de su mujer hasta que había
empezado a hacer calor.
–Me dijiste que la primera vez que le viste
te dio la sensación de estar viéndome a mí,
¿no?
–Sí, era como verte de niño.
Su esposa de niña. ¿Cómo sería ver a una
pequeña que fuese el vivo retrato de Lucia?
¿Cómo sería un niño sin rastro de su
maldición, sin el pelo negro ni los ojos
rojos? Hugo sintió un malestar en el pecho.
Podía colmarla de poder y riquezas, pero
sería incapaz de darle un hijo. ¿Y si esto
acababa haciéndole daño? ¿Y si le
imploraba un hijo? Hugo se sentía en
medio de un laberinto eterno sin salida.
* * * * *
–Tu contrato ha terminado, Anna. De
momento te vamos a renovar el contrato,
pero será temporal. – El tono de Jerome
poseía un retintín distintivo.
Anna contestó con un murmuro casi
inaudible y repasó los documentos que
había sobre el escritorio con esmero.
Entonces, firmó un acuerdo de
confidencialidad vitalicio.
–Has perdido nuestra confianza. Tienes
prohibido salir hasta que se te acabe el
contrato y tu trato con otra gente se
mantendrá al mínimo. Tienes prohibido ver
al otro doctor.
–…De acuerdo.
–Cuando se te acabe el contrato seguirás
bajo vigilancia para asegurarnos de que
sigues el contrato de confidencialidad que
acabas de firmar. Será mejor que no hagas
nada sospechoso.
Ahora que iba estar bajo estricta vigilancia
por el resto de su vida, Anna se percató del
terrible error que había cometido. Hasta
que entró en la casa ducal, no había tratado
con nadie de la alta cuna e ignoraba las
costumbres o las normas de los nobles.
Nadie se había atrevido a tratarla sin un
mínimo de cortesía desde que se había
mudado a la mansión de duque. Los otros
sirvientes eran amigables y los pocos
superiores que tenía siempre habían sido
respetuosos, pero poco le faltaba para
descubrir la generosidad con la que la
habían estado envolviendo todo este
tiempo.
–¿Puedo ver al doctor Philip una última
vez? Me ha enseñado mucho, me gustaría
despedirme.
–Se lo preguntaré al señor.

* * * * *
Philip sabía que algo andaba mal porque
Anna no se había puesto en contacto con él
en todo el día desde que el duque había
regresado a la casa. Cualquiera que se
enterase de la situación en la que estaba la
duquesa, llegaría a la conclusión que la
joven iba a saltar de alegría si se enteraba
de que había una cura para su condición. El
anciano no conseguía hacerse la idea de
dónde se habían cruzado las cosas.
–Mi señora se niega a verte, Philip.
Seguramente el duque ya lo sabe todo. No
te preocupes, lo he explicado bien.
El viejo doctor se frustró. Su objetivo
estaba en sus narices y era, a la vez,
inalcanzable. Sin embargo, ocultó su
angustia.
–Siento los problemas que te he dado,
Anna.
–No, la descuidada he sido yo. Ya no
podremos ver nunca más y voy a dimitir
dentro de poco.
–¿Oh? O sea que te están castigando. Me
sabe mal, ha sido culpa mía.
Si Anna dimitía el único modo de acceso al
duque desaparecería.
–Voy a volver a mi vida de antes. Este
puesto es más de lo que me esperaba.
–Deberías haberle dicho a la señora que
soy el doctor del duque.
–Da igual, es imposible venir a verte sin
que te vean.
–Bueno, eso también es verdad. – Philip
aparentó resignarse, pero chasqueó la
lengua para sus adentros.
Qué mujer tan inflexible. Era precisamente
porque tenían los ojos puestos en él que la
mejor oportunidad era cuando el duque no
estaba. Era imposible que el duque tuviese
autoridad suficiente como para negarle algo
como esto a la duquesa. Se acabaría
enterando, pero él ya habría conseguido
hacer todo lo posible para ayudar su
esposa.
–¿Qué vas a hacer cuando pliegues?
Menuda pérdida para la casa.
–¿Pérdida? No he podido curar a mi señora,
sólo he estado dándole algo para el dolor de
cabeza cada dos meses.
–¿Dolor de cabeza…? – A Philip se le
iluminaron los ojos.
–Por las migrañas, es un síntoma bastante
común entre las mujeres.
–Ah, sí. Es común, sí. – El toque de locura
que se apoderó del anciano se desvaneció
tan rápido como había llegado. – Conozco
una medicina fantástica para el dolor de
cabeza. Si quieres te lo puedo dar como
regalo de despedida.
–¿No es una receta secreta de tu familia?
Me sabe mal que me des algo tan valioso…
–No voy a ganarme el jornal con la
medicina, pero ese no es tu caso. Si ayuda a
más personas, me sirve.
–Ah, Philip. Muchísimas gracias. Hasta el
final has sido un encanto conmigo.
–Te enviaré la receta en un par de días.
Voy a escribirte qué plantas lleva para que
no tengas problemas.
En cuanto la mujer se marchó, una sonrisa
se extendió por la comisura de los labios de
Philip.
–Y ahora, manos a la obra con la medicina
para el dolor de cabeza.
Philip jamás dejaba escapar la más mínima
oportunidad. Nunca haría algo que hiciera
sospechar al resto de él, de haber parecido
peligroso, el duque no le habría perdonado
la vida.
La medicina para neutralizar la eficacia de
la artemisa era el fruto de los esfuerzos de
varias generaciones a base de pequeños
tratamientos que habían registrado en una
libretita. Ahora Philip estaba buscando la
manera de eliminar el aroma de vainilla de
la mezcla, por supuesto, costaría el doble y
tal vez fuese más difícil quedar en cinta,
pero los cielos no le habían fallado nunca
hasta el momento.

Anna se hizo con la recete poco antes de


que Philip se marchase de Roam para
eliminar cualquier sospecha. La mujer
estudió la fórmula y se fascinó.
–Qué revolucionario.
Como de costumbre, lo probó en sí misma
y los efectos superaron sus expectativas.
Normalmente, el resto de remedios
tardaban un rato en funcionar, no obstante,
este era inmediato. Anna se aseguró de que
funcionaba recentándosela a otras mujeres
del castillo y todas halagaron los
resultados.
–Esta medicina va de miedo, Anna. – Hasta
Lucia la felicitó.
–Puedo dejar una buena cantidad para
cuando me vaya.
–Te lo agradecería

Capitulo 54 A la Capital
La primavera dio paso al segundo verano
que Lucia pasaba en Roam. Sus días eran
tranquilos, rutinarios. Un ayer como el hoy,
y un hoy como el mañana.
–Tenemos que prepararnos para ir a la
Capital, Su Majestad el Rey ha muerto. –
Anunció Hugo cierto día durante la cena.
A Lucia se le cayó el tenedor. Lo había
olvidado por completo, o quizás lo había
enterrado en las profundidades de su mente
a propósito en un amago de vivir en su
burbuja.
–¿Estás bien?
–Sí… Me he sorprendido.
Lo que la sorprendió no fue la muerte de su
padre, sino que las manecillas del reloj que
creía parado habían empezado a moverse
de nuevo. El futuro caótico que había
presenciado en su sueño se ponía en
marcha. Lo odiaba.
La reina era estéril, en otras palabras, todos
los hijos del rey eran bastardos y cualquiera
podía ser el heredero. De los casi veinte
hijos que había concebido, sólo cinco
seguían vivos mientras que las casi
veintiséis princesas gozaban de buena
salud. Ninguna de las princesas tenía el
derecho de ascenso al trono, pero los
príncipes intentarían matarse entre ellos
para hacerse con él. La corte presenciaría
un baño de sangre del que el príncipe
heredero se alzaría victorioso a pesar de no
poder acabar del todo con sus competidores
y, para reforzar su poder, necesitaría al
duque de Taran cerca.
Lucia desconocía los detalles de la lucha,
pero estaba segura que Hugo iba a estar
muy ocupado a partir de entonces. En su
feudo no paraba quieto, pero sus tareas eran
relativamente simples: administrar, reunirse
con los vasallos, vigilar el territorio e
inspeccionar. Gracias a que las gentes que
allí vivían contaban con limitada libertad
de movimiento, eran predecibles. A
diferencia de lo que se había esperado,
Hugo había le había sido fiel tal vez porque
las costumbres del norte – que nada tenían
que ver con las de la Capital – le habían
influido. Las relaciones antes del
matrimonio eran habituales, pero la gran
mayoría se resignaba a la monogamia tras
pronunciar los votos, sin embargo, en la
Capital estaría rodeado de tentaciones.
Lucia se inquietó. La Capital estaba llena
de mujeres hermosísimas a la espera de una
buena excusa para abalanzarse sobre él.
–¿Me estás escuchando?
–¿Eh? – Lucia se sobresaltó y se le cayeron
los cubiertos.
–¿De verdad que estás bien?
–Ah… Sí, estaba pensando en otra cosa.
–¿En qué?
–Pues… que ha sido muy de repente. Me
pregunto si ya no gozaba de tan buena
salud.
–Al parecer no. Y a pesar de los consejos
de la corte, no contuvo sus deseos carnales
y el alcohol.
La personalidad del rey le avergonzó, era
como mostrar su parte más sucia a su
marido. Lucia no lamentaba no haber
mejorado su relación con el rey.
–¿Vas a ir?
–Iba a partir al amanecer. No puedo ir
contigo porque tengo que darme prisa. Ten
cuidado cuando salgas, cariño mío.
–Sí, partiré en cuanto esté lista.
Después de cenar, Hugo la cogió de la
mano y la guio fuera de la estancia. Los
sirvientes ya estaban acostumbrados a las
interacciones de sus señores, y aun así,
Lucia no podía evitar sentir algo de pudor.
Su marido se la llevó a la terraza y la
abrazó con muchísima fuerza. Ella le
devolvió el apretón y le rodeó la espalda
con las manos.
–¿Qué pasa, Hugh…?
–No te gusta cuando lo hago delante de los
criados.
El verano apagó la comodidad de su
abrazo.
–Qué calor.
Hugo suspiró y la soltó.
–¿No puedes esperarte un poco a chillar
“qué calor”?
–Pero es que hace calor.
–Qué fría eres. – Gruñó él.
Lucia estalló en carcajadas. Hugo la
contempló con dulzura, tiró de su cintura y
le besó la mejilla.
–¿Qué pasa? Has estado muy ida durante la
cena.
–No, es que… Es complicado. Irme de aquí
me da pena.
–¿Quieres quedarte?
Sus palabras eran tentadoras. Hubiese
estado bien quedarse.
–No digas tonterías. Tienes que hacer
muchas cosas en la Capital. Recuerda que
le pediste ayuda al príncipe heredero para
lo de Damian.
–Suena a que tengo que ir a trabajar por el
chico.
–Claro, ¿qué padre no trabaja por sus hijos?
–¿Crees que el chico sabrá lo mucho que
me esforzado?
–Por supuesto, no es tonto.
Hugo murmuró para sí que pesé a todo,
Damian sólo la tenía a ella en mente. Hacía
poco se había aventurado a leer una de las
cartas del chico y descubrió que eran
básicamente un informe de absolutamente
todo lo que hacía durante el día.
–¿Todo bien con Damian?
–Te mantiene informada, ¿no?
–Bueno, de algo nuevo te habrás enterado.
Damian vivía en el internado sin revelar su
verdadera identidad. Para convertirte en el
Sitha necesitabas algo más que habilidad,
sin embargo, todavía quedaba tiempo y
Hugo se limitaba a vigilar el desarrollo del
chico sin interferir. Damian estaba rodeado
por gente hipócrita y codiciosa, era bueno
que creciese sin estar en una nube.
–Le va bien, claro.
En realidad, un par de matones habían
buscado pelea con el chico hacía unos días.
No fue nada del otro mundo: nada roto,
nada adolorido. Sí, estaba claro que
Damian era un digno hijo de su hermano.
De haber sido él, habría masacrado a esos
rufianes.
–Ya basta de hablar del chico. Ten cuidado
cuando partas, y con el calor.
–No te preocupes, tengo mucha gente para
atenderme.
Lucia apoyó la cabeza en su pecho. Los
afectos de su marido rozaban lo romántico
y suponía que le debía gustar hasta cierto
punto, sin embargo, su inquietud no se
desvanecía.
La capital estaba plagada de sus antiguas
amantes, bellezas prendadas de su encanto
y hasta la mujer que había sido su esposa
en su sueño. Temía que le dejase. Lucia se
había convencido que mientras ella pudiese
amarle le sería suficiente, que podría
soportarlo y querer sin molestar, pero ahora
se preguntaba si existía un amor así.
Lentamente, fue siendo consciente de su
propia arrogancia. Para ella, un amor así
era imposible.
* * * * *

Lucia cerró el libro que estaba leyendo y se


levantó. No podía aguatar el dolor de
estómago. Le había costado tragarse la
comida y se sentía inflada.
–Tráeme medicina para la indigestión.
No hacía falta llamar a ningún doctor para
la indigestión porque en la casa ya
preparaban remedios, pero aquel día la
medicina no le sirvió de nada hasta que
vomitó.
–¿Está bien, mi señora?
–Sí, ahora mucho mejor.
Hugo estaba preparándose para el viaje, así
que Lucia hizo informar que se retiraba a la
cama.

* * * * *

Hugo salió del despacho casi a


medianoche. Su montonera de trabajo
parecía no tener fin, pero aun así,
necesitaba dormir para reunir fuerzas para
el largo viaje que le aguardaba al día
siguiente.
¿Por qué había tenido que morirse en
verano? Lo que más le preocupaba en esos
momentos es que el viaje en carruaje con
esa temperatura agraviase la salud de su
esposa.
El duque había empezado a adaptarse a la
vida en el norte hasta cierto punto. Ahora
que tenía que volver a la Capital era
imposible saber cuándo podría volver a
centrarse en su propio territorio y tampoco
podía dejarlo a su aire si quería evitar tener
que enfrentarse a otro grupo de idiotas.
Bueno, si no quedase de otra, los mataría
como había hecho con los anteriores, lo que
le preocupaba era el porvenir de la Capital.
Una vez allí no podría esconder a su esposa
en sus muros. La mera idea de que se le
acercasen demasiado le dolía. Ni siquiera
había conseguido sonsacarle su nombre de
infancia todavía.
Hugo acabó de bañarse y se dirigió al
dormitorio de ella como era costumbre.
Apartó las sábanas y se tumbó al lado de su
figura. Justo cuando iba a abrazarla
escuchó un quejido ahogado. Aturdido, se
levantó de un salto y encendió las luces.
–¿Vivian?
Levantó las sábanas y le dio la vuelta para
poder verle la cara. Estaba ardiendo. Le
posó la mano en la frente para sentir su
temperatura. Tenía una fiebre horrible.
–Vivian.
Llamó al servicio lo más rápido que pudo y
no dejó de pronunciar su nombre mientras
le acariciaba la mejilla en un intento de
conseguir una respuesta que no llegó. La
levantó tirando de la cintura, nervioso, y la
estrujo entre sus brazos. El cuerpo de ella
se deslizó como inerte.
–¡Vivian! – Exclamó embargado por el
terror. – ¡Llama a la doctora! – Gritó sin
dedicarle ni una sola mirada a la criada.
–Sí… ¡Sí! – La sirvienta corrió en busca de
auxilio.
Todo el palacio se despertó.
Hugo le colocó una toalla húmeda en la
frente y la criada se sentó de rodillas al
lado de la cama. El duque interrogó a la
sirvienta y ésta le explicó el estado desde la
cena.
–Mi señora ha vomitado y ha dicho que
deseaba retirarse a dormir.
–Tendrías que haber llamado a la doctora.
¡¿Así es como sirves a tu señora?!
–L-Lo siento muchísimo…
La reprensión del duque heló la sangre de
la criada que empezó a temblar.
Anna entró en el dormitorio corriendo y le
preguntó los síntomas a la criada.
–Mi señora tiene que recuperar el
conocimiento para medicarla. Tenemos que
enjuagarla con una toalla húmeda para
bajarle la fiebre.
–En la cena estaba bien.
–Parece indigestión aguda.
–¿Y esta fiebre?
–Puede ser una causa. – Anna se volvió
hacia la criada. – ¿Tenía dolor de cabeza?
–¿Dolor de cabeza…? No.
–¿La indigestión también provoca dolor de
cabeza?
–No, pero mi señora suele sufrir migrañas,
quiero confirmarlo.
–¿…Migrañas? – El ambiente se tensó de
repente. – ¿Cómo que “suele”? ¿Cada
cuánto?
–…Una o dos veces al mes. Siempre le
medicamos.
–Es la primera vez que oigo esto. ¿Por qué
no lo sabía?
–Mi señora nos dijo que no hacía falta
avisarle, que es algo común.
–¿Desde cuándo?
–Mi señora me contó que desde niña. No se
preocupe, mi señor. Es algo común y las
migrañas de la duquesa no son nada del
otro mundo.
La explicación de Anna no alivio la tensión
de la estancia. El silencio del duque era
terrorífico. Todos los presentes rompieron
en sudores fríos.
–Retiraos. Lo haré yo mismo.
Hugo colocó a Lucia sobre la cama y le
quitó la ropa. A continuación, sumergió la
toalla en el agua y procedió a quitarle el
sudor. Estaba ardiendo y febril.
¿Cómo se había enfermado tanto? Hugo
sabía que estar inconsciente durante una
fiebre durante demasiado tiempo era
peligrosísimo.
Según la doctora no era necesario
preocuparse por las migrañas de su mejor,
pero a Hugo le enfureció no saberlo. Cada
vez que algo parecido ocurría sentía que
había un muro impenetrable entre los dos.
Esperaba que algún día su mujer se
decidiera a abrirle su corazón, pero el
camino que le quedaba por recorrer hasta
llegar allí era tedioso.

.x.x.x
Parte II

Lucia se sentía arrinconada por un fuego


que le cortaba la respiración hasta que, de
repente, notó que algo la sacaba de ese
estado. Poco a poco recuperó el
conocimiento y abrió los ojos con lentitud.
Hugo estaba ante ella, pero no sabía si todo
formaba parte de un sueño o no.
–Vivian. – La llamó él, con cierta urgencia
en su tono de voz.
–…Hugh… – Lucia se emocionó y levantó
una mano para tocarle.
Hugo suspiró aliviado. Levantó la sábana y
la cubrió, entonces, le besó la mano. Le
apartó los mechones de pelo empapados
por el sudor de la frente, y continuó
observándola con suma preocupación.
Las lágrimas amenazaban por saltársele
porque era la primera vez que alguien
cuidaba de ella desde que su madre había
fallecido. La expresión de Hugo se
endureció.
–¡Hay alguien! ¡Dónde está la doctora! –
Gritó el duque olvidándose de la campana.
Lucia le apretó la mano para indicarle que
no pasaba nada. De repente la idea de ir a
la Capital, que nada iba a pasar allí, le
cruzó la mente. Fue una creencia vaga de
que esa felicidad era irrompible.
–¿Me seguirás siendo fiel, aunque vayamos
a la Capital?
–¿Qué…? – Darse cuenta de que Lucia no
confiaba en él le hizo sentir impotente. –
Nunca voy a serlo.
Lucia le miró en silencio y soltó una risita.
–Entonces, vale.
Confiaría en él. Aunque tuviese una
amante, Hugo no la engañaría o intentaría
esconderlo, se lo diría porque no sabía
mentir. Le había visto avergonzarse por
haber bajado la guardia y, aunque era un
líder implacable, Lucia estaba segura que
las mentiras eran su punto débil.
Lucia empezó a preocuparse por algo
totalmente innecesario: si sería capaz de
desenvolverse entre la guerra política que
les aguardaba en la Capital. La única
persona con la cual Hugo se quitaba la
máscara de hierro que llevaba puesta era
con ella.
Hugo sintió deseos de sacudirla y exigir
una explicación sobre qué le rondaba por la
cabeza. Anna apareció por la puerta y
empezó un pequeño interrogatorio para
comprobar el estado de su señora, dándole
algo de tiempo para ordenar sus ideas.
¿Siempre había sido tan complicada? No lo
sabía. Siempre había creído que todos los
problemas con las mujeres se solucionaban
con joyas, ninguna le había dado tantos
dolores de cabeza.
–Voy a recetarte una medicina para las
náuseas. Si se la tomas antes de irte a
dormir, estará bien.
Hugo no dejó de limpiarle el sudor de la
frente en ningún momento mientras
esperaban a que trajeran la medicina. Lucia
todavía respiraba con dificultad y tenía
fiebre.
–¿Por qué has sido tan necia? Si te
encuentras mal, llama a alguien.
–Pensaba que no me iba a pasar nada.
–Podría haber pasado una desgracia. Te has
desmayado.
–¿Ya es de madrugada? ¿Qué vamos a
hacer? No es dormido nada y te tienes que
ir muy temprano.
–Ese no es el problema ahora mismo. –
Hugo bajó el tono de voz e intentó no
enfadarse. No había hecho nada para
enfadarle, pero le dolía el corazón. – Me he
enterado que sueles encontrarte mal.
–¿Sí?
–Los dolores de cabeza.
–Ah… Eso es algo común.
–¿No se puede curar?
Lucia soltó una risita.
–Parece que estés hablando de una
enfermedad terminal. No es nada serio. Es
como a quien le duele la barriga a menudo.
–Terminal o no, odio cuando estás enferma.
–Iré con cuidado.
–Eso no es lo que quería decir… Es sólo…
Cuando te encuentres mal o te duela algo
no me lo escondas. Merezco saberlo, soy tu
marido.
–Vale, no lo haré más.
La criada entró con la medicina. Hugo la
ayudó a incorporarse, a cambiarse de ropa
y a tomarse la medicina. Lucia cayó
rendida poco después, pero por desgracia,
le volvió a subir la temperatura poco antes
del amanecer y vomitó. Hugo se quedó en
vela toda la noche intentando controlarle la
fiebre.
–¡¿No me habías dicho que era
indigestión?! – Rugió Hugo. – ¡¿Qué es
esto?! ¡No aguanta ni la medicina!
Anna se quedó de piedra ante la arrolladora
imagen del duque que, cuando algo iba mal
relacionado con su esposa, se convertía en
un dragón. Fue en ese instante cuando le
agradeció como nunca a su señora que
hubiese preferido no comentarle a su
marido que le había intentado dar algo sin
conocer sus componentes.
–¿Algo la ha sorprendido demasiado
últimamente? La indigestión puede
empeorar por factores psicológicos.
Hugo frunció el ceño y se sumió en sus
pensamientos. La única nueva noticia era la
muerte del rey. Él no había sentido nunca
nada por su padre, por lo que había pasado
por alto cómo debía sentirse ella al
respecto. Nunca le mencionaba, sólo a su
madre, hasta el punto que había casi
olvidado por completo de quién era hija.
No había sido lo suficientemente
considerado con ella y se enfadó consigo
mismo.

* * * * *

Lucia se pasó dos días vomitando todo lo


que ingería, hasta el tercero no pudo
levantarse. Se comió la mitad de un tazón
de gachas de arroz y cerró los ojos. Era la
primera vez que lo pasaba tan mal con una
indigestión.
Notó una mano fría en la frente: él seguía a
su lado.
–…Creo que ya te ha bajado la fiebre.
Hugo había aplazado sus planes para
quedarse con ella, hecho por el que Lucia
se sintió mal y agradecida a la vez, no
quería que afectase a su trabajo.
–De verdad que ya me encuentro bien.
Hugo frunció el ceño, incrédulo. Esta mujer
parecía tener las palabras “estar bien”
cosidas en la boca. Se obligó a calmarse, de
todas formas, para no incomodarla.
–Me han dicho que has comido gachas. ¿Te
han sentado bien?
–Sí, ya no tengo nauseas.
–¿Te duele algo? ¿Te mareas?
–No me voy a morir por no comer un par
de días. Sólo me dolía el estómago un
poco.
–Las enfermedades terminales no son las
únicas preocupantes.
Su esposa no deseaba nada ni cuando
estaba enferma, se rehusaba a lamentarse a
pesar de haber pasado dos días vomitando
de una manera terrorífica. En lugar de
exigirle más atención, no se cansaba de
aconsejarle que partiese hacia la Capital
cuanto antes, invocando el deseo de
espetarle “qué mala eres” en Hugo. ¿Tan
poco fidedigno era? Angustiado,
permaneció a su vera.
–Creo que tengo que ir a la Capital.
La urgencia había llegado a su límite. El
príncipe heredero había estado enviándole
cartas, era necesario que Hugo hiciera acto
de presencia antes de que terminasen los
ritos funerarios.
–No pasa nada. Es lo que toca, ¿no?
Hugo sintió un dolor punzante en el pecho.
Su esposa no le daba el más mínimo
problema, de hecho, le sonreía y le
animaba a cumplir con sus obligaciones. Se
hubiese aferrado a él, Hugo hubiese tirado
todo por la borda para quedarse. Su mujer
estaba postrada en cama, a quién le
importaba la muerte del rey.
–Descansa y no te preocupes por nada.
Tómate la medicina y no te saltes comidas.
–Cada vez eres más refunfuñón.
–Si no, me preocuparé. – Hugo se inclinó
sobre ella y le besó los labios. – ¿De verdad
que estás bien, Vivian?
A pesar de las reiterativas afirmativas,
Hugo la contempló con la mirada plagada
de angustia hasta que finalmente cruzó el
umbral de la puerta y desapareció. En
cuanto la muchacha se quedó a solas con
sus pensamientos, se le nubló la vista de
lágrimas. Tal vez fuese por la enfermedad
que parecía más sensible de lo normal.
Desearía haberle dicho que no se marchara,
quería quejarse de lo mal que se encontraba
y de lo duro que era.

* * * * *

–Uy, cómo ha costado verte la cara.


Hugo ignoró las exageraciones del hombre
que le saludaba y se sentó. Kwiz se rio a
carcajadas e ignoró su mala educación.
–¿Qué pasa? ¿Tienes el territorio hecho de
miel o algo? No me imaginaba que te ibas a
quedar allí un año entero.
–¿Qué el señor se ocupe de sus tierras no es
algo bueno para Su Alteza? Ah, ahora es
“Su Majestad”, ¿no?
–Sí, pero todavía no me han puesto la
corona. Por aquí son muy quisquillosos con
los detallitos y las costumbres. – Explicó
Kwiz encogiéndose de hombros.
Por el momento ejercía de monarca y
estaba completamente seguro de que pronto
ascendería al trono, aunque sus hermanos
le tuvieran un ojo echado encima y
aguardasen su oportunidad para dar un
golpe.
Kwiz estudió al hombre moreno que se
hallaba ante él sorbiendo el té con un aire
de indiferencia y recordó el consejo que su
leal ayudante y estratega, el conde Benef,
le había dado: que era una bestia salvaje
imposible de doblegar. El difunto conde
Benef le había asegurado que era una bestia
que no vacilaría en tragarse un ciervo,
alguien que lucharía a su lado con tal de
oponerse a aquellos con la intención de
enjaularle.
Los Taran siempre habían sido una familia
extraña. No se podía determinar cuándo se
habían hecho con el poder, pero llevaban
allí desde los orígenes de la nación.
Sorprendentemente, renegaron de sus
derechos formales al trono y prefirieron no
enredarse en política. La gente decía que
Xenon existía gracias a los Taran, los
duques que no sólo destacaban en combate,
sino que habían sido los únicos que jamás
habían desafiado el poder de la monarquía.
–¿Cómo te va con tu mujercita? ¿La
duquesa no se ha estresado de estar
encerrada en tu territorio?
Kwiz creía que, si la nueva esposa se
quejaba, el duque acabaría cediendo y
volviendo a la Capital. Jamás se le había
cruzado por la mente que el duque pasaría
tanto tiempo fuera como para que se
corriese el rumor de que la relación entre el
duque y él peligraba.
–No, le gusta el lugar.
–Qué peculiar.
Katherine y Lucia eran hermanas suyas,
pero no podían ser más distintas. La
hermana por lazos de sangre, Katherine,
vivía para y por las fiestas, le sería
imposible sobrevivir sin joyas, vestidos de
gala y fiestas donde poder lucir y presumir
de sus nuevas adquisiciones. ¿Quién
querría casarse con la personificación de la
vanidad?
–Hey, ¿no te gustaría casarte otra vez?
Su hermana llevaba detrás del duque
bastante tiempo y, cuando se enteró de lo
de su matrimonio, se aisló en sus aposentos
durante una semana. Puede que la
poligamia fuese ilegal, pero los Taran
podían exceptuarse. Nadie podría
prohibirle tomar una segunda esposa siendo
el duque de los Taran y a Kwiz no podía
importarle menos si su hermana Katherine
era la primera o la segunda.
–¿Me has hecho venir para escuchar estas
tonterías?
Ver a Kwiz hizo recordar a Hugo como su
esposa le había preguntado si la engañaría
cuando volviera a la Capital. Al duque le
preocupaba que Lucia pudiese escuchar
alguno de los rumores sin fundamento que
circulaban por la Capital y malentenderle.
–Piénsalo. Además, no creo que sea el
único que te vaya a preguntar algo así
ahora que estás aquí.
Hugo fulminó a Kwiz con la mirada,
obligándole a retroceder un par de pasos.
–No pienso hacer algo tan inútil.
–¿Qué? ¿Inútil? Muchos hombres sueñan
con tres mujeres y tres concubinas.
–Pues adelante, Su Alteza, puede cumplir
su sueño. Persigue tu sueño.
A Kwiz le cambió la cara. El duque de
Taran era muy ambiguo, era imposible
adivinar si odiaba o amaba a las mujeres.
Siempre tenía las manos llenas, pero
cortaba con ellas sin piedad alguna.
–¿De verdad vas a hacer eso con tu
heredero?
–Sí.
–Ahora estás casado. Acabarás teniendo
más hijos. Aunque sea el mayor… Bueno,
ya me entiendes.
Kwiz evitó la palabra “bastardo”. La única
condición que había exigido el duque para
permitir que lo arrastrasen en política era
que Kwiz apoyase el ascenso de Damian.
Que un hijo ilegítimo heredase el título
nobiliario iba en contra de las costumbres,
hecho que lo complicaba todo. El futuro
monarca era abierto de mente y poco le
importaba lo que marcasen las tradiciones,
no obstante, esa media hermana con la que
se había casado el duque no dejaba de ser
su hermana, aunque no la hubiera visto
nunca y el pensar que su hijo no fuera a
conseguir lo que la ley marcaba con suyo,
no le dejaba un buen regusto.
–¿Desde cuando te interesa tanto mi vida?
Si no tienes nada más que decirme, me voy.
–Ah, vale, vale. Anda que… Ni casándote
te has ablandado.

.x.x.x
Parte III

El resto de la conversación fue informal,


pero conforme se fueron sumando más
participantes la sensación quedó como una
reunión de los subordinados y aquellos que
apoyaban a Kwiz.
–Buen trabajo. – Hugo se levantó de su
asiento y le dio una palmadita en el hombro
a Roy después de la intensa discusión.
Roy contestó con una mueca.
–¿De verdad no vas a querer ser mi
caballero, señor Krotin? – Preguntó Kwiz
al ver a Roy mirando la puerta por la que
había desaparecido Hugo como un perro
deseoso de seguir a su amo.
–No.
Al principio, que el estatus del caballero
que el duque le había adjudicado fuese tan
bajo disgustó al príncipe, pero con el
tiempo, descubrió sus buenas facultades.
–¿Por qué? Si te unes a los míos tendrás
más poder y una paga mejor. ¿No te
interesa?
–Esas cosas me dan bastante igual.
–¿Y qué consigues del duque? ¿Es porque
le admiras?
–Me deja hacer duelos.
–¿Duelos? Eso lo puedes hacer en todas
partes, ¿no?
–Con el único con quien puedo darlo todo
sin tener que preocuparme de hacer daño es
con mi señor.
–…Ah, ya veo.
El comentario del caballero hirió su
orgullo, sin embargo, era cierto. Krotin era
un soldado experto que, sin lugar a duda,
controlaba su fuerza según con quién se
enfrentase. Kwiz que siempre se había
enorgullecido de contar con los mejores
guerreros se vio obligado a ceder y aceptar
que poco durarían ante un adversario como
este. ¿Tan fuerte era el duque?
El príncipe heredero había sido testigo de
la potencia del duque en combate y sabía
que sólo desenvainaba para matar.
–¿Quién suele ganar? ¿No le has ganado
nunca?
Roy estalló en sonoras carcajadas.
–¿Yo? ¿Ganarle? Esa es mi meta en esta
vida.
–¿Nunca le has ganado?
–Sinceramente, mi señor nunca hace ni el
más mínimo esfuerzo en los duelos porque,
según él, ¿para qué va a esforzarse con algo
que no puede matar? – Kwiz guardó
silencio. – A veces no me da tiempo ni de
desenvainar la espada. Tengo que andarme
con cuidado cada vez que le reto.
–¿…Por qué?
–Porque si está de mal humor me infla a
palos.
–… ¿Y prefieres quedarte con él, aunque te
trate así?
–Eso significa que mi señor confía en mí.
–¿Porque te pega?
–Eso es una prueba de confianza. Mi señor
preferiría matar en lugar de molestarse en
moler a palos a alguien.
Kwiz no supo qué más decir: el
temperamento del duque era peor de lo que
se imaginaba.

* * * * *

–¡Señor Taran!
Hugo se detuvo y se dio la vuelta.
–¿Le apetece acompañarme un rato si no
tiene nada mejor que hacer? – Le preguntó
el dueño de la voz.
Se trataba del amigable Conde David
Ramis, primogénito del duque Ramis y el
cuñado del príncipe heredero. Hugo y él
coincidían en edad, no obstante, Ramis era
un mero futuro heredero mientras que
Hugo era el cabeza de su familia. Así que
el hecho de que no se dirigiese a él como:
“Mi señor” era terriblemente descortés y
desvelaba la rivalidad que ocultaba su
sonrisa.
–No creo que encaje. – Contestó burlón el
duque de Taran mirando directamente a la
larga cola de vasallos de Ramis.
–¿Eh? ¡En absoluto! Si tú vienes será una
velada especial, no te preocupes.
–Lo que me preocupa es que el único
especial sea yo.
Era imposible no detectar la ironía en el
tono de voz de Hugo. David abrió los ojos
y se ruborizó por la vergüenza. Era la
primera vez que lo rechazaban.
Normalmente la gente intentaba ganarse su
favor por ser el futuro duque.
–¡Qué directo eres! ¿No te importaría
debatir un poco conmigo?
–Que lo haga tu padre. Si tu padre necesita
algo, que me lo diga. – Dicho esto, se dio la
vuelta y se marchó sin mirar atrás.
David apretó los puños humillado.
–Es grosero hasta para ser un caballerucho.
– Empezó a criticar uno de los seguidores
de David a modo de demostrar su lealtad.
–Mejor que no venga. – Continuó otro.
–Aunque haya nacido para la guerra, sigue
siendo un hombre excepcional. – David
sonrió. – Por eso a Su Majestad el príncipe
heredero le cae tan bien.
–Sigue sin tener ni punto de comparación
con usted. En algún momento será el tío del
próximo heredero del trono.
David sonrió complacido por los halagos
de sus lacayos.

* * * * *

Lucia quedó como nueva tras unos días de


reposo en la cama por la indigestión.
Cuando por fin pudo comer, sus sirvientes
le prepararon todo un festín de manjares
fáciles de digerir.
–Veo que hay caras nuevas y menos
sirvientas que antes, Jerome.
–Sí, mi señora. Se les ha acabado el
contrato.
El duque había ordenado que cambiasen a
todos los criados de su esposa por su
ineptitud. La mayoría del servicio tenía un
contrato temporal, pero la idea era hacerlos
fijos por el bien de la comodidad de Lucia,
sin embargo, su descuido les había costado
el empleo.
–Ya veo.
Eso es todo lo que comentó su señora a
pesar de que las criadas que la habían
estado atendiendo durante un año habían
desaparecido de la noche a la mañana sin
previo aviso. Hasta hacía poco, Jerome
consideraba a la duquesa una mujer
inocente y delicada, pero ahora la tenía
como una persona fuerte. En cuanto se
casó, la llevaron a la mansión de un marido
que no conocía sin nadie en quien poder
apoyarse. La mayoría de las personas
hubiesen buscado el consuelo en una criada
y esa clase de favoritismo hubiese creado
un malestar general entre el servicio por
culpa de la arrogancia de algunas criadas
que se hubiesen creído superiores. Lucia,
por otra parte, se había ocupado
personalmente de evitar una situación
semejante marcando los límites desde un
principio: nunca pedía más de lo necesario
y no se molestaba con acciones superfluas.
En ese aspecto la duquesa se parecía al
duque.
–Mi señor dijo que usted podía quedarse
aquí para recuperarse un mes más.
Cuántas más vueltas le daba, más se
convencía de que en el caso de que la
relación de la pareja ducal empeorase,
quien más perdería sería el duque, no su
señora.
–¿Desde cuándo la indigestión tarda tanto
en curarse? Estáis exagerando.
Jerome esbozó una sonrisa ambigua. Su
señora no había visto el aspecto del duque
cuando se enteró de la fiebre de su esposa.
El duque no se había apartado de su lado
hasta que su señora no se había dormido y
sólo entonces, había ido a buscar a Anna
para recriminar su mala labor. Esa sería la
primera vez que Jerome era testigo de un
comportamiento tan extremo en su señor.
* * * * *

El carruaje tardó diez días en llegar a la


Capital, el doble que un año atrás. La ruta
más rápida era cruzando un yermo, pero
fue imposible tomarla por la temperatura
extrema a la que se hubieran expuesto.
Dean, un caballero que ya la había
escoltado en su anterior viaje por orden del
duque, se había ofrecido para acompañarla
en su trayecto por su devoción hacia ella.
Hugo confiaba en la lealtad de este
caballero y en Roy. Creía tanto en la
prudencia y la sinceridad de Dean como en
la habilidad de Roy.
Lucia se emocionó al ver la residencia
ducal donde había cambiado su vida
después de tantos meses. Su marido le
había permitido elegir quedarse en la
Capital durante la firma de documentos y,
de haber aceptado su oferta, todavía serían
perfectos desconocidos. No pensaba que
eran la pareja perfecta, pero se enorgullecía
de poder afirmar que le comprendía y le
conocía hasta cierto punto.
El aire que corría por la mansión era tan
frío que Lucia se abrazó a sí misma
inconscientemente. El espléndido diseño de
la casa transmitía una sensación gélida. Las
paredes de piedra de Roam eran mucho
más cálidas que las de aquella mansión y se
dio cuenta que para considerar una casa su
hogar, debía vivir en ella. El pensar que
Hugo había estado viviendo totalmente
solo en un lugar tan amplio la entristeció.
–Su dormitorio está justo delante que el del
señor, mi señora, como en Roam. Está en el
pasillo dónde–…
–Ya la busco yo. Podéis ir a descargar.
–Sí, mi señora. Tal vez no es asunto mío,
pero asegúrese de llevar consigo a una
criada cuando salga de la casa, aunque sea
para ir al patio, aquí no podemos estar
seguros de cuántos ojos están al acecho.
–Así lo haré. Voy a descansar un rato.
¿Cuándo volverá?
–Tarde, mi señora.
Lucia pensó en lo maravilloso que hubiese
sido poder verle el mismo día de su llegada
mientras subía las escaleras que la llevaban
a su cuarto.

Parte II

Lucia se despertó por la tarde. Repasó el


dormitorio con la mirada: el techo era más
bajo que el de Roam y era una habitación
más pequeña. Todavía tenía que
acostumbrarse a la casa, era bastante
probable que acabasen pasando allí un buen
tiempo.
–Me gustaría ver a una conocida. –
Anunció después de comer. – El problema
es que no sabe quién soy. Me gustaría
confesárselo hoy.
Lo primero que quiso hacer al poner los
pies en la capital fue ir a ver a Norman.
Llevaba un año sin ponerse en contacto con
ella y se preguntaba cómo le iría.
–El doctor le espera, mi señora.
–¿Qué doctor?
–El señor ha pedido expresamente que le
hagan una revisión para asegurarse de que
no se enferme por el agotamiento del viaje.
Lucia se sonrojó. Ese “agotamiento” del
que había hablado su marido seguramente
no se refería al viaje.
–Muy bien, ¿sólo es una revisión?
–También le ha comprado unos tónicos,
señora.
¡Menudo era su esposo! Su plan no podía
ser más obvio. Lucia nunca se había creído
débil a pesar de lo pequeña que era su
figura, sin embargo, después de casarse con
él tuvo que admitir que mantener relaciones
con una bestia como con la que se había
casado consumía sus fuerzas.
–…Ya veo. Si no puedo evitarlo, que así
sea.
–La acompañaré, mi señora. El señor Heba
también anda por aquí, así que nos puede
escoltar.
Jerome lo había preparado todo de
antemano como si le hubiese leído la
mente. Tanto el carruaje como el caballero
que los acompañaría habían sido
despojados de la insignia del duque para no
llamar tanto la atención. Y así partieron
hacia el hogar de Norman.

Detuvieron el carruaje a unos cuantos pasos


de la casa de la que había sido su amiga.
Lucia llamó a la puerta esperando
encontrarse con el rostro regordete de la
señora Phil, pero no contestó nadie. Insistió
un par de veces más, pero no hubo
respuesta. ¿Habría salido? ¿Por qué no
estaba la señora Phil? No podía marcharse
sin verle la cara a Norman, así que se
quedó allí de pie.
–¡Lucia! – La llamó una voz.
A lo lejos una mujer acompañada de un
hombre comenzó a correr en su dirección
saludándola entusiasmada con la mano.
–¡Eres Lucia, ¿verdad?! – Exclamó una
versión más entrada en carnes de Norman.
–Norman. – Saludó Lucia.
Norman la abrazó con todas sus fuerzas.
–¡Dios mío! ¡Cuánto tiempo! ¡Déjame
verte! Caray, estás todavía más guapa. Qué
piel tan blanca… – Norman la examinó de
la cabeza a los pies con lágrimas en los
ojos ante la incomodidad de Dean y
Jerome. – Pasa, pasa. Tienes que contarme
dónde y cómo has estado todo este tiempo-

–Ah, Norman. – La interrumpió la joven. –
¿Él…?
Lucia sentía curiosidad sobre la identidad
del hombre que acompañaba a su amiga. El
hombre esbozó una sonrisa y se apegó a
Norman con una expresión encantadora.
–Casi se me olvida. Es Thomas, mi
prometido.
–¿Prometido? – Exclamó sorprendida
Lucia.
Norman soltó una risotada avergonzada y
los presentó antes de echarle. Thomas
quiso acompañarlas, pero Norman no se lo
permitió. Era, sin duda, un hombre dulce y
amable.
–¿Y estos quiénes son? ¿Tú también…? –
Norman se interesó por el par de hombres
atractivos que acompañaban a su amiga por
fin. Miró inquisitivamente a Lucia como
preguntándose cuál de los dos era su pareja.
–No, son mis escoltas.
–¿Escoltas? ¡Vaya, Lucia! ¿Qué te ha
pasado? Creo que tenemos mucho de qué
hablar, pero ellos…
–No se preocupe por nosotros. – Respondió
Jerome.
Norman abrió los ojos como platos. Hasta
el momento había creído que Jerome era un
hombre del montón, pero su etiqueta y
gracia le delató. Norman continuó
estudiando a los dos hombres con total
descaro hasta que Lucia la empujó dentro
de la casa.
–¿Y la señora Phil?
–Dimitió por su dolor de espalda. – Explicó
Norman. – Además, me voy a ir dentro de
poco.
–¿Te vas?
–Sí, bueno, ya has visto a mi prometido.
Me voy a ir a su pueblo a casarme.
–¡Felicidades, Norman! ¿Cuándo te vas?
–Mañana pasado.
–¿En dos días?
–Sí, casi no nos vemos. No sabía cuándo
vendrías, así que cuando alquilé la casa les
dije que, si algún día te pasabas, que me
llamasen.
Lucia se lamentó. Norman era la primera
amiga y la primera familia que había tenido
jamás. Había sido gracias a ella que había
conseguido conocer a Hugo. La diferencia
entre la Lucia de ahora y la de cuando se
vestía de criada era abismal y le
preocupaba que su relación pudiese
romperse. Quería despedirse de Norman
como la Lucia que conocía, quería dejarla
vivir una vida normal y creía que si
Norman ignoraba quien era, todo le iría
mejor.
–A decir verdad, yo también me he casado.
–¿Qué? ¿De verdad?
–Desaparecí de repente porque me tuve que
ir por mi marido. Lo siento.
–Ahora lo entiendo todo… Y no, no te
preocupes por eso. Yo también me voy a
casar y sé lo que significa, te entiendo. ¿Tu
marido es el que te ha puesto esos escoltas?
Lucia asintió a modo de respuesta y
Norman continuó con un interrogatorio
sobre quién, dónde, por qué y cómo
conoció a su marido. Sin embargo, no
quiso indagar demasiado para no
incomodarla. Supuso que su amiga se había
casado con un noble o algún mercader rico
a juzgar por el tipo de carruaje en el que
viajaba.
–¿Te trata bien?
–Sí, es muy cariñoso.
–¿Gana dinero?
–Sí, – Lucia estalló en carcajadas. –
bastante.
–Y por la noche…
–¡Norman!
–¿Qué pasa? No me seas mojigata que
estás casada, ya has hecho todo lo que
hacen las casadas.
Lucia se ruborizó y Norman continuó
molestándola y pidiéndole consejo para su
propia noche de bodas.
–¿Sabes? Pensé en enviarte una carta, pero
me preocupaba la manera porque pasó una
cosa rara.
–¿Una cosa rara?
–Sí, me vino a ver una mujer que aseguró
que era mi fan. No sé quién era
exactamente, pero por la forma como se
movía y se comportaba era noble.
–También puedes tener fans nobles.
–Sí, pero te buscaba a ti.
–¿…a mí?
–Te mencionó de pasada y me dijo que la
conocías y me preguntó de qué te conocía
yo. Yo le dije que éramos amigas y ya está.
No es que me interrogase, pero intentó
sonsacarme información sobre ti. No te
suena, ¿no?
–No sé. No se me ocurre nadie…
Que alguien estuviese investigándola no le
hizo ni pizca de gracia. Lucia imaginó que
el verdadero objetivo de la pesquisa era su
marido.
–¿Sigue viniendo a verte?
–No, dejó de venir hace meses. No la he
vuelto a ver.
Norman le describió las facciones de la
desconocida a petición de Lucia que estaba
convencida que algún día iría a verla a ella.
–¿Por qué me miras así?
–Estás cambiada.
–Ha pasado mucho tiempo.
–No, no es por eso.
Después de un año lidiando con las damas
de la alta sociedad del norte, los modales y
comportamientos de Lucia se habían
perfilado y ese cambio era evidente a ojos
de Norman aunque no consiguiese atinar el
motivo.
–Contraté a una persona para que me
informase de lo que pasaba en la alta
sociedad, pero no hay nadie que lo explique
tan bien como tú.
–¿Algo interesante?
–Supongo que… lo del duque de Taran. –
Lucia casi se atraganta con el té. – Se ve
que se ha casado. ¿Has oído algo?
–Pues no sé…
–Bueno, no solemos fijarnos en estas cosas.
Pero este es interesante, se ve que el duque
se casó en secreto y se la llevó a sus tierras.
– Lucia escupió el té. – ¿Qué pasa? ¿Te has
quemado?
–No…
Norman le pasó un pañuelo para que se
limpiase la falda.
–Ay, qué rabia. Creo que la mancha no va a
salir.
–No pasa nada.
–¿Por dónde iba…? ¡Ah, sí! El duque de
Taran. Pues eso, corren rumores que el
duque hizo eso porque su mujer es toda una
belleza.
Lucia empezó a tener sudores fríos. Esa
famosa belleza no era otra que ella misma.
–Se ve que el duque encierra a la duquesa
y-…
–¿Vas a seguir escribiendo cuando te
vayas? – Preguntó Lucia en un intento
desesperado de cambiar el tema.
–No lo sé. No sé si mis novelas se venderán
bien en el campo, pero no me preocupa. He
ganado mucho dinero aquí y mi prometido
tiene una tienda.
–¿Cómo ha podido pasar esto? No creías en
el amor.
–Por eso la vida es tan divertida.
La tarde transcurrió tranquilamente. Lucia
escuchó los detalles de la historia de amor
de su amiga y Norman relató su aventura
con los ojos en llamas.
–¿Y tú qué? ¿Eres feliz?
Lucia contestó afirmativamente con una
gran sonrisa. Era verdaderamente feliz con
Hugo.
–Bueno, puede que te sirva de regalo de
bodas. Te he cedido la casa.
–¿La casa?
–Todavía tenía tu cuenta bancaria, así que
ya me he ocupado yo de todos los
impuestos y del papeleo.
–Es la primera casa que te compraste, ¿no?
Está llena de tus recuerdos…
–Por eso quiero que e la quedes. Los
recuerdos que tengo aquí son los que hice
contigo. No quiero venderla, pero no sé
cuando voy a volver. – Dicho esto, se
levantó, se sentó al lado de su amiga y la
abrazó. – Tienes que ser feliz, Lucia. Me
preocupo mucho por ti. Si tu marido no te
hace feliz, vente conmigo.
–Gracias, Norman. Si no fuera por ti, yo…
– Lucia se quedó sin palabras.
Las dos se abrazaron entre lágrimas de
alegría por su encuentro y de pena por su
despedida.
Al cabo de un rato, ya más tranquilas.
Lucia convenció a Norman para que no la
acompañase hasta la puerta con el pretexto
de que su buena amiga iba a estar
atareadísima preparándose para el gran día.
–Cuídala bien, por favor. Es como mi
hermana pequeña. – Le rogó a Jerome.
–No se preocupe. Voy a servirla con el
mayor de los cuidados.
A Norman le alivio que Jerome fuese tan
buen hombre y deseó que el marido de
Lucia también gozase de tan buen carácter.
En realidad, la escritora había pensado en
presentarle el hermano pequeño de su
prometido, pero viendo que Lucia ya no
estaba sola la dejó tranquila
.x.x.x
Parte III

–He oído que has salido. – Comentó Hugo


durante la cena.
–Sí, he ido a ver a la amiga a la que te pedí
que le enviases la carta. ¿Te acuerdas?
–Sí.
No sólo recordaba a la autora, sino que
había estado protegiendo y vigilando a
Norman desde que había recibido el último
informe de Fabian. Sabía que la amiga de
su esposa iba a casarse y si ella o su
prometido suponían una amenaza.
–Le tengo mucho cariño. Me gustaría
dejarle algo que le ayude por si le pasa algo
en su nuevo hogar.
–Como tú veas. – Consintió Hugo.
–Y por cierto… ¿Has oído el rumor que
corre sobre mí?
–En la Capital hay a puñados.
–Es ridículo…
Lucia no terminó su frase y se dedicó a
juguetear con el tenedor. Hugo era
conocedor de hasta la más absurda
nimiedad que se cuchicheaba sobre su
esposa gracias a los exhaustivos informes
de Fabian, pero el mero pensamiento de
que su lacayo hubiese fallado en informarle
de todo y que su amada mujer se hubiese
enterado de algún comentario malicioso
por parte de las malas lenguas le enfureció.
–Suelen serlo. ¿Qué dicen?
Lucia vaciló, se sonrojó e intentó
explicarse sin que la vergüenza se
apoderase de ella.
–Pues que… La duquesa de Taran es toda
una belleza y que… tú y… yo… En el
Norte… Pues…
–Ya lo había oído. ¿Qué pasa con eso?
No era para tanto. Hugo no comprendía qué
parte la incomodaba y Lucia, de la misma
manera, era incapaz de entender cómo
podía importarle tan poco semejante
cuchicheo.
–Te deja de secuestrador.
–En comparación con los otros, se habla
bien.
En el sueño a Lucia le habían llegado
rumores que relataban atrocidades sobre él,
de hecho, ella misma le había espetado el
de beber sangre.
–Bueno, pero lo de que soy un bellezón es
sacarlo de quicio. Cuando aparezca en
sociedad… dará que hablar.
–¿Por qué?
–Pues porque no lo soy. – Le contestó
Lucia patidifusa ante la confusión de su
marido.
–¿Qué dices? Eres preciosa.
Los criados apartaron la vista y
pretendieron no estar allí, su capacidad de
aislarse era admirable. Lucia, por otra
parte, enrojeció.
–…No digas tonterías.
–No lo hago. He dicho que eres preciosa
porque lo eres.
A veces bromeaba con ella, pero esta vez
no. No era la primera vez que afirmaba
algo por el estilo.
Lucia se levantó de la silla y se dispuso a
salir de la estancia cuando una mano
enorme le agarró por le brazo impidiéndole
avanzar.
–¿He hecho algo, Vivian? – Preguntó Hugo
sorprendido. Creía que le gustaba que la
llamasen hermosa y, sin embargo, su
reacción había sido contraria.
–No. – Lucia sacudió la cabeza
vigorosamente. – Es que… me ha dado
vergüenza que lo dijeras delante de los
criados.
–Caray. ¿O sea que a partir de ahora
además de “no tocar”, tampoco puedo
“decir” delante de los criados?
Lucia le rodeó la cintura con los brazos y
enterró la cara en su pecho.
–Sí… No me gusta.
Hugo le devolvió el abrazo sin dejar de
quejarse por tener que tener en cuenta a los
sirvientes. Lucia movió la cabeza y soltó
una risita.
Norman le había preguntado si era feliz y
Lucia le podría haber repetido la respuesta
mil veces sin dejar de ser cierta. Desde que
había decidido creer en él era más feliz y
menos ansiosa.
Hugo no se había preocupado jamás por las
habladurías de las gentes, pero maldijo el
día en que empezaron a hablar de sus
aventuras con mujeres. Era precisamente
por eso que Fabian se estaba encargando de
recopilar cada cuchicheo de la Capital en
sus informes.

* * * * *

Los siguientes días transcurrieron con la


misma calma. Hugo le había pedido a
Lucia que se mantuviese fuera de los
asuntos sociales durante un tiempo y que
disfrutase de unos días más de descanso
aprovechando que todavía no se había
corrido la voz de su llegada. Lucia,
consciente que esa paz no era eterna, siguió
su sugerencia. Comió, exploró la mansión y
salió a dar un paseo por el patio.
Aquella casa era enorme. Había una hilera
de majestuosos árboles plantados delante
de las puertas para que no se pudiese ver
desde afuera a modo de bosquecito con un
camino encantador ideal para dar un paseo.
–¡Oh! – Exclamó Lucia sorprendida
cuando un hombre se le apareció delante de
repente.
–Ah, ¿te he asustado? Soy yo. Yo. Hace
mucho que no nos veíamos, ¿eh?
Se trataba del atractivo Roy Krotin. Lucia
aceptó la mano que le ofreció y se levantó
del suelo. La joven sentía una conexión
especial con aquel hombre, después de
todo, si no fuera por él no habría podido
encontrarse con su actual marido.
–¿Te tengo que tratar diferente ahora que
eres la duquesa? Porque se me dan fatal
esas cosas. – Preguntó Roy con una mueca
sin pizca de malicia.
–No hace falta. – Contestó Lucia
sonriendo. – Como se sienta más cómodo.
Me alegra verle después de tanto tiempo.
Quería darle las gracias.
–¿A mí? ¿Por qué?
– Si no fuera por usted, ¿cómo habría
podido conocer mi señor el duque? Soy la
duquesa gracias a usted.
–¿Qué…? Yo… No hice nada del otro
mundo… – Roy se frotó la barbilla,
sorprendido.
En realidad, todavía se sentía mal por
haberse reído cuando Lucia le propuso
matrimonio a Hugo. No fue su intención
ridiculizarla, sino que la situación se le
antojo divertida. Escuchar a la misma joven
darle las gracias a pesar de ese momento le
alivió.
En el sueño de Lucia, Roy Krotin poseía
una reputación infame, pero tras conocerle
se preguntaba de dónde habrían salido estas
habladurías tan distantes a la realidad que
conocía. Aquel hombre que tenía ante ella
era alegre, de buen corazón y directo. Visto
lo alejados de la verdad que vagaban los
rumores, Lucia se prometió a sí misma a no
creérselos nunca más.
–Creía que ahora era el escolta del príncipe
heredero. ¿No pasa nada porque esté por
aquí?
–Me da igual si está bien. ¡No pienso
hacerlo más! ¿Sabes lo difícil que es
quedarte sin hacer nada durante un año? Yo
dimito.
–…Ah, ya veo. Debe haber sido duro.
–¿Y mi señor?
–No está. Ha salido.
–Maldita sea. He venido corriendo para
echar una partidita.
–¿…Una partidita? ¿Se refiere a luchar?
–¿Eh? ¡Jajaja! Sí, se le puede llamar lucha
o duelo.
–Ah… Un duelo. ¿No es peligroso?
–Para nada, no somos principiantes. Sólo es
peligroso si blandes la espada sin saber qué
haces. ¿Nunca has visto un duelo?
–No, pero mi señor podría hacerse daño…
Roy estalló en sonoras carcajadas.
–¿Daño? ¡Absurdeces tres veces! No existe
nadie en este mundo capaz de tocarle ni un
pelo.
El físico de Hugo estaba a la par e incluso
superaba al resto de soldados, pero tal vez
porque Lucia nunca le había visto
empuñando un arma no era capaz de
imaginárselo luchando. El Hugo que
conocía no era raudo o duro.
–¡Señor Krotin! – Jerome se les acercó con
rostro severo y les interrumpió.
–Hola. Cuánto tiempo.
Jerome le fulminó con la mirada.
–No es bueno que salga sin nadie que la
atienda, mi señora.
–Ah, es verdad que me lo mencionaste.
Tendré cuidado.
Lucia se reprendió a sí misma por su falta
de cuidado, le hizo un gesto a Roy y se
dirigió a la mansión dejando a la pareja de
hombres a solas. Jerome continuó
mirándola hasta que desapareció en el
interior del caserío.
–¡¿Y esta insolencia?! ¡Esa era la señora de
los Taran! ¡No puedes venir a hablarle
como si nada!
Estaban en la Capital, un lugar donde el
menor de los acontecimientos se convertía
en el rumor más exagerado y famoso en
cuestión de minutos.
–Lo siento.
–Deberías tener más cuidado.
–Ya te he dicho que lo siento. Hacía mucho
que no la veía y me alegra que no haya
cambiado nada.
–No es adecuado expresar tus sentimientos,
sean cuales sean, a una mujer casada como
si nada. El señor no va a ser benévolo
siempre. Si surge algún rumor sobre la
señora por tu culpa, se enfurecerá.
–Mi señor no se ha enfadado por una mujer
jamás.
–Ella no es una mujer, es la señora. Cuida
esa boca.
Ver a Jerome proteger a su señora como si
fuera su cachorro sorprendió a Roy. Eran
incompatibles: Roy mostraba su ira o
diversión, mientras que Jerome sólo
expresaba frialdad y cumplía con las
órdenes sin cuestionarlas. Eran como un
ratón y un gato, siendo él el ratón. Ese
mayordomo era la única persona ante la
cual se encogía.
–¿Esa mujer es…? – Jerome le dedicó otra
mirada que podía matarle, así que Roy
cambió la forma de decirlo. – ¿Mi señor…
ama a la duquesa?
–Sí.
–¿Mucho?
–Mucho.
–Entonces, ¿se enfadará si hago este tipo de
cosas?
–Se pondrá furioso.
Jerome le estaba advirtiendo porque se
preocupaba por él. Hugo no se preocupaba
generalmente por los problemas que
ocasionaba Roy, pero si llegase a suceder
algo que involucrase a su esposa no habría
compasión.
–Vale. Bueno, vale. Tampoco es que no me
guste esa… Digo, la duquesa.
–¿…Por qué?
–¿Cómo te lo explico? No huele a gato
encerrado.
–¿Oler? ¿Hablas de su perfume?
La señora no se rociaba fragancias en
exceso. De hecho, a Jerome también le
gustaba que a diferencia del resto de
nobles, su señora no se bañase en colonia
potente.
–No…– El instinto de Roy raramente le
fallaba. Era capaz de calar a una persona a
simple vista, motivo por el que el príncipe
heredero se había obsesionado con él. –
Bueno, da igual. Me voy. Tendré cuidado.
Quiero dormir hasta que llegue el señor.
¿Dónde puedo ahuecar el ala?
–…Sígueme.

.x.x.x
Parte IV

Hugo apoyaba la barbilla en una de sus


manos. Fabian, sentado frente a él en el
carruaje, intentaba a adivinar el estado de
ánimo de su señor: algo ciertamente
imposible.
–¿Desea que investigue el paradero del
señor Krotin?
Según el príncipe heredero, Roy Krotin
había desaparecido sin dejar rastro
acumulando una serie de crímenes
imperdonables: insubordinación, ausencia
no autorizada y negligencia.
–Ha aguantado mucho tiempo para ser él.
Fabian estuvo totalmente de acuerdo. De
hecho, le asombraba que su compañero
hubiese durado más de un año sin causar
problemas.
–Déjale. Seguramente se ha ido a dormir a
algún lado. Ya aparecerá.
Cada vez que Roy hacía el tonto y se
presentaba ante el duque, Hugo le daba un
poco de “medicina” para hacerle entrar en
razón.
–Creo que ya podemos retirarle del puesto
de escolta.
Kwiz seguía siendo un príncipe, pero su
autoridad actual estaba a otro nivel en
comparación con la que ostentaba antes de
la muerte del Rey. Cualquiera que se
acercase a él con malas intenciones sería
juzgado por traición y toda su familia se
enfrentaría a la extinción. Por lo cual, no
había nadie lo suficientemente valiente
como para arriesgarse sin trazar un buen
plan.
–Sí, mi señor.
Roy era la única persona con la que Hugo
era tan benévola y al que trataba así. Fabian
creía conocer el motivo: era el único que se
atrevía a comportarse con tanta soltura
delante de él. Por eso mismo se le conocía
como el “perro rabioso” en la Capital. Un
perro sin miedo.
–¿Quién es el diseñador más famoso de la
Capital?
–Hay unos cuantos. Desde aquí… – Fabian
trazó un mapa mental. – Los más cercanos
son la boutique de Monsieur Jeffrey o la de
Madame Antoine.
Hugo descartó inmediatamente al
diseñador.
–Da la vuelta, vamos a la de Antoine.
El carruaje dio un giro y partió hacia la
boutique de Madame Antoine, una de las
más famosas de la Capital, aunque no la
número uno ya que cada persona elegía su
favorito según el tipo de atuendo que le
gustaba más.
El duque de Taran llegó sin previo aviso a
la hora de cerrar, pero se le trató como a un
rey.
Los comerciantes estaban sujetos a los
antojos de la política y del poder, por lo
tanto, tener clientes influyentes era la única
manera de sobrevivir. Si además tus
clientes tenían relación directa con la
corona y rebosaban riqueza, no podía haber
mejor regalo. Antoine solía demostrar su
orgullo y establecer su estatus ante todo
noble que se acercase en su tienda, pero
aquel día haría una excepción por el duque
comportándose lo más educada y
amigablemente posible.
–Qué gran honor recibiros, mi señor.
–Seré breve.
–Adelante, por favor.
–Necesito un vestido para mi mujer.
¡La duquesa! ¡El tema más popular de la
Capital! Antoine contuvo su expresión
facial para evitar que se descubriese lo
interesada que estaba.
–¿La señora ha venido con usted? ¿Espera
en el carruaje?
–He oído que los diseñadores van en
persona a ver a sus clientes.
–Sí, por supuesto, mi señor. ¿Cuándo desea
que vaya?
–Mañana-…
Hugo se lo repensó: aquella noche
cumplían cinco días y se le permitía
mantener relaciones después de haber
dejado descansar a su esposa. Si a eso se le
sumaba la fatiga del viaje, tal vez no fuese
la mejor opción para atender visitas.
Además, Lucia se había recuperado de una
fiebre terrible hacía muy poco y Hugo se
preocupaba por su salud.
–No, mejor, mañana pasado.
–Entonces… ¿Dentro de dos días?
Antoine era una diseñadora famosa. Había
colas de gente esperando a que quedase un
hueco para poder verla y ahora que se
acercaba la coronación apenas lograba
conciliar el sueño por las noches.
Normalmente se reservaba fecha con una
semana de margen en los períodos de poco
trabajo… Pero Hugo no era un cliente
cualquiera. Antoine se imaginó la
publicidad que ganaría cuando todos vieran
a la duquesa vistiendo sus diseños y llegó a
una conclusión.
–Así lo haré, señor. – Contestó
rápidamente, ansiosa por que llegase el
momento de conocer a la tan rumoreada
duquesa.
–Mi mujer es muy frugal, piensa que
comprar muchos vestidos es malgastar.
–Vaya.
–Pero yo creo que se merece lo mejor.
–¿Podría explicarme mejor a qué se
refiere?
–Asegúrate de preparar todo lo que
necesites sin mirar el precio. Convencer a
mi esposa es cosa tuya. Según lo que
consigas, decidiré si quiero continuar
necesitando tus servicios o no.
Era la primera vez que Antoine recibía a
alguien que le ordenase que gastase dinero.
Lo normal era que los padres o los maridos
enviasen a algún criado o sirviente para
controlar los caprichos de las hijas o las
esposas.
Antoine estudió al duque como en trance,
de la misma manera que miraba el oro que
guardaba con recelo.
–Entonces… ¿No tengo que preocuparme
por el precio?
–Rechazaré cualquier coste irracional.
–Esta no es una tienda del montón.
Antoine garabateó unas cuentas rápidas en
una libreta para hacerse una idea más clara
de lo que “sin importar el precio”
significaba en realidad. Escribió lo más
caro que se le ocurrió y se lo presentó al
duque.
–¿Qué opina? – Preguntó a modo de dejar
su orgullo claro.
En realidad, le estaba preguntando si estaba
dispuesto a pagar una suma tan
desorbitante. Un vestido era un lujo: cuánto
más nuevo era el diseño, más alto era el
precio. Muchos enamorados habían llegado
a sus puertas para pedir un vestido en
concreto que su amada les había rogado y
se habían marchado con las manos vacías
al mirar la etiqueta. Sin embargo, Hugo ni
siquiera parpadeo. Esbozó una mueca
burlona, cogió la pluma y le añadió otro
cero a la cantidad.
Antoine jadeó, estupefacta.
–Le… Le visitaré dentro de dos días.
–Espero que cumplas con mis expectativas.
–Así lo haré, mi señor.
–Ah, también me gustaría que me
recomendaras un buen joyero. –Cargar con
todas las joyas de su familia desde Roam
era mucha molestia y, por encima de todo,
le molestaba que su esposa no tuviese sus
propias joyas.
Antoine sonrió de oreja a oreja.
–Le recomendaré uno que, aunque no sea
comparable con la elegancia de mi señora
la duquesa, no hay quien le supere. – Dicho
esto, Antoine acompañó al duque a la
salida junto a sus trabajadores y se
despidió. – ¡Cambiad el horario! ¡Ahora
mismo! – Ordenó en cuanto el carruaje
hubo desaparecido a lo lejos. – ¡Traed cada
vestido, zapato, sombrero y calcetín que
hemos hecho hasta ahora! ¡Venga! –
Apremió.

* * * * *
El carruaje se detuvo delante de la joyería
que había recomendado Antoine. Habían
enviado a un mensajero con antelación para
darle tiempo a la Joyería Sepia a echar a los
cuatro curiosos que quedaban y cerrar las
puertas para el más especial de sus clientes.
En cuanto el conductor tiró de las riendas
todos los trabajadores salieron a la calle
para recibir al Duque con la mayor cortesía
posible.
Hugo examinó los aparadores y señaló
unos cuantos sin decir mucho. Para él todas
esas piedras preciosas tan costosas no eran
para tanto, pero no podía hacer mucho más.
Era difícil distinguir si realmente estaba
comprando o sólo mirando, porque lo único
que hacía era señalar, sin embargo, nadie
parecía incómodo.
–Podemos ir tirando con esto. – Anunció
cuando en la mesa de la caja ya había una
montaña de piedras preciosas.
–¿A cuál se refiere, mi señor…? – Preguntó
el jefe de la tienda frotándose las manos y
bajándose para presentarse como alguien
servicial.
Con vender uno de los artículos que el
duque había escogido ya habrían arreglado
el mes. Eran todos objetos carísimos y de
alta calidad.
–A todo.
–¿A… todo?
–¿No está a la venda?
–¡No! No, perdone, tiene razón. ¡Ahora
mismo se lo preparamos! – Casi no pudo
contener la ristoada de felicidad.
–¿Cuánto tardarás?
–Un… Poquito… Ahora mismo lo hago.
Hugo cogió un collar con un único zafiro
amarillo como el tono de sus ojos de la
mesa y ordenó:
–Envuélveme esto y el resto envíalo.
–¿Le importa si lo enviamos mañana si no
es urgente? Nos gustaría garantizar que el
pedido llegue en óptimas condiciones.
–Adelante.
Fue entonces, después de vaciar una joyería
entera, que Hugo decidió regresar a casa.

.x.x.x
Parte V

Jerome sujetó el abrigo de su señor cuando


llegó a casa y le contó lo ocurrido.
–O sea que, en resumen, no tienes ni
pajolera idea de dónde está el chaval.
–Así es, mi señor. Lo siento.
Roy se había despertado después de un
largo letargo y se había escabullido tal vez
ante la perspectiva de encontrarse cara a
cara con Hugo. Una vez ese caballero
decidía huir, no había quién capaz de
encontrarle.
–Cuando aparezca, dile que se quede. No
intentes atraparle a la fuerza.
–Sí, mi señor.

Hugo tomó un baño y se dirigió a los


aposentos de su esposa que se hallaba
delante del tocador. Entró, le besó la parte
trasera del cuello y le ató el collar. Lucia se
estremeció al notar una sensación fría y
miró al espejo para descubrir de qué se
trataba.
–¿No te gusta?
–Ah, no. – Lucia abrió los ojos como
platos. – No es eso. Es precioso. Pero no
recuerdo qué día es.
–Te lo pregunto porque no lo sé, pero…
Esto no es una joya exorbitantemente cara,
¿verdad?
Todavía recordaba lo mucho que la había
abrumado su regalo de cumpleaños en
primavera. Su primer regalo había sido un
collar de diamantes, el segundo uno de
diamantes rojos y ahora… este. Como los
diamantes no son pesados, se lo había
puesto en una de sus fiestas de té y allí fue
donde se había enterado de la suma
desorbitada que pedían por él. Era un
precio mucho mayor de lo que esperaba.
–¿Quieres algo por el estilo? El mes que
viene hay una subasta de joyas-…
–¡No! – Le interrumpió con total seriedad.
Hugo se giró sin dejar de sonreír y se dejó
caer sobre la cama con las manos en la
almohada.
–Tienes un marido rico. Intenta disfrutar de
los beneficios que tiene.
Lucia esbozó una sonrisa tímida en lugar
de responderle. Había nacido siendo pobre.
Ni siquiera en su vida de casada con el
conde Matin había conseguido
acostumbrarse a los lujos. Le preocupaba el
día de mañana. Además, recordaba la
duquesa de su dueño. Una mujer cubierta
de lujos y joyas, pero infeliz. Había
decidido no ser como ella, no se permitiría
llenar el vacío de su corazón con el lujo.
No quería caer en esa trampa mortal.
–¿No te gustan las joyas? ¿O lo que no te
gusta es quién te las está dando?
–¿Por qué dices eso? Te lo agradezco. Es
bonito y me gusta.
–Sé que no estás siendo sincera.
Hugo no esperaba una reacción dramática
como la de las otras mujeres, pero le
molestó que su esposa pareciese agobiada
por su regalo. Cuando le había preguntado
abiertamente si la engañaría en la Capital
se había quedado patidifuso. Estaba seguro
que una vez consiguiese que lo aceptase en
la cama su corazón estaría ganado, y sin
embargo, lo mantenía cerrado y
desconfiaba de él. ¿Por qué si no rechazaría
sus regalos con tanto empeño? Hacía caso
omiso de sus persistentes intentos de
ganársela. Su simple presencia le
embaucaba y, pesé a ello, esa bruja de hielo
no se derretía.
–¿Te has enfadado?
–No. – Contestó amargamente.
Lucia se lo quedó mirando sumida en sus
pensamientos. Hasta hacía unos meses
habría sufrido en silencio por su forma de
contestarle. ¿Cuándo había aprendido a no
prestarle atención cuando se enfurruñaba?
¿Cuándo se había convertido en alguien lo
suficientemente seguro de sí como para
ordenarle que durmiese en otra habitación?
Lucia se levantó de donde estaba con la
vista clavada en él. Se quitó el batín
lentamente y lo dejó caer al suelo,
quedando totalmente desnuda ante él.
Hugo, que hasta ahora había estado
tumbado ociosamente en la cama, dio un
respingo. Ella, sintiendo la mirada
penetrante de él sobre su cuerpo, sonrió
seductoramente. Se quedó en blanco. Su
esposa le miraba tentadoramente mientras
que el collar ámbar colgaba de su cuello y
destacaba sobre su piel pálida.
Lucia se acercó a la cama sin apartar la
vista de su miembro endurecido.
Sorprendida de su propia audacia. Su
marido siempre la miraba con deseo, como
si fuese la belleza de la que todos hablaban.
Tal era la pasión que transmitían sus ojos
que había empezado a creer que quizás era
una mujer atractiva y cuando lo hechizó se
sintió lo suficientemente valiente como
para ir a por él. Se subió a la cama y se le
acercó de rodillas. Los ojos de él brillaban
como fuego, como si lo tuviese atrapado y
ella sonrió. Sonrió con picardía sin darse
cuenta mientras se sentaba encima de su
miembro. A Hugo se le movió la nuez al
tragar saliva y ella aprovechó el momento
para levantar el collar con los dedos,
llevárselo a los labios, besarlo con suavidad
y sonreírle de una manera extraña.
–¿Me queda bien?
–…Mucho. – Sonó como un quejido.
–No es que no me guste, es que soy frugal.
Me preocupa que te arruines.
–Ya se puede juntar el cielo con la tierra,
que eso no pasará.
Lucia deslizó las manos dentro del batín de
él y le acarició el pecho firme. Todo, sin
dejar de mirarle. Saber que ella estaba al
mando de la situación la excitó.
–Dicen que una mujer puede poseer
conseguir lo quiera si se pone manos a la
obra.
–Pídeme lo que quieras.
Hugo estaba dispuesto a darle una nación
entera si así lo deseaba. Los Taran eran
capaces de eso y más. Por muy
desagradable que fuese la historia de su
familia, debía admitir que era fuerte. Lucia
sonrió ante su arrogancia. El duque de
Taran no destacaba por su humildad.
Hugo se inclinó para besarla, pero ella se
alejó. Una vez más lo intentó y una vez
más recibió el mismo trato hasta que se la
quedó mirando confundido. Sólo entonces,
Lucia le dio un beso suave y rápido. Su
esposo estaba al borde de atacarla, sus ojos
le delataban.
La muchacha le acarició las mejillas y le
volvió a besar. Dejándole desarmado,
incapaz de rechazar su ataque. Esta vez,
recuperó la noción del tiempo, la sujeto por
la espalda y usó la fuerza para evitar que el
beso terminase con tanta premura. Ella
siguió los movimientos de su lengua
aferrándose a su batín. En frenesí. Mientras
tanto, Hugo le acarició la espalda hasta
llegar a los hombros y la soltó.
–¿Dónde has aprendido estas cosas? –
Preguntó impresionado.
–De ti. – Lucia rió.
–Yo no recuerdo habértelo enseñado.
–Aplicar lo aprendido es lo que hacen los
buenos alumnos.
–Me alegra no ser rey. – Comentó Hugo
con una sonrisa.
–¿Qué?
Hugo sentía que, si hubiese nacido para ser
rey, su país quedaría en ruinas por culpa de
esta mujer.
–¡Ah!
Hugo empezó a jugar con uno de sus
pechos y se apoderó del liderazgo. Lucia,
por otra parte, se retorció y gimió a merced
de sus caricias.
Hugo siempre la deseaba apasionadamente
y ella siempre reaccionaba de la misma
manera.

Lucia se agarraba a las sábanas y apretaba


los puños cada vez que él entraba en ella
desde atrás en un intento de mantener la
estabilidad.
–¡Ah…!
Hugo la agarró por la cintura y continuó
penetrándola vigorosamente llenándola
muy dentro. Estaba demasiado dentro. La
joven chillaba ignorando si era dolor o
placer.
–¡Ah! ¡Ah!
Cada vez que los muslos de él le tocaban el
trasero se estremecía y se le empañaban los
ojos. Él la atacaba sin piedad. El placer era
tan intenso que le acabaron cediendo los
brazos. Apenas lograba mantener las
piernas en alto y se estaba quedando sin
aliento.
–No… Para…
Hugo hizo caso omiso a sus suplicas y
entró con todavía más fuerza. El interior de
su esposa le apretaba haciéndole
estremecer. Cada vez que entraba la veía
temblar.
–Hugh… Ah… Estoy… agotada…
–Buena chica, ya casi… estoy. Un poquito
más. – Él la consoló con un tono dulce.
Lucia era consciente que sus ruegos no
llegarían a su cerebro sin importar lo
mucho que se repitiese.
–…Ah, esto es… Me estás apretando
demasiado… Me cuesta respirar…
–No digas… eso…
Lucia deseó poder taparse los oídos. Sus
comentarios eran tan eróticos que la
avergonzaban.
Cada vez que la atacaba, su cuerpo
reaccionaba exageradamente y, de no ser
porque él la estaba sujetando por la cintura,
ya se habría caído hacía rato. Estaba
cansada, pero su vagina sufría espasmos de
placer al son de su latido. Finalmente, a
Hugo se le aceleró la respiración y se dejó
caer sobre su espalda. La manera cómo su
esposa se estremecía cuando aceptaba su
pene estimulaba su deseo tan propio de un
animal y su posesividad. Era suya. Era su
mujer. Por muchas veces que la poseyera
no eran suficientes. Quería llenarla de él.
Colmado de placer, gimió. Deseaba plantar
su semilla en ella. Y, maldita sea, tal vez si
esas semillas dieran frutos esta mujer sería
suya del todo.
Pero eso era imposible.
Lucia sólo podía jadear. Hugo notó un
nudo en la garganta. Creía que si la tomaba
podría saciar su sed, pero había tenido el
efecto contrario, como si hubiese bebido
agua salada. Dominar su deseo era casi
imposible. Le quitó el pelo sudoroso de la
frente a su mujer y la contempló. La
muchacha cerró los ojos como si estuviese
dormida con una mueca de desaprobación
en los labios. Él, sintiéndose culpable, le
acarició el pelo con delicadeza, se puso el
batín y la envolvió con las mantas.
Entonces, la levantó en brazos. Lucia, sin
fuerzas para resistirse, le dejó hacer. Le
dejó llevarla hasta el baño y lavarla.

* * * * *

Lucia despertó entumecida por las agujetas


hasta bien entrado el día. Si bien la
resistencia de su esposo era admirable, a
veces y sólo a veces, se convertía en un
problema cuando se excedía.
La joven se levantó quejumbrosa y se
dirigió al recibidor donde encontró una
montaña de joyas sobre la mesa. ¿Cómo
podía ser tan inconsciente su marido? Hay
un límite para los regalos. Atónita, se le
ocurrió hacerle saber su opinión cuando
volviese a la habitación aquella misma
noche, pero recordó la anterior y supuso
que le sentaría mal. Sin lugar a duda. La
noche anterior había estado mohíno por el
poco interés que había mostrado en un
collar, si le hiciera devolver todo aquello se
enfadaría. Así pues, decidió quedarse todos
los obsequios para no crear un mal
ambiente, nunca sería demasiado tarde para
revenderlos y, recordando el consejo de
cierta noble norteña, fingiría regocijo.
La tarde transcurrió sin otro acontecimiento
y Lucia se dedicó a abrir cada una de las
cajas y probarse su contenido.

–Mañana vendrá una diseñadora. –


Anunció Hugo durante la cena. – Creo que
necesitas un vestido.
–¿…Un vestido?
–Estamos en la Capital. Si te pones
vestidos pasados de moda serás el
hazmerreír. Tu prestigio lleva a cuestas el
de los Taran.
Lucia no rechistó: tenía razón. Los trajes de
los nobles, en especial los de las mujeres,
eran la comidilla de toda la sociedad. La
muchacha era consciente que todos los
atuendos que había lucido en el norte no
eran en absoluto adecuados para andar en
sociedad allí.

...x.x.x
Parte VI

Como de costumbre, la pareja salió a dar


un paseo corto por los jardines al terminar
la cena. Desde que habían llegado a la
Capital raramente podían disfrutar de la
compañía del otro de esa manera y Lucia
prefería un buen paseo a una montaña de
regalos.
–Son todos preciosos. ¿Lo has elegido todo
tú?
–Sí. ¿Te han gustado?
–Sí, gracias. – En realidad, Lucia le
agradecía mucho más el esfuerzo que las
joyas en sí. – Sabes mucho de joyas.
Supongo que estás acostumbrado a hacer
regalos así.
Lucia deseó cerrar la boca para siempre en
cuanto pronunció esas palabras. Se había
pasado de la raya. Iba a disculparse por su
desliz, pero Hugo se le adelantó.
–Vivian, – suspiró, le cogió por las
muñecas y detuvo sus pasos. – ¿puedes
olvidar todo lo que pasó antes de nuestro
matrimonio?
Lucia creyó que Hugo iba a enfadarse, pero
en lugar de eso, Hugo parecía vulnerable,
dolorido.
–¿Tanto lo menciono? – Preguntó
mirándole atónita. – Me andaré con
cuidado.
–No es eso. ¿Te acuerdas de lo que me
dijiste cuando te pedí cambiar el contrato?
– Hugo hizo referencia a la cláusula que le
exigía comunicarle a su esposa si se
hartaba de ella o se buscaba una amante.
–Sí.
–No pienso tener una amante sin que lo
sepas, ni voy a dejarte porque me canse de
ti o me harte de ti… Así que me gustaría
que confiases en mí.
A Lucia se le aceleró el corazón. No
comprendía sus intenciones. La cabeza le
daba vueltas y, en realidad, no tenía ningún
derecho a criticar o mencionar sus acciones
antes de su matrimonio. Hugo era alguien
que se atenía a las normas, sin embargo,
también era alguien capaz de modificar lo
que hiciera falta para conseguir su objetivo.
–¿…Por qué? – Musitó.
Necesitaba que su esposo le contestase algo
que la hiciera pensar que sólo era un decir,
algo sin importancia. No obstante, Hugo se
quedó sin palabras. Abrió y cerró la boca
repetidas veces y, entonces, se calló. Ella
cerró las manos en un puño. Le había
hecho daño. Este hombre que tanta
seguridad exhibía ante los demás lo estaba
pasando mal por sus palabras. Se sentía
culpable y esperaba que el regusto amargo
que tenía en la boca no fuera eterno. Quizás
significaba algo para él.
–Sé que no me crees. – Hugo terminó
rompiendo el silencio después de escoger
las palabras con suma cautela. – Y entiendo
los motivos. – Había cometido muchísimos
errores con ella. Le había prohibido
intervenir en sus asuntos personales, se
había saltado la boda, no tuvo en cuenta sus
sentimientos en su consumación… – Voy a
intentar mejorar. Espero que estés dispuesta
a mirarme con buenos ojos.
Lucia se lo quedó mirando en silencio. ¿Por
qué iba a intentar mejorar por ella? Hugo
suspiró y se dio la vuelta revolviéndose el
pelo, vacilante.
La joven ignoraba lo que había hecho con
sus otras amantes, ignoraba cómo susurraba
palabras de amor al oído de esas mujeres.
Lo único de lo que había sido testigo era de
cómo había rechazado a una de sus mujeres
y aquella escena había plantado una semilla
de terror en lo más hondo de su ser. Estaba
segura que llegaría el día en que ella estaría
en la misma situación que Sofia Lawrence.
–…Me da igual lo que pasase antes de
nuestro matrimonio.
–¿De veras?
–No tengo derecho a quejarme.
Hugo se sintió desfallecer. ¿Existiría un
muro más fuerte que este? Esta mujer no se
acercaba a la línea que había trazado para
separarles ni un segundo.
–Creo en ti.
–¿…Sí?
–Sé que, si tienes una amante, me lo dirás y
no lo esconderás. Eres un hombre de
palabra.
Esta mujer era una bruja. Le despeñaba y lo
rescataba en cuestión de segundos.
Desolado, Hugo no sabía ni por dónde
empezar a desenmarañar los hilos que hasta
el momento había intentado cortar.
–¿Por qué quieres que confíe en ti?
Hugo se quedó atónito. Nunca se había
parado a pensar en el motivo y apenas
alcanzó a murmurar una excusa.
–…No se puede vivir bajo el mismo techo
que alguien en quien no confías.
El silencio se hizo entre la pareja,
incomodando a Hugo que creyó haber
cometido otro error. Lucia, por otra parte,
sostenía que cada vez la respuesta estaba
más cerca y, sin embargo, se sentía al
principio de un camino muy largo. La
joven anhelaba bañarse en el amor de su
marido, aunque lo viese algo imposible.
Era un deseo complicado. Era consciente
que Hugo le tenía algo de aprecio: la
respetaba y la tenía en alta estima además
de comportarse como un marido fiel.
¿Acaso Hugo le estaba pidiendo su
confianza precisamente porque se había
encariñado de ella? Era un soldado, el
cabeza de familia y el amo de un territorio.
Alguien de su estatus no podía mantener a
otra persona ajena en su círculo personal.
–O sea, que… Lo que tratas de decirme es
que vas a ser un marido fiel y que tendría
que confiar en ello, ¿no? – Hugo intentó
encontrar qué parte de su afirmación
sonaba tan terriblemente mal, pero no lo
consiguió, así que se limitó a asentir con la
cabeza. – Vale, eso haré. – Determinó
Lucia de manera concreta en contraste con
el largo suspense por el que se había visto
sumido Hugo. Hugo se la miró como si
oliese a gato encerrado, a la espera de que
su esposa volviese a pronunciar algo que le
apuñalase. – Bueno, depende de cómo te
portes. – Una vez más, estuvo a la altura de
las expectativas de su esposo.
–…Si estás de broma, no me hace gracia.
–Lo digo en serio.
En realidad, la muchacha había estado
bromeando con él, pero verle tan serio la
avergonzó y decidió reanudar la marcha.
Hugo, como ausente, empezó a andar
perdido en sus pensamientos. No se le
ocurría qué podía conseguir que Lucia
confiase en él y temía que cualquier rumor
que oyese pudiese dificultar todavía más la
situación. Decidió, pues, convocar a Fabian
para que trabajase unas horas extra.

* * * * *

Antoine se presentó en la residencia de los


duques en compañía de dos ayudantes y
muchos trabajadores a los que ordenó
preparar los vestidos de muestra, los
zapatos y los sombreros en el recibidor.
Lucia bajó a la segunda planta a sabiendas
que había llegado la diseñadora e hizo una
pausa antes de entrar en la sala al ver que el
ambiente era el mismo que el de cualquier
boutique.
–Permita que me presente, señora duquesa.
Soy Antoine.
Lucia reconoció su nombre, aunque era su
primer encuentro. Esa mujer era una de las
diseñadoras más famosas entre las nobles y
eso la indujo a pensar que sus servicios no
iban a ser precisamente baratos.
–Encantada. Ya me habían dicho que
vendrías.
–Es un gran honor. – Antoine desvió la
mirada para no dejar la impresión de que la
estaba observando de hito a hito para captar
el aura general de la duquesa.
Era la primera vez que la comerciante
estaba tan ansiosa y tan nerviosa antes de
conocer a un cliente. Sabía que el duque
había arrasado en la joyería y sólo de
pensar en que podría pasarle lo mismo se le
aceleraba el corazón. Los chismorreos más
vivaces últimamente eran los que corrían
acerca de la duquesa de Taran. Antoine
sabía que por muy interesantes que fueran
ninguno concordaría con la realidad. Al
menos, de eso estuvo tan segura hasta que
el mismísimo duque en persona agotó una
joyería entera por su esposa. Y, sin
embargo, allí estaba, un tipo
completamente inédito en la alta sociedad.
La belleza de esa mujer era capaz de
estimular su creatividad, era encantadora y
una novedad.
–Estos son los esbozos que he ido haciendo
durante estos años. – Comentó Antoine
sentada en el sofá y sorbiendo el té que le
había servido una criada sin apartar la vista
de la duquesa. – Mírelos y dígame si
alguno de los diseños le llama la atención,
por favor.
La expresión de Lucia mientras les echaba
un vistazo a las obras de la diseñadora se
mantuvo tranquila, no la había
impresionado. La joven había visto tantos
vestidos lujosos en su sueño que estaba
harta de la moda. Le disgustaba que
ninguno de esos atuendos estuviera
pensado en clave práctica: cualquiera que
llevase puesto alguno de esos vestidos
acabaría odiándolo en cuestión de horas.
Antoine por fin comprendió las palabras
del duque. Su esposa no iba a ser una
clienta fácil. Normalmente, las nobles que
repasaban su libreta de bocetos parecían no
caber en sí de la emoción, no obstante,
apenas hubo cambio de expresión en la
duquesa y, además, su atuendo era bastante
simple.
–¿No le gusta ninguno? Siento haberme
presentado con una colección tan
inadecuada.
–No, son preciosos. Pero… No soy ninguna
experta, así que puedes hacer lo que tú
creas.
No existía peor cliente que uno como este.
Antoine entró en crisis, pero la idea de un
reto la animó.
–¿Le importa si le tomo las medidas?
Antoine correteó alrededor de Lucia
delante de un espejo, admiró su cuerpo
desde cierta distancia y garabateó un
vestido. Pero no, lo que tenía en mente no
iba con su clienta actual. Un vestido
glamuroso creado para ensalzar el pecho y
mostrar el cuerpo de una manera sensual
haría quedar de vulgar a una muchacha
como esta. La duquesa poseía una cintura
estrecha y una figura delgada, por lo que
era mejor enfatizar la piel blanca y su
encantadora presencia con un vestido más
tradicional.
Antoine gesticuló e indicó a sus
trabajadores y ayudantes cómo moverse y
qué hacer para crear la ilusión de tener un
vestido hecho.
–¿Qué le parece? – Preguntó triunfante.
Lucia abrió los ojos como platos. Era
magia. Con un punto por aquí y una tela
por allá el vestido que solía llevar a todas
horas se había transformado en algo
completamente nuevo que realzaba su
belleza.
–Sois muy atractiva, mi señora. No
entiendo por qué escondéis vuestro
encanto.
Lucia se tocó el rostro, admirada.

Capitulo 63 la Alta sociedad de la


Capital
Parte VII

Cuando Hugo regresó a casa bien entrada


la noche, Lucia le recibió con cara amarga
y sin querer dirigirle la mirada. Él le sujetó
el mentón y la obligó a mirarle a los ojos.
–¿Qué pasa? – Hugo ignoró la presencia de
los criados. – ¡Jerome! – Llamó
preocupado.
Jerome que se había encargado de echar a
los demás sirvientes de la sala se le acercó
a paso ligero.
–Mi señora lleva molesta desde que ha
venido la diseñadora.
–¿Te ha tratado mal? – Lucia negó con la
cabeza. – ¿Entonces? Dímelo. ¿Qué te ha
sentado mal?
–…Creo que he cometido un error terrible.
–¿Un error?
–¿Crees que todavía podemos pedir que
nos devuelvan el dinero? Puede que no lo
haya terminado.
Hugo, que estaba dispuesto a llegar a la
raíz del asunto y cortarlo de pleno, se
tranquilizó. La diseñadora le había pedido
que lo dejase en sus manos y, al parecer,
había cumplido con sus expectativas.
–¿Dónde vas? – Lucia se aferró al brazo de
su esposo cuando éste le soltó la barbilla y
empezó a andar. – ¡De verdad que me he
portado fatal! ¡He comprado diecinueve
vestidos más!
Por supuesto, a los vestidos había sumarles
los sombreros, zapatos y accesorios. Pero,
¿por qué diecinueve y no ciento noventa?
¿Por qué no veinte para redondear?
Antoine no había llegado a donde le
hubiese gustado a Hugo.
–Llevo todo el día trabajando y estoy
sudado, quiero bañarme. Cuéntamelo
luego.
–¡Cuando te enteres del precio se te
pasarán las ganas de todo!
–Si no se me pasan, ¿qué me das a cambio?
–¿…darte?
–Una apuesta necesita un premio.
–¡No estoy apostando!
–Piensa en lo que me vas a dar. Tienes
hasta que salga del baño.
Frustrada, Lucia dio un pisotón furioso en
el suelo viendo lo tranquilo que su marido
subía las escaleras. Fue abochornante
comportarse así delante del servicio, pero
la cifra de la cuenta de Antoine continuaba
dando vueltas por la cabeza.
–¿Preparo el baño?
–¿Para qué…?
–Todavía no se ha bañado y el señor se la
ha adelantado.
Lucia se ruborizó y bajó la vista al suelo.
Sabía que un mayordomo tan educado
como Jerome no osaría mencionarle
aquello con segundas intenciones, pero no
era un buen momento.
–…Lo dejo en tus manos. – Aceptó de
mala gana.
–Gracias, mi señora. – Respondió el criado
con una sonrisa de oreja a oreja.

* * * * *

Lucia había bajado la guardia por estar en


la comodidad de su casa. En la tienda había
estado más alerta y no se hubiese permitido
tanta soltura. Se creía acostumbrada a los
agasajos de las nobles de Roam, pero ahora
que conocía el precio de los halagos de
aquella diseñadora pensaba que había
fracasado. La elocuencia de las
comerciantes era capaz de capturarte el
alma.
Hechizada por la promesa de Antoine de
que la haría brillar cuando apareciese en
sociedad, la joven había firmado un
contrato con la diseñadora y ahora que
sabía lo que costaba se arrepentía. ¿Por qué
los zapatos eran tan caros? Encima sólo
había comprado vestidos de verano, dentro
de poco tendría que guardarlos. Jerome la
había disuadido de presentarse de
inmediato en la tienda de Antoine para
romper el contrato en lugar de hablarlo con
su señor.
Hugo se sentó en el sofá con el sobre que
había encontrado en la mesita del
dormitorio para leer el contrato después de
pegarse un buen baño. La cantidad no
alcanzaba ni una quinta parte de lo que le
había prometido a Antoine. En realidad, la
diseñadora había decidido dar un paso atrás
porque esa clienta no le permitiría tratarla
de otra manera.
Hugo sabía que Lucia no era codiciosa. Los
trabajadores que habían ayudado a
construir el jardín de Roam habían recibido
una paga generosa, sin embargo, al duque
le disgustaba que su frugalidad y modestia
sólo las aplicase con ella misma. Le
preocupaba que decidiera presentarse
delante de la alta sociedad de la Capital con
un atuendo sencillo impropio de su estatus
que la convirtiera en el hazmerreír. Le
preocupaba tanto que decidió escribir dos
contratos: uno que sólo le mostraría a Lucia
para apaciguar su modestia y otro con la
cantidad real de los vestidos.

.x.x.x
Parte VIII

–¡Cielo santo! – Exclamó la criada que


estaba ayudando a Lucia con su baño.
Lucia abrió los ojos y se encontró a todas
las sirvientas de rodillas y a su marido de
pie, en el marco de la puerta de brazos
cruzados. Todas las criadas desaparecieron
en cuestión de segundos mientras que
Lucia se miraba a su marido vestido con
una bata boquiabierta.
–¿…Qué pasa? – Preguntó abrazándose las
rodillas.
–Estás tardando mucho.
–Ya casi estoy. Ahora salgo.
Hugo se la acercó y se sentó en el borde de
la bañera.
–¿Por qué? Nos podemos bañar juntos.
–Es la primera vez que haces esto. – Se
quejó ella, sonrojada.
–¿El qué?
–Entrar mientras me baño.
–¿Sí? ¿Y qué?
–Me da vergüenza que lo vean las criadas.
Lucia sabía lo mucho que chismorreaban
las criadas sobre sus señores a sus espaldas.
–¿Qué te da tanta vergüenza?
–Me gustaría que fueras más consciente de
que hay gente alrededor.
Hugo no entendía por qué le importaba
tanto lo que pensaran los criados. La joven
lidiaba con el servicio con amabilidad y
dulzura y eso preocupaba a Hugo. La
Capital era como una jungla: las buenas
personas salían escaldadas. Era la ley del
más fuerte. No podía tener los ojos puestos
en ella todo el rato para vigilar que no le
pasase nada y su deseo de resguardarla
como hasta ahora crecía por momentos.
¿Buscaría consuelo en sus brazos si le
hicieran daño? No es que quisiera que su
esposa pasase un mal rato, pero a veces
anhelaba que se apoyase más en él.
Hugo le besó la palma de la mano, los
dedos, la muñeca y el brazo. Le sujetó el
cuello por detrás y la besó
apasionadamente hasta que escuchó un
jadeo.
–Te he dicho que ya estoy. – Se quejó ella,
desconcertada. – Será mejor que lo
hagamos en otro sitio…
–¿Me vas a dar mi premio?
Lucia se puso nerviosa ante la mención de
un premio.
–¿Lo has… visto?
–Sí, y ya te lo había dicho: tienes un
marido rico.
–Bueno, eso no significa que una fortuna
deje de serlo.
–Dejando de lado tonterías. ¿Qué me vas a
dar de premio?
–¡Qué premio ni qué premias! – Protestó
ella.
Pero, en realidad, que Hugo sólo se
centrase en conseguir su premio disminuyó
la importancia del dinero que había gastado
en un capricho para ella.
–¿Qué quieres?
Hugo no respondió. Se limitó a admirar su
cuerpo desnudo dejando entrever su deseo
en sus ojos escarlatas.
–¡Qué haces! – Chilló Lucia.
Él ladeó la cabeza fingiendo inocencia y le
besó los labios.
–Nos vamos a tener que bañar otra vez, así
ahorramos.
Lucia puso mala cara. Sus muslos y su
cuerpo reaccionaron al deseo de su esposo
como si la hubiera entrenado. Le miró
divirtiéndose por ponerla en un aprieto así
que, insatisfecha con la situación, Lucia se
cogió a los bordes de la bañera para
ayudarse a levantar el cuerpo, se acercó al
rostro de Hugo y le besó lentamente.
Entonces, se apartó para disfrutar de la
expresión confusa de su marido.
Le había incitado ella, ahora tendría que
apoquinar con las consecuencias.

.x.x.x
Parte IX
Después del baño se enzarzaron en sexo
salvaje hasta que Lucia se agotó. A pesar
de la cantidad de veces que había retozado
con él, su cuerpo no conseguía
acostumbrarse del todo. Hugo se la había
colocado encima para disfrutar de su calor.
Le acarició el trasero tan suave como el
algodón sin que su esposa opusiera
resistencia.
–La coronación será dentro de un mes.
–Es… más tarde de lo que me esperaba.
¿Tanto suele tardar?
Lucia no recordaba del todo cuánto había
tardado a llevarse a cabo la coronación en
su sueño, el mundo exterior había
cambiado radicalmente, pero los muros del
palacio donde residía no se habían visto
alterados en lo más mínimo.
–Hay que seguir unas costumbres
estúpidas.
Lo virtuoso para el nuevo rey era esperar a
que los nobles pasaran por una ceremonia
en la que rogaban la coronación del nuevo
monarca. El heredero debía rechazar la
petición tres veces y sólo la cuarta vez
estaba bien visto aceptar los deseos de sus
súbditos.
–Si es dentro de un mes ya se habrá
acabado el verano, así que el vestido que he
comprado…
–Ya habrá ocasiones para que te lo pongas.
Pronto te empezarán a llover invitaciones
para fiestas. – Dijo claramente soñoliento.
Lucia intentó luchar contra el sueño.
–¿Invitaciones? ¿Las fiestas no están
prohibidas?
–Oficialmente, sí. Pero las que no son
formales no pasa nada. Cada día hay fiestas
de té.
–Fiestas de té…
–No hace falta que atiendas a ninguna
actividad social hasta la coronación si no
quieres.
–¿…De veras?
–Claro.
–¿No se correrá el rumor de que tengo
alguna enfermedad mortal si no voy? –
Hugo soltó una risotada. – No creo que sea
bueno para ti.
–No hay nada en el mundo que me
preocupe. – “Excepto tú”, añadió para sus
adentros.
Lucia reflexionó. No podía seguir
escondiéndose del mundo y tampoco le
asustaban las miradas inquisitivas y la
atención de los demás. Su sueño y su
experiencia en el norte la habían ayudando
a crecer. No era ninguna jovencita asustada
a las puertas de su debut social.
–Será mejor que vaya a una fiesta de té la
primera vez para ver cómo van las cosas.
¿Cuán diferentes serían las fiestas del té allí
en la Capital? En sus sueños sólo había
asistidos a bailes por insistencia del Conde
Matin, por lo que jamás había tenido la
oportunidad de ir a muchas más de las
necesarias para que siguieran invitándola.
Por eso mismo había podido sobrellevar los
nervios de las fiestas en el Norte.
–Pero, el vestido…
–Deja el tema. Si lo devuelves, los rumores
van a volar. Dirán cosas como que me voy
a arruinar o algo así.
Lucia se rió a carcajadas.
–La diseñadora me ha dicho que fuiste a su
tienda en persona a hablar con ella. – Este
había sido el principal motivo por el que
había bajado la guardia con Antoine. Saber
que Hugo había ido hasta una tienda que no
iba para nada con su personalidad la había
emocionado. – ¿Por qué?
–¿Necesito un motivo?
–Si no me lo dices, pensaré yo en uno.
–¿…Cuál?
–Pues que lo has hecho porque te daba
miedo que deshonrase el nombre de la
familia con mi apariencia.
–No, eso me da igual. – Hugo se percató de
lo poco ventajoso que era que su esposa
pensase lo que a ella le diera la gana.
–¿Pues, entonces?
–¿De verdad tiene que haber un motivo? Te
lo quería comprar. ¿No puedo?
–Sí, claro. – Contestó ella risueña.
–A veces, – Hugo suspiró. – me da la
sensación de que nos vendría bien un
intérprete cuando hablamos. ¿Por qué será?
–No sé. Yo no lo creo, ¿por qué será? –
Lucia soltó una risita y él puso mala cara. –
No lo hagas demasiado a menudo.
–¿Qué?
Lucia no respondió, no le dijo que no
quería malinterpretar la situación y pensar
que la quería más de lo que ella creía. Hugo
pensó que se había quedado dormida y no
dijo nada más.

* * * * *

Al cabo de unos días empezaron a llegar


invitaciones tal y como había predicho
Hugo. Lucia todavía no había debutado en
sociedad, así que como ninguna de esas
reuniones era oficial, ninguna contaría
como hacerlo. Su debut sería la coronación,
pero asistir a alguna fiesta la ayudaría a
establecerse. La joven repaso cada una de
las invitaciones con cautela para escoger
una descartando las que contaban con
demasiados invitados. Hizo uso de su
buena memoria y eligió sólo a las personas
que conocía de nombre hasta que, al final
con la ayuda de Jerome, se decantó por la
Condesa Jordan. A la Condesa se la
conocía por organizar encuentros selectos e
íntimos, por lo que en su sueño ella no
había podido acudir a ninguna de sus
fiestas.
–Prefiere hablar con su gente cercana y las
nobles con las que se codea también
prefieren actividades tranquilas. – La
informó su fiel mayordomo. – Creo que mi
señora estará a gusto.
Quedaba una semana para la fiesta y Lucia
respondió con una carta a la Condesa
haciéndola saber de su decisión.

