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Por 루시아
Capitulo 1 Dieciocho años
Lucia odiaba abrir los ojos cada mañana.
–Ah… Esta maldita migraña… ¿Por qué
tengo que pasar por el mismo dolor dos
veces en la misma vida?
Lucia se sostuvo la adolorida cabeza y se
levantó. Su vida estaba siguiendo el mismo
camino exacto que en su sueño. En cuanto
empezó a menstruar a los quince años, le
surgieron unas migrañas masivas como
mínimo una vez al mes y, como máximo,
de cuatro a cinco veces al mes. Aunque no
era algo serio, se volvería una enfermedad
crónica que la atormentaría el resto de su
vida.
Cuando Lucia cumplió los dieciocho estaba
completamente segura de que había visto
su vida en un sueño. Se había esforzado
mucho y ya había cambiado varias cosas de
su futuro. Pero a veces, ocurría algo
inevitable que nada podía cambiarlo. Por
ejemplo, el verano de sus trece años, hubo
una tormenta que inundó la primera planta
del palacio real. El siguiente invierno faltó
leña por el embrujo helado de la
inundación y, por eso, se tuvo que pasar
todo el invierno temblando de frío.
Cuando cumplió los quince empezó a
menstruar y a sufrir migrañas. Tal era el
poder que albergaba el futuro. No era
imposible cambiar el porvenir si ya lo
conocía.
El rey moriría cuando cumpliese los
dieciocho años y la venderían al asqueroso
Conde Matin: esa era la parte de su futuro
que Lucia no podía cambiar. Al percatarse
de ello, se desesperó. ¿Qué más daba si
conocía el futuro? Sentía que los cielos le
estaban tirando de las piernas y lo habían
convertido todo en una broma.
Desesperanzada, se confinó en su
habitación, pero lo dejó correr a los pocos
días.
–Si me matase de hambre no lo sabría
nadie.
Fue como un soplo de aire fresco, ya no
sentía una molestia pesada en su corazón.
Lucia abrió las ventanas. La fría brisa
matutina entró en sus aposentos. Ella se
apoyó contra la ventana y permitió que el
viento helado la tocase. Era como si
estuviese enfrentándose a su propio destino
gélido.
Ya era lo suficientemente alta como para
posar las manos en el alféizar de la ventana
y apoyarse en el para poder ver el mundo
exterior. Como se parecía a su madre, era
de figura pequeña. Su cabello era de un
marrón rojizo como el del resto de la
población, pero tenía unos ojos naranjas
como calabazas que relucían como el oro y
destacaban. Aparte de aquello, era como
cualquier persona de la calle. Sin embargo,
no es que no tu viese su atractivo. Era de
apariencia pálida y brillante, por lo que, si
se arreglaba un poco demostraba gran
encanto. Normalmente, dejaba su atractivo
inactivo, nunca necesitó un corsé gracias a
su cintura delgada. Su constitución frágil
despertaba el instinto protector de la
mayoría de los hombres. No obstante, no
pertenecía a la alta aristocracia por lo que
no se apreciaban ninguno de sus encantos.
–Veamos. Se me ha acabado la leña y me
quedan pocas patatas y huevos.
Estaba al lado de su vieja mesa rechinante
de madera haciendo su inventario de sus
necesidades básicas. Se había atado el pelo
de cualquier manera en una cola y su
vestido de popelín era casi igual al
uniforme de las criadas. Viéndola así, nadie
se imaginaría que era una princesa real.
–Debería ir a solicitar bienes necesarios.
Era impropio que la princesa Lucia hiciera
algo así personalmente, pero al cabo de los
años se había vuelto algo normal. En su
palacio no habitaba ninguna criada. Por
suerte, el palacio no era demasiado grande,
por lo que no había demasiados problemas.
La planta superior estaba cerrada por
motivos de seguridad desde que puso un
pie y, en aquellos momentos, la segunda
planta también estaba cerrada, así que, los
únicos espacios habitables que podía usar
eran su dormitorio y unas pocas
habitaciones.
Al principio, tuvo cinco criadas
esperándola, pero eran muy crudas y no se
las podía considerar criadas reales en
absoluto. Las criadas reales tenían su
propio orgullo. Aunque se llamaba:
“criado” a todo sirviente que atendiese a
los gustosos nobles, entre ellos había
diferentes rangos y las criadas del palacio
real se limitaban a vigilar el proceso de las
tareas domésticas que llevaban a cabo las
criadas de trabajo.
En un principio, Lucia, que formaba parte
de la familia real, debía tener una ama de
llaves, criadas de palacio, criadas de trabajo
y tres asistentas. El problema era que había
demasiados descendientes reales y entre
sus hermanos, Lucia era la de menor rango.
Las criadas que trabajaban para ella no
tenían opción a un ascenso y nadie las
sacaría jamás de su posición voluntaria.
Tampoco recibían ningún dinerillo extra,
por lo que las criadas la evitaban. A lo
largo de los años, las criadas se fueron
retirando una a una hasta que Lucia se
quedó sin ninguna a su lado.
La idea original era que, cada vez que
dimitía una criada, se contrataba a otra. Sin
embargo, su palacio no prometía buenas
ganancias por lo que ninguna se quedaba.
Las criadas reales recibían suficiente dinero
como para vivir su vida normal, pero para
las criadas de trabajo era más complicado.
Las criadas que contrataban solían dimitir a
los pocos días o sobornar a los oficiales
para que las reasignasen a otro lugar. Al
cabo de poco tiempo, las criadas dejaron de
llegar a su palacio. Sí que se les pegaba y
se registraba los nombres de los sirvientes,
pero ninguno aparecía.
Todo se resolvería si Lucia se quejase,
aunque no tuviese poder seguía siendo una
princesa. En su sueño había arreglado el
problema personalmente yendo a por las
criadas y, esta vez, también había decidido
ir a buscarlas y solucionar el asunto. Sin
embargo, de camino allí se topó con una
criada real que la confundió con una criada
de trabajo y le asignó una tarea sencilla.
A Lucia se le ocurrió una idea brillante y
cumplió con su tarea sin quejarse: decidió
no quejarse y volver a casa a ordenar sus
pensamientos. Si fingía ser una criada el
suficiente tiempo, con el tiempo
conseguiría la oportunidad de salir de
palacio.
La última criada de Lucia la abandonó a la
edad de quince años y lo que la siguió fue
una vida de dualidad entre princesa y
criada. Como criada se encargaba de pedir
las necesidades básicas y hacer los trabajos
manuales y, a la vez, ganaba la libertad de
abandonar el palacio.
Lucia llevaba viviendo en el palacio tres
años y, seguramente, seguía diciéndose que
vivía con otras cinco criadas. Ningún
oficial se molestaría en ir a comprobar si
los documentos eran ciertos o no. Las
quejas de los muchos vástagos del rey eran
un dolor de cabeza para los oficiales y les
dejaba sin tiempo para Lucia, que jamás se
quejaba de nada.
Lucia volvía a casa después de pedir los
bienes necesarios y conseguir unas
propinillas por su buen trabajo. Tanto en
las sucias calles de la ciudad, como en el
palacio real, los humanos eran iguales. El
dinero tentaba a la gente a seguir adelante.
Las criadas usaban una puerta diferente
para salir de palacio. Todas hacían una
larga cola y esperaban su turno. La fila se
fue reduciendo hasta que, por fin, le tocó a
ella. Ella le mostró al soldado su permiso
para marcharse. Se trataba de un permiso
concedido por la princesa Vivian y, aunque
Lucia le mostrase su rostro al soldado, éste
no la reconocería. El hombre confirmó la
autenticidad del pase y asintió con la
cabeza.
–¿Vas a llevarte algo de palacio?
El guardia ya había comprobado que sus
manos estaban vacías, pero lo preguntó de
todas formas.
–No.
El soldado asintió otra vez y la dejó irse.
Lucia cogió aire fresco. Giró la cabeza y
observó las gigantes paredes de palacio que
rodeaban el lugar.
Dentro de las muradas se estaba a salvo.
Fuera, era difícil que una chiquilla pudiese
caminar ella sola y a salvo.
El bajo estatus de su rango de princesa le
permitían tener mucha libertad, un hecho
del que la Lucia de sus sueños nunca se
había percatado. Pesé a ello, su futuro le
quitaba el aliento. Quería escapar del
palacio cuanto antes mejor.
–Es raro que hoy haya tanta gente.
La gente formaba masas en las calles. Cada
vez que se las apañaba para pasar entre una
multitud, el gentío la empujaba hacia otra
dirección haciéndola corretear en círculos.
Después de pasar de largo las gentes, llegó
a una casita de dos pisos en la que una
mujer de mediana edad le abrió la puerta.
Tenía las cejas y los ojos plegados como si
estuviese enfadada, pero en realidad, esa
era su expresión natural.
–Bienvenida.
–Hola, señora Phil. ¿La señora Norman
está en casa?
–Siempre lo está. Sigue durmiendo
despatarrada por el suelo después de una
larga noche de beber. Dame un minuto,
déjame ir a buscarte un poco de té.
–Gracias, señora Phil.
Lucia se sentó tranquilamente para
disfrutar de su té con una expresión amable
mientras el consolador aroma de su bebida
llenaba el comedor. Desde la cocina
llegaba el sonido del estruendo que la
señora Phil hacía en la cocina, pero ese
ruido era como música para sus oídos.
Contrataría a dos personas para que se
ocupasen de las tareas más simples y
disfrutaría de la vida bebiendo té. Haría
cosas como dar paseos o pasar el tiempo
leyendo libros. Pero no sabía cuando ese
sueño suyo se haría realidad.
En el rostro de Lucia se podía apreciar una
sonrisa gentil. Una mujer delgaducha se
tropezaba por las escaleras de la segunda
planta, apenas capaz de sostener su propio
cuerpo y echando miradas brumosas.
–¡Señora Phil, agua…! – Tenía la voz rota.
Norman se sentó enfrente de Lucia y se
apoyó en el reposabrazos. Tenía un rostro y
cuerpo delgado que emitía un aire poco
amigable. Parecía pasar los treinta años,
pero en realidad era muy joven. Norman
engulló un vaso de agua que le trajo la
señora Phil y suspiró como si quisiera
morir.
–Ah… Me duelen las entrañas.
–Deberías calmarte con la bebida. Caray,
caray. – Murmuró la señora Phil con su
tono directo y único antes de volver a la
cocina.
A pesar de que su forma de hablar y su
actitud era siempre brusco, Lucia sabía de
la amabilidad de la señora Phil: se había
ido a la cocina para preparar algo de
comida que pudiese calmar la resaca de
Norman.
–¿Por qué bebes tanto?
–Pensaba que si bebía podría escribir una
línea más, pero no me sé controlar.
Perdona. No me puedo ocupar de mi
invitada por el estado en el que estoy.
Gracias por venir hasta aquí.
–¿Qué quieres decir con “invitada”? No me
molesta venir a visitarte para nada. Aunque
no hubiese venido aquí, habría salido de
paseo de todas formas.
–Hay una cosa en el cajón ese. Ábrelo, es
mi último libro.
La señora Norman era escritora; una autora
famosa de novelas de romance. Todos sus
libros eran sobre amor, pero la gente
consideraba esas novelas elegantes e
inteligentes. Eran divertidas y educativas;
sus libros mataban dos pájaros de un tiro y
causaron sensación. Gracias a todos los
libros que había sacado aquellos últimos
años, podía tener una vida cómoda sin
necesidad de ganar ni un céntimo más.
Lucia jadeó al sacar el libro.
–¡Por fin! Lo he estado esperando mucho
tiempo. –Lucia se precipitó sobre la última
página del libro. –¿Ya te lo acabas? ¿Por
qué? Es una serie muy popular.
–Si le metiese mucho relleno se haría
aburrido, tiene la longitud correcta. Mi
editor me pisaba los talones y me obligaba
a alargar la serie dos o tres libros más.
Jejeje.
–Qué lástima. Creo que habría estado bien
si hubieras seguido sus consejos.
–Mira el interior del libro.
Lucia hojeó las páginas y encontró un
sobre escondido en el libro. Denro, había
un recibo que confirmaba que se había
traspasado un dinero. A Lucia casi se le
caen los ojos al ver la cantidad de dinero
que había.
–Norman, es demasiado…
–Cógelo, te lo mereces.
–Pero ya me has dado mucho…
–Es un extra porque he terminado mi
novela. Si no te parece bien, considéralo la
paga por contribuir con ideas para mi libro.
La mayoría de las ideas de esta novela son
tuyas.
Norman no era tan famosa. Era una autora
pobre a la que le costaba comprarse su
comida diaria. Sus temas eran siempre del
típico romance de una chica pobre y un
hombre noble. Era imposible que algo así
ocurriese en la vida real, pero la gente
podía soñar con ello. Sin embargo, lo que
los lectores querían no era una chica del
montón y pobre, sino una noble elegante.
Los plebeyos deseaban experimentar la
vida de una noble a través de esos libros y
los nobles no se molestaban en leer libros
de la gente de a pie. Aun así, a Norman le
era imposible escribir sobre una mujer
noble, porque no tenía ni la más mínima
idea de cómo vivían.
Norman era una plebeya sin dinero, que
jamás había sido testigo de ningún acto
social de nobles. Tampoco había leído los
libros de otros ni entrevistado a criadas que
hubieran servido a nobles. No tenía dinero,
no podía hacer nada.
Sus libros no se venían y tampoco podía
pagar el alquiler. Su único talento era
escribir y, pesé a ello, no veía la forma de
salirse con la suya en esa indusgria. Lucia
apareció de la nada y le ofreció un pedazo
de pan cierto día que Norman estaba
sentada en las calles de la plaza. Norman
creyó que conocerla había cambiado su
vida por completo, nunca se hubiese
imaginado que Lucia llevaba observándola
mucho tiempo. La buena mujer no era una
vagabunda, pero parecía terriblemente
hambrienta. Lucia no pudo evitar acercarse
y hablar al verla sentada a un lado de la
calle pidiendo comida.
Así fue como se conocieron.
–Hoy estoy aquí por ti, Lucia.
Lucia le había enseñado a Norman todo lo
que sabía de la alta sociedad. En sus sueños
había acudido a muchas fiestas y sus
palabras no tenían ni punto de comparación
con las criadas que limitaban a servir a los
nobles desde las sombras. Gracias a los
relatos extensos de las mujeres de alta
cuna, Norman fue capaz de confeccionar
sus novelas.
–No, es porque tus novelas son increíbles.
–Si no fuera por ti, no habría sido capaz de
escribir ni una sola frase, así que es todo
gracias a ti. Ahora puedo seguir ganando
dinero.
Lucia visitaba a Norman una vez a la
semana. Hablaban unas cuanta shoras y la
joven ganaba algo de dinero. Norman le
pagaba una grandiosa suma de dinero. Por
supuesta, Lucia la iba a visitar con una
cesta llena de pan, pero en cuanto
empezaron a venderse los libros de la
mujer, Norman no había dejado de expresar
su agradecimiento a través del dinero.
Ahora habían intercambiado roles. Mucha
gente la iba a visitar, incluidas varias
viudas. Había estabilizado sus andadas y
ahora, Norman, podía conseguir toda la
información que quisiera de Lucia. Pero la
escritora no fue una desagradecida con la
persona que más le había ayudado en sus
tiempos de necesidad: quería ayudar a que
se casase. No las unía sólo el dinero, para
Norman, Lucia era su hermana pequeña.
–Gracias, Norman. He tenido mucha suerte
por haberte conocido.
–Eso digo yo.
Los ojos de Lucia se sorprendieron al
confirmar la cantidad de dinero que había
recibido. Con todo lo que había ahorrado
hasta entonces, podría empezar una vida
nueva sin problemas.
–No, hay demasiado riesgo y peligro.
Da igual el poco interés que despertase en
los demás, seguía siendo una princesa. Si
desapareciera, los soldados la buscarían.
No porque temiesen por su seguridad, sino
por su prestigio. Y, de ser así, seguramente
acabarían encontrando una pista que los
llevaría a Norman y la buena mujer
acabaría sufriendo una injusticia o castigo.
Nada le garantizaba el poder escapar. Para
conseguirlo, tendría que irse muy lejos. Era
una chiquilla. Había considerado el llevarse
escoltas, pero no confiaba en nadie. O,
mejor dicho, seguramente los soldados de
palacio acabarían apuñalándola por la
espalda y llevándose su dinero.
Si lo que quería era escapar, lo más seguro
era casarse con el Conde Matin. Así no la
considerarían parte de la familia real y,
aunque desapareciera, nadie la buscaría.
Podía cerrar los ojos y sufrir un año
mientras buscaba por alguien fidedigno y
planeaba con sumo detalle su huida para
que nadie la pudiese encontrar.
–Pero… No quiero, ese hombre…
Un escalofrío le recorrió la columna
vertebral de solo pensar en su rostro. ¿De
verdad no había otra forma? Otra forma de
escapar de él…
–Lucia, ¿tienes novio?
–Sí… ¿Qué?
–¿De qué te sorprendes? Te pregunto si
tienes novio. Si no conoces a nadie, puedo
buscar a alguien majo y presentártelo.
–¿Cuántos años te crees que tengo? Ah, da
igual.
–Sólo tienes dieciocho años. No te digo que
te cases, pero deberías conocer a un puñado
de hombres para poder escoger a quien
quieras cuando tengas los veinte. Las
criadas de palacio son populares, ¿sabes?
La gente piensa que son muy modestas. Las
ven diferentes a las criadas de trabajo o a
las granjeras. También tenéis la piel muy
clara. Tú dime. ¿Qué tipo de chico te
gusta? ¿Te gustan los hombres mayores y
de los que puedes depender? ¿Los jóvenes
y adorables? Te los encontraré.
–¿Y tú? ¿Por qué sigues soltera?
Los ojos brillantes de Norman, de repente,
perdieron su brío e interés cuando
volvieron a posarse en ella.
–Bueno, yo ya soy muy vieja.
–¿Qué más da la edad? Lo que pasa es que
no te interesa. Estás engañando a tus
lectores. ¿Cómo puede ser que no creas en
el amor cuando escribes novelas de
romance?
–Caray, ¿qué dices de engañar? Le doy
vida a un amor eterno que no existe en el
mundo real. Cuando mis lectores caen en
mi novela viven un sueño.
–Entonces, ¿por qué me dices que me case?
–Aunque no existe el amor eterno, creo que
la gente se puede hacer muy amiga si
conectan sus corazones. Como siempre
estás sola, desearía que tuvieras un buen
amigo que estuviera contigo hasta el final.
–¿Sola? Te tengo a ti, Norman. Eres mi
familia y mi amiga.
Norman miró a Lucia con ojos afectuosos y
abrió los brazos.
–Corre y ven a los brazos de tu hermana
mayor.
Lucia estalló en carcajadas y los ojos de
Norman relampaguearon.
–No quiero, apestas a alcohol.
–¿Eh? ¿Cómo puedes responder así en un
momento tan bonito?
–Me voy. Norman, deberías descansar un
poco más. Parece que te vayas a morir en
cualquier momento.
Las bolsas negras que Norman tenían
alrededor de los ojos le hacían parecer un
cadáver.
–Ah, sí que debería volver a dormir. Siento
como se me retuercen los órganos. Si no
tienes prisa, puedes quedarte y descansar
un poco antes de irte a casa. De todas
formas, te será fácil moverte por ahí con el
montón de gente que hay hoy.
–Ahora que lo dices, ¿pasa algo especial?
He visto a mucha gente mientras venía para
aquí.
–¿No lo sabes? Yo siempre estoy encerrada
en casa, pero tú sabes todavía menos que
yo. Vuelven todos los soldados.
–Ah…
Aquel día se presentaba la rara oportunidad
de ver al ministro del estado, por lo que
todo el mundo dejaba el trabajo para otro
día y salía a saludarle.
En mis sueños siempre estaba encerrada
dentro del palacio, así que no sé de estas
cosas.
Este era uno de los mayores cambios en la
vida de Lucia. Fingiendo que era una criada
era capaz de salir al mundo y explorar.
Gracias a eso, Norman también había
sacado mucho dinero.
–La guerra ha terminado…
El mundo exterior, en comparación el
palacio alejado que era tranquilo, aislado y
cada día igual, era muy escandaloso. Lucia
experimentó la primera guerra a los ocho
años. Había sido una guerra local entre dos
pequeños países, pero conforme fue
pasando el tiempo, se extendió hasta que el
mundo se hubo dividido en dos.
Esta guerra se acabaría conociendo como:
“la guerra continental”. Cuando Lucia tenía
unos once años, su país – Xenon, decidió
unirse a la batalla y se convirtió en la
mayor fuerza de la Alianza Noreste. Los
siguientes cinco años fueron el clímax de la
guerra. La Alianza fue consiguiendo la
mano ganadora y los otros dos años habían
estado arrullados por las batallas. La guerra
terminó en un cese de hostilidades cuando
llegó a los dieciocho años gracias a mucha
negociación, y Xenon estaba entre los
países ganadores.
Norman, que se encontraba mal, no quería
estar cerca de una gran multitud, y Lucia
decidió ir a echar un ojo a todo aquello de
camino a palacio. Sería una lástima
perderse semejante acontecimiento.
–¡Ah!
Las gentes gritaban y silbaban a los
carismáticos soldados que desfilaban por la
ciudad. Hacían tanto ruido que podías
quedarte sordo. Xenon estaba un estado de
combate, pero la guerra no había tomado
lugar dentro de su país, por tanto, la
mayoría de los ciudadanos no habían
sufrido por la guerra. Sin embargo, la
guerra seguía teniendo un peso en los
corazones de los gentíos. La felicidad de
haber ganado y la libertad por ello animaba
a la población. El ambiente era contagioso
y Lucia acabó poniéndose de muy buen
humor.
El blasón cambiaba según su familia y les
cubría la espalda y el pecho. Algunas
tropas desfilaban con unas enormes capas
rojas y otros se limitaban a llevar su
armadura. Sólo con eso era fácil adivinar el
poder y la nobleza de sus familias.
–¡Ah…! ¡Taran!
Los gritos no se podían ni comparar con los
de antes. Los hombres gritaban y daban
pasos fuertes en el suelo, mientras que las
mujeres chillaban con toda la fuerza que les
permitía sus pulmones: “¡Taran! ¡Taran!”.
Un pelotón de soldados separó las
multitudes conforme se dirigían a la
ciudad. Todos los caballeros portaban un
león negro en sus armaduras. Los plebeyos
normalmente no distinguían los blasones de
los nobles, sin embargo, no había
absolutamente nadie que no conociese el
blasón del León Negro.
Él estaba armado con disciplina y
estrategia. La victoria de la Alianza
Noreste fue por su fortificación y
dominación. Xenon se unió a la guerra el
último, pero fue quien lideró las
negociaciones que llevaron a la conclusión
de la guerra. Eran los que menos habían
perdido y los que más habían ganado. Para
ser precisos, el duque del pelotón de Taran
siempre ganaba, y esa fue el mejor de los
fundamentos para la victoria de los
Aliados.
Se suponía que Lucia no debía ser
conocedora del duque Taran, de su nombre
o de lo que había hecho en la guerra. Si lo
sabía era por su sueño.
El Conde Martin, con quien se casó, era un
hombre astuto. Da igual donde se metiese,
siempre encontraba una vía de escapatoria
para él mismo. Por lo tanto, después de la
guerra consiguió pegarse a la facción de la
corona y vivir una vida de lujos. Por eso,
Lucia asistió a muchas fiestas sociales con
su marido o como su esposa. Tenía que ir a
esas reuniones sociales como si se tratase
de su trabajo, por lo que tuvo muchas
oportunidades de encontrarse con el Duque
Taran. El hombre siempre estaba rodeado
de una multitud, como si una manada de
hienas estuviese peleándose por un pedazo
de carne.
El Conde Matin intentó todo tipo de
métodos para conseguir el apoyo del Duque
de Taran, pero siempre fracasó. Lucia no le
conocería mejor hasta mucho tiempo
después y se limitó a asumir que era un
caballero de algún tipo.
El Duque de Taran se casó dos años
después de su propia boda. Su matrimonio
creó un alboroto entre los aristócratas. Se
había casado con una jovencita de una
familia noble que nadie conocía y sin
ningún tipo de influencia. Era una mujer
joven y adorable, no era hermosa y nadie
comprendía por qué el Duque la había
escogido como esposa. Y, como el Duque
no respondía nunca a nadie, los rumores se
volaron para todas partes. El rumor más
famoso era que el Duque de Taran estaba
enamorado hasta las trancas de la chiquilla,
pero nadie se lo creyó.
Lucia se enteró de la realidad del asunto
mucho tiempo más tarde. La información
llegó de las puertas traseras de la
aristocracia, pero era muy creíble. Tal y
como confirmaban varios rumores, el
Duque no estaba enamorado de esa joven, y
ella no era ni rica, ni tenía un buen
antecedente. Las dos familias habían
llegado a algún tipo de acuerdo.
La utilidad de la muchacha recaía en el
hecho de que era una noble sin influencia
ni riqueza. Él necesitaba una esposa sólo en
nombre que no influenciase su ducado. Por
lo cual, se casó con esa mujer. El Duque
permaneció callado ante los rumores y, al
poco tiempo, los cuchicheos se convirtieron
en un hecho.
–Pues claro.
–¿Por qué se casaría el Duque de Taran con
una mujer así sino?
Las nobles parloteaban con tanta pasión
que parecían estar tosiendo sangre. Era su
forma de calmar su enfado por haber
perdido un contrato tan bueno.
¿Qué tiene de malo? ¿Vosotras no sois
iguales?
Un hombre buscaba a una mujer con un
útero sano para continuar su linaje, y, a
cambio, la mujer buscaba un hombre con
riqueza. Era la estrategia de este tipo de
uniones.
A pesar de que el proceso del matrimonio
del Duque había sido distinto, venía a ser
bastante parecido al del resto de nobles del
territorio. De todos modos, ella seguía
siendo la esposa oficial de un duque, por lo
que, aunque sólo fuera en nombre, seguía
siendo su mujer. El duque no aceptó
ninguna concubina y, aunque se ignoraba si
tenía amantes y no circulaba ningún rumor
al respecto. Al menos el Duque de Taran
no era un cobarde como el Conde Matin.
* * * * *
–No queda… ¿ninguno?
La empleada asintió. Lucia se tiró al suelo.
Había corrido hasta ahí sin parar; era su
última esperanza. No había muchas tiendas
que hicieran vestidos de la suficiente
calidad como para un baile como ese y que
entrasen en su presupuesto. Normalmente,
los establecimientos como este tenían
vestidos para rebosar, pero justo ese día
hubo una excepción.
Era el primer baile que se celebraba en
mucho tiempo. Todas las mujeres nobles de
la capital asistirían y habría una fila de
carruajes a la espera para entrar. Comprar
el vestido era como ir a la guerra porque
como Lucia, había muchas nobles que no
poseían demasiado dinero. Era una
estupidez pensar que podría comprar en el
último momento: debería haberlo pedido
un mes antes. Al menos, pensaba que
podría obtener algún vestido deforme o
aceptable.
¿Qué voy a hacer? ¡Me he acordado de la
fiesta hoy!
–Hay… Este…
La empleada debió tenerle pena porque
parecía estar sumida en la desesperación.
–¿Queda uno?
–Eh, es viejo, así que el estilo es un poco…
Bueno, con un poco de trabajo estará…
–¡No pasa nada! Me lo quedo. ¡Es mío!
–No, pero el vestido es un poco demasiado
pequeño.
–¿Demasiado pequeño?
–Si lo llevarás tú, te quedaría bien. Pero no
serás tú la que se lo ponga, ¿no?
–¡Sí! – Se apresuró a contestar Lucia, pero
entonces, cambió su respuesta. – O sea, la
que se lo pondrá es exactamente como yo.
Tiene el mismo cuerpo, así que no pasa
nada.
–¿Sí? Pues entra y pruébatelo. Hazme saber
si necesita algún arreglo.
La empleada se perdió en las profundidades
del almacén y salió con un vestido. La
expresión de Lucia se iluminó. Era un
vestido simple y modesto de color azul
pastel. Aunque su estilo era algo viejo, no
parecía barato.
Se lo probó y se miró al espejo. El vestido
no llevaba corsé ni miriñaque[1], así que
era un desastre. Tenía el pelo recogido en
un moño mal hecho y su maquillaje era un
desastre, así que no pegaba nada. La
empleada dio tumbos a su alrededor,
haciendo punzadas aquí y allá.
–Señorita, ¿cómo puedes tener una cintura
tan delgada? Ninguno de nuestros corses te
entrará… Y parece que tendremos que
reajustar las caderas. Es un poco corto, así
que… Tu señora tendrá que taparse con
algo. Este lazo está desgarrado, tendremos
que cortarlo y poner uno nuevo… Tenemos
que rehacerlo un poquito.
–¿Me lo puedes hacer?
–Mmm… Es mucho trabajo, lo siento. Ya
tenemos otros vestidos a la espera.
–Si me lo pongo sin arreglar…
La empleada sacudió la cabeza con todas
sus fuerzas.
–Ni en broma. Si te lo pones así serás el
hazmerreír.
Dicen que cuando subes una montaña, hay
otra esperándote. Cuando la empleada vio
el debate en el rostro de Lucia, le ofreció
otra mano amiga.
–Mi madre ya está retirada, pero… Ha
estado reparando vestidos mucho tiempo, si
no te importa…
–¡Pues claro!
Parte II
Cuando se sacó el casco el cabello negro le
cayó por los hombros. Los criados le
ayudaron a quitarse la pesada armadura del
pecho, brazos y piernas. Nunca se había
protegido tanto el cuerpo en batalla. Había
estado desfilando por las calles como un
payaso, sufriendo los interminables
chillidos. Apenas había sido capaz de
soportar la marcha en esa formación tan
perfecta, como si fuera el perro del
Emperador.
–¿Por qué no pones algún cuadro por aquí?
Es muy soso.
Sin embargo, eso no le molestaba en
aquellos momentos. Un invitado que no
había llamado le había seguido hasta sus
aposentos privados y se lo criticaba todo.
Aunque él estaba cambiándose, el otro
hombre deambulaba por ahí
descaradamente, absorto en sus
alrededores.
–Es mi habitación.
–Para ser exactos, no es tu habitación: es
un comedor que también sirve de
habitación. Es perfecto para un invitado.
–La habitación de invitados está en la
primera planta.
–No seas tan rácano. Tengo obras de arte
muy buenas, te enviaré unas cuantas.
Controló la ira de su corazón; nadie sabía
lo que sentía por su apariencia externa.
Tenía una expresión helada y sus ojos rojos
parecían tranquilos y pacíficos.
Permitió que sus criados le sirvieran y le
vistieran estoicamente: se estaba
preparando para el baile de aquella noche.
En un principio, su plan era descansar y
aparecer al final de la fiesta. Si no fuera por
ese irritante invitado lo habría hecho.
–Sólo iré al de hoy. – Dijo mientras se
abrochaba el puño de la camisa.
–Vale, pero la fiesta no son tres días, son
cinco…
–¿Vas a retractarte?
–Vale. Mira, Duque. ¿Por qué odias las
fiestas? Tenemos comida buenísima, vino y
mujeres hermosas. ¿Por qué no disfrutas de
tu tiempo?
–Tengo más que suficiente vino en casa. Y
mi pasatiempo no es buscar comida. Y no
necesito ir a fiestas para tener mujeres.
–Mira, esa no es la razón de estas
funciones. Duque, tienes que echarme una
mano. Me lo prometiste.
–Te dije que te ayudaría cuando fueras
Rey.
–¿Sí? ¿Y quién te crees que será el próximo
Rey si no soy yo?
El Kwiz, el príncipe heredero, se alzaba
alto y seguro de sí mismo.
–Ya hablaremos cuando lo seas.
Nadie sabía lo que acaecería mañana.
–Es más difícil ganarte a ti que a una
jovencita tímida. – Kwiz no pareció
molestarse por sus palabras y se limitó a
suspirar.
–Los hombres pegajosos no son populares.
–¿Mmm? ¿Eh? ¿Eso ha sido una broma,
Duque? Sí, ¿no?
Kwiz rió divertido, sin embargo, el otro
hombre era menos que entusiasta.
–Vámonos.
Quería echar a su invitado de sus aposentos
lo antes posible.
* * * * *
Le empleada de la tienda de ropa le salvó el
día a la lamentable señorita. Lucia tuvo que
pagar más que el doble por el arreglo del
vestido. Según la empleada ese era el
precio razonable hoy, e incluso intentó
racionalizarlo afirmando que el vestido
venía con su corsé y miriñaque. No
obstante, no fue capaz de contratar a nadie
para que le hiciera el pelo y la maquillase.
Por suerte, Lucia tenía conocimientos
básicos de técnicas de pelo y maquillaje.
Aunque, cualquier profesional que la
hubiese visto habría chasqueado la lengua
en desaprobación por sus técnicas y
apariencia general.
Cuando llegó al salón de baile, Lucia ya
estaba agotada. Le dolían las piernas de
correr por toda la ciudad y, además, se
había tenido que hacer y deshacer el
maquillaje y el peinado muchas veces por
culpa de sus carentes habilidades.
La inversión de hoy no se puede ir al
garete.
Aunque en su sueño asistió a muchas
reuniones sociales, la muchacha seguía
estando muy nerviosa y preocupada.
Ah… Hay demasiada gente. Si no voy con
cuidado me pasarán por encima.
El punto más destacable del baile eran las
conversaciones de los asistentes. Los
nobles, que amaban ese tipo de fiestas,
estaban alegres y animados ya que no
habían podido montar nada semejante por
culpa de la guerra. No sería una
exageración afirmar que todos los nobles
de la capital estaban presentes.
Las fiestas de la alta sociedad se limitaban
a aquellos con invitación. Los nobles no
socializaban demasiado con aquellos ajenos
a su círculo social y, a diferencia de aquella
noche, era casi imposible que los nobles de
bajo rango pudieran asistir a un banquete
con los rangos más altos. Por eso, si los
nobles más humildes querían establecer
algún tipo de conexión con los peces
gordos, tendría que ser esa noche. Era una
buena oportunidad para darse a conocer
entre los más ricos.
Los candelabros relucían y las mesas
rebosaban exquisiteces. Las nobles iban
cubiertas de joyas y vestidos lujosos
mientras que los hombres en traje las
rodeaban. La música sonaba suavemente de
fondo, creando una placentera experiencia
nocturna.
A Lucia le preocupaba ser capaz de
encontrarle entre la multitud, pero no fue
muy difícil. Simplemente tuvo que seguir
las miradas y los pasos de todo el mundo y
se encontró ante él.
Ah… Es él…
Hugo Taran.
Su corazón empezó a latir con fuerza. Era
más encantador que cuando le vio en sus
sueños. Normalmente, la gente sólo
conocía su mote: “el león negro de la
guerra”, por lo que diez de diez personas se
sorprendían al ver su apariencia. No
parecía salvaje ni duro. No sólo era
destacable, su atractivo no tenía igual.
Su mirada se centró en su cabello negro y
sus ojos rojo carmesí, entonces, apreció su
rostro bien esculpido. El pulcro puente que
tenía por nariz equilibraba la profundidad
de sus ojos. Su fuerte mandíbula y cuello
demostraban su hombría y, cuando
separaba sus labios finos todos los
presentes se callaban para poder escuchar
sus palabras.
Lucía había estado apreciando la atractiva
apariencia de aquel hombre con la boca
abierta, cuando volvió en sí, miró a su
alrededor para asegurarse de que nadie se
hubiese percatado de su comportamiento
indigno de una señorita. Por suerte, a nadie
la interesaba la lamentable y fea jovencita.
¿Matrimonio de conveniencia…?
Lucia tragó saliva.
¿Lo… conseguiré…?
El listón estaba demasiado alto. Su mente
sabiamente le susurraba que no era un
hombre al que podía atreverse a mirar.
Kwiz, que estaba animado, arrastró a Hugo
por todo el baile. Quería desfilar por ahí
como si llevase un tesoro de valor
incalculable. Bajo su perspectiva, el Duque
de Taran era una joya y haría todo lo que
pudiese para ganárselo y tenerlo de su
parte.
Ninguno de los dos hombres había
afirmado que iban a apoyarse, pero el
hecho de verlos caminar juntos hizo volar
la imaginación de los asistentes. Kwiz se
aprovecho de esto mientras que Hugo
pasaba sus acciones por alto en silencio.
Hugo estaba cansado y lo único que quería
era irse a casa. Ya tendría que hacer este
tipo de cosas cuando Kwiz fuera rey para
ganar apoyo, pero todo formaba parte del
futuro. No veía la necesidad de esforzarse
tanto por un heredero.
¿Qué puede ser…?
Había estado sintiendo la mirada furtiva de
alguien desde hacía rato. Toda su vida
había sido un cazador perceptivo, por lo
que le era fácil reconocer cuando alguien
iba a por él. No sentía ninguna mala
vibración, pero le indignaba que alguien le
tuviera de objetivo. Fingió ignorancia y
estudió su entorno.
¿Una mujer?
Inesperadamente, se trataba de una mujer.
Tenía el pelo marrón y llevaba un vestido
azul; parecía una jovencita que acaba de
llegar a la edad adulta. Cuando Hugo la
miró, ella apartó la vista, pesé a ello, él ya
sabía la verdad.
Era un hombre acostumbrado a recibir
miradas anhelantes de otras mujeres. Sin
embargo, esta joven castaña no entraba en
esa categoría. Parecía tener algo que
decirle; sus ojos estaban repletos de
inquietud y algo desesperados.
Si tiene algo que decirme, acabará
viniendo.
Dejó el interés que sentía por él a un lado,
pesé a eso, su tenaz mirada continuó
molestando a sus sentidos sin darle un
respiro. De vez en cuando le echaba un
vistazo para ver qué se traía entre manos.
Cuando consiguió estar a solas durante un
instante, la vio dar un paso en su dirección,
pero en cuando se le acercó otra persona,
ella retrocedió. Hugo frunció el ceño sin
querer. La fiesta llegaba a su fin y ella no
se le había acercado todavía.
Es completamente imposible acercarse a
él…
Era como si fuera el protagonista de la
noche. La gente no le dejaba en paz, en
especial el príncipe heredero y Hesse IX, y
en su círculo no había ni una sola persona
normal.
El instigador principal de mi horrible
matrimonio está justo aquí.
Lucia pensó en su hermanastro. No le
resentía, después de todo, el príncipe
heredero no tenía ninguna responsabilidad
de cuidar de ella como si fuera su familia
real sólo por compartir lazos sanguíneos.
Habían nacido de úteros distintos y eso no
les convertía en poco más que
desconocidos.
Finalmente, la fiesta terminó y ella no
consiguió decirle ni una palabra. No, no
sólo no le habló, ni siquiera pudo
acercársele.
Ah… ¿Qué hago? ¿Asistirá a la de
mañana?
No estaba segura de que fuera a asistir y
esa noche podía ser la única oportunidad
que tuviese, pero, aun así, decidió volver al
día siguiente.
* * * * *
Habían pasado cinco días y esa noche sería
la última. Aunque la Capital llevaba
celebrando bailes cinco días seguidos,
nadie parecía cansado, aun así,
seguramente la gente se quedará un buen
tiempo en sus casas cuando terminasen las
celebraciones.
No obstante, en comparación con la
primera y la segunda noche, aquel día no
había tantos asistentes. La mayoría de los
presentes eran adictos a las fiestas o
cazadores en busca de un compañero con el
que pasar un rato a solas en los jardines o
pasillos oscuros. No todos los que iban
querían disfrutar de la fiesta, muchos
atracaban las exquisiteces, otros tantos
deseaban formar nuevas conexiones y
algunos lanzaban miradas coquetas y,
contraria a todos los demás, Lucia estaba
dándole sorbos a su copa de champán sin
alcohol apoyada contra la pared.
Había pasado esos últimos días toda la
noche de pie con tacones y le dolía todo.
No llevaba un corsé demasiado astringente,
pero le oprimía el pecho considerablemente
y le dificultaba la respiración[1]. Tenía
hambre, pero sólo podía saborear un poco
de tanto en tanto por culpa de la ropa que
llevaba puesta. Aunque el aroma de la
comida era sumamente atrayente, la usaba
de decoración. También era incómodo ir al
baño, por lo que tenía que contentarse con
una única copa de champán para
humedecerse los labios.
Comprendió la verdad de que el hambre
intensifica la tristeza. Lucia estaba
terriblemente triste en aquellos instantes.
No sabía si era por el hambre, sentía que se
le iba a quedar pegado el estómago a la
columna vertebral, o por no haber sido
capaz de acercarse al Duque durante todos
aquellos días. Fuera cual fuere el caso,
ambas cosas la angustiaban.
Contempló al hombre de traje negro que
había a lo lejos. Parecía superior al resto de
asistentes, tanto en estatus como en
apariencia. Era alto, tenía hombros anchos
y la cintura fina; su cuerpo tenía las
proporciones ideales. Aunque no se le veía
lo que llevaba debajo de la ropa, estaba
claro que estaba bien trabajado.
No le quedaba mucho tiempo. Si no podía
saludarle antes de que terminase la fiesta,
lo tendría que hacer al final.
Al menos he podido mirarle la cara lo
suficiente como para no arrepentirme.
Llevaba a acosando discretamente al
hombre cinco noches. La muchacha
admitía que se había obsesionado
demasiado con eso. Mirarle no era, en
absoluto, agotador. Era un hombre
atractivo, agradable a la vista, y también
era divertido observar a los que le
rodeaban. Sobretodo cuando las mujeres
apretaban vulgarmente los pechos contra él.
El hombre era una creación hermosa pero
no intentaba ganar favores por su
apariencia. Siempre mostraba una
expresión fría, sin alegría, enfado, dolor ni
placer. De vez en cuando fruncía el ceño o
alzaba las cejas. Cuando reía, sus labios
sonreían cínicamente. A pesar de todo ello,
la gente se esforzaba por observar sus
reacciones antes de responder. Su misma
presencia les daba paz a los invitados.
Rezumaba una presencia imponente que
suprimía a los demás naturalmente. Tenía
la dignidad del gobernante y la compostura
del fuerte. Los que le admiraban desde la
distancia se sorprendían por la apariencia
del Duque de Taran, pero aquellos que
conversaban con él comprendían el motivo
por le habían concedido a este Duque el
título de: “El león negro de la Guerra”.
A diferencia de los hombres pasivos, los
dominantes siempre tenían mujeres
merodeando a su alrededor, haciendo fila
con lujuria.
Lucia podía entender a las múltiples
mujeres que intentaban hablarle. El Duque
guardaba una posición alta y mucha
riqueza; era joven y atractivo; tenía todo lo
que se podía pedir. No tenía ni mujer, ni
pareja. Sería difícil encontrar a alguien
comparable con él en todo el mundo. Era lo
más raro de lo raro. De hecho, si Lucia
tuviese una posición social más alta, no
habría dudado en unirse a esas mujeres.
Si al menos tuviese los pechos más
grandes… Ah…
Sus suspiros albergaban muchos
significados. Le era imposible acortar la
distancia entre el Duque y ella.
En la fiesta había otra persona tan fatigada
como Lucia. Su nivel de estrés era, de
hecho, más alto que el suyo. Las basuras
[2] que se le pegaban como la cola ponían a
prueba su paciencia mientras él se
preguntaba cuándo se cerrarían la boca y se
perderían por ahí.
El hombre echaba de menos el campo de
batalla. Allí podía callar a la gente todo lo
que quisiera. La pequeña alegría de su vida
era poder decapitar a los que le llamaban
demonio. Era una suerte que no tuviera
armas con él en aquel momento. Confiaba
en su paciencia, pero no por completo.
Hugo movió los ojos a una esquina. Nadie
se había dado cuenta que llevaba
observando a una persona en particular
todo este tiempo.
No ha cambiado nada.
La mujer de apariencia frágil con el pelo de
un marrón rojizo había estado quieta en el
mismo sitio sujetando la misma copa todo
este tiempo. Llevaba cuatro días sin
quitarse ese vestido azul pastel.
Él no solía asistir a fiestas, pero era lo
suficientemente inteligente como para
saber que las mujeres no llevaban el mismo
vestido al día siguiente. En una fiesta como
aquella, las mujeres normalmente tenían
unos tres vestidos y los iban rotando. En el
caso de no tener dinero para los tres, era
mejor no presentarse. La muchacha
desestimaba a todos los que tenía a su
alrededor, no le había visto intentar
conversar con nadie: ni una sola vez.
¿Será por dinero?
Si lo que le interesaba era su dinero, era
mejor que se lo dijera directamente. Estaba
preparado para darle una suma de dinero
sin hacerle preguntas. Admiraba su espíritu
firme.
En un principio, iba a ir a la fiesta sólo el
primer día, pero entonces, cambió de idea y
decidió asistir también el segundo. Le
interesaba si ella aparecería al día siguiente
y lo hizo. La muchacha se presentó con el
mismo vestido azul y continuó
observándole desde una esquina. Si su plan
era llamarle la atención llevando el mismo
vestido siempre, lo había conseguido.
El segundo día no se le acercó. Él podría
haberse acercado a ella y haber iniciado
una conversación: pero no lo hizo.
Esperaba a que ella diese el primer paso.
Sentía que era un juego.
Al final, ella había establecido el récord al
atender a la fiesta los cinco días seguidos.
Kwiz estaba muy contento, ni siquiera él
había asistido cada día para ganarse su
favor. Aquella mujer no se le acercaba y
siempre mantenía sus distancias.
Seguramente sea por todas estas mierdas.
Todas estaban seguras de haber hecho lo
mejor que pudieron para causarle una
buena impresión al Duque, sin embargo, en
cuanto Hugo les dio la espalda ya las había
borrado de la cabeza.
Creo que si estoy solo se me acercará… ¿Y
si pruebo de encontrar algún sitio donde no
me pueda encontrar nadie?
Llevaba yendo a la fiesta durante cinco días
y su curiosidad por aquella mujer no había
disminuido. Además, Kwiz, que se le
pegaba todo el día, se había ido a algún
lado.
–Disculpadme.
Cuando Hugo les pidió comprensión, todo
el mundo expresó su renuencia y le miraron
mientras se marchaba. Asumieron que
volvería cuando terminase de ocuparse de
sus asuntos y le esperaron parloteando
entre ellos felizmente.
¿Eh?
A Lucia, que le había estado vigilando, le
sorprendió su comportamiento. No parecía
del tipo que deambulaba por las fiestas.
Normalmente, permanecía en el mismo
sitio y la gente le rodeaba. Era la primera
vez que se iba a algún lado él solo. Lucia
titubeó momentáneamente, entonces,
decidió seguirle. Esa podría tratarse de su
primera y única oportunidad.
Hugo anduvo ociosamente. Podía sentir a
alguien detrás de él.
¿Qué estoy haciendo?
Se rió de sí mismo. Le parecía divertido
que él fuera pasar por tantos problemas
para escuchar lo que esa mujer tenía que
decir. No era del tipo que perdía su tiempo
en cosas inútiles. Si se hubiese limitado a
ignorarla ya habría terminado.
No quería llevársela a la cama y para él,
sólo existían dos tipos de mujer: las que
quería llevarse a la cama y las que no. Era
la primera vez que le interesaba una mujer
del segundo tipo.
Estos días han sido bastante aburridos.
Anhelaba la tensión, las tropas dragadas
por la locura y la sensación de la sangre
cálida y pegajosa. Salió de sus
pensamientos sobre la guerra. Tenía mucha
curiosidad por el objetivo de esa mujer.
Se dirigió al jardín este. Allí es donde más
brillaba la luna, pero precisamente por eso,
no era un buen lugar para tener una
aventura. Era el mejor sitio para estar a
solas sin tener que escuchar gemidos.
Se puso cómodo al lado de una fuente
vacía. El lugar estaba en el jardín y abierto
hasta cierto punto. No había nadie por los
alrededores, pero tampoco estaba desolado.
Satisfecho con su elección, giró la cabeza
hacia el sonido del crujir de las hojas secas.
Sin embargo, cuando vio a la mujer que
apareció, la sutil diversión de su corazón
desapareció en la distancia.
–Hugo…
Una rubia bien dotada brillaba como una
joya bajo la luz de la luna. La expresión del
Duque se tensó al ver a la mujer con un
rostro tan encantador como el suyo.
–Sólo le permití llamarse por mi nombre
antes, señorita Lawrence.
La jovencita se sorprendió y le tembló la
vista. Con sus frías palabras Hugo acababa
de trazar una línea. Le quitó el privilegio de
poder llamarle por su nombre y no la llamó
por su nombre de pila como antes. Sofia le
miró con los ojos rezumantes de lágrimas
mientras se mordía los labios rojos.
–Disculpe mi grosería, por favor, mi señor.
–¿He interrumpido su paseo?
–No, me acabo de dar cuenta que mi señor
iba para mí y…
–Le agradecería que se marchase ya.
–Un momento… Sólo necesito un
momento. Mi señor, por favor…
Él suspiró.
–¿Qué palabras quedan por decir?
–…Sois demasiado cruel. ¿Por qué me
aparta con tanta frialdad? Creía que
nuestros corazones eran uno.
–Señorita Lawrence, – él respondió a la
mujer al borde de llorar un rio entero con
indiferencia. – Jamás he compartido mi
corazón con nadie. Yo sólo comparto mi
cama.
Sofia, con los ojos llenos de lágrimas, no
podía creer lo que oía. Le temblaron los
hombres mientras se secaba las lágrimas
con un pañuelo.
Hugo no se molestó con consolarla y se
quedó de pie a cierta distancia con las
manos en la espalda. Empezaba a irritarse.
Por esto mismo había dejado de jugar con
solteras: siempre rompían las normas.
Mirarla le frustraba, por lo que le dio la
espalda.
–No sacaremos nada bueno de alargar esto
con palabras.
Sofia miró al hombre que había puesto una
pared entre ellos con ojos resentidos. No
podía creerse lo frío que estaba siendo. Su
odio se transformó lentamente en algo más
caliente conforme estudiaba su espalda.
Sofia corrió y le abrazó por la espalda.
Entrelazó los brazos alrededor de su pecho
firme y enterró el rostro en su espalda.
Rebosaba emoción y estaba impregnada de
calor. Se lamentaba al pensar en su noche
de pasión. Sus pechos llenos se apretaban
contra la espalda de él apasionadamente y,
aun así, él cerró los ojos y se deshizo de sus
brazos despiadadamente. El cuerpo se Sofia
se estremeció cuando le vio darse la vuelta
y retroceder un paso para dejar espacio
entre ellos: no le dejaría la más mínima
libertad de acción.
–¿Qué he hecho mal? Todo lo que hice fue
confesarle mi amor a mi amante. ¿Por qué
me enviasteis rosas de separación? Sois
demasiado.
–¿Amante? – Chasqueó la lengua. ¿Cómo
podía ser tan estúpida esta chica? – Desde
el principio se lo dejé claro. Le dije que
guardase su corazón para usted. Me
prometió hacerlo. ¿Ahora está fingiendo
ignorancia?
Sofia no lo había olvidado. No había
olvidado que en cuanto le hablase de amor
la rechazaría. Sofia era plenamente
consciente de ello. Todas las mujeres antes
que ella había experimentado lo mismo,
pero ese hombre frío pronunciaba su
nombre con tanta pasión y la abrazaba con
tanta dulzura que lo había olvidado.
Sofia siguió los pasos de todas las
estúpidas mujeres que había habido antes
que ella. Cayó en la categoría de: “mujer
del pasado”.
–¿No podemos… volver a empezar? Mi
señor, no le volveré a mostrar mi corazón.
No pasa nada si está con otras mujeres.
Déjeme quedarme a su lado, por favor.
–Era una hermosa flor, señorita Lawrence.
Arranqué la flor y la dejé en un jarrón, pero
el destino de las flores es marchitarse, nada
más.
Los labios de Sofia temblaron al
imaginarse a sí misma como una flor. Cada
una de sus palabras mutilaba su corazón.
Cuando era su amante había tenido la
sensación de tener el mundo en sus manos.
Era un hombre apasionado y dulce, y
tampoco vacilaba en mimarla con regalos
caros. Si decía que había visto algo bonito,
él se lo regalaba al día siguiente. En cada
baile desfilaba con sus collares y
pendientes regalados e incluso insinuaba su
relación y él, por su parte, no objetaba
nada.
Cierto día, una mujer que había tenido una
relación pasada con el Duque le advirtió
que si quería quedarse con él más tiempo
no debía intentar acercársele, que tenía que
disfrutar de sus días hasta que le llegasen
las rosas.
En aquel momento, esas palabras le
parecieron tonterías y, cuando se percató de
la realidad, ya era demasiado tarde. Sofia
se había enamorado demasiado y él ya se
había marchado, dejándola con nada más
que un ramo de rosas amarillas.
–Otro ha tomado a la mujer del Conde
Falcon, esa mujer es poco más que una flor
marchita.
Sofia se le volvió a acercar cuando escuchó
los rumores que circulaban a pesar de que
hacía mucho tiempo desde que se habían
separado. La esposa del Conde Falcon era
famosa por tener tres difuntos maridos.
Sofia no podía digerir que la hubiesen
reemplazado por semejante mujer.
Hugo se fue irritando más conforme
avanzaba su encuentro. Escaneó el bosque
que tenía delante rápidamente. Alguien
había estado escuchándoles todo este
tiempo. Hugo estaba seguro de que era
aquella mujer. Su meta no era presumir de
su relación pasada con esa chica, sino
descubrir que es lo que aquella chica le
había querido decir y, al final, todo se había
vuelto una molestia.
–No se sobreestime, no es de su
incumbencia con quien duerma.
–Es una mujer maldita, mi señor.
Simplemente me preocupa que pueda
dañarle.
Se había esforzado mucho para meterla en
su cama. Sofia no se le acercó primera,
tuvo que pedirle bailar y seducirla. Había
disfrutado de una aventura amorosa
distinta. Era una mujer hermosa y
materialista. La próxima sería lo contrario.
–Señorita Lawrence. – Su voz sonaba
increíblemente fría y asustó a Sofia. – Odio
que me consuman las emociones y, por eso,
no me enfado. Es un gasto inútil y es
desagradable estarlo. Pero si continúa
enfadándome más que lo que ya lo estoy,
tendrá que pagar un precio. Hasta ahora,
todos los que me han hecho enfadar lo han
pagado con sus vidas.