* * * * *

Kwiz no cabía en sí de la emoción por la


coronación. Trabajaba de la noche al alba y
se imaginaba como soberano del reino.
Reunía a sus súbditos fieles y consideraba
las opiniones de los ministros además de
organizar banquetes para estrechar lazos
con los nobles. Y entre todas las personas
con las que se relacionaba, Hugo era la
figura a la que no pensaba soltar ni pública
ni privadamente.
–Me he enterado de que la duquesa ya está
en la Capital. – Kwiz solía comer con Hugo
cuando estaba libre. – ¿Cuándo ha llegado?
–Hace unos días.
–Oh. ¿Y por qué me he tenido que enterar
por otra persona? ¿No nos vemos lo
suficiente?
–¿Tengo que informar a Su Majestad de lo
que haga con mi esposa?
Aunque todavía estaba rechazando el
ascender al trono tal y como marcaba la
tradición, a Kwiz ya le trataban como a un
rey.
–Además de tu esposa, es mi hermana.
Podría venir algún día. Lo suyo es que la
conozca.
–Es mi esposa antes que tu hermana, se la
debe tratar como a la duquesa que es. –
Hugo le rechazó con suma sutileza.
Kwiz era un político terriblemente experto.
Un maestro en fingir sinceridad, mentir y
esconder verdades. Bajo ningún concepto
iba a permitir que su inocente esposa
entrase en contacto con semejante hombre.
No confiaba en él del todo y había dejado
claro que su lealtad duraría hasta que el
otro le traicionase.
Kwiz conocía lo suficiente a Hugo y
entendía la naturaleza de su relación: era
una alianza, no un yugo o una
subordinación. Y precisamente porque las
defensas de su muy estimado duque no
flaqueaban jamás, se le había ocurrido
ganarse a la duquesa. Hugo adivinó sus
intenciones y a sabiendas de lo sola que se
sentía su esposa en el tema familiar – cada
vez que mencionaba a su madre se le
cristalizaban los ojos y hacía poco que
había perdido a su padre – creía que Kwiz
podría hacerla vacilar de utilizar el afecto
como arma. Una relación así estaba
destinada a la explotación, como el difunto
duque había hecho con él. Los poderosos
no mantenían relaciones sinceras, esa era la
fría realidad.
–Qué malo eres. ¿Qué vas a haer esta
tarde? Me gustaría comentarte un par de
cosas.
–Si no corre prisa, prefiero hacerlo a la
próxima. Ya te he dicho varias veces que
hoy me voy pronto.
En casa le esperaba una montaña de trabajo
del Norte que no podría seguir ignorando
mucho tiempo.
–¿Oh, sí? – Kwiz apretó los labios con
fingida inocencia. – ¿Y si nos vamos de
compa mañana?
–Mañana pasado puedo.
–Mañana pasado, ¿eh? Me sirve. ¿Mi
queridísimo duque tiene unos días de la
semana específicamente reservados para
beber?
En efecto, Hugo contaba los días que la
doctora le había pedido que dejase
descansar a Lucia y organizaba sus horarios
a partir de ellos.

Hugo se encontró con Beth, la reina, que


iba acompañada de David cuando se
marchaba. Hugo intercambió un saludo
breve con la intención de continuar con su
camino, pero la reina le habló:
–Cuánto tiempo, señor duque. ¿Ha ido a
ver a Su Majestad?
–Sí. Cuánto tiempo, Su Alteza.
–Se habla mucho de la duquesa, más que
de la Coronación incluso.
–Son habladurías sin importancia.
–No todos los rumores carecen de
importancia. Me encantaría conocerla antes
de que empiece a salir en sociedad.
Organizaré una comida y le enviaré una
invitación antes de que acabe el día, espero
que tu señora no la rechace.
Una invitación de parte del rey podía
rechazarse sin mucho problema, después de
todo, era su hermana. Sin embargo, si era la
reina quien invitaba a su mujer era otro
cantar: la reina le pedía que asistiese como
duquesa, no como individua.
–Creo que mi esposa estará encantada de
unirse a vos, señora. – Contestó Hugo antes
de retirarse sin mucha demora.
Cuando se nombró príncipe heredero a
Kwiz, muchos nobles y hombres de poder
se acercaron a Beth con la esperanza de
estrechar lazos con el futuro monarca del
país sin preocuparse por el recato. El duque
de Taran, en cambio, no se dirigió a ella en
privado ni una sola vez, de hecho, sólo
hablaba con su marido. Sí, el duque era un
hombre muy seguro de sí mismo y muy
arrogante. La joven reina no sabía nada de
batallas políticas y tampoco conseguía
comprender cómo a su marido no le
molestaban los aires de superioridad de
aquel hombre. No obstante, cuando le
preguntó a Kwiz, éste dejó bien claro que
nada bueno conseguirían de provocarle.
Beth había nacido en una familia de duques
con buenos antecedentes, tenía tres hijos, el
trono asegurado y, aunque su marido no era
demasiado noble o puro, le respetaba. Su
única preocupación ahora mismo era su
hermano pequeño, David.
–¿Por qué eres tan educado con el duque de
Taran? – Le criticó.
–Es que…
–Está al mismo nivel que tu padre, ¿por
qué eres tan prudente con él? – Le regañó.
David mostró su malestar en la cara y Beth
suspiró.
–He intentado llevarme bien con él, pero es
un imbécil.
–Llamar imbécil al duque es desorbitado.
El duque puede ser tan grosero contigo
como le plazca.
–¡Hermana!
–No me obligues a repetirme. Cuida la
lengua. Ya no eres un niño. – Dicho esto,
Beth se dio la vuelta como si nada.
David cerró los puños. Allá donde iba sólo
oía halagos para el duque. Él era el
consejero más joven del rey y el hermano
de la reina, su sobrino sería rey algún día.
Lo suyo era que Kwiz confiase en él más
que en nadie y, sin embargo, depositaba
toda su fe en el duque de Taran. ¿Qué le
faltaba? David hervía de rabia.

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Parte X

Hugo estaba de buen humor porque aquella


noche iban a cenar y podrían dar un paseo
juntos. Desde que se habían asentado en la
Capital raramente había tiempo para
disfrutar de la compañía del otro de esta
manera. Todavía le esperaba trabajo del
Norte en casa, pero seguía yéndose a casa y
con eso ya se contentaba. Y su humor
hubiese seguido siendo tan bueno si no se
hubiese encontrado con cierta persona.
Sofia se le quedó mirando con los ojos
desorbitados. Era una molestia, no quería
que volvieran a interrumpirle su vuelta a
casa.
–Cuánto tiempo, mi señor. ¿Cómo ha
estado? – Hugo detuvo sus pasos, no quería
ignorarla en público. – Felicidades por su
matrimonio.
–Lo mismo digo. He oído que ahora eres
una Condesa.
Sofia se había casado con el conde Alvin,
un mercader rico bastante importante en el
campo económico.
–…Sí, gracias… por felicitarme. He venido
a ver a Su Alteza, la reina.
Hugo no prestó atención a lo que fuera que
le estuviera contando, lo único que le
interesaba era volver a casa.
Sofia estaba tan hermosa como siempre,
costaba apartar la vista de ella. Sus muchos
admiradores no habían disminuido ni
casándose, pero su belleza no atraía a
Hugo. Todo lo que le bailaba por la cabeza
era su esposa y cuánto más hablaba con esa
mujer, más echaba de menos a Lucia.
Sofia siempre había pensado que tal vez
existía la posibilidad de que si volvían a
encontrarse los recuerdos de su aventura
conmoverían a Hugo, pero su mirada gélida
la dejó patidifusa. Su actitud era clara, sin
rastro de vacilo y se percató que ella era la
única incapaz de olvidarle y sufriendo
tantas noches en vela.
–Bueno, me voy.
Sofia, desesperada de que esta interacción
fuese a significar el final de verdad, le
cogió el brazo para detenerle.
Hugo no se molestó en ocultar su disgustó
y ella le soltó.
–¿Sois… feliz?
Hugo frunció el ceño, pero no contestó.
¿Tan molesta era su pregunta?, pensó Sofia
con las mejillas ardiendo. Se secó las
lágrimas con un pañuelo y, cuando volvió a
alzar la vista, Hugo ya se alejaba sin
dedicarle una sola palabra de consuelo. Tan
cruel como siempre. ¿Por qué no la había
elegido a ella? Después de enterarse de las
noticias de la boda del duque, Sofia aceptó
la propuesta del conde Alvin en medio del
caos y la desesperación. Quería olvidarlo
todo y el matrimonio se le antojo una buena
vía de escape. Ahora vivía sus días
colmada de lujos, pero con el corazón
vacío.
* * * * *

–¡Una visita a palacio! ¡Déjeme ayudarla! –


Exclamó Antoine cuando se enteró de las
noticias mientras daba los últimos toques a
uno de los vestidos.
–No hace falta.
El duque la había visitado para proponerle
un contrato doble: el beneficio iba a ser
enorme. Cada vez que Lucia necesitaba
algo echaba a todos los que no tenían
reserva. Su objetivo era convertirse en la
diseñadora exclusiva del duque.
–¡Su primera visita a palacio sólo ocurre
una vez en la vida! ¡Es especial!
La pasión de Antoine la desarmó por
completo y cedió. No sería su primera
visita, Lucia había vivido en palacio
durante años. No obstante, Antoine se
presentó en su mansión bien temprano y
bien cargada.
–Creo que algo elegante es lo mejor para ir
a conocer a la reina. Como usted es muy
joven puedo jugar con eso y vestirla con
algo que dejé una impresión fresca, no
como la de una mujer casada.
La diseñadora dejó volar su imaginación y
se decantó por un vestido violeta decorado
con perlas diminutas en la cintura que
enfatizaban la cintura de Lucia. Las
mangas eran transparentes y el cuello no
era especialmente revelador. Para que se le
viera bien el cuello, le ató el cabello en un
moño y le dio el toque final con una
horquilla de diamantes y el maquillaje.

* * * * *

El carruaje paró ante las puertas de palacio.


Allí, otro carruaje imperial la recogió y la
acompañó hasta dentro de los muros.
–Bienvenida, duquesa.
–Gracias por invitarme, Su Alteza.
Aquella cariñosa bienvenida la sorprendió.
En su sueño nunca había conseguido
entablar conversación con Beth y dudaba
haber captado su atención en ningún
momento. Estar allí al mismo nivel que la
reina era impensable.
Beth no se había creído ninguno de los
rumores sobre la incomparable belleza que
se había casado con el duque después de
ver el rostro del difunto rey. No obstante,
Katherine era la más hermosa del reino y su
madre también había sido la mujer que
había gozado del favor del difunto rey
durante más tiempo. Por desgracia, la
mayoría de descendientes del antiguo
monarca habían salido a él. La duquesa que
se presentó ante ella no poseía el tipo de
belleza al que estaba acostumbrada. Sus
ojos la atraían y era encantadora. No era
especialmente baja y de figura esvelta. No
era la belleza del siglo, pero tampoco
descartaba el rumor del todo.
Las dos mujeres se sentaron una delante de
la otra en el sofá mientras esperaban a que
les sirvieran la comida.
–Me alegra tenerte aquí. Tenía ganas de
conocerte.
–Es un honor. – Lucia se ruborizó
levemente al pensar que Beth debía estar al
corriente del absurdo rumor que corría
sobre ella.
–Estás muy tranquila. A tu edad yo me
pasaba el rato temblando sin saber qué
decir. – Comentó Beth sorprendida por la
corta edad de la duquesa.
–Me halaga.
–Y tampoco hablas mucho, como tu
marido. El duque de Taran es un hombre de
pocas palabras.
–Lo siento, no se me da bien hablar.
–No me molesta. Estar con alguien así
después de pasarme tanto rato con gente
tan habladora es relajante.
Lucia era la única invitada a la comida de
la reina y el ambiente era agradable, la
comida rica y la conversación llevadera.
–Dicen que el duque te compró muchísimas
joyas hace poco.
La tienda que el duque había asaltado con
su dinero utilizó lo ocurrido como anuncio.
El impacto fue tal que las ventas crecieron
como la espuma.
–Es una exageración, mi señora. – Contestó
Lucia, sonrojada.
–Bueno, un rumor sin fundamento, no llega
muy lejos. ¿Cuándo me vas a invitar a tu
mansión? Me gustaría ver las joyas.
–Me abruma, señora.
¡Qué novedoso! La mayoría de gente con la
que Beth se codeaba sólo susurraban
cumplidos a sus oídos y palabras de miel
que creían que le gustaría escuchar. La
pureza de esta duquesa le encantó y se
interesó por su vida privada. ¿Una mujer
así era capaz de mantener conversaciones
con ese duque? Delante de su marido,
seguramente, sólo temblaba, ¿no? ¿Su
relación era buena? ¿Cómo podía el duque,
con semejante historial, contentarse con
sólo su esposa?
–¿Te importaría venir a verme de vez en
cuando? Estar aquí encerrada a veces es
insoportable.
–Cuando usted me dé la gracia de
invitarme, mi señora.
Beth pensó en Katherine que era como una
rosa y se regodeaba de lujos y gastos
innecesarios. No era una niña maliciosa,
pero no era considerada y hablaba sin
pensar en los demás. En comparación, la
duquesa era dulce y modesta y hablaba con
suma prudencia.
–¿Qué te parece si nos tomamos un té en el
palacio Rosa? – Sugirió Beth. – Todas las
rosas han florecido. Sé que solías vivir allí,
debes conocer lo bonito que es todo
aquello.
–No las vi florecer cuando estuve. Me
encantaría aceptar su propuesta y verlo por
primera vez, Su Alteza.
–¿Sí? Me alegro.

* * * * *

Como siempre, el rey y el duque se


hallaban en plena conversación después de
comer cuando el secretario entró en la sala.
–Su Alteza, pido permiso para informar al
duque sobre algo que me ha preguntado.
Kwiz había visto a Hugo hablar con el
secretario antes de comer.
–Adelante.
–Gracias. La duquesa ha ido al palacio
Rosa después de comer con Su Majestad, la
reina.
–Ah, sí. Ya me habían dicho que vendría.
¿Querías saber si había venido? Qué raro.
Hugo dejó la taza de té en la mesa y se
levantó de su asiento.
–Ahora vuelvo.
–¿Dónde vas?
–A ver a mi mujer aprovechando que
estamos en el mismo sitio.
¿Desde cuándo un palacio podía describirse
con algo tan inverosímil como “sitio”?
Kwiz reflexionó sobre ello.
–Quiero una explicación. ¿Tienes que
decirle algo urgente? Puedes hacer que se
lo diga el secretario.
–No, pero si tuviera que hacerlo, ¿por qué
iba a enviar al secretario? Las cosas se
hablan a la cara.
El duque estaba hablando en el mismo
idioma, pero Kwiz no lo acababa de
entender. Comprendía el concepto que
trataba de transmitir, pero no sus
intenciones.
Hugo no quería perder ni un minuto más,
tenía una reunión a la que asistir y sólo
podría verla un momento.
–Llegaré a tiempo a la reunión. – Dicho
esto, salió a toda prisa de la habitación sin
que nada se interpusiera en su camino.
Kwiz pensó en silencio unos instantes antes
de preguntarle a su ayudante:
–¿Qué te parece? ¿Qué opinas de esto?
–…Pues que… el duque echa de menos a la
duquesa y ha ido a verla.
–Ya, eso pensaba. – Kwiz sabía la
situación, pero no la entendía.
¿Por qué echaría de menos a alguien que ve
cada día? Llevaban casados más de un año,
la pasión debería haberse esfumado ya. Tal
vez había gato encerrado.
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Parte XI

David se cansó de esperar de brazos


cruzados a que su hermana acabase de
atender a su invitada y decidió ir a buscarla
al palacio Rosa. La regañina de su hermana
en su última visita le había ofendido, pero
no quería estar a malas con ella. Beth era
una de las pocas personas con las que
David no debía competir. El único que
saldría escaldado de no tener una buena
relación con la futura reina y madre del
futuro heredero sería él. Confiaba en que
llegaría el día en que su hermana dejaría de
tratarle como a un niño pequeño y que
conseguiría una buena posición como
confidente del rey. Previsor, había
empezado a reunir toda una serie de
jóvenes talentos que contribuirían a su
buena labor.
El palacio Rosa pasaría a pertenecer a Beth
tras la coronación. David se había enterado
que allí había estado viviendo una de las
princesas la que, además, había terminado
casándose con el duque de Taran.
¡Semejante era la influencia de los Taran
que podían casarse con una princesa! Pero
David menospreciaba todo aquello
relacionado con ese duque incluida su
esposa. A sus ojos no era más que otra
bastarda que el difunto rey había traído al
mundo como tantos otros.
Ensimismado como iba en sus
pensamientos, se equivocó de camino y
tuvo que recular. Y entonces, una ráfaga de
brisa veraniega arrojó pétalos sobre David
que estrechó los ojos y se protegió el rostro
con las manos. Entonces, descubrió un
sombrero a sus pies ricamente decorado
con un lazo, sin duda, pertenecía a alguna
noble. El joven se agachó, recogió el
sombrero, se irguió y… se quedó de piedra.
Una deslumbrante joven corrió en su
dirección bañada por los rayos del sol que
parecían traspasar su piel translúcida. Sus
labios rojos destacaban como pétalos de
rosas en viva coloración. Las vistas del
jardín, la fragancia de las flores, la luz del
sol y la suave brisa parecían hechos para
aquella mujer y David se enamoró a
primera vista.
Con el sombrero en mano y el corazón a
mil se acercó a la muchacha que sería su
primer amor olvidado por completo el
rostro de la prometida a la que no había
conocido todavía y a la criada que
acompañaba a la joven desconocida.
–Un sombrero con el corazón de una joven
doncella ha caído en mis pies. Mucho a mi
pesar debo devolver el sombrero, pero,
¿puedo quedarme el corazón? – Dijo
deteniéndose a un paso de ella.
Lucia aceptó el sombrero y ladeo
ligeramente la cabeza con una risita.
¿Cómo alguien podía decir algo así sin
sonrojarse siquiera? Era la primera vez que
alguien le tiraba los tejos tan directamente.
La reina le había concedido permiso para
pasear por el hermosísimo jardín de flores
cuando, de repente, una ráfaga le había
robado el sombrero. Aliviada por tener a
dos sirvientas con ella, se dirigió al
desconocido siempre con el consejo de
Jerome de no acercarse a ningún hombre
sin acompañante.
–Muchas gracias. – La situación era tan
bizarra que tuvo que reír.
–Hasta su voz es hermosa. – David creyó
que le estaba sonriendo a él. – Soy David
Ramis, Duque de Ramis. – Se presentó.
Lucia recordó un par de cosas de su sueño:
era el varón más mayor de los Ramis. Le
reconoció de un par de fiestas y sabía que
su estatus no era inferior al de su marido.
De hecho, en las contadas ocasiones en las
que el duque de Taran y el de Ramis habían
coincidido en un acontecimiento social, el
público parecía dividirse en dos.
David no le cayó en gracia. La arrogancia
del duque de Taran surgía de su seguridad
sin que le importasen las opiniones de los
demás, sin embargo, este muchacho fingía
ser buena persona, pero su arrogancia nacía
de la intención de pisotear al resto. Era
como si llevase una máscara. En un baile
en el que había coincidido en su sueño
recordaba haber escuchado entre el bullicio
de gente algo sobre las intenciones del
duque de Ramis. Poco después de
divorciarse del Conde Matin y trabajar con
criada, Lucia se enteró de que David había
asumido el control de su familia, había
intentado rebelarse y había perdido su
ducado.
–Por un momento he creído que las rosas se
habían convertido en una persona.
Lucia volvió en sí. Quizás se estaba
portando de esa forma con ella porque
sabía quién era.
–Exagera.
–Para nada. Jamás había visto una belleza
similar. ¿Podría concederme la gracia de
saber su nombre? – Que no supiera su
identidad alivió las dudas de Lucia. – No
voy a precipitarme, mi señora. – Aseguró
David, incomodado por el silencio de la
joven. – ¿Le gustaría dar un paseo
conmigo? Me encantaría conocerla mejor
entre las rosas.
David era un hombre directo que no
vacilaba en confesarse a las mujeres que le
entraban por el ojo. Por desgracia, su
pasión aparecía con la misma razón que se
esfumaba. Ninguna mujer le había
rechazado hasta el momento. Prefería una
belleza elegante y pura, y Lucia coincidía a
la perfección con sus gustos. Tan absorbido
estaba el joven Romeo con su amorío que
no se percató de la otra presencia que
observaba la escena desde detrás de Lucia.

Beth se encontró a su hermano intentando


ligar con la duquesa que parecía desear que
se la tragase la tierra. Era tan bochornoso
que se sonrojó, nunca había visto a su
hermano seducir a una mujer.
Poco después de que la duquesa se retirase,
Beth ordenó a las criadas que preparasen
unos aperitivos cuando el duque de Taran
apareció preguntando por su esposa. Como
parecía haber una sensación de urgencia en
su voz, decidió acompañarle a buscarla por
el jardín y allí se encontraron con una
escena, ciertamente, indeseable. Beth miró
de soslayo al hombre que estaba parado a
su lado, ese hombre normalmente tan
inexpresivo y frío. No notó nada peculiar
en su expresión. La futura reina no podía
ni llegar a imaginarse que Hugo estaba
tramando el asesinato de su hermano
mentalmente.
Aquel desgraciado había osado acercarse a
su esposa y todo lo que tenía en la cabeza
era una docena de maneras de matarle.
Hasta escasos instantes antes había gozado
de buen humor porque Lucia estaba en el
palacio y podía verla. De hecho, había
corrido a su encuentro en un intento de
sorprenderla. No obstante, la escena que
estaba presenciando en ese momento le
heló la sangre. Una mosca se estaba
atreviendo a revolotear alrededor de la más
hermosa de las flores. La flor que había
guardado con recelo estaba a vista de todos.
¿Por qué era tan bella? Con que él supiera
lo hermosísima que era ya debía ser
suficiente. Aquel bastardo estaba tentando
a la suerte y colgando de un hilo muy fino.
Hugo ocultó sus emociones bajo un manto
de inexpresividad, pero por dentro le hervía
la sangre y estaba a punto de explotar.
Inspiró en un intento de tranquilizarse y se
serenó para no asesinar al cuñado del rey.
Parecía estar funcionando hasta que el muy
imbécil le preguntó a su mujer si le
apetecía dar un paseo con él.

¿Cómo rechazar la persistente invitación de


David? En el Norte, Kate le había
explicado la mejor manera de ignorar los
avances de un hombre sin herir su orgullo,
pero no había prestado atención. Por
desgracia, no había creído que le fuera
llegar a ocurrir a ella.
–Tiene otros planes.
Lucia abrió los ojos como platos al
escuchar aquella voz que le producía
mariposas en el estómago. Hugo le rodeó la
cintura con un brazo y se la acercó.
–¿Qué haces-…? – Balbuceó ella, perpleja.
Hugo la estrechó con más fuerza.
–¿Qué necesitas de mi esposa?
David se quedó patidifuso por la aparición
del duque, cómo abrazaba a la muchacha
como si nada y sus paabras.
–¿Es-…? ¿Esposa? Entonces, es la…
¿Duquesa?
La mujer que tenía su corazón bajo su yugo
estaba casada. David miró a Lucia con
incredulidad. Verla tan cómoda en los
brazos de otro hombre le sorprendió, no
podía apartar la vista.
Hugo frunció el ceño. ¡¿Por qué no le
quitaba los ojos de encima?! Quería
gritarle, pero se contuvo.
–Señor Ramis. – Le llamó. David le miró. –
No vuelva a acercarse a mi mujer de esta
manera nunca más. – Le advirtió.
Los ojos de Hugo eran crueles, aterradores
y rebosaban repugnancia. David se
molestó.
–Mi buen duque, está siendo demasiado
duro. Sólo conversábamos. Además, el
matrimonio no significa que la mujer pasa
a ser propiedad de otro.
Todo lo que Hugo escuchó fue que ese
bastardo pensaba volver a flirtear con su
esposa a la que se diera la ocasión. ¿Tantas
ganas tenía de morir? ¿Y si lo mataba
ignorando toda consecuencia? Si no fuese
por la presencia de Lucia ya lo habría
hecho, pero el mayor de sus miedos era que
su amada mujer fuese testigo de un acto tan
sangriento.
David nunca se le había antojado alguien
digno de su prudencia o atención, apenas
era un cachorro ignorante que no valía la
pena marcar. No obstante, este
acontecimiento cambió el curso de la
historia: debía acabar con él.
–Qué suerte tiene, señor Ramis. Debe ser
maravilloso contar con la seguridad de
poder morir al menos una vez y salir
airoso. – Amenazó Hugo con una mirada
que mataba.
–¿Disculpe…? – Preguntó David con
arrogancia.
Lo único que se leía en la expresión de
Hugo era sed de sangre. Era una expresión
que obligaba a recular hasta el más bravo
de los generales en batalla.
David empalideció y temblaba como una
hoja caduca. Hugo esgrimió una mueca
burlona, cogió a su esposa por la muñeca y
la arrastró por el jardín desapareciendo
detrás de una pared de rosas.
David se quedó allí: patidifuso, humillado
y avergonzado. ¿Por qué se había reducido
a semejante estado?
–¿Estás bien? – Beth se acercó a su
hermano y, a pesar de su desaprobación, se
preocupó por él.
–¡¿No le has oído, hermana?! ¡Me acaba de
amenazar!
–No te lo tomes tan en serio. – Respondió
ella con indiferencia.
La amenaza sólo iba dirigida a David, por
lo que Beth no sentía que fuera algo de
suma importancia.
–¿No decías que practicabas con la espada
cada día? No vendremos de una familia
guerrera, pero algo sabemos.
–¡No es un juego! ¿Cómo se ha atrevido a
amenazarme de esta manera? ¡¿Lo has
visto?!
¿Qué amenaza? El comportamiento
narcisista del blandengue de su hermano le
disgustaba. David se creía el ombligo del
mundo y se ahogaba en un vaso de agua,
aunque se tratase del asunto más
insignificante del mundo.
–El que ha hecho mal has sido tú. ¿Cómo
has podido intentar ligar con la duquesa?
–¡¿Y yo qué sabía?!
–Bueno, levántate de una vez. – Beth
frunció el ceño.
–¿De verdad es la duquesa? – David
rechinó los dientes. Tampoco le había
hecho gracia que le fallasen las piernas.
–Sí, hemos comido juntas. No vuelvas a ser
tan grosero nunca más.
David estaba descorazonado. Estaba
convencido que era la mujer de sus sueños.
–¿Por qué no me habías dicho que había
una belleza como ella por aquí? Tendrías
que haberlo sabido, es una princesa.
–Qué tonterías sueltas por esa bocaza tuya.
¿Ahora tengo que enterarme de cómo son
las princesas? – Beth ignoró las quejas de
su hermano. – Si no tienes nada más que
hacer, vete a casa. Me voy a atender a mi
invitada.
–¿Hablas de la duquesa?
–Tú las amenazas no las llevas bien,
¿verdad? – Chasqueó la lengua. – Vete ya a
casa. Déjate de tonterías.
–¿En serio? No me lo puedo creer. ¿Ahora
las mujeres casadas no pueden hablar con
nadie?
Flirtear con una mujer delante de su esposo
era, por supuesto, considerado de mal gusto
y suficiente motivo como para enzarzarse
en un duelo. No obstante, la nobleza de
Xenon era liberal. Que tu pareja tuviese
algún que otro amante no solía conllevar el
divorcio. Se toleraban los bastardos y las
confesiones amorosas no ni siquiera
material de cotilleo.
El duque había exhibido un
comportamiento impropio. ¿Quién
controlaba tanto a su esposa?
Beth seguía sorprendida. La reacción de
Hugo había sido excesiva. Su agresividad
había sido fruto de los celos. Y los celos
era la última palabra que uno relacionaría
con el duque de Taran.

.x.x.x
Parte XII

Lucia apenas conseguía correr detrás de su


marido que recorrió el jardín a zancadas
enormes sin soltarle la muñeca.
–¿Ha pasado algo, Hugh? ¿Por qué estás
tan-…?
Antes de que ella pudiese terminar la frase
con “molesto”, él detuvo sus pasos y tiró de
ella para besarla en aquel lugar abierto a la
vista de cualquier que pasase por ahí.
Lucia intentó apartarle, alarmada, pero él le
sujetó la barbilla con todavía más firmeza.
La besó con dureza, exploró su boca y no la
dejó hasta dejarla sin aliento.
Apasionadamente, le lamió los labios con
el deseo en su mirar.
–Voy a despedir a tu diseñadora. – Anunció
sin dejar de besarle los labios.
–¿Qué?
–¿Quién te ha dejado salir tan guapa? ¡No
hacía falta acicalarse tanto!
El mismo hombre que había ido a buscar a
la diseñadora personalmente, se estaba
quejando de su trabajo. La terquedad de su
marido era totalmente irracional, pero le
gustó que la halagase, así que se limitó a
mirarle de soslayo. Era la primera vez que
se había sentido hermosa al mirarse en el
espejo y un hombre la había intentado
cortejar, por lo que su ego estaba más alto
que nunca.
–No, Antoine ha hecho muy buen trabajo.
Y tú mismo dijiste que mi atuendo refleja
el prestigio de la familia.
A Hugo no podía importarle menos el
prestigio de la familia, sólo había querido
comprarle un vestido. La idea de que su
esposa anduviese por ahí como ropa de
segunda mano le aborrecía, pero tampoco
quería que dejase a la vista todos sus
encantos. No dejaba de contradecirse.
–Además, la manera con la que te has ido
no ha sido de buena educación.
–¿Y eso importa en esta situación?
–¿Qué “situación”?
–Oh, pues no sé… ¡El tío ese que te estaba
cortejando, por ejemplo!
–¿…Perdona? – Lucia estalló en
carcajadas. – No es eso. – Verle tan
enfurruñado le hizo gracia. – Sólo me había
recogido el sombrero.
Lucia no era tan ingenua como para no
comprender la situación con David, pero
tampoco era necesario presumir de ello. No
quería que Hugo malentendiese que había
empañado el honor de los Taran con una
mala conducta.
–¿Cómo que no? Lo he oído todo. Ha
usado la forma más típica de tirarle los
tejos a una mujer.
–Supongo que tú entiendes más que yo. –
Lucia se lo miró pudibunda. Hugo cerró la
boca. La conversación había terminado en
aguas tempestuosas y como siempre
deseaba borrar sus antecedentes. – Aunque
fuera verdad que me estaba intentando
cortejar… Da igual, porque yo no estoy
interesada.
Hugo se serenó. La tranquilidad con la que
Lucia estaba asumiendo lo ocurrido le dejó
aliviado.
–¿Por qué te ha molestado tanto? No te
preocupes, no voy a corromper el honor de
la familia.
–…No ha sido por eso.
La expresión de Lucia era extraña. La
joven iba a reflexionar en sus palabras
cuando de repente recuperó la noción del
lugar y se percató que se hallaban en un
jardín de rosas amarillas. Hugo la había
arrastrado hasta allí sin pensarlo, sólo
quería alejarla de aquel necio y ahora
estaban en la peor localización posible. A
Hugo se le desencajó el rostro. Ni siquiera
le gustaba que Lucia fuese al Palacio Rosa.
Jerome había conseguido disuadir a Lucia
de plantar un jardín de rosas en el Norte
bajo la pretensa de que su esposo odiaba las
rosas en general y la expresión de Hugo se
lo demostró, así que decidió fingir
ignorancia y cambiar de tema.
–Su Alteza la reina está preparando unos
aperitivos. ¿Te apetece?
–¿…Tomar el té?
Hugo no tenía tiempo, la reunión
empezaría en cualquier momento, pero,
pensándolo bien, cabía la posibilidad de
que David hiciera acto de presencia y eso le
obligaba a asistir para proteger su posición.
–Pues sí me gustaría.
La pareja se echó a andar. Hugo estaba
harto de las rosas, deseaba salir de allí
cuánto antes. Jamás hubiera imaginado que
llegaría a sentir semejante aversión por
unas dichosas flores.
El pensar en el posible levantamiento de
David contra el régimen en el que
fracasaba y moría preocupaba a Lucia. ¿Y
si aquello afectaba negativamente a su
esposo? ¿Pero cómo podía explicárselo?
¿Le decía que lo había visto en sueños? No,
nadie se creería algo así. Su marido no
pasaba por alto a nadie y a juzgar por la
actitud que tenía hacia David tal vez
tampoco era necesario advertirle. Aun
así…
–Hugh, – llamó bajando la voz. – puede
que sean tonterías mías, pero… ¿Hay
alguna posibilidad de que los Ramis vayan
a cometer traición?
–¿…Traición?
Era una pregunta peligrosa que debía
hacerse con la más suma prudencia,
sobretodo entre los muros de palacio.
–Me he pasado… ¿verdad?
Si cualquier otra persona hubiese
preguntado lo mismo, Hugo la habría
ignorado y, seguramente, sospecharía de
las intenciones de ésta. No obstante, su
esposa no era así.
Hugo pensó en el duque de Ramis: un
anciano astuto que le había rendido
pleitesía incluso cuando era niño. Además,
Kwiz no era tan necio como para permitir
entrar a alguien en su círculo cercano sólo
por ser el padre de su mujer.
–Es el consejero del rey y su nieto será el
heredero. Nadie pondría en peligro un
privilegio semejante.
–No hablo de ahora mismo… Eh… O sea,
cuando el conde Ramis que hemos visto
antes sea el nuevo duque.
La situación cambiaría y Hugo no estaba
tan seguro de cómo se portaría ese bastardo
inmaduro. Quizás con la edad maduraría y
se convertiría en un político habilidoso,
aunque Hugo era sabedor de que el joven
estaba reuniendo a un grupo de hombres. Si
se alzase contra el régimen entonces…
Para evitar dejar en evidencia al rey o al
duque de Ramis no había perseguido o
investigado el asunto hasta el momento.
David era un muchacho ridículo al que
aborrecía, sin embargo, escuchar las
palabras de Lucia le ayudó a darse cuenta
de que tal vez se estaba confiando
demasiado. David era, después de todo, el
primogénito del duque de Ramis y su
heredero. Lo más cauto era poner a David
en su punto de mira.
–¿Por qué lo dices?
–No hace falta que me contestes. Es que la
forma como te ha mirado antes ha sido un
poco…
–¿Estás preocupada…? ¿Por mí?
–¿Hago mal?
–En absoluto. – Hugo le levantó la mano y
le besó el lomo. – Me alegra que te
preocupes por mí, pero no hace falta. Ya
me ocupo yo de todo.
Como siempre, su marido eximía seguridad
en sí mismo. Lucio río en silencio. Este
hombre superaría cualquier problema que
se antepusiera en su camino. Le gustaba la
sensación de protección tan cómoda y
agradable que ahuyentaba su ansiedad.
–Me he enterado de que le preguntaste al
mayordomo sobre lo de las rosas amarillas.
– A Hugo seguía molestándole el tema de
las rosas.
–Eso fue hace mucho. Me dijo que ya te
habías ocupado de ello. – Lucia sonrió e
intentó dejarlo correr. No quería seguir
hablando de las rosas amarillas durante
demasiado tiempo.
–La próxima vez, pregúntame este tipo de
cosas a mí, no al mayordomo.
–¿Qué es “este tipo de cosas”?
–Lo que sea que quieras saber.
–Te voy a molestar mucho.
–No.
En realidad, Hugo sólo quería que hablase
con él y no con otro hombre. Era un
capricho infantil que nunca se habría
planteado hasta el momento. De hecho,
nunca lo habría dicho de una manera tan
indirecta si no fuese por ella.
Lucia sonrió. Seguía la promesa de ser un
marido en quien podría confiar a raja tabla.
Sus esfuerzos estaban a la vista: cada noche
le recitaba su horario del día siguiente para
que ella pudiese saber dónde estaba, por
qué, hasta cuándo y con quién. Gracias a
ello sabía que no tendría tiempo o iba a
encontrarse con otra mujer y sólo eso la
dejaba tranquila.

A diferencia de lo que Hugo se temía,


David ya se había marchado. La reina y la
pareja disfrutaron del té en una de las
terracitas del palacio y, aunque Beth se
sentía serena, no podía evitar mirar de
soslayo al duque. Ni en sus sueños se había
atrevido a imaginar una situación como la
presente.
–¿Ya se ha solucionado la urgencia? – Beth
estaba totalmente segura de que el duque
había venido a ver a su esposa por algún
asunto urgente.
–Sí, discúlpeme por mis formas.
–No, gracias por soportar la grosería de mi
hermano. Le he regañado y le he obligado a
marcharse. – Beth demostró que estaba de
su parte, pero que no podía frenar a su
hermano.
David ya había dejado una mala impresión
en Hugo: en cuanto tuviese tiempo
ordenaría una investigación exhaustiva del
joven.
Lucia se lo miró extrañada. Todavía
ignoraba el motivo de su visita. Hugo le
contestó con una sonrisa y se lamió el labio
para recordarle el beso de antes. ¡Menudo
hombre este! Lo fulminó con la mirada,
pero Hugo se limitó a llevarse la taza de té
a los labios. Qué caradura.
–¿Tiene calor, duquesa? Está toda roja.
–¿Disculpe? Ah… no, estoy bien.
Una criada se acercó a la reina y le susurró
algo al oído. Beth indicó con un gesto que
la había oído y la ordenó retirarse,
entonces, miró al duque extrañada.
–Su Majestad me pregunta por qué no está
usted en la reunión todavía, duque.
–¿Tienes una reunión?
¿Cómo podía despreocuparse tanto de un
asunto importante? Lucia tuvo que tragarse
sus críticas y desaprobación porque estaban
en público.
–Será mejor que me vaya. – Hugo asintió
con la cabeza a modo de saludo y pidió que
le permitiera un momento con su esposa.
Beth asintió afirmativamente con la cabeza.
Eran una pareja, sí, pero su relación era
peculiar. La menuda duquesa no parecía
estar pasando por ningún mal trago y
cruzaban miradas cada pocos segundos.

Lucia siguió a su marido hasta salir de la


terraza. ¿Qué hacía perdiendo el tiempo allí
cuando el mismísimo rey reclamaba su
atención? Justo cuando iba a bombardearle
con preguntas acusatorias, Hugo la sujetó
por la cintura y la abrazó. Sobresaltada, la
joven se chocó contra su hombro y vio
perfectamente como el criado que había
venido a acompañar a Hugo se alejaba.
–¿Qué haces? ¡Que nos van a ver! – Musitó
ella empujándole.
–Hoy llegaré tarde.
–Lo sé, me lo dijiste ayer.
–¿Te vas a ir ya para casa?
–Sí, cuando acabe de hablar con la reina.
–No te duermas, quiero que acabemos lo
que hemos empezado antes.
–¡Hugh! – Rechistó ella.
Hugo le sujetó el mentón y la besó
apasionadamente. Las mejillas de su mujer
se tiñeron de un precioso rojo manzana, la
soltó y se alejó caminando como si nada
dejándola allí, con los puños cerrados y
furiosa.
–Mmm.
Lucia se dio la vuelta y se encontró con
Beth. ¿Cuánto habría visto? Lucia deseaba
que se la tragara la tierra.
Beth ya no sabía qué pensar. Los rumores
relataban el embrujo en el que había caído
el duque y lo bellísima que era la nueva
duquesa y la reina no podía esperar a
contárselo a su marido. Qué divertido iba a
ser verle la cara.

Capitulo 69 La Duquesa Vivian


El día de la fiesta se acercaba, así que
Jerome había recopilado toda la
información posible sobre la Condesa de
Jordan para Lucia.
La Condesa era una mujer de treinta y ocho
años, con dos hijos y cinco hijas. Su
primogénito acababa de debutar en
sociedad a la edad de quince y se sabía que
excepto la tercera hija, el resto eran todas
ilegítimas. Según la información del
mayordomo a la mujer le encantaba hablar
sobre jardinería y música.
Lucia se preguntó si investigar a los
asistentes era algo recurrente. En su sueño
jamás se le había proporcionado ni la más
remota pista sobre cómo encajar y sólo
acudía a las fiestas a la que le ordenaban
asistir.
Lo de las hijas bastardas era nuevo, todo lo
que recordaba de su sueño era que la
Condesa había sido una personalidad
importante de vastas conexiones y una gran
familia.

* * * * *

La Condesa de Jordan se hallaba en el ojo


de un huracán: la fiesta que en un principio
había organizado para diez personas, se
había convertido en un torbellino. Tantos
interesados le impidieron mantener el aforo
máximo a diez personas y su encuentro
para tomar el té se acabó convirtiendo en
una fiesta. La Condesa sólo organizaba
pequeños encuentros para charlar y tomar
el té, rara era la ocasión que se decidía a
montar algo más grande.
* * * * *

–¿Vas a ir a tomar el té? – Preguntó Hugo


cubriéndole el cuello y la espalda de besos
después de una ronda de sexo apasionado.
–Sí, mañana.
–Vas a volver agotada. – Hugo aborrecía
cualquier cambio sobre su mujer y continuó
bañándola con sus besos.
–No sabía que a la gente le llegaría a
interesar tanto. – Comentó sorprendida
Lucia. Ver hasta que nivel había cambiado
la magnitud del encuentro le hizo darse
cuenta de lo grande que era la posición de
duquesa y decidió enzarzarse de pleno con
la vida social de la alta sociedad para
honrar el orgullo de su marido.
Hugo soltó una risita y le mordió un
cachete. Ella gritó, molesta, pero a él no le
importó y se limitó a observar con orgullo
la marca que le había dejado.
–¿Por qué no rechazas la invitación y vas
otro día?
–No es cortés. Si lo hago empezarán a
llover malos rumores sobre mí.
Hugo se inclinó sobre ella y le susurró al
oído:
–Y entonces, pagarán el precio por abrir la
bocaza. – Aseguró totalmente convencido,
pero Lucia hizo caso omiso.
Para la joven los rumores no eran algo de
lo que pudiesen encargarse por la fuerza
bruta. Nunca había oído de nadie
intentando deshacerse de un cuchicheo por
ser malo y no creía que su esposo fuera a
ser el primero con semejante idea.
–No voy a rechazar la invitación. Si voy,
no pasará nada.
–…Qué cabezona eres.
Hugo le introduje el pene y se la colocó
debajo de él. El interior de ella, todavía
rebosante de fluidos de la anterior ronda, lo
envolvieron y se lo tragaron. Hugo le cogió
las manos y le sujetó la cintura.
–¿A qué hora acaba?
–Empieza de día… Ah… Antes… Ah… de
que caiga la noch-… Ah.
Cada vez que él entraba en ella le recorría
un escalofrío. La punta atacaba el sitio
idóneo sin parar y Lucia tuvo que aferrarse
a las sábanas mientras que el peso de su
marido encima de su propio cuerpo la
excitaban aún más.
–Si te cansas, vete cuando sea. Puedes
hacerlo con tu posición.
–¡Ah!
–Uff.
De repente, el interior de su esposa se
apretó tanto que tuvo que pararse a coger
aire. Ella alcanzó el clímax y sus paredes
convulsionaron y estrujaron su miembro
entre estremecimientos y temblores.
–Sólo me he movido un par de veces… ¿y
ya estás? – Hugo chasqueó la lengua.
–Mnnn…
–Como esto siga así tendré que hacérmelo
con las manos, cariño. – Hugo esbozó una
mueca divertida cuando notó el rojo de sus
orejas.
–¡E–Espera! – Exclamó Lucia cuando
Hugo volvió a cogerla por la cintura. –
Déjame… De… Descansar…
Hugo la penetró vigorosamente.
–¿Quieres ser la única que se divierta?
–Ah… Me… Molestas… ¡Ah! Cada día…
–Dilo bien: te satisfago cada día.
Hugo se agarró a sus caderas, le levantó el
trasero y la entró hasta el fondo. La
sensación fue electrizante, sus movimientos
cada vez más intensos y sus fluidos corrían
por los muslos de ella. El orgasmo continuó
intermitentemente, la atacó sin
misericordia.
–¡Ah! ¡Ah!
–…Vivian. – Hugo pronunció su nombre
con voz ronca.
–¡Ah…! ¡Despacio… Más despacio!
Hugo cogió aire y la conquistó
completamente. Su flor no dejó de mojarse
en ningún momento y su vagina
convulsionaba sin parar. Penetrarla le daba
una sensación euforia y, ante todo,
confirmaba que era suya. Una y otra vez.

* * * * *

Fabian apareció con mala cara, saludó a su


hermano y musitó sin ánimos:
–¿Y mi señor?
–No está…
–Me han dicho que se iba a palacio esta
tarde.
–No, la señora tiene una reunión para tomar
el té y ha ido a despedirse de ella. Espera,
que enseguida volverá.
–¿Qué? ¿Una qué? – Los ojos de Fabian
relucieron. – ¡¿Yo tengo que pasarme el día
corriendo y él se va a acompañar a su
mujer a una fiestecita?! ¡Estoy harto de
llegar y ver a mi mujer dormida! ¡Quiero
ver a mis hijos! – El trabajo de Fabian
aumentaba por momentos: investigar
rumores, a David…
–Supongo que estás ocupado. Al menos te
paga extra. – Jerome sabía que si no se le
recompensaba generosamente, Fabian no
trabajaría más.
El rostro de Fabian se ensombreció: ese era
precisamente el problema. Su paga
aumentaba proporcionalmente a sus horas
trabajabas y su esposa tarareaba encantada
pensando en lo bien que podrían educar a
los niños a su costa.
–¿Desde cuándo le importan los rumores?
–¿Las malas lenguas susurran algo? –
Jerome se puso serio.
–¡Los rumores de nuestro señor siempre
son malos! ¿Ha pasado algo por culpa de
los rumores? ¿Se han peleado o algo?
–En absoluto.
Jerome se sintió aliviado viendo que el
rumor no era sobre su señora. La relación
de sus amos era estupenda, incluso mejor
que en Roam. La mansión que hasta antes
de la boda siempre había parecido tan fría,
ahora con su señora rebosaba vida.
–Entonces, ¿por qué? Empiezo a perder el
respeto por Su Señoría.
Aunque Jerome era consciente que Fabian
sólo estaba exagerando el sentimiento fiel
que llevaba dentro salió a la luz.
–Será mejor que no cuestiones tu lealtad.
–…Qué cruel. ¿Pero eso del té no es para
mujeres?
–Te he dicho que ha ido a despedirse.
–¿Desde cuándo se acompaña a una mujer
a una fiesta de mujeres?
Desde nunca. Jerome se aclaró la garganta
en lugar de contestar y Fabian denunció
algo que ni él mismo se atrevía a decir.
–El señor ha cambiado.
Estaba a la vista que todo el trabajo extra
estaba relacionado con la señora. El duque
era un hombre egoísta, no miraba por el
interés de la familia, sólo por su propio
bien. En el caso en el que surgiese un
problema que involucrase a su familia, el
duque no se sacrificaría jamás y
abandonaría a su familia sin remordimiento
ninguno. Y, sin embargo, este mismo
hombre tenía a otra persona como el centro
de su vida.
Fabian era consciente que ahora tendría que
andarse con pies de plomo. El gatillo era
una mujer y dios sabe la incertidumbre que
acarrean estas criaturas. Ningún hombre
hechizado por una mujer había terminado
bien.
–Como siga así, acabará persiguiendo a su
mujer por ahí.
Jerome se dio cuenta de lo grosero que era
coincidir con su hermano, pero no pudo
evitarlo.

Mientras que Jerome reprochaba y


regañaba a su hermano por atreverse a
hacer comentarios tan fuera de lugar sobre
su señor, la pareja ducal llegó a la
residencia del Conde de Jordan. La entrada
estaba plagada de otros carruajes y mujeres
de alta cuna descendiendo de sus coches
listas para disfrutar de una agradable
reunión, pero el tiempo pareció detenerse
cuando vieron el carruaje del Duque de
Taran. Miradas curiosas avasallaron la
puerta y los murmullos llenaron el aire
cuando la persona que bajó primero no fue
la esperada duquesa, sino un hombre
moreno.
–Ese es el Duque de Taran, ¿no?
–Sí… ¿Qué hace aquí?
Una señorita estrechó la mano que llevaba
cubierta con un guante blanco y se la
ofreció a su marido dejándose ver y
luciendo un vestido color marfil y un chal
bordado con lacitos. La diferencia de figura
entre la pareja era tan aparente que la joven
daba una sensación frágil.
Para sorpresa de todas las asistentes, la
duquesa sonrió y le dedicó unas palabras
que no consiguieron escuchar a su esposo y
éste, inauditamente, le devolvió la sonrisa
con una tremendamente dulce. La actitud
del aterrador Duque de Taran con su esposa
estaba cargada de afecto: la ayudó a bajar
cogiéndole la mano, se dijeron algo más y
él le besó la mejilla. El hombre era la viva
imagen de un enamorado renuente a dejar a
su amada.
Al cabo de escasos instantes, el Duque se
subió al carruaje, pero no partió hasta que
la mujer se dio la vuelta y entró en la
mansión. Las nobles que habían sido
testigos de la escena se quedaron
pasmadas, pegadas al suelo, boquiabiertas.
–¿Qué es lo que ven mis ojos? No me digas
que… ¿Ha acompañado a la Duquesa hasta
aquí?
¿El infame Duque de Taran?
–…Eso parece. – Respondió alguien.
Era la primera vez que veían a un marido
acompañar a su esposa a una quedada para
tomar té. No es que hubiese alguna
tradición o norma que lo prohibiese, pero
no era común. Y mucho menos tratándose
del Duque de Taran.
Las nobles, de repente, apresuraron los
pasos para ver a la señorita que había
aparecido con su marido – la Duquesa era
mucho más importante que cuchichear –
excepto una: Sofia se estremeció, no podía
dar crédito a lo que acababa de ver.

.x.x.x
Parte II
Lo primero que hizo Lucia fue saludar a la
Condesa de Jordan.
–Gracias por invitarme, Condesa.
–Gracias a usted por venir. Es un gran
honor conocerla, Duquesa. Su belleza
supera con creces a lo que narran los
rumores.
La actitud de la Condesa era
extremadamente prudente. Sentía que la
Duquesa era alguien difícil de tratar y, en
absoluto, la típica jovencita de veinte años
que esperaba.
Lucia esbozó una sonrisa. Antoine había
hecho todo lo posible por ella desde bien
temprano. Según su modista la gracia de su
atuendo era la “elegancia” y “dignidad”.
Era su primera actividad social y la
comerciante le había aconsejado que
presionase a las nobles, dejar clara su
superioridad. Frente al espejo, después de
que la maquillaran, la joven había estado
practicando su expresión entre risas y,
verdaderamente, el resultado era
espectacular: la imagen que reflejaba su
espejo era la de una digna Duquesa
rebosante de gracia.
Iban a tomar el té en el amplio jardín de la
Condesa: había preparado sombrillas,
parasoles y un caminito para facilitar el
movimiento a sus invitadas. En cada una de
las mesas había espacio para cinco o seis
personas con la excepción de una para diez
en medio dónde había colocado a la
Duquesa y la Condesa se iba moviendo de
un lado para el otro para conversar con
todas las asistentes equitativamente. Las
criadas correteaban de un lado a otro y las
nobles empezaron a parlotear y presentarse.
–Me llamo Sofia Alvin, mi marido es el
Conde de Alvin.
Lucia se quedó parada unos instantes,
sorprendida por su habilidad de mantener la
compostura y porque en su sueño Sofia se
había acabado casando con un marqués, no
con el Conde Alvin. El futuro había
cambiado. Aunque era un hecho obvio:
Hugo debería seguir soltero y ella debería
seguir abandonada en el palacio, pero se
habían casado y el futuro avanzaba por
sendas desconocidas tanto para ellos como
para cualquier que tuviese la más mínima
conexión con ellos.
Lucia se encontró con Sofia, ahora
Condesa de Alvin, inesperadamente, pero
su corazón no vaciló. Había sido testigo de
la cruel ruptura de ella y su marido,
además, no había sido más que una de las
tantas mujeres de su pasado, no era algo de
lo que debiese preocuparse. Sin embargo,
era una situación peculiar. En la lista no
figuraba su nombre y la Condesa de Jordan
debía saber los rumores sobre ella y el
Duque. Estaban sentadas en la misma
mesa, que era de per se un tema delicado: si
no querías ver a alguien, no ibas; si
sentabas en la misma mesa a dos enemigos,
el desenlace podía ser trágico. Por eso
mismo cualquiera no era capaz de
organizar reuniones, quedadas o fiestas.
Las relaciones de la alta sociedad de la
Capital eran complejas y era necesario
comprenderlas.
Lucia se giró para mirar a la Condesa de
Jordan cuando Sofia se presentó. La
Condesa se estremeció y desvió la vista.
Lucia esbozó una mueca fría. Provocar
ciertas situaciones para entender la
personalidad de la gente no era una práctica
aislada en la alta sociedad. Si Lucia fuese
ignorante sobre la forma de proceder de los
nobles, ni siquiera se habría dado cuenta.
Era un ritual para la primera aparición de la
Duquesa en un ámbito social. Si Lucia
ignorase a Sofia o mostrase su disgusto, se
convertiría en la habladuría y el
espectáculo para el resto de invitadas. ¿Y
quién las culparía si Lucia se enterase de lo
ocurrido tiempo después? En su sueño,
cuando apareció como esposa del Conde de
Matin la taladraron con preguntas
bochornosas y quedó en evidencia. Una
debutante no sabría de los sutiles
problemas que representaba el sitio donde
te colocaban y, seguramente, la Condesa
estaba segura que ella no lo notaría. Lucia
se había tragado la fachada de la Condesa
de Jordan y había mostrado nada más que
buena fe incluso cuando le había
preguntado si no le importaba que fiesta
fuera a ser más grande de lo esperado.
Lucia había oído que la Condesa de Jordan
aborrecía las molestias. Probablemente sólo
había aceptado que la Condesa de Alvin
acudiese al encuentro para evitar
problemas, y después de todo, toda la
responsabilidad recaería sobre la misma
Condesa de Alvin si fingía no saber nada
sobre los rumores.
El Duque de Taran gozaba de mucho poder
político, pero no oficialmente; mientras que
el Conde de Alvin era conocido por ser un
gigante económico. El dinero siempre era
más estable que el poder. Había elegido su
bando y, aunque no le guardaría rencor, no
sería una amiga.
¿Cuál serían las intenciones de Sofia para
pedir ser invitada a una fiesta improvisada
y que la sentasen en la misma mesa que
ella? No había sido una sabia decisión. Si
Lucia llegase a guardar rencor, la
malparada sería la Condesa de Alvin.
–Tan hermosa como siempre, Condesa de
Alvin. Siempre había oído hablar de su
belleza y de… Bueno, doy por supuesto
que ustedes ya me entienden. – Lucia
mezcló a propósito las alabanzas y dejó
claro que era conocedora de los rumores
que circulaban por ahí, pero que poco le
importaban. Ninguna de las que las estaban
escuchando falló al comprender lo que
implicaban sus palabras. Unas rieron y
otras pusieron caras extrañadas.
–Me halaga. – Respondió Sofia con cierto
vacilo en su tono de voz.
Sobrevivir en sociedad no era muy distinto
a sobrevivir en lo salvaje. Las nobles se
pusieron de parte de la Duquesa
rápidamente. La joven no era ignorante
sobre el mundo ni hueca. Había
desestimado a la que había sido la amante
de su esposo sin alzar la voz ni cambiar de
expresión, una reacción que distaba
enormemente de la que esperaban de una
recién casada de apenas diecinueve años.
Todas las invitadas se habían reunido
unidas por la impetuosa curiosidad de ver
lo bella que era, pero casi ninguna se
preocupaba por eso. La Duquesa no era
ninguna belleza despampanante, pero
tampoco era fea. La belleza de la joven era
subjetiva: algunas se decepcionaron y otras
tantas creyeron que los rumores no habían
mentido.
Era imposible que todas las mujeres
encajasen en el perfil de mujer glamurosa
que era la orden del día, pero viendo el
atuendo de la Duquesa y su estilo, muchas
pensaron en cambiar a ese estilo más
elegante y refinado. Todas las que
compartían mesa con Lucia eran mujeres
con una significante red de conexiones y
maestras en el despliegue de la alta
sociedad que, en cuestión de minutos, se
convirtieron en fieles seguidoras de la
nueva Duquesa.
Reinaba la armonía. Las nobles
abastecieron a la Duquesa con temas de
conversación y la hicieron el centro. Y es
que, aunque Lucia se había limitado a
contestar las preguntas con lo justo y
necesario, se había convertido en el foco de
atención. Era como una reina y se aseguró
de no dejarse embriagar por el ambiente.
Dejarte llevar podía significar malas
consecuencias. Si gozase de una muy
buena reputación, la gente podía cometer
errores y nadie se fijaría, pero acababa de
empezar. Mejor prevenir que curar.
–Me han dicho que mi señor el Duque
compró todas las joyas de una joyería para
usted.
–Ah, yo también lo había oído. La Sepia.
–¿El collar que lleva es de Sepia?
Lucia asintió y sonrió dando a entender
que, efectivamente, su esposo había dejado
vacía una joyería entera.
–Y antes he visto que el Duque la ha
acompañado hasta aquí.
–Yo también.
–Oh, vaya. ¿De verdad?
¿Por qué tanta sorpresa? Lucia estaba
patidifusa. Cuando Hugo le había dicho
que la acompañaría, no quiso rechazarle.
Jerome tampoco comentó nada, así que
pensó que no sería para tanto y que era algo
habitual. No obstante, las nobles allí
presentes estaban asombradas porque el
Duque de Taran lo hubiese hecho.
–Estaba preocupado porque es mi primer
acto social. Siempre presta mucha atención
a estas cosas.
–Qué cariñoso.
–Qué romántico.
Las oyentes reaccionaron dramáticamente
desde todas partes. Todas las testigos de la
escena anterior estaban seguras que la
realidad de los rumores caía en lo
locamente enamorado que estaba el Duque.
Sofia estaba sola e ignorada. Nadie se
molestaba en mirarla y tampoco hablaba.
Hasta hacía poco, había vivido rodeada de
adulaciones, pero la actitud de todo el
mundo había cambiado en cuestión de
momentos. Sin embargo, lo que le dejaba
ese gusto amargo en los labios no era la
traición de su séquito, sino la mirada del
Duque de Taran cuando se había despedido
de Lucia, una mirada cariñosa, cálida.
Había sido una derrota aplastante, él jamás
la llegó a mirar así.
El Duque no asistía a ninguna fiesta si no
era estrictamente necesario. Contadas eran
las ocasiones en las que había conseguido
ser su pareja y, aunque siempre se
encontraban en el dormitorio, por la
mañana todo lo que quedaba de él era un
mensajero. Raramente sonreía y la frialdad
nunca abandonaba su expresión. No
obstante, a Sofia le encantaba su apariencia
ruda y fría, sus deslumbrantes ojos rojos…
Todo. Que un hombre tan apasionado fuese
capaz de mirar a alguien con semejante
dulzura era impensable. Puede que la
Duquesa no poseyese la belleza que se
relataba en los rumores, pero sí la
seguridad de una mujer amada. En
comparación, Sofia se sentía patética.
Escuchar sobre lo apreciadísima que era la
Duquesa era malo para su corazón y el
anhelo de romper esa serenidad que
habitaba en el rostro de la Duquesa anidó
en lo más profundo de su ser.
–Es más cariñoso de lo que dicen. Hace
poco nos encontramos y se comportó como
siempre.
En cuanto Sofia abrió la boca el ambiente
pareció helarse. El resto de mujeres se
callaron, bajaron el tono y susurraron entre
ellas.
–¿A ésta qué le pasa?
–Ni que lo digas. Qué manía ir a por quien
no ha dicho nada.
La intención de Sofia era humillar a Lucia
sentándose en su misma mesa, pero Lucia
había intentado dejarlo correr. Intentó
comprender el lamento de la rechazada
incapaz de olvidar cómo la había tratado
Hugo. Sin embargo, Sofia estaba pasándose
de la raya. Da igual lo benevolente que
fuese la sociedad con la infidelidad,
soltarlo en público no era de buena
educación. Lo correcto era cerrar el pico y
mencionar un asunto privado delante del
conyugue era inexcusable.
–Me conozco el horario de mi marido a la
perfección y está terriblemente ocupado
con asuntos oficiales. Me pregunto de
donde habrá sacado el tiempo.
Lucia no se creyó las palabras de Sofia.
Confiaba en su esposo y, objetivamente,
tampoco tenía tiempo. Las otras mujeres
miraron a Sofia claramente pensando que
acababa de mentir.
–Fue cuando fui a palacio. – Sofia
enrojeció.
–Entonces no os “encontrasteis”, sino que
os “visteis” o “saludasteis”. – Explicó
Lucia. – Cuide esas palabras, Condesa.
Sofia se ruborizó. Abrió la boca para
replicar, pero la cerró y bajó la cabeza. En
respuesta, las otras nobles chasquearon la
lengua en desaprobación. A ninguna mujer
de alta cuna le gustaba la malicia y Sofia
acababa de serlo.
–Ah, por cierto, el otro día…
El ambiente se relajó una vez más cuando
alguien rompió el silencio, pero a
diferencia de antes, ahora miraban a Sofia
con disgusto. Muchas mujeres sólo podían
lidiar con los problemas que conllevaban
las aventuras de sus maridos en silencio y
que Sofia se hubiese atrevido a
mencionarlo como si nada en público les
molestó.
–Lleva aquí demasiado tiempo, Condesa de
Jordan, tal vez sería mejor que volviese a
cumplir con sus deberes de anfitriona. –
Indicó Lucia.
La Condesa se puso roja por la vergüenza:
llevaba en la mesa de la Duquesa desde el
principio de la quedada. Las miradas
acusatorias de aquellas que habían confiado
en ella para luego descubrir que todo lo que
le importaba era sacar beneficio se posaron
en ella.
La fiesta tocaba a su fin. Lucia dio un
último bocado al pastel, dejó el tenedor y
se levantó. El resto de las invitadas
imitaron a la Duquesa, incluso las de las
otras mesas que desde un principio las
observaban con envidia.
–Espero que venga a mi fiesta, Duquesa.
–¿Cuándo volverá a salir?
Las mujeres la rodearon.
–Duquesa. – Una voz las interrumpió.
Lucia miró en su dirección: Sofia.
–Ha sido un honor conocerla. Espero que
volvamos a vernos.
–No estoy segura. ¿Lo mejor no sería no
vernos?
Un par de mujeres soltaron unas risitas.
Sofia apretó su bolso con más fuerza, sacó
un pañuelo y se lo entregó a Lucia. Era el
típico pañuelo de seda que llevaban los
hombres.
–Mi señor el Duque me lo dejó la última
vez que nos vimos para que pudiera
secarme las lágrimas. Estaba esperando un
buen momento para devolverlo, pero como
no sé cuándo podré, me gustaría que usted,
Duquesa, se lo devolviera y agradeciera en
mi nombre.
Las otras invitadas estudiaron la escena con
nerviosismo.
Lucia supo desde un principio que mentía.
Hugo no era el típico caballero que le
ofrecería un pañuelo a una mujer llorando
por muy buena que hubiese sido su
relación. De serlo, no habría sido capaz de
deshacerse de una mujer amenazándola con
la muerte si le molestaba más. ¿Qué le
estaría rondando la cabeza a Sofia?
¿Arrogancia? ¿Odio? La muchacha era
llanamente necia, además de que no
conocía a Hugo en lo más mínimo, hecho
que le gustó.
Lucia aceptó el pañuelo como si nada, lo
examinó y miró directamente a los ojos a
Sofia antes de dejarlo caer al suelo.
–Sus mentiras me parecen insultantes,
Condesa. – Dijo con total frialdad. – Esto
no es suyo. – Los ojos de Sofia brillaron de
mala manera. – Una esposa sabe reconocer
el pañuelo de su marido, ¿no creen,
señoras?
Los criados eran los que solían encargarse
de las ropas del señor, así que, por
supuesto, pocas reconocerían el pañuelo de
sus maridos. A pesar de todo, ocultaron su
vergüenza y asintieron.
–Claro.
–Por supuesto. ¿Quién no lo reconocería?
Lucia tampoco sabía qué pañuelo llevaba
Hugo, pero estaba segura que el de Sofia
no era.
–No puedo tolerar lo que ha pasado hoy, se
ha pasado de la raya, Condesa. Me temo
que no puedo dejarlo pasar.
Sofia empalideció y al fin se dio cuenta de
su propia estupidez. La envidia y los celos
la habían cegado momentáneamente hasta
que las caras de toda su familia le pasaron
por la mente. Aunque su marido se librase
de una muerte segura, el Barón de
Lawrence, su padre, estaba indefenso. Si el
Duque decidiera aplastarlo, no tendría más
fuerza que una hormiga.
–Perdóneme, Du-Duquesa… He sido
necia… – Sofia se tiró de rodillas al suelo.
Los ojos de Lucia eran gélidos y aunque los
hombros de Sofia se sacudían por los
sollozos, la muchacha no sentía nada.
Intentar arreglar sus fechorías con lloros le
repugnaba. Que Sofia hubiese intentado
humillarla públicamente no era el
problema, sino que había intentado romper
la confianza que había entre ella y su
marido. No pensaba perdonar que una
tercera persona intentase meterse entre
ellos.
–Váyase a casa y reflexione. No quiero
volverla a ver de momento. Es cosa suya lo
largo que es ese “de momento”. – Dicho
esto, Lucia se dio la vuelta y se marchó con
total indiferencia.

Las nobles que se quedaron chasquearon la


lengua con desaprobación por el
comportamiento de Sofia una vez más, la
vieron llorar un poco más y corrieron a
seguir a la Duquesa.

.x.x.x
Parte III

–He hecho una apuesta.


Hugo miró desinteresado y harto a Kwiz
que de vez en cuando tenía salidas
absurdas.
–Es sobre si llevas pañuelo o no. – Hugo le
escuchó en silencio y casi ignorándole,
pero Kwiz continuó sin que le molestase. –
Normalmente, los guerreros no lo llevan,
pero, o sea, tú estás en medio. Por eso yo
he dicho que tú no llevas y mi ayudante
que sí.
–¿Qué se gana?
–Si pierdo, tendré que dejar de decir eso
que digo tanto.
Kwiz tenía una lengua viperina, todos los
que le conocían en un círculo personal lo
sabían. El ayudante quería que Kwiz,
futuro monarca del país, solucionase esa
peculiaridad para evitar que quedase en
evidencia. Kwiz siempre había ignorado los
consejos y regañinas del sirviente, pero se
había vuelto tan recurrente y molesto que al
final tuvo una idea: harían apuestas.
Estipuló unas normas como que, si ganaba
él, recuperaría cualquier cosa que hubiese
perdido, y se puso manos a la obra. De
momento había perdido uno de los juegos y
consecuentemente tenía prohibido
exclamar: “joder”; ahora empezaban el
segundo y lo que el criado pretendía
prohibirle era la expresión que usaba para
referirse a su padre: “viejo carca”. Si
perdía, tendría que llamarle: “difunto rey”.
–Bueno, dime, ¿llevas o no?
Hugo alternó miradas del criado a Kwiz y
viendo la súplica en la mirada del sirviente
reflexionó sobre si juntar fuerzas con el
heredero había sido una buena decisión.
–Sí.
Kwiz se quedó pasmado y al ayudante lo
celebró en silencio.
–¡No puede ser! ¡Imposible que vayas por
ahí con eso!
En realidad, hacía poco que Hugo había
empezado a llevar consigo un pañuelo.
–Yo no miento por tonterías.
–¿Cómo puede ser? – Se lamentó Kwiz.
Además de haber perdido su palabrota
favorita, tendría que llamar
respetuosamente a su padre. – Bueno. Pues
enséñamelo. Ahora mismo.
Hugo frunció el ceño, pero entonces,
suspiró, se sacó el pañuelo del bolsillo y lo
dejó sobre la mesa. Kwiz abrió los ojos de
par en par. Era un pañuelo blanco, de
algodón y con una flor bordada en una de
las esquinas. La mayoría de varones
portaban consigo un pañuelo negro de seda.
–Es… peculiar.
Normalmente, los niños eran quienes
llevaban este tipo de pañuelos de algodón,
sin embargo, Hugo no se acobardó.
–Un pañuelo es para limpiar mugre. Si
cumple con su función, da igual como sea.
Kwiz trató de averiguar las verdaderas
intenciones tras las palabras del Duque.
Ver la elegancia con la que lo había
explicado y la firmeza con la que lo
defendía, el futuro rey pensó en que ese
suave pañuelo no debía ser tan malo. El
bordado no era exquisito como el de un
artesano, por lo que llegó a la conclusión
que debía ser obra de su esposa y, por
algún motivo que no atisbó a comprender,
quiso tener aquello que había hecho la
hermana pequeña cuyo rostro ignoraba.
–Pues… Dámelo.
–¿…Perdona?
Hugo no consiguió quitárselo a tiempo,
Kwiz ya se lo había metido en el bolsillo.
¿No era un pañuelo del montón? Claro que,
para Hugo no era uno cualquiera. Lo
llevaba a modo de amuleto.
Cierto día, su esposa cortó unos pedazos de
algodón blanco y empezó a hacer pañuelos.
Solía usar su tiempo libre o buscar tiempo
para poder bordar la esquina y enviaba uno
cada pocos meses a Damian. Era obvio que
eran para niño, pero Hugo quería uno. Así
que a escondidas – porque confesar y pedir
uno le daba vergüenza – se llevó unos
cuantos que mantenía a buen recaudo en el
cajón de su escritorio. Con el tiempo, Lucia
dejó de bordar flores para pasar al nombre
del chico bajo el pretexto de que las flores
no eran apropiadas para un chico y, por
mucho que a Hugo le gustaste el trabajo de
su mujer, no quería cargar con algo que
tenía el nombre de Damian. En definitiva,
esos pañuelos eran una edición limitada
que a día de hoy ya no existían y, sin venir
a cuento, Hugo acababa de perder uno.
Esto fue un golpe a su humor y, desde
luego, lo último que deseaba era verle la
cara a ese sinvergüenza que tendría como
rey.

* * * * *

Lucia llegó a casa agotada. La tensión que


le recorría el cuerpo desapareció en cuanto
puso un pie dentro. Por mucho que en su
sueño hubiese experimentado centenares de
reuniones como esta, mantener su
expresión bajo el escudriño constante de
decenas de personas requería un esfuerzo
considerable. Además, la impertinencia de
Sofia la había enfadado. Cenó antes de
tiempo y se retiró a dormir.
Hugo llegó después de cenar, pero no
demasiado tarde, por lo que la buscó
extrañado porque su mujer no hubiese ido a
recibirle.
–Mi señora se ha retirado a descansar. –
Explicó Jerome sin necesidad de
preguntarle. – Parecía cansada. – Hugo
frunció el ceño y Jerome añadió. – Mi
señora no ha comentado nada sobre ningún
percance. Ha dicho que no hacía falta que
llamase a ningún doctor y que la fiesta ha
sido encantadora.
Hugo subió al dormitorio rápidamente.
Entró en su habitación, se sentó en la cama
y estudió su rostro dormido. Entonces,
acarició el cabello que se extendía por la
almohada.
–¿…Hugh? ¿Ya has vuelto? – Lucia abrió
los ojos y habló con tono adormilado.
–No pretendía despertarte, duérmete otra
vez.
El sonido de su voz era agradable. Lucia
sonrió y estiró los brazos como si quisiera
cogerle. Hugo sonrió y se agachó
permitiéndole que le rodease el cuello, le
puso una mano en la espalda y sintió su
calidez. Entonces, la rodeó por la cintura, la
levantó y se la llevó a sus brazos. El aroma
de Lucia le cosquilleó la nariz y disfrutó de
la sensación de estrujarla.
–¿Te duele algo?
–No, sólo estaba cansada. Creo que me he
agobiado por estar con tanta gente a la vez.
–¿Qué tal la fiesta?
–Como todas.
Hugo se separó de ella y le buscó la
mirada.
–¿Y ya está?
–¿Qué más te digo? Soy la Duquesa, todo
el mundo iba con pies de plomo.
Lucia no tenía ninguna intención de
contarle lo sucedido con Sofia y su
permanente obsesión. Hugo ya había
terminado ese capítulo de su vida antes de
casarse y, aunque la ruptura no fuese la
más dulce, ¿cómo hacer agradable una? Lo
mejor era cortar de raíz y no dar
esperanzas. Ella misma ya se había
encargado de darle una buena advertencia a
Sofia y planeaba esperar a ver cómo se
movía. Si Sofia continuaba siendo sumisa,
Lucia pensaba dejarlo correr, pero si esa
mujer volvía a presentarse ante ella, no lo
dejaría pasar.
Lucia era la Duquesa. Si así lo deseaba,
podía conseguir que todo un séquito de
hambrientas nobles deseosas de su gracia
actuasen y se ensuciaran las manos. Era
capaz de humillar a Sofia con una sola
mirada.
En los altos círculos el perdón y la
generosidad no se toleraban o respetaban.
Aquel incapaz de proteger su autoridad se
ridiculizaba como a un necio. Sin importar
la posición que ostentases, mostrar
debilidad era sinónimo de caer en las
manos de los interesados. Lucia no
pretendía estar en la cima de la sociedad,
pero tampoco iba a permitir que la tomasen
por un blanco fácil.
–Me alegro. ¿No ha pasado nada del otro
mundo?
–No, ¿y tú? ¿Qué tal?
Hugo se entristeció momentáneamente al
recordar el incidente de su pañuelo.
–Como siempre.
–¿Sabes la de preguntas que me han hecho
porque me has acompañado? No sabía que
no es normal.
–¿Quién dice que no lo es? – Hugo arqueó
una ceja.
–No lo hace nadie. Es básicamente lo
mismo.
–Si yo lo hago, entonces sí que lo hace
alguien.
Lucia se lo miró de soslayo. Ahí iba otra
vez. Ese orgullo y terquedad eran
características suyas que no iban a cambiar.
–No quiero que vuelvas a hacerlo, no
quiero ser un espectáculo.
–¿Por qué te importa tanto que mire la
gente…?
–No, es que a ti te da igual todo.
Hugo se la quedó mirando unos segundos
sin decir nada hasta que sin previo aviso le
cubrió la boca con la suya. Le mordió los
labios con ternura y la exploró con la
lengua. Lucia tensó los brazos y apretó los
puños. Fue un beso dulce.
Hugo se separó de ella y le besó la mejilla,
entonces, la dejó tumbarse sobre el lecho.
–Vete a dormir. Voy a trabajar.
–¿Tanto trabajo tienes?
–En lugar de pasarme la noche en vela a tu
lado… Voy a trabajar.
–…Solo… ¿Sólo piensas en eso…?
–Claro.
Lucia se lo miró con incredulidad y estalló
en carcajadas.

Hugo repaso la lista de invitadas a la fiesta


a la que había acudido Lucia. Fabian
refunfuñó sobre haber tenido que
presentarse en la residencia ducal a altas
horas de la noche con los documentos, pero
mantuvo una expresión neutra. A pesar de
que Fabian a veces no estaba de acuerdo
con el Duque no olvidaba jamás que,
fundamentalmente, era un hombre
terrorífico que no debía ofender bajo
ningún concepto.
Hugo ojeo la lista desinteresadamente hasta
que sus ojos se posaron sobre un nombre en
particular. La Condesa de Alvin figuraba
en la lista. Lo releyó varias veces con la
esperanza de haberse equivocado, pero no
cabía duda alguna.
–Descubre qué ha pasado en la fiesta. –
Ordenó Hugo con sudores fríos. – Ahora
mismo.
–¿Cuándo lo quiere?
–Lo antes posible. – Su voz se oscureció.
–Así será. – En momentos así sólo se puede
mostrar el lado servicial que hay en uno. –
Haré todo lo posible.

Al cabo de unos días Hugo recibió un


informe. Se había interrogado a la mayoría
de las criadas que habían estado presentes
en la fiesta y se había recreado la situación
con pelos y señales. Hugo leyó cada
detalle, incluso el parloteo innecesario de
algunas de las mujeres, hasta el final. Una
vez terminado sólo pensó una cosa: estoy
en problemas.

.x.x.x
Parte IV

La fiesta había ido bien, pero casi humillan


públicamente a su esposa en su primera
aparición pública por culpa de una mujer
de su pasado. ¿Por qué no se lo había
dicho? Lucia tenía todo el derecho a
enfadarse con él y culparle, sin embargo,
no se lo comentó el mismo día y hasta ese
día todavía no lo había ni mencionado y
eso era todavía más aterrador. Era
imposible adivinar si su mujer lo había
desestimado hasta el punto que no valía la
pena ni exigirle respuestas. Hugo no
conseguía entender por qué todo iba
siempre a peor. Aun así, estaba seguro que
su comportamiento era más dócil
últimamente. Sonría más y era más
cercana, tanto que su humor había estado
en las nubes. No obstante, la idea de que se
volviera fría una vez más aguó su buena
racha y gruñó. Hugo se sentía herido.
Siempre había sido el dominante, nunca se
había sentido tan mortificado que rozaba la
debilidad. Incluso en sus momentos de
esclavo siempre había empuñado un puñal
con todo su resentimiento, por lo que no
sabía lo que era sentirse sofocado. Desde
luego, su esposa le estaba enseñando todo
un abanico nuevo de emociones. Decidió
que la próxima vez no se molestaría ni en
saludar, que actuaría como si no supiese
nada. En el informe ponía bien claro el
reproche de Lucia sobre el pañuelo,
aseguró que conocía de sobras cómo era su
pañuelo y eso le inquietó. ¿Sabría que le
había quitado unos cuantos a Damian?
Personalmente, no veía nada de malo en
coger un poco de lo del chico, pero le
preocupaba haber decepcionado a Lucia…
A pesar de todos estos pensamientos
confusos, las apasionadas noches que
habían compartido últimamente le dejaba
un rayo de esperanza y le indicaban que tal
vez su esposa no estuviese enfadada. No
había sentido ninguna distancia y quizás la
joven sólo había determinado que la
ocurrencia de la fiesta había sido algo
puntual y sin importancia. Aun con esas…
La suya era una mujer cruel que le permitía
compartir lecho, pero que guardaba
celosamente su propio corazón.
La melancolía de Hugo se convirtió en ira.
Esa situación era obra de algún cabecilla y
el mero pensamiento de la existencia de
dicha persona prendió su furia. Conde
Jordan y Conde Alvin. Hugo dio golpecitos
con los dedos en su escritorio. Sin pararse a
cavilar sobre si los hombres habían hecho
realmente algo mal, Hugo ya estaba
planeando cómo castigarlos. El Duque de
Taran no tenía ninguna justificación para
tocar al Conde de Jordan por ahora.
Decidió dejar el asunto para más tarde, sin
olvidarse. Hugo aborrecía el preparar una
trampa sin motivo, le parecía de mal gusto
y de cobarde, no obstante, en el momento
llegase a sus oídos alguna fechoría desataba
la bestia.
El Conde de Alvin era un objetivo todavía
más difícil que el otro, no por temas de
poder, sino porque había desparramado su
dinero por todas partes y muchos saldrían a
defenderle si le ponía la mano encima.
Deshacerse de sus defensores no sería
complicado, pero desde luego, Kwiz no lo
apoyaría. Entonces se le ocurrió algo:
podría apartarle de su vida. Si no podía
eliminarlo, con mantenerle fuera de su vista
bastaba. A sus oídos había llegado que el
Conde de Alvin había intentado meterse en
el negocio del té en un sinfín de ocasiones
sin fruto. Podría usar eso como cebo y abrir
el canal de la Capital para negocios. Si
desaparece, Sofia desaparece con él. Entre
los muchos comercios que los Taran
poseían sin ser oficialmente los dueños,
había una empresa de venda de té a gran
escala que estaba activa en otros países por
sus compradores extranjeros. Hugo le
ofrecería un plan de negocios lejos de
Xenon durante un buen tiempo, no era un
castigo, sino un premio. No es que le
entusiasmase el abrirle puertas, pero era
mucho mejor que exagerar la situación.
Continuó tramando su siguiente paso, pero
de repente, se detuvo. ¿No sería mejor
preguntarle a su esposa? ¿Qué le diría? Si
le contestaba que las mujeres de su pasado
no le importaban, le molestaría en cierta
manera; pero si admitía estar triste, infeliz
o que ya no confiaba en él, sería desastroso.
Hasta hacía poco tiempo, Hugo no había
tenido que expresar sus ideas en palabras,
pero ahora tenía que andarse con pies de
plomo y medir su lengua con prudencia.

Lucia estaba de muy buen humor: le había


llegado una carta de Damian. Durante su
acostumbrado paseo con su esposo, le
había relatado qué había sido de su hijo en
la academia y, aunque Hugo ya recibía un
informe detallado sobre el chico, fingió
interés y la escuchó hasta conseguir una
oportunidad.
–Me he enterado de un rumor, Vivian. –
Hugo se sentó en la cama y se dirigió a su
esposa que estaba sentada en su tocador.
Todo el mundo conocía los rumores de lo
ocurrido en la fiesta y, de hecho, la
Condesa de Alvin se había encerrado en su
casa para añadir más credibilidad al rumor.
Hugo no mencionó que mientras Lucia
había estado asistiendo a otras fiestas y
reuniones, él se había dedicado a investigar
el asunto, pero sí quiso preguntarle.
–Ah, sí. – Lucia contestó como si hablasen
del tiempo. Como si las preocupaciones de
Hugo fueran minucias.
–¿Por qué no me lo habías dicho?
–¿Cómo te voy a contar todas las tonterías
que pasan? Es cosa de mujeres.
–¿…Es una tontería? – Preguntó con
amargura.
–Es una tontería porque creí en ti. – Hugo
se animó. – Bueno, como ya lo sabes, ¿me
puedes decir quiénes han sido amantes
tuyas?
Hugo empezó a sudar.
–Es que… ¿Por qué?
–Necesito saber quienes son para poner
medidas. No es para culparte de nada, es
por pura necesidad. ¿Sí?
–…Vale, se lo diré a Jerome.
Hugo se sentía en una encrucijada. No era
el peor desenlace, pero tampoco era una
situación idónea. Lucia estaba tan limpia de
pecado que resultaba hasta cruel y no
dejaba entrever ninguna emoción. Hugo
siempre había deseado que las mujeres
fueran como ella, pero por una vez rogaba
porque su esposa no lo fuera. Siempre era
él el que patéticamente se arrastraba por un
pedazo de su corazón y, daba igual lo
mucho que escalase, la pared que la
rodeaba parecía no tener fin.
Hugo se levantó, la abrazó por detrás y
enterró la cabeza en su hombro.
–Vivian, no tiene nada que ver conmigo.
Nunca me he encontrado con esa mujer en
privado.
Su cabeza estaba llena de súplicas: “confía
en mí”, “créeme”, “no dejes que te haga
daño”, “no me cierres tu corazón”.
–Lo sé, confío en ti.
Hugo no se hubiese imaginado que una
frase tan corta podría tener semejante
efecto en él y aliviarle tanto. Su inquieto
corazón se tranquilizó. ¿Cómo podía
hacerle sentir tanto el tener la confianza de
alguien…? No, no era por ser la confianza
de alguien, era porque era la confianza de
esta mujer en particular.
–¿…De veras?
–Claro, me lo prometiste.
–O sea que… No es que no me lo dijeras
porque estabas enfadada, sino que… ¿Por
qué confías en mí así que te dio igual?
–Exacto.
Hugo la abrazó con más fuerza, disfrutando
del calor de la persona que rodeaba con sus
brazos. Su corazón se ablandó, un
sentimiento que a veces le hacía sentir
impotente y otras feliz. Ahora no se veía
capaz de soltar esta dulzura que había
experimentado. Temía perder lo que había
conseguido sentir por primera vez desde
que su hermano murió.

* * * * *

El día de la coronación llegó. Siguiendo la


tradición, se organizaba una ceremonia
según las costumbres y durante los
siguientes tres días se celebraba en una
fiesta. Día y noche. Aquel sería el primer
día y en el salón reinaba el entusiasmo y la
alegría. Era la primera fiesta del dueño del
país, por lo que se había tirado todo por la
borda. Aristócratas, nobles, emisarios de
otros países todos congregados en
celebración por el ascenso al trono del
nuevo monarca.
Lucia llevaba con la cabeza loca toda la
mañana. Había estado asistiendo a
pequeñas reuniones y fiestas o quedadas
para el té, pero esta sería su debut en
sociedad oficial. Era imposible no estar
nerviosa. Antoine se había convertido en su
diseñadora casi exclusiva y aquel día, sin
falta, la vistió de arriba abajo.
El vestido era una obra maestra que
mimaba con todo su corazón, el tema era:
sensualidad y elegancia.
–Esto es la perfección, Duquesa. Está
preciosa.
El vestido era gris con matices rosas y
decorado con perlas. El cuello era tan
ancho que se le veían los hombros y
destacaba su clavícula. Era de mangas
estrechas que se ensanchaban hasta colgar
en la punta. Era presuntamente modesto, no
obstante, la gracia estaba en la espalda: al
descubierto. Era un atuendo que destacaba
el cuello, la espalda y la cinturita chata de
la joven.
Antoine estudió satisfecha el resultado de
su trabajo y reprimió el impulso de soltar
una risotada. La Duquesa era una musa
perfecta que estimulaba su imaginación.
Lucia, por su parte, también estaba
satisfecha. Las habilidades de la diseñadora
mejoraban cada día más y el hecho de que
fuera capaz de darle un aire distinto en cada
encuentro la maravillaba.
–¿Por qué no se mueve un poco? Hágame
saber si se siente incómoda.
Lucia dio un par de pasos. La tela era
agradable al tacto, los lazos preciosos y los
diamantes incrustados la hacían brillar. Era
un vestido carísimo de materiales de
primera.
–No veo ningún problema. Es muy cómodo
y bonito.
–Me alegra que le guste. Le queda de
miedo. – Los halagos de Antoine eran
sinceros y le arrancaron una sonrisa a la
muchacha.
–El señor llegará tarde, mi señora. –
Anunció una criada.
–¿Sí? Mmm, Antoine, ¿te gustaría tomar
algo? Me sabe mal hacer que te vayas
después de todos tus esfuerzos.
–Encantada.
Después de que Lucia volviese de la
primera quedada para tomar té con las
nobles, Antoine recibió una cascada de
llamadas, mensajes y pedidos. Nunca había
pasado por problemas económicos, pero
ahora parecía estar nadando en un mar de
oro.
Hugo volvió a buscar a Lucia en cuanto
terminó la ceremonia de coronación. Estaba
algo molesto porque lo habían retenido allí.
¿Por qué se le pegaba la gente si el que
había ascendido al trono era otro?
–La señora le espera dentro. – Informó
Jerome.
Hugo se dirigió a ver a su esposa
directamente y, cuando la vio levantarse de
su asiento perdió el habla. La repasó con la
mirada, la estudió con esmero. No había
palabras para describirla. Posó la mirada en
Antoine que no tendría que haberse
esforzado tanto. Ahora tendría que
enseñarle a todo el mundo esta obra de arte.
Se lamentaba por tener que dejar que otros
la vieran. Esa noche no supondría ningún
problema porque estaba con ella, pero
cuando tuviera que empezar a ir sola a
bailes… En el norte estaban mejor, allí no
tenía que preocuparse de lobos acechando
lo que es suyo. Si pudiese, la cogería y se la
llevaría directamente al dormitorio.
Era suya.
Su posesividad le abrumó y temió que
Lucia huyese si veía la oscuridad que se
formó en su mirada, por lo que la escondió
detrás de una sonrisa suave.
–Estás preciosa.
–Tú también. – Lucia se ruborizó y sonrió.
Hugo vestía un traje negro. Los hombres
solían llevar trajes según su tipo de cuerpo.
La altura y los hombros anchos de su
marido los transformaban en el más
atractivo de la tierra y saber los músculos
firmes que ocultaba su ropa todavía
añadían más riesgo a las prendas.
Antoine miró a la pareja con ojos
relucientes. El Duque no podía apartar la
vista de ella y los ojos rebosaban afecto y
ternura. Casi era impensable encontrarse a
un matrimonio tan enamorado en la alta
sociedad.
–Madame Antoine lo ha dado todo.
–Has hecho un gran trabajo. ¿Te queda
algo por hacer?
–No, mi señor.
Hugo escoltó a Lucia hasta el carruaje
mientras que los sirvientes y Madame
Antoine se despedían de ellos en la puerta.
Capitulo 73 Conociendo Gente
El carruaje llegó al palacio real y avanzó
lentamente hasta el palacio interior donde
se celebraba la coronación. Hugo se estiró
y se inclinó para poder besarla, llevaba
tanto rato aguantándose las ganas que se
había molestado. Lucia enrojeció de
inmediato por la pasión que transmitían los
besos de él y cuando se separaron se podían
ver la excitación y la alegría en sus ojos.
–Te has manchado de pintalabios.
Hugo se frotó los labios.
–Si te lo quitas con la mano lo harás peor. –
Lucia sacó el pañuelo de su bolso y le
limpió. – ¿Los tengo muy mal?
–Ya te los limpio.
Lucia le ofreció el pañuelo, pero Hugo ni
se lo planteó: la besó directamente.
–Ya estás limpia, ¿y yo?
Lucia se dio cuenta de lo que “limpiar”
significaba y le mordió el hombro
fulminándole con la mirada.
–Era un maquillaje precioso…
–No te hace falta. No te lo vuelvas a poner.
–¿Por qué…?
–Por si te manchas.
–¡Pues no me beses!
–¿Por qué no? – Replicó amargamente.
–La gracia del maquillaje es el pintalabios,
es como la guinda.
–Estás guapa sin eso.
Quería tragarse los labios de Lucia cada
vez que los veía. Quería lamerlos,
mordisquearlos, atacarlos con la lengua.
Quería tragarse su saliva y dejarla sin
respiración. ¿Por qué tenía que aguantarse?
No pensaba hacerlo y no quería. Lucia
viendo que su marido se disponía a atacarla
otra vez se tapó la boca con las manos.
–No es ni el momento ni el lugar
adecuados. – Le regañó. – Estamos de
camino a un acontecimiento importante.
Hugo se apartó obedientemente. No
entendía qué relación tenía un
acontecimiento importante con un beso,
pero sí era verdad que era su debut oficial.
Cuando el carruaje se detuvo, Hugo saltó y
le ofreció la mano para ayudarla a bajar. Le
cogió la mano y subieron las escaleras.
–¿Nerviosa?
–Un poco.
Hugo le besó la punta de los dedos.
–Puedes contar con una mano los que están
por encima de ti. Son los otros los que
deberían estar nerviosos por ti.
–Vale. – Lucia le sonrió con dulzura.
Hugo le devolvió la mueca y continuaron
andando mirando al frente. En cuanto
entraron al salón docenas de miradas se
posaron en ellos. Lucia apretó la mano de
su marido sin querer y él le dio su apoyo:
no estaba sola, tenía un aliado, él estaba
con ella. Su ansiedad se esfumó.
Lucia siguió a Hugo moviéndose bien
derecha sin mirar a nada o nadie. Anduvo
sin ser capaz de centrar la vista y, cuando él
se detuvo para hacer una reverencia, ella le
siguió por inercia.
–Levantaos. Por fin conozco a la famosa
Duquesa.
Fue entonces cuando Lucia se dio cuenta a
quién estaba saludando: un hombre vestido
de oro de los pies a la cabeza, el Rey de
Xenon, Hesse IX. Su medio hermano.
–Eres mi hermanita, ¿no?
–Me honra.
El monarca que la trataba y le hablaba con
total familiaridad era un desconocido. En
su sueño era quien la había vendido al
Conde de Matin y, aunque no le guardaba
rencor, el interés tan poco inocente del rey
no la halagaba porque su interés no recaía
en su relación personal, sino en su título.
En su sueño Lucia habría estado encantada,
después de todo, siempre se había sentido
sola y agotada. Sin embargo, en esta vida
Lucia tenía a un marido a su lado y no
anhelaba el cariño de su hermano.
–Llámame: “hermano mayor”.
–¿Cómo podría? Retire su orden, por favor,
Su Majestad. –Su actitud y sonrisa
maquillaron el rechazo.
Kwiz observó a Lucia y dejó escapar una
risa falsa. Los dos eran igual de difíciles de
controlar. ¿Quién diría que esta muchacha
había estado viviendo sola en un palacio
abandonado de la mano de Dios? No era
ninguna princesita, sus ojos rebosaban
inteligencia y, sorprendentemente, le
hubiese gustado sentarse a charlar con ella.
Hugo alzó la ceja y se las apañó para
tragarse la carcajada al escuchar su
respuesta. Su esposa era inteligente, bella,
astuta y segura de sí misma.
Kwiz pilló al Duque derritiéndose mientras
miraba a su esposa y deseó compartir lo
atónito que estaba con alguien más. Buscó
la mirada de su esposa, la reina, y ésta
desvió los ojos.
–Es cosa suya, ¿no?
–¿A qué se refiere?
–¿Mi hermanita no está siendo fría
conmigo por tu culpa?
–Bueno, alguien debería haber sido un
hermano mayor cuando tocaba.
Lucia se quedó de piedra al ver a ambos
hombres hablarse sin tapujos y con tanta
familiaridad. Su relación era mucho más
abierta de lo que se hubiese llegado a
imaginar.
Beth se reía viendo el orgullo con el que
Lucia miraba a su esposo. La felicidad que
emanaba del rostro de la joven era adorable
y entendía porqué el Duque de Taran se
había enamorado de ella.
Los hombres y las mujeres se juntaron
entre ellos, creando grupitos y
conversando. Nadie se atrevía a acercarse
al Rey y al Duque mientras éstos se
enzarzaban en una discusión seria.
Mientras tanto, Lucia se quedó con la reina
y otras nobles de alto rango. La reina y ella
estaban muy juntas, en cambio, el resto
guardaban una distancia prudencial que
dejaba claro la diferencia de estatus entre
las unas y las otras: ella estaba al nivel de
la mismísima reina.
Lucia era la única esposa de un duque que
había sido invitada a la celebración: la
Duquesa de Ramis había fallecido, la
Marquesa Philip no había podido asistir por
el luto de su suegra y la Marquesa DeKhan
se ausentó por problemas de salud. En su
sueño, Sofia se había casado con el
venerado Marqués de DeKhan, así que la
muchacha se preguntaba quién debía ser.
De vez en cuando buscaba a Hugo con la
mirada. Ese hombre tan deslumbrante era
suyo. De todos los invitados era el mejor
con diferencia. Su impresión imponente no
vacilaba ni ante el rey, era abrumador.
Con cada sorbo que le daba a su coctel,
Lucia se sentía más ligera. Se reía de las
bromas, hablaba cuando era apropiado y, a
menudo, miraba a su esposo. Era divertido
observarle, hasta interesante. No era la
única que lo hacía y casi le entraban ganas
de presumir de que era suyo. Por una parte,
se enorgullecía, pero por otra, le molestaba.
Sentía deseos de decirles que si
continuaban mirándole tanto lo iban a
gastar.
Los vestidos de las nobles de la Capital
eran, sin lugar a dudas, mucho más
atrevidos que los de la sociedad norteña.
Estaban tan acostumbrados a ver escotes
exagerados que ya no les impresionaba.
Los ojos de la joven danzaban de busto en
busto, sin parar. No había ninguna con tan
poco pecho como ella y las amantes de
Hugo siempre habían gozado de una
delantera generosa. ¿Qué debían comer
para ser tan grandes? Su propio vestido era
hermoso, pero de estilo modesto. No se lo
podía considerar atrevido porque lo único
que había expuesto era la espalda y, aunque
no se quejaba, envidiaba a aquellas que se
mostraban sus atributos con la seguridad
que ella carecía.
Lucia volvió a girarse y se centró en la
conversación de las mujeres.

Hugo prestaba atención al curso que


llevaba la conversación del resto de
invitados y, de vez en cuando, la
observaba. Le preocupaba que se
emborrachase y, en cuanto su esposa se dio
la vuelta, se le desencajó la mandíbula y su
interior ardió en llamas. ¿Qué era eso? Su
espalda inmaculada estaba expuesta. No se
había parado a estudiar el vestido con
detenimiento porque la había tenido de
frente todo el rato. ¿Quién se habría
imaginado que llevaría puesto algo
semejante? Era distinto a los típicos
vestidos que mostraban el escote, pero no
se esperaba que Antoine le apuñalase por la
espalda de esta manera.
La despediría.
Hugo chirrió los dientes. Tenía que
cambiar de diseñadora. ¿Con todo el dinero
que le había dado y esa mujerzuela había
decidido escatimar en gastos para la
espalda? Quería gritarles a todos los
presentases que fijasen la vista en el suelo.
Apenas logró recuperar la cordura para
llamar a un criado.
–Tráeme un chal para cubrir los hombros
de una señora.
El criado salió corriendo en busca de un
chal dios sabe dónde a pesar lo de
desbaratada que era la orden.

El coctel era justo lo que le gustaba a


Lucia, así que aceptó otra copa.
–Oh, vaya… – Exclamaron con
nerviosismo aquellos que la rodeaban.
Antes de que pudiese darse la vuelta y
descubrir de quién se trataba, Lucia notó
que le cubrían los hombros con un chal,
entonces, un brazo le quitó la copa de las
manos.
–Me parece que ya has bebido suficiente,
esposa mía.
En escasos segundos Hugo se había
posicionado a sus espaldas. Lucia,
sorprendida, se lo quedó mirando como
ausente, momento que él aprovechó para
ponerle un vaso de zumo de naranja en la
mano. Lucia protestó con la mirada, pero
él, como retándola, engulló el coctel de un
trago. La imagen de su nuez subiendo y
bajando le provocó ardorosos deseos de
besarle allí mismo. Sí, había bebido
demasiado.
–¿Esto…? – El chal no combinaba en
absoluto con su vestido rosa.
–Hace frío, déjatelo puesto.
La temperatura se acercaba más al calor
que al frío, por lo que Lucia quiso abrir la
boca para rechistar, pero estaban en
público, por lo que tuvo que acceder. Hugo
dio un paso para atrás para comprobar que
el chal le cubría la espalda del todo y
satisfecho, volvió a colocarse a su lado.
–¿Tan ansioso estabas que has venido a
buscarla? – Bromeó Kwiz mientras se les
acercaba.
El nuevo rey había estado observando al
Duque toda la noche y, a pesar de haber
sido testigo de cómo el guerrero era
incapaz de apartar la vista de su mujer, no
podía dar crédito a sus ojos.
Las mujeres fueron con sus respectivos
maridos que habían llegado siguiendo al
monarca y el grupo se convirtió en una
junta de parejas casadas. Los hombres
perdieron el interés por la conversación y
las mujeres se acallaron dejándoles a ellos
continuar discutiendo sobre política y
asuntos exteriores. Lucia, aburrida por un
tema que poco le interesaba, miraba a Hugo
que, cada vez que abría la boca conseguía
la atención total de todos los presentes. Tal
vez fuese culpa del alcohol, pero la
muchacha tenía calor y anhelaba arrancarse
el chal, así que le tocó la mano
disimuladamente y le preguntó con un par
de gestos si podía quitárselo a lo que Hugo
respondió con una negativa. ¿Por qué no
podía quitárselo? Justo entonces pasó una
mujer de delantera generosa por su lado y
se animó a ser juguetona. Volvió a llamarle
la atención.
–¿Qué? – Preguntó él, agachándose y
susurrándole al oído.
Lucia se acercó a su oreja y le susurró:
–Te gustan las chicas con pechos grandes,
¿no?
Hugo se la miró unos momentos y le
contestó:
–¿Qué dices?
–Todos los hombres sois iguales.
–No le hagas caso a lo que dicen las
mujeres.
Lucia apretó los labios. Aunque no le
gustaba cotillear, en realidad, era bastante
divertido siempre y cuando no se tratase de
acabar con la otra persona. Era un
pasatiempo entretenido cuando no había
nada mejor que hacer y si una noble poseía
el don de la elocuencia, las horas pasaban
volando.
–Me han dicho que sólo has estado con
mujeres con buena delantera.
Sinceramente, había sido Jerome quien le
había dado esa información que no la
molestaba, nadie se atrevería a cotillear
sobre el gran Duque de Taran. Había
muchas que ni siquiera osaban acercársele
a ella.
Su leve embriagadez le dio las fuerzas para
hacer algo tan descarado como era
molestarle allí mismo. Su expresión
cambió. Lucia abrió los ojos como platos,
sorprendida. Estaba nervioso. El hombre
capaz de estar tranquilo, aunque se le
cayese el mundo encima estaba nervioso.
Qué cosa tan curiosa.
–¿No me digas que es verdad? – Preguntó
una vez más al oído de su esposo
obligándole a agacharse.
La perplejidad de él la hizo reír. Sus ojos
mostraban un gran abanico de emociones
complicadas. Enfado, incredulidad y
desconcierto: era maravilloso. El
grandullón era adorable y le estaba
enseñando esa expresión solo a ella. Sintió
un cosquilleo en el corazón y soltó una
risita.
Hugo entrecerró los ojos y observó a esa
mujer suya tan atrevida que había osado
jugar con él. Bajó la cabeza y le mordió la
oreja con suavidad. Ella se lo miró
sorprendida y, entonces, se sonrojó.
Satisfecho, volvió a levantar la cabeza.
Lucia atónita, no comprendía cómo podía
ser tan desvergonzado. ¡Hacer algo así en
público!
La gente que los rodeaba intercambiaba
miradas entre ellos y sus rostros eran un
poema. Rara era la ocasión en la que los
nobles mostraban emociones tan explicitas
abiertamente. Lucia no hubiese imaginado
que susurrar a su esposo atraería la
atención de la gente, avergonzada, intentó
zafarse de la mano de Hugo para huir, pero
éste la atrajo todavía más a él.
–¿Dónde vas, esposa mía? – Dijo con voz
grave en su oído.
–Es de mala educación preguntarle eso a
una señorita. Suéltame, por favor.
Hugo esbozó una mueca traviesa. Lucia
percibió lo inevitable y chilló para sus
adentros mientras los labios de él se
posaban sobre los suyos. Los jadeos
atónitos de los presentes se escucharon
como una canción acompañado del
estruendo de cosas cayendo al suelo.
Lucia no tuvo el valor de mirar a su
alrededor: en cuanto Hugo le soltó la
cintura, pegó los ojos al suelo y huyó de la
situación.

.x.x.x
Parte II

Los invitados que rodeaban al Duque de


Taran se sumieron en un silencio sepulcral.
Hugo, totalmente tranquilo, dejó la copa
vacía en la bandeja de un criado que se
paseaba por ahí, ignorando las miradas y
las opiniones del resto. En realidad, poco le
importaba lo que dijeran los demás
mientras no se atrevieran a mencionar a su
esposa.
–…Veo que se lleva bien con la Duquesa. –
Kwiz rompió el silencio, incapaz de
mantener la boca cerrada. Le irritaba ese
despliegue romance en su propia fiesta. –
Vaya par de tortolitos, ¿verdad?
El resto asintió, intrigado. ¿No llevaban ya
un año y medio casados?
–¿Cuándo se pasa esta fase de recién
casado? – Preguntó el nuevo monarca.
–Hasta que nace un bebé.
Sí, pero lo importante no era qué etiqueta
ponerle a la pareja, sino que había sido el
mismísimo Duque de Taran quien había
dado el espectáculo. Los susurros de los
duques habían atraído todas las miradas. La
pareja charlaba sin que les molestase quién
les estaba escuchando o dónde estaban. El
afecto que emanaba de la mirada del señor
Duque era extraordinario.
–…Se le ve enamorado, mi señor Duque.
Hugo miró a Kwiz inexpresivamente. No
pensaba caer por la elocuencia del rey o dar
pie a nuevos rumores.
–Me sorprende que Su Majestad conozca
esa palabra.
El cambio de tema desilusionó a los
oyentes, sobretodo a las mujeres que ya
tenían pensado cotillear sobre el tema
durante los próximos tres días. Los rumores
no nacían de la nada, siempre salían de una
base real.
–¿Eh? ¿Eso piensa de mí, señor?
Permítame decirle que soy todo un
romántico.
El público estalló en sonoras carcajadas,
incluso Hugo soltó una risita. Que el dueño
del trono dijera algo semejante cuando
había asesinado a todos sus hermanos para
conservar su posición de heredero parecía
de chiste. Aunque también había sido por
esa determinación que contaba con el
apoyo de Hugo.
–Por cierto, señor. ¿Por qué no nos cuenta
algo? Creo que no soy el único deseoso de
saber más sobre su historia de amor. – Un
comentario como este podría desprestigiar
a muchos reyes, pero no a Kwiz. Parte de
su carisma residía en ese extraño encanto
que le permitía ser autoritario y juguetón.
Se le daba bien andar por una cuerda floja.
–No, gracias. Una palabra se convertiría en
cien.
–Pero a usted no le importan los rumores,
¿no?
Hugo había estado eliminando rumores de
la Capital para evitar que las malas lenguas
llegarán a su esposa y así evitar
malentendidos o cualquier daño.
Personalmente, le daban igual, pero sentía
la necesidad de ser más agresivo en cuanto
a deshacerse de las habladurías.