Sofia perdió toda la sangre del rostro y
empalideció como una hoja de papel.
–No me enfade.
A Sofia le temblaron los labios mientras le
contemplaba unos instantes, entonces, se
dio la vuelta y corrió con todas sus fuerzas.
Él vio desaparecer su figura con la mirada
fría y, entonces, dirigió su atención a cierto
lugar.
–Salga. Es hora de dejar de escuchar a
hurtadillas como un gato ladrón.
* * * * *
Lucia necesitaba que alguien la aconsejase.
Quería pensar en el desenlace de todo
aquello con otra persona y la única persona
en la que podía confiar era Norman.
Norman era más mayor que ella, aunque si
se sumaban los años de su sueño, Lucia la
superaba. Norman había escrito muchas
novelas haciendo uso de las experiencias y
dificultades de la vida de la muchacha, por
lo que estaba segura de que sería capaz de
ayudarla.
Lucia no podía confesarle cada uno de los
detalles a su amiga ya que Norman creía
que Lucia era sólo una criada de palacio.
Era imposible que le pudiese decir algo del
estilo de: “en realidad soy una princesa y
estoy pensando en tener un matrimonio de
conveniencia con el Duque de Taran. ¿Qué
te parece?”.
–Norman, tengo que tomar una decisión
importante. – Lucia quiso parafrasearlo de
una forma abstracta. – Tengo dos caminos
ante mí. Si no hago nada, iré por el de la
izquierda y sé lo que me va a pasar si voy
por ese: sufriré mucho y tendré una vida
dura. Sin embargo, puedo intentar ir por el
de la derecha, pero no tengo ni idea de lo
que me aguarda y, aunque tenga éxito y
pueda caminar por él: no sé qué clase de
camino es. El camino de la derecha me
puede llevar a una vida mejor, pero a la
vez, cabe la posibilidad de que acabe
viviendo en un sitio peor que el infierno.
Norman, ¿qué camino escogerías tú?
–Si fuera tú, probaría mi suerte y me iría
por el de la derecha.
–Ni siquiera te lo has pensado…
–¿No has dicho que ya sabes lo que te
pasará si vas por el de la izquierda?
Además, es una vida mísera. En ese caso,
tienes que aprovechar las oportunidades
que tengas. Aunque el camino de la
derecha te lleve a un sitio peor, será algo
que has decidido tú y no te arrepentirás.
–Arrepentirme…
–Y, ¿no sería aburrido conocer tu futuro?
La vida sólo es divertida cuando no sabes
qué va a pasar. Aunque hoy te sientas sola,
¿qué pasará mañana? La gente sólo puede
vivir si tiene esperanza en su corazón.
–Guau, Norman. Pareces una sabia.
–¡Puajaja! “Sabia”, dice. ¡Anda ya! Soy
alguien que no sabe ni lo que significa
“mañana”. La vida es una apuesta. Sólo
tienes un tiro. Es imposible ganar si no
asumes ningún riesgo.
Tal y como había dicho Norman, era una
apuesta. Una apuesta con su vida en riesgo.
Si consiguiese ser la esposa del Duque su
vida cambiaría por completo. Aunque se
casase para divorciarse, se le garantizaría
una compensación básica para poder
continuar viviendo. Su sueño de vivir en
una casita de dos plantas ya no estaba tan
lejos. La vida que vivió en sus sueños fue
terrible, quería una vida tranquila y
despreocupada.
–Sí, a por ello. Sólo hay una oportunidad
en la vida.
Antes de que se le pasase la valentía, Lucia
se marchó de casa de Norman y avanzó
hasta la mansión del Duque de Taran.
Cualquiera de la calle sabía indicarle. Todo
iba bien hasta ese momento, pero, cuando
estuvo de cara contra las puertas de acero
de la mansión, no pudo respirar. Toda su
valentía se disipó.
¿Por qué no hay nadie?
No había ni un solo guardia defendiendo la
mansión del Duque.
¿Todos mis esfuerzos han sido en vano?
Si un soldado real la interrogase, se vería
obligada a huir, sin embargo, sentía un
vacío al ver que no había nadie. Empujó la
puerta para pagar su frustración, pero la
puerta se abrió con facilidad.
Oh, Dios mío… Está abierta.
Echó un vistazo dentro muchas veces y
titubeó antes de entrar en la finca con
prudencia. Asumió que, como era la
mansión del Duque, la encontrarían en
cuanto entrase. Por desgracia, daba igual lo
mucho que caminase por ahí, no vio ni la
sombra de una persona.
¿Por qué hay tan poca vigilancia? ¿He
llegado a la mansión correcta?
–¿Quién eres?
De repente, un hombre apareció delante de
ella. Lucia jadeó d ela sorpresa y se apretó
las manos en el pecho para calmarse. El
hombre no pareció arrepentirse por
sorprenderla sin ningún tacto. En lugar de
eso, se acercó y empezó a revisarla.
–No pareces una empleada, ¿qué haces
aquí?
Se pavoneó con grosería. El pelirrojo
llevaba una armadura imponente con un
león negro grabado en ella. Lucia
permaneció de pie.
–¿Eres uno de los caballeros del Duque?
El hombre lo encontró divertido.
–¿Por? – La estudió de arriba abajo. – Sí,
¿por?
–¿Mi señor está en casa?
–No sé. ¿Por qué le buscas?
–Me disculpo por entrar sin permiso,
¿podrías decirle a mi señor que tengo un
mensaje para él? Solicito una audiencia con
el Duque de Taran.
–¿Y tú quién eres?
–Yo… Yo tengo un mensaje importante
para mi señor. Si le dices que soy la que le
propuso un contrato en la fiesta de la
victoria estará dispuesto a encontrarse
conmigo.
–Eso me da igual, te estoy preguntando que
quién eres. No puedo dejarte entrar en la
mansión del señor sin saber tu nombre. No
pareces una noble, ¿eres una vendedora?
Lucia sintió cómo se le enrojecían las
orejas. En su estado actual, sería difícil
insistir en su nobleza, mucho menos en que
era una princesa. No le diría nada ni por la
fuerza. Lamentó no hacerse pasar por una
chica de los recados, pero ya era demasiado
tarde.
–Aunque estoy así vestida y parezco
insignificante, soy una noble.
El hombre se quedó patidifuso y la miró un
rato. De repente, se dio la vuelta.
–Sígame.
* * * * *
Golpeó la puerta con el puño y entró sin
esperar una respuesta.
–Voy a entrar.
El hombre pelirrojo metió la cabeza dentro
de la oficina donde un hombre con el
cabello de un negro sombrío estaba sentado
detrás de un enorme escritorio.
El Duque le echó un vistazo al hombre que
se pavoneaba en la habitación y, acto
seguido, continuó leyendo unos
documentos y firmándolos.
–¿Y Jerome?
Si su virtuoso mayordomo hubiese
presenciado el comportamiento brutal de
ese mocoso, no se habría quedado callado.
–Ha tenido que encargarse de unos asuntos.
Me ha dicho el motivo, pero se me ha
olvidado.
Debía tratarse de un asunto bastante
urgente, sino Jerome no se habría ido
dejando a este zagal al mando.
Seguramente no iba a ausentarse durante
mucho tiempo, por lo que había decidido
no molestarle.
–No tengo tiempo para jugar contigo. Juega
solo.
–Caray… Siempre me tratas como a un
mocoso inmaduro. –Hizo una pausa y
añadió en voz baja. – Ni siquiera eres
mucho mayor que yo.
–Si fueras un mocoso inmaduro te habría
enseñado una lección hace mucho tiempo.
–Guau, ¿cómo puedes tener la cara de decir
eso después de pegarme tanto en nuestras
sesiones de combate?
–Lo hice porque eres adorable.
–¡Ah, joder…!
Él resopló con resentimiento y Hugo estaba
refucilado sonriendo un poco, entonces,
recuperó su habitual expresión fría. La
única persona a la que Hugo le mostraba
emociones era a ese mocoso.
–Tienes visita.
–No espero a nadie.
Había una interminable cantidad de gente
haciendo cola para verle, si Hugo aceptase
verlos a todos, no tendría tiempo ni de
dormir.
Aunque la mayoría eran respetuosos y le
enviaban cartas para solicitar una audiencia
formalmente, algunos se colaban ignorando
la advertencia del soldado. Entonces, se
metían en la sala de estar y afirmaban tener
permiso. Al final, todo fue demasiado
problemático y Hugo decidió deshacerse de
todo el mundo. Si pasaban la puerta, les
denunciaba por allanamiento de morada y
les apuntaba con la espada y les hería un
poco esparramando bastante sangre. A
partir de entonces, nadie se atrevió a seguir
entrando en su mansión y, a la vez, se
convirtió en el infame “Duque malvado”.
–Es una visita muy divertida. ¿Por qué no
le echas un vistazo?
–¿Lo conozco?
–No, aunque parece un plebeyo harapiento
dice ser noble. – El pelirrojo se burló.
Además, su ropa son una mierda y no tiene
criados, pero sigue teniendo un aire de
seguridad. ¿A qué es divertido? Me muero
por saber por qué quiere encontrarse con el
Duque. – Los ojos de Roy, el pelirrojo,
relucieron y Hugo chasqueó la lengua.
El desvergonzado interrumpía su trabajo
para satisfacer su curiosidad. Si Jerome, su
mayordomo, hubiese estado ahí habría
dado un brinco del enfado. Roy sabía que
Jerome le criticaría y le regañaría durante
dos horas como mínimo, pero, aun así, su
diversión era mucho más importante.
Roy había estado quejándose de lo aburrido
que estaba y, si se negaba, se dedicaría a
molestarle sin parar. En ese momento,
Hugo se agotó de ver los interminables
documentos que tenía que revisar. Tal vez
sería buena idea tomarse un descanso.
–¿Hay algún otro mensaje?
–¿Qué más ha dicho…? Para empezar, es
una chica.
Hugo llevaba todo el rato pensando que su
invitado era hombre, así que, en respuesta,
frunció las cejas con enfado. Roy dio un
brinco para atrás como si se hubiese
quemado y huyó a la esquina más alejada
del despacho.
–Ha balbuceado no sé qué de un contrato
de la fiesta de la victoria. Dice que tienes
que verla sin falta.
Los ojos de Hugo se sacudieron. Habían
pasado diez días sin noticia de ella y él
había empezado a sospechar de las
intenciones de la muchacha.
–¿Dónde está?
–En la sala de estar. Oh, no la he dejado
sola. Le he ordenado a una criada que le
sirviera té. Tengo un mínimo de modales. –
La presumida figura de Roy era
dolorosamente patética.
* * * * *
Los dos hombres se sentaron delante de
Lucia, y ella se dedicaba a sorber su té y a
echarle alguna que otra mirada de soslayo
al Duque. No podía creer que estuviese así
sentada en la misma habitación que él.
Aunque no era la primera vez que le veía,
verle en persona seguía siendo interesante.
Es el… Duque de Taran de verdad…
El contraste entre su cabello negro y sus
ojos escarlata aterrorizarían a cualquiera
que intercambiase miradas con él. Tenía
una presencia tan fuerte que dejaba una
impresión inolvidable. Era la primera vez
que se veían desde el baile, y estaban
sentados el uno en frente del otro en una
habitación bien iluminada.
–¿Ha venido sabiendo que estaba?
–N-no. Si no estuviera en casa, le habría
dejado un mensaje.
Su voz reflejaba su apariencia física. Tenía
un tono grave y pesado, y un aura
penetrantemente dominante. Lucia ya había
pensado que su voz era increíble cuando se
escondió entre la maleza.
Yo… No me habría imaginado que la
apariencia y la voz de una persona me
pudiese afectar tanto…
En sus sueños la habían engañado múltiples
veces, pero nunca aprendió la lección.
Había perdido todos sus ahorros por un
hombre atractivo del que se había
enamorado. Era difícil cambiar los
sentimientos humanos a voluntad sin
importar lo mucho que se sufriese.
Seguramente es culpa del Conde Matin.
Mientras estuvo en el palacio real, Lucia no
vio ni conoció a ningún hombre y, el
primer hombre que conoció fue viejo,
obeso, bajito, feo y violento. Habiendo
pasado por semejante experiencia, no pudo
evitar que un hombre atractivo le robase el
corazón.
Aunque su atractivo no lo convierte en un
buen hombre…
El hombre delante de ella era la prueba. Era
un mal hombre. No tenía ningún
inconveniente en pisotear el corazón de una
mujer como si fuera un juguete. Lucia era
consciente de ello y no estaba segura de no
convertirse en alguien como Sofia en algún
futuro lejano. Si él le susurrase dulces
murmuros al oído con esa voz y rostro, se
perdería.
Contrólate. Tienes que controlarte.
Lucia tranquilizó a su latente corazón.
–He sido una grosera por pedir una
audiencia sin aviso previo, Por favor,
perdóneme por presentarme tan tarde. Soy
la décimo sexta princesa del Emperador:
Vivian Hesse. Es un honor poder hablar
con Su Señoría.
–Pfft.
Cuando Lucia se presentó como “décimo
sexta princesa”, el pelirrojo que la había
guiado por la mansión estalló en
carcajadas. No se tomó a pecho su risa
burlona, se limitó a observar lo
desconsiderado que era. Sabía quién era:
Roy Krotin, el leal subordinado del duque.
Se le conocía como el perro loco Krotin, el
pelirrojo. La mayoría de las historias sobre
él estaban exageradas, pero con que la
mitad de esas anécdotas fueran verdad ya
era más que suficiente para reconocerle
como: “perro loco”.
–Iré directamente al grano para no gastar su
valioso tiempo. He venido… a pedirle la
mano de mi señor en matrimonio.
En cuanto Lucia terminó su frase, contuvo
el aliento. Sentía que le iba a explotar el
corazón de la quietud. Habiendo cruzado el
punto de no retorno se sentía mejor. Lucia
continuó observando su expresión: tenía el
ceño fruncido, pero, sorprendentemente,
mantuvo su expresión indiferente. La
reacción vino de su lado.
–¡Buajajaja!
Roy reía como un loco y, de hecho, el
Duque de Taran le miró fríamente,
preguntándose si realmente habría
enloquecido. Aun así, las carcajadas de
Roy no se detuvieron y, al final, el duque le
dio un puñetazo a la parte trasera de la
cabeza para que parase.
–Ay, ¿intentas matarme? – Roy se sostenía
la parte trasera de la cabeza y gritaba
furioso, con una única lágrima colgándole
del rabillo del ojo.
Lucia se asustó al verlos.
¿Por esto se le conoce como “perro loco”?
–Eres un escandaloso. Fuera.
–¿Eh? ¿Por qué? Cerraré la boca y estaré
callado. De verdad…
Roy cerró la boca mientras que Hugo
chasqueó la lengua y tornó su atención a la
jovencita que tenía sentada delante de él.
¿Una princesa?
Hugo estudió a la señorita que afirmaba ser
una princesa. En el baile de la victoria sí
que parecía una señorita noble, pero ahora,
en ese momento, no era muy distinta a
cualquier plebeya que se podría encontrar
por la calle.
¿Y dice ser una princesa?
No tenía ningún interés en la familia real.
Ni el rey mismo sabía cómo eran sus hijos,
y no eran precisamente pocos, por lo que el
hombre asumió que realmente era una
princesa. Si su rango fuera demasiado bajo
no habría fingido algo así y, además, era
extrañamente detallada al respecto.
Le encantaba las mujeres, pero tenía sus
propias reglas: no se acercaría a ninguna
que le diera más problemas de lo necesario.
Sólo necesitaba a una mujer con la que
dormir, alguien a quien poder tirar
afirmando estar borracho. Una princesa de
primer rango estaba en su lista de
negativas. Para empezar, de haber sabido
que era una princesa, no habría consentido
ese encuentro.
–¿Quién ha sido?
–¿Qué…?
–Princesa, ¿quién la ha enviado aquí? No
podemos seguir con la discusión hasta que
se sepa quién es el cerebro detrás de todo
esto.
–¿Cree que soy una princesa?
Lucia había pensado que se enfadaría por
pensar que le estaba engañando. Había
decidido aceptar cualquier insulto o ofensa
sin quejarse, sin embargo, su reacción fue
demasiado tranquila.
–¿Mentías?
–No, no miento, yo… Pensaba que se
enfadaría.
–Si mintiera me habría enfadado.
Lucia recordó sus palabras del baile y un
escalofrío le recorrió la columna vertebral.
Nadie daba más miedo que este hombre
cuya descripción de “loco” albergaba otro
significado.
–No miento, aunque hay cosas que no
puedo contarle… No soy una mentirosa.
No hay nadie moviendo hilos. Yo soy
quién lo decide todo.
–Princesa, ¿hay alguien que sepa que está
aquí?
–Nadie. Nadie sabe que la princesa Vivian
ha salido de palacio.
No era mentira. Ella había salido de palacio
como la criada que servía a la princesa
Vivian. Ahora mismo se decía que la
princesa Vivian estaba en su propio palacio
marginado ocupándose de sus cosas.
–Ya descubriré cómo puede ser posible
más tarde. ¿No solicitó un contrato? Esto es
distinto a lo que me había dicho.
–No es nada diferente. Le estoy
proponiendo un contrato: un contrato que
cambiará la vida de alguien con un
matrimonio.
El duque estaba tan increíblemente perplejo
que no pudo enfadarse. En su estómago
empezó a emerger un calor. Todo aquello
era una pérdida de tiempo y una tontería.
La muchacha estaba haciendo todo lo que
él odiaba y él se burló de ella con frialdad.
–¿Está jugando con tonterías?
–Sé que lo que digo no tiene ninguna base
y entiendo que mis abruptas palabras le
causen rechazo. He venido para presentarle
todo lo que podrá conseguir si se casa
conmigo. Puede rechazarme después de
escucharme, no usaré mucho tiempo y no le
volveré a molestar.
Esta mujer parecía frágil como un conejo y
estaba totalmente nerviosa, no obstante, era
elocuente. Sus ojos sinceros le miraban
directamente, los mismos ojos que le
habían estado estudiando en el baile de la
victoria, esos ojos tan desesperados y, al
mismo tiempo, sin una pizca de codicia.
Por culpa de todo eso, le interesaba. El
motivo por el que había estado escuchando
todas aquellas tonterías era por sus ojos y,
una vez más, decidió malgastar su tiempo
un poco más.
–De acuerdo, hable.
–Mmm… Antes de eso. ¿La persona que
tiene a su lado puede marcharse?
–¡No! ¿Por qué?
Roy, que había estado observando todo este
tiempo con ojos relucientes, se puso furioso
y protestó por tener que perderse un
espectáculo tan interesante.
–Princesa, has podido llegar hasta aquí y
hablar gracias a mí, ¿cómo me puedes
apuñalar por la espalda de esta manera?
–Mmm, gracias y lo siento. Sin embargo, lo
que estoy retrasando es un asunto muy
importante. Esta información podría
dañarme terriblemente en el futuro. No es
que no crea en usted, pero me parece que
podría entenderme un poco.
–Yo no soy de los que cuchichean, pero…
¿Me conoces?
–¿Ah? Ah… Mmm… ¿No es usted
famoso?
–¿Sí? ¿Soy famoso…?
Roy se frotó la barbilla e inclino un poco la
cabeza mientras Lucia le observaba con
sudores fríos. Era cierto que este joven iba
a ser famoso en el futuro, pero podría ser
que todavía no fuera un hecho.
Le controla bien.
Roy, que hasta entonces estaba furioso, se
había tranquilizado y Hugo rió en voz baja.
A Roy le incomodaba discutir con una
mujer noble. Era violento y fortachón,
tampoco tenía filtro cuando hablaba y, por
eso mismo, solía parecer crudo y
maleducado. Además de todo eso, su voz
oprimía y molestaba a todo el que le
rodeaba. No obstante, si se le llegaba a
conocer, no había nadie más simple que él:
era un perro grande y terco.
No iba a ponerle un dedo encima a la
muchacha que tenía allí delante, pero era
interesante.
–Vete.
–…Caray. – Gruñó Roy, pero dejó la
habitación sin mucha pelea.
Ahora que estaban a solas, Lucia sintió
como se le arremolinaban los nervios de
nuevo. Repasó la escena en la cabeza una
vez más. Era una apuesta y acababa de tirar
el dado.
–Sé… que tiene un hijo, mi señor.
Parte II
–¿Ya está? – Preguntó Hugo mientras
ojeaba el informe de Fabian que consistía
en unas pocas páginas.
Había pasado un mes desde que el duque le
había ordenado investigar a la princesa.
Como ninguna investigación había tardado
tanto, había venido hasta allí de noche en
consideración por todo el esfuerzo que su
lacayo había necesitado y, ahora mismo,
estaba muy decepcionado.
–No había casi nada que investigar, así que
he sido cauteloso. Siento no cumplir con
sus expectativas.
Era la primera vez que Fabian sentía la
limitación de sus habilidades. No era la
primera vez que investigaba los
antecedentes de una persona, pero daba
igual lo mucho que buscase, no había nada.
Habían escondido a la muchacha en las
profundidades del palacio real, por lo que
no era nada fácil interactuar con ella. Nadie
conocía a la princesa Vivian, así que no
había por dónde empezar a investigar.
Hugo dejó de regañar a Fabian. Conocía
muy bien sus habilidades y que no era un
subordinado que haría un trabajo mediocre
para después esconderse bajo excusas.
La princesa había crecido como una
plebeya hasta los doce años. Después de
aquello, había entrado al palacio real.
Aparentemente, nunca había salido de
palacio y tampoco había debutado en la
sociedad. Sin embargo, una vez a la
semana fingía ser una criada de palacio que
tenía que salir para hacer un recado. Esa
era toda la información que Fabian había
conseguido.
¿Cómo consiguió comportarse con tanta
naturalidad en el baile si todavía no ha
debutado?
En el baile no se hizo un nombre, pero no
era un lugar que cualquiera pudiese asumir.
En la fiesta no destacó, pero tampoco
cometió errores o se buscó problemas.
–¿Se escribió un permiso de salida para ella
misma y se fue así como así? ¿Desde
cuando es tan fácil escapar de palacio?
–Los soldados la conocen como criada.
Hay demasiados hijos en la realeza, así que
hay demasiadas criadas que entran y salen
de palacio como para contarlas. Sólo
comprueban si se están llevando algo de
palacio y ya.
El duque se había estado preguntando qué
hacía cada semana, pero al parecer, siempre
iba al mismo sitio: cada semana iba a la
casa de una novelista famosa. La autora
también vivía una vida de ermitaña y tan
sólo conocía a una persona: la criada.
–¿Supongo que ha conseguido la
información del mocoso de ella?
La existencia de Demian, su hijo, no era un
alto secreto, pero tampoco era algo que una
princesa pudiese saber por capricho. Hugo
tenía sus dudas de cómo se había enterado
y, por eso mismo, ordenó que la
investigasen.
–Es una autora famosa. Por sus novelas se
sabe que entiende muy bien la alta sociedad
y parece tener conexiones con algún
informante que le detalla los rumores más
recientes. No he podido confirmar la
identidad de esta persona, pero si así lo
desea, continuaré investigando.
–Da igual, eso no importa. Al final, lo que
quería confirmar era si es o no una
princesa.
La mayoría del informe era fruto de
especulaciones. Era una princesa sin nada
bajo su nombre, pero al mismo tiempo,
todo lo que la envolvía era un misterio.
Volvió a revisar el lamentable documento
una vez más.
–¿Por qué no tiene criadas viviendo con
ella?
–Muchas han trabajado con ella… Pero la
mayoría se han ido o las han reasignado a
los pocos días por razones desconocidas.
–¿Estás seguro de que no hay nadie
moviendo los hilos?
–Sin duda. He investigado arriba y abajo, y
no tiene ninguna conexión con ninguna
facción de la realeza.
Era imposible conseguir un informe mejor.
Hugo se perdió en sus pensamientos
momentáneamente y no tardó mucho en
llegar a una conclusión. Siempre se
encargaba así de sus responsabilidades: de
una forma rápida y ordenada.
–Como cada semana sale del palacio,
seguramente salga mañana. Tráela.
–¿Eh…? ¿Mañana…?
Era su día libre.
–¿Algún problema?
–…No. Mi señor.
El karma le quitó su día libre por su
terquedad. Fabian rechinó los dientes.
Estaba completamente seguro de que eso
también formaba parte de la maldición de
la bruja.
* * * * *
–¿Cómo fue aquello? – Preguntó Norman
mientras le echaba un ojo a Lucia.
–¿El qué?
–Lo de los dos caminos que me preguntaste
la semana pasada. ¿No era sobre ti? No
conozco muy bien los detalles, pero ¿es
algo difícil de contarme?
–Sí… Perdona.
–No pasa nada. Todo el mundo tiene uno o
dos secretos. A veces hay que guardar un
secreto de tu familia y la gente a la que
quieres. Pero parece que te preocupa
algo… Quería saber si estás bien.
El trabajo de Norman era comprender las
emociones y los pensamientos de los demás
por eso entendía al resto con exactitud. A
pesar de que la señorita Phil siempre tenía
una expresión amarga, Norman no tenía
ningún problema en entenderla, mientras
que Lucia no conseguía ver nada más que
su amargura.
–Lo que dijiste me ayudó mucho. He
decidido apostar y ahora mismo espero el
resultado.
–Ya veo. Si tienes buenas noticias, dímelo.
–Sí, lo prometo. Pero Norman, mi corazón
a veces no parece mi corazón últimamente.
Esa persona está… Te contaré lo que
ocurre: es mi padre.
Incluyendo la vez que le vio con doce años
y cuando se lo encontró en sus sueños, sólo
había visto dos veces. Para ella su padre era
un misterio.
–Mi padre es negligente conmigo. No me
mata de hambre, y me da de comer. Pero,
sólo le vi una vez a los doce años y ya.
Nunca lo he pensado demasiado. Es como
si no tuviese padre. – Un año. Sólo quedaba
un año. En un año el Emperador iba a
morir. – Siempre he pensado que no tenía
nada que ver conmigo, pero últimamente
no puedo evitar odiarle… o algo así.
Quería entrar en el palacio donde residía el
Emperador y soltarle: “morirás pronto” en
la cara. Continuaba con ese atroz deseo de
ver cómo se le torcía la cara.
Ella era sólo uno más de sus hijos, no algo
fruto del amor. Si tan sólo le hubiese
profesado un poco de afecto, no la habría
vendido a semejante matrimonio.
–Siento que estaré muy agradecida si
muere, aunque sea mi padre… No debería
pensar así, ¿verdad?
–¿Qué dices? ¿A eso le llamas padre? –
Norman miró a Lucia con ojos tranquilos y
tristes. – No pasa nada por odiarle, no pasa
nada por maldecirle con una copa de agua.
Mientras el dolor de tu corazón
desaparezca, no pasa nada. Mientras ese
sentimiento no se coma tu corazón, puedes
odiarle.
Los ojos de Lucia enrojecieron. Todo por
culpa de Norman. Jamás en su vida había
sabido lo que era el afecto y, pesé a ello,
una completa desconocida como Norman la
había tratado con muchísimo cariño y
afecto. No se le podía comparar con su
padre. La semilla de odio por su padre
había crecido a través de la amistad y del
cariño de Norman.
Norman se sentó a su lado con cuidado y la
abrazó entre sus brazos.
–Lucia, siempre pretendes ser mayor de lo
que eres. La vida es corta. No podrás hacer
todo lo que quieres, aunque vivas haciendo
lo que te venga en gana. Mientras no vayas
a matar a alguien, no te contengas, haz todo
lo que quieras. Este es mi consejo.
Lucia estalló en carcajadas. Técnicamente,
Lucia era mayor que Norman. La
muchacha abrió los brazos y la abrazó. A
pesar de que Norman era muy delgada, su
abrazo fue acogedor y abrigado. Lucia era
mucho más feliz en esta vida que en su
sueño. Para ella, con sólo haber conocido a
Norman ya había triunfado en su segunda
vida.
* * * * *
Conforme se dirigía al palacio real, un
hombre le barró el paso. El joven castaño le
hizo una reverencia y le entregó un sobre.
Ella vaciló unos instantes antes de
aceptarlo.
El sobre estaba vacío, pero delante tenía el
emblema de un león negro. No era raro que
adivinasen a qué hora solía marcharse de
palacio en esos momentos, ya debían haber
terminado su investigación.
–He venido a escoltarla.
Reconoció quién era este joven de ojos
azules por su sueño.
Fabian.
Era el ayudante personal del duque de
Taran. En la mesa del duque, donde se
evitaban los privilegios, sólo había unos
pocos nobles. Roy Krotin estaba entre los
nobles más famosos del ducado de Taran y
justo debajo de él, estaba Fabian que se
ocupaba de todas las tareas diarias del
duque: era el secretario y ayudante de
mayor rango.
Se decía que Fabian era quien se ocupaba
de aceptar y rechazar las invitaciones a las
fiestas, por lo tanto, todo noble, sin
importar cuan poderoso fuera, se postraba
ante él.
–¿Ahora… mismo?
–Nuestro señor ha solicitado una discusión
más detallada que la última. Puede rechazar
la invitación.
Lucia vio que, en el carruaje, que no tenía
ni el emblema ni una simple ventana, la
esperaban dos personas más. Nadie sabría
que se trataba del duque de Taran si la
metieran dentro y la hicieran desaparecer.
Qué minucioso. Me da un poco de miedo.
Lucia subió al carruaje sin decir nada más.
El coche partió y se detuvo al poco tiempo.
Alguien le abrió la puerta desde fuera y
Lucia pudo reconocer la mansión del
duque. La muchacha sólo había estado ahí
una vez pero reconoció los símbolos.
–Por aquí, por favor.
Otro hombre con los mismos ojos de
Fabian escoltó a Lucia a la mansión y
mientras ella esperaba en la sala de espera,
Fabian fue a llamar a la puerta de su señor.
–La hemos escoltado hasta aquí.
–¿Está sola?
–Sí.
–¿Ha venido tranquilamente?
–Sí.
Hugo soltó una risita. Era una señorita
graciosa. Desde la primera vez que se había
invitado a la mansión había sido una
persona peculiar, y hoy también, iba a ser
secreto que la habían llevado a su mansión.
Parecía no tener miedo de lo que pudiera
pasarle.
Hugo se sujetaba la barbilla con una mano
mientras tamborileaba la mesa con la otra.
El matrimonio había atraído su interés,
pero no estaba tan desesperado como para
casarse de inmediato. A pesar de la
investigación, todavía había muchos
misterios sobre aquella mujer. No parecía
sospechosa, pero eso no significaba que
pudieran pasarlo por alto. Tampoco era la
gran cosa, él nunca confiaba en nadie.
Ya fuera antes o después, el hecho que
tenía que casarse no cambiaba. Si se subía
al carruaje y llegaba a su casa, era un sí; si
lo rechazaba, sería un no. Así había elegido
tomar su decisión.
* * * * *
Cinco días después de su regreso al palacio
real, Lucia se enteró de un hecho increíble.
No se ha dicho si la boda será en seis meses
o un año entero. No podré ver o hablar con
Norman hasta que me case… Se
preocupará muchísimo por mí.
Después de mucha contemplación, decidió
escribirle una carta.
Le pediré que se la entregué en mi nombre.
Seguramente lo aceptará.
“Norman. Siento tener que enviarte
mi despedida a través de una carta. Por
favor, no te preocupes por mí estoy
viviendo una vida buena y plena. Sin
embargo, a causa de ciertos asuntos
importantes no podré ponerme en contacto
contigo. Por favor, no me busques y
espérame. Algún día nos volveremos a
encontrar, estoy segura. Te prometo que no
será por mucho tiempo. Nuestra amistad
durará toda la vida.
Me preocupa que te quedes hasta
demasiado tarde escribiendo. No es bueno
para tu salud que tus días y noches vayan al
revés. Por favor, cuídate.
C
on amistad eterna.”
Aunque alguien que no fuese Norman lo
leyese no sería capaz de obtener ninguna
información nueva y Norman podía
reconocer su letra, así que estaría más
aliviada cuando la recibiese.
Cuando terminó de escribir contempló el
cielo azul por la ventana: no había ni una
sola nube a la vista.
–Parece ser un buen día para hacer la
colada.
* * * * *
Lucia estaba empapada de sudor por haber
estado trabajando toda la mañana. Quitó
todas las colchas y las cortinas del palacio
para lavarlas; cogió barriles enormes de
madera, los llenó de agua con jabón y los
plantó delante de su palacio. Puso todas las
cortinas y todas las sábanas en diferentes
palanganas y empezó a pisarlos para
quitarles todas las manchas. Así es como se
pasó toda la mañana, trabajando y
sintiéndose como nueva.
Mientras Lucia pisoteaba la colada y
canturreaba una melodía alguien le habló
desde detrás.
–¿Trabajas aquí?
Lucia levantó la voz al escuchar la voz de
una desconocida. A juzgar por su uniforme,
parecía una criada de palacio. Las criadas
de trabajo y las de palacio llevaban
uniformes diferentes, aunque su diseño era
básicamente el mismo.
¿Qué hace una criada de palacio aquí?
Lucia observó a la criada de palacio
sorprendida, sin saber qué hacer, mientras
que la mujer la interrogaba con frialdad.
–¿Por qué no respondes? Pareces trabajar
aquí, pero es la primera vez que te veo. ¿La
princesa está dentro?
¿Me busca a mí…? ¿Por qué? No, espera,
¿qué voy a decir en una situación así?
Casi nadie sabía cómo era el rostro de la
princesa Vivian y en su estado actual la
criada no la iba a creer por mucho que se
presentase como la princesa.
–Muy bien. Date prisa y responde. ¿No
puedes hablar? Tenemos un invitado
honorable que desea ver a la princesa.
¿Honorable invitado? ¿Un invitado para
mí?
Era la primera vez que alguien la visitaba
en su palacio.
–No sabía que hacer la colada era uno de
los requisitos para ser una señorita
refinada. – Dijo alguien desde algún lugar
en un tono grave y familiar.
Lucia se quedó helada, era imposible que
fuera él. Giró el cuello con mucha
dificultad, era como si todos sus huesos se
hubiesen oxidado. Una persona que no
debería estar ahí estaba. Pelo oscuro y ojos
escarlata; un abrigo negro sobre una camisa
azul que exaltaba su melena oscura. El
hombre la observaba sin mucha expresión.
El alma de Lucia la abandonó en ese
preciso instante.
–¡Qué terrible que esta criada haya sido
incapaz de reconocerla, princesa! Es por el
pasatiempo tan extraño que tiene…
Cuando a todas las criadas de palacio
presentes se les reveló la verdad, sus
rostros empalidecieron. Lucia las vio y
estaba segura de que su cara estaba del
mismo color.
–H-Hola… ¿Qué está… haciendo aquí…?
–Para empezar, será mejor que hablemos
cuando salgas de ahí.
Lucia estaba atónita y en el proceso de salir
corriendo se había tropezado y caído al
suelo. No se había caído de una forma
embarazosa y tampoco se había hecho
daño, pero era bochornoso.
Tenía la cara ardiendo y alzó la vista con
un corazón precavido. Él la miraba de
brazos cruzados y continuaba tan
inexpresivo como siempre, pero ella no
pudo evitar pensar en lo patética que debía
parecerle en aquellos momentos.
Lucia se quedó paralizada cuando él se le
acercó. El duque se puso al lado de la
palangana de madera y le ofreció la mano.
Ella le miró la mano confundida y levantó
la vista, estirando mucho el cuello, para
mirarle a la cara. Si para empezar ya era
alto, en ese momento era como un gigante.
Era muy alto y de cuerpo robusto, pero eso
no afectaba a sus rápidos reflejos.
Él se preguntó por qué no aceptaba su
mano y frunció el ceño en una expresión de
regañina. Lucia le cogió la mano
rápidamente por impulso. Su mano era
enorme y la suya parecía la de una niña en
su palma. Él la hizo fácilmente de una sola
tirada.
Lucia escapó de la palangana, pero ahora
estaba descalza y la mirada del hombre se
clavó en sus pies. Lucia siguió su mirada
hasta sus pies y sus orejas se pusieron rojas
de la vergüenza.
–¡Ah! – Lucia gritó de la sorpresa al ver su
cuerpo suspendido en el aire. – ¡Se te va a
mojar la ropa!
* * * * *
Para variar se le habían presentado unos
problemas en los que tenía que pensar.
–Matrimonio…
En esos momentos tenía veintitrés años, la
edad óptima para el matrimonio. A pesar de
ello, no tenía intenciones de casarse. Tenía
más problemas de los que ocuparse a parte
de casarse y no quería gastar su tiempo en
algo tan molesto como una esposa. Para
empezar, ni siquiera quería ocuparse de la
boda, nunca le habían faltado mujeres. Pero
si quería que su hijo fuese su heredero
tendría que casarse ya que los únicos
capaces de suceder su posición eran
aquellos inscritos en el registro familiar.
Daba igual que el duque se divorciase o
muriese, tenía que casarse oficialmente
para añadir a su hijo al registro. La ley de
Xenon establecía que los solteros no podían
adoptar ni admitir a nadie en su registro
familiar.
El mocoso todavía era pequeño, así que no
corría prisa por casarse, pero algún día
tendría que pasar por ello y tendría que
encontrar a una mujer comprensiva que le
dejase aceptarle en el registro. Esa princesa
que le había ido a buscar era bastante
atrayente si tenía este asunto en mente.
–Libertad para mi vida privada, ¿eh? Es un
buen añadido.
Estalló en carcajadas. Le había mostrado
una reacción fría a la princesa, pero todos
los factores eran, en realidad, muy
llamativos. Sin embargo, había varios
aspectos sospechosos. Tenía que descubrir
si de verdad era una princesa y quién era el
cerebro detrás de todo aquello. ¿Cuál era su
propósito? Había supuesto que todo lo que
le había dicho aquel día había sido una
mentira. Siempre se ponía en las peores
cuando sospechaba algo.
–Mi señor, soy Jerome. – En cuanto el
duque le dio permiso, su fiel mayordomo
entró. – Estoy sin palabras, mi señor. Me
aseguraré de que no vuelva a ocurrir algo
como lo de hoy.
–No es culpa tuya. No puedes pasarte la
vida vigilando a Roy.
–Eso haré desde ahora.
Jerome jamás se habría imaginado que un
accidente tan grande podría suceder en el
poco tiempo que se ausentó. ¿Cómo iba a
dejar a su señor a solas con una persona de
antecedentes misteriosos? Jerome siempre
se cuidaba de no darle problemas a su amo.
En esos momentos sentía como si una
cantidad incontrolable de ira se acumulase
en su pecho. El mayordomo rechinó los
dientes y dirigió su ira ardiente hacia Roy.
–Ordena a Fabian que venga a verme en
cuanto llegue.
–Sí, señor.
Hugo decidió indagar todo lo que pudiese
sobre la princesa.
* * * * *
Jerome saludó a Fabian, que acababa de
llegar de la mansión del duque, bien
entrada la noche. Fabian era el ayudante
personal del duque y siempre hacía todo lo
posible para evitar horas de trabajo fuera de
su horario habitual, sin importar lo
ocupadas que estuvieran las cosas. Por lo
que, de no ser un asunto urgente, no habría
ido hasta allí a esas horas de la noche.
–¿Qué ha pasado?
Fabian le dio una palmadita en el hombro a
su hermano, Jerome, cuya cara estaba tan
rígida como una piedra. Eran gemelos de
misma madre y mismo día, pero no se
parecían en nada a parte de tener ojos
azules como la media noche. Todos los que
descubrían este hecho se quedaban
estupefactos.
–No es nada demasiado serio, relájate. Su
señoría tiene mucha curiosidad sobre esto y
como mañana es mi día libre, he decidido
pasarme hoy. ¿Sigue despierto?
–No está.
–¿Y eso? ¿Se ha ido de viaje nocturno?
Justo y llego, y no hay nadie. Bueno, no
hay remedio. Ah, no le digas a su señoría
que me he dejado caer, por favor. Mañana
es mi día libre, no quiero que me llame.
Fabian era un subordinado honesto, pero
siempre estaba medio paso por detrás por
culpa de su holgazanería. Jerome chasqueó
la lengua, pero no le refutó: confiaba en su
hermano. Si el trabajo fuese urgente se
habría asegurado de terminarlo cuanto
antes.
Fabian se dio la vuelta para irse, pero de
repente, se detuvo.
–¿Dónde ha ido?
Jerome titubeó un momento.
–A casa de la condesa Falcon.
–Falcon… Falcon… ¿Quién es…? ¿Qué?
¿Todavía la visita?
–Baja la voz. Todo el mundo duerme.
–¡Ese no es el problema! ¿Qué haces?
–¿…Qué debería estar haciendo? No tengo
derecho a preocuparme con quién duerma.
–¿No debería importarte? ¡Sus tres maridos
han muerto! ¡Es una mujer maldita!
–¿…Eres un niño? ¿Una maldición? ¿Eso
existe?
–¿Qué tal las cosas con la hija del barón
Lawrence?
–Ya le he enviado las rosas siguiendo los
deseos de mi señor.
–¿Por qué no me cuenta nada? Si lo
hubiese sabido…
–¿Qué habrías hecho? ¿Ibas a dejar que
entrasen mujeres a su dormitorio? Si
sobrepasas tus límites, perderás la vida.
¿Sabes a cuántos tienes detrás de tu cuello?
–Ah, de verdad. – El cuerpo entero de
Fabian se estremeció de la frustración
mientras se rascaba la cabeza furiosamente.
–¿Por qué te pones tan sensible cuando
escuchas el nombre de esa mujer?
–Ya te lo he dicho. Esa mujer es una bruja.
Alguien con tanta mala suerte no debería
estar cerca de su señoría. Lleva teniendo
una relación con ella desde hace un año ya.
Nunca ha estado así con sus otras mujeres.
¡Mi señor se ha enamorado de ella! ¡Sin
duda!
–Te garantizo que si dices eso delante suyo
perderás la vida.
–¡Lo sé! ¡Por eso me he quedado callado
todo este tiempo!
La dirección de su lealtad se había
desviado por una dirección amarga. A
pesar de que Jerome no odiaba la situación
tanto como Fabian, tampoco se sentía muy
cómodo con esa relación. Todos los
maridos de esa mujer habían fallecido al
año siguiente de su matrimonio por causas
desconocidas. Todos habían estado
perfectamente sanos y, de repente, un
accidente había acaecido sobre ellos. Por
tanto, todo el mundo creía que ella estaba
maldita. Además, la relación entre el duque
y la condesa Falcon era distinta a las
demás. Él mantenía relaciones sexuales con
ella mientras salía con otras mujeres,
tampoco le enviaba regalos caros como
solía hacer y así habían mantenido sus
ataduras.
Como hacía tres meses que había cortado
con la hija del barón Lawrence, la condesa
era su única pareja. Si Fabian se enterase,
estaría muchísimo más furioso y por eso
mismo, Jerome eligió guardárselo para sí.
–Me voy.
–¿Dónde vas?
Jerome agarró a Fabian. Tenía el mal
presentimiento de que su hermano no se
iría a casa como si nada.
–Voy a informar al duque de mis hallazgos.
Quería entrometerse entre aquellos dos sin
importar qué. Hacía un mes que había
recibido órdenes de encontrar lo que fuese
sobre la princesa. No comprendía por qué
el duque querría hacer una búsqueda tan
cara por una princesa, pero no dejaba de ser
una chica y pretendía usar su información
para apartarle de la bruja.
El duque no le confirió ninguna orden en
especial cuando le dio el trabajo y había
preguntado cómo iba dos veces. Lo que
significaba que estaba sumamente
interesado en su informe.
–Quédate aquí, volveré.
–¿Vas a ir tú…?
–Le diré que tienes algo importante que
decirle. Si está dispuesto a volver, lo traeré.
Si quiere escucharte después, te irás a casa
calladito. ¿Qué te parece?
–…Vale. Dile que es el informe por el que
tanto me ha estado presionando.
–Vale.
Había un nueve de diez oportunidades de
que volviese. Si el duque decidía escuchar
el informe más tarde la situación sería muy
rara, pero la probabilidad de que eso
sucediera era escasa. Tal y como Fabian
había afirmado, llevaban con esa relación
mucho tiempo. Nunca hubo un caso como
el de la condesa, pero no creía que el duque
la amase sólo por eso.
El duque era una persona fría y cruel.
Debía haber un motivo por el que el duque
la fuera a ver, pero no uno emocional. Por
eso a Jerome no le preocupaba el duque
como a Fabian.
* * * * *
Un hombre estaba sentado encima de una
enorme cama, apoyando la espalda sobre
un cojín gigante mientras leía unos
documentos. Encima de él había una mujer
desnuda que se aferraba a su pecho y movía
las caderas.
–Ah… Ugh… Ah… ¿Qué tal?
La mujer gemía seductoramente mientras
movía las caderas y tomaba su pene duro,
pero el rostro del hombre que revisaba los
documentos continuaba inalterable.
–Útil.
–Ah… sí. Eres… demasiado… Me ha
costado… dos meses… conseguirlo…
Anita frunció el ceño ante el
comportamiento tranquilo del hombre, pero
al menos no le había dicho que era
“basura”, por lo que se lo podía tomar
como un cumplido. Anita echó la cabeza
para atrás mientras continuaba moviendo
las caderas arriba y abajo. Cada vez que su
miembro duro se enterraba en sus
profundidades soltaba un chillido agudo.
–¿Qué… tal?
–Es útil.
–Hablo… de eso.
Tiró los documentos al suelo y rio. Le
estrujó las nalgas con sus enormes manos
para que sus profundidades le presionasen.
–Esto también es útil.
–Sí… ah… Eres… muy tacaño con tus
notas. No… cres que no te voy a juzgar…
yo también…
–¿Qué tal yo?
–Tú también… eres útil.
–Mmm.
Él hizo una mueca y le cogió las caderas
mientras se levantaba. La mujer yació en la
cama mientras él la montaba. Él empezó a
penetrarla con mucha fuerza. La habitación
se llenó de los gritos de la mujer y del
sonido de la carne chocando.
–¡Ah! ¡Uuuh! ¡Aah!
El suave cuerpo femenino se aferró a él,
pero no la dejó descansar y continuó
penetrándola. No se detuvo hasta que la
mujer dijo que iba a morir. Siempre era la
mujer quien levantaba la bandera blanca
para admitir la derrota.
El ambiente continuó caliente en el
dormitorio. Anita soltó una risita y se
acurrucó contra su pecho con una sonrisa
complacida. Podía sentir las cicatrices de
batalla bajo los músculos firmes de él. Su
semblante era hipnotizante y sus besos
expertos y técnica de manoseo la hacían
arder de calor. Aquel hombre podía durar
una noche entera fácilmente. No tenía ni un
solo fallo. Había conocido a muchos
hombres pero él destacaba sobre los demás.
Al principio le había encantado sus
antecedentes. Era el señor del norte, el
duque de Taran. ¿Cuándo conseguiría otra
oportunidad de dormir con semejante
hombre? Sin embargo, su identidad ya no
le importaba. De hecho, su estatus la
frustraba.
Anita se enteró que su relación con Sofia
había terminado cuando se encontró con
ella en el baile y la muchacha la miró como
si fuera su enemiga mortal. Anita no sentía
ninguna enemistad por ella, irónicamente,
le daba pena cómo la joven se había vuelto
una más de su pasado. La condesa anticipó
que Sofia podría robarle el corazón y es
que su tenía la cabeza divida en dos:
deseaba que se enamorase de otra mujer,
pero al mismo tiempo, no quería que algo
así sucediera.
El duque de Taran no era un mujeriego
muy famoso en la alta sociedad.
Inesperadamente, la gente ignoraba su
enorme harén de mujeres. Nunca mantenía
una relación con aquellos con poder, Sofia
había sido un caso raro.
Sofia era una mujer conocida y con poco
poder. El barón Lawrence tampoco tenía
mucha fuerza así que, en otras palabras, era
alguien él podía jugar y tirar cuando
quisiera. La condesa sabía que el duque
siempre pensaba de esa forma.
Aquellas que compartían una relación
sexual con el duque nunca conseguían un
matrimonio feliz y Anita comprendía el por
qué: era muy bueno en el sexo. Podía llevar
a una mujer al cielo varias veces la misma
noche y, después de probarle, ningún
hombre sería capaz de satisfacerlas.
La mayoría se le acercaban prendadas por
su poder y estatus, pero con el tiempo, se
enamoraban de él. Por eso, las mujeres no
dejaban de aferrarse y obsesionarse con él
y, al final, las tiraba a todas.
Era un hombre como un fuego helado. Les
daba su cuerpo a las mujeres, pero nunca le
daba ni un ápice de su corazón. ¿Cuándo
empezó? Anita había intentado disfrutar de
los placeres corporales, pero, para cuando
se dio cuenta, ya le había entregado su
corazón. Sin embargo, en cuanto lo
exteriorizase, él la tiraría como a todas
antes que ella.
Así pues, Anita nunca reveló su corazón.
Se comportaba como si sólo le quisiera por
necesidades materiales: su relación
continuaría siendo de dar y tomar. Jamás le
pediría volverle a ver, jamás se pondría en
contacto con él primero y así es como su
relación había durado un año.
–Firmarás un contrato conmigo, ¿no?
Anita tenía un grupo de mercaderes. De vez
en cuando, él le daba alguna propinilla y
ella disfrutaba de invertir aquí u allí. Ahora
que su grupo había crecido hasta llegar a
una escala mayor, había escrito un contrato
para que él fuera uno de sus inversores. La
condesa se comportaba como si le
necesitase para sus vendas, y en realidad, sí
que quería aprovecharse de él.
–Lo miraré.
–¿Qué? ¡Te he dado todos los secretos de
mis vendas! ¿Te puedo ofrecer mejores
bienes que estos? – Anita deslizó las manos
por su pecho y le frotó las caderas. Movió
las manos al centro suavemente y cogió lo
que había.
–¿No soy yo quien te está mostrando buena
voluntad?
–Oh, vaya. ¿Cómo puedes tener tanta
seguridad?
Su miembro volvió a ponerse rígido por la
estimulación de Anita. Ella se acercó a su
pecho y le chupó los pezones, se los lamió
y masajeó su extensión.
–¿Puedes volvértelo a meter?
Anita se apresuró a levantar el trasero
cuando él levantó el cuerpo. La mano de él
se apoyó contra la de ella con fuerza
mientras se metía en sus profundidades.
–Ah… Ung…
Entró y salió con vigor, mientras ella se
lamía los labios imaginándose lo que iba a
venir. Justo entonces, alguien llamó a la
puerta del dormitorio.
–Señora, tengo un mensaje urgente.
La voz de detrás de la puerta tembló y
Anita apretó los dientes. ¿Quién se atrevía
a interrumpir su valioso tiempo con él? La
azotaría y la echaría en cuanto llegase la
mañana.
–¡Os he dicho que no me interrumpáis!
¡Fuera!
–El invitado busca a su señoría. Ha pedido
una audiencia por un asunto urgente.
¿Un invitado para el duque? Anita le miró
perpleja. Esperaba que rechazase al intruso,
pero tras un breve instante de reflexión,
salió de ella. Anita gañó por la
estimulación momentánea.
–Adelante.
Anita escondió su decepción y miró afuera.
–Indicadle el camino.
Unos momentos después, un hombre abrió
la puerta y entró. La mujer iba vestida con
un atuendo transparente con el pecho al
descubierto mientras yacía en la cama.
Detrás de ella, el duque estaba sentado con
el pecho desnudo. Jerome observó todo
aquello con una expresión aburrida y sin
parpadear, hizo una reverencia con la
cabeza.
–Mi señor, me disculpo por interrumpir su
tiempo libre.
–¿Qué ocurre?
–Fabian le espera con el informe que pidió.
He venido para informarle.
–Comprendo. Espérame, voy a ir.
Jerome se marchó y Hugo se bajó de la
cama mientras la cara de Anita
empalidecía.
–¿Te… vas?
–¿Dónde está mi ropa?
Ella sintió como se le partía el corazón.
Quería retenerle, quería pedirle que se
quedase. ¿Si escuchaba el informe mañana
se caería el cielo? No vaciló ni un poco en
volver al trabajo, pero no podía detenerle.
Si se aferraba a él, la apartaría y entonces,
no volvería nunca más. La había
frecuentado tanto que su corazón se había
confiado.
Quería a este hombre. Le ansiaba mucho. A
pesar de que sólo era un anhelo suyo y su
sangre se le estaba secando.
–¿Vas a irte cuando estamos así de
cachondos?
Le pasó los enormes pechos por encima.
Pero los ojos de él no titubearon ante su
seductora técnica de coqueteo: sonrió y la
besó en los labios.
–Ordénales que me traigan la ropa.
Anita puso mala cara, pero ordenó a sus
criadas que le trajeran la ropa que le habían
guardado. La condesa le ayudó a vestirse y
le tocó en ciertos lugares a propósito.
–Ya basta.
Anita reculó asustada por sus palabras. La
estaba mirando con ojos gélidos.
Normalmente, ella habría seducido a
cualquier otro de esa manera, y esos
hombres se hubiesen desnudado a prisa y
se habrían lanzado sobre ella. ¿Cómo podía
enfriar su cuerpo con tanta rapidez? Era
como si la pasión de antes hubiese sido una
mentira.
Anita se mordió los labios con un corazón
amargo. No quería que aquel hombre
abandonase su vida para siempre.
–Ya estás.
Anita retrocedió dos pasos y apreció su
apariencia con un corazón feliz. Sus ropas
acentuaban su alta estatura y cuerpo
proporcionado. Ella amaba su cuerpo tanto
como su rostro, sólo mirarle le encantaba.
–No estaré en casa durante diez días. – Dijo
Anita engreída.
Si intentaba atar a semejante hombre,
huiría. A veces, lo mejor era poner
distancia. Su comentario era una venganza
mezquina para el hombre que se iba a
marchar como si nada, pero lamentó su
comportamiento rápidamente. Él se rio
como si pudiese ver a través de ella.
Anita le siguió hasta la puerta del
dormitorio. Nunca le seguía hasta fuera de
su casa y cuando él venía a visitarla nunca
le daba la bienvenida en la puerta.
Seguramente, era una acción para proteger
su propio orgullo.
Parte IV
Lucia dejó a Hugo esperando en la sala de
espera mientras se cambiaba en su
dormitorio.
–Princesa, ¿y sus criadas?
–Mmm… Veréis…
Las criadas que la siguieron
empalidecieron al escuchar los motivos que
la joven les relató. Las criadas de palacio
solían ser las que se repartían los deberes,
por lo tanto, ellas serían las que recibirían
el castigo por lo sucedido aquel día.
Las criadas se esforzaron en cuidarla
mientras se cambiaba, hicieron todo lo
posible para hacer más llevadero su
castigo.
Lucia fingió ignorancia. Ellas fueron las
que escogieron no llevar a cabo sus deberes
y ella no tenía ninguna intención de
regañarlas por ello, sin embargo, tampoco
protestaría si las castigasen.
Las criadas allí presentes no habían ido por
estar preocupadas por ella, sino porque
temían al invitado. En otras palabras,
temían a la princesa que tenía a un
poderoso duque como apoyo.
Una vez en la sala de estar, Lucia observó
asombrada el té que les habían servido las
criadas de palacio. ¡Con que tenían talento!
Allí no tenía té y, sin embargo, se las
habían apañado para prepararlo en un abrir
y cerrar de ojos. ¿Cuánto hacía que no
bebía el té que preparaban esas criadas?
Él observó a las criadas que seguían en la
habitación preparadas para llevar a cabo
cualquier orden y evitar que una princesa
soltera estuviese a solas con un hombre.
–¿Cómo ha estado? Parece estar bien a
juzgar por lo de antes.
Lucia se sonrojó al escuchar el saludo del
duque.
–Sí, mi señor. ¿Ha estado bien? Su visita
me ha sorprendido.
–Sólo he seguido tu ejemplo.
Él señaló cómo se había colado en su
mansión para hacerle una visita. Ella era
quién había cometido el error, por lo que
no podía decirle nada. Qué rencoroso que
era este hombre.
O sea que cuando haya gente… me va a
hablar formalmente.
No era algo sorprendente, pero así parecía
estar siendo muy amable con ella y ese
cambio repentino en su tono de voz la
sorprendió bastante.
–Tengo asuntos importantes que discutir
con usted, así que será mejor que
reemplace a esas criadas por sus sirvientes
de confianza.
–¿Eh? Ah… En estos momentos no tengo
criadas…
–¿Han ido a hacer algún recado? ¿No hay
ni una?
Para ser precisos, ella no tenía ni una sola
criada. No obstante, Lucia se limitó a
asentir con la cabeza. Él reflexionó unos
instantes y se levantó.
–¿Le apetece dar un paseo?
Lucia les dedicó un vistazo rápido a las dos
criadas que montaban guardia y también se
levantó. El único lugar en el que podían
hablar era en el pequeño jardín que había al
lado de su palacio, y si se alejaban un poco
podrían hablar sin que los escuchasen.
–¿Por qué estás haciendo las obligaciones
de tus criadas? ¿Te crees criada? Hasta
sales de palacio con uno de sus permisos.
En cuanto estuvieron a solas, él abandonó
toda formalidad. Parecía que hablarle de
manera casual cuando estaban solos era su
propio estilo. La primera vez la había
sorprendido, pero ahora que le oía hablarle
de esa forma por segunda vez le dio la
sensación de que se habían acercado y no
era tan malo.
–… Sino no lo hará nadie.
–¿Entonces qué hacen tus criadas?
–Mmm… Bueno… La verdad es que…
aquí vivo sola.
–¿…No tienes criadas?
–No.
–¿Vives sola en este sitio tan alejado?
–Sí.
–¿Y la comida y la limpieza? ¿Lo haces
todo tú?
–…Sí. No cansa demasiado, después de
todo, sólo me ocupo de mí misma…
–¿Te parece que eso tiene algún sentido? –
Había estado conteniéndose, pero de
repente, estalló en carcajadas. – ¿Desde
cuándo?
–…Pues ya hace muchos años.
–Increíble.
¿Eso era lo que quería decir Fabian con lo
que no había más criadas viviendo con
ella? El duque había asumido que la
muchacha tenía una personalidad única y
que por eso todas acababan huyendo.
Aunque fuera de un rango bajo, no dejaba
de ser parte de la realeza. No tenía sentido
que una descendiente real no tuviese ni un
solo criado y eso era un error gravísimo por
parte de los administradores. Era increíble
que administrasen el palacio tan mal. Si sus
subordinados hubiesen llevado a cabo sus
tareas de esta forma, los habría matado allí
mismo sin decirles nada más.
–¿Qué quería discutir conmigo?
–Su Majestad ha dado permiso para nuestro
matrimonio. Te haré saber cuándo será la
fecha exacta con tiempo; no tendrás que
esperar más que un mes.
Hugo estaba fatigado tras una larga mañana
de debate con el Emperador para conseguir
la mano ganadora del trato. El Emperador
no se había molestado jamás con aquella
princesa, pero en su discusión había
hablado de ella como si fuera su hija más
querida de todo el palacio. La mente del
Emperador estaba llena de codicia por la
intensa guerra que llevaba en marcha tanto
tiempo y, al final, llegaron a un acuerdo.
Ella le había dicho que el Emperador no la
recordaba y durante su discusión quedó
claro que el Emperador no sabía quién era,
sus mentiras fueron demasiado obvias.
Hugo se había referido a ella como:
“décimo sexta princesa” desde el principio
hasta el final siendo extremadamente
cauteloso de no revelar su nombre. Y como
resultado, el Emperador había llamado a su
propia hija: “décimo sexta princesa” de
principio a fin, siendo incapaz de decir su
nombre en todo el procedimiento.
El Emperador, en esos momentos, debía
estar ocupando descubriendo quien era esa
princesa y los criados debían estar
corriendo por todo el palacio como si
tuvieran los pies en llamas.
Hugo no comprendía la razón, pero le
irritaba. Nunca le había gustado el
Emperador para empezar, pero no le
guardaba rencor. ¿Cuán negligente debía
ser aquel padre que daba la mano de su hija
a un hombre de esa manera? En su palacio
tenía que hacer la colada y fregar con sus
propias manos. Claramente, la estaban
discriminando.
Empatizaba un poco con su angustia y
estaba de acuerdo con las críticas de Kwiz
al Emperador; lo único que sabía hacer ese
monarca era cabrear a sus descendientes.
–Usted es… increíblemente rápido
encargándose de los asuntos.
A Lucia le costó un rato comprender sus
palabras. Creía que finalizarlo todo tardaría
medio año, esa velocidad era asombrosa.
–Me encargaré de lo de las criadas.
–No hace falta. Aunque no haga algo,
acabarán castigando a alguien. Si su señor
se involucra, acabarán con un castigo más
duro. No deseo tal final.
–Los que no llevan a cabo sus deberes
como se debe tienen que ser castigados.
Estás siendo tolerante en vano.
–Eso piensa usted, pero a mí me gusta vivir
sola en este palacio. Tengo completo
control de mi libertad, y al final, usted
también se lucra de esto.
–¿Cómo…?
–Este matrimonio. ¿No está satisfecho con
nuestro trato? Creo que ese es el motivo
por el que ha cerrado el trato con tanta
rapidez. Si me hubiese quedado
tranquilamente en este palacio, no habría
podido ofrecerle el matrimonio.
La joven era de espíritu fuerte. ¿Cómo un
cuerpo tan pequeño podía contener una
voluntad tan fuerte? Parecía una buena
candidata para ser la señora de la casa.
Hugo empezó a imaginársela en trance
como la futura duquesa Taran, la mujer de
su casa.
–En cuanto nuestro matrimonio sea oficial,
planeo volver al Norte. Nos quedaremos
allí un tiempo.
El territorio del duque estaba en el norte.
Era una tierra amplia y árida con un sinfín
de guerras.
–No tengo intención de tener una
ceremonia. ¿Qué opinas tú?
Sin ceremonia, todo lo que tenían que hacer
era conseguir un par de testigos y firmar en
el certificado de matrimonio. Ella no quería
caminar al altar de la mano de su padre y la
única persona que podría felicitarla sería
Norman, pero, a causa de su bajo estatus,
no podría asistir. Siendo así, a Lucia no le
importaba como se resolviese lo de la boda.
–Sí, de acuerdo.
Cualquier otra mujer habría estado furiosa
si su boda fuese firmar documentos. Un
matrimonio era algo con lo que las mujeres
soñaban toda su vida, sin embargo, este no
era un matrimonio normal y como uno de
los conyugues lo estaba dirigiendo todo, el
otro aceptó como si de algo trivial se
tratase.
–Mi señor, tengo una petición. Es sobre
Norman… La autora que conoce. Le he
escrito una carta. ¿Podría enviársela? No
hay información importante. Puede leer el
contenido. Si vamos a ir al Norte pasará
tiempo hasta que pueda volverme a poner
en contacto con ella y no quiero que se
preocupe por mí.
–De acuerdo, dame la carta, se la enviaré
por ti.
Todo se volvió incómodamente silencioso
y Hugo apartó la vista mientras fruncía el
ceño. Lucia le había estado mirando con los
ojos rebosantes de una gratitud abrumadora
y con las manos juntas. Eran los mismos
ojos que le daban las mujeres a las que les
regalaba joyas, de hecho, los ojos de Lucia
resplandecían con todavía más alegría.
–Gracias, mi señor. Es mucho más
considerado de lo que pensaba-… O sea,
más grácil de lo que pensaba.
Esta mujer no le temía, pero le tenía como
a un villano desvergonzado. No obstante,
cambiar su imagen prejuiciosa de él de un
malvado a una buena persona no parecía
difícil.
Al duque le confundió si eso era algo que
celebrar o no, pero, de todas formas, se
sintió extraño. Sin embargo, no era una
sensación desagradable.
Al parecer no tendré que gastar mucho
dinero.
Se aclaró la garganta y habló:
–Tendrás que mudarte. Este palacio está
demasiado aislado y tiene muy poca
seguridad. Los rumores de que me he
dejado caer se sabrán rápidamente y
aquellos interesados en mí no te dejarán en
paz. Vendrán muchos invitados a verte.
–Ya veo…
–No te vayas por ahí tú sola, sé buena y
quédate en casa. No aceptes ver a nadie.
¿Cómo podía alguien hablar con tan poca
amabilidad? Le hablaba como si fuera una
chica estúpida o su lacayo. Lucia le había
visto con buenos ojos hacía unos pocos
minutos, pero ya no era así. Todos los
puntos encantadores que había conseguido
se habían esfumado.
Es raro… no le odio…
¿Ese era el encanto por el que todas las
mujeres se le aferraban? Era grosero y
egoísta, pero no desagradable.
–Sí, ¿alguna otra orden?
Hizo una pausa y contestó negativamente
con una sonrisa.
Esa mujer era distinta. Siempre le decía lo
que pensaba, pero en los momentos
importantes era obediente y al mismo
tiempo, no era servicial. Los
desvergonzados le eran desagradables, pero
desdeñaba a los que le lamían los zapatos.
Era difícil encontrar el equilibrio entre
aquellos dos. Esa muchacha había sido una
persona satisfactoria con la que hacer un
contrato.
* * * * *
El duque volvió a su mansión y se dirigió
al recibidor seguido por Jerome y Fabian.
Hugo se quitó el abrigo y Jerome se lo
llevó saliendo de la habitación. Fabian, que
había estado callado todo el rato, abrió la
boca de repente y escupió una inundación
de palabras.
–¿Dónde ha ido? Le dije que no se fuera en
secreto. ¿Tan difícil es dejarnos saber
donde va?
Fabian era la única persona lo
suficientemente valiente como para
quejarse de Hugo. Ni siquiera los vasallos
de cabello cano tenían las agallas para
hacerlo.
–¿No era tu día libre?
Fabian seguía sus horarios como si fueran
la ley. Después de trabajar durante cinco
días seguidos se aseguraba de tomarse uno
libre. Era el único que se atrevía a afirmar
delante de la cara del mismísimo duque que
su familia era tan importante como su
trabajo. Aun así, Fabian jamás vaciló en
seguir al duque durante meses de guerra.
No era un hombre calculador y nunca se
negaba a cumplir con sus deberes, aun así,
se aseguraba de conseguir beneficio por el
camino. Jerome y Fabian eran totalmente
opuestos en ese sentido.
–Ayer no dijo nada de salir. Si lo hubiese
dicho, le habría acompañado.
–He ido a palacio.
Fabian suspiró. ¿Cómo podía el duque
entrar a semejante lugar sin un solo
acompañante? No es que le preocupasen
los peligros, seguramente no existía ni un
alma capaz de deshacerse de él por fuerza
física. Aquello no era el campo de batalla
y, aún sin espadas, era un lugar con muchas
maneras de matar a alguien. Cualquier
pequeño contexto podía desencadenar un
gran desastre.
La familia Taran era neutra en cuanto a
facción política, pero esa vez era distinta.
Era la primera vez en la historia que la
familia había decidido apoyar a un lado.
Todavía no se había anunciado
públicamente, pero el duque iba de la mano
con el príncipe heredero y eso era lo mismo
que saltar a una piscina de luchas por el
poder.
El príncipe heredero tenía muchos
enemigos. Todo el mundo se vigilaba
buscando el más mínimo error para causar
estragos. Los nobles con poder político
fuerte nunca iban solos: siempre debía
haber un testigo por si acaso.
En ocasiones, el duque era demasiado
monstruoso y quien tenía que ir por ahí
atando todos los cabos era Fabian. Su señor
no se preocupaba por las circunstancias y
después de ordenarlo ocuparse de todo, no
volvería a pensar en ello. Lo más molesto
que existía era enterarse de que el duque
había estado yendo por ahí él solo.
–¿…Fue a visitar al príncipe heredero?
–¿Mmm? Ah… Tendría que haberlo hecho
ya que estaba.
–Si no ha ido a verle, ¿por qué…?
–Me voy a casar, he ido a tener el permiso
de Su Majestad.
Fabian cogió aire y mantuvo la boca
cerrada hasta que dejó de estar llena de
maldiciones.
–¿Con la princesa?
–Sí.
–¿Cuándo?
–Seguramente en un mes.
¿Un mes? Fabian hizo todo lo posible por
calmar la ira de su pecho.
Era su ayudante en la guerra y en su vida
cotidiana, y siempre había sabido que el
duque se lanzaba a una situación aleatoria
sin explicación alguna. En otras palabras, el
duque es quien tomaba todas decisiones y
él era quien se ocupaba de hacerlas una
realidad.
–No dejes que se sepa por el reino.
–¿Eh…?
–En cuanto tengamos los documentos
necesarios, nos iremos al norte.
–¿Y cuándo lo ha decidido? – A Fabian le
desalentaba el tener que mover a toda la
compañía al norte. Por suerte, tenía un mes
para encargarse de todo.
–No hace falta que venga gente del ducado.
Con que se les anuncie mi matrimonio será
suficiente.
Había decidido que ninguno de sus
ayudantes tenía que asistir a su enlace.
Fabian recordó a unos cuantos que se
sorprenderían y les tendría pena.
El actual señor y duque de la familia Taran
gobernaba como un dictador. Nadie más
era tan orgulloso y santurrón como el
duque de Taran.
Fabian le honraba por ser su duque, pero no
quería tener nada que ver con él como ser
humano. Era un hombre que pisoteaba las
vidas ajenas con suma facilidad. No se
podía esperar benevolencia o consideración
por su parte.
Le tenía simpatía a la princesa que se iba a
convertir su mujer. Si su esposa buscaba
algo de aquel matrimonio, viviría una vida
muy triste.
–¿No teníamos una isla? ¿Con una mina?
–¿…Se refiere a la mina de diamantes en
los archipiélagos de Santo?
–Sí, prepáralo como dote.
–…Mi señor, es demasiado…
Fabian no pudo quedarse callado como
siempre. Aquello no era extremo, era
severo. Fabian era quien se había
encargado de investigar por lo que estaba al
corriente de cada detalle de la situación.
Ella era una princesa a quien su padre no
recordaba, la identidad de su madre era
ambigua y no tenía ni un solo familiar.
–Ya he terminado la discusión con el
Emperador. No haremos ninguna boda,
sólo firmaremos los documentos.
El lacayo estaba atónito. ¿Cómo podía el
duque de la nación no organizar una
ceremonia? No era una simple factura.
Aunque no era alguien de nacimiento real,
seguía siendo una princesa. ¿No preparar
una boda no era lo mismo que burlarse de
la realeza? Fabian estaba igual de atónito
por aquel padre que había vendido a su hija
por una mina de diamantes.
No era raro que un matrimonio terminase
informalmente. A veces la situación era
demasiado urgente, como durante épocas
de guerra.
–¿Por eso va a volver a nuestro territorio de
inmediato?
El territorio de los Taran estaba rodeado
por un grupo de barbaros violentos. Nunca
había momento de paz y gracias a eso,
siempre tenían la excusa de tener asuntos
urgentes que atender en su reino.
–Estaría bien.
–¿…De verdad está pasando algo en
nuestro territorio?
El duque le respondió con una leve risita.
Fabian le conocía perfectamente: en su
territorio no pasaba nada. El motivo por el
que se estaban saltando la boda era porque
al duque le parecía demasiada molestia.
Una boda apropiada duraba, como mínimo,
medio día y su señor no quería pasar por
algo así bajo ningún concepto.
–Te pasaré las cosas de las que te tienes
que encargar. No me gustan las cosas
molestas, así que asegúrate de que no se
extiendan rumores.
–Sí, señor.
Fabian se subyugó fácilmente a las
decisiones de su señor. Conocía muy bien
su lugar y lo único que tenía que hacer era
ayudar al duque a atar cabos. Su deber no
era ayudarle a tomar decisiones. El motivo
por el que había podido servir al duque
durante tanto tiempo era porque nunca
había cruzado la línea.
¿Es por… su hijo…?
Ese era el único motivo por el que el duque
podría plantearse el matrimonio.
Qué lástima da la princesa.
Se imaginó a una princesa solitaria llorando
cada noche en la mansión del monstruoso
duque. Si Jerome supiese que su hermano
consideraba a su señor un monstruo le
castigaría y eso se debía a que Jerome
nunca le había visto en acción. Si viese al
duque luchar con sus propios ojos… Fabian
se estremeció de repente y escalofrío le
recorrió la columna vertebral. No quería
que su hermano viese ese lado de su señor,
de hecho, esperaba que sólo le tuviese que
ver como a un noble.
¿Cuánto tiempo sería la princesa capaz de
soportar aquel hombre cruel y egoísta? Las
mujeres vivían por amor. Eso es lo que su
mujer le había enseñado durante todos
aquellos años. La muchacha sería como
una flor y se marchitaría mientras el duque
la ignoraba. Seguramente, la joven acabaría
alcohólica para aguantar su soledad. Tal
vez intentaría llenar su vacío con lujos. Lo
único seguro era que, sin importar lo
mucho que su esposa cambiase o se
desesperase, al duque no le importaría en lo
más mínimo.
* * * * *
El día en que el duque visitó a Lucia fue el
día de la mudanza. La cambiaron de aquel
aislado palacete a un palacio hermosísimo
cercano al palacio central donde residían
aquellos de alto estatus. Aunque era
considerado un lugar pequeño, era mucho
más espacioso que el palacio aislado donde
había vivido durante todos aquellos años.
Era una pequeña esquina del palacio central
conocido como: “el palacio de la rosa”. El
Emperador le profesaba gran amor a aquel
sitio, pues representaba el respeto y el
honor que albergaba por sus seres queridos.
El pequeño palacio estaba rodeado por un
enorme jardín de rosas y a finales de
primavera, se podía apreciar todo tipo y
color de rosa en viva coloración.
Lucia seguramente no sería capaz de ver
aquel espectáculo.
Qué lástima, pensó.
Su vida en el palacio interior era muy
cómoda. Todas las criadas funcionaban
como sus piernas y sus brazos y se sentía
como una persona extremadamente
importante cuya vida rebosaba lujo. A
diferencia de lo que le había advertido el
duque, no tuvo ningún visitante a
excepción de un molesto personaje.
–Decidle que estoy enferma, por favor.
El chambelán estaba ahí pasando por
momentos duros mientras Lucia estaba
sentada, como siempre, en la terraza
tomándose un té y fingiendo estar enferma.
–Princesa, Su Alteza no se encuentra bien y
espera que la princesa vaya a visitarle.
–Qué pena. Enviadle mis mejores deseos.
Espero que se recuperé pronto. Yo también
me encuentro mal y no me puedo mover.
–Princesa.
–Ya te puedes ir, por favor. Vamos a dejar
de malgastar energía. Ya sabes que no
pienso ir.
A Lucia no le importaba que el chambelán
fuera a recibir una regañina del Emperador.
A pesar de lo trivial que fuera, era su
método para la venganza.
Como tú nunca te diste la vuelta para
mirarme, yo tampoco ir a mirarte a ti.
Cuando el Emperador empezó a enviar
gente a buscarla ya había tomado esa
decisión. Aquel hombre no quería verla a
ella, sino a la prometida del duque de
Taran. Pero como ahora su posición
albergaba gran prestigio, ni siquiera él
podía arrastrarla.
Las criadas todavía no parecían ser
conscientes de que ella era la prometida del
duque, aun así, a pesar de la rudeza con la
que trató al Emperador no le pasó nada y
por eso las criadas dieron lo mejor de sí
para evitar ofenderla.
Era cómico. Su estatus había cambiado de
la noche a la mañana. Empezaba a
comprender por qué el duque era tan
arrogante. Si alguien se pasase toda la vida
rodeado de esta gente acabarían como él.
El tiempo pasó y nadie era conocedor de
que la muchacha iba a casarse al día
siguiente. Lucia no deseaba esparcir
rumores innecesarios, por lo que no le dijo
nada a nadie. Da igual lo mucho que las
criadas intentasen ganarse su favor, Lucia
mantenía las distancias.
Ya era bien entrada la noche y la joven no
conseguía conciliar el sueño. Se sentó al
lado de la ventana y contempló la luna en
el cielo nocturno. Su corazón estaba
inquieto.
El duque no la había ido a visitar en todo
aquel tiempo, aunque de vez en cuando
enviaba a alguien para comprobar si
necesitaba algo y como ya tenía todo lo que
precisaba en el palacio sólo pidió una cosa:
“no quiero ver al Emperador, protéjame de
él, por favor”.
Temía que el monarca fuese su testigo
durante su boda informal así que esa fue la
petición que había enviado hacía dos días y
de la que no había obtenido respuesta. Sin
embargo, él parecía haber recibido el
mensaje y había enviado a gente para
conseguirlo.
La luna brillaba con fuerza aquella noche.
Estaba un poco arrepentida porque uno de
sus deseos siempre había sido vivir
felizmente junto a su marido y sus hijos.
Yo soy la que ha escogido este camino.
No iba a arrepentirse de nada. Da igual lo
que viniera en su dirección, no se
arrepentiría. En su sueño ya se había
arrepentido lo suficiente.
* * * * *
..x.x.x
Parte II
Lucia cerró los ojos como si esperase su
ejecución mientras él la estudiaba con
tranquilidad. El duque se pregunto si debía
engullir el conejito de una sentada, pero
entonces, cambió de opinión. Decidió darle
a esta inocente princesa un servicio
placentero para enseñarle un poco sobre el
cuerpo de un hombre.
–Nombre.
Lucia, que tenía los ojos bien cerrados, los
volvió a abrir lentamente.
–¿…Eh?
–No quiero escuchar “mi señor” en la
cama; llámame por mi nombre.
–¿Su nombre…?
–No me digas que no te lo sabes.
–No es eso, me lo sé. Mmm… ¿Hugh? –
Viendo que no respondía, Lucia volvió a
preguntar. – ¿O a lo mejor Hugo…?
Su silencio fue incómodamente largo.
¿Me he equivocado de nombre? ¿No era
Hugo?
Le había visto firmar en el certificado de
matrimonio con ese nombre. Antes de que
se pusiera más nerviosa, él contestó
vacilante.
–…El primero.
–El primero… ¿Hugh, pues?
En aquel pequeño período de tiempo, el
cuerpo de él se sacudió. Ella notó cómo le
temblaron los ojos escarlatas y presintió
que aquel hombre tenía un cariño especial
a: “Hugh”. ¿Tal vez alguien le había
apodado así? ¿Su madre? O quizás… ¿la
mujer que amaba…? ¿Había amado a una
mujer? Tenía un hijo. ¿Quién podía ser la
madre de su hijo? ¿La había amado?
¿Dónde estaba esa mujer y por qué se
habían separado?
–Vivian.
Mientras se preguntaba si podía preguntarle
sobre esa mujer, Lucia se sobresaltó al
escuchar su desconocido nombre. Él
pareció percatarse de su exagerada
reacción, por lo que se inventó una excusa.
–Nadie… me llama por mi nombre…
–Pues desde ahora pasará muy a menudo,
Vivian. – Su voz acarició los oídos de ella
suavemente. Su nombre desconocido salía
de forma muy natural de sus labios. –
Vivian. – Ella continuaba con la boca bien
cerrada, él la observó y soltó una risa que
pareció más bien un suspiro. – Cariño,
¿sabes que eres bastante terca?
–¿…Cuándo lo he sido?
–Ahora mismo.
–¿…Sabes que se te da muy bien salirte
con la tuya?
–No me salgo con nada. Pero da la
casualidad de que todo lo que digo es
correcto.
Su desvergonzado orgullo la dejó sin
palabras. Él acercó la cara hasta que ella
pudo sentir su respiración en sus labios.
Cuando los labios de él se posaron sobre
los de ella, ella cerró los ojos. El duque
besó suavemente los la boca firmemente
cerrada de ella y entonces, le chupó el labio
inferior y se apartó un momento.
–Abre los labios. – Ordenó con voz grave.
Ella se tragó el aliento por los nervios; le
dolía la garganta. Tenía el rostro teñido de
un matiz rosado y vaciló, pero al final,
separó un poco los labios. Los ojos de él
parecieron reírse momentáneamente, y al
poco tiempo, sus labios se presionaron con
firmeza contra los de ella y un pedazo
suave de carne entró en la boca de la
muchacha.
Ah…
Su lengua entró en su boca, moviéndose
lentamente alrededor de sus dientes y por
los costados de las mejillas. Ella sintió un
placer chocante cuando sus lenguas se
encontraron.
–Sabes a vino. – Dijo cuando sus labios se
separaron un poco.
Lucia sintió el rubor encendiendo sus
mejillas. Él se cambió de posición y
volvieron a encajar los labios una vez más.
Tal y como él había comentado, su baso
sabía a vino, mareándola del éxtasis. Sus
lenguas lucharon mientras su saliva se
mezclaba. Él se concentró en explorar el
interior de la boca de ella a través del beso:
torcía y chupaba la lengua, y entonces, la
soltó.
–Uh…
Un gemido se le escapó desde las
profundidades de su garganta. El suave
beso se fue calentando. La lengua gentil de
él, de repente, presionó su boca y cuando el
duque continuó masajeando un lugar
sensible, ella acabó, inconscientemente,
agarrándose a las sábanas de la cama. Él
continuó dejándola sin respiración hasta
que Lucia llegó al límite. Entonces, separó
los labios de los de ella y, después de
dejarla coger aire, volvió a empezar.
Su beso continuó muchas más veces. Los
hombros de Lucia, que había tenido rígidos
por los nervios, se relajaron con el tiempo.
Los besos de Hugo eran suaves y dulces.
Lucia jadeó ligeramente en busca de aire al
separarse de un beso particularmente largo.
Con sólo esto, ya parecía que hubiese
hecho mucho más que sólo besar.
–La lu-luz… Brilla demasiado…
–Me gusta poder verte bien.
–Pero… –Hugo le besó los ojos, que
estaban al borde de las lágrimas. – Tu
cuerpo es precioso, déjame verlo.
Lucia tenía las mejillas rosadas y se mordía
los labios; estaba adorable. Hugo no la
agasajaba, su cuerpo era verdaderamente
hermoso. Su altura era perfecta para la suya
y los pezones encima de sus redondeados
pechos tenían un matiz rosado como el de
una flor. La línea que conectaba su cintura
estrecha a su pelvis era bella. No era una
muchacha voluptuosa, pero su cuerpo tenía
mucho encanto.
Él le dio un pico en los labios un par de
veces más y fue moviendo sus besos a su
mejilla y a su oreja. Sus labios húmedos la
besaron detrás de la oreja y, entonces, en el
cuello. Lucia parpadeó un par de veces,
confundida. Cada vez que sus labios
rozaban su piel se sentía extraña.
¿Es el aroma del vino…?
El cuerpo de ella tenía una fragancia única.
No era el olor acre de perfume, sino el
aroma natural de su cuerpo. Al principio,
pensaba que olía a vino, pero era una
esencia distinta: era muy suave y, de alguna
manera, novedosamente dulce.
Huele a fruta… no madura.
Era un aroma natural. Su esencia única. Era
la primera vez que se daba cuenta que
alguien podía oler tan bien. Hugo no
descansó, continuó embriagándose de su
esencia, besándola y lamiéndola. Ignoraba
si lo que le extasiaba era su aroma o sus
papilas gustativas. Su piel era suave como
la seda y la piel que lamía era
perfectamente deleitable y sedosa.
No solía ser tan gentil, sin embargo, en
aquel momento, estaba disfrutando mucho.
Siempre que la tocaba con los labios, ella
temblaba de la forma más adorable posible.
Le cogió la muñeca delgada y le chupó un
costado.
El ligero dolor la hizo recular. Él confirmó
la marca rosada de su piel y le besó la otra
muñeca, entonces, se rio al ver cómo Lucia
le miraba con la confusión en los ojos.
Hugo recorrió los labios desde el cuello
hasta la zona de sus pechos.
–¡Ah!
El placer provocó que Lucia dejase escapar
un pequeño gemido. Él dio un bocado y lo
chupó, Hugo le lamió los pezones
meticulosamente como si saliera leche.
–¡Ah! – Jadeó.
Él le mordió el pezón con suavidad y se lo
cosquilleó con la lengua. Mientras el duque
lamía la aureola y le volvía a chupar, ella se
quedó sin aire.
Sus pechos eran suaves y tiernos. Le
preocupaba que se fueran a derretir en su
boca como si la nata. Lucia yacía jadeante
sobre la cama, aferrándose a las sábanas,
sus caderas se sobresaltaban de vez en
cuando y temblaba. Él notó como su parte
inferior empezaba a crecer.
Le soltó el pecho, que ahora estaba mojado
por su saliva, y procedió a acariciarle el
otro. Le lamió, le mordió suavemente
algunas veces, tragó y, de vez en cuando,
chupó con mucha fuerza. Siempre que
movía la lengua, a ella un cosquilleo le
recorría la columna vertebral y no podía
evitar gemir de placer.
Después de jugar con sus pechos hasta
saciarse, sus besos bajaron por su abdomen.
Lucia se preguntó a dónde irían sus labios;
estaba algo asustada, pero al mismo
tiempo, lo anticipaba. Se aferraba con tanta
fuerza a las sábanas que las puntas de los
dedos se le pusieron blancas.
–Ah…
Los labios de él avanzaron por la parte
inferior de su abdomen y, entonces, a la
parte interior de sus muslos: avanzaron a
lugar que nadie le había tocado jamás. Los
labios de Hugo rozaron las zonas más
profundas de sus muslos y empezó a
chupar. Lucia sintió una punzada.
Él le besó desde las caderas hasta las
pantorrillas haciendo suaves sonidos de
beso. Al escucharle, Lucia se sonrojó. Su
último beso fue en los talones. Cuando
Lucia se recuperó de su aturdimiento, él ya
había vuelto a su cuello.
Él le cogió un pecho con la mano y le llevó
la otra al abdomen. Dejó que su mano
bajase por su abdomen y que se deslizase
hasta la parte interior del muslo,
presionándole. Lucia se sorprendió y le
miró con los ojos abiertos como platos. En
aquel momento, su mirada se encontró con
la de él. Sus ojos rojos rebosaban algo
caliente y sensual. Parecía estar observando
sus reacciones mientras exploraba sus
zonas bajas con cierta presión. La
respiración de ella se aceleró y sus ojos
naranjazos empezaron a temblar. Él notó
como su cuerpo ardía de mirarla.
–¡Ah!
El largo y firme dedo de él entró en ella
lentamente. Ella se quejó, pero no de dolor,
sino de sorpresa. Cuando Hugo sacó el
dedo, ella suspiró aliviada, pero al siguiente
instante, se lo volvió a meter más hondo.
–Uh…
Movía repetidamente el dedo fuera y dentro
de ella, pero no lo suficientemente hondo
como para hacerle daño. Ella nunca se
había metido nada por lo que se sentía rara.
Sus partes bajas se tornaron viscosas
conforme avanzaba la estimulación por los
jugos y el sonido húmedo era más fuerte.
El cuerpo de ella ardía y su espalda se
estremeció reflexivamente cuando unos
cuantos dedos más la apretaron y se
rozaron contra ella.
Una sensación indescriptible y extraña
controlaba su cuerpo cada vez que él le
metía un dedo. Era algo cosquillosa, tal vez
algo traviesa, pero buena a pesar de que
parecía ser algo dolorosa. Su respiración se
tornó más aguda y fue incapaz de pensar en
nada más que en las sensaciones de su
pecho.
–Ah…
En ese momento, sintió una punzada que le
provocó un espasmo y la obligó a echar el
cuello hacia atrás mientras la euforia
recorría su cuerpo durante unos segundos.
En aquel corto período de felicidad todos
sus sentidos se anularon y su cuerpo se
quedó sin fuerzas. Disfrutó de la sensación
de los dedos de él acariciándole el pelo.
–¿Qué tal, mi inocente princesa?
–…Pero todavía no es el final.
Lucia comprendía que el sexo sólo
terminaba cuando el hombre eyaculaba
dentro de la mujer. A pesar de que sólo
hubiese sido en un sueño, a pesar de la
locura de vida que hubiese tenido, ya había
estado casada una vez. Jamás había
experimentado el proceso sexual en su
plenitud, pero había dormido en la misma
cama que su marido durante años.
Las manos de Hugo, con las que le estaba
acariciando el pelo, se detuvieron.
–Con que lo sabes.
–No soy estúpida.
–Entraste a palacio muy joven y has vivido
sin una sola criada todos estos años, ¿de
quién lo has aprendido?
–Oh… De un li-libro…
–Un libro… Qué método tan aburrido de
aprendizaje. ¿Qué decía el libro?
–Decía que acabaría llorando y gritando,
pero… creo que era todo mentira.
Hugo llevaba sonriendo guasón todo el
rato, pero al escuchar sus palabras, su
expresión se endureció. Dejó escapar un
suspiro triste entre una risita. Esa mujer era
un diamante en bruto. Era ingenua, pero
honesta. Podía ser mucho más peligrosa
que muchas otras mujeres habilidosas en
cierta manera. Al principio, él no había
tenido intenciones de llegar a más cuando
había empezado.
–Pues tendré que cumplir con tus
expectativas.
Estaba moderadamente aliviado. Su parte
baja llevaba muy dura un buen rato y
empezaba a dolerle. Su cuerpo se había
excitado en cuanto sus dedos habían tocado
el cuerpo desnudo de ella.
La sujetó por las caderas y notó que
estaban rojas por la fuerza con las que las
había cogido.
Joder.
Se tragó sus maldiciones. Su parte inferior
estaba entumecida. ¿Por qué el cuerpo de
esta mujer era tan suave? Quería dejar sus
marcas por toda esa pureza.
–Pon las piernas así. – Dijo con voz grave.
Sus largas piernas delgadas rodearon las
caderas de él con torpeza, chocándose por
aquí y por allí. La temperatura del cuerpo
de Hugo aumentó y su parte inferior se
irguió por la estimulación. Las reacciones
de su cuerpo estaban siendo demasiado
extremas. Hasta entonces pensaba que este
no era su tipo de mujer.
…Ha pasado demasiado tiempo.
Llevaba absteniéndose de sexo demasiado
tiempo. Desde que se había sacado el tema
del matrimonio no había mantenido
relaciones con otra mujer desde hacía un
mes. Por lo que, en aquellos momentos,
estaba sexualmente frustrado. Tenía un
cuerpo muy saludable para un hombre y
nunca había pasado más de diez días sin los
placeres del cuerpo de una mujer.
Abstenerse durante un mes había sido un
nuevo récord. No es que hubiese querido
honrar a su esposa o algo por el estilo, sino
que había estado demasiado ocupado
preparando el retorno a su territorio y, antes
de que pudiera darse cuenta, ya había
pasado un mes.
Él se pasó los brazos cansados de ella por
los hombros.
–Agárrate a mí. No tengas nervios y
relájate.
Lucia le rodeó con los brazos vacilante, con
cuidado de no tocar algo que no debía. Los
músculos de él eran firmes pero flexible. Él
soltó una risita y sonrió a modo de elogio
por su buen trabajo, provocando que el
corazón de ella latiese con fuerza.
–Si no es tu primera vez, te prometo que
será una noche maravillosa.
Lucia pensó haberle escuchado mal. Él
hablaba con un tono sumamente dulce,
pero, de alguna manera, le parecía que la
estaba chinchando.
–¿Y si es… mi primera vez?
Hugo había intentado molestarla con sus
palabras, pero su respuesta fue tan inocente
que le divirtió tanto como una broma.
–Seguramente, dolerá un poquito.
Alzó su cuerpo y se centró contra ella
añadiendo peso sobre la muchacha poco a
poco. Lucia notó un dolor punzante entre
sus piernas, frunció el ceño y apretó los
dientes.
Si duele así, lo podré soportar.
–…Relájate, todavía no he ni empezado.
Ni siquiera la mitad de la mitad de su
miembro había entrado, sólo había metido
la punta, pero su cuerpo era demasiado
prieto y no parecía ser capaz de estirarse
más. El placer se asemejaba más al dolor y
le fue tremendamente difícil controlarse en
lugar de entrar en ella sin pensar.
–Uh… ¿Cómo…?
Él se agachó y la besó. Le lamió los suaves
y pequeños labios, tanteándola con la
lengua. Apretó y le masajeó los pechos con
la mano hasta que ella se suavizó y sus
músculos se relajaron. Cuando sintió que
tenía sitio para moverse, se hundió un poco
más en ella. Un dolor agudo recorrió el
cuerpo de Lucia que se aferró a sus
hombros con gran fuerza hasta que la punta
de sus dedos se tornó blanca.
–Ah… Ah…
La respiración de Lucia se volvió pesada,
como si le faltase el aire. Él continuó
avanzando poco a poco, sin pausa y la fue
llenando más y más hasta que llegó a una
fina pared. Cuando la rompió fue capaz de
deslizarse con facilidad.
Lucia sintió muchísimo dolor. Era como si
su cuerpo se hubiese partido en dos. ¿Qué
dolía sólo un “poquito”? El dolor de su
parte inferior consumía su mente. Todo lo
de delante se volvió borroso y le tembló la
mandíbula. Fue entonces cuando se percató
que cuando algo dolía demasiado, uno no
podía ni gritar. La presión que acompañaba
el dolor de su miembro era demasiado para
ella. Estaban completamente conectados y
su cuerpo la inmovilizaba.
El cuerpo de él estaba sobre el suyo, por lo
que no podría apartarle por mucho que
quisiera, no podía ni temblar. Ella sacudió
la cabeza de un lado al otro para aliviar el
dolor y cuando sus labios tocaron el brazo
de él, le mordió.
El frunció el ceño al notar el dolor
repentino. Se había estado apoyando con
ese brazo para no dejar todo su peso sobre
ella, pero ella le acaba de morder con
fuerza. Sus dientes estaban pegados a su
músculo y le miraba con resentimiento y
entre lágrimas.
Hugo frunció el cejo, pero sonreía. Su
resistencia le parecía ridícula y adorable al
mismo tiempo. No permitía que las mujeres
le mordiesen como les apeteciera, pero a
ella la dejó hacer. El dolor estimuló su
placer y tenía la cabeza en otro lado.
Esto es increíble…
Dentro de ella parecía de otro mundo. No
sólo estaba apretada, también había una
textura almibarada que le estrujaba.
¿Es porque es virgen?
Pero la última vez que había yacido con
una virgen no hubo ni una sola cosa
particularmente placentera. No pudo
disfrutar en absoluto, y a medio camino, se
puso flácido. Pero ¿por qué esta mujer era
distinta? Su deseo sexual no se había
apaciguado en absoluto, ardía con soberana
intensidad y estaba empapado en sudor.
Después de sentir y acariciar su cuerpo,
apreciaba su pequeña figura. Su cuerpo era
diminuto y sus huesos delgados. Parecía
que la podría romper fácilmente si la
abrazaba con demasiada fuerza.
Continuó con tanto cuidado como si
estuviese tocando cristal, luchando contra
su corazón que quería ser duro y dar rienda
suelta a sus deseos. En un principio había
decidido hacerla disfrutar un poco, pero
había continuado besándola demasiado
tiempo. Se había quedado totalmente
absorbida en lamer su piel y se había
excitado demasiado al acariciar su cuerpo.
No es culpa mía, pensó Hugo. Su joven
esposa le instigaba ciegamente.
La joven se había cansado de morderle, así
que le soltó el brazo y sollozó. Su llanto era
adorable. Su rostro estimulaba su
interminable deseo carnal directamente.
Había empezado a dudar de su convicción
de cuál era su tipo. Apretó la boca
respirando hondo. Nunca había estado tan
sexualmente excitado.
Su firme miembro se estaba poniendo duro
hasta el límite y ella le apretaba con fuerza.
Se sentía culpable, pero no podía
aguantarse más. Alzó el cuerpo y movió las
caderas para que su miembro pudiese
envolverse por completo de ella.
–Ugh…
El cuerpo de Lucia se contrajo por una
nueva sensación. Él vio que de entre su
unión fluía sangre roja y que ella le miraba
furtivamente, aunque, con los segundos, su
frialdad se transformó en dulzura. Y una
vez más, la penetró.
–¡Uck!
Ella gimió en voz alta. Parecía dolerle, pero
su cuerpo se contraía por el placer. Cuando
salió, a ella le ardían las paredes internas,
pero cuando él volvió a entrar, su entrada
se lo tragó hambrienta. Sus suaves paredes
internas estimulaban su varal
continuamente y tenía la sensación de que
iba a explotar.
–¡Ah! ¡Me duele! ¡Deja de moverte! ¡Por
favor!
Cuando Lucia lloró y rogó, él se detuvo
dentro de ella. Hugo demostró gran
voluntad para poder detenerse en semejante
situación, pero ella no se asombró en
absoluto.
–Ya te lo he dicho, si empezamos no
podemos parar a mitad. – Las venas de sus
brazos sobresalían mientras reprimía sus
impulsos.
–Me duele. Creo que voy a morir.
–No morirás. – Le respondió con un tono
frío y sereno al escuchar su llanto. – Sino
no habrías podido nacer. – La apariencia
de ella era como si estuviese sufriendo una
gran injusticia y eso le hizo querer
molestarla. – ¿No he cumplido tu fantasía?
Te he hecho gritar y llorar.
Ella no le dio permiso para seguir
moviéndose y continuó gritando a pesar de
su desvergonzada respuesta.
–¡Ah! ¡Ah!
Lucia no conocía el cuerpo de un hombre y
él era demasiado grande y habilidoso. Una
mujer agresiva hubiese sido capaz de
recibirle bien, pero para Lucia, fue
abrumadoramente doloroso. Los besos
relajantes y suaves que le había estado
dando hasta ahora parecían una mentira. Él
la penetraba cruelmente y sin parar. Cada
vez que llegaba a sus profundidades, su
respiración se detenía.
–¡Uh! ¡Por favor… un poco… más lento!
–Estoy… yendo lento.
No mentía. En aquellos instantes se estaba
controlando todo lo que podía. Si no, hacía
rato que se hubiese desmayado. Aun así, no
era su intención que las cosas fueran de ese
modo, no quería que su primera noche
terminase así, pero su cuerpo actuaba de
otra manera.
Joder.
¿Por qué su interior daba tanto placer? Era
jodidamente bueno.
La sangre fluyó de su unión, manchando
las sábanas. Cuando su sensible sentido del
olfato notó el aroma de la sangre ya había
perdido la mitad de su racionalidad. Los
sonidos húmedos resonaban por la estancia
mientras él seguía penetrándola con vigor.
–¡Ang! ¡Ah! ¡Hk!
Ella gritaba sin que le importase la
situación. Estaba pálida y le temblaban los
ojos, parecía dolerle muchísimo.
Se aferró a sus hombros y le clavó las uñas
en la espalda, dejándole marca. Él odiaba
cuando le hacían heridas. En otra ocasión,
hubiese tirado a la mujer a un lado y se
hubiese ido, sin embargo, no tenía la más
mínima intención de marcharse en ese
momento.
Su apetito por ella se intensificó al ver las
lágrimas de sus ojos. Quería aferrarse a ella
y enloquecidamente enterrarse en aquella
suave y pequeña mujer, y quería penetrarla
mientras le lamía todo el cuerpo.
Duele…
Era como si tuviese un fuego ardiente en su
interior. Su cuerpo se movía de arriba abajo
siguiendo las fuertes penetraciones de él.
Todo era muy distinto a lo que había
imaginado. Pensaba que con un par de
penetraciones acabaría todo. Aquello dolía,
era caliente y exhaustivo.
El dolor seguía allí, pero estaba en algún
punto alejado de su mente. Hacía un buen
rato que se había dado cuenta que lo que la
estaba cansando tanto no era el dolor, era
algo que había surgido en su interior y que
no podía soportar. Su miembro firme se
hundía en ella, se movía y salía. El terrible
dolor fue cesando.
–Ah… Ah…
Los gritos de Lucia se suavizaron y en su
lugar, su respiración pesada aumentó,
inundando la habitación. Sus ojos seguían
manchados de lágrimas, pero ahora estaban
llenos de algo caliente. Frunció el ceño,
pero no por el dolor, sino por algo distinto.
Dolía, dolía sin lugar a duda, pero… Sentía
algo extraño. Una sacudida
abrumadoramente eufórica engulló su
cuerpo desde la punta de los pies hasta la
cabeza. Se tragó los gritos y soltó un largo
suspiro.
–Tiemblas como loca por dentro.
Él sujeto sus caderas y se hundió todavía
más hondo en ella. Sus jugos, mezclados
con sangre, fluían por debajo de sus nalgas.
Conforme él continuaba moviéndose, los
fluidos viscosos crearon un sonido
constante húmedo. La sangre que quedaba
en su unión se esparramaba por aquí y por
allí.
–Ah… Uh…
De sus labios ya no salían gritos de dolor,
en lugar de ello, gemía y maullaba de
placer. Él cambió la dirección de sus
penetraciones lentamente y entró más
adentro. Se concentró en los gemidos y los
jadeos de la muchacha y le tocó tercamente
su lugar más sensible.
–¡Ah! Ah…
Su interior se apretó y tuvo un espasmo. Él
vio que estaba a punto a llegar al clímax y
se enterró en sus profundidades.
–¡Hnk!
Ella gritó y su cuerpo paralizó y empezó a
temblar. Él estaba lejos de su límite, pero si
continuaba la haría desmayar y no tenía el
asqueroso pasatiempo de darle al cuerpo de
una mujer inconsciente. Su respiración era
pesada y terminó dentro de ella.
Mierda.
Él ralentizó su respiración y frunció el
ceño. Era la primera vez que se corría
dentro de una mujer.
El cuerpo de Lucia se debilitó cuando
sintió algo caliente dentro de ella. Jadeó y
su pecho subía y bajaba.
¿Ha… acabado…?
Sus pensamientos no duraron mucho.
Sintió como la enorme mano de él le
acariciaba la frente y, así, se quedó
dormida.
.x.x.x
Parte III
Hugo, todavía tumbado en la cama, frunció
el ceño levemente y abrió los ojos. Tenía la
mirada clara, como si hubiese estado
despierto todo el tiempo. Era sensible a su
entorno y llevaba despierto desde que
Lucia había empezado a revolverse en la
cama.
¿Qué demonios hace?
Después de haberse caído de la cama de un
golpe, lo único que se escuchó fue el
silencio. Tiró la sábana y se levantó. Se
movió ágilmente, a diferencia de alguien
que hubiese estado dormido hasta hacía
poco. Ya en pie, anduvo hasta su lado.
Ella estaba sentada allí, aturdida y
sacudiendo frenéticamente la cabeza de un
lado al otro mientras se cogía del colchón
en un intento de levantarse. Él no estaba
acostumbrado a ayudar personalmente a los
demás, pero no podía quedar ahí sentado
sin hacer nada. Se le acercó a paso lento,
con cuidado de no asustarla.
–Oh…
Sus ojos calabaza se abrieron como platos
cuando notó la cama vacía y su figura.
–Tienes malos hábitos para dormir. ¿Cómo
te has podido caer de una cama tan grande?
Se acababa de despertar, así que su voz
sonaba más grave de lo normal. Aun así,
era atractivo. Lucia, que le miraba aturdida,
volvió en sí.
–No… ¡No es eso!
Sus brazos la sostuvieron y la levantaron,
por lo que Lucia intentó empujarle
avergonzada. Sin embargo, su cuerpo era
tan sólido como una roca y no se movió.
Así que, la muchacha, decidió dejar de
luchar contra él al ver que cualquier
esfuerzo sería fútil.
–Entonces, ¿eres sonámbula?
–Me he despertado para beber agua y… –
Lucia, por algún motivo, tenía vergüenza y
bajó la vista al suelo antes de murmurar el
resto de las palabras en voz baja. –
Caminar es… un poco difícil ahora
mismo…
Él suspiró, se puso las zapatillas que tenía
debajo de la cama y movió los pies a paso
ligero. Cuando llegó al final de la alfombra
se escuchó el sonido del cristal haciéndose
añicos bajo sus pies.
Ah… Ayer rompí un vaso…
Se le había olvidado. Si no fuera por él,
habría ido directa a ese suelo y se hubiese
clavado los pedazos de cristal.
Hugo cogió a Lucia con un brazo
fácilmente y se detuvo delante de la mesa,
sirvió un vaso y se lo pasó.
–Esta vez no lo rompas.
–…Sí.
Nunca dejaba de molestarla. La joven
Murmuró quejas silenciosas y aceptó el
vaso obedientemente. Él no era sólo alto,
también era muy fuerte y la manejaba
fácilmente como si fuera una niña pequeña.
Estaba aguantando sus nalgas y caderas con
un brazo, pero ella se sentía tranquila y
segura.
–Gra…cias…
Le cogió el vaso vacío y lo dejó sobre la
mesa.
–¿Algo más?
–¿…Eh?
–¿Te llevo al baño?
–¡No! – Gritó Lucia con la cara roja como
un tomate.
Su mirada se encontró con la de él y sintió
que sus ojos se burlaban de ella.
Normalmente llevaba la melena oscura
bien peinada, pero en aquellos momentos
estaba en su estado natural y la
maravillaba. Lucia levantó la mano y le
quitó el pelo de la cara, y Hugo frunció un
poco el ceño.
Ella se avergonzó de su acción impulsiva y
la fiera mirada de él era problemática.
Siguió su mirada y se sobresaltó por la
sorpresa. Sus pechos estaban a la vista y se
le veían un poco los pezones. Antes se
había atado el camisón de cualquier manera
y se le había desabrochado.
Lucia se apresuró a cogerse la ropa e
intentó cubrirse, pero por desgracia, su
pijama estaba atrapado entre los brazos de
él y su cuerpo, y tirar del camisón no le
ayudó a tapar nada. Justo entonces, la mano
de él le cogió un pecho.
Lucia jadeó alarmada y le miró
rápidamente. Los ojos de él parecieron
atraparla y no podía moverse. La había
estado observando todo el rato y sentía que
su mirada se volvía cada vez más pesada.
Tenía miedo, pero no podía apartar la vista.
En cuanto le cogió el pecho con un poco de
fuerza, Lucia cogió aire y gimió. Él la
depositó sobre la mesa y le dio un bocado.
–¡Ah!
Una sensación eléctrica le recorrió la
columna vertebral. Los labios de él le
chupaban el pecho, mientras que su lengua
le acariciaba el pezón. Se lo mordisqueo
flojito y, entonces, enterró la lengua.
–¡Ah! ¡Hk!
Lucia le cogió el hombro mientras tenía
espasmos. La mesa aguantaba su cuerpo
conforme él se ponía sobre ella. Le
manoseó los pechos con codicia, le lamió,
mordió y le chupó sin cesar. El sonido la
azoraba y su cuerpo ardía.
Hacía rato que el cinturón había caído al
suelo y sus ropas estaban completamente
desabrochadas encima de la mesa. El aire
frío le acariciaba la piel y su cuerpo estaba
expuesto. Él le separó las piernas,
levantando una con el brazo. Le frotó con
un dedo y, lentamente, entró.
–Uh…
Un dolor ardiente la hizo gritar. Todavía
sufría los efectos secundarios de haberle
aceptado en su plenitud de un golpe. Aun
así, cuando su dedo empezó a entrar y salir
de dentro, sus jugos volvieron a brotar,
provocando un eco bochornoso por toda la
habitación. Gracias a eso, su dedo podía
deslizarse dentro y fuera con facilidad, sin
embargo, a ella le seguía doliendo.
–¿Te duele?
Lucia se apresuró a asentir. Le miró con
impotencia y desesperación. Le envió el
mensaje: “me duele, no quiero hacerlo” con
los ojos, pero cuando sacó el dedo y lo
cambió por su miembro endurecido, ella
empalideció por completo. Cuando él entró
en su tierno interior, ella empezó a llorar.
–Sh…
Hugo intentó tranquilizarla besándola, pero
la penetró todavía más hondo. Su interior le
dolía y quemaba.
–Uuk…
Era un dolor distinto al de su primera
penetración. Le dolía por dentro y tenía
todos los músculos entumecidos. De sus
ojos cayeron grandes lágrimas.
Él usó más fuerza en sus sacudidas y la
subió encima de la mesa. Daba mucho
gusto. Su interior le envolvía y le
estimulaba en los sitios idóneos. Era como
si estuviese saboreando algo dulce, y se
lamió los labios.
Me hace… enloquecer.
Sus lágrimas, su expresión, sus sollozos,
sus gritos, su dulce cuerpo y piel, sus
reacciones inocentes, cómo su interior
abrazaba su erección… Todo le excitaba.
Era como si se hubiese convertido en un
vampiro hambriento que había atrapado el
aroma de la sangre. El demonio de su
interior quería liberar a la bestia y
hacérselo duro hasta satisfacer su hambre.
No puedo.