Lucia escapó del salón de baile y se cobijo


en la seguridad de la espaciosa sala de
descanso.
–Tráeme un vaso de agua. – Le ordenó a
una criada.
Escondió el rostro en sus manos, todavía
intentando recuperar el aliento. No estaba
borracha, pero su estado de ánimo había
cambiado radicalmente y en su estado
parecía estar llamando a los problemas.
Entonces, recapacitó y se le desencajo la
cara: ¿no había cometido ya un error
gravísimo? Sabía que a su esposo no le
importaban las miradas ajenas, pero
tampoco era correcto darle motivos para
preocuparse por ello.
Se bebió el vaso que le trajo la sirvienta y
cambió el rumbo de sus pensamientos. ¿Tal
vez se debía a tener la espalda descubierta?
¿Por qué, si no, le ofrecería un chal para
cubrirse? Casi se le escapa una carcajada.
¿Desde cuándo era tan conservador su
marido? Lucia sabía que a algunos hombres
les disgustaba la idea de que su amante o
esposa mostrasen carne, pero nunca se le
habría ocurrido que Hugo fuese así. De lo
que sí estaba segura era que Antoine
pagaría el precio de los celos de su esposo,
aunque no era más que ventajoso para
Lucia. Aprovecharía la ocasión para hacer
un trato con ella. Y es que sospechaba que
había gato encerrado: a pesar de que el
vestido y los materiales para su confección
tendrían que haber sido mil veces más
caros, el precio total apenas llegaba al de su
primera compra. Lucia había decidido
hacerse la loca porque ir bien vestida a la
coronación formaba parte de sus deberes,
sin embargo, estaba resuelta a llegar al
fondo del asunto.
–Disculpe, Duquesa. ¿Le importa?
La sala de descanso no estaba atada al
decoro. Aunque la mismísima reina se
presentase, el resto de mujeres no tendrían
que levantarse y hacer una ceremoniosa
reverencia. Lo apropiado era hablar entre
susurros y respetar el silencio.
–Siéntese, señorita Alvin.
–Oh, se acuerda de mí. Me alegro.
El Conde de Alvin había decidido traer a su
hermana como acompañante en lugar de su
esposa, Sofia, que continuaba encerrada en
su casa. Evidentemente, si Sofia se hubiese
presentado en la coronación, Lucia se lo
habría tomado como que su advertencia
había sido desestimada. Sofia no era tan
estúpida como para hacer algo así.
–Mi hermano me ha pedido que me
disculpe de parte de mi cuñada y de la
suya. Sofia hizo mal. No osaría rogarle su
perdón, pero le pido que olvide su ira.
–Lo pasado, pasado está. No hace falta que
se disculpe, señorita Alvin. Acepto la
disculpa de su hermano de buena fe.
–Muchas gracias por su generosidad.
La señorita Alvin sonrió con amargura. Si
la duquesa la hubiese perdonado de verdad,
le habría dicho algo como: “espero que a la
próxima también venga la condesa”, pero
ese no era el caso. El arresto domiciliario
de Sofia seguía en pie. El perdón de la
señora de los Taran era superficial. Había
sido un error creer que con palabras
azucaradas se ganarían la misericordia de la
joven duquesa.
La señorita Alvin se excusó y se sentó en
otro rincón de la sala para hablar con otra
de las mujeres. Lucia perdió el interés en
ellas porque no podía ni escucharlas, pero
de repente, volvió a posar su mirada en
ambas. La otra mujer poseía una mirada
felina, una cabellera castaño oscuro y una
peca bajo el ojo: tal y como Norman había
descrito a la noble.
Lucia le pidió a su criada que fuese a
investigar de quién se trataba y, cuando la
sirvienta volvió, le confirmó sus sospechas:
la condesa de Falcon.
Lucia no había visto a Anita ni en su sueño.
Conocía los rumores que circulaban sobre
sus tres matrimonios, pero no solía
aparecer en público. De no ser por Sofia, ni
siquiera sabría que era una de las muchas
amantes de Hugo.
¿Por qué la habría estado investigando?
¿Cuál sería su objetivo? ¿Ella o usarla para
conseguir a su marido? Fuera como fuere,
si esa mujer se le acercaba, se lo contaría a
Hugo de inmediato.

Anita estudió a la duquesa con frialdad


cuando ésta se marchó de la sala de
descanso. Durante aquel último año había
perdido mucho peso, su expresión era más
seca y su personalidad más dura. Había
conseguido evitar la bancarrota por los
pelos, pero ahora, la mayoría de las
acciones de su negocio estaban en manos
de otros. El ataque a sus fondos destrozó
los cimientos de su familia, pero el duque
de Taran había dado el golpe definitivo.
Fabian, que nunca había tenido en alta
estima a la condesa, le comunicó la
advertencia de su señor: “Has hecho algo
que no deberías. Si no sabes investigar a
alguien, no lo hagas. Mi señor está
sumamente ofendido. Si esto vuelve a
ocurrir, espero que estés lista para pagar el
precio. Considera esto una suave
advertencia. Mi señor no perdona a los que
ignoran sus advertencias”. Anita se
desmayó de la angustia y cuando abrió los
ojos sólo respiraba veneno. Estaba segura
que la princesa Vivian había descubierto su
jueguecito por culpa de la novelista y había
corrido a quejarse a su marido. El duque
era un hombre orgulloso, por muy poco
afecto que compartiera con su conyugue,
aborrecería la idea de que alguien fuese a
por su pareja. Aun así, el castigo había sido
demasiado severo. ¿Por qué había llegado
tan lejos? ¿Tan mal había hablado de ella la
nueva duquesa?
Anita provenía de una familia aristócrata
arruinada, pero gracias a su apariencia
consiguió casarse con un hombre
adinerado. Pocos meses después de
contraer matrimonio, su esposo del
momento falleció por paro cardíaco y, de la
noche a la mañana, ella se convirtió en una
mujer rica. Ahora bien, acomodada,
ansiaba estatus, por lo que enamoró a un
barón, le hizo divorciarse y se casó con él.
Por desgracia, su segundo marido se cayó
de su montura y murió. El Conde de
Falcon, su tercer marido al que conoció
haciendo negocios, necesitaba dinero tanto
como ella necesitaba estatus. Fue un
matrimonio de conveniencia sin hijos y de
corta duración, pues el conde se ahogaría
en un viaje de negocios. Anita había pasado
de ser la hija de un aristócrata arruinado a
una condesa acaudalada sin hijos.
La gente la acusaba de asesina o de estar
maldita, aunque nada tenían que ver las
muertes de sus maridos con ella. Vivía sus
días rechinando los dientes y tragándose los
prejuicios ajenos, Entre los nobles se sentía
una extraña. Todas las mujeres de la alta
sociedad la odiaban y la envidiaban. Por
otra parte, conversaba sobre política,
economía o negocios con los varones que,
atraídos por su cuerpo, le pedían favores
que ella concedía sin que le importase su
estado civil. Con el transcurso de los años,
había perdido el interés en los
acontecimientos públicos, sólo le
importaba el dinero, no gastaría su energía
en otras cosas. Y fue justo entonces,
cuando conoció al gran duque de Taran.
Era la primera vez que se sentía plena, que
todo era perfecto. No obstante, su relación
no era más que un castillo de arena que una
princesita iba a destrozar y usurparle.
Cuando Anita se enteró de que la nueva
duquesa asistiría a la fiesta movilizó todos
sus contactos para conseguir entrar, sin
embargo, su fiel conde Jordan se excusó
bajo el pretexto de que había problemas
con su esposa. Pero ella adivinó la verdad,
ahora que había perdido su negocio nadie
iba a salvarla de la miseria y, en
consecuencia, su resentimiento hacia la
duquesa creció.
Había visto a la pareja ducal en la entrada
como el resto de invitados. Se le revolvió el
estomago al ver como la duquesita era el
centro de atención y sonreía triunfal, como
si el mundo fuese suyo. Evitó la multitud y
se encerró en la sala de descanso donde se
encontró con la señorita Alvin.
La señorita Alvin consideraba a Anita su
amiga. Tal vez no poseyese la reputación o
el historial ideal para una dama, pero la
condesa de Falcon era increíblemente
talentosa con los negocios. Consoló a la
condesa cuando su ruina empezó, aunque
no por sincera amistad, sino porque su
propio complejo de inferioridad
desapareció.
Anita había animado a la señorita Alvin a
disculparse con la duquesa, tentándola con
la posibilidad de conseguir los elogios de
su hermano. Siendo toda una estratagema
para recopilar información sobre la
duquesa.
Anita no podía acercarse a la duquesa, la
diferencia entre sus estatus era como el sol
y la noche. No se tragaba las habladurías
sobre el duque estando perdidamente
enamorado de su mujer, no hasta que lo
viese con sus propios ojos. Sin embargo,
sólo veía y escuchaba lo que quería. Su
antigua yo, esa mujer racional había cesado
de existir.

.x.x.x
Parte III

Los efectos del alcohol pasaron


rápidamente. Lucia salió de la sala de
descanso y anduvo por el pasillo cuando
una criada se le acercó a paso ágil.
–Mi señor el duque me envía porque le
preocupa su prolongada ausencia.
Sólo llevaba ahí encerrada treinta minutos.
–Ve y dile que ahora voy. – Contestó ella,
azorada. El resto de invitados notarían
extrañados sus acciones.
La criada hizo una leve reverencia con la
cabeza y volvió por donde había venido.
–Siempre la está buscando. – Comentó la
criada que la acompañaba.
–¿Te estás burlando de mí?
–No, mi señora. No osaría. Es que me
parece bonito. Me gustaría tener una
relación como la suya si me caso.
Los halagos mezclados con envidia de la
sirvienta la hicieron pensar si el resto de
personas también los veían de esa manera.
Sí, en efecto, su relación últimamente era
buena. Aunque pasaban menos tiempo
juntos que cuando vivían en el norte,
estaban más unidos que nunca. Lucia no
conseguía dar con nada en específico que
explicase la dulzura que emanaba de los
labios de su esposo.
Lucia anduvo animada por los pasillos
hasta que vio a un grupo de hombres
conversando a cierta distancia.
–¿Mi señora? – Se extrañó la criada al ver
que la joven interrumpía sus pasos de
manera abrupta.
Lucia estrujo el chal que le cubría los
hombros como si se tratase de un escudo.
Se serenó y reanudó la marcha deseosa de
que el rostro conocido que acababa de ver
la dejase pasar de largo. No obstante, el
hombre la descubrió.
–Oh, ¿no será usted la duquesa? – Preguntó
teatralmente uno de los hombres del grupo
al que Lucia no pudo ignorar con los ojos
colmados de codicia. – Qué honor poder
saludar a tan bella dama.
Si la duquesa era grosera en su primera
aparición público se convertiría en el
blanco de todos los cotilleos de la Capital,
así que se obligó a mirar a aquel hombre
tan nauseabundo esforzándose en controlar
su expresión.
El hombre le sacaba escasos centímetros,
tenía barriga cervecera, piel grasa y un
rostro en el que abundaba la codicia a pesar
de que su sonrisa fingía modestia. Con la
mirada transmitía su nerviosismo ante la
posibilidad de chupar cualquier beneficio
de quien tuviese la mala suerte de toparse
con él. No era otro que el marido de su
sueño: el conde Matin.
–Soy el cabeza de familia de los Matin y el
heredero del título, Horio Matin.
Permítame decírle que ahora que la veo de
cerca es usted todavía más hermosa.
Admiro mucho a mi señor, el duque de
Taran. Es un honor poder saludar a su
esposa. –El conde se humedeció los labios
con la lengua y frotó las manos como si
fuera un mercader perverso.
Lucia sentía disgusto, aborrecimiento… y
temor. En su sueño el conde Matin había
sido un sinónimo de desesperación. Su vida
matrimonial había sido un infierno e,
irónicamente, si la muchacha lo había
podido soportar había sido gracias a su
propia ignorancia. Si hubiese sabido cómo
eran los matrimonios normales, no se
habría resignado a una vida tan miserable.
El matrimonio del que había sido testigo en
su sueño había sido una pesadilla, una
ilusión que la seguía persiguiendo.
Raramente le deseaba el mal a nadie, era el
tipo de persona capaz de desentenderse de
la tristeza o incomodidad, no obstante, al
conde lo aborrecía. El único motivo por el
que había elegido ser estéril comiendo
artemisa y se había declarado a su actual
marido era él. Todo para huir de la sombra
del conde Matin.
Lucia se había estado preparando
mentalmente para enfrentarse al conde en
cualquier momento. Ahora era una
duquesa, pero su corazón seguía siendo
débil, aunque… ¿Este hombre siempre
había sido tan pequeño? En comparación
con su marido, el conde era poco más que
un enano de poca monta. Le parecía
patético y sus miedos se disiparon.
–¿Me concedería el honor de poder saludar
a mi señor el duque, duquesa? Hay tanta
gente distinguida que él jamás se fijaría en
un don nadie como yo, pero estoy más que
dispuesto a postrarme a sus pies. Si me da
una oportunidad, no lo olvidaré.
A veces Lucia no entendía esa venenosa
obsesión del conde Matin con el poder. Los
Matin ya poseían un territorio, gozaban de
una reputación histórica y tenían más que
lo suficiente para vivir satisfechos.
–Me parece una grosería que me pida esto
la primera vez que nos vemos. Si quiere
algo de mi esposo, vaya a hablarle usted
mismo. – Contestó ella con seriedad. A
pesar de su estatus de duquesa, hablarle con
ese tono a un noble más mayor que ella se
consideraba una falta de respeto: justo lo
que quería. Su destino ya no estaba ligado
al del conde y, por eso mismo, no quería
que se atreviese a volver a hablarle nunca
más.
Cada vez que el conde le hablaba en su
sueño, Lucia se estremecía por el miedo,
bajaba la cabeza y esperaba el castigo. No
obstante, el conde que tenía ante ella estaba
abochornado y molesto. Ella irguió la
espalda dándose aires de grandeza y lo
pasó de largo encantada. Fue como si le
quitasen un peso de encima. Por fin era
libre de la pesadilla. Quiso reírse a
carcajadas. Aunque le abofetease, Matin no
podría ponerle ni un dedo encima. A sus
espaldas se alzaba el gran duque de Taran,
un marido fidedigno que la protegería de
toda tormenta. Puede que no fuese
invencible, pero sí lo suficientemente
poderoso como para deshacerse de esa
basura.
Lucia apresuró sus pasos para llegar a
Hugo más deprisa. No podría explicarle lo
sucedido, pero quería compartir su alegría
con él. Lo mejor de todo es que el conde
Matin sufriría una muerte trágica… o tal
vez no porque el futuro estaba cambiando.
Sobre el quinto año de su matrimonio con
él, el rey decidió acabar contra todo aquel
que se opusiera a él. Fue el principio de una
práctica que pasaría a la historia como “los
cien días de sangre”. El conde había hecho
todo lo posible para unirse al grupo que
apoyaba a la realeza, pero falló, asi que se
juntó con la oposición para poder codearse
con los poderosos. Un hombre tan cobarde
como él no osaría montar una revolución
de no ser por algo así. Los miembros de la
oposición eran plenamente conscientes de
las intenciones del conde y explotaron su
relación hasta que el más débil acabó
siendo uno de los muchos cabezas de turco.
¿Quién le defendería de las falsas
acusaciones? Nadie: sus aliados ya habían
perdido el cuello y el monarca quería cortar
el problema de raíz sin dejar a nadie fuera.
Así fue como el legado de los Matin tocó
su fin de la noche a la mañana. Unos
soldados lo atraparon y decapitaron sin
pasar por un juicio y los otros miembros de
la familia corrieron la misma suerte a
excepción de Bruno, el hijo más pequeño,
que se dice huyó a otro país.
–Duquesa.
En cuanto Lucia vio al muchacho que le
barró el paso con una sonrisa de oreja a
oreja la irritación se apoderó de ella. Ya
iban tres encuentros desafortunados
seguidos.
–¿Me recuerda? La saludé el otro día, soy
el conde David Ramis, el futuro duque
Ramis. –Lucia se limitó a asentir con la
cabeza con incomodidad que David
malentendió por timidez y sorpresa. – Este
humilde servidor se ha tomado la libertad
de plasmar la belleza de la duquesa en un
poema. Apreciaría de todo corazón que
aceptase echarle un vistazo.
David llevaba una carta de amor con él a
donde iba desde que la había visto en el
jardín de rosas. Cada vez que pensaba en la
duquesa se le nublaba la vista y aquel día
había descubierto también su nombre:
Vivian. ¡Cuán noble y bello sonaba! Estaba
hecho para ella. ¿Y qué si estaba casada? Si
ambos se amaban, nada podría detenerles.
Por el momento no pedía mucho, sólo
quería conocerla mejor a través de cartas.
Lucia miró el sobre. Intercambiar cartas de
amor era algo habitual se estuviera o no
casado. Un hombre podía entregarlas a una
mujer sin problema, pero lo contrario daría
de qué hablar, y la mujer tenía prohibido
aceptarla personalmente, ese era el trabajo
de la criada o su escolta.
La criada miró a Lucia inquisitivamente y
la joven duquesa sacudió la cabeza.
–Señor Ramis, mucho me temo que no
puedo aceptarlo. He prometido envejecer al
lado de mi esposo.
Aquello tomó desprevenido a David. Las
cartas de amor eran un encanto añadido en
toda mujer, raramente las rechazaban.
Ofenderse porque tu esposa o tu amante
había aceptado una carta de amor estaba
fuera de lo común, de hecho, lo habitual era
enorgullecerse de ello.
–Duquesa… Puede ser que… Se lo digo
para que no me malinterprete, pero sólo le
he escrito unos versos. No hay nada que
pueda herir su virtud, señora.
–Conozco las costumbres, gracias. No pasa
nada si no lo acepto, ¿verdad?
–Bueno…
–No quiero mantener ninguna conversación
en la que mi marido no pueda formar parte.
– Espetó de mal humor antes de excusarse
y alejarse caminando.
David siguió a su amada con la mirada rojo
por lo humillación y con los puños
apretados, estrujando el sobre que había
pretendido entregarle a la duquesa. Su
séquito, que siempre le seguía y había
mantenido cierta distancia para
proporcionarles algo de intimidad,
apartaron la vista.
Las relaciones humanas de la aristocracia
eran complejas. Había que andarse con pies
de plomo al dirigirse a los demás y lo más
importante era evitar salir con nuevos
enemigos de cada encuentro social. Lo que
más en serio se tomaba era el honor: que
alguien te rechazase tan directamente y te
dejase en evidencia de esa forma, tal y
como Lucia acababa de hacer, era
humillante.
¿Por qué una mujer como esta se habría
casado con el duque de Taran? A David se
le contrajo el rostro de la envidia. Que la
muchacha estuviese decidida a serle fiel a
su esposo para siempre la convertía en una
mujer todavía más noble.
David había llegado a la fiesta después de
que la pareja ducal ya se hubiese separado.
La duquesa estaba tan hermosa que le había
provocado mariposas en el estómago. Si en
el jardín de rosas le había parecido un hada,
ahora era una diosa. Por desgracia,
mientras su diosa estuviese rodeada de
otras nobles no podría acercársele, además,
su hermana le había dedicado una mirada
de advertencia que, simplemente, no podía
ignorar.
Fuera como fuere, no quería unirse a la
multitud que trataban al duque de Taran
como si fuese el protagonista de la velada
y, sin rumbo, vagó por el salón con su
séquito. Llegados a un punto en el que sus
acompañantes ya ni se molestaban en
ocultar su aburrimiento, decidió volver y
allí fue donde la vio. Se había sentido como
el rey del mundo, pero ahora su regocijo se
había convertido en miseria. Cabizbajo,
saboreó la triste y la humillación de su
primer desengaño amoroso.
Anita sonrió con frialdad desde la
distancia. Tenía una idea. Los humanos
deseamos aquello que no podemos tener y
un escandalo de la duquesa sería… Cuánto
mayor sea la posición de alguien, peores
son los rumores. ¿Cómo reaccionaría el
duque de Taran si su señora se veía
envuelta en una sarta de rumores? ¿Qué
haría el infame duque conocido por
abandonar a las mujeres que ya no
necesitaba? ¿Dejaría a su esposa? Anita se
deleitó con la idea de que una princesa
acabase relegada a una mujerzuela
divorciada. El escandalo crecería como la
espuma. Se aprovecharía del heredero de
los Ramis, eso estaba claro.

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Parte IV

–Es el perro rabioso…


–Es Krotin…
El ambiente agradable del banquete se
esfumó en cuanto un hombre atrajo todas
las miradas. Roy se coló en la fiesta como
un lobo en busca de su presa. Los invitados
empalidecieron y muchos se apartaron
temerosos de encontrarse con él. Como
escolta del príncipe heredero, Roy se había
ganado una fama dentro de los círculos de
la alta cuna. Solía acompañar a Kwiz en
casi todos sus deberes sociales y, sin
querer, siempre acababa enzarzándose en
algún asunto peliagudo. Hugo le había
otorgado el título de barón, pero para los
nobles que se burlaban y creían inferiores a
cualquiera que no naciese con estatus, Roy
era un gañán analfabeto y terriblemente
simple. Por supuesto, Roy contestó sus
burlas desenvainando la espada y le había
acabado gustando perseguir a los nobles.
–¡¿Estás ciego o qué?! – Exclamó un
hombre de mediana edad con el que Roy se
chocó. – ¿Dónde te crees que vas con esa
armadura? ¡Hey!
Roy entrecerró los ojos. Hacía mucho
tiempo que nadie buscaba pelea con él y el
pobre hombre llevaba tanto tiempo fuera de
la Capital que ignoraba la mala reputación
del soldado.
–¿Y tú, qué? ¿Para qué tienes ojos? ¿Por
qué tengo que evitarte yo? Si eres ciego,
me disculpo.
–¡Qué…! ¡¿Cómo te atreves, bastardo…?!
–¿Bastardo…? ¿Me acabas de llamar
bastardo? Ya se ve que le sabes dar a la sin
hueso. ¿Cuántos cuellos tienes? ¿Eh?
–¡Serás…! ¡¿Cómo te atreves?! ¡¿Sabes
quién soy?! ¡¿Crees que te dejaré irte de
rositas?!
–¿Y a mí qué me importa quién seas?
Roy intentó acelerar las cosas. Estaba
muerto de ganas de que lo retasen. Avanzó
un paso y el hombre retrocedió.
–Vaya…
–Anda que…
La conmoción atrajo el interés del resto de
invitados. Aunque encontrarse con Roy era
una tragedia, siempre daba buen
espectáculo. La gente chasqueaba la lengua
con desaprobación y esperaba que el
soldado armase un buen barullo.
El protagonista del banquete era Kwiz,
pero si su guardaespaldas causaba
problemas lo recordado sería eso y su
dignidad como rey quedaría por los suelos.
No obstante, él no tenía el control
suficiente sobre Roy como para intervenir.
–Señor Taran… – Kwiz decidió echarle el
muerto a Hugo y lavarse las manos en el
asunto.
En realidad, a Hugo le importaba un bledo
si Roy destrozaba el banquete. Lo único de
lo que estaba pendiente era de su esposa
que llevaba tanto tiempo ausente.
–¿Podrá pararle…?
–Claro que sí, es su lacayo.
Hugo chasqueó la lengua y se puso a andar.
–Pero es que no es uno cualquiera…
Sin embargo, para sorpresa de todos los
testigos, Hugo se dirigió a una de las
mesas, cogió un cuchillo de ensalada que
tiró y atrapó con una mano un par de veces
antes de lanzárselo a la espalda de Roy.
–¡Ah!
En cuestión de segundos la sala se
convirtió en un matojo de gritos y jadeos.
El cuchillo había rozado la mejilla de Roy
y se había clavado en la columna donde el
soldado había arrinconado a su presa.
–¡¿Quién ha sido?! – Exclamó Roy furioso,
tocándose la mejilla.
Hubo un silencio sepulcral y, entonces,
Hugo y Roy intercambiaron una mirada.
Roy tragó saliva, se le nubló la vista por la
desesperación y se acercó a su señor como
una muñeca sin vida hasta arrodillarse a
dos pasos de él. Nadie daba crédito a lo que
veían. Todos los nobles conocían las
habladurías del poder de Hugo, pero pocos
habían sido testigos de su fuerza, sólo a
Roy a quien consideraban superior. Sin
querer la idea de que las habilidades de
Roy superaban con creces a las de Hugo se
les había metido en la cabeza y creían que,
por muy señor suyo que fuese el duque, si
el soldado se volvía loco como un perro
rabioso, poco se podría hacer. No obstante,
todo quedó en el pasado en cuanto
presenciaron esa escena. Al duque se le
conocía como el león negro de la guerra.
Hasta otros países habían oído hablar de
sus hazañas y monstruosa fuerza. Roy a su
lado era poco más que un cachorrito
asustado.
–Ya veo que te has aficionado a las bromas
en mi ausencia. – Dijo Hugo con una voz
seca. – Levanta.
Roy se puso de pie de un salto cabizbajo
esperando el golpe, pero por mucho que
esperó no sintió el terrible sufrimiento al
que no podría acostumbrarse, así que
extrañado, levanto la vista del suelo. Al
lado de su señor estaba la duquesa con un
extraño chal azul sobre su vestido rosa.
Lucia se había escabullido entre los huecos
de la multitud hasta llegar a Hugo. Estaba
tan centrada en ir con su marido que ni
siquiera noto la tensión que reinaba en la
sala ni al mismísimo Roy. Cuando vio a
Hugo se le escapó una risita de lo feliz que
estaba y él le rodeó la cintura con el brazo.
Fue entonces cuando Lucia vio a Roy ahí
de pie.
–Cuánto tiempo, señor Krotin. – La
muchacha reparó en el desanimo del
soldado y habló con suavidad. – Mmm…
Qué divertida es la fiesta, ¿verdad?
El rey estalló en carcajadas y el público
siguió las acciones de Kwiz rugiendo en
sonoras risotadas, uno tras otro.
Confundida, Lucia miró a su alrededor sin
entender qué tenía de divertido su saludo.
¿Habría hecho algo mal?
Hugo tiró de ella, se la puso delante y le
indicó a Roy que se comportase. El joven
captó las ordenes y se retiró a prisa. Jamás
olvidaría esto. Lucia era su salvadora.

La tarde avanzó sin más altercados.


Conforme el cielo se oscurecía el salón del
banquete se llenó de gente y por fin
empezó el baile.
A Lucia le dolía todo el cuerpo. No
recordaba a cuántas personas había llegado
a saludar. Su primera aparición pública
había sido todo un éxito hasta el punto de
que tenía una cola de invitados esperando
para poder hablar con ella.
–¿Estás cansada?
Lucia iba a responder que no, pero en el
último momento cambió de idea.
–Un poco. – Deseaba poder quejarse de lo
mucho que le estaba costando.
–¿Quieres que nos vayamos?
Para que su esposa admitiese que estaba
cansada debía a punto del colapso. Hugo la
empujó contra su pecho para que Lucia
pudiese apoyarse en él y no apoyar todo el
peso en sus piernas. La muchacha estaba
agotada. Era evidente. Nunca le habría
permitido tanta intimidad en público de no
ser por eso.
–Pero todavía no ha empezado el baile…
–Da igual, ya llevamos mucho tiempo aquí.
Casi nadie va a las dos cosas y de todas
formas, sólo quería pasarme a saludar e
irme. Mañana también tenemos que venir.
–¿De verdad nos podemos ir a casa?
Hugo sonrió. La palabra “casa” se le
antojaba entrañable.
–Sí.
Nadie osaba acercarse a la pareja ducal.
–…Esto es increíble.
Da igual las veces que lo viese Kwis,
aquello era fascinante. ¡El duque de Taran
mostrando cariño en público sin vacilar!
¡¿Sería un mal presagio?!
Beth se río de los murmullos de su esposo.
–¿Por qué no me lo habías dicho si ya lo
sabías, reina mía?
–Pensé que sería interesante. Tienes para
entretenerte un rato, ¿verdad, Su Majestad?
Kwiz miró a la risueña Beth y suspiró. Su
esposa cada vez era más indiferente
conforme criaba a sus tres hijos.
Últimamente, la reina lo tenía vigilado y si
la ofendía sus tres hijos estaban más que
dispuestos a darle su merecido. Tenía que
nutrir su relación ahora que todavía eran
pequeños si quería tener una vejez
tranquila.
–¿Qué te parece? ¿Está actuando o es de
verdad?
–¿Y eso qué más da?
La reina tenía razón. Daba igual. Que el
duque estuviese demostrándole tanto cariño
en un evento oficial era una advertencia
silenciosa para el resto: “cubro las espaldas
de mi esposa, más os vale no hacer
tonterías”. Por supuesto, no es que alguien
pudiese ignorar la posición de la duquesa
de Taran. No obstante, ahora que el duque
se había autoproclamado su escudo todo
había dado un vuelco.
–La duquesa va a estar ocupada.
–Y tanto.
El atajo al duque de Taran era la Duquesa.
Todos los invitados ya tenían sus ojos
puestos en ella.
–¿Dónde está Katherine?
–No le gustan estas cosas. ¿No lo sabías
ya? Estoy seguro que aparecerá en el baile.
Kwiz chasqueó la lengua. Su hermana
Katherine siempre le daba dolores de
cabeza. ¿Cómo podían dos hermanas ser
tan diferentes? ¿Tal vez porque eran de
madres diferentes? Le tocaba encontrar un
prometido para su hermana, pero es que no
había ningún buen partido.

.x.x.x
Parte V

Un criado abrió la puerta del carruaje


cuando éste arribó a la residencia ducal, no
obstante, Hugo no podía moverse pues su
amada esposa dormía sobre su regazo. Era
una mujer admirable. Se había movido con
desenvoltura por el palacio y él, por su
parte, se había encargado de advertir a
todos los de la capital que se lo pensasen
dos veces antes de intentar nada con su
esposa. Su mujer se había despeinado
mientras dormía, así que el duque
aprovechó el momento para disfrutar del
tacto sedoso de su melena. Era indudable
que su mirada era pura dulzura y que
deseaba que ese pequeño momento pudiese
durar para siempre. Cuidadoso de no
despertarla, le sujetó el cuello y las piernas,
la levantó y entró en la mansión.
–Hugh… – Lucia le llamó en cuanto él la
depositó en la cama.
–Ya estamos en casa. – Anunció él posando
un beso dulcísimo en su frente.
–…Me he quedado dormida… – Lucia
parpadeó un par de veces e intentó
deshacerse del ensimismamiento. La
siestecita le había venido de perlas. – ¿Lo
he hecho bien? – Preguntó mientras
aceptaba la mano de su esposo para
ayudarla a incorporarse.
–Perfectamente.
–Ah, menos mal… – Lucia llamó a la
criada deseosa de arrancarse el pesado
vestido.
–¿Desean comer algo…?
–Yo no tengo ganas, ¿y tú?
–Yo tampoco.
La sirvienta hizo una reverencia y se retiró.
–En el… banquete… El señor Ramis me ha
intentado dar una carta, aunque la he
rechazado. – Lucia le había rechazado, pero
uno nunca sabe qué esperar de los
cuchicheos y las malas lenguas. Prefería
explicarle lo sucedido a su marido ella
misma antes de que alguna habladuría
llegase a sus oídos.
–¿Qué? – Hugo frunció el ceño.
Ese hijo de puta había tenido las agallas de
ignorar su clara advertencia. ¿Qué estaba
haciendo Fabian? ¿Cómo podía tardar tanto
en investigar a fondo y descubrir sus
asuntos peliagudos?
–No te enfades con el duque de Ramis, no
ha pasado nada.
Tanto el duque de Ramis como el duque de
Taran apoyaban y ayudaban al rey. Lucia
estaba al tanto de que dos hombres tan
poderosos enzarzándose en una disputa por
un asunto trivial era problemático.
–Me preocupa que esta tontería afecte tu
trabajo.
–No te preocupes.
Nunca se había parado a considerar las
consecuencias de sus actos. Si algo le
molestaba, lo cortaba de raíz. Le importaba
un bledo si se trataba del duque de Ramis o
de su hijo. Ya solucionaría los problemas
cuando llegasen. Le daba igual lo que
pasase con su familia o con él mismo que
sólo vivía por vivir. No le temía a nada. Sin
embargo, ahora era diferente. Tenía algo
que proteger y para ello, necesitaba
mantener a salvo su familia, su poder y su
riqueza.
–Bueno, estoy segura de que sabes qué
hacer. – Contestó Lucia sonriendo.
Hugo se la miró, la abrazó por la espalda y
le besó el cuello.
–No hace falta que te preocupes, pero
puedes hacerlo.
–¿Eh?
A pesar de que quería protegerla y evitarle
cualquier tipo de preocupación o molestia,
en realidad, le gustaba la sensación de que
se preocupase por él. Ni siquiera él se
entendía.

* * * * *

Después de una ducha rápida y de


cambiarse de ropa, Hugo se encerró en su
despacho donde le esperaba la montonera
de documentos de siempre. Apenas había
repasado, firmado y estudiado un par de
propuestas cuando escuchó que llamaban a
la puerta.
–Mi señor.
Hugo alzó la vista del papeleo al escuchar
una voz que no era la de Jerome.
–¿Qué pasa?
–Mi señora se ha quedado dormida
mientras se bañaba. – Explicó la criada de
mediana edad. – Esto no suele pasar…
Si las criadas no conseguían despertarla,
tendrían que llevarla a la cama entre todas,
pero antes de ser tan groseras, habían
decidido comunicárselo al señor de la casa.
–Podéis retiraros y descansar. – Ordenó el
duque.
Hugo entró en el baño poco después. Tal y
como le habían dicho, su esposa dormía en
la bañera. Su desnudez resaltaba y brillaba
dentro del agua transparente. Hugo le rozó
los labios con el dedo. Se le formó un nudo
en la garganta sólo por mirarla dormir
como un bebé indefenso. Era una sensación
inexplicable.
Se arremangó, se la llevó a la cama donde
había colocado una toalla y empezó a
secarla con otra. La piel nívea de su esposa
ra tan sumamente suave que acrecentó su
temperatura. La besó, le mordió el labio
inferior y se lo lamió. Saboreó sus labios
una y otra vez, entonces, introdujo la
lengua para explorar.
Lucia abrió los ojos, levantó los brazos y le
rodeó el cuello. Hugo empezó a enredar la
lengua con la suya hasta que se le escapó
un jadeo ahogado.
–Mmm…
La besó durante un buen rato cambiando de
intensidad. A Lucia se le nubló la vista y
empezó a tener calor. Los besos de él
llovieron sobre ella como una cascada: en
los labios, en los ojos, en la nariz, en las
orejas… Le mordió el lóbulo de la oreja y
dejó un rastro de besos por su cuello.
Entonces, Hugo se llenó la mano con sus
pechos. Los manoseó, los acarició y se
ocupó de no dejar de lamerle el cuello en
ningún momento. Lucia olía tan bien…
Tan dulce… Era apetitosa. Anhelaba
probarla. Anhelaba lamerle cada centímetro
de piel y dejar marcas rojas por su piel
blanca.
Era suya. Era su mujer.
Hugo sintió un arrebato de posesividad y
deseo. Se tragó cada pedazo del cuerpo de
la muchacha como un gourmet en un festín.
Pasó los labios desde los pies hasta la
frente. Lentamente, sin parar. La acarició,
la manoseó, la tocó.
A Lucia se le aceleró la respiración, se
revolvió atormentada por aquel dolor tan
dulce. Las caricias de su marido le
provocaban una oleada electrizante, pero
ignoraba la parte más hambrienta de su
tacto. Era agonizante. Quería que aquel
juego continuase, pero al mismo tiempo,
codiciaba su enorme miembro. Esperaba
expectante a que la llenase.
Era imposible predecir el sexo con él. La
intensidad, la duración, las caricias…
siempre era distinto. A veces sólo la
excitaba lo suficiente como para poder
entrar en ella, otras se tomaba su tiempo.
No podía decir que le disgustaba.
Hugo se llevó uno de sus pechos a la boca
y lo chupó tan fuerte como si quisiera
comérselo. Lucia chilló y él continuó
mordisqueando el pezón erguido. De
repente, algo húmedo salió de sus partes
bajas. Hugo se levantó para desnudarse y,
por estúpido que suene, Lucia a veces era
pudorosa y apartaba la vista de su cuerpo
desnudo.
Hugo la cogió por los tobillos para
separarla y se colocó entre sus piernas.
Entonces, una fuerza la penetró de golpe.
–¡Ah!
A Lucia se le dilataron las pupilas. Se le
aceleró todavía más la respiración y sus
paredes interiores se apretaron como si
rechazasen al invasor.
–Ah… – Hugo suspiró. – Espera… Estás
demasiado apretada… – Lucia ya se sintió
plena con una sola penetración. Su cuerpo
envolvió al de él y Hugo aprovechó para
susurrarle. – Qué obscena. ¿Tanto te gusta?
Lucia se ruborizó.
–Urgh. – Exclamó Hugo.
Lo tenía merecido. Lucia le miró y tensó
los muslos de las piernas. Él se estremeció.
Era divertidísimo. La joven le rodeó la
cintura con las piernas y tensó el abdomen.
–Vivian. – Gruñó él.
¿Estaba jugando con él? El duque esbozó
una mueca, le sujetó las piernas, las separó
y arremetió contra ella.
–¡Ah!
–Llevo queriendo hacer esto desde esta
tarde.
Así empezó una sesión de sexo duro. Su
pene erecto la penetraba sin piedad,
atormentándola. La piel blanca de su
esposa se enrojeció y ella empezó a sudar.
El dormitorio se llenó de gemidos y
sonidos intermitentes. Habían perdido la
cabeza, sólo anhelaban grabarse en el
cuerpo del otro.
–¡Ah…!
Hugo continuó jugando con su cuello
mientras movía las caderas. Cada vez que
la penetraba la muchacha chillaba. El
placer era incotrolable y Lucia estaba al
borde del clímax cuando, de repente, Hugo
paró.
–Todavía no. – Le ordenó mirando
directamente a ese par de ojos furiosos.
Lucia le dio un golpe en el hombro a modo
de queja, pero su marido hizo caso omiso.
Hugo sabía que cuando llegaba al orgasmo
su mujer se agotaba y todavía no la había
saboreado lo suficiente.
Lucia estaba nerviosa, el clímax estaba a
unos pocos pasos e intentó frotarse contra
su esposo ella misma, pero él la mantuvo
quieta. ¡Menudo tirano! Por mucho que se
debatiese, era imposible superar la fuerza
de su esposo. La quietud la tranquilizó y
fue entonces cuando Hugo volvió a
moverse con más vigor.
–¡Ah!
La sonrisa maliciosa de Hugo le pareció
odiosa a la duquesa. Hugo se quedó
inmóvil unos instantes antes de volver a
moverse una sola vez y repitió lo mismo
unas cuantas veces. Lucia se sintió
enloquecer.
–…Hazlo… – La mirada de Hugo se
ensombreció cuando la escuchó rogar. –
Por favor, hazlo. Dámelo… Más duro…
Las llamas estallaron en los ojos carmesíes
de Hugo. Se le tensaron todos los músculos
de los brazos y atacó el interior de su mujer
con brío. El placer inundó a la muchacha
que intentaba sujetarse a sus brazos.
–Boca abajo. – Ordenó él con la voz ronca.
–Hugh, estoy cansada.
–Lo sé, será rápido. – Prometió sabiendo
que no lo cumpliría.
–¿No podemos seguir como ahora?
Boca abajo era demasiado excitante, sentía
que pendía de un hilo y la sensación era
insoportable. Hugo escuchó las quejas de
Lucia y suspiró. Su esposa estaba al borde
de las lágrimas y su resistencia era casi
inexistente.
–No voy a ponértelo difícil, ¿vale?
En realidad, Lucia tenía una resistencia
normal y, de hecho, con los meneos diarios
de Hugo se había vuelto mucho más fuerte,
pero es que para su esposo era insuficiente.
Quería seguir toda la noche y había
muchísimo que no conseguía hacer.
El duque se posicionó entre las piernas de
su esposa, encontró la entrada y se deleitó
con su interior. La penetró con suavidad.
Lucia era adorable. Necesitaba una droga
milagrosa para hacerla más fuerte. Empezó
a moverse con más rapidez, le sujetó una
pierna y se la puso sobre el hombro.
–¡Ah!
Hugo jadeó. Aunque le había prometido a
Lucia portarse bien, necesitaba más, mucho
más. Así que le cogió los cachetes y se
hundió en lo más hondo de ella con
vigorosos movimientos.
–¡Ah, no! – Chilló Lucia entre lágrimas.
Hugo chasqueó la lengua y reprimió el
impulso de enterrarse en ella y se corrió.
Gimió entre dientes y se le nubló
momentáneamente la vista. Cuando se
serenó, abrazó a su esposa y la besó con
ternura. No obstante, su amada esposa lo
estaba fulminando con la mirada y
empapado de un sudor frío empezó a
pensar qué hacer para apaciguar su ira.

Capitulo 78 El Descubrimiento
Hugo se perdió en sus pensamientos
mientras disfrutaba del regusto del sexo y
le acariciaba la espalda a su esposa. Las
palabras del rey se habían quedado
grabadas en su subconsciente, tercamente
negándose a desaparecer. Le había dicho
que parecía que estuviese enamorado…
Reconocía que aquellos con lazos de sangre
compartían ciertos sentimientos entre ellos,
pero no comprendía la estupidez de la
creencia de que un hombre y una mujer
pudieran tener algo más profundo que la
familia de sangre. Para él, una mujer no era
más que una pareja para su disfrute. No
desdeñaba ni aborrecía a las que lo
avasallaban por su poder o su riqueza. Lo
veía algo normal, parte del intercambio
entre ellos. Su vida entera no era más que
un intercambio constante de intereses. El
matrimonio funcionó de la misma manera:
su esposa le había propuesto un
intercambio sumamente beneficioso con el
bonus de ser una pareja sexual estupenda,
sin embargo, ahora su estado emocional
cambiaba constantemente, de la tranquila
satisfacción a una tortuosa ansiedad.
¿Cómo habían acabado así las cosas? Hugo
recapacitó y llegó a la conclusión de que
había bajado la guardia. Nunca había sido
especialmente cauteloso con ella. Era una
hija de la realeza sin conexiones con la
familia real ni familiares, no deseaba poder
ni era codiciosa. A su juicio, era un
animalito indefenso sin zarpas ni colmillos.
Era impresionante lo tranquila que estaba
su esposa a su alrededor a pesar de lo débil
que era. Nunca había tenido alguien así a
su alrededor. Alguien que le hiciera sentir
cómodo, aliviado, alguien con quien
pudiese bajar la guardia totalmente. Por
desgracia, cuando se percató de su error los
sentimientos que le profesaba a su mujer
eran un río abundante y, cuanto más lo
negaba, peor le iba. Su legado familiar era
una sed insaciable que dormitaba en su
interior. Ni matando, bebiendo o
poseyendo a tantas mujeres como le venía
en gana había logrado saciarse hasta que
llegó ella. Si bien la joven le había ayudado
a apaciguar la sed, también había sido la
desencadenante de su hambre.
¿Amor…? No podía describir los enormes
cambios de sí con una sola palabra.
–…Por cierto, – La vocecita de Lucia
interrumpió el hilo de pensamiento de
Hugo que la creía dormida. – Si quisiera
que alguien se muriera…
Lucia no había dejado de pensar en el
conde Matin desde el banquete. Había
superado sus miedos, pero no sosegar su
enfado. Haber tenido que sufrir tanto a los
pies de ese cerdo inmoral la mortificaba. El
sólo pensar que podría no morir como en su
sueño la enfuriaba.
Lucia se arrepintió de haber hablado sin
pensar. Hugo le preguntó qué pasaba y ella
se quedó sin forma de responderle.
–¿Cómo quieres que lo mate? – Dijo él con
suavidad, como para consolarla, y dejado
de acariciarla. – Se puede morir de muchas
maneras: de enfermedad, por accidente,
asesinado a manos de un desconocido
misterioso, por un crimen carnal, por ser un
criminal… Ah, sí, si empiezas una
revolución puede que toda tu familia
desaparezca sin dejar rastro.
Lucia puso mala cara, parecía que se
estuviese burlando de ella, pero la
tranquilizó. Se sentía estúpida por
malgastar su tiempo pensando en semejante
basura.
–¿No me vas a preguntar quién es? Eso
debería ser lo primero.
–Me da igual quien sea, aunque si es el rey
ahora mismo va a ser difícil, voy a
necesitar un poco de tiempo.
Lucia se sentó de golpe.
–¿Estás loco? – Preguntó totalmente pálida.
– ¡Si alguien te escucha, te matarán!
–¿Quién me va a matar? – Contestó con
carcajadas arrogantes como diciendo que ni
siquiera el rey del reino podía.
Lucia se lo miró agotada. Este hombre
tenía tanta seguridad en sí mismo…
–Ah, vale. – Farfulló. – No ha sido nada,
no he dicho nada.
Lucia se tumbó otra vez y Hugo la atrajo a
sus brazos. En realidad, la intención del
duque no había sido presumir. Si su esposa
quería la cabeza del rey, así sería. Estaba
loco, sí. Hugo se tragó una sonrisa amarga.
Estaba así de loco. De repente, a Hugo se le
iluminó la mirada. ¿Quién podría ser?
¿Quién habría avivado la oscuridad de su
corazón? Nunca le había hablado de nada
parecido, pero se habría controlado y no le
había preguntado qué pasaba. No quería
enardecer el fuego de su corazón.
–Si odias a alguien y no lo puedes soportar,
– le susurró al oído. – dímelo.
Estaba más que dispuesto a cargar con la
oscuridad del corazón de su mujer.
–¿…Por qué?
–No sé, ¿por qué será? – Murmuró. –
Prométemelo.
–…Te lo prometo, pero no va a pasar. –
Añadió.
Entonces, la muchacha continuó hablando
de cierta persona que se había tomado
demasiado en serio una pequeña broma
desenfadada y de lo aburrido que era
alguien por ser demasiado serio siempre.
Hugo escuchó su parloteo como quien oye
cantar, la besó y la abrazó. Era consciente
de lo peligroso que era todo aquello. En los
libros de historia había cientos de casos que
demostraban el precio que acababan
pagando todos los hombres que se volvían
locos por una mujer. Ignorando que llegaría
el día que empatizaría a la perfección, se
había pasado años burlándose de la
necedad de todos aquellos reyes caídos por
culpa de una concubina.

* * * * *

A la mañana siguiente el rey llamó a Hugo


para que fuese a visitarle por la tarde, así
que ordenó al caballero Dean que escoltase
a su esposa al banquete.
Antoine llegó a la mansión justo cuando
Hugo salía, le hizo una leve reverencia y la
suerte de que el duque no contase con el
suficiente tiempo como para cortarle la
garganta allí mismo. Sin embargo, el
vestido que le había preparado a su esposa
le venía como anillo al dedo. Era
contradictorio.
La modista había preparado un vestido azul
para aquella noche. Era mucho más
atrevido que el anterior. De estar allí
presente, Hugo hubiese ordenado que lo
rompiesen allí mismo y habría perdido los
papeles.
Lucia estudió el vestido frente al espejo y
adivinó que su esposo odiaría el traje. Era
demasiado conservador y un simple chal no
ayudaría a cubrirla aquella noche.
–Y ahora el toque final: las joyas. –
Antoine estaba encantada con su obra.
Lucia conversó con la diseñadora y le
enseñó todas sus joyas.
–Creo que el mejor será el collar de
diamantes blancos.
Era un collar enorme lleno de cristales y
diamantes que le cubría el cuello que por el
escandaloso escote parecía desnudo.

Lucia llegó al banquete cuando ya había


empezado.
–Oh, cielos, duquesa. Está usted radiante.
Las nobles la rodearon sin poder apartar la
vista del espectacular collar que le colgaba
del cuello. Muchas jadeaban de envidia,
otras la admiraban, pero todas sabían que el
collar de diamantes era una prueba más del
afecto del duque.
–¿La duquesa de Taran?
Las mujeres se callaron y dejaron paso a
una hermosísima y orgullosa mujer rubia.
–Por fin nos conocemos.
Era Katherine, la hermana de sangre del
rey. La única princesa a la que se la había
tratado como tal. El rey amaba a su
hermana con locura, fue a la única que en
su sueño no había vendido a otro país, sino
que la había casado con un conde muy rico
para al que Lucia había acabado
trabajando. La princesa Katherine era
alguien irremplazable en sus recuerdos.
Alguien que despertaba su envidia por
poder gozar del amor de una familia. A
base de un buen trabajo acabó ganándose la
confianza de su hermanastra y los celos del
resto de la servidumbre. La princesa fue el
centro de atención de la alta sociedad
durante muchos años y la instigadora del
rumor de que el matrimonio de los duques
de Taran era por simple conveniencia.
–Encantada, princesa. Llámeme Vivian. –
Lucia inclinó la cabeza para saludarla.
Todas las nobles que habían ansiado un
enfrentamiento entre las princesas se
disgustaron. La duquesa de Taran había
cedido antes de que empezase el juego.
Katherine estudió a Lucia extrañada y cerró
su abanico.
–Déjate de formalidades. Tú también eres
una princesa, duquesa. Y en realidad, es
mejor ser duquesa que princesa. –
Katherine habló sin pizca de animosidad en
su tono. Lucia no presentaba ninguna
amenaza para su posición dentro del círculo
social y eso era lo único que le importaba.
Podía ceder al duque, pero no a su lugar
entre los nobles. – Aunque no nos
conozcamos, somos hermanas. Para ser
sincera, todavía no conozco a nadie y
tampoco tengo interés en ello.
–Yo sólo conozco a Su Alteza y a ti,
princesa.
–Tampoco es que necesites conocer a nadie
más.
Lucia esbozó una sonrisa.

Katherine no era tan fría como parecía. En


su sueño, después de ahorrar lo necesario
para comprarse una casita humilde y poder
vivir sin trabajar de criada, decidió dimitir.
Katherine la llamó cuando se enteró por la
jefa de las sirvientas y la invitó a tomarse
una copa con ella después de confirmar sus
intenciones.
–¿Qué piensas hacer cuando dejes esto? –
Le preguntó Katherine, sentada en el sofá
de delante de ella. – ¿Tienes algún familiar
o algún prometido? – Murmuró. – Cada
vez que iba a una fiesta había una chiquilla
que no podía evitar ver. No sé por qué,
pero no podía ignorarla. – Lucia la escuchó
en silencio. – Nunca llegué a hablar con
ella, pero cada vez que la miraba me
entraba un no sé qué. Su expresión
acongojada me irritaba. No iba nada bien
con las fiestas. – Katherine continuó
hablando mientras movía la copa de vino. –
Un día desapareció de repente y cuando me
dio por investigar, descubrí que era mi
hermana pequeña. Se ve que Su Majestad
la había arrastrado a su embrollo político.
Cuando me enteré de que había
desaparecido y no se sabía si estaba
muerta… ¿Cómo te lo explico? – Katherine
soltó una risita que parecía un suspiro. –
No sé. Tampoco entiendo mucho lo que
sentía. Pensé que debería haber hablado
con ella. No teníamos mucha diferencia de
edad, pero es que en mi cabeza sigue
siendo esa chiquilla que vi… Ahora mismo
ya sería mucho más mayor. Me dijeron que
habían encontrado su cadáver poco después
de que desapareciese. – En ese momento
Lucia comprendió porque nadie la
perseguía: la creían muerta. – Por cierto, te
pareces mucho a aquella chiquilla… Me
haces pensar en ella. – Katherine cerró los
ojos, por eso no vio cómo temblaba su
invitada. – Tenía una melena de un castaño
rojizo precioso… Cada vez que veo tu pelo
negro, pienso que-…
Katherine no terminó su frase: se quedó
dormida en el sofá. Lucia llamó a otra
criada para que la ayudase a llevar a la
señora a su cama, limpió los restos de su
encuentro y volvió a su cuarto casi al alba.
Aquel día no pegó ojo. Era la primera vez
que lloraba tanto desde la muerte de su
madre. Ahora entendía por qué la habían
contratado a pesar de no contar con
ninguna recomendación ni experiencia
laboral. Había sido cosa de Katherine.
Lucia que siempre se había pensado una
existencia abandonada, sin rumbo, era
recordada por alguien. Alguien la echaba
de menos. Fue todo un consuelo.

.x.x.x
Parte II

–¿Has venido sola? ¿Y tu marido?


–Su Majestad lo ha convocado. Me ha
dicho que vendría después.
–Qué ocupado está.
–Sí.
Katherine sonrió y miró a la amigable
Lucia extrañada. ¿Por qué esa chiquilla se
comportaba así? La princesa estaba
acostumbrada a que la gente agachase la
cabeza y se sintiese incomoda a su
alrededor. No endulzaba sus palabras como
toda noble y sus formas tan directas solían
sentar mal al resto de mujeres. Tampoco
intentaba cambiar ese lado suyo, después
de todo, no le daba problemas y la gente le
parecía toda igual: maniquíes que
agachaban la cabeza y le reían todas sus
gracias. No obstante, la personalidad
sosegada de la duquesa la intrigaba. No es
que la hubiese estado evitando, sino que el
tipo de actividades sociales a las que
acudían eran totalmente opuestas. La noche
anterior se había preparado para enfrentarse
a ella en el baile, para encontrarse que los
duques de Taran sólo habían asistido a la
celebración. Sin embargo, su espíritu de
batalla se desvaneció en cuanto la vio.
–Me gustaría hablar más contigo, ¿nos
vamos a un sitio más tranquilo?
–¿Perdona? Ah, sí.
Katherine lideró la marcha. A medio
camino se giró para ver a la duquesa que la
seguía tranquilamente hasta llegar a un
lugar con menos gente.
Lucia frunció el ceño. Los zapatos le iban
justos y no estaba cómoda.
–Esta es mi salita. Sólo la uso yo.
La salita era uno de los privilegios de
Katherine. Era una habitación modesta, con
un enorme sofá en medio.
–¿Te apetece beber?
–No bebo mucho.
–Pues champán sin alcohol. –Katherine le
dio las órdenes a una de las criadas. – He
oído que llevas en el feudo desde que te
casaste. – Dijo después de que la sirvienta
les dejase las copas y se retirase. – ¿Tanto
había que hacer en el Norte?
–No tiene ni punto de comparación con la
Capital. Es un sitio tranquilo y agradable.
–¿Y el círculo social? ¿Montan muchos
bailes?
–No sé, nunca he ido a ninguno.
–¿Por qué?
–No me gustan. No soy muy activa.
Katherine se decepcionó. Le hubiese
gustado encontrarse a la duquesa en otros
bailes. Los gustos de muchos nobles eran
claros como el día: a Katherine le gustaban
los bailes y otros preferían fiestas para
tomar el té.
–Entonces tampoco te gusta la fiesta de
hoy.
–Tampoco es que pueda quedarme en casa.
–Tienes razón, no puedes. Eres la duquesa.
Las palabras de Katherine sonaron frías
como el hielo, como si estuviese enfadada.
La gente la quería a pesar de su lengua
viperina por su seguridad. Lucia siempre le
había enviado esa cualidad.
–¿De qué marca es tu vestido?
–Lo ha hecho la diseñadora Antoine.
–¿Antoine? Mmm… No suele hacer cosas
así… A mí no me gusta lo que hace.
–El que llevas te queda como un guante.
Lucia soltó una risita. Katherine no estaba
criticando su vestido, sólo le había soltado
que no le gustaba Antoine sin malicia
ninguna, como si se le hubiese ocurrido en
ese momento. La reina Beth odiaba esa
forma de hablar tan suya.
–Llevas un collar precioso. Tienes muy
buen gusto. ¿Lo has elegido tú?
–No, fue un regalo.
–Supongo que del duque.
–Sí.
Katherine estudió la joya con detenimiento
y envidia. Cada vez que quería una joya
molestaba a su hermano, pero ni siquiera
ella podría echarle las manos encima a algo
como lo que llevaba la duquesa.
–Puedo dejártelo cuando quieras. – Se
ofreció Lucia a sabiendas de lo mucho que
le gustaban las joyas a su hermanastra.
–¿…Me lo prestarías? Me has dicho que es
un regalo.
–No tiene nada que ver.
Katherine sintió algo raro. La única
persona desde la muerte de su madre que la
mimaba era su hermano. La mujer de su
hermano no era mala persona, pero sus
personalidades no encajaban. No obstante,
la hermanastra que acababa de conocer le
estaba demostrando una buena fe increíble.
Si hubiese sido cualquier otra persona, ya
estaría pensando qué estarían tramando
sonsacarle, pero dado su título…
A Katherine le gustaba la duquesa, quería
conocerla mejor. Era la primera vez que se
sentía así por alguien.
–…No hace falta. No soy tan cara dura. –
Katherine miró a Lucia mientras se acababa
la copa. – Para serte sincera, el duque de
Taran me gustaba mucho.
Lucia sonrío: ya lo sabía. Lo que Katherine
sentía por el duque de Taran era como la
admiración de una doncella ingenua a su
primer amor. De hecho, uno de los motivos
por los que aborrecía tanto a la duquesa de
Taran de sus sueños era precisamente ese.
–Sé que no es de buena educación decirlo.
–No pasa nada, no me ofende.
Katherine miró a Lucia durante unos
instantes y, entonces, soltó una carcajada.
–Eres interesante. Es la primera vez que
conozco a alguien como tú, duquesa.
¿Cómo te lo explico…? Haces que me
sienta cómoda. ¿El duque te secuestró al
feudo porque le gustaba esa parte de ti?
Lucia jugueteó con la copa. Claramente
incomoda por escuchar uno de los rumores
que tanto deseaba olvidar.
–A todo el mundo le interesa el duque de
Taran, pero nadie se atreve a preguntar.
Nunca ha habido nadie de su familia en los
círculos sociales, pero ahora… Estás tú,
duquesa. Va a ser todo un calvario para ti.
–…Lo sé.
–Que por cierto, yo también tengo
curiosidad. ¿Cómo es? Eres la persona que
mejor le conoce, lleváis viviendo juntos un
año.
De repente, Lucia se dio cuenta de que
llevaban más de un año juntos y no
entendía cómo podía ir tan bien su
matrimonio. Era difícil responder a su
pregunta. Ni siquiera ella le conocía del
todo bien.
–Es… muy atento.
Katherine quiso seguir molestando a la
inocente duquesa.
–¿Atento? ¿En la cama también?
–¿Perdona?
Katherine contuvo la risa cuando vio el
rubor de la muchacha. Llevaba muchísimo
tiempo sin ver una reacción como esa.
Puede que ella misma fuese soltera, pero
disfrutaba de noches apasionadas y un poco
de temas subidos de tono no la
escandalizaban.
–De esto no se habla en las fiestitas de té,
¿eh? A esas cosas sólo van las rígidas.
Lucia asintió con la cabeza. Nunca había
hablado de algo tan explícito hasta ahora.
–Aunque te diré que, si no te esperas hasta
la medianoche, en los bailes tampoco se
oye mucho. Pero bueno, a la próxima no te
sonrojes o te avergüences, sonríe y punto.
–Vale.
–Lo digo por tu marido. Las tímidas suelen
empezar rumores.
–¿Qué rumores?
–Como que a su señor el duque no se le
levanta.
–¿Qué? ¡No!
–¿No…? – Sonrió Katherine.
Lucia cada vez estaba más roja. Su marido
no era ningún caballero y mucho menos en
la cama. Era tierno y despiadado. Cuando
más pensaba en la noche anterior, más se
ruborizaba.
–Vaya por dios. – Katherine se río a
carcajadas y Lucia no era capaz de levantar
la mirada. – ¿Quieres que te enseñe un par
de cosas?
–¿…Qué cosas?
–Si me escuchas con atención creo que te
serán útiles.
El conocimiento de Katherine en las artes
amatorias era experto. La princesa no
hubiese hablado de estos temas con
cualquiera, pero sentía una conexión
especial con Lucia.
Ninguna de las dos podía ausentarse de la
fiesta durante demasiado tiempo por culpa
de sus títulos, pero cuando salieron de la
salita de Katherine, Lucia estaba tan roja
como un tomate. Sí, había sido una velada
sumamente instructiva.
–Cuánto tiempo, condesa. – Katherine se
acercó a saludar a una mujer.
–…Sí, buenas noches, princesa.
–¿Acaso no sabes quién la que me
acompaña? – El tono de Katherine era más
hostil de lo habitual.
Lucia la miró de soslayo.
–….Buenas noches, soy Anita Falcon,
duquesa.
Lucia no se habría imaginado que acabaría
conociendo a esta mujer de esta manera.
Aceptó su saludo e hizo de tripas corazón
para no mostrar su disgusto.
–¿Qué te trae por aquí? ¿En busca de un
hombre que te caliente la cama? – A Lucia
le pareció que se estaba pasando. A Anita
le temblaron los labios. – ¿Qué pasa? ¿Te
disgusta lo que digo?
–…No, princesa. Sólo quería felicitar a Su
Majestad el rey…
–Vale, eres demasiado obvia. Vete.
Anita se alejó a paso apresurado después de
hacer una reverencia.
Era la primera vez que Lucia veía a
Katherine demostrar odio hacia alguien. Ni
siquiera en su sueño había insultado a la
duquesa de Taran a la cara.
–No creo que vaya a pasar, pero no te
acerques a esa mujerzuela. Es la condesa de
Falcon, ahora es viuda porque su tercer
esposo ha fallecido. No le dirijas la palabra.
–¿Por qué…?
–Es una mujerzuela. Nada bueno sale de
juntarse con ella.
Katherine no condenaba a quien se ahogase
en placeres carnales ni aunque estuviese
casado. No obstante, lanzarse a los brazos
de otra persona para sacar un beneficio era
inaceptable a su juicio y la condesa de
Falcon hacía precisamente eso. Su hermano
le había permitido asistir a fiestas y bailes a
partir de los dieciocho y, por entonces,
Anita era la reina abeja de los círculos
sociales de la alta sociedad. Además, tuvo
un escándalo con el duque del que sacó la
conclusión que la condesa había lucido sus
atributos ante el duque hasta seducirlo de
mala manera. Por supuesto, no podía
contarle este detalle a la duquesa. ¿La
condesa seguiría en contacto con el duque?
Puede que no pudiese tocar al duque, pero
desde luego era capaz de dejar en evidencia
a esa mujerzuela hasta que no se atreviese a
asomar el morro.
.x.x.x
Parte III

La reina hizo su aparición poco después de


que Katherine y Lucia regresasen al salón
del baile. Beth se sorprendió de que esa
extraña combinación de hermanas fuese a
saludarla junta, sobretodo porque creía que
su primer encuentro iba a ser difícil por
culpa del carácter de Katherine.
–Espero que sepas perdonar lo directa que
es Katherine al hablar, duquesa. – Intentó
excusar a la hermana de su marido.
–Como se nota que estos días están siendo
duros, te están saliendo arrugas. –
Katherine contraatacó rápidamente.
–Claro, – Beth soltó una risotada amarga. –
me estoy haciendo mayor.
Lucia contuvo la risa al ver la vena de rabia
que cruzaba la frente de la reina.
El baile continuó sin problemas. Los
músicos acompañaron a que la velada fuese
exquisita, algunas parejas bailaban a su son
y un grupo de nobles entre las cuales se
encontraban Lucia y la Reina.
–¿Me haría el honro de concederme un
baile, hermosa señorita?
Lucia miró la mano que un hombre apuesto
que nunca había visto le ofrecía. Debía
rondar los veinte y pocos, era moreno y
dejaba una buena impresión. Bailar con
alguien no era más que aceptar una
conversación superflua. El estatus o
condición de la pareja no importaba.
–Adelante, duquesa. – La animaron las
nobles. – Hoy es un día para bailar.
–Claro, duquesa. Nos encantaría verla
bailar.
–Es el conde Yungran, es muy popular.
A Lucia poco le importaba lo popular que
fuese el hombre. Estaba allí porque era su
obligación, pero admitió que quedarse sin
hacer nada no dejaría un buen regusto a
quien la veía, por lo que aceptó la mano del
desconocido y se movió hasta la pista de
baile donde sonaba un minuendo. Lucia
posó los brazos en los hombros de su pareja
y empezó a mecerse al compás.
–Brilla como la más elegante de las flores,
señorita. Es usted preciosa.
–…Me halaga.
El cumplido estereotipado del conde no
despertó su interés. Le molestaba que la
tuviese sujeta por la cintura, su perfume al
que no estaba acostumbrada y no paraba de
compararlo con su marido. Lucia estaba
harta y arrepintiéndose de haber aceptado
el baile antes de que acabase la pieza. Era
tremendamente aburrido. Además, los
zapatos le hacían daño.
El ambiente de la fiesta se avivó con la
aparición del rey, su séquito y otras
personalidades importantes. Todos los
invitados le ofrecieron una reverencia
ceremoniosa al monarca conforme éste se
acercaba a la reina. Hugo buscó con la
mirada a su esposa, pero no la encontró.
–¿Y mi mujer?
Kwiz esbozó una sonrisa burlona. Su
amigo le recordaba a su hijo cuando pedía
ver a su madre. Beth hizo una mueca
amable y se señaló la pista del baile con la
mirada.
–Oh, mi señor. Me temo que te han robado
la mujer. – Kwiz explicó la situación
alegremente.
–…Ya veo.
Tenía que despedir a esa diseñadora. Nunca
había cambiado de opinión en tan poco
tiempo, pero en cuanto le echó el ojo al
vestido que llevaba puesto su esposa ya
consideró a la diseñadora despedida.
¿Cómo se le había pasado por la cabeza
hacerla llevar semejante vestido? Era
inaceptable.
Lucia iba mucho más tapada que el resto de
las nobles allí presentes, pero a Hugo la
única que le interesaba era su esposa con el
pecho y la espalda al descubierto. Se había
puesto un collar enorme que le cubría gran
parte del cuello, pero era insuficiente. La
piel que rozaba los diamantes todavía era
más atrayente. Su esposa era preciosa,
noble y grácil.
Tal vez si no hubiese visto a un bastardo
manoseando a su mujer y haciéndola girar
en medio de la pista no habría estado de tan
mal humor. Hugo fijó la vista en el hombre
que le había robado el primer baile
enfurecido.
A Kwiz le extrañó que el hombre sin
emociones que era el duque perdiese su
máscara gélida cada vez que la duquesa
aparecía en escena. No era difícil adivinar
la ira que amenazaba con salir del interior
de su amigo en esos momentos. ¿Qué
habría pasado en el Norte durante aquel
último año para que la situación diese
semejante giro? El monarca escudriñó el
vestido de la duquesa, pero no vio nada
inusual. Era una mujer bonita, pero no una
seductora. Puede que su figura menuda
despertase el instinto protector de algunos,
pero el tipo de su amigo era más el
voluptuoso y cautivador.
–¿En qué piensas que estás tan serio?
–Estoy debatiéndome sobre si debería
matar a ese hijo de puta o no.
Los que le escucharon se quedaron de
piedra. La escena de Hugo liando con el
perro loco seguía fresca en sus memorias y
escucharle declarar sus intenciones fue
como amenazarles de muerte. El duque
estaba loco.
Hasta Kwiz estaba nervioso. Apenas
llevaba dos días en el trono y su reino ya
estaba en peligro.
–…Tranquilícese, mi buen señor. ¿Está
pensando en derramar sangre en la
coronación del rey? – Preguntó totalmente
serio.
Hugo se lo miró durante unos segundos
antes de volver a centrarse en lo que
ocurría en la pista de baile. El último
minuto fue una tortura.
–Era broma.
–…Preferiría que no bromease así. – Era
terrorífico. – ¿Desde cuándo los jóvenes
sois tan conservadores? En un baile lo
normal es bailar.
–¿Sí? Puede que sea conservador. A lo
mejor debería ir a abofetearle con un
guante.
A pesar de que el duque creía que retar a un
duelo a otra persona por un motivo tan
mundano era absurdo, la tentación le
corroía.
Kwiz se aclaró la garganta. El duque
acababa de manifestar su intención de
asesinar a otro. Poco le habría hecho más
ilusión que cuando la canción tocó a su fin.
No obstante, ver como el duque se dirigía
sin vacilar a su mujer le devolvió esa
sensación de temor. Quizás el cambio de
actitud del duque se le antojase entretenido,
pero era impredecible y eso lo convertía en
una amenaza.

Lucia inclinó la cabeza para agradecerle el


baile al conde. No había escuchado ni la
mitad de los halagos que el desconocido le
había estado confiando, su cabeza estaba en
el carruaje donde guardaba zapatos de
repuesto para alguna emergencia.
–¿Cuándo has llegado? – Lucia abrió los
ojos al ver al hombre que se le acercaba a
grandes gambadas.
El conde Yungran, al contrario de la
muchacha, se acobardó y huyó despavorido
incapaz de mantener la mirada en aquel
monstruo.
–¿Te has hecho daño? – Preguntó Hugo.
–¿Eh? – Lucia estaba tan feliz de verle que
si no fuese porque estaban en público le
habría ido corriendo a abrazar.
–No estás caminando como siempre.
–Creo que… El zapato me va pequeño.
Tengo que cambiármelo.
–¿Puedes andar?
–Claro, no es para tanto.
Lucia aceptó la mano de su esposo y
avanzó con decisión apoyándose en él.
–Estoy bien. – Dijo, sonriéndole
avergonzada.
Hugo se la miró y la abrazó para sorpresa
del resto de invitados.
–Es… Estoy bien…
Hugo hizo caso omiso de sus palabras y la
levantó en brazos. Lucia no soportaba las
miradas inquisitorias, así que, muerta de
vergüenza, enterró el rostro en su pecho.
–Mi mujer se encuentra mal, me voy a
tener que ausentar durante un rato. – Le
informó al rey.
–…Claro.

* * * * *

–Por aquí, por favor.


Una criada que Katherine había enviado los
guió a la pareja hasta la salita donde habían
estado hablando antes. En cuanto entraron,
Hugo la depositó en el sofá más grande y
se agachó delante de sus pies. Le quitó el
zapato del pie derecho y chasqueó la
lengua al ver la sangre de la herida.
–Medicina. – Ordenó sin mucha ceremonia
a la criada. – ¿Por qué el zapato te ha hecho
esto? – Hugo acababa de encontrar otra
razón para echar a Antoine.
–Pasa a veces. Hasta que no caminas un
rato con los zapatos no sabes si pasará o no.
–¿Y para qué hemos contratado a una
diseñadora famosa si no puede evitar estas
cosas?
Lucia se mordió la lengua viendo hasta que
punto su marido estaba dispuesto a criticar
a Antoine. Como esperaba, no le gustaba su
vestido y por muy bien que le quedase,
encontraría fallos. Nunca se habría
imaginado que Hugo era tan conservador a
juzgar por el tipo de mujeres con las que se
había relacionado hasta entonces. De
hecho, en comparación con los escotes que
llevaban todas sus amantes, el suyo era
virtuoso.
Cuando la criada volvió con unas vendas y
un poco de medicina, Lucia aprovechó para
pedirle que fuese a buscarle otros zapatos
al carruaje.
–¿Quieres que nos vayamos a casa? ¿Estás
bien? – Hugo aplicó las curas en la herida y
le vendó el pie.
–No es que no pueda andar, además, acabas
de llegar. Y yo todavía no he saludado al
rey.
¿Y qué más daba el rey? Le saludaban cada
vez que le veían. Hugo quería llevársela a
casa. La idea de que su esposa tuviese que
acudir a fiestas sin él le preocupaba. Era
como si alguien le estuviese persiguiendo.
Deseaba poder encerrarla en la torre más
alta y esconderla del mundo, aunque eso
significase aislarla del mundo. Quería ser el
único capaz de verla sonreír.
–¿Ya está? Venga, levántate. – Le apresuró
Lucia, preocupada porque alguien entrase
por la puerta y viese al grandioso duque de
Taran arrodillado en el suelo frente a su
esposa.
Hugo la miró a los ojos, le levantó el pie y
se lo besó.
–¡Hugh! – Rechistó ella, sonrojada.
Hugo le levantó la falda y mordió la
pantorrilla, divertido.
–¡Ay!
–¿Quién era?
–¿Quién?
–El de antes. El del baile.
–¿Qué? Ah… Ni idea. Me han dicho que
era un tal conde Yungran o algo así.
–¿Me estás diciendo que has bailado con
un completo desconocido?
–No es nada raro. Y lo sabes. – Lucia
intentó quitarle el pie de la mano.
–La próxima vez, rechaza.
Le soltó el tobillo, se sentó a su lado en el
sofá, le rodeó la cintura con el brazo y le
susurró:
–¿De verdad que no te duele el pie?
¿Quieres que te lleve en brazos?
–¡Serás…! ¡¿Cuántas veces te tengo que
decir que cada cosa tiene su momento?!
No podía seguirle la broma a su marido,
porque conociéndole, era capaz de llevarla
en brazos. Y cuanto más se pelease, más le
divertiría y más seguiría.
Hugo la abrazó con fuerza mientras ella se
resistía a sus cariños e intentaba zafarse de
él.
–Está entrando alguien. – Lucia vio cómo
se movía el pomo de la puerta y le avisó.
–¿Quién va? – Hugo alzó la voz, molesto.
Un criado entró con cautela. Al parecer, ya
había pedido permiso para entrar varias
veces, pero como no recibió respuesta
había decidido entrar.
–Su Majestad ha llamado al doctor imperial
para la duquesa.
–Da igual. – La preocupación excesiva del
rey molestó al duque. – No nos hace falta.
Dile a tu señor que en nada vuelvo.
El criado asintió con la cabeza y se retiró
mientras la sirvienta de Lucia entraba con
el par de zapatos.
Hugo la contempló mientras se ponía los
nuevos con mala cara. Quería irse a casa.
¿Cómo podía llevársela antes de tiempo?
–Mi señora. – Empezó la criada. – Un
noble de cierta edad me ha confiado algo
para usted. – La sirvienta habló con
prudencia frente al duque.
–¿Le estás dando algo de parte de alguien
que no conoces? – Hugo frunció el ceño. –
¿Así es como trabajas?
La criada se encogió de hombros. Sabía
que podía ganarse una reprimiendo, pero el
noble le había parecido demasiado honesto
como para ignorarle.
–No es tan necia. Me gustaría oír qué ha
pasado.
Hugo le ordenó a la sirvienta que se
acercase y dejase lo que tenía que entregar
sobre la mesa: era un pañuelo. La expresión
de Hugo empeoró al ver que era el pañuelo
de un hombre.
–Me ha pedido que le preguntase a mi
señora si reconocía esto. – La criada abrió
el pañuelo y enseñó una de sus caras.
Hugo lo cogió para estudiar el símbolo de
un águila que había bordado en una
esquina. No recordaba de qué familia era,
pero tampoco vio nada extraño, así que se
lo pasó a Lucia.
–Este… noble… ¿te ha pedido que me lo
dieras? – Lucia se estremeció. – ¿No te ha
dicho nada más?
–Que se era el conde de Baden.

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Parte IV

Gio Baden, el cabeza de familia de los


Baden y noble de la frontera sureña del
reino, dedicó toda su vida a restablecer el
poder de lo que antes había sido un
majestuoso condado. Vivió una infancia
rodeado de lujos gracias a la larga historia
de su familia hasta que el negocio de su
padre cayó, dejándolos en la ruina. Todo lo
que consiguió heredar fue una mansión
antigua, un título y una gran deuda.
Mantener el título costaba una exagerada
cantidad de dinero que cada año debía
pagar al monarca. Pero, ¿cómo iba a
renunciar al título que su padre murió
protegiendo? No, el conde se consagró a
intentar salvar lo poco que quedaba,
correteando de un lado para el otro
descuidando su propia familia mientras que
su esposa lo apoyó en silencio cuidando y
criando sola de sus dos hijos y de su hija
hasta que un día se desmayó. El conde no
tuvo tiempo de pararse a velar por ella y
poco después, su mujer abandonó este
mundo. Sus padres comprendieron porqué
su padre había estado ausente en el lecho
de muerte de su madre, pero la hija menor
le resintió.
Irónicamente, lo que le dio fuerzas para
seguir adelante a pesar de la terrible
congoja por haber perdido a su esposa fue
la deuda. Si conseguía ser lo
suficientemente próspero, sus hijos dejarían
de sufrir. Manos a la obra, el conde no tuvo
tiempo para intentar sanar el herido
corazón de su única hija. Los dejó a cargo
del primogénito y se marchó de viaje de
negocios. Fue entonces, cuando su hija
huyó de casa. Sus dos hijos decidieron no
informarle del suceso para no preocuparle.
Cada vez que el adulto preguntaba, los
niños le contestaban que estaba en casa de
alguna amiga mientras removían mar y
cielo para encontrarla en secreto. El conde
se enteró de la desaparición de su hija un
mes después. La buscó inútilmente durante
un año y, para más inri, su negocio cayó en
bancarrota. Perdió todo lo que había
conseguido hasta el momento y, con el
único deseo de abrazar a sus hijos,
abandonó la búsqueda de su niña.
El conde de Baden vivió diligentemente.
Todo el mundo sabía lo trabajador que era
y lo poco misericordiosos que los cielos
habían sido con él. Jamás vio recompensa
alguna por su labor. Ni siquiera durante
tiempo de guerra cuando todos parecían
asomar la cabeza y bañarse en el dólar,
supo beneficiarse. La deuda creció y el
conde tuvo que hacer algo que se había
negado a hacer durante toda su vida: pedir
ayuda a un amigo de la Capital.
Reunió lo poco que quedaba de su vida y
zarpó rumbo a la Capital donde la dicha
llenaba las calles con motivo de la
coronación del nuevo rey. Su amigo le
acogió y le invitó a acompañarle al festín
en honor del nuevo monarca.
El baile estaba atestado de altos rangos, de
grandes personalidades y hasta el mismo
rey. Allí fue donde escuchó por primera
vez sobre la famosa pareja ducal. El
anciano se hizo paso entre la multitud para
ver a la pareja y, cuando vio a la duquesa,
se le paró el corazón. La joven era el vivo
retrato de su difunta esposa que llevaba en
lo más hondo de su corazón y de su hija
perdida. Era como si las estuviese viendo.
¿Cómo podían ser como dos gotas de agua?
El buen hombre se informó de quién era
aquella muchacha: una princesa. Su
expectación cayó en picado. Su hija nada
tenía que ver con la realeza.
Aquella noche soñó con su amada hija y
por la mañana no distinguía si la mujer que
se había aparecido en sus sueños era su hija
o la duquesa. Resuelto, le pidió a su amigo
ir otra vez al baile y otra vez se le paró el
corazón cuando vio a la duquesa. La
estudió desde la distancia: cuando sonreía
era igualita a su hija. Tenía los ojos de un
color ámbar precioso y, precisamente, las
niñas que nacían con ese color en la familia
Baden se criaban con gran mimo porque se
decía que traían buena fortuna. La duquesa
poseía los mismos ojos que su esposa y que
su hija. Le abrumaba.
¿Cómo podía ser? Era imposible, pero…
¿Y si…? No, imposible. Quería acercarse
para hablar con ella, pero no hubo manera.
La gente la rodeaba de tal manera que un
desconocido como él no podía ir y, para
acabarlo de complicar, el duque la abrazó y
se la llevó poco después. El conde los
siguió hasta el área privada, vaciló y
finalmente descubrió a una sirvienta que
había visto cerca de la muchacha desde el
día anterior. La llamó y le entregó el
pañuelo y se quedó allí de pie, clavado en
el suelo, mirando como la criada entraba en
la habitación de la pareja ducal.

* * * * *

Lucia estudió el pañuelo. Según lo que su


tío le había asegurado en su sueño, su
abuelo moriría cuando ella cumpliese los
veintiuno y el dueño del obsequio era, en
efecto, el padre de su madre. El tío con el
que habló era el segundo hermano de su
madre, el primogénito se suicidaría poco
después del fallecer su abuelo. Lucia que se
había creído huérfana se alegró de tener a
algún familiar en el mundo. Ella misma fue
la intermediaria entre el conde Matin y su
tío en un intento de salvar su título. Con el
tiempo, su matrimonio con el conde se
convirtió en una pesadilla y cuando fue a
pedirle a su tío que la ayudase a escapar de
la situación, éste se rehusó porque
necesitaba la ayuda de su marido. Su
rechazo la impresionó: aquel hombre
tampoco la veía como su familia, sino
como la condesa de Matin. Se sintió
estúpida. No tardaría mucho en romper
toda relación con el hermano de su madre y
no supo nada más hasta el día en que el
conde fue condenado por traición: los
Baden también figuraban en la lista. No le
quería, pero tampoco le gustaba que su vida
hubiese tocado a su fin de una forma tan
cruel. Se culpó a sí misma. Si nunca se
hubieran conocido, aquello no habría
pasado y así fue como juró no volver a
involucrarse con su familia materna nunca
más.
–Vivian.
Lucia se estremeció y levantó la cabeza.
–¿Quién es?
–…No lo sé…
Hugo le sujetó la barbilla y le hizo girar la
cara para que tuviese que mirarle
directamente a los ojos.
–¿Tú te has visto la cara? Mientes fatal.
Hugo echó a la criada y esperó a que su
esposa se serenase. Sin embargo, le dolía
verla al borde de las lágrimas.
–Dímelo. ¿Quién es? – Ella, tercamente,
mantuvo el silencio. A Hugo le hervía la
sangre cada vez que notaba ese muro en el
que se protegía la joven. – ¿No le conoces?
¿No tiene nada que ver contigo?
Lucia no contestaba sin importar lo mucho
que insistía. En realidad, estaba demasiado
confundida como para poder explicárselo.
En su sueño no había tenido la oportunidad
de verle, era como si hubiese vuelto de la
tumba.
–Pues tendrá que pagar por sus crímenes.
¿Cómo se ha podido atrever a enviarle algo
tan peligroso a la duquesa?
–¿Peligroso…?
–No tiene nada que ver contigo, no hace
falta que te preocupes, ¿no?
Los ojos de Hugo relucían impregnados de
una malicia aterradora y su tono era gélido.
Lucia se asustó temerosa de que algún día
la pudiese llegar a mirar a ella de la misma
manera. Se le llenaron los ojos de lágrimas
por la desesperación. Su expresión pilló
desprevenido a Hugo, que se sosegó de
inmediato.
–Lo siento, Vivian. – Dijo mientras la
abrazaba. Ella rompió a llorar e intentó
apartarse de él pataleando y golpeándole,
pero Hugo no cedió. – Lo siento. – Repitió
abrazándola con más fuerza una y otra vez.
–…No me vuelvas a hablar así, me da
miedo. – Se quejó poco después ya sin
llorar.
–No lo volveré a hacer. – La intención de
Hugo no había sido asustarla, sólo le daba
rabia no poder llegar a ella. No obstante,
escucharla decir que le daba miedo fue un
golpe duro. – Si no me lo quieres decir, no
me lo digas. – Suspiró. – No te voy a
obligar.
Su cobardía le parecía patética. Era un
hipócrita. Él no le había contado de sus
secretos más bien guardados, pero no
toleraba que ella tuviese alguno.
–No es que no quiera, es que… No sé cómo
decirlo… – Hugo aguardó unos segundos
en silencio a que continuase. – Es que
seguramente es… Mi abuelo materno.
–¿No me habías dicho que no tenías
familia?
–Eso intentaba pensar. Mi madre así lo
quería.
La madre de Lucia no le había hablado de
su familia hasta su lecho de muerte y ella
misma sólo había conocido a su tío. ¿Por
qué? Siempre se lo había preguntado.
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Parte V

De niña, Lucia siempre bombardeaba a su


madre con preguntas sobre por qué no tenía
padre y cada vez que su madre lloraba, se
disculpaba, la abrazaba y lloraba con ella,
le aseguraba: “yo también quiero ver a mi
padre, por eso lloro. No me has hecho nada
malo, cariño mío”. Seguramente se sentía
culpable por haber huido de casa
demasiado joven y haber alumbrado a una
bastarda, por eso nunca intentó ponerse en
contacto con los suyos. Y seguramente
fuese porque sabía cómo debían estar en su
casa que decidió entregar a su niña a la
familia real. Además, Lucia comprendía
que no le hubiese gustado tener que
explicar su propia tragedia de madre
fugitiva y soltera.
–¿No quieres conocerle?
–Sí, pero no lo sé. ¿Cómo me habrá
encontrado?
–Si es tu abuelo, conoce a tu madre. Te
debes parecer a ella.
–No, mi madre era mucho más hermosa.
–Eso es imposible, tú lo eres más.
Lucia quitó la cabeza que había enterrado
en su pecho.
–¿Cómo lo sabes? No la has visto.
–No necesito verla para saberlo.
Lucia esbozó una leve sonrisa, entonces,
volvió a dejarse caer en su pecho.
–Piénsatelo. Buscaré la manera de que
podáis hablar. Cuando te decidas, dímelo.
Si no quieres verle, me aseguraré de que no
haya manera de que os volváis a encontrar,
pero si quieres verle, lo haré posible.
–…Vale.
Lucia levantó la vista para mirarle. Lo
contempló sin pronunciar palabra. Era un
marido muy atento y estaba encantada de
tenerle a su lado. Saber que había alguien
en quien podía apoyarse en tiempos
difíciles le abrumaba. Los ojos de su
esposo eran tan cariñosos… La hacía feliz.
Le amaba. Amaba a Hugh y se preguntó
qué cara pondría si se lo decía. No
obstante, temía echar a perder todo lo que
tenía. No podía vivir sin él. Era como el
agua para las plantas, sin él acabaría
marchita en algún invernadero. Quería que
supiera lo que sentía, quería confesárselo
todo. Tal vez él también la amase… O
quizás eran sólo sueños suyos. Si algo tenía
claro es que no iba jugársela. No pensaba
gritar a los cuatro vientos lo que pensaba
como Norman le había aconsejado, porque
perder la apuesta significaba perder su
corazón.
–¿He vuelto a hacer algo que no debía,
Vivian? – Le preguntó Hugo con el ceño
fruncido de repente.
Lucia se sorprendió y se percató de que
estaba llorando.
–…Estaba pensando en mi madre. Creo
que estoy un poco sensible.
Verla llorar incomodaba a Hugo. Le
revolvía el estómago, nunca había sentido
nada igual.
–¿Puedes ir a la fiesta?
–Sí, no te preocupes. No haré nada que no
deba.
–Eso me da igual. Si es duro, no hace falta
que lo hagas. No tienes que hacerlo si no te
apetece. Ya me ocupo yo del resto.
–No me mimes demasiado. ¿Y si acabo
volviéndome incapaz de hacer nada sin ti?
– A Hugo no le pareció buena idea. – Por
favor.
Lucia cogió aire, se tragó los “te quieros”
que tenía en la punta de la lengua y Hugo,
que la contemplaba, tuvo el presentimiento
de estar perdiéndose una parte importante.
–Vivian.
–¿Sí?
Alguien llamó a la puerta, disipando el
ambiente de que había algo más que no le
estaba diciendo.
–¡¿Ahora qué?! – Hugo estaba realmente
molesto.
El mismo criado de antes entró con cautela.
–Su Majestad me ha enviado a preguntar
cuándo os falta.
–¡Ya! – Rugió. Recapacitó, cogió aire y
siseó. – …Ve y diles que ya vamos.
Lucia se arregló el maquillaje antes de salir
de la salita. Por el camino estuvo atenta a
todos los nobles de cierta edad, pero
ninguno era suficientemente mayor para ser
su abuelo. Puede que durante la velada la
duquesa sonriese y hablase
desenfadadamente de temas superfluos, sin
embargo, su mente estaba en otra parte. A
veces, Hugo le apretaba suavemente la
cintura o le acariciaba la espalda para
sacarla de su ensimismamiento sin
criticarla en ningún momento.
–¿Estás bien? – Preguntó claramente
preocupado. – ¿Quieres que nos vayamos?
–Estoy bien. – Afirmó ella con seguridad.
Lucia volvió a ir a la salita llegados a cierto
punto de la noche, cuando decidió volver
cruzó miradas con un anciano que se dio la
vuelta y salió a paso ligero.
Siempre había pensado que su abuelo no
significaría nada para ella, al igual que su
difunto padre. No obstante, ver a ese
anciano le provocaba un nudo en el
estómago y una opresión en el pecho. Se le
secaba la garganta y tuvo que coger aire. Si
no fuera por lo que había vivido en su
sueño, rompería a llorar.
En ese momento, se le acercó una noble y
tuvo que sosegarse.
* * * * *

Lucia se sumergió completamente en el


placer de los mimos después de una sesión
de pasión carnal.
–Quiero conocer a mi abuelo.
–Vale.
Hugo respondió sin hacer preguntas, algo
que ella agradeció. Le había rodeado la
espalda con su brazo y la estrujó. La
firmeza de su agarre consiguió que todo su
nerviosismo se esfumase.
–Y… me gustaría no ir mañana a la fiesta.
Al día siguiente se celebraba un baile de
máscaras. Llevaba asistiendo a las
celebraciones de la coronación dos días
consecutivos y estaba exhausta. Conocer a
desconocidos era agotador.
–Como quieras.
–¿De verdad? – Ya se esperaba que
accediese, pero no tan rápido. – Es la
coronación…
–Aparte del primer día, el resto son fiestas
para que los nobles se lo pasen bien. No
hace falta que vaya todo el mundo. Desde
ahora en adelante, si no te apetece hacer
algo, no lo hagas.
–¿…Puedo quedarme en casa y no ir?
–Claro.
De hecho, era lo que Hugo deseaba. Nada
le haría más feliz.
–Si no te gustan las actividades sociales, no
las hagas. – Dijo mientras le besaba la
frente.
Hugo sabía que a su esposa no le
apasionaban las quedadas o sociabilizar,
prefería una vida simple que a cualquier
otro le aburriría y él le gustaba su
introversión. La idea de que su mujer fuese
a bailes a reírse a carcajadas con otros
hombres le disgustaba.
–Pero, entonces…
–Los rumores me dan igual. ¿Tú qué
quieres hacer?
–Las fiestas de té no me desgradan, pero en
los bailes hay demasiada gente…
–Pero en las fiestas del té hay más peleas.
–¿Y quién se va a pelar conmigo?
–Si alguien lo hace, dímelo. No te lo
guardes.
–¿…Me estás diciendo que si pasa algo
tengo que ir a chivarme a ti?
–Ya les regañaré yo en tu lugar.
Lucia estalló en carcajadas. Hugo le besó la
cara entera. Ella sacudió la cabeza sin parar
de quejarse de que le hacía cosquillas, pero
él la ignoró y continuó dándole besitos.
–Bueno, mañana le diré a Antoine que no
me harán falta sus servicios.
Hugo recordó que tenía que enviar a
alguien a la tienda de Antoine para decirle
que no hacía falta que volviese a
presentarse en su mansión. Por su culpa
había estado con los nervios a flor de piel.
–Me había dicho que el de mañana iba a ser
un vestido rojo muy apasionado a juego
con el collar de diamantes que me
regalaste. En realidad, tengo un poco de
curiosidad…
–Bueno, me has dicho que mañana no vas a
ir. – Nada le horrorizaba más que el
adjetivo “apasionado”. Temeroso de que su
esposa pudiese cambiar de opinión, se le
puso encima, atrapándola y confirmó sus
ganas de asistir.
Lucia se lo quedó mirando atónita. ¿Quería
volver a…? Continuó escudriñándolo con
la mirada mientras él deslizaba la mano por
su abdomen, le acariciaba la zona entre las
piernas y le metía los dedos.
–Sigues tierna. – Lucia se ruborizó. – Te la
voy a meter.
–¿Qué?
Hugo le separó los muslos y la penetró sin
avisar.
–¡Ah…!
Era enorme.
–¿Te duele?
–Un… poco.
Su marido salió y volvió a entrar en ella
otra vez provocándole una oleada de
placer.
–¡Me haces daño! – Exclamó pegándole en
el brazo.
–Espera.
Lucia le miró con incredulidad. A veces era
lo más tierno del mundo y otras era un
tirano. Hugo soltó una risita viendo lo
enfadada que estaba. Hacerla cambiar de
emoción era divertidísimo. Volvió a
penetrarla con vigor y ella frunció el ceño y
gimió. Debía dolerle un poco. La estimuló
con los dedos un poco más hasta que dejó
de poner mala cara y se apoderó de su
cuerpo.
Ah, cómo anhelaba volver al Norte donde
podía olvidar el curso del tiempo en su
castillo sin que nadie les viniera a molestar.
Hugo no podía adivinar qué pasaría con su
familia materna. ¿Y si empezaba a
depender más de ellos que de él? No podía
dejar que se enterase de lo inquieto que
estaba.

Capitulo 83 Recuerdos de Mama


Le pareció escuchar su voz y que algo la
toqueteaba. Le hacía cosquillas, pero
también impedía que volviese a dormir, así
que intentó apartarlo de un empujón.
Entonces, unos labios le besaron la mano y
los dedos.
–¿Hugh…? – Llamó Lucia con los ojos
entrecerrados por el sueño.
Sus ojos se acostumbraron a la claridad de
la habitación y supieron distinguir la figura
arreglada de su esposo.
–Ya es por la tarde. – La anunció sonriente.
– Es hora de levantarse. – Le indicó
besándole los labios.
–Es culpa tuya… – La joven sólo había
conseguido conciliar el sueño al alba por
culpa de la reticencia de su marido a
soltarla. – Quiero dormir un ratito más.
–Tienes que levantarte para ir a ver a tu
abuelo. Llegará dentro de dos horas.
Lucia abrió los ojos como platos. Se le
pasó el sueño de repente.
–¿Quién dices que viene? ¿Mi abuelo?
–Me dijiste que querías verle. ¿Ya no?
–Ah… No, pero… ¿Cómo le has llamado?
–Le ordené a la criada de ayer que fuese a
preguntarle dónde vivía.
–Pero todavía no estoy-…
–Es mejor si lo ves antes de que le des más
vueltas a la cabeza. ¿Por qué quieres verle?
–Tengo curiosidad por saber qué clase de
persona era el padre de mi madre. Además,
creo que tiene que saber qué le ha pasado a
mi madre.
–Pues a por ello. Déjate de preocupaciones.
Lucia se sorprendió. Hugo tenía razón,
cuánto más tiempo pasase, más se
preocuparía. Le fascinó que el duque fuese
capaz de entender algo así. Poco después
de casarse la asombró con su liderazgo y
decisión, era el tipo de hombre que no
perdía el tiempo. ¿Se arrepentiría alguna
vez de algo? ¿Le preocuparía algo?
Hugo vivía en un estado de preocupación
constante últimamente, pero ella no tenía
manera de saberlo.

* * * * *

Jerome escoltó al anciano por órdenes de


su señor. Hugo le había mandado ser
prudente: todavía no estaba decidido qué
tipo de relación mantendrían después de
que conociese a su mujer. No eran pocas
las hienas que se arrastrarían a sus pies
cuando se enterasen que una de los suyos
se había casado con un duque. Hugo no
sentía nada por la familia materna de Lucia.
Si así lo deseaba ella, los trataría con el
mayor de los respetos, pero eso sería todo.
Lucia aguardó la llegada de su abuelo en la
salita. Estaba nerviosísima. Hugo la
rodeaba con un brazo para transmitirle su
apoyo, pero no mejoraba. La muchacha no
había podido salir a recibir personalmente
al padre de su madre para no dar la
impresión de que se le consideraba más
importante que cualquier otro invitado.
La puerta se abrió. El conde se quedó de
piedra en la entrada de la estancia al ver a
Lucia durante unos instantes, y entonces,
anduvo lentamente hasta ella. El tío que
había conocido en sus sueños y su madre
eran el vivo retrato del anciano.
–Siéntese. – Ordenó Hugo cuando la pareja
de familiares se quedó absortos
estudiándose con la mirada. – Tú también.
¿Os dejo a solas?
Lucia sacudió la cabeza y le agarró la
mano, cogió aire y dijo:
–Soy Vivian. Encantada de conocerte…
abuelo.
El conde se estremeció. Se la miró con
pena, abrió y cerró la boca varias veces sin
decir nada y, entonces, dijo:
–¿…Amanda?
Su nieta y su hija eran como dos gotas de
agua, pero no ver a Amanda en la sala
cuando entró le desesperó. No podía perder
la esperanza, así que decidió pensar que su
niña no había podido venir al encuentro por
asuntos personales.
Lucia notó un calor en el pecho. El anciano
que tenía ante ella era un padre que añoraba
a su hija. ¿Quién sabe cuánto había
anhelado ver a su padre por última vez su
madre?
–…Falleció.
El rostro de su abuelo pasó por toda una
serie de cambios de emociones: sorpresa,
incredulidad, enfado, pena y desesperación.
Todo en un par de segundos. El conde se
llevó las manos a la cara y rompió a llorar
desconsoladamente acompañado de Lucia,
que empatizó con su dolor escondiendo sus
lágrimas en el pecho de Hugo.

Abuelo y nieta no tenían nada de lo que


hablar en su primer encuentro. Se
saludaron con torpeza y entablaron una
conversación fácil partiendo de Amanda. El
padre recordaba a su hija y la hija
recordaba a su madre. Hablaron de las
diferencias y los puntos en común hasta
llegando a reír en algún momento.
–¿Buscas el collar? – Preguntó Lucia.
–¿…Lo tienes? – El Conde se sorprendió
menos de lo que la duquesa esperaba.
Su madre había huido con uno de los
colgantes que eran una reliquia familiar de
los Baden desde hacía generaciones.
–Ya no.
De niña, Lucia se cayó de un árbol y se
hirió de gravedad. Su madre usó el colgante
como aval para poder pagar el tratamiento
de su hija, sin embargo, no logró reunir el
pago en la fecha indicada y lo perdió.
Desde aquel momento, Lucia pilló a su
madre mirando con anhelo el collar en el
mostrador de la tienda de empeños. Su
mente infantil decidió comprárselo cuando
fuera mayor, pero tras su muerte había
olvidado por completo su existencia.
La reacción de su abuelo al escuchar la
historia fue completamente opuesta a la de
su tío que se escandalizó. El anciano sonrió
con amargura y sacudió la cabeza para
rechazar la idea de Lucia de ir a buscarlo
por los mercadillos.
–No hace falta que lo busques. Si le sirvió a
tu madre para algo, ya me sirve.
–¿No era una reliquia familiar?
–¿Eso te dijo tu madre?
–Sí. – Afirmó Lucia a pesar de que había
sido su tío.
–No lo es, sólo era un trasto viejo.
Existía una leyenda relacionada con el
colgante que las mujeres de la familia
habían guardado celosamente todo este
tiempo. En su juventud el conde había sido
uno de los fieles creyentes de la leyenda,
pero, tras perder a su familia, a su mujer y a
su hija… ¿De qué le servía aferrarse a un
cuento de hadas?
–No servía para nada.
El conde había llegado a la Capital en un
intento de evitar el colapso de su mansión,
había pedido un favor por primera vez en
su vida, pero ahora que sabía que su hija ya
no estaba en el mundo, todo era fútil.
Todos aquellos años ignorando la muerte
de su hija eran una pérdida de tiempo.
¿Para qué había estado viviendo? Todo
había sido en vano.
–Estás preciosa. Me alegra que hayas
crecido tanto y tan bien.
El conde se consoló con el rastro que había
dejado atrás su hija. Aunque tarde, sería
capaz de escuchar anécdotas sobre su niña
y ver a su nieta. Lo sentía mucho por su
padre, pero estaba agotado. Necesitaba
descansar. Aquí acababa todo. Olvidaría su
plan de pedirle dinero a su amigo y dejaría
de luchar por la mansión y su título.
Vender un título era ilegal, pero en el
mercado negro era un suceso recurrente y a
precio razonable. No deseaba pasarles su
carga a sus dos hijos, no, conseguiría
suficiente dinero para que ambos pudieran
acabar sus vidas tranquilamente y lo
terminaría todo.
–Creo que es hora de que me vaya. –
Anunció mientras se levantaba.
–¿A dónde vas? – Lucia se levantó por
inercia, sorprendida. – Podrías quedarte a
cenar…
–No hace falta. He quedado esta noche.
Volveré a venir. Ahora que nos conocemos
podemos quedar cualquier día, ¿no?
–…Sí.
A Lucia se le llenaron los ojos de lágrimas
cuando vio al anciano darse la vuelta y
dirigirse a la salida. Tan sólo habían
intercambiado unas palabras, pero no
parecía un desconocido. Era como si lo
conociese desde hacía muchísimo tiempo.
–Voy a acompañarle a la salida, ahora
vuelvo. – Le susurró al oído Hugo mientras
la abrazaba.
Lucia asintió con la cabeza, se secó las
lágrimas y le vio marchar sumamente
agradecida de que se hubiese quedado con
ella.

.x.x.x
Parte II

Hugo alcanzó al conde ya en la salida.


–Le llevo a casa.
–No, no hace falta, hace buen tiempo. Iré
dando un paseo.
–Me gustaría hablarle de algo.
El conde estudió con la mirada al
imponente duque. Los Baden era una
familia de ascendencia militar, por lo que
no eran hombres menudos, pero aquel
duque era monstruoso. No había noble en
Xenon que no hubiese oído hablar de los
Taran, sobretodo en el sur donde la
acechaba la amenaza de guerra. El anciano
se alegraba de que su nieta hubiese acabado
con un buen hombre. La actitud del duque
con Lucia en la coronación y en la salita le
complació. Aquel hombre estaba cuidando
de la muchacha de corazón y le contentaba
que la chiquilla estuviese feliz.
El conde aceptó la invitación de Hugo y se
subió al carruaje con él.
–¿Hasta cuándo se estará en la capital? Le
prepararé un sitio para hospedarse.
–No hará falta que lo haga, señor duque,
tengo un buen amigo. No me preocupa
tener un techo.
–Déjese de formalidades, es mayor que yo.
El conde sonrió con amargura.
–¿Qué clase de abuelo que no ha visto en
su vida a su nieta puede llegar y pretender
que se le trate con respeto? ¿Con qué
decencia? Con saber que está bien de vez
en cuando me basta.
Hugo miró al anciano extrañado. ¿Acaso
esa familia no conocía la codicia? El
hombre era de naturaleza buena.
–¿Planea mudarse a la capital?
Hugo ofreció algo impropio de él: le estaba
dejado saber que se declaraba un apoyo de
los Baden. Cualquier casa con la fuerza de
los Taran podía resurgir de entre las
cenizas en cuestión de días.
–Agradezco la oferta, pero hay que saber
vivir con lo que se tiene. Mis niños no
sabrían manejarlo.
El conde lo rechazó sin vacilar. No
sobreestimaba a sus propios hijos que
habían vivido como nobles sólo por
nombre: el mayor era demasiado estricto y
el segundo demasiado cerrado de mente,
ninguno poseía la habilidad necesaria para
enzarzarse en juegos de poder.
–Entonces, ¿hay algo con que le pueda
ayudar? Hágamelo saber si es así.
–Puede que no haya conseguido ningún
mérito en la vida, pero tengo la conciencia
tranquila. No me atrevería a cometer una
atrocidad como pedirle dinero a la nieta
que acabo de conocer.
–No se enterará.
–Gracias por cuidar de la chiquilla. – El
conde soltó una carcajada.
Aquella fue la primera vez que alguien
miraba a Hugo como un adulto mira a un
niño. Hasta el momento había vivido
arrogantemente, sin que nadie estuviese por
encima de él y, para su sorpresa, no le
disgustó la experiencia.
–…Es mi mujer, obviamente tengo que
cuidarla.
–Yo no pude hacer lo que para ti es tan
obvio. Espero que no cometas el mismo
error que yo y pierdas a un ser querido.
Ámala y cuídala durante mucho tiempo;
hazla feliz. Es todo lo que este viejo te
pide. – El conde la amaba desde antes de
enterarse de que eran familia. La sonrisa de
aquella joven era una réplica exacta de la
de su hija. Era encantadora y se lamentaba
por no haber podido verla crecer. – ¿Me
harías ese favor?
Hugo sintió una punzada en el corazón. Fue
extraño.
–Se lo prometo. La amaré… y la haré feliz.
Lucia llevaba siendo su mujer mucho
tiempo, pero no fue hasta que aquel
anciano asintió que Hugo sintió que su
relación había sido aceptaba. Fue un alivio,
tenía un nuevo aliado.
Hugo hizo prometer al conde que le
avisaría antes de marcharse de la capital,
era consciente que su mujer quedaría
desconsolada si le perdía ahora que por fin
le había conocido.