Si le daba rienda suelta a su demonio
interior, esa frágil mujer moriría. Su joven
esposa era frágil y débil; se podía romper
con un poco de fuerza. Era demasiado
inexperta para aceptar a un hombre. Si la
mataba la primera noche de bodas sería un
problema.
Besó a Lucia, que lloraba, con suavidad.
Enredó su lengua con la suya dentro de su
boquita y la investigó a fondo. Al hacerlo,
recuperó la cordura que se había ido
volando al espacio. Su beso continuó hasta
que a ella pareció faltarle el aire.
Su miembro la cubría. Lo sacó lentamente
y Lucia gruñó apretando los dientes
creyendo que todavía no había terminado.
Sin embargo, él se limitó a ayudarla a
vestirse y la volvió a levantar. Ella le miró
con sus grandes ojos.
Hugo la tendió sobre la cama y Lucia le
miró entre sospechas totalmente callada.
–¿Te arrepientes?
Lucia sacudió la cabeza de un lado al otro.
–Vete a dormir, no te tocaré más.
Ella se relajó y suavizó la tensión de sus
músculos. Se comportaba de una forma tan
visiblemente distinta, que el duque se tuvo
que tragar una sonrisa amarga.
Con que es este tipo de persona.
Suspiró. Sus circunstancias eran cómicas y
lamentables. Le empezaba a doler el
miembro por la frustración sexual. Tardaría
un rato en aliviarse y le irritaba tener que
hacerlo él mismo. Nunca se había tenido
que masturbar y jamás le habían faltado las
mujeres. Suspiró confundido en cómo
superar esa situación mientras Lucia le
admiraba. La habitación ya estaba más
iluminada y ella podía observar su rostro
con mayor claridad. Sería difícil encontrar
a alguien más apuesto que él.
Su rostro estaba bien esculpido y
equilibrado; sus rasgos convivían en
armonía. Tenía la nariz alta y los ojos
estrechos. No le encontraba ningún fallo.
Aun así, la gente no le consideraba:
“encantador”.
¿Por sus expresiones… faciales?
Siempre estaba indiferente y frío. Era
imposible adivinar sus pensamientos
observando sus expresiones. Era
complicado saber si se encontraba bien o
mal. Era famoso por su prestigio militar y
su presencia terrorífica en batalla, por lo
que los demás le temían.
Hugo se levantó y desapareció y ella
contempló como su atractivo marido se
marchaba con el corazón triste, sin la más
mínima idea de que iba al baño a
encargarse de su miembro.
¿Por qué ha aceptado casarse conmigo…?
No tenía la menor idea. Había pasado
mucho entre ellos, pero no lo suficiente
para justificar el resultado. Él era capaz de
encontrar a muchas mujeres dispuestas a
aceptar las mismas condiciones que ella.
En aquel entonces, escogió el mejor
camino posible, pero si se paraba a pensar,
lo suyo hubiese sido que él se burlase de
ella y la apartase como a un insecto.
El duque volvió del baño de mal humor.
Había sido capaz de encargarse de su
frustración, pero no estaba nada satisfecho.
Más que nada, estaba incómodo. Se
acababa de casar, tenía una mujer perfecta
delante de él, y aun así, había tenido que
recurrir a la masturbación. Había decidido
ser un caballero por ella, pero no podía
evitar hervir de rabia por dentro. Escondió
todo su enfado en su corazón y volvió
regresó a la cama.
Ella no se había vuelto a dormir, sino que
se había quedado dando tumbos por la
cama. Cuando sus ojos naranjas le miraron,
Hugo no pudo evitar sentirse molesto. No
obstante, nadie podía adivinar sus
sentimientos por su rostro. Parecía llevar
una máscara fría y despreocupada.
–¿No vas a dormir? Si no duermes no
tendrás fuerzas para después. Dentro de
unas horas nos iremos para el norte, no será
un viaje fácil.
–No seré una molestia para sus asuntos
diarios, no se preocupe, por favor.
Su voz era firme y fuerte, por lo que él
repasó la condición de su cuerpo de arriba
abajo.
–No puedes andar.
Lucia se puso a la defensiva con mala cara.
Cuando el continuó su estudio para
centrarse en su rostro, ella articuló un
“qué” silencioso.
–Está pensando en volverlo a hacer, ¿a qué
sí? – Le pilló desprevenido con esa
pregunta y él estalló en carcajadas.
–O sea que es culpa mía que no puedas
nadar.
–…No es que no pueda… Pero es raro…
–Haré que venga un doctor por la mañana.
–¿Eh? Estoy bien. Estoy bien, de verdad.
Lucia sacudió la cabeza y le rechazó
educadamente. ¿Cómo iba a poderle
explicar ese bochornoso dolor a otra
persona? Aunque esa otra persona fuera un
médico no quería hacerlo.
Lucia se levantó para demostrar que su
cuerpo estaba en perfectas condiciones,
pero sus músculos estaban rígidos y su
parte baja le dolía. Soltó un gritó silencioso
en su corazón mientras se le formaban
gotas de sudor en la frente.
Él chasqueó la lengua y la ayudó a volver a
la cama.
–Si estás cansada, dímelo claramente. Por
lo que veo, te será imposible partir hoy.
–Estoy bien de verdad. No sienta que debe
cambiar su horario por mí, por favor.
–Será un viaje de tres o cuatro días. No
habrá ningún pueblo o ciudad en la que te
puedas parar a descansar. Tendrás que
pasarte todo el día en el carruaje. ¿Eso te
parece bien?
–Sí, me parece bien.
–No seas terca con tonterías.
Hay que ser responsable por tus palabras.
Soltar palabras orgullosas, y luego poner
excusas sólo acarrea problemas. El duque
necesitaba entender su mentalidad para
prepararse para cualquier cambio y así
poder minimizar cualquier tipo de
problema que pudiese surgir en el futuro.
Las medidas preventivas son inútiles sin o
se preparan con tiempo. Con las mujeres
era igual. Decían que estaban bien y que no
hacía falta que se preocupase por ellas,
pero luego, le decían que eso no era lo que
querían decir y se quejaban porque no
entendía sus sentimientos. Siempre que eso
pasaba rompía con ellas allí mismo.
Cualquiera que ocultase sus quejas acabaría
apuñalándole por la espalda algún día.
–No estoy siendo terca… Entiendo que
usted tiene asuntos urgentes en el norte. Es
verdad que sufro cierta incomodidad, pero
por ahora puedo soportarlo.
En su expresión glacial se hizo una grieta.
La situación urgente de su ducado sólo era
una excusa que había dado para preparar el
matrimonio informalmente. No había
compartido ningún detalle explícito sobre
el asunto para que todo el mundo llegase a
la conclusión que el siguiente paso sería
regresar lo más rápido posible. Por
supuesto, no podía explicarle que se había
casado de esta manera para que no le diera
tantos problemas y que no pasaba nada en
el norte.
Como intentaba ocultar su bochorno su voz
sonó más amigable de lo normal.
–No habrá mucho problema si llego unos
días más tarde. Retrasaré el viaje unos días.
Lucia volvió a observarle. El hombre no
era tan abrumador ni frío como había
pensado. No ignoraba ninguna de sus
palabras y conversar con él no era nada
desagradable. Cuánto más le conocía,
menos le entendía. No era tan mala
persona, aunque tampoco era buena
persona. Cada vez que se decantaba, por un
lado, a los minutos, cambiaba de parecer.
–¿Puedo… preguntarle una cosa más?
–No, vete a dormir.
–Cuando los asuntos del norte estén
arreglados, ¿volverá a la capital?
Esa mujer… La estaba mirando con
frialdad y, sin embargo, no parecía ni
asustada ni dócil. Así había sido desde un
principio, no titubeaba cuando trataba con
él. Era callada, pero decía todo lo que
necesitaba. Podría ignorarla, pero
extrañamente, no le importaba responder a
todas sus preguntas.
–Hay muchas cosas que hacer. No planeo
volver a la capital en bastante tiempo.
Le había dicho al príncipe heredero que
volvería en dos años, pero no había
ninguna fecha decidida. Podía alargarlo
todo lo que quisiera.
–¿No pasará nada? O sea… ¿El príncipe
heredero ha aceptado de buen grado su
petición?
No esperaba esa pregunta. Hugo le
devolvió la mirada con interés. Es cierto
que estaba del lado del príncipe heredero,
pero no hacía nada por él personalmente.
Nadie podía dar una información de que así
era, por lo que era un tema bastante
sensible. ¿Esa mujer estaba interesada en el
poder? Almacenó esa información con
interés.
–No ha aceptado de buen grado.
Kwiz había intentado atar a Hugo con
amenazas y sobornos, pero ninguno le
había tentado. A pesar de que tenía un
sistema de administración que permitía que
sus tierras estuviesen bien durante un buen
tiempo sin él, tenía que hacer acto de
presencia.
–Veo que… sigue sus decisiones hasta el
final.
Lucia había adivinado esa tendencia suya.
Cuando decidía algo, seguía adelante. Sólo
habían tardado un mes en casarse
informalmente, todo había sucedido muy
rápido y sin pausa. Antes de poderse dar
cuenta, estaba firmando el certificado
matrimonial.
–¿Alguna vez ha lamentado alguna de sus
decisiones? – El silencio de su esposo fue
doloroso. – …Si es una pregunta
demasiado personal, pues…
–Nunca. No le tengo cariño a nada del
pasado: es inútil aferrarse a algo imposible
de cambiar.
Con que así es como era las cosas. Lucia
sintió un tirón helado en su corazón.
Cuando me tiré, no piensa mirar atrás. Le
da igual si se trata de trabajo, relaciones
humanas o chicas.
Era un hombre fuerte y arrogante, como en
su sueño. Siempre había sido seguro de sí
mismo y recibía los elogios de la gente
como algo obvio. Muchos le anhelaban,
pero como era difícil acercarse a él, la
mayoría se limitaban a echarle vistazos
desde lejos. Puede ser que a Lucia le
gustase ese hombre más de lo que había
imaginado.
Era increíble que él estuviese a su alcance.
Se había convertido en su esposa, era
increíble que ahora fuese su mujer.
Qué ojos tan brillantes, pensó Hugo
mientras estudiaba los ojos calabaza. Sus
ojos relucían con deseo, miedo y
admiración. Normalmente, las mujeres que
le deseaban no tenían esas emociones. Las
muchas mujeres que habían tratado de
seducirle sólo deseaban su riqueza y
autoridad, jamás había visto a una mujer
con los ojos tan claros.
¿Era tan diferente porqué había crecido en
unas circunstancias únicas? Si hubiese
crecido como la realeza normal, rodeada de
criadas, no sería tan distinta. Todo esto era
posible sólo porque había crecido pensando
que era una plebeya.
La teoría del hombre era que el mundo no
iba a cambiar. Algún día, los ojos claros de
la muchacha sucumbirían a la codicia de
este mundo. La joven era tan inocente
porque todavía no había experimentado el
mundo real.
No parecía tonta, o al menos, no lo
suficiente como para ser una molestia en el
futuro. Además, su cuerpo no sólo era
bueno, era increíble. Hugo estaba
perfectamente satisfecho con esos
resultados a pesar de que había sido un
matrimonio precipitado.
–Parece que sólo te irás a dormir cuando
me vaya.
–¿Y mi señor? ¿No va a dormir más?
–Siempre me levanto sobre esta hora.
–¿Tan… temprano?
El Conde Matin sólo se despertaba cuando
el sol ya estaba en alzas: al mediodía. Lucia
sospechaba que nunca había visto las
mañanas, pero en su defensa hay que decir
que no era porque el Conde fuese
particularmente holgazán, acostarse
después de la medianoche y levantarse bien
entrada la mañana era una práctica habitual
entre nobles porque frecuentaban bailes,
fiestas y cenas.
–Te he dicho que no me llames “mi señor”
en la cama.
–…Sí, pero… No es tan fácil… No me
siento bien…
Las otras mujeres siempre habían estado
impacientes por llamarle por su nombre, no
obstante, esta mujer no era tan fácil.
Aunque estaba sentado muy cerca de ella,
la joven no le había puesto ni un solo dedo
encima a diferencia de las otras que,
después de una noche de pasión, solían
acurrucarse y pegarse a él como un trozo de
chicle.
¿Lo de ayer fue desagradable? A lo mejor
tratar de tocarla ahora ha sido una mala
idea.
Era distinta a otras mujeres. Las otras no
lloraban de dolor como ella. Por primera
vez en toda su vida, Hugo cuestionó su
propio orgullo.
–Vivian.
Nunca albergaba preguntas en su corazón,
pero al enfrentarse a aquellos ojos que le
devolvían la mirada, no consiguió reunir el
valor para preguntar: “¿qué opinas de
nuestra primera noche juntos?”. Puede ser
que temiese la respuesta que podría salir de
la boca de la muchacha. Siendo ella, no
respondería un “ha estado bien” por el bien
del orgullo del hombre.
–…En lugar de practicar mi nombre,
practica no sorprenderte cada vez que
escuchas el tuyo. ¿Puede ser que no te
guste cuando te llamo por tu nombre?
–…Ese nombre… me incómoda…
–Tengo que llamarte de alguna manera.
–Hay muchas formas.
–¿Muchas? ¿Cuáles…? “¿Esposa mía”?
¿“Cariño”? ¿“Amor”? ¿“Mi amor”?
¿“Cielito”? – El rostro de Lucia se
ruborizó. ¿Cómo podía decir esas palabras
con tanta naturalidad? – Elige. – Él ladeó la
cabeza a un lado al ver que ella permanecía
quieta con la boca cerrada. – ¿No te gustan
los apodos normales? ¿Qué te parece “mi
rayo de sol” o “mi alma gemela”?
–¡Mi nombre! Llámeme por mi nombre,
por favor.
–Mmm. Yo también creo que es lo mejor,
Vivian.
La sonrisa burlona del hombre puso de
malhumor a Lucia. Tal y como cabía
esperarse de un mujeriego. No esperaba
que le fuese fiel sólo por haberse casado.
En su sueño, aunque no tenía ninguna
amante oficial por su matrimonio, solía
esconderse alguna por aquí y por allí.
–Hasta aquí, vete a dormir.
–Pero…
–¡Vivian!
Lucia abrió los ojos como platos, entonces,
al siguiente instante, estaba riéndose.
¿Y ahora qué hago? Se preguntó Hugo para
sí mientras la contemplaba reír con sus ojos
dulces.
–¿Cuántas horas suele dormir?
–Unas tres o cuatro.
–¿Cada día?
–A veces sólo duermo una o dos.
Lucia se quedó boquiabierta de la sorpresa.
Ser un duque no era un trabajo fácil que
cualquiera pudiese llevar a cabo, sólo
alguien trabajador podía desempeñarlo.
–…Lo siento. Eso me será imposible,
podría morir si sólo duermo tres o cuatro
horas al día.
–¿…Te he pedido que lo hagas?
–Mi señor… Hugh… ¿Cómo puede dormir
la esposa del duque mientras su esposo está
trabajando…?
Era difícil determinar si él reía por
diversión o por haberse quedado atónito.
–Aprecio tus intenciones, pero no hace
falta. Cierra esa boca que tienes y duerme.
Cubrió los ojos de Lucia con la mano que,
de lo grande que era, casi le tapó la cara
entera. Hugo no disfrutaba demasiado de
hablar con mujeres, pero conversar con ella
no le pareció molesto. En realidad, tenía
una voz muy agradable, clara y dulce, no
esa típica voz nasal y aguda.
–Siento haberle molestado.
No le había molestado, pero no se molestó
en negar su afirmación.
Lucia parpadeó un par de veces en la
oscuridad y, al poco tiempo, volvió a
dormirse. Él notó cómo la respiración de
ella se ralentizaba y se volvía más rítmica y
soltó una risita silenciosa.
La observó dormir tranquilamente durante
un rato antes de levantarse. Rodeó la cama
y se inclinó sobre su lado, entonces, la besó
en la mejilla sintiendo el cosquilleo de su
aliento. Le lamió el labio inferior con
suavidad y se lo chupó antes de separarse.
Finalmente, se enderezó con una expresión
complicada.
* * * * *
* * * * *
* * * * *
.x.x.x
Parte II
Lucia se pasó los días durmiendo para
recuperarse. Tuvo que descansar durante
otros dos días hasta que por fin dejó de
sangrar. Se sentía mucho mejor y, aunque
sus muslos todavía estaban algo
entumecidos, era soportable.
La joven era la única persona sin nada que
hacer antes de partir, el resto estaba
ocupado encargándose de las necesidades
de última hora. Jerome estaba
principalmente concentrado en comprobar
las raciones de comida y la medicina de
urgencia para su viaje, además de las
comodidades para su señora.
Había catorce empleados trazando un
itinerario detallado para su viaje hasta el
norte. Lucia, sus dos criadas, Jerome,
Anna, las tres hermanas mudas, cinco
criados y cuatro caballeros iban a viajar
juntos. Justo cuando la nueva duquesa
disfrutaba de su último té antes de partir,
Jerome decidió presentarle a los cuatro
caballeros que iban a viajar con ellos.
Cuando la joven accedió, Jerome dejó
pasar a los hombres.
Pensaba que Sir Krotin vendría con
nosotros.
No reconocía a ninguno de los caballeros.
Sir Krotin había llegado corriendo a la
finca con tanta vehemencia que le había
causado bastante impresión. Sin embargo,
pensó que preguntar por alguien que no
estaba presente sería una grosería, por lo
que decidió no hacerlo.
Uno de los caballeros estaba a mitad de sus
veinte, el resto eran unos cuatro o cinco
años más mayores. Todos estaban
esperando en la puerta, quietos como una
estatua. Guardaban las distancias con Lucia
que seguía sentada en el sofá del recibidor.
–Jerome, ¿hay algún motivo por el que los
caballeros tengan que quedarse tan lejos?
–No, es una medida de precaución para no
asustarla, señora.
Los caballeros eran altos y robustos, y si le
añadían las armaduras, parecían gigantes.
Todos iban equipados con una espada larga
en la cadera. Las mujeres solían asustarse
cuando los tenían cerca.
–No pasa nada. Diles que se acerquen. Al
menos debería ser capaz de reconocer sus
caras. Si hay alguna emergencia no podrán
mantenerse alejados.
A Lucia aquellos hombres tan vigorosos y
altos no la asustaban. Si así fuera no habría
podido acercarse al duque. Había aprendido
de su sueño que el físico de una persona no
la definía ya que había sido la dueña de una
tiendecita de reparación de armas y
armaduras de caballeros.
–Entendido, señora.
Los caballeros se le acercaron hasta
quedarse a unos pocos pasos. Jerome los
presentó por sus nombres, uno a uno,
mientras que cada uno iba asintiendo con
cortesía.
–Mi señora, – dijo el más mayor. –
haremos todo lo posible por protegerla y
ofrecerle la mayor comodidad posible, pero
hay algo que debe tener en mente. Estoy
seguro de que no se va a dar esta situación,
pero en caso de que nos viéramos envueltos
en algo peligroso, por favor, no deje el lado
de Sir Heba.
El líder de los caballeros le presentó a Sir
Dean Heba, el más joven de los cuatro.
–¿Por qué? ¿Por qué Sir Heba va a
protegerme en lugar del líder de los
caballeros?
–Porque es el más habilidoso.
–No lo entiendo. Por lo que sé, el rango de
un caballero se decide por habilidad, no por
edad.
Los caballeros se miraron entre ellos con
un extraño fulgor en los ojos. La muchacha
había nombrado una regla no escrita que
seguía todo el mundo, una costumbre
secreta que sólo conocían aquellos que
trabajaban con caballeros cerca.
–Eso es… Porque Sir Heba es…
–Se lo explicaré yo mismo. – Como el líder
de los caballeros no consiguió responder,
Dean se adelantó. – No soy de alta cuna, ni
he sido formalmente aceptado en ningún
grupo de caballeros. Soy un caballero de
sangre plebeya.
–¿Y?
Dean pensó que sus palabras bastarían para
convencer a la joven, pero ella le tomó por
sorpresa volviéndole a preguntar.
–Porque… Tal vez mi señora se puede
sentir incómoda.
–Resumiendo, pensabais que desconfiaría
de un caballero plebeyo.
–…Así es.
–Tu estatus no decide tus habilidades. No
deseo romper las normas de los caballeros.
Sir Heba, por favor, lidere el grupo de
caballeros.
Los ojos de Dean temblaron cuando
volvieron a mirar a Lucia, entonces, agachó
la cabeza.
–Sí, señora. – Respondió con muchísimo
más respeto.
Cuando Jerome permitió marcharse a los
soldados, expresó su sorpresa.
–Señora, no sabía que estaba al corriente de
las normas de los caballeros. Temía que se
fuera a sentir incómoda con ellos y me
preocupé mucho. Sir Heba es
verdaderamente talentoso a pesar de su
corta edad. Le ascendieron a caballero
oficial antes sin tener que pasar por el
período de prueba.
–Vaya. Eso sólo es posible después de
quedar primero en una competición de
monta de caballo o esgrima. Debe ser muy
talentoso. Qué sorpresa. Parece muy
inocente por su apariencia.
–Señora, vuelve a sorprenderme una vez
más. Es usted una experta.
Lucia le dedicó una sonrisa como
respuesta.
No había trabajado en la herrería
demasiado tiempo, pero esa experiencia
había afectado muchísimo a su vida. El
Conde Matin había sido obseso, sí, pero su
cuerpo era enorme. A pesar de su corta
estatura siempre la había intimidado.
Los soldados que visitaban su herrería
habían sido mucho más altos y grandes. A
veces, incluso de apariencia aterradora,
pero todos habían sido gigantes amables sin
punto de comparación con el Conde Matin.
Gracias a ellos, Lucia fue capaz de abrirse
y confiar con mayor facilidad en los demás.
Por supuesto, entre ellos también había un
porcentaje que eran escoria. Estos exigían
las reparaciones y posponían el pago.
Entendiendo su “ya te lo pagaré” como
“nunca”. De vez en cuando, los otros
caballeros pillaban a esta basura y le daban
lo suyo en su nombre. La diferencia entre
los sicarios y los caballeros era como el
cielo y la tierra. Los caballeros se
enorgullecían de sus armas mucho más que
los demás.
Si así hubiese terminado su historia, su vida
habría sido preciosa.
Se enamoró de un hombre que se arruinó y
perdió su herrería. Al principio, había
creído que era un caballero, pero más tarde
se enteró de que no era así. Sí que había
sido un caballero, pero le habían echado
por motivos desconocidos. A los otros
caballeros les enfureció que su honor
hubiese sido mancillado y le ayudaron a
encontrarle, sin embargo, nunca consiguió
el dinero que había perdido.
Debería haber desconfiado de aquel
apuesto y fuerte hombre desde un
principio. Nunca le había pedido placeres
carnales y siempre tuvieron un amor
platónico, por lo que lo confundió por
alguien puro e inocente.
–¿Sir Krotin no va a venir con nosotros?
El rostro de Jerome se paralizó
momentáneamente.
–¿Cómo es que le conoce?
–Le vi venir corriendo a la finca hace unos
días. Pensaba que iba a unirse a nosotros.
–No es así. Le han ordenado proteger al
príncipe heredero.
–No parece gustarte demasiado.
–…Más que disgustarme… es
problemático.
Sir Krotin no debe ser un mal chico.
Si el significado detrás de las palabras de
Jerome era que Krotin era temperamental y
salvaje era comprensible. Seguramente ese
era el motivo de su apodo: “perro loco”.
Lucia imaginó a un perro salvaje y dulce
rodando y correteando por ahí.
* * * * *
* * * * *
* * * * *
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Parte III
El territorio del norte llevaba bajo el
control de los nobles de Taran un
incontable número de años, hasta el punto
de que su reinado era inquebrantable.
Había una regla no escrita que el
Emperador no interferiría con las
actividades del norte. Y, a pesar de que con
semejante poder los duques de Taran
podrían haber creado su propio país
independiente, no se habían revolucionado
en contra del emperador jamás.
La mayoría de la población veía a los
duques de Taran como a los reyes del
norte. Aun así, su rango sólo era el de un
vasallo del emperador. Pagan impuestos, en
momentos de guerra eran los primeros en
luchar en primera línea, y además, eran los
que se ocupaban de los conflictos con los
barbaros de las fronteras. El emperador no
podía interferir sin llevarse un buen dolor
de cabeza. No todas las generaciones de
emperador habían compartido esa opinión,
pero mientras tuviesen un mínimo de
cabeza, entendían que oponerse al duque de
Taran no era una buena idea.
Los duques de Taran siempre defendieron
su posición de gobernantes del norte y
nunca interferían con las políticas de la
capital, se centraban en los asuntos del
norte. No obstante, eso había empezado a
cambiar desde hacía siete años.
El anterior duque padeció una muerte
abrupta y el duque actual heredó el título a
la tierna edad de dieciocho años. Como
futuro duque, tuvo que abandonar su
territorio y convertirse en la vanguardia de
varias guerras a lo largo del imperio.
Los logros del duque de Taran se
sembraron en el campo de batalla. Su
forma de luchar hacía temblar hasta a la
tierra y al cielo. Los caballeros de las otras
unidades no tenían ninguna oportunidad de
sobrevivir si se enfrentaban a él y
terminaban convirtiéndose en sus
seguidores.
El territorio del norte había estado en paz
mientras el duque había ido ganando sus
méritos en batalla. El norte estaba lejos de
la guerra, y sin importar los estrépitos que
ocasionase su señor, sus tierras no sufrían
ninguna consecuencia.
Hugo jamás recibió ninguna prueba para
comprobar si estaba cualificado para
gobernar el norte. De hecho, ya muy joven
tuvo que abandonar su territorio durante
mucho tiempo. La gente empezó a
sospechar que su único talento estaba en la
guerra y que no valía como gobernante. En
otros territorios los duques imponían
impuestos en los condados que les
garantizaba cierta autonomía. Sin embargo,
en el norte no funcionaba así. La familia
Taran controlaba cada región al detalle.
Eso incluía tanto los impuestos, como las
leyes y los ciudadanos.
La anterior generación de Taran había
prohibido cualquier forma de tiranía y los
plebeyos de sus tierras vivían
tranquilamente, sin embargo, muchos de
los nobles creían firmemente que los Taran
les habían robado sus derechos.
Los nobles que vivían alejados de los
barbaros de la frontera sentían que el poder
militar del duque era innecesario. Todas las
regiones más cercanas a la capital se habían
aliado y se burlaban del duque juntos.
Incluso planeaban entregar una petición
formal al emperador para independizarse
del territorio norte. Y no sólo eso, también
habían subido los impuestos a espaldas del
duque para conseguir fundación para su
ejército privado.
No obstante, cometieron un error fatal:
ignoraron la verdadera personalidad del
duque.
–Ugh…
No podía respirar bien porque le estaban
estrangulando. Sentía el cuerpo pesado,
como si le estuvieran hundiendo en la
tierra. Le dolía la cabeza como si le
estuvieran golpeando con un barrote de
acero. El Conde Brown parpadeó cansado.
Intentó abrir los ojos, pero no pudo. Un
líquido caliente le brotaba de la frente y no
dejaba de gotear en su ojo. Se secó la frente
con la mano temblorosa y descubrió que la
tenía cubierta de sangre.
Una sensación terrorífica le recorrió la
espalda. El conde miró atrás y estudió su
entorno. Reconocía el lugar, estaba dentro
de los muros de palacio.
Escuchaba un lloro ahogado desde algún
lugar, se dio la vuelta y abrió los ojos como
platos. Había una docena de personas
arrodilladas en una esquina. Tenían las
caras manchas de lágrimas, hiperventilaban
y convulsionaban a la vez. Se tapaban la
boca con la palma de la mano y tenían
espasmos: era una imagen miserable.
Los conocía a todos: su esposa, hijos e
incluso algunos de sus súbditos más leales.
Todos aquellos con algún tipo de relación
con el conde Brown estaban ahí.
Iba a preguntarles qué hacían allí, pero no
le salió la voz. Cuando el conde miró a su
familia, sus rostros empeoraron y
rompieron a llorar. Sus ojos se llenaron de
desesperación y odio hacia el Conde y él no
podía hacer nada.
–Hemos dejado escapar a la rata.
–Mis disculpas, mi señor duque.
Se oyeron unas voces seguidas de unos
pasos. Los zapatos de cuero pisando el
suelo de piedra se hizo más y más fuerte.
La puerta se abrió y un grupo de gente
entró por el pasillo liderado por un hombre.
Los ojos del conde se abrieron y se
estremeció. El líder del grupo tenía los ojos
rojos y el cabello negro. Todos los
habitantes del territorio del norte
reconocían esas características inequívocas.
Todos los duques de Taran tenían ese pelo
y esos ojos. Hasta alguien que no hubiese
visto su tierra sabría identificar esos rasgos.
El conde miró a un lado y cuando sus ojos
se encontraron con los del duque, entró en
pánico y empezó a retirase hacia atrás. El
duque se le acercó; era como una serpiente
acercándose a una rana temblorosa. El
conde no pudo hacer nada, y sin otro
remedio, bajó la cabeza al suelo.
El duque se detuvo a un paso de él y le
pasó la espada por debajo del cuello para
obligarle a levantar la cabeza.
El conde se preguntó por qué no se habría
quedado inconsciente en el suelo. La
armadura del moreno estaba manchada. No
se podía apreciar el color exacto de las
manchas, pero era obvio que se trataba de
sangre. El hombre mantenía su espada
ensangrentada contra el cuello del duque y,
cuando le vio mearse encima, frunció el
ceño.
–Conde Brown. ¿Correcto?
–Sí… Sí.
–Tu hijo, que iba a heredar tu posición, ha
huido. ¿Sabes dónde ha podido escapar?
–¿Eh?
Hugo chasqueó la lengua. El hombre había
perdido casi toda la cordura y era
demasiado tarde para conseguir buenas
respuestas. Al parecer, atrapar a la rata le
costaría un poco más. Hugo extendió la
mano e hizo una seña. Un caballero le
acercó un documento de inmediato.
–Esa firma es tuya, ¿verdad? – Dijo
tirándole los papeles a los pies.
El conde cogió el documento con manos
temblorosas y le echó una ojeada: era la
petición que iba a enviarle al emperador.
Todas las firmas de los otros nobles
estaban perfectamente organizadas junto a
la suya. El suelo, de repente, le pareció un
pozo sin fondo. Era como si la muerte
hubiese aparecido a su lado.
–Un… juicio. Deseo un juicio con el
emperador…
La mandíbula del conde tembló sin parar.
El conde Brown era el vasallo del duque
Taran y, al mismo tiempo, el del
emperador. Como vasallo del emperador
tenía el derecho de solicitar un juicio con él
para que mediase a su favor. No podía
aceptar un juicio contra la traición al
imperio.
–Un juicio. – murmuró. – Dice lo mismo
que el tío de esta mañana.
El conde sintió un escalofrío por todo el
cuerpo. Había escuchado la muerte
susurrarle al oído y, sin titubear, se postró
al suelo.
–¡Tenga piedad, por favor! ¡Perdóneme la
vida! ¡Mi señor!
Su único pensamiento era salir de esa
situación con vida. Estaba preparado para
hacer cualquier cosa. El conde quería
demostrar toda la riqueza que podía
entregarle al duque, pero no consiguió
reunir el suficiente valor para hablar. Era
como si estuviese teniendo un ataque de
corazón, sentía un tirón en el pecho y se le
caían las lágrimas.
–Parecen clones. – La voz del duque
rebosaba desdén. – Levanta la cabeza.
El conde alzó la cabeza tan rápida como si
alguien le hubiese tirado del pelo. Sus ojos
se encontraron con los rojos carmesí en los
que no se hallaba ni la menos rabia o
excitación y era precisamente por esto, que
Brown estaba tan asustado. Sentía la
intención de matar detrás de aquellos ojos
indiferentes. Aquellos eran los ojos de un
depredador agazapado a la espera de su
presa.
–Tenga… piedad…
El observó cómo la espada se hundía en las
profundidades de su pecho. Aun así, no
intentó retroceder, simplemente, se quedó
allí temblando. La espada continuó
apuñalándole y el cuerpo de la víctima
convulsionó. El conde Brown escupió
sangre por la boca y los ojos se le pusieron
en blanco.
Los caballeros ya habían sido testigos de la
naturaleza asesina del duque en muchas
ocasiones por lo que se habían
acostumbrado a esa escena y le miraban
con admiración pensando algo del estilo de:
“esa maniobra ha sido muy difícil. No ha
usado mucha fuerza, pero su espada ha
penetrado la armadura y la carne del conde
como si fuera tofu”. Y este tipo de
pensamientos eran el motivo por el que los
caballeros del duque le parecían unos locos
a Fabian.
Hugo no se acobardó al ver las muchas
expresiones de dolor del moribundo.
Continuó empujando la espada hasta que
cesaron los espasmos y se convirtió en un
cadáver. La víctima había muerto más de
miedo que de dolor. En cuanto dejó de
respirar, sacó la espada y se la pasó por el
cuello.
Se le rompieron los huesos y la cabeza rodó
por el suelo.
–¡Aah…!
–¡Aah…!
Los parientes del conde que estaban en una
esquina rompieron su silencio y empezaron
a gritar.
–Cuánto ruido.
Cuando los caballeros escucharon la voz
baja del duque, se miraron entre ellos y se
acercaron a la gente del conde. Los nobles
empezaron a lloriquear conforme se les
aproximaban los soldados.
–¡Mi señor! – Gritó Fabian mientras se
acercaba corriendo. – ¡No puede matarlos a
todos! ¡Sino no quedará nadie para que
trabaje aquí! ¡Habrá un paro en la
administración!
Los caballeros se detuvieron; los familiares
que quedaban cerraron la boca intentando
ahogar su llanto y miraron a Fabian como
si fuese su única esperanza. El duque era
tan aterrador como un vampiro empapado
de sangre. Sin embargo, a Fabian no
parecía afectarle y gritaba dando pisotones
en el suelo.
–Te he dicho que traigas gente de Roam.
–¿Cree que hay mucha gente en Roam?
Sólo unos cuantos están calificados para
trabajar aquí.
–No hay excepciones.
Un total de trece señores habían conspirado
juntos y Hugo ya había visitado a siete de
las localizaciones. Después de su visita seis
regiones se habían visto envueltas en el
caos. Los vasallos de los señores y
cualquiera de sus hijos eran asesinados a
sangre fría y el número de víctimas ya
ascendía a unas cien.
–¿No puede hacer alguna excepción? La
cantidad de trabajo se me ha acumulado
después de cada una de sus visitas, se me
acabará rompiendo la espalda.
¡Rompiendo!
–Exterminaré toda fuente de posibles
problemas. ¿Qué hacéis? ¿Esperáis que lo
haga todo yo?
Los caballeros obedecieron y
desenvainaron las espadas de inmediato.
Hubo un pandemónium de gritos, llantos y
choques de espada y, en cuestión de
momentos, cincuenta personas se
convirtieron en un montón de carne. El olor
a sangre llenó los pasillos rápidamente.
–Ah…
Fabian suspiró. Podía ver cómo su trabajo
aumentaba. ¡Ah, de verdad! ¿Por qué
habían tenido que hacer el tonto sin saber
su lugar? Fabian estaba más preocupado
por sus vacaciones que por los muertos.
Para los caballeros, Fabian estaba mucho
más loco que ellos.
Ya lo había predicho, pero… Mata a la
gente como si fueran bichos.
Fabian le dedicó unos pocos pensamientos
a la cruel realidad. Se había acostumbrado
demasiado. Toda la culpa recaía en
aquellos que habían iniciado el desastre.
Si fuera yo, preferiría el suicidio. Idiotas.
Los nobles no entendían el temperamento
del gobernador del norte en absoluto. Hugo
odiaba complicar las cosas. Cuando algo se
enredaba, prefería cortarlo que
desenredarlo. Si algo no le satisfacía, para
él no existía el perdón. Fabian de vez en
cuando pensaba que su duque era
demasiado cruel, pero era cien veces mejor
que un líder indecisito.
–Partiremos mañana por la mañana.
–¡Sí! – Respondieron los caballeros con
firmeza.
Fabian, que estaba a un lado, suspiró
pesadamente. Se ocupaba los problemas a
la ligera. A ese ritmo todo estaría arreglado
en un mes.
Los señores de las trece regiones no era
algo que podía tomarse a la ligera.
Individualmente sus territorios eran
pequeños, pero unidos, constituían una
gran parte del norte. No obstante, los
caballeros del duque de Taran no eran del
montón. Habían estado luchando contra los
bárbaros en la frontera durante años y se
habían vuelto exponencialmente más
fuertes. Guardaban experiencia real y sus
habilidades en la matanza estaban a otro
nivel. Además, el duque entrenaba con
ellos cada día; no podían relajarse.
El duque y los caballeros habían estado
cruzando el territorio, ocupándose de los
bárbaros de la frontera hasta convertirse en
máquinas de matar. Por eso, para todos
ellos, aquella situación era como
enfrentarse a un rebaño de ovejas.
Un caballero entró en el salón a paso ligero
para pasarle la información al jefe de los
caballeros. Elliott informó al duque.
–Le hemos atrapado.
–Traedle.
Muchos soldados se comunicaron entre
ellos con asentimientos de cabeza y dejaron
el salón. Poco después, dos caballeros
entraron arrastrando a un hombre sin
soltarle los brazos. El hombre estaba hecho
un desastre, pero en cuanto vio el caos de
los pasillos, empezó a gritar. Justo
entonces, un caballero le pegó detrás del
cuello haciéndole tambalearse y caer al
suelo.
–¡Gua!
El hombre se arrastró por el suelo,
quejándose. El duque no era tan amable
como para permitir que continuase llorando
e iba a patearle cuando el hombre empezó a
reír.
–¡Buajajaja!
¿Estaba loco? Pero sus ojos seguían siendo
cuerdos.
–Cállate antes de que decida partirte el
cuello.
La amenaza silenciosa del duque acabó con
la risotada del hombre, que intentaba
calmar su respiración acelerada. Se
arrodilló y bajó la cabeza al suelo.
–Máteme, por favor.
Eso era nuevo. Era la primera vez que
alguien no le rogaba por su vida.
–¿Qué?
Fabian comprendió la pregunta del duque e
intervino.
–Es el hijo de la anterior mujer del conde
Brown. Hace un año se decidió que él sería
el heredero, pero al parecer, sólo fue para
poderle usar de cabeza de turco en caso de
que el plan fallase.
–Los otros no preparan nada por el estilo.
–El conde Brown siempre fue muy
detallista.
–Déjale a cargo de este lugar.
–¿De veras? – Fabian se regocijo.
–¡Máteme, por favor! ¡Mi señor!
El duque acababa de decir que le dejaría la
región para él, pero el hombre continuaba
con lo de querer morir. Fabian le miró
furtivamente, preguntándose si se habría
vuelto loco. Se había regocijado con la idea
de que su cantidad de trabajo no iba a
aumentar tanto, pero se había adelantado.
–¿Por qué?
–Odio la sangre… que fluye por mis venas.
El hombre se miró las manos con disgusto,
mientras el duque se lo miraba con una
expresión neutral.
–Odias la sangre de tus venas, – una
sonrisa asomó en sus labios. – pero no te
puedes matar. Entonces, vive soportando
ese dolor.
Al igual que él, que no podía ignorar los
lazos de sangre que corrían por sus venas.
El hombre alzó la vista y miró a Hugo
sorprendido. El duque le dio la espalda.
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Parte II
Lucia contemplaba los pétalos de flores
rojas que flotaban en la superficie del agua.
Su rostro fue tornándose del mismo color.
Cada vez que las criadas le tiraban agua por
encima de los hombros, la envolvía un
suave aroma.
Lucia nunca había pedido que le preparasen
un baño como aquel, todo había sido idea
de las criadas. Y el propósito de aquel baño
era tan obvio que la avergonzaba. Sin
embargo, era todavía más bochornoso que
ella sí tuviese esa intención.
–Señora, ¿cómo puede tener la piel tan
suave?
–Es suavísima y ni siquiera le hemos
echado aceite.
–La piel de un bebé ni se compara con la
vuestra.
Aquel día las sirvientas no paraban de
parlotear. Parecían estar contentas porque
era la primera noche juntos en Roam de la
pareja ducal. Lucia escuchó los halagos del
servicio sin mucha reacción. Era consciente
de que tenía una buena piel, pero no se
sentía particularmente orgullosa.
Además, a los hombres sólo les atraen las
caras bonitas y el cuerpo glamuroso, no la
piel. Él… seguramente piensa lo mismo.
El duque Taran de su sueño había ido por
ahí esparciendo rumores con diversas
mujeres. Cada vez que le saludaban en
alguna fiesta tenía a una mujer diferente en
el brazo. Sin embargo, lo que relacionaba a
todas aquellas mujeres eran sus enormes
pechos.
Lucia se miró sus propios pechos y suspiró.
Era imposible afirmar que los tenía
grandes, pero por lo menos tenía una
cintura delgada que acentuaba sus caderas,
así que no parecía totalmente plana. Aun
así, tampoco era algo de lo que presumir.
Tampoco tenía un rastro particularmente
hermoso.
Para atraerle por lo menos se debía tener
una belleza como la de Sofia Lawrence.
Lucia recordó los acontecimientos del baile
de victoria en el que había tirado a una
belleza como Sofia sin pararse a pensar.
Todas las amantes del duque eran bellezas
que parecían rosas. Aunque solía cambiar
de pareja aquí y allí, nunca manchó su
reputación. Después de casarse jamás había
aparecido con otra mujer que no fuese su
esposa.
En su sueño, el duque había tenido respeto
por su mujer, por lo que se consoló
sabiendo que en esa vida tendría, como
mínimo, ese grado de respeto por parte de
su marido.
Después de bañarse, entró en su habitación
con el albornoz y, cuando le vio sentado al
lado de la mesa con algo de vino se
sobresaltó. Su marido estaba a punto de dar
un sorbo, pero en lugar de hacerlo, volcó
toda su atención en Lucia y se levantó
lentamente.
Las criadas, que habían estado esperándole,
se pusieron nerviosas y huyeron mientras
les echaban miraditas. Al día siguiente
todos los sirvientes de palacio
cuchichearían sobre aquello: el duque ni
siquiera había esperado a que la duquesa
terminase su baño y la había esperado en su
propio dormitorio.
Lucia suspiró pesadamente. La había
dejado bañarse para que pudiese preparar
su corazón, pero aquello no había reducido
sus temores. La primera noche que
compartieron había sido demasiado
repentina e intensa. No podía afirmar haber
odiado todo el proceso, pero fue agotador y
dolió.
Ni siquiera con aquellos pensamientos
apartó la vista. Los recuerdos de su primera
noche eran confusos, pero, de repente,
volvieron a ella con total claridad. Se
acercó a él como poseída.
Él, vestido con una camiseta transparente
que dejaba a la vista sus músculos, sirvió
una copa de vino y la levantó como
preguntándole si quería. Lucia tragó saliva
y asintió con la cabeza. Le pegó un sorbito
al vino. No le gustaba especialmente ese
sabor amargo, pero engulló la copa entera y
se la pasó.
–¿Más?
Cuando asintió, una de las esquinas de la
boca de él se curvó y le rellenó la copa con
una suave risita. El cuerpo de la muchacha
se calentó después de beber y su corazón se
calmó. Los ojos de él, que admiraba sus
mejillas coloradas mientras ella se relamía
el vino que había quedado en sus labios, se
ensombrecieron.
Sin aviso previo, la cogió. Le sujetó la
parte trasera de la cabeza y le chupó los
labios rojos. Le quitó la copa de la mano y
la depositó suavemente sobre la mesa, para
después rodear su cintura con el brazo.
Hugo le lamió los labios para que aflojase
la tensión de sus músculos, y entonces,
profundizó el beso con la lengua. Saboreó
el vino agridulce y le rozó las encías con la
lengua manteniendo el contacto visual con
ella. Quería volver a ver sus ojos
manchados de lágrimas.
–¿Te gusta el alcohol?
–…Sólo en ocasiones especiales.
Él volvió a soltar una risita satisfecha y
empezó a besarla una vez más. Su boca la
estimuló de una manera dulce y gentil, así
que la muchacha tuvo que apoyarse en él.
Con los labios contra el cuello de ella,
Hugo susurró:
–Estás temblando.
Lucia se percató de ello al escucharle. La
sensación de embriaguez había
desaparecido.
–No tengas miedo, esta vez no te dolerá.
Aunque si sigues tan tensa puede que no lo
disfrutes y te vuelva a hacer daño.
Hugo la abrazó con un rostro rígido viendo
que no dejaba de temblar. Era una joven
pequeña y débil, pero segura y tenaz. Debía
ser alguien espantoso para que alguien
como ella le temiese tanto.
Era joven y virgen. El duque se había dado
cuenta él solo que su primera noche había
sido demasiado dura. Si la hubiese tratado
con dulzura habría estado poco más que
nerviosa, pero la había tratado como a una
de sus amantes de una noche. Debió ser
una experiencia agotadora.
La muchacha ya tenía una buena lista de
adjetivo para él, y seguramente ahora
habría añadido uno más a la lista que no
debía ser muy positivo.
Maldita sea, tendría que haberme
controlado, se lamentó demasiado tarde.
No quería obligarla cuando estaba
temblando por el miedo. Había querido
gozar de una noche de pasión con ella.
Todas sus anteriores mujeres habían
disfrutado de su intimidad, sin embargo,
Lucia era primeriza y Hugo no sabía muy
bien como avanzar. Era la primera vez que
seducía a una mujer que no sabía disfrutar
del sexo.
Hugo la levantó y caminó hasta la cama.
Ella no le rechazó, pero tenía las manos
tensas por los nervios.
Él la depositó sobre la cama y se tumbó a
su lado. La abrazó por las caderas y se
acurrucó pasándole la mano por la espalda
suavemente y sin intentar llegar más lejos.
Un rato después, Lucia se relajó, pero, al
mismo tiempo, se entristeció. Al parecer su
marido no pretendía hacer lo mismo que le
había hecho en la noche de bodas y,
seguramente, sólo había querido pretender
que eran felices delante de sus
subordinados: lo hacía por su bien.
La posición de la señora de la casa se
cristalizaba cuando conseguía el amor de su
marido. Pero entonces, ¿qué significaba lo
que había sucedido en el estudio? Si no le
hubiese rechazado, ¿habría cambiado algo?
En su cabeza había demasiados
pensamientos complicados.
–¿Duermes? Hey, ¿de verdad estás
durmiendo? No he hecho esto para
acostarte, ¿sabes?
Hugo rodó hasta ponerse encima de ella.
Los ojos de Lucia se giraron por la sorpresa
y le devolvieron la mirada.
–¿Estás cansada? – Parecía vacilar y algo
avergonzado.
–Estoy bien, pero… Seguramente estás
cansado. Has tenido una reunión nomas
llegar…
–Estoy bien, ese no es el problema…
Bueno, no estoy para nada cansado.
–…Ya veo. Mmm… Vale.
Casi se le escapan de la boca las palabras:
“tienes una estamina increíble”, pero justo
entonces, él suspiró pesadamente. Se le
había puesto encima, pero todo lo que hacía
ella era devolverle la mirada como ausente;
se sentía frustrado. Ya habían intimado en
su primera noche, esa jovencita no podía
ser ajena a sus intenciones.
–Me muero por volver a estar dentro de ti.
–¿…Eh? – El rostro de Lucia se tiñó de un
rojo escarlata.
–Quiero hacerlo, ¿y tú? Si no quieres, no te
voy a obligar.
Sus palabras fueron tan repentinas que
Lucia no supo qué contestar. Él se tomó su
silencio como un rechazo y suspiró
pesadamente con una expresión solitaria.
–Déjame ser sincero. Puede que no te guste
la idea, pero ahora mismo te deseo. ¿Tan
terrorífica fue nuestra primera noche?
Ella tenía un nudo en la garganta y no
estaba segura de que su marido estuviese
bromeando o siendo sincero. Se preguntó si
le había escuchado bien. Podía ver el deseo
de sus ojos, y le asombro que pudiese mirar
a alguien de esa forma, sin embargo, al
mismo tiempo, quería hacerse la dura y
apartarle.
–…Pensaba que no te había gustado
nuestra primera vez. ¿No es por eso que…
me molestaste y te burlaste de mí?
–¿Burlarme? ¿Yo? Admito que te molesté,
pero es porque estabas adorable. No soy tan
lamentable como para burlarme de las
mujeres en la cama.
Parecía determinado a transmitirle sus
intenciones y excusas. Lucia se ruborizó
por la palabra “adorable”.
–…A la mañana siguiente… paraste a
mitad de camino…
Lucia había sido la que quiso parar aquel
día, pero le echó las culpas tímidamente.
No obstante, él tenía tanta urgencia que no
notó esos pequeños detalles.
–Hey, mujer. Si hubiese seguido ese día te
habría postrado en la cama durante días.
Me controlé por tu bien.
–…Me dolió mucho. – Lucia murmuró con
mala cara. Hugo no consiguió responder. –
No paraba de sangrar… Y tuve que
descansar durante dos días enteros.
Anna diagnosticó que Lucia no había
sufrido ninguna herida grave, pero las
palabras: “sangrar” añadían un matiz más
fuerte. Los hombres sabían que las mujeres
sangraban después de su primer coito, pero
ignoraban los detalles. No es que la
muchacha estuviese portándose así para
conseguir alguna reacción por su parte, su
queja se le había escapado.
Las palabras de la joven le afectaron
enormemente. Cogió aire como si estuviese
desesperado y le cambió el humor.
Después de una noche de pasión, todas sus
otras amantes intentaban ganarle
agresivamente con puño de hierro. Las
chicas no dejaban de intentar admirarle y
contemplar su parte baja, nunca se había
dado el caso de que alguna hubiese sufrido
tantísimo. Por lo tanto, no tenía ni idea de
cómo solucionar la situación.
El cuerpo de su esposa era muy frágil, por
lo que se grabó en la mente que debía
tratarlo con suma ternura.
–¿…Y ahora? ¿Estás bien?
–…Sí.
Suspiró aliviado. Después de apañárselas
para cruzar la muralla del palacio, se
hallaba delante de otro muro.
–¿Por eso no quieres?
Aquel hombre la deseaba de verdad. Lucia
estaba algo atónita. Su marido podía
seducir a cualquier mujer, si todo lo que
necesitaba era un cuerpo femenino no
reflexionaría en cada una de sus palabras e
intentaría explicarse de aquella manera,
además, también podía forzarla. Sin
embargo, parecía que, si ella se lo pedía,
retrocedería.
–Vivian, me aseguraré de mantener la
promesa que te hice en nuestra primera
noche. Mientras no sea tu primera vez,
estoy seguro de que será una experiencia
emocionante.
Hugo empezó a coaccionarla. Todo lo que
tenía en la cabeza era cómo conseguir
yacer con la inteligente mujer que tenía
ante él.
–No te creo. La última vez me mentiste. –
Su rechazo era firme y él se sintió
impotente.
–¿Mentir? Te dije que te dolería si era tu
primera vez.
–Dijiste que sólo un poquito. Me dolió
mucho.
–Dame la oportunidad de redimirme. ¿No
vas a volver a dormir conmigo nunca más?
Aunque lo único que pedía era intimidad
física, la muchacha se sintió como una
belleza despampanante a la que intentaban
cortejar. Aquella vez tampoco había sido
para tanto. La muchacha sintió cierta
alegría, soltó una risita y habló:
–Lo decidiré después de hoy.
Hugo se quedó como ausente unos
instantes y, entonces, estalló en carcajadas.
Sus bromas le hacían bien. De vez en
cuando decía algo y le hacía reír. Tal vez,
lo que le daba tanta alegría era su
reconocimiento.
–Te gusta dejar con las ganas.
Era la primera vez en su vida que se
aferraba a una mujer de esa forma.
Hugo levantó la parte superior del cuerpo,
le separó las piernas y se inclinó contra
ella. Su parte baja, que palpitaba, se deslizó
más cerca de ella y las mejillas de la
muchacha se encendieron.
Acababa de bañarse por lo que no llevaba
nada debajo del albornoz. Él todavía no se
había quitado los pantalones, pero se podía
apreciar una montaña a punto de explotar.
Su manera de tirar la ropa demostró su
urgencia. Le desató la ropa sin dudar,
exponiendo su piel blanca. Era la misma
imagen que había aparecido en su cabeza
cada noche sin parar. Su cuello suave y su
clavícula delicada, sus pechos sedosos y
dulces que sabían a nata y su delgada
cintura.
Ella, mientras que él admiraba su cuerpo de
los pies a la cabeza, hizo lo mismo. Su
primera noche había sido demasiado
frenética y no había podido estudiarlo
apropiadamente. Tenía los hombros y el
pecho anchos, y sus brazos musculosos
eran el doble que los suyos. No le
encontraba ningún fallo; era como un dios
de la guerra. Poseía ese aire masculino que
impresionaba a las mujeres.
Posó las manos sobre su abdomen, las
deslizó hasta llegar a sus pechos y los
apretó. Usó una fuerza firme, pero no dura.
Los apretó y los soltó, masajeándolos
expertamente.
Los dedos del duque la hacían sentir rara y
le entraba un cosquilleo por toda la espalda.
Su miembro, que estaba presionado contra
ella, se retorcía demostrando su presencia.
Lucia jadeó mientras se retorcía y él bajó la
cabeza para pegarle un bocado a uno de sus
pechos.
–¡Ah!
El ligero dolor que le provocó él al lamerle
y chuparle el pezón le envió una sensación
placentera por todo el cuerpo, así que tuvo
que cerrar los ojos.
Él la manoseó con dulzura, dejándola
calentarse a su ritmo. Ya tenía el interior
resbaladizo y mojado, por lo que entró en
ella lentamente. En ese momento, Lucia
suspiró.
–No duele… ¿no?
Lucia cogió aire y respondió un “no” corto.
Sintió cierta incomodidad, pero no dolor.
En comparación con su primera vez, era
mucho mejor. ¿Por qué las mujeres tenían
que pasar por tanto dolor en su primera
noche? Lucia reflexionó con total seriedad.
–Empezaré a moverme lentamente, si te
cansas, dímelo.
El se deslizó más al fondo a cámara lenta.
Era extraño tener algo dentro. Las puntas
de sus dedos se sobresaltaron y sintió que
su cuerpo se hundía. Él continuó repitiendo
el movimiento de sacar y meter más
adentro, hasta que llegó a la parte más
profunda de su cuerpo.
–¡Ah!