–¿Qué vas a hacer? – Le preguntó Hugo a


Lucia en cuanto llegó a la mansión. – Si
quieres ayudar a la familia de tu madre, lo
haré posible.
Lucia reflexionó unos instantes y sacudió la
cabeza.
–Mis familiares no sabrían lidiar con estar
emparentados con los Taran. Se meterían
en líos y te traerían loco.
A Hugo le fascinó que tanto la nieta como
el anciano pensasen exactamente igual a
pesar de acabarse de conocer. Era
impresionante lo que la misma sangre
podía hacer.
–No me importaría.
–A mí sí. No quiero imponerme.
–¿Imponerte? ¿Qué dices? – Frunció el
ceño.
Lucia le rodeó la cintura con los brazos y
apoyó la cabeza en su pecho, le miró y
sonrió.
–No quiero que se sepa que son familia
mía. Tiene problemas de dinero, ¿me
podrías echar una manita con eso?
¿Puedes?
–Claro. – Respondió él de mala gana.
No le gustaba que hubiese dicho que no
quería imponerse. Cuando hacía pucheros
era adorable y Lucia estaba encantada con
ver ese lado que sólo conocía ella. Durante
las fiestas de coronación a Lucia le había
desconcertado su frialdad, pero viendo que
el resto no se inmutaba se dio cuenta de
que así era como actuaba normalmente. Así
había sido el duque de Taran de su sueño y
hasta que había decidido casarse con él.
Estaba tan acostumbrada a verle sonreír,
ser apasionado o cariñoso con ella que
había olvidado por completo su
comportamiento frente a los demás. Todo
lo que para ella era habitual, era un lado
que sólo le mostraba a ella.
–Creo que nunca te lo había dicho.
–¿El qué?
–Gracias por casarte conmigo.
Lucia lo dijo sin pensárselo mucho, pero le
conmovió descubrir que los ojos carmesíes
de su marido rebosaban emoción.
Hugo la rodeó por la espalda y la cogió en
brazos para poder mirarla directamente a
los ojos.
–¿Lo dices en serio?
–Por supuesto.
–Demuéstralo.
–¿Cómo?
–Imponte. También puedes darme
problemas en los que tenga que intervenir.
–¿…Y eso qué tiene que ver con
demostrarlo? Oye, ¿pero a dónde vas?
Hugo había empezado a andar como si
nada con ella en brazos mientras hablaba.
Los criados se estremecían a su paso y
apartaban la vista.
–Ya cenaremos después.
–¡Serás…!
Hugo besó a su sonrojada mujercita. Era
adorable. Cada vez se ponía más roja.

* * * * *

Pocos días después de su primer encuentro,


su abuelo le envió una carta informándole
de que iba a regresar al sur, así que Lucia
respondió invitándole a comer.
La joven se sentía muchísimo más cómoda
el segundo día, como si se hubiesen
conocido de toda la vida. Dudaba que fuese
por estar relacionados por sangre, porque
con su padre no sentía ni rencor. Ahora
estaba segura de que habría sido
muchísimo más feliz si su madre la hubiese
enviado con su familia en lugar de a
palacio.
–¿Tengo un sobrino?
Durante la comida Lucia aprendió mucho
de sus parientes. Sus dos tíos estaban
casados: el mayor tenía dos hijas mayores
que ella, una era hasta madre, y el segundo
dos hijos. De repente, Lucia se había
convertido en tía y prima. En su sueño
recordaba haber oído algo sobre los dos
hijos de su tío, pero no tuvo oportunidad de
conocerlos.
–Creo que el niño dio sus primeros pasos
hace poco. Debe estar enorme. Los niños
crecen tan deprisa…
Continuaron con la conversación y el
anciano le prometió que le enviaría cartas
de vez en cuando.
–Siento no poder prometer ir a verte,
abuelo. – La muchacha se sentía culpable
por no ser capaz de hacer nada más que
conseguir ayuda financiera de su esposo.
–No te habría dejado venir de todas formas.
No pienso decirles nada de ti ni de tu
madre a tus tíos. No quiero que alberguen
falsas esperanzas. Aunque no tenemos
mucho, somos felices. Mis nueras son
encantadoras y me gustaría que todo
siguiera igual. Espero que sepas
entenderme y no te siente mal. – Añadió el
anciano.
–No, abuelo. ¿Por qué me iba a sentar mal?
– Lucia comprendió las intenciones de su
abuelo: no quería molestar a su nieta. –
¿Cuándo te vas?
–Hoy mismo, después de despedirme de mi
amigo.
El conde se había percatado de la precaria
situación económica de su amigo que había
heredero las tierras de su título además de
una deuda. Fue un alivio no haberle pedido
ayuda.
–¿Te vas después de comer? ¿Por qué tanta
prisa? Podrías quedarte un poco más.
–Tus tíos deben estar preocupados de que
me pase tanto tiempo aquí. La capital es
demasiado ajetreada para un viejo como
yo. No te preocupes por el viaje, iré por un
portal gracias a tu marido.
Lucia sonrió y su abuelo se encogió de
hombros.
–Ven cuando quieras. No estamos tan lejos.
–Sí, sí. Ahora no me eches cuando venga
demasiado.
–¿Cómo iba a hacerlo?
El conde se levantó del asiento.
–Tu marido y tú tenéis una buena relación.
Es un buen hombre, se preocupa mucho por
ti. Me quedo tranquilo.
–Sí, lo es.
Escuchar halagos hacia su marido
enorgulleció a Lucia.
–¿Puedo darte un abrazo?
–Eso iba a preguntar yo.
Se abrazaron y, lamentablemente, se
despidieron sin saber cuándo volverían a
poder verse. Pero desde luego no sería la
última vez.
Antoine fue a visitar a Lucia aquella misma
tarde sin su tan acostumbrado séquito de
ayudantes porque su propósito no era
probar un vestido o vender algo. La
comerciante parecía un soldado desarmado,
inquieto.
–¿Qué te trae por aquí?
–Siento venir sin avisar, duquesa. Ruego
perdone mi falta de cortesía y espero no
haberla interrumpido.
–Por suerte, ahora mismo, no tenía nada
importante. Pero que no vuelva a ocurrir.
–Sí, duquesa.
Las dos mujeres se sentaron una frente a la
otra en la salita. Lucia se entretuvo en
beberse el té sin mucha prisa mientras que
Antoine examinaba su expresión.
El duque de Taran había enviado a un
mensajero para informarle que ya no se
requerían sus servicios, un golpe duro para
la diseñadora. Tras noches en vela, se
decidió a visitar la residencia de los duques
sin avisar para que no pudieran rechazarla.
–¿Qué pasa?
–Me he enterado que no hará falta ningún
vestido para el baile de mascaras y me
preocupaba que pudierais estar enferma.
–Estoy perfectamente, como puedes ver.
Estaba cansada y he decidido cancelar los
planes. ¿Has venido para eso?
Antoine empezó a tener sudores fríos. La
duquesa era distinta al resto de nobles. No
se andaba con rodeos ni cedía el liderazgo
de la conversación, era una joven
inesperadamente experimentada para su
edad con un aire digno.
–Duquesa. – Antoine decidió atacar
directamente. – Voy a serle sincera, me
gustaría saber por qué. ¿He hecho algo que
no debía?
–No sé de qué me hablas.
–Dígame cómo la he ofendido, duquesa.
–No lo has hecho.
–Entonces, ¿por qué no quiere llevar mis
vestidos nunca más? ¿No le gustó el que le
hice?
Lucia no tenía ni idea de lo que acababa de
decir, pero pudo adivinar que a su esposo
no le gustó demasiado el vestido de la otra
noche y debía haber cancelado su contrato.
La joven duquesa fue incapaz de reprimir
una risita. ¿Qué iba a hacer con ese hombre
tan infantil? ¿Desde cuando el marido
intervenía en el diseño del vestido de su
esposa? Normalmente, los hombres se
preocupaban por el gasto, no por cómo era.
A Lucia le gustaban los vestidos de
Antoine porque realzaban su figura y su
encanto, no creía ser capaz de encontrar a
alguien mejor que ella. No obstante,
necesitaba ser prudente y tener en cuenta
los deseos de su marido.
–Me gustan tus vestidos, pero… – Antoine
tragó saliva. – Me es difícil llevar un
vestido que no le gusta a mi esposo.
–¿Quiere decir que a mi señor el duque no
le gustaron? ¿Eso dijo?
–No directamente, pero me ha dicho que
tus vestidos son un poco… abiertos.
¡Paparruchas! Un vestido de verdad no
sabía de modestia. Si quería un habito que
se lo pidiera a la iglesia. Nunca se le había
criticado por algo semejante. No había
habido ninguna objeción con los vestidos
de verano, ¿qué diferencia había con los de
la coronación? ¿Tal vez que eran más
atrevidos porque eran para salir de noche?
¿Sería eso? La mujer se quedó atónita. En
comparación con lo que llevaban el resto
de nobles, los que ella había hecho para la
duquesa eran totalmente modestos. ¿Acaso
los rumores serían ciertos y la joven vivía
en cautiverio?
–Esta necia servidora no consiguió ver lo
mucho que mi señor el duque ama a la
duquesa. A partir de ahora haré todo lo
posible por complacerla, mi señora. Y,
siéndole franca, dudo que encuentre a otra
diseñadora de mi calibre.
–Estoy de acuerdo, ya te he dicho que a mí
tus vestidos me gustan. – A Antoine se le
iluminó la mirada. – Así que firma un
contrato conmigo.
–¡Sí, duquesa!
–Te lo voy a volver a repetir: estás
haciendo un contrato conmigo.
–¿…Perdone? Por supuesto…
–No voy a preguntarte sobre el contrato
que tenías con mi marido, pero no quiero
que vuelva a existir nada parecido. ¿Me
oyes? – Antoine sonreía por fuera, pero
acababa de perder la mina de oro. – He
estado investigando, y al parecer, sólo
harán falta dos o tres vestidos por estación.
Así que cinco para verano y otros cinco
para invierno.
Puede que hubiese perdido la oportunidad
de hacerse rica a costa de los Taran, pero
por lo menos el título de diseñadora
exclusiva de la duquesa de Taran le
aportaría más caché a su nombre.

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Parte III

Lucia se quedó bordando en la salita hasta


la hora de la cena. Sus habilidades con la
aguja habían mejorado bastante, antes sus
puntadas carecían de delicadeza y ahora
apenas encontraba alguna fuera del sitio.
Llevaba un año sin ver a Damian y se
preguntaba cómo de grande estaría.
¿Cuándo vendría a la capital? Si por Hugo
fuese, no saldría del norte jamás.
Las fiestas de té eran una buena
oportunidad para establecer vínculos y
relaciones, así que, por el bien de crear un
camino para Damian necesitaba dejar de
evitar a la gente.
–Mi señora. – La llamó Jerome. – El señor
ha enviado un mensaje de que llegará más
tarde de lo esperado, puede que no esté
para la cena, pero le gustaría que cenarais
juntos.
–¿Sí?
La noche anterior ya le había avisado de
que llegaría mucho más tarde de lo que le
avisaba el mayordomo.
Jerome vio claramente la alegría reflejada
en el rostro de su señora. El amor de la
pareja crecía sin parar día tras día y su
cariño había afectado a los criados.
–¿Me quedan invitaciones, Jerome?
–Sí, señora. Cada vez llegan más.
–Elimina cualquiera baile o quedada a gran
escala, acepta las que sean más íntimas.
–Sí, señora.
Jerome fijó la vista en el pañuelo que
estaba bordando la duquesa con un bonito
dibujo de una flor idéntico al que su señor
siempre llevaba consigo.
El duque había pegado un cambio
asombroso. De una bestia salvaje a un
animal doméstico. Nunca había sido un
señor duro, era un hombre racional que no
regañaba sin razón. No obstante, Jerome
había sido testigo de la sed de sangre que
emanaba de él hasta hacía poco. Era como
si en lugar de llevar piel de humano,
estuviese convirtiéndose en uno.
–¿Qué le parecería regalarle un pañuelo
bordado al señor, mi señora?
–Uso un hilo demasiado gordo para un
pañuelo de seda, lo echaría a perder.
–Podría ser uno de algodón…
–¿Cómo va a llevar un adulto uno de
algodón, Jerome?
La risita de la duquesa extrañó a Jerome.
Estaba claro que no sabía nada porque era
algo de lo que se encargaban los criados.
–Estoy seguro de que le encantaría recibir
un regalo vuestro aunque no lo vaya a
llevar.
–Mmm… Tampoco es que se me dé
demasiado bien, pero… Vale, le haré uno
con su nombre.
Jerome esbozó una mueca. Un buen
mayordomo comprendía a la perfección los
deseos de su amo, y él era un gran
mayordomo.

* * * * *

A pesar de que muchos se reunieron para


darle la bienvenida, a Hugo sólo le alegró
la presencia de una persona. Rodeó a su
esposa por la cintura y se la arrimó al
pecho para poderla saludar con un beso.
–Ya estoy aquí.
–Bienvenido.
A Lucia no le disgustaban esas sutiles
muestras de afecto, pero seguía costándole
hacerlo delante de los criados.
–¿Has cenado?
–Me has dicho que te espere.
–Si tenías hambre, deberías haber comido.
–Tampoco tenía tanta hambre.
–¿Ya está lista la cena? – Le preguntó
Hugo a Jerome.
–Pueden pasar directamente al comedor,
señor.
Cuando los señores de la casa entraban en
el comedor, los criados se mostraban
inexpresivos, convencidos de que, si no
reaccionaban a sus cariños, la señora no se
sentiría incómoda. Desde luego, una casa
colmada de amor, era mejor que una fría.
–Pero… ¿qué haces? – Jerome chasqueó la
lengua viendo a su hermano boquiabierto.
–…Creo que estoy viendo visiones.
–Mira, vete a mi despacho, cena o algo
mientras acabo de servir la cena.
Fabian detuvo a su hermano que estaba a
punto de entrar en el comedor.
–¿Todos los días es así? ¿Hacen estas
tonterías todos los días? ¿A nadie le
sorprende?
–Bueno, ya estamos acostumbrados.
Jerome miró piadosamente a su hermano
gemelo que creía que se avecinaba el
apocalipsis.

Durante su habitual paseo de después de la


cena Lucia le explicó a Hugo que había
firmado un contrato con Antoine y, aunque
él guardó silencio, no se le veía
especialmente de acuerdo.
–Me gustan sus vestidos y voy a seguir
comprándoselos.
–Lo que tú quieras.
–Así que, no puedes tener ningún contrato
con Antoine que no sea el mío.
–¿…Qué contrato?
Lucia adivinó lo del contrato porque el
precio final del vestido para la coronación
le pareció demasiado barato, pero la
reacción de Antoine se lo confirmó todo.
Se había firmado un contrato del que ella
no estaba al tanto.
–Ya lo he hablado con ella. – La
ambigüedad de las palabras surgieron
efecto e hicieron malentenderlo todo a
Hugo.
Antoine era una mujer de sentido común,
por mucho que Lucia la hubiese
interrogado no habría confesado nada.
–No quería que te preocupases por el
dinero. – Admitió el grandioso duque que
acababa de caer de cuatro patas en una
trampa tan simple a pesar de sus tantísimos
años de experiencia.
–No me voy a preocupar tanto a partir de
ahora. Pero si me entero de que haces algo
y yo no lo sé, me sentará mal.
–Vale, no lo volveré a hacer.
Lucia detuvo sus pasos, le miró a los ojos,
extendió los brazos y la abrazó. Le estaba
muy agradecida a su encantador marido.
Estar entre sus brazos la colmaba de
felicidad y deseaba que aquel momento no
terminase jamás.

Fabian se sujetaba la barbilla con la mano y


contemplaba como dos siluetas se
abrazaban por la ventana del despacho de
Jerome impacientemente.
–¿Cuándo va a tardar el paseíto? – Farfulló
rechinando los dientes. – A este paso se nos
va a hacer de día. – Quería informar a su
señor y volver a casa con su esposa y sus
hijos.
–¿Por qué estás así? – Jerome estaba
sentado en su escritorio.
–Déjame en paz. Estoy intentando superar
la situación. – Le contestó Fabian que no
podía dar crédito cuando había visto a la
pareja cogerse de la mano después de
cenar.
–Que se lleven tan bien es algo bueno, lo
que te pasa es que tienes la mente muy
cerrada.
–¡Precisamente por eso trabajo para mi
señor! ¿Sabes lo…? Mira, déjalo. ¿Para qué
te hablo? Chupaculos. No sé cómo tienes la
cara de ir por ahí diciendo que eres el hijo
de tu padre. –Jerome se compadeció de su
hermano. – ¡Es que no sabes nada! ¿Sabes
qué clase de persona es? ¡Si le hubieras
visto no estarías tan tranquilo!
Era la primera vez que Fabian deseaba que
su hermano hubiese sido testigo de la
verdadera naturaleza de su amo.
–¿Y qué? ¿Qué pasa? ¿Qué imagen tienes
del señor?
–…Ninguna. Es que me preocupa. ¿No has
oído nunca decir que el que cambia de la
noche a la mañana es porque está loco?
–No te preocupes por esas tonterías y cuida
esa lengua que te va a traer problemas.
Fabian fulminó con la mirada a su hermano
y continuó remugando.

El informe sobre David Ramis que Fabian


presentó ante Hugo era el fruto de grandes
esfuerzos.
–Seguimos evaluando la personalidad del
objetivo. Algunos creen que es buena
persona y otros que es demasiado cerrado
de mente y astuto.
La reputación entre los nobles era siempre
extrema. Aquellos con los que se llevaba
bien le consideraban una persona
encantadora, mientras que los de peor
estatus le tenían por un bastardo. Aquello
no sorprendió a Hugo que estaba más que
acostumbrado a ver los cambios de ser en
personas según quien les rodease.
El duque se saltó la información básica
como su edad, nombre o relaciones y se
centro en una parte más escabrosa.
Oficialmente, David había embarazado a
una criada a la que habían echado con una
compensación generosa, no obstante, la
versión no oficial era otro cantar.
–¿Me estás diciendo que hay quien asegura
que está muerta?
–Sí. Según una amiga suya que trabajaba
con ella, la mujer desapareció sin decir
nada. La amiga también dijo que la víctima
había estado nerviosa los días previos a su
desaparición y que la había pillado
llorando.
–¿Pruebas?
–Es difícil encontrar testigos porque pasó
hace mucho tiempo. Fui al pueblo natal de
la criada, pero su familia tampoco sabía
nada.
–Con que no tenemos ninguna.
Asesinar a una criada no sería un golpe
contra un duque, sin embargo, este tipo de
casos ayudaban a descubrir qué tipo de
persona era el otro y David era capaz de
cometer atrocidades. El abuso y el
asesinato de los criados era algo común que
los nobles disfrazaban de castigo o
ocultaban tras un velo.
–El padre el objetivo se enfadó y no se
volvió a tocar a ninguna otra criada.
–Las malas costumbres no desaparecen.
¿Empezó a ir a burdeles? – masculló. –
Debe tener montones de mujeres
lanzándose a sus pies con su estatus.
¿Por qué tenía que enterarse de la actividad
sexual de ese bastardo? Hugo estaba
molesto. Sólo quería saber si tenía que
andárselas con cuidado por algo.
–Pregunté a las prostitutas con las que
mantiene relaciones y me dijeron que es
peculiarmente sádico. Le gusta tener a su
pareja sexual totalmente a su merced.
Supongo que encontrar a una noble
totalmente sumisa no es trabajo fácil.
Nada podía interesarle menos que los
detalles de la vida personal de David.
–¿Asociación de los Jóvenes de la Nueva
Nación? Será gilipollas.
¿El muy inútil no sabía lo peligroso que era
añadir “nueva nación” a su organización?
Era como decir que quería sublevarse
contra la monarquía.
–Representa que la organización busca
atraer a jóvenes. ¿Tiene un motivo oculto?
–Más bien, no sigue lo que debería seguir.
No es que esté reuniendo jóvenes a secas,
sino jóvenes para que le sigan a él.
–Un grupo de imbéciles.
Da igual como lo decores: la basura es
basura. Hugo no vio qué utilidad podía
tener indagar más en la organización.
–Hay detalles de interés. El objetivo está al
mando de la organización, así que es quien
elige las normas y las actividades. Está
todo relatado en el libro extra.
Hugo aceptó el libro que su lacayo le
entregó, hojeó su contenido y su expresión
se heló. Las dos grandes potencias del reino
eran el rey, que personificaba la autoridad
real, y la nobleza, que expandía su
territorio y se encargaba de controlarlo.
Con todo, existía un sector de la población
entre los nobles que no poseían tierras y
que soñaban con ser alguien. En su mayoría
eran escolares e intelectuales que insistían
en que las leyes debería escribirlas unos
ministros y que el monarca debería ser
condenable. Eran una minoría
insignificante, pero lo suficientemente
persistente como para ir ganando
seguidores progresivamente hasta poder
llegar a constituirse una tercera fuerza.
Los Taran jamás habían empleado la
sabiduría que almacenaban en una
habitación secreta para desarrollar el
mundo. Mientras que el cabeza de familia
continuase gobernando el norte, no
necesitaban nada más, lo ideal era convivir
con una monarquía de autoridad moderada.
Una tercera potencia intentando alzarse
contra el régimen era peligroso. En otros
tiempos poco le hubiese importado el
destino del reino y de su propio título, pero
ahora, al menos hasta la hora de su muerte,
Hugo necesitaba que la familia gozase de
lujos y bienestar que, más tarde, pudiese
heredar y disfrutar Damian.
–Sigue investigando.
–Sí, señor. Hay una última cosa que
debería saber sobre el objetivo, está en la
última sección del informe.
Hugo volvió a coger los documentos y los
ojeó, extrañado.
–¿El duque Ramis le está siguiendo?
–Sí, y no es un simple vigilante, parece una
investigación. Nos hemos encargado de que
no supiera de nuestra existencia.
Hugo reflexionó intentando adivinar las
intenciones del duque. No parecía
especialmente complacido con su hijo y
puede que tuviese en mente la posibilidad
de nombrar a otro heredero. Con suerte, las
cosas seguirían su curso y se solucionarían
sin necesidad de intervenir.
–¿Quiere que sigamos vigilándole?
–No retires a todos los hombres y si veis
algo raro, hacédmelo saber.
–Sí, mi señor.
–Buen trabajo. Y busca esto.
Fabian cogió el papel que el duque le
extendió: era el dibujo de un colgante
diferente a ninguno que hubiese visto antes.
Hugo se había encontrado con el conde a
espaldas de Lucia para que el anciano
pudiese utilizar el portal cuando se le
antojase para poder venir a la capital a ver
a su nieta y le preguntó sobre el colgante.
El anciano le había preguntado si le
interesaban las antigüedades y, ante la
respuesta directa de Hugo sobre que
buscaría cualquier cosa que le gustase a su
esposa, el conde le dibujó un boceto.
El poderoso duque quería sorprender a su
mujer. Echaba tanto de menos a su madre
que le encantaría. Sólo de pensar en la cara
que pondría se emocionaba.
–Si ya tiene dueño, ¿traigo la información y
ya?
–No, haz lo que haga falta para traérmelo.
No hace falta que me informes sobre el
proceso.
Fabian le echó un último vistazo al boceto
antes de marcharse.
.x.x.x
Parte IV

El duque de Ramis llamó a su hijo a su


despacho que no tuvo tiempo de esquivar
lo que le tiró a la cabeza.
–¡¿Qué coño haces?! – Rugió su padre.
David se quedó atónito al ver el montón de
documentos que le habían dado en la cara.
No dolió, pero era la primera vez que le
pasaba algo así.
–¡¿Quién te ha dicho que hagas esto?!
David se inclinó para coger una de las
hojas que contenía una larga lista de
nombres de miembros de su organización.
¿Cómo se habría enterado su padre? ¿Por
qué estaba tan furioso? David no entendía
nada.
–Lo siento. – Masculló con la cabeza
clavada en el suelo y los puños cerrados.
No tuvo derecho a redimirse, tenía que
disculparse. No le quedaba de otra. David
agachó la cabeza y pidió perdón por un
error que todavía no sabía cuál era.
–¿Por qué te precipitas siempre?
El enfado de la voz de su padre disminuyó.
David alzó la cabeza y el duque se masajeó
la frente y suspiró.
David recogió unos cuantos papeles más
del suelo con información detallada sobre
su organización. ¿Tal vez ese era el quid de
la cuestión?
–No pensé que un grupo de gente que
piensa igual te daría problemas, padre. Lo
siento.
–¿Gente que piensa igual? O sea, ¿Qué
estás reclutando gente y vas de líder?
David no veía el crimen por ningún lado ni
entendía por qué su padre estaba tan
enfadado. Estaba seguro que sería él quien
heredaría el título y el honor de luchar codo
con codo con el rey. Su padre siempre le
había repetido que era demasiado orgulloso
y que necesitaba una cura de humildad,
pero la prudencia excesiva del duque era
algo que él no entendía. Aquellos por
debajo de su estatus eran hormigas. ¿Por
qué era tan malo organizarlas y lideradlas?
Sin embargo, David no era tan necio como
para manifestar su opinión tan abiertamente
frente a su padre.
–Sólo quería hacer amigos como siempre
me has dicho que haga.
–David. – El duque de Ramis suspiró.
Puede que su hijo se estuviese disculpando,
pero sólo era una fachada tras la que
ocultaba su desobediencia. El hombre
hallaba consuelo en el interés en corregirse
que le demostraba su hijo cada vez que le
regañaba. Deseaba que David admirase el
mundo, no que lo menospreciase. Todavía
era joven y carecía de experiencia. El
duque de Taran, pesé a ser de la misma
edad, ya llevaba años siendo el cabeza de la
familia, pero competir con un genio era
absurdo y el duque no podía evitar
preocuparse por la rivalidad que David
sentía por el otro duque.
Lo adecuado era que el primogénito lo
heredase todo y, de ser posible, quería darle
esa oportunidad a David, por eso, por
muchos lados amargos que descubría en la
personalidad del mayor de sus hijos, el
anciano se esforzaba en pensar que eran
fallos sin importancia.
–¿De verdad no te das cuenta que tu grupo
puede convertirse en la semilla del peligro?
¿Cómo has podido elegir un nombre tan
escandaloso?
David se mordió el labio. Con que ese era
el problema. Personalmente, a él el nombre
no le acababa de hacer el peso, pero el
señor Harry, su vicepresidente, le había
asegurado con gran entusiasmo que era un
nombre con un sinfín de interpretaciones
según como se leyese y que transmitía su
disposición a apoyar el ascenso al trono del
nuevo rey. La idea del nombre era pues,
propagar su intención de borrar de la
historia las sombras del difunto rey.
–…Sólo usamos ese nombre entre nosotros.
En público lo llamamos “grupo juvenil”.
–¿No fuiste tú quién impuso la norma de
llamarlo de la otra manera? No me ha
costado nada descubrirlo.
–Lo siento, padre. – David se sintió
traicionado y sorprendido al mismo tiempo.
Su padre se había inmiscuido en sus
asuntos. – Significa que queremos ayudar a
Su Majestad con el nuevo reino.
–La intención no es lo que importa, sino el
no dar motivos para dudar. Tu hermana y
yo estamos hartos de repetirte que en
política hay tantos lados que hay que
andarse con pies de plomo.
–Sí, padre. Lo tendré presente.
–Los enemigos del rey siempre están al
acecho buscando cualquier apertura para
atacar. Su Majestad podría malentenderte.
Las preocupaciones de su padre le
parecieron ridículas. ¿Cómo iba a
malentenderle el rey? ¿Cómo se le iba a
pasar por la cabeza que un familiar del
duque Ramis pudiese traicionarle? Su
hermana era la reina y su padre su suegro.
Él era el tío del futuro rey. La casa de los
Ramis era totalmente fiel a la monarquía.
–Sí, padre. Tendré más cuidado. Asumiré
las consecuencias y desmantelaré el grupo.
–Bien. Me alegra que me hayas entendido.
Vete de la Capital una temporada.
–¿Qué? ¡Padre!
–Tienes que demostrar que estás
reflexionando. Si yo me he podido enterar
significa que cabe la posibilidad de que lo
sepa más gente. No será mucho tiempo.
Piensa en ello como un entrenamiento de
uno o dos años.
David cerró los puños y tembló por la ira.
No podía desobedecer a su padre, era
demasiado débil.
–¿Cuándo me voy?
–A final de mes.
–Entendido.
Mientras David salía del despacho de su
padre le escuchó murmurar:
–Ojalá fuerais mitad y mitad. Robin es
demasiado dócil…
David apretó los labios, rechinó los dientes
y tensó la mandíbula incapaz de controlar
su expresión. Salió de la habitación a paso
ligero echando humo por la boca.
Sabía el secreto de la familia: Robin no
compartía su linaje y protegía celosamente
su posición de segundo hijo. De niños, a
David le extrañaba la diferencia de afecto
que su madre volcaba entre ellos. Fruto de
la inocente ignorancia infantil, creyó que se
debía a que él era el primogénito visto que
su madre tampoco era particularmente
cariñosa con su hermana mayor. No fue
hasta su debut en sociedad a los quince en
la mansión cuando su madre,
sorprendentemente ebria, entró en su cuarto
y se lo confesó todo entre lágrimas. Robin
era el hijo de una amante de su padre. Al
parecer, su padre le había pedido a su
madre que aceptase el niño como suyo,
aunque lo normal era criarlo como a un
bastardo. La amante y la esposa estuvieron
en cinta durante el mismo período con
apenas unos meses de diferencia. Su madre
se sintió inmensamente miserable. La
amante falleció en el parto y el duque de
Ramis lo trajo a la mansión para que su
esposa aceptase criarlo como a uno más y,
hasta los siete, se le envío a crecer en el
extranjero.
A partir de ese momento, su madre le
buscaba de dos a tres veces al mes para
ahogar sus penas en alcohol y desahogarse.
David no se hubiese imaginado nunca que
su madre cargaba con tanto dolor. Le sabía
mal que no hubiese podido recibir el amor
de su padre y le partía el corazón verla
obligada a criar al hijo de otra. Odiaba a su
padre y resentía a su hermana por tratar a
Robin como a uno más. La situación le
enfurecía.
Su padre miraba a su padre de otra manera.
Con él era estricto e inflexible, pero con
Robin sólo sabía reírse a carcajadas.
Algún día su padre moriría y le cedería el
título. Ese mismo día haría aquello que
deseaba desde hacía tanto: apaciguaría los
rencores de su difunta madre ofreciéndole
su cabeza.
* * * * *

David quedó con el señor Harry en un bar


de alto standing con habitaciones privadas
para los clientes para hablar del
desmantelamiento de la organización.
–Me da pena que se acabe así. Justo cuando
empezábamos a hacernos un nombre.
–No me queda de otra. Mi padre me la ha
liado y tengo que marcharme de la Capital.
–Pues, si me lo cedes puedo seguir
liderando el grupo sin atar su nombre a la
organización, señor Ramis. La fuerza de la
fundación crecería en su ausencia y usted
necesita algún as bajo la manga para el
futuro.
Las palabras del señor Harry le tentaron.
Era verdaderamente una pena echarlo todo
a perder después de los esfuerzos que había
invertido en el proyecto.
–Pues que así sea, señor Harry. Le apoyaré
para que pueda ser mi as bajo la manga. Me
alegra contar con alguien tan talentoso
como usted a mi lado.
–Me halaga. Usted tiene un porvenir
esplendoroso y yo sólo le quiero ser útil.
David sonrió y le dio una palmadita en el
hombro. Harry parecía agradecido, pero
por dentro suspiraba de alivio. El apoyo de
un duque era demasiado poderoso. Lo
prudente era ocultar el nombre del heredero
del ducado y alimentar su poder hasta el
momento adecuado.
David no era particularmente estúpido,
pero odiaba la idea de que hubiese alguien
por encima de él. Le gustaba ver a los
astutos agachar la cabeza, así que, si
aprovechabas el momento y su
personalidad, lidiar con él era pan comido.
–No creo que mi padre se haya tomado las
molestias de investigarme, ha tenido que
ser otra persona.
–Tiene razón. ¿Tiene algún sospechoso en
mente?
–El duque de Taran. Lleva tiempo
echándome el ojo encima.
¿El duque de Taran había enloquecido lo
suficiente como para que el heredero de un
duque cualquiera le pareciese un rival
digno? Harry se burló del orgullo sin
sentido de David, aunque elogió las
conclusiones del otro.
Continuaron charlando y, cuando se
terminaron la bebida, un trabajador le
entregó una nota a David que le tomó
desprevenido. ¿Para qué querría verle? Le
pidió a Harry que le excusase un rato y
esperó a que la puerta del reservado se
abriese. La autora de la nota era una belleza
despampanante.
–Es honor conocerle, mi señor. – Los
labios de la mujer se torcieron en una
sonrisa gentil. – Me llamo Anita.
.x.x.x
Parte V
Todavía no había amanecido cuando una
criada despertó a Lucia tal y como le había
ordenado el día anterior.
Lucia se desperezó, se estiró y se bajó de la
cama admirando que su esposo fuese capaz
de levantarse tan temprano cada día. Se
aseó, se bebió un vaso de agua y preguntó:
–¿Está en su dormitorio?
–En su despacho, mi señora duquesa.
Partirá de aquí una hora, todavía le están
preparando el carruaje.
Lucia cogió la bandeja con té que Jerome
planeaba llevar al duque.
–Perdona por quitarte tu trabajo.
–En absoluto, mi señora.
Jerome le había asegurado que no era
necesario llamar a la puerta antes de entrar,
así que la joven pasó lo más
silenciosamente posible. El despacho olía a
muebles viejos y hacía frío. Había un
escritorio enorme colocado en diagonal a la
puerta y su esposo estaba totalmente
inmerso en sus documentos.
Lucia se detuvo a escasos pasos para poder
estudiarle con más detalle. Lo único que se
oía era el sonido de Hugo hojeando el
papeleo. No había ningún hueco sobre la
mesa y las montañas de hojas parecían
ordenadas a su manera. Lo único con cierto
espacio era lo que había directamente
delante de él para que pudiese lidiar con su
trabajo con más comodidad.
Era la primera vez que la duquesa le veía
trabajar o le traía té a su despacho. En el
norte no había osado entrar porque no
quería levantar sospechas por entrar en una
habitación a rebosar de documentos
confidenciales. Además, temía molestarle,
así que ni siquiera se acercaba.
El corazón de la muchacha se aceleró. Le
sabía mal interrumpirle con lo concentrado
que estaba, así que se quedó allí de pie
mirándole.
Era una mañana tranquila y los pájaros
canturreaban alegremente más allá de las
ventanas.

Hugo siempre había sido sensible a los


indicios de alguien acercándosele. La
brutalidad de su infancia y sus días en el
campo de batalla lo habían entrenado para
estar constantemente alerta a su entorno.
Notó que alguien se le acercaba, pero no le
prestó la menor atención ya que sobre esa
hora Jerome solía entrar en su despacho.
No obstante, aunque la presencia de
alguien continuaba en la estancia, no se le
acercó. Extrañado, alzó la vista y no dio
crédito a lo que veían sus ojos.
–¿…Vivian?
Su mujer le devolvió la mirada y sonrió con
timidez, como si estuviese avergonzada.
Era inesperado encontrársela en aquel lugar
y hora, pero no era una ilusión. Hugo no
bajó la pluma y la miró dejarle la bandeja
del té en su escritorio.
–Espero no haberte molestado. – Lucia
cogió la tetera y le llenó la taza que le
acercó.
–No. – Contestó rápidamente Hugo.
–Me gustaría hablarte de una cosa. No voy
a tardar mucho.
Hugo asintió mientras pensaba que podría
tardar una eternidad si así lo deseaba.
Todos los planes y pensamientos
complicados que ocupaban su cabeza hasta
hacía unos segundos se acababan de
esfumar como si se los hubiese llevado el
viento. Recapitular sería difícil, pero no le
importaba.
–Hoy es tu cumpleaños.
–¿…Mi cumpleaños?
La extrañez de su expresión le confirmó a
Lucia que, como esperaba, no se acordaba.
–El mayordomo me dijo que no lo
celebrabas. No sé, a lo mejor no quieres
recordarlo.
Su cumpleaños, el día de su nacimiento.
Hugo no había valorado su vida jamás. De
niño no sabía cuándo era su cumpleaños,
hasta que no llegó a Roam y se enteró de la
fecha de su hermano gemelo no descubrió
cuándo había nacido. Durante el tiempo
que substituyó a su hermano le prepararon
banquetes en su honor, pero todo aquello le
pertenecía al joven amo Hugo, no a él.
Nunca le pareció estar celebrando el suyo.
Después de heredar el título de duque se
negó a celebrar su cumpleaños por mucho
que le insistieran o se lo recordaran. El
aniversario de la muerte de su hermano
caía unos cuantos días después, y esa
ocasión le preocupaba más.
–Quiero celebrarlo contigo.
El hecho de que el cumpleaños de su
marido pasó de largo en su primer año de
casados molestaba a Lucia. Sentía que el
motivo por el que nadie lo mencionaba era
porque debía estar relacionado con su
tragedia familiar. Fuerte o débil, todo el
mundo puede pasarlo mal. En su sueño,
ella misma había experimentado mucho
dolor y, lo peor de todo, es que nunca tuvo
a nadie que la consolase. Ahora ella quería
convertirse en la persona que consolase a
Hugo.
–Esto es mi regalo.
Lucia dejó una cajita que llevaba en la
bandeja del té sobre la mesa y lo empujó en
su dirección.
La mirada de Hugo iba de la caja a su
esposa sin parar. La sangre que corría por
sus venas era una maldición, su nacimiento
era el principio de esa maldición, pero
alguien lo celebraba. Era una sensación
singular.
–¡No! ¡No lo abras ahora! Hazlo después,
cuando no esté aquí. No es mucha cosa, me
da… vergüenza.
Lucia le había bordado su nombre en un
pañuelo de algodón como Jerome le había
aconsejado. Se había puesto manos a la
obra poco después, pero sin la intención de
que fuese su regalo de cumpleaños.
–Un regalo no puede ser “poca cosa”.
–Bueno, pero ábrelo luego.
El pañuelo era indigno de ser considerado
un buen regalo. Lucia se ruborizó ante la
idea de decepcionarle. Tal vez hubiese sido
mejor dárselo sin más, sin añadirle la
etiqueta de regalo de cumpleaños.
La indecisión de su esposa le pareció
divertida a Hugo.
–Como quieras, lo abriré cuando te vayas.
–Es que no sabía qué darte. Regalarte algo
con tu dinero es un poco…
Hugo sonrió. Cada año se le cedía una
cantidad generosa de dinero a la señora de
la casa para sus necesidades personales. Y
pesé a ello, su esposa seguía creyendo que
el dinero era un fondo público. Aunque
funcionaba realmente como uno: todo lo
depositado en la cuenta, volvía a la
principal al final del año. No existía
ninguna otra noble que devolviese el
dinero. Si por ejemplo una noble se
compraba todo un tesoro de joyas, éstas
eran suyas y de divorciarse no había
discusión: la noble se lo llevaba todo
incluido una compensación monetaria. Por
eso la temporada alta en las joyerías era a
finales de año. Que Lucia hubiese devuelto
la gran mayoría del dinero le desconcertó.
Por el momento creía que la muchacha
aborrecía su dinero y se negaba a usarlo,
pero ahora sabía que simplemente era así.
–Hugh, tu cumpleaños es el día que te
trajeron al mundo y es motivo de
celebración. Quiero que tengas un buen
cumpleaños.
Hugo se levantó del sillón y se le puso
delante de un paso, tiró de ella y la abrazó.
Era el primer y el mejor regalo que había
recibido en toda su vida.
–Gracias.
Hugo la apretujo con más fuerza conforme
un torrente de emociones se arremolinaba
en su pecho. La calidez de la persona que
tenía entre sus brazos era agradable. El
duque enterró la nariz en su cuello y se
deleitó de la suave fragancia de su esposa
mezclada con el aroma del té.
–Bueno, te dejo de molestar.
–No lo hagas por mí, no me importa.
A Hugo le decepcionó que la muchacha
huyese de sus brazos y se excusase a pesar
de que le había dicho que podía quedarse.
Se miró las manos recordando la sensación
de su cuerpo. Qué mujer tan despiadada. El
único que siempre se quedaba con ganas de
más era él.
Suspiró pesaroso y se pasó la mano por el
pelo. La aparición inesperada de su esposa
le había dejado patidifuso y todo lo que
había estado pensando había saltado por la
ventana. No se creía capaz de volver a
centrarse.
Iba a ser un día muy largo.
Lamentándose, volvió a sentarse en su
escritorio y se preguntó qué regalo sería
para que la muchacha no hubiese querido
que lo abriera delante de ella. La curiosidad
reemplazo la pérdida de su desaparición y
le animó un poco.
Sentado en el sillón, desató el lazo que
rodeaba la caja, la abrió y se quedó
estudiando su contenido unos instantes.
Adentro había un hermosísimo pañuelo
blanco. Lo cogió con mimo sintiendo su
tacto suave y admiró el nombre que había
bordado en una de las esquinas durante un
buen rato. Se agachó para abrir uno de los
cajones de su escritorio y sacó el otro
pañuelo que guardaba celosamente. Dejó
los pañuelos uno al lado del otro para
compararlos y los contempló de brazos
cruzados.
Sintió un cosquilleo en la boca del
estómago, sintió que se había quemado con
algo. Hugo era incapaz de describir la
sensación. Era una emoción que no había
sentido jamás. Le arrebataba el aire y se le
aceleraba el corazón. Una a una, repasó las
emociones humanas que conocía
mentalmente, incluyendo todas aquellas
que conocía solo en nombre.
Conmovido. ¿Esto se sentía cuando te
conmovías? ¿Es lo que sentía la gente?
Hugo envidió por primera vez a aquellos
capaces de disfrutar de emociones
corrientes como la risa o el llanto. El de
ahora era un sentimiento tremendamente
agradable.
Jerome llamó a la puerta pidiendo permiso
para pasar y Hugo guardó los pañuelos en
el cajón.
–Estamos listos, mi señor. Fabian le espera
delante del carruaje.
Hugo consideró qué hacer y se levantó.
–Dile que entre en casa y que espere.
Jerome inclinó la cabeza a modo de
respuesta mientras Hugo pasaba de largo,
se acercó al escritorio para limpiar los
restos del té y se fijo que no había pegado
ni un sorbo. No era nada fuera de lo común
cuando estaba hasta arriba de trabajo, por
lo que el mayordomo no le dio más vueltas
al asunto y continuó con sus quehaceres.
* * * * *

Lucia estaba sentada en el sofá del


dormitorio bordando unos cuantos pañuelos
nuevos para Damian. Se sentía productiva
por estar trabajando a esa hora. Terminó
uno y lo examinó con detenimiento. Había
trabajado con el nombre de Damian tantas
veces que su obra era casi impecable a
pesar de su evidente falta de talento.
Llevaba mucho tiempo bordando, pero sus
habilidades no mejoraban fuera de lo que
hacía siempre. Si cambiaba el patrón su
falta de mejoría quedaba a la vista de todos.
–Tráeme un vaso de agua. – Le ordenó a
una criada mientras recordaba,
avergonzada, el resultado que le había
regalado a su marido.
Un vaso apareció por encima de su cabeza
y Lucia, sorprendida, levantó la cabeza
conforme unos brazos fuertes la rodeaban
por detrás.
–Hugh.
–Ya veo que esta mañana estás trabajando
mucho.
Lucia aceptó el vaso de agua y dejó las
agujas a un lado. Hugo había visto ya el
regalo. Se lo había dado por la mañana
porque verle la cara justo después de qué
viera el contenido de la caja la podría matar
de la vergüenza.
–Le eres muy devota al chico.
–¿…Perdona?
–¿Qué tiene de bueno tener niños? Sólo les
interesa encontrar su camino en la vida.
Lucia estalló en carcajadas. Hugo sonaba
como un anciano harto de tener que correr
detrás de sus hijos todo el día.
–Bueno, es que también estoy haciendo tu
parte porque no le demuestras mucho
interés.
–No deberías mimarlo tanto.
–No lo mimo tanto. ¿Ya te vas?
Lucia se liberó de sus brazos y se levantó
del sofá. Nunca se había despedido de él
tan temprano. No se veía capaz de hacerlo
cada día, pero de vez en cuando no estaría
mal.
–Vivian. – Hugo se le puso delante.
Antes de que a la joven le diera tiempo a
contestar, él la agarró por la cintura y la
besó. Ella le rodeó el cuello con los brazos
y disfruto del contacto tanto como él
mientras se tumbaban en el sofá. Era
plenamente consciente que aquello no era
un beso de despedida, era un hombre
seduciéndola.
–Hugh, tienes que… tienes que irte… –
Susurró cuando él la hizo estremecer con
sus caricias.
–Se ha atrasado el plan.

* * * * *
–¿Por qué cojones no baja? Saliendo ahora
llegaremos por los pelos. – Fabian se
quejaba dando vueltas por el despacho de
Jerome.
–¿Es importante?
–¡Siempre es importante! ¿Sabes? Yo no
trabajo de esto. Sube y dile que baje.
Jerome continuó bebiéndose su té
tranquilamente, como si oyese llover. La
mañana era un momento idílico para
disfrutar de la paz y la calma.
–Nadie sube a la segunda planta cuando
están en el dormitorio.
–¿Por qué? – Jerome le contestó con una
mirada de incredulidad. – ¡Ay! ¡Joder!
¡Pues iré a llamarle yo mismo!
–Bueno, tendré que informar a tu mujer.
–¿De qué?
–De que te vaya preparando el funeral.
A Fabian se le contrajo el rostro y salió a
paso ligero del despacho de su hermano
gemelo.
–¿Dónde vas? – Le preguntó Jerome,
preocupado de que realmente tuviera que
empezar a preparar su funeral.
–¡A ocuparme del trabajo que ha
cancelado! – Anunció pegando un portazo.
–Cada día es más gruñón. No será así con
su mujer, ¿no?

Capitulo 88 Te amo
Fabian, poseedor de la confianza del duque,
era el lacayo ideal. Enseñar la forma de
proceder era una pesadez para Hugo, así
que normalmente lo dejaba en manos de
sus hombres más leales: como él. Aunque
el duque daba mucho trabajo, no
atormentaba a sus subordinados. Era un
señor decente y no interfería en el trabajo
del resto hasta el final. Además, si se
cometía un error leve, solía perdonarlo,
aunque, si no cumplías con sus
expectativas no habría vuelta atrás.
Fabian era talentoso y había conseguido
guardar su posición durante mucho tiempo.
Era un jefe infame con rumores que
aseguraban que si aguantabas más de tres
años bajo su mando tu habilidad
aumentaría tanto como la cantidad de
canas.
–No he encontrado ningún problema con el
objetivo. – Informó uno de los hombres al
que se le había encargado vigilar a Anna, la
que había sido la doctora de los duques
para que no se le ocurriese violar su
contrato de confidencialidad.
Fabian asintió, ojeó el informe de Anna,
que gracias a su medicina para el dolor de
cabeza estaba ganándose bien el jornal, y
ordenó al siguiente subordinado a cargo de
la condesa de Falcon, una mujer a la que
personalmente no soportaba, que pasase.
–No ha habido ningún movimiento
sospechoso. Últimamente se dedica a
corretear por ahí por temas de negocios. Se
ha centrado en los bares que tiene.
Fabian volvió a revisar el documento. La
condesa se dedicaba a conseguir más
clientes usándose a sí misma como cebo,
así que ahora eran más concurridos que
antes.
–Puedes retirarte.
El objetivo del siguiente subordinado era
David.
–Se está preparando para abandonar la
Capital. No ha habido ninguna actividad
sospechosa, lo único destacable es que casi
cada noche se deja caer por un bar.
–A un bar, eh… ¿Queda con alguien?
–No, va solo.
Fabian estudió el informe.
–¿Está deprimido y ahoga sus penas en
alcohol?
Fabian frunció el ceño. El nombre del bar
le sonaba. Reabrió el documento de la
condesa de Falcon y vio que era uno de sus
bares. ¿Sería pura coincidencia?
A la condesa se le daba bien el negocio del
licor. Manejaba varios bares cuya clientela
iba desde los más humildes a los más
distinguidos. El bar al que acudía David era
para los nobles y Fabian pensaba que había
gato encerrado.
–Descubre con quién habla del objetivo,
aunque sea con los camareros.
–Sí, señor.

Tras un largo día de escuchar informes sin


parar, Fabian se dejó caer por la residencia
ducal para resumirle le información a su
señor.
David se había retirado oficialmente de la
organización dejando al mando al barón
Harry cuya primera medida había sido
cambiar el nombre a “Asociación por la
juventud del futuro”.
–El hijo de puta este sigue apoyando la
organización. – Decretó Hugo.
David se había retirado oficialmente, pero
seguía siendo el fundador.
–Sí, su ayudante ha quedado con el
objetivo para entregar los fondos.
–Supongo que ya se habrá ido del feudo de
Ramis, ¿no?
–Sí, hace unos días.
David volvería a la capital algún día, pero
por el momento había desaparecido y Hugo
no necesitaba seguir con un ojo puesto en
él. Sería una pérdida de tiempo. Por ahora
se centraría en las actividades de esta
organización en manos de Harry y si se le
presentaba la ocasión, aprovecharía para
deshacerse de todos ellos de un golpe.
–Continuad vigilando al grupo, sobretodo a
los miembros importantes.
–Sí, mi señor. Tengo algo de lo que
informarle, aunque no lo he añadido al
informe. Antes de que el objetivo partiese
del feudo, iba casi cada día a un bar de la
condesa de Falcon.
Hugo alzó la vista. ¿La condesa de Falcon?
Hacía mucho que la había olvidado. No
pensaba en ella desde que había retirado
todo su apoyo financiero.
De todas sus amantes, la condesa había
sido la más fiel a sus deseos. Era
consciente que lo suyo era un encuentro
puramente carnal y que no debía
arrimársele demasiado. Era imposible que
Hugo supiese de la oscuridad que habitaba
en el corazón de Anita.
–¿Quedaron?
–Eran más bien cliente y dueño. La
condesa se quedaba en el reservado del
conde de Ramis durante una hora o dos
antes de marcharse cada día. No he sido
capaz de descubrir de qué hablaban.
–¿Pasaban la noche juntos?
–No. La condesa iba a cualquier reservado
en el que se la pidiese o donde hubiese un
cliente habitual. Al parecer, es buena pareja
de conversación.
–Que no esté en el informe significa que no
hay nada más que decir.
–…Sí.
Basándose en las pruebas circunstanciales,
Anita y David eran simplemente dueña y
cliente. Una bruja con el don de embrujar a
los demás como Anita podía consolar a
David y convertirlo en un cliente habitual
con facilidad. Nunca se vieron en otro sitio
que no fuese el bar y, aunque Anita se
metía en el reservado de David cada vez
que iba, no había indicios de que se
enzarzasen en una relación sexual.
Antes de que Fabian pudiese descubrir de
qué trataban sus conversaciones, David
abandonó la Capital, así que no había
forma posible de que el lacayo consiguiera
pistas de alguna estratagema. Tampoco
sabía de el anhelo de David por la duquesa
o de los celos de Anita, por lo que ni
siquiera podía imaginarse que podrían estar
trabajando juntos.
–Parece que tienes algo en la cabeza.
–Sí, aunque no tengo explicación racional
para ello.
Hugo confiaba en las capacidades de
Fabian y, pesé a no tener razones, el
subordinado sentía que había algo que se
les escapaba.
En ese momento, Hugo recordó que la
condesa de Falcon había estado inquiriendo
sobre el pasado de su esposa.
–Vigílalos a los dos.
–Sí, así lo haré.
–¿Y lo que te pedí que buscases? El
colgante.
–Seguimos en ello. – Respondió.
–¿Todavía? ¿Por qué cuesta tanto?
–Mis disculpas, enviaré a más hombres.
Su señor no solía insistir en nada
relacionado con su trabajo, pero este último
asunto pasaría a ser su prioridad
empezando mañana.

* * * * *

Después de la coronación, Lucia volvió a


centrarse en actividades sociales a pequeña
escala hasta que se organizó una cena de
caridad para mujeres en el palacio real.
El rey decidió extorsionar a los nobles para
cuidar a los huérfanos de la capital. Sería la
primera cena planeada por el rey desde su
ascenso y era imposible rechazar la
invitación.
Katherine sería la anfitriona para matar dos
pájaros de un tiro: el fondo nacional y la
vida social de su hermana. Katherine
asumió el mando encantada. Invitó a todos
los nobles y altos cargos de la capital con la
esperanza de que fuese todo un banquete.
Por supuesto, Lucia recibió la invitación y
hasta una persona para que confirmase su
asistencia.
La mañana de la cena, Antoine se presentó
en la residencia para ayudar a la duquesa a
prepararse para el evento. El vestido que
diseñó fue uno de los mayores retos de su
carrera por la obligación de hacerlo de
noche y virtuoso a la vez. Era rojo claro, le
cubría hasta las muñecas y sólo dejaba a la
vista la clavícula, aunque las mangas y los
hombros estaban hechos de un material casi
transparente para darle un elemento más
seductor al atuendo.
Lucia estaba mirándose por última vez para
acabar los retoques en el espejo cuando una
criada entró.
–El señor duque se va.
Hugo entró en la habitación segundos
después. Hizo una pausa cuando la vio
sonreírle y admiró su vestido. La muchacha
tenía un aspecto tan atrayente como puro.
Se le acercó, lamentando tener que ir a
trabajar, la abrazó y le besó la mejilla.
–Me tengo que ir. ¿Cuándo te vas tú?
–En una hora o así.
Hugo volvió a repasar el vestido con la
mirada.
–Es el nuevo vestido de la diseñadora.
–Ajá.
Hugo se giró para mirar a Antoine. Todavía
le guardaba rencor por haberse chivado de
su contrato y no le gustaba el vestido que le
había hecho. No es que fuera demasiado
revelador, pero transmitía demasiada
sensualidad. Aun así, como era una cena
para mujeres, se tragó sus comentarios.
Antoine levantó la cabeza aliviada cuando
el duque volvió a centrarse en su mujer
para preguntarle cosas como cuándo
acababa la fiesta o si llegaría muy tarde.
¿Por qué estaban así? Iban a verse en
cuestión de horas.
Antoine miró de reojo a la criada y viendo
lo tranquila que estaba, concretó que debía
tratarse de una ocurrencia diaria. Desde la
coronación todas las nobles que entraban a
su tienda chismoseaban sobre lo cariñosos
que eran los duques entre ellos y lo
dulcísimos que eran los ojos del duque
cuando miraba a su esposa. El rumor de
que el duque era un loco enamorado no
podía ser más cierto.

* * * * *

–Bienvenida.
Katherine saludó a Lucia de muy buen
humor. Raramente coincidían en alguna
quedada y la princesa sólo se llevaba
desilusiones por ello. Katherine se pegó a
Lucia como si fuese su coanfitriona
dejando a las nobles patidifusas porque
conocían lo temperamental que era la
organizadora de la cena. La duquesa no
sólo contaba con el apoyo incondicional del
duque de Taran, sino que estaba
estrechando lazos con la familia real.
–Cada día es más hermosa, duquesa. Su
vestido debe ser de Antoine, no estaba en el
catálogo.
Las mujeres se acercaban a la duquesa con
más ímpetu.
–Está radiante, condesa. Las plumas que
lleva son encantadoras. Debe ser un tesoro.
– Contestó Lucia a la condesa que
clasificaba a la gente según su atuendo.
–¡Qué buen ojo tiene, duquesa! Sí, estuve
molestando a mi marido durante tres días
para que me las consiguiese. ¿Le gustaría
que le presentase a un mercader de plumas?
–Se lo agradecería.
El hecho de que Katherine estuviese
constantemente acompañada por Lucia
suavizó su aura fiera y facilitó a las nobles
que se sintieran más libres y cómodas a su
alrededor para hablar.
–Me parece que tu hija debutó no hace
mucho, condesa. – Comentó Katherine. –
Todavía le queda mucho por aprender. –
Añadió con un tono duro, como dando a
entender que no estaba bien educada.
La condesa puso mala cara y la tensión
podía cortarse con un cuchillo.
–¿Por qué no la ha traído con usted,
condesa? – Lucia rompió el momento. –
Podría haber aprendido muchísimo. La
experiencia es un grado. Estoy segura que
la princesa le hubiese dado la bienvenida,
aunque no la haya invitado directamente.
–Claro, tráetela a la próxima. – Katherine
la corroboró.
–La verdad es que mi hija quería venir. –
La condesa volvió a sonreír encantada. –
Os la presentaré a la próxima.
La mirada de Katherine recayó sobre Lucia
que ya estaba hablando con otra persona y
esbozó una mueca complacida.

.x.x.x.
Parte II
Lucia se chocó con una mujer que estaba
entrando en la salita de descanso mientras
salía.
–¡¿A ti qué te pasa?! ¡¿Cómo puedes ser
tan descuidada?! ¡¿Sabes quién es?! – Una
voz aguda y furiosa se arremetió.
Una noble salió de la nada y condenó a la
mujer que se había chocado con Lucia. La
duquesa no recordaba su nombre, pero sí
que era una condesa.
–Lo… siento. Lo siento.
–¡Oh, dios! ¡Le has manchado el vestido de
maquillaje! ¡¿Qué piensas hacer al
respecto?! – La condesa gritó como si
hubiese ocurrido una tragedia. Su tono era
muy irritante.
Lucia siguió la dirección de su dedo
acusatorio y, preguntándose cómo lo había
visto tan rápido, encontró una mancha
insignificante.
Lucia se paró para estudiar a la mujer que
no dejaba de disculparse y hacerle
reverencias y se recordó a sí misma en el
sueño. En su otra vida, ella misma había
sido terriblemente torpe y cada dos por tres
cometía un error que la hacía desear que se
la tragase la tierra.
–Creo que ya basta, estamos en una fiesta.
Estoy bien. – Lucia tranquilizó a la condesa
enfurecida que tenía al lado.
–¿Cómo puede ser usted tan generosa,
duquesa? No sólo es usted bella, sino que
magnánima. – La condesa pasó a
ensalzarla.
Últimamente, Lucia había aprendido lo
importante que era estar al tanto de tus
alrededores.
–No estaba mirando por donde iba, también
tengo parte de culpa. ¿Está bien?
–E-Estoy bien. – La mujer se estremeció
por la sorpresa. – He sido… horriblemente
grosera… con la duquesa…
–No pasa nada. ¿De qué familia sois? No la
había visto nunca.
–Soy… Alisa, de los Matin.
El corazón le pegó un vuelco. Era la
segunda esposa de la que el conde Matin se
había divorciado antes de casarse con ella
en su sueño. Los rumores decían que la
mujer había vuelto con sus padres al oeste
del territorio y por eso nunca le había visto
la cara hasta ahora.
–…Entiendo. Espero que disfrute de la
fiesta. – Lucia asintió a modo de saludo y
la pasó de largo.
No quería volver a involucrarse con nada
relacionado con el conde Matin, ni siquiera
con la mujer que usaría para su beneficio
en cualquier momento. Los hombros caídos
y la expresión alicaída de la condesa
reflejaban el terror con el que convivía.
Disgustada, empatizó perfectamente con la
pobre mujer.

El conde Matin tenía tres hijos de madres


diferentes. Bruno, el más joven, era el de la
condesa de la que se divorció antes de
casarse con ella y en esos momentos debía
ser un año mayor que Damian.
–Otro largo día empieza, condesa.
Bruno no la llegó a llamar madre jamás.
Era un chico descarado que se refería a
Lucia como “condesa” cada vez que se
dirigía a ella. Pesé a eso, Lucia no odiaba al
chiquillo de ojos vacíos. La edad de los
otros dos hijos era más o menos similar a
suya, así que se ignoraban mutuamente
como si fueran perfectos desconocidos. A
diferencia de con Bruno, con el que
mantenía conversaciones cortas cuando se
topaban por los pasillos, con los otros dos
sólo intercambiaban saludos por educación.
El niño solía hablar con un sarcasmo
impropio de un niño, pero seguía siendo el
único con el que hablaba en aquella casa.
–¿Cómo has acabado en este infierno? –
Lucia se limitó a sonreír descorazonada
ante las burlas del chiquillo. – Mi madre ha
conseguido escapar. Se ha librado de todas
sus cargas y ha conseguido vivir en paz. –
Afirmó con ojos tristes dejando a la vista
que se incluía en la lista de cargas.
–¿Quieres verla?
El silencio fue largo y su respuesta corta,
aunque firme.
–No. Jamás.
Cierta noche, a una hora en la que los niños
deberían estar durmiendo, Bruno la llamó
justo cuando volvió de un baile.
–¿Quieres saber un secreto interesantísimo,
condesa?
Bruno la guío hasta una habitación vacía
que no estaba especialmente lejos de su
propio cuarto. De ser un poco más mayor,
no le habría hecho caso, pero Bruno no
suponía ninguna amenaza dado su corta
edad. Era el único que le parecía humano
allí.
–Soy el único que conoce este secreto, tú
eres una excepción, condesa.
Bruno se metió por el hogar, tocó algo y,
de repente, se abrió un agujero con un
chasquido. Lucia no mostró sorpresa y el
niño, insatisfecho, se quejó. Le dijo que le
siguiera y entrase por el agujero. Lucia
vaciló, pero finalmente accedió. Una vez
dentro, Bruno tiró para abajo de un palo
que colgaba de la pared y el agujero se
cerró, dejándolos en aquel lugar secreto.
–Se ve que la familia lleva viviendo aquí
desde los tiempos de mi bisabuelo y creo
que el primer dueño construyó esto. Sólo lo
sé yo.
Anduvieron por un camino cavernoso y
bajaron por unas escaleras para después
volver a subir otras hasta llegar a una
cámara subterránea con una luz tenue que
provenía de una substancia que había
pegada en la pared.
–No sé qué es lo de la pared, pero es
increíble, ¿a qué sí? Con lo viejo que es
sigue brillando. A lo mejor antes parecía de
día. – No había mucho que ver. – La
próxima vez te enseñaré este camino de
aquí. Lleva hasta afuera.
No hubo próxima vez. Lucia no tuvo la
oportunidad de volver a quedar con Bruno
de noche porque su padre lo envió a un
internado para corregir su rebeldía. Con el
paso del tiempo, su cuerpo y mente se
agotaron y aborreció sus circunstancias.
Cada noche rogaba y rezaba por que
alguien la sacase de allí y la liberase de sus
ataduras. Desesperada, cierto día recordó el
pasadizo secreto que Bruno le había
enseñado. Se lanzó a la aventura de
explorar los pasillos. Llegó hasta la cámara
y resuelta buscó otro pasillo secreto que
activó mediante un mecanismo similar al
del hogar. Lucia continuó su camino
admirando lo robustas que eran las paredes
para tratarse de una casa construida tanto
tiempo atrás y, después de andar durante
dos horas, se encontró en el cementerio
fuera de la capital.
Ese pasillo secreto se convirtió en la luz
que alumbraba la oscuridad. A partir de
aquel día comenzó a comprar joyas,
riquezas y raciones de comida seca que le
permitiesen vivir en la cámara durante un
tiempo. Durante un año continuó
preparándose.
Una noche de insomnio, después de pasarse
una eternidad dando vueltas por la cama, se
levantó y fue al balcón. Contempló la
oscuridad hasta que descubrió una multitud
con antorchas reuniéndose delante de la
mansión. El corazón se le aceleró y se le
puso la piel de gallina. Algo no iba bien.
Lucia cogió sus joyas y se escapó a su
cámara secreta lo antes que pudo.
La familia Matin tocaría a su fin aquel día.
Lucia se escondió aterrorizada en la
cámara. Era imposible saber qué ocurría
allá arriba permaneciendo en el
subterráneo. Contuvo su afán de saber y se
obligó a quedarse allí como si estuviese
muerta. No tenía manera de saber qué hora
era: si tenía hambre, comía; si tenía sueño,
dormía; si tenía sed, bebía. Lo peor eran las
ratas, aunque en comparación con la
nauseabunda cara de su esposo, las veía
hasta adorables. Sin embargo, su aguante
tuvo un límite. Al mes se preparó para salir
del túnel.
Recordaba la sensación del sol sobre su
piel tras pasar tanto tiempo en la penumbra.
Se pasó una semana yendo y viniendo del
sol hasta que sus ojos se acostumbraron lo
suficiente y, entonces, salió.
Se llevó consigo una parte de las joyas que
había escondido en el túnel, se vistió con
unos harapos que ya tenía preparados y
salió del cementerio cubriéndose con una
capucha. Deambuló hasta un área remota
asegurándose de que no la seguían: no tenía
donde ir. Lo único que deseaba era
marcharse lo más lejos posible. Agotada,
caminó hasta el alba. Ya no sentía los pies
y sabía que si se relajaba se quedaría
dormida. Se acercó a una casa
aparentemente abandonada, pero en cuanto
tocó la puerta una mujerona le gritó:
–¡Lucy! ¿De dónde sales que vuelves a
estas horas? ¡Tira a por agua para el
desayuno!
Lucia se la quedó mirando atónita, a lo que
la mujer volvió a rugirle órdenes. La
fugitiva estaba demasiado cansada como
para pensar, así que decidió hacer lo que se
le pedía.
–¿De dónde saco el agua?
La mujer la insultó y la llamó perra
estúpida antes de indicarle dónde estaba el
pozo. Aunque hablaba con dureza, Lucia
no detectó ni rastro de hostilidad.
–¡Ah! – Exclamó horrorizada.
El estrés del miedo de aquel pasado mes
había tenido sus consecuencias: su cabello
rojizo ahora era blanco como el papel.
Con el tiempo se dio cuenta de que la
mujer no estaba del todo bien. La anciana
no recordaba nada de lo que decía. Al
parecer, su hija Lucy se había enamorado
de un hombre y la había abandonado sin
decir nada más.
Lucia vivió seis meses fingiendo ser Lucy
hasta que la anciana pasó a mejor vida.

* * * * *

¿Qué vio? ¿Un sueño sobre el futuro? ¿El


pasado? Una mañana se despertó y volvía a
tener doce años. La carga de Lucia no era
la de una vida pasada, sino la de una
pesadilla sobre su vida de la que se sentía
una espectadora más. Su experiencia había
sido difícil y dura. El dolor había sido tan
intenso y vivido que creía haberlo sufrido.
Sin embargo, por horrible que fuese el
dolor, su cabeza estaba libre de heridas. No
se recordaba como una anciana, sabía que
después de dimitir había comprado una
casita, pero poco más.
Si realmente hubiese vuelto del futuro, sus
recuerdos más vívidos serían de sus últimos
días, no de estos momentos. Por eso creía
haber estado soñando.
–Quiero parar un rato. – Dijo, entonces, le
ordenó a la criada que diera media vuelta.
Le apetecía ir al echarle un vistazo a la casa
que Norman le había regalado.

Lucia curioseó por la casa de dos pisos.


Los muebles seguían intactos y era obvio
que alguien venía a limpiar periódicamente
a pesar de la sensación solitaria que
transmitía. El sueño de Lucia hace tiempo
era comprarse una casita acogedora como
aquella. Dos años después, su vida había
pegado un giro impresionante de rumbo
incierto. El nerviosismo por el porvenir
superaba el miedo a lo desconocido. La
duquesa soltó una risita recordando lo que
Norman le había dicho sobre lo aburrida
que era una vida predecible.
El carruaje se detuvo abruptamente cuando
regresaban a casa por segunda vez.
–Se ha volcado un carruaje, tendremos que
dar un rodeo, mi señora. – Le explicó la
criada.
El coche de caballos reanudó la marcha y
ella contempló el exterior por la ventana:
era el barrio donde se crió. Decidió parar
para ojear una tienda de empeño bastante
antigua.
El anciano que dormitaba en su interior dio
un respingo al ver a una mujer con ropa
lujosa, a otra al lado de la primera con
aspecto servicial y a un hombre que parecía
un escolta. Típico de las nobles.
–¿Busca… algo?
–¿Desde cuándo eres el dueño?
–Décadas.
–¿Podría ser que supieras donde está una
cosa que se empeñó hace diez años?
–Recuerdo todos los objetos decentes,
también me apunto quien los compra.
¿Cómo es?
Lucia le describió al detalle el colgante y la
edad y apariencia de su madre cuando lo
vendió.
–Alguien vino a buscar el mismo hace
poco. – El vendedor ladeó la cabeza.
–¿El colgante? ¿Quién?
–Un hombre joven. No sé quién es.
Lucia ignoraba que se trataba del
subordinado de Fabian.
–Le dije lo mismo que le voy a decir a
usted. No lo he visto nunca. No ha estado
en mi tienda.
–No puede ser. Estoy segura de haberlo
visto en el mostrador.
–Como verá, es una tiendecita para los
vecinos. Mirando un poco ya se puede
imaginar qué cosas me llegan. Es imposible
que no recordase algo tan lujoso. Hace
décadas que no me dan algo así.
Lucia insistió a pesar de lo seguro que
estaba el vendedor hasta que éste sacó su
libreta y le enseñó que no había nada
apuntado que encajase con su descripción.
Lucia revisó casi veinte años de negocio y
no había nada.
–¿Le gustaría ir a algún otro sitio? – Le
preguntó Dean.
–No, vámonos a casa.
–Nos vamos a la mansión. – Musitó Dean
en el brazalete de plata que llevaba en la
muñeca a juego con el accesorio auditivo
que llevaba cubierto por el pelo.
Los cuatro carruajes que ocultaban
soldados vestidos de paisano continuaron la
marcha en cuatro direcciones diferentes
para no alzar sospechas de la duquesa.
–Nos vamos. Equipo uno y dos, salid.
Equipo tres, en guardia. Equipo cuatro,
atrás.
Lucia sabía que Dean era un caballero y su
escolta, lo que ignoraba era el despliegue
de seguridad que la mantenían a salvo.

.x.x.x
Parte III

Lucia se acomodó en el sofá de su


dormitorio y repasó los recuerdos de su
infancia. Solía entristecerse cada vez que
pensaba en su madre, pero ahora sólo le
quedaban los momentos felices. Si no fuera
por ella, ahora mismo no sería tan feliz.
De vez en cuando su madre sacaba el
colgante del cajón y se quedaba embobada
hasta el punto de que no notaba a Lucia
acercándosele. La buena mujer debía echar
de menos a su familia y de no haberse
quedado en cita, seguramente, hubiese
regresado a su hogar. Pesé a ello, su madre
nunca fue una mujer pesimista ni la culpó
de nada. Trabajaba en una tiendecita del
mercado y siempre portaba una sonrisa de
oreja a oreja. La quería con locura y le
recordaba lo mucho que lo hacía cada vez
que podía.
El dueño de la tienda de empeño estaba en
lo cierto: su madre jamás llegó a vender su
colgante y eso significaba que sus
recuerdos se equivocaban. El accidente por
el que presuntamente se tuvo que vender
sucedió cuando tenía unos ocho años en un
enorme árbol a la entrada del barrio. Un día
decidió apostar que podría escalar hasta la
cima con el resto de niños, pero un pájaro
la atacó por acercarse demasiado a su nido
y ella cayó por la sorpresa. ¿Dónde se
hirió? Oh, sí, la pierna. No obstante, esa
herida tan seria que debería haberle dejado
cicatriz no dejó rastro.
Lucia se examinó la pierna.
¿Desaparecería? ¿Quizás no llegó a caerse?
La duquesa continuó dándole vueltas al
asunto hasta que tuvo que tomarse
medicina para el dolor de cabeza.

Volvió a soñar sobre su infancia, sobre


aquellos tiempos inocentes en los que sólo
deseaba poder volver a jugar al día
siguiente. El tiempo volaba y en un
pestañeó se encontró llorando sobre el
cuerpo frío e inerte de su madre mientras
que los vecinos la intentaban consolar con
toquecitos en la espalda. A todo el mundo
se le rompió el corazón ante la idea de una
niña tan pequeña sola en el mundo.
Abrumada por el dolor, Lucia apretó el
colgante como si fuese su madre. De
repente, un guardia de la casa real registró
todo el barrio y se llevó a Lucia a palacio
donde, cegada por los lujos, no escuchó la
voz de un hombre que aseguraba ser su
padre. El palacio donde la colocaron era un
lugar helado y espantoso, con una
habitación desolada donde se tumbó y lloró
llamando a su madre mientras se aferraba
al colgante.

Lucia se despertó dando un respingo. Le


daba la sensación de haber estado dormida
muchísimo tiempo. Aquello no había sido
un sueño, sino un recuerdo. ¿Por qué lo
había olvidado hasta entonces? Pero, lo
más interesante era que en su estada en el
palacio Lucia se aferró al colgante como a
un clavo ardiente, ni siquiera durante los
baños se separaba de él, temerosa de que
alguna criada se lo robase. Su cabeza se
llenó de recuerdos contradictorios respecto
al accidente que debería haber sufrido de
niña junto a otra amiga suya que murió…
Rossa. La familia de Rossa se mudó tras su
muerte, no obstante, recordaba tener a la
madre de su difunta amiga a su lado
dándole apoyo en el funeral de su madre.
¿Volvió para no dejarla sola? No, porque al
lado de aquella señora estaba su buena
amiga Rossa, vivita y coleando.
Asumiendo que el vendedor de la tienda de
empeño decía la verdad y el colgante no
había caído en su posesión, entonces, la
última vez que Lucia lo tuvo entre sus
manos fue la noche que lloró hasta
quedarse dormida en su cuarto. Tal vez sus
recuerdos se habían mezclado por culpa de
su corta edad o tal vez era obra del colgante
en sí. Si era mágico, entonces…
Su tío le había explicado que el colgante
era una reliquia familiar desde hacía
generaciones. Normalmente, los objetos
mágicos eran tesoros nacionales que se
vendían a precios desorbitados. Si su
abuelo, el Conde Baden, lo hubiese sabido,
lo habría vendido y salvado a su familia.
Si el colgante era mágico, su sueño no
había predicho el futuro, sino otra vida.
Otra vida en la que se había hecho daño de
niña, su madre había empeñado el collar y
ella había coincidido con su tío en una
subasta. De haberse quedado en el palacio,
se habría acabado casando con el Conde
Matin. En la realidad actual, no había
tenido ningún accidente y su madre nunca
llegó a vender el colgante. Por alguna
razón, el colgante se había activado y le
había mostrado un sueño interminable.
Eso significaba que Rossa debía estar viva.
–Vivian.
Lucia alzó la cabeza al escuchar su voz. El
dormitorio estaba mucho más oscuro que
cuando se había despertado y su esposo
estaba sentado a su lado.
–¿Cuánto tiempo llevas aquí, Hugh?
Hugo le acarició la cabeza con dulzura.
–Acabo de llegar. Me han dicho que llevas
durmiendo desde que has vuelto.
Hugo se sorprendió de encontrársela
sentada abrazándose las rodillas sobre la
cama cuando entró en el dormitorio. Entró
despacio para no sobresaltarla, pero ella no
se percató de su presencia.
–¿Ha pasado algo en la cena?
–…No.
–Me han dicho que te dolía la cabeza. Ya
es la segunda vez este mes. ¿Por qué te
encuentras mal si no te pasa nada? – Hugo
no se tragaba las palabrejas del médico que
le aseguraba que la migraña no era nada del
otro mundo.
–Ya no me duele nada. Estaba pensando.
¿En qué estaría pensando tan concentrada
que ni siquiera le había oído llegar? Hugo
quería saber qué pensaba. Quería tener todo
lo que era suyo, cuánto más, mejor.
–Puede ser que… – Vaciló. – ¿estés
pensando en algo que no pueda saber?
–No, es que… Es una tontería. Si te lo
cuento, no te puedes reír.
–No lo haré.
–¿Te acuerdas del colgante del que hablé
con mi abuelo?
–Sí.
–Pues, estaba pensando que puede que el
colgante fuese mágico.
–¿Por qué?
Lucia le explicó lo ocurrido en la tienda de
empeño y del recuerdo contradictorio que
acababa de descubrir en su sueño. Sin
embargo, omitió el detalle de haber visto el
futuro en un sueño más largo. No quería
tener que contar sus doloras experiencias,
pero tal vez algún día podría con él.
–Mi madre no vendió el colgante. Creo que
algo me cambió los recuerdos y
desapareció. Aunque yo no lo vi
desaparecer.
Hugo consideró sus palabras unos
segundos y se dio cuenta de que sería una
conversación larga, por lo que encendió las
luces de la habitación.
–¿Hay muchas contradicciones?
–No demasiadas. Pero, ¿si es un objeto
mágico, por qué mi familia materna no
sabe nada?
–Puede que no lo sepan. No se sabe mucho
sobre esas cosas.
Gracias a los informes secretos de su
familia, Hugo sabía que los objetos
mágicos solían ser algo común durante el
Imperio Madoh, sin embargo, con el
tiempo se fueron destruyendo hasta que se
perdió la información sobre su función
original.
–¿Desaparecen?
–Algunos se pueden romper, no veo porque
no desaparecer.
–La mayoría son tesoros nacionales, ¿no?
¿Una familia noble puede tener alguno?
–Muchas tienen, pero los que están
etiquetados como tesoros nacionales son
más famosos. Normalmente, el tipo de
habilidad que le concede el objeto mágico
es un secreto familiar y muchos los
esconden.
Había mucho coleccionista hambriento de
nuevas adquisiciones, así que el precio de
mercado era exageradamente alto sin
importar la función o la forma.
–Entonces, ¿los Taran también tienen
alguno?
–Tenemos muchos.
En la habitación secreta de los Taran había
una montonera de cosas mayoritariamente
inútiles, aunque el dispositivo de
comunicación a distancia había sido
beneficioso para proteger a Damian o
comunicarse en el campo de batalla. Ese
tipo de objeto solía entregarse a la Capital,
pero Hugo había decidido dárselo al grupo
que protegían a su mujer por seguridad.
–Cuando volvamos a Roam te los enseñaré.
–¿Son muy poderosos? He oído decir que
hay uno para hacer que llueva.
–Eso son paparruchas. – Hugo soltó una
risita. – La mayoría son inútiles.
Si la función del colgante de Lucia era
mostrar el futuro, debía contar de un valor
incalculable.
–¿Te interesan los objetos mágicos?
¿Quieres alguno?
La operación de conseguir todos los objetos
mágicos del mundo podía empezar en
cualquier momento según la respuesta de
Lucia.
–No, sólo estaba un poco confundida.
Si el colgante le había ayudado a predecir
el futuro, se lo agradecía. Gracias a su
sueño había llegado donde estaba ahora y
la había ayudado a darse cuenta de que
hasta la más trivial de las acciones podía
dividir el futuro. Su elección marcaba su
rumbo. Ella le había elegido a él y deseaba
que él hiciera lo mismo.
A Hugo le decepcionó enterarse de que su
plan de sorprenderla con el colgante no
traería frutos.
–¿Desapareció y ya? Dices que tienes
recuerdos contradictorios, ¿no podría ser
uno de ellos?
–Estaba confundida porque tenía como dos
recuerdos diferentes, pero ahora los he
podido juntar.
–Si te preocupa lo del collar, podemos traer
a tu abuelo para que lo habléis. Es una
reliquia familiar, a lo mejor sabe algo.
Lucia iba a rechazar su oferta, pero cambió
de opinión en el último momento. Había
pasado poco tiempo con su abuelo y su
partida la había entristecido. Además,
seguía curiosa sobre la realidad del
colgante y puede que el anciano pudiese
saciar alguna de sus dudas.
–Sí, me encantaría.
–Me encargaré de que lo escolten. –
Prometió acariciándole la mejilla.
El suave tacto de su marido la conmovió.
¿Lo habría enredado? Lucia le había
elegido para crear su propio futuro, era un
timo. Era injusto que ella hubiese tenido la
suerte de saber cómo evitar un futuro
infeliz. Temía haberle apartado de un
futuro muchísimo más dichoso y haberle
arrastrado sin que supiera nada. Pero le
importaba un comino si el mundo la
condenaba por su egoísmo. Le amaba.
Quería que fuese reciproco. ¿Qué opinaba
de ella? ¿Cuánto le gustaba? ¿Si le
confesaba su amor, huiría?
–¿Alguna vez te has preguntado qué habría
cambiado si hubieses elegido otra cosa?
–¿Para qué? El pasado, en el pasado se
queda.
Su respuesta no fue muy distinta a la de
cuando le preguntó si se arrepentía de
alguna decisión el día de su boda. Lucia
sonrió sarcásticamente. Él era así, no
miraba atrás. Su forma de ver la vida no
había cambiado, pero Lucia ya no le
tomaba por un ser despiadado o cruel, sino
como una persona tremendamente cariñosa.
Era precisamente ese afecto tan suyo que
provocaba tormentas en el corazón de la
joven cuya felicidad había aumentado
proporcionalmente a su angustia. No podía
dejarle ir. Sus expectativas crecían por
momentos y temía acabar odiándole a este
ritmo.
–Yo sí pienso en esas cosas. ¿Y si no me
hubiese casado contigo? Todavía estaría en
el palacio y me habrían casado con alguien
que hubiera pagado la dote. – Hugo se la
miró intentando descifrar lo que ocultaban
sus palabras. – A veces… Creo que tengo
mucho más de lo que me merezco.
–¿Por qué?
–¿No te parece que nos precipitamos?
Casándonos, digo.
Hugo la escudriñó y suspiró
pesarosamente.
–¿Ahora qué he hecho?
–¿Qué…?
–Dímelo directamente, deja de andarte con
rodeos.
Lucia le miró con ojos desorbitados. El
orgulloso y valeroso hombre que era su
marido se presentaba ante ella con una
expresión de completa intimidación,
preocupado de haber cometido algún error
sin saberlo. Se comportaba como si
estuviese dispuesto a cedérselo todo y darle
todo lo que ella mencionase. Colmada de
amor, Lucia sentía que algo le apretujaba el
corazón. Ese hombre bestia que todo el
mundo temía era tan encantador que no
podía soportarlo.
–No has hecho nada. – Dijo con el puño
cerrado. – Es mi consciencia.
–¿Tu consciencia?
–Nuestro matrimonio es injusto. Yo era una
princesa de poca monta, poco mejor que
una bastarda, y tú eras el famoso duque de
Taran, conocido en todo el mundo. Es
injusto.
Hugo frunció el ceño. No le gustaba que su
esposa se llamase a sí misma bastarda o
que hablase de que su situación era injusta.
Detestaba cualquier pretexto que pudiese
usar para no estar a su lado. ¿Cómo podía
hacerla entender que no existía la
injusticia?
–¿De verdad no ha pasado nada en la cena?
– Preguntó, rodeándola suavemente por la
cintura y tumbándola debajo de él.
–No.
–¿Pues qué te pasa?
–Parece que diga tonterías, ¿no?
–No digas eso, Vivian. – Hugo le besó la
esquina de los ojos después de verla sonreír
con timidez. – No dices tonterías y mi
matrimonio no es ninguna injusticia. –
Lucia cogió aire. Fue como si las palabras
de su esposo envolvieran su corazón. – Ya
te lo había dicho, no hace falta que te
tragues nada. No te preocupes. Haz lo que
te apetezca.
Lucia le tomó el rostro con una mano. Le
acarició la mejilla cautivada por la
sensación que la amenazaba con romperla
en pedazos. El duque no le susurraba
palabras de amor al oído, pero era
terriblemente dulce.
–Supongo que no te sirvo de mucho.
–No es eso, es que no quiero que te hagas
daño.
–¿Quién me va a hacer daño?
–El cuerpo no es lo único que se puede
herir.
La sociedad podía matar con palabras y
Hugo no podía asegurar la protección de su
esposa sólo con su título. Las habladurías
no le afectaban, pero su mujer era menuda
y débil, le preocupaba.
Lucia abrió los ojos como platos. Hugo le
estaba pidiendo que protegiese su corazón.
A veces, su delicadeza era extraordinaria.
¿La habían tratado con tanto cuidado desde
la muerte de su madre? Todo aquello
pasaba de largo la obligación conyugal de
un esposo. Quizás él también la… Sintió
mariposas en el estómago ante la idea. Era
como si algo muy fino se le estuviese
escapando de los dedos. Aun así, consiguió
controlar sus emociones al borde del
abismo y extendió los brazos hacia él.
Hugo la abrazó y ella enterró el rostro en su
pecho.
–Tendré cuidado de no hacerme daño.

.x.x.x
Parte IV
A la mañana siguiente le llegó una
invitación de Katherine para quedar aquella
tarde. Lucia la aceptó rememorando el
orgullo que reflejaba el rostro de su
hermana cuando se despidió de ella al
finalizar la cena.
Si cuidase la lengua, la princesa se llevaría
mejor con más gente, aunque por supuesto,
su personalidad brusca formaba parte de su
encanto. Muchas nobles se le habían
acercado durante la cena para comentar lo
sorprendidas que estaban de verla siendo
capaz de aguantar los humos de Katherine:
algunas sintiendo pena por ella y otras
admirándola por su paciencia. Sin
embargo, Lucia no se sentía presionada por
estar con la princesa.
Katherine se había criado rodeada de amor,
puede que fuese directa, pero no era
irracionalmente maleducada. Tal vez si a
ella la hubiesen educado como a una noble
princesa también habría sido tan segura
como la princesa. Envidiaba la ignorancia
de las dificultades y la parte tenebrosa del
mundo de su hermana y le deseaba poder
seguir así el resto de su vida.
–No sé cómo se ha enterado, pero Su
Majestad la reina me ha enviado un
mensaje de que se nos va a acoplar.
Tendremos que dejar nuestro té para otro
día. – Se quejó Katherine tras saludar a
Lucia.
Las dos mujeres se dirigieron, pues, al
palacio de la reina donde Beth ya había
finalizado las preparaciones para recibirlas
y las esperaba. Conversaron de temas
superficiales, agradables y Lucia se sintió
tan cómoda como si se conocieran de toda
la vida. A pesar de lo poco acostumbrada a
lidiar con personas que estaba y que apenas
se conocían, no se sentía incómoda. ¿Así
era con la familia? Si indagasen en sus
relaciones, Katherine era su hermana y
Beth su cuñada. Puede que no fuese nada
significativo, pero desde luego, ya no era
una mera amistad.
–¿Desde cuándo te gusta bordar? Antes he
visto a una criada llevarse los materiales.
Beth esbozó una media sonrisa. La reina se
esforzó en subir los escalones durante sus
tiempos de criada y no encontraba regocijo
en actividades tranquilas como el bordado.
–Su Majestad me ha pedido que le borde el
pañuelo y ahora me toca hacer una cosa
que no me ha gustado en la vida.
–¿Te ha pedido que le bordes el pañuelo? –
Katherine estalló en sonoras carcajadas.
–Todo gracias a la duquesa.
Lucia se sorprendió.
–¿Por qué es gracias a ella?
–Al parecer, la duquesa le regaló un
pañuelo bordado al duque de Taran, Su
Majestad lo vio y también se le antojó tener
uno, así que me lo ha pedido.
Katherine todavía se rio con más fuerza
mientras que Lucia se sonrojaba.
¿Cómo podía haberlo visto el rey? Su
marido no era de los que presumían de
haber recibido un regalo. Era impensable
que Hugo hiciera algo por el estilo.
–Me gustaría ver el pañuelo.
–Si a la duquesa no le importa.
Casualmente lo tengo porque Su Majestad
lo ha cogido como referencia.
–Oh, dios. Lo quiero ver. ¿Puedo?
Lucia asintió afirmativamente a la
destellante Katherine.
–No te enfades mucho con tu marido
cuando vuelvas a casa, duquesa. Su
Majestad me dijo que se lo ha quitado.
¿Cuándo pensaba crecer ese marido suyo?
Le había descrito con pelos y señales la
expresión insólita del duque de Taran
cuando le había robado el pañuelo.
–Vaya si se aburre para tener tiempo para
hacer chiquilladas. – Comentó Katherine.
Al cabo de un rato, una criada entró los
utensilios de bordado y sacó el pañuelo del
duque. Katherine lo examinó el inesperado
pañuelo de algodón y volvió a reír.
–Es adorable. Le has hecho florecitas, ¿eh?
A Lucia se le torció la expresión.
–¿…Me lo dejas un momento?
–Claro, si es tuyo.
Lucia ahogó un jadeo cuando vio el
pañuelo. Hasta el momento creía que le
estaban hablando de uno de los que le había
regalado con su nombre, pero este tenía una
flor en una esquina. Era uno de los
primeros que había hecho para enviarle a
Damian, hacía meses que no bordaba
flores. ¿Por qué…?

* * * * *

Últimamente, todos los rompecabezas de


Kwiz estaban relacionados con el dinero.
Hasta su ascenso al trono ignoraba lo
mucho que pedían y del poco que
disponían para repartir.
–¿De dónde saco yo dinero, mi buen
duque?
–¿Desde cuándo eres un mercader?
Hugo no le aconsejaba sin importar lo
mucho que se quejase. Por supuesto, Hugo
no era ningún economista, poco entendía
del arte de hacer dinero, eran sus muchos
expertos lo que se encargaban de
conseguirlo y como siempre, su único
criterio al contratar era que fueran
habilidosos en su campo. Poco le
importaba su estatus y su compensación era
proporcional a sus méritos. Nobles y
campesinos eran la misma calaña: ambos
tipos morían si perdían la cabeza, así que
mientras no fueran descarados, los
consideraba iguales.
–Pues no estoy seguro si al final soy rey o
mercader.
–Si no hay suficiente dinero, pues quítate
gastos.
–Ya he reducido los gastos de palacio. –
Dijo Kwiz rechinando los dientes. –Mi
padre-… –¡Menudo carcamal su difunto
padre! Pero no podía exclamarlo en voz
alta después de perder cuatro veces
seguidas en su apuesta con su ayudante. Su
vocabulario necesitaba nuevas
adquisiciones urgentemente. – O sea,
despilfarraba mucho, era demasiado
codicioso y le gustaba mucho gastar.
Además, regalaba cosas a todo el mundo
sin venir a cuento. Regalos caros. – Era por
este pequeño detalle que, a pesar del
terrible régimen del anterior monarca, éste
nunca perdió el apoyo de su gente. –
Primero tendré que limpiar todas las bocas
que mi padre dejó aquí. ¿Sabes cuántos
hermanastros tengo? La mayoría están
muertos, pero es que tengo otras veintiséis
hermanastras. ¡Veintiséis! Por eso no me
queda presupuesto para nada. – Se le
aceleró la respiración. No estaba obligado
bajo ningún concepto a cobijar y alimentar
a los niños del rey que ni siquiera conocía.
La única a la que aceptaba como su
hermana era Katherine, y por mucho
interés que hubiese mostrado últimamente
por la duquesa, ella tampoco era su familia.
– Las voy a echar a todas.
–¿Sí? ¿Cómo?
–Voy a informar a sus familias maternas
para que vengan a buscarlas, si no vienen,
las casaré.
Era una decisión mezquina sin pizca de
amor fraternal o generosidad real. Desde el
punto de vista de Hugo, Kwiz tenía muchos
puntos buenos que no cubrían sus puntos
malos. Uno de ellos era ser tan rácano que
sólo gastaba lo mínimo para no quedar en
evidencia.
De repente, el duque recordó que su mujer
le había explicado con aflicción como, de
no haberse casado con él, la habrían
entregado a cualquier hombre que hubiese
pagado el precio. Lucia había estado
hablando de “y si” el día anterior que tan
absurdos le parecían, pero es que ahora
esos “y si” habían llamado a su puerta. Si
se hubiese burlado de ella, si algo hubiese
ido mal, en esos momentos su esposa no
sería la duquesa de Taran. No obstante, no
había ocurrido y Hugo no hallaba la razón
para seguir dándole vueltas al asunto. Pero
ahora que el rey mencionaba al puñado de
bocas por alimentar de las que pensaba
deshacerse, se le erizó la piel. Podrían
haber casado a Lucia con cualquier hombre
dispuesto a pagar el precio adecuado y
podrían haberse conocido como perfectos
desconocidos. La idea era nauseabunda. El
corazón le dio un vuelco: su mujer, era
suya. No admitía discusión al respecto.
Recordó, entonces, la realidad, y se sintió
sumamente aliviado.
Hugo miró a Kwiz que había seguido
parloteando sobre algo. Tanto el rey
anterior que ignoró a todos sus hijos, como
el hijo de puta que tenía delante eran igual
de terribles. ¿Tan difícil era ser un hermano
mayor y cuidar a sus hermanas?
Apenas unos minutos atrás, el duque había
estado totalmente de acuerdo con la idea de
Kwiz de deshacerse de todas las personas
inútiles bajo su cuidado, pero ahora que
estaba personalmente involucrado en el
tema, le incomodaba. ¿Inútiles? Era
imposible no recordar a su propia mujer
llamándose a sí misma bastarda o
menospreciándose. ¿Habría sido difícil su
vida en palacio? Lucia le solía hablar de su
infancia a menudo, aunque nunca
mencionaba el palacio. Pensando en ello,
no había visto a ninguna criada
atendiéndola en el palacio y ahora que
refrescaba la memoria y redescubría todos
estos hechos, Hugo se enfadó. Su esposa
había tenido que experimentar una vida tan
miserable que no deseaba ni recordarla.
En su momento, escucharla decir que
prefería venderse antes de que la vendieran
le picó la curiosidad, pero ahora le
apuñalaban como un arma de doble filo con
culpabilidad por no haber sabido
comprender la amargura y desesperación
con la que se le había presentado.
Una vez más, su desagrado por el anterior
monarca creció. Merecía haber muerto así.

* * * * *

Lucia interrogó a Jerome sobre el pañuelo


en cuanto puso un pie en la mansión.
–Mi señor lo mira cada día y siempre lo
lleva consigo. – Contestó conteniendo una
risita.
–¿…Desde cuándo?
–Ya hace meses, desde que estábamos en
Roam.
–Cuando me aconsejaste regalarle un
pañuelo no me lo mencionaste.
–Creía que lo sabíais, mi señora. –
Respondió desenfadadamente. – Creía que
usted se lo había regalado, si no… ¿De
dónde lo sacó mi señor el duque?
Lucia no podía admitirle a Jerome que ella
no se lo había dado. De hacerlo, la única
conclusión posible es que su marido lo
había cogido en secreto y no quería socavar
su autoridad como señor de la casa. Poco
imaginaba que Jerome ya lo sabía. Había
sido testigo de la travesura de su señor. Fue
un momento tan bizarro e impropio de su
amo, que no dio crédito. Sin embargo,
como fiel siervo que era no se atrevió a
cuestionar las acciones de su señor.
–…O sea, no sabía que se lo llevaba por
ahí.
–¿Tiene algo de malo?
–No, pero tiene que mantener las
apariencias. ¿Cómo puede ir por ahí con
esto? La gente se reirá de él si lo pillan.
–No se preocupe, mi señor es magnánimo.
– Comentó Jerome con una gran sonrisa de
oreja a oreja.
Lucia volvió a darse cuenta de lo buen
mayordomo que era ese hombre. La
suavidad de Jerome era impropia de su
edad y era increíble su habilidad de tapar la
cara dura, falta de lógica y egoísmo de su
esposo bajo el adjetivo “magnánimo”.
La muchacha se quedó atónita. Imaginarse
a su esposo acercarse a escondidas para
robar uno de los pañuelos de su hijo era
insólito y, sin querer, rompió a reír. Lo
habitual en él hubiese sido pedírselo
directamente, pero que hubiese preferido
cogerlo el mismo por prudencia, la
emocionó.
Lucia repasó todas las actitudes, palabras y
emociones que le había mostrado a través
de sus expresiones a lo largo del tiempo y,
quizás, hacía tiempo que era consciente de
todo aquello, pero se negaba a aceptarlo
porque era una cobarde. Ella le amaba y
quizás… Él la correspondiera. Cabía la
posibilidad de que Hugo no reconociese el
amor o que todavía no estuviese seguro de
su propio corazón, incluso podría estar
negándolo. ¿Era mejor esperar… o dejar
las cartas sobre la mesa?
Ante ella se extendía un cruce de caminos,
una elección complicada. Vaciló
muchísimo más que cuando se armó de
valor para presentarse por primera vez en la
mansión ducal para proponerle matrimonio.

.x.x.x
Parte V

Hugo se sumió en sus pensamientos de


camino a casa.
No podían ignorarlo, su relación era
tranquila, pero inquieta. Intentó ignorar el
hecho de que pendían de un hilo muy fino
y deseaba poder seguir siempre de la
misma manera, aunque era consciente de
que nunca sabría cuando se rompería.
Necesitaba prepararse antes de sumergirse
en las profundidades del lago.
Ese maldito contrato prematrimonial…
¡¿Cómo podría haberlo imaginado?!
¡¿Cómo podría habérsele pasado por la
cabeza que llegaría el día en que le darían
ganas de matar a golpes a su yo pasado que
se contentó con firmar algo aparentemente
satisfactorio? Su matrimonio había
empezado con el pie izquierdo y no hablar
del asunto acabaría convirtiéndose en un
torbellino. Existía un sinfín de desenlaces
terribles: Lucia podía enamorarse de otro,
odiarle o ignorarle, e incluso podría dejar
de sonreírle. No estaba seguro de ser capaz
de soportarlo y poder abrazarla si aquello
ocurría. Puede que acabase torturándola o
interponiéndose en su camino y, de ser así,
su relación tocaría fondo. Hugo deseaba
con todas sus fuerzas poder dar marcha
atrás a cuando discutían lo que esperaban
del contrato, hablar con ella y conseguir
que le abriese su corazón. Había llegado el
momento de sacar el tema del contrato.

No podía vivir sin esta mujer. Verla salir a


recibirle le estremecía el corazón.
–¿Has cenado?
–Mira la hora que es, claro que sí. ¿Y tú?
–Sé que es tarde. Yo también he cenado ya.
Hugo la rodeó por la cintura. Los criados
allí presentes comprendieron lo que estaba
sucediendo y se excusaron.
–Quiero hablarte de una cosa.
–¿Ahora?
–Sí, me gustaría hacerlo ahora.
La pareja subió a la segunda planta y se
sentó lado a lado en un sofá del recibidor.
Hugo continuaba con su conflicto interno
entre instinto y lógica. ¿Y si lo dejaba para
luego? Su cuerpo reaccionaba con solo
tenerla allí a su lado.
–Hoy he ido al palacio.
–¿Eh? Ah, sí, me lo comentaste. ¿Te lo has
pasado bien?
–Sí, ha estado bien.
Lucia tenía muchas cosas que quería
decirle, pero no se le ocurría cómo sacar el
tema.
–¿Te acuerdas del día que viniste a
proponerme matrimonio?
–Sí. – Lucia se limitó a asentir con la
cabeza, sorprendida por verle escoger este
tema en concreto.
–¿Por qué yo?
–¿…Por qué me lo preguntas ahora? – La
pregunta llegaba un año y medio tarde.
– Porque daba igual.
Al principio no le importaba y tampoco le
interesaba. Su matrimonio sería un contrato
beneficioso para él y no necesitaba buscar
la satisfacción de su pareja. Con el tiempo,
le empezó a dar miedo preguntar. Lo suyo
era como un negocio peliagudo y no quería
mencionarlo. Sinceramente, ni siquiera
quería volver a hablar del tema nunca más.
No obstante, ahora estaba convencido de
que, si dejaba volar el tiempo, sería
demasiado tarde. Además, Lucia le había
agradecido por casarse con ella y eso lo
armó de valor. Por no hablar de que
últimamente su actitud con él era cariñosa
hasta el punto de convencerle de que debía
estar satisfecha con su situación.
–¿Y ahora sí? ¿Por qué?
–¿Era un candidato más? – Lucia no le
acabó de entender y no contestó. – O sea, si
te hubiese rechazado, ¿habrías ido a
pedírselo a otro?
Hugo necesitaba saber su respuesta antes
de pasar al tema del contrato. La mera
posibilidad de que su esposa hubiese
acabado con otro le enfurecía.
Lucia se quedó pasmada.
–¿Y ahora importa?
–Sí.
–¿Qué más da? ¿Para qué quieres saber si
había otro candidato? ¿Tienes pensado
hacerle la vida imposible o algo?
Hugo apretó los labios a modo de respuesta
y la decisión de su mirada se lo confirmó.
Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa si
existía otro candidato.
La terquedad del duque la hizo estremecer.
Era como si estuviese celoso de alguien
que ni siquiera existía.
¿Celos…? Recordó lo sucedido en el
palacio, cuando a pesar de que no era un
hombre al que se le pudiese etiquetar de
“emotivo”, había reaccionado vorazmente
contra el conde Ramis. Lucia había hecho
caso omiso de las conclusiones que la
avasallaron, pero siempre quedó una leve
esperanza.
–…No había más candidatos. – Los ojos de
su esposo brillaron encantados. El
presentimiento de Lucia se solidificó un
poco más, se le secó la boca y continuó
hablando mientras le miraba directamente a
los ojos. – Si me hubieras rechazado,
seguramente me habrían casado con el que
hubiese pagado por mí a la casa real. – A
Hugo le molestó esa posibilidad. – Te vi
por primera vez en el desfile de los
caballeros, el día de la fiesta de la victoria.
– Hugo recordaba aquel día tan horrible en
el que se vio obligado a divertir a las
gentes. – Ahora que lo pienso, en realidad
la primera vez que te vi fue en la fiesta. –
Hugo estudió el rostro de su esposa, no
quería hacerle recordar un momento tan
espantoso como cuando rechazó a Sofia
Lawrence. – Sabía que tenías un hijo y se
me ocurrió que te podía interesar un
matrimonio que reconociera a Damian. No
me equivoqué, ¿no?
–Supongo que no.
Aunque la oferta de Damian fue tentadora,
en realidad, le divirtió que una mujer tan
menuda sin ápice de orgullo o sumisión se
presentase ante él y le propusiese
matrimonio.
–¿Ya está? Es muy…
–Sí, ridículo. Sinceramente, fue una
apuesta.
–¿Una apuesta?
–Quería escapar del palacio y necesitaba a
un tutor. Necesitaba tu poder y tu riqueza.
Hugo asintió con la cabeza. Ella estudió su
expresión. No parecía disgustado, sino
estar reflexionando.
–¿No te ofende?
–¿Eh? Ah, no. O sea, estoy un poco
confundido. No sabía que eras tan
impulsiva, y lo del poder y la riqueza… No
parece que te interesen mucho.
–Yo también vacilé, pero Norman me
animó a hacerlo.
–¿Norman? ¿La escritora?
–Le gustan los retos. – Hugo decidió
mentalmente poner más guardias a vigilar a
su amiga. – Y no creo que no me interese,
es que tú estándares son demasiado altos.
Yo con tener techo, comida y vestimenta,
me vale.
–Comida, ropa y un techo. Me suena raro
que digas eso. ¿La vida en el palacio era
difícil?
–No podía vivir entre lujos, pero me las
apañaba. En realidad, a parte de la riqueza
y el poder, también tenía otra cosa que
quería…
Hugo le preguntó con la mirada, ella desvió
la mirada y se rio.
–Eres un hombre atractivo. – La expresión
de Hugo vaciló. – Me gusta mucho tu cara.
–¿…Eso es un cumplido?
–Claro.
–Gracias. – Contestó él de mala gana.
¿Cómo describir la forma con la que le
estaba mirando ahora mismo su esposa?
Era esa mirada de admiración materialista
con la que se suelen observar joyas caras,
una que creía que su mujer no tenía. Se
sentía raro.
–Fue pura suerte.
–¿A qué sí? Me he convertido en la
duquesa por pura suerte.
–No tú, yo. – Hugo bajó los labios y la besó
con suavidad. Hasta hacía escasos
segundos no creía en la suerte. – Estabas lo
suficientemente desesperada como para
apostar tu vida en una jugada. – Hugo
inclinó la cabeza y volvió a besarla. – Y me
atrapaste con tus manos y me venciste.
Era la primera vez que Hugo se sentía
agradecido por todo el poder, la apariencia
y la riqueza que poseía. Todas esas
cualidades que siempre había considerado
una carga molesta habían influido en la
elección de su mujer. Él que siempre había
repudiado a todas esas mujeres que sólo le
querían por lo que tenía, ahora se sentía
afortunado por haber podido conseguir a su
esposa por ello. No importaba que no
hubiese sido un capricho del destino.
–…No era mi intención decir que fuiste
una apuesta. – Intentó explicarse Lucia.
–Y bueno, – A Hugo no le importó. –
¿tuviste suerte con tu apuesta? ¿Volverías a
hacerlo si pudieras? – Preguntó sujetándole
el mentón y rozándole los labios con el
pulgar.
Lucia se sonrojó. La mirada de su marido
la abrumaba y la tensión sexual que llenaba
el aire le aceleraba el pulso.
–No, – contestó como embrujada. – en
realidad, hay otra cosa que no se me
ocurrió tener en cuenta.
–¿Otra cosa?
Lucia se le lanzó al cuello y le besó.
– La virilidad. – Sonrió disfrutando del
aspecto desconcertado de él.
–…Menuda bruja estás hecha.
Hugo se le tiró encima y ella estalló en
carcajadas alegres. Él le besó los labios, los
ojos, la mandíbula y el cuello sin
controlarse y ella le empujó para esquivar
los mordisquitos sin parar de reír en ningún
momento.
Escucharla reír le encantaba, era un sonido
que no quería perder. Le abrumó saber lo
agradecida que estaba por haberse casado
con él y quiso compartir que el sentimiento
era mutuo.
–Creo que nunca te había dicho esto,
Vivian.
–¿Qué?
–Gracias por proponerme matrimonio.
A Lucia le faltó el aire de repente. Los ojos
de Hugo rebosaban ternura, alegría y amor,
y ella se puso rígida. Se le llenaron los ojos
de lágrimas muy a su pesar. Y antes de que
se le nublase la vista, lo vio totalmente
confundido. Su corazón estaba atestado de
palabras que se sentía obligada a tragarse.
El amor que sentía por él fluía como una
cascada. Era incapaz de seguir ocultándolo.
–Te amo, Hugh.
Se le escaparon las palabras desde el fondo
de su corazón y, en cuanto las pronunció,
se dio cuenta de que ya no sabría vivir sin
él.
Él se la miraba atónito y ella pudo apreciar
el cambio de la expresión de sus ojos:
sorpresa, duda y regocijo. Hugo se
estremeció encantado y Lucia lo supo: ese
hombre la amaba. La amaba.
Lucia tembló de la emoción, pero
curiosamente no se sorprendió. Era como si
ya lo hubiese sabido desde hacía mucho
tiempo. Sus lágrimas no cesaban y le sonrió
feliz.
–¿Me vas a dar una rosa?
Hugo se sobresaltó. Recuperó la cordura
que había ahogado en el éxtasis. El rubor
de las mejillas de su esposa y su sonrisa
parecían una ilusión, así que le tomó la cara
con las manos para comprobar que no fuese
un sueño.
–Eres una bruja. – Afirmó sonriente.
¿Cómo podía hablarle de rosas en un
momento como este? Hugo sintió deseos de
arrancar de raíz cada rosa de este mundo y
quemarlas para que no volviesen a
acercarse a su mujer nunca más.
Abrazó a Lucia y le besó los ojos húmedos.
Las lágrimas saladas le parecían dulcísimas
y la besó con ternura. Fue un beso
diferente, nuevo.
–Yo… – Tenía la garganta seca.
Ahora entendía qué se sentía cuando te
ahogaban. Había alcanzado un nuevo
estado y estaba en blanco. Acababa de
decir que le amaba. ¡A él! No parecía que
le hubiese mentido, pero tampoco se lo
creía. Era como si unos poderes superiores
estuviesen burlándose de él.
El silencio se prolongó, pero Lucia no le
insistió a pesar de la pizca de nerviosismo
que habitaba en el fondo de su ser.
–Te amo. – Repitió buscando su
confirmación.
Hugo frunció el ceño como si le doliese
algo.
–Te amo, Hugh.
–Déjame descansar un momento. –
Murmuró apenas un suspiro. – Me cuesta
respirar.
–Lucia estalló en carcajadas.
–¿Tú no me lo vas a decir a mí?
–…Es demasiado corto.
Lo que Hugo sentía no se podía concentrar
en tres palabras su corazón rebosante e
incontrolable. Ella era su alegría y su dolor;
la alegría que le proporcionaba un alivio
tremendo cada vez que la abrazaba, y el
dolor que le apremiaba por el hecho de que
eran dos personas distintas. Su sonrisa era
su felicidad y sus lágrimas su dolor.
Jamás había sentido las limitaciones del ser
humano, pero aquellas eran las únicas
palabras que tenían. No había nada que
pudiese usar, tenía que usar algo tan
pequeño.
Hugo la abrazó con tanta fuerza que podían
sentir el corazón del otro. La calidez del
cuerpo de su mujer le conmovió. Llevaba
muchísimo tiempo siendo su esposa, pero
sólo ahora sentía que era completamente
suya, que se había entregado a él.
–Eres todo lo que anhelo, te amo.
Lucia volvió a romper a llorar al escuchar
ese suave susurró en su oído. Apoyó la
cabeza contra su hombro y dejó que el eco
del latido de él resonase por todo su ser. Al
fin comprendía por qué la reacción humana
anulaba la emoción, si aquella sensación
pudiese continuar eternamente, se le pararía
el corazón.