La joven sintió un corriente de euforia.
–¿Duele?
–N…o…
No le dolía. Definitivamente, eso no era
dolor, pero estaba angustiada. Él la metió y
la sacó hasta el fondo.
–Espera… Hk…
–¿Duele?
–Sí… Un poco… Poquito…
Ella deseó que parase un momento y la
esperase, pero él contestó con un “mmm” e
hizo una mueca.
–¿Cómo puede ser? – Volvió a empujar la
calidez de su cuerpo.
–¡Uuk!
Empujó su erección con vigor. Ella
experimentó un corto momento de dolor e
intoxicación, pero, al mismo tiempo, se vio
al borde del clímax. Era angustiante y
dulce. Su cuerpo se tragaba el de él y Lucia
notó lo mucho que lo estaba disfrutando.
Su respiración se aceleró y el miembro de
él palpitó con más fuerza.
Él jadeó como si estuviese gruñendo en sus
oídos. Sentía lo mismo que Lucia y eso la
hacía arder. El cuerpo de la muchacha
respondía al del duque, convulsionando y
apretándole.
–Uhk…
Hugo se notó enloquecer mientras el
interior de su esposa le apretaba, apenas
conseguía controlarse y respiraba
pesadamente. Ni siquiera se había corrido
todavía, pero sentía mucha euforia. Era
diferente a su primera vez, a ella no le
dolía.
Su primera vez no había terminado
prematuramente. La combinación de sus
expresiones inocentes y sus ojos claros
junto a su penetración le hicieron caer en
un pozo de placer. Hambriento de más
placer, continuó penetrándola más y más
hondo.
–¡Ah!
Su interior le apretó con fuerza, como si no
quisiera que saliese. Él apretó los dientes y
se metió en ella. Cada vez que le envolvía,
su oleada de placer aumentaba. Tenía que
controlarse, no era el momento, quería
penetrarla todavía más hondo.
La primera vez que descubrió el cuerpo de
una mujer, desmayó a cuatro de tantas
relaciones. Incluso en ese momento, jamás
perdió la cordura. Ninguna mujer había
conseguido calentarle tanto como en ese
momento.
–¡Ah! ¡Un! Espera… Espera un
momento…
Ella se sentía como si alguien le hubiese
cogido el cerebro y lo estuviese
masajeando. Esa sensación distante y
extraña era aterradora, por lo que intentó
empujarle del pecho con ambas manos. Él
aprovechó la ocasión para cogerle las
manos y clavarla en la cama mientras la
penetraba con ganas.
Los sonidos húmedos resonaban como
locos a cada penetración. Sus respiraciones
y los gemidos de ella eran demasiado
atrayente; a Hugo le inundaba la euforia y
llegó al clímax. Estuvo increíblemente
bien.
–Ah…
Lucia se retorció entre gimoteos. Se le
dilataron las pupilas y quedó boquiabierta
sin poder evitar los gemidos. Era una
sensación indescriptible. Era como si su
cerebro y sus partes bajas se hubiesen
vuelto uno en una inundación de dulzura
sensual.
No le quedaba aliento y le temblaba todo el
cuerpo. Temía caer en algún lugar, pero al
mismo tiempo, se sentía en la novena nube.
Quería escapar, pero al mismo tiempo,
deseaba que esa sensación permaneciese en
su cuerpo para siempre.
Era como si una oleada de euforia le pasase
por todo el cuerpo. Relajó su agarre y se
dejó caer a su lado. No podía moverse. A
su cuerpo y a sus sentidos le costaron
volver en sí y, entonces, se percató que el
rostro de Hugo estaba enterrado en su
cuello respirando pesadamente.
Oh, Dios mío.
Hugo se lamentó. Creía que iba a morir. El
interior de su esposa le había apretado y
chupado de tal manera que todo lo que
había podido hacer había sido jadear. Hasta
ese momento nunca había perdido el
control total de su cuerpo.
Era como si el cuerpo de la joven le
engullese. Se sentía como un pez al que
habían pescado. Su cuerpo convulsionó y
todo lo que pudo hacer fue temblar de
placer. De repente, comprendió cómo
alguien podía morir por coito.
En esta ocasión había pasado bastante
tiempo dentro de ella y había sido distinto a
la primera vez, cuando había controlado la
situación. El interior de la muchacha
convulsionaba y le apretaban, aunque no
estuviera haciendo nada.
Apenas fue capaz de tranquilizarse. Pensó
que estaba entrenado para mantener la
cordura sin importar lo que sucediera. Se
había acostado con mujeres que habían
tumbado a muchos hombres en una noche,
pero para él nunca le había sido para tanto.
Era la primera vez que se sentía así.
Se irguió con la ayuda de su brazo y la
miró. Estaba totalmente despeinada y tenía
la respiración acelerada. Hugo era débil por
el placer. El deseo por la mujer que yacía
debajo de él creció exponencialmente. No
pudo evitar besar en la frente a la sudorosa
muchacha. Besó sus ojos llenos de
lágrimas, su barbilla, su mejilla y bajó a lo
más hondo de su cuerpo.
Los sentidos de Lucia se agudizaron con el
tiempo. Su cuerpo se estaba enfriando
después de llegar al clímax y no podía
mover ni un dedo. Pero ahora que habían
pasado unos cuantos instantes, volvía a
encontrarse bien. Los suaves besos de él le
recorrieron todo el cuerpo, no se inmutó y
besó cada centímetro de su cuerpo.
Lucia estaba algo avergonzada, pero alegre.
Sus besos gentiles la hacían sentir como
que era amada. En su sueño ya había
experimentado un matrimonio, pero
desconocía las relaciones sexuales de
pareja. Sin embargo, comprendía que él
estaba tan satisfecho como ella.
Lucia no sabía qué técnicas usar para
seducir a un hombre. Era naturalmente
defensiva y no sería una exageración
afirmar que su corazón estaba hecho de
piedra. Aun así, su lascivo cuerpo
reaccionaba sin la necesidad de
afrodisiacos.
Era un tipo de cuerpo difícil de hallar
incluso entre las prostitutas. No obstante,
Lucia lo ignoraba. Sólo sabía que estaba
satisfecha, nada más.
Hugo le cogió la mano y le besó la palma,
la muñeca y subió hasta sus hombres: sus
labios le humedecían la piel. Lucia se
avergonzó y apartó la vista mientras le
dejaba hacer lo que quería con su cuerpo.
Cuando él entendió que su esposa consentía
aquello, la excitación le agitó. Se llenó de
ella y notó como su miembro volvía a
crecer.
Se pasó una de sus piernas por encima del
hombro, le besó el muslo y volvió a mover
la cadera. Los ojos de ella volvieron a
abrirse y cuando entraron en contacto con
los suyos, la muchacha se ruborizó. Lucia
bajó la vista y pudo apreciar como su
propio cuerpo absorbía el de él.
Hugo se había corrido dentro de ella,
facilitando a su cuerpo el volver a
aceptarle, por lo que, esa vez, Lucia fue
capaz de aceptarle en total plenitud. Él se
deslizó y continuó penetrándola. El interior
de la muchacha estaba húmedo y caliente,
cada vez que sus pieles se rozaban, él
gozaba de placenteras sensaciones.
–Ung… Ah… Ah…
Los gemidos escaparon de los débiles
labios de Lucia. La forma con la que Hugo
la penetraba le provocaba una sensación
celestial hasta alcanzar el éxtasis. Cada vez
que entraba totalmente en ella, el cuerpo de
Lucia se estremecía de los pies a la cabeza.
Era como que su cuerpo se estaba
hundiendo en alguna profundidad. Se sentía
débil pero rellena de algo. Ya había llegado
al clímax por lo que su cuerpo estaba muy
sensible y, cada vez que él la rozaba, le
asaltaba una sensación sobrecogedora.
No intentaba hacerse la dura o demostrar
sus técnicas a propósito. El cuerpo de Hugo
se calentó al ver sus ojos llorosos, sus
pequeños movimientos. Aun así, la joven
no fingía, reaccionaba según se sentía.
Él no quería salir de su arduo interior, pero
al mismo tiempo, quería salir y volver a
cargar contra ella para excitar sus cuerpos.
Movió las caderas en círculos para
estimular sus respuestas lo que provocó que
ella volviese a apretarse, tragándose su
miembro.
Él cogió aire para evitar llegar al clímax.
Era una diabla. Tenía los labios
parcialmente separados y él podía verle la
lengua. Moría por saborearla. Rodeó sus
hombros con los brazos y le levantó el
cuerpo.
Se la acercó para estar cara a cara mientras
le sujetaba la parte trasera de la cabeza, la
besó y le chupó la lengua. Su flexible
lengua parecía intentar escapar, sin
embargo, él continuó persiguiéndola,
presionándola y mordisqueándola.
Ella pareció sorprenderse por un momento
e intentó apartar la lengua, él por su parte,
disfrutó de aquel juego de persecución y
conquista de su boca. Durante todo el
proceso Hugo le estuvo apretando las
nalgas y moviendo las caderas.
Sus salivas se mezclaron y él se deleitó de
explorar cada rincón de su boca y sólo se
separó de ella cuando Lucia hizo fuerza
contra su pecho con las manos.
–Ah… Ah…
Tenía los labios un poco hinchados y
jadeaba en busca de aire. Él soltó una risita
y le besó los labios con suavidad.
–Respira por la nariz.
Lucia, que había estado observando como
trataba de sofocarla, dejó caer la vista
donde sus cuerpos se unían y, en aquel
momento, fue consciente de su estado y se
avergonzó.
No estaba tumbada dejándole entrar en ella,
estaba sentada encima de él admirando su
pecho desnudo. Estaba tan avergonzada
que no podía mirarle a los ojos.
A él se le partió un poco el corazón cuando
Lucia se negó a mirarle. Cada vez que
seguía su mirada a propósito, ella giraba la
cabeza para evitarle. Él continuó
intentándolo tercamente y, al poco tiempo,
se percató que lo hacía porque tenía
vergüenza, lo que le hizo reír.
El cuerpo de la muchacha reaccionaba de
una forma tan lasciva que parecía incapaz
de sobrevivir sin un hombre, pesé a ello,
ella seguía siendo inocente. Era el único de
todo el mundo que conocía su naturaleza
liviana y, por algún motivo, ese hecho le
complacía mucho.
Hugo la dejó tumbarse una vez más, pero
esta vez, en lugar de cara a cara, yació
sobre ella atrapándola con las piernas
mientras la penetraba.
–Ah… Uhn…
La estimuló en un nuevo lugar gracias a
esta posición. A veces sólo entraba un
poco, otras hasta el final. La primera vez de
Lucia había estado demasiado ocupada
tratando de lidiar con el dolor, no obstante,
esta vez, la joven estaba ahogándose en el
placer.
* * * * *
.x.x.x
Parte III
Bien entrada la mañana, Lucia observó los
rayos del sol colándose por la ventana hasta
su dormitorio. Parpadeó varias veces para
desvelarse y se levantó con ayuda de las
manos.
La fatiga atacaba cada centímetro de su
cuerpo. Se había acostumbrado a levantarse
cansada. Hugo había estado visitando sus
aposentos cada noche desde hacía un mes y
la penetraba como un animal salvaje.
Los placeres explosivos que compartía con
él drenaban toda su estamina. Nunca
terminaba rápidamente, sólo paraba cuando
ella se desmayaba del agotamiento.
Se había quedado toda la noche despierta
con él. Pasaba sus días cabeceando por el
sueño y, cuando se las apañaba para
conseguir algo de fuerza, ya llegaba la
noche. Entonces, él la llevaba a la cama
para su acontecimiento nocturno. Había
pasado un mes en un abrir y cerrar de ojos
malgastando su tiempo.
Su cuerpo ya se había acostumbrado a esas
noches y era capaz de despertarse antes sin
estar tan cansada. La primera semana se
había estado despertando por la tarde.
Por supuesto, Lucia jamás admitiría que su
propia estamina había mejorado. De
hacerlo, su marido la penetraría con una
fuerza todavía más terrorífica. Quería dejar
de pasar sus días en cama. Enfrentarse a
todas las criadas que la servían era
mortificante.
El día anterior había sido más persistente
de lo normal, por eso, tenía la sensación de
poder sentirle dentro de ella. Si Lucia
realmente aborreciese esas actividades,
todo lo que necesitaría hacer era negarse.
No la iba a violar. Sinceramente, era
agotador pero muy bueno.
El sexo gratificante y los orgasmos causas
fatiga, pero también acarrean un
sentimiento de realización. Él la hacía
rodar de izquierda a derecha, complaciendo
cada rincón de su cuerpo con la lengua. La
joven no podía compararle con otro hombre
y nunca tendría la oportunidad de hacer,
pero comprendía que se le daba bastante
bien.
Él la complacía en la cama, fuera de la
cama, en mesas y en sofás. Cada día la
complacía de una forma nueva sujetándola
en posiciones diversas. Aunque sus noches
eran largas, las actividades entre hombres y
mujeres no le repugnaban.
Al principio le sorprendió y le tomó por
una bestia. Sin embargo, se acabó
descubriendo a sí misma aferrándose a él y
moviendo las caderas. En un mes le había
enseñado las alegrías del placer sexual.
Tiró de la cuerda para llamar al servicio, se
lavó y se cambió de ropa. Lucia observó su
reflejo extrañada y las sirvientas la
contemplaban con timidez.
Lucia se había puesto un vestido con escote
bajo que dejaba a la luz muchas marcas
rosadas. Era como una especie de
enfermedad. El tiempo se estaba volviendo
más caluroso día a día, pero tenía que
cubrirse.
–…No puedo salir así. – Lucia suspiró. –
Traedme otra cosa. Un vestido que me
cubra el cuello.
–Sí, señora.
Las criadas se movieron atareadas. La
muchacha ya no se avergonzada llegados a
este punto. Cualquiera se acostumbraría
después de tener que enfrentarse a la
misma situación cada mañana.
Era de esperarse porque eran recién
casados, pero los demás parecían
sorprendidos de que el duque la visitase
cada noche. Todas las sirvientes habían
sido amigables desde un principio, pero
ahora la servían con sudores fríos. Se dio
cuenta que nada era más poderoso que
poseer el amor de tu marido.
Lucia disfrutó del té en una mesita bajo la
sombra en el jardín. Era una de sus
costumbres diarias.
Qué jardín tan desolado…
El jardín del castillo era basto y sólo lo
cubrían arboles perennes. No había ni una
sola flor a la vista y era imposible
presenciar el otoño naranja. El jardín
permanecía en la misma condición que en
invierno. Era un estilo que requería menor
mantenimiento, pero llamarlo jardín era
absurdo.
¿Y si lo renuevo…?
Era la única persona de la familia Taran, la
duquesa, a parte de su marido y su hijo.
Normalmente, la duquesa era quien se
ocupaba del diseño de interiores y de los
jardines.
No hay mucho más que hacer…
A lo largo de su estancia, no había tenido
nada que hacer. No aprendía arreglo floral
como las otras nobles, ni tenía ningún
pasatiempo en particular. No hallaba la
felicidad en los lujos como las joyas o los
accesorios, así que tampoco tenía la
necesidad de irlos a comprar. Cada día leía
libros durante muchas horas y el resto del
tiempo se lo pasaba tomando el té o dando
paseos.
Me siento… inútil.
Quien no trabaja, no merece comer. Lucia
había vivido con esas palabras en su sueño,
por ejemplo, cuando había sido la esposa
del Conde Matin se había encargado de
participar en fiestas y establecer
conexiones con la alta sociedad. Si Hugo se
hubiese enterado de aquello estaría
confuso. Para él, aunque le quedaba mucho
por aprender, estaba cumpliendo con su
papel de duquesa a la perfección.
–Señora.
Jerome interrumpió sus pensamientos
cuando empezaba a plantearse el volver a
entrar. El mayordomo le pasó un sobre en
el que encontró un documento. Lucia
repasó la hoja de papel con el ceño
fruncido.
–…La administración de las cuentas de la
casa.
–Sí, señora. Hemos tardado un poco en
calcular el presupuesto porque nunca lo
habíamos tenido que hacer.
Todas las mujeres casadas administraban
los pagos de sus casas. En el palacio real,
se les pagaba a las reinas y consortes por
ocuparse de todas las señoras de la corte.
Las nobles se encargaban de administrar las
necesidades básicas de la casa como
decorar el interior, contratar al servicio y
organizar fiestas para varios eventos.
–Al principio el presupuesto no incluía la
contratación del servicio y el
mantenimiento del castillo. Es un
presupuesto nuevo para que usted sea capaz
de contralar los diferentes aspectos.
–¿Un presupuesto nuevo…? ¿Cuánto
dinero puedo usar? ¿Este dinero no es sólo
para el mantenimiento y los sueldos?
–Habrá cambios. Señora, usted es la que
tiene la responsabilidad de decidir cómo se
usa este dinero. Mientras esté dentro del
presupuesto, es cosa suya.
Aquello se había convertido en la
propiedad privada de Lucia y la cantidad de
dinero era enorme. Apenas podía contar los
ceros que seguían al primer dígito. El
presupuesto era extravagante, pero Jerome
hablaba de el como algo insignificante. Tal
y como cabía esperarse de la casa ducal,
sus ingresos estaban a otro nivel.
Con que mi vida como parásito toca a su
fin…
Ahora que le habían dado un trabajo tenía
que mostrar unos resultados satisfactorios.
Cuando el prestigio de un título noble
aumentaba, también lo hacía la cantidad de
trabajo. Era sentido común que la señora de
la casa fuese responsable de mantener la
armonía. Además, ostentaban la
responsabilidad de apoyar a sus conyugues
en el mundo noble.
Empecemos por el jardín…
No sabía mucho de jardines, nunca se había
ocupado de esa parte de la casa cuando
estuvo casada con el conde. Mantener un
jardín costaba mucho dinero y el conde no
deseaba malgastarlo en semejantes cosas.
Cuando expresó sus intenciones, Jerome
organizó un plan y le transmitió varios
consejos.
Era el final de sus agotadores días sin nada
qué hacer. Aquel día Lucia cenó sola.
Aunque la pareja solía comer y desayunar
por su parte, normalmente cenaban juntos,
sin embargo, él había tenido asuntos que
atender fuera y volvió tarde.
Lucia leyó libros en el estudio privado, se
bañó y se secó el pelo en su dormitorio.
Normalmente las criadas la atendían, pero a
esa hora su marido solía visitar sus
cambras.
El señor duque entró en su habitación.
Después de retirar a todo el servicio se
metió en su habitación llevando solo un
albornoz. Lucia estaba igual: se había atado
el albornoz y parecía recatada, pero debajo
de esa prenda no llevaba nada. Al principio
se había sentido rara, pero ahora le parecía
normal.
Él se acercó a Lucia, que estaba delante del
tocador, la abrazó por la espalda y le besó
la parte trasera del cuello. Lucia cerró los
ojos al notar sus labios en su nuca. Se
sentía ligera. ¿Acaso aquello era la
felicidad? Tuvo el terrible miedo de no ser
capaz de olvidar este momento en toda su
vida y pasar el resto en soledad.
–Le he pedido a Jerome que te diera algo,
¿lo has recibido?
–Sí. He decidido… Quiero modernizar el
jardín del castillo.
–¿El jardín?
–He visto que no hay flores, ¿es tu
intención? ¿Puedo rediseñarlo?
–La señora de la casa siempre se ha
encargado del jardín. Haz lo que quieras.
–Tenemos que contratar a un paisajista para
crear el plan antes de hacer nada.
Tendremos que contratar mano de obra al
principio y el castillo estará lleno. No sé si
eso te puede irritar.
Hugo no sabía nada sobre jardinería. Para
empezar, ni siquiera le interesaba.
Jerome es quien se había lamentado del
estado árido del jardín y había plantado
unos cuantos árboles que precisaban el
mínimo de los cuidados durante las cuatro
estaciones. Hugo comprendió que rehacerlo
costaría mucho trabajo y dinero.
–¿El presupuesto que te he dado no es
suficiente? – Hugo se atrevió a adivinar las
verdaderas intenciones de Lucia por sacar
el tema.
–¿Eh? – Estaba sorprendida, no necesitaba
más dinero.
–Aumentar mucho el presupuesto es un
poco molesto. Ya hemos aprobado el de
este año y su paga se ha sacado del
presupuesto provisional, pero lo tendré en
cuenta para el año que viene.
El jefe de familia era quien decidía el
presupuesto general. Muchas veces, los
nobles se aseguraban de constatar su paga
antes del matrimonio. Si la pareja estaba
enamorada era normal que la esposa
recibiese un sueldo mayor, pero si el
hombre deseaba divorciarse, lo primero que
intentaba conseguir era librarse de la paga
de su esposa.
El presupuesto ya estaba decidido y Hugo
había dejado a un lado la mayor cantidad
posible de lo que sobraba, pero ya tenía
intenciones de subirle el sueldo el siguiente
año.
El presupuesto monetario de Lucia no era
por ser duquesa. La mayoría de las nobles
no solían revelar su paga por orgullo y, de
hecho, si se enterasen de la cantidad que
recibía no se lo habrían creído.
–No es eso. No he sacado el tema por eso.
Es que ya hay mucha gente en el castillo, y
temía que si traía a todavía más gente te
irritase. Quería asegurarme que… renovar
el jardín no te sería una molestia.
–Hay un centenar de personas entrando y
saliendo de Roam. No es que vayas a
aumentar la mano de obra con mil
hombres. No pasa nada si traes a unos
cuantos más. El jardín siempre lo ha
vigilado la duquesa, así que no importa si
cortas los árboles o haces un lago. Haz lo
que quieras. No necesitas mi permiso para
hacer este tipo de cosas.
–…No estoy segura sobre en qué tengo
libertad y para qué necesito permiso.
¿Cuáles son los límites de lo que puedo
hacer? – Lucia le miró con confusión.
En ese momento, Hugo la levantó como a
una princesa y la depositó sobre la cama.
Le devolvió la mirada y le sujetó el
mentón.
–¿Hasta dónde quieres llegar?
Era una oportunidad. Lucia no era estúpida,
esa situación era la misma que cuando un
rey les preguntaba a sus amantes “qué
quieres”.
Con un poco de coquetería un hombre
satisfecho sería indulgente y la mujer podía
ganar muchos beneficios. La mayoría de
las mujeres se guiaban por eso.
Hugo esperó con expectativas,
preguntándose qué palabras saldrían de su
boca. Las habilidades de aquella muchacha
estaban a otro nivel. Hasta entonces no le
había pedido nada, así que había decidido
ceder a cualquiera de sus peticiones
mientras estuviesen en su mano. Lo mejor
sería algo que pudiese comprar con dinero,
las mujeres en busca de poder no eran
divertidas.
–Te lo pregunto porque no lo sé. Como ya
habrás visto… Nadie me ha enseñado
nunca lo básico, ni he tenido la oportunidad
de aprender. No sé lo que una duquesa
debería hacer o no. Quiero aprender.
Lucia no había sido codiciosa desde un
principio. Por pequeña que fuese, la codicia
siempre crecía y no había ninguna garantía
de que ella fuese a estar rodeada de riqueza
el resto de su vida por mucho que fuera una
duquesa. No deseaba un céntimo más de lo
que ya tenía, además, tampoco estaba
interesada en el poder político.
–Un profesor…
Hugo hizo una breve pausa y se rascó la
barbilla. Era una petición inesperada, una
que ya debería haberse imaginado desde un
principio. En la familia Taran no había
ningún adulto que pudiese ser su mentor,
además, ella tampoco tenía ningún pariente
que pudiese enseñar y mucho menos
aprender.
–Lo buscaré.
–Gracias.
Una sonrisa se extendió por el rostro de
Lucia y los de él, inconscientemente,
también se curvaron al verla sonreír. Su
sonrisa era tan pura como la de una niña,
no sonreía para seducirle, pero su parte
baja, cada vez que la veía, palpitaba. Igual
que en ese momento.
Intentó distraerse con otros temas
relacionados con el gobierno, recordó todos
los documentos que le esperaban en su
oficina y se tranquilizó. Últimamente era
como un animal salvaje incapaz de
controlarse.
Esperó a que ella continuase hablando,
pero sólo halló el silencio, así que fue él
quien inició la conversación.
–¿Y?
–¿Eh?
–¿Algo más?
Los ojos de Lucia relucieron, hizo una
pausa y respondió negativamente. Él
entrecerró los ojos y la observó.
¿Es tonta? ¿No tiene codicia? A lo mejor
sólo está siendo astuta.
Y así, Hugo no creyó que Lucia no desease
nada. Ya fuese hombre y mujer, muchos
retrocedían un paso para poder avanzar tres
de golpe.
La joven ahora parecía inocente, pero en
cuestión de momentos estaría acurrucada
con él susurrándole sus deseos al oído.
Siempre era igual. Hasta entonces, nadie se
le había acercado sin tales intenciones.
–¿Cansa mucho renovar el jardín?
–No estoy segura porque todavía no he
empezado. Pero yo no seré la que planté las
flores personalmente, así que… No será
para tanto.
–¿Tienes que cambiarlo?
–Pensaba que no te importaba.
–No me importa el jardín, me preocupas tú.
No malgastes tu energía con eso. Si tanta
energía tienes, gástala en mí.
Rodeó sus caderas con los brazos y Lucia
bajó la vista ruborizada y tímidamente.
–¿…Cómo voy a tener más energía que
ahora? Dormir cada día hasta por la tarde
me da mucha vergüenza.
–¿Qué te avergüenza tanto? Deberías estar
orgullosa.
–¿…De qué?
–De la estamina de tu marid-…
Lucia le tapó la boca con la mano y le miró
de mala manera conforme sus mejillas
enrojecían aún más. Él se vengó
lamiéndole la palma de la mano
obligándola a apartarla. Sin embargo, él la
agarró antes de que pudiese huir y tuvo que
soportar que él le lamiese los dedos
juguetonamente. Sus tiernos besos
provocaron una sensación extraña en ella,
haciéndola estremecer.
Increíblemente abochornada, Lucia utilizó
toda su fuerza para liberarse, pero no
consiguió moverse. Él continuó lamiendo y
besándole los dedos como si fuera la más
dulce de las piruletas.
Lucia se quedó sin aliento al verle meterse
sus dedos en la boca. Los ojos rojos de
Hugo se posaron en los de ella, observando
cada una de sus reacciones. Lucia sintió
electricidad y se retorció mordiéndose los
labios.
–Hugh… Para…
Tener unos dedos tan sensibles como para
reaccionar de esa forma era vergonzoso. En
cuanto Lucia notó como él aflojaba la
fuerza que ejercía en su mano, escapó.
Intentó huir de él y darse la vuelta, pero él
era más rápido. La rodeó por la cadera y
tiró de ella para abrazarla.
Lucia apoyó la cabeza contra su pecho
mientras se abrazaban. Su mano se deslizó
por debajo del albornoz llegando a su
espalda desnuda y con la otra le apretó los
pechos. El duque la acariciaba sin
contenerse, avergonzándola.
Levantó la vista para encontrarse con su
mirada. A pesar de que sus ojos eran
escarlatas, reflejaban una frialdad helada.
De solo un vistazo era capaz de adivinar la
vergüenza y el nerviosismo de Lucia.
Tampoco le avergonzaba demostrarle su
deseo por ella. La joven se sentía sofocada
bajo su mirada y no podía mantenérsela
durante mucho tiempo.
En cuanto Lucia bajó la vista para evitarle,
Hugo le apretó el pecho con un poco más
de fuerza y el cuerpo de la muchacha
reaccionó algo sorprendido.
Era diferente al resto de mujeres con las
que había estado. Las demás eran muy
aburridas: gritaban como las estuvieran
matando, movían las caderas con técnica y
soltaban risitas para ligar. Ella, en cambio,
reaccionaba a medias y es que no todas las
mujeres tenían que tener las mejores
técnicas, sería raro si así fuera. Lo que le
extrañaba a Hugo era como su cuerpo ardía
como el de un adolescente. Anhelaba
muchísimo su cuerpo.
Continuó masajeando sus suaves pechos,
entonces, deslizó la misma mano por sus
caderas y empezó a masajearle los muslos.
El cuerpo de ella se estremeció y la punta
de los dedos del hombre se empaparon de
una substancia resbaladiza.
Él soltó una risita. Esto era lo que le volvía
loco: sólo la había tocado un poco, pero el
cuerpo de la muchacha ya estaba en ese
estado.
La substancia resbaladiza que forma el
cuerpo de una mujer es uno de los aspectos
más importantes en el sexo. Hugo no había
tenido la necesidad de usar afrodisiacos en
ninguno de sus encuentros, su interior
estaba húmedo y fluía como un riachuelo.
Esa sensación era incomparable.
Con un beso, sus ojos se ponían borrosos;
con un simple toque, su cuerpo temblaba.
El cuerpo de Lucia se había acostumbrado
a su tacto, pero no había habido ningún
cambio drástico. Seguía tan tímida como en
su primera vez, pesé a ello, su cuerpo
reaccionaba con hambre, como si estuviese
sedienta por un hombre. Su miembro ya
había crecido y palpitaba, frunció el ceño
intentando contenerse: estaba al límite.
Levantó el cuerpo de ella, posicionando sus
muslos debajo de sus nalgas y dejando que
la parte superior de la muchacha flotase en
el aire para poder penetrarla. Vio como se
le dilataban los ojos y la penetró.
–¡Hk!
No necesitaba esforzarse, su interior
engullía a su miembro. Le gustaba besar y
manosearle el cuerpo antes de antes de
embestirla, pero de vez en cuando, la
penetraba sin avisar: como aquel día. La
respiración de Lucia se aceleró por su
ataque repentino, pero él no le permitió
acostumbrarse al ritmo y empezó a
penetrarla.
–¡Hk! ¡Ah! ¡Ah…! ¡Hk!
La penetró duro y luego suave. Su miembro
entraba en ella y su fuerza la hacía temblar
como una muñeca mientras que se le
escapaba la voz. Cada vez que llegaba a las
profundidades de su cuerpo ella se sentía
dominada.
A pesar de tener la visión borrosa, podía
apreciar como los músculos de su marido
se tensaban por la estimulación, y su propio
pecho se calentaba. En ese momento, pensó
en lo hermoso que era el cuerpo masculino
y que no se podía ni comparar con el de
una mujer.
Sus ojos calabaza se volvieron brumosos,
como si estuviese borracha. Él miró a
Lucia, embriagada por la euforia sexual,
admirándola. Notó que su miembro crecía
y que ella le apretaba todavía más.
Permitió que ella se le sentase encima y le
apretó las nalgas sin contenerse. El sonido
del choque de la carne se oía cada vez que
sus cuerpos se sacudían arriba y abajo. Él
le mordió los pechos, que botaban arriba y
abajo, atacando sus sensibles pezones,
haciéndola maullar con el cuello echado
para atrás.
Hugo deslizó la mano para sujetarle la
espalda sudorosa. Ella le rodeó el cuello
con las manos y permitió que su miembro
jugase a su aire mientras ella intentaba
regular su frenética respiración. Cada vez
que la embestía una sensación cálida le
cubría el cuerpo.
Él desenredó sus brazos del cuello y la
levantó para darle la vuelta. Estaba sentada
en su regazó con la espalda contra su
pecho, así él podía penetrarla con mayor
facilidad y poder mientras ella jadeaba y
chillaba.
–¡Hk! ¡Uk! ¡Ah! ¡Hugh! ¡Nn!
Cuando lucía dejó que su nombre escapase
de sus labios, él le mordió el lóbulo de la
oreja y se lo chupó.
–Más. Grita más fuerte.
–Hk… ¡Ung!
Él se aferró a uno de sus pechos, con ella
apoyando la espalda en su pecho, y le
mordió el cuello. Ella gritó por el dolor y el
placer, y él le lamió el punto adolorido del
cuello. Lucia sintió que volaba y, en
cuestión de segundos, se encontró tumbada
en la cama con el culo arriba.
–¡Ah!
Hugo la penetró sin previo aviso. La
aporreó con vigor. Cada vez que sus pieles
sudorosas entraban en contacto se
escuchaba un sonido lujurioso. Lucia se
aferró a las sábanas de la cama, cerró los
ojos y sintió como su interior cantaba cada
vez que él entraba en ella mientras que su
cabeza se frotaba contra las sábanas a cada
embestida.
–Uk… Hugh… Aau…
Cada vez que pronunciaba su nombre, era
como si le apretujase el corazón, y no sus
partes bajas. El doloroso placer rebasó su
cuerpo y cerró los ojos. Se aferró al brazo
de la joven y continuó entrando en ella.
Consiguió llegar más hondo gracias a
hacerlo por detrás. Para ella fue agotador
porque no le dio ni un momento para
descansar, no obstante, a pesar de su fatiga,
su cuerpo continuó ardiendo.
–¡Hk!
El placer la inundó. Una oleada de
orgasmos le recorrió el cuerpo entero
mientras apretaba y chupaba su miembro.
Él se detuvo unos instantes para dejarla
respirar, pero no era el final.
Sacó su miembro, le dio la vuelta para que
estuviese de espaldas, se agazapó sobre ella
y volvió a entrar de golpe.
–¡Uuk!
Su interior estaba demasiado sensible y su
cuerpo tuvo un espasmo. Aplastó sus labios
contra los de ella y le masajeó el interior de
la boca enrollando las lenguas. El beso fue
corto pero profundo y lo acompañó de
movimientos circulares con las caderas,
llegando a puntos secretos de Lucia que le
absorbían con gran alegría.
–Ah… Ah…
Hugo le quitó el pelo de la frente sudorosa
y le lamió las mejillas encendidas que
sabían como el resto de su cuerpo salado y
dulce.
Como si remase, empujó las caderas con la
respiración estable. Los labios de Lucia
estaban hinchados y entreabiertos, así que
Hugo aprovechó la oportunidad para
besarla. Al parecer ese mes de enseñanza
no había sido completamente inútil, ya que
ella tomó la iniciativa de rodearle las
caderas con las piernas y siguió sus
movimientos.
A diferencia de antes, él se movió lo más
lento posible. Su interior estaba
hipersensible y hasta el menor de los
movimientos la hacían palpitar. La
respiración de Lucia se acrecentó y su
mirada cayó sobre él.
Los ojos de él insistían en encontrarse con
los de ella. El duque le cogió los pechos y
le pellizcó los pezones. Le gustaba hacerla
temblar y sacudirse.
–¿Estás incómoda?
–¿…Eh?
–Aquí. ¿Ya te sientes cómoda?
–Sí.
De vez en cuando le hacía preguntas para
escuchar su voz. No es que le temiese o no
confiase en él, simplemente nunca tomaba
la iniciativa de acercarse a él y eso le
estaba empezando a molestar.
–Si estás demasiado cómoda será un
problema porque cuando terminemos todos
los trabajos del ducado habrá que volver a
la capital.
La capital.
Aquello sacó a Lucia de su aturdimiento
sensual. Su cuerpo, que había estado
ardiendo, se enfrió de repente.
El emperador moriría al año siguiente y el
príncipe heredero ascendería al trono. El
príncipe heredero y el duque de Taran
habían mantenido un vínculo cercano, más
que lealtad y subordinación lo suyo era
compañerismo.
Cuando el príncipe heredero llegase al
trono, el duque tendría que obedecer todas
sus órdenes y ese sería el final de sus días
de paz.
Lucia pensó que entonces tendría que
conocer a la esposa original del duque. A
pesar de que se sabía que el matrimonio del
duque había sido de conveniencia, él no
llegó a confirmar los rumores jamás.
Tal vez Lucia lo había malentendido y
realmente habían sido una pareja locamente
enamorada. La joven siempre se
consideraba en deuda con ellos y odiaba el
pensamiento de haber obligado a dos
corazones a separarse.
Una mano le agarró por el mentón,
sacándola de su ensimismamiento. Él la
miró insatisfecho y la penetró para hacerla
perder el aliento. Hugo continuó mirando a
su esposa con intensidad mientras se subía
las dos piernas en los hombros.
–¿Tienes tiempo para pensar en otras
cosas? – Gruñó en voz baja mientras
empezaba a mover las caderas.
Se preguntó en qué debía pensar la joven
para parecer tan triste y le irritó que fuese
algo sin ninguna relación con él. Sin
embargo, no comprendía porqué aquello le
irritaba y tampoco intentó comprenderlo.
* * * * *
–¿Sólo esto?
* * * * *
* * * * *
* * * * *
* * * * *
* * * * *
.x.x.x
Parte VI
Philip había sido el médico de la familia
Taran desde hacía décadas, pero cuando
Hugo dejó el territorio, desapareció
alegando que sólo se iría a viajar por aquí y
por allá. No tenía familia, ni amigos, y
como el duque gozaba de buena salud,
nadie se preocupó demasiado.
El nuevo duque, Hugo no le había dado
faena en ningún momento hasta ahora, por
lo que Jerome apenas había tenido
oportunidad de entrecruzar alguna palabra
con Philip. La impresión que tenía de ese
barón y doctor era de ser un hombre con
agallas: después de todo llevaba sirviendo a
los Taran muchísimo tiempo, pero… ¿Era
un médico de familia del montón? El
mayordomo se percató que no tenía ni idea
de cuál era su relación con su señor, pero la
expresión rígida de Hugo le sorprendió.
‒Que pase. ‒ La voz de su señor era gélida
y dura. ‒ Que nadie suba al segundo piso
hasta que yo lo diga.
‒Sí, señor. ‒ Jerome no cuestionó las
órdenes.
.x.x.x
Parte VII
* * * * *
.x.x.x
Parte VIII
* * * * *
* * * * *
Philip vio cómo el duque de Taran y su
sequito de caballeros partían bien temprano
desde su morada en una de las esquinas de
la muralla. Al principio, la casa del doctor
de los Taran se encontraba dentro de los
límites de la muralla, pero cuando el líder
de la familia cambió, la posición de su casa
también. El nuevo duque no le perseguía,
ni le favorecía, simplemente ignoraba su
existencia.
Philip tenía claro que su vida dependía de
la compasión de Hugo, aunque más que
compasión, lo que estaba haciendo el joven
era pagar su deuda.
En realidad, el anciano admiraba al cruel
duque que carecía de lágrimas y sangre.
Nunca le condenó por acabar con todos los
que sabían el secreto de la familia y el
motivo era, simplemente, que el nuevo
duque era la personificación del legado de
los Taran.
Hace muchísimo tiempo cuando el mundo
estaba gobernado por la dinastía Madoh
que habitaba en lo que ahora se conocía
como Xenon, existía la magia y todo tipo
de humanos extraordinarios. Los nobles de
la dinastía Madoh poseían ojos y cabello
negro y habilidades sobrehumanas. La
familia Taran era el último vestigio de
antaño.
Los nobles de aquella época sólo se
casaban entre ellos con el fin de proteger su
linaje y explotaban a los humanos. Todos y
cada uno eran crueles y despiadados. Hasta
que cierto día cayó un meteorito en una
zona desierta. Nadie salió herido pero la
magia y el mundo empezaron a
derrumbarse, y los humanos se enfrentaron
a los ahora debilitados déspotas para
liberarse de su yugo. Desde aquel día
empezó una persecución sanguinaria contra
todo aquel con las características de los
sobrehumanos. Sin embargo, dos
hermanos Taran sobrevivieron gracias a
lograr esconderse. Curiosamente, los Taran
no perdieron sus poderes porque eran
mestizos, todo lo que les pasó fue que sus
ojos se volvieron rojos.
Los supervivientes decidieron aguardar
hasta que los humanos hubiesen olvidado
su existencia y así fue. Poco después, los
humanos empezaron trifulcas contra ellos
mismos, separándose y, al cabo de unas
cuantas décadas, la dinastía Madoh se
había convertido en una leyenda o una
vieja historia.
Philip era uno de los pocos descendientes
de aquellos humanos que había estado
sirviendo a los Taran desde que volvieron a
salir en público.
En los Taran corría una extraña
peculiaridad y es que no eran capaces de
concebir ningún descendiente con otros
humanos. Muchas investigaciones después
consiguieron un método: se necesitaba una
mujer humana que todavía no hubiese
menstruado, entonces, se le suministraba
artemisa durante un año y medio para
limpiar cualquier impureza. Seguidamente,
el hombre de los Taran la tomaría y a la
muchacha se le empezaría a dar un remedio
para disminuir el efecto de la artemisa.
Cada mujer tardaba más o menos en que le
volviese la menstruación. Era ese período
cuando la mujer debía quedar en cinta; si la
mujer volvía a menstruar y todavía no
había conseguido concebir sería un fracaso.
La familia de Philip estuvo involucrada en
el proceso de principio a fin y, a lo largo
del tiempo, ambas familias se volvieron
inseparables.
El anciano había cuidado de los gemelos
desde su nacimiento y cuando el anterior
duque había pretendido matar a uno de los
dos, fue él mismo quien le disuadió. El
anterior duque se preguntó algo cruel: qué
pasaría si uno se ciaba en el mejor de los
entornos y el otro crecía rodeado de
adversidades. Y así lo hizo: vendió a uno
de los niños como esclavo y se dedicó a
observar su progreso desde la distancia,
mientras que Philip iba salvándole la vida
de vez en cuando sin que el niño se
percatase de ello.
El bueno de Hugo no heredó el
temperamento brutal propio de los Taran y
el odioso Hugh mataba sin parpadear.
Philip los quería a los dos, pero se sentía
muchísimo más unido a Hugh. Los Taran
fueron volviéndose más humanos hasta
Hugh. El muchacho destacaba por destreza,
inteligencia y crueldad. Era la imagen
perfecta para los Taran.
Al padre de los gemelos también le gustaba
más el niño al que había abandonado y
decidió volverlos a intercambiar, sin
embargo, no quiso matar a Hugo. Después
de todo, albergaba cierta ternura por él. Lo
que no adivinó fue que los gemelos
acabarían conociéndose; no adivinó que al
cabo de diez años los niños se conocerían y
acabarían queriéndose más que a su propia
vida.
Hugo falleció dejando Hugh sobreviviendo
solo, soportándolo todo. El anciano fue
testigo del odio y el rencor que albergaban
los ojos del muchacho conforme crecía, fue
testigo de las intenciones del muchacho por
acabar con esa dichosa familia. Y de no ser
por Damian, así habría sido.
Philip no lo reconocería jamás, pero quería
a Hugo; para él los gemelos habían sido
como sus propios nietos.
“Ni se te ocurre acercarte a mi mujer”.
Por eso no conseguía sacarse de la cabeza
la expresión de Hugo cuando le había
advertido aquello. No había sido una
amenaza o un intento de intimidarle porque
sí, sino la misma protección que se espera
de una madre por sus crías. Era la primera
vez que Philip se encontraba a Hugh tan
decidido por alguien que no fuese su
hermano.
¿Cómo será…?
Era mera curiosidad. No tenía intención de
hacer nada, ni decir nada. Sólo quería saber
cómo era la duquesa. Creyó que, si entraba
a la residencia ahora que no estaba el
duque, no habría problemas, pero un
hombre le detuvo en cuanto se acercó.
‒Señor Philip, me temo que no puedo
dejarle pasar.
Philip suspiró.
‒¿Me estás vigilando?
‒Mientras no entre en el castillo, no tiene
restricción alguna, señor.
‒¿Por qué? ¿Hay algún motivo?
‒No sé los detalles, sólo sigo órdenes.
Tengo orden de tomar cartas en el asunto si
hubiese alguna protesta.
‒…Ya veo.
El médico volvió a su hogar en silencio, se
sentó de cara a las murallas y se relamió y
contempló el cielo.
‒¿Tendré que volverme a ir…? ‒ Murmuró
con amargura.
Nunca se había quedado en ningún lugar
demasiado tiempo porque no conseguía
pillarle cariño. Anhelaba conocer a
Damian, al menos una vez en su vida, pero
había fallado.
El duque jamás le daría la oportunidad a
Philip y quizás ni siquiera se molestaría en
contarle el secreto de la familia.
‒¿Será una obsesión…?
Tenía que admitir que el deseo de los Taran
de aferrarse a su linaje era una obsesión.
Todos, el padre de Philip, su abuelo y los
de antes, eran iguales. No era fácil cambiar
una idea con la que le habían estado
avasallando toda la vida.
.x.x.x
Parte x
* * * * *
Su segunda fiesta ya estaba acabando. En
esta ocasión tan sólo había invitado a
jóvenes solteras.
‒Soy Kate Milton ‒ una jovencita pelirroja
se acercó a ella. ‒ La he saludado antes. Mi
tía abuela me ha hablado mucho de usted.
Ah, bueno, mi tía abuela es la condesa de
Corzan.
‒Ah, ahora ya me suena. La señora
Michelle ha presumido mucho de su
sobrina y me ha asegurado de que sería una
buena compañera.
‒¿Ella? Cuesta de creer. Cuando me ve
suele mirarme mal.
‒Estoy segura de que es su manera de
mostrar afecto, señorita Milton. Fue muy
clara con que, si no nos llevamos bien, ella
también dejará de brindarme su amistad.
‒Bueno, ella es así. Aunque no sé yo si
quiero tener a alguien tan problemático en
mi círculo de amigos… Pero bueno,
supongo que me postraré y haré lo que
tenga que hacer.
Las dos muchachas intercambiaron miradas
y estallaron en sonoras carcajadas. Las
palabras de Kate encajaban perfectamente
con su personalidad.
‒Llámame Kate, por favor.
Era la primera vez que una noble quería
estrecharle la mano a modo de saludo.
Kate, al ver la sorpresa de Lucia, se
sobresaltó y retiró la mano.
‒Ah… Lo siento. Qué grosera. Es una
manía mía.
‒Llámame por mi nombre también. ‒
Contestó Lucia con una risita y extendió la
mano. Le gustaba esta joven directa y
alegre.
Todavía vacilaba al pronunciar su propio
nombre. Hugo la llamaba así por lo que ya
no le disgustaba tanto, pero sentía que el
hecho de que su amiga le llamase así sería
como poner una pared entre ambas.
‒Lucia. Llámame Lucia. Es como me
llamaban de pequeña.
* * * * *
La mano con la que Lucia le acariciaba el
rostro sudoroso intentó aferrarse a su
hombro, pero se resbaló y cayó sobre las
sábanas. La muchacha temblaba de placer y
Hugo gruñó mientras la penetraba.
‒¡Ung…! ‒ Jadeó su marido al correrse.
Lucia dejó que las lágrimas que llevaban
rato cubriéndole la vista rodasen por sus
mejillas. Le parecía estar flotando en el aire
y, entonces, de repente, fue como si se
hundiese.
Él gruñó otra vez, le cogió los cachetes y
entró en su húmedo interior. Iba despacio
para dejarla experimentar y notar su
longitud. Entonces, empezó a acelerar. El
interior de la muchacha le estrujaban y se
aferraban a él, oponiendo resistencia a su
dominancia.
‒Uh… Hugh, por favor… ‒ Le rogó Lucia.
Su marido se movía con mucha más fuerza
que antes y la muchacha no conseguía
reunir más energía. Tenía el cuerpo
sensible y apenas lograba moverse.
‒¿Qué quieres que haga…? Uh… ‒
Preguntó levantándola y penetrándola más
hondo.
Ambos estaban a punto de volver a
alcanzar el clímax otra vez por el continuo
contacto de sus partes íntimas.
‒¡Ah! ¡No! ‒ Lucia no podía soportarlo. ‒
¡Para!
Hugo miró a la mujer que se revolvía
debajo de él. Tenía las pupilas dilatadas por
el terror y los párpados húmedos. Bajó la
cara y le lamió las lágrimas. La besó y le
abrió la boca con la lengua. Compartieron
un beso corto. Lamió, chupó y acarició los
labios rojos de ella. Un beso apasionado
que no se molestó en ocultar su pasión.
‒¿Quieres que pare? ‒ Preguntó volviendo
a penetrarla.
‒Sí… Nn…
‒De acuerdo.
A Lucia se le volvieron a dilatar las pupilas
mientras que a él se le curvaban las
esquinas de los ojos al sonreír.
‒Un poquito más.
Por supuesto, se lo tendría que haber
esperado. La había vuelto a engañar.
‒Esto es peligroso. ‒ Hugo murmuró esto
con una expresión de sed y avaricia. Era
como una bestia hambrienta frente a su
presa. Cuánto más sollozaba ella, más
reaccionaba su parte baja.
Lucia notó como el miembro de su marido
se endurecía una vez más por la sangre,
frunció el ceño y cerró los ojos cuando él
se enterró en las profundidades de su
cuerpo.
Hugo rió de buena gana al ver la adorable
reacción de la muchacha. La penetró dando
donde le gustaba para hacerla jadear y
estremecerse.
‒Una vez más.
Ella jadeó y se lo miró con incredulidad.
“No te creo”, declaraba su mirada. Pero a
pesar de lo hambriento que estaba Hugo y
las ganas que tenía por comérsela una y
otra vez, cuando la muchacha gruñía y
afirmaba que era “no”, el juego se acababa.
‒Más te vale.
Los ojos de su esposa eran dóciles como
cada vez que creía que era la última. Había
cometido el mismo error demasiadas veces
como para llevar al cuenta. La muchacha
asintió con la cabeza y él hizo una mueca.
Ah, es adorable.
‒Túmbate boca abajo y levanta el trasero.
La muchacha se encogió al notar cómo él
sacaba su miembro. Titubeó al ver el
entusiasmo de su marido, pero se dio la
vuelta y se tumbó tal y como le había
indicado.
Hugo admiró las apetecibles curvas de su
mujer desde atrás antes de tomarla desde
atrás.
‒Nnn…
‒¡Nn! Ah… Me estoy volviendo loco.
Da igual las veces que la saborease, no era
suficiente. Cada vez que la tomaba parecía
la primera vez, no se cansaba. Semejante
mujer era suya y nadie podía tocarla.
Si pudiese, marcaría cada parte de su
cuerpo para demostrar que le pertenecía.
Últimamente, sus ojos albergaban una luz
posesiva y peligrosa cada vez que se la
miraba.
Sin embargo, la oscuridad silenciosa era un
secreto que guardaría a buen recaudo de
ella.
* * * * *
* * * * *
* * * * *
‒Hugh, ‒ Dijo Lucia unos días después de
haber ido a navegar. ‒ la señorita Milton se
ha pasado por aquí.
Otra vez esa mujer, pensó Hugo frunciendo
el ceño al escuchar a su mujer pronunciar el
nombre de la desconocida hija del barón.
Ahora estaba seguro de que Kate le estaba
dando muchos problemas, no era sólo una
sensación.
‒Me ha dicho que hay una caza de zorros.
Que todas las nobles llamasen a su
jueguecito “caza” era una blasfemia.
Normalmente, se contrataba a algún
mozuelo para que cazase un zorro, lo
domase y lo soltase por el campo para que
acabase con los conejos.
‒Me ha dicho que se van a ir en grupo. Yo
no tengo ningún zorro, pero ella dice que sí
y que me enseñará.
‒¿Qué harás cuando te encuentres con los
animales salvajes en el bosque?
‒No hay animales peligrosos, de hecho,
hay un pueblecito viviendo cerca del
bosque. El carnívoro más grande es el
zorro.
Hugo se hacía una idea de lo que decía.
Irían a un bosquecito pequeño, pero aunque
fueran a uno grande, podría ordenar que
vigilasen el área. Aunque seguía siendo
más seguro que fuese sólo con mujeres.
‒¿No puedo ir?
Su ataque de ojos de cordero mejoraba día
a día.
‒…Sí puedes.
‒…Hugh, sobre la señorita Milton…
‒¿Ahora qué? ‒ El hombre frunció el ceño
a pesar de lo mucho que estaba disfrutando
de la piel de su esposa. Cada vez que la
escuchaba hablar de su amiga le entraba
neurosis. ‒ ¿Qué pasa?
‒Su cumpleaños es en tres días y va a hacer
una fiesta en su casa. ¿Puedo ir? Es una
fiesta pequeñita, sólo va a invitar a sus
amigos más íntimos.
A Hugo le parecía que estaba saliendo
mucho últimamente por culpa de la chicote
de la hija del Barón de Milton.
Kate Milton era la única chica de los
muchos hermanos por eso era la mimada.
La joven se había criado entre hombres, así
que era famosa por ser poco femenina y los
rumores aseguraban que el barón se
arrepentía de haber sido tan indulgente con
ella. El duque no se habría molestado en
saber de ella si no fuese porque se había
hecho amiga de Lucia y la obligaba a salir
tanto.
‒¿Por qué tienes que ir a celebrar su
cumpleaños?
‒Más que eso, lo que quiero es ir a casa de
mi amiga.
Lucia volvió a atacarle con su mirada de
corderito degollado porque quería ir y
Hugo se sintió desfallecer porque no podía
apartarla de su amiga. Pero como era algo
para mujeres, se lo permitió.
‒Vale, ve.
‒Y… Después de la fiesta, va a hacer una
pijamada…
Me cago en la puta señorita Milton, maldijo
Hugo en su cabeza. Cada vez que se
encontraba con el barón tenía que reprimir
el impulso de soltarle que mantuviese a su
hija lejos de su esposa. No obstante, Kate
no hacía ningún daño, así que no podía
hacerlo. Además, el barón de Milton era
un vasallo muy leal.
‒¿Puedo pasar allí la noche?
‒Eres una mujer casada, ¿cómo te vas a
quedar a dormir?
‒…Me lo esperaba, no puedo, ¿no? Pues
iré a la fiesta y volveré. ‒ Determinó
decepcionada y no volvió a molestarle.
El comportamiento de su esposa era
totalmente opuesto al que esperaba Hugo.
Nunca le pedía regalos, ni criticaba a nadie,
por eso le dolía más tener que negarle nada.
Preferiría que le pidiese joyas o ir de
compras.
‒Enviaré un carruaje a por ti por la
mañana. ‒ Suspiró y le dio su
consentimiento.
‒¡¿De verdad?! ¡Sí!
‒¿Dejar a tu marido solo te pone tan
contenta?
Él apretó más los brazos con los que le
rodeaba la cintura y ella le estudió la
mirada.
‒Sólo es un día… Tú te fuiste cuatro días a
inspeccionar.
‒Eso es diferente.
‒…No mucho.
Hugo le mordió los labios y le introdujo la
lengua en la boca. Los ojos de Lucia se
humedecieron y ella se ruborizó. Su marido
le dio la vuelta y empezó a lamerle el
cuello con avaricia mientras le manoseaba
el trasero.
‒¡Ah!
‒Cada día replicas más. ¿Tú no eras una
esposa virtuosa que se toma la palabra de
su marido como si fuera ley?
‒Ung… Pero…
‒¿Pero qué?
‒Me han dicho que ser tan virtuosa no es
atractivo…
Hugo frunció el ceño. Había notado que sus
replicas habían aumentado y se preguntó
qué clase de consejos le habían estado
metiendo en la cabeza.
‒¿Estás aprendiendo técnicas de
seducción?
‒Téc-… No son técnicas.
‒¿Y quién es tu maestra?
‒…La señorita Milton…
Ah, esa maldita señorita Milton.
‒¿No debería ser al revés? La que está
casada eres tú.
‒Es una señorita encantadora, quiero
aprender…
La pelirroja Kate era totalmente opuesta a
Lucia. Sus rasgos eran energéticos, poseía
una voz segura, una presencia cautivadora,
elocuencia y jamás caía por las ñoñerías de
los hombres. Lucia le envidiaba todas esas
cualidades. Kate tenía padres que la
querían y hermanos protectores, todo lo
que ella no tenía.
‒¿Quién debería aprender de quién? Tú
eres la duquesa, estás en la cúspide del
estatus social. ‒ Dijo mientras tumbaba a
Lucia a su lado y la abrazaba por detrás, le
manoseaba los pechos e insertaba su
miembro entre sus muslos bruscamente. ‒
No me importa que quedéis, pero no pienso
permitir que aprendas a ser un chicote
como la hija del barón. No pierdas tu
feminidad o tendré que ponerte toque de
queda.
La abrió desde atrás e introdujo su pene
erecto en ella. Las nalgas y los muslos de
Lucia estaban muy apretados, pero sus
cuerpos se hicieron uno. Notar el éxtasis
de su mujer por tenerle dentro le satisfago.
‒Nnn…
‒Lo estás haciendo bien, sigue como ahora.
‒Sí…
Hugo no tenía la menor intención de
permitir que su esposa cambiase, para él
Lucia era muy dulce y cariñosa. Cada vez
que posaba la mirada en ella se llenaba de
paz, le cautivaba.
El duque levantó el cuerpo de su esposa y
la penetró repetidamente. No lo hizo
demasiado profundo, quería saborearla y
gozar de la posición. Sacó su miembro del
interior de ella y la muchacha gimió.
El verano tocaba a su fin.
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Parte XII
* * * * *
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Parte XIII
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Parte XIV
* * * * *
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Parte XV
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Parte XVI
* * * * *
* * * * *
Capitulo 29 Damian
‒Joven amo, soy Ashin, el secretario
administrativo. ¿Me recuerda?
Damian ojeó a Ashin antes de asentir. Su
frialdad no era inferior a la de su padre.
Tal vez el duque también había sido así de
niño. Damian era una réplica en miniatura
del duque de Taran: ojos rojos y pelo
negro. No había ninguna duda de quién
eran sus ancestros. Era imposible negar que
por sus venas corría la sangre de los Taran.
Ashin odiaba los viajes largos, aunque no
le molestaría tener que pasarse el día yendo
y viniendo de palacio a Roam. El secretario
suspiró y pensó en que tendría que pasarse
mucho tiempo sentado al lado de un niño
horrible.
‒Veo que está sano. Ha crecido mucho
durante este tiempo, casi no le reconozco. ‒
Ashim habló amigablemente en un intento
de mejorar el ambiente. No era propio de
él, pero el joven amo Taran, que era
exactamente igual al hombre más terrible
del planeta, el duque, parecía bastante
susceptible.
Era verdad que casi no le había reconocido.
El buen hombre se preguntó si todos los
niños de ocho años eran así. El joven amo
parecía tres o cuatro años mayor, hasta su
sobrino de diez era más menudo. Aunque,
claro, este niño ya había sido grandote
desde pequeño.
‒¿…Qué pasa?
‒¿Eh? ‒ A Ashin le complació ver que el
joven amo abría la boca.
‒Con tu rango no hace falta que vinieras a
buscarme.
‒Ja…jaja…
Sí, normalmente alguien de su estatus no
estaba a cargo de estos deberes. Aunque no
esperaba que un niño de ocho años fuera a
espetárselo en la cara.
Además de recordarme a mí… ¿también
recuerda mi rango?
El duque también era de los mejores
caballeros y poseía la mejor de las
memorias. El mundo estaba muy mal
repartido.
‒Ha sido una orden de mi señor el duque.
A Damian se le abrieron un poco los ojos.
Su expresión parecía preguntar el porqué.
‒Supongo que ya se habrá enterado, joven
amo, de que el duque se ha casado.
Damian asintió con la cabeza. Solían
informarle en detalle de la situación en el
ducado para que le fuera más fácil asumir
sus responsabilidades en un futuro. Da
igual cuánto tiempo estuviese en el
internado, el duque jamás tendría que
escuchar el reproche: “no sé”. Damian
había memorizado la carta palabra por
palabra.
‒Esto es sólo mi opinión, pero ya que ahora
sois madre e hijo, podríais aprovechar para
conoceros mejor como familia.
¿Madre e hijo? Cuestionó Damian por
dentro. Su padre no era alguien delicado.
La idea de que el duque quisiera que
tuvieran una relación filial no tenía ningún
sentido. Aunque la duquesa y él se pasaran
el día peleándose, su padre no movería ni
un dedo.
‒¿No ha dicho nada más?
‒Ah, él… Quería que… usted no fuera
grosero con su madre. Ha dicho que debe
ser respetuoso…
Ah, ahí está.
Ashin lo había simplificado, pero había
transmitido la advertencia con éxito.
Damian tenía que estarse callado y
tranquilo. Aunque fuera el heredero, seguía
siendo un bastardo, lo que significaba que
no era prudente sacar de sus casillas a la
duquesa. En realidad, aunque el duque no
le hubiese advertido, Damian tampoco
tenía ninguna intención de enfrentarse a su
madrastra. Después de todo, la duquesa era
necesaria para poder subirle de rango.
‒¿Es hermosa?
‒¿Eh? Ah… Sólo la he visto un par de
veces…
Sólo se necesita una vez para saber si es
hermosa. Damian llegó a la conclusión que
la duquesa no debía ser muy bella. Y ahí se
acabó todo interés por su madrastra, no le
importaba. Seguramente, desde el punto de
vista de su nueva madrastra, él sólo sería
un estorbo al que tendría que aguantar un
par de veces. Damian iba a pasar
desapercibido y vivir como si estuviera
muerto. Si la mujer no quería verle la cara,
se encerraría en su habitación, y si abusaba
de él, lo soportaría.
El joven amo no se sorprendió cuando se
enteró de las noticias del matrimonio del
duque. Estaba convencido de que su padre
lo había hecho porque tocaba. Damian
comprendía que su padre tan sólo se movía
por necesidad. Aunque la duquesa se
quedase en cinta, su posición de heredero
continuaría intacta. Su padre jamás había
sido un buen padre, pero era fidedigno.
El niño empezó a pensar en la academia.
Acababa de empezar el nuevo trimestre y
este viaje iba a echar a perder sus horarios.
Al principio le preocupó faltar tanto que
fuera a retrasase, pero como mucho se
quedaría allí tres semanas incluyendo el
viaje de ida y de vuelta. No se perdería
mucho, pero tampoco quería malgastar su
tiempo, así que se había llevado un buen
montón de libros.
* * * * *
* * * * *
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Parte II
Caray…
En cuanto se enteró de las noticias, Lucia
salió corriendo. En cuanto vio al niño tuvo
que pararse a admirarle. ¿Cómo podían ser
tan parecidos? Jerome no había exagerado
en absoluto. Era como un duque en
miniatura. ¿Quién dudaría de que era el
hijo del duque?
¿Acaso no sabrá que es el heredero…?
Damian suspiró al ver la expresión
boquiabierta de la duquesa. Acababa de
casarse, era normal que se quedase muda al
enterarse de que su marido ya tenía un
bastardo. Cualquier mujer normal se
quedaría boquiabierta, se enfadaría y se
marcharía indignada o le miraría como a un
gusano asqueroso. Si la duquesa mostrase
alguna de esas reacciones no tendría que
preocuparse, porque las mujeres así eran
las más fáciles. Sin embargo, si mantenía la
calma y ocultaba sus sentimientos,
demostraría una gran inteligencia. Y para él
eso sería lo peor.
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Parte III
* * * * *
* * * * *
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Parte V
* * * * *
Como siempre, los criados salieron a la
puerta para recibir a la señora de la casa. La
puerta del carruaje se abrió y Lucia bajó.
Cuando Jerome vio las rosas amarillas que
llevaba en la mano se asustó.
‒¡Oh!
El mayordomo exclamó un sonido extraño,
pero consiguió ocultarlo fingiendo que se
aclaraba la garganta. El resto de empleados
pretendieron no haber oído ni visto nada.
Lucia le miró extrañada y, entonces, le
enseñó la cesta llena de flores.
‒La condesa Philia me las ha regalado
porque ha tenido una nieta.
‒Ah, sí…
Jerome suspiró pesarosamente tras aceptar
la cesta. No quería ver rosas amarillas
nunca más.
Capitulo 34 Damian
Parte VI
El duque apestaba a sangre.
Jerome se asustó unos instantes al recibir a
su señor por el aura asesina que desprendía,
pero ocultó sus sentimientos.
‒La señora duerme y el joven amo ya ha
llegado. No hay nada más que informar. ‒
Jerome recitó un breve resumen de lo
ocurrido a su amo.
Hugo se limitó a asentir, se dio la vuelta y
se marchó. Jerome ordenó a una de las
criadas que le preparasen un baño al señor
y, entonces, persiguió al grupo de
caballeros que se iban del castillo.
‒¡Señor Heba!
Uno de los soldados detuvo sus pasos y
esperó a que el mayordomo le alcanzase.
‒¿Qué ocurre? ‒ Preguntó estudiando al
serio criado.
‒¿Ha pasado algo? El señor no suele volver
cubierto de sangre…
‒Ah, nos hemos topado con un grupo de
ladrones de camino.
‒¿Ladrones? No creía que la seguridad
fuese tan baja…
‒Ni que lo digas, no sé de dónde han
salido, pero estaban saqueando a unos
vendedores ambulantes cuando el señor los
descubrió.
‒…Ya veo. ¿Los ha castigo él? No parece
que hayan sido ladrones normales.
El señor Heba sonrió con ironía en lugar de
contestar. No, las víctimas no habían sido
ladrones profesionales, sólo un grupo de
vagabundos con mala suerte que habían
estado intentando robar algo. ¿Castigo? Su
señor no se molestó en preguntarles, se
limitó a degollarlos allí mismo, y gracias a
eso, los vendedores consiguieron escapar
mucho más asustados.
La mayoría de los del grupo no habían
alcanzado la mayoría de edad aún, sin
embargo, el duque no toleraba esos
comportamientos. No, más que un castigo,
había sido una masacre. El soldado creía
estar acostumbrado a verlo, pero cada vez
que presenciaba la crueldad de su señor
reculaba.
‒¿No ha pasado nada más, pues?
‒Sí. ‒ Respondió encogiéndose de
hombros.
‒Cuando subyugaba a los bárbaros,
¿parecía estar de mal humor o…?
La forma en que el señor subyugaba a los
bárbaros era extremadamente cruel. A otro
nivel de cómo mataba a sus enemigos en la
guerra. Sólo los guerreros que le
acompañaban a la batalla eran testigos de
ese lado suyo. No era una situación
describible con un: “estar de mal humor o
no”.
Incapaz de transcribir sus pensamientos en
palabras, el señor Heba sacudió la cabeza.
‒Ya veo. Debe haber sido un viaje
agotador. Descansad.
‒Adiós.
* * * * *
* * * * *
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Parte VII
El único sonido en la habitación eran los
jadeos de dos personas. Cuando Lucia por
fin volvió a respirar con normalidad, Hugo
bajó la cabeza, le dio la vuelta y la envolvió
con sus brazos. Su marido la abrazó unos
minutos antes de cubrirle los labios, los
ojos y la frente de besos.
‒Jaja, me haces cosquillas.
‒¿Quieres que deje de hacerte cosquillas? ‒
Susurró él, mordiéndole suavemente el
cuello y poniéndole la mano en la cintura.
Sin embargo, Lucia lo apartó. Con
terquedad, Hugo le agarró las nalgas y esta
vez Lucia le empujó el pecho.
‒No, mañana tengo muchas que hacer.
‒¿El qué?
‒Voy a hacer una fiesta en el jardín dentro
de tres días, quiero aumentar la escala un
poquito. Así que desde mañana me va a
tocar organizar el jardín, prepararlo y, por
supuesto, hay otras tantas cosas que debo
hacer.
Hugo gruñó para sí al darse cuenta de que
su mujer había estado totalmente bien sin
él.
‒¿Una fiesta en el jardín? ¿Todavía quedan
flores? Empieza a hacer frío.
‒Hay flores de otoño. No son tan bonitas
como las de primavera o las de verano,
pero quería hacer la fiesta antes de que se
acabe el año.
‒O sea que tu fiesta es más importante que
tu marido que acaba de volver. Vaya
prioridades. ‒ Una vez más, deslizó la
mano hasta su cintura y pegó los labios a su
cuello.
‒No seas irrazonable. ‒ Lucia le dio un
golpecito en los hombros. ‒ ¿Te das cuenta
de lo infantil que suenas?
‒Oh, vaya. ¿Ahora pegas a tu marido?
Lucia abucheó su intento de ir de duro. Los
ojos de Hugo se iluminaron y su intención
fue tocarla otra vez, pero el cuerpo de
Lucia lo evitó rodando.
La cama se volvió un desastre en cuestión
de segundos con sus giros, sus tirones y
demás.
Lucia acabó jadeando del cansancio y él la
atrapó. Hugo la abrazó por atrás, deslizó
sus piernas entre las de ella, colocó una
mano en su pecho y le besó la espalda.
Lucia, viendo que era imposible zafarse de
su agarre, le dejó hacer.
‒¿Cómo ha ido lo de tus vasallos?
‒Mmm. ¿Y tú? ¿Qué has estado haciendo?
‒Nada… Ah, no, hay algo. Damian ha
vuelto.
Su cuerpo se tensó por un momento y
Lucia, aun entre sus brazos, lo notó.
‒…Ya lo sé.
¿Qué significaría Damian para él? La joven
quería preguntar muchas cosas, pero
decidió tomárselo con calma y esperar al
momento adecuado. Hasta Jerome trataba
el tema con delicadeza y la muchacha
estaba segura de que el niño no odiaba a su
padre.
No hubiese sido extraño que el sentido de
la vergüenza y el ser un bastardo hubiesen
fastidiado la personalidad de Damian, pero
el niño tenía una personalidad sincera y era
inocente. Si Damian fuera su hijo, aunque
no le hubiese dado a luz ella misma, lo
educaría con todo lo que tuviera en mano.
Ahora quería saber lo que su marido
opinaba de su hijo. Si no se resentían, era
una lástima que su relación continuase
siendo tan rígida.
Lucia creía que, a pesar de no ser tan
intenso como el amor entre hombre y
mujer, el amor de relaciones sanguíneas no
se podía romper con tanta facilidad.
‒¿Qué te parece comer? Podríamos comer
todos juntos. ‒ Lucia lo comentó como si
no fuera nada del otro mundo, pero le
preocupaba que Hugo la rechazase. Si ni
siquiera quería comer con el chico la
situación sería catastrófica.
‒Mejor para cenar, tengo una reunión por
la mañana.
Su respuesta fue afirmativa.
‒¿Ha sido grosero en algún momento?
Lucia pensó en ello y se dio cuenta que el
objeto de sus palabras era Damian. Ah, no
conocía a su hijo para nada. Si lo
conociese, aunque sólo fuera un poco, no le
preguntaría algo así.
‒Para nada. Es muy educado y maduro para
su edad; su actitud y sus modales siempre
han sido perfectos. No te preocupes por
eso, me llevo bien con Damia-…
‒No me preocupa eso, pero dime si alguna
vez se porta mal contigo.
Lucia entrecerró los ojos al captar el tono
de su marido.
‒¿Qué harías?
‒Advertirle. ‒ Sin embargo, Hugo era el
tipo de persona que no daba advertencias.
‒No hará falta. Nos hemos llevado muy
bien mientras no estabas… ‒ Cada vez
estaba más soñolienta.
‒¿…“nos”?
La pregunta quedó en el aire.
‒Ah… Voy tarde, pero… Bienvenido…
Hugo besó los labios de su esposa cuando
acabó de murmurar y, poco después, la
joven ya dormía plácidamente.
‒Gracias. ‒ Una vez más la besó y cerró los
ojos.
* * * * *
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Parte VIII
* * * * *
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Parte IX
Lucia entró en el dormitorio con el pelo
envuelto con una toalla. En ausencia de
Hugo las criadas solían esperar a que
vistiese para retirarse, pero ahora que el
duque volvía a estar en casa, las sirvientas
no pasaban de la puerta.
La joven se sentó en el tocador e intentó
secarse el pelo. Ahora que se había
acostumbrado a dejar su cabellera en
manos de otros se había vuelto más lenta y
no había ni punto de comparación con el
trabajo meticuloso de sus criadas.
Reconoció los pasos de Hugo al entrar y
sintió su mirada sobre ella. Su marido se le
acercó y la abrazó por detrás.
‒¡Hugh, tengo que secarme el pelo! ‒
Exclamó. ‒ Si me voy a dormir así mañana
pareceré un león. ‒ Se le había caído la
toalla al suelo.
‒Hazlo después.
‒¡No lo puedo hacer después!
Él hizo caso omiso a sus réplicas, la
levantó y la depositó suavemente sobre la
cama. Entonces, empezó a besarla como si
de un fruto se tratase y le metió la lengua
en la boca. La sujetó por las muñecas y
profundizó su beso.
Lucia ignoraba que su resistencia le
excitaba todavía más. Hugo le separó los
tiernos labios con la lengua y volvió a
metérsela. El sólo pensar que su esposa
estaba tan caliente como él le endurecía.
Le quitó la toalla que envolvía a su
hermosa mujercita con torpeza, le soltó las
muñecas y permitió que ella se le aferrase
al cuello. Exploró su boca con la lengua,
fuerte y suavemente, abrumándola.
Lucia cayó en un trance por el juego. Su
miembro caliente le rozaba sus partes más
delicadas, ansioso por unirse a ella. En
cuanto su marido entrelazó sus lenguas,
Lucia levantó la cadera sin querer. Ese
movimiento provocó que ambos se frotases
y Hugo ahogó un jadeo.
‒He estado pensando en ello. ‒ Su voz era
serena, pero sus ojos seguían encendidos. ‒
Y creo que la razón por la que te cansas
tanto es porque lo hago todo de golpe, así
que vamos a cambiar eso. Lo haremos una
vez, descansaremos un poco, volveremos a
hacerlo y así. ¿Qué te parece?
‒No pienses en esas cosas, por favor. ‒
Contestó Lucia frunciendo el ceño y
totalmente roja.
‒¿En esas cosas? Esto es importante. ‒ La
besó con suavidad. ‒ Bueno, hoy vamos a
probar una cosa nueva. ‒ Dicho esto,
repasó a Lucia cual depredador.
‒Yo no he dicho que sí… ‒ Lucia tragó
saliva.
‒Mmm… Pues es la prueba.
‒¡Qué diferencia hay!
El duque fingió no escucharla, admiró su
cuerpo unos instantes y le cogió los pechos
llenos con ambas manos con la suficiente
fuerza como para que ella se retorciese.
Bajó la cabeza y la lamió desde el ombligo
hasta abajo.
Aquello era el principio de una noche larga
e intensa.
Las piernas de ella colgaban de sus
hombros y él la penetraba y estimulaba con
dureza. Cada vez que su pene entraba en
ella, Lucia gemía, cerraba los ojos y se
mordía los labios. Cada movimiento la
estremecía e hipnotizaba. Hugo notó su
expresión y apretó los dientes. Sus paredes
internas le tragaban y le excitaban tanto
que apenas lograba controlar su deseo.
‒¿Es difícil?
Lucia asintió con la cabeza. Era
complicado mantener esa posición mucho
rato. Sus penetraciones llegaban tan hondo
que era demasiado estimulante para ella,
sin embargo, para él era una buena postura.
La sensación de su vagina prieta le llevaba
al éxtasis. Hugo le cogió el tobillo, le dio la
vuelta y volvió a entrar en ella una vez
más.
‒Ung… Uh… ‒ Gimió Lucia.
La muchacha reaccionaba fuerte a las
estimulaciones fuertes y suave a las
estimulaciones suaves. A ella le gustaba el
sexo suave y a él el duro, y tal vez también
atormentarla en la cama hasta que lloraba.
Ella gruñó para sus adentros que su tortura
era demasiado. Pero no sabía que él se
estaba controlando muchísimo. De hacerlo
como a él le gustaría, Lucia no sería capaz
de levantarse durante días. Así que, por el
bien de poder abrazarla cada noche, Hugo
prefería controlarse.
‒¡Ah!
Lucia tembló y llegó al orgasmo. Él se
quedó quieto con el miembro enterrado en
su interior hasta que las paredes vaginales
de ella se relajaron. Instantes después, la
hizo girar y la puso boca abajo. Entonces,
dejó caer su peso sobre ella y la volvió a
penetrar.
‒¡Ay!
Metía y sacaba rítmicamente, controlando
el tempo. A cada movimiento la joven
gritaba y se aferraba a las sábanas. La
sensación de tener su peso encima le
provocaba una oleada de placer porque
sentía vívidamente cada uno de sus
movimientos.
No dolía, pero no podía dejar de gritar. Su
deseo por ella era electrizante, aunque a
veces se sintiese como un animalito. Lucia
le tocó la cabeza con la mano y le acarició.
Él le besó el cuello, le tiró de los brazos y
la besó varias veces en los labios.
‒…A Damian.
Hugo se acercó sus muslos a la cintura. Sus
paredes internas le excitaban demasiado.
‒Cuando le vi por primera vez… me…
llevé una sorpresa. Se parece…
muchísimo… a ti… Ah…
Él empujó, penetrándola profundamente y
ella cerró los ojos. Hugo empezó a moverse
otra vez al cabo de pocos segundos
aumentando la intensidad poco a poco. Ella
le rodeó con las piernas y se movió al son
de sus movimientos.
‒Ah… P-Por eso… ‒ Lucia se calló para
coger aire. ‒ Me… puse un… poco
nerviosa…
Hugo la penetraba con fiereza y ella le
clavaba las uñas en los hombros. Una vez
más, su marido la besó con lengua y le
cubrió el beso de besos hasta los hombros.
‒¿…Por el chico? ¿…Por qué?
‒Era… como verte a ti.
‒Aun le falta para parecerse a mí.
‒¿Le falta? Yo creo que dentro de diez
años será clavado a ti… ¡Ah!
La conversación acabó allí. Hugo aumentó
la intensidad y todo lo que podía hacer
Lucia era gemir.
Parte X
Lucia se pasó hasta la madrugada jugando
con Hugo, así que se despertó cuando había
plena luz afuera. La joven estaba en contra
de la cabezonería de su marido y de su
inexplicable vigor.
El cuerpo no le respondía cuando se quiso
levantar, así que volvió a quedarse dormido
un buen rato hasta que la despertaron unas
caricias en la cabeza. Ignoraba cuánto
tiempo había transcurrido, pero Hugo
estaba sentado a su lado pasándole los
dedos por la melena.
‒¿Estás bien? ‒ Dijo él, agachándose para
besarla en los labios. ‒ Me he preocupado
porque no te despertabas.
‒…Un poco de conciencia tienes por lo que
veo. ‒ Le culpó sin tapujos, cerró los ojos y
le oyó reír.
Hugo pasaba los dedos por su melena como
si fuese un peine; hacía un poco de
cosquillas.
Espera, ¿no estoy despeinada?
En cuanto eso le cruzó la mente todo su
sueño desapareció y se cubrió con la
sábana hasta la cabeza.
‒¿Qué pasa?
‒…Mi cabeza…
‒¿Te duele? ¿Llamo a la docto-…?
‒No, no es eso. ‒ Bajó la sábana un poco y
le miró. ‒ Ayer… No me sequé bien el
pelo, debe estar horrible…
Esas eran las palabras de una mujer que
sólo quería enseñarle su lado bueno al
hombre al que amaba.
Hugo no la comprendió, ladeó la cabeza y
le arrancó la manta.
‒¿Y qué? ‒ Dijo besándola suavemente. ‒
Estás preciosa.
Lucia se lo quedó mirando.
‒…Ligón.
‒¿…Qué?
‒Nada.
A Hugo le molestó. Antes no hubiese
podido replicarle, pero ahora era otro
cantar.
‒¿He hecho algo que no deba, Vivian?
‒¿No tienes trabajo?
‒No cambies de tema. Sé que tu lista me da
mala imagen, pero, ¿por qué dices estas
cosas de repente?
‒¿Qué lista?
‒Sé que tienes una lista de todas las cosas
que he hecho mal en la cabeza.
‒¿Qué? ‒ Atónita, Lucia estalló en
carcajadas sonoras. ‒ ¿Una lista?
‒¿No te las estás guardando todas?
Lucia volvió a reír de buena gana mientras
que Hugo ponía mala cara. No entendía qué
le hacía tanta gracia.
‒¿Y cuándo empecé con la lista?
‒¿Me lo preguntas a mí? Tú eres quien
mejor lo sabe.
Lucia se encogió de hombros y, una vez
más, se rio. Que a él también le interesase
lo que pensaban los demás era divertido. La
joven creía que se había casado con alguien
que jamás admitiría haberse equivocado en
nada, y sin embargo, Hugo le había dicho
muy claramente que ella tenía una lista de
cosas que “había hecho mal”.
‒No tengo ninguna lista. A mí no se me
ocurriría algo tan complicado.
‒¿Entonces?
Lucia apretó los labios avergonzada.
‒Es por lo que me has dicho sin venir a
cuento.
‒¿El qué?
‒Que… estoy preciosa. ‒ Le avergonzaba
repetirlo, así que lo balbuceó.
La muchacha estaba acostumbrada a que la
llamasen “amable”, pero no estaba de
acuerdo con términos como “adorable” o
“guapa”.
‒¿No puedo decir lo que pienso?
Lucia se lo quedó mirando en blanco. Sí,
era un hombre ligón, pero no era de los que
regalaban el oído. Era un hombre poderoso
y, por tanto, la mayoría de mujeres caían
rendidas sin que tuviese que hacer nada.
Lucia se tocó el pelo y, por supuesto,
estaba despeinada. Debía ser un desastre,
no tenía ni que mirarse al espejo para
saberlo.
‒¿Preciosa? ¿Así?
‒No sé qué tiene de malo, estás preciosa. ‒
Él no vaciló. Era como si un árbol le
estuviese diciendo que era un árbol. Lucia
lo miró con duda y él se mostró incómodo.
‒ ¿No te gusta cómo lo he dicho? Pues, tu
belleza es tan deslumbrante que me ciega…
‒¿Te estás burlando de mí? ‒ Contestó ella
de mal humor.
Hugo suspiró y se llevó una mano a la
frente.
‒Dime qué quieres que haga.
‒¿…Preciosa? ¿Yo?
‒Sí.
Lucia no sabía qué le pasaba por la cabeza,
pero decidió no darle más vueltas. Aunque
fueran palabras vacías, la complacieron.
Miró a su esposo y soltó una risita alegre.
‒No te rías así. ‒ La expresión de él se
torció. ‒ Me dan ganas de comerte.
Lucia empezó a reírse todavía más fuerte y
Hugo acabó en risas también. No sabía
desde cuándo, pero verla contenta le
alegraba.
El corazón estaba más en paz que nunca
tras admitirse a sí misma que estaba
enamorada de Hugo. Y por otra parte, cada
vez que Hugo se marchaba de Roam, Lucia
era todo en lo que podía pensar. A pesar de
que se habían reconciliado antes de que se
fuera, todavía seguía incómodo. Le daba la
sensación de que en lugar de apagar un
fuego, lo habían escondido para que no se
viera. Le preocupaba que al volver su
esposa se girase en su contra. Pero, fuera de
lo esperado, cuando regresó Lucia estaba
totalmente bien, de hecho, parecía hasta
más contenta que antes aunque él no estaba
y eso le enfrió el corazón.
La quería. Quería su cuerpo y su mente.
Pero, ¿cómo conseguir a una mujer que
había declarado que jamás le amaría? Era
el mayor reto de su vida y él mismo no
había amado nunca. Ella sería su primer
amor y era una lástima que todo lo que
hubiese experimentado hasta el momento
fuese amor físico. A veces el amor es tan
fácil como confesar un par de palabras,
pero, por supuesto, Hugo no lo sabía.
‒¿No tienes trabajo? ¿Puedes estar aquí?
Hugo notó la voz de Lucia más clara que
antes. Le gustaba que la llamasen guapa y
se lo anotó en su lista mental.
‒Mi trabajo no se acaba nunca, esté o no
ocupado, así que puedo descansar el tiempo
que me venga en gana.
‒¿O sea, que no trabajas?
‒No es eso, quiero decir que no te tienes
que preocupar por eso. ¿Te molesta que no
trabaje?
‒…Pues sí.
‒¿Por qué?
‒Un marido tiene que alimentar a su mujer.
¿Cómo vas a hacerlo si no tienes dinero?
Hugo no pudo evitar reír.
Lucia le miró. A veces su esposo se reía de
una forma tan rara que le imposibilitaba
saber el motivo.
‒Pues a mí me parece que, aunque no
tuviese dinero me seguiría siendo fácil
alimentarte. De todas formas, no lo usas.
‒Sí que lo uso. ¿Sabes cuánto dinero tengo
que gastar para hacer fiestas?
‒Me refiero a usarlo para ti.
‒También lo uso para mí. He comprado
flores para el jardín…
‒En ropa o joyas. Ese tipo de cosas.
‒Pues sí que lo he hecho. He usado
muchísimo para arreglar los vestidos del
guardarropa y ahí hay tantas joyas que me
voy a morir sin poder ponérmelas todas.
Las nobles solían acumular muchísimas
riquezas a lo largo de su vida y, al morir,
estas pasaban a ser propiedad de la familia
de generación en generación.
Hugo no conseguía que Lucia le
entendiese, así que fue más directo.
‒¿No quieres mi dinero?
Lucia reflexionó sobre el significado de sus
palabras y se rio.
‒No es eso. ¿Creías que sí?
Era un hombre sorprendentemente sensible.
Lucia no pudo evitar sonreír tras descubrir
este lado tan adorable suyo. Y pensar que
ese gigantesco hombretón podía ser tan
adorable…
Tal vez la presión que rodeaba a este
hombre siempre había desaparecido porque
había pasado demasiado tiempo junto a
Damian. A la joven ni siquiera se le ocurrió
que todo eso fuese gracias a los esfuerzos
de su marido.
Si Lucia se hubiese molestado en recordar
su primer encuentro, se habría dado cuenta
de lo diferente que era Hugo en esos
momentos. Allí afuera la gente le
consideraba el rey de las bestias, pero
delante de ella, era manso.
‒¿De qué te ríes?
Lucia, un conejito, ignoraba que el
imponente león negro de los Taran capaz
de abrumar a todo aquel que le veía con su
mera presencia estaba gruñendo a escasos
centímetros de ella, así que se quedó tan
tranquila, riendo y pensando en lo adorable
que era.
‒Me ha sorprendido que pienses así. La
verdad es que no me gusta mucho comprar
por comprar.
‒Ah… Es verdad. A nuestra señora le gusta
ahorrar y ser frugal.
‒Es algo bueno.
‒No he dicho lo contrario.
Nunca había oído a nadie criticar a una
mujer por ser frugal, de hecho, que le
tuviese que pedir que gastase dinero
parecía casi una broma.
Su esposa era frágil, tanto, que le daba la
sensación de que si usaba un poquito más
de fuerza al abrazarla la aplastaría, sin
embargo, era una mujer con un espíritu de
hierro, segura de sí misma e independiente.
Hugo necesitaba algo para poder aferrarse a
ella. El matrimonio en sí ya era un vínculo
fuerte, pero necesitaba algo más. Quería
encontrar algo basado en los deseos de ella
por lo que jamás pudiese escapar. El dinero
y el poder no le servían, y sus interacciones
sociales eran las mínimas y necesarias.
Tampoco se interesaba demasiado por su
trabajo, ni olisqueaba en su oficina.
Dinero y poder. ¿Qué te queda si te falta
alguna de estas cosas? ¿Qué tenían los
pobres para ser capaces de crear familias
plagadas de amor sin necesidad de dinero o
poder? ¿Sería un hijo?
La expresión de Hugo se ensombreció al
pensar en un hijo. De ninguna manera
quería traer al mundo a un hijo de su linaje
y, además, era imposible concebir un hijo
con ella.
Sí, estaba seguro de ello, ninguna mujer
hasta el momento le había dado bastardos.
Así que la única manera sería conseguir
que Lucia no pudiese vivir sin él a su lado.
Era un plan bastante instintivo, pero cuanto
más instintivo es un deseo, más agresivo.
El problema era que no estaba seguro de
que si su esposa también disfrutaba del
acto.
‒¿Te gusta hacerlo conmigo?
‒¿…Eh?
‒¿Estás satisfecha?
Lucia se lo quedó mirando boquiabierta y
se puso roja como un tomate, entonces, se
dio la vuelta y le dio la espalda.
‒Tengo sueño. Corre, vete a trabajar.
Hugo se quedó anonadado. ¿Tan horrible
era que no quería ni contestarle?
‒¿Qué problema hay, Vivian? ‒ Hugo tiró
de ella. ‒ ¿La longitud? ¿El número de
veces? ¿No te acaricio lo suficiente…?
¡Oh! ¿Es por la posición-…?
‒¡Vale ya! ‒ Lucia se sentó de golpe y le
chilló. ‒ ¿Qué haces? ¡D-Decir estas…
cosas…! ‒ Estaba tan roja como una
manzana y su regañó hizo reír a su esposo.
‒¿Qué te pasa? ‒ Hugo quería molestarla
un poquito más. ‒ Te he dicho cosas
peores.
‒L-La situación… era diferente.
‒Estamos en le dormitorio, en la cama.
¿Dónde está la diferencia?
‒Pues, es que… Aunque estemos en el
mismo sitio, la situación es otra. Ahora es
de día-…
Lucia se sobresaltó cuando él se le subió a
las rodillas. Quiso escapar, a pesar de no
haber escapatoria, pero él fue más rápido:
la rodeó con los brazos.
‒No sería la primera vez que lo hacemos
por la mañana.
‒Sí, bueno, y te quedaste dormido…
‒Vaya criterio el tuyo. O sea que,
¿podemos hacerlo de la noche a la mañana,
pero no por la mañana? ‒ Bajó la cabeza y
le cubrió los labios con los suyos.
El dulce beso se aceleró rápidamente. La
lengua de él vagó por el interior de su boca:
le acarició las envías, el paladar y le
removió la lengua.
‒Disculpe, señor animal. ‒ Cuando las
manos de Hugo avanzaron hacia sus pechos
y los frotó, Lucia volvió en sí,
sorprendiéndole. ‒ Como sigas mañana
serás tú quien les explique a los invitados
porque se tienen que ir en cuanto lleguen.
Hugo abrió los ojos de par en par.
‒Jaja. Serás…
Abrazó a su mujer y se rio de buena gana.
Lucia sintió un cosquilleó. Estaba feliz.
Tan feliz que hasta sentía un cosquilleo
Capítulo 39 Damian
Aquella tarde Hugo se hallaba trabajando
en unos documentos a sabiendas de que
alguien había entrado en su despacho. Le
llegó el aroma del té, pero continuó
centrado en sus deberes un buen rato.
Entonces, dejó la pluma en el escritorio, se
acomodó en su butaca y miró la taza de té
que Jerome había depositado sobre la mesa.
El duque se levantó de su mesa con la taza
en la mano y salió al balcón para dar un
respiro. El jardín estaba atestado de
trabajadores por la fiesta, hecho que le
dificultó encontrar a su esposa. Lucia
estaba en una esquina del jardín bien
acompañada por Damian.
‒Qué bien se llevan. ‒ Murmuró en voz
baja.
Objetivamente, no tenían una relación en la
que pudieran acercarse demasiado. Le
preocupaba que la gente sospechase de las
verdaderas intenciones de su mujer por
haber traído a Damian a la fiesta, sin
embargo, no tuvo corazón de decírselo.
Además, sabía muy bien que Lucia no era
necia.
Era interesante ver como aquel niño tan
poco sociable se había convertido en un
perrito faldero en cuestión de semanas.
Hasta el mismísimo Jerome había pasado a
hablar únicamente de su señora.
Lucia parecía contar con la increíble
habilidad de encandilar a cuanto la conocía.
Que la quisieran era algo bueno, pero por
alguna razón, no le hacía tanta gracia.
‒¿Qué hacen?
La pareja llevaba un buen rato agazapada
en el suelo, cara a cara. Desde donde estaba
era imposible que el buen duque pudiese
estudiar sus expresiones.
‒¿Qué demonios hacen? ‒ Gruñó. ‒ Sin mí.
Esas últimas palabras contaban la verdad
de su corazón. Era demasiado infantil y no
lo soportaba.
* * * * *
Hugo recordaba al detalle la primera vez
que vio a Damian.
Un día, Philip acogió a un niño torpe que
apenas había aprendido a caminar. No
necesitó explicar nada, su melena negra y
ojos carmesíes le delataban. Hugo dejó el
niño a cargo de Jerome mientras él se
quedaba a solas con Philip.
‒¿Esto qué es? ‒ Preguntó furioso.
‒Es el hijo del joven amo Hugo. ‒
Respondió el médico.
Al principio el duque se puso furioso. ¿Un
hijo varón? ¡¿Cómo iba a nacer un hijo de
los Taran fuera de la familia?!
‒¿A quién intentas engañar? Ese viejo
carcamal debió plantar su semilla en otro
lado.
‒¿No habías oído hablar de la amante del
joven amo Hugo?
‒¡¿Qué?! ‒ El duque estalló. Estaba tan
enfadado que se sentía enloquecer.
‒No. El joven amo Hugo se enamoró de
una muchacha y Damian es el resultado de
su amor.
‒¡¿Amor?! ¡Tonterías! ‒ En ese momento
maldijo a su difunto hermano. ‒ ¿Por qué
no sabía que tenía un hijo?
Estaba seguro de que su hermano no se
habría suicidado de haber sabido que era
padre.
‒El joven amo murió antes de que Damian
naciera.
‒¿Mi viejo también lo sabía?
‒Sí.
‒¿Cómo se llama? ¿Le has puesto tú el
nombre?
‒No me atrevería. Fue su madre.
‒¿Madre? ‒ Inquirió Hugo con burla. ‒
Debe ser mi medio hermana. Creía que
estaban todos muertos… Y resulta que no.
¿Cuántos hijos tuvo ese imbécil?
‒La señorita era de constitución débil y
solía enfermar a menudo. El difunto duque
decidió deshacerse de ella porque la veía
incapaz de dar a luz.
‒Deshacerse de ella. ¡Ja! Sí, típico de ese
viejo loco. ‒ Se burló él. ‒ ¿Y bien? ¿Cómo
conoció a esta medio hermana mía que
representa que debía estar muerta?
‒Sólo puedo decir que el destino es
impredecible. Pero te aseguro que ninguno
de los dos tenía otras intenciones.
‒¿El destino? Vaya mierda. ¿Dónde está la
madre del niño?
‒Murió al dar a luz. Si quieres una
explicación más detallada…
‒No.
Sería imposible determinar que todo lo que
Philip le estaba contando era verdad. Ahora
que ambos estaban muertos no se podía
saber si había habido interferencias
externas para que se conocieran o no.
‒¿Y bien? ¿Para qué me lo traes?
Por muy hijo de su hermano que fuera, no
era su hermano muerto. Su hermano, hijo
del difunto duque, poseía una personalidad
y una forma de ser totalmente distinta a la
suya y, además, nunca le había contado
nada sobre tener un hijo hecho que le hacía
sospechar.
‒La sangre del joven amo Hugo corre por
sus venas.
‒No me infles la cabeza de tonterías,
cógelo y llévatelo. Si se queda conmigo lo
acabaría matando.
Sin embargo, Philip se marchó sin el chico
y se escondió sin dejar rastro.
Hugo rechinó los dientes y prohibió que
Philip se pudiese acercar a Damian. Al
cabo de un tiempo, el doctor regresó para
ver al chico, pero al ver a los soldados
decidió volver a huir.
* * * * *
Hugo contrató a niñeras para que cuidasen
de Damian porque él solía estar ocupado
con la guerra. No era muy diferente a estar
ignorándole. Muchos meses después, todo
el mundo aceptó al niño como si fuera hijo
suyo por lo mucho que se parecían. Sin
embargo, la existencia de Damian ponía en
peligro el plan de Hugo de exterminar su
raza.
Sus sentimientos por él eran complicados:
Damian era lo último que había dejado su
hermano en este mundo y, al mismo
tiempo, una amenaza para sus planes. No le
odiaba, tampoco le quería: era indiferente.
No obstante, cuando le vio sonreír
exactamente como su hermano se percató
de algo. La sangre de los Taran moriría con
él porque su hermano gemelo era una
mutación que no debería haber existido
jamás. Su hermano Hugo había nacido sin
la crueldad y malicia de los de su clan y
Damian había heredado su sangre. Los
Taran de Damian liderarían de una forma
completamente opuesta.
Parte XII
Le había pedido a Damian que le siguiera
de golpe y porrazo, pero sinceramente, no
tenía ni idea de qué hacer con él. Estaba
claro que el chico había crecido bien, pero
le daba cosa estudiarle a fondo.
‒¿Lees mucho?
‒Sí, me gusta leer.
Hugo llevó a Damian a su estudio. Era la
primera persona, a parte de Lucia, a quien
le permitía el paso.
En cuanto el chico entró en la habitación se
quedó patidifuso y boquiabierto. La
biblioteca de su internado también poseía
un sinfín de libros, pero no era, en
absoluto, tan bonita ni contaba con ese
fascinante y soberbio ambiente.
‒¿Esto también forma parte del estudio? ‒
Preguntó Damian mirando la puerta cerrada
que había dentro de la biblioteca.
La expresión de Hugo se ensombreció. El
chico señalaba el lugar al que él mismo
sólo había conseguido acceder tras heredar
el título: la habitación que guardaba todas
las verdades de los Taran.
‒No te molestes con esa parte, es basura.
Hugo no tenía la menor intención de
enseñarle ese cuarto a su hijastro. Lo
quemaría mucho antes de que Damian
llegase a ostentar el título de duque. Eso es
lo que había decidido hacía mucho tiempo.
Los Taran morirían con él.
‒Mira cuánto quieras. Si te apetece leer,
puedes entrar aquí.
‒¡Sí, gracias!
El chico llevaba un rato vacilando de las
ganas que tenía de echar un vistazo a la
biblioteca, así que en cuanto le concedieron
el permiso, brincó por toda la sala. Y,
sorprendentemente, en los ojos de Hugo
había una traza de lo que parecía ternura.
Hugo abandonó la estancia un buen rato
más tarde, dejando a Damian absorto en su
lectura. Justo cuando iba a entrar en su
despacho el nombre “Lucia” le pasó por la
mente, frunció el ceño y se quedó ahí de
pie, sujetando la manilla de la puerta.
* * * * *
Las carreteras de Roam estaban atestadas
de carruajes en dirección al castillo de los
duques desde buena mañana.
La fiesta de la joven duquesa abarcaba una
gran variedad de generaciones. De solteras
a ancianas, las invitadas pertenecían a
grupos diversos de la sociedad norteña:
nobles, familiares de vasallos y amigos.
Ninguna de las mujeres era nueva en la
casa de la duquesa y es que, lejos de ser
repetitivas, las fiestas y reuniones de la
recién llegada se daban con un sinfín de
grupos diferentes de personas y cada una
de ellas sostenía una opinión sobre ella.
Aquellos deseosos de una vida de lujos, se
lamentaban mientras que, por otra parte, los
ya gozosos de una buena posición en la alta
sociedad agradecían la poca agresividad de
la nueva duquesa.
‒Gracias por invitarnos.
‒Bienvenidas, me alegra veros. ‒ Lucia
saludó a las invitadas con un abrazo.
Aprovechando unos escasos segundos de
libertad, llamó a una criada.
‒Damian llega tarde. Ve a ver si le queda
mucho y dímelo.
‒Sí, señora.
En el jardín había una docena de mesas
exquisitamente decoradas. Estaban
cubiertas con manteles blancos y jarrones
de flores. Los asientos eran a elección de
las invitadas y, al saberlo, se formaron
grupos de tres o cuatro. Y así, en un abrir y
cerrar de ojos, el jardín se llenó de las risas
y las voces de muchas mujeres bajo el buen
tiempo.
La luz del sol era suave y apenas soplaba el
viento a pesar de ser una estación fría.
‒Señorita Milton. Bienvenida, entre.
‒Gracias por invitarme. Será una fiesta
maravillosa, hace muy buen tiempo.
‒La señora Michelle no ha venido contigo.
‒ Lucia expresó su lamento.
‒No. Quería venir, pero no goza de buena
salud últimamente.
La edad de la condesa Corzan debilitaba su
energía día tras día.
‒Tengo que ir a verla un día de estos. ‒
Lucia se sentía mal por esa mujer que había
sido su institutriz.
‒Le encantará.
‒El joven amo la espera en el salón de la
primera planta. ‒ Una criada se acercó a
paso ligero.
Kate miró a Lucia, que se excusó, con
preocupación. Ya sabía desde hacía tiempo
que su buena amiga pretendía presentar a
Damian en su fiesta de jardín y ya le había
dado su opinión, pero no consiguió hacerla
cambiar de parecer.
No sé si va a salir bien…
Que un hijo bastarde consiguiese la
dignidad de un noble lo determinaba la
actitud de las otras mujeres. Nadie quería
meterse en una situación en la que un
desconocido, de golpe y porrazo, les
apartaba de oportunidades doradas y
superaba al hijo legítimo.
Lucia era una princesa y ahora es una
duquesa. Parece que no sabe cómo son las
mujeres de la nobleza. Aunque… A lo
mejor es más bien que no quiere.
Kate se había relacionado con mucha gente
y comprendía que si todos pensasen como
ellas no existiría la discriminación. Es
decir, no habría diferencias ni
comparaciones entre ricos y pobres o
estatus. Las hijas nobles solían vivir en una
nube, las casaban y continuaban con su
mentalidad cerrada para siempre. No era
por malicia, sino que no sabían nada más.
Eran arrogantes, orgullosas y egoístas, pero
no eran malas personas.
Lucia lo sabía, a veces era terriblemente
astuta en sus conversaciones. Sin embargo,
comprender algo con la cabeza era muy
distinto a aceptarlo. Para Kate, Lucia era un
misterio. Era la primera vez que se
encontraba a alguien como su amiga en
semejante posición. Lucia no pisoteaba a
nadie, ni se dejaba influir. Era naturalmente
humilde. No fingía, ni inventaba, y fuese
quien fuera, consideraba su opinión. Por
eso Kate estaba tan a gusto con ella.
Justo en ese momento, la expresión de Kate
se ensombreció cuando vio a una mujer en
particular: la condesa de Wales. Una señora
famosa y respetada por muchos. A su tía no
le había gustado nunca, de hecho, eran
polos opuesto. Los Wales eran una de las
familias más prestigiosas y ricas del norte,
por lo que la condesa ejercía su influencia y
disfrutaba de verse rodeada de gente.
Kate sabía lo inteligente y firme que era
Lucia a pesar de su apariencia docil, por
eso no se angustió.
* * * * *
* * * * *
Parte XIII
Había más de cien personas allí reunidas,
pero no se escuchaba ni un suspiro. Nadie
abría la boca, reía o tocaba sus tazas de té.
Todas las mujeres ofrecían la misma
expresión y todo por la condesa de Wales.
‒¿Qué ocurre, condesa de Wales?
‒Tenía entendido que la de hoy era una
fiesta de mujeres. Esto no me parece
adecuado.
‒Sólo es un niño. Aunque sea un chico, no
hay nada escrito en contra. Sobretodo en la
capital. ‒ Lucia se explicó enfatizando las
últimas palabras.
La sociedad del norte no tenía ni punto de
comparación con la de la capital, ni en
cuanto a gente, ni a escala. Cualquiera que
presumiese de ser un pez gordo en el norte,
no era más que un pez gordo en un
estanque diminuto. Lucia había escogido
esas palabras para herir el orgullo de la
condesa y, a la vez, advertirle que tal vez
fuese mejor retirarse.
‒Dicho así, no tengo objeciones. ‒
Contestó la condesa con mala cara.
La provocación de la duquesa le pareció
ridícula y le dejó claro que la joven era una
loba con piel de cordero. Su apariencia
dócil y amable era todo una fachada con la
que fingía no interesarse por la sociedad
del norte. Era imposible que no quisiera
controlar a la alta sociedad haciendo uso de
su estatus. Sin embargo, el rango y el
estatus no lo eran todo. De la misma
manera que la reina no podía gobernar la
alta sociedad de la capital con solo su
estatus y nombre, en las tierras del norte
ocurría lo mismo.
La condesa sabía muchas cosas que las
gentes del norte ignoraban. Como que la
duquesa no tenía ni un solo pariente y que
era una princesa más del castillo o las
incógnitas de su matrimonio con el duque.
Los rumores aseguraban que el duque y el
rey habían formado un contrato.
Que la condesa de Corzan hubiese sido la
primera en conocer a la nueva duquesa le
había disgustado. Ella contaba con mayor
influencia y experiencia, pero saber que la
otra no iba a asistir a la fiesta la animó y
decidió, pues, que sería su oportunidad para
elevar su presencia ante la duquesa. No
obstante, todos sus planes se esfumaron en
cuanto había aparecido el joven amo. Todo
el mundo sabía que nadie podía cuestionar
que Damian hubiese sido elegido como
heredero del duque, por lo que el resto de
las invitadas sabían que el nombrar el
propósito de la fiesta había sido una
justificación para quejarse.
Al principio, el resto de las ancianas había
empezado a susurrar entre ellas, las jóvenes
siguieron su ejemplo y, en cuestión de
minutos, todas las invitadas habían
empezado a cuchichear como muñecas sin
expresión.
Kate intentó suavizar la situación o, al
menos, desviar la atención comiendo y
sorbiendo su té con poca modestia, sin
embargo, no lo consiguió. La condesa de
Wales era una enemiga demasiado fuerte y
no podía enfrentarse a ella.
Que uno de los invitados entrase en
conflicto con el organizador o que el
organizador cometiese un error por el que
pudiese ser públicamente criticado social o
éticamente se conocía como: “ruptura de
fiesta”. Era un castigo muy simple, los
invitados guardaban silencio. Si la ruptura
venía por un problema de la fiesta, los
invitados callaban hasta que se resolviese,
como si quisieran declarar su ausencia. A
no ser que la otra persona fuese de una
influencia similar a la que empezaba el
conflicto, la norma no escrita dictaba que el
resto debían seguir y callar.
A Kate la abrumó la culpa. Si su tía abuela
hubiese estado presente las cosas no
habrían acabado así. La ruptura de una
fiesta era una guerra de mujeres. A
diferencia de las guerras entre hombres, no
se escuchaban gritos o muertes, pero era
mucho más cruel y sangrienta. Contraria a
la guerra masculina, en esa el rango y el
poder no era absoluto. Si la situación se
complicaba, el perdedor podía incluso
convertirse en un marginado de la
sociedad.
Lucia repasó a la multitud con una
expresión helada. Las criadas estaban
pálidas de miedo y se habían reunido en
una esquina. Damian, parecía tranquilo.
Lucia había presenciado una ruptura
semejante en su sueño. Esta practica era
imposible en una fiesta pequeña o en la que
hubiesen invitados de ambos géneros, sólo
era plausible en una reunión de mujeres.
Como aquella, la ruptura de fiesta de su
sueño había sido provocada por un
propósito totalmente irracional. La joven
sabía cómo solucionar aquello. Si el
organizador y las invitadas parecían
reconciliarse, la fiesta podía terminar en
paz. Y normalmente era la organizadora
quien retrocedía porque, sino, podía acabar
en desgracia.
La solución, pues, estaba clara: Damian
debía abandonar la fiesta. No obstante,
Lucia no tenía ni la más mínima intención
de consentirlo. La condesa de Wales se
había equivocado desde el principio, a
Lucia no le podía importar menos la
sociedad del norte. En su sueño ya se había
hartado de cumplir con su deber de ser
sociable.
‒Mucho me temo que hoy no podremos
disfrutar de una maravillosa tarde. ‒ Lucia
se enfrentó a las invitadas en un tono
helado. ‒ Cancelo la fiesta. ‒Las señoritas
se sobresaltaron. ‒ No voy a despedirme,
no os lo merecéis. ‒ Entonces, se volvió
hacia las criadas. ‒ Acompañad a las
señoras a la puerta, por favor.
Las criadas se irguieron y asintieron. La
seguridad de sus señoras las enorgulleció.
Las invitadas intercambiaron miradas entre
ellas al ver cómo las sirvientas se ponían
manos a la obra.
‒Todas me habéis decepcionado hoy, a mí,
la duquesa y señora de los Taran. Pronto os
daréis cuenta de que no ha sido una buena
jugada. ‒ La amenaza fría de Lucia no
seguía las normas de la alta sociedad.
La expresión de las más mayores se
ensombreció, sin embargo, nadie osó
expresar su disgusto. Por poca influencia
que la duquesa ostentase en la alta
sociedad, ignorar su rango significaba tener
que acatar consecuencias.
‒Algún día mi hijo será el señor de
vuestros hijos y vuestros nietos. Ahora
entiendo lo de que los padres son los que
echan a perder el futuro de sus hijos. ‒
Declaró la joven duquesa con total frialdad.
Entonces, se dio la vuelta y abandonó a la
multitud sin mirar atrás.
‒¿Eh? ¿Qué significa esto?
El bullicio del jardín aumentó en cuanto
Lucia las dejó a solas.
‒No me había parado a pensar en las
consecuencias…
‒La duquesa no suele enfadarse. ¿Qué
vamos a hacer? Cuando una persona
amable se enfada, da miedo.
Las criticas se centraron en las diez
ancianas que había entre la multitud,
sobretodo en la condesa de Wales que era
quien había iniciado la ruptura de la fiesta.