Parte 6
Lucia y Hugo se quedaron sentados en
silencio durante un buen rato para poder
ordenar los sentimientos que tenían a punto
de caramelo. La duquesa recordó la novela
romántica que su amiga Norman había
escrito y como la protagonista superaba
toda adversidad gracias a su amor.
–Hoy quería hablarte del contrato. –
Empezó él. Lucia se apartó un poco de sus
brazos y le miró. – Damian ya está en el
registro familiar, los términos del contrato
ya se han cumplido… Quería saber qué
opinabas tú, porque el contrato en sí ya no
tiene sentido.
Lucia sacudió la cabeza.
–Hubiese aceptado a Damian como hijo
propio, aunque no fuese un requerimiento
del contrato. Es un niño encantador que
merece todo el amor del mundo y tú ya me
habías prometido que me serías fiel. Ah,
bueno, hay una cosa que no has cumplido
todavía: me dijiste que me darías una rosa
si me confesaba. – Hugo se la miró
enfurruñado y ella sonrió. – No me la vas a
dar, ¿no?
–…No vas a dejar de atormentarme con
eso, ¿verdad?
–No. – Respondió entre risas ella. Hugo
mostró su disgusto con cada centímetro de
su piel y se frustró hasta el punto de
quedarse en blanco. – ¿Desde cuándo me
quieres?
–No sé.
Lucia fue mencionando momentos.
–¿Desde que vino Damian…?
–¿Puede…?
–¿Hace tanto?
–Eres tan lenta que pensaba que me iba a
morir sin que lo supieras. – Dijo con
timidez,
–Tú tampoco eres el más rápido del mundo.
Lo mío es todavía más anterior a lo tuyo,
¿sabes?
Se hizo una breve pausa, y entonces, Hugo
exclamó un “¡¿qué?!” incredulo y le sujetó
los hombros con las manos.
–¡Qué cruel eres! ¿A pesar de todo seguiste
diciéndome que no me amarías jamás?
–Ah… No pensaba que te molestaría.
Hugo suspiró. Tal vez todos esos dilemas
mentales habían sido en vano.
–¿Sabes lo mucho que he-…? – A Hugo se
le formó una bola en la garganta que le
impidió continuar su frase.
Lucia le dio unas palmaditas en el hombro
a modo de consuelo entre risitas. Ambos
estaban asustados del otro.
–…No me dijiste cómo te llamabas.
–¿Qué?
–Tu nombre de la infancia.
–¿Mi nombre de la infancia?
–…Lucia…
Lucia jadeó. Escucharle llamarla de esa
manera la emocionó. Para ella “Lucia” no
era su nombre de la infancia, era
simplemente eso, su nombre. La muchacha
no dijo nada más y él empezó a farfullar lo
horrible que era que Damian y hasta el
mayordomo lo supieran. Todo el mundo lo
sabía menos él.
–Hugh. – Dijo tomando su rostro entre las
manos. – “Lucia” es especial para mí
porque mi madre me lo dio. – Era su
identidad, el pilar que la había evitado que
se derrumbase. – La princesa Vivian no era
yo. No era mi intención ocultártelo, pero es
que tu mujer es Vivian y creí que debía
vivir como tal.
–Nunca te ha gustado ese nombre.
–No, “Vivian” era un caparazón donde
ocultaba mi verdadero yo, “Lucia”. Pero
hallé el significado de mi otro nombre
cuando alguien empezó a pronunciarlo,
Hugh. Cada vez que me llamabas Vivian,
ésta se hacía realidad. Soy tu Vivian y sólo
tú puedes llamarme así.
Lucia reconocía que Vivian también
formaba parte de sí misma, de hecho, era
feliz viviendo como ella. Si Lucia era una
mala hierba, Vivian era una flor bellísima.
–Creo que un nombre por el que sólo tú me
puedas llamar es mucho más especial, ¿no?
– La mirada de Hugo relució con duda.
Sonaba convincente, pero no se lo acababa
de tragar. – Yo también quiero preguntarte
una cosa: ¿por qué le robaste un pañuelo a
Damian?
–¿Robar? Nunca he hecho eso. – Protestó
totalmente desvergonzado.
–Vale, pues, ¿por qué lo cogiste?
–Ahora que lo mencionas, cuando le hagas
uno al chico, hazme uno para mí también.
Lucia decidió ignorar su “yo también
quiero lo que sea que hagas para otro” y
tomar la ofensiva.
–¿Para que Su Majestad te lo vuelva a
quitar?
–Qué mala eres… – Murmuró él. – Tienes
muchas quejas sobre mí, no puedes
negarlo.
–Puede ser, pero también me preocupaban
muchas cosas que no lo habrían hecho si
hubieses sido más valiente. Yo soy la que
se propuso y la que se ha confesado. Caray.
Se ve que mi buen señor el duque de Taran
no es muy echado para adelante.
–…Me estás picando.
Lucia estalló en sonoras carcajadas y se
abrazó a su cuello.
–Aunque seas tímido y un chico malo, te
amo, Hugh.
–¿No podrías haberte guardado la primera
parte? – Gruñó mientras la cogía en brazos
y se la depositaba sobre la cama.
–Ya hemos hablado mucho. Vamos a
tomarnos un descansito.
Lucia se quedó de piedra y él se le tiró
encima en un abrir y cerrar de ojos.
–Además, tendrás que probar eso de lo que
has estado hablando antes, ¿no?
–¡Ya la he probado demasiado!

* * * * *

Hugo se despertó al alba como de


costumbre. La vida de ayer sería como la
de hoy que continuaría exactamente igual
mañana. ¿Cuánto tiempo llevaría habitando
en aquel oscuro abismo de vacío?
Hugo se giró para mirar a su cálida esposa.
Su amor, el único color que alumbraba su
mundo gris. Vivía gracias y no se
imaginaba una vida sin ella. Ni siquiera era
capaz de conciliar el sueño sin abrazarla.
Su dormitorio, que no había usado desde
que Lucia había llegado a la capital, seguía
siendo fría incluso en verano. Hugo se
arrimó al cuerpo dormido de su mujer, la
abrazó y le besó el hombro antes de bajarse
de la cama.
La mansión se activaba de madrugada para
poder atender al señor de la casa. Hugo se
aseó y Jerome le informó de todo aquello
que no puedo explicar la noche anterior
oralmente para recibir la aprobación de su
amo.
–Una rosa amarilla… ¿Por qué es una rosa
amarilla?
–¿Se refiere a por qué elegí una rosa
amarilla? – Jerome le contestó
diligentemente. Hugo asintió
afirmativamente. – Por su significado, mi
señor.
–¿Por su significado? Ah… ¿Y qué
significa?
–Separación.
Hugo se lo miró con una pizca de
amargura.
–¿Y qué flor significa lo contrario?
–Las rosas rojas significan amor
apasionado.
–Rosas no. – Hugo estaba harto de las
rosas, fuera cual fuere su color.
–Hay una que se llama estatice y que
significa “amor eterno”.
–Esa me parece bien. Ordena que le traigan
un ramo de esas a mi mujer cada mañana
cuando se levante.
Hugo pensaba quitarle las rosas de la
cabeza.

Capitulo 94 Final Feliz


Desde hacía unos días la criada le
entregaba un ramo de flores en cuanto se
despertaba. A Lucia le gustaba recibir esas
hermosas y coloridas estatices, además,
recordar porqué su marido había decidido a
dárselas le divertía. ¡Cuánto se había
llegado a reír cuando Jerome le había
insinuado el motivo por primera vez! A ella
personalmente no le molestaba lo de las
rosas amarillas, y, aun así, Hugo había
impuesto una prohibición absoluta sobre
las rosas en general. La joven duquesa se
deleitó con el aroma de las flores nuevas y
admiró como si habitación parecía un
jardín.
Ya en la salita, se dedicó a continuar con
sus bordados hasta que vio al invitado que
llevaba esperando toda la mañana. En
cuanto el pomo de la puerta giró, Lucia se
puso en pie de un salto y se le iluminó el
rostro.
–Bienvenido, abuelo.
–Sí, sí. – Contestó el anciano viendo a su
nieta correr a su encuentro.
Los lazos sanguíneos eran increíbles. Lucia
se sentía muy unida a su abuelo, como si le
conociese de toda la vida y, a pesar de no
ser una chica especialmente sociable, no
dudó en abrazarle.
–Tienes hambre, ¿no? Haré que preparen la
comida ahora mismo.
–No, no, tranquila. Déjame verte la carita.
¿Cómo estás?
–Oh, perfectamente. ¿Y tú, abuelo?
–Más o menos.
El conde apenas consiguió contener la risa,
su nieta era encantadora. Lucia le cogió la
mano y lo guio hasta el sofá donde Jerome
les serviría el té poco después.
–No pensaba volver a la Capital tan pronto.
El marido de su nieta le había asegurado
que podía usar el portal sin problemas
cuando quisiera volver, pero él se preguntó
qué motivo le haría regresar a la Capital.
No quería molestar a Lucia y sabiendo que
se encontraba bien había decidido vivir
tranquilamente. Sin embargo, un mensajero
le informó de lo muchísimo que su nieta le
echaba de menos y cuánto deseaba que
volviese a visitarla. Aquello le colmó de
alegría: su nieta a la que no había podido
cuidar, le echaba de menos.
–Me sabe mal haber venido sin avisar con
mucho tiempo de antelación.
–¿Qué dices? Para nada. Yo soy la que
debería ir para allá, a la que le sabe mal es
a mí.
–No, es mejor que venga yo. Sé que no
puedes moverte así como así siendo quien
eres. – El conde no codiciaba la riqueza ni
la fama de los Taran, pero le enorgullecía
que su nieta fuese la señora de una familia
tan grande.
–Esta vez no seas cabezón y descansa antes
de irte aquí.
–Sí, de acuerdo.
Lucia y su abuelo dieron un paseo mientras
parloteaban. Por la tarde, su nieta le enseñó
la mansión, bebieron más té y continuaron
conversando.
–Quería comentarte una cosa. Es sobre el
colgante del que te hablé.
–Supongo que lo has encontrado.
El conde recordaba que Hugo le había
mencionado su intención de regalarle el
colgante.
–Ah, no. –Y seguramente no lo encontraría
jamás. Lucia estaba convencida de que el
día que entró en palacio el colgante se
activó mostrándole un sueño singular y
desapareció. – Pero me preguntó cuál era
su leyenda. ¿No te la sabes?
–Bueno, mi abuelo me aconsejó que lo
guardase a buen recaudo porque era muy
valioso.
–¿Nada más? ¿No te dejó nada escrito o
algo?
–No, a lo mejor hace mucho tiempo sí que
había alguno, pero… Ha pasado
demasiado, el fundador es quién nos lo
pasó y aunque no fuera gran cosa, lo
conservamos generación tras generación.
–¿Lo dejó el fundador? Pues debe ser muy
antiguo. ¿Nunca se te ha ocurrido que
podía valer mucho dinero? No sé, como si
fuese… mágico.
–¿Mágico? – El conde se rio. – Sí que lo
pensé, pero da igual lo valioso que sea si la
familia está hecha añicos. Una vez me
frustré tanto que lo llevé a un tasador de
objetos mágicos.
Al tasador le interesó que el colgante fuese
una reliquita tan antigua al principio, pero
después de muchas pruebas determinó que
no er aun objeto mágico. El conde le narró
su experiencia de desengaño con pelos y
señales.
–Te veo muy interesada. ¿Te gustan las
antigüedades?
–No… exactamente. El colgante es un
recuerdo de mi madre… ¿De verdad no
sabes nada? Aunque sea una tontería. La
leyenda dice que en momentos de crisis el
colgante puede salvar a la familia… –
Lucia dejó de hablar en ese momento. Un
escalofrío le recorrió la columna vertebral.
Ella había salvado su familia gracias al
sueño. La aniquilación de los Baden estaría
al caer en su sueño, sin embargo, ella se
había asegurado de que no ocurriese y, por
tanto, había cambiado el futuro. Su tío
nunca conocería al conde Matin y su
familia no se vería arrastrado con él. Y,
mientras ella siguiera con vida, los Baden
no dejarían de existir. Lucia no lo
permitiría.
¿Sería casualidad? El colgante le había
mostrado el futuro y la había empujado a
tomar cartas sobre el asunto. Si Lucia
hubiese ignorado su sueño, la
exterminación habría sucedido. Si Hugo la
hubiese rechazado, ella jamás se habría
convertido en duquesa.
–Salvar la familia… – Murmuró el conde. –
Supongo que Amanda te lo dijo. Tu madre
no se creía la leyenda, decía que eran todo
cuentos chinos y que, si fuera verdad, tu
abuela no habría muerto. – El conde
continuó con un toque de amargura en su
tono de voz. – Solía regañarla, pero
pensaba lo mismo. La regañaba por
consideración por nuestros ancestros y
porque, tal vez, el colgante fuera lo único
que nos mantenía en pie.
–¿Desde cuándo existe la leyenda?
El conde reflexionó unos instantes. Su nieta
demostraba mucho interés en el colgante,
aunque quizás fuese por el apego que le
profesaba a su madre.
–¿Desde cuándo? Desde el principio. Dicen
que fue parte de la herencia del fundador.
–¿Cómo era el fundador?
–Era un profesional de las artes marciales.
Un caballero poseedor de grandes méritos
que ayudó a fundar Xenon.
El conde sonrió con benevolencia y le
explicó la vieja historia que su padre le
había contado a él. La mayoría de los mitos
sobre la fundación eran cuentos que
exageraban la contribución de los
ancestros.
Lucia disfrutó de la historia, pero no
consiguió más pistas sobre el colgante.

El Conde se quedó en la residencia ducal


cuatro días.
–Si no saben nada de mí, tus tíos se van a
preocupar. No saben que he venido a la
Capital, se creen que me he ido a visitar a
un amigo.
–¿De verdad no se lo has dicho a nadie?
–Lo siento, me preocupa que se metan en
algún lío político de la capital. Sé que te
puede disgustar, pero espero que me sepas
entender.
–No estoy disgustada.
Su abuelo eligió lo mejor para su familia y
para su nieta. Lucia entendía perfectamente
lo considerador que era.
–Y… Gracias.
–¿Perdona?
–En realidad, la última vez vine a la capital
por un problema. La mansión estaba por
caer en manos de otros y decidí volver para
vender el título y ganar dinero para saldar
mis deudas. No quería ser una carga para
mis hijos. Pero cuando llegué a casa, los
problemas se solucionaron sin mucha
molestia. Podemos seguir viviendo en la
casa a cambio de pagar un precio al mes y,
últimamente, mi negocio está yendo bien.
Estabas preocupada, ¿verdad?
Lucia le había pedido a su esposo que
ayudase a su familia materna, pero
desconocía los detalles de cómo lo habría
conseguido.
–…No entiendo mucho de negocios.
Seguramente es obra de mi marido. Si hay
algo en lo que pueda ayudar, dímelo.
Quiero ayudarte, abuelo.
–Ya has hecho más que suficiente por mí.
Se puede ayudar a una persona de muchas
maneras. A los ricos ceder un poco de
dinero no les supone mucho, pero pocos
saben ayudar sin mostrar su verdadera
naturaleza o sin hacerle daño a quien les
pide el favor. Te has casado con un buen
hombre.
–Tienes que decírselo a él también, abuelo.
– El conde estalló en carcajadas.
–Sí, tu marido también ha encontrado una
buena mujer. Por supuesto.
La pareja se rio junta un poco más y se
miraron con afecto antes de despedirse.
–Cuídate, volveré a venir.
–Sí, cuando quieras.
Después de la partida de su abuelo, Lucia
se dedicó a ordenar la información y sus
conclusiones sobre el colgante. ¿Por qué la
revelación había sido suya y no de un
miembro de los Baden? ¿Y si sus ancestros
ya hubiesen predicho lo que ocurriría? Si el
colgante era poderoso, debería haberse
podido usar con otras personas además de
ella misma. Según su abuelo el colgante no
había pasado la prueba de verificación,
como si su magia hubiese sido sellada por
alguien. ¿Qué habría desencadenado su
reacción?
Lucia se miró la mano absorta. La criada le
había pinchado el dedo con una aguja para
obligarla a soltar el colgante y, aunque
estaba en otro mundo totalmente, sintió el
dolor. Puede que la sirvienta no la hiriese
de gravedad, pero sí que debió ser
suficiente para que le saliese un poco de
sangre. ¿Y si la sangre fue la clave? No
quedaba nadie que pudiese satisfacer sus
dudas y, desde luego, romperse la cabeza
sobre algo sin respuesta era inútil. Decidió,
pues, dejar de preocuparse por ello y
aguardar a lo que le trajese el futuro.
–El señor ha regresado, mi señora. – Una
criada llamó a la puerta y la informó.
–De acuerdo.
Lucia se levantó del sofá y salió a recibirle.
Quería agradecerle la ayuda que le había
brindado a su lado materno de la familia y
transmitirle los halagos de su abuelo.

.x.x.x
Parte II
Con tan sólo dieciocho tiernos años, Boris
Elliot, hijo del capitán Caliss Elliot, era el
soldado más joven bajo las órdenes del
duque de Taran. Aquel día se solicitó su
presencia en la capital para una misión de
suma importancia. Boquiabierto,
intentando mantener la compostura y estar
alerta, el muchacho llegó a la ciudad.
–Boris. –Boris reconoció el rostro de la
persona que le saludó. – Bien hecho, me
alegra que hayas conseguido venir hasta
aquí tú solo.
–No, es mi deber.
El rostro del joven no ocultaba su orgullo
por haber podido cumplir con las
expectativas. Dean contuvo la risa. La
primera vez que vio a Boris era apenas un
retaco de diez años. Era fascinante lo
mayor que se había hecho.
Boris continuó moviéndose por los nervios
durante todo el trayecto hasta la residencia
ducal. Era obvio que tenía algo valioso y
los pillos de ciudad le hubiesen atacado sin
lugar a duda.
Dean adivinó que el contenido del mensaje
de Boris informaba de la subyugación de
los barbaros.
–¿Todo bien en el norte?
–Sí, pero se ve que ha pasado algo en la
frontera. Mi padre lleva mucho tiempo allí.
–¿Sí? ¿El capitán ha enviado algún
mensaje?
–No, sólo me preguntó si podría participar
en la expedición militar y me pidió que le
entregase un mensaje al señor.
Dean se sobresaltó. ¿Este niño en una
expedición para subyugar a los norteños?
¿Tan pronto? El capitán era un padre
estricto, pero era demasiado pronto. Boris
no necesitaba aprender la cruda realidad del
campo de batalla todavía.
A los soldados bajo el mando de los Taran
se los llamaba: “élites”, aunque no fuese
ningún título oficial. Se les trataba como a
cualquier otro soldado con la particularidad
de que éstos seguían al duque a una
expedición bélica para disciplinar y
someter a los bárbaros una vez al año. La
tradición indica que es el cabeza de familia
quien escoge personalmente a sus hombres
y en el caso de Hugo, eligió a diez. Dean
recordaba la abrumadora noticia de ser uno
de la élite. A pesar de no provenir de una
familia de soldados, a pesar de ser un
simple plebeyo. La posición era un
grandísimo honor que todos envidiaban,
con el título el duque demostraba su
confianza por ti y, además, mejoraban sus
habilidades gracias a la tutoría del duque en
persona.
A Dean le preocupaba el muchacho.
Conociendo al capitán, estaba seguro de
que lo había criado para hacerle crecer duro
de roer, pero la ley no escrita de llevarte a
la tumba lo que sucediese en el campo de
batalla era inquietante. El duque era un
guerrero extremadamente cruel. Cuando
luchaba contra otras naciones se
controlaba, se limitaba a decapitar a sus
enemigos y tirar la cabeza, sin embargo,
cuando sólo le acompañaban sus guerreros
de élite se convertía en un monstruo.
Cortaba las extremidades del enemigo, les
aplastaba la cabeza con el pie, les sacaba
las vísceras o les arrancaba el corazón con
la mano. Y a pesar de todo, mantenía la
frialdad más absoluta. Era, pues, obvio el
motivo por el que los soldados de élite eran
capaces de mantener la calma en toda
situación, cualquiera que fuese testigo de
semejantes barbaridades lo sería.
Cierto día, después de una larga expedición
Roy se atrevió a preguntarle a su señor por
qué los mataba con las manos y no con la
espada, a lo que el buen duque contestó que
era la única manera de sentir algo. La
inexpresividad de Hugo fue hasta dolorosa.

* * * * *

–Siento haberte hecho venir hasta aquí.


–¡No, señor! – Boris cerró los puños. – ¡En
absoluto!
El muchacho se quedó en blanco, no sabía
ni cómo saludar al imponente hombre
moreno sentado ante él. Dean le dio un
toquecito en la espalda para recordarle de
qué había venido a hacer y Boris se sacó el
mensaje del pecho presurosamente.
En su informe Callis Elliot enviaba noticias
del Norte y de los bárbaros que eran un
pueblo más allá de la jurisdicción de los
Taran que solían osar acercarse a la
frontera y arrasar con todo lo que cayese en
sus manos. Era casi imposible empezar una
guerra contra los cientos de tribus porque
se lavaban las manos cada vez que se les
incitaba a mantener a los suyos a raya.
–¿Cuándo fue la última vez que se hizo una
expedición?
–Hace un año y dos meses.
–Pues ya va siendo hora de ir a limpiar las
pestes. – Dijo, sin mucho sentimiento.
Popularmente se creía que el duque de
Taran partía anualmente a proteger la
nación de los bárbaros y, aunque no era
totalmente falso, tampoco era la verdad
absoluta. Si el duque quisiera, podría
exterminar a todos los bárbaros en apenas
un parpadeo, pero es que las tribus eran un
mal necesario para él. La familia Taran los
necesitaba para tener un propósito.
Mientras existieran, nadie osaría atentar
contra su familia. En la habitación secreta
de su biblioteca había un manual de como
lidiar con las tribus: no había que
debilitarles demasiado, pero tampoco
permitir que formasen una nación. Además,
los indígenas eran sacrificios para calmar la
sed de sangre de los Taran.
Los de su calaña no podían saciarse sin ver
sangre. Yacer con una mujer sofocaba los
brotes hasta cierto punto, pero nunca del
todo. Y, sin embargo, su deseo de masacrar
no había resurgido, de hecho, le molestaba
la idea de tener que ir de expedición
cuando podía enviar a sus tropas.
Había algo en el informe que le daba un
mal presentimiento. Que las tribus
estuvieran uniéndose no era un problema
porque fueran a establecerse como una
única patria, sino porque eso convertiría
sus relaciones en políticas y, por tanto, la
influencia de los Taran disminuiría.
Hugo no lo permitiría. ¿Qué clase de padre
sería si dejase que Damian heredase un
poder inferior al suyo?
El atractivo señor reunió a sus tropas y les
encomendó sus deberes. Aquellos que
guardaban a mujer debían quedarse en la
capital, los otros marcharían hacia el
campo de batalla.
–Quiero que tú te quedes aquí, Dean.
–Sí, mi señor. – Respondió el lacayo sin
rechistar. Su deber sería proteger a la
señora de la casa.
–Mi señor. – Roy alzó la mano. – Quiero
quedarme en la capital. – Manifestó
dejando a todos los oyentes atónitos.
–Otra vez tú. – Hugo posó su fiera mirada
en el soldadito que parecía disfrutar de
irritarle.
–O sea, – Roy se sobresaltó y corrió a
explicarse. – quiero ser yo quien se quede a
proteger a la señora. No es que piense que
Dean no vaya a hacer un buen trabajo, pero
es que si se queda mucho rato en la capital
acabará perdiendo su extinto de batalla.
–…Querrás decir que perderá su instinto. –
Le corrigió Hugo.
El resto de soldado estallaron en carcajadas
y Roy, en lugar de avergonzarse, se burló.
–¿Qué clase de hombre se preocupa por
esas memeces? Además, Dean es muy
tiquismiquis y demasiado serio. Si la
señora se encuentra en apuros lo primero
que hará será pedir explicaciones, – Dean
se puso rígido mientras que los otros
intentaban controlar la risa. – en cambio yo
haría papilla a quien fuese antes de
preguntar nada. Llevo un año protegiendo a
Su Majestad el rey, le he salvado la vida
varias veces, ¿sabes? – Presumió con
orgullo.
Hugo suspiró. El soldado ya no era ningún
crío, pero seguía siendo terriblemente
infantil.
–¿Qué te parece, Dean?
–Roy tiene sus motivos. Sé que es mucho
más flexible que yo. Haré lo que a usted le
parezca más conveniente, mi señor.
Las extraordinarias habilidades de Roy no
le excusaban de su falta de previsión, era
casi imposible adivinar qué se traía entre
manos. Para el soldado el fin justificaba los
medios, aunque… ¿Qué más daba el medio
si el fin era proteger a su esposa?

Hugo finalmente decidió dejar a Lucia en


manos de Roy y Dean se unió a la
expedición.

.x.x.x
Parte III
Lucia se hallaba en los pasillos que
llevaban al palacio de la reina porque la
misma monarca la había invitado a tomar
algo cuando, allí, se topó con alguien que
no le apetecía ver: la condesa de Alvin,
Sofia. Pensó en pasar de largo, pero se
quedó inmóvil al ver la forma de su
estómago.
–He venido a despedirme de Su Majestad
la Reina, duquesa, abandonaré la capital
dentro de poco.
–No te culpo, levanta la cabeza. No creo
que sea bueno para el bebé.
Sofia se colocó la mano debajo del vientre
como para apoyarse y la miró con total
serenidad. Parecía otra persona.
–¿Te vas?
–Sí, mi marido tiene que hacer un viaje de
negocios y yo me voy con él.
–¿Puedes viajar en tu estado?
–El doctor me ha asegurado que si vamos
con cuidado no pasa nada. Mi marido
quería que me quedase y diese a luz, pero si
le hiciera caso pasaríamos mucho tiempo
separados.
–…Entiendo. Espero que nazca fuerte y
sano.
–Siento lo que hice. – Las palabras de Sofia
obligaron a Lucia, que ya había empezado
a andar, a volver a pararse. – Fui una necia
que no supo ver lo que tenía delante. No
voy a suplicarle perdón, pero quería que
supiera que lo siento, duquesa.
–No te guardo rencor. Espero que a la
próxima podamos conversar sin tanta
tensión. – Le contestó, encantada.
Nunca había visto a Sofia tan feliz, era
como si ser madre la hubiese colmado de
alegría. Quizás evitaría el final trágico que
su sueño le había predicho, a lo mejor
podría dar a luz a un hijo sano y vivir el
resto de sus días como una noble
despreocupada. La historia del cortejo del
conde de Alvin todavía circulaba los
salones de fiestas. Al parecer, el conde
protegió a Sofia incluso a sabiendas de
todo lo que había hecho.
Sofia por fin había visto lo importante que
era para ella la persona que tenía a su lado.
Lucia rezó porque pudiese tener un hijo
sano.
Un hijo… Lucia se tocó el abdomen plano
y se sobresaltó.

Katherine se invitó a sí misma a la quedada


con la reina cuando se enteró de que la
duquesa estaba invitada. Así que las tres
mujeres se sentaron y conversaron
amigablemente dejando de lado las
pleitesías o su imagen.
–Están haciendo una obra muy famosa
últimamente. – Empezó Katherine. – ¿Lo
habéis visto?
–Es de comedia. – Comentó Beth con
disgusto.
El teatro era una forma de entretenimiento
sofisticada donde las nobles derramaban
lágrimas de empatía mientras disfrutaban
de una historia épica o una gran tragedia.
Cuando Lucia debutó socialmente la
comedia ya se había convertido en el
género predilecto de la población, pero las
obras que la hacían reír también le
recordaban lo miserable que era su vida,
dejándola con un vacío. Así que, al final,
terminó dejando de ir.
– Reírse a carcajadas es una delicia,
tendríais que ir a verla. Yo ya la he visto
tres veces. – Explicó Katherine
entusiasmada.
–¿Tres veces? – La reina parecía renuente,
pero Lucia sabía que en el futuro se
convertiría en una apasionada del género.
–¿Qué ha pasado con el conde Ramis? –
Preguntó Katherine como si nada. – Me he
enterado de que ha abandonado la capital.
–Mi padre le ha enviado para que se
encargue del feudo porque lo tenemos
medio abandonado. – La reina esbozó una
media sonrisa. – Eso es todo.
No quería escapar los trapos sucios de su
hermano por muy indeseable que fuese.
Beth había aborrecido a su hermano y a su
madre desde niña. Su madre trataba a
David como si fuera su único hijo y no se
molestó en prestarle atención a pesar de lo
mucho que ella la anhelaba. Sin embargo,
ahora que era madre comprendía la pena
que daba la suya. Aunque Robin fuese sólo
medio hermano, la ruptura de la relación de
sus padres no era culpa suya.
–¿Cómo es que últimamente no acudes a
ninguna actividad social, duquesa?
–No me encuentro bien. – Lucia intentó no
sonrojarse.
Hugo la cubría de marcas, así que se tenía
que quedar en casa alejada del público. Al
principio, se quejó y le explicó que no
pensaba salir nunca más como esto
continuase, pero a su marido le parecía
fantástico, por lo que tuvo que amenazarle
con dormir separados para obligarle a
ceder.
–Oh, vaya. Debe ser por el tiempo. Hasta la
reina se encierra en el palacio para no coger
frío.
Beth sonrió complacida, guardando
silencio y Katherine inclinó la cabeza.
–¡Aquí pasa algo!
–Hace unos días el doctor me hizo una
revisión y me pidió que me andase con
cuidado porque notó una cosa.
–¡Su Majestad debe estar encantado!
–Me ha pedido una princesita.
Fue entonces cuando Lucia se enteró de
qué iba la conversación.
–Felicidades, Su Majestad.
–Gracias. No quiero armar mucho revuelo,
este es el cuarto.
–¿Qué dices? Lo suyo es que se monte una
grande. ¿Crees que será niña?
–No creo…
–Ah… Es que, ¿sabes? Me gustaría ver a
una bebita.
–¿No te gustan tus sobrinos?
–Los niños son diferentes. Te absorben la
energía.
Una criada se acercó a Beth y le susurró
algo al oído.
–Traédmelo. – Le ordenó la reina a la
sirvienta. – Ethan se ha despertado de la
siesta con el pie izquierdo, perdonadme por
ser una aguafiestas.
Al cabo de unos minutos, la misma
sirvienta entró con Ethan, el menor de los
príncipes que apenas contaba con tres
añitos, frotándose los ojos visiblemente
enfurruñado hasta que vio a su madre. Se
lanzó a su cuello y se dejó abrazar y besar
por su madre. Fue una escena preciosa.
Sublime y misteriosa.
La codicia humana es inmensa. Hace un
mes se sentía en la cumbre del mundo,
poseedora de todas las gracias. Se había
preparado para estar satisfecha solamente
con su amor, ¿por qué le faltaba
determinación ahora?

* * * * *

El carruaje de los Taran la esperaba para


llevarla a la mansión. Lucia continuaba
dándole vueltas a lo de tener un hijo
propio. Su deseo de ser madre era pura
codicia disfrazada de amor por él.
Ensimismada como estaba, no percató en el
saludo de Dean y, de repente, notó como
alguien tiraba de ella. Gritó sobresaltada.
–¿Hugh?
Hugo la besó, la rodeó por la cintura y la
ayudó a reincorporarse. Los labios de su
esposa sabían a fruta y exploró su boca con
deleite. Insatisfecho con sólo un largo beso,
la volvió a besar con suavidad y, por fin,
tocó la puerta del carruaje para que
empezase a moverse.
–¿Qué haces aquí…?
–He venido a buscarte.
Lucia sonrió y lo abrazó. Le gustaba la
suave fuerza que ejercía él cuando le
devolvía los cariños. La muchacha era feliz
y su vacío desapareció. No quería sentirse
miserable por algo que no podría tener o
por ignorar lo que la rodeaba. Su relación
no había cambiado mucho y nadie notó
diferencia alguna en su comportamiento.
–¿Te apetece ir a un sitio?
–¿A dónde?
–Me han dicho que hacen una obra de
teatro divertida.
–¿Te gustan esas cosas?
–Me han dicho que a las nobles les gusta.
Su marido se había tenido el detalle de
acordarse de algo por ella. Lucia le dio un
beso en la mejilla y aceptó su propuesta.

.x.x.x
Parte IV
Lucia pudo disfrutar de la obra sin cuidar
su porte porque estaban en un palco
reservado. A Hugo le encantaba verla reír,
y por supuesto, pasó la mayor parte del
espectáculo contemplándola hasta que ella
decidió ir al descansillo durante el
intermedio.
–Está de cita con su esposo, ¿verdad,
duquesa? – Le preguntó una de las mujeres
que la saludaron al entrar.
–¡Qué maravilloso! ¡Un marido que te
acompaña al teatro!
–Está claro que estáis disfrutando de la
obra, señoras.
–Ah, en realidad nos reírnos de otra cosa.
¿Ha leído la novela: “amor bajo la luz de la
luna”?
–Creo que no.
Una de las mujeres le explicó que se trataba
de una novela popular entre las nobles. Una
comedia sobre una aristócrata que se
enorgullecía de ser la más bella del mundo
a pesar de ser de todo menos atractiva y
que se enamorada de su escolta. Lo más
gracioso del asunto es que aquello estaba
basado en una historia real, la de la condesa
Wickson.
–Oh, entiendo… – Contestó Lucia con una
media sonrisa.
No le agradó que aquellas mujeres
estuvieran allí criticando a otra en lugar de
disfrutar de la obra. Hizo una breve visita
al baño y abandonó la salita para
encontrarse directamente con el rey de
roma, la condesa Wickson. Lucia la
recordaba por su apariencia peculiar y,
sorprendentemente, a su lado se hallaba…
¿Hanson? Oh, santo cielo, el estafador del
que creía haberse enamorado en su sueño.
Lucia pasó de largo con paso apurado y no
pudo controlar una risotada. ¿Se habría
convertido en soldado gracias a la condesa?
Hanson era un hombre atractivo, de sonrisa
amable, ojos claros y capaz de comerte el
oído sin mucha dificultad. Poco le importa
si habría perdido su título de caballero por
enamorarse de la condesa, o tal vez al
revés.
Lucia regresó a su asiento. Su marido la
maravilló. Hanson era atractivo, pero no
tenía ni punto de comparación con su
esposo. Satisfecha, le cogió la mano y le
besó. Por supuesto, aquello excitó a Hugo
que prologó el beso y la hizo perderse el
principio del segundo acto.

Lucia salió del teatro contentísima, pero su


buen humor no duraría mucho.
–…Tengo que volver al norte. – Le anunció
Hugo cuando ella se proponía a retirarse a
la cama. – Ha venido un mensajero cuando
estabas en el palacio.
Hugo se había estado ocupando de todo el
trabajo que había retrasado aquella mañana
y si no fuera por el contenido de la carta de
Callis, ni siquiera hubiese pensado en
regresar al Norte para la subyugación.
–¿Durante cuánto tiempo?
–No estoy seguro. Por lo menos un mes…
puede que más.
Lucia sabía que no era apropiado
interponerse entre su marido y su trabajo,
pero era inevitable entristecerse después de
su efímera felicidad durante aquel último
mes. Tanto tiempo sin él parecería una
eternidad.
–¿Me has llevado al teatro para que no me
pueda enfadar?
–No… Bueno, a lo mejor un poco. ¿He
hecho mal?
–No, querías contentarme. – Lucia sabía
que su esposo sólo era considerado con
ella. A nadie se le pasaría por la cabeza que
el duque de Taran acompañase a su mujer
al teatro para evitar que se enfadase. –
¿Cuándo te vas?
–Al amanecer.
–Qué pronto…
–Parece que es una situación seria, tengo
que ir lo antes posible.
–Te despediré…
–No, duerme bien. No me sentará bien
tenerte que dejar aquí.
Lucia no insistió más. De la misma manera
que a él le sentaría mal dejarla a atrás, para
ella sería un calvario tenerse que despedir
de él. Lo mejor sería despertarse sin él.
Hugo la abrazo, su esposa tenía el rostro
teñido de tristeza. No ser capaz de
abrazarla durante tanto tiempo sería mortal.
Ojalá pudiese llevársela al norte, pero era
imposible que su mujer pudiese seguir el
ritmo del viaje. Además, lo último que
deseaba era acercarla a la frontera.
–Roy será tu escolta.
–¿El señor Krotin?
–Es problemático, pero es bueno en lo que
hace. Por eso he decidido darle el trabajo,
aunque puede que sea grosero.
–Sé que el señor Krotin trata a los demás
con desenvoltura, no me parece mala
persona. Tampoco entiendo ese mote tan
terrorífico. Encima, es un hombre en el que
confías.
La primera vez que vio a Roy fue el día que
entró en la residencia del duque para firmar
un acuerdo prematrimonial. No tuvo que
fijarse demasiado para adivinar lo buena
que era su relación.
–Ese tío es muchas cosas.
Hugo conoció a Roy cuando todavía se le
conocía como Hue. Algunas tribus bárbaras
solían secuestrar gente y los vendían como
esclavos a cambio de un precio. El amo de
Hue le ordenó rescatar al hijo de un noble.
Durante su misión, se topó con otros tantos
niños esclavizados y, pesé a que le era
imposible empatizar con el resto, aquel
niño de ojos maliciosos le llamó la
atención. Era el único atado de pies y
manos y el único que se rehusaba a
someterse. Por puro capricho, Hue decidió
colarse de madrugada y liberarlo. Corto las
cuerdas en silencio y, mirándole
directamente a los ojos, Roy sonrió. “Te
devolveré el favor”, aseguró el niño. Y
tiempo después, Hue se reencontró con él
mucho antes de que la casa ducal se
derrumbase a manos de su hermano.
–El señor Krotin significa mucho para ti.
–¿…Tú crees?
–Claro, si estuviera en peligro, lo salvarías,
¿no?
A Hugo le era imposible imaginarse al
bravo de Roy en peligro. ¿Quién sabe? Ese
hombre era capaz de tirarse de sobrevivir
en el mismísimo infierno, de caminar sobre
fuego.
–Supongo.
–Caray, cuando más te conozco, más me
sorprendes. Tienes muchas cosas fuera de
lo normal. ¿Y al mayordomo? ¿Cómo os
conocisteis?
Hugo casi cae de cuatro patas en la trampa
que eran sus relucientes ojos, pero sin dejar
de abrazarla, cambió de posición, la tumbó
sobre la cama y se le puso encima.
–Te había dicho que no nombrases a otros
hombres en la cama.
–¿Y quién ha empezado?
–Yo puedo, tú no. Tampoco muestres tanto
interés por otros.
–Qué terco eres.
Hugo la besó.
–¿No te gusta?
–¿Cómo no me va a gustar? – Lucia le
rodeó el cuello con los brazos entre risitas.
–No vayas sola a ningún sitio. – Le advirtió
Hugo, encantado de escucharla reír. – Que
te acompañe el escolta a todas partes.
–Me preocupas más tú. Te vas a la guerra.
–No hace falta. Tú asegúrate de dormir y
comer bien.
–Me preocuparía, aunque fueras el hombre
más fuerte del mundo. Ve con cuidado, no
te hagas daño.
Hugo la abrazó con fuerza a modo de
respuesta. Con ella se sentía válido,
querido. Tal vez esta mujer sería capaz de
amor a Hue. Quizás algún día podría
empapar de su color la infancia que había
enterrado en su interior. Sentía que algún
día podría contarle todos sus secretos.
–Volverás antes de que acabe el año, ¿no?
– Preguntó Lucia aquella noche dos meses
antes de fin de año.
–La mañana del primer día del año estaré
contigo.
.x.x.x
Parte V

El hombre a cargo de vigilar a David, el


conde de Ramis sólo tenía que saber dónde
estaba y con quién se codeaba.
Acostumbrado a misiones donde su propia
vida había estado en riesgo, esto era pan
comido, así que con la esperanza de
descubrir algo importante sobre su objetivo
que pudiese lanzar al estrellato su carrera
se fue acercando.
David solía darle a la botella en un bar
desde que había llegado a su territorio. A
diferencia de la Capital, allí no existían
establecimientos para los de alta clase y ver
al hijo de un gran señor entrar por la puerta
dejaba pasmados a los clientes más
humildes. Davis mostraba su autoridad
impidiendo que nadie abandonase el bar
hasta que hubiese terminado.
Aquel día el hombre a cargo de vigilarle le
siguió como era costumbre, pero no vio ni
rastro de él hasta que, de repente, algo le
atizó la cabeza por detrás y se desmayó.
–Descubre quién es. – Ordenó David. –
No, mejor encarceladlo. Ya me encargo yo
de interrogarle. – Anunció rechinando los
dientes.
Tenía una idea de para quién estaba
trabajando el espía: su padre.

* * * * *

Informaron a Anita de que un cliente


importante había llegado al reservado
especial, así que ella, con una sonrisa
astuta, se dirigió a la habitación.
–Oh, condesa. – un David claramente
borracho la saludó. – He vuelto a venir.
–Si hubiera avisado, habría venido antes.
Las criadas se retiraron para dejarles
intimidad siguiendo el gesto de la mirada
de Anita.
–¿Te molesta que haya venido a buscarte
de repente?
–En absoluto, no se me ocurre mayor
honor, Su Alteza.
David soltó una risita al escucharla llamarle
por un título que no le pertenecía.
–La única que me entiende eres tú,
condesa.
–Llámeme señora Juel aquí, mi señor, no
condesa Anita.
–Oh, sí. Ya me lo habías dicho, sí… Señora
Juel.
David había regresado a la Capital después
de encarcelar al espía, furioso. Al llegar se
dio cuenta de que le sería imposible volver
a casa y por mucho que inquiriese a su
padre sobre el misterioso desconocido, lo
único que conseguiría sería una
reprimienda. Así que el único lugar que le
quedó fue el bar de la agradable condesa.
Fabian había intentado descubrir qué se
traían entre manos David y la condesa, pero
no sacó nada de valor. La pareja se estaba
conociendo, para ser más precisos, la
condesa estaba ganándose la confianza del
duque.
Anita era elocuente y se le daba bien
manipular a los hombres. Además, se
desenvolvía con soltura en temas que les
interesaban como la economía o la política.
El único hombre al que sus artimañas no le
habían afectado había sido el duque de
Taran porque, para empezar, era alguien
que no se molestaba en conversar con
mujeres. Anita notó el disgusto de su
mirada cada vez que alguna mujer
parloteaba junto a él y decidió cerrar el
pico. Aunque poco le hubiese interesado el
lado ligón de Anita.
–¿Se quedará en la capital? Entonces, le
volveré a ver más a menudo.
–En realidad…
David comenzó a cotorrear incesantemente
sobre los temas más típicos del mundo: lo
mucho que odiaba a su padre, el dolor de su
madre y sobre su terquedad en odiar al
duque de Taran. A Anita le gustaba que
este borracho fuese tan retorcido, gracias a
ello era fácil de manejar. Se había
esforzado en ganarse su favor y confianza
sin cobrarle por las bebidas, escuchándole
y dándole la razón en todo lo que decía.
Durante todo este tiempo su rencor por la
duquesa creció como un agujero negro. Se
engañaba a sí misma con que su posición
estaba yéndose por la borda y era incapaz
de dejar su trabajo en el bar porque cada
vez que la miraban y seducía con su sonrisa
recordaba que estaba viva. Jamás
reconocería que era cosa de su personalidad
y culpaba a la duquesa por haberla
reducido a un trabajo tan humillante, no
obstante, era demasiado débil para
suponerle una amenaza a la mujer del señor
de los Taran. A pesar de todo, un ratón
puede atacar a un gato. Anita esperó el
momento oportuno y David y sus celos se
presentaron en su vida como la herramienta
ideal para poner en marcha su plan.
–¿Para qué me ha mandado un espía mi
padre? ¡Aquí hay alguien que está rajando
de mí! Ese tal Taran se está metiendo entre
nosotros. ¡Nos está separando!
Anita se burló internamente de la absurda
acusación de David. ¿Para un duque como
Hugo se molestaría en calumniar a un mero
conde? Imposible.
–Creo que mi buen señor debería
contratacar en lugar de quedarse de brazos
cruzados aguantándolo todo. – Anita le
consoló. – Creo que podría humillar al
duque si usted lo quisiera.
–¿Humillarle? ¿Cómo?
Anita ocultó su sonrisa complacida y
continuó hablando como si nada.
–Si se escampase el rumor de que mi señor
tiene un romance con la duquesa, el duque
no podría discutírselo o quejarse, y si lo
hiciera, sería humillante.
David vaciló. Le incomodaba tener que
hacer algo que pudiese ensuciar la buena
reputación de la duquesa a la que seguía
amando pese a los malos sentimientos que
le profesaba a su marido.
–Además… A veces los rumores se
vuelven realidad. No sería la primera vez
que una pareja se conoce a través de un
rumor y acaba enamorándose.
David estaba seguro de que la duquesa se
prendaría de él en cuando tuviese la
oportunidad de conversar con ella. Un
rumor sería la excusa perfecta para
hablarle.
–Pero… La gente se enterará que es falso.
–¿Falso? Oh, no. No va a ser falso.
–¿Cómo que no?
–Los rumores sólo necesitan una pista. Un
testigo de un encuentro secreto es como
darle alas al rumor.
La duquesa sólo asistía a eventos discretos
y se sabía que su relación matrimonial era
idílica. Aun así, todo humano disfruta de
tener algo contra un objetivo imposible. Si
conseguía crear una situación en la que
David y la duquesa se encontraban el
rumor correría como el agua. Los
escándalos de nobles eran innumerables,
pero pocos contaban con un protagonista
inmaculado. La verdad no importaba, sólo
la diversión.
–Dentro de unos días se celebra el Día de la
Fundación. El duque no está en la capital y
se celebrará una fiesta. No habrá un
momento más fácil.
–El problema es cómo voy a acercarme a
ella a solas sin que nos vean.
–De eso me encargo yo.
–Mmm… ¿Por qué me ayudas?
A Anita se le llenaron los ojos de lágrimas
y confesó que había sido una de las
amantes del duque a las que habían
abandonado sin misericordia alguna y
mintió asegurando de que esperaba la
manera de poder vengarse de él.
–Sólo necesito que me ayude con una
cosita…
–¿Con qué?
Anita vaciló como si no estuviese segura de
decir nada hasta que David le juró que
haría todo lo posible por ayudarla.
–Me he enterado de que su familia tiene un
objeto mágico que cambia la apariencia de
quien lo usa… Me gustaría que pudiese
dejármelo un rato.
Capitulo 99 El Banquete
Ni siquiera el carruaje de los Taran se
ahorró el control de la entrada donde se les
identificó y se les indicó que las armas
estaban trepidantemente prohibidas.
–¿Me estás diciendo que queréis que un
soldado abandone su espada? – Roy frunció
el ceño amenazadoramente.
–Está prohibido entrar a palacio armado. –
Consiguió balbucear el guardia consciente
de con quién hablaba.
Roy entregó su espada a regañadientes,
después de todo, un verdadero experto no
necesitaba un arma en específico para
defenderse o atacar, hasta un tenedor le
serviría si era necesario matar.
El soldado de la puerta les permitió acceder
al recinto.

En cuanto la duquesa de Taran hizo su


aparición en palacio, todas las nobles la
rodearon para saludarla y halagarla. Roy,
sorprendido, se preguntó cómo Lucia era
capaz de recordar tantos rostros y nombres
a una distancia prudencial. Escoltar a una
noble era infinitamente más complicado
que escoltar a un rey, con ella tenía que ser
considerado y guardar las distancias para
no molestarla.
Nadie se atrevía a acercarse a Roy, así que
no se le dificultaba la tarea de vigilar a la
duquesa. Fue entonces, cuando reconoció a
una mujer. El soldado raramente recordaba
a nadie, pero aquella mujer le daba mala
espina. Había estado reconociendo el
terreno de la fiesta durante un rato, sin
interactuar ni hablar con nadie y su mirada
no abandonó en ningún momento al grupo
de mujeres que conversaban alegremente
con la princesa Katherine y la duquesa. Era
irritante. ¿Cómo debía actuar si se acercaba
a su protegida? La arpía desapareció al
cabo de un rato, pero otro indeseable
apareció.
Roy recordaba a David con claridad.
Cuando trabajó de guardia personal del
príncipe heredero tuvo que soportar que ese
bastardo se lo mirase como si fuese un
perro. Extrañamente, David parecía estar
escondiéndose entre la multitud evitando a
sus conocidos. Roy ignoraba que el padre
del conde lo había exiliado a su feudo, pero
aun así sospechó de él. Justo entonces, la
mujer volvió a entrar en escena e
intercambió unas palabras con David antes
de marcharse. ¿Serían amantes? No, algo
no iba bien.

Anita se metió en su escondrijo y observó a


la duquesa mientras se mordía el labio. El
perro rabioso, Roy, no se separaba de ella
ni por un segundo y no se le ocurría
ninguna manera de conseguirlo. No tenían
mucho tiempo, la duquesa no se quedaría
hasta el alba. ¿Por qué se había traído a un
soldado con ella? Pocas nobles permitían a
sus escoltas acompañarlas dentro de las
fiestas y, aunque no estaba prohibido, la
mayoría serían el hazmerreír de hacerlo.
Por supuesto, nadie osaría burlarse de la
duquesa.
Aquella sería su única oportunidad y
necesitaba aprovecharla. La duquesa no
asistía a bailes y quien sabe cuándo
volvería a aparecer sola como aquella
noche. ¿Dónde no podía seguirla el
soldado…? Oh, claro, la salita de descanso.
Anita había visto a la duquesa con la
princesa Katherine en su salita privada.
Nadie tenía permitido el paso sin explicita
orden de la princesa. Aprovechando que
Katherine seguía en el salón, Anita se
acercó a la zona de la salita.
Era un lugar apartado, silencioso y sin
bullicio ninguno. Era un lugar idóneo.
–¿Qué quiere? – Los guardias de la puerta
le barraron el paso.
–La princesa me ha dado permiso.
–La princesa no me ha dicho nada.
–¿Puedes preguntárselo a la criada que hay
dentro? La princesa me ha pedido que le
pase un mensaje.
El guardia entró y la sirvienta salió. Anita
midió mentalmente a la criada y, viendo lo
parecidas que eran, se le ocurrió un plan.
–Qué raro… No es ella. ¿No hay otra
criada adentro?
–No.
–Oh, pues lo habré entendido mal. – Dijo
Anita y se dio la vuelta.
Para sacar del medio a los guardias
necesitaría la ayuda de Ramis y en cuanto a
la criada…
–Hey, vosotros, venid. – David llamó a los
guardias de delante de la salita de
Katherine.
Los guardias intercambiaron miradas y se
le acercaron. Si no fuese porque se trataba
del hijo del duque de Ramis lo habrían
ignorado.
–¿Sí, señor?
–Venid conmigo un momento.
–Pero tenemos que vigilar…
–Caray, sólo será un momento.
–Bueno, uno de nosotros se queda aquí.
–Os necesito a los dos. Es solo un
momento. ¿No puedes ni ayudarme un
segundo? Menuda decepción.
Los guardias eran meros sirvientes de
palacio y los caprichos de un noble podían
costarles su puesto de trabajo si se le
antojaba. Los soldados intercambiaron
miradas una vez. Un segundo no
significaría nada y, en cualquier caso,
todavía quedaba una criada dentro de la
salita.
Anita aprovechó que David se alejaba con
los guardias para colarse dentro de la salita.
–¡Cómo ha entrado? Sois la de antes.
–La princesa me ha dado permiso.
–¿Eh? Pues a mí no me ha dicho nada.
–¿Entonces cómo te crees que los guardias
de la puerta me han dejado pasar? –
Replicó Anita fingiendo enfado. – Si no me
crees, sal y pregunta.
La criada se acercó a Anita y la condesa
aprovechó para girar el anillo que llevaba
puesto para transformarlo en una aguja y
pincharla. La sirvienta se desmayó poco
después a causa del veneno paralizante y
mortal. Anita no pensaba darle el antídoto y
hasta se regodeó de haber cometido
semejante crimen. Arrastró el cuerpo de la
criada hasta el baño, la desnudó y se
cambió antes de usar el brazalete que le
había dejado David. Su melena se volvió
marrón claro, sus pupilas negras y, aunque
su estructura no era del todo distinta, su
impresión era otro mundo. El efecto del
brazalete duraría una hora y sólo podría
reusarlo al cabo de un año, pero no
importaba, una hora le bastaba.

* * * * *

Fabian se lamentaba por tener que trabajar


el día de la Fundación. Puede que su sueldo
incrementase proporcionalmente con las
horas extra que hacía, pero tenía
sentimientos opuestos. Ahora que su señor
estaba ausente se le había doblado la faena
y era incapaz de relajarse porque cualquier
incidencia sería fatal.
El subordinado al que le había encargado
vigilar a David Ramis no había aparecido
desde hacía días y le molestaba. Puede que
fuese un imbécil, pero el feudo era su
territorio y tal vez hubiese sido más sensato
enviar a más de un hombre. Tampoco había
noticias relevantes sobre la condesa de
Falcon, la mujerzuela estaba
completamente volcada en su negocio. La
reputación de la condesa no le interesaba,
pero Fabian sabía que no era estúpida así
que su trayectoria era dudosa. Había
sobornado a absolutamente todos los
empleados del bar gracias a los que
descubrió que David alababa a la duquesa
cada vez que se tomaba un par de copas de
más y que se había atrevido a entregarle
una carta de amor. ¡Vaya un loco de atar!
Por suerte la duquesa lo había rechazado
porque si hubiese surgido un rumor su
señor habría enfurecido y quien sufría las
consecuencias de su ira eran los lacayos.
Fabian se estremeció sólo de pensarlo.
El espía al que le había encargado Harry se
presentó con un informe breve sobre una
quedada rápida entre su objetivo y David.
–¿Qué? ¿Se han visto?
–No han hablado de nada en especial,
David sólo le ha preguntado sobre lo que
ha pasado últimamente.
–¡Da igual de lo que hayan estado
hablando, el problema es…!
¡El imbécil de David estaba en la ciudad!
Fabian presintió que su espía no regresaría.
Era imposible que el duque Ramis hubiese
permitido que su hijo volviese a la capital
tan pronto. ¿Por qué estaba aquí? ¿Por el
baile? Fabian encajó una a una todas las
piezas del rompecabezas que había ido
recopilando. La celebración de la
Fundación era una oportunidad de oro para
quedar con la condesa, ¿pero por qué no
hacerlo en secreto? A Fabian le entró un
escalofrío: su señora estaba en el baile.
Roy estaba allí, pero no satisfecho con eso,
Fabian envió a alguien para que se infiltras
en el palacio y lo avisase.

.x.x.x
Parte II

Anita abandonó la salita disfrazada de


criada. Los guardias abrieron los ojos como
platos en cuanto la vieron salir.
–¿Por qué diablos habéis abandonado
vuestros puestos? – Los regañó. – La
princesa está dentro furiosa.
Los soldados empalidecieron. ¿Cómo se
podía tener tanta mala suerte? Ignoraban
que todo había sido una estratagema del
conde de Ramis, sólo sabían que necesitaba
ayuda y que, de repente, les había dicho
que ya podían volver a lo suyo. Tampoco
podían mencionarle, porque si el noble
decidía no admitir la culpa se les caería el
pelo de todas formas. Mortificados, se
imaginaron un futuro terrible.
–Me he inventado una tontería.
–¿Qué?
–Venid, que no quiero que nos escuche.
Los soldados la siguieron sin vacilar y, en
cuanto lo hicieron, David se coló en la
salita.
–Le he dicho a la princesa que os ha
llamado el capitán de la guardia.
–¿Y se lo ha tragado?
–Se le ha pasado un poco el enfado. No
creo que vaya a corroborarlo con el capitán,
pero ya podéis disculparos en cuanto
vuelva.
–Muchísimas gracias. No te había visto
nunca por aquí. ¿Cuánto haces que
trabajas?
–Hace poco.
Anita charló unos minutos más con los
guardias antes de volver a la salita.
–¿Eres tú… de verdad? – David se quedó
atónito.
–Sí.
–Pareces otra. Es la primera vez que veo
cómo funciona el brazalete.
–A mí también me ha sorprendido.
–¿Y ahora qué hacemos?
–Voy a traeros a la duquesa.
–¿Y si viene alguien?
–Ya me ocupo yo de eso, no se preocupe.
No tardaré mucho.
Antia le advirtió a David que no saliese de
la estancia bajo ningún concepto, recogió la
ropa con la que había entrado en la salita la
primera vez y avisó a los guardias de que
iba a buscar a la duquesa por orden de la
princesa.
–La princesa me ha dicho que quiere hablar
con ella en privado y que nadie puede
pasar.
–Entendido.
A nadie le extrañó ver a una criada
cargando con un vestido de noble. Era
habitual traer un segundo atuendo por si el
modelito con el que llegaban a las fiestas se
ensuciaba. Así que Anita tiró el vestido en
un almacén y prosiguió con su plan.

–Su Majestad el rey quiere hablar en


privado con la princesa. Es urgente. –
Informó Anita a la criada de Katherine.
–Vale, pero… ¿Quién eres?
La criada intentó identificar a la mujer a la
que no había visto nunca, pero antes de
conseguirlo la desconocida salió disparada.
No podía ignorar el mensaje del rey, así
que, a pesar de la mala actitud de la novata,
decidió cumplir con su obligación.
Anita se escondió hasta que confirmó que
Katherine estaba fuera de la zona y,
entonces, se acercó a la criada de la
duquesa.
–La princesa quiere hablar con la duquesa
en privado. La espera en la salita.
Lucia escuchó atentamente las palabras de
su criada y se dirigió a la salida donde, en
la puerta, la esperaba una criada.
–La princesa ha salido un momento. ¿Estás
segura de la orden que te han dado?
Anita miró a Roy de soslayo y agachó la
cabeza.
–Me ha dicho que tenía que hablar con la
duquesa de un asunto importante antes de
que se fuese por petición del Rey. Me ha
dicho que estaba relacionado con lo del rey.
Katherine había avisado a Lucia de que
tenía que ausentarse para ir a ver a su
hermano, por lo que no desconfió de las
palabras de la criada. En lugar de ello, le
preocupó que su amiga tuviese un asunto
tan importante entre manos. Tal vez estaría
relacionado con su marido.
–Vamos.
Anita lideró la marcha por el pasillo que se
alejaba de la bulliciosa fiesta. Ya en la
salita, la condesa se quedó detrás de la
duquesa y de su criada pretendiendo
esperar para cerrar la puerta, sin embargo,
en cuanto lo hizo pinchó la mano de la
acompañante de Lucia para envenenarla.
–¡Cielo Santo! – Exclamó Anita cuando la
sirvienta ya se encontraba en el suelo.
Lucia dio marcha atrás para ayudar a su
acompañante y, en ese momento, Anita
aprovechó para sacarse una botellita de
perfume que llevaba escondida en el
escote.
–Mi señora duquesa.
En cuanto Lucia giró la cabeza para
mirarla, Anita la roció con el perfume
anestésico.
–¿Qué demonios…? ¿Por qué has…? –
David salió de su escondrijo y se presentó
ante la condesa extasiada por el
nerviosismo. – ¿Qué significa esto? –
David nunca pensó que su plan terminaría
resultando dañina para la duquesa. – ¿Y la
mujer del baño?
Durante todo el rato que había estado en la
salita, David había estado revolviendo cada
detalle de la habitación para matar el
aburrimiento hasta que descubrió a la mujer
en cueros que yacía en el suelo del baño.
–La he dormido para poderle coger la ropa
un rato. La duquesa también está dormida.
Ayúdeme, por favor. Quiero tumbar a la
duquesa en el sofá y librarme de la criada
antes de que se despierte.
David se desosegó. No quería involucrarse
en algo demasiado grande y salir
perjudicado. Sólo quería crear un rumor y
nada más.
Anita captó la cobardía de David sin
sorprenderse. Tampoco era un peón
irreemplazable, hombres había muchos y
todos eran iguales. Sólo les importaba su
propio bienestar. El único que no era así
era el duque de Taran que no le bailaba el
agua a nadie, directamente informaba de
cuáles eran sus intenciones. Anita miró a la
duquesa con frialdad. En su momento se
sintió satisfecha con el simple hecho de
poseer el cuerpo del duque, pero por culpa
de esta zorra… Quizás no saldría airosa de
la situación, pero desde luego pensaba
terminar lo que había empezado y
necesitaba que David no se retirase antes
de tiempo.
–¿Quiere que lo dejemos aquí? Haré lo que
usted desee, mi señor. Aunque es una
lástima porque no creo que volvamos a
tener una oportunidad como esta nunca
más.
Conociéndole, si insistía, David se echaría
para atrás del todo, era mucho más sensato
darle el poder de decisión.
Anita jugueteó con el anillo que tenía en la
palma de la mano. Tampoco era mala idea
matarlos a todos incluyendo a David y a la
duquesa antes de suicidarse. Había
ignorado todos los tabús de la sociedad en
cuanto decidieron envenenar a la criada.
Ahora era libre, la oscuridad que le había
consumido su corazón se la tragó entera.
–Bueno, ya que hemos llegado hasta aquí,
no voy a echarme atrás como un cobarde. –
Decidió David que no vio la extraña mueca
que asomó en el rostro de Anita. – ¿De
verdad sólo están inconscientes?
–Sí.
–No le pasará nada a la duquesa, ¿no?
El malestar de la duquesa sería un golpe
fatal para sí en un futuro cercano.
–Claro que no, en absoluto.
La sed de sangre de los ojos de Anita se
esfumó como el aire. No estaba mintiendo,
el perfume sólo era un tranquilizador que
había dejado a la duquesa inconsciente
temporalmente, aunque las criadas
seguramente acabarían muriendo. No
obstante, ¿para qué entrar en detalles?

.x.x.x
Parte III
Roy estaba apoyado contra la pared de la
habitación adyacente a la de la princesa
Katherine después de confirmar con los
guardias que nadie más estaba dentro a
parte de la duquesa. Le incomodaba no
poder vigilar con sus propios ojos a su
protegida.
–Hey, tú. Ven. – Le ordenó a un sirviente
que pasó por delante de él.
El sirviente se le acercó de mala gana.
–Hay que andarse con cuidado con un par
de personas. – Le musitó el presunto
criado.
–Tráeme algo de beber. – Dijo bien alto
para que los guardias de la puerta de la
salita de la princesa le pudieran escuchar.
–Son el conde Ramis y la condesa de
Falcon. Cuidado que no se acerquen a la
señora.
La puerta de la salita se abrió y una criada
salió, intercambió unas miradas con los
guardias y se dirigió hacia Roy.
–Te he dicho que me lo traigas, ¿a qué
viene tanta cháchara?
–No se puede beber alcohol aquí, señor.
Anita no sospechó de una escena tan típica
como la de un personaje como Roy
exigiendo algo irrazonable a alguien del
servicio y los pasó de largo.
–¿…Quién? – La criada que acababa de
pasar por delante de él apestaba como
aquella otra mujer que detestaba. – ¿David
y quién más…?
–La condesa de Falcon.
–Ni idea, pero es una mujer.
Roy se irguió y se acercó a los guardias de
la puerta de la salita sin tiempo que perder.
Les pegó un puñetazo en el estómago sin
previo aviso, les dio un golpe seco en la
nuca y los dejó tirados en el suelo.
–Abre la puerta. – Le indicó al hombre que
iba vestido de sirviente.
El boquiabierto mensajero corrió a abrir la
puerta para que Roy pudiese entrar y le
siguió después de asegurarse de que no
hubiera testigos. Cuando el feroz guerrero
se encontró con su señora tumbada en un
sofá con los ojos cerrados y a David
acechándola se le cambió la cara.
–¡¿Qué le has hecho a la señora?! – Rugió
abalanzándose sobre el conde y cogiéndole
por el cuello de la camisa.
–¡Suéltame ahora mismo, hijo de puta! –
Exclamó David con el ceño fruncido y
enrojecido por la presión de la mano que le
sujetaba el cuello.
Roy lo sacudió y lo amenazó con más vigor
en lugar de soltarle.
–Como la señora tenga el más mínimo
rasguño, te mato.
–No le ha pasad-…
–¿Es cosa tuya?
–No… Se ha… desmaya-… Desmayado…
Suéltame…
–¡Imbécil! ¡¿Por qué se ha desmayado?!
David guardó silencio mientras Roy lo
sacudía incesantemente. Al soldado se le
aceleró la respiración y, furioso, decidió
escucharle hablar. Así que soltó a David de
mala gana.
–¡¿Vas a hablar o qué?!
–¡Insolente…! ¡¿Sabes quién soy?! – Le
espetó David frotándose el cuello.
–Me da igual. Explícate.
–¿Y tú quién eres?
–¿Yo? El escolta de la señora, y todo aquel
que le ponga la mano encima, morirá.
–Sólo he quedado con ella. – David se
estremeció. Sabía que Roy cometería un
asesinato sin pensar en las consecuencias.
–¿Para qué?
–Bueno, me había invitado ella.
–No me han dicho que estuvieras aquí y
aquí no entra cualquiera. – Le contestó
pensando lo idiota que había que ser para
intentar que alguien se creyese semejante
sarta de mentiras.
–¿Cómo te atreves a hablarme así…?
El acompañante de Roy comprobó el pulso
de la duquesa y asintió con la cabeza a
modo de gesto.
–Duquesa.
El desconocido despertó a Lucia. La joven
frunció el ceño y abrió los ojos tocándose
la frente. Se sentía pesada y le dolía la
cabeza.
–¡Mi señora!
–Señor… ¿Krotin?
–¿Puede levantarse?
Lucia no podía pensar. Se aferró al sofá,
murmuró algo y se levantó apoyándose en
un hombre que tenía al lado.
–Date prisa, acompáñala afuera. Asegúrate
de que no te vean. Aquí pasa algo.
–Sí. Duquesa, rápido.
Lucia quiso preguntar qué ocurría, pero a
juzgar por la expresión de su escolta se fío
de dejarlo en manos del señor Krotin y
creer en él. Estaba mareada, pero pudo
caminar fácilmente cuando echó a andar.
Se sorprendió de encontrarse a los dos
guardias de la entrada tirados por el suelo y
eso la terminó de desvelar.
–No hay nadie, adelante.
El criado no bajó la guardia durante todo el
camino a pesar de que no solía haber nadie
por esa zona del palacio.
–Espera, se acerca alguien. Será mejor
evitarle.
Era mejor pasar desapercibidos porque
seguían estando demasiado cerca de la
salita.
Un grupo de diez nobles acompañadas por
Anita disfrazada de criada se dirigió a la
salita de la princesa. El ahora escolta de
Lucia no pudo quedarse a ayudar a su
compañero, su prioridad recaía en la
duquesa.
–Ve más despacio. – Le advirtió Lucia
ahora que ya estaban casi en el salón de
baile. – Sino parecerá que tenemos prisa. –
Ya se sentía mucho mejor a pesar del mal
humor.
–Sí, señora.
El criado ralentizó los pasos y miró a la
duquesa que ya había erguido la espalda de
reojo. Era una mujer muy serena. No
inquirió sobre la situación ni se puso
nerviosa, se limitó a acatar las órdenes del
señor Krotin a pesar de ser una noble a la
que se la había tenido entre algodones de
azúcar toda la vida.
–Escolta a la duquesa al salón. – El
desconocido detuvo a uno de los criados
que correteaban por ahí. – Llama al doctor
imperial, le duele la cabeza.
–Sí.
Las miradas del desconocido y de Lucia se
encontraron por un breve instante antes de
separarse. Él decidió observar desde la
distancia por prudencia y ella recuperó la
compostura y permitió a la criada
acompañarla.

* * * * *

–Tú no has visto a la señora hoy, ¿lo pillas?


– Le dijo Roy a David en cuando su señora
abandonó la estancia.
David rechinó los dientes, furioso. A este
bastardo le daría una muerte dolorosa y
lenta. El muy grosero había osado insultar
al heredero de un ducado. El conde intentó
pasarle de largo, pero el soldado le barró el
paso.
–¡¿Qué?!
–Respóndeme. Mi señora no ha estado
aquí.
–¿Estás sordo? – David se burló. – Ella es
la que me ha invitado a venir.
–¡Serás hijo de-…! – Rugió Roy.
David se sobresaltó y la actitud ignorante
del soldado le indignó.
–¿Y si me callo, qué? ¿Crees que puedes
ocultar que la duquesa ha estado aquí?
¿Qué le vas a decir a los guardias de
afuera?
–Me aseguraré de que mantengan el pico
cerrado.
–¿Y cómo sabes que sólo lo sabemos
nosotros? –A Roy se le iluminó la mirada.
David no paraba de intentar enfurecerle
más por placer. – Dentro de nada vendrán
más testigos y verán que el escolta de la
duquesa está aquí conmigo. ¡Ya verás
cómo explico la situación!
–¿…Más testigos?
–El escolta de la duquesa se peleó con el
conde por culpa de una aventura que
estaban teniendo. Qué interesante.
Roy perdió toda expresión facial.
–…Entiendo. O sea que ha sido cosa tuya.
– Sonrió inmaculadamente.
A David se le puso la piel de gallina. Su
instinto le aviso de que corría peligro
mortal y, cuando intentó hablar, fue
demasiado tarde.
Roy le torció el cuello, dejó su cuerpo
inerte en el suelo, se levantó y repasó la
salita con frialdad como una bestia al
acecho. Rebuscó cada rincón hasta
encontrar los dos cuerpos inconscientes de
las criadas envenenadas. Ninguna tenía
pinta de llegar a sobrevivir, pero no podía
abandonar a una criada del duque. El conde
habría sido incapaz de tramar algo así, por
lo que seguramente había un cómplice que,
por supuesto, volvería a la escena del
crimen. En ese momento, Roy recordó a la
criada con la que se había topado en el
pasillo y que olía igual que la mujer a la
que repudiaba. Estaba seguro de que
estaban relacionadas de alguna manera,
pero… ¿Cuál sería su objetivo? ¿La señora
o el señor?
Roy había aprendido mucho como guardia
personal del príncipe heredero. Fue testigo
de disputas aristocráticas en las que se
utilizaban los rumores para acabar con los
enemigos. Al principio condenó a todos los
nobles por emplear un método semejante
en lugar de desenvainar la espada, no
obstante, con el tiempo comprendió que los
rumores dañan más que las heridas físicas.
Las mujeres salían peor paradas con los
rumores que los hombres y si la intención
del enemigo era herir a la duquesa, el
duque se vería afectado. Debía eliminar al
cómplice.
Roy olvidó el plan de huida y se dispuso a
borrar todo rastro de que la señora hubiese
estado en la salita aquella noche. Para
empezar, les partió el cuello a las criadas y
liquidó a los guardias para deshacerse de
los testigos. En un abrir y cerrar de ojos se
perdieron cuatro vidas.
El soldado no tuvo remordimientos ni se
sintió culpable por asesinar a gente
corriente. Se sentó tranquilamente en el
sofá a esperar. Minutos después, la puerta
se abrió con un chasquido y una docena de
nobles abarrotaron la salita, descubrieron a
Roy y se detuvieron en seco.
Anita, temblorosa en la puerta de la
entrada, tuvo un mal presentimiento cuando
no vio al escolta de la duquesa en el pasillo
ni a los guardias de la puerta. Algo no iba
bien. Sin embargo, ¿cómo rechazar a las
nobles que la apresuraban a abrir la puerta?
Huir sería demasiado obvio, así que decidió
escapar en cuanto les diese paso a las
demás. Ahora, delante de Roy se quedó
inmóvil como una presa ante un cazador.
Roy supo instintivamente que esa criada
era el cerebro y, dándole rienda suelta a su
lado de cazador, le lanzó la daga que
siempre llevaba encima al cuello.

.x.x.x
Parte IV

A Lucia, ya entre las demás damas, le


sudaban las manos. Sonreía por fuera a
pesar de la incomprensible serie de
acontecimientos por los que acababa de
pasar.
Katherine regresó a la fiesta y volvió a
juntarse con Lucia de inmediato sin ocultar
su mala cara. En cuanto su amiga la vio, se
serenó mentalmente.
–¿Acabas de volver de… Palacio?
–¿Sabes? Su Majestad no me ha mandado
llamar en ningún momento. Pienso castigar
al que se haya atrevido a engañarme. –
Expresó enfadada Katherine.
Lucia se dio cuenta de que todo había sido
una conspiración. Alguien la había
separado de Katherine y la había usado
para atraerla a ella a la salita. ¿Por qué? Si
no fuera por el señor Krotin las cosas se
habrían puesto muy feas. Recordaba
haberle visto coger al conde Ramis por el
cuello. ¿Sería él quien la había intentado
dañar? Sin embargo, lo más preocupante
era la condición de su protector.
–El doctor imperial la espera, duquesa. –
Le informó una criada.
–¿El doctor? ¿No te encuentras bien?
–Me duele un poco la cabeza…
–¡Oh, no! Será mejor que te vayas a
descansar a casa. No creo que las fiestas de
noche sean lo tuyo.
El tumulto de la guardia real abriéndose
paso entre la multitud para llegar a la salita
de la princesa Katherine interrumpió su
conversación. Los invitados de la fiesta
empezaron a cuchichear preguntándose qué
habría ocurrido.
–Ve a ver qué ha pasado. – Le ordenó
Katherine a una criada.
Los soldados desaparecieron por el pasillo
mientras que Lucia se excusó para ver al
médico.

Las nobles rodearon a Katherine cuando la


fiesta volvió a la normalidad.
–Invítenos a nosotras también a su salita,
princesa. – Le pidió una de las mujeres.
–A mí también. Sé que no podemos ir todas
a la vez, pero me ha dado pena que no se
me haya otorgado el grandísimo honor de
ser invitada por usted, princesa. – Dijo otra.
–¿De qué estáis hablando?
–Su criada ha llevado a varias señoritas a
su salita hace un momento. Nos han dicho
que se lo había ordenado usted.
–No he ordenado nada de eso. ¿Me estáis
diciendo que tengo a gente en mi salita
privada que ni siquiera conozco y sin
permiso? – Preguntó Katherine con
frialdad.
Las nobles intercambiaron miradas
inquietas.

Lucia regresó al salón de baile una vez más


después de la revisión del doctor imperial
justo a tiempo para ver cómo la criada de
Katherine le susurraba algo al oído.
–Una cosa, duquesa. – Katherine apartó a
Lucia del resto y se la llevó a un lugar
aislado. – No te pongas nerviosa y
escúchame. Me han dicho que se ve que ha
habido un accidente, bueno, más que
accidente… – Katherine fue incapaz de
terminar la frase.
Los puños cerrados y temblorosos de Lucia
traicionaban su fachada serena.
–Ha habido un asesinato. El culpable es tu
escolta, el caballero Krotin.
Su corazón pegó un vuelco.

* * * * *

–Acamparemos en este pueblo de


momento.
–Sí, mi señor.
A Dean le parecía que, a pesar de su corta
edad, las habilidades en batalla de Boris
eran dignas de adulación. El muchacho se
paseaba con una sonrisa orgullosa por
poder participar en la subyugación y su
padre, el capitán Elliot, parecía satisfecho
con el desarrollo de su hijo.
Antes de partir, a Dean le preocupaba que
al joven le costaría recuperarse de la
turbación de la primera batalla, pero no fue
así porque su señor ya no era el mismo. Su
señor había cambiado. El duque los había
dirigido durante toda la batalla en lugar de
masacrar a los bárbaros
indiscriminadamente como hasta entonces.
Reclutó soldados, planeó estrategias y
operó siguiendo varios métodos. Si ese
cambio era permanente, Boris sería la
primera generación de un nuevo tipo de
soldado de élite.
Hugo llevó a cabo la subyugación de los
bárbaros de una forma distinta a la habitual.
El propósito de aquella expedición bélica
no era reducir su población, sino separar a
las tribus que habían empezado a aliarse y
debilitarlos. Movilizó el mayor número de
efectivos que le fue posible y utilizó
estrategias de manera efectiva para que no
acarreasen más problemas. Su único
objetivo era volver a casa lo antes posible
y, a diferencia de antes, Hugo no sentía el
ímpetu de masacrar ni siquiera cuando los
tenía al alcance de la mano. En
comparación con el anhelo por abrazar a su
esposa, la sed de sangre era una mera
molestia.
Los lugareños de las aldeas cercanas a la
frontera siempre habían cooperado
gustosamente con el ejército del duque.
Eran una parte de la población vulnerable
al ataque de los bárbaros, pero se negaban a
abandonar sus hogares. Eran
mayoritariamente ancianos que volvían a
su pueblo para vivir sus últimos días donde
habían crecido de niños. Por eso mismo,
siempre quedaban casas abandonadas que
Hugo podía ordenar limpiar para plantar
allí sus cuarteles generales.
–Mi señor, el doctor del pueblo pide veros.
–¿Por qué?
–Dice que si nombro a “Philip” lo sabréis.
Hugo levantó la vista de sus documentos y
soltó una carcajada renuente. Sabía que
aquel vejestorio deambulaba por el mundo,
pero nunca se habría imaginado que
coincidirían allí.
No era una visita deseable, pero
pensándolo bien, tampoco tenía motivos
para rechazarle.
–Déjale pasar.
Instantes después el soldado regresó con
Philip y se retiró.
Hugo escudriñó los harapos que vestía el
anciano mientras éste le hacía una
reverencia.
–¿Qué quieres?
–He venido a saludarte porque me he
enterado de que estabas por aquí.
–No hacía falta. Haz como si no me
conocieras, no me apetece verte la cara. Si
ya está, fuera.
Philip estudió el rostro de Hugo con
esmero. El duque frunció el ceño
disgustado. Este viejo era el único que
osaba observarle con tanto descaro.
–¿Quieres que te saquen a rastras?
–Has cambiado.
–¿…Qué?
–Me miras de otra manera. Antes parecías
poder matarme en cualquier momento.
Era la primera vez que las palabras del
anciano no disgustaban a Hugo. Era cierto
que la presencia del doctor no le revolvía
las entrañas. Philip era el último vestigio de
sus pesadillas. Era un recordatorio
constante de la clase de monstruo aterrador
que era, y sin embargo, no se sentía como
un ser tan abominable.
–No debes cambiar. El dueño del norte
tiene que ser tranquilo y frío. Eres el único
con sangre Taran de verdad…
Hugo volvió a bajar la vista a sus
documentos y suspiró. El viejo soltaba
memeces cada vez que abría la boca.
–Fuera.
–¿…Cómo está la señora?
Los ojos de Hugo echaron chispas y su sed
de sangre volvió.
–Ni se te ocurra nombrarla con esa sucia
boca que tienes. A ti no te importa.
–Como doctor me preocupa que la señora
siga sufriendo los mismos síntomas. Si
quieres la cura…
–No la necesito.
Hugo llamó al soldado y le ordenó que
echase a Philip.
–Voy a quedarme por aquí una
temporadita. – Parloteó el anciano entre los
brazos del soldado. – Si alguna vez quieres
que ayude a la señora, avísame.
Hugo le ignoró y Philip desapareció con
una última sentencia:
–Llegará el día que me vendrás a buscar.
Hugo se jactó. Las cosas con este hombre
nunca acababan bien.
–¡Mi señor, noticias urgentes! – Otro
soldado entró corriendo en su despacho con
una cajita de madera marcada con el sello
que indicaba que eran noticias de la capital.
A Hugo le cambió la cara, leyó el mensaje
como viento que lleva al diablo y golpeó el
escritorio con el puño.
–¡Llamad a Callis…! ¡Llamad al señor
Elliot ahora mismo! – Rugió poniéndose en
pie de un salto.

* * * * *

Tres días tras el espantoso crimen del señor


Krotin, la Capital estaba desbordada por la
cantidad de cuchicheos y habladurías sobre
el tema. Roy fue arrestado por asesinato y,
para sorpresa de los soldados, no opuso
resistencia. La salita de la princesa
Katherine era la escena de un crimen, así
que se prohibió la entrada terminantemente
a todo el mundo.
Lucia no había salido de su mansión desde
la noche del baile cuando había vuelto por
insistencia de varias invitadas y, antes de
irse a dormir, pidió una última revisión
médica.
El palacio real había enviado un sinfín de
mensajeros para llamar a un interrogatorio
a la duquesa, pero gracias al estricto control
de seguridad, ninguno consiguió asomarse
a ver ni la sombra de la señora de la casa.
–La duquesa no puede ir a palacio sola para
tratar un tema de tan mal gusto en ausencia
del duque.
Al rey le disgustó la respuesta del capitán
de la guardia, pero se resignó. Para llegar a
la duquesa tendría que romper las filas
defensivas de su mansión y eso significaría
declararle la guerra al duque de Taran, algo
que jamás osaría.
Fabian envío un mensaje urgente al duque
en cuanto se enteró de lo ocurrido seguido
de la información adicional que le iba
llegando. Se aseguró de que cuando el
duque regresase, estuviese al día de todo.
Los encargados de conseguir información
de los Taran estaban enfocados en sus
tareas como nunca. Se movilizó cualquier
medio necesario y, el cuarto día, Fabian fue
a informar a la señora de la situación
porque no pudo ignorar los mensajes de
Jerome sobre el estado de la señora, que se
negaba a comer o dormir. El asunto de Roy
era importante, pero si el duque llegaba y
se encontraba a su mujer en malas
condiciones, el resto dejaría de importar.
La noche anterior el rey le había permitido
hablar con Roy en su celda de aislamiento.
El soldado le saludó tranquilamente como
si nada.
–Hey. –Empezó Roy tumbado en el suelo y
apoyándose la cabeza con la mano. – ¿Qué
tal?
–¡Serás gilipollas! – Fabian estalló. – ¿Que
“cómo estoy”? ¡Perfectamente estoy!
¡¿Cómo puedes estar tan tranquilo mientras
el resto nos matamos a trabajar?! ¡¿Eh?!
–¿Y qué quieres que haga? ¿Que llore?
–Ah… No sé ni para qué pregunto. Sabía
que acabarías liándola así, pero joder, si la
vas a liar, hazlo con algo que sea más fácil
de tratar.
Fabian continuó calumniando a Roy hasta
quedarse tranquilo, mientras que el soldado
lo escuchaba todo desde detrás de los
barrotes de la cárcel. La actitud
despreocupada de Roy era tremendamente
irritante para Fabian.
Roy no había abierto la boca desde su
arresto y si el rey había permitido la visita
de Fabian era con la esperanza de que éste
convenciera al preso de que proporcionase
alguna pista o testimonio.
–Habla, he confirmado que no hay nadie
escuchando.
Roy explicó su punto de vista.
–¿Por qué asesinaste a David? Si lo
hubieras dejado vivo la cosa no sería tan
seria, ¿sabes?
–Dejarle vivir también habría traído sus
consecuencias, así que, si matarlo va a estar
mal y dejarlo vivir también, prefiero
matarlo.
–Serás bestia. Menudo bastardo cruel estás
hecho. ¿Cómo es que un hijo de puta como
tú pueda andar bajo el sol tan tranquilo? –
La ira abrumó a Fabian que se desahogó
insultándole de nuevo. – ¿Por qué mataste a
la condesa delante de tantos testigos?
Podrías haber huido perfectamente. Ahora
estás entre la espada y la pared. Te pillaron
con las manos en la masa.
–Bueno…
–¿Qué?
–¿Qué pruebas hay de que la haya matado
yo? Tuve que fingir haberme vuelto loco
para que no lo relacionasen con la señora o
el señor, ¿no?
Este tío era un demente, pero uno bastante
astuto.
–No hay nadie con dos dedos de frente que
trabaje para nuestro señor. – Se lamentó
Fabian.
–Pensé que era mejor matarla antes de que
pudiera abrir la bocaza. Pero mira, fue
increíble. La cara le cambió en cuanto se
murió. ¿Cómo puede ser?
–Por un objeto mágico. – Gruñó Fabian. –
Es del duque de Ramis, aunque ahora
aseguran que se lo robaron.
La condesa de Falcon era sospecha de
muchos cargos, de haber usado un
artefacto, haberle usurpado la identidad a
una criada, tener veneno en el anillo y usar
la salita de Katherine sin permiso, así que
por el momento la realeza había dejado a
Roy estancado. La condesa estaba muerta,
por lo que una confesión era imposible,
pero se estaban dedicando a mirar con lupa
cada posesión bajo su nombre.
–¿Sabes cuál es tu cargo más grave?
–Asesinato.
–Sí. El resto dan más o menos igual, pero
asesinar al heredero de un duque es grave.
Bueno, ya está. ¿Por qué usaste tu propia
arma para matar a la condesa? Entraste a
palacio con un arma, podrían acusarte de
intento de asesinato al rey.
Roy se rascó la barbilla y dijo:
–…Pues, es que siempre la llevo…
–…Pues muérete. – Replicó Fabian,
enfadado

Capitulo 103 Negociaciones


Lucia salió corriendo del dormitorio para
recibir a Fabian en cuanto le avisaron de su
llegada.
–¿Has visto al señor Krotin? – Preguntó
con urgencia una duquesa desgastada por el
cansancio. – ¿Está a salvo?
–Sí, no le pasa nada. – Contestó Fabian
pensando en que era prácticamente
imposible matar a ese bastardo. – La celda
no es el mejor de los sitios, pero se está
adaptando.
Lucia suspiró aliviada. Katherine le había
dicho que Roy era un asesino y aquello
también la había dejado más tranquila
porque, si él era el criminal, por lo menos,
estaba a salvo.
–¿Qué será de él?
Lucia ignoraba los detalles de lo ocurrido
más allá de que Roy había matado a la
condesa de Falcon y a David. Se enteró de
que la criada a la que la condesa le había
suplantado la identidad no regresó jamás y
presagió su final.
–Todavía lo están investigando.
De las seis víctimas, sólo se había corrido
la voz de que Roy era el autor de dos de las
muertes. Las dos mujeres envenenadas se
asociaban con la condesa y no se había
concretado nada sobre los soldados.
–Si se lo encuentran culpable, le
condenarán a muerte. Ha matado al
primogénito de un duque.
–…Sí, pero-…
–Voy a ir a testificar a palacio, si explico la
situación-…
–No, mi señora. – Fabian y Jerome la
interrumpieron a la vez.
–Comprenda el motivo por el que el señor
Krotin ha guardado silencio hasta ahora. Si
usted testifica, la tendrán que investigar
también.
Roy era un famoso buscarruidos, nadie
dudaba de la veracidad de los sucesos. La
princesa Katherine aseguró que la duquesa
había estado con ella en el momento de la
tragedia, así que Lucia quedó excluida del
caso. Que la duquesa se quedase encerrada
en su mansión tampoco era sospechoso por
lo conocido que era el hecho de que a
Lucia no le agradaban salir en público.
Además, comprendían que el abominable
acto de su escolta debía haberla dejado
amedrentada.
–Entiendo su frustración, mi señora. –
Fabian quería vivir muchos años y, desde
luego, si la duquesa acababa metida en el
ajo sus días estarían contados. – Pero, por
favor, espere a que vuelva el señor. Le he
enviado un mensaje urgente y me ha
contestado que ya está de camino.
–¿Entonces me tengo que quedar de brazos
cruzados? ¿Y si ejecutan a al señor Krotin?
El duque de Ramis no esperará a que
vuelva mi marido.
–Eso no ocurrirá, no se preocupe.
El rey no le deseaba mal a Roy. El soldado
le había salvado la vida en varias
ocasiones, así que, para compensar,
esperaría a la llegada del duque de Taran
para comenzar con la investigación.
–Y pensar que un hombre inocente como el
señor Krotin está en semejante situación
por ayudarme… Es imposible que planease
un asesinato. Estoy segura de que llegó a la
conclusión de que el conde de Ramis me
iba a hacer daño y tomó el toro por la
cornamenta. – A Lucia se le enrojecieron
los ojos. Se le saltaron las lágrimas y
aceptó el pañuelo que Jerome le ofreció
casi de inmediato.
Fabian apretó los labios. No podía
consolarla admitiendo que Roy era un loco
desbocado.
–No podemos juzgar sin contar con el
testimonio de Roy. Sé que es frustrante,
pero espere a que vuelva el señor duque, mi
señora.
–…De acuerdo. Se ve que no puedo hacer
nada.
–Lo que importa es que usted esté bien.
Fabian condenaba los actos precipitados de
Roy, pero en realidad, admitía que el
soldado había hecho bien. Sólo de
imaginarse a la duquesa rodeada de
rumores sobre una presunta aventura con
David era suficiente para que un escalofrío
le recorriese la columna vertebral.

* * * * *

Hugo le confió autoridad absoluta a Callis


y partió camino de la capital de inmediato
cambiando de montura cada cierto tiempo
para poder cabalgar a toda velocidad.
Tardó cinco días en llegar a la capital y,
aun así, corrió a su mansión sin respetar el
tráfico de carruajes que se detenían
abruptamente en cuanto lo veían acercarse.
Entró en su casa como loco que lleva el
diablo. Ni siquiera Jerome que lo esperaba
consiguió verle algo que no fuese la
espalda mientras trotaba rumbo al segundo
piso.

Lucia se hallaba sentada en el sofá de su


dormitorio sin motivación ninguna. Jerome
no dejaba de insistirle con que comiese
algo, pero todo le parecía soso. Tenía la
cabeza repleta de preocupaciones. ¿Qué
estaría tramando la condesa de Falcon para
arriesgarse a usar un objeto mágico? Fabian
le había dicho que seguramente su
intención era esparcir un rumor sobre ella,
pero Lucia no lograba comprenderlo. ¿Para
qué? Lucia era incapaz de empatizar con la
parte retorcida del ser humano. Ni siquiera
en su sueño había albergado rencores o
odios profundos por sus deudores.
A Lucia volvieron a llenársele los ojos de
lágrimas. Su criada debía estar muerta.
Había muerto sin merecérselo. No es que
fuese una sirvienta a la que favoreciese,
pero era una muchacha sincera y honesta
cuya familia no podría quejarse. La
duquesa se sentía culpable por no haber
sido capaz de protegerla y se lamentaba por
no saber cómo consolar a los que había
dejado atrás.
En ese momento, escuchó el sonido de la
puerta abriéndose y se puso de pie de un
salto en cuanto reconoció a la persona que
entró en el dormitorio. Quiso correr a sus
brazos, pero se quedó inmóvil.
–¿Hugh…?
Hugo se la llevó a los brazos sin darle
tiempo a pensar.
Lucia escuchó un suspiro. Se deleitó con el
aroma de su esposo y se le aceleró el
corazón.
–¿Te duele algo?
Su voz no era una ilusión. A Lucia se le
hicieron las piernas mantequilla y cayó
entre sus brazos.
Hugo abrazó a su exhausta esposa y se
sentó en el sofá. Apoyó la cabeza de Lucia
sobre su pecho, le rodeó la cintura con un
brazo para mantenerla sujeta, le acarició la
frente y le besó los ojos húmedos.
–Hugh, el señor Krotin está-…
–Lo sé. ¿Tú cómo estás? Me han dicho que
te habías desmayado. ¿Has llamado al
doctor?
–Me dijeron que me inyectaron una
anestesia. Estoy bien, no me duele nada.
Pero por mi culpa, el señor Krotin está-…
Hugo acogió a su esposa consolando su
llanto con palmaditas en la espalda. En
cuanto la había visto, toda su ansiedad se
había esfumado como por arte de magia.
En el mensaje no habían mencionado a su
esposa y eso le preocupó todavía más.
–Para, Vivian. No llores más.
–¿Qué voy a hacer? Krotin…
–Ya me encargo yo. – Hugo le sujetó la
barbilla y le secó las lágrimas con las
manos. – Estás más delgada. – Le besó los
labios. – ¿Estás comiendo bien?
–Estoy bien, estoy bien protegida.
–Por supuesto, te dije que sólo tenías que
preocuparte de comer y vivir bien, ¿no?
–Pero es que todavía no había pasado
esto…
–No pasa nada, no hay nada de qué
preocuparse.
Lucia estalló en carcajadas. Las palabras de
su marido parecían arreglarlo todo, como si
realmente no fuera necesaria su
preocupación.
–Tienes las manos frías. – Lucia sonrió por
primera vez desde el incidente. – Y la cara.
–Es porque he venido cabalgando. ¿Estoy
demasiado frío?
–Me gusta, estás fresquito. Me ayuda a
despejarme la cabeza.
Hugo se la miró, le atrapó las mejillas con
las manos y la besuqueó por todos lados.
–Hugh… ¡Hugh! ¡¿Qué te pasa?!
–Me estoy asegurando.
–¿De qué?
–De que estés aquí de verdad. Cada vez
que cerraba los ojos te me aparecías, pero
desaparecías en cuanto abría los ojos.
Lucia le pidió que parase, pero él hizo caso
omiso durante un buen rato.
–¿Qué ha pasado con tu vasallo? Me
dijiste que era importante.
–Se lo he encargado a alguien de confianza
y he vuelto. Lo de aquí era más importante.
–No sé qué hacer. No se me ocurre cómo
puedo ayudar al señor Krotin.
–Ya te he dicho que me encargaré de ello.
Te dije que podías imponerte todo lo que
quisieras, y menuda manera de hacerlo.
Lucia ladeó la cabeza recordando lo que le
había asegurado su esposo en otro
momento, ahogó una exclamación
indignada y le pegó en el pecho.
–¿Te lo estás tomando a broma?
Hugo se rio y le dio otro besito.
–Sólo te estoy diciendo que no te
preocupes.
–¿De verdad puedes arreglarlo?
–Claro. No te preocupes, no le pasará nada.
–Sé que el señor Krotin es importante para
ti. Si le pasa algo, tú también te pondrás
triste. No quiero verte así.
Hugo se la quedó mirando, entonces, soltó
una risita, extendió los brazos y la abrazó.
Era raro. Roy le caía bien, pero no hasta el
nivel de ponerle un nombre o darle
importancia, y sin embargo, escucharla
repetir que el soldado era importante para
él lo estaba empezando a convencer.
–Me alegra volverte a ver. Te he echado de
menos, Hugh.
Hugo volvió a besar a su amada esposa que
le susurraba las palabras más bellas del
mundo exclusivamente a él.

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Parte II

Lucia se acomodó en el pecho de su


amado esposo regocijándose por su regreso
y, después de tantos días de insomnio,
terminó quedándose dormida. Hugo,
entonces, bajó al segundo piso después de
depositar a su esposa en la cama.
–El asunto no tiene buena pinta. – Fabian
ya le esperaba.
El lacayo le entregó un informe. Ya había
transcurrido una semana desde el incidente.
De haber estado presente el mismo día,
Hugo habría sido capaz de arreglarlo en un
santiamén, pero ahora se complicaba. Los
rumores de las acciones de Roy estaban
demasiado bien esparcidos como para
poder lidiar con ellos y sería prácticamente
imposible que la gente no inquiriese sobre
la muerte del hermano de la reina. Muchos
incluso hablaban de una posible guerra
entre ducados.
–¿Podemos sacarlo?
–Creo que es imposible.
Roy no se explicó ni rogó, tampoco
justificó sus acciones porque para ello
tendría que mencionar a la duquesa.
Hugo pensó en la forma más extrema de
librar a su amigo: culpar a David de
rebelión. El rey no cooperaría, pero
siempre podían manipular las pruebas.
Poco le costaría difamar la organización de
David, aunque su intento de golpe de
estado no se perdonaría con su pérdida.
Todos los involucrados saldrían
malparados. Los enemigos del duque de
Ramis no echarían a perder esta
oportunidad dorada de acabar con él y, de
ser así, la reina se vería arrastrada por el
peso de su familia. Por supuesto, el rey no
permitiría que su suegro fuese acusado de
semejante crimen…
¿No habría alguna manera de sacarlo en
secreto? Si ayudaba a Roy a fugarse se
enemistaría con el duque de Ramis y, al
final, con el rey. Hugo no le temía a la
monarquía, poseía poder más que suficiente
para acabar con todos, sin embargo, una
guerra precisaba una justificación. A los
guerreros había que proporcionarles un
motivo para luchar, para que estuvieran
dispuesto a perderlo todo por los Taran.
Nadie se lanzaría a la batalla para defender
a un guerrero acusado de asesinato.
Por mucho que decidiera quedarse en el
norte y no volver a pisar la capital nunca
más, la naturaleza de Kwiz le empujaba a
cortar de raíz toda posible amenaza y,
aunque él se sabía defender, su esposa era
frágil. No podía atraparla en una vida de
nerviosismo y peligro. No podía hacerle
algo así a su mujer. Así pues, Hugo
requería la cooperación del rey.
Fabian se quedó de pie a la espera de la
decisión de su señor, expectante. La única
forma de zanjar el asunto era perder a Roy,
era el único desenlace beneficioso.
–Voy a palacio. Avisa a Su Majestad que
quiero una audiencia privada.
–Sí, mi señor.

* * * * *
Hugo entró a palacio sin que nadie lo viese.
La gente se acabaría enterando de su
regreso mediante el boca a boca, pero
cuánto más tardase, mejor.
–Has venido volando, ¿eh, mi querido
duque? – Kwiz lo saludó alegremente.
El rey escondía sus emociones y
pensamientos tras una máscara de
desenfado.
–Ha sido llegar y enterarme de esta
catástrofe.
–¿Qué vas a hacer? – Kwiz no se anduvo
con rodeos.
La situación estaba en su punto culminante.
El no tocar a Roy durante todo este tiempo
a pesar de los llantos de la reina y su suegro
destrozado ya había bastado para demostrar
su buena fe. Las circunstancias eran, desde
luego, extrañas. ¿Cómo podía ser que la
condesa de Falcon tuviese en sus manos un
objeto mágico de los Ramis? ¿Por qué
había llevado a tantas nobles a la salita de
Katherine? Asesinar a una criada de palacio
para robarle la ropa era comprensible,
¿pero por qué la criada de la duquesa? Se
creía que la condesa tenía algún tipo de
trato con David, pero no había pruebas de
ello y tampoco estaba claro cuál era su
intención. Que el heredero del ducado
pasase tanto tiempo en sus bares no era
delito.
El duque de Ramis aseguró que le había
permitido a su hijo volver a la capital para
pasar el día con él y que el objeto mágico
se lo habían robado hacía mucho tiempo.
Y, por último, Roy que asesinó a todos los
implicados, se rehusaba a hablar. No había
pruebas que revocasen las declaraciones
del duque, así que, Roy era un asesino de
sangre fría y David había muerto
injustamente.
–La cosa no tiene buena pinta.
–Necesitamos que el señor Krotin diga algo
para poder encajar todas las piezas del
rompecabezas. Aunque, la verdad, ya es
demasiado tarde. Mi suegro sólo pide que
se ejecute al señor Krotin como dicta la ley,
no desea acusarte de una conspiración ni
nada pro el estilo. Me sorprende que pueda
mantener las formas después de lo que le
ha pasado a su hijo. – Hugo no dijo nada. –
Absolver al señor Krotin será difícil. Si
resolvemos lo del asesinato, mi suegro se
aferrará al hecho de que Krotin tenía un
arma dentro de palacio para asesinarme y si
consigue el apoyo público, todo terminará
en una controversia política y tu familia
también se verá afectada. Me gustaría
evitar eso.
Las dos potencias en contra del rey
continuaban existiendo. Todavía no se
había librado de ellas, así que, si sus dos
grandes apoyos se enfrentaban, el rey
quedaría expuesto a cualquier plan.
–¿Por qué el señor Krotin no dice nada?
Me tiene tan intrigado que no puedo ni
dormir.
–¿Puedo verle?