Las mujeres se echaron las culpas unas a
otras, ignorando sus propias faltas. Pero
ninguna se atrevió a nombrar directamente
a la condesa de Wales por miedo.
Incómodas, las líderes abandonaron el
lugar con amargura.
La expresión de la condesa de Wales se
endureció. Cualquiera que llevase tanto
tiempo asistiendo a fiestas sabría predecir
el desenlace más obvio de un acto como
ese. A sabiendas de que la nueva duquesa
no contaba con experiencia en el campo de
la socialización, había preparado una
ruptura con la que no podría lidiar para
ponerla nerviosa y que acabase echando al
joven amo para arreglar la situación.
Después de todo, aquel era solo un
bastardo, no su hijo legítimo. La anciana
estaba segura de que la pareja ducal era
toda una patraña y de que Lucia había
intentado asegurar su posición ganándose
al joven amo. ¿Qué clase de mujer
antepondría a un desconocido a su propio
hijo?
La condesa había planeado usar esa ruptura
para, en realidad, estrechar lazos con la
duquesa. Al cabo de un tiempo todas las
invitadas habrían llegado a la conclusión
que la joven e inexperta duquesa habría
intentado todo lo posible para aceptar al
bastardo por lo que la adorarían y, por eso
mismo, el incidente habría acabado
pasando a la historia como algo positivo.
No obstante, la condesa había
malinterpretado a Lucia. De hecho, no la
comprendería jamás porque tanto sus
convicciones como sus pensamientos eran
paralelos.
‒¿Qué hacemos? Como mi marido se
entere de esto, voy a pasarlo fatal.
‒¿Por qué lo hemos hecho? Si ya sabemos
cómo es el duque…
‒Es cosa de mujeres, un hombre no debe
intervenir.
‒¿Desde cuando se siguen las reglas?
Dicen que la relación conyugal de los
duques es muy buena… ¿Qué hombre se
resistiría a los susurros amorosos de su
mujer?
‒Ah, no sé. Creo que voy a dejar de salir
durante una temporada.
‒¿Por qué la condesa de Wales ha tenido
que ir a por el heredero del duque se esta
manera?
‒¿No lo sabes? Se ve que adoptó a una
bastarda y que hasta salía con ella, pero al
final, el conde se lío con ella.
‒¡Vaya! O sea que el conde y la hija-…
‒Lo mejor es que la hizo llorar y que, al
cabo de unos meses, le aparecieron un par
de nietos más en el registro familiar.
‒Dios mío.
Los ojos carmesíes de Damian grabaron las
acciones de todas aquellas mujeres. El
chico estaba siendo testigo de sobre qué
clase de calaña iba a tener que pisotear en
un futuro.
La lección, a pesar de no ser la que Lucia
había pretendido dar, era buena.
Algunas de las invitadas cruzaron miradas
con el niño y vacilaron. Pronto, todas se
levantaron y dejaron sus asientos vacíos.
* * * * *
La urgencia acabó siendo totalmente
distinta a lo que Hugo creyó. No era una
epidemia, sino comida en mal estado.
Ninguna de las dos ocurrencias eran
comunes con el temporal del norte y
tampoco se precisaba la presencia del
mismísimo duque para solucionarlo.
‒¿Setas venenosas?
‒Sí, sí, mi señor. ‒ La cara del jefe del
pueblo que había pedido auxilio era
indescriptible. ‒ Parecen comestibles, pero
causan diarrea, vomitos y puntos rojos por
todo el cuerpo.
En cuanto llegaron al pueblo los doctores
se pusieron manos a la obra: revisaron a los
enfermos, preguntaron sobre las setas y
examinaron los resto de comida. En
cuestión de minutos la enfermedad estaba
diagnosticada y solucionada. A los
ciudadanos se les heló la sangre cuando
vieron llegar al poderoso duque, le
admiraban.
‒Es imposible que los que viven por aquí
no conozcan una seta que crece por los
alrededores.
‒Así es, señor. Esta seta no es autóctona,
sino de un poco más al norte.
‒¿Entonces?
‒Venga, dilo.
El jefe del poblado le insistió a un hombre
que se hallaba postrado en el suelo para que
hablase: el dueño de una tienda de comida.
‒Sí… Bueno… Eh… Hará un par de días
que compré muchas cosas en los canales de
arriba… No sé qué habrá pasado, pero-…
‒Basta. Ha sido culpa tuya, ¿no? ¿Qué
demonios pretendías hacer con unas setas
venenosas?
‒¡Oh! ¡Soy inocente, mi señor! ¡Jamás
haría algo así a propósito!
Un oficial se acercó a la escena del hombre
lloriqueando a los pies del duque e
informó:
‒Creo que deberíamos vigilar y revisar los
canales de mercaderías de arriba. No es
fácil distinguir las setas.
‒Envia a los hombres ahora mismo.
Investigad si se han dado más casos. Los
doctores se quedarán para atender a los
enfermos. Recoged todas las setas y
tiradlas.
‒¡Sí, señor!
‒Mi señor, le hemos hecho perder el
tiempo, lo siento. ‒ El jefe del poblado se
disculpó.
‒No, ha sido una reacción rápida y
excelente. Ocúpate del resto.
‒Sí, mi señor.
Hugo y sus soldados partieron para Roam
dejando a un pequeño grupo en la zona
para que se ocupasen de los asuntos que
quedaban por arreglar. Ya estaba
oscureciendo cuando los viajeros se
detuvieron unos minutos para descansar y
saciar su sed. El duque calculó el tiempo
que tardaría en llegar y adivinó que sería al
anochecer. Seguramente a la hora de la
cena.
‒Adelántate y ordena que no anuncien mi
regreso. ‒Le ordenó al capitán.
Le encantaría poder llegar a tiempo para la
cena, pero de no conseguirlo, no quería
interrumpir la cena de su amada esposa.
Dean siguió sus órdenes y se puso al galope
de inmediato y poco después el resto del
grupo también reanudó la marcha hacia
Roam.
* * * * *
Lucia se quedó dormida después de
tomarse la medicina para el dolor de
cabeza, pero no mejoró. Le seguía doliendo
y estaba irritada, así que se quedó tumbada
en el sofá del dormitorio.
‒¿Qué? ¿Ha vuelto? ‒ Hacia la hora de la
cena una criada anunció el retorno de su
marido.
Lucia creía que no le volvería a ver aquella
noche, así que le pidió a la sirvienta que le
acercase un espejo para, por supuesto, ver
lo hinchados que tenía los ojos. De haberlo
sabido se habría puesto algo frío encima.
‒Tráeme una toalla fría.
Pero el remedio no serviría de mucho.
‒¿Qué tal? ¿Tengo muy mala pinta?
‒La hinchazón se ha calmado un poco. No
se ve a simple vista.
Con que su marido no se diera cuenta
durante la cena bastaba. Después de comer,
seguramente, volvería a enterrarse en su
montaña de trabajo como cada vez que
salía.
Lucia se aguantó la toalla en los ojos unos
pocos minutos más, con la esperanza de
que no se notase. No quería que Hugo se
enterase de que había estado llorando por
nada.
Parte II
Hugo entró en su dormitorio y se sentó en
el sofá con Lucia llorando enterrada en su
pecho. Los llantos de Lucia no cesaban por
muchas caricias que recibiera, al contrario,
empeoraban. En realidad, la joven no
entendía por qué estaba llorando tantísimo,
lo sucedido en la fiesta no había sido para
tanto. Sin embargo, estaba triste y ante el
consuelo amable del rostro de su esposo
sus lágrimas se rehusaban a parar. Era la
primera vez que lloraba desde los doce
años, cuando entró en palacio.
Hugo le acarició la espalda en silencio a
pesar de su agitación. Era plenamente
consciente de lo fuerte que era su esposa,
así que, ¿qué demonios debía haber
ocurrido para hacerla llorar de esa manera?
Esas mujerzuelas debían haber perdido la
cabeza para atreverse a hacerle algo así a su
amada. Se lo haría pagar.
Después de un buen rato Lucia se irguió y
pareció dejar de llorar. Hugo se limitó a
abrazarla sin pedirle que parase, sin
embargo, su actitud la consoló.
‒¿Ya está?
La pareja intercambió una mirada: ella alzó
la vista y él la bajó.
‒Tengo que… ‒ Lucia se sentía algo
avergonzada. ‒ lavarme… ‒ Asintió con la
cabeza. Después de llorar de esa manera se
sentía muchísimo mejor, como si le
hubieran quitado un peso de encima.
Le daba vergüenza enseñarle su cara
empapada. Él la sujetó por la muñeca
cuando hizo amago de levantarse y le
ofreció una toalla húmeda que una criada
había traído mientras ella lloraba. Lucia
aceptó la toalla y se secó el rostro.
‒Está mojada… ‒ Dijo mirando la camisa
empapada de su marido. ‒ Por mi culpa.
Lucia vaciló unos instantes, entonces,
extendió la mano y le desabrochó los
botones de la camisa. Los desabrochó uno a
uno, dejando a la vista los músculos bien
definidos de su pecho. Le temblaban las
manos y para cuando se había deshecho de
la mitad, el corazón le latía tan fuerte que
tuvo que apartar las manos.
‒Voy a por una muda limpia…
Hugo la cogió por las muñecas y ella se lo
miró con sorpresa.
‒Acaba. ‒ Le brillaban los ojos con una luz
peligrosa.
Ella lo fulminó con la mirada y tragó saliva
antes de acabar de desabrocharle la camisa
con manos temblorosas. Al terminar, le
pasó la mano por el pecho desnudo
inconscientemente. La firmeza de su piel y
el detalle de sus músculos la impresionó.
De repente, se avergonzó, apartó las manos
e intentó alejarse, pero él la atrapó. Sus
labios se encontraron con los de ella y la
lengua de él la saboreó.
‒Qué salado.
Lucia se ruborizó de inmediato. Los ojos
carmesíes de su marido echaban chispas
pasionales. Su cuerpo reaccionó: tenía
calor, se le aceleró la respiración y sintió
una sensación electrizante entre las piernas.
La muchacha contempló ese color rojo que
antaño se le ocurría tan frío, no obstante, ya
no recordaba por qué pensaba aquello.
¿Las mirará a todas de esta manera…?
Recordó con qué desesperación Sophia
Lawrence se había aferrado a él y cómo
ella misma, en aquel momento, había
chasqueado la lengua y murmurado que no
era el único pez en el mar. Jamás se habría
imaginado que llegaría el día en el que
comprendería los sentimientos de Sophia
tan bien. ¿Existiría alguna mujer capaz de
soportar ver cómo la su mirada se volvía
gélida en cuestión de segundos? Su amor
por Hugo creció con el tiempo y su
determinación de amarle sin esperar ser
correspondida peligraba por la ternura de
su esposo. Temía convertirse en el tipo de
mujer pegajosa que él odiaba.
No necesito más de lo que tengo ahora.
Era suficientemente feliz. Él era un marido
apasionado y dulce. Pedir más ya sería
abusar.
Lucia posó las manos en los hombros de él
y se levantó. Él alzó la vista para mirarla
desde abajo. Esa sensación de tener que
mirar para abajo para mirarle le dio una
sensación de superioridad. Ella empujó los
hombros de él con más fuerza y se inclinó
para besarle. Le mordió el labio inferior
con suavidad, como siempre hacía él, y le
lamió. En cuestión de segundos sus besitos
se volvieron sugerentes y, precisamente
porque Hugo se quedó inmóvil, ella fue
más atrevida todavía hasta que se
separaron.
‒No has comido por mi culpa, debes tener
hambre-…
Hugo no le dio tiempo a terminar la frase.
La agarró por el cuello y devoró sus labios
con avidez. Su lengua exploró su cavidad
sin pudor alguno. Fue un beso lo
suficientemente largo como para dejarla sin
aliento.
‒¿Qué dices de comer? ‒ Gruñó, excitado.
‒…Pero yo también tengo hambre.
Hugo suspiró. Personalmente no comer no
era nada del otro mundo para él.
‒…No podemos dejar que pases hambre.
Hugo la cogió en brazos y la llevó hasta la
habitación que había conectada con el
dormitorio donde les esperaba la cena.
Lucia ordenó a la criada que trajera una
muda limpia para él y se quedó sentada en
el sofá, absorta en sus pensamientos,
mientras él se cambiaba. Ella también
quería tirarle en la cama y saborearlo de la
misma manera que él la acariciaba y la
besaba por todas partes.
Te has vuelto loca, se reprendió. Por suerte,
Hugo no contaba con la habilidad de leerlo
los pensamientos y, mientras ella intentaba
recuperar la compostura, se sentó a su lado.
‒¿Todavía no te encuentras bien?
‒No, estoy bien. ‒ Dijo, apoyando la
cabeza en su hombro. Él la rodeó con los
brazos. ‒ Ahora estoy bien, gracias a ti. Me
siento mejor después de llorar. ¿Alguna vez
te ha pasado algo así?
‒No sé, nunca he llorado.
Al morir su hermano sintió que le
arrancaban el corazón, así que salió a
galopar con su corcel y bramó sobre su
lomo, pero no derramó ni una sola lágrima.
A Lucia no le sorprendió.
‒Bueno, dime, ¿qué ha pasado?
‒…Ya te lo han contado. La fiesta ha sido
un desastre. A las invitadas no les ha
gustado que les presentase a Damian, pero
no he querido ceder y la he cancelado.
Suele pasar.
‒¿Por qué has llorado tanto si suele pasar?
‒Es que… No ha sido por la fiesta. Me
entristece un poco pensar que Damian se
haya sentido mal por mi culpa.
¿Quién lloraba tanto por estar un poco
triste? Hugo no la entendía, pero a pesar de
que su argumento no le convencía, decidió
dejarlo correr.
‒El chico no es tan debilucho.
‒Ya, es tu hijo, pero no deja de ser un niño
de ocho años. Es joven.
‒¿Quién ha sido la instigadora? ‒ Su tono
de voz ocultaba una brutalidad capaz de
desgarrar la garganta a cualquiera que se le
cruzase por delante. La naturaleza que
Hugo tanto luchaba por esconder resurgió.
Deseaba encontrar al deudor y hacerle
probar el sabor de la sangre.
En cuanto Lucia levantó la cabeza, Hugo
volvió a esconder su bestialidad.
‒No hagas nada.
‒¿…Que no haga qué?
‒Es cosa de mujeres. No te metas.
Si se metía, sería un caos. Los cimientos de
la sociedad norteña peligrarían. Y de darse
el caso, puede que hasta Kate y la señora
Michelle les dieran la espalda.
‒Prométemelo. ‒ Insistió Lucia, viendo que
él no respondía. ‒ Prométeme que no te vas
a meter en esto.
‒Yo me ocupo.
‒¡Hugh! ¡No, no lo hagas por mí! No voy a
echarte nada a la cara y nadie me va a
juzgar.
‒¿Quién se atrevería?
‒¡Hugh!
‒…Vale. ‒ Era incapaz de resistirse a los
ojos de cordero degollado de su esposa.
‒¿Me lo prometes?
‒He dicho que vale. ‒ Por dentro seguía
remugando. No le gustaba la idea de
quedarse sin hacer nada. Su mujer no era
capaz de pisotearles hasta que fueran
incapaces de emitir sonido alguno.
Puede que no se le diera bien nada más,
pero Hugo sabía pisotear a la gente. Sin
embargo, no podía demostrárselo a ella.
‒¿Qué vas a hacer?
‒Todavía estoy pensando en ello. No
quiero precipitar mi venganza.
‒No estarás pensando en dejar que la cosa
se enfríe y dejarlo pasar, ¿no?
‒No soy tan tonta como para dejar que la
cosa se acalle y punto. Me ocuparé del
asunto como se debe, no te preocupes.
‒¿Qué tiene de difícil? Trae a un par de
instigadores y-…
‒Te lo repito, ni se te ocurra hacer algo así
jamás. ‒ Lucia levantó la vista de repente y
se lo miró con los ojos entrecerrados. ‒
Esto no es como el mundo de los hombres,
las mujeres no somos tan simples.
Hugo no entendía dónde estaba la
complicación del asunto. Tanto las mujeres
como los hombres morían si perdían el
cuello, pero musitó una palabra afirmativa
obedientemente. Ver a su dócil mujer tan
agresiva daba un poco de miedo.
‒¿De verdad no necesitas que te eche una
mano?
Ella parecía animada. Hugo no quería que
se quejase por todo y se aferrase a él para
lloriquear, pero al menos le hubiese
gustado que le contase lo que le molestaba.
‒Ya te diré si te necesito para algo.
Hugo dudo de que llegase el día en que le
fuera a necesitar para algo. Una vez más,
confirmaba la amarga realidad de que su
esposa estaría perfectamente bien si no
estuviese con él.
‒¿Por qué no me preguntaste nada sobre
Damian hasta que llegó?
Sin lugar a duda, la causa de la situación de
la fiesta era Damian. Hugo sabía que a
Lucia le parecía un niño adorable, pero
resultaba que sus sentimientos por su
hijastro iban mucho más allá. Le
sorprendió. Hasta hacía poco Hugo pensaba
que Damian no le interesaba en lo más
mínimo porque nunca le había preguntado
nada sobre él.
‒Nunca me lo habías mencionado, así que
no sabía si podía hablar de ello.
‒¿Por qué?
‒Me lo advertiste cuando fui a verte en la
Capital y le mencioné.
‒¿…Sí?
‒Y sabía que sería difícil de creer en mis
buenas intenciones si preguntaba por pura
curiosidad. Seguramente, si te hubiese
dicho nada, hubieses empezado a intentar
adivinar cuáles serían mis intenciones.
Le pilló desprevenido y tenía toda la razón
del mundo, así que Hugo no pudo replicar.
Si se hubiese interesado por Damian poco
después de casarse, él no se lo habría
tomado como simple curiosidad. A pesar
de que su mujer no era de las que se lo
guardaban todo, sus reflexiones eran más
profundas de lo que creía.
‒Le hice venir para lo de la herencia.
‒¿Todavía no está? ¿Tengo que hacer algo
más?
‒No, pero como iba a ser tu hijo legal
supuse que lo mejor era que, al menos, le
vieses la cara. Y no iba a hacer nada con
los documentos sin hablarlo contigo antes.
Lucia abrió los ojos como platos. Hugo
parecía contrariado.
‒Sé lo que vas a decir. Pensabas que lo
haría sin hablarlo contigo primero, ¿no?
Lucia sonrió y él suspiró.
‒Es verdad… Soy un truhan. Sé que es lo
que piensas.
‒…No pienso eso. ‒ Verle tan alicaído le
dio pena. ‒ De verdad.
‒¿…Qué piensas de mí entonces?
‒Que eres un señor muy competente.
Nunca habría pensado que en el norte se
vivía tan bien.
‒¿Ah, sí? ‒ Contestó secamente.
Sus halagos no eran del todo agradables.
¿Un señor competente? No es lo que quería
oír.
Parte III
– Cambiar el registro no es especialmente
complicado, estará en uno o dos días.
– Ya veo…
El corazón de Lucia iba a mil. Damian iba
a ser su hijo de verdad, ahora sería su
familia. No sería su “hijo adoptivo”, no, en
el registro familiar constaría como su “hijo
biológico”, una relación inquebrantable.
Aunque se divorciase de su marido, a pesar
de que había cedido sus derechos de
custodia, su relación con Damian no
cambiaría.
– Es mi hijo…
– Exacto. Puedes hacer con él lo que
quieras. Como si te apetece abusar de él.
– ¿Eh…? ¡Qué mal padre eres! – Criticó
ella con los ojos como platos.
– ¿Qué?
– ¿Ahora quieres que sea una mala
madrastra?
Sus palabras provocaron una risotada por
su parte.
– ¿Serías capaz de ser mala con él?
– ¿Qué dices?
– Más bien va a ser lo contrario, quien te
va a dar dolores de cabeza va a ser él.
– Damian no haría eso. No le conoces, es
un niño encantador.
Hugo soltó una risita. Por muy dócil y
manso que pareciese el chico, por sus venas
corría la sangre de los Taran. Hasta su
hermano, que siempre había aparentado ser
el más amable de los humanos, acabó
asesinando a su padre.
– Además es tu hijo. – Murmuró Lucia
como si hablase sola.
Hugo se la miró extrañado.
– ¿En quién crees?
– En Damian… que se parece…
muchísimo a ti.
Hugo se acercó a ella e inclinó la cabeza.
Entonces, habló con un tono amenazador.
– Pues con más razón deberías andarte con
cuidado. ¿No has oído los rumores que
corren sobre mí?
– ¿…Los de que bebes sangre?
– ¿Qué? – Lucia se puso nerviosa. Se le
había escapado. – Ah, o sea… Los
rumores…
– ¿Dicen que bebo sangre?
Hugo estudió la expresión de su esposa
cuando asintió con la cabeza, se acercó
todavía más a ella y la enterró entre sus
brazos mientras reía con ganas. Hugo
conocía todos los rumores que circulaban
sobre él gracias a los informes de Fabian,
pero esa era la primera vez que alguien
tenía las agallas de espetárselos en la cara.
– Sé que sólo es un rumor. – Lucia estaba
colorada por el bochorno.
– No es del todo mentira. A veces, en el
campo de batalla, tienes que hacerlo.
– Ah, ya veo…
– ¿No sentías curiosidad por eso?
– No… Bueno, a lo mejor un poco… Pero
hace mucho. Ahora ya no me lo creo.
Él continuó riéndose. A Lucia le alegró que
no se ofendiese, pero no comprendía dónde
estaba la gracia de sus palabras. Era
incapaz de captar su sentido del humor.
– ¿Hay más rumores?
– …No sé.
– Qué atrevida. ¿Le pediste matrimonio a
un monstruo que bebe sangre?
Lucia se ruborizó en silencio.
– ¿De verdad puedo entrometerme con las
cosas de Damian?
– Como tú quieras.
– La última vez me dijiste que no lo
hiciera.
– ¿Sí? ¿Cuándo?
– Me dijiste que por muy bonito que fuera,
que no me pasase de la raya.
– ¿Cuándo he dicho eso?
Lucia parpadeó y estudió la cara de su
marido donde estaba escrito un “¿qué
demonios estás diciendo?”. La joven
escudriñó sus recuerdos y, cuando se paró a
pensar, Hugo jamás le había advertido que
no se pasase de la raya.
– ¿Odias a… Damian? – Había estado
intentando adivinarlo a base de observar
sus interacciones o gestos, sin embargo, se
percató que sería más sencillo si,
simplemente, se lo preguntaba
directamente.
– No.
Lucia reunió todo el valor que pudo y
volvió a la carga:
– Entonces… ¿Por qué lo dejaste en un
internado?
– Ya te lo dije. No podía ocuparme de él,
por eso.
– Pero es el heredero del duque. Nadie
hace eso.
– Me da igual lo que hagan los demás.
– …En otras palabras, hiciste lo que creías
que era lo mejor.
Hugo asintió.
Lucia sintió que se quitaba un peso de
encima. Llevaba demasiado tiempo
nadando en un pozo de ignorancia. Ahora
creía entenderle un poco más. En realidad,
cada vez que ella preguntaba algo su
marido no se andaba con rodeos. Era un
hombre conciso.
– ¿Por qué nunca te pusiste en contacto
con él?
– Sé cómo le va, cada semana me dejan un
informe en el despacho.
Era fascinante. Cada una de sus acciones
que tan incomprensibles le habían parecido
tenía un motivo. ¿Hasta qué punto estaría
dispuesto a responder? ¿Y si le preguntaba
algo un poco más complicado?
– Y…
Hugo bajó la cabeza y le mordió el cuello.
– ¿Puedes dejar de preguntarme cosas de
otro hombre?
– ¿…Qué? Es tu hijo, sólo tiene ocho años.
¡No es un hombre!
– Qué despiadada. ¿Sabes lo mucho que
han herido su orgullo esas palabras?
– Oh, vaya… A lo mejor me he pasado.
Damian era un chico. Si se ponía en sus
zapatos y alguien le espetase que no era
una señorita porque era muy pequeña, se
habría ofendido.
Caray. Podría habérmelo dicho.
Damian no era el tipo de niño que hablaba
de estos temas. ¿Quizás se lo había contado
a Hugo? ¿Desde cuándo se llevaban tan
bien?
– ¿Te lo ha dicho él?
– No.
– ¿Entonces, cómo lo sabes?
– Me he puesto en su lugar.
Lucia entrecerró los ojos, pero tenía
sentido. Hugo era un hombre, comprendía
la mente masculina mucho mejor que ella.
Mientras la muchacha se preguntaba
cuántas veces habría ofendido al chico,
Hugo la manoseó: cintura, labios, oreja,
cuello…
– Será mejor que vuelvas al trabajo. –
Hugo se detuvo en seco y se la miró con
incredulidad. – Hace poco que has vuelto,
¿no? Cada vez que vuelves de un viaje se te
amontona el trabajo.
Hugo era todo quejas, pero ella estaba
agotada después de un día tan largo y no se
veía capaz de lidiar con él, así que se quitó
las manos de la cadera y se levantó.
– Vivian.
– Me duele la cabeza, me voy a dar un
paseo.
Hugo intentó convencerla un par de veces
más, pero al final acabó retirándose a su
despacho arrastrando los pies.
Normalmente trabajar no era santo de su
devoción, pero aquel día en concreto
odiaba tener responsabilidades más que
nada. Hugo reconocía que no la había
consolado tan bien como para merecer un
premio, pero echar a una persona de esta
manera, tampoco era precisamente lo
correcto.
* * * * *
Roam estaba tan tranquilo como siempre.
Lucia, desde lo ocurrido en la fiesta la
semana anterior, no había salido a montar a
caballo, aunque tampoco era nada fuera de
lo común que la duquesa se quedase en su
castillo. Viendo cómo la joven se
comportaba como si nada, aquellos que la
rodeaban olvidaron el incidente.
Sentado en su habitación, Damian notó
algo entre los pies, sonrió y adivinó que se
trataría de Asha: el cachorro de zorro que le
seguía día y noche. Lo ocurrido en la fiesta
no le había afectado negativamente, sólo
sorpendido. Nunca se había sentido tan
débil. En comparación con su padre, él no
era nada. La ausencia le había hecho
entender que, si Hugo no estaba, era su
deber proteger a su madre.
Damian cogió al animalito y se levantó. Le
pasó el cachorro a un criado para que lo
devolviese a su jaula y, entonces, le pidió a
Jerome que informase a su padre que
quería hablar con él.
* * * * *
Lucia iba de camino a disfrutar de su té
vespertino cuando se encontró a Damian.
Le saludó y le invitó a acompañarla.
–¿Necesitas algo? ¿Te ha pasado algo?
Damian solía encerrarse en su habitación
para estudiar a esa hora.
–Tengo que decirte una cosa: voy a volver
al internado.
Lucia dejó de moverse y depositó la taza de
té con cuidado sobre la mesa.
–¿Es por lo de la fiesta?
–No, tengo que volver para no quedarme
atrás.
Lo normal en un niño de la edad de
Damian era montar una pataleta por no
querer volver a clase. La madurez de su
hijastro le daba pena. Al principio, a Lucia,
le había parecido adorable que fuese tan
avispado para su edad, hablando con él se
había dado cuenta que era un genio con la
capacidad mental de un adulto. Una
infancia normal no encajaba con su
intelecto peculiarmente alto. En su sueño
Lucia había conocido a un niño similar:
Bruno, el tercer hijo del Conde Matin.
Había conocido a Bruno con doce años. No
se parecía al Conde ni en apariencia ni en
intelecto. Su rebeldía contra su padre
siempre supuso muchos problemas. Al
final, el Conde se decantó por enviarlo a
estudiar.
–Bueno, supongo que debería alegrarme de
que vuelvas a estudiar. ¿Cuándo te vas?
–Mañana por la mañana.
–¿Mañana por la mañana? ¿Tan pronto? –
Se sorprendió ella.
No esperaba tener que separarse de Damian
tan de repente. El chico se había convertido
en su hijo y amigo. Su presencia la
consolaba y su parecido con Hugo la
ayudaba a controlar su anhelo.
–Entonces…
Lucia quiso preguntarle si volvería al año
siguiente, pero se contuvo. Si todo
marchaba tal y como en su sueño, el Rey
fallecería y tendrían que volver a la Capital.
Sin embargo, ¿cómo iban a llevar a Damian
a la Capital y esperar que lo aceptasen, si ni
siquiera habían conseguido en el Norte? Lo
mejor sería que Damian se quedase en el
internado hasta alcanzar la edad óptima
para presentarse en sociedad.
–Estoy segura que tienes mucho que hacer
si te vas mañana.
–Sólo queda guardar mis libros.
–Oh, entonces, ¿quieres que hablemos un
poco más? Cuéntame sobre el internado.
–Claro.
La pareja se quedó en la habitación
charlando animadamente toda la tarde.
* * * * *
El pensar que Damian ya no estaba
entristecía a Lucia y el recuerdo del
chiquillo llamándola madre la ruborizaba.
No obstante, cuando pensaba que iba a
poder escucharlo de sus labios hasta dentro
de un buen tiempo la volvía a sumir en
amargura.
–El baño está listo, mi señora. – Repitió la
criada por tercera vez.
–Oh, de acuerdo. – Respondió ella,
cabizbaja.
De repente, alguien le levantó el mentón la
fuerza para examinarle la cara: Hugo.
Los ojos carmesíes estudiaron el rostro de
su mujer. Ver a Lucia con la cabeza gacha
sentada en la cama como si estuviese
llorando le había sorprendido y, la idea de
su esposa llorando le incomodaba. Cuando
vio que la expresión de Lucia era normal,
sintió como si le hubieran quitado un peso
de encima.
Lucia buscó con la mirada a la criada
preguntándose qué hacía su esposo allí,
pero no la encontró. Se liberó del agarre
para explicarle a Hugo que tenía que
asearse, pero antes de conseguirlo su
marido ya le había aprisionado los labios.
Se los estaba tragando y la tenía sujeta por
los hombros mientras la tendía sobre la
cama. Le levantó la camisola hasta los
muslos y se colocó entre sus piernas,
separándolas sin dejar de besarla en ningún
momento. Su lengua exploró la de ella,
estimulando y moviéndose con suma
habilidad.
Lucia perdió la fuerza para resistirse y no
volvió en sí hasta que notó cómo él le
quitaba la ropa interior.
–¡Ay..!
Hugo se detuvo en seco cuando ella
empezó a resistirse y a luchar. Desenredó
su lengua, lamió los labios de la muchacha
y se separó un poco.
–¿Qué pasa? – Preguntó contemplando las
mejillas sonrosadas de ella.
–Todavía no me he bañado…
–Me da igual.
–A mí no.
–¿Quieres bañarte ahora que estamos así?
–Sí. – Contestó Lucia determinada. Debía
bañarse. Ahora mismo.
–¿Lo haces a propósito? – Suspiró él.
–¿El qué?
–…Da igual.
Se le llevaban los demonios, pero aceptó
sus quejas, se levantó de la cama y se la
cargó sobre el hombro como quien lleva
una maleta.
–¡Ah! ¡¿Hugh?!
La movió. Le rodeó la espalda con un
brazo y se ayudó de la otra mano para más
estabilidad. Entonces, se dirigió al baño a
grandes zancadas.
–Quieta. Me has dicho que querías bañarte.
El vapor del agua caliente llenaba el baño.
La criada que esperaba dentro se
sorprendió al verle entrar, pero fingió
serenidad.
Lucia balbuceó un “no sé qué está
pasando” al ver al a sirviente y se cubrió la
cara con las manos.
–¡Ah!
Hugo la depositó en el suelo bajó la mirada
fulminante de ella y la desnudó como si
nada.
En cuestión de segundos, todo lo que
cubría los pudores de la duquesa era ropa
interior y sus brazos. Hugo dio un paso
para adelante y se cruzó de brazos para
mirarla de arriba abajo. Era todo un
espectáculo. Satisfecho, se acercó a su
esposa que intentaba recular hasta que
chocó con la pared. Hugo le imposibilitaba
huida.
Lucia estaba tan avergonzada que no podía
mantenerle la mirada.
Hugo esbozó una mueca divertida. Aquella
mujer le enloquecía. Bajó la cabeza,
inclinándola ligeramente a un lado y la
besó.
–Ugh…
En algún momento, Lucia dejó de cubrirse
los pechos para apoyarse en él. Hugo se
quitó el batín que llevaba y lo tiró al suelo.
Deslizó, entonces, una mano por su
abdomen hasta llegar a su ropa interior y
coló una mano dentro. Frotó el centro
húmedo con la mano e introdujo un único
dedo en medio. Ella se puso rígida a modo
de respuesta. Un líquido cálido fluía de la
entrada de ella y le permitía sentir el
interior prieto de la muchacha.
Hugo le quitó la ropa interior y le levantó
el muslo un poco. Lucia perdió el
equilibrio, pero su esposo la abrazó y la
ayudó a volver a la pared.
–Hugh… Todavía no me he-… – Intentó
decir con la respiración agitada.
–Hay agua aquí mismo. Bañarte y hacerlo,
hacerlo y bañarte viene a ser lo mismo.
–¿Cómo va a ser lo mismo?
–Sólo por hoy. Tu marido podría morirse
ahora mismo.
Lucia soltó una risita por su exageración y
dejó de resistirse.
Hugo le levantó una de las piernas y la
penetró de golpe.
–¡Ah!
El duque apretó los dientes y la oleada de
placer le estremeció. Entrar en ella era
como una experiencia nueva. Cada vez que
se metía le costaba no volverse loco. Movió
la cintura para volver a penetrarla,
impaciente.
–¡Ah! ¡Ah!
Lucia se colgó de su cuello, aferrándose a
él. Apenas lograba mantener el equilibrio
con una sola pierna y, de hecho, no tocar el
suelo cada vez que él atacaba contribuía a
su placer. Sus movimientos desesperados le
indicaban que él la deseaba y, ahora
mismo, ella sentía lo mismo.
La joven se aferró a su cuello con más
fuerza y se levantó. Sus manos vagaron
hacia arriba y le cogieron del pelo.
Entonces, acercó los labios a su oreja y le
mordió el lóbulo. Ella también quería
saborearlo. Le metió la lengua y le lamió el
cuello.
–Nn… Vivian.
Hugo se tensó y pronunció su nombre
como si fuera un reproche. Sin embargo,
ella no respondió, sino que le lamió el
cuello con más insistencia. La muchacha
encontró los músculos que se habían
tensado y los mordió.
–…Lo has provocado tú.
Dicho esto, Hugo le levantó la pierna,
acercó la cintura y le sujetó los cachetes.
Ella chilló y se le aferró con todavía más
fuerza. Él levantó la cabeza y empezó a
penetrarla intensamente.
–¡Ah, ah, ah! – Gemía ella.
Lucia no conseguía concentrarse. Las
oleadas de placer la invadían. Los gemidos
y las respiraciones aceleradas hacían eco en
el baño y se combinaban con el vapor del
agua y el sudor.
Hugo la volvió a apoyar contra la pared, la
abrió y la penetró sin misericordia alguna.
–¡Ah, Hugh! – Quería aferrarse a él, pero el
sudor le dificultaba la tarea.
La joven llegó al orgasmo. Su noción de la
realidad desapareció momentáneamente, la
oscuridad la engulló dejando paso a un
placer indescriptible. Sus paredes internas
espamearon como locas y el cuerpo de su
esposo se tensó mientras contenía un
gruñido. Su miembro llegó al límite y la
llenó de semen. Las piernas de Hugo
temblaron, él cerró los ojos e intentó
recuperar el aliento.
–Ah… Ah…
–Joder… – Se quejó. – Si esto sigue así voy
a morir. De verdad, eres-…
El cuerpecito que descansaba en su regazo
parecía haber perdido todas sus fuerzas.
Hugo la abrazó y notó los latidos de sus
corazones convirtiéndose en uno. Entonces,
a continuación, se levantó con ella en sus
brazos y entró en la bañera.
El agua hirviendo enfrió su calor y Lucia se
apoyó contra el ancho pecho de él.
La pareja disfruto de la paz y del silencio
que les otorgó el baño.
–¿Por qué has hecho eso? Parecías
enfadado.
–Pensaba que estabas llorando porque el
chico se ha ido.
–¿Qué dices? Tiene que estudiar, por eso se
ha ido.
Al principio la idea de deshacerse del
cachorro de zorro y del chico a la vez para
quedarse a solas con su mujer, a Hugo, le
había parecido fantástico. Pero pensándolo
bien, su esposa podría sentirse sola, tal vez
abandonada, y eso le hizo plantearse el
conseguirle un nuevo cachorro para que
pudiese volcar sus afectos en él. Sin
embargo, quería que ella diese el primer
paso en pedírselo.
–Le voy a enviar muchas cartas y regalos.
Así, aunque no se lo dé yo personalmente,
sabrá que tiene una madre en alguna parte.
Hugo quiso quejarse de la demasiada
atención que le prestaba a su hijastro y a
modo de protesta le apretó los senos con las
manos y a pintarle el cuello de besos.
Manoseó el pecho de su esposa hasta que
ésta suspiró y se apoyó en él. Le lamió los
labios y la besó muchas veces sin dejar de
jugar con sus pezones. Haciéndola gemir.
Lucia notó que algo le tocaba la espalda
cuando Hugo se apretujó contra ella y,
como era molesto, lo cogió con las manos
provocando que Hugo se tensase por
completo.
–Es que… No parabas de moverte… – Se
excusó, mirándole a los ojos rojos.
Hubiese sido mejor que en lugar de fijar su
mirada ardiente en ella, se lo hubiese
tomado a broma. Su miembro creció y, en
el momento en el que Lucia lo soltó, Hugo
la hizo darse la vuelta y le capturó los
labios. Entonces, volvió a hacerla girar, le
separó los muslos, la sujetó por la cintura y
indicándole con la mirada que se refería al
borde de la bañera ordenó:
–Cógete fuerte.
* * * * *
Sobre el pecho de Hugo, Lucia sentía
deseos de trazar un círculo en su musculoso
pecho. La joven titubeó. No sabía si era un
buen momento para preguntarle algo que
llevaba rondándole por la cabeza un buen
tiempo. Se preguntaba si Damian había
visto a su madre biológica desde que había
entrado en el internado o, incluso, desde
que Hugo consiguió la custodia. Y de no
haberlo hecho, se preguntaba si sería
porque la madre no quería verle o porque
Hugo no se lo permitía. En su caso, se veía
incapaz de soportar el anhelo de ver a su
hijo.
–Hugh… Eh… – Lucia vaciló.
–¿Qué pasa? – Preguntó Hugo con los ojos
cerrados.
–Es sobre Damian…
Hugo frunció el ceño.
–Deja de mencionar otros hombres.
–¿Qué otro hombre? Es la segunda vez que
dices algo así. Es tu hijo.
–Sí, no una hija.
–…No podemos no hablar de Damian.
–Al menos que no sea en la cama.
Lucia hizo una mueca enfurruñada.
¿Cuándo sino? Apenas contaban con
tiempo para hablar, ¿cuándo podría
hablarle de Damian si no era de noche?
Hugo le había asegurado que no odiaba a
Damian, ¿por qué no le mostraba un poco
de afecto paterno? La sensación era más
parecida a la indiferencia que a la falta de
afecto en sí.
Cuánto más lo pensaba, más admirable de
parecía Damian por haber sido capaz de
convertirse en un niño tan dulce y sincero.
–Déjame preguntarte una cosa solo.
–Vale.
–¿La madre de Damian… no te ha pedido
nunca verle?
Lucia estaba nerviosa. El silencio que
siguió a su pregunta la incomodó y se
preguntó si tal vez no debería haberla
hecho.
–Está muerta.
–Ah… – Se sorprendió ella. – ¿Por eso te
lo quedaste?
–Algo así.
–Debe haber sido una mujer bellísima.
–Ni idea, no la he visto nunca.
–¿…Qué? – Lucia alzó la cabeza para
mirarle.
La expresión de Hugo cambió radicalmente
.x.x.x
Parte II
* * * * *
El pensar que Damian ya no estaba
entristecía a Lucia y el recuerdo del
chiquillo llamándola madre la ruborizaba.
No obstante, cuando pensaba que iba a
poder escucharlo de sus labios hasta dentro
de un buen tiempo la volvía a sumir en
amargura.
–El baño está listo, mi señora. – Repitió la
criada por tercera vez.
–Oh, de acuerdo. – Respondió ella,
cabizbaja.
De repente, alguien le levantó el mentón la
fuerza para examinarle la cara: Hugo.
Los ojos carmesíes estudiaron el rostro de
su mujer. Ver a Lucia con la cabeza gacha
sentada en la cama como si estuviese
llorando le había sorprendido y, la idea de
su esposa llorando le incomodaba. Cuando
vio que la expresión de Lucia era normal,
sintió como si le hubieran quitado un peso
de encima.
Lucia buscó con la mirada a la criada
preguntándose qué hacía su esposo allí,
pero no la encontró. Se liberó del agarre
para explicarle a Hugo que tenía que
asearse, pero antes de conseguirlo su
marido ya le había aprisionado los labios.
Se los estaba tragando y la tenía sujeta por
los hombros mientras la tendía sobre la
cama. Le levantó la camisola hasta los
muslos y se colocó entre sus piernas,
separándolas sin dejar de besarla en ningún
momento. Su lengua exploró la de ella,
estimulando y moviéndose con suma
habilidad.
Lucia perdió la fuerza para resistirse y no
volvió en sí hasta que notó cómo él le
quitaba la ropa interior.
–¡Ay..!
Hugo se detuvo en seco cuando ella
empezó a resistirse y a luchar. Desenredó
su lengua, lamió los labios de la muchacha
y se separó un poco.
–¿Qué pasa? – Preguntó contemplando las
mejillas sonrosadas de ella.
–Todavía no me he bañado…
–Me da igual.
–A mí no.
–¿Quieres bañarte ahora que estamos así?
–Sí. – Contestó Lucia determinada. Debía
bañarse. Ahora mismo.
–¿Lo haces a propósito? – Suspiró él.
–¿El qué?
–…Da igual.
Se le llevaban los demonios, pero aceptó
sus quejas, se levantó de la cama y se la
cargó sobre el hombro como quien lleva
una maleta.
–¡Ah! ¡¿Hugh?!
La movió. Le rodeó la espalda con un
brazo y se ayudó de la otra mano para más
estabilidad. Entonces, se dirigió al baño a
grandes zancadas.
–Quieta. Me has dicho que querías bañarte.
El vapor del agua caliente llenaba el baño.
La criada que esperaba dentro se
sorprendió al verle entrar, pero fingió
serenidad.
Lucia balbuceó un “no sé qué está
pasando” al ver al a sirviente y se cubrió la
cara con las manos.
–¡Ah!
Hugo la depositó en el suelo bajó la mirada
fulminante de ella y la desnudó como si
nada.
En cuestión de segundos, todo lo que
cubría los pudores de la duquesa era ropa
interior y sus brazos. Hugo dio un paso
para adelante y se cruzó de brazos para
mirarla de arriba abajo. Era todo un
espectáculo. Satisfecho, se acercó a su
esposa que intentaba recular hasta que
chocó con la pared. Hugo le imposibilitaba
huida.
Lucia estaba tan avergonzada que no podía
mantenerle la mirada.
Hugo esbozó una mueca divertida. Aquella
mujer le enloquecía. Bajó la cabeza,
inclinándola ligeramente a un lado y la
besó.
–Ugh…
En algún momento, Lucia dejó de cubrirse
los pechos para apoyarse en él. Hugo se
quitó el batín que llevaba y lo tiró al suelo.
Deslizó, entonces, una mano por su
abdomen hasta llegar a su ropa interior y
coló una mano dentro. Frotó el centro
húmedo con la mano e introdujo un único
dedo en medio. Ella se puso rígida a modo
de respuesta. Un líquido cálido fluía de la
entrada de ella y le permitía sentir el
interior prieto de la muchacha.
Hugo le quitó la ropa interior y le levantó
el muslo un poco. Lucia perdió el
equilibrio, pero su esposo la abrazó y la
ayudó a volver a la pared.
–Hugh… Todavía no me he-… – Intentó
decir con la respiración agitada.
–Hay agua aquí mismo. Bañarte y hacerlo,
hacerlo y bañarte viene a ser lo mismo.
–¿Cómo va a ser lo mismo?
–Sólo por hoy. Tu marido podría morirse
ahora mismo.
Lucia soltó una risita por su exageración y
dejó de resistirse.
Hugo le levantó una de las piernas y la
penetró de golpe.
–¡Ah!
El duque apretó los dientes y la oleada de
placer le estremeció. Entrar en ella era
como una experiencia nueva. Cada vez que
se metía le costaba no volverse loco. Movió
la cintura para volver a penetrarla,
impaciente.
–¡Ah! ¡Ah!
Lucia se colgó de su cuello, aferrándose a
él. Apenas lograba mantener el equilibrio
con una sola pierna y, de hecho, no tocar el
suelo cada vez que él atacaba contribuía a
su placer. Sus movimientos desesperados le
indicaban que él la deseaba y, ahora
mismo, ella sentía lo mismo.
La joven se aferró a su cuello con más
fuerza y se levantó. Sus manos vagaron
hacia arriba y le cogieron del pelo.
Entonces, acercó los labios a su oreja y le
mordió el lóbulo. Ella también quería
saborearlo. Le metió la lengua y le lamió el
cuello.
–Nn… Vivian.
Hugo se tensó y pronunció su nombre
como si fuera un reproche. Sin embargo,
ella no respondió, sino que le lamió el
cuello con más insistencia. La muchacha
encontró los músculos que se habían
tensado y los mordió.
–…Lo has provocado tú.
Dicho esto, Hugo le levantó la pierna,
acercó la cintura y le sujetó los cachetes.
Ella chilló y se le aferró con todavía más
fuerza. Él levantó la cabeza y empezó a
penetrarla intensamente.
–¡Ah, ah, ah! – Gemía ella.
Lucia no conseguía concentrarse. Las
oleadas de placer la invadían. Los gemidos
y las respiraciones aceleradas hacían eco en
el baño y se combinaban con el vapor del
agua y el sudor.
Hugo la volvió a apoyar contra la pared, la
abrió y la penetró sin misericordia alguna.
–¡Ah, Hugh! – Quería aferrarse a él, pero el
sudor le dificultaba la tarea.
La joven llegó al orgasmo. Su noción de la
realidad desapareció momentáneamente, la
oscuridad la engulló dejando paso a un
placer indescriptible. Sus paredes internas
espamearon como locas y el cuerpo de su
esposo se tensó mientras contenía un
gruñido. Su miembro llegó al límite y la
llenó de semen. Las piernas de Hugo
temblaron, él cerró los ojos e intentó
recuperar el aliento.
–Ah… Ah…
–Joder… – Se quejó. – Si esto sigue así voy
a morir. De verdad, eres-…
El cuerpecito que descansaba en su regazo
parecía haber perdido todas sus fuerzas.
Hugo la abrazó y notó los latidos de sus
corazones convirtiéndose en uno. Entonces,
a continuación, se levantó con ella en sus
brazos y entró en la bañera.
El agua hirviendo enfrió su calor y Lucia se
apoyó contra el ancho pecho de él.
La pareja disfruto de la paz y del silencio
que les otorgó el baño.
–¿Por qué has hecho eso? Parecías
enfadado.
–Pensaba que estabas llorando porque el
chico se ha ido.
–¿Qué dices? Tiene que estudiar, por eso se
ha ido.
Al principio la idea de deshacerse del
cachorro de zorro y del chico a la vez para
quedarse a solas con su mujer, a Hugo, le
había parecido fantástico. Pero pensándolo
bien, su esposa podría sentirse sola, tal vez
abandonada, y eso le hizo plantearse el
conseguirle un nuevo cachorro para que
pudiese volcar sus afectos en él. Sin
embargo, quería que ella diese el primer
paso en pedírselo.
–Le voy a enviar muchas cartas y regalos.
Así, aunque no se lo dé yo personalmente,
sabrá que tiene una madre en alguna parte.
Hugo quiso quejarse de la demasiada
atención que le prestaba a su hijastro y a
modo de protesta le apretó los senos con las
manos y a pintarle el cuello de besos.
Manoseó el pecho de su esposa hasta que
ésta suspiró y se apoyó en él. Le lamió los
labios y la besó muchas veces sin dejar de
jugar con sus pezones. Haciéndola gemir.
Lucia notó que algo le tocaba la espalda
cuando Hugo se apretujó contra ella y,
como era molesto, lo cogió con las manos
provocando que Hugo se tensase por
completo.
–Es que… No parabas de moverte… – Se
excusó, mirándole a los ojos rojos.
Hubiese sido mejor que en lugar de fijar su
mirada ardiente en ella, se lo hubiese
tomado a broma. Su miembro creció y, en
el momento en el que Lucia lo soltó, Hugo
la hizo darse la vuelta y le capturó los
labios. Entonces, volvió a hacerla girar, le
separó los muslos, la sujetó por la cintura y
indicándole con la mirada que se refería al
borde de la bañera ordenó:
–Cógete fuerte.
* * * * *
Sobre el pecho de Hugo, Lucia sentía
deseos de trazar un círculo en su musculoso
pecho. La joven titubeó. No sabía si era un
buen momento para preguntarle algo que
llevaba rondándole por la cabeza un buen
tiempo. Se preguntaba si Damian había
visto a su madre biológica desde que había
entrado en el internado o, incluso, desde
que Hugo consiguió la custodia. Y de no
haberlo hecho, se preguntaba si sería
porque la madre no quería verle o porque
Hugo no se lo permitía. En su caso, se veía
incapaz de soportar el anhelo de ver a su
hijo.
–Hugh… Eh… – Lucia vaciló.
–¿Qué pasa? – Preguntó Hugo con los ojos
cerrados.
–Es sobre Damian…
Hugo frunció el ceño.
–Deja de mencionar otros hombres.
–¿Qué otro hombre? Es la segunda vez que
dices algo así. Es tu hijo.
–Sí, no una hija.
–…No podemos no hablar de Damian.
–Al menos que no sea en la cama.
Lucia hizo una mueca enfurruñada.
¿Cuándo sino? Apenas contaban con
tiempo para hablar, ¿cuándo podría
hablarle de Damian si no era de noche?
Hugo le había asegurado que no odiaba a
Damian, ¿por qué no le mostraba un poco
de afecto paterno? La sensación era más
parecida a la indiferencia que a la falta de
afecto en sí.
Cuánto más lo pensaba, más admirable de
parecía Damian por haber sido capaz de
convertirse en un niño tan dulce y sincero.
–Déjame preguntarte una cosa solo.
–Vale.
–¿La madre de Damian… no te ha pedido
nunca verle?
Lucia estaba nerviosa. El silencio que
siguió a su pregunta la incomodó y se
preguntó si tal vez no debería haberla
hecho.
–Está muerta.
–Ah… – Se sorprendió ella. – ¿Por eso te
lo quedaste?
–Algo así.
–Debe haber sido una mujer bellísima.
–Ni idea, no la he visto nunca.
–¿…Qué? – Lucia alzó la cabeza para
mirarle.
La expresión de Hugo cambió radicalmente
Parte III
Un escalofrío le recorrió la columna
vertebral. Si su marido hubiese dicho que
no se acordaba, lo habría aceptado, pero
que jamás la hubiera visto… Eso era
extraño. ¿Cómo puedes concebir un hijo
con una mujer que no has visto nunca?
El silencio se prolongó y Hugo se puso
cada vez más nervioso. Se le había
escapado algo que no podía arreglar,
además, su expresión se le había ido de las
manos y el silencio era demasiado largo
como para intentar escapar de la situación.
Cualquier excusa la haría sospechar todavía
más.
–Vivian. – Empezó, pero se guardó silencio
durante un buen rato.
No sabía cómo empezar la conversación y
era incapaz de calcular cuánto debía
contarle y cuánto podría aceptar su esposa.
–¿Es difícil de explicar? – Él no contestó. –
…Vamos a dormir.
Lucia no se veía en derecho de intervenir
en el tipo de relación que su esposo tuviese
con la madre biológica de Damian. Se
había casado con él a sabiendas de que
Damian existía y, si la madre ya no estaba
en este mundo, tampoco necesitaba inquirir
en ello.
Hugo tenía una sensación terrible en el
pecho y observó la oscuridad en silencio.
Le dolía el corazón por haberla visto
establecer unos límites. Era consciente que
debería haberle explicado algo, pero aquel
desliz le había tomado por sorpresa.
Lucia decidió fingir que no había pasado
nada e intentó dormirse sin conseguirlo. Da
igual las vueltas que le diera a sus palabras,
no conseguía adivinar nada. Era imposible
que Damian no fuera su hijo cuando era
una réplica casi exacta. ¿Tal vez fuese cosa
de una noche? Era una posibilidad factible,
pero no recordar la cara de la mujer que
había dado a luz a tu hijo era pasarse.
–Supongo… que también acabarás
olvidándote de mi cara. – Comentó sin
pensarlo.
Lucia se puso en los zapatos de la madre de
Damian. Las palabras de Hugo parecían
significar que no había mujer del pasado
que fuese necesario recordar. Y siendo así,
Lucia que ni siquiera podía quedarse en
cinta, sería peor.
Hugo tuvo que analizar lo que había dicho
un par de veces para entenderlo porque
todavía no había vuelto en sí.
–¿…Cómo has llegado a esa conclusión?
–Bueno, no recuerdas la cara ni de la mujer
que dio a luz a tu único hijo.
–No es eso.
Lucia siempre se repetía que no debía
impacientarse, que el camino de amarle iba
a ser complicado y largo, que era mejor
mirar para adelante, pasito a pasito, si no
quería agotarse. No obstante, enfrentarse a
la realidad de que el corazón de Hugo
seguía siendo de hielo hizo vacilar su
voluntad. De la misma manera que Damian
le era indiferente.
Sabía que Hugo no expresaba sus
sentimientos, pero antes de ello había
creído que jamás había amado o querido a
nadie. Y así es como su actitud con ella la
confundían. Era consciente de que no la
odiaba, tal vez incluso le gustase un poco.
Sin embargo, su comportamiento era tan
dulce y gentil como el de un enamorado,
hasta el punto de que a veces pensaba que
era una prueba.
–Entonces, ¿qué significa eso de que no la
has visto? ¿Cómo puede darte un hijo una
mujer que no has visto nunca? – Se sentó y
notó como crecía su indignación.