* * * * *

La celda de aislamiento estaba diseñada


para que cualquiera tuviese que pasar por
dos puertas para llegar al prisionero. Así, si
el prisionero conseguía escapar de los
barrotes tendría que vérselas con los
soldados que vigilaban más allá. Roy era,
por supuesto, peligroso, pero el rey lo había
encerrado en semejante lugar para que
nadie pudiese acceder a él. El duque de
Ramis podía intentar asesinarle por
venganza.
Tumbado en el suelo de piedra, Roy vio
cómo un conocido se le acercaba.
–¿Te duele algo?
–Estoy bien. – Aseguró poniéndose en pie,
extrañado porque la primera pregunta de su
señor fuese sobre su bienestar.
–Sé que le explicaste la situación a Fabian.
¿Hay algo que no hayas contado?
–No. Ha llegado muy rápido, mi señor.
Creí que tardaría más. – Roy pensaba que
no vería a su señor antes de morir. – ¿Voy
a morir? – Preguntó tranquilamente, como
si no hablase de sí mismo.
Era consciente que asesinar a David no era
una tontería, sin embargo, estaba listo para
morir en cuanto le partió el cuello a ese
hijo de puta. No se había planteado matar
también a Anita, pero en cuanto la vio
entrar en la habitación decidió que debía
hacerlo. Fue una decisión sabia: de estar
viva, Anita hubiese envuelto a la duquesa
en una zarza de mentiras convirtiéndola en
el centro de todo tipo de rumores.
–No. – Hugo frunció el ceño. – Si quieres
salvarte, tendrás que olvidar tu honor. ¿Qué
te importa más, tu honor o tu vida?
–¿Honor? – Roy esbozó una mueca. –
Nunca he tenido de eso.
Hugo soltó una risita.
–Me alegro. Aguanta un poco más. – Hugo
se lo quedó mirando unos segundos antes
de continuar. – Has hecho bien.
Roy se rio y llamó a Hugo antes de que se
marchase.
–¿Esto sirve de compensación?
A Hugo se le iluminó la mirada.
–¿Lo has…? – Hugo sonrió un poco. – No,
ahora me volverás a deber la vida.
–¿Qu-…? ¡Hey! ¿Cómo he acabado así?
¡Tendría que haber huido cuando me entere
de que eras un trapacero!
Hugo abandonó la celda dejando atrás los
murmullos quejumbrosos de Roy.
–Encuentra a un prisionero condenado a
muerte que se parezca a Roy. – Le ordenó a
Fabian en cuanto salió de la cárcel.
Fabian inclinó la cabeza afirmativamente y
se dispuso a seguir sus órdenes.

* * * * *

Katherine se dejó caer por el palacio de la


reina.
–¿Cómo está la reina?
–Postrada en la cama. No come. – Le
contestó la criada visiblemente preocupada.
Katherine suspiró y entró en los aposentos
de la reina. Beth llevaba encerrada varios
días por la conmoción que le había causado
la muerte de su hermano.
–Estás embarazada, tienes que recuperarte.
– Katherine le cogió la mano para
consolarla.
–No hice nada por él. – Beth parecía haber
perdido el entusiasmo. – Cada vez que nos
encontrábamos le decía cosas objetivas.
Su hermano no era el mejor, pero seguía
compartiendo su sangre. Cada vez que se
encontraban le regañaba con la esperanza
de que cambiase y mejorase, pero ahora
que no estaba se arrepentía de no haberle
halagado ni una sola vez. A su padre le
importaba muchísimo más el honor de la
familia que David y su muerte poco le
interesaba a su marido. Nadie lloraba la
muerte de su hermano y aquello la
destrozaba.
–Conozco al señor Krotin, sé que le salvó
la vida a mi marido muchas veces. ¿Por
qué lo ha hecho? ¿Por qué?
–La verdad saldrá a la luz. De alguna
manera conseguiremos respuestas. Su
Majestad el rey está preocupado por ti.
Katherine recordó lo ocurrido aquella
noche. Alguien le aviso de que el rey la
estaba llamando, pero por el camino se lo
encontró en el pasillo. Su hermano le
preguntó qué hacía ahí y ella, extrañada, le
respondió que se lo contaría en otro
momento. Furiosa se dispuso a descubrir al
pocavergüenza que había osado engañarla.
La princesa ignoraba la verdad de l
incidente, su hermano se negaba a darle
detalles y todo se investigaba en secreto.
Sin embargo, adivinó varias partes. La
condesa había intentado, sin duda, dañar a
la duquesa, así que decidió testificar a favor
de la duquesa para que fuese cual fuera el
motivo por el que la condesa quería
apartarla, su plan fracasase.
La investigación de Kwiz hubiese tomado
un rumbo muy distinto si supiese esos
detalles. Habría concretado que todo había
sido una conspiración contra la duquesa de
Taran, una posibilidad impensable ahora
mismo.
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Parte III

Las negociaciones con el rey fueron pan


comido. Kwiz detestaba el temperamento
de su cuñado y le caía bien Roy después de
haberlo tenido como su guardaespaldas
durante aquel último año. Además, sabía
que el soldado no asesinaba
indiscriminadamente, por lo que la ayuda
financiera que Hugo le propuso fue
suficiente para que el monarca mordiese el
anzuelo.
–Pero, ¿el señor Krotin ha dicho que lo
hará? Los tuyos son-…
El honor era lo que tanto nobles como
caballeros valoraban más en su vida. Ni
siquiera se les pasaba por la cabeza
renunciar a ello, por eso Kwiz no entendía
que Roy hubiese accedido a algo
semejante. Poco sabía que Roy era su
antítesis, alguien dispuesto a tirar su honor
por la borda si era necesario.
–Tengo una condición: mi suegro tiene que
estar de acuerdo. Y, bueno, te dejo a ti la
tarea de persuadirlo.
–De acuerdo, yo también tengo una
condición: quiero que la verdad sobre este
incidente quede enterrada.
Los muertos no podían hablar, cuántos
menos supieran, menos contarían. A Hugo
no le importaba cuánto esfuerzo tuviese
que emplear en apartar a su esposa del
incidente. Quería protegerla como flor en
un jarrón, no quería que sufriese ni el más
mínimo rasguño.
Su esposa era la señora de la casa de los
Taran cuyas acciones y movimientos
atraían las miradas de todos. Como
cualquier otra persona con fama entre los
círculos más sofisticados, a su nombre le
precedían un sinfín de rumores con los que
se podía vivir siempre y cuando no fueran
ningún escándalo.
–¿Eh? ¿Ni siquiera yo puedo saber por qué
el señor Krotin lo hizo?
–Hablaré con el duque Ramis y le
informaré de el resultado, Su Majestad. –
Hugo ignoró las quejas del rey.

* * * * *

Hugo se encontró con el duque de Ramis


aquella misma tarde. Los dos hombres se
sentaron uno en frente del otro en uno de
los locales frecuentados por aristócratas
más distinguidos. Sin preámbulo,
intercambiaron un saludo breve y Hugo se
dirigió directamente al asunto.
–El primer documento contiene toda la
información sobre lo sucedido según el
soldado aprisionado. – Le explicó
conforme le entregaba tres documentos al
duque. – Creo que entenderá por qué su
hijo ha acabado de esta manera.
Hugo adivinó que la vida del hijo del duque
de Ramis no era algo compensable con
dinero, así que pensó en una alternativa.
El rostro del duque se ensombreció
conforme avanzó con su lectura del primer
documento. Había gato encerrado en la
muerte de David, pero jamás se habría
imaginado que estaría relacionado con la
duquesa de Taran. Tampoco podía
preguntarle su lado de la historia a su hijo,
así que nunca llegaría a saber qué hacía en
la salita privada de la princesa o el motivo
por el que le había dejado una reliquia
familiar a una condesa. La declaración de
Roy tenía sentido e incluía toda una serie
de pruebas circunstanciales sobre los
continuos encuentros de David y Anita o
los varios intentos de ligar con la duquesa
de su hijo. ¡Ah, necio! ¿Cómo se le
ocurrió? Por desgracia, el duque de Ramis
era incapaz de afirmar que su hijo no haría
tal cosa ni en sueños. Percatándose de ello,
el duque se sintió abochornado por las
fechorías de David y pensó en lo vanos que
habían sido sus años en esta tierra. No
obstante, como político experimentado que
era, sus pensamientos no se reflejaron en su
rostro.
–No voy a decir que todo esto sea mentira,
admito que mi hijo pudo cometer errores,
pero no creo que sea suficiente para
perdonar a alguien que le dio una muerte
tan miserable y que ha causado tantísimos
malos rumores sobre el hijo de un duque.
La esquina de los labios de Hugo se curvó
mezquinamente. ¿Errores? De estar vivo, él
mismo le habría cortado las extremidades y
lo habría lanzado a los cerdos para que se
lo comieran. Todavía había tenido suerte. Y
en el caso en el que no hubiese podido
asesinar a David con las de la ley, habría
destrozado a la familia Ramis. Lo ocurrido
era una bendición para su familia.
–Lea el siguiente documento y avíseme si
encuentra algo a lo que se le pueda llamar:
“error”.
El siguiente informe recopilaba toda la
información sobre la asociación de jóvenes
fundada por David, sus resultados y hasta
qué punto eran peligrosos sus líderes. Por
supuesto, ahora mismo se trataba de una
organización minoritaria que apenas
pululaba por las sombras del reino, pero
había pruebas que demostraban lo
peligroso que podría volverse en cuestión
de tiempo.
La decepción y la ira que el duque de
Ramis sentía por su hijo asomó en su ser.
Para el anciano, la familia a la que había
consagrado su vida entera era mucho más
importante que él mismo, mucho más que
su hijo. Ahora su preocupación tiró por
otros caminos: el ducado ya tenía un
heredero, pero tal vez las estupideces de
David podrían dañar el honor de la familia.
–Supongo que se imagina cómo
reaccionará Su Majestad el rey si lee estos
documentos.
El duque de Ramis cerró los ojos
pesarosamente. El rey era cruel, un hombre
que había asesinado a muchos de sus
hermanos para asegurar su lugar en el trono
y que no vacilaba en derramar sangre para
protegerlo. Si leyese cualquiera de lo que
tenía entre manos ahora mismo, las dudas
acecharían al corazón del monarca que,
algún día, le atacaría y tomaría la decisión
de acabar con ellos.
El duque procedió a abrir el último
documento temeroso de qué clase de
información pudiese contener. No obstante,
todo lo que leyó fueron las preferencias
sexuales de su hijo, algo que no le
incumbía ni interesaba.
Hugo había continuado indagando en el
distrito rojo sobre David. Cualquier pista
los llevaría a un lugar más oscuro y así fue
como se enteró de que el heredero del
ducado había estrangulado a una prostituta.
–Esto es mi as bajo la manga.
El duque de Ramis frunció el ceño. Todo
aquello era irrelevante, ¿para qué querría
usar esta información insignificante cuando
su hijo ya estaba muerto? A los nobles les
encantaba cotillear, pero guardaban
cualquiera que pudiese corromper su
reputación.
–Como ya sabrá, el lugar de los hechos fue
la salita de la princesa Katherine que el rey
ha prohibido seguir llamando así.
La gente llamaba al caso: “lo ocurrido en el
palacio” e incluso pocos sabían que todo
había transcurrido en la salita de Katherine
gracias a la ofensiva del rey.
–Si las negociaciones no son fructíferas
presentaré todos estos documentos ante Su
Majestad y le informaré de los dos rumores
que correrán de boca a boca: uno sobre las
preferencias sexuales del conde Ramis y
otro sobre la lujuria que sentía por la
princesa Katherine. Es decir, le haré elegir
entre el conde Ramis y su hermana.
–¿Me está diciendo que piensa… amenazar
a Su Majestad?
–Sólo digo que pienso hacer lo que haga
falta.
–¿A qué está jugando? – Preguntó el duque
de Ramis exhausto y con manos
temblorosas.
–Tengo que salvar a mi soldado para
proteger el honor de mi mujer y-…
–¡Imposible! – Respondió el anciano.
–Permítame terminar la frase. Y el del
conde Ramis. – Continuó Hugo omitiendo
que sólo mientras el presente duque
siguiera con vida.
Quería resolver el asunto y borrarlo de las
mentes de la gente. Iba a ocultar a Roy de
los ojos acusatorios hasta que el duque
falleciese y, entonces, aprovecharía su
ausencia para afirmar que Roy fue acusado
injustamente y que el culpable fue otro.
Para ello tendría que volver a negociar con
el que sería el nuevo duque y el rey, aunque
no significaría mucho esfuerzo.
Hugo le explicó su plan de cambiar a Roy
por alguien condenado a muerte para
sorpresa del duque de Ramis que sólo
luchaba por el honor de su familia. El
anciano no tenía la energía necesaria para
batallar contra el duque de Taran.
–Su Majestad no sabe que mi mujer está
involucrada en el asunto. Se lo acabó de
confesar a usted porque espero que
colabore conmigo y que sea un secreto que
se lleve a la tumba.
–…De acuerdo. A cambio, quiero que se
ignore toda la información que haya
recopilado sobre la asociación y… Yo me
ocuparé de esa asociación personalmente.
–Me parece bien.
Hugo recogió uno de los tres documentos
que había dejado sobre la mesa en el que
figuraba el nombre de su esposa.
–¿Por qué lo está llevando tan lejos?
–Usted quiere proteger a su familia y yo a
mi mujer.
Hugo maravillaba al duque de Ramis cada
vez que lo veía. El joven era el amo y señor
del norte además de ostentar el título de
duque de Taran. No actuaba a espaldas de
los demás y hacía lo que le venía en gana,
pero a nadie le disgustaba porque era algo
normal para “el duque de Taran”.
* * * * *

El rey fingió ignorancia sobre el pacto


entre los duques y la situación fluyó como
una flor en un arroyo. Fabian rebuscó el
país entero hasta encontrar al prisionero
perfecto para intercambiarlo por Roy y el
rey anunció la condena a muerte de Roy
por asesinato. El día de la ejecución Roy
abandonó la capital a la velocidad del
trueno sin ser visto hasta el portal.
Lucia daba vueltas por el recibidor
impaciente por noticias. Le entristecía no
haberse podido despedir de Roy, pero
arriesgarse no hubiese sido sensato.
Jerome abrió la puerta seguido de Fabian y
Lucia alzó la cabeza.
–¿El señor Krotin…?
–Está a salvo.
Lucia suspiró aliviada.
–Lo siento mucho, no sé qué hacer. Por mi
culpa ha perdido su honor y se ha tenido
que escapar al norte.
Fabian no consiguió empatizar con la
aflicción de la señora de la casa. Roy había
partido hacia la frontera del norte
encantado.
–¿Le habéis dicho que se lo agradezco
mucho y que lo siento? ¿Y que espero que
le vaya bien?
–Sí, señora. Pero el señor Krotin quería
preguntarle una cosa…
–¿El qué?
–…Si de verdad se acuerda de todas las
nobles que le hablan.
Roy se lo había preguntado totalmente
serio y le pidió que le enviase la respuesta
en cuanto la supiera.
Lucia estalló en sonoras carcajadas.
–Claro que no, sólo fijo que sí.
–…De acuerdo, se lo haré saber. –
Respondió Fabian con una expresión
amarga.

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Parte IV

–Se me cae la cara de vergüenza.


Tras ocuparse de todo, Hugo le suplicó
perdón a su esposa por todas las
experiencias terribles y aterradoras por las
que había tenido que pasar por su culpa.
Tanto el conde de Ramis como la condesa
de Falcon se habían unido en su contra y,
como les había sido imposible atacarle a él
directamente, habían dirigido sus planes
hacia ella. Y es que precisamente porque
una de las partes involucradas era la
condesa de Falcon, Hugo no se atrevía a
mirar directamente a Lucia. Todo había
sido una artimaña de su ex-amante.
Aquello había sido el fruto de su ineficacia
lidiando con sus problemas.
–Seguro que te he decepcionado.
Lucia quería consolar a su marido de
expresión amarga. No lo culpaba por el
incidente, era coincidencia.
–No, Hugh. No me has decepcionado.
Hugo cogió la mano que le cubría la suya
para consolarle y la besó.
–Lo siento.
–No es culpa tuya.
–No tendrías que haber pasado por esto.
–Si es el precio de estar casada contigo,
encantada.
–…Eres… – Sus palabras emocionaron a
Hugo. No se la merecía.
–No quiero que te sientas mal por mí, pero
tengo una petición.
–¿El qué? – Hugo quería darle todo lo que
pidiese, aunque fuese el mundo.
–Quiero compensar a la familia de mi
criada. Me apena no haber sido capaz de
protegerla.
–Que así sea, pero no hace falta que
protejas a tus criados. Se les contrata para
que ellos te protejan a ti.
–Sí, es su trabajo, pero yo también debo
hacerlo. El señor Krotin me protegió y tú le
protegiste en mi nombre, ¿no?
Para Hugo, los criados eran herramientas.
No acababa de comprender esa
comparación con Roy, pero más o menos
sabía por dónde iba.
–Tienen sentimientos y opinión. También
se entristecen cuando pierden a un familiar.
La familia de mi criada odiará al asesino,
pero no podrán hacer nada.
–¿Si se les compensa no lo harán?
–El dinero no puede reemplazar la vida,
pero les consolará. Compénsales como se
debe, Hugh. Diles que su hija no murió en
vano, que perdió la vida cumpliendo una
misión importante. Que nos apena perder a
alguien tan talentoso. Ojalá pudiese ir yo en
persona, pero-…
–No.
–Lo sé. Por eso irás tú.
–…Vale.

* * * * *

El rey declaró la finalización de la


investigación de lo ocurrido en la salita de
su hermana tras, presuntamente, ejecutar al
caballero Krotin. Ambos duques, tanto el
Taran y el Ramis, guardaron silencio y las
gentes encontraron un nuevo cuchicheo y
olvidaron todo lo relacionado con aquel
asunto peliagudo. Sólo quedaba
perfeccionar el cierre. Hugo ordenó a
Fabian lidiar con todos los cabos sueltos,
en particular, con el precio del silencio del
monarca.
–Mi señor, de verdad va a… ¿Todo esto? –
Siseó el lacayo patidifuso en cuanto ojeó
los detalles sobre el precio en los
documentos que su señor le pasó.
El precio era vertiginoso, casi un 10% de
las propiedades no ocultas del ducado de
los Taran. En realidad, más del 90% de la
posesión capital seguía escondida del
público, lo que iban a darle al rey apenas
era notable en comparación. Pero… ¡Que
la vida de ese hijo de puta fuese tan cara…!
Fabian se quedó de piedra.
–Me parece barato para ser el precio de una
vida.
Fabian continuó remugando y quejándose
para sus adentros sobre la injusticia de
pagar tanto a un monarca que se había
lavado las manos en el asunto.
–¿Cuánto se suele pagar para compensar la
muerte de una criada?
–Se les suele entregar el cuerpo, la paga
final de la fallecida y, de paso, se les paga
el funeral.
–¿Cuánto sube?
–Más o menos lo que hubiesen sido cinco
años de trabajo de la criada.
El asesinato de un plebeyo no quedaba
impune hasta que el noble compensaba
monetariamente la pérdida. Sin embargo, la
capital era prácticamente una colmena de
nobles que raramente se encontraban con
los plebeyos, por lo que era imposible
coincidir. Todo trabajador de un noble o de
la familia real debía prepararse para morir
en cualquier momento, aunque esto no
amainaba la fiera competición por los
puestos.
Hugo recordó la conversación que había
mantenido con su esposa. No comprendía
la empatía extrema de Lucia, pero le había
pedido que compensase la pérdida y no le
suponía ninguna molestia.
–Entrégale a la familia de la criada lo
equivalente a cincuenta años trabajados y
envía a alguien a dar el pésame de mi parte.
Ya de paso, consíguele trabajo a quién lo
necesite de la familia.
Fabian se quedó atónito mirando a su señor
como ausente. Hugo frunció el ceño y eso
le sobresaltó.
–Sí, por supuesto. – Apremió. – ¿Algo
más? ¿Y el resto de víctimas?
–De esos se encarga la familia real.
A los trabajadores de palacio les
compensaba el palacio independientemente
del autor de los crímenes. Para Kwiz ni
siquiera significaba una pérdida: lo pagaría
con lo incautado de la condesa de Falcon a
la que se la había condenado por traición y
conspiración. Ahora, privada de sus títulos
y castigada con la muerte, también había
perdido toda posesión.
–No creo que la compensación real vaya a
ser mucho.
–Seguramente.
–Pues haz lo mismo con ellos.
Hugo quería encargarse de todo ya que las
víctimas habían perdido la vida para
proteger el honor de su esposa.

Ya fuera del despacho del duque, a Fabian


se le cambió la cara. Allí de pie contra la
puerta de la habitación pensó en que tal vez
era posible cambiar a las personas. Era
sorprendente. Para el espía la personalidad
de la gente era innata, algo que quizás
podría influenciarse, pero cuyos
fundamentos no variaban hasta la muerte.
El duque que Fabian conocía no hubiese
mencionado la familia de una criada muerta
jamás. No le importaba su alrededor. Se
guiaba por interés e ignoraba a todo aquel
que no cayese dentro de su círculo cercano.
Incluso pensaba que él mismo era una mera
herramienta para el duque, algo desechable.
Y, sin embargo, su señor había movilizado
todas sus fuerzas para proteger a Roy.

* * * * *

Roy regresó a la frontera norteña, cerca de


donde se había criado. El joven soldado
había jurado venganza a los bárbaros que,
en su niñez, invadieron su aldea y acabaron
con sus seres queridos. Engreído, creció
creyéndose el mejor y, al final, unos
bárbaros lo secuestraron por su físico. Les
serviría como esclavo, pero antes debían
entrenarlo a base de latigazos y ataduras
hasta que un muchacho lo rescató. Durante
una temporada cuidó de sí mismo. Se
alimentó de las alimañas que habitaban en
el bosque y entrenó sus sentidos y
habilidades matando a los bárbaros que se
encontraba hasta que, cierto día, pudo
vengar a sus padres. Completamente solo,
atrajo a un puñado de gente y los asesinó
como un loco. Poco después, volvería a
encontrarse con su señor.
Roy se enderezó. Ahora que estaba
oficialmente muertos nadie le molestaba. El
soldado había estado pululando por la
frontera hasta terminar en el bosque de los
bárbaros. La zona parecía desierta y la
noche acaeció sobre él rápidamente. Asó
un conejo y de dispuso a conciliar el sueño
cuando una persona desconocida se le
acercó puñal en mano. Antes de poder
degollarlo, Roy la hizo rodar y le apretó el
puñal del atacante contra el cuello.
Kuya se desmayó y no recuperó el
conocimiento hasta la mañana. Estaba
atada contra un árbol y aprovechó para
repasar lo ocurrido la noche anterior. Roy,
poco después, apareció por detrás de unos
arbustos con un cervatillo en la espalda. Lo
descuartizó con indiferencia mientras que
Kuya se estremecía ante semejante
salvajada.
–¿Quién eres? – Le preguntó Roy mientras
comía despreocupadamente.
–¡Demonio rojo! – Exclamó la mujer en un
idioma extranjero.
–Hacía mucho que no me llamaban eso. –
Contestó él en el mismo idioma tribal.
–¡Mátame! ¡Ahórrame la humillación! –
Gritó Kuya.
–¿Yo qué te he hecho para que me trates
así? Aquí la que ha intentado asesinar a
alguien que dormía indefenso eres tú.
–¡Eres el enemigo de mi familia! – Replicó
ella.
–Pero si no he hecho nada. – La mujer le
recordaba a un gato salvaje. – Ah, ¿este
cervatillo era tu familia? Vaya, perdona.
La mujer tembló de rabia y chilló
asegurándole que lo mataría. Roy observó a
la muchacha menuda que se retorcía con
todas sus fuerzas. No parecía ser muy
mayor, de hecho, apenas parecía pasar la
mayoría de edad. Ver la malicia de aquella
mujer era divertido después de tanto tiempo
viéndose rodeado de nobles aburridas.
–Demonio rojo. – Le llamó ella. – Mataste
a mi hermano, a mi padre y a muchos de mi
aldea. ¿No te acuerdas de lo que hiciste
hace ocho años?
Roy rebuscó en sus recuerdos y sólo hubo
un incidente así hace ocho años.
–Tus padres mataron a los míos. Yo
también me estaba vengando.
La mujer se sobresaltó y guardó silencio.
Roy aprovechó el momento para echar una
cabezadita hasta que le llamó la naturaleza
y se puso a mear a escasos pasos de la
prisionera. La mujer le regañó de mala
manera y él decidió alejarse un poco más
para que no le tuviese que ver.
–Reconozco que la venganza fue justa.
–Vaya si eres directa. ¿Ya no me quieres
matar?
–Una cosa no quita la otra. Tengo que
vengarme.
–¿Entonces, sí?
–Exacto, por eso será mejor que me mates.
Roy reflexionó unos instantes antes de
acercarse a Kuya con un puñal. Kuya cerró
los ojos, pero, inesperadamente, lo único
que cortó el cuchillo fue la cuerda que la
mantenía presa. Confundida, se alejó de
Roy.
–¿No creerás que esto me hará cambiar de
opinión?
–Adelante. Yo también reconozco que es
justo que quieras venganza, pero no voy a
morirme porque me lo digas. Adelante,
inténtalo si puedes.
Kuya se lo quedó mirando unos minutos
algo confundida. Aquel hombre no era la
viva imagen de aquello que se le había
descrito como el demonio rojo, aunque no
dejaba de ser el enemigo de sus padres.
Decidida, Kuya desapareció por el bosque.
–Qué agresiva. – Rio Roy.
No comprendía qué le había impulsado a
liberarla. Era la primera vez que no cortaba
un problema de raíz, pero es que no
detestaba el aroma de la muchacha. Al
parecer, tenía diversión para rato.

Capitulo 107 Como debe ser


La reina hizo su esperada aparición en el
banquete de celebración de cumpleaños del
rey. Beth había aprovechado la excusa de la
maternidad para encerrarse y aislarse en el
palacio tras la muerte de su hermano, lo
que contribuyó a que empezasen a correr
rumores de un aborto. No obstante, todas
las habladurías se convirtieron en cenizas
en cuanto se presentó en el festín, mano en
el protuberante vientre.
Como el resto de nobles, Lucia se acercó a
Beth para saludarla después de varios
meses. A la duquesa le apenaba no ser
capaz de consolar a la reina que ignoraba la
realidad sobre la huida de Roy.
–¿Qué tal está, Su Majestad?
–¿Y tú, duquesa? Hacía mucho que no nos
veíamos.
A diferencia de lo que se temía Lucia, la
reina le habló con suavidad. Beth sonrió al
ver la apariencia arrepentida de la
muchacha. ¿Qué culpa tenía ella? Si bien
era cierto que la había resentido durante
una temporada tras la muerte de David, en
realidad, aquello no había sido por que
fuese la duquesa, sino porque por el
momento repudió a todo el involucrado. Su
padre la había visitado para informarla de
que su hermano no había muerto sin
acarrear algún que otro pecado en su
espalda. Se centró en la vida que estaba
creándose en su interior y en pensar
positivamente por el bien de su hijo.
–Me he engordado, ¿verdad? Es lo que
pasa cuando estás embarazada.
–Diría que está más tranquila.
–Sí, por supuesto. Y mi niño no deja de
moverse.
–¿Cuándo está previsto que dé a luz?
–En un mes. Pero, ahora que lo mencionas,
¿cuándo escucharemos una buena nueva de
ti, duquesa? Llevas dos años casada, ¿no?
–…Sí. – Lucia esbozó una mueca sin
apartar la vista del vientre de la reina.
¿Qué se sentiría teniendo a otro ser dentro
de ti? Nunca lo había vivido, ni siquiera en
su sueño. Le habían contado que los bebés
daban pataditas cuando estaban dentro…
¿Qué se sentiría? Dar a luz era doloroso,
terriblemente doloroso y un riesgo para la
salud de la madre. Pero se veía capaz de
aguantarlo. Lucia miró de soslayo a su
marido que se encontraba charlando con
otros nobles y el rey. ¿Todavía quería no
tener hijos? Tal vez fuese cosa del buen
tiempo, pero ella deseaba ser madre.
Deseaba coger en brazos a su niño. Se
había planteado varias veces empezar a
tomar la cura a la infertilidad en secreto,
pero reconocía que ambos eran jóvenes y
que tiempo al tiempo.
–Me he enterado de que Su Majestad
planea casar a las princesas que quedan en
palacio.
–Yo también. ¿Cuántas quedan?

Hugo fingía escuchar a la persona que le


estaba hablando, pero en realidad, sólo le
prestaba atención a su esposa. Quería
tenerla a su lado, pero nadie más lo estaba
haciendo, así que debía contentarse con
mirarla de vez en cuando. De hecho, si no
la veía durante un rato, se ponía nervioso.
Al principio le pareció que su mujer estaba
conversando con las nobles como siempre,
hasta que, fijándose, descubrió que la
mirada de su esposa estaba centrada en el
vientre de la reina. Fue como si le tirasen
un cubo de agua helada.

* * * * *

Hugo se dirigió a los aposentos de su


esposa después de bañarse. ¿Querría ser
madre? Se preguntaba sin cesar. Podía
dárselo todo, el mundo si así lo deseaba,
todo… excepto un hijo. La maldición de su
sangre lo impedía. Años atrás le pareció
una bendición. Podría jugar con todas las
que quisiera sin preocuparse. Después de
leer los repugnantes secretos de los Taran
decidió poner fin a toda su estirpe. Pero…
¿ahora qué? Hugo se miró las manos. Se
sentía vivo. Antiguamente desahogaba sus
frustraciones, el disgusto de existir
cabalgando demencialmente a lomos de su
corcel, pero ahora había cambiado algo.
Hugo repasó la estancia con la mirada hasta
encontrar a su mujer. La sensación de aquel
dormitorio era agradable. Verla le hacía
desear besarla y colmarla de ternura. Estar
vivo ya no era una tortura, porque le
permitía poder tocarla. Su soledad murió.
En algún momento empezó a soñar con un
mañana con ella. Un futuro con su esposa
meciendo a un niño mientras le sonreía.
Pero él no podía darle un hijo.
¿Cómo se lo diría? ¿Debía contarle el
horrible secreto de su familia? Odiaba la
idea. No deseaba mostrarle la oscuridad de
su ser a la mujer a la que amaba. Temía que
su mirada cambiase. ¿Y si le decía que
quería ser madre? ¿Qué haría?
–No te acerques que todavía me tengo que
secar el pelo. – Le advirtió Lucia en cuanto
lo vio pasar por la puerta.
Para evitar el bochorno de tener que volver
a lavárselo por la mañana o disculparse con
la pobre criada que tardaba un buen rato en
desenredárselo, Lucia dejó de dormir con el
pelo mojado. Ahora le quitaba la humedad
y se aplicaba una loción para mantenerlo en
su sitio, sin embargo, su esposo no
esperaba el tiempo necesario y la atacaba
siempre.
–Te he dicho que no te acerques. – Le
repitió cuando su esposo hizo caso omiso a
su advertencia y ella retrocedió un paso.
La situación divirtió a Hugo. Lucia se vio
reducida a una presa. Corrió para poner la
cama entre ambos, pero como una bestia
salvaje, su esposo se abalanzó y le rodeó la
cintura.
–¿Por qué gritas? ¿Te gusta?
–¡No!
Hugo le besó el cuello y le manoseó uno de
los pechos mientras le frotaba lo que
ocultaban sus piernas con la otra.
–¿Te apetece que juguemos fuerte, amor
mío? – Le susurró al oído.
–¡Hugh! – Exclamó, estremecida.
Hugo la lanzó a la cama y se le puso
encima. Ella evitó su mirada, sonrojada. Él
le abrió la toalla y admiró su cuerpo
desnudo.
-¿Estás excitada? ¿Por qué?
–¿…Puedes parar de molestarme?
El sonrojo de la muchacha le entumecieron
una parte del cuerpo que ansiaba
penetrarla, pero su sensatez lo controló: su
mujer era demasiado dulce como para no
deleitarse con su sabor. Le separó las
piernas y hundió la cabeza entre ellas.
–¡Ah!
La sensación era electrizante. La lengua de
él la exploró despiadadamente.
–¡Ah!
Lucia se cubrió el rostro con las manos
mientras gemía. Aunque se retorciese,
Hugo le sujetaba las caderas,
inmovilizándola. El sonido húmedo era
bochornoso. La joven chilló de placer.
–¿Por qué no me miras a los ojos, Vivian?
–…Me da vergüenza.
–¿Qué?
–…Es… obsceno…
–¿Te da vergüenza que te guste lo que te
hago con la lengua? – Preguntó él con una
sonrisa de oreja a oreja.
Ella se lo miró desaprobadoramente. Era
adorable. Le separó los labios con el pulgar
y la besó apasionadamente. Su deseo se
apoderó de él y la penetró sin misericordia
ninguna.
–¡Ah!
La oleada de placer la dejó sin aliento.
–Estás demasiado… apretada… – Hugo
movió las caderas.
–Ah…
–Joder…
El interior de su esposa se aferraba a su
miembro erecto y lo estrujaba al compás.
Era adictiva. Hugo tomaba a su esposa casi
a diario, le complacía, le sorprendía. Era
tan adicto que la noche de descanso se la
pasaba luchando contra sus impulsos. La
satisfacción de que su amor fuese
correspondido le satisfacía a un nivel más
allá del físico.
Lucia alzó la vista para mirarla mientras su
marido la exploraba tranquilamente,
saboreándola. Tenía la mirada borrosa y el
ceño algo fruncido. Fue en ese momento
que recordó lo que Katherine le había
enseñado. Cuando entrase en ella, debía
relajarse; cuando saliera, debía apretar. La
joven así lo hizo y el efecto fue inmediato.
El ceño fruncido de Hugo se volvió más
evidente y le agarró el trasero con más
fuerza. Lucia repitió unas cuantas veces
hasta que él ahogó un gemido y gruñó.
–Para.
Lucia fingió ignorancia.
–¿De hacer qué…?
–Estás haciendo algo que no has hecho
nunca.
La reacción de Hugo la sorprendió. No es
lo que esperaba.
–…Pero me dijeron que a los hombres os
gustaba.
Hugo se detuvo y frunció el ceño.
–¿Quién? – Ella no contestó. – Seguro que
han sido las nobles con las que te juntas. –
Continuó, chasqueando la lengua.
–¿No te gusta? ¿Esto? – Dijo y lo repitió.
–No me excites si no vas a poder soportar
las consecuencias.
Hugo se puso los tobillos de su mujer sobre
los hombros y la penetró sin misericordia
ninguna. Ella abrió los ojos como platos.
–¡Ah!
–Puedes gritar más alto, no tienes ni idea
de lo mucho que me estaba conteniendo. –
Aseguró aumentando la velocidad y el
vigor simultáneamente.

.x.x.x
Parte II
Lucia rememoró lo ocurrido en su sueño
una vez más tras una conversación que
había mantenido con las nobles en la fiesta
de aquel día. El futuro que su visión le
había mostrado había cambiado
completamente, así que cierto día envío a
alguien a su pueblo para constatar unas
suposiciones.
Rossa, su amiga de la infancia, se había
casado con un vecino y,
sorprendentemente, el árbol donde solían
jugar de niñas quedó reducido a un tocón.
Según cuentan los aldeanos, un rayo lo
partió, así que decidieron cortarlo. Por lo
que, si no había un árbol al que subirse,
tampoco accidente.
El futuro cambiaba, pero a la vez, seguía su
curso en ciertos puntos como el rey
queriendo casar a las princesas.
Lucia preguntó a las nobles sobre la
condesa de Matin y descubrió que, meses
atrás, se había divorciado y mudado al este.
La duquesa se quedó pasmada. Fue como si
le tirasen un cubo de agua fría encima. En
su sueño la habían casado al conde por la
única razón de ser la princesa más mayor
de palacio, pero ahora que ella ya estaba
fuera de la casa real, su hermanastra
asumiría su destino fatal.
–¿No puedes dormir? – Hugo la rodeó por
la cintura y le besó la esquina de los ojos.
Era algo recurrente que su esposa suspirase
de vez en cuando incapaz de dormir. En
aquel momento pensó que la causa debía
ser su anhelo de ser madre, por lo que entró
en pánico y no consiguió conciliar el sueño.
Sabía que tenía que hablar con ella sobre lo
del niño, pero le inquietaba ignorar hasta
qué punto debía abrirse.
–¿Y tú?
–No paras de suspirar.
–¿Sí? Pues ya me callo, duérmete.
–¿Qué pasa? ¿Te preocupa algo?
–¿…Sabías que el rey quiere casar a las
princesas?
Toda la energía abandonó el cuerpo de
Hugo cuando la escuchó hablar de un tema
sin relación ninguna a un bebé.
–Sí, algo he oído.
–Pues hoy me he enterado de que la
condesa de Matin se ha divorciado.
–¿Matin?
–No creo que la conozcas. Es una familia
de la que no se suele hablar.
–¿Te llevabas bien con ella?
–Bueno, la conocía un poquito.
Lucia no solía detallarle cada rumor que
corría entre los nobles, por eso Hugo pensó
que se llevaba bien con la condesa.
Lucia se apoyó en el hombro de su marido
y le cogió la cara para ratificar que aquello
no era un sueño. De vez en cuando le
preocupaba lo surrealista que parecían sus
días.
–¿…Qué pasa? – Hugo le cogió la mano y
le besó la palma. Entonces, le acarició la
frente y le apartó el pelo de la cara.
Lucia frotó la cara contra la mano de su
marido.
–¿Qué pasa? – Preguntó Hugo preocupado
por lo triste que le pareció aquel gesto.
–Intenta evitar que alguien se case con el
conde Matin, por favor. – Le rogó.
Si alguna de las otras princesas tuviese que
pasar por la misma experiencia espantosa
que ella había vivido en su sueño se sentiría
mortificada el resto de su vida.
–Sé que es raro. Que se trata de una
hermana a la que ni siquiera he visto. Pero
no puedo lavarme las manos cuando sé la
tragedia. No puedo permitir que se case con
ese hombre. Un hombre que… pega a su
esposa y la obliga a hacer cosas peores…
–Vivian. – Hugo abrazó el cuerpo
tembloroso de su esposa.
–Si no me hubiese casado contigo,
seguramente… Habría acabado con él.
–¿Por qué crees eso?
Lucia le explicó detalles de su pasada
relación con el conde controlando la ira que
amenazaba con aparecer.
–Has hablado mucho con la condesa. Vale,
me encargaré de ello. Ya puedes olvidarlo.
–¿…De verdad? ¿Puedes… evitarlo?
Hugo se quedó atónito. ¿Qué si podía hacer
una tontería como esta? Si le apetecía podía
cambiar al rey.
–Claro, tienes un marido habilidoso.
Ella soltó una risita entre sus brazos. Hugo
suspiró aliviado, pero al mismo tiempo le
molestó que la condesa de Matin hubiese
compartido detalles tan escabrosos con su
esposa. Sin embargo, era el marido de esta
condesa que le molestaba aún más.

* * * * *

Hugo llevó a cabo una investigación


esmerada sobre el conde Matin. Conforme
avanzaba con su lectura del informe, más
desagradable se le antojaba. El conde se
divorció de su primera esposa cinco años
después de la boda; la familia de su
segunda esposa anuló el matrimonio un
mes más tarde y hacía unos meses que se
había divorciado de la tercera. A todo esto,
el mes anterior el conde Matin había hecho
una propuesta a la familia real para que le
concedieran su cuarto matrimonio. Contaba
con tres hijos. El mayor y el segundo, fruto
de una aventura, estaban registrados como
hijos de la primera esposa que, al parecer,
acordó aceptar al bastardo a cambio de
conseguir el divorcio. El tercer hijo oficial
era de la tercera y, aunque había unos
cuantos bastardos más, no los había
reconocido como suyos. Presuntamente, su
impotencia era el resultado de una
promiscuidad descomunal durante su
juventud. En resumen, era un hijo de puta,
pero ser un cabrón no impediría a Kwiz
aceptar su propuesta mientras que la dota
fuese generosa.
La única hermana que Kwiz reconocía era
Katherine, con la que compartía madre. El
resto eran enemigos o cargas inútiles que
atentaban contra el presupuesto real. Si el
rey aceptaba al conde, la elegida sería la
princesa Cecil que cumpliría los dieciocho
ese mismo año.
¿Cómo se habría enterado su mujer que el
conde se había presentado para casarse con
una de las princesas? Pero Hugo no
continuó preguntándoselo mucho tiempo,
de repente se le ocurrió que la princesa
Vivian podría haber acabada siendo la
esposa de ese montón de basura. La mera
posibilidad le enfurecía.
El duque meditó sobre cómo lidiar con la
petición de Lucia. Interceptar una
propuesta que ya estaba en palacio era
mucha molestia y si le pedía un favor al rey
era como darle rienda suelta a cualquier
exigencia que el monarca desease.
–Deshazte de este hombre. – Le ordenó a
Fabian. – No lo quiero ni ver.
–¿Complicado o simple?
–Simple.
–Así será, señor. Por cierto, siento
informarle que aún no he encontrado el
colgante.
A Fabian le inquietaba el silencio de su
señor sobre el colgante. Había peinado
prácticamente todo el reino, pero no había
encontrado ni la menor pista.
–¿Eh? Ah, ya puedes dejar de buscarlo.
Hugo olvidó mencionar que ya no
necesitaba el colgante. Ni siquiera se sintió
mal por el despliegue de hombres que
habían estado buscando arduamente el
rastro del objeto.

Una semana después del conde Matin


falleció en un accidente de carro. Hugo
informó a Lucia sin especificar que había
sido cosa suya.
–Estaba pensando cómo ocuparme del
asunto y me he enterado de que está
muerto. – Comentó impasible, como si se
tratase de un perro callejero.
Lucia comprendía su reacción, para él, el
conde significaba menos que un perro.
–¿...Muerto?
Lucia no daba crédito a sus oídos. ¿Cuánto
le había maldecido en su sueño? Rogó y
deseó la muerte de aquel miserable, aunque
significase cargar con un castigo peor. No
creía que el conde pudiese morir en un
accidente de carro. Era inverosímil.
–¿Te sorprende? – Hugo la abrazó.
–¿…Sorprenderme? Sí, puede…
–¿Por qué?
–Porque ha sido por algo muy trivial…
Pensaba que era invencible, un hueso duro
de roer…
Hugo pensaba que para su inocente
mujercita que se había criado sin poner un
pie fuera de palacio hasta que se casó con
él, el comportamiento del conde debía
haber sido alarmante. Su visión del mundo
era escabrosa, un lugar plagado de maldad
y de personajes como el conde, no
obstante, su esposa no necesitaba ser
consciente de toda aquella oscuridad.
–Ya está muerto. Deja de pensar en ello.
Ya no se puede casar con nadie.
–…Ya veo. – Entonces, Lucia se acordó de
algo. – ¿Y qué será de la casa del conde?
–Tiene un heredero.
–La condesa dejó a su hijo pequeño ahí.
Ahora que el conde no estaba, su familia no
se vería envuelta en un enredo político que
los condenaría a muerte, ni Bruno tendría
que ser exiliado a otro reino. Lucia recordó
a su querido Bruno que tanto añoraba a su
madre en silencio. El mayor de los hijos del
conde no parecía del tipo que cuidaría con
mimo a su hermano pequeño.
–Puedo enviarle a su casa si la condesa
quiere. – Hugo contuvo su irritación e
intentó mantener un tono amable. No le
gustaba no tener toda la atención de su
esposa.
Hugo decidió callar la posibilidad de que la
condesa no aceptase a su hijo para poder
casarse otra vez. Raramente las nobles
elegían la soltería hasta que sus niños eran
mayores de edad. Su bienestar iba antes
que el de sus hijos.
–¿De verdad? – Preguntó Lucia con ojos
relucientes.
Hugo soltó una risita. Su esposa le
subestimaba demasiado, Sólo existía un
puñado de cosas fuera de su alcance, como
revivir a los muertos.
–Ya puedes dejar de comerte la cabeza.
–Vale. – Sonrió con dulzura, como si se
hubiese quitado un peso de encima.
Hugo le mordió las mejillas. Su mujer era
preciosa.
–Muchas gracias, Hugh. – Dijo Lucia
aferrándose a su cuello.
–Si tan agradecida estás, dame un regalo.
Lucia estalló en carcajadas, levantó la
cabeza y le besó.
–¿Amarte no es suficiente?
Él la abrazó y le susurró al oído:
–Más que suficiente.
Era increíble cuánta felicidad le aportaba
una mujer tan menuda. Le inquietaba que
su destino, que jamás había sido
benevolente con él, estuviese cediéndole
tanta alegría.

.x.x.x
Parte III
La reina dio a luz a una niña.
–¡Jajaja! – Rugió Kwiz loco de contento. –
¿Una princesita?
Kwiz estaba encantado. Hugo le había oído
mencionar cuánto deseaba a una bebé y,
aunque hasta ahora no le había interesado,
ver al monarca tan fausto le provocó un
sentimiento extraño. Aquel no era el primer
hijo de Kwiz, ¿por qué tanto regocijo?
–¿No va siendo hora de que te toque a ti?
–…Todavía no.
–Imagina tener a una hija que se parezca a
la duquesa que tanto amas. Bueno, voy a
ver a la princesa. Una princesita, eh. Una
princesita.
El rey canceló todos sus compromisos para
poder admirar a su recién nacida, por lo
que Hugo pudo regresar a casa antes de
hora. En el carruaje, el duque suspiró
pesarosamente: la noticia del nacimiento de
la princesa no tardaría en llegarle a su
mujer.
Lucia jamás le había pedido explicaciones
por no querer hijos, había aceptado el
hecho. Era tremendamente comprensiva,
pero había mentido. Ella jamás le exigiría
una respuesta por mucho dolor que le
causase cualquier cosa que él hiciera. Era el
tipo de persona que prefería guardárselo y
tragárselo sola.
Tenía que contárselo.
Al llegar a la mansión, Hugo le pidió a
Jerome que le avisase cuando su mujer
volviese de la quedada a la que había
asistido aquella tarde y se encerró en su
despacho hasta entonces.
–¡Qué pronto has llegado hoy! – Lucia le
saludó feliz como si le hubieran regalado
algo. Sonrió de oreja a oreja y se acomodó
entre sus brazos.
–¿Te lo has pasado bien?
–Sí, bastante. – Hugo le rodeó la cintura y
la acompañó escaleras arriba. – ¿Cómo es
que has llegado tan pronto? – Preguntó ella
ya en el sofá del dormitorio.
–Ha nacido la princesa.
–¡Oh, vaya! Qué maravilla. La princesa
Katherine me había dicho que quería que
fuese niña.
–Su Majestad también estaba contento.
Hugo dejó de hablar durante unos instantes
lo que le indicó a Lucia que quería decirle
algo difícil.
–Damian está bien, ¿no?
–¿…A qué viene esto?
–Supongo que como estamos hablando de
niños, sin querer, he pensado en él.
–El chico está bien. No le pasará nada.
–Me alegro. ¿Por qué te pones tan
tiquismiquis cuando le menciono?
–¿Qué? ¿Tiquismiquis?
–Eres su hijo, haz el favor de no ponerte
nervioso por estas cosas.
–No me pongo de ninguna manera… –
Suspiró. – Vale, vale, siento tener la mente
tan cerrada.
Lucia se rio, le cogió la cara con las manos
y le dio un beso en los labios.
–Yo te quiero seas como seas.
–¿…Lo suyo no sería que me dijeras que
no tengo la mente cerrada?
–Bueno, es que a veces sí lo eres… – Lucia
se detuvo a estudiar su expresión amarga y
soltó una risita. – …Creo que has
cambiado.
–¿Qué?
Cada vez se sentía más atraído por su
mujer. Era menuda y frágil en comparación
con él, pero lo manejaba como se le
antojaba y lo peor es que no le disgustaba.
Hugo la besó y ella sonrió. La pareja
continuó charlando sobre la bebé con
entusiasmo, así que las preocupaciones del
duque se disiparon.
–Hablando de bebés.
–¿De los príncipes?
–No, del nuestro.
Lucia no dio crédito a sus oídos. Jamás
hubiese imaginado que le escucharía decir:
“nuestro” en un tema de niños. Se le
aceleró el corazón y tragó saliva con
nerviosismo.
–Ya te había dicho que tengo un secreto
que no sabe nadie más.
–…Sí.
–Todavía no te lo puedo contar todo, pero
creo que deberías saber una parte. – Y
entonces, Hugo guardó silencio una vez
más. Era la primera vez que Lucia le veía
tan agitado y, justo cuando iba a decirle
que no hacía falta que se lo contase, su
marido continuó. – No puedo darte hijos.
Los Taran estamos malditos.
Hugo pasó a explicarle su situación
familiar mezclando verdades con mentiras,
ocultado ciertas partes. Le confesó que su
familia sólo conseguía descendencia a base
de juntarse entre ellos, aunque cambió lo de
medio hermanos por primos y aclaró que la
mujer necesitaba tomar ciertas hierbas para
concebir.
A Lucia se le cambió la cara de golpe.
–Para tener hijos tienes que casarte con una
prima, si no hay que estar comiendo una
hierba en cuestión… Y la única persona
que sabe cuál es esa planta es el señor
Philip.
–Sé que es una locura.
–No, te creo. Entonces… la madre de
Damian era tu prima.
–…Básicamente.
Lucia estaba confundida, pero tenía
sentido. Por eso no existían bastardos bajo
sus alas a pesar de sus muchas relaciones y
por eso no se preocupó de protegerse
durante su primera vez.
Xenon prohibía las relaciones entre
familiares, sin embargo, en otros reinos era
algo natural sobretodo entre nobles y la
realeza. A Lucia le sorprendió que su
esposo mostrase tal animadversión por algo
que desafiaba la moral.
–Entonces, seguro que tenías una
prometida.
–Está muerta. Ya no existen mujeres de los
Taran. Los únicos que quedamos con este
linaje somos Damian y yo. Y aunque
existiese una mujer que cumpliese los
requisitos, no me casaría con ella para tener
un hijo. Mi linaje acaba conmigo. Te lo
dije. Estoy maldito. Quería acabar con todo
esto.
Lucia se enfrentó a un matojo de
sentimientos complicados. A Hugo le
repugnaba su familia y él mismo. Pretendía
estar hecho de acero, pero en el fondo, le
cubrían las heridas.
–No estás maldito, Hugh. – Le consoló
Lucia tragándose las lágrimas. – Un niño
tan adorable como Damian tampoco es una
maldición. Me alegra que estés aquí. Si no,
no te habría podido conocer. Quiero que te
ames tanto como lo hago yo, por favor.
Hugo apoyó las manos sobre las de su
esposa que le tocaban el rostro y cerró los
ojos. Quizás no consiguiese quererse
jamás, pero al menos no condenaría su
propia existencia porque, tal y como ella
acababa de decir, había sido capaz de
conocerla gracias a estar vivo.
–Por eso me dijiste que no querías niños.
–No es que no quiera tener un hijo contigo.
–Lo sé.
–Me encantaría tener uno contigo si
pudiera.
A Lucia se le iluminó la mirada.
–Pero me dijiste que no te gustaba la idea.
–No me gusta, pero si es el tuyo no me
importa.
–¿Entonces…? O sea, ¿si estuviera
embarazada, lo aceptarías?
–Con gusto.
–Te creo.
Que Hugo estuviese dispuesto a ser padre a
pesar de que fuese imposible para ambos
enterneció a Lucia. Aquel hombre que
detestaba la idea de la paternidad acababa
de decirle que querría tener un niño con
ella.
–Gracias, Hugh. Te entiendo y estoy bien.
Ah… Entonces, Damian tampoco podrá
tener hijos… Espero que no le siente mal.
–¿…Estás pensando en el chico en medio
de esta conversación?
–Claro, soy su madre, Hugh. Tienes que
contárselo.
–Ya me ocuparé de ello.
Lucia creía haber abandonado la idea de ser
madre, pero, aun así, continuaba
albergando una mínima esperanza. No
quería mostrarle ese lado suyo e intentó
ocultar su decepción con una sonrisa. Las
lágrimas se arremolinaron en su mirada que
compartían el mismo dolor que el de su
marido.
–Lo siento.
–¿Por qué? – Hugo la abrazó. – Anda que,
estaba intentando no llorar. Qué débil soy.
–¿Qué dices? – Hugo suspiró. – Eres la
mujer más fuerte que he visto en mi vida.
Hugo la estrechó entre sus brazos mientras
ella lloraba. Era la primera vez en toda su
vida que tuvo deseos de llorar.

* * * * *

Lucia fue a una pastelería de la ciudad con


un grupo de nobles que habían sacado el
tema en la última fiesta de té a la que
acudió. Extrañamente, llevaba días con el
antojo de algo dulce, así que la propuesta
de las otras mujeres le vino de perlas y se
ahogó en tarta hasta que llegó la hora de
marcharse para casa.
El tiempo era más frío y esperaba que la
nieve no cuajase. Le preocupaba que Hugo
tuviese que regresar a casa más tarde
aquella noche. El trabajo de su marido
había aumentado tanto que cierta noche
Lucia le dijo que dimitiera porque casi no
podían estar juntos. La expresión de Hugo
fue un poema y recordaba divertida los
murmullos gruñones de él cuando ella
fingió ignorancia.
Quedaban diez días para Año Nuevo, así
que la duquesa decidió dar por terminadas
sus apariciones en público con la fiesta por
caridad del día siguiente y no volver a pisar
la calle hasta la fiesta de fin de año.
Raramente no había fiestas en la capital,
era un lugar ajetreado con constante
exigencia de socializar, aunque sin lugar a
dudas, lo más grande de aquel año había
sido el nacimiento de la princesita Selena
que estaba creciendo colmada del amor de
sus hermanos y de sus padres. El
matrimonio de Katherine también había
sido un bombazo. En cuestión de meses
aceptó y se casó a uno de sus pretendientes
extranjeros, un magnate poseedor de
muchos títulos entre los cuales se
encontraba el de marqués aliado de Xenon.
Kwiz aceptó con la condición de que se
quedasen en Xenon una tercera parte del
año y Katherine, jubilosa, le comentó a
Lucia que había accedido al enlace porque
le envidiaba la relación de Lucia y
anhelaba experimentar algo similar.
El futuro que Lucia había predicho había
cambiado radicalmente. El conde Alvin,
que debería haberse casado con Katherine,
había terminado con Sofia; el marqués
Dekhan que debería haber sido el esposo de
Sofia guardó luto y soltería tras el
fallecimiento de su mujer… Lucia dejó de
centrarse en sus recuerdos. Ya hubiese un
parecido o discrepancia con ello, apenas se
molestaba en contrastar ambas realidades.
De hecho, todo lo que recordaba con tanta
claridad empezaba a tornarse borroso.
La duquesa se fue directamente a la cama
en cuanto llegó. Estaba agotada.

Capitulo 110 Una vida apacible


–¡…-vian!
La sacudida y el rugido de su esposo la
despertaron de repente. Lucia jadeó
desesperadamente en busca de aire y
escaneó su alrededor en pánico. Hugo se
aferraba a sus hombros, le acariciaba la
frente sudorosa y la tenía entre sus brazos.
–¿…Hugh?
Su marido no cesaba de susurrarle al oído
que no pasaba nada, que todo iba bien
mientras la mantenía pegada a su pecho
permitiéndole escuchar el retumbo de su
corazón acelerado. No fue hasta este
momento que la propia Lucia se percató de
su incontrolable temblor.
–¿Has tenido una pesadilla? Te he movido
un par de veces, pero no te despertabas.
–Ah… sí.
Por primera vez en tantísimos años volvió a
soñar sobre aquella terrible noche en la que
se exterminó a la familia Matin y ella se
vio obligada a subsistir en un agujero
oscuro.
Ya no temblaba, pero la expresión
agraviada de su esposa no convenció a
Hugo.
–¿Llamo a un doctor?
–No, es que… me he sorprendido un poco.
Ya está.
–¿Quieres agua?
Lucia asintió con la cabeza, pero en cuanto
Hugo se dispuso a levantarse, ella se
sobresaltó y se aferró a él.
–Ah, no. Da igual… Mejor… Quédate así
conmigo…
–…No me voy a mover, no te preocupes.
Tienes que cambiarte de ropa. Te resfriarás
si duermes con eso. Voy a llamar a una
criada, ¿te parece bien?
–…Sí.
Hugo tiró de la cuerda que usaban para
llamar al servicio y le ordenó traer todo lo
que necesitaba. Le ofreció un vaso de agua
templada a Lucia, le limpió el sudor del
cuerpo y la ayudó a ponerse otro camisón
con calma y dulzura.
Lucia, entregándole su cuerpo a él, se
limitó a descansar la cabeza en su hombro
y rodearle la cintura con los brazos. Hugo
le besó la frente con suavidad,
consolándola en silencio.

* * * * *

Raramente se despertaba con su marido al


lado. Lucia abrió los ojos y admiró el
atractivo rostro de Hugo como hechizada.
Se movió, ladeó la cabeza y le besó la
barbilla. Él abrió los ojos, soñoliento, y le
devolvió la sonrisa.
–¿Qué tal has dormido?
–Bien, ¿y tú? Te has tenido que despertar al
alba por mi culpa.
–He dormido más para compensar. ¿Para
qué me necesitas hoy?
–¿Qué…?
–Me pediste que me quedase.
–Oh, eso… – Lucia creía haberlo dicho
para sus adentros. – Estaría medio dormida,
no hacía falta que lo tuvieses en cuenta.
–He llamado a un doctor.
–¿Para qué?
–Anoche te quedaste dormida y no te
inmutaste cuando llegué y me tumbé
contigo. Además, te despertaste agitada a
media noche y creo que tienes algo de
fiebre.
A Lucia le pareció que estaba haciendo una
montaña de un grano de arena, pero fue
incapaz de evitar que llamase a la doctora
que había contratado hacía dos meses y que
ignoraba la condición de Lucia. La
profesional aseguró que era algo habitual y
perfectamente normal en las mujeres a
punto de tener la menstruación.
–¿No estás ocupado? – Preguntó Lucia
después de despedirse de la doctora.
–No.
–Pues me gustaría que nos quedásemos en
la cama.
–Oh. – Hugo metió la mano entre los
muslos de su mujer de inmediato.
–¡No para hacer eso! – Exclamó ella,
quitándole la mano. – Me refiero a
quedarnos en la cama, bebiendo té,
desayunando… Hacer el vago. Contigo.
–No me parece mala idea, pero primero
uno rápido.
–¡Es que no vas a parar! ¡Quiero beber té!
¡Y desayunar! ¡En la cama!
Ante la terca negación de su esposa, a
Hugo no le quedo alternativa a quitar la
mano de sus piernas como muestra de
rendición.
–Vale, vale. Pídeles que te traigan el té ese
que tanto quieres.
Lucia rio contenta y tiró de la cuerda para
llamar a la criada mientras que Hugo la
observaba como a un niño al que le han
quitado su caramelo.
A Hugo su mujer le parecía inocente como
una niña. La mayoría de los nobles
festejaban o acudían a encuentros hasta el
alba y se despertaban casi por la tarde,
desayunar en la cama era parte de su rutina,
nada extraordinario. Sin embargo, los
Taran eran otro cantar. Las actividades
sociales de Lucia eran mayoritariamente
vespertinas o de por la mañana y raramente
regresaba más tarde de la puesta del sol.
Hugo, por su parte, volvía a casa en cuanto
terminaba el trabajo y se despertaba al alba,
unas horas antes que su mujer. Por eso
mismo ninguno de los dos había tenido la
oportunidad de quedarse a disfrutar del
desayuno en la cama.
Lucia se deleitó del aroma del té que
llenaba la estancia y pegó un sorbo. Se
apoyó contra Hugo y saboreó su bebida
satisfecha.
–¿Hoy llegarás tarde?
–Como siempre, ¿y tú?
–La fiesta de caridad a la que voy acabará
por la tarde.
–¿O sea que hoy sólo tienes eso?
–También tengo una fiesta de té antes.
Las criadas les sirvieron un desayuno
simple sobre unas mesitas que consistía en
miel fresca, tortitas y dos tazas de leche.
–La leche de la taza de la derecha es un
producto nuevo. Se ve que se procesa de
otra manera y que la gente anda loca por
ello. – Lucia bebió un poco. – Pruébala,
está riquísima.
Hugo miró de soslayo la taza que le ofrecía
Lucia, bajó la cabeza y le lamió los labios a
ella.
–Sabe a leche. – Comentó encogiéndose de
hombros.
Lucia se lo quedó mirando ruborizada y le
faltó tiempo para comprobar que los
criados estuvieran desviando las miradas y
fingiendo que no habían visto nada.
–¿Qué… te parece? ¿La cambiamos por
esta?
–Lo que tú quieras. Aquí la única niña que
bebe leche eres tú.
–¿…niña?
–Niña. – Repitió Hugo entre risitas por la
cara atónita de ella.
¿Se atrevía a llamarla niña él? ¿El mismo
hombre que no hacía otra cosa que
acariciarle las piernas y la cintura? Puede
que los demás no vieran nada más que a la
pareja sentada en la cama, pero bajo las
sábanas el duque se rehusaba a parar quito.
Lucia le cogió la mano que la estaba
manoseando, la levantó y la apartó
encogiéndose de hombros.
–Me has dicho que soy una niña.
Hugo entrecerró los ojos y enterró la cara
en su cuello.
–¡Ay!
Hugo la atrapó y le mordisqueó el cuello.
Le hacía cosquillas y él no la soltó hasta
que la escuchó gruñir. De repente, Lucia
volvió en sí y se dio cuenta de que el
servicio se había retirado junto la mesita
con el desayuno para dejarles intimidad.
–¡¿Por qué eres así?! ¡Leñe!
Impasible, Hugo la sujetó por las muñecas,
se las levantó por encima de la cabeza y
atrapó sus labios.
–¡Para! – Rechistó ella, resistiéndose.
–No.
–Para… Me tengo que vestir para irme…
Hugo continuó cubriéndole el cuerpo de
besos, así que ella empujó su pecho y se
quejó.
–Hugh.
–Ya te he oído. – La besó una vez más
como si fuera el toque final y sacó su
miembro del interior de su esposa. – Te
pasaré a buscar.
–No acabará muy tarde y no está tan lejos.
Hugo se bajó de la cama sin contestar y se
puso el batín. Lucia se lo quedó mirando y
suspiró. Se sentó y recogió el camisón que
había terminado en sus pies. Su marido la
pasaba a buscar las dos o tres veces al mes
que asistía a una fiesta de noche. No le
disgustaba que la pasase a buscar, pero…
–¿Por qué siempre me dices que no vaya? –
Hugo le levantó la cara por la barbilla,
sorprendiéndola. – La última vez te dije
que pasaría a buscarte, pero llegué un poco
tarde y ya te habías ido. – Protestó con una
mirada fría. – ¿Te molesta que vaya?
Su disgusto era aparente, así que ella
estudió su rostro con esmero antes de
explicarse.
–…Es por los rumores.
–¿Qué rumores?
Lucia no asistía a ningún baile sin su
esposo a no ser que fuese una ocasión
especial que requiriese su presencia,
tampoco aceptaba invitaciones a nada que
no fueran fiestas de té y, en el caso en que
fuese a un encuentro nocturno, su marido
siempre la pasaba a buscar. Todo esto
provocó el nacimiento de una serie de
rumores sobre el duque. Cuchicheos sobre
la celosía enfermiza del duque que había,
prácticamente, confinado a su mujer en
casa. La primera vez que una de las nobles
se lo espetó pasándolo por broma, Lucia se
quedó sin palabras. La realidad era que ella
misma era el tipo de persona que prefería
evitar aglomeraciones de gente y que su
marido la pasaba a buscar porque le
preocupaba que estuviese agotada.
–No me puedo creer que te dé igual.
Lucia no daba crédito, su marido se la
había quedado mirando como si fuese una
tontería que no iba con él.
Hugo no podía confesarle que encerrarla en
casa no le parecía mala idea. Siempre tenía
los nervios a flor de piel cada vez que
Lucia salía porque era consciente que su
reputación no era suficiente para mantener
a todos los moscardones alejados de su
esposa. Lucia no lo sabía, pero él se había
encargado de interceptar varios intentos de
hombres de entregarle flores o cartas de
amor. Si por él fuese, aplastaría a todos los
gilipollas que se habían atrevido a mirarla,
pero aquello confirmaría la imagen de
celoso enfermizo de los rumores. Su
esposa era una flor en viva coloración. A
primera vista parecía inocente, pero a veces
su apariencia era madura y otras pura. No
era de extrañar que atrajese tantas miradas.
Hugo le movió el cuello y la besó
apasionadamente.
–Te llevas a la criada, ¿no?
–Siempre.
–Dos personas.
–Sí, ya lo sé, me llevo a dos.
Desde lo ocurrido con Roy siempre tenía
que llevar mínimo a dos criadas con ella.
–No te separes del escolta.
–Vale.
–Te voy a ir a buscar, aunque llegue un
poco tarde. No hables con otros hombres.
–Ay, caray. Qué pesado. – Dijo ella
estallando en sonoras carcajadas.

.x.x.x
Parte II
Pretender que recordaba a todas las nobles
que le hablaban no era coser y cantar.
–¿Qué tal está, duquesa?
–¡Cuánto tiempo, duquesa!
La condesa Glenn había regresado al fin de
la casa de sus padres y eso sólo podía ser
porque, o la enfermedad de su madre había
mejorado o, como era más seguro, había
empeorado.
Lucia le preguntó por su madre y la
condesa respondió con una sonrisa
apagada, por lo que la duquesa la consoló.
–Es familia mía. – La condesa aprovechó
para presentarle a Sonia, la hija del barón
Park.
Aquella muchacha era la que en su sueño
había sido la duquesa de Taran.
–Es un honor conocerla, duquesa.
Sonia era una joven adorable, de pelo
rizado y sonrisa alegre. A diferencia de
cómo la recordaba en su sueño, su actitud
demostraba su escasa experiencia y sus
ojos recorrían el salón fascinada por el lujo.
La joven no encajaba con la personalidad
que había visto en su sueño, pero pesé a
ello, se sentía horrible. No podía evitar no
sentirse a gusto alrededor de la mujer que
su marido había escogido en otra realidad
personalmente para casarse.
–¿Ha pasado algo? – Le preguntó Hugo ya
de camino a casa.
Lucia sacudió la cabeza. Estaba enfadada
con él sin motivo y tenía la sensación de
que si abría la boca la pagaría con él. Su
estado actual era extraño y esperaba que
conciliar el sueño la ayudaría a calmarse.
–Estoy cansada, me voy a ir a dormir ya.
Hugo dejó en paz a su mujer viendo que
estaba comportándose diferente a lo
habitual y, resuelto, decidió que si por la
mañana seguía con ese humor, la
interrogaría hasta que le confesase qué le
pasaba.

* * * * *

Cuando Lucia abrió los ojos seguía siendo


de noche. Temblaba y no conseguía parar
de llorar. El Hugo de su sueño la había
dejado tirada, se había dado la vuelta y la
había abandonado. Necesitaba verle.
¿Dónde estaba? La joven abrió la puerta de
su cuarto de hito a hito y corrió con el
único pensamiento de verle en la cabeza.
Creyó escuchar a alguien llamándola, pero
lo ignoró y continuó corriendo hasta su
despacho. Ya allí, abrió la puerta y se lo
encontró sentado en su escritorio,
mirándola patidifuso. En ese momento, le
fallaron las piernas y se quedó allí en el
suelo hasta que consiguió estabilizar la
respiración.
–¿Qué pasa? – Hugo la ayudó a levantarse,
Lucia continuó llorando y él la abrazó
claramente agitado. – ¿Qué pasa? ¿Eh? –
Le preguntó con la voz más dulce que supo
poner. – Lucia enterró el rostro en su pecho
y continuó temblando. – ¡Llamad a la
doctora! – Bramó Hugo.
Hugo ordenó a gritos a los confusos criados
que se pusieran en marcha y buscó a
Jerome, que estaba lidiando con algo fuera
de la mansión, con la mirada hasta que
recordó su ausencia. Lucia, en sus brazos,
agitó la cabeza rigorosamente.
–¿No quieres que llame a un doctor?
Ella se limitó a asentir en silencio. Hugo
suspiró y les indicó a los sirvientes que se
retirasen. Se sentó, entonces, en el sofá con
ella entre sus brazos, la cubrió con una
manta y le acarició el pelo para consolarla.
Le besó la cara empapada de lágrimas.
–¿Qué pasa? Si no me lo dices, no podré
adivinarlo, Vivian. No llores, dime qué te
pasa. – La voz de su marido estaba cargada
de preocupación.
Ella continuó llorando y ahogando un grito
desesperado en la garganta hasta que,
exhausta, cayó rendida. Hugo llevó a su
mujer hasta la cama, pero al llegar no quiso
obligarla a soltarle, por lo que ordenó a un
criado que le subiese los documentos a la
cama y decidió trabajar en la cama junto a
su esposa.

Lucia seguía como ausente instantes


después de despertarse sobre el pecho de
Hugo que se hallaba leyendo un
documento.
–…He tenido un sueño muy raro. – Le
confesó aún adormilada.
–¿Sobre qué? – Le preguntó él antes de
besarla.
–Pues iba corriendo a tu despacho y-… –
Lucia no terminó la frase. Aquello no había
sido un sueño.
–¿Tuviste una pesadilla antes de venir
corriendo? – Preguntó él dejado sus papeles
a un lado y centrándose completamente en
ella. – ¿Cómo era?
–…Pues… tú…
–¿Yo?
–…Me ponías los cuernos. – Lucia sintió
una punzada en el corazón. – Me dejabas y
te ibas con esa… mujer. – Le temblaba la
voz y se le llenaron los ojos de lágrimas.
–Vivian. – Hugo le lamió el recorrido de
las lágrimas, se puso sobre ella y la miró
directamente a los ojos antes de continuar.
– Te amo.
–Yo también… – Aquello tranquilizó su
temperamental estado de nervios. – Te
amo.
–¿He hecho algo para que pienses estas
cosas?
–…La mujer de mi sueño tenía unos
pechos enormes.
Hugo se la quedó mirando y suspiró.
Deseaba poder hacer añicos a quién fuese
que le dijo a su mujer que las mujeres de
busto generoso eran su estilo. No es que
fueran su tipo, pero como hombre le
gustaban.
–Me gustan los tuyos. – Susurró deslizando
la mano por debajo del camisón de Lucia
para manosearla. – Son suaves, sedosos y si
los toco así… Se ponen duros. – La amasó
y pellizcó suavemente el pezón. – Y son
tan sensibles que si te los chupo, tiemblan.
– Dijo mientras demostraba cada una de
sus palabras. – Me encantan. – Le abrió las
piernas a Lucia con la suya y prosiguió con
un. – Aunque no te voy a mentir, esto de
aquí me gusta más.
Hugo le sujetó las muñecas y le frotó la
zona íntima con la mano hasta que se
humedeció.
–Qué mojada estás. Creo que el que tendría
que preocuparse soy yo por este cuerpo tan
erótico que tienes.
Le molestaba que la chinchase con esas
palabras, pero sus movimientos la hacían
estremecer. Hugo le levantó el camisón y le
arrancó la ropa interior.
–¡Ah!
Algo caliente le tocó el abdomen. Él le
besó la entrada y la exploró con la lengua.
–¡Ay, ah…!
Hugo siguió chupando el líquido que fluía
del cuerpo de ella y, cuando Lucia se
retorció de placer, le sonrió. Entonces, se
bajó los pantalones para liberar su erección
y la penetró de un solo movimiento con su
miembro duro y vigoroso.
–Ah…
A Lucia se le cortó la respiración. Hugo era
demasiado grande y la llenaba
completamente. Hugo suspiró y gimió. No
se estaba moviendo todavía, pero la
sensación era tan placentera que creía
poder correrse en cualquier momento. Qué
pesadilla tan absurda la de su mujer. ¿Dejar
este cuerpazo por otro? No había
reemplazo para esto.
Hugo comenzó a mover las caderas
lentamente. Los gemidos y chillidos de
placer de su mujer le excitaban hasta
límites insospechados. Su interior le
estrujaba y la satisfacción le engullía.
Lucia perdió la noción del tiempo. Cuando
pudo volver en sí su marido la tenía de
lado, le besaba el cuello y se movía
lentamente desde atrás.
–¿Estás más tranquila?
Hugo le mordió el lóbulo de la oreja y le
habló con un tono seductor, grave.
–¿Sabes? Me ofende que me hayas acusado
por eso en tu pesadilla. ¿Esa es la imagen
que tienes de mí?
–No, he sido… irrazonable. Lo siento.
La joven estaba avergonzada. Era ridículo
que ver a Sonia en la fiesta de caridad le
hubiese afectado tanto o haberse enfadado
con Hugo por algo que no había pasado.
¿Acaso no era la primera en reconocer que
las relaciones entre las personas de su
sueño había cambiado? La esposa de Hugo
era ella, no Sonia.
–¿Estás bien? Últimamente tienes muchas
pesadillas.
–¿A qué sí?
Últimamente estaba más irritable. El día
anterior le había levantado la voz a una
criada por una minucia. Esos cambios de
humor la inquietaban, pero no estaba
segura de poder tomárselo como una
enfermedad o no.
–Ah… – Lucia gimió.
Hugo no la estaba estimulando
rigorosamente, pero era terriblemente
placentero.
–No me puedo creer que no confíes en mí.
Estoy sorprendido.
–…He hecho mal.
–No, no me he esforzado lo suficiente. –
Hugo la tumbó boca abajo y se le puso
encima. – Voy a esforzarme muchísimo
más para ganarme tu confianza.
–¡Ya la tienes! – Chilló Lucia percatándose
del significado oculto de sus palabras! –
¡Ya la tienes!

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Parte III

Lucia deambulaba por un bosque denso de


árboles imponentes. El musgo suave le
cosquilleaba los pies y ella caminaba como
hechizada. Sin que le fascinase el
movimiento de las ramas que parecían
dejarle paso, ella continuaba su camino.
–¡Ah…! – Exclamó al toparse con un
agujero pequeño, circular que le recordó a
un nido.
En medio del agujero había un arbolito al
que se acercó para recoger su fruto
excepcionalmente rojo.

Lucia abrió los ojos de repente. Estaba en


su dormitorio y la luz se colaba a través de
las cortinas. El sueño de aquella mañana de
Año Nuevo había sido cautivadoramente
vivido.
–…-ra. Mi señora.
La joven duquesa reabrió los ojos para
encontrarse a una criada llamándola desde
su vera. Una vez más había vuelto a
quedarse dormida hasta bien entrada la
tarde.
–¿Le traigo agua para asearse, señora?
–Mmm, sí.
¿Por qué se sentiría tan cansada?
Últimamente, las criadas tenían que
despertarla para que se levantase y, aun así,
continuaba agotada.
Un dolor punzante la abrumó cuando trató
de levantarse. Llevaba días doliéndole el
estómago y, aunque no era un dolor
constante, le preocupaba.
Apenas quedaba tiempo para prepararse
para ir a palacio, por lo que decidió retrasar
la visita médica a la tarde. Su malestar no
le parecía suficiente motivo como para
llamar a un doctor, pero sabía de la
tendencia sobreprotectora de su marido.
–Mi señora, el señor ha llamado a un
médico para que le haga una revisión antes
de marcharse. – Le informó una criada.
–Dile que le atenderé cuando vuelva de
palacio.
–Sí, mi señora.
* * * * *

Beth le dio una agradable bienvenida a


Lucia. Se saludaron y empezaron a
conversar sobre la princesa Selena. La bebé
cumpliría su primer año de vida en cuestión
de días y no era ningún secreto que el rey
estaba preparando todo un banquete. El rey,
que no demostraba favor a sus hijos,
colmaba de amor a su pequeña.
–Selena se mete en líos como si fuera un
niño, me preocupa.
–Oh, no diga eso. Los niños, son niños. Es
normal que hagan travesuras. Yo misma
era un chicote de niña.
–Oh, vaya. ¿Usted, mi querida duquesa?
No lo hubiese dicho nunca, pero me alivia
saberlo.
La pareja de mujeres comenzaron su
comida entre vino y buenos platos. Carne
de conejo y vino tinto. Sin embargo, aquel
día el olor de los manjares que
normalmente disfrutaba, le revolvieron las
tripas. Tuvo que matar el regusto con el
zumo que, sorprendentemente, no se le
antojaba demasiado dulce para su paladar.
El fragante aroma de la sopa de cebolla le
causó nauseas y tan sólo consiguió tragar
tres cucharadas.
Beth que observó con detenimiento las
dificultades de Lucia le pidió a una criada
que trajera pan blando y se lo dejase al lado
a su amiga.
–Me gusta beber té cuando me encuentro
mal de la tripa. – Dijo la reina mientras les
acababan de servir el té. – Espero que te
guste, duquesa.
–Está delicioso. – Lucia vaciló y, al fin, ser
armó de valor para preguntarle de qué
estaba hecho ese té.
–Oh, por supuesto que puedes pedirme la
receta. Ordenaré que te envíen un poco. A
propósito, veo que tienes buenas noticias
que darnos.
–¿Disculpe?
–La comida que más te gusta no suele ser
buena opción a principios de un embarazo.
Yo sobreviví a base de pan y té durante una
temporada. – Beth notó que Lucia se la
estaba mirando confundida. – ¡Oh, cielos!
Todavía no lo sabes. Bueno, tiene sentido.
Eres joven y es tu primer embarazo.
–No, es imposible. – Desmintió Lucia,
perpleja.
–¿Te lo ha dicho un doctor?
–No, pero-…
–Pues ya que estamos, ¿quieres que llame a
una matrona de palacio? No es fácil saberlo
al principio, pero la matrona que se encargó
de mi último embarazo es muy habilidosa.
Ha estudiado durante muchísimo tiempo en
otros países y es una prodigio en temas de
embarazo.
Lucia no rechazó a la reina. Sabía que era
imposible, pero no pudo evitar anticipar el
deseo que tan arraigado estaba en su
corazón. Su estado le parecía raro, algo
había cambiado.
La matrona llegó rápidamente y pidió
permiso para tocarle la muñeca a Lucia.
–No soy la doctora de la duquesa, así que
no puedo dar mi palabra de que mi
diagnostico sea acertado. Sin embargo, el
pulso de la señora me indica que es muy
posible que esté en cinta.
La matrona pasó a interrogar a la duquesa
sobre sus síntomas y aunque Lucia esquivó
la pregunta de cuándo fue su último
sangrado, la experta asintió con la cabeza.
–Todo son síntomas normales de un
embarazo. Algunas mujeres notan los
primeros síntomas a partir del segundo
mes, pero hay otras más sensibles que los
sufren mucho antes. Cuídese bien y si no le
vuelve a venir, podemos estar seguros de
que está en estado.
–Felicidades, duquesa. El duque estará loco
de contento cuando se entere.
Lucia apenas consiguió controlar su
expresión facial que, más que ufana, era de
confusión. Algo que no debía pasar, estaba
sucediendo. Intentó pensar en ello como en
una equivocación de la matrona, pero todo
encajaba demasiado bien.
Ya en el carruaje de camino a casa
continuó rompiéndose la cabeza con el
tema y en cuanto llegó a su destino, llamó
al doctor, le explicó todo lo relacionado
con su infertilidad y los cambios que estaba
experimentando.
–Los síntomas de la señora son los típicos
de un embarazo.
–Pero yo no menstruo. ¿Eso no significa
que soy infértil?
–Una cosa no lleva a la otra. Usted sí
menstruó hasta que se tomó las plantas que
le provocaron una anomalía, pero el cuerpo
humano tiende a curarse a sí mismo.
Quizás la señora se curó sin saberlo.
Philip la declaró infértil en su sueño, pero
tampoco podía descartar la posibilidad de
la que le hablaba esta doctora. Jamás quiso
tener hijos en su sueño y, además, los
acontecimientos de su premonición no
encajaban a la perfección con la realidad.
–Felicidades, mi señora.
A la doctora, que tampoco llevaba mucho
tiempo allí, siempre le había parecido
curioso que, a pesar de las risitas entre los
criados que aseguraban que su relación iba
viento en popa o que su dormitorio no
pasaba frío ni en invierno, la pareja ducal
no hubiese concebido.
–De verdad… ¿crees que estoy en cinta?
La doctora entendía la confusión de la
señora. Era una primeriza y las primerizas
solían asustarse, tener cambios de humor y
hasta deprimirse. Una embarazada requería
tanto cuidado físico como mental. Su
marido debía ayudarla en todo lo posible y
para ello tendría que encontrarse con él a
solas, así podría explicarle detalladamente
qué precauciones debería tomar para que su
esposa pudiese tener un embarazo lo más
tranquilo posible.
–Estoy casi segura.
–Ese “casi” indica que puede ser que no lo
esté.
–Su condición es peculiar, señora.
Normalmente, sabemos con certeza si la
mujer está o no embarazada basándonos en
su menstruación. – La doctora decidió no
mencionar la posibilidad de un
pseudociesis para no agravar la agitación
de la duquesa. – No se preocupe, señora.
Evite fatigarse y duerma mucho. Oh, y
deberá abstenerse de mantener relaciones
sexuales. Al menos, hasta que sepamos del
cierto si el retoño crece bien y el vientre
crezca. – Añadió la doctora.
Lucia permitió que la doctora se retirase y
se quedó en la cama acosada por una
avalancha de pensamientos. Tumbada
bocarriba, se palpó el vientre. No notó
nada. No había ninguna prueba visible,
pero que pudiese haber algo creándose en
su interior la colmaba de dicha. Ignoraba si
aquello fuese bueno o malo: ahora tenía
esperanzas y si se lo desmentían tendría
que recuperarse de un golpe muy duro.
Hugo le había asegurado de que era
imposible tener descendencia por su
condición que no era muy diferente a ser
estéril. Ella no pertenecía a los Taran y,
desde luego, no había tomado unas plantas
especificas para retener su pureza hasta que
llegase el momento idóneo. Su corazón
pegó un vuelco cuando recordó la sentencia
de su esposo: si ella quedaba en cinta, no
cabía duda de que suyo no sería. ¿Y si lo
volvía a decir cuando le contase lo de su
embarazo? No se veía capaz de soportarlo,
porque aquello la haría odiarle.
Incapaz de decidirse si contárselo o no,
Lucia acabó durmiéndose.

Capitulo 113 El principio del Fin


Hugo regresó antes de lo esperado aquel
día. Jerome le recibió, como era habitual,
en la puerta y le informó de que la señora
estaba descansando.
–¿Está enferma? Os dije que quería que la
revisase una doctora.
–La doctora le espera para hablarle sobre la
señora.
Hugo, sin cambiarse de ropa siquiera, fue
directamente a ver a la doctora que por el
momento estaba terriblemente nerviosa. El
duque no era como la señora, con quien
podía hablar con relativa tranquilidad.
–Creo que la señora está en cinta. –
Anunció sin más rodeos.
Lucia olvidó advertirle a la doctora de que
no le contase nada a su esposo por el
momento, así que la experta hizo lo de
siempre: notificar cualquier cambio en el
estado de la duquesa a su marido.
–¿…Qué? ¿En cinta? ¿O sea, embarazada?
–No es seguro, pero los síntomas de la
señora son de embarazo. –Dicho lo cual,
explicó lo ocurrido en palacio.
Hugo escuchó la explicación de la doctora
sobre cómo tratar a su esposa o qué debía
hacer en silencio.
–¿Qué posibilidades hay de que no esté
embarazada?
La doctora estudió la singular reacción del
duque, aunque la aceptó a sabiendas de que
muchos hombres aborrecían la paternidad
por mucho que amasen a sus esposas.
–Hay algo llamado pseudociesis o
embarazo psicológico. Ocurre cuando una
mujer desea desesperadamente un hijo.
Pero es algo muy raro, La señora no está
impaciente o pasándolo mal por su ansia de
querer un hijo, no creo que este sea el caso.
Hugo no cambió de expresión, pero por
dentro estaba nervioso. Tenía la mente en
blanco y no sabía qué pensar. Desde que le
había revelado los secretos de su familia a
Lucia, ella no había vuelto a sacar el tema
de tener niños, así que había apartado de la
cabeza el tema.
–¿Cuándo podremos estar seguros?
–A los cinco meses que es cuando hay
movimiento fetal. Creo que la señora va
por el segundo mes de embarazo como
mucho.
Hugo frunció el ceño. Una espera de tres
meses era demasiado tiempo.
–Ya he avisado a la duquesa de las
precauciones que deberán tomar, pero lo
más importante es ser prudente con las
relaciones sexuales. Todo contacto sexual
queda estrictamente prohibido hasta que su
estado se estabilice.
–¡¿Qué?! – Gritó, furibundo.

* * * * *

En caso de duda, espera lo peor. Ese era


uno de los principios de Hugo cuando
necesitaba alcanzar una conclusión. Lo
peor era que el embarazo fuese una falsa
alarma, pero viendo lo seguros que estaban
los profesionales, empezó a meditar sobre
cómo algo inverosímil, se habría hecho
realidad. Su mujer no menstruaba, así que
era estéril, aun así, sabía la cura y le había
dicho que podía tratarse cuando le viniese
en gana. Que se hubiese curado o no, lo
pasó a un segundo plano. Lucia siendo
capaz de concebir como cualquier otra
mujer no era el quid de la cuestión, sino él
mismo, su linaje, el de los Taran.
Hugo tamborileó la mesa con los dedos y
reparó en lo que Philip le aseguró, sobre lo
de tener que beber sangre. Durante esos
tiempos no dudó de su palabra, la
repugnancia que sentía por su familia había
llegado a extremos insospechados y la mala
imagen que albergaba de su linaje encajaba
con un método tan escabroso para concebir.
Ahora, no obstante, era absurdo. De hecho,
la situación en sí era sospechosamente
ridícula. El mismo Philip que protegió y
basó su vida entera en servir al bien de los
Taran, le desveló un secreto que ni siquiera
constaba en los documentos de la
habitación secreta. Le había mentido.
Philip era testarudo, tanto que osaría
ofrecerle su cuello en bandeja antes de
revelar el secreto de su familia.
Hugo esbozó una mueca severa que se
transformó en una carcajada incrédula.
Creyó que alguien que se había consagrado
a su deber con semejante fidelidad nunca
supondría una amenaza y que tampoco le
mentiría sobre un tema que, a él mismo, le
interesaba.
El anciano no tenía familia y sus relaciones
sociales eran superficiales. ¿Cuántos
secretos ocultaría ese hombre que, por no
tener, no tenía ni un ayudante? Mantenerlo
con vida era el castigo que Hugo se había
impuesto como recordatorio del disgusto
que sentía por sí mismo. Además, el viejo
salvó la vida de su hermano. Sin embargo,
el doctor no conocía el miedo. Fingiendo
obediencia, decía cuánto deseaba sin
temerle a las consecuencias. Pero, ¿por qué
mentiría? Hugo le amenazó con dejarlo
pudrirse en el calabozo si mentía, pero
lógicamente, ¿quién sería capaz de
señalarle con el dedo si confesaba algo de
lo que no quedaba registro ninguno? El
anciano analizó el estado mental de Hugo
en aquel momento y calculó cada palabra.
Hugo descansó la barbilla sobre la mano y,
de repente, levantó la cabeza. Recordó
cómo el doctor había intentado acercarse a
su esposa bajo el pretexto de una cura.
Ignoraba cuál sería el objetivo de Philip
más allá de que su propósito era continuar
el linaje de los Taran. Su obsesión no podía
haber acabado allí, después de fallar una
vez.
Hugo pensó cómo podría haberlo hecho. La
comida no era una opción. Jerome
supervisaba cada ingrediente… A no ser
que hasta el mayordomo se hubiese unido a
Philip. No. Era imposible. Hugo no dudaba
de los suyos hasta que se demostrase lo
contrario.
Philip le aseguró que llegaría el día en que
Hugo iría personalmente a verle. ¿Por qué
confesar que le había hecho algo a su
esposa? ¿Planeaba algo para cuando
naciese el niño? Entonces, se percató de
algo. Philip quería verle. Le estaba
pidiendo que fuese a verle.
–Que así sea, viejo. – Dijo. – Veamos qué
tienes que decir.
Hugo llamó a Dean.
–¿Recuerdas el pueblo que usamos de base
cuando fuimos a subyugar a los bárbaros?
–Sí, mi señor.
–¿Recuerdas a Philip? Un doctor.
–Sí, sé quién es.
–No sé si seguirá allí, pero ve a buscarlo y
arrástralo hasta aquí. Tráeme al viejo lo
antes posible sin importar las
circunstancias. Da igual lo que le hagas,
pero que llegue con vida.

.x.x.x
Parte II

Lucia se desperezó bajo la luz del sol


matutino.
–¿Tanto he dormido? Cielo Santo.
La duquesa se había quedado
profundamente dormida la tarde anterior.
Últimamente se sentía pesada y cansada sin
que importase cuánto dormía.
–¿Se ha ido? – Le preguntó a una criada
mientras se lavaba la cara con agua fresca.
–No, el señor está en su despacho.

Hugo se dirigió al dormitorio de su esposa


en cuanto se enteró de que estaba despierta
y llegó mientras Lucia se cambiaba de
ropa. El duque se acercó a su risueña
esposa y la abrazó.
–¿Te has… enterado? – Preguntó Lucia con
cautela.
–Sí.
Preocupado por el cambio de hábitos de su
mujer, Hugo acudió al doctor para resolver
sus dudas como, por ejemplo, si sería mejor
despertarla para que comiese algo. No
obstante, regresó al lecho marital con una
impactante noticia que lo dejó en vela toda
la noche mientras abrazaba el cuerpo febril
de Lucia.
–Gracias y… Felicidades.
–¿…Perdona? – Lucia estalló en sonoras
carcajadas. – ¿La doctora te ha dicho que
me digas eso?
–…Mmm.
La profesional pareció aprovechar el
momento para recuperar su orgullo como
médico y lo taladró con un discurso tan
largo que Hugo se planteó el cambiarla por
un médico varón. La buena doctora le
habló de los cambios de humor que
acompañaban el embarazo y de las altas
posibilidades de caer en depresión.
–Qué poco sincero ha sonado eso.
–…No es eso, es que no sé qué hacer. Pero
no es que me disguste.
–Te entiendo, yo estoy igual. No me lo creo
y puede que ni siquiera esté embarazada.
–La enfermera imperial no se ha
equivocado.
Lucia le miró a los ojos. La neutralidad de
su mirada la confundió. Se preguntaba si la
tranquilidad con la que su marido había
aceptado la noticia y su reacción era algo
bueno.
–Es nuestro hijo.
–Claro. – Hugo le devolvió la mirada,
aturdido.
El pobre duque no lograba descifrar el
mensaje que ocultaban las palabras de
Lucia. ¿Cómo iba a imaginarse que a su
esposa le preocupaba que la creyesen
adúltera? Todo lo que se le ocurría es que
su afirmación de no querer descendencia
todavía le rondaba la cabeza.
–Si es tuyo, no tengo problema con tener
hijos. No me disgusta, puede que no esté
reaccionando como debería porque me ha
pillado desprevenido, pero no odio la idea.
Me disculpo si te ha sentado mal.
–No, no me ha sentado mal. – Contestó ella
feliz y agradecida.
Hugo sostuvo su rechazo a ser padre
durante mucho tiempo y, aunque también
aseguró que si era con Lucia estaría
dispuesto, no dejaba de ser una afirmación
hecha bajo la total creencia de que su
esposa no podría quedarse en cinta. Sin
embargo, su reiteración en estos momentos
consoló el ansioso corazón de Lucia.
Empezó a creer que todo iría bien, sabía
que Hugo sería un padre estupendo para el
niño que portaba en su vientre.
Hugo miró a Lucia que sonreía de oreja a
oreja, bajó la cabeza y la besó. Ella
respondió rodeándole el cuello con los
brazos y profundizando su beso.
–Hay algo que no entiendo.
–Y yo.
Ambos compartían la duda de cómo se
había podido quedar embarazada.
–Estás pensando en lo mismo que yo, ¿no?
–Sí.
–Ayer podíamos, ¿por qué ahora que
sabemos que estás embarazada ya no
podemos? – Lucia se quedó sin palabras. –
Seguro que la doctora esta es una
estafadora. Iré a pedirle explicaciones a la
enfermera de palacio. – En cuanto la joven
duquesa comprendió a qué se refería su
esposo y lo lejos que estaba de su
pensamiento, enrojeció. – ¿Cómo que no
podemos hacer nada en tres meses?
¿Intentan matarme?
–¿Estás loco? ¿Quieres ir a dónde para
preguntarle a quién el qué? – Exclamó
Lucia dándole golpes en el pecho. –
¡Atrévete! Te juro que no pondrás un pie en
esta habitación.
No poder mantener relaciones era un golpe
duro, pero todavía peor era el no poder
tocar a su esposa. Hugo extendió la mano,
pero su esposa lo rechazó y la esquivó.
–Me has dicho que estabas pensando en lo
mismo que yo.
–¡No! Pensaba en otra cosa. Nos han dicho
que tenemos que ir con cuidado para no
hacerle daño al niño, ¿te da igual o qué?
–¿Hacerle daño? Un hijo mío no puede ser
tan blandengue.
–Vete a trabajar. – Lucia se hartó de sus
tonterías y se tornó fría. – Quiero
descansar.
–¿Vas a volver a dormir? Deberías comer
algo.
–Ya lo haré después.
–Vivian.
Hugo contempló la silueta tumbada de su
esposa y se marchó. El duque suspiró al
recordar el contenido del libro sobre el
estado psicológico de una embarazada que
la doctora le había prestado. Su mujer
estaba en cinta. Por mucho que la médica le
hablase de la posibilidad de un embarazo
psicológico, él sabía que era algo certero.
Su amante, encantadora y dulce esposa no
cambiaría, así como así.

* * * * *

Hugo se despertó porque Lucia no dejaba


de revolverse y se sorprendió de
encontrársela sentada.
–¿Qué pasa?
–No puedo dormir.
Por supuesto, que Hugo no podía comentar
que era algo normal después de haberse
pasado todo el día durmiendo. Durante las
últimas semanas, apenas había podido
echarle un vistazo a su mujer despierta.
–¿Puedo hacer algo para ayudar?
–No es sólo que no pueda dormir, es que no
dejo de pensar en comida…
–¿Qué te apetece? Si se lo pides a Jerome,
te lo preparará.
–Se lo he pedido, pero me ha dicho que no
puede conseguirlo.
Hugo tuvo un mal presentimiento.
–¿Qué es?
–Uvas.
El temporal todavía no era el adecuado
para que las vid produjeran uvas.
–¿No es posible?
Hugo se enorgullecía de poder decir que
recorrería el mundo entero para encontrar
lo que desease su mujer, no obstante, era
imposible conseguir algo que todavía no
estaba. Por desgracia, era incapaz de
negarle nada a Lucia y con cierta
preocupación le prometió encontrarlas.
–¡Vaya!
La muchacha se le tiró a los brazos y,
entonces, Hugo empezó a tener sudores
fríos. Estaba en problemas.

* * * * *

Kwiz se enteró por la reina de que la


duquesa podría estar en cinta, rumor que le
confirmó el hecho de que la señora Taran
cancelase todas sus actividades. Sin
embargo, el duque no parecía tener la
menor intención de darle la buena nueva y
a este ritmo se enteraría oficialmente de las
noticias después del parto.
–Me he enterado de que va a ser padre, mi
buen señor duque.
–Hace tiempo que lo soy.
–De un segundo niño.
–…Sí.
–Anda que… ¡Estas cosas se dicen antes!
Felicidades. ¿Cómo está la duquesa?
–Bien.
–Me alegro. Mi mujer lo pasó mal con su
último embarazo porque no podía comer
bien. Se ve que suele pasar cuando es niña.
¿Qué tal la duquesa?
–No le pasa nada.
–Supongo que es un bebé amable como la
duquesa. Me pregunto si será un chico
como tú, mi buen duque, o una chica como
la duquesa. ¿Sabes? He hecho una apuesta
con mi ayudante. Como creo en ti, he
apostado que será niño.
Hugo miró a Kwiz, un infame perdedor en
cualquier apuesta, y decidió de que sería
niña. De hecho, su futuro bebé tenía que ser
como Lucia, si no, ¿para qué pasar por todo
esto? Ignorando el sermón de alabanzas a
la nueva princesa, Hugo ignoró al rey y se
preguntó por qué alguien pensaría que a él
le importaba lo encantador que era el hijo
de otro.
Ya había pasado un largo y exhaustivo
mes. El duque se sentía al borde de un
acantilado oscuro, atado de pies y manos, y
envuelto en incertidumbre. Las nauseas de
Lucia no le impedían comer, aunque sí que
rechazaba cualquier plato con olores
fuertes. La doctora, que se había convertido
en la consejera de Hugo, le aseguró que su
esposa tenía suerte de poder comer y él
estaba completamente seguro de que si se
encontrase en una situación semejante
acabaría odiando al no nato.
Puede que Lucia comiese con regularidad,
sin embargo, tenía los nervios a flor de piel
y, aunque para aquellos que no estaban
acostumbrados a tratarla no fuese algo
aparente, Hugo se quedó estupefacto por el
cambio.
* * * * *

–La señora está durmiendo. – Explicó


Jerome como siempre hacía últimamente.
–¿Ha cenado?
–No, señor. Lleva dormida desde esta
tarde…
A Hugo le preocupaba lo mucho que
dormía Lucia y no terminaba de creer las
afirmaciones de la doctora de que era algo
perfectamente normal. Apenas recordaba la
última vez que se había sentado con su
esposa a conversar. Si pudiese pasar más
tiempo de día en casa, tal vez la vería
despierta, pero su trabajo se lo impedía.
Lo que más deprimió a Hugo fue lo
ocurrido unas noches atrás. El duque había
sobrellevado sus lamentos gracias a poder
dormir con Lucia entre sus brazos, pero de
repente, a la joven empezó a molestarle su
tacto. Todo lo que hizo fue acariciarla por
debajo del camisón y ella se enfurruñó y le
prohibió acercársele. Según la doctora,
algunas embarazadas repudiaban el tacto de
su marido durante los primeros meses de
embarazo y aquella respuesta tan odiosa
provocó que Hugo empezase a albergar
cierto rencor por la inocente profesional.
Hugo entró en el dormitorio iluminado con
luz tenue de Lucia y se sentó en la esquina
de la cama con cuidado. La duquesa se dio
la vuelta sin despertarse y él extendió la
mano, pero no se atrevió a tocarla.
Vacilante y avergonzado se preguntó por
qué no podía tocar a su propia esposa. Sus
ojos vagaron inconscientemente hasta la
barriga de Lucia donde una criatura
invisible para los ojos humanos crecía y lo
conducía a una de las mayores crisis de su
vida. No obstante, Hugo era plenamente
consciente de que jamás debía permitirse
culpar al bebé. Su concepción de ser padres
había sido demasiado simple. Ahora
admiraba al rey por haberse visto capaz de
pasar por ello cuatro veces.
Hugo reunió todo el valor que poseía y
acarició la mejilla, frente y el pelo de
Lucia, pero el quejido involuntario de
Lucia lo puso nervioso.
–¿…Hugh? – Preguntó ella, adormilada.
Hugo contuvo el aliento, pero para su alivio
la reacción de la duquesa fue pacífica. El
estado mental de su esposa era tan frágil
como el hielo y él se tensaba más que en un
campo de batalla. La mujer con la que se
había casado solía ser todo sonrisas y la
echaba de menos con locura.
Lucia sonrió y estiró los brazos. Hugo
reciproco sus movimientos y la abrazó.
Deleitándose con el calor y el aroma del
cuerpecito de Lucia, Hugo se percató de lo
fácil que era ser feliz.
–He soñado con mi madre. Estaba joven,
hermosa y feliz.
–Pues espero que sueñes con ella cada
noche.
Lucia se lo tomó a broma y soltó una risita.
–Tienes que comer algo antes de dormir.
¿Quieres que les diga que te suban algo?
–No tengo mucha hambre.
–Tampoco lo tenías a la hora de comer. ¿Te
apetece algo? Si tienes algún antojo,
dímelo.
–Bueno… Hay una cosita… Creo que eso
sí me lo comería…
Hugo se puso nervioso. Quería
complacerla, pero temía que fuese algo
imposible. La última vez no había
conseguido las uvas y Lucia se había
pasado varios días de mal humor,
recordándole su incompetencia.
–En el pueblo donde vivía de pequeña
había un mercadillo nocturno y los pinchos
del señor Peter estaban buenísimos.
Que no fuese una petición imposible mitigó
los nervios de Hugo.
–De acuerdo.
–¡Vaya! Pues podríamos cenar eso.
–¿…Hoy?
–Si no, ¿cuándo…?
Hugo miró a Lucia y se tragó un suspiro.
Llamó a Jerome y le dio las órdenes para
que se pusiera en marcha de inmediato.
La travesía de los criados duró unas horas.
Hugo le subió los pinchos a su esposa que
estaba cosiendo ropita para el bebé y ella le
recibió con una gran sonrisa. Lucia le pegó
un par de bocados a los pinchos y se dejó el
plato entero alegando estar llena.
–¿Cuándo falta para que sea tiempo de
uvas?
Hugo maldijo todas las uvas del mundo y
se planteó seriamente comprar una
puñetera granja
.x.x.x
Parte III

Dean regresó de la misión que Hugo le


encomendó un mes después. Philip, que
había continuado con sus tendencias
nómadas, fue encontrado en un pueblecito
no muy alejado del lugar donde habían
acampado durante su expedición para
someter a los bárbaros.
–Lo he dejado en la otra casa.
–Bien hecho.
A las afueras de la Capital existía una
segunda mansión que los Taran usaban
como cuartel de información secreto. El
extenso patio que lo rodeaba ocultaba lo
que fuese que se tramaba dentro y el
aspecto tenebroso le daba un aire
misterioso que había inducido toda una
serie de rumores sobre un anciano gruñón
que jamás ponía un pie fuera de su mansión
siendo el dueño.
Hugo partió hacia la casa ya bien entrada la
noche para evitar ser visto y entró a través
de un pasillo secreto que sólo conocían los
pocos criados que ocasionalmente enviaban
para asegurarse de que la finca siguiese en
pie.
Los hombres que guardaban la puerta del
sótano incomunicado y a prueba de sonido
se hicieron a un lado y asintieron con la
cabeza al ver pasar al duque.
–No me sigáis. – Les advirtió Hugo.
Entonces, miró a Dean y dijo. – La espada.
Sin más miramientos, Dean desenvainó la
espada que llevaba colgada en la cintura y
se la entregó a Hugo que entró en la
habitación sin decir nada más.
Las paredes del sótano eran de piedra y la
estancia no era especialmente grande. Allí
en medio había dos sillas, una de cara a la
otra, y en una estaba Philip, maniatado y
con la cabeza colgando.
–Cuánto tiempo. – El anciano alzó la
cabeza lentamente. No se le veía ninguna
herida, aunque el viaje había sido agotador.
–Déjate de gilipolleces. – Le espetó Hugo
con frialdad.
Philip esbozó una sonrisilla socarrona sin
que le importase la severidad de su
situación. Era el tipo de hombre que
permanecía sereno incluso cuando su
propia vida pendía de un hilo. Era
exasperante.
–Ya sabes por qué estás aquí, hijo de la
gran puta.
–Si no me lo dices, ¿cómo voy a saberlo?
Hugo contuvo su impulso de partirle el
cuello.
–Tú eres quién me dijo que te buscase, ¿o
no?
–Sí, pero podrías buscarme por muchos
motivos. ¿La señora no se encuentra bien?
O… ¿Está embarazada? – Philip vio cómo
a Hugo se le torcía la expresión. – …O sea,
que está embarazada.
Los cielos no le habían abandonado. A
pesar de las muchas variables, su plan de
introducir pequeñas dosis del remedio para
la infertilidad de la duquesa en sus bebidas
había sido todo un éxito. Dos años después,
todo había salido a pedir de boca.
–Enhorabuena.
Hugo apretó la empuñadura de la espalda e
intentó calmar su sed de sangre.
–Sabía que era cosa tuya. ¿Sangre? Me
subestimaste. ¿Tan pocas ganas de vivir
tienes?
–¿Cómo estás tan seguro de que he
mentido? A lo mejor el fruto de su vientre
no es tuy-…
Philip cerró la boca abruptamente al notar
la hoja de la espada en el cuello. Apenas le
dio tiempo a reaccionar que Hugo ya se
había levantado, desenvainado y apuntado
sin vacilar. Listo para atacar en cuanto el
viejo se atreviese a pronunciar palabra.
–Atrévete a decir una sola gilipollez más. –
Advirtió el duque con un tono suave y
gélido.
Hasta Philip notó un escalofrío.
–Era la visión de mi familia, tuve que
mentir.
–No creo que confieses nada a estas alturas.
–¿Me creerías?
–Me da igual. La visión de tu familia
morirá contigo, viejo.
–No me hubieses traído aquí por una
simple mentirijilla.
–Quiero saber cómo lo has hecho. – Hugo
no soportaba que la protección que le
proporcionaba a su esposa no fuese
suficiente.
–La medicina para sus migrañas. – Confesó
el curandero obedientemente.
–La medicina de las migrañas… – Repitió
Hugo con más énfasis y una risotada
absurda. – ¿Por qué querías que te buscase?
Philip miró a Hugo como ausente.
–¿Por qué te interesa tanto?
–No te hagas ilusiones, de aquí no saldrás
con vida.
–Adelante, mátame. He vivido suficiente.
Pero no lo vas a hacer porque necesitas
algo de mí.
Philip suspiró. Se había a negado a creer
que un hombre como el altivo duque de
Taran tuviese a alguien en su corazón, una
debilidad tan clara, después de ver a la
pareja ducal en Roam. El mundo no
funciona como uno quiere. A lo largo de
los años había aprendido a aferrarse a las
oportunidades que le presentaba la vida y,
precisamente por eso, se había empeñado
en conseguir que la duquesa quedase en
cinta. Su plan era infalible. Hugo no
confiaba en nadie, si la duquesa estaba
embarazada sospecharía de ella y la
acusaría de infiel. Lo que haría añicos su
relación y la duquesa, rencorosa,
abandonaría a su retoño que él podría
aprovechar. Ni siquiera se molestó en
pensar en la minúscula posibilidad de que
el duque le hubiese ofrecido su corazón en
bandeja a una mujer; que se ablandase y se
enamorase. No.
–Permíteme adivinar qué quieres saber.
Philip trazó un plan mentalmente, uno
nuevo que siguiese el curso que había
tomado la realidad.
–En los informes de los Taran se
mencionan a las medias hermanas, pero no
hay nada sobre la esposa que da a luz a esas
hermanas. A nadie le interesa qué ocurre
con las madres. – Philip estudió la mirada
alterada de Hugo, sonrió con modestia y
continuó. – ¿No me has llamado para saber
si le pasará algo a la señora durante el
parto?
Hugo deseo poder arrancarle la cabeza en
ese preciso instante. Aquel viejo carcamal
no dudaría en mentir para poder hacer
realidad su obsesión. Debería haber
acabado con ese infame mentiroso cuando
hizo la limpieza de su casa; debería acabar
con él en ese momento antes de que
empezase a menear la lengua. No obstante,
el bienestar que estaba en juego no era el
suyo, sino el de su amada esposa. Philip
estaba en lo cierto, le preocupaba en qué
estado quedaría Lucia después del parto. Ni
siquiera estaba seguro de que su frágil
mujercita fuese capaz de soportar al
monstruo que crecía en su vientre.
–Eres perfecto, joven amo. ¿Por qué
insistes en acabar con tu propia perfección?
– Se lamentó el doctor viendo lo mucho
que le afectaba una simple mujer a Hugo.
El duque era la obra maestra del linaje de
los Taran. Su hermano gemelo había sido
un blandengue, pero Damian no había
heredado ninguna de sus muchas carencias.
Si combinaban al niño con la sangre
perfecta de la hija de Hugh, el linaje podría
continuar. Le dolía que el duque no
quisiese asumir su rol y cumplir con las
expectativas por culpa de una mujer.
–Podría no pasar nada, o podría pasar algo.
–Serás hijo de puta. – Hugo rechinó los
dientes, furioso.
–¿Si te digo algo me vas a creer?
–Prueba.
–La señora sufrirá un dolor terrible cuando
se le infle el vientre.
El remedio de Philip no era una droga
completa y, por desgracia, contaba con
efectos secundarios severos. Según sus
informes, las embarazadas padecían el peor
de los sufrimientos cada vez que el útero se
extendía para dejarle hueco al bebé. Era
una tortura.
–Te voy a dar una receta para cuando eso
pase.
–¿Cómo sé que no es otro de tus trucos?
–Si no me crees, no la uses.
A Hugo le dio un vuelco el corazón y soltó
una carcajada irónica. Philip no mostraba el
más mínimo interés por seguir viviendo. El
viejo era un artista de la dialéctica.
–¿Por qué le dolerá tanto?
–Por lo que estás pensando.
–¿Cómo sabes lo que pienso?
–Siempre lo has llamado “monstruo”. ¿No
es lo que la señora carga en su vientre?
Hugo meció la espada y golpeó la cabeza
de Philip. El anciano gritó, todo le daba
vueltas y terminó dejado caer la cabeza con
los ojos cerrados mientras la goteaba
sangre por la frente.
–Algún día te arrancaré esa lengua viperina
que tienes.
Philip arrugó la frente por el dolor y
consiguió levantar la cara una vez más.
Hugo lo miraba con los ojos en llamas,
pero el viejo era consciente que su
debilidad, la duquesa, le había vuelto a
salvar la vida. No obstante, el astuto
médico no adivinó que, en realidad, Hugo
había estado fingiendo ira y analizando
cada una de sus palabras. Si bien es cierto
que siempre se había referido al bebé como
“monstruo”, Philip lo había odiado
siempre. El motivo por el que él mismo lo
había dicho era para provocarle.
–Todos los Taran somos monstruos. ¿Crees
que le tengo el más mínimo aprecio a algo
que ni siquiera ha nacido y con la sangre de
mi familia corriéndole por las venas?
–Eso es lo que crees, pero será mejor que
no lo hagas. A no ser que quieras perder a
la señora.
–Paparruchas.
–La vitalidad de los Taran es espectacular.
Si intentas provocar un aborto con drogas,
sólo dañarás a la madre. Si no me crees,
adelante. Pero ¿asumirás el riesgo?
No. No podía. Hugo revaluó la relación que
mantenía con ese doctor y, derrotado,
entendió que él tenía la mano cantante.
Hugo desconocía cada detalle que Philip
sabía a la perfección. Necesitaba
información, necesitaba todo aquello que
las otras generaciones de la familia Philip
habían pasado de padres a hijos… Pero
¿dónde estaba? La fecha del parto se
acercaba, el retoño crecía y el tiempo se
acababa.
Hugo se levantó. Si continuaba con aquella
conversación terminaría revelando todos
sus ases bajo la manga. Salió del sótano e
incapaz de controlar su furia, se quedó allí
de pie unos minutos.
–Dean.
–Sí, mi señor. – Respondió el lacayo sin
dejar de contener la respiración.
–Entra y consigue la receta de la que me ha
hablado ese carcamal. Tenedle vigilado,
que nadie entre en contacto con él.
Hugo subió las escaleras sintiendo un peso
inamovible. Cogió aire y, de alguna
manera, se las apañó para retener el
bramido de la garganta. Maldecía su
destino y a los cielos que se burlaban de él.

Parte IV
Ya en la mansión, Hugo se sentó pensativo
en la butaca de su despacho e intentó con
todas sus fuerzas que su cerebro
funcionase, pero fue imposible. No sabía ni
por donde empezar. El abismo de su
impotencia lo engullía. Su corazón latía
ansioso por el miedo, le ahogaba. La
posibilidad de perderla le horrorizaba. Se
quedó en ese estado hasta el alba, cuando
decidió entrar en el dormitorio de su esposa
y contemplar la figura dormida de Lucia.
Retiró las sábanas y se llevó su cuerpecito
febril a su pecho. No podía vivir sin ella.
La felicidad y la desesperación le
embargaron.
–…No, de gracias nada. – Murmuró
recordando cómo Lucia le había agradecido
por haber aceptado su propuesta de
matrimonio. – Caíste de cuatro patas en lo
peor.
Lucia había tenido que pasar por todo tipo
de horrores para conseguir un bebé que
cualquier otro le había dado con facilidad y
el mismo retoño sería lo que acabaría con
ella. Sólo por haberse casado con él. Si
nunca se hubiesen conocido, si no le
hubiese hablado aquel día… Pero, si no se
hubiesen conocido él habría vivido el resto
de sus días en un mundo gris. No podía
soltarla. Si se le brindase la oportunidad de
volver al pasado, no podría. Así de egoísta
era.
–Te amo. – Susurró al oído de su amada.
Cerró los ojos y algo cálido y húmedo le
empezó a rodar por las mejillas. Sentía una
presión en el pecho y le dolía la garganta
como si le estuviesen ahogando. Hugo
recordó la definición del verbo “llorar”
mientras derraba lágrimas por primera vez.
Era una sensación intrincada, compleja que
ninguna expresión lograba envolver.

* * * * *
Hugo se pasó la noche en vela
reflexionando. El amanecer combatió la
oscuridad de la noche e iluminó el
dormitorio.
Lucia abrió los ojos más temprano que de
costumbre y sonrió al notar los brazos que
la rodeaban desde atrás. Se dio la vuelta,
perezosa, para verle la cara y en cuanto sus
miradas se encontraron, se enterró en su
pecho.
Hugo pasó los dedos por la sedosa melena
de ella y anunció:
–Creo que tengo que ir al norte, Vivian.
Lucia levantó la cabeza sorprendida. La
mirada de él poseía cierto matiz severo.
–No será por mucho tiempo.
–…Vale. Parece urgente.
–Siento no poderme quedar contigo en
estos momentos.
–No pasa nada, todavía falta mucho para
que llegue el niño. Estarás aquí para
entonces, ¿no?
Hugo abrazó a Lucia, que se forzó a fingir
que no le importaba. Esa manía tan suya de
encogerse de hombros y hacerse la dura no
había cambiado ni un ápice.
La única esperanza que le quedaba a Hugo
era indagar en la habitación secreta de la
biblioteca de los Taran en busca de la
menor de las pistas.

* * * * *
Lucia intentó mantenerse en óptimas
condiciones por el bien del bebé ahora que
su marido no estaba y, a veces, se
preguntaba cómo había podido quedarse en
cinta.
–¿Cuándo empezó a tomarse la medicina
para la migraña, mi señora?
–¿Por qué lo preguntas?
–Tengo que investigar algo.
–¿El qué? – Lucia tuvo un mal
presentimiento.
–El señor duque… – Vaciló Jerome. – Lo
me lo ha ordenado.
Lucia ató cabos: la medicina y su embarazo
estaban relacionados. El nuevo remedio
funcionó tan bien que recordaba con
exactitud cuándo había empezado a
tomárselo y quién se lo había suministrado.
Le sobrecogió que Anna, en quien confiaba
como profesional, hubiese mezclado algo
que no debía. Resuelta, decidió llamarla
para llegar al fondo del asunto.

* * * * *
Aquella sería su primer encuentro con
Anna desde que la despidió. Anna entró en
su morada con una sonrisa encantada y
Lucia la recibió con modestia.
–Sospecho que el remedio para la migraña
que me recetaste tenga algo que no deba. –
Lucia fue directa al grano. – No creo que
sea cosa tuya, Anna, por eso quiero que me
lo cuentes todo.
Anna empalideció horrorizada.
–La receta… – La buena mujer tartamudeó
perpleja. – El doctor del duque me la dio, el
señor Philip. Pero, mi señora, créame, no es
una mala persona.
Ese nombre le provocaba una sensación
extraña. En su sueño había sido alguien a
quien le había agradecido sus servicios y en
esta realidad era el hombre a quien su
marido le debía la vida de su hermano. Sin
embargo, en presencia del médico, Hugo
siempre se mostraba reacio, inquieto, por lo
que la imagen de benefactor no la podía
asociar con él.
–Estoy embarazada, Anna.
–¡Oh, cielos! ¡Enhorabuena!
–Gracias. Como sabrás, yo era estéril. No
obstante, la medicina de la migraña era un
remedio para ello y me he curado sin que
se me notificase. – La expresión de Anna
cambió radicalmente. – Lo importante no
es que me haya quedado en cinta, si no que
de haber sido veneno… ¿Te imaginas qué
habría podido ocurrir? ¿Entiendes por qué
me lo tomo tan en serio?
–Me… usó. – Anna suspiró pesarosamente.
–¿Recuerdas algo peculiar?
–El señor Philip estaba… obsesionado con
que usted se quedase embarazada, señora.
En aquel momento no me pareció raro,
pero ahora…
–Entiendo. Si no me equivoco, el doctor
Philip quiso que nos presentases. ¿Por qué?
Cuéntamelo todo, cada detalle.
Anna analizó sus recuerdos, los ordenó y
narró cada acontecimiento o conversación
con el doctor al que había admirado.
–Es todo culpa mía… Fui… demasiado
necia.
La duquesa no era la única víctima. Anna
llevaba vendiendo ese remedio durante
varios meses sin preocuparse de cómo
afectaba al cuerpo del paciente. Se había
decepcionado a sí misma. La buena mujer
se despidió con los ojos enrojecidos y
partió no sin antes disculparse un sinfín de
veces con Lucia.
Ya a solas, la duquesa repasó la
información para resolver el misterio. La
cura que conocía poseía una fragancia
única, sin embargo, falló en detectar
cualquier aroma sospechoso en el nuevo
remedio. Si era un remedio casero pasado
de generación en generación, entonces,
Philip podría haber alterado la fórmula a su
antojo. Pero, ¿por qué llegar hasta esos
extremos para quitar un aroma? Por mucho
que ella dejase de ser estéril, su marido
requería ciertos aspectos para tener hijos, la
mujer en cuestión tenía que preparar su
cuerpo con una planta.
¡Oh, claro! ¡La artemisa! El Philip de su
sueño había sido todo un experto en los
efectos de la artemisa que ningún otro
erudito parecía, siquiera, sospechar. Aquel
hombre había indagado en ella para
asegurarse de que cumplía con los
requisitos. Su naturaleza calculadora hizo
estremecer a Lucia.

* * * * *
Hugo regresó del norte tres semanas
después y, en cuanto desmontó de su
corcel, se encerró en su despacho seguido
por su fiel sirviente Jerome.
–¿Mi esposa está dormida?
–La señora se ha retirado a descansar
temprano. No le he dicho que usted
regresaría esta noche.
–Bien hecho. ¿Y la receta que te di?
Hugo le confió la receta que Philip le había
dictado para cualquier dolor abdominal que
la duquesa pudiese sufrir al mayordomo
por si se volviese intolerable.
–Tal y como usted adivinó, la señora sufrió
dolores.
Hugo que esperaba de todo corazón que las
afirmaciones del viejo fueran mentiras se
decepcionó.
–También he descubierto los ingredientes
de la medicina de la señora y de dónde sacó
la receta la anterior doctora. Está todo
resumido en mi informe.
Hugo cogió el informe de Jerome y lo
hojeó sin cesar de lamentarse por no
adivinar los planes de Philip antes.
–La señora se interesó por la investigación.
–¿Se interesó?
–Sí, señor. Convocó a su antigua doctora y
quedó con ella.
–¿Y? – Inquiero Hugo, ceñudo.
–Conversaron largo y tendido, aunque
ignoro sobre qué.
Hugo no tenía ni idea de qué podrían haber
hablado durante tanto tiempo su mujer y la
doctora que despidió. Terminó de ordenar
unos cuantos documentos que había
escampados por el escritorio y se dispuso a
subir al segundo piso con el corazón en un
puño. La única información que había
conseguido en la biblioteca del norte era
sobre los duques y duquesas que habían
concebido descendencia, nada relataban los
escritos sobre las madres del otro linaje.
–¡Hugh! – Exclamó Lucia, regocijándose
bajo la luz de las velas cuando vio a Hugo
abrir la puerta del dormitorio. – ¿Cuándo
has vuelto?
–No te levantes, ya me acerco yo.
Se sentó de rodillas sobre la cama y la
estrechó entre sus brazos.
–Has vuelto y nadie ha venido a avisarme.
– Se quejó la duquesa.
–Seguramente pensaban que estarías
dormida.
–¿Sabes qué me ha pasado hace un rato,
Hugh?
Lucia tomó la mano de Hugo y la posó
sobre su vientre. Hugo se sobresaltó, el
estómago de su mujer había crecido
muchísimo en tres semanas.
–Estaba tumbada y he oído algo. Como
gotas de agua. ¡Y entonces he notado que
me rugía el estómago como cuando tengo
hambre! Pero luego, he vuelto a oírlo y se
me ha acelerado el corazón. Estoy segura
de que era el bebé hablándome. –Lucia
habló sin pararse a respirar.
Viendo lo rebosante de emoción que estaba
Lucia, Hugo se emocionó, miró su mano y
preguntó:
–¿…Aquí…?
–Sí, espera un momento.
La pareja esperó unos instantes
conteniendo la respiración sin resultado
ninguno. Lucia insistió mentalmente a su
hijo para que se volviese a mover para que
su marido pudiese experimentar la oleada
de emociones que había sentido ella, pero
no hubo manera.
–Se ha movido hace nada.
Hugo besó a su decepcionada mujercita.
–¿Cómo has estado?
–Bien, ¿y tú? ¿Qué tal el viaje?
–Duro. Me han dicho que te ha dolido la
barriga.
–Sí, pero me he medicado y ya. Me
preocupaba más que le pasase algo al bebé
que otra cosa.
–Entiendo…
Aunque Philip no le hubiese advertido que
provocar un aborto sería peligroso para la
madre, Hugo no tenía la más mínima
intención de hacerle nada al fruto de su
vientre. No entraba en sus planes ver a su
esposa caer en el abismo de la
desesperación por haber perdido a su niño.
La victoria era para el viejo. Mientras
Lucia estuviese a salvo, sería una
marioneta a manos de aquel personaje.
–Quería hablar contigo sobre la medicina
de la migraña, Hugh.
–¿Qué le pasa?
–Me he quedado embarazada gracias a ella,
¿verdad?
Su esposa era una mujer interesante. A
veces era ingenua e inocente, y otras era
terriblemente astuta. Le relató su
conversación con Anna y él escuchó
atentamente cada palabra y expresión.
Todo era información relevante que le
faltaba al informe de Jerome.
–Pero lo que no entiendo, Hugh, es la razón
por la que Philip hace esto. – Lucia expresó
su mayor dilema.
No comprendía por qué el doctor llegaría
hasta tales extremos para dejarla
embarazada. Era mucho más que simple
lealtad a una familia.

Parte V
–Ya tienes un heredero. ¿No ve a Damian
digno de serlo? Pero es que no tiene
sentido… Yo soy estéril. Es imposible que
el señor Philip no lo supiera.
Hugo fue incapaz de ocultar su
desconcierto y esto le indicó a Lucia que su
pregunta había dado justo en el clavo. Su
marido siempre contestaba abiertamente
cualquiera de sus dudas, pero en esta
ocasión, mantuvo la boca cerrada. Aunque
la joven no quería ponerle en una situación
difícil, ahora que todavía sentía la emoción
de notar a su hijo moverse por primera vez
y su instinto maternal florecía no podía
dejar pasar algo relacionado con su hijo.
–Me lo prometiste, Hugh. – Lucia insistió.
– Me dijiste que si te lo imploraba
reflexionarías sobre contarme tu secreto. –
Le recordó con la mirada cargada de
terquedad.
–…No es algo fácil de digerir. Ni para ti, ni
para el niño.
–Yo estoy bien y el niño también. ¿No
fuiste tú el que se jactó de lo fuerte que era
un hijo tuyo?
Hugo soltó una risita mezclada con un
suspiro.
–Siempre ganas.
Hugo le confesó todos los secretos que
guardaba celosamente. Dejó expuesto el
secreto de su familia, la verdad de los
matrimonios incestuosos y hasta las
mentiras de Philip. Lo único que se calló
fue su identidad como “Hue”.
–O sea, que está obsesionado. – Lucia se
limitó a expresar lo que sentía y aceptó la
nueva información flemáticamente. –
Hugh, Damian es mi hijo y el hermano
mayor de nuestro bebé. Voy a criar a mis
hijos como hermanos y no estoy dispuesta
a inculcarles el secreto de los Taran.
–Pienso igual.
–¿Te sigue preocupando? ¿Por eso no me
lo contabas?
–No te lo contaba porque… es repugnante.
Lucia suspiró ante el abrupto silencio de
Hugo.
–¿…Temías que te viera de otra forma?
Su silencio fue la respuesta. Lucia
compadeció tanto a ese león tímido y
encantador que sintió deseos de llorar. Se
incorporó, lo rodeó con los brazos y enterró
el rostro en el cuello de él. Anhelaba que el
amor pudiese verse a simple vista. Ansiaba
abrir su propio corazón y mostrárselo a su
marido. ¿Cómo podía hacerle entender que
sus sentimientos no cambiarían por algo
como esto?
–En realidad, Hugh, yo también tengo un
secreto. ¿Te gustaría escuchar mi historia?
Y así, Lucia abrió las puertas del rincón
mejor escondido de su ser donde había
enterrado la verdad que aspiraba a olvidar
desde los doce años.
–…Y así es como terminó mi matrimonio.
– Lucia hizo una breve pausa para estudiar
la expresión de Hugo.
–¿Por qué paras? Sigue.
–…Tienes una cara que da miedo.
La expresión del duque estaba cargada de
instinto asesino.
–¿Te… parece ridículo?
–¡No! – Hugo, agitado, se pasó la mano por
el pelo.
Lamentaba haber acabado con el Conde
Matin con tanta facilidad. Era mortificante.
Rechinando los dientes indignado escuchó
la vida de su mujer como esposa de ese
montón de basura al que Kwiz, el
instigador, había vendido a su hermana.
–¿Cómo puedes ser así, esposa mía?
–¿…Eh?
–A pesar de haber pasado por todo eso, lo
único que me pediste fue encontrar alguna
manera para que ese hijo de la gran puta no
se casase con alguna princesa.
De haberlo sabido antes, Hugo hubiese
asesinado a ese bastardo de la manera más
miserable posible.
–…Gracias por escucharme, Hugh. Pero
nada de esto ha pasado de verdad, así que-

–Si lo recuerdas, da igual. Para ti no es un
sueño sin más, ¿cierto? Es algo por lo que
has tenido que pasar.
–…Sí, pero-…
–¡Si lo hubiese sabido, ese cabrón-…!
–Ya está muerto.
Lucia creía que el conde había fallecido en
un accidente fortuito y el hecho de no
poderle confesar que había sido cosa suya
le frustraba aún más.
–Voy a parar aquí, no quiero alterarte.
Hugo cogió aire varias veces para
serenarse. Necesitaba saber más. La
historia de su esposa era irreal, pero no
absurda y, por extraño que sonase, le
facilitaba las piezas del rompecabezas que
hasta ahora le faltaban. Como la
compostura que guardaba siempre su mujer
a pesar de su corta edad o esa personalidad
tan impropia de una princesita que no había
salido jamás del palacio. Además, Hugo
sabía bastante sobre los objetos mágicos y
supuso que el colgante del que le había
hablado Lucia era uno.
–No, continua.
Lucia se tragó la risotada mientras repasaba
el aspecto de Hugo, que parecía una bomba
de relojería. Agradecida reanudó su relato.
Le explicó cómo conoció al caballero que
la engañó y timó. La muchacha se detuvo
unos instantes para estudiar el rostro de
Hugo que, sorprendentemente, seguía
templado. Le alivió que su esposo
comprendiese que todo era un sueño, algo
que no había sucedido en la vida real. Sin
embargo, la mente de Hugo tiraba en otra
dirección y decidió encontrar a ese timador
y desahogarse con él.
–No te parezco una loca, ¿no?
Hugo se quedó de piedra y la abrazó sin
responder. No sabía cómo consolarla de esa
agotadora vida que había experimentado en
su sueño. De hecho, ella era quien le había
salvado a él.
–¿Me ves con otros ojos? He vivido una
vida dejándome llevar de un lado al otro,
Hugh. No soy una princesita a la que hayan
mimado durante toda su niñez en el
palacio.
–Sabes que eso es imposible.
–Pues lo mismo pasa conmigo. Da igual
qué secreto estés guardando: tú eres tú.
Hugo se carcajeó sin soltarla. ¿A qué le
temía? La oscuridad que lo había
aprisionado durante tanto tiempo se disipó
con una caricia de su mano. La firmeza del
corazón de la frágil mujer que tenía entre
sus brazos le pilló desprevenido. Ahora
comprendía el dicho de que la voluntad de
una mujer era más fuerte que la de
cualquier hombre.
–El problema es Damian.
–¿Damian?
–Cuando crezca y se enamore no podrá
tener un hijo de una manera normal. Pero
conozco un remedio… Te he dicho que en
mi sueño me curé gracias a conocer a un
doctor mientras deambulaba por ahí, ¿no,
Hugh? Era el señor Philip.
–¿…Qué?
–Nunca le he visto en la vida real, pero
estoy segura de que era él.
–…Y yo. – Asintió Hugo tras escuchar la
descripción tan precisa de su esposa.
–He estado dándole vueltas y creo que la
clave para el linaje de los Taran es la
artemisa.
–…Tienes… razón. – Murmuró él como
ausente.
El remedio que Philip le había confiado a
Lucia en su sueño debía ser la cura que él
no lograba hallar por ningún lado. ¿Dónde
diablos andaría la fórmula?
Un recuerdo lejano le vino a la mente.
Cuando todavía era una mera marioneta del
difunto duque, se le permitía ver a su
hermano una vez al mes para confirmar su
estado en una llanura desierta. En una
ocasión le preguntó dónde vivía y su
gemelo le respondió encogido de hombros
que, en un pueblecito lejano, aunque fue
incapaz de concretar porque le drogaban
cada noche antes de llegar a la quedada.
Hugo se convenció de que su hermano
estaba encerrado en la casa que la familia
de Philip utilizaba como escondrijo y pasó
un buen tiempo buscándola inclinado por la
posibilidad que todos los documentos
secretos y las recetas ancestrales de sus
antepasados descansasen en algún lugar de
esa casa. La información que le facilitó su
esposa acababa de abrirle una nueva ruta:
el anciano era capaz de volver a pie en una
semana desde el escondrijo. Aquello
reducía el rango de búsqueda
significativamente.
–Dices que recuerdas la cura, ¿verdad,
esposita mía? Dime cómo se hace. – Le
pidió a Lucia mientras la colmaba de besos.
–Sí, claro. – Contestó ella, perpleja.
–Gracias.
Conseguida la fórmula, Hugo se marchó
dejando atrás a una Lucia confundida.
Risueña, se tumbó sobre la cama con las
manos sobre el vientre.
–Muévete, cariño, soy yo, tu mamá. –
Susurró lentamente.

Parte VI
Hugo volvió a la guarida donde sus
soldados habían confinado a Philip unos
días más tarde. El duque observó al anciano
que llevaba un mes sin ver la luz del sol y
comiendo lo mínimo para sobrevivir.
–Supongo que habrás estado por el norte.
Hacía mucho que no te veía. – Hugo
frunció el ceño. – Y estoy seguro de que no
has podido encontrar nada.
El duque guardó silencio y el curandero se
convenció de que la victoria era suya una
vez más. El anciano no tenía intenciones de
herir a la bebé, sin embargo, Hugo no le
creía y volvía a estar en desventaja.
–Qué quieres.
–Te daré una receta que garantizará la
seguridad de la duquesa y tu hija.
–No pienso permitir que le toques ni un
pelo.
–Como quieras, pero siempre podrías
dársela tú.
Philip sonrió apaciblemente y el duque lo
escrudiñaba con recelo. El temperamento
cruel y feroz del poderoso Taran podría
estallar en cualquier momento si se le
arrinconaba contra la pared.
–No me acercaré a la señora, ni a tu hija.
Criaré al joven Damian y a la pequeña
como si fueran hermanos.
–Eso no es algo que tú puedas decidir. Veo
que no entiendes tu posición. – Explicó
Hugo, tranquilamente.
–El joven Damian no necesita que su
esposa sea tu hija.
–¿Otra mujer podría darme hijos?
El silencio de Philip lo admitió. Hugo
pensó en lo mucho que hubiese conseguido
el anciano de haberse dedicado a los
negocios. A sabiendas de que su
contrincante estaba dispuesto a remover
cielo y tierra para salvar a su esposa y bebé,
estaba proponiéndole un pacto lo
suficientemente suave como para no
alterarle. No obstante, Philip cometió un
error básico: no se molestó en analizar bien
al enemigo. Hugo jamás le sería infiel a
Lucia y, además, seguía aborreciendo su
propia estirpe. El único motivo por el que
no odiaba a su nonato era porque también
era el fruto de su esposa. La idea de otra
mujer cargando con un retoño con el que
compartía sangre le revolvía el estómago.
El duque ya no estaba en desventaja. Hugo
había analizado la situación fríamente y
concretó que era imposible que su esposa o
su bebé pudieran correr peligro. ¿Cómo
alguien tan obsesionado con su
descendencia como Philip iba a quedarse
de brazos cruzados sin intervenir ante la
posibilidad de perder lo que llevaba
esperando toda su vida?
–No entiendo lo que dices.
–¿Por qué?
–¿Tan fácil es tener hijos? ¿Y si no pasa
nada durante el embarazo? Si mi mujer da a
luz como si nada, perderás la cabeza.
–La señora debe seguir tomando la
medicina hasta que nazca la bebé si quieres
que sea efectiva.
Philip planeaba alternar una cura que le
quitase la energía a Lucia y otra que la
ayudase a volver a estar en forma. Si la
duquesa estaba postrada en cama, Hugo
correría en su auxilio y, naturalmente, le
pediría ayuda a él.
–¿Y qué pasa después de que nazca la
bebé? ¿Crees que os dejaré vivir a alguno
de los dos?
–Tendrás que prometerme que no lo harás.
–¿Quieres una promesa? – Hugo soltó una
risotada. – ¿Y crees que voy a cumplirla?
–Desearía que así fuera, por desgracia, la
confianza brilla por su ausencia en este
mundo.
Los cabeza de familia de los Taran no
habían cedido a contribuir a continuar su
linaje dócilmente tras enterarse de los
requisitos para ello. Philip y sus
antepasados llegaban a un consenso:
información a cambio de preservar su
cabeza.
–Mi familia es poseedora de una
herramienta mágica desde hace
generaciones.
–Interesante… ¿Y cómo piensas hacerte
con ella ahora que estás aquí maniatado?
–Está en un escondrijo, pero podrías
ordenar que la fueran a buscar. De todos
modos, la única manera de usarla es a
través de alguien de mi familia.
En otras palabras, esa herramienta mágica
se convertiría en basura en cuanto él
falleciese. Lo que era inesperado. Philip no
volvió a casarse tras la muerte de su esposa
y su hijo, era insólito que alguien tan
obsesionado con el linaje estuviese
dispuesto a abandonar su plan de vida con
tanta facilidad.
–¿Y la mujer? Ninguna mujer normal
puede tener hijos conmigo, ¿no?
–Eso ya está preparado.
–¿Preparado?
Escuchar al viejo admitir que ya había
preparado a otra mujer que le diera
descendencia dejó a Hugo atónito.
–¿Me estás diciendo que has hecho eso sin
mi permiso?
–Es el deber de mi familia desde hace
generaciones.
–¿Y si la mujer que dices no puede
quedarse en cinta?
–También hay un reemplazo.
–Has preparado a más de un par, ¿eh?
Tienes un jodido campo de entrenamiento.
– Murmuró Hugo irritado. – En resumen, a
cambio de la medicina para mi esposa,
tengo que compartir lecho con una mujer
que tú hayas elegido y concebir a un crío
que tú cuidarás. Además, tendré que firmar
un pacto bajo el cuál se estipula que yo no
puedo tocarte ni un pelo. ¿Y entonces?
¿Crees que Damian hará lo que tú quieras?
–No puedo adivinar el porvenir, sólo hago
lo que puedo en esta situación.
–No puedes adivinar el porvenir. – Repitió
Hugo ahora con una pista importante.
Descubrió de dónde provenía la seguridad
de Philip. Su sentencia sobre el peligroso
embarazo de Lucia era, tan sólo, audacia. –
Entiendo. ¿Cuándo quieres que decida?
–La señora debe tomarse la cura el mes
antes de que dé a luz para fortalecer el
cuerpo.
–¿Oh? O sea que, cuánto más grande sea la
barriga de mi mujer, más inquieto estaré
yo. Eres bueno, sabes dónde ir para hacer
daño. ¿Esto también es algo que ha pasado
de generación en generación con tu
familia?
Philip se tensó. No le molestaban los
comentarios de Hugo, no obstante,
empezaba a percatarse de que tal vez él no
llevaba la mano cantante en el asunto. La
actitud del duque no era la de alguien en
desventaja.
–Necesito una respuesta definitiva. Si mi
mujer no se toma la cura, ¿morirá?
–Es por su bien-…
–¿Sí o no?
–…Exacto.
–¿El qué?
–No vivirá mucho.
Philip trató de mantener la neutralidad de
su expresión intacta mientras se enfrentaba
a la mirada carmesí del duque que parecía
atravesarle como un cuchillo. Entonces, los
labios de Hugo se torcieron en una sonrisa
y estalló en carcajadas que provocaron un
escalofrío en el médico.
–¿Sabes? Hoy he venido a verte para
escuchar las gilipolleces que podrías llegar
a soltar. No me has decepcionado.
A Philip se le desencajó la cara y el duque
sintió que la victoria era suya.
–¿Qué crees que descubrí en el Norte? – El
anciano guardó silencio. – Se llama
artemisa. Qué curioso. El secreto del linaje
de los Taran no es más que un hierbajo.
Philip aparentaba serenidad, pero por
dentro le daba vueltas todo. Sin embargo,
determinó que Hugo sólo estaba
presumiendo de saber algo que,
seguramente, podría haberle contado Anna.
–No te entiendo. Sé que la señora no
sangraba por culpa de la artemisa, por eso
dije que le daría una cura.
Hugo soltó una risita y empezó a
mencionar en orden los ingredientes de la
cura que la familia de Philip guardaba tan
celosamente en su escondrijo.
–Encontré tu escondite, hijo de puta.
La expresión de Philip se descompuso del
todo y Hugo, aprovechando el colapso
mental del anciano, se atrevió a adivinar
una última cosa.
–En los informes no ponía nada de la mujer
muriendo después del parto.
La suposición de Hugo era la clave que
delataría su mentira. Si Lucia estuviese en
verdadero peligro, Philip descubriría que
todo era una estrategia, no obstante, la
expresión del anciano no mejoró. Aliviado,
Hugo dejó escapar un profundo suspiro.
Era todo mentira. Su esposa no moriría y
ahora podía darle rienda a su ansía asesina.
–Haré que sufras tanto dolor que desearás
la muerte. – Hugo observó desdeñosamente
a Philip. – Damian será el último chico de
ojos rojos y pelo negro que nazca bajo el
nombre de los Taran. – Philip alzó la
cabeza, derrotado. – Aquí acaba este linaje
maldito.
Philip fulminó a Hugo con una mirada
cargada de ira, resentimiento, odio,
desesperación y enfado mientras protestaba
con unos sonidos vagos.
Hugo salió de la estancia. El anciano
viviría hasta que Lucia hubiese dado a luz y
él hubiese encontrado el escondrijo de su
familia. Le tormentaria día y noche.
El duque empezó a subir por la escalera de
piedra y, por fin, sintió que podía respirar.
Sintió que al fin había escapado de la
sombra de los Taran.

* * * * *
Lucia esbozó una sonrisa encantada sin
apartar la vista del par de calcetines rosas
diminutos que tenía entre las manos.
últimamente, la joven se dedicaba a tejer
para su futuro bebé: pañuelos, baberos y, al
fin, calcetines.
–Oh, vaya. – El movimiento del retoño la
sorprendió. – Mi amor, te estoy haciendo
unos calcetines, siento que a tu madre no se
le den bien estas cosas.
–¿Te entiende?
Lucia sonrió a su esposo que se le estaba
acercando. Ignoraba cuándo había entrado
y llevaba sin verle desde la tarde. Hugo
estaba terriblemente ocupado: salía a
trabajar bien temprano y regresaba ya
entrada la noche para encerrarse en su
despacho a terminar de pulir los asuntos
que le aguardaban encima de su escritorio.
–Por supuesto que sí. ¿Ya has acabado lo
que estabas haciendo?
Hugo respondió asintiendo la cabeza.
Hacía dos semanas que Hugo recibió un
informe detallando dónde se hallaba el
escondrijo de la familia de Philip y, apenas
unos días atrás, le enviaron un carruaje
rebosante de todos los documentos y libros
que habían encontrado.
Hugo se sentó al lado de Lucia, cogió el par
de calcetines y los examinó.
–¿Será así de pequeña?
–No sé, todavía no la he visto, pero me han
dicho que esto ya es grande. Bueno, crecerá
rápido. ¡Oh! ¡Se acaba de mover! Ven,
corre. – Lucia le cogió la mano y se la puso
sobre el vientre. Sin embargo, no pasó
nada.
–Creo que me odia.
Cada vez que Hugo intentaba notar los
movimientos de la bebé, estos
desaparecían.
–No es verdad. – Le consoló Lucia
pensando en lo adorable que era su
grandullón. – Eres su padre. Seguro que es
porque es tímida.
–Me alegra que se ande con cautela.
Cuando nazca la voy a enseñar a no ser
tan… audaz como tú.
–¿Cómo yo?
–Viniste a buscarme. Totalmente sola.
–De no ser así, no me habría casado
contigo, ¿no? A lo mejor hay otra yo
viendo este momento en su sueño. ¿Quieres
que haga lo que dices?
Lucia estalló en carcajadas al ver la
expresión de su esposo. De repente, a
ambos se les escapó una exclamación
nerviosa. Algo se acababa de mover dentro
de ella.
–Te está saludando.
Hugo se quedó pasmado observando el
vientre de su mujer. Le fascinó que se
estuviese criando una vida allí. Algo le
estrujaba el corazón. Bajó la cabeza y besó
a Lucia.
–Hagámoslo. – Ella se lo quedó mirando,
sonrojada. – Déjame. Llevo tres meses y
medio aguantándome.
Hugo esperaba que Lucia se sorprendiese o
sobresaltase, pero la muchacha se limitó a
desviar la mirada. Él estaba decidido a
rogar o persuadirla, pero ahora no sabía si
aquella era una buena reacción. La abrazó,
la tumbó y empezó a desnudarla.
–¿Estás bien?
Hugo se le puso encima con mucho
cuidado de no tocarle el vientre. Volvió a
besarla. La deseaba a ella y hacerle el
amor, pero no disfrutaría de una situación
en la que ella no estaba dispuesta a gozar
con él.
–¿…De verdad quieres?
–Estoy al límite. No sé cuántas noches me
habré pasado en vela. Aunque tú duermes a
pata tendida.
Lucia apretó los labios. Cada vez que se
despertaba al alba, se lo encontraba
durmiendo estupendamente.
–¿No te apetece? ¿Nada? Le he preguntado
a la doctora y me ha dicho que mientras
vaya con cuidadito y no penetre muy
hondo, no pasa nada. También le he
preguntado sobre varias posiciones…
Lucia le golpeó el brazo, roja como un
tomate.
–¡Ah, eres lo que no hay! ¿De verdad le has
preguntado eso? – Exclamó horrorizada.
–¿Por qué no? Es tu doctora.
Lucia continuó patidifusa ante su osadía.
–…Mi cuerpo está cambiando. – Confesó.
– Pensaba que no me encontrarías
atractiva…
–¿…Has vuelto a tener un sueño raro?
–No, pero… Hace mucho tiempo… Tres
meses…
Lucia estaba segura de que en cuanto
pasase el termino de tres meses, Hugo se
abalanzaría sobre ella. No obstante, aquello
no ocurrió y su seguridad desapareció.
–Sé que no he estado muy atento
últimamente, lo siento.
Hugo estaba ocupado con los miles de
informes sobre el paradero del escondrijo
de Philip. Hasta que no se aseguró de que
Lucia iba a estar bien, no consiguió paz de
mente y pudo querer verla o abrazarla.
–Entiendo que estás ocupado. Lo entiendo,
pero… Me estoy engordando…
Hugo miró a su vacilante esposa y se echó
a reír.
–Y yo que pensaba que era el único que
quería, y ahora resulta que tú también
tienes ganas. Podrías haberlo dicho.
–…Te hubieras metido conmigo.
Hugo soltó una risita y la besó.
–Te quiero, da igual cómo estés.
Lucia le rodeó el cuello con los brazos,
todo sonrisas y Hugo la estrechó con más
fuerza.
–Me encanta abrazarte y estar así contigo.
–¿No me digas que has cambiado de
opinión? – Preguntó Hugo apartándose un
poco, tenso.
Lucia no pudo contener una carcajada y
dijo:
–Bueno, aunque no lo hagamos… – Le
chinchó.
–¡Joder!
Hugo le sujetó el mentón y le cubrió los
labios con los suyos.

Capitulo 119 Epilogo


Hugo se detuvo al ver el lecho vacío,
suspiró pesarosamente y se dirigió a donde
sabía que estaría su esposa. Como
esperaba, había luz en el comedor y ella
estaba allí sentada, deleitándose con un
filete de ternera con Jerome a su lado por si
necesitaba algo. A Hugo no le parecía que
comer algo tan pesado de noche fuera a
sentarle bien e hizo el ademán de
comentárselo, pero su fiel mayordomo
sacudió la cabeza negativamente y Hugo
cerró el pico. Sí, lo mejor era quedarse
callado. Últimamente, todo lo que decía la
molestaba. La otra noche, cuando se la
encontró engullendo tarta, le dijo que
comía mucho de noche y justo cuando iba a
añadir que lo decía porque no sería fácil
digerirlo, Lucia se levantó de un salto, tiró
el tenedor y se marchó. Aquella noche no
le dejó tocarla ni hablarle.
Jerome temía que su señor fuese a decir
algo inadecuado. No estaba casado, pero sí
había sido testigo del embarazo de sus
sobrinos y era consciente de que su
hermano Fabian siempre cometía el mismo
error que resultaba en ser echado de casa
casi cada noche. Las embarazadas eran
mucho más sensibles que cualquier otra
mujer y había que andarse con pies de
plomo.
–¿Hay algo para mí?
–Ahora se lo traerán. – Respondió Jerome
suavemente.
Lucia miró a su esposo de soslayo y
continuó disfrutando de la sabrosa carne.
Nunca le había gustado especialmente este
tipo de manjar, pero su paladar había
cambiado desde que estaba en cinta y su
doctora le había asegurado que comer tanto
era favorecedor para el desarrollo de la
criatura.
–Hoy he ido al palacio.
Su doctora le había aconsejado moverse un
poco ahora que estaba estable y,
aprovechando de que Katherine estaba de
visita, iba y venía más a menudo al palacio.
–La princesa está enorme. Qué rápido
crecen.
Hugo se relajó al sentir que su esposa
estaba siendo amigable. Al parecer ya no
estaba furiosa y es que llevaba una
temporada en la que si algo le sentaba mal
tardaba muchísimo en tranquilizarse. Los
cambios en su esposa eran fascinante, pero
agotadores. El vientre de su mujer ahora le
asustaba, su apetito le preocupaba.
Quedaban dos o tres meses para dar a luz y
todo lo inquietaba.
–La reina me ha dicho que podríamos
prometer a nuestros hijos cuando la bebé
nazca.
Hugo frunció el ceño. El rey le había
propuesto lo mismo antes de saber el sexo
del niño.
–Ni de coña. – Contestó decididamente.
–¿Por qué?
–El primogénito tiene diez años, la
diferencia de edad es demasiado grande.
–¿Eh? Pero Su Majestad tiene más hijos.
¿Por qué sólo piensas en el primero?
–Pues todavía peor. Si tengo que prometer
a mi hija con alguien de la realeza, tiene
que ser el futuro rey.
–O sea, – Lucia soltó una risita incrédula. –
no se puede por la diferencia de edad y
todavía menos por el estatus. Vaya, qué
bien, nuestra hija acabará siendo una
solterona.
–Ya que hablamos de ello, ¿qué opinas de
traernos a un yerno?
–¿Para qué? Ya tenemos a Damian.
–¿Qué tiene que ver?
–¿De verdad no lo entiendes?
Era algo recurrente para las familias nobles
que no tenían barones, hacer entrar a un
chico en la casa y criarlo conjuntamente a
su prometida.
–Sólo con poder casarse con mi hija ya
tendría que sentirse en el cielo.
Lucia lo fulminó con la mirada.
–Deja de planear el futuro de alguien que
todavía no ha ni nacido. – Sentenció Lucia
dejando el tenedor sobre la mesa.
Hugo también dejó el tenedor y esperaba
que su esposa se retirase, pero para su
sorpresa, le pidió el postre al mayordomo.
–¿No pasa nada por comer mucho de lo
mismo?
Lucia no había dejado de comer uvas desde
que había llegado la temporada. Casi todas
sus comidas iban acompañadas de uvas y,
si no era así, se las comía como aperitivo
entre comidas.
–No pasa nada, la doctora me ha dicho que
coma lo que me apetezca. – Lucia se
levantó después de acabarse todas las uvas.
– Jerome, tráeme más a la habitación.
–Sí, mi señora.
Hugo iba a atreverse a decir que no era
bueno comer tanto, pero Jerome le detuvo
con un gesto de cabeza. Decidió seguir el
consejo del criado. No iba a tentar a la
suerte.

* * * * *
Hugo abrazó a Lucia por atrás para evitar
presionarle el vientre. Le cubrió el cuello
de besos y la penetró suavemente. Manoseó
los generosos pechos de su esposa y volvió
a entrar en su esposa. Hugo anhelaba
cambiar a tantas posiciones prohibidas que
era frustrante.
–Ah… – Gimió Lucia tímidamente.
Hugo volvió a la carga con sumo cuidado.
El vientre protuberante de su esposa la
agotaba y le quitaba las ganas de mantener
relaciones íntimas, no obstante, era mucho
más sensible de lo normal y aquello lo
volvió loco.
–¡Ay, Hugh! ¡Te has-…!
–Lo siento, me he pasado.
Un desliz era suficiente para que su mujer
reaccionase. En esos momentos Lucia era
tan frágil como el cristal, podía romperse
de un toque.
–Para, Hugh. Me duele la barriga.
Hugo, que no había saboreado a Lucia
como deseaba todavía, cedió sin rechistar.
Lo que había domado al grandioso duque
no era temor por su no nato, sino por la
mujer que amaba.
–¿Estás bien? – Preguntó.
Era algo recurrente que tuvieses que parar
en medio del acto y, aunque era molesto y
ponía a prueba su autocontrol, Hugo estaba
descubriendo su propia paciencia.
–Ahora sí.
–¿Llamo a la doctora? – Sugirió él,
claramente preocupado.
–No es para tanto. – Lucia se sentía la reina
del mundo gracias a lo cuidadoso y atento
que era su marido con ella. – ¿Crees que
tendrá tus ojos y tu color de pelo, Hugh?
–Lo dudo. Sólo los chicos nacen así.
–Quería que los tuviese. – Suspiró Lucia
decepcionada.
–Yo prefiero que se parezca a ti.
A Hugo le encantaba el hecho de que la
bebé fuese chica y que no fuera a heredar
ninguno de los monstruosos rasgos de su
linaje.
–¿Sabes? Me gustaría que Damian viniese
a casa cuando nazca. Creo que el trimestre
acaba en invierno… Quiero que conozca a
su hermanita.
–Le pediré permiso a la escuela.
–Me preocupa su diferencia de edad. Con
lo maduro que es… a lo mejor la niña le
parece una molestia.
Lucia fui extremadamente prudente a la
hora de darle la noticia a Damian. Sopesó
todas las opciones hasta que su estado
volvió a ser estable y escribió un par de
palabras al final de una de sus cartas con la
esperanza de que la llegada de la niña no
hiriese a Damian. Poco después, recibió
una carta larguísima del muchacho sobre su
vida escolar y una breve frase que decía:
“Me alegra oír eso”. No mencionó a la
niña, ni preguntó nada más. Lucia no podía
pedirle que dijera nada más por carta y,
desde luego, tampoco dejaba de
preocuparle Damian. Por muy maduro y
fidedigno que fuese, seguía siendo un niño
que podría sentir un muro entre ellos si la
madre y la nueva hermana no compartían
su sangre.
–¿No te importa?
–¿El qué?
–Pensé… que Damian podría incomodarte.
La costumbre de los Taran le otorgaban el
puesto de futura esposa a su bebé. Tras
confiarle hasta los secretos más oscuros de
su linaje, Hugo se preparó para comprender
cualquier cambio de la actitud de su esposa
frente a Damian.
–…Veo que sigues sin creerme. – Comentó
Lucia perpleja. – Damian es mi hijo. – La
muchacha por fin entendió el motivo de la
distancia que el niño había empezado a
dejar entre ambos.
–No es que no te crea… – Empezó su
marido.
–Desde que Damian me llamó “madre”, me
convertí en ello. ¿Sabes lo feliz que me
hace tener a un hijo tan dulce? Es
extremadamente prudente a pesar de lo
joven que es. Si pudiese, me lo llevaría por
ahí para presumir.
–Eres demasiado generosa con el chico.
–También tiene partes malas.
–¿Oh? ¿El qué? – Preguntó Hugo,
interesado.
–Es demasiado directo. Eso todavía lo
puedo dejar pasar, pero me preocupa que
cuando se haga mayor se convierta en un
libertino. – Lucia se mordió la lengua y no
añadió el “como tú” que pululaba por su
garganta.
–No te preocupes por eso, – Hugo que
adivinó lo que le pasaba por la cabeza a su
esposa se estremeció, la estrujo con más
fuerza y le susurró. – Si de verdad sale a
mí, cuando se case no mirará a ninguna
mujer que no sea la suya.
Lucia estalló en sonoras carcajadas. Su
marido había mejorado sus excusas.
–¿Quieres que sigamos? – Preguntó Hugo
viéndola de mejor humor.
–Me voy a dormir.
La despiadada mujer que tenía por esposa
le rechazó y se quedó dormida en cuestión
de segundos. Entristecido y anhelando su
tacto, la ansiosa espera por su nonata se
dificultaba y no, precisamente, por un
desvivido amor paternal.

Parte II
La brisa otoñal barrió los vestigios del
verano. La residencia de los duques de
Taran estaba más ajetreada que nunca. El
palacio real les había enviado la mejor
matrona y todos los ojos estaban puestos en
la joven duquesa que podría romper aguas
en cualquier instante.
Lucia había perdido el derecho a la
intimidad, se la vigilaba a todas horas.
Llevaba un par de días con el vientre
endurecido, sin embargo, hasta aquella
mañana no había experimentado ningún
tipo de dolor.
–¿Le duele? – Preguntó la matrona
mientras comprobaba las agujas del reloj de
al lado de la ventana. – Creo que está de
parto. –Se volvió hacia sus ayudantes y les
ordenó que acompañasen a la señora al
dormitorio.
Jerome empalideció y sólo supo seguir
inconscientemente las instrucciones del
resto de criadas que se movían en un
frenesí caótico.

Antes de que el criado pudiese abrir la


puerta del carruaje que acababa de llegar,
Hugo se precipitó y saltó las escaleras de
dos en dos. Habían pasado dos horas desde
que había recibido el mensaje por culpa de
una conferencia nacional a la que le habían
obligado a acudir. El alborotado duque
abrió la puerta de par en par y, de repente,
se quedó petrificado en el marco.
Confundido, consiguió acercarse a duras
penas a su esposa que le sonreía con la
mayor ternura del mundo desde el lecho.
–¿Ya has dado a luz?
Lucia rompió a reír y los criados que la
acompañaban inclinaron la cabeza
disimuladamente para ocultar sus muecas.
–Me han dicho que todavía estoy
empezando. – Explicó la joven después de
ordenarle a la servidumbre que se retirase.
– Es curioso. De repente me encuentro
bien, que me empieza a doler muchísimo la
tripa y, luego, vuelvo a estar bien.
–¿Cuánto… va a tardar?
–La matrona me ha dicho que como soy
primeriza tardaré bastante. Seguramente,
nacerá mañana. – Contestó despreocupada
y serena.
Hugo llevaba preocupado por el parto
desde que se enteró de la noticia del
embarazo. La situación era todo un
misterio para él y, justo cuando empezaba a
tranquilizarse, Lucia empalideció, se
retorció y se le agitó la respiración. En
pánico y confundido, Hugo pidió auxilio a
gritos.
La ayuda no tardó en llegar. La matrona se
acercó a la cama rápidamente, le acarició la
espalda a Lucia y le enseñó a respirar. La
muchacha consiguió calmarse, pero poco
después se le arremolinó el sudor en la
frente. La escena se alargó apenas unos
minutos y, al terminar, todos los criados
volvieron a dejarles a solas como si todo
hubiese sido una ilusión.
–Ahora volveré a estar bien un rato. Es
algo regular.
Hugo deseó poder preguntarle a su mujer
cómo era capaz de sonreír con tanta
dulzura a pesar del infierno por el que
estaba pasando. Seguía estupefacto. ¿Su
esposa tendría que soportar este infierno
hasta el día siguiente? No obstante, todo
empeoró. El tiempo entre los intervalos de
las contracciones disminuyó, el dolor
aumentó exponencialmente hasta el punto
que Lucia sólo podía retorcerse y chillar.
–¡Haz algo! ¡Mira como está! – Amenazó
el ansioso marido a la matrona.
–Esto forma parte del proceso, es normal.
–¡Si sigue así, morirá!
–Mi señor, en su estado no puede ayudar a
que la señora se concentre.
La experimentada matrona echó al
poderoso duque que no cesaba de
incordiarle y Hugo se quedó tras la puerta
cerrada de donde provenían los chillidos
más espeluznantes que jamás hubiese
escuchado. Recordaría aquella noche como
la peor de toda su vida.

–Ya está completamente dilatada, mi


señora. Ahora, empuje.
La matrona continuó indicando a la
duquesa cómo proceder. Era primeriza, así
que el proceso sería mucho más lento.
–El señor duque pregunta cómo está la
duquesa. – Le murmuró una de las
ayudantes al oído.
La matrona chasqueó la lengua
desaprobadoramente. ¿Cuántas veces
sumaban ya? Tan sólo llevaban dos horas
de parto, y, sin embargo, la insistencia del
duque era inaguantable. Por desgracia, su
trabajo también requería tacto para lidiar
con los angustiados padres que esperaban
fuera del dormitorio.
–Cuida de la señora, voy a ir a ver al
duque. Si pasa algo, avísame.

–¿Cómo va? – Preguntó Hugo, agitado.


–Todavía queda mucho, mi señor.
–¡¿Cuánto es “mucho”?! ¡No paras de
repetirme lo mismo!
–Se lo he dicho ya varias veces, mi señor.
La señora es primeriza, por eso tarda más.
Tranquilícese, por favor. Podría irse a
descansar-…
–¡¿Mi mujer se está muriendo y tú quieres
que me vaya a dormir?!
La matrona apretó los labios. Llamar
moribunda a una mujer en pleno parto no
era la mejor manera de describirlo.
–¿Puedo entrar a verla?
–Los hombres no pueden entrar.
–Sólo quiero verle la cara un momento.
Era la primera vez que un hombre le pedía
entrar en medio del proceso. ¿Estaría loco?
A los maridos de la familia real se les
informaba de cuándo empezaba el parto y
cuándo nacía el bebé. El anterior rey sólo
venía a ver a los nuevos herederos días
después de su nacimiento. Era peculiar que
un marido insistiese en quedarse frente la
habitación y ver a su esposa.
El aterrador duque no era la bestia
inhumana que narraban los rumores. Era un
hombre ridículamente enorme al lado de la
duquesa que se dedicaba a perseguir a su
mujer en cuanto conseguía un minuto de
tiempo libre. A pesar de saberlo, el total
abandono de las apariencias sorprendió a la
anciana.
–Si no deja de interrumpir, no puedo
concentrarme en la señora. Si quiere que
todo vaya bien, por favor, absténgase de
preguntar más sobre el proceso. –
Determinó la matrona con severidad. No
pondría en juego un parto ni por el
mismísimo rey.
–No le va a pasar nada, ¿no? – El denuedo
de Hugo se achicó en cuanto la profesional
mencionó el bienestar de su mujer.
–Sí, señor. No se preocupe. Si se queda
aquí no conseguirá calmarse, creo que será
mejor que se retire a otro lugar.
–Me voy a quedar aquí. – Contestó él,
resuelto.
Cualquiera que viese la escena pensaría que
la duquesa era la primera persona que daba
a luz en el mundo.
Fabian torció el labio ante la imagen de su
bravo señor derrotado y asustado. No
debería, era consciente de en qué estado se
hallaba Hugo, pero le costaba contener la
risotada. Finalmente, se retiró y bajó por
las escaleras donde se topó con Jerome.
–¿Qué pasa? – Preguntó el segundo
aturdido cuando su hermano tiró de él y lo
arrastró hasta su despacho.
Fabian cerró la puerta, se lanzó sobre el
sofá y estalló en sonoras carcajadas.
–¡Cielo santo! ¡Esto es una locura! Te juro
que no te creerías la cara que tiene ahora
mismo. ¡Ha perdido la vida!
Jerome había hecho llamar a Fabian que se
apresuró a la mansión temeroso de que la
duquesa estuviese en peligro. No obstante,
la razón por la que se le convocó fue para
explicar qué sucedía en un parto porque
tenía experiencia. Pesé a todo, la ira se
transformó en gratitud en cuanto vio la
expresión sin vida del duque.
–¡Hey! – Jerome le pilló por el cuello y tiró
de él.
–Todavía le queda mucho. ¿Para qué nos
vamos a quedar ahí como pasmarotes?
–¡Déjate de tonterías! Tu señor está
nervioso y es tu deber como lacayo
compartir su dolor.
–¡Pues hazlo tú!
Fabian no cesó de quejarse mientras el fiel
mayordomo de los Taran lo empujaba
escaleras arriba una vez más haciéndole
caso omiso.

* * * * *
La matutina luz cegadora que entraba por
la ventana despertó a Fabian que se hallaba
dormitando en uno de los sofás.
–¿Ya ha nacido el bebé?
El buen hombre aguantó hasta la
madrugada a base de té. Jamás se había
quedado en vela por esperar el nacimiento
de nadie, ni siquiera el de sus propios hijos.
No obstante, su deber de lacayo le obligó a
quedarse en pie y soportar los tortuosos
gritos de la duquesa que resonaban por las
paredes. Jerome había sido quien le había
mandado descansar después de verle
cabecear un par de veces. Unas horas
después, ya más despejado, se puso en pie,
pero reinaba el silencio.
Fabian subió las escaleras sin dejar de
mirar a su alrededor, no fue hasta llegar al
pasillo de la segunda planta que al fin
escuchó un grito lejano. El parto seguía en
curso y el inquieto duque no se había ni
percatado de su ausencia.
Hugo, claramente angustiado, daba vueltas
delante de la puerta hasta que, de repente,
se detuvo. Sorprendidos, Fabian y Jerome
alzaron la cabeza y se dieron cuenta de que
los chillidos habían desaparecido. Todos
los presentes contuvieron el aliento y, al
cabo de escasos segundos, se escuchó el
llanto de un infante.
Fabian esbozó una sonrisa que le delató: él
también había estado preocupado a su
propia manera. Temía que algo pudiese
ocurrirle a la señora y que el duque se
quedase sin ella. Para él, la duquesa era su
salvavidas, una fortaleza, algo a lo que
podías aferrarte como clavo ardiente.
Esperaba que aquella duquesa fuese capaz
de continuar domando a la bestia durante
muchísimos años más.

Parte III
La matrona abrió las puertas del dormitorio
acompañada de su ayudante, asintió a
modo de saludo a Hugo y anunció:
–Es una niña preciosa. Tanto la madre
como la hija están sanas. Felicidades.
Todos los presentes inclinaron la cabeza
para felicitar a Duque que, por su parte,
sólo supo suspirar aliviado.
–¿Puedo pasar?
–Espere un momento más, mi señor.
Todavía hay que ocuparse de un par de
cosas más.
Hugo consiguió entrar en el dormitorio una
hora después. La estancia estaba tranquila y
silenciosa, los criados estaban tan
concentrados en sus tareas que poco les
importó que el duque entrase y el duque
parecía completamente ajeno a ello. Su
mirada no se movió de su mujer que yacía
en el lecho.
Lucia no había podido pegar ojo desde que
empezaron las contracciones. La matrona le
había aconsejado que se acercase la niña al
pecho aunque todavía no produjese leche,
la duquesa sí lo hizo y cayó rendida escasos
segundos después.
Hugo contempló el rostro agotado de su
esposa: que estaba pálida, empapada en
sudor y con los labios secos. Se sentó en el
borde de la cama con cuidado para no
moverla, le apartó los mechones sueltos de
la frente y se ahogó en la desesperanza.
–¿De verdad no le pasa nada? ¿Está bien?
Hugo continuaba ansioso. Había
comprobado los informes de Phillip cientos
de veces, pero no conseguía deshacerse de
la sensación de que aquel monstruo podría
habérsela jugado una vez más. La fecha del
parto acaeció como una maldición para él.
Se despertaba de noche y contemplaba la
figura adormecida de su esposa, se permitía
el lujo de darle rienda a sus miedos cuando
ella no le veía para no preocuparla.
–Lo ha pasado tan mal porque es primeriza,
pero la señora se pondrá bien. Coja a la
pequeña, mi señor. – La matrona mencionó
a la bebé viendo que el duque no se había
molestado ni en mirarla aún. Era la primera
vez que se topaba con un marido que
prefería comprobar el estado de su mujer,
que el de su recién nacido. – Adelante, mi
señor. – Se la ofreció.
Hugo aceptó a la bebé con torpeza para que
la matrona, que le estaba indicando cómo
sujetarla bien, dejase de insistir. ¿Cómo
podía un bebé ser tan pequeño? Parecía
mentira que esa cosa tan menuda e
indefensa fuese el mismo ser que llevaba
dando tanta guerra en el vientre de su
esposa durante meses. Era extraño. La niña
continuaba roja e hinchada a pesar de que
la acababan de bañar.
–Es encantadora. – Comentó la matrona
que contaba con la suficiente experiencia
como para adivinar si la pequeña sería o no
hermosa. – De mayor será toda una belleza.
Hugo, por su parte, se tomo los elogios de
la profesional como alabanzas vacías. La
niña le seguía pareciendo rara.
–Tiene los mismos ojos que la señora. –
Continuó la matrona, divertida por la
perplejidad de Hugo.
El duque se había decepcionado al ver los
mechones dorados de la bebé, pero ahora
que se fijaba en el color de su mirada sintió
una chispa de regocijo. Quizás le sería más
fácil encontrar las similitudes cuando
creciese. Poco después, le devolvió la niña
a la matrona y volvió a volcarse en su
esposa.

* * * * *
Lucia se despertó sedienta. Murmuró una
petición vaga y, de repente, apareció una
mano firme con un vaso y un brazo la
ayudó a incorporarse.
–¿La has… visto? – Preguntó la duquesa
con una leve sonrisa.
–Sí.
–Se parece a mi madre. Tenía un pelo rubio
precioso, ¿sabes? – Continuó con los ojos
inundados de lágrimas.
Hugo le besó los ojos y anheló poder
abrazarla, pero no podía. La joven
continuaba demasiado débil.
–Dicen que tiene tus ojos. – Dijo Hugo,
pensando en lo increíblemente bella que
estaba su mujer. – Aunque todavía no la
has visto.
–Yo también la he visto. Me ha dado miedo
cogerla, porque no sabía cuándo me
quedaría dormida.
Hugo la miró reír y fruncir el ceño.
–Ha sido duro, ¿verdad? – Preguntó
besándole los labios, nariz y frente.
–Estoy bien.
–Eso dices siempre.
–Lo digo de verdad, Hugh. Quería dejar
una prueba de mi amor por ti. Por eso
puedo dejar atrás todo el dolor. – Lucia se
enamoró de la pequeña a primera vista y
una de sus principales motivos era porque
era su bebé y la de su marido. – No quepo
en mí de felicidad porque sea nuestra niña,
tu niña, de tu sangre.
Hugo se la quedó mirando en silencio
durante unos minutos.
–El nombre para la niña… – Empezó. – He
pensado que a lo mejor te gustaría que se lo
pusiera tu abuelo.
–¿Mi abuelo…?
–Estaba pensando en traerlo para que la
viera.
–Me encantaría, gracias.

* * * * *
El conde de Baden visitó la mansión de los
Taran un mes después. Saludó a su nieta y
cogió en brazos al nuevo miembro de su
familia con los ojos empañados de
lágrimas.
–¡Oh, querida niña! ¿Cómo puedes
parecerte tanto a tu abuela? – Abuelo y
nieta derramaron lágrimas de alegría. –
Pensé en lo que me pediste y me gustaría
darle el nombre de la madre del primer
ancestro a la que le dejaron un testamento
cargado de su afecto y admiración. Al
parecer, era una mujer menuda y valerosa.
Evangeline, un nombre anticuado. Cuando
el anciano pronunció su nombre, la bebé
que hasta ahora había permanecido
observándole sonrió.

* * * * *
Hugo rebuscó por el cajón de su escritorio
hasta que encontró un sobre en el fondo.
Sabía que contenía algo que había
guardado por si las moscas, aunque no
recordaba qué con exactitud. El buen duque
leyó por encima el contenido de la carta e
hizo una mueca divertida: se trataba de la
renuncia de los derechos maternales de
Lucia y el contrato que estipulaba que
incluirían a Damian en el registro familiar.
Ahora todo era distinto, tanto Damian
como Evangeline eran sus hijos y bajo
ningún concepto se los arrebataría a Lucia.
Justo cuando iba a romperlos, Fabian llamó
a la puerta.
–El joven amo Damian partirá en tres días.
–¿Cómo va lo de la puerta?
En el estado de Philarch había tres puertas,
sin embargo, sólo a aquellos de alto rango
y la realeza se les permitía comprar el
derecho a utilizarlas. En la Academia
sorteaban las plazas limitadas para
utilizarlo para evitar disputas. Al principio,
Damian no optó por presentarse como
candidato para el pase porque no se le
ocurrió que hubiese motivo alguno para ir y
venir tantas veces, no obstante, ahora era
otro cantar con Lucia deseosa de ver al
muchacho.
–Estamos en ello, mi señor. A propósito, ya
hemos las negociaciones para que el menor
de los hijos del Conde Matin, Bruno Matin,
acuda a la Academia.
Hugo trató por todos los medios que la
condesa recién divorciada aceptase a su
hijo, el heredero de los Matin no se opuso a
ello, pero la condesa prefirió volverse a
casar en lugar de llevarse consigo al
pequeño. Hugo estaba decidido a ayudar al
muchacho para recompensarle por haber
ayudado a su mujer, aunque fuese en un
sueño, así que empezó a investigar y
recordó que le habían echado de la
Academia lo que, en sí, ya era extraño. ¿El
conde Matin había gastado una suma tan
importante de dinero para alejar de su vista
a Bruno? No, al parecer, su familia había
sido una de las primeras en invertir en la
Academia cuando todavía no contaba con
el prestigio de hoy en día y, por eso, se
ganó una beca para las próximas tres
generaciones.
–¿Empieza el año que viene?
–No, al siguiente. Este año ya no se puede
apuntar más gente.
–¿Cuántos años tendrá?
–Catorce, mi señor.
–¿Catorce? ¿Irá al curso de seis años?
–No, al básico de cuatro.
El de cuatro años era el curso más
avanzado. Los requisitos eran altísimos y la
mayoría de los estudiantes sólo se
apuntaban a partir de los dieciséis.
–¿Será capaz de seguir las clases? Me
parece demasiado joven.
–El joven amo Damian hará lo mismo.
–Deja a mi hijo a parte, es lo normal si
quiere ser mi heredero.
Fabian no llamaría eso algo “normal”, pero
lo dejó pasar.
–Será capaz de seguir las clases, sí.
–Pues que haga lo que quiera.
Fabian se retiró después de terminar su
informe y Hugo recogió el documento de la
custodia que había apartado antes de que su
lacayo entrase en el despacho. Hizo
ademán de levantarse, pero volvió a
sentarse y abrió otro de los cajones del
escritorio. Vaciló durante unos momentos,
estiró la mano sin llegar a coger el sobre, la
retiró y, por última vez, se atrevió a
cogerlo. Salió de su despacho cargado con
un sobre gigantesco y otro mucho más
viejo y pequeño.

Parte IV
Hugo se dirigió a la habitación de
Evangeline. Su mujer pasaba la mayor
parte del tiempo allí, sin embargo, se
sorprendió de que una criada le explicase
que Lucia se había llevado a la niña a su
propio dormitorio. Perplejo una vez más, su
dormitorio estaba sumido en un silencio
sepulcral. Lucia y Evangeline conversaban
constantemente. Evangeline había
empezado a reaccionar e intentar imitar
sonidos que repetía su mujer y a todo lo
que balbuceaba, Lucia contestaba con el
mayor entusiasmo posible. Hugo se
preguntaba si realmente era capaz de
entender el idioma no humano de la niña.
El duque se acercó a la cama donde se
encontró a las dos echándose una siesta.
Ordenó a la criada que se retirase, se sentó
en la cama y estudió el rostro dormido de
su esposa. Cada vez que ella le repetía que
estaba feliz sólo de ver a Evangeline, él la
comprendía a la perfección: así se sentía
mirándola a ella.
Evangeline se revolvió. La bebé parecía
haber crecido en unas horas. En aquellos
tres últimos meses por fin entendió a qué se
refería la gente cuando decía que los niños
crecían rápido. Era fascinante ver a su hija
transformarse día a día como si fuera una
muñeca.
Evangeline apretó los labios y abrió los
ojos. Su mirada ámbar se centro en su
padre.
–Kwawa. – Dijo entre risitas.
La bebé extendió los brazos para poder
tocar a Hugo, pero al ver que su padre no
reaccionaba, se puso mohína, arrugó la
frente y empezó a estremecerse como si
fuese a romper a llorar en cualquier
instante.
–Bien hecho, Eve. – Intentó apaciguarla
Hugo.
Pero fue en vano, la infanta estalló en
llanto. Hugo, temeroso de despertar a
Lucia, la abrazó con torpeza y se alejó unos
pasos de la cama. Cada vez que su esposa
se la ofrecía, la cogía en brazos de mala
gana, pero jamás había sido el primero en
iniciar contacto con aquel ser tan
debilucho. Le aterrorizaba poderle hacer
daño.
–¿Qué estarás diciendo, pequeña Eve…? –
Musitó Hugo.
Evangeline empezó a reír
encantadoramente, disfrutando de las
caricias y risita de su padre.
Lucia contempló la escena sentada en la
cama. Era un momento emocionante, su
esposo sonreía de oreja a oreja mientras
sujetaba a su niña. En cuanto Hugo se
percató de la presencia de su esposa, hizo
ademán de devolverle a Eve que protestó.
–Le gusta, cógela tú.
–¿Yo? ¿Hasta cuándo?
–Hasta que se duerma.
Por suerte, no tuvieron que esperar
demasiado tiempo. Hugo llamó a la niñera
para que se ocupase de la pequeña, la
ordenó retirarse, cogió el sobre que había
dejado en la mesita de noche de Lucia y se
lo dio.
–Se me había olvidado.
–Y yo.
–Los dos son hijos tuyos.
–No, son nuestros. Gracias.
Lucia le dio un beso en la mejilla y leyó el
contenido de la carta del sobre más
pequeño con una expresión severa,
confundida.
–Es lo único que me dejó mi hermano.
Tras pasar días enteros lidiando con todo lo
relacionado con las muertes de los antiguos
duques, Hugo encontró esa carta en su
escritorio donde se leía la última voluntad
de su hermano mayor. Allí, aseguraba que
todos sus crímenes habían sido por el bien
de su hermano pequeño, de él, y que
aunque no esperaba que comprendiese el
motivo, quería hacerle saber de que le
quería.
Hugo no comprendió a su hermano en ese
momento. Le cegó la rabia, la ira y no
podía creer que todo aquello había sido por
su bien. Le odió tanto, o quizás más, que a
sus padres. Se vio tentado en incontables
ocasiones a lanzar la carta al hogar para
que ardiese, sin embargo, terminó
amontonada entre otros documentos en la
habitación secreta de los Taran.
–Esto es algo que… no te había dicho. –
Hugo no sabía cómo empezar. – Al
principio, yo… no tenía ni un nombre. –
Decidió narrar su historia desde el mismo
comienzo. – No sé cuándo, pero en algún
momento la gente empezó a llamarme
“Hue”.
Hugo continuó su relato con serenidad,
como si le estuviese contando un cuento.
Las lágrimas empañaban el rostro de Lucia
para cuando llegó al día de la tragedia. A la
joven le rompía el corazón que un niño
hubiese tenido que sobrevivir a algo tan
devastador.
–Me ha costado más de lo que esperaba
contarte esto. – Le dijo Hugo tomándole la
cara entre sus manos.
El duque necesitó todo el valor que supo
reunir para confesar quién era a la mujer a
la que amaba. No porque no confiase en
sus sentimientos por él, sino porque no
quería dejar de ser el mejor ante sus ojos.
Quiso ocultar su lado débil, bochornoso.
No quería admitir su inseguridad,
sentimiento de inferioridad.
–Me da igual quien seas, te amo. Amo al
hombre que tengo delante.
–Lo sé.
Lucia extendió los brazos y le rodeó el
cuello mientras que él la estrechaba contra
su pecho.
–No te culpes por la muerte de tu hermano.
Sólo tenía dieciocho años y te amó como
supo hacerlo.
–…Sí, yo también lo creo.
Lucia agradeció mentalmente al hermano
de Hue al que no pudo conocer y gracias al
cual su marido quedó absuelto de las
pesadas cadenas de los Taran.
–Me guardaré la carta. – Hugo se la quedó
mirando sin decir nada. – Te cuesta tenerla
contigo, pero no puedes tirarla, ¿no?
–…Sí.
La letra de la carta era pulida. El autor daba
la sensación de ser alguien amigable,
amable.
De la misma manera de que Vivian se
había convertido en su nombre especial
para ella, el Hue que significaba demonio
había desaparecido y se había convertido
en el apodo que su mujercita guardaba sólo
para él. Anhelaba ser aquella roca donde
Lucia pudiese apoyarse.
Complacida, Lucia abrazó a su fidedigno
marido y éste le devolvió el gesto.

* * * * *
Un carruaje recorría las calles de la capital
a toda prisa, en su interior, un muchacho de
cabellos azabaches jugueteaba con el pelaje
de un zorro de pelaje amarillento. La
escena metropolitana no fascinó al viajante
tan ensimismado como estaba en la idea de
volver a ver a su madre y conocer por
primera vez a su hermanita.
–Evangeline… Eve… – Murmuraba
distraídamente mientras rezaba para caerle
bien.
Damian no había visto jamás a un bebé,
pero imaginaba que sería el vivo reflejo de
su madre. Cuando recibió la carta que
anunció las buenas noticias, se quedó
perplejo. Era consciente de que su madre
había escrito que el bebé iba a ser niña para
ahuyentar cualquier demonio que pudiese
rondarle por la cabeza, aunque era fútil.
Damian estaba decidido a querer al nuevo
miembro de su familia con locura
independientemente de su sexo. No
obstante, no podía negar que aún sentía
cierta inquietud en lo más hondo de su
corazón. Temía que su madre ya no le
necesitase ahora que tenía a un hijo propio.
Pesé a todo, mientras no le repudiase,
Damian estaba dispuesto a soportarlo todo.
El carruaje se detuvo delante de la escalera
de la residencia ducal. Jerome recibió al
muchacho con reverencia.
–Cuánto tiempo, joven amo.
–Sí.
Todo el servicio que había salido a saludar
al joven amo no cabía en sí de la sorpresa.
Aquel niño y el duque de Taran eran como
dos gotas de agua. Todos los criados
pensaban igual: la duquesa acababa de dar
a luz a un heredero legítimo, así que una
tormenta se avecinaba al tranquilo hogar
ducal.
Lucia estaba bajando al segundo piso
cuando se topó con Damian que la saludó
con una reverencia.
–¡Oh, cielo santo, Damian! – Exclamó
mientras se le acercaba a paso ágil y se lo
llevaba a los brazos. – ¡Qué mayor estás!
Habían transcurrido tres años desde su
último encuentro. Damian, de ocho años,
aparentaba más edad y era más alto que
ella.
El tierno abrazo de su madre emocionó a
Damian cuyo corazón se hinchó de
felicidad. Su madre continuaba mirándole
con el mismo cariño, comprobó aliviado.
–¿Cómo te puedes parecer tanto a tu padre?
Cada vez sois más clavados.
–¿Cómo has estado, madre?
–Pues perfectamente. ¿Y tú? ¿Cómo estás?
¿El viaje ha sido duro? ¿Y Asha?
–La he dejado con el mayordomo.
–¿Has comido? Seguro que te has saltado
la comida.
–No me apetece, ya comeré algo por la
noche.
Esa respuesta no complació a Lucia, que
mandó preparar algún aperitivo y subirlo a
la segunda planta mientras ella se llevaba a
su hijo a conocer a su hermana.
–Ven, vamos a saludar a Eve.
Los sirvientes empezaron a murmuran
entre ellos las preguntas que no se atrevían
a decir en voz alta. El muchacho que
acababa de llegar no parecía ser sólo hijo
del duque a juzgar por el comportamiento
de la duquesa, pero desde luego, levantaba
dudas.
Lucia entró en el cuarto de la pequeña y
ordenó a los sirvientes que se retirasen.
Entonces, arrastró a Damian sin soltarle la
mano hasta el cabezal de la cuna donde
Evangeline, siempre risueña, soltó una
risita y alzó las manos.
Damian se quedó embobado mirando a la
bebé. Era una muñequita con vida. Era
diminuta, menuda como una hadita. No
necesitó tocar el cabello de color miel para
adivinar lo sedoso que era y sus ojos
resplandecían con la misma luz que la de su
madre.
–Eve, saluda a tu hermanito. – La bebé
masculló algo inentendible. – Te está
saludando, Damian. Dice que está
encantada de conocerte. – Aseguró.
–¿…Qué?
Damian empezó a tener sudores fríos. ¿De
dónde había sacado eso? Ese lenguaje le
dejó anonadado.
–¿Te importa vigilarla un rato, Damian?
Saludaos y conoceos. Voy a salir un
momento. Si llora, llama a la criada que
hay fuera.
–¿Qué? Mamá, eso es-…
El pobre muchacho no tuvo tiempo de
terminar su réplica: Lucia ya había
desaparecido por la puerta. A solas con la
niña, Damian se quedó en silencio
estudiando con la mirada a su hermana.
–Hola… Eve.
No sabía qué hacer, pero Evangeline
empezó a cacarear como si quisiera
responderle. Nada de lo que pronunciaba
parecía una palabra, pero Damian supo que
estaba comunicándose con él.
Vaciló durante unos segundos, pero por fin,
se atrevió a tocarle la mejilla. Evangeline le
cogió el dedo, pillándole desprevenido.
Sobresaltado, Damian se quedó allí de pie.
–Encantado de conocerte, Eve.
La bebé era encantadora y Damian sintió
que por fin comprendía lo que su madre le
había dicho en aquel entonces. El
cosquilleo en el pecho significaba que la
niña le parecía encantadora.
Fin.

EXTRA 1: Damian

La ciudad estado de Philarch contaba con


menos de trescientos mil habitantes y lo
más famoso del lugar era la Academia
Ixium donde muchos se reunían en busca
de educación y relaciones favorables para
su futuro.
Chris a sus recién cumplidos quince años
entró en Ixium para cursar sus seis años de
preparación educacional con la presión de
la amenaza de su padre que, conocedor de
que la escuela entregaba un certificado de
graduado a aquellos que no lograban
superar algún curso, pero eran de buena
familia, le había jurado que como regresase
a casa con él se vería de patitas en la calle.
Chris anduvo por el campus y volvió su
atención al objeto de admiración y alabanza
de la multitud: un muchacho moreno
demasiado maduro para llamarle niño, pero
demasiado joven como para llamarle
hombre. ¡Cuán injustos eran los Cielos! La
apariencia y la inteligencia que lo había
posicionado como presidente de Damian le
hacía destacar entre los miles de chicos que
infestaban la Academia.
Como de costumbre, Damian ignoró las
miradas impúdicas del resto de estudias.
Cada vez que Chris le miraba se acordaba
del famoso duque de Taran al que vio junto
a su esposa durante la fiesta de fin de año
que se organizaba para los nobles. El duque
era un hombre imponente, crudo, aterrado
con la impresionante presencia de un
aristócrata. A pesar de que a Chris no le
interesaban particularmente los rumores
sobre vidas ajenas, cuando ingresó en la
escuela y se topó con las habladurías de un
joven proficiente en el arte de la espada,
brillante y estudiante modelo, se percató de
que pertenecían a especies totalmente
distintas. No obstante, no envidiaba a
Damian, más bien sentía curiosidad por qué
clase de relación debía tener con el duque
de Taran. Era imposible que fueran como
gotas de agua sin tener ninguna conexión
entre ellos.
–¿Por qué no miras por donde andas?
Chris escuchó una voz burlona y volvió a
darse la vuelta para ver la escena que
ocurría a escasos metros de él con el ceño
fruncido. Unos chicos le barraban el paso a
Damian cuyos libros estaban
desparramados por el suelo.
El origen de Damian era un secreto muy
bien guardado. Era obvio que su familia era
lo suficientemente rica como para
permitirse la matrícula de la Academia,
pero el hecho de que esos gamberros
pudiesen acosarle recurrentemente sin
penalización o desventaja en su contra, o
que el muchacho se habitase en el
internado llevaban a asumir que su estatus
debía ser del montón.
Chris se sorprendió de descubrir la cantidad
de personas que repudiaban a Damian en
secreto. No comprendía por qué la falta de
nobleza lo convertían en el blanco fácil de
acosadores y abusones. Sin embargo,
Damian jamás se encogía de hombros o se
dejaba intimidar ante nadie. Era admirable
la capacidad de autocontrol que siempre
hacía caso omiso a sus insultos y burlas
hasta que los gamberros se cansaban y se
esfumaban.

Damian chasqueó la lengua para sus


adentros. Este par de imbéciles no
desistían. Eran del tipo de persona que se
tiraría al suelo y le chuparía las botas si se
enterasen de quién era en realidad. El joven
no había olvidado la experiencia en la
fiesta de té de su madre de hacía años:
todos los adultos no eran sabios y era
plenamente consciente que a aquellos
muchachos les faltaba mucho para
madurar. La razón por la que asistía a la
Academia ocultando su identidad era para
descubrir de qué clase de actitud harían
gala sus compañeros si era alguien sin
rango o estatus y los pocos estudiantes del
Norte habían recibido una advertencia para
que mantuviesen el pico cerrado.
–Asha. – Llamó Damian para contener al
zorro que mostraba los colmillos a los
brabucones.
A Damian le preocupaba que el animalito
se enzarzase en una pelea y saliese herido.
Asha era el primer regalo que había
recibido de su madre y también su primera
amiga. Estaba completamente seguro de
que, si algo le pasase al zorro, no sería
capaz de cumplir la promesa de no matar a
nadie que le había hecho a su padre.
Damian no respondía a la constante
molestia de ese par de idiotas para
ahorrarse dolores de cabeza. Para
enfadarte, te tienen que enfadar. Por lo que,
como siempre, el joven decidió recoger su
libro del suelo. Por supuesto, el muchacho
castaño se lo volvió a tirar.
–¿No me has oído? Te he preguntado si no
miras por donde vas. ¿No te han enseñado
que cuando haces algo mal hay que
disculparse?
Aquel día se estaban pasando de la raya.
Damian miró al chico sin inmutarse y eso
lo enrabió. El chico se sintió ridiculizado,
insultado por esa mirada carmesí.
–¡Serás-…!
–Para. – Chris interrumpió la escena,
incapaz de continuar de brazos cruzados. –
¿Por qué te metes con alguien que estaba
pasando por ahí?
–¿Y tú quién te crees que eres para
entrometerte? – Repuso el chico castaño
visiblemente disgustado, aunque cauteloso
por no saber quién era Chris.
En teoría, en Ixium el rango o estatus no
debía afectar en ningún ámbito, pero la
realidad era diferente: no se podía ignorar
si alguien era más poderoso que tú por
prudencia. Chris era el hijo de un conocido
marqués del mismo país del chico castaño.
–Deja de hacer castillos de granos de arena.
Hay suficiente espacio para pasar, pero tú
has venido adrede a meterte en medio para
buscar pelea.
–¡Qué dices!
Damian aprovechó que los chicos discutían
para recoger sus libros y levantarse.
Entonces, se sacó el pañuelo del abrigo y
limpió la huella de la cubierta de su libro.
Estaba algo molesto, el libro había sido un
regalo de su madre que siempre le enviaba
uno cuando encontraba alguno entretenido.
Si no fuese gracias a la intervención de
Chris, Damian hubiese acabado con ese
bastardo.
El otro chico que acompañaba al abusón,
un muchacho de cabellos color ceniza,
estiró la mano para tocarle el hombro a
Damian para llamar su atención, no
obstante, Damian que ya estaba alerta
retrocedió y le apartó la mano
reflexivamente mientras le apuntaba con el
libro. Echando pestes, el chico de pelo
blanco captó algo blanco con la esquina de
los ojos y recogió un pañuelo. A diferencia
de su compañero, él no era tan malicioso y
justo cuando iba a preguntarle a Damian si
era suyo, se lo encontró totalmente agitado.
El normalmente sosegado Damian se lo
miraba airoso, exaltado y aquello torció la
buena intención del abusón.
–Devuélvemelo. – Ordenó Damian.
Se trataba del pañuelo que su madre le
había bordado especialmente para él.
Damian estiró la mano para cogerlo, pero el
abusón retrocedió y cuando repitió la
acción, el chico de pelo cano movió el
pañuelo en el aire de manera jocosa.
Regocijándose, el chico dejó caer el
pañuelo al suelo con escarnio y, entonces,
saltó encima y lo pisoteó sin dejar de
disfrutar del momento. Damian perdió el
control y tumbó al chico de un golpe.
–Quieres pelea, ¡eh! – Exclamó el
gamberro después de tocarse los labios y
ver su propia sangre.
A la sazón, el chico cargó contra Damian
con el puño cerrado. El castaño, al
percatarse de la situación, hizo ademán de
unirse para apoyarle, pero Chris le cortó el
paso y acabaron peleándose.
–¡Ay, joder! ¡Puto zorro!
Hasta Asha se unió a la lucha por su señor.
Se formó un corrillo alrededor de la
peculiar escena en Inxium hasta que un
supervisor apareció para separarlos.

* * * * *

El consejo disciplinario no se reunía a no


ser que los estudiantes rompiesen una de
las normas de conducta principales como,
por ejemplo, no insultar a los maestros. Se
concluyó que a los cuatro chicos se les
expulsaría de las clases durante tres días y
tendrían que escribir una carta de reflexión.
No obstante, a Damian, presuntamente por
haber sido el primero en agredir y por no
haber sido capaz de controlar a su mascota,
se la añadieron otros siete días, aunque en
realidad ese castigo extra sólo se aplicó
porque los abusones contaban con un
amigo en el consejo para respaldarlos y
vengarse por ellos.
–Esto es ridículo. – Se quejó Chris,
enfadado. El trato era extremadamente
injusto, ese par de idiotas habían sido los
instigadores. – ¡No te quedes de brazos
cruzados! ¡Ve y quéjate al comité!
Si opinabas que el consejo había sido
injusto con la sentencia de tu caso, todo
alumno tenía derecho a presentar una queja
formal al comité para que lo revisasen.
–Da igual. – Contestó Damian,
contemplando la pataleta desenfrenada de
Chris con toda la calma del mundo
mientras pasaba los dedos por el pelaje de
Asha.
–¡¿Qué “da igual”?! ¡El qué! ¡Han sido
ellos!
Chris acababa de descubrir la verdadera
edad de Damian durante la audiencia.
Aquellos chicos de quince y dieciséis años
habían estado buscando pelea con un
chiquillo de doce años.
–¡¿Sabes lo que significa que te echen
durante una semana?! ¡Es un golpe terrible
para tu expediente!
Damian continuó imperturbable. Su padre
jamás le hizo prometer que no iba a causar
problemas y él mismo no pensaba
informarle de nada que no le obligase a
volver a casa durante una temporada.
Además, una falta en su expediente no le
asustaba porque sabía que eso no influía en
la elección de Shita.
–¿Y tú?
–Yo, ¿qué?
–¿No te preocupa tu expediente? Es culpa
mía que estés metido en esto.
–Esto da igual, es una advertencia y ya.
Damian estudió a Chris, a quien acababa de
añadir a su lista mental de conocidos, y se
preguntó por qué se habría metido en sus
asuntos. Eran básicamente desconocidos.
–Gracias.
–¿Qu-…? – Chris detuvo su pataleta de
repente y se lo miró sorprendido. – ¿Por
qué? – Preguntó, desconcertado ante el
súbito agradecimiento del chico.
–Por intentar ayudarme, aunque no hacía
falta.
–¿De verdad no vas a quejarte? – Chris
fulminó a Damian con la mirada por la
segunda parte de la frase, pero dejó su
enojo de lado.
–No.
–Pero si te prohíben ir a clase, enviarán una
notificación a tu casa.
A Damian se le había escapado ese
pequeño detalle.

Damian fue a secretaria con la esperanza de


solucionar la situación, pero por desgracia,
llegó tarde.
–Haya o no queja, cualquier acción
disciplinaría que implique más de tres días
de prohibición de atención a clase se
notifica inmediatamente.
La Academia enviaba todo lo necesario a
las oficinas en Philarch que se ocupaba de
lidiar con todo lo relacionado con el joven
amo de los Taran y redactar los informes
para el duque. Damian consideró la
posibilidad de presentarse en las oficinas
para evitar que se comunicase nada al
Norte, sin embargo, desestimó la idea. Al
fin y al cabo, quien recibiría la noticia sería
su padre a quien poco le importaría y no se
equivocaba. Sólo había dos cosas que
conseguirían captar el interés de Hugo
respecto a la Academia: que Damian
saliese terriblemente herido o fuese
asesinado y que ocurriese algo que evitase
que pudiese graduarse. El resto se lo dejaba
a su hijo, por eso no hubo consecuencias
para los abusones Si Damian era incapaz de
encargarse de unos gamberros, poco
duraría como señor del Norte. En esta
ocasión, pero, aunque Hugo hizo caso
omiso al tema de la suspensión, si que le
picó el interés enterarse que su hijo se
había peleado con otro conociéndole. Entre
risitas imaginándose la escena inocente,
leyó por encima el documento que
adjuntaron los informantes y se le cambió
la cara. Esos hijos de puta habían pisoteado
el pañuelo que su esposa había bordado con
tanto mimo. Él mismo, que le había rogado
un millar de veces a Lucia que le bordase
otro, protegía el suyo con su vida, ni
siquiera lo usaba de lo valioso que era.
El poderoso duque de Taran indagó más en
el asunto y se guardó en lo más hondo del
corazón el nombre de las familias de los
abusones. Si bien por el momento no
podría actuar, se aseguraría de hacerles
pagar este día. Era un hombre rencoroso.

* * * * *

Lucia repasó el correo como hacía cada día.


La mayoría eran invitaciones, pero de vez
en cuando llegaba alguna carta personal.
Aquella mañana, la duquesa abrió,
anonadada, la carta con el símbolo de la
Academia que se había mezclado con su
montón y se le cambió la expresión de
golpe.
En realidad, esa carta jamás debería haber
llegado a sus manos, pero Jerome había
descuidado su tarea de separar el correo por
culpa de las tantas otras misiones que tenía.
–…Expulsado de clase… ¿Qué significa
esto?
Lucia releyó el contenido de la carta un
centenar de veces, pero en ningún lado se
exponía el motivo, sólo que Damian había
quebrantado la paz de la escuela y violado
el reglamento. Algo iba mal, su hijo jamás
haría algo semejante.
Por suerte, su marido aquella mañana se
encontraba en su despacho enterrado entre
montañas de documentos, así que se puso
en pie y se dirigió con el sobre en mano a
donde estaba.
La puerta se abrió dejando paso a un
agradable aroma a té. Hugo levantó la
cabeza de los documentos y descubrió,
atónito, a su esposa con una bandeja de té.
–¿A qué se debe esta agradable visita?
–¿Te he interrumpido? Me gustaría pedirte
unos minutos. ¿Te va bien ahora?
–Ah, sí. Ahora me va bien.
Hugo se levantó del sillón y se sentó en el
lado opuesto a ella del sofá. Lucia sirvió el
té y depositó una de las tazas ante su
marido.
–He pensado que era mejor comentártelo
porque es algo personal y formal a la vez. –
Lucia dejó el sobre sobre la mesita
mientras estudiaba la expresión de su
esposo que hojeaba el contenido. – Sabes
de qué se trata, ¿no es así?
–No es para tanto, sólo se ha peleado con
unos compañeros.
–¿Se ha hecho daño?
¿Daño? El muchacho era un espadachín
experimentado. Su habilidad todavía no
superaba la suya, pero ninguno de sus
iguales sería capaz de ponerle un dedo
encima. Según los informes, era capaz de
vencer a sus mayores y para cuando llegase
el momento de la graduación Damian sería
invencible.
–Está bien. Es normal que se pelee.
Hugo pensaba que Lucia trataba a Damian
como a un niño pequeño. No comprendía
qué podía preocuparle de un chaval que ya
le doblaba la altura.
–¿Todo por una pelea? ¿Qué pasa? ¿Le ha
hecho mucho daño a su contrincante?
–La verdad es que no.
A Hugo no le quedó alternativa que
explicarle la situación del muchacho en la
Academia. Le contó como Damian
ocultaba su estatus y que por eso mismo los
otros chicos solían meterse con él.
–¿Me estás diciendo que han castigado a
Damian injustamente? – Preguntó Lucia
con severidad.
–…Más o menos. – Hugo había intentado
restarle importancia al asunto.
–¿Y qué vas a hacer?
A Hugo no le importaba demasiado, su
intención era dejarlo pasar, pero la mirada
furiosa de su esposa le hizo tragarse sus
palabras. El sentido maternal de Lucia
había sobrepasado límites insospechados
desde que dio a luz a Evangeline. ¡Cómo se
atrevían a hacerle algo así a su hijo!
–En realidad, llevo tiempo pensando en
cosas relacionadas con Damian.
Durante el primer cumpleaños de
Evangeline poco tiempo atrás, Hugo había
reservado el salón del palacio real y había
organizado una fiesta extravagante y
grandiosa. Tan suntuoso fue el festín que
los invitados insinuaron que el de la
princesa Selena no tenía nada que
envidiarle. No obstante, a pesar del
magnífico recibimiento de la pequeña,
Lucia se pasó la velada entera echando en
falta a Damian. En su carta, el chico le
había explicado que estaba demasiado
ocupado con el colegio para asistir, pero
Lucia lo interpretó de otra manera: como
que le avergonzaba presentarse en público.
El círculo social de la alta sociedad
ignoraba la existencia de Damian. Aquellos
seguidores empedernidos de los cuchicheos
se olían algo, pero por prudencia, se lo
pensaban dos veces antes de esparcirlos.
Lucia no pretendía ocultar al muchacho,
pero era demasiado joven como para
debutar y pocas veces se quedaba en la
Capital por culpa del colegio. Nada de esto
le molestó especialmente hasta que en la
fiesta de fin año, Lucia conoció al hijo del
marqués Philippe y se le ocurrió que su
Damian tenía el mismo derecho de estar ahí
que Chris.
–¿De verdad quieres que Damian se quede
en la residencia hasta que se gradúe?
–Le prometí que le dejaría graduarse.
–No digo que no se pueda graduar, sino
que no hace falta que viva en la residencia.
Los otros niños salen de vacaciones, pero él
no puede salir hasta que se gradúe o en
fechas muy específicas.
–¿Y qué se te ha ocurrido para
solucionarlo?
–Cambia su curso. Que no sea un
internado, sino algo que le permita venir a
casa en vacaciones como los demás.
–No creo que sea posible por las normas de
la Academia.
–Sé que tú puedes conseguirlo.
Hugo se quedó boquiabierto al escuchar
esas palabras de la boca de su esposa.
–Además, ya va siendo hora de que
aparezca en sociedad.
–¿Por qué ahora tan de repente?
Hugo todavía no se había parado a pensar
en el debut del chico. Para cuando Damian
terminase sus doce años de escolarización
ya tendría dieciocho y habría aprendido
todo lo necesario en la Academia.
–No es de repente, es algo a lo que le he
estado dando vueltas. Hacerle debutar
cuando se gradúe será demasiado tarde.
La mayoría de los jóvenes aparecían en
sociedad sobre los doce como muy pronto
y sobre los quince como muy tarde.
–No es necesario, tampoco es tan
importante.
–Lo es. El nacimiento de Damian se podría
considerar una debilidad entre los nobles,
así que creo que lo mejor será presentarle
cuanto antes para que todo el mundo vea
que es tu heredero sin lugar a dudas.
Los duques de Taran raramente aparecían
en fiestas. Muchos aseguraban que el
matrimonio vivía recluido en el Norte y
que sólo hacía gala de presencia en
ocasiones puntuales y totalmente
necesarias. Sin embargo, la elección de la
actividad social era el trabajo de la esposa y
cuando le tocase a Damian su esposa
podría decidir salir cada noche, por lo que
no veía motivo alguno para oponerse a la
idea de Lucia.
–Quiero que debute antes de que llegue el
invierno.
–Creo que es demasiado pronto.
–En fin de año ya tendrá trece años. Es
mucho más grandullón que los otros niños
de su edad y es mucho más maduro.
–Como tú quieras.
–Pídele a Su Majestad que te deje el mismo
salón que usamos para el cumpleaños de
Eve.
–¿Para qué? La fiesta de fin de año se
celebra poco después, lo podemos hacer
junto.
–Pero Damian no es el centro de atención
en la fiesta de fin de año.
–Lo mejor es que no destaque demasiado
durante su debut, sobretodo cuando la
mayoría de la gente no sabe ni que existe
todavía.
–Sí… En eso tienes razón… Me lo
repensaré. – Hizo una pausa. – ¿Vas a
solucionar lo de su castigo?
–…Claro.
–Por suerte el semestre acaba de terminar y
te lo puedes traer a casa.
–¿Yo?
–¿Estás ocupado?
Hugo estaba ocupado y tampoco entendía
por qué tenía que ir personalmente a buscar
al chico cuando ya le había comprado un
pase para la puerta. No obstante, el
imponente duque no podía discutirle las
ordenes a su esposa que se lo estaba
mirando fijamente.
–…Vale, iré.
Ahora que ya había zanjado el tema como
quería, Lucia se puso en pie dispuesta para
irse.
–Perdona por quitarte tanto tiempo, te dejo
seguir trabajando.
Hugo le rodeó la cintura con el brazo e
impidió que se marchase.
–Ya que nos hemos puesto hablar un rato,
podemos seguir.
–¿Hablar de qué?
Hugo la sujetó con firmeza con un brazo y
aprovechó la mano libre para acariciarle la
rodilla, las pantorrillas y los muslos hasta
que Lucia se ruborizó.
–¡E-Estás loco!
–Loco por ti.
–¡Estamos en tu despacho!
–No sería la primera vez que lo hacemos
aquí.
Las mejillas de Lucia se pintaron de rojo
carmesí mientras la duquesa recordaba la
noche en la que su marido la había llevado
en brazos hasta su escritorio y le había
hecho el amor entre la tensión de que los
descubrieran y la emoción de vivir una
aventura.
–¡No era de día!
Lucia intentó apartarle cuando la abrazo,
pero él tiró todos los documentos fuera del
escritorio y la tumbó allí con cuidado.
–¡Nos van a pillar, Hugh!
–Nadie vendrá a no ser que quiera morir.

* * * * *

El semestre había terminada un mes antes


de fin de año. La mayoría de los
estudiantes regresaban a sus hogares
durante el verano, pero en invierno el
internado no quedaba vacío o desolado
hasta una semana después de las clases.
Hugo decidió plantarse en Ixium el día de
la graduación con dos carruajes ostentando
un león negro que se mezclaron entre la
multitud que llegaba a recoger a sus
jóvenes amos. El duque se apeó y se dirigió
al despacho principal donde unas cuantas
personas guardaban posiciones como si
estuvieran esperando a alguien. Waldo, el
decano de Ixium, se frotaba las manos con
nerviosismo y, en cuanto atisbo dos
carruajes del duque de Taran, tragó saliva y
voló escaleras abajo.
A la gente que veía a Hugo le abrumaba
más su aire feroz y calculador que su
apariencia inexpresiva. Waldo hizo una
reverencia ceremoniosa y se movió para
escoltar a su invitado al despacho ante la
mirada perpleja de aquellos que ignoraban
la identidad de Hugo.
–¿Quién diantres era ese? La nariz del
decano rozaba el suelo.
–Debe ser el duque de Taran de Xenon.
–¿El duque de Taran? ¿Ese duque de
Taran?
–¿Qué otro hay?
–No me lo imaginaba tan joven.
El nerviosismo de Waldo no se debía a la
notoriedad de su invitado, uno de los
mayores inversores de la Academia, sino a
la influencia de éste sobre los directivos
que elegían al decano.
–De haberlo sabido con antelación me
hubiese encargado de ahorrarle cualquier
inconveniente, mi señor. –A Waldo le
avisaron aquella misma mañana. – Siento
mucho tanto alboroto, hoy es el día de la
graduación. Lo siento. – Waldo era
aparentemente servil, sin embargo, si había
conseguido ostentar la posición de decano
durante tanto tiempo era gracias a su
naturaleza astuta.
–Mi señor, si hay algo que necesite, no
dude en decírmelo.
–He venido a ver a mi hijo.
Waldo se quedó helado. Jamás había
escuchado nada semejante. Nunca. De
haber sabido que el hijo del mismísimo
duque de Taran se alojaba en su internado
estaría seguro de quién es.
–He recibido esto. – Waldo aceptó el sobre
que el duque le enseñó y empezó a temblar.
– Lo he investigado personalmente y creo
que ha tenido que ocurrir un error.
–Me encargaré de arreglarlo ahora mismo.
– Contestó prontamente el decano.
Nervioso y alterado, quería resolver el
problema en cuanto antes con el fin de
proteger su posición.
–Mi hijo está en el internado. Quiero
llevármelo, pero no ha pedido permiso para
salir. Además, sigue castigado…
–Sin problema. – Aseguró Waldo. – Puede
llevárselo ahora mismo si así lo desea, mi
señor. ¿Quiere que vaya a buscarle?
Hugo consideró su oferta y sacudió la
cabeza. Esperar era aburrido.
–Iré yo mismo.
–Si está castigado, debe estar en los
dormitorios. Le acompañaré a-…
–No.
–No se preocupe sobre el tema de su hijo,
mi señor duque. – Enfatizó Waldo mientras
se despedía del invitado. – Lo enmendaré
de inmediato.
Aquel incidente suponía una amenaza para
su posición. Waldo observó con gravedad
el carruaje que partía y pospuso todo lo
planificado para ese día. Necesitaba
descubrir de dónde habían salido esos siete
días de castigo y el motivo por el que
ignoraba que el hijo del duque de Taran
vivía bajo su techo.
* * * * *

Damian escuchó un ruido sordo mientras


leía. Chris, que había estado durmiendo en
el sofá, se acababa de caer al suelo. A pesar
de que las vacaciones ya habían empezado,
Chris se quedó en la Academia e iba a
pasar tiempo con él cada día. El buen
muchacho se sentía culpable, estaba
convencido que de no haber interferido en
la discusión, seguramente las cosas no se
habrían descontrolado hasta ese punto.
–Damian.
–¿Qué?
–¿Cuánto falta para cenar?
–Hemos comido hace nada.
–El tiempo pasa demasiado despacio…
Seguro que es porque es el último día. ¿Te
llamas así de verdad?
Según las reglas de la Academia, tanto
profesores como compañeros debían
referirse a ti por tu nombre ignorando
cualquier título o estatus. Por ese motivo, la
mayoría de las familias registraban un
seudónimo que no les ofendiese.
–Sí.
–El mío también es el de verdad. ¿Te vas a
quedar aquí durante las vacaciones?
–Tengo que volver a casa.
–Ah… Te vas.
Chris había querido invitarle a su casa, pero
se quedó con las ganas. Su conversación
terminó en decepción. Poco después de
volver cada uno a lo suyo escucharon que
alguien llamaba a la puerta.
–Ya abro yo. – Anunció Chris que de un
saltó corrió a la puerta.

Hugo estudió a Chris con la mirada antes


de pasar. Damian, perplejo, se levantó de
golpe.
–Padre… – No daba crédito a lo que veía.
Chris se quedó boquiabierto.
Hugo repaso la estancia con la vista por
primera vez. El interior era modesto y las
decoraciones anticuadas. El duque pagaba
una cantidad indecente de dinero cada año
y, sin embargo, aquel no era un dormitorio
perteneciente a una institución con tanto
poderío. Era obvio que alguien había
robado parte de la colecta y ese era la
excusa perfecta para poder salirse con la
suya y cambiar el curso de Damian a otro.
–¿Tienes algo que hacer?
–No. – Respondió Damian rápidamente.
–Pues entonces, haz las maletas. Nos
volvemos a casa.
–Pero estoy castigado…
–Ya me he ocupado de eso.
–¿Ha pasado algo en casa? – Ver aparecer a
su padre era preocupante.
–¿Qué si ha pasado algo? Bueno, no puedo
decir que no.
Chris se acercó lentamente a la pareja de
padre e hijo mientras conversaban. Eran
como dos gotas de agua. Pero, ¿por qué
nadie conocía la existencia del duque de
Taran?
–¿Y tú quién eres? – Hugo frunció el ceño
al ver al muchacho que se hallaba a varios
pasos de él.
Chris, que lo había estado escudriñando sin
reparos, se percató de su error y se tensó al
recordar la mirada reprobadora de su
propio padre.
–Me disculpo, he sido un maleducado. Soy
Chris, un compañero de Damian. Es un
placer conocerle.
Hugo se rascó la barbilla mientras
estudiaba al chico.
–Me suenas.
–¿Perdone? Ah… Le saludé en la fiesta de
fin de año.
Su padre le había ido presentando a los
diferentes nobles que saludó en la fiesta.
Era increíble que el duque fuese capaz de
recordar algo tan insignificante que había
ocurrido hacía tanto.
–El segundo hijo del marqués Philippe.
–¿Eh? Sí, exacto.
–¿Eres un compañero suyo? ¿Qué haces
aquí?
–Bueno, yo-…
–Es mi amigo. – Admitió Damian antes de
que Chris pudiese confesar su papel en el
incidente.
Damian no se dio cuenta de que Chris era
su primer amigo hasta que lo dijo. Chris se
lo quedó mirando con una sonrisa de oreja
a oreja.
Hugo contempló la escena intrigado. Él
jamás había tenido amigos, aunque
tampoco le había parecido algo necesario.
Su mujer estaba interesada en las amistades
del chico y, además, había dejado bien
claro que rezaba que en este campo no
acabase como él.
–Chris, ¿no? ¿También estás en el
internado?
–No, señor. Dentro de poco volveré a casa.
–Bien, pues tú también te vienes.
–¿…Disculpe?
Hugo apremió a Damian e ignoró al
anonadado Chris.
–Si ya estás, vámonos.
El joven Damian cogió a la pequeña Asha
en brazos y siguió a Hugo sin quejarse.
–¿Qué haces? Vamos.
–¿Yo?
Chris, todavía aturdido, acató las ordenes
de la extraña y reservada pareja.

* * * * *

Sin comerlo ni beberlo, Chris terminó


sentado en el carruaje de los Taran con el
duque y el heredero. No entendía por qué
estaba ahí, ni cuál era el motivo por el que
el duque le había ordenado acompañarlos,
no obstante, no conseguía reunir el
suficiente valor como para preguntar.
–Has dicho que había pasado algo, ¿el qué?
Damian llevaba dándole vueltas al asunto
desde que habían partido de la Academia.
Esperaba que su padre la diese los detalles,
pero descartó la idea viendo el
comportamiento de Hugo.
–Tu madre se ha enterado de tu castigo.
La expresión de Damian se tornó severa.
No quería preocupar a su madre.
–Cuando te dije que no matases a nadie, no
quería decir que te dejaras pegar por unos
gilipollas.
–…Lo siento.
–¿Eres tan débil que matar para ti no es una
opción? – A Hugo le preocupaba que el
chico poseyese la misma debilidad de su
padre biológico puesto que cuando
ostentase el título de duque, le sería
imposible evitar la subyugación de los
barbaros del Norte.
–No, si desenvaino la espada es porque
estoy listo para acabar con mi enemigo.
Chris empalideció, se aferró a sus propias
rodillas e intentó aislarse de la aterradora
conversación paterno filial para no
escuchar algo que no debiese. Los Taran,
ajenos al estado del chico, continuaron su
charla como si nada.
–Tu madre quiere presentarte al círculo
social. Haz lo que te diga sin rechistar.
–Sí, señor.
–Volverás a la Academia cuando empiece
el semestre. Ya me ocupo yo de lo de haber
salido.
–Quiero volver una semana antes como
muy tarde.
–Estoy discutiendo el proceso de tu título
con Su Majestad, si se te otorga rápido, no
habrá problemas. Tendremos que esperar a
ver qué pasa.
–¿Con título te refieres a…?
–El heredero de los Taran no puede
aparecer en sociedad sin ningún título.
El color regresó al rostro de Chris que,
ahora, se los miraba aturdido. El joven que
tenía sentado a su lado sería el futuro duque
de Taran y dedujo que el motivo por el que
se había ocultado la realidad del asunto
hasta el momento en la Academia era
porque querían que el atesorado joven amo
de la casa pudiese explorar el mundo sin
ataduras. Chris sonrió con malicia: esos
bastardos que se afanaban a molestar a
Damian habían firmado su propia sentencia
de muerte.
–La Academia se llenará de rumores de que
eres mi hijo.
De entre los muchos estudiantes que los
vieron dirigirse al carruaje era evidente por
su reacción que algunos eran de Xenon.
–¿Vas a seguir escondiéndolo?
–No.
–Damian, – Hugo recordó lo que su mujer
le había dicho sobre el chico ocultando su
identidad por temor a empañar el buen
nombre de su familia por culpa de la
realidad de su nacimiento. – Te prometí mi
puesto y no pienso retractarme. Sé que lo
harás bien.
–…Sí, padre.
Damian bajó la vista al suelo, sonrojado.
Chris sintió alivio, era la primera vez que el
muchacho se comportaba acorde a su edad.
–Si vuelvo a enterarme de que están
abusando del heredero de los Taran, me da
igual si todavía estás estudiando o no, te
voy a exiliar a la frontera del Norte para
entrenar.
–Lo tendré en presente. No volverá a
ocurrir.

El carruaje se detuvo ante la residencia de


los duques. Chris se apeó y admiró sus
alrededores. Ya había caído la noche, pero
supo que no le habían arrastrado a ningún
lugar terrorífico abandonado de la mano de
Dios.
–¿Qué haces? – Le preguntó Damian
dándole un toquecito en el hombro después
de pasarle el zorrito a un criado.
–¿Eh? Ah, ¿estamos en tu casa…?
–Claro, ¿dónde si no? Ah, ¿tienes que irte
ya a casa?
–No tengo nada urgente. – Respondió Chris
después de murmurar para sus adentros que
ya era hora de que le preguntase.
–Pues entra.
Titubeando, el pobre Chris siguió
obedientemente a su amigo.
* * * * *

Lucia salió a recibir a su esposo con


Evangeline en brazos.
–¡Papá! – Exclamó la bebé al ver a Hugo.
Hugo la cogió y le dio un beso en la
mejilla, entonces, le rodeó la cintura a su
esposa y le besó los labios.
–Debes estar agotado por el viaje.
Tampoco habrás cenado.
–¿Y tú?
–Te he esperado para cenar contigo.
–Te había dicho que no me esperases, es
tarde.
–No lo es. Será mejor que te pases por el
despacho, antes de nada, tu ayudante lleva
rato esperándote. Creo que es urgente.
Hugo le devolvió la niña a su mujer y se
dirigió al despacho. Entonces, Lucia se dio
la vuelta y esgrimió la sonrisa más alegre
que pudo.
–Bienvenido, Damian. Estás cansado, ¿a
qué sí?
–¿Cómo estás, madre?
–¡Caray! ¡Qué alto estás! Anda, déjame
darte un abrazo.
Lucia le pasó la bebé a una criada y abrazo
a Damian con todas sus fuerzas. Había
crecido tanto que la duquesa no podía
rodearle con los brazos. Era emocionante
que los niños crecieran tan deprisa.
–Manito, manito. – Le llamó Evangeline.
–Oh, Evangeline se alegra de verte.
Damian cogió a su hermana con firmeza.
De la bebé emanaba una dulce fragancia a
leche que le enterneció. Estaba en casa y su
hermanita no le había olvidado a pesar del
tiempo transcurrido.
–¿Quién es tu invitado?
–Es un amigo de la Academia.
–¡Oh, vaya! ¿Un amigo?
En cuanto el duque de aura asesina se
marchó, Chris estudió a la misteriosa mujer
que transmitía tanta dulzura.
–Encantado de conocerla, duquesa. Soy
Chris Philippe.
–Ah, ya nos habíamos visto. Me alegra
volverte a ver como amigo de Damian. –
Lucia le saludó encantada.
Que los duques le recordasen hinchó el ego
de Chris que se convenció de que la
impresión que les había causado era tan
fuerte que se había convertido en un
recuerdo imborrable.
–Debéis tener hambre. ¿Queréis ir a tu
habitación, Damian? Os llamaré cuando la
cena esté lista. ¿Quieres que me lleve a
Eve?
–No, ya la cuido yo.
–¿Sí?

Damian guio a Chris hasta sus aposentos y


cerró la puerta detrás de ambos.
–¡Madre mía! – Suspiró pesarosamente
Chris como si hubiese estado conteniendo
la respiración hasta el momento. – ¡Creía
que me iba a morir de los nervios! ¡Oye!
¡Podrías haberme avisado!
–Yo tampoco sabía que vendría mi padre.
–Que sea la última vez que vamos con tu
padre en un carruaje durante tanto tiempo,
¿vale? No quiero más momentos
inesperados. La próxima vez, encárgate de
evitarlo, ¿me oyes?
Damian se limitó a encogerse de hombros a
modo de respuesta y volvió a volcar toda su
atención y ternura en Evangeline.
–Ojalá yo tuviese una hermana tan mona.
–¿No tenías un hermano pequeño?
–Tengo un demonio pequeño. Tiene cinco
años y en cuanto le quitas el ojo de encima
la lía.
Chris contempló a Evangeline que dormía
plácidamente en brazos de su hermano.
–Qué tranquilita es… ¿Será porque es una
niña? Mi hermano se pone de mal humor
cuando tiene sueño. Encantada de
conocerla, señorita Taran. – Dijo, sin
resistir el impulso de cogerle la manita.
Justo cuando Damian iba a llamar a una
criada para que se llevase a Evangeline a su
cuna, una sirvienta apareció por la puerta
para llamarles a cenar. Damian llevó a su
hermanita a su cama, la tumbó y se dirigió
al comedor.
–Espera, – dijo Chris. – ¿tenemos que
cenar con tu padre?
–Seguramente, todavía no ha cenado.
–…Creo que voy a tener indigestión.
–Te daré medicina.
–¡Oye!
Chris acertó y después de cenar tuvo que
beberse la medicina que Damian le ofreció.
* * * * *

Hasta los últimos diez días del año, esos


meses previos de preparaciones para el fin
de año estaban cargados de saturación y
trabajo. No obstante, una vez todo estaba
listo la gente solía aprovechar para quedar
con sus amigos, pasar días en familia o
gozar de unas vacaciones.
Hugo se hallaba sentado ante el rey que
disfrutaba de una relajante taza de té
después de zanjar la última reunión del año.
Aquello marcaba el comienzo de unas
largas vacaciones. El año pasado Damian
tuvo que regresar a la Academia pocos días
antes de la gran fiesta, pero esta vez sería
distinto. El chico asistiría y sería la primera
vez que todos los miembros de su familia
celebraban la entrada de año juntos.
–¿Has encontrado mi reemplazo?
Kwiz le prometió a Hugo que, tras los dos
años necesarios para organizar el nuevo
cuerpo de estado, le dejaría volver a sus
quehaceres habituales. A pesar de ello, dos
años y varios meses después, tenía que
seguir insistiéndole al monarca.
–¿Por qué no te quedas a cargo como hasta
ahora, mi buen duque?
–Me lo prometió, Su Majestad. – El ceño
fruncido de Hugo evidenciaba su
renuencia.
–Sólo te tengo a ti.
–Estoy seguro de que muchos codician el
puesto.
–Sí, por eso no quiero a otro que no seas tú.
El cuerpo del estado que el rey había
formado a la velocidad del rayo durante
esos últimos dos años se convertiría en el
departamento central de política mientras
Kwiz siguiese en el trono y el jefe de dicho
departamento era, por supuesto, el centro
de poder.
–Sinceramente, no tengo la más mínima
intención de que mi cuerpo de gobierno se
convierta en el patio de recreo de los
nobles.
–Yo también soy noble.
–Bueno, tú no entras en el esquema.
Durante todo aquel tiempo Kwiz había
observado los movimientos del duque de
Taran y había determinado que, en efecto,
no le interesaban los juegos por el poder en
absoluto. No había establecido ninguna
alianza que no hubiese formado antes, ni
derivó sus planes a otra parte. Asimismo, el
trabajo del duque era excelente: escogía a
los miembros por su valor, no por su
estatus. Poco importaba la influencia de la
familia, si la persona en cuestión era un
trabajador inepto, se despedía sin vacilar.
–Es un puesto controvertido… Pero
mientras usted sea el líder, nadie abrirá la
boca.
La confianza que el rey depositaba en el
duque era dominio público. El monarca le
invitaba día sí, día también a comer con él
después de cada reunión importante y,
aunque el favor de Kwiz era un arma de
doble filo, nadie osaba precipitarse a
actuar. La gente temía lo impredecible que
era Hugo. Su imagen de guerrero era más
famosa que su parte política y nadie se
atrevería a enfrentarse a los soldados. En
otras palabras, el duque de Taran podía
aniquilar hasta la última alma del territorio
y salir airoso.
Hugo suspiró, Kwiz estaba resuelto a
convencerle a quedarse con el puesto que
tantos dolores de cabeza le provocaba. Lo
peor de todo era el tener que regresar tan
tarde a casa: no podía ver a su preciosísima
hija, ni cenar con su esposa o pasear con
ella o divertirse con ella de noche. No
obstante, ser cercano al rey era conveniente
y necesitaba su aprobación para que
Damian pudiese heredarle.
–No me gusta trabajar gratis.
–…Mi señor duque. ¿Sabes en la clase de
posición que estás? Si la ofreciese tendría
una a avalancha de hombres llamando a mi
puerta.
–Pues entregásela a uno de ellos.
–¿Qué quieres a cambio? – Kwiz gruñó
exasperado. – Te daré lo que quieras.
–Un título.
–¿Un título? ¿Para qué?
–Voy a presentar a mi hijo en sociedad en
fin de año.
–Oh. ¿Ya tiene edad? ¿Cuántos años tiene?
–Cumplirá los trece dentro de poco.
–¿No es demasiado pronto para un título?
Nunca se ha dado el caso.
–Pues que sirva de precedente. Le prometí
que me aseguraría de que nadie pondría
entredicho su derecho.
–Vale, vale. Empezaré el proceso.
–¿Estará listo antes de fin de año?
–¿Te crees que los títulos me los saco de la
manga? Hay que seguir un procedimiento.
–Puedes anunciarlo en la fiesta de fin de
año y continuar con el procedimiento en
otro momento. – Hugo hizo una breve
pausa. Recordó que a su esposa le
preocupaba que si Damian conseguía un
título su relación con su amigo se viese
afectada. – Ya que estás en ello, dame otro
más.
–¿Para qué quieres darle dos títulos a tu
hijo?
–Me gustaría concedérselo al segundo hijo
del marqués Philippe.
–¿Desde cuándo te interesa ese marqués?
–Su hijo es amigo del mío.
–…O sea que es por eso. Se lo vas a dar
para ayudarle a escondidas.
–Algún día acabará teniendo su propio
título siendo hijo de un marqués de todos
modos.
–Escúchame un momento. – Kwiz se
masajeó la frente.
Otorgarle un título a alguien no era tan
simple como darle un caramelo a un niño.
Conceder títulos era un derecho exclusivo
del rey, un arma para coaccionar a los
nobles que codiciaban el honor y la buena
reputación tanto como quisiera. Si se
excedía a la hora de usarlo, el valor de éste
caía por lo que había un número limitado
de títulos que sólo quedaban vacantes en
caso de fallecer sin descendencia directa.
–Seamos sinceros por un momento. La
responsabilidad que recae en cada título no
es nada fácil. ¿Y qué me dices de los
impuestos? ¿Crees que el hijo del marqués
podrá permitírselo?
Aquellos poseedores de un título solían ser
los herederos de su familia. Los que no
eran primogénitos, normalmente, se
casaban o se quedaban con una finca o
terreno del padre. Muchos ni siquiera eso.
–Su Majestad siempre puede darle uno sin
impuestos. Te lo puedo compensar de otra
manera.
Kwiz fijó la vista en Hugo y suspiró.
–Debe ser fantástico ser capaz de ocuparse
de todo con tanta facilidad, mi señor duque.
–Si el problema son las vacantes, puedo
conseguirlas.
–¿…Cómo?
–Déjamelo a mí.
Su tono de voz fue lo suficiente tajante
como para que Kwis decidiera ser
benevolente y salvar a sus súbditos.
–Ya lo haré yo.
Pensandolo bien, el rey no perdía nada. El
marqués Philippe era un monárquico
inflexible en quien podía confiar. Si
exentaba a su hijo de los impuestos podría
aceptar el favor del duque y ganarse la
devoción del partido político del marqués.
Además, el duque accedió a compensarle
generosamente.

* * * * *

Dos hombres vestidos de gala en el salón


de la primera planta no era una escena de la
que se pudiese disfrutar cada día. Las
criadas echaban miradas discretas, algunas
incluso se escondían en algún rincón para
poder admirar la belleza de los dos
morenos de ojos carmesíes. El más joven
había crecido espléndidamente, pero al lado
del mayor de cuerpo hercúleo y maduro,
seguía pareciendo un niño.
–Qué suerte tiene nuestra señora.
–Ya ves…
La aparición repentina del bastardo del
duque produjo una sensación de desolación
en los criados que sintieron verdadera pena
por su señora duquesa, sin embargo, cada
vez que eran testigos de la obediencia ciega
que le profesaban ambos hombres a la
duquesa su lástima se convertía en pura
envidia.
Jerome carraspeó para llamarle la atención
a las criadas que cuchicheaban. El
mayordomo frunció el ceño con
desaprobación y chasqueó la lengua
asustando al servicio que huyó lo más
rápido que pudo. Entonces, se acercó a la
pareja de padre e hijo con una bandeja para
servir el té.
Lucia, desde las escaleras, contempló la
escena de su familia disfrutando del
refrigerio. Antoine, a su lado, siguió la
dirección de sus ojos y juntó las manos
emocionada. Sus creaciones eran
sensacionales.
–Estás preciosa, madre. – Elogió Damian a
Lucia cuando bajó las escaleras y le besó la
mano.
–Gracias, tú también estás deslumbrante.
Vas a atraer todas las miradas.
–Creo que eso lo vas a hacer tú, madre. –
Aseguró el muchacho. – ¿Quién podría
apartar la vista?
Lucia estalló en carcajadas. Damian solía
ser directo y taciturno, aunque de vez en
cuando era capaz de capturar el corazón de
una mujer con poco. Lucia alternó la
mirada entre su marido e hijo.
–No te preocupes, Damian. – Aquietó
Lucia descubriendo la mirada inquieta del
joven. – Eve está dormida y no se
despertará hasta mañana por la mañana. No
te preocupes por ella, tú limítate a disfrutar
del banquete.
–Sí, madre.
Hugo y Damian ayudaron a Lucia a subirse
al carruaje. ¿Quién hubiese pensado que
semejante día llegaría a su vida? Vivía en
un sueño.

* * * * *
–¿Estás nervioso?
–No.
Lucia hablaba con Damian para
tranquilizarle. No podía quitarse de la
cabeza lo ocurrido en Roam y se castigaba
por tener un mal presentimiento en un día
tan feliz. La buena duquesa era consciente
que nadie osaría insultar al hijo de los
Taran, sin embargo, el nerviosismo no se
desvanecía.
–Estás más nerviosa tú que él, amor mío. –
Comentó Hugo adivinando el estado de su
esposa. – No te preocupes por el chico, ya
no es un niño.
–Estoy bien, madre. No quiero que te
sientas mal por mi culpa.
Lucia esbozó una sonrisa dulce como la
miel. A pesar de la diferencia abismal en su
forma de hablar, los dos hombres que la
acompañaban se preocupaban por su
bienestar, por lo que decidió serenarse y
disfrutar de la fiesta de fin de año al
máximo.

El carruaje se detuvo ante el salón del


palacio exterior. Damian se apeó el
primero, seguido por su padre que ayudó a
su madre. El lugar estaba atestado de gente,
la iluminación del banquete era cegadora y
su corazón empezó a acelerarse. Aquello
era surrealista.
–Vamos.
–Sí, madre.
Damian contuvo la respiración al entrar
junto a sus padres. Era la primera vez que
veía a tanta gente extravagante en el mismo
lugar o era el centro de atención. Era
extraño. Las miradas curiosas de los
invitados carecían de malicia o buena fe;
estaban sorprendidos de verle, pero
ninguno mostró abiertamente sus
sentimientos. Entonces, el muchacho se
percató que todos eran nobles de alta cuna,
educados y entrenados para ocultar sus
emociones por etiqueta.
–¿Dónde está Su Majestad? – Le preguntó
Hugo a un criado.
–Todavía no ha llegado.
–¿Te apetece comer algo? – Le preguntó a
su esposa.
–Pues sí, luego no podremos. – Justo en ese
momento, Lucia vio a alguien conocido
acercándoseles. – ¡Oh, vaya, Chris!
Damian se dio la vuelta para ver a su amigo
y alzó una ceja al descubrir que Chris
arrastraba consigo a otros dos muchachos.

* * * * *
El banquete de celebración de año nuevo
empezó bien entrada la tarde. Los
debutantes se habían consagrado a saludar
al mayor número de nobles posible con sus
padres. Chris se emocionó al ver a todos
aquellos jóvenes novatos a pesar de haber
estado en su misma situación apenas un
año antes.
–Por fin te encuentro. ¿Dónde te habías
metido?
–Hermano… – Chris se quedó de piedra
con la copa que acababa de coger de una de
las bandejas que los criados paseaban por
el salón.
Raven, su hermano mayor, frunció el ceño
desaprobadoramente, mencionó que su
padre le estaba buscando y se dio la vuelta.
Chris, por supuesto, le siguió sin protestar
después de tragarse la copa de un trago.
Saludar al resto de invitados con su
hermano y padre era terriblemente aburrido
y su rostro era el vivo retrato de la
renuencia. Aunque Chris agachaba la
cabeza como se le ordenaba y marcaba la
etiqueta, su cabeza siempre volaba a otros
mundos mientras miraba de reojo la puerta
a la espera de su buen amigo Damian. Fue
en ese momento que reparó en la presencia
de un chico de cabello ceniza y otro
castaño que eran uña y carne incluso en el
banquete rodeados de otros de sus
compañeros de la Academia en corrillo.
–Hermano, voy a hacer una cosa. – Avisó
Chris con una sonrisa maliciosa en los
labios. – Ocúpate tú del resto.
–¡Chris! – Exclamó Raven viendo como su
hermano pequeño se confundía entre la
multitud.
El rostro de Henry – el muchacho de
cabello cano, hijo de un conde – y de Steve
– el muchacho de cabello castaño, hijo de
un marqués – se descompuso cuando
vieron a Chris acercándoseles.
Steve todavía le guardaba rencor a Chris, a
pesar de que el castigo impuesto sobre
Damian fue un espectáculo digno de ver, él
también tuvo que sufrir las represalias de
sus propios actos. Su hermano mayor era
miembro del comité por lo que consiguió
salirse del embrollo con una sanción leve,
aunque también tuvo que soportar toda una
serie de criticas en privado de su parte.
–Cuánto tiempo. – Les saludó Chris.
–…Sí, señor Philippe. – Contestó Steve a
regañadientes.
Chris contuvo una risotada. El motivo por
el que raramente se juntaba con otros
jóvenes de la nobleza era precisamente por
esa absurda imitación de los adultos que
tercamente insistían en llevar a cabo.
–¿No será, de pura casualidad, el
estimadísimo hijo del marqués Philippe? –
Algunas de las doncellas mostraron abierto
interés por él. Aunque no fuese el heredero
del marqués, por lo menos se le otorgaría el
título de conde en algún momento, así que
seguía siendo un buen partido.
–Exactamente, señorita…
–Winsor. Audrey Winsor, hija del conde
Winsor.
–Señorita Winsor, pues. Ruego me pueda
perdonar, pero lamentándolo mucho, debo
ocuparme de unos impetuosos asuntos con
mis compañeros de la Academia.
–Oh, vaya. ¿También estudia en la
Academia? Con sumo gusto me excusaré
para que puedan cumplir con sus
obligaciones, señores.
La señorita Winsor parecía ser la abeja
reina y en cuanto se retiró el resto de los
jóvenes la siguieron como un rebaño
obediente. Adulto o niño, todos eran
iguales. Chris no entendía por qué les
gustaba andar en grandes grupos fingiendo
amistad.
–¿Qué significa esto? – El tono de Steve
evidenciaba su descontento.
–¿Les estabas contando anécdotas sobre la
Academia? – Empezó Chris que veía
ridículo que alguien como Steve
pretendiese ser todo un caballero cuando ni
siquiera había pasado un mes desde su
pelea. – ¿Les has contado cómo rodaste por
el suelo? Seguro que les hubiese encantado.
– Le provocó.
–¿Qué demonios te crees que haces? –
Preguntó Steve con los puños cerrados. No
deseaba una mala relación con otro de los
pocos nobles que consideraba su igual,
pero no lograba comprender la razón por la
que Chris apoyaba a un don nadie.
–¿Sabes que eres un grandísimo cobarde?
Aunque claro, si lo supieras no te
comportarías así. Empezaste una pelea y
luego culpaste a la víctima. No sé por qué
te molestas en fingir ser un adulto
respetable si luego te comportas como un
miserable. – Chris se volvió hacia Henry. –
También va para ti. A ver si somos un poco
más dignos, ¿eh?
–¡¿A quién llamas tú una víctima?! –
Henry se adelantó, enfadado. – Ese don
nadie nos dio de puñetazos sin andarse con
rodeaos. Hasta usó la bestia que lleva a
todas partes. Cada cual sabe su lugar, tu
simpatía no ayuda.
Chris soltó una risotada exageradamente
sarcástica mientras se masajeaba la frente.
–Sí, debe ser culpa de mi simpatía natural.
¿Cómo ibais a entender todo lo que he
hecho por vosotros? – Chris esbozó una
sonrisa burlona mirando a los dos
muchachos de expresión atónita. – Oye, ¿os
hacéis la más ligera idea de con quién os
habéis metido?
En ese momento, los invitados de la fiesta
se agitaron. Las miradas fascinadas de
todos los presentes se posaron en la familia
que acaba de entrar en el salón y Chris,
conocedor de la identidad de ésta sin
necesidad de darse la vuelta, aprovechó
para coger por el brazo a los dos jóvenes
con los que estaba hablando y arrastrarlos.
–¡¿Qué haces?! – Exclamó uno.
–¡Suelta! – Exigió el otro.
–Tranquilos, tranquilos. Venid conmigo
que os voy a enseñar una cosa maravillosa.
Chris no era particularmente fuerte, pero si
Steve o Henry se zafasen de él atraerían
atención innecesaria que dañaría su imagen
pública.
Tal y como había imaginado el amigo de
Damian, la comidilla del pueblo, los
duques de Taran acababan de hacer su
aparición acompañados por un muchacho
de su edad. En cuanto Steve y Henry vieron
la escena se quedaron de piedra y
empalidecieron como si hubieran perdido
su alma. Entre sorpresa y terror, las
expresiones de los chicos eran estupendas y
Chris decidió jugar con su presa un poquito
más.

–Oh, vaya, Chris. – La duquesa sonrió y


saludó encantada.
Damian miró a Chris inquisitivamente a lo
que su amigo respondió con una mueca
traviesa antes de volver a centrarse en la
duquesa.
–Hace mucho que no vienes. ¿Te quieres
venir mañana a pasar el día?
Desde el día en el que habían arrastrado en
contra de su voluntad a Chris a la
residencia ducal, el muchacho había estado
yendo y viniendo casi a diario. Era
recurrente que se quedase a pasar el día,
comiese, leyese, se echase la siesta o
incluso llevase consigo a su hermano
pequeño Jude; básicamente, estaba en esa
mansión como en la suya propia. Lo único
que rechazaba era el ofrecimiento para
cenar con ellos: pensaba evitar compartir
mesa con el duque lo más que pudiese. Sin
embargo, unos días antes de fin de año dejó
de pasar allí todo su tiempo libre para
seguir con lo que marcaba la buena
etiqueta.
A Lucia le encantaba la amistosa
personalidad de Chris y le parecía que el
chico equilibraba la naturaleza estoica de
Damian.
–Sí, iré encantado si me invitas.
Aquellos pocos días que se había abstenido
de visitar a los Taran, Jude se los había
pasado quejándose y preguntándole cuándo
podría volver a ver a la princesa, que es
como llamaba a la hija menor de los
duques. Vacilante, su hermano pequeño le
había confesado que la llamaba así porque
era preciosa.
–Siempre eres bienvenido, a ti no te hace
falta ninguna invitación. Por cierto,
¿quiénes son estos apuestos caballeros?
Chris sujetó los hombros de su presa con
más firmeza.
–Compañeros de la Academia.
Steve y Herny se presentaron y saludaron a
la pareja ducal con gran reverencia. Lucia
confundió el motivo de su nerviosismo y lo
pasó por alto.
–¿Son amigos tuyos, Damian?
En cuanto Damian los miró, la expresión de
ambos jóvenes se oscureció. Chris sonreía
de oreja a oreja satisfecho y aquello
convenció a Damian de seguirle el juego a
su amigo.
–Pues… – Damian arrastró la sílaba para
crear tensión y poder analizar con esmero
la expresión de los otros dos chicos. – …
No lo son, madre.
Ese “madre” fue como una puñalada. El
don nadie colmado de arrogancia era, en
realidad, el hijo del duque. Henry y Steve
ya sintieron un escalofrío cuando
presenciaron la familiaridad con la que
Chris conversaba con la duquesa, pero las
palabras de Damian fueron la guinda del
pastel.
Damian no pretendía seguir torturando a
los chicos por algo que formaba parte del
pasado, concluyó que los dejaría marchar
por ahora y que, en el caso de darse la
ocasión en la que repitiesen su
equivocación, los reduciría a cenizas.
–Y no creo que lo vayan a ser jamás. –
Declaró, sereno.
Henry y Steve que ignoraban la decisión de
Damian se lo tomaron como una
declaración de guerra, pero Lucia
simplemente perdió todo interés en los
muchachos que no congeniaban con su
hijo.
–¿Dónde están tus padres, Chris? Mi
marido y yo ya los conocemos, pero creo
que deberíamos presentarles a Damian.
Chris soltó a los abusones de la Academia a
los que les fallaron las piernas y se unió al
grupo ducal.

La pareja ducal y los marqueses de


Philippe se saludaron educadamente, se
retiraron a una habitación separada y
disfrutaron de una agradable velada. A la
marquesa la entusiasmó la idea de que su
hijo fuese tan íntimo con uno de los
miembros de los Taran y Chris continuó
farfullando quejas durante toda la cena de
lo avergonzado que estaba.
Después de comer, Damian se quedó junto
a sus padres para poder saludar a la lista
interminable de nobles que se acercaron a
reverenciarles hasta que ya no distinguía el
rostro de ninguno. No fue hasta que el rey
llegó que el joven pudo respirar tranquilo.
–Su Majestad el Rey. – Anunciaron.
Los invitados agacharon la cabeza, dejaron
paso al monarca y aclamaron su nombre.
Kwiz, ataviado con ropas blancas y una
enorme corona, avanzó por el salón
preparado para recitar su discurso.
–…Que este primer día del año rebose
jubilo eterno. – Entonces, cambió de tema.
– Quisiera aprovechar tan dichosa ocasión
para presentaros a todos dos de los futuros
pilares de esta, nuestra patria. – El rey hizo
una pausa para darle tiempo al chambelán
para desenrollar el edicto. – Damian, hijo
de Taran; Raven, hijo de Philippe; Chris,
hijo de Philippe. Dad un paso al frente y
aceptad el honor que os otorgo.
–¿Eh? – Chris no daba crédito a sus oídos.
No le sorprendió escuchar el de Damian o
el de su hermano, pero que mencionasen el
suyo lo dejó estupefacto. – Padre… ¿por
qué…?
–¡Vamos, ve! – El marqués chasqueó la
lengua, impaciente.
Chris notó como su alma abandonaba su
cuerpo terrenal; se sentía pender de un hilo
muy fino y le asombró su propia resistencia
que le permitió completar la ceremonia con
éxito.
–…De verdad soy… –Acababa de recibir el
título de conde junto a su hermano, algo
inédito.
–Chris. – Damian le dio una palmadita en
el hombro para sacarle de su
ensimismamiento. – ¿Has oído? Nuestros
padres acaban de quedar para cenar mañana
en tu casa.
–¿…Perdona? – A Chris se le iluminó la
mirada. – ¿Nosotros también comemos con
ellos?
El pobre muchacho todavía recordaba al
detalle la incomodidad con la que tuvo que
lidiar la última vez que había cenado con
los duques.
–Claro.
–…Ah. – Suspiró. – Otra vez voy a tener
indigestión.
–Si no tienes medicina en casa, te la puedo
traer.
–…Estoy tan agradecido que voy a llorar. –
Repuso.

EXTRA 2: Futuro alternativo, Hugo.


Las antorchas que iluminaron la oscuridad
de la noche como si fuese de día tiñeron de
horror la penumbra. El caos se mitigó en
instantes y todos los criados de la casa del
conde se abrazaban entre lágrimas a
merced de los soldados que los vigilaban.
Apenas contaban con alguna posibilidad de
sobrevivir por culpa de su amo que había
conspirado contra la corona. Los pasos que
se acercaban anunciaban su final. Los
soldados se pusieron firmes y, entonces,
apareció un hombre con el cabello tan
oscuro que se mezclaba con las sombras
nocturnas.
–Informe.
–Hemos capturado a todos los miembros de
la casa del traidor excepto dos.
–¿Dos? – Inquirió el recién llegado.
–El tercer hijo del Conde está en la
Academia, en cuanto nos lo han
confirmado hemos enviado una unidad a
arrestarle. – Se explicó el soldado. –
Esperamos noticias para mañana por la
mañana. Sin embargo, el paradero de la
esposa del traidor sigue siendo un misterio.
El hombre moreno alzó una ceja.
–¿Qué dice su criada?
–Nadie sabe nada. Hemos repasado la
mansión varias veces, también hemos
enviado gente afuera.
–¿Qué posibilidades hay de que haya
abandonado la mansión?
–La criada asegura que la última vez que la
ha visto ha sido por la tarde. No falta nadie
más que ella.
Que una noble hubiese huido sola de noche
sin ningún acompañante era difícil de creer.
–Puede que se haya escondido porque lleva
la semilla del traidor. Investigadlo.
–Sí, señor.
–Si sigue en la mansión, debe estar
escondida. Lo que significa que debe haber
algún compartimento secreto. Dean, elige a
unos cuantos hombres con buenos ojos.
–Sí, mi señor.
–¡Soy inocente! ¡Tiene que haber habido
algún error! – Hugo se volvió, indiferente,
hacia la voz. – ¡Dejadme ver a Su
Majestad!
Un hombre regordete, postrado en el suelo
maniatado, que recordaba a un cerdo
chillaba desesperadamente. Era
desagradable.
Si sus subordinados no le hubiesen
informado, Hugo habría llegado a la
mansión ignorando el nombre del dueño. El
Conde de Matin era el objetivo más
insignificante al que había tenido que dar
caza desde el atardecer de aquel día. Poco
le importaba si había sido falsamente
inculpado, el simple hecho de levantar
sospechas ya era un crimen.
Hugo dio otro vistazo a la estancia antes de
darse la vuelta y dirigirse a la mansión. Los
chillidos continuaron hasta que, de pronto,
un grito espantoso terminó con todo el
barullo.
Hugo entró en la casa con la comisura de
los labios sutilmente curvada. Nada era tan
propio de él como las noches como esta. El
despacho del conde estaba patas arriba,
pesé a ello, Hugo ojeó algunos de los
documentos a sabiendas que poca
información relevante constaría en ellos.
–Hemos confirmado que es improbable que
la esposa esté en cinta. – Uno de los
soldados entró en el cuarto para informar. –
Según su criada, la mujer es estéril. He
enviado a alguien a buscar al doctor que
visita la casa para asegurarnos.
–¿No tienen médico de familia?
–Para evitarse el gasto.
–Cuando encontréis a la mujer, ejecutadla
junto al resto de traidores. Ya me ocuparé
yo de informar al rey.
No había tiempo que perder, todavía
quedaban unas cuantas paradas. Sin más
miramientos, Hugo abandonó la casa que
se convertiría en una infame mansión
encantada dejándole el resto a sus lacayos.

La limpieza de la casa de los Matin que se


suponía debería haber significado poco
trabajo avanzaba a paso de tortuga. El
tercer hijo había logrado huir de la
Academia y exiliarse a otro país, mientras
que la esposa llevaba tres días
desaparecida. Gracias a ello, la vida del
resto de traidores se extendió y se les
trasladó a la prisión.
–¿Habéis entrado?
El cuarto día, Hugo recibió un informe de
Dean anunciándole que habían encontrado
un área secreta en la mansión del conde.
–No, señor.
Con el paso de los días, aquella mujer que
se había escondido con tanto esmero le
picó la curiosidad. La seguridad de la
Capital era máxima, por lo que no había
salido de la mansión; nadie la estaba
ayudando, una noble que jamás había dado
un palo al agua no sabría ocultar su rastro.
Así pues, Hugo supuso que el escondrijo
debía estar dentro de los parámetros de la
mansión y ordenó que en cuanto lo
encontrasen, se mantuviesen al margen y le
informasen antes de actuar.
Así pues, Hugo se llevó a unos pocos
hombres a la casa del Conde de Matin,
estudió a Dean manipular el mecanismo del
escondrijo y se adentró al área con gran
interés. Era un lugar impresionante. Bajó
las escaleras lentamente, entorcha en mano,
hasta llegar a una cámara iluminada
tenuemente. Allí, detuvo a sus hombres y
se acercó a la sombra de una silueta que
yacía en el suelo. La mujer no se movió, así
que aprovechó para examinar sus
alrededores. Ella se hallaba sobre un
montón de capas de mantas, rodeada de
sacos de cuero llenos de comida seca y un
puñado de mudas.
La familia del conde desconocía la
existencia de aquel lugar; era evidente que
todo aquello lo había preparado la mujer,
pero era imposible que se hubiese enterado
de los planes de exterminación. Así que…
¿Por qué? La mirada carmesí de Hugo
contempló la silueta qué tan plácidamente
dormía.
La resiliencia de aquella mujer era
intrigante. No comprendía su afán de vida,
la pasión por ese mundo tan aburrido y
tedioso. Podría haberlo comprendido de
estar embarazada, pero tanto la criada
como el médico le aseguraron que era
estéril. Era una contradicción en sí misma
que una mujer de buena cuna decidiese
abandonar a su marido e hijos. ¿Qué
ansiaría tanto esta mujer que prefería dejar
atrás una vida de estatus?
Hugo repasó sus recuerdos e intentó
recordar a una tal Condesa de Matin, no
obstante, no encontró nada. Entonces, se
alejó de la joven.
–No habéis visto nada. – Ordenó Hugo a
los hombres que le acompañaban cuando
empezó a subir las escaleras. – Buscad el
cuerpo de una mujer, vestidla de noble y
tiradlo al bosque. – Los soldados no le
cuestionaron. – Que el pelo sea parecido.
Hugo se sentía misericordioso y decidió
perdonar a uno de los miembros de la
familia del traidor. Fue un mero capricho
que él mismo no comprendía. Si tanto
deseaba vivir, que lo intentase. ¿Cuánto
aguantaría esa noble que jamás había
tenido que dar un palo al agua?
–Pero no perdáis el tiempo y buscad al
puñetero hijo.
Podía perdonarle la vida a una traidora
estéril, pero el heredero era otro cantar.
Al día siguiente todos los miembros de la
casa del Conde Matin fueron ejecutados.

Un mes más tarde, Hugo acudió a una


fiesta en la que el rey aprovechó para
infundir temor en los nobles. De regreso a
su propio hogar, Hugo recordó a la mujer
desconocida y decidió pasarse por la
residencia de los Matin. Entró en la casa,
manipuló el mecanismo, abrió la entrada al
escondite y bajó las escaleras notando la
presencia de muchas criaturas nocturnas
acechándole desde las sombras. Pero se
equivocaba, no había ni un alma, sólo ratas.
Aunque presintió que la muchacha ya se
habría marchado, por algún motivo, Hugo
se sintió vacío. Lentamente, repasó el rastro
que indicaba que ella había estado allí hasta
hacía apenas unos días.
¿Se había quedado allí encerrada durante
un mes? Su paciencia y tenacidad eran
admirables. No se esperaba que una
condesa poseyese semejantes atributos y se
preguntaba qué le habría dado tanta
fortaleza.
–Tiene que haber un pasadizo por ahí.
Encontradlo.
Los soldados rastrearon los alrededores
hasta hallar un pasadizo que Hugo, una vez
más, recorrió hasta el final. La luz tenue del
día reveló ante sus ojos el cementerio de las
afueras de la ciudad, una zona sin gente,
donde no entraban ni las sombras.
–¿La buscamos?
–…No hace falta.
Así terminaba su absurda curiosidad. Hugo
decidió zanjar el asunto y no volver a hacer
algo tan fuera de su carácter. Viviese lo que
viviese esa mujer, ya no estaba en sus
manos.
Hugo regresó a la residencia del conde por
el túnel secreto, entonces, descubrió una
montañita de joyas escondida. Qué astuta,
había dejado allí sus posesiones más
preciadas en lugar de cargarlas consigo a
todas partes. Entre risitas, decidió volver a
cubrir el tesoro de la desconocida, pero
antes de hacerlo, se arrancó el broche en
forma de cabeza de león con dos joyas
rojas que representaba la casa de los Taran
y lo depositó entre los anillos y collares de
la traidora. El duque se quedó agazapado
frente a la montañita durante unos instantes
hasta que sintió algo extraño, se levantó y
reanudó la marcha seguido de sus hombres.
Tres años más tarde, Hugo recibió noticias
de que Bruno Matin, el tercer hijo del
traidor fue capturado y ejecutado. La
aparición del tercer hijo causó gran revuelo
entre los nobles, pero el tiempo lo borra
todo y las habladurías se acallaron.

EXTRA 3: Y vivieron felices y comieron


perdices
El rey entró en los aposentos de la reina sin
avisar y su aparición obligó a las nobles
con las que en ese momento conversaba su
esposa a retirarse. ¿Por qué habría
interrumpido su itinerario? Era imposible
que el monarca ignorase la agenda de la
reina.
–¿Qué ocurre, Su Majestad?
–Me han dejado tirado. – Kwiz se
desplomó sobre el sofá, furioso.
–¿Perdona?
–Soy el único que puede dejar plantado a la
gente. – Repuso. – Selena me prometió
ayer que comería conmigo.
Kwiz llevaba todo el día esperando la hora
de comida para poder estar con su
queridísima hija. Atribuyo el retraso de
Selena a que, como jovencita que era, debía
acicalarse, pero terminó impacientándose y
ordenando a un criado que fuese a ver qué
la demoraba. Las noticias fueron
devastadoras: la princesa se había
marchado por la mañana; no estaba por
ningún lado.
La traición de su hija le hirió
profundamente; era increíble que la misma
niñita que se le pegaba llorando hubiese
encontrado algo más interesante que sus
abrazos.
En Xenon había dos hombres que mimaban
a sus hijas como si no hubiese mañana: uno
era el soberano del país, y el otro el
segundo hombre más poderoso del país, el
duque de Taran. Beth aun recordaba con
bochorno uno de los episodios más
ridículos de su vida al que se apodo: “El
caso de la casita de muñecas”. Kwiz
preparó una casita de muñecas preciosa que
Selena se llevó a casa de su amiga para
presumir; Evangeline, celosa, aguardó al
regreso de su padre luchando contra el
sueño para pedirle una casita también. La
niña se restregó y quejó y Hugo,
conmovido por el esfuerzo que había hecho
su hija para esperarle, lamentó no poder
darle lo que pedía en aquel mismo instante.
¡Su hija tendría la mejor casita de muñecas
del mundo! Y así se hizo, al día siguiente
empezó la construcción de la casita.
Selena, estupefacta, acudió corriendo a
Kwiz. Y así se creó un círculo vicioso de
las que Beth y Lucia fueron, por desgracia,
testigos.
Lo que empezó como una disputa infantil
sobre casitas, terminó en proyectos
considerados verdaderas obras de arte
arquitectónicas. Seis meses más tarde,
organizaron un encuentro con entendidos
para que juzgasen cuál era mejor. Mientras
tanto, sus hijas ya habían perdido total
interés en el tema y se dedicaban a otros
juegos.
–Está en edad de olvidar de las promesas. –
Le consoló Beth.
–Ha vuelto a ir a la casa del duque,
¿verdad?
–Es el único sitio a donde va.
–¿Por qué se lo permites? No es bueno que
pille la manía de salir tanto.
–Es la residencia de los duques, no le veo
ningún problema.
–Lo suyo es que sea la noble quien visite a
la princesa; no al revés.
Beth soltó una risita. Su marido no era del
tipo de personas que se molestaba con
seguir las formalidades o la etiqueta.
–Son niñas.
–Es por su propia seguridad.
–Sinceramente, creo que la residencia del
duque es más segura que el palacio.
Kwiz no pudo reprocharle nada: los
guardias que rodeaban y sondeaban la
residencia de los Taran la convertían en
una fortaleza impenetrable. Aquel último
verano decidió hacer una apuesta con el
duque por mera curiosidad.
–¿Le apetece un reto, mi señor duque? Voy
a romper tu seguridad.
–¿Cuándo he rechazado un reto?
Así fue, Kwiz trató de infiltrarse tres veces:
las dos primeras no llegó ni a la verja. La
victoria del duque le obligó a prometerle
otro título más.
Sí, la reina tenía razón; aquella casa era
mucho más segura que el palacio, por lo
que, resentido y sin más argumentos, Kwiz
tuvo que callarse.

–Ethan también va mucho a la casa de los


duques últimamente.
–¿Ethan? – Aquello tomó por sorpresa a
Kwiz. – ¿Por qué?
–El tercer hijo del marqués Philippe suele
ir a menudo y, al parecer, son de la misma
edad. Supongo que le gusta hacer amigos.
–Ya deben estar en esa edad. – Comentó el
rey antes de ponerse a murmurar
compungido. Todavía no estaba preparado
para que sus hijos alzaran el vuelo.
–Selena no va a la residencia de los duques
a ver sólo a su hija.
–¿Qué dices?
–Lo que oyes. – Beth esbozó una sonrisa. –
Se ha enamorado del señor Taran.
Kwiz no comprendió el significado de las
palabras de Beth de inmediato. Segundos
después, dio un respingo, pasmado.
–¿…El señor Taran? ¿El conde Taran? ¿El
hijo del duque? – Beth respondió con un
asentimiento de cabeza y Kwiz,
indignadísimo, se puso en pie de un salto. –
¡¿Qué significa esto…?! ¿Sabes cuántos
años se llevan?
–Cuando Selena tenga diecisiete, él tendrá
veintisiete. No es tanto.
Kwiz volvió a sentarse.
–¿…qué sabrá una niña de ocho años?
–Exacto, ¿qué sabrá? Seguramente, Selena
siente la misma curiosidad que tiene por
una muñeca bonita. Sin embargo, Su
Majestad, este anhelo puede convertirse en
amor en cuestión de años.
Kwiz no estaba en absoluto preparado para
soltar la mano de su hija. No se le había ni
pasado por la cabeza que algún día la
tendría que casar, que no estaría para
siempre con él.
–Reina mía, pareces encantada con el
prospecto.
–Oh, encantadísima estoy. El señor Taran
es impecable tanto en apariencia, como en
personalidad o en habilidad. No tiene
ningún fallo. Tú también le has halagado en
un sinfín de ocasiones, ¿cierto?
–Bueno, pero…
El muchacho se había convertido en el
Shiita más joven de la historia de la
Academia sin ayuda de nadie. Parecía
haber heredado la brillante capacidad de su
padre, pero no sus defectos. De hecho, en
comparación con el príncipe heredero – con
el que sólo se llevaba un año – era mucho
más maduro.
–¿Quieres que Selena acabe de duquesa?
–No puedo decir que me desagrade la idea.
El señor Taran ha crecido viendo lo mucho
que el duque adora a la duquesa, así que,
tratará a su esposa de la misma manera, ¿no
crees? Toda madre desea que amen a su
hija y que sea feliz. – Kwiz guardó silencio.
– ¿Acaso bromeabas cuando le propusiste
al duque casar a nuestros hijos?
–Estaba dispuesto a casar a Selena si tenían
un hijo.
–¿Y por qué no casar a su hija con uno de
nuestros hijos?
–Reina mía, ¿te imaginas la cantidad de
dote que costaría? No me lo puedo
permitir.
Beth miró a su esposo ceñuda.
–Se lo propuse a la Duquesa, pero tuve
desistir. El Duque está en contra de uniones
entre primos.
–¿Primos?
Kwiz se paró a pensar en ello. Como la
Duquesa era su media hermana, sí que se
podía considerar que sus hijos eran primos
de los suyos; pero Kwiz nunca lo había
visto de esa manera. Xenon prohibía por
ley el matrimonio entre primos, aunque el
caso de la familia real era una excepción.
El difunto monarca había aceptado más de
diez concubinas y amantes con las que
había producido un sinfín de herederos.
Además, el Conde Taran no era el hijo
biológico de la Duquesa; estaba registrado
como tal, su relación era idílica, pero no
había relación sanguínea ninguna.
–No me puedo creer que no te lo hayas ni
planteado. Imagínate cómo sería si Selena
y el señor Taran se casaran.
Ser familia política de los Taran no era
mala idea. En caso de emergencia, la casa
real contaría con el apoyo con la casa ducal
más poderosa del reino y la forma más
segura de crear una relación estable con
una familia era añadiéndola a la propia.

* * * * *

El rey organizaba una conferencia con los


miembros clave de la administración cada
tres meses. Los invitados llegaron casi al
alba, entraron en el salón de actos y
repararon en la presencia de una pareja de
apuestos jóvenes, uno moreno y otro de
cabello plateado, de unos escasos veinte
años discutiendo sobre unos documentos
que tenían en las manos. Era una vista
esplendorosa.
–No pone lo mismo que en el informe de
hace unos días. – El muchacho de ojos
rojos repasó los documentos y le habló a su
compañero. – ¿Por qué tanto cambio?
–Tienes razón; debería haberlo revisado
ayer.
Un hombre de unos treinta años que se
disponía a entrar en el salón los reconoció y
decidió acercárseles. Damin y Bruno
interrumpieron su conversación para
saludarle con una reverencia educada.
–Hoy también venís a observar, ¿eh? – A
Robin analizó con asombro a la pareja de
jovenzuelos que causaban tanto furor entre
las aristócratas.
–Sí, Su Señoría.
Robin, que sucedió al Duque Ramis, había
tomado un camino distinto al de su padre.
Su conocimiento político no era nada en
comparación con el difunto Duque, pero
consiguió erguirse en el mundillo.
–¿Qué hacéis aquí en lugar de entrar?
–Entraremos cuando todos los asientos
estén llenos; no me parece adecuado
sentarnos cuando sólo venimos a observar.
La respuesta del moreno le complació. El
joven de dieciocho años no alardeaba de su
poder a pesar de haber sido nombrado el
Conde más joven y el heredero al ducado
Taran, cuyo poder sólo superaba el Rey. La
prudencia del joven era maravillosa.
Muchos aborrecían la arrogancia del actual
Duque Taran, sin embargo, hasta éstos
apoyaban el ascenso del Conde, siempre
tan cortés. El talento del muchacho de
cabellos plateados también era único.
Bruno poseía una mente superior desde
niño y el mismísimo Duque Taran le había
conseguido un título de Conde.
Robin admiraba la capacidad del Duque
Taran para reconocer el talento y le
maravillaban los obsequios con los que
colmaba a su gente.
–¿Qué os traéis entre manos?
El Marqués DeKhan saludó a los tres
hombres y se coló en la conversación. El
Marqués miró a los jóvenes, encantado.
Quizás se debiese a su edad, pero ver a
gente tan joven con una etiqueta tan
perfecta le contentaba.
–Si no me equivoco, el señor Matin causó
un gran alboroto hace poco.
Brumo hizo una mueca, incómodo. Todos
con los que se topaba le recordaban lo
ocurrido la semana anterior.
–¿A qué se refiere con “alboroto”?
–Supongo que todavía no se ha enterado,
señor Ramis. El señor Matin derramó un
cóctel encima de la cabeza de la hija de un
Conde.
–Oh, vaya; eso sí es un desliz.
–No fue un desliz, por eso la gente se
volvió loca. Lo hizo a propósito y la dejó
en evidencia.
Nadie había actuado de semejante manera.
La virtud de un caballero era ser cortés con
las señoritas; aunque fuera un buscarruidos.
El Marqués DeKhan había estallado en
sonoras carcajadas al enterarse por su hijo
de lo ocurrido. Las fiestas eran lugares
concurridos donde se conocía a gente que
te sorprendía en el mal sentido, pero a los
que debías tolerar por el bien de la cortesía
y los buenos modales. Ningún miembro de
la aristocracia osaría ir en contra del saber
estar por miedo a abochornar el nombre de
su familia. No obstante, muchos se
recrearon al ver que el Conde Matin hacía
lo que ninguno de ellos se atrevería de una
manera tan directa.
–Tendrá que controlarse durante un tiempo,
señor Matin. – Las noticias dejaron
estupefacto a Robin que tuvo que contener
una risotada por decoro. – La gente lo
olvidará.
–Sí, señor. Iré con cuidado.
Bruno, desde lo ocurrido, pasaba sus días
tranquilamente, encantado por no tener que
asistir a ningún evento social.
–No creo que haga falta que le consuele;
me parece que esto le acabará
favoreciendo. – El Marqués continuó
escuchando con genuino interés. – Al
principio, la gente se puso de parte de la
hija del Conde, pero con el tiempo ha
empezado a ser víctima de miradas
acusatorias.
–¿Cómo puede ser?
–Bueno, al parecer los favoritos de todas
las jovencitas ya no aparecen por las
fiestas, así que el resentimiento por la
culpable va en crescendo.
Damian había decidido alejarse de los
círculos sociales aprovechando de que
Bruno estaba castigado, desde entonces, el
número de asistentes había caído en picado
y era precisamente la cantidad de invitados
de una fiesta la que determinaban el éxito
de ésta. El comportamiento de Bruno
merecía crítica, sin embargo, que el
muchacho se presentase en casa de la hija
del Conde para disculparse personalmente
y que ahora llevase una semana –
presuntamente – reflexionando sobre sus
actos afectó positivamente a su popularidad
que, en lugar de infame, se convirtió en
deseable.
Robin contuvo el impulso de interrogar a
Bruno sobre la razón por la que fue a
disculparse, pero aquello se consideraría
cotilleo y un caballero parloteando sobre
los asuntos de una dama era de mal gusto.

* * * * *

El ambiente entre los hombres reunidos


cambió radicalmente en cuanto del Duque
Taran, autoridad absoluta y jefe de la
administración con experiencia indubitable,
se posicionó en el estrado.
El Marqués DeKhan examinó los rasgos
del Duque antes de volverse para estudiar a
su hijo, el Conde Taran. Eran como dos
gotas de agua, pero lo que transmitían era
como la tierra y el mar; el Duque era como
una bestia salvaje, su mirada reflejaba la
violencia adormecida de un cazador
acechando a su presa – temible, sin
embargo, el joven Conde era una bestia
amigable, criada entre otros humanos, el
tipo de bestia que se molestaría en
advertirte antes de precipitarse sobre ti. Si
bien era cierto que Damian no era del todo
accesible por su cortesía con la que
marcaba los límites y su frialdad, Hugo ni
siquiera permitía que mirases en su
dirección. Por ende, todo aquel que
precisase o codiciase la ayuda de los Taran,
se acercaban a su hijo.
–Todo el mundo saca el tema en cuanto me
ve. – Se quejó Bruno, visiblemente
molesto.
–No lo vuelvas a hacer, te lo han dejado
pasar porque ha sido la primera vez, pero a
la próxima te etiquetarán de bastardo para
arriba.
–Lo sé.
Bruno era plenamente consciente que lo
ocurrido no podía describirse como un
mero error, pero en aquel momento no
pudo contenerse.

Después de hartarse de rechazar


invitaciones para bailar, se dirigió a la
salita de descanso donde escuchó a la hija
de no sé qué Conde – ni siquiera recordaba
su nombre – cacareando sobre algo.
–Bueno, ya sabéis lo raro que es que
acepten a un bastardo como legítimo…
¿Qué pasará si la Duquesa tiene un hijo?
Todo el mundo sabía que Damian no era el
hijo biológico de la Duquesa y no era rara
la ocasión que la gente cuchichease sobre
el tema. En Xenon era un país generoso
con sus bastardos en comparación con otros
países que ni siquiera los trataban como
personas: cualquiera podía añadirse al
registro familiar y ser dignos de la
herencia. Paradójicamente, en otros países
era más fácil encontrar herederos bastardos
que aquí.
Bruno sabía que a Damian las habladurías
no le afectaban; su amigo no se molestaba
en siquiera corregir las impertinencias de
cuantos le rodeaban, pero él era otro cantar.
La arrogancia de la hija del Conde le
enfureció, así que optó por vaciar un coctel
sobre su cabeza.
–Odio a las chicas que se dedican a
parlotear sin saber.
–Otra vez igual. – Damian frunció el ceño.
– Sé que no lo hubieses hecho sin motivos.
–Bruno no era el más amigable, pero
siempre actuaba siguiendo su razón. – Pero
mi madre tiene razón; tendrías que pensarte
mejor las cosas antes de hacerlas por honor
a tu posición.
–Madre siempre tiene razón. – Los ojos de
Bruno se enternecieron.
–Sí.
Lucia no asistió a la fiesta en la que Bruno
decidió echarle una copa a una señorita,
pero en cuanto se enteró mandó llamar a
los dos jóvenes y sentarlos para
reprenderles tal y como se merecían.
–Sé que debiste tener tus motivos, pero me
preocupa porque también sé que otros
caballeros lo vieron como algo positivo.
¿Quieres convertirte en su héroe?
–No fue por eso.
–Lo sé, soy consciente de ello; pero piensa
en el efecto que podrían tener tus acciones.
Tratar a una dama con cortesía es el deber
de todo caballero, pero si el incidente se
etiqueta de algo “merecido” o “justo”, otros
te querrán imitar. Estoy completamente
segura de que más de uno intentará
humillar o insultar a alguna señorita
inocente sólo para convertirse en el centro
de atención. No me gustaría que te
convirtieras en el modelo a seguir de
semejante necio.
–Lo siento, no lo había pensado así.
–Quiero que aprovechéis esto para
reflexionar y daros cuenta de la influencia
de vuestros títulos. Bruno, vas a ir a ver a
esa damita y te vas a disculpar. Los dos
tenéis prohibido acudir a más fiestas
durante una temporada, espero que penséis
en lo que habéis hecho.
–Sí, madre.
–Sí, madre. Siento haberte preocupado.
Al día siguiente, Bruno se presentó en la
mansión del Conde y se disculpó tanto con
la chica, como con sus padres.
El chico jamás podría olvidar la primera
vez que entró en la residencia de los
Duques por invitación de Damian. El
abrazó de la Duquesa de ojos llorosos le
pilló desprevenido, la hospitalidad y cariño
de aquella casa eran abrumadoras para el
joven que no conocía el calor de una
familia.
Bruno empezó a pasar las vacaciones en
esa casa como si fuera la propia. Era un
hogar cargado de ternura a pesar de sus
dimensiones. Recordaba lo estupefacto que
se quedó al descubrir que Chris entraba y
salía cuando le placía, y sin embargo,
terminó haciendo exactamente lo mismo.
Los días bajo el cariñoso cuidado de la
Duquesa, su amigo Damian, el mequetrefe
de Chris, Jude y la encantadora Evangeline
le colmaban de felicidad. Era como un
sueño. Bruno adoraba hasta al mismísimo
Hugo, le admiraba y esperaba poder
parecerse mínimamente a él de mayor. Fue
durante esta temporada que Bruno empezó
a llamar “madre” a la Duquesa.
–Vamos antes de que llegue Su Majestad. –
Damian sacó de su ensimismamiento a
Bruno.
–Ah, sí.

* * * * *

La conferencia comenzó por la mañana y


terminó bien entrada la tarde. Fue una
experiencia repleta de fieras batallas
intelectuales, informes y agotados
miembros. Damian y Bruno esperaban al
Duque de Taran al lado de la puerta para
poder organizar la información recibida
durante la reunión, discutir sobre los
informes y confirmar cualquier duda con
él. Para Bruno era el momento más difícil y
no porque aquello se le escapase de las
manos, sino porque su estamina dejaba
mucho que desear. En comparación,
Damian transmitía una vitalidad envidiable
que le llevaba a una conclusión: era un
monstruo, igual que su padre. Su energía
era aterradora, nunca los había visto
cansarse.
Hugo salió, se acercó a los chicos y le
entregó una notita de papel a Damian.
–Tengo que hablar con Su Majestad de
algo importante, ya os podéis ir a casa.
Escucharé vuestro informe cuando llegue.
–Sí. – Damian aceptó la nota con
reverencia, como si fuese algo crucial y la
leyó con expresión severa. – Padre, esto…
Bruno inclinó la cabeza para poder ver lo
que había escrito y su expresión se
endureció todavía más que la de su amigo.
Beso de ensueño, Jardín de rosas
veraniego. Ese era el contenido de la nota.
¿Acaso sería un código secreto para ocultar
información confidencial? Hugo no vaciló
ni bajo la atenta mirada inquisitiva de los
muchachos.
–Id a comprarlo antes de volver, yo no
puedo porque saldré tarde. La pastelería se
llama Muiller, lo que pone ahí es el nombre
del pastel. A vuestra madre le apetece.
–…Sí.

Los jóvenes se subieron al carruaje tras


indicarle al cochero que los llevase a la
pastelería, se subieron e intentaron guardar
las apariencias y no reírse a carcajadas en
vano.
–¡Menuda es madre! ¿Quién sino ella sería
capaz de enviar al Duque de Taran a una
pastelería?
–Sólo puede conseguirlo ella.
–¿Sabes que es lo que más me sorprendió
cuando llegué a casa? Que la persona más
fuerte ahí no es el Duque, sino madre.
Damian asintió energéticamente. Su padre
era un hombre claramente más fuerte y
alto, pero su menuda madre no perdía
nunca. De pequeño no comprendía cómo
era posible algo así, e incluso ahora, que
era algo que esperaba, seguía sin
entenderlo. No había visto a su madre alzar
la voz o enfadarse en ningún momento,
siempre sonreía, aunque… Cuando perdía
toda expresión era aterradora. Su padre
sabía que si su madre estaba seria tocaba
comportarse idílicamente.
–Tampoco podemos olvidarnos de lo de la
casita de muñecas. Madre se deshizo de
ella a pesar de todos los esfuerzos que
había volcado el Duque en construirla en
cuestión de horas.
Bruno recordaba como si fuera ayer la
horripilante expresión de su madre cuando
los recibió aquella fatídica noche. Sólo dijo
una cosa: “me he encargado de lo de la
casita y he ido a ver a Su Majestad la Reina
hoy. Cariño, ven que te quiero decir una
cosita”. El Duque nunca le había parecido
tan pequeño como cuando le vio seguir
obedientemente a su esposa escaleras
arriba.
Bruno envidiaba a Damian por haber
crecido viendo esa relación entre sus
padres. Él no recordaba nada de los suyos
juntos y su madre se recreó en su miseria
hasta que, después de fallecer su padre, le
abandonó.
–¿Se sabe algo de Chris?
En cuanto Chris se graduó, se marchó de
viaje con apenas un saco en la espalda
asegurando que pretendía pisar cada rincón
del mundo. Su amigo emprendió su viaje
sin mencionar su destino o cuándo
regresaría a espaldas del pobre Marqués
Philippe. No sería hasta varios meses más
tarde que recibirían una carta donde sólo
ponía que estaba bien. Nada más.
–Sé lo mismo que tú. – Respondió
tranquilamente Damian.
–Envía alguien a buscarle. – Bruno frunció
el ceño. – ¿Para qué vas a usar tu poder de
heredero del Duque si no es para esto?
–Sé a donde va.
–¿Sí? Si esta vez no aparece, se le anularán
los derechos del título. ¿Es que no se entera
de lo serio que es esto?
Los nobles, además de pagar unos
impuestos, debían asistir a una reunión
regional que se llevaba a cabo dos veces al
año a no ser que el reino estuviese en
guerra. No asistir era equivalente a afirmar
que no eras capaz de cumplir tu deber
como noble y, por tanto, se te privaba del
título.
–A lo mejor le parece algo bueno. Siempre
ha dicho que estas reuniones de nobles dan
más asco que ir a un examen.
–No sé por qué me estresa más a mí que a
él. – Bruno suspiró pesarosamente y miró
por la ventana molesto.
–Seguramente es porque a él estas cosas le
dan igual.
–Pues eso es a lo que me refiero. Además,
es ridículo. ¿Por qué le quitarían el título?
¿Mi Señor el Duque no se enfadará? Le
pidió el título explícitamente para él.
–A mi padre le da igual. Lo verá como
recuperar un título y ya, mucho más fácil
que tener que ir a buscarle.
–…Mucho mejor, ¿eh?
El carruaje se detuvo delante de la
pastelería Muiller y ambos se apearon con
un mal presentimiento en sus corazones. El
nombre del pastel no era precisamente
ordinario.
–…Cada vez tengo más la sensación de que
nos ha pasado el muerto.
Damian opinaba igual.
La pastelería era enorme y estaba plagada
de mujeres comiendo tarta. Todas las
miradas se centraron en los dos jóvenes y el
parloteó se disipó como la espuma. Bruno,
tras unos instantes de pánico, retrocedió un
paso dispuesto a escabullirse de la
situación, pero Damian le atrapó y le obligó
a quedarse.
–¿Estás seguro de que no tendrás que
volver nunca más? Si te pasa, te juro que
no te acompaño.
Bruno desistió en su intento de huida. Era
mucho mejor que ambos tuvieran que
volver, que no tener que venir solo. Tras
examinar el interior de una ojeada, Damian
hizo el amago de dar el primer paso, pero
pegó un respingo al ver a una mujer en el
mostrador.
Cabellos rubio platino.
Damian se le acercó inconscientemente, le
cogió el brazo y la hizo girar sobre sí
misma, confundiéndola. Inmediatamente, el
chico vio que sus ojos verdes ni su cabello
eran lo suficientemente claros.
–Lo siento, señora. – Se disculpó. – La he
confundido por otra persona.
Bruno, a lo lejos, chasqueó la lengua.
–Oh, vaya. Señor Taran, qué sorpresa.
–¿Cómo está, Marquesa? – Damian la
reconoció recuperó la compostura.
La Marquesa Philippe ojeó orgullosa al
amigo de su hijo. De haber tenido hijas ya
las estaría prometiendo con él. Bruno
también se acercó para saludar.
–Qué suerte tiene, señora Marquesa, de
gozar de amistades tan encantadoras.
Otras nobles se unieron a la conversación
cuando vieron que la Marquesa charlaba de
las habladurías de la Capital
tranquilamente.
–Vaya, ¿no lo sabía? El hijo de la
Marquesa es íntimo del señor Taran y del
señor Matin. Muy íntimo.
–¿Qué les trae por aquí, caballeros?
–He venido a por un pastel para mi madre.
–Vaya, justo lo que esperarías del hijo de la
Duquesa. Debe estar encantada.
Damian y Bruno siguieron la conversación
de la Marquesa por cordialidad a la madre
de su amigo y en cuanto vieron la
oportunidad de librarse, la aprovecharon y
se dirigieron al mostrador.
–¿Les importaría escribir el nombre del
pastel que desean?
Nada agradeció más Damian que escuchar
a la dependienta pedirle eso. Gracias al
Cielo no tenía que repetir en voz alta el
empalagoso nombre de la tartita que había
escrito en la nota. Mientras esperaba a que
le envolviesen el pedido, miró el montón de
papeles para escribir los nombres: eran del
mismo tono, textura y tamaño que el de la
nota que le había dado su padre. Sí, el
Duque no les había pasado el muerto, él
había venido a comprar algo para su madre
varias veces, las suficientes como para ya
tener el papel preparado.

–¿Por qué no haces que la busquen? –


Preguntó Bruno, por algún motivo afligido.
–¿A Chris?
–No, Ted. Aunque no creo que se llame
Ted de verdad. ¿Sabes cómo se llama?
–…Sí.
–Ya te lo he dicho otras veces, pero es en
estos momentos cuando uno usa su poder. –
Bruno se acomodó en el asiento del
carruaje. – Qué morro que tiene el Shiita
más joven de la historia de Ixium, ¿eh?
Hasta ha podido enamorarse en una
Academia llena de chicos. ¿Cuándo te
enteraste de que era una chica?
–Al principio de curso.
–¿Qué? Lo sabías poco después de que
llegase… Oye, ¿y cómo te enteraste? No
creo que te lo dijera ella.
Damian soltó una risita. ¿Quién pensaría
que una chica se presentaría en una
Academia disfrazada de chico? Si no fuese
por aquel inesperado momento, él mismo
no lo habría sabido ni le hubiese prestado
atención a la única chica del colegio.
–Bueno, cuando pienso en aquel
entonces… De verdad… Creía que estabas
enamorado de un hombre. Mira, me asusté
y todo. Chris lo sabía y no me dijo nada. Ni
una pista. – Damian no comentó nada. –
Búscala. Deja de pasarte la vida con el
corazón roto.
Ted no volvió a la Academia después de las
vacaciones de verano y desapareció sin
dejar rastro.
–…Sólo sé su nombre.
–¿No sabes de qué familia es? ¿O de qué
país?
–Ni idea.
–Bueno, – Bruno chasqueó la lengua. –
seguro que en los archivos de la Academia
hay alguna pista. Sólo tendrías que buscar
un poco.
Damian no volvió a contestar y Bruno
guardó silencio.
Ted se marchó dejando atrás una única
carta para Damian. Bruno ignoraba el
contenido de la carta, pero después de
leerla, su amigo que iba a dejarlo todo para
salir a por ella, se limitó a encerrarse
durante un día en su cuarto y continuar su
vida a partir de entonces. Como si nada. No
obstante, Bruno notaba que Damian no la
había superado, sólo contenía sus
emociones.

* * * * *

Lucia no supo contener su sonrisa cuando


vio una carta de parte de Norman dentro
del libro que le había dedicado. Norman
había decidido escribir una vez más
después de casarse, ser madre de dos y
disfrutar de una vida apacible. En sus cartas
solía contarle lo difíciles que eran sus hijos
o la pelea que había tenido con su marido
y, sin embargo, se las apañaba para que
fueran emocionantes. Kate, también madre
dos hijos, le había escrito una vez más a
pesar de que normalmente sólo se enviaban
cartas para felicitarse el Año Nuevo. Una
vez leídas todas las cartas personales, la
Duquesa se dedicó a organizar las
invitaciones que, a diferencia de años atrás,
ya no dedicaban únicamente a ella, sino a
Damian o Bruno. Algunas chiquillas
trataban de ganar su favor a través de
encantadoras correspondencias
preguntando sobre su vida, sobre su salud o
similares. Mientras ojeaba los sobres que
quedaban, captó el sello de un joyero en
concreto.
Era un mensaje breve: “Con humilde
modestia le presento el diseño para el
broche de mi señor el Duque. Si satisface
sus expectativas, le ruego haga el pedido” e
iba acompañado de un hermoso dibujo de
una cabeza de león con dos gemas rojas
incrustadas en los ojos que despertó un
recuerdo de su sueño ya olvidado.

Lucia se hizo pasar por la hija, Lucy, de


una anciana sorda durante medio año. Los
informes sobre la desaparición de la
verdadera Lucy se descartaron cuando la
nombraron fallecida y Lucia aprovechó la
muerte de la anciana para presentarse y
pedir que rectificasen el documento de
defunción. Así fue, como cambió de
nombre, se tiñó de morena y consiguió
hacerse con una nueva identidad. Resuelta,
empezó a trabajar en un modesto taller. Tan
buena trabajadora y diligente fue, que
cuando la dueña decidió mudarse, le
ofreció la oportunidad de quedarse con la
propiedad. Fue en ese entonces que Lucia
regresaría al cementerio desde su huida: sus
pertenencias continuaban intactas a
excepción de una curiosa joya que no había
visto jamás. Entre sus objetos preciosos
encontró la cabeza de un león, un broche
que, al final, no se vio capaz de vender.

* * * * *

–Los invitados de la señorita se van, mi


señora.
–¿Oh, sí? Vaya, qué tarde se ha hecho.
Lucia se levantó, posponiendo la afanosa
tarea de ordenar cartas para otro momento.
–¿Qué tal está Roxy, Jerome? – Lucia
preguntó por la hija del mayordomo que
apenas rozaba el primer año de vida y que
había contraído fiebre la noche anterior.
–La he ido a ver a la hora de la comida y
está mucho mejor.
–¿No la has visto desde la hora de la
comida?
Jerome guardó silencio prudentemente y
Lucia chasqueó la lengua
desaprobadoramente. Ni siquiera el
matrimonio había cambiado la naturaleza
inflexible de Jerome que ni viviendo al
lado desatendía sus deberes. Todavía más
inaudito era el hecho de que un hombre así
hubiese llegado a tener cualquier tipo de
romance con una mujer. Olga, su esposa,
había entrado a trabajar como criada en la
casa gracias a la recomendación de la
duquesa – que en sueños había trabajado
con ella en el taller. La muchacha y el
mayordomo mantuvieron su apasionada
relación durante bastante tiempo hasta que
ella quedó en cinta.
–Ya es difícil cuidar de dos niños, imagina
si encima uno está enfermo. Jerome, vete a
casa ya.
–Sí, señora.
Dicho lo cual, Lucia se dirigió al recibidor
para despedirse de los invitados de su hija.
–Mucho me temo que debo retirarme. Dios
le pague su misericordiosa benevolencia y
hospitalidad, señora. – Se despidió el
educadísimo príncipe Ethan.
–Me lo he pasado genial; hasta mañana. –
Afirmó Jude, tan descarado como su
hermano Chris.
–Gracias por su amabilidad, Duquesa. –
Añadió finalmente la orgullosa y grácil
princesa Selena. – Señora Eve, espero
deleitarme de su compañía mañana
también.
–Oh, vaya, señora Selena. Justo lo que iba
a decir.
–Sí, tenemos mucho en común.
–Desde luego, somos mujeres cultas.
Las niñas imitaban las conversaciones que
habrían escuchado en algún lugar entre
nobles, pero su tono infantil evidenciaba lo
ridículo de la situación. Era algo recurrente
que este par de amigas conversasen de esta
manera. Ethan no se molestó en ocultar la
burla de su expresión y Selena lo fulminó
con la mirada.
–Señora Eve, será mejor que se ande con
cuidado de semejante imbécil como este
como señora culta que es. – Susurró bien
alto al oído de Evangeline.
–¿Qué? ¡Oye, Selena!
–Mira, qué poco refinado…
Ethan refunfuñó algo, pero cuando
Evangeline posó su mirada en él se
contuvo. De estar en el palacio le habría
tirado de los pelos a su hermana, aunque
era consciente que jamás superaría a su
hermana en el arte de la dialéctica.
–El señor Ethan no es imbécil, señora
Selena. – Evangeline sonrió dulcemente sin
dejar de estudiar la expresión ofendida y
mohína del príncipe. – Ante todo, es el
hermano mayor de una noble tan refinada
como usted.
Ethan se sonrojó.
Selena estaba segura de que lo primero que
haría su hermano al llegar a casa sería
atormentarla, por lo que cedió e intentó
apaciguar su ira dándole un leve cumplido.
–Bueno, sí.
–¡Oh! ¿Y yo? ¿Yo qué? – Jude interrumpió
expectante.
–Eres una buena persona: amable.
–Entonces, ¿te casas conmigo, Eve?
Lucia abrió los ojos como platos,
deliciosamente atenta a la conversación de
los niños. Evangeline ladeó la cabeza y se
sumió en sus pensamientos.
–Los dos señoritos han vuelto. – Informó
una criada de repente.
–¡Hermanito! – Exclamó encantada
Evangeline olvidando la pregunta de su
amigo.
Damian esbozó una sonrisa al ver a la
niñita de bellísimo cabello dorado
corriendo a su encuentro. La abrazó, la
levantó en volandas entre risas y volvió a
depositarla con sumo cuidado en el suelo.
–¡Hermanito guapo! – Evangeline saludó y
abrazó a Bruno. La niña distinguía a sus
tres hermanos mayores por el nombre:
Damian era su hermanito, Chris el hermano
mayor de Jude y Bruno el hermanito guapo,
pues era la primero que había exclamado al
verle.
–¿No puedes llamarme de otra manera,
Eve? No sé, “hermanito” o “hermano
mayor” … O por mi nombre.
–Vale, hermanito mayor guapo.
Bruno sospechaba que la niña lo hacía a
propósito y su mueca traviesa se lo
confirmó.
Selena también había seguido a
Evangeline, pero no podía abrazarles como
lo hacía su amiga. Verla colmada de afecto
y cariño, sobre todo por parte de Damian,
la ponía celosa.
–Cuánto tiempo, princesa. – La saludó
Damian.
Selena se les acercó vacilante, se levantó
un poco la falda e hizo una reverencia.
–Sí, señor Damian. Señora Eve, mucho me
temo que debo partir.
–Oh, señora Selena, las despedidas siempre
son duras. Hasta mañana.
Damian y Bruno intercambiaron una
mirada inquisitiva e intentaron contener
una carcajada.

El carruaje con todos los invitados partió


dejando a la familia a solas. Asha, la zorra,
se frotó contra Damian para recibirle y
cerró los ojos cuando éste la cogió en
brazos y la acarició.
–Oh, sí. ¿Qué significa “casarse”?
–Casarse es… Bueno… Cuando un hombre
y una mujer se juntan para crear una
familia. Como papá y mamá. Papá se casó
con mamá y así es como naciste tú, Eve.
–Ah… O sea que, ¿si me caso tendré otro
hermanito?
–No, no va así… Oye, ¿de dónde has
sacado todo esto?
–Jude me ha pedido que me case con él.
¿Puedo?
–¡No! – Exclamaron Bruno y Damian a
unísono.

* * * * *

–Llegas tarde.
La reunión con el Rey había durado más de
lo esperado y, aunque Hugo había
conseguido zafarse de la invitación para
cenar del monarca, no pudo evitar
retrasarse.
–¿Dónde está Eve? – Preguntó después de
saludar a su esposa como siempre.
–Dormida. Ha estado jugando al escondite,
está agotada. Tienes hambre, ¿no?
Lo estaba, pero no atinaba a distinguir qué
clase de hambre era. Hugo decidió
encargarse de lo más urgente antes de nada:
la agarró por la cintura, se la acercó al
pecho y le cubrió los labios con los propios
hasta que Lucia se resistió. Hugo,
decepcionado, se negó a retirar el brazo de
sus caderas, aunque se vio obligado a
separarse de su boca. Lucia estaba preciosa
cuando se enfadaba.
–¿Qué haces? Los niños. – Rechinó entre
dientes.
Hugo alzó la cabeza y descubrió a los dos
chicos allí de pie con la vista pegada al
suelo.
–¿Habéis comprado el pastel?
Lucia lo fulminó con la mirada. La
consideración de su marido era
encantadora; le había pedido a su hijo que
comprase la tarta para que ella pudiese
disfrutarla a pesar de lo tarde que llegase.
–Sí, estaba buenísima. Gracias, cariño. –
Lucia le dio un beso en la mejilla.
Hugo aprovechó para atacarla, pero Lucia
fue más rápida y se tapó la boca.
–Pues ya está, no necesito que me
informéis de nada. – Hugo centró su
atención en los dos jóvenes, visiblemente
molesto.
–Han salido para saludarte.
–¿Eh? ¿Para qué? No hace falta que lo
hagáis más. Ya me habéis saludado, ya os
podéis ir.
Los tres hombres solían volver juntos, pero
si los jóvenes regresaban antes que el
Duque, siempre salían a recibirle junto a su
madre. Lucia sabía que su marido sólo
estaba siendo un gruñón porque le había
interrumpido el beso.
–¿Y dónde van a ir? Ni siquiera han
cenado.
–¿Por qué no? – Preguntó Hugo con cierta
exasperación. Su plan de cenar a solas con
su esposa acababa de hacerse añicos.
–Madre mía, qué vergüenza ajena me estás
dando… Anda, ven. – Lucia tiró del brazo
de Hugo y lo arrastró hacia el comedor.
–La próxima vez que cenen antes. – Hugo
la siguió impotente sin parar de quejarse.
–Sí, sí…
Bruno y Damian observaron la escena con
incredulidad. La misma persona que les
había dicho que escucharía sus informes en
cuanto pusiera un pie en casa, lo había
olvidado todo.
–¿No vais a venir? – Les llamó Lucia.
–Sí, ya vamos.

Jerome solía estar presente en todas sus


comidas para atender sus necesidades, así
que era normal que Hugo le buscase con la
vista al no encontrarle allí aquella noche.
–Le he dicho que volviese a casa. Parecía
preocupado por la niña.
–¿Está muy mal? ¿Ha venido el médico?
–Sí, hace rato. Según el médico le ha
bajado mucho la fiebre. Los bebés suelen
tener fiebre sin venir a cuento. A Eve
también le pasaba.
–Es verdad. No parabas de llorar y decir
que se iba a morir.
Lucia se aclaró la garganta, avergonzada.
Ahora estaba segura que en aquellos
instantes había perdido el norte
completamente: gritando y exigiéndole a su
marido que curase a la niña. Todavía
agradecía la habilidad de Hugo para
mantener la compostura y consolarla.
–¿La princesa Selena viene mucho?
–Casi cada día; son muy amigas.
–Madre, la princesa da igual, pero… ¿No
deberíamos empezar a poner distancia entre
Eve y Jude y el príncipe Ethan?
–¿Qué? ¿Por qué?
–Creo que ya va siendo hora.
–Pues yo creo que no pasa nada.
Damian adivinó que Lucia desestimaría su
propuesta, por lo que optó por buscar el
apoyo de su padre que siempre había sido
más sobreprotector en cuanto a su hija.
–Eve me ha contado que Jude le ha pedido
matrimonio, padre. Una propuesta.
–¿Qué? – Hugo se volvió a su mujer de
inmediato. ¡Cómo se atrevía ese maldito
mocoso a…! – Tiene prohibida la entrada.
Empezando desde ahora.
–Vale, como digas. – Lucia fingió
complacer la absurda exigencia de su
esposo a sabiendas que nada de lo que
dijera solucionaría el problema. – ¿Como
es que Su Majestad quería hablar contigo?
–Ha hablado mucho para decir poco.
Básicamente quiere que prometamos a
Damian con Selena.
–¿Perdona?
Tanto Lucia como Damian soltaron los
cubiertos de la sorpresa.
–Su Majestad la Reina me lo mencionó
hace tiempo… – Lucia sonrió juguetona
viendo la reacción del muchacho.
–¿Sí? Pues supongo que esto no ha sido un
impulso repentino.
–¿Tú qué opinas?
–No me parece mala idea. Tampoco hay
que dare mucha dote. Damian, si quieres te
puedes casar con ella.
–¡Padre…! – Exclamó el muchacho.
La princesa sólo tenía ocho años, apenas
contaba con un año más que Eve. Quizás
en diez años se convirtiese en una
hermosísima señorita, pero era imposible
que se plantease contraer matrimonio con
una niña.
Bruno hizo todo lo posible para no estallar
en sonoras carcajadas allí mismo. Que la
princesita que había estado jugando a ser
adulta hacía unas horas fuese la prometida
de Damian le parecía absurdo a más no
poder.
–Es absurdo; la princesa Selena es una
niña.
–¿Quién te ha dicho que tengamos que
casaros ahora? – Contestó Hugo,
indiferente. – Os podéis prometer ahora y
casaros cuando llegue el momento.
–Damian ya ha conocido a la princesa, nos
podemos ahorrar la quedada para
presentaros…
–¡Madre!
Damian contrajo el rostro. La mayoría de
los herederos se casaban siguiendo los
dictámenes de sus padres: establecer una
conexión mediante un enlace matrimonial
con la casa real era una estrategia
espléndida.
Bruno chasqueó la lengua. Si tanto
aborrecía la idea, que lo dijera. Damian
jamás se opondría a nada que le pidieran
sus padres, era demasiado obediente.
Aunque significase acabar con él, si era lo
que sus padres deseaban estaría más que
dispuesto a casarse con la princesa sin
remugar.
–Vale, hasta aquí. No voy a seguir con la
broma, te la estás tomando demasiado en
serio. – Lucia sonrió a su hijo. – No pienso
obligarte a hacer nada que no quieras.
¿Como vamos a decidir nosotros algo que
concierne a tu vida entera? – Damian se la
miró como quien acaba de revivir. Era
adorable. – Tu padre opina lo mismo. ¿A
qué sí? Ni siquiera querías tener nada que
ver con la realeza.
Hugo resopló al ver a Damian mirar con
tanta admiración a su madre. Su esposa era
demasiado blanda con el chico.
–No voy a obligarle a casarse si no quiere.
–¿Qué le has dicho a Su Majestad?
–Que no era momento de hablar de estas
cosas. Le he dicho que si el chico no tiene a
nadie que le guste para cuando Selena
debute en sociedad, entonces, me lo
pensaré.
–¿Por qué has prometido eso…?
–¿No te ves capaz de tener a una mujer en
siete años, Damian?
Damian ni siquiera pudo contestar. Hugo
fingió ignorancia de la existencia de la
muchacha de la que Damian estaba
enamorado gracias a los informes sobre la
Academia.
–El tiempo no soluciona nada. – Lucia
defendió a su hijo. – Por cierto, ¿por qué
sólo hablas de Damian? ¿Y Eve? Podemos
emparejarla con cualquiera de los tres
príncipes.
–Ni de broma.
–Imposible, madre.
–Es demasiado pronto, madre.
Lucia rio ante el parecido entre todos los
hombres de su casa. Ninguno toleraba la
más mínima broma cuando trataba de
Evangeline.

* * * * *

Fabian, aprovechando que tenía que esperar


a que los duques y familia acabasen de
cenar, fue a visitar a su hermano. ¡Menuda
suerte la de Jerome! Se había casado con
una mujer increíblemente hermosa, mucho
más joven que él y que le había cortejado.
¿Por qué? ¿Qué le había visto? La pareja
continuaba comportándose como dos
jóvenes de noviazgo a pesar de haber
tenido ya dos hijos: era insoportable. Harto
de tener que ser testigo de tanta tontería
regresó a la residencia ducal para entregarle
el informe a Hugo.
–Nos han llegado noticias de que Philip ha
fallecido.
Hugo hizo una pausa antes de abrir el sobre
que le acababa de entregar su lacayo con el
certificado de defunción. Hacía siete años
que había ordenado que arrastraran a Philip
a una mazmorra en el Norte, le cortasen la
lengua, le desgarrasen el tendón y lo
dejasen ahí para atender las heridas de los
criminales.
Mientras rebuscaba por los documentos de
Philip descubrió que un orfanato de la
Capital era, en realidad, una organización
que entrenaba a varias niñas para
complacerle cuando llegase el momento. El
primer impulso de Hugo era matarlas a
todas, pero se contuvo. No iba a teñir de
malas sangres el nacimiento de su hija.
Todas las cautivas ignoraban el motivo por
el que su cuerpo no funcionaba con
normalidad y fueron liberadas en cuanto,
después de suministrarles el antídoto, sus
cuerpos perdieron los efectos nocivos de la
artemisa.
–¿Qué habéis hecho con el cadáver?
–Si no hay familiares que se encarguen
hacemos como siempre: si es verano, se
quema de inmediato; si es invierno nos
esperamos a tener algún otro para
quemarlos juntos.
–Hay una cripta de la familia del doctor. –
No quedaba nadie vivo de su familia, por lo
que se incineró a Philip a los días junto a
otros fallecidos. – Enterradle ahí. No hace
falta que se haga funeral.
–Sí, mi señor.
Todavía odiaba a Philip y su muerte no
borraba sus fechorías. El anciano había
manipulado, amenazado y conspirado
contra su señor. Sin embargo, también le
había salvado la vida a su hermano, le
había traído a Damian y fue precisamente
por sus conspiraciones que Lucia dio a luz
a Evangeline.
Había cambiado. Philip tenía razón, él ya
no era el mismo. Ahora mismo estaba
sintiendo lástima por un criminal que
merecía una muerte todavía más cruel; en
otros tiempos habría arrastrado el cadáver
del viejo, lo habría hecho pedacitos y se lo
hubiese tirado a las bestias.
Todo había terminado; el secreto de su
familia estaba a salvo. Era extraño poderse
relajar. La carga de sus hombros
continuaba ahí, inamovible, pero ya no era
tan insoportable como para desear poder
escapar.
–Tenemos más noticias del Norte, señor.
Irritado, Hugo pensó en cómo ese bastardo
había desaparecido sin dejar rastro. Había
malgastado una millonada en encontrarle y
hasta había ordenado que en el momento en
que lo encontrasen lo esclavizaran y
perdieran el culo para aquí.
Robin heredó el título de Duque de Ramis
hacía dos años, justo al mismo tiempo que
Hugo se encargó de negociar con el Rey de
reintegrar a Roy y zafarle de su etiqueta de
criminal. Reinsertarle en sociedad o en los
caballeros del norte no significaría ningún
problema – técnicamente, ya había
padecido la pena capital –, pero su paradero
desconocido, sí. Lo último que se supo de
él es que alguien le había visto dirigirse al
territorio de los bárbaros.
–¿Le habéis encontrado? – Hugo rechinó
los dientes. En cuanto tuviese a ese
gilipollas delante le reventaría a hostias.
–Más bien… Se ha puesto en contacto con
nosotros. – Continuó Fabian, nervioso. –
Un chiquillo se nos presentó con una carta
del señor Krotin, y… Según la carta… el
chiquillo es… su hijo.
Hugo se puso a leer la carta que decía así:
“Mi señor, mi hijo pagará la deuda que te
debo. Como quiere ser un soldado, le he
enseñado lo básico. Si es útil, dale trabajo;
si no, échalo y ya. Pero, vamos, que yo he
sido su tutor y el chaval lo hace bien. Me
he enterado de que me estabas buscando.
No te preocupes, que ya iré cuando me
apetezca. Bueno, mi señor, de momento
voy a seguir dónde estoy una temporadita”.
–¿…Un hijo? – Hugo se quedó patidifuso y
soltó una risita atónita.
–Se llama Khali, tiene ocho años.
Hugo se masajeó la frente: presagiaba que
aquello sólo le iba a traer disgustos. Si el
niño tenía ocho años, eso significaba que el
muy gilipollas la había liado parda pocos
meses después de que se le enviase al
Norte.
–Y creemos que la madre es bárbara.
–…Menuda novedad.
Roy jamás había considerado a los bárbaros
de la misma especie: eran presas, nada más.
Además, era un desgraciado que sólo se
enfrentaba a las presas duras de roer, por
eso no le ponía la mano encima ni a niños
ni a mujeres. Eso no significaba que, de
tener motivos, no fuera a hacerlo.
–¿Estás seguro de que es el hijo de Roy? –
En lugar de sorprenderse, Hugo se extrañó.
–Se parecen mucho… según el señor Heba.
Hugo hojeó el informe hasta encontrar el
apéndice de Dean. El caballero sólo había
escrito halagos para el niño: que si era un
diamante en bruto, que si quería tomarlo
bajo su ala para adiestrarlo, que si honraría
el nombre de los caballeros…
–Que el equipo de búsqueda se disperse y
que Dean se encargue del niño.
Si tan bueno era, entrenarlo desde niño bajo
un tutor estricto evitaría que su conducta se
les fuera de las manos como Roy.
Asimismo, con el tiempo tal vez lo traería a
la Capital para que guardase a Evangeline
cuando debutase en sociedad.
–Sí, mi señor.

* * * * *

Para cuando llegó al galope, la situación ya


estaba zanjada y una escena sombría le
aguardaba tras los muros. Las gentes
salieron a recibirle con el mayor respeto:
estaban saludando a su nuevo señor, no a
un joven amo.
Desmontó del caballo y se quedó ahí
parado, incapaz de avanzar hasta que
alguien se le acercó.
–¿…Dónde?
–¿Disculpe? Los cuerpos están den-…
–¡Eso no!
–En el torreón oeste.
–Retiraos… todos. No vengáis hasta que os
llame. Si os veo el pelo, perderéis la
cabeza. – Anunció con tranquilidad, pero
con un tono cargado de sed de sangre.
Repasó a los allí presentes conteniendo el
impulso de rebanarles los sesos. Muchos se
tiraron al suelo a implorar misericordia,
otros simplemente empalidecieron. Fue
entonces, cuando se dirigió al torreón
donde un olor repulsivo le invadió la nariz.
Los vasallos se quedaron atónitos al
descubrir que el asesino de sus señores era
el vivo reflejo del joven amo, por lo que se
quedaron ahí, inmóviles.
Se arrastró hasta el ataúd de madera,
levantó la tapa lentamente con manos
temblorosas y estudió el cuerpo grisáceo de
ojos cerrados y facciones idénticas a las
suyas que reposaba en su interior. Todo le
daba vueltas; el dolor y la pena le
enloquecían.
–¡Ah…! – Bramó.

Hugo despertó exaltado y sólo la calidez


del cuerpo que yacía a su lado le devolvió a
la realidad.
Un sueño, suspiró.
Se palpó el pecho que latía descontrolado
mirando a la nada. ¡Maldito sea! ¿Por qué
la primera vez que se le aparecía en sueños
después de aquello tenía que ser así?
Suspiró de nuevo y retiró la mano con la
que rodeaba a su mujer para no despertarla,
se sentó y se levantó.
Lucia se revolvió en la cama bastante
después de que su marido se fuera para
sentir su calor, pero sólo encontró un lugar
vacío y frío. Soñolienta, entreabrió los ojos
para comprobarlo.
Su esposo solía madrugar, pero no
marcharse en mitad de la noche. Se bajó de
la cama y lo buscó por todas partes hasta
escuchar el crujido del fuego en el
recibidor. Con el ceño fruncido, abrió la
puerta para toparse con tres botellas de
vino sobre la mesa. Hugo no amaba
tantísimo el vino como para engullirse solo
tanta cantidad y mucho menos a solas. La
figura de su marido parecía solitaria, triste.
¿Qué ocurriría? ¿Tal vez no era la primera
vez que se retiraba de esta manera a media
noche? ¿Se le acercaba para consolarle? ¿O
era mejor dejarle en paz? Lucia,
confundida, se quedó en el marco de la
puerta observando la escena e incapaz de
moverse. Lo llamó para sus adentros y,
como por arte de magia, él se dio la vuelta
y le sonrió. Lucia se le acercó en cuanto él
le hizo una seña y se le tiró a los brazos.
–¿Has tenido una pesadilla?
–Me he despertado porque no estabas. ¿Y
tú? ¿Has tenido una pesadilla?
–Sí, por primera vez. – Hugo sonrió de
mala gana.
–Un sueño es sólo eso, un sueño. No tienes
ningún colgante, Hugh.
Hugo se apoyó en su hombro y soltó una
risita.
–¿De verdad no me vas a decir quién es el
que te destrozó el negocio en el sueño? –
Todavía le molestaba que el Conde Matin
sufriese una muerte tan suave.
–No ha pasado de verdad; a lo mejor ahora
tiene una buena vida y no quiero culparle
de algo que no ha hecho.
–Dudo que sea buena gente. La gente no
cambia.
–Bueno, sigue sin ser necesario que lo
sepas.
–Pero me contaste lo del Conde Matin.
–Bueno, no podía explicarme bien sin
mencionarle. Mira, vamos a cambiar de
tema. No te lo voy a contar y punto.
–Qué cabezona eres. – Hugo la levantó en
volandas, anduvo hasta el sofá y se sentó
con ella en sus rodillas. La abrazó
intentando hacerse con la mayor cantidad
de su aroma posible.
Lucia, por su parte, se limitó a acariciarle el
pelo sin hacer preguntas.
–Philip está muerto.
–…Debe ser complicado.
–Sí, no entiendo por qué no me siento
mejor.
–Porque Philip ha sido una gran parte de tu
vida.
Hugo se decidió a contarle todas las
fechorías de Philip después de que
Evangeline naciera. ¡Cuán doloroso fue
escucharlo y cómo lamentaba no haber
podido compartir su dolor hasta entonces!
Sin embargo, Lucia no odiaba al médico,
sino que se compadecía de él.
–A lo mejor podrías tomarte un descanso e
irte al Norte un tiempo.
–¿Vamos juntos?
–Si voy, ¿qué clase de descanso sería? Te
pasarías el rato en el carruaje sin hacer
nada.
–Tienes razón; no quiero molestarte.
–No es eso; si quieres, vamos.
–No, da igual.
–Bueno, cuando los niños crezcan. Sé que
fuimos el año pasado, pero ya lo echo de
menos. Creo que algún día deberíamos
quedarnos allí.
–Sí…
La pareja se abrazó en silencio durante
unos instantes. Habían alcanzado ese
momento de no incomodarse por el silencio
o de que la compañía del otro era todo lo
que necesitaban. La paz de esos momentos
era, quizás, mucho más valiosa que
cualquier tipo de amor apasionado.
Lucia acariciaba la cabeza de su marido
como para consolarle y él la abrazaba con
todas sus fuerzas y enterraba la cabeza en
su pecho.
–…Ver a Damian con la misma edad de su
padre cuando murió es raro.
Su hermano falleció a los dieciocho. En
aquel momento, Hugo creía que su
hermano ya era adulto y estaba seguro de
que para cuando Damian alcanzase la
mayoría sería capaz de ostentar el título.
No obstante, ahora se percataba de lo
equivocado que estaba. A pesar de que se
comportase como un adulto, la torpeza de
sus expresiones demostraba que en el fondo
seguía siendo un niño.
–Es porque lo mimas demasiado.
–¿Y esto a qué viene?
–Me refiero a Damian. Sigue siendo un
niño; yo no era así.
–Bueno, ¿y tú qué? Tú mimas demasiado a
Eve. Es como una niña malcriada de cinco
años.
–¿Qué dices? Eve es un bebé. Sólo tiene
siete años.
Lucia lo fulminó con la mirada. La doble
moral de su esposo la mortificaba.
–Enviaste a Damian al internado con seis
años. Me suena que alguien dijo que su hijo
a los seis ya tenía que ser capaz de
sobrevivir en el desierto.
–¡Eso-…! ¿Quién? ¿Quién te ha dicho eso?
¿Damian? ¿Jerome?
–No me pienso chivar.
–¿Crees que no tengo otros métodos para
enterarme? Los voy a hacer a la parrilla-…
–¡Hugh!
Hugo cerró el pico, volvió a enterrarse en
el pecho de su esposa mientras remugaba.
Lucia lo abrazó y soltó una risita. Con la
edad su marido cada vez se volvió más
adorable; a veces se comportaba como un
padre stricto, frío o indiferente, pero
luego…
–Es porque eres su padre, por eso ves a
Damian todavía como a un niño. ¿Crees
que Eve será adulta cuando cumpla los
treinta? – Hugo no dijo nada. – Damian ya
es mayor. Nosotros lo seguimos viendo
pequeño, pero para los demás es un adulto.
Creo que si le cuentas lo de su padre, lo
entenderá.
–¿…De verdad?
–Claro, es muy considerado. ¿Cuándo
piensas hacerlo?
–Iba a quemar la habitación secreta de
Roam y después llevármelo a la tumba de
mi hermano sin decirle nada.
–¿Has cambiado de idea?
–Yo también pienso que Damian merece
saberlo. Si lo acepta o no ya es cosa suya.
Hugo seguía hojeando los documentos del
escondrijo de Philip incluso ahora. Los
conocimientos médicos de su familia eran
capaces de salvarle la vida a un moribundo,
además, de que algunos de los
experimentos eran prueba de que
cualquiera de sus hijos podría casarse con
alguien normal y tener hijos como si nada.
–Creo que es lo mejor. Si Damian heredase
tu título sin saber nada, sería como darle
sólo la mitad.
–Cuando vayamos a Roam, ¿quieres venir?
–No, nada de excepciones. Que continúe
siendo un lugar donde sólo puede entrar el
cabeza de familia.
Hugo la besó y se levantó cogiéndola en
brazos.
–Si hay una cosa de la que estoy seguro es
que Damian no conseguirá una esposa
mejor que la mía.
–¿Qué dices? – Lucia le dio un golpecito en
el pecho entre risas. – ¡La esposa de
Damian será muchísimo más guapa y lista
que yo!
–Eso es imposible.
–No te pongas a competir con tu hijo en
cosas raras… Lo mismo va para Eve: su
marido será muchísimo más maravilloso
que tú.
–Pues se ve que tu hija no se casará nunca.
–¿Qué?
–No existe un hombre así.
–Menudo eres…
Hugo entró en el dormitorio besándola, la
depositó con sumo cuidado sobre la cama y
la dejó hablar.
–Te he comprado un detallito para tu
cumpleaños, Hugh. ¡Te va a encantar!
–¿¿Y esa seguridad? Tengo ganas de verlo.
El broche estaría terminado para más o
menos la fecha de su cumpleaños, además,
Lucia pretendía contarle la historia detrás
de la joya para que ambos pudieran cavilar
e imaginarse de dónde habría salido en su
sueño.
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