–Creo que estás un poco agitada, Vivian…
–Perdona, no debería meterme en lo que no
me llama.
A Hugo le entró dolor de cabeza. Ya la
había visto así no hacía mucho. Su esposa
solía ser una mujer dócil y tranquila hasta
que se enfadaba. Entonces, daba rienda
suelta al sarcasmo y a la susceptibilidad. Si
bajas la guardia, te atacaba. Hugo se sentía
absurdo.
–Vivian.
Por el momento quería tranquilizarla, así
que le sujetó los hombros. Ella se zafó de
sus manos y le dio la espalda. En cuanto lo
hizo, a Hugo se le iluminaron los ojos. Con
una gran fuerza, él tiró de ella y la tumbó
sobre el lecho con tanta rapidez que Lucia
no tuvo tiempo de reaccionar.
La penetrante mirada de Hugo la hizo
estremecer.
–No… te gires así.
–¿Qué?
–No me des la espalda. – Su voz apenas era
un susurro, pero lo suficientemente audible
como para que Lucia adivinase su estado
emocional.
Estaba furioso.
Pensando en ello, Lucia no le había visto
enfadado nunca. Enfadado parecía
tranquilo y frío. ¿Por qué se había puesto
así? ¿Porque había rechazado su contacto?
¿Puede ser que alguien le hubiese
traicionado en algún momento de su vida?
–No lo volveré a hacer. – Contestó ella
tranquila para no empeorar su enfado. –
Suéltame. Me has sorprendido.
–…Perdona.
La ira que sentía se disipó en cuestión de
segundos. Retiró los brazos que la
sujetaban y permitió que Lucia se sentase.
Parecía que habría tregua. La pareja se
quedó allí sentada, mirándose fijamente, en
silencio.
Lucia se serenó y reflexionó sobre cómo
había tenido una pataleta sin venir a cuento.
Pensó en disculparse por maleducada e irse
a la cama. Tampoco era necesario llevarle
al límite en una guerra psicológica.
–No es… hijo mío.
–¿Qué? – Lucia se sintió desfallecer. –
¿Damian? Dices que no… ¿Qué no es un
hijo? – Preguntó para confirmar lo que
creía haber oído.
Hugo suspiró profundamente y se pasó la
mano por el pelo. No quería herir los
sentimientos de Lucia por algo así. No
quería que le malinterpretase por lo de
Damian y empeorar la imagen que ya tenía
de él.
–Me dijeron que le habías preguntado a
Jerome lo de la torre. ¿Sabes que tenía un
hermano?
–…Sí.
–Es el hijo de mi hermano: mi sobrino.
A Lucia se le secó la boca y el corazón le
iba a mil. Se le llenó la cabeza con docenas
de preguntas, pero fue incapaz de decidirse
por una.
–Esto… Damian…
–No lo sabe. Sólo lo sé yo. Y ahora tú
también.
En realidad, Philip también lo sabía, pero
Hugo no pensaba mencionarle.
–Me estás diciendo que Damian es el hijo
de tu hermano mayor.
–…Sí.
Hugo no estaba seguro de quién de los dos
era el mayor. Nunca se habían molestado
en saberlo. Eran hermanos y eran iguales,
pero para Hugo su hermano parecía más
maduro que lo que se esperaría de uno
pequeño.
–¿Vas a… contárselo a Damian algún día?
–Si no me pregunta, no.
–Ah… Pues yo también guardaré el
secreto. – Lucia asintió con la cabeza
afirmativamente varias veces.
Si Damian no era un hijo ilegítimo, no
tenía porqué soportar que lo tratasen de esa
manera, pensó, lo mejor era que el
chiquillo supiera la verdad.
–Sé que lo de la torre te debió parecer raro.
Lo que se sabe es un poco diferente a la
realidad. Arrinconaron al asesino y no tuvo
elección. El duque se lo buscó.
Lucia abrió los ojos como platos. Su forma
de hablar le dejaban claras muchas cosas.
Según el rumor, su hermano gemelo volvió
para vengarse después de que lo
abandonasen de niño y asesinó a su padre.
Sin embargo, Hugo había llamado a ese
hermano que jamás había conocido:
“asesino” y “duque” a su padre,
demostrando la poca relación que tenían.
La primera vez que escuchó el rumor, el
duque le había parecido un hombre
despiadado por ser capaz de abandonar a su
propio hijo. Ignoraba los detalles, pero las
acciones del hermano de Hugo no la
incomodaban.
–¿Te llevabas bien con tu hermano? –
Hugo respondió con un gesto afirmativo. –
¿Mucho?
–…Mucho.
El corazón de la joven se hinchó de
regocijo. Hugo tenía a alguien a quien
llamar familia, aunque ese alguien ya no
estuviera en el mundo. Antaño había
gozado del amor de una familia. Siempre le
había sentado mal que Hugo hubiese
experimentado una infancia tan solitaria,
pero saber que le había abierto el corazón a
alguien la alivio.
–Y por eso adoptaste a Damian. Porque la
sangre de tu hermano corre por sus venas.
–…No fue exactamente por eso, pero
tampoco puedo decirte que no hubiese un
motivo. Hay muchas complejidades que
envuelven a mi hermano y a Damian que
no te puedo contar. No es que no quiera
contártelo por ser quien eres, sino que no
quiero que lo sepa nadie. Son cosas que
quiero llevarme a la tumba.
Hugo estaba hablando más de lo normal.
Lucia se acercó y posó las manos sobre las
suyas.
–No pasa nada. Cuéntame lo que tú
quieras.
A veces, la gente guarda secretos que
desean enterrar en sus corazones hasta la
tumba. Un secreto que no pueden compartir
ni con su amado, ni con su familia. Lucia
misma ocultaba algo así. Había visto su
futuro en un sueño, se había casado con
otro hombre y ahora vivía de esta manera
por eso. Eso era algo que iba a llevarse a la
tumba.
–Si contarlo te va a hacer sentir mal, no lo
hagas.
Hugo desvió la mirada.
–Pero… Este secreto… Podría hacerte
daño.
–En ese caso, haré que me consueles. Y en
ese momento, querré que vuelvas a pensar
si puedes contármelo o no.
–…Eso haré.
Hugo la estrechó entre sus brazos. La
abrazó con mucha fuerza y apoyó la
barbilla en los hombros de su esposa. Lucia
le rodeó la espalda con los brazos y, en
silencio, se fundieron en un abrazo largo.
Para consolar al otro y a ellos mismos.
–Damian es nuestro hijo, y eso no va a
cambiar. ¿No?
–No.
–¿Damian es fruto de amor?
–Eso he oído.
–Cuando Damian sea lo suficientemente
maduro como para entenderlo, cuéntaselo.
Será bueno para él.
–…Vale.
Lucia enterró el rostro en sus hombros,
algo avergonzada.
¿Por qué era así? La alegría de saber que
nunca había amado a otra mujer fue mucho
mayor que la compasión por Damian que
jamás conocería a sus padres. Quería a
Damian, eso no iba a cambiar. No
obstantes, cuando le miraba a veces se
preguntaba quién había sido su madre y, a
la vez, recordaba que ella misma no podría
darle a Hugo descendencia y eso la mataba
por dentro. Ahora comprendía que los hijos
eran también un “rastro”.
Hugo estaba siendo sincero con ella, tenía
secretos y heridas en su corazón, un padre
cruel y un hermano que había sido capaz de
asesinar a su propio padre. Puede que
temiese que la historia se repitiera tal y
como ella temía lo ocurrido en su sueño y
había elegido ser estéril.
Pero era madre. Aunque no hubiese dado a
luz a Damian, seguía siendo su hijo. Lucia
ordenó sus sentimientos y miró a su
marido.
–Ahora entiendo que Damian no sea
idéntico a ti.
–¿No has dicho que es como yo?
–En apariencia, sí. Pero por dentro es
totalmente distinto. Él es dulce y amable,
pero no creo que eso vaya contigo, ¿no
crees?
Hugo puso una cara triste, entonces, esbozó
una mueca, le levantó la cara y la besó.
–Contigo sí.
Su cursilería se le antojo divertida y Lucia
estalló en carcajadas mientras él le
preguntaba qué le parecía tan gracioso.
–Qué fascinante. Tu hermano debió ser
clavadito a ti. Había dos tú.
–¿Por qué “dos”? El chaval era como yo
por fuera, pero por dentro… era un
debilucho. – Balbuceó.
Lucia entendió aquello último como su
manera de decir que era una buena persona.
Sí, Damian debía ser tan dulce como su
padre.
–¿Puedo preguntarte su nombre? – Hugo
no dijo nada durante unos minutos. –
Bueno, tampoco hace falta si no quieres.
–…Hue.
–¡Oh! Se parece al tuyo.
–¿Dónde le ves tú el parecido?
–Hue, Hue, Hugh. Si lo dices rápido suena
igual. Hugh. Vuestro nombre se parece.
La mirada de Hugo se nubló y la rodeó con
los brazos una vez más.
–Vivian. – Llamó.
–Dime.
–Vivian.
–Dime.
Hugo pensó que, si esta mujer ya no
estuviera, tal vez moriría. Y fue entonces
cuando se percató que su corazón ya no era
suyo, que sus latidos eran dolorosos pero
terriblemente dulces.
Parte IV
Lucia continuó con sus actividades sociales
al cabo de un tiempo. No cambió mucho su
forma de proceder: celebraba quedadas
para tomar el té a gran escala y excluía a
las instigadoras del incidente que prefería
no volver a nombrar. En su última fiesta
había demostrado su autoridad como
duquesa y ahora había llegado el momento
de apaciguar sus temores. No era su
intención ser soberana de la sociedad
norteña, pero debía alzarse como una figura
destacada para que nadie pudiese
menospreciarla.
–¿Cuándo va a celebrar otra fiesta grande,
duquesa?
–En eso mismo estaba pensando. La última
vez no pude asistir, pero a la próxima me
aseguraré de estar allí. ¿Podré conocer al
joven amo cuando llegue el momento?
–Mucho me temo que el niño ya no está en
Roam. –Respondió Lucia con una gran
sonrisa y estudiando su entorno
disimuladamente. – Se ha ido a estudiar,
pero cuando se presente la oportunidad, así
será.
La mayoría de las damas allí reunidas que
habían acudido a la fiesta parecían
inquietas, como si algo las estuviese
persiguiendo y se abstenían de participar en
la conversación. Era la tercera vez que
celebraba una quedada para tomar té, pero
todas continuaban comportándose igual.
Había dos lados: las señoritas que habían
asistido y las que no. Las que habían
asistido parecían incómodas y
desamparadas, arrepentidas y agradecidas
porque Lucia les estuviera dando una
segunda oportunidad. Al contrario de éstas,
aquellas que no habían asistido a la fiesta
del jardín sacaban el tema de Damian como
para presumir de ello. No demostraban
ninguna renuencia y se referían al
muchacho como: “joven amo”. El cambio
de actitud de las mujeres fue asombroso.
¿Tal vez fuera porque lo habían añadido
oficialmente en el registro familiar? Eso era
la única suposición que le parecía viable.
El duque fue infalible como siempre y
Lucia ignoraba la conmoción que había
provocado su marido en la alta sociedad
norteña por la fiesta. Se decía que la
condesa de Wales y el resto de las
instigadoras estaban encerradas en sus
casas, que habían herido el orgullo de la
duquesa y que habían determinado que la
mejor salida era esconderse. Se extendió el
rumor de que el duque de Taran había
asesinado y atrapado a todos aquellos lores
que habían osado rebelarse contra él y el
miedo hacia su persona había alcanzado el
máximo. Por lo cual, el incidente de la
fiesta del jardín aconteció en un momento
de pánico y así relacionaron el humor de la
duquesa con el orgullo del cabeza de
familia.
Ninguna generación de los Taran se había
interesado jamás por relacionarse con el
resto de los nobles del territorio ni con sus
políticas. El duque era un gobernador
intangible, siempre batallando. Por lo tanto,
para aquellos nobles que anhelaban hacerse
un hueco en el corazón de su sanguinario
líder para garantizar su seguridad y la de
los suyos, establecer una conexión con la
duquesa era crucial. Todas las señoritas de
alta cuna recibieron órdenes explícitas de
sus maridos y padres para asistir a la fiesta.
Conseguir figurar en la lista de invitadas se
convirtió en una guerra.
Y pesé a estar en el ojo del huracán, Lucia,
seguía tranquila y Kate, su informante,
mantenía la boca sellada porque, aunque
eran amigas, Kate no podía decirle que su
marido era tan aterrador que todo el
territorio no se atrevía ni a mirarle a la cara.
–Cada día está más hermosa, duquesa.
–Oh, sí. Yo la admiro desde que la vi por
primera vez.
Los halagos revoloteaban a su alrededor
como si fuera una competición.
–El físico no lo es todo. Nuestra duquesa
goza de una mente envidiable.
Lucia hizo caso omiso a toda esa
palabrería. No era una muchacha inmadura
que fuese a crecerse por algo por el estilo.
En su sueño había sido testigo de aquella
situación en un sinfín de ocasiones. Nunca
había sido el centro de semejante ovación,
pero como espectadora siempre le había
parecido un espectáculo lamentable y
patético.
¡Cuán increíble era el título de duquesa! Si
Lucia no reaccionaba, todas las mujeres
cerraban la boca.
–Os agradezco los cumplidos. Pero me
pregunto si ha pasado algo interesante
últimamente.
–¡Oh! ¡Déjeme contarle que hace poco-…!
–Eso no es interesante. Mire, yo he oído
que-…
Y así, las invitadas empezaron una
discusión por ser quien contase alguna
anécdota divertida.
* * * * *
El Capitán Elliot entregó el informe sobre
el envenenamiento que se diagnosticó
erróneamente como epidemia. El asunto se
resolvió sin mucha demora. Se deshicieron
de las setas en mal estado y se multó al
responsable con una gran suma para expiar
su negligencia.
–¿Algún civil herido?
–Ninguno a parte de los dos que
descubrimos. No creo que vuelva a haber
problemas con esto.
Para poder dar por zanjado el tema, Hugo
tenía que aprobar el informe. Si así lo
hacía, el responsable debería pagar la
compensación antes de poder reanudar sus
actividades comerciales. Sin embargo, que
tu nombre pasase por los ojos de Hugo era
lo mismo que un suicidio para tu negocio.
–¿…Wales? ¿El dueño es el conde de
Wales?
–Sí, señor.
La ley estipulaba que todo problema debía
solucionarse basándose en la ley comercial.
Mientras que el dueño no cayese en
bancarrota, todo asunto de transacción se
resolvía con dinero.
A Hugo se le iluminó la mirada. Resentía al
instigador del silencio en la fiesta, a aquella
persona que había hecho llorar a su esposa.
No obstante, la terquedad de su mujer le
había impedido interferir y eso le
consternaba. Sabía que la culpable había
sido la Condesa de Wales, pero, ¿cómo
darle un buen tirón de orejas a esa harpía?
El duque conocía los detalles de lo
acontecido indirectamente y ahora le había
caído del cielo una oportunidad espléndida.
–No podemos pasar por alto algo así. –
Comentó con severidad.
–¿Entonces…?
–Mucho me temo que aquí hay gato
encerrado. Investiga cada detalle de la
transacción, incluidos los impuestos.
–Por investigar, se refiere a-…
–Quiero saberlo todo. No te dejes nada.
Elliot era un caballero típico: no vacilaba
ante enredos y maquinaciones. Conocía a
su señor y estaba seguro que por alguna
razón aquel hombre que debía investigar se
le había cruzado.
–Así será. – Respondió sintiendo cierta
simpatía por su objetivo.
La mayoría de los subordinados del duque
conocían su personalidad. Eran conscientes
que no era un hombre magnánimo o
virtuoso, era indiferente a la mayoría de
casos, no obstante, cuando decidía algo era
persistente y obstinado. En otras palabras,
era una persona rencorosa.
* * * * *
Apenas había pasado medio mes desde que
Damian había partido que Lucia ya le había
escrito una carta y había recibido la
respuesta en escasos veinte días.
A Lucia la sensación que el corazón se le
desbordaría mientras habría el sobre de la
segunda carta de su hijastro. La primera
frase la saludaba con un: “para madre”, y
esas palabras le provocaron un
estremecimiento. La joven era todo
sonrisas mientras leía aquella carta que
parecía más un informe sobre qué había
comido o qué había aprendido en clase. Le
entusiasmaba la poca emoción que
transmitían las palabras de Damian.
–Me alegra que esté bien.
Año Nuevo estaba a la vuelta de la esquina,
así que Lucia estaba preparando un regalo
para Damian.
–Tiene visita, mi señora. – Le anunció una
de las criadas.
–¿Quién? – La sirviente no hubiese dicho
nada si se hubiera tratado de la señorita
Milton.
–La Condesa de Wales.
Lucia frunció el ceño. No comprendía
porque una mujer que había sido tan
grosera en su fiesta querría visitarla de
repente. Se planteó el rechazarla, pero
decidió escuchar lo que tuviera que decirle.
Parte V
Llegó el temporal frío y con él, los largos
paseos después de la cena se hicieron algo
imposible. No obstante, Lucia no tuvo que
preocuparse con qué hacer en su tiempo
libre: descubrió la alegría de tejer para
hacerle una bufanda a Damian.
Lucia esperó a Hugo en el dormitorio
después de bañarse, pero Hugo no aparecía.
Cada vez llegaba más tarde de lo ocupado
que estaba y en ocasiones enviaba a una
criada para decirle que no le esperase
despierta.
Viendo que iba para largo, Lucia le pidió a
la sirvienta que le trajera la cesta donde
guardaba sus enseres de tejer y continuó su
bufanda.
–¿Qué es eso?
Hugo había entrado en algún momento y la
había estado observando un rato sin que
ella se diese cuenta. Lucia guardó la lana
pulcramente y contestó.
–Estoy tejiéndole una bufanda a Damian,
se la quiero enviar.
Hugo no necesitaba una bufanda de lana. El
frío no le afectaba ni en invierno, ni
siquiera llevaba ropa de la época y mucho
menos una bufanda para niños. Quizás
hasta Damian tendría que hacer un esfuerzo
para ponérsela. La joven había elegido un
bordado blanco sobre un fondo rojo.
Hugo no apartó la mirada de donde Lucia
había dejado la bufanda. Había alejado de
un golpe al niño y al cachorro de zorro,
pero a diferencia de lo que había pensado,
su esposa no había vuelto a ser solo suya.
No comprendía por qué tenía tantas cosas a
las que prestar atención que no fuera él.
Cada vez que le llegaba una carta se
regocijaba durante días a pesar de que era
su esposa antes de la madre del chico. Le
disgustaba que colmase de atención a
Damian, pero no sabía cómo expresarlo y,
al final, terminaba enfurruñándose en
silencio. Ni siquiera le había dicho que
tenía otro nombre. Él le había contado su
secreto, pero ella… ¿Por qué Damian sí lo
sabía y él no? ¿Por qué era mejor él?
–¿Aprendiste de niña?
Últimamente, Hugo aprovechaba cada
oportunidad que se le presentaba para
sonsacarle información de su infancia,
quería que le dijera su otro nombre, pero no
quería preguntarle directamente. Sentía que
si ella se lo decía voluntariamente sería una
prueba de que le había abierto su corazón.
–Sí, por eso no se me da muy bien. Aprendí
mirando a mi madre.
–Me habías dicho que de pequeña vivías
con tu madre, ¿no?
–Sí, hasta que entré a palacio.
–Entonces, tu madre… ¿Cómo…? – Hugo
vaciló momentáneamente. – ¿Cómo… te
solía llamar? – No estaba haciendo
trampas, no le había preguntado
estrictamente cuál era su otro nombre.
–No solía llamarme por mi nombre, sino
cosas como “cariño mío”, “mi niña” y
demás.
Lucia pensaba que Hugo, que desconocía el
amor maternal, debía sentir curiosidad
sobre ello.
Hugo suspiró. Su pregunta indirecta había
vuelto a fallar un día más.
–Ah, quería confirmar una cosa contigo.
No has olvidado lo que me prometiste,
¿no? Eso de que no ibas a interferir con lo
de la fiesta.
–No.
–¿De verdad?
–Claro. – Respondió Hugo con total
seguridad.
No tenía ningún cargo de conciencia.
Reunir a sus vasallos y aconsejarles que
controlasen a los suyos con más esmero era
una de sus responsabilidades.
Como no hubo ni un atisbo de duda, Lucia
le creyó. Su marido era, desde luego,
muchísimo más fidedigno que la Condesa
de Wales.
–Es que me ha llegado un rumor.
–¿Cuál?
–Que has tirado por tierra los negocios de
la condesa por lo de la fiesta. Pero es
imposible. Tú sabes distinguir el trabajo de
lo personal.
–…Claro.
Hugo no tenía ningún cargo de conciencia,
en absoluto. La investigación del
envenenamiento era un asunto oficial, que
el dueño principal fuera el Conde de Wales
había sido pura coincidencia. Aun así,
vaciló y Lucia vio su expresión.
* * * * *
–El marqués de Deling ha enviado una
queja, Su Alteza.
Kwiz chasqueó la lengua y escaneó el
documento que le entregó su vasallo con la
mirada. Básicamente, aquel marqués
solicitaba permiso para castigar al caballero
Krotin que había insultado su honor.
Unos cuántos soldados de Deling habían
aplacado a Roy que los había molido a
palos.
–¿Por qué tienen tanto que decir ese grupo
de cobardes que atacan en grupo? ¿Qué
honor tiene?
El sirviente no conseguía acostumbrarse a
que el príncipe heredero hablase de esa
manera. No obstante, controló su expresión
facial y continuó:
–Lo que les molestó fueron los comentarios
del señor Krotin.
–Bueno, no creo que sea con él con quien
quieren pelea.
El marqués de Deling era uno de los
cabecillas de la oposición contra el príncipe
heredero. Eliminar a Krotin de su lado sería
muy beneficioso para su propósito: podrían
conseguir agrietar la estricta vigilancia del
príncipe y sus defensas, algo inhóspito
dado que sus guardias pertenecían al duque
de Taran.
Kwiz giró la cabeza para mirar a Roy que
estaba a su lado de pie. Aunque el caballero
sabía a la perfección de qué estaban
hablando, continuaba igual de inexpresivo
como si oyera llover.
–¿Por qué cojones te pusiste a hablarles
así? Ya los habías reventado, señor Krotin.
–¿Disculpe?
–Dicen que los llamaste “perros del
marqués”.
–Yo no dije eso. Dije que eran unos perros
que se dedicaban a besarle el culo al
marqués.
Kwiz gruñó.
–¿No es precisamente por eso que te
atacaron? Porque insultaste al marqués.
–No veo dónde está el insulto. Sólo dije la
verdad. Un caballero es el perro de su
señor. Su deber es obedecer y mover la
colita cuando hace falta.
Todos los presentes se sorprendieron.
–¿Un caballero es el perro de su señor?
¿Eso también se te aplica a ti?
–Oh, claro. Soy el perro de mi señor. Si me
pide que ladre, yo ladro.
Kwiz estalló en sonoras carcajadas dando
golpecitos sobre la mesa.
–¿Lo has oído? – Le dijo Kwiz al hombre
que tenía al lado. – Escribe bien clarito que
el señor Krotin no ha insultado a nadie y
rechaza la queja.
–…Sí.
–Qué envidia le tengo al duque de Taran.
Anda que tener un caballero tan leal. –
Kwiz miró inquisitivamente a sus
caballeros. – Pero el duque se ha encerrado
en el norte y no tiene ninguna intención de
venir a la Capital. Pensaba que nos visitaría
alguna vez…
Ya había pasado casi un año desde el
enlace del duque de Taran y a Kwiz le
fascinaba cómo aquella princesita que se
había criado en palacio era capaz de
aguantar tan bien en el norte. Creía que la
joven no sería capaz de soportar la
frustración y que acabaría regresando a la
Capital. Sabía que la princesa Vivian no
poseía una belleza descomunal y, sin
embargo, dudaba de si poder creerse
aquellos testimonios. ¿Tan hermosa era que
el duque la quería sólo para él? ¿O acaso
era su tipo? Siendo conocedor del historial
de su amigo, el príncipe heredero notó que
había algo raro.
Trató de investigar a aquella nueva duquesa
con poco éxito, pero descubrió que se
escabullía de palacio disfrazada de criada.
Al final, terminó abandonando la
investigación porque, al fin y al cabo,
cuando viniera a la Capital de visita
conocería a esta hermanita de la que
guardaba tan buena impresión.
* * * * *
Fabian estaba hasta arriba de trabajo como
siempre. En la Capital no había día que no
ocurriese algo nuevo y su trabajo era
recopilar toda la información posible.
–Oh, esto es nuevo. ¿Un círculo para
invocar al demonio del castillo de los
Taran?
Fabian escudriñó cada rincón y apuntó
todos los rumores que pudo para su señor,
estudió los informes de sus hombres y,
entonces, se le desencajó el rostro al
toparse con el de una novelista.
Fabian ordenó a sus hombres que
mantuvieran un ojo en Norman, la única
conocida de la princesa ya que podría
convertirse en alguien capaz de dañar a la
nueva duquesa usando su relación.
–¿Para qué ha ido allí la condesa de
Falcon? Y más de una vez…
Según el informe la condesa había ido a
visitar a aquella novelista porque era una
admiradora de sus obras, pero a Fabian se
le antojó extraño. La condesa de Falcon
siempre le había dejado un gusto amargo
en la boca y no sólo porque sus tres
matrimonios hubiesen terminado con tres
maridos muertos, a veces simplemente no
te gusta una persona.
Fabian decidió informar al duque de la
situación. Sabía que su señor no pretendía
ser un recién casado. Después de todo,
jamás había compartido lecho con la misma
mujer durante tanto tiempo. El duque no
era un mujeriego, simplemente satisfacía
sus deseos y nunca había sentido nada por
ninguna de las mujeres con las que se había
acostado. Ver que hasta un hombre como
aquel era capaz de decantarse por una sola,
le sorprendió.
–Nunca te vas a dormir sin haber aprendido
algo.
* * * * *
Philip no pudo ocultar su sorpresa cuando
Anna le contó que la duquesa había
rechazado el remedio.
–¿Sabe… cómo se consigue el aroma de
vainilla? – Murmuró para sí. – Déjame
verla. Esto es la cura.
–Sabes que no puede ser. ¿Qué has hecho
para que te tengan vigilado?
–Es un asunto personal, no tiene nada que
ver con la medicina. ¿Vas a rendirte tan
fácilmente?
Anna sacudió la cabeza.
–Pienso igual que tú, lo suyo sería que la
pudieras ver, pero es imposible.
–No puedo dejar un paciente así como así.
–…Pues le pediré permiso al señor duque
cuando vuelva.
El duque de Taran se había marchado a
inspeccionar el feudo, así que Philip pensó
que era una oportunidad dorada. Si el
duque regresa, no podría ver a la duquesa.
El duque ignoraba el secreto de la artemisa,
pero si él le recetaba una cura y la duquesa
se quedaba en cinta, Hugo sospecharía de
él de inmediato y haría cualquier cosa para
evitar que ese niño viera la luz. Por tanto,
el duque no debía enterarse de que él estaba
involucrado.
–La voluntad del paciente es una prioridad.
Lo más importante es si la paciente quiere
dar a luz a un hijo. ¿Crees que el duque
querría un hijo cuando a él lo apartaron del
trono una vez? Los nobles son crueles. Son
diferentes a nosotros. Los afectos a sus
esposas y el deseo de descendencia no
tienen nada que ver. ¿No te parece que
sería una lástima si la señora no tuviera a
nadie que la cuidase cuando se haga
mayor? –Philip intentó persuadir a Anna
con todo lo que pudo.–Puede que ahora se
lleven bien, pero…
Todos los de alta cuna eran iguales: tenían
amantes y lo único que estaba de su lado
eran sus hijos. Anna también creía que la
duquesa debía sentirse fatal por haber
tenido que adoptar a un bastardo.
–Lo hablaré con mi señora.
Anna sólo pensaba en el bien de su señora.
* * * * *
–El doctor del que te hablé me ha pedido
una cita con usted, señora.
–¿Sí? Me parece bien.
–En realidad es… El doctor del duque.
–¿Del duque?
–Sí, eso me dijo el mayordomo. Lo tienen
vigilado y tiene prohibido encontrarse con
usted, tampoco se le puede mencionar en
vuestra presencia. Es una orden del señor
duque. – El tono de Anna era firme.
–Entonces, ahora mismo estás cometiendo
un error gravísimo. – Lucia empezó a
perder el sentimiento de esperanza por su
benefactora. – Me lo acabas de mencionar.
–Soy plenamente consciente de ello y
pienso asumir la responsabilidad de mis
actos. Pero, señora, el doctor me ha
asegurado que puede curaros. Quiero venir
a explicarte cómo.
–¿La responsabilidad? ¿Cómo?
–…Voy a dimitir. No estoy capacitada.
Lucia estudió la expresión penumbrosa de
Anna.
–Si cumples con tu cometido no pasarán
cosas como la última vez o como esta.
–Sé que me he pasado de la raya. Sólo
quiero que mi señora pueda dar a luz a un
niño.
Lucia suspiró. Anna no era una mala
persona, todo lo contrario, encontrar a
alguien tan puro y dedicado como ella era
muy difícil, por eso le gustaba. Sin
embargo, no tenía mucho tacto.
–¿Cómo se llama el doctor?
–…Señor Philip.
–¿Señor?
–Es un barón.
¿Acaso el doctor de su sueño era este tal
Philip? ¿Por qué el doctor del duque se
dedicaría a vagar por el mundo? ¿Tal vez
algo sucedió con el duque en su sueño? En
la última parte de su vida en el sueño,
Lucia renegó de todo lo relacionado con los
altos cargos y se negó a escuchar las
habladurías.
¿Por qué Hugo no querría que conociese a
este hombre? Era un doctor y si Hugo le
aborrecía siempre podía desterrarle. ¿Por
qué complicarse tanto?
–¿Cuánto lleva trabando para el duque?
–Muchos años, señora.
Entonces, Lucia recordó que Hugo le había
dicho que había ciertos secretos que
prefería llevarse a la tumba y tuvo la
corazonada que este doctor debía
conocerlos. Pero seguía sin comprender
una cosa: si ese fuera el caso, ¿por qué no
matarle?
Hugo no quería que conociese a este
doctor, así que la única oportunidad que
Philip tenía para verla era ahora que su
marido estaba ausente y sus instintos le
advertían que no se encontrase con él a
espaldas de Hugo.
–No quiero verle. – Anna suspiró
desanimada. – Has cometido un grave
error, Anna, como doctora y como alguien
de esta casa. Puedo perdonar tu error sobre
mí, pero no el que hayas desobedecido las
órdenes del duque. Aceptaré tu dimisión
cuando volvamos de la Capital. – Entonces,
llamó a Jerome. – Jerome, Anna me acaba
de decir que el doctor del duque desea
verme, pero ya me habías advertido sobre
esto.
La mirada de Jerome se posó
solemnemente sobre Anna que se hallaba
en una esquina, cabizbaja.
–Sí, señora.
–No pienso encontrarme con él y seré yo
quien informe al duque de este asunto.
–Sí, señora.
–Anna quiere dimitir, pero se lo he negado.
Seguirá siendo mi doctora hasta que
lleguemos a la Capital. No hará falta que se
la interrogue.
–Sí, señora.
La actitud de Jerome era similar a la de un
caballero frente a su rey, siempre respetaba
las decisiones de su señora y se sentía
orgulloso de servir a dos señores como los
suyos.
El intercambio entre Anna y Philip
continuó durante todos aquellos meses.
Anna iba a aprender de Philip cada vez que
tenía tiempo libre y Philip admiraba la
pasión de Anna. Una vez a la semana
atendían a los necesitados en un callejón
remoto, hecho que mejoró drásticamente
las habilidades de Anna.
–¿Qué tontería es esta de que te has comido
artemisa para hacer una medicina? –
Exclamó una mujer de mediana edad.
En la estancia sólo había dos mesas
separadas por una cortina. Anna paró
atención a la voz de la paciente de Philip.
–¿Cómo voy a saber que me había comido
eso? Sólo eran hierbas.
–¿Estás ciega o algo? ¡De dónde te sacas
que parecen hierbas!
–¿Y para qué lo dejas en la cocina?
Madre e hija discutían alzando la voz.
¡Artemisa! Anna se detuvo y fijo la vista en
la cortina oscura.
–¿Y dónde está el problema? – Philip habló
con toda la calma del mundo.
–¡Ay, doctor! Se ha comido eso y no le ha
venido la regla. Pensar que no va a poder
ser una mujer del todo me quita el sueño.
–Pues yo lo prefiero así.
–¡Cállate, loca! ¿Quieres ser estéril?
Anna pegó un respingo de repente, corrió la
cortina y ni siquiera se fijo en la expresión
aturdida del par de madre e hija. Philip
miró a Anna y se dirigió a la paciente.
–No puedo tratarte si armas tanto jaleo.
Vamos a ver. ¿Cuánto has comido?
–Más o menos un plato. Lo mezclé con
verduras.
–¡Serás…! – Exclamó la madre. – ¿Cómo
puedes llamar verdura a eso? ¡Caray! ¡En
lugar de una hija, he parido a una inútil! –
Y continuó refunfuñando.
–¿Cuándo tuviste tu primera menstruación?
–Creo que hace dos años.
–No has seguido comiendo artemisa,
¿verdad?
–No.
–Pues entonces sólo es temporal, el mes
que viene volverá. No te preocupes. Usted
tampoco.
La madre y la hija intercambiaron una
mirada de incredulidad y tuvieron que
prometerles y jurarles que así sería para
conseguir que se marcharan.
–¿Qué ocurre, Anna? – Preguntó Philip. –
¿Algún problema con el paciente?
–…No. Luego te cuento.
Parte III
–Bienvenida, Kate.
Lucia saludó a Kate con un abrazo a pesar
de que había llegado sin avisar. Su amistad
continuaba intocable. Sus personalidades
habían derribado la pared que las separaba
como duquesa e hija de un vasallo. Lucia
no era una déspota y Kate no intentaba
aprovecharse de su relación, simplemente,
se trataban como a un igual.
–¿Te encuentras mejor?
–Sí, por eso he venido a verte.
Kate llevaba un mes postrada en cama por
culpa de una fiebre.
–Siento no haber podido ir a verte…
Hugo se había negado a dejarla ir a verla a
pesar de que le había explicado que sólo
iba a ir a visitarla, que no estaría el tiempo
suficiente como para que se le pegase la
enfermedad, su marido hizo oídos sordos.
En cuanto se enteró que una epidemia de
fiebre se había propagado por su territorio
le prohibió salir.
–¿Qué dices? Hiciste bien en no venir.
Kate no podía ni imaginar el terrible futuro
que le hubiese aguardado de haber
contagiado a su amiga. Lo último que
deseaba era sufrir las consecuencias de la
ira del duque. La joven estaba deseosa de
contarle los cambios en el ambiente del
norte a Lucia que se había convertido en un
pez gordo en los círculos sociales sin darse
cuenta. La muchacha no tenía ni idea de
cuán buscada era la información sobre su
persona. Aunque era de esperar, Lucia sólo
organizaba fiestas pequeñas por lo que era
difícil adivinar qué tipo de persona era.
Muchos habían ido a buscar a su tía para
enterarse de algún cotilleo sin éxito.
–¿Mi señor está inspeccionando el feudo?
–Sí, suele tardar unos cinco días, debería
volver mañana. ¿Cómo está la señora
Michelle?
–Como siempre. Cada vez más regañona.
Estoy harta de que me diga que ojalá fuese
la mitad como tú.
–Sabes que es sólo parlotearía. Eres
hermosísima y encantadora, Kate.
–Pues tú me pareces mucho más
encantadora.
–Gracias.
Kate no insistió porque sabía que Lucia
sólo se tomaría sus halagos como
comentarios sin importancia. Cada vez que
veía a su amiga se sentía hechizada de una
forma peculiar. Lucia no era una belleza
despampanante, pero cuánto más la
mirabas, más atraído te sentías por ella. No
era por su apariencia, sino por sí misma;
como si su esencia te embriagase. Era
como si llenase la estancia de flores a pesar
de haberlas arrancado todas.
–Ahora que hace mejor tiempo había
pensado en ir a una caza de zorro.
Podríamos ir las dos.
–¿No deberías esperar un poco? Acabas de
recuperarte.
–No, qué va. Aunque tú sólo podrías mirar
porque no tienes un zorro.
–Con eso me basta.
En ese momento se escuchó el retumbo de
los tambores.
–Oh, mi señor debe haber vuelto. – Kate
hizo ademán de levantarse, pero Lucia la
convenció para que volviese a sentarse.
–Eres una invitada, no pasa nada porque
estés aquí. Ahora vuelvo.
Lucia se marchó y dejó a Kate en la sala de
visitas. Pensar en cómo se le había
iluminado la cara a su amiga al escuchar el
aviso la hizo soltar una risita. Era adorable.
¿Tanto le gustaba su marido? No era raro
ver a Lucia encogerse como una doncella
tímida cada vez que se mencionaba a su
marido y es que, aunque se sabía que la
pareja ducal gozaba de buena relación, para
aquellos que no habían sido testigos de ello
era algo difícil de creer. La mayoría
pensaban que Lucia no era lo
suficientemente hermosa para robarle el
corazón al duque, sin embargo, Kate sabía
que sentarse a tomar el té una o dos veces
con Lucia no bastaban para comprender –
como ella hacía – la razón por la que el
duque estaba tan apegado a ella.
La puerta se abrió cuando el té ya se había
enfriado. Kate se giró para mirar quién
venía y se quedó boquiabierta. Un hombre
moreno y grandullón entró a grandes
zancadas en la habitación con la duquesa
de la mano, tirando de ella. En cuanto
Lucia puso un pie en la habitación, el
duque la apoyó contra la puerta cerrada y
empezó a besarla. Kate no supo cómo
reaccionar, se quedó inmóvil, aturdida. El
duque consiguió su título antes de que ella
hubiese debutado en sociedad, por lo que
nunca le había visto la cara y después de
casarse no había acudido a ningún acto
social. No obstante, el único hombre capaz
de besar y abrazar a la duquesa era el
duque.
Su relación no era buena, era demasiado
buena. Kate se ruborizó. Aquello no era un
beso de bienvenida, era un beso pasional
con un deseo explícito, un enredo de
cuerpos.
La mirada de Kate se encontró con la de
Lucia que enrojeció. Lucia había olvidado
la presencia de Kate por completo hasta
aquel momento. Le dio un golpe en el
pecho a Hugo con todas sus fuerzas y Hugo
se retiró al notar la súbita rebelión. Le
chupó los labios, le besó la comisura y se
apartó.
–¿Qué?
–Invitada… Tenemos una invitada…
Los ojos anaranjados de la muchacha no
sabían donde meterse, tenía las pestañas
húmedas y parecía querer llorar. Hugo la
deseaba locamente. ¿Por qué no hacerlo allí
mismo? No se veía capaz de esperar hasta
la noche. Llevaba días sin haberla tenido y
su cuerpo andaba como loco. Su esposa le
gustaba la pulcredad, por lo que raramente
le permitía poseerla sin haberse bañado y
preparado; tampoco era común que le
dejase hacer lo que quisiera fuera del
dormitorio. Dios sabe cuántas veces había
tenido que resistir el ímpetu de subírsela a
la mesa de su despacho y tomarla allí
mismo. Le encantaría hacerlo.
–¿Una invitada? – Repitió Hugo y giró la
cabeza para encontrarse con una mujer
cabizbaja en el sofá. Sin embargo, su
expresión no cambió y no quitó la mano de
la cintura de su mujer.
–La señorita Milton…
–Ah.
La famosa señorita Milton.
Hugo anduvo hacia el sofá descansando la
mano en la cintura de Lucia y Kate se
levantó a prisa para ofrecer una reverencia.
–Saludos, señor duque. Soy Kate, hija del
conde Milton.
–Encantado, señorita Milton. Veo que he
interrumpido vuestros aperitivos. – Le dio
un besó suave a su esposa y continuó. –
Pásatelo bien.
Soltó a Lucia y abandonó la sala. Era como
una tormenta que derribaba todo a su paso.
Lucia era incapaz de ser tan desvergonzada
como Hugo y fingir que no había ocurrido
nada. La muchacha guardó silencio muerta
de vergüenza y le pegó un par de sorbos al
té helado de la mesa.
–Decías… Decías que querías ir a cazar. –
Lucia fue la primera en romper el
incómodo silencio. – ¿Cuándo?
–Dentro de… unos cinco días. Espero que
puedas venir.
Su conversación continuó torpemente.
* * * * *
Jerome se dirigió al despacho de Hugo, que
ya estaba inmerso en cientos de
documentos, en cuanto terminó la reunión.
Cualquier recién llegado se tensaría ante
semejante situación, pero para los
veteranos no era nuevo que el duque
revisase el contenido de la reunión treinta
minutos después.
–Mi señor.
–Mm. – Hugo respondió con un gruñido
suave y un gesto indicando que no quería
té.
–Ha llegado Fabian.
–Que pase.
Unos instantes más tarde, Fabian entró con
su informe en las manos. Hugo le dedicó
una mirada a modo de saludo y asintió.
Repasó el documento sin mucho interés y,
de repente, frunció el ceño. ¿Por qué la
condesa de Falcon se estaba acercando
tanto a la conocida de su esposa?
–¿…Qué demonios significa esto? –Fabian
se tensó ante la reacción del duque. – ¿Sólo
se te ha ocurrido traerme esto ahora,
después de que hayas estado pululando por
aquí tantas veces?
Fabian tragó saliva. Si no lo hubiese traído,
habría estado en problemas.
–Lo siento, ha sido un error.
Fabian admitió su culpa. Conociendo a su
amo cualquier atisbo de excusa le habría
servido para ganarse algo aterrizando sobre
su cabeza.
Hugo reanudó su lectura y su rostro se
desencajó cada vez más. El informe sobre
la condesa de Falcon incluía que había
investigado a la princesa Vivian y que, con
el tiempo, se había topado con la relación
que la novelista y su esposa mantenían.
–¿La han investigado? – Preguntó con tono
amenazador. Fabian estalló en sudores
fríos. – ¿Quién está a cargo de las
inversiones? Traedlo.
Ashin entró en el despacho poco después.
No estaba exactamente a cargo, pero su
posición le permitía saber cómo iban las
cosas.
–¿Hemos invertido en algo de la condesa
Falcon?
Hugo no solía involucrarse con este tipo de
negocios. Si el plan era provechoso, se les
daba bandera verde.
Ashin rebuscó por los archivos y trajo el
documento que le había pedido.
–Retira todas las inversiones. Ahora
mismo.
–¿Ahora… mismo? Se necesita avisar con
un mes de antelación-…
–Ahora mismo. – Hugo se petó los nudillos
a modo de darle énfasis a su orden. – Envía
una advertencia: quien sea que vuelva a
intentar alguna tontería por el estilo perderá
la cabeza. – Le dijo a Fabian.
La condesa Falcon le dio pena a Fabian.
Los Taran habían invertido una gran
cantidad, perder semejante dinero
significaría un golpe muy duro para los
negocios de la mujer. Hacerle algo así a
una mujer con la que había mantenido un
tipo de relación íntima era despiadado. El
duque de Taran no retiraba dinero a no ser
que hubiera pérdidas, era la primera vez
que lo hacía por motivos personales.
El duque no estaba fascinado por su esposa,
no es que estuviese divirtiendo: se había
enamorado perdidamente.
* * * * *
Lucia le pidió a Hugo que le dedicase un
poco de tiempo después de cenar. La pareja
fue a la sala de estar y se sentó uno delante
del otro.
–Tu doctor me pidió verme mientras no
estabas.
A Hugo se le cambió la expresión
instantáneamente. Había ordenado
específicamente que no se le dejase saber
de la existencia de Philip. Era la primera
vez que Jerome no cumplía con sus
obligaciones. Jerome bajó la cabeza a los
pies al notar la intensa mirada de su señor
posándose sobre él.
–No te enfades con él. Ha sido mi doctora
quien te ha desobedecido. Al parecer fue a
pedirle consejo. Me he enterado de que has
estado preguntándole cómo iba mi
tratamiento cada semana, ha debido estar
bajo mucha presión.
Lucia ignoraba que su esposo había estado
exigiendo un informe de los avances en su
cura cada semana. Enterarse de que Hugo
había estado preguntando constantemente
le hizo sentir agradecida, pero comprendió
la presión que tuvo que aguantar Anna.
–Mi doctora, Anna, va a dimitir. Espero
que no la castigues.
Lucia admiraba los esfuerzos de Anna.
Aquella mujer había sobrepasado su papel
y había hecho todo lo posible para
ayudarla. Hizo todo lo que Lucia había
hecho en su sueño, hasta había encontrado
a Philip. Había estado interactuando con el
doctor del duque hasta conseguir adoptar
los conocimientos y habilidades de éste, y
sólo entonces, había probado el remedio en
sí misma. No obstante, Anna era
imprudente. Si Lucia no hubiese sabido
algo de medicina se habría tomado
cualquier cosa sin importar si era o no la
cura. Anna no parecía comprender la
magnitud de su error. De haberlo sabido,
Jerome habría informado a Hugo y la vida
de Anna hubiese corrido un gran riesgo.
–Muy bien.
–Mi doctora estaba segura que el tuyo
conoce la cura.
–…Ya veo. – Hugo reconocía lo increíbles
que eran las habilidades de su doctor. –
¿Ha usado a tu doctora para conocerte? –
Hugo no daba crédito con Philip.
–No, mi doctora dice que ella misma lo
preparó todo. Me dijo que tu doctor no
quiso aparecer hasta el final.
Anna se culpó a sí misma para no
involucrara Philip. No quería implicarle
porque ya estaba suficientemente vigilado
y para la buena mujer, Philip era un
maestro y una muy buena persona.
–Jerome. – Hugo indicó a Jerome que les
dejase a solas con una mirada. – Hay una
razón por la que no quise que le conocieras.
El viejo no le haría daño a Lucia, no tenía
motivos para ello. Lo que deseaba aquel
curandero era una hija de Hugo, es decir,
una esposa para Damian, para continuar el
legado de los Taran. Lo que le preocupaba
a Hugo eran las tonterías que el anciano
pudiese contarle a su mujer.
–Ah, claro. Todo lo que haces tiene un
motivo.
Si los tres estaban presentes, el viejo no
sería capaz de soltar tonterías. Hugo no
quería verle la cara, pero si conocía la cura,
no le quedaba de otra.
Parte IV
Hugo odiaba que su esposa no estuviera
sana. Todo el mundo le avisaba que su
condición no era normal, lo único que
repetía la doctora era que estaba buscando
la cura desesperadamente. Sí, las
habilidades de aquel viejo parecían superar
las de los demás.
–No tengo ninguna intención de ver a tu
doctor. Ni tú quieres verle, ni quieres que
yo lo haga, ¿verdad?
–…Sí.
–¿Te ha hecho algo? ¿Por qué tienes a
alguien a quien odias tanto contigo?
Había muchos motivos complicados por los
que mantenía a Philip con vida, pero el
principal es que le había salvado la vida a
su hermano.
–Le debo mi vida. Mi hermano sobrevivió
muchas veces gracias a él.
Por supuesto, había algo más: Philip
conocía los trapos sucios de los Taran.
Mientras estuviera vivo, Hugo sería
incapaz de olvidar la oscuridad que
habitaba en su interior. Hugo se castigó a sí
mismo de esa manera para redimir a su
hermano. No obstante, no dudaría en
eliminar a Philip en el caso en que se
convirtiera en un peligro, aunque por ahora
no fuese más que un doctor que se limitaba
a parlotear sobre el legado y las
generaciones de su familia.
–Ya veo.
Lucia se sintió aliviada. El benefactor de su
sueño no era mala gente.
–Pero has dicho que sabe la cura.
–Sí, pero no confías en él. ¿Le dejarías
tratarme?
A Hugo le inquietaba. Si dejase a su esposa
en manos de aquel anciano no se quedaría
tranquilo, aunque realmente fuera tan
bueno como parecía. Aun así, Philip no
daba falsas esperanzas. Si decía que podía
tratar algo, es que podía.
–Si te soy sincera, sé la cura.
–¿Qué?
–Bueno, es que perdí la oportunidad de
decírtelo y como luego me enfadé contigo
porque decías que quería que me curasen
como fuera, pues no te lo dije. Lo que
quiero decir, es que no necesito la ayuda de
ningún doctor.
Hugo se sintió ridículo y aliviado al mismo
tiempo. Cuánto más la conocía, más
misteriosa le parecía. Su esposa era una
mujer dócil y tranquila, pero de vez en
cuando le rompía todos los esquemas.
–No estoy enferma. No tengo ningún
problema con hacer mi vida y puedo
curarme cuando yo quiera.
–¿Es por mí? Porque te dije que no quería
hijos…
–Entiendo el porqué, así que no te
preocupes. Ya lo pensaremos. Si no
quieres, pues yo tampoco. Pero no pienso
curarme sin hablarlo contigo primero.
Hugo no se atrevía a decirle que el
problema no era ella, sino él. Temía que le
dejase si se enteraba. De repente, se sintió
como si le estuvieran arrastrando a las
profundidades de lo desconocido. ¿Por qué
había nacido con ese cuerpo? Hasta
entonces le había parecido una suerte que
no pudiese tener descendencia, pero ahora
comprendía la magnitud de la maldición.
Era una maldición que no le permitía
formar una familia normal con la mujer a la
que amaba. Recordó la expresión con la
que su hermano le había contado que
quería casarse con una mujer. ¿Se habría
alegrado de saber los oscuros secretos que
ocultaban el nacimiento de su hijo? Sí, su
hermano lo hubiese aceptado.
Hugo envidiaba a su hermano. Él se había
enamorado sin saber que se trataba de su
media hermana. Si Hugo tenía que hacer
beber a otra persona su propia sangre,
prefería no tener hijos. Creía que en cuanto
lo hiciera, se convertiría en un monstruo de
verdad. Era demasiado tarde para hacerlo
con ella, pero aun así, no quería.
–Como tú quieras.
Hugo no tenía potestad para prohibirle que
se curase o no. No quería darle falsas
ilusiones de un embarazo, pero tampoco
quería que pensase que estaba en contra de
tener hijos con ella.
–Ven aquí.
Hugo abrió los brazos. Lucia soltó una
risita, se levantó, se le acercó y permitió
que la estrechase. Se sentó sobre su regazo,
Hugo la rodeó por la cintura y enterró el
rostro en los pechos llenos de ella.
–¿Ha pasado algo?
–No. Ah… Ha llegado una carta de
Damian.
–…Cada día llega carta.
–No es cada día, sólo una o dos veces al
mes.
Los ojos de Lucia se iluminaron en cuanto
Damian apareció en la conversación. A
Hugo seguía disgustándole ese afecto tan
excesivo por un hijastro, pero con el tiempo
se acostumbró.
–¿Y qué dice en la carta?
–Que le va bien.
Lucia empezó a bombardearle con toda una
serie de detalles sobre la vida escolar del
niño que había leído en la carta. Hugo
sonrió y recordó que en el informe que
había recibido no hacía mucho se explicaba
que el chico había estado poniéndose la
bufanda de su mujer hasta que había
empezado a hacer calor.
–Me dijiste que la primera vez que le viste
te dio la sensación de estar viéndome a mí,
¿no?
–Sí, era como verte de niño.
Su esposa de niña. ¿Cómo sería ver a una
pequeña que fuese el vivo retrato de Lucia?
¿Cómo sería un niño sin rastro de su
maldición, sin el pelo negro ni los ojos
rojos? Hugo sintió un malestar en el pecho.
Podía colmarla de poder y riquezas, pero
sería incapaz de darle un hijo. ¿Y si esto
acababa haciéndole daño? ¿Y si le
imploraba un hijo? Hugo se sentía en
medio de un laberinto eterno sin salida.
* * * * *
–Tu contrato ha terminado, Anna. De
momento te vamos a renovar el contrato,
pero será temporal. – El tono de Jerome
poseía un retintín distintivo.
Anna contestó con un murmuro casi
inaudible y repasó los documentos que
había sobre el escritorio con esmero.
Entonces, firmó un acuerdo de
confidencialidad vitalicio.
–Has perdido nuestra confianza. Tienes
prohibido salir hasta que se te acabe el
contrato y tu trato con otra gente se
mantendrá al mínimo. Tienes prohibido ver
al otro doctor.
–…De acuerdo.
–Cuando se te acabe el contrato seguirás
bajo vigilancia para asegurarnos de que
sigues el contrato de confidencialidad que
acabas de firmar. Será mejor que no hagas
nada sospechoso.
Ahora que iba estar bajo estricta vigilancia
por el resto de su vida, Anna se percató del
terrible error que había cometido. Hasta
que entró en la casa ducal, no había tratado
con nadie de la alta cuna e ignoraba las
costumbres o las normas de los nobles.
Nadie se había atrevido a tratarla sin un
mínimo de cortesía desde que se había
mudado a la mansión de duque. Los otros
sirvientes eran amigables y los pocos
superiores que tenía siempre habían sido
respetuosos, pero poco le faltaba para
descubrir la generosidad con la que la
habían estado envolviendo todo este
tiempo.
–¿Puedo ver al doctor Philip una última
vez? Me ha enseñado mucho, me gustaría
despedirme.
–Se lo preguntaré al señor.
* * * * *
Philip sabía que algo andaba mal porque
Anna no se había puesto en contacto con él
en todo el día desde que el duque había
regresado a la casa. Cualquiera que se
enterase de la situación en la que estaba la
duquesa, llegaría a la conclusión que la
joven iba a saltar de alegría si se enteraba
de que había una cura para su condición. El
anciano no conseguía hacerse la idea de
dónde se habían cruzado las cosas.
–Mi señora se niega a verte, Philip.
Seguramente el duque ya lo sabe todo. No
te preocupes, lo he explicado bien.
El viejo doctor se frustró. Su objetivo
estaba en sus narices y era, a la vez,
inalcanzable. Sin embargo, ocultó su
angustia.
–Siento los problemas que te he dado,
Anna.
–No, la descuidada he sido yo. Ya no
podremos ver nunca más y voy a dimitir
dentro de poco.
–¿Oh? O sea que te están castigando. Me
sabe mal, ha sido culpa mía.
Si Anna dimitía el único modo de acceso al
duque desaparecería.
–Voy a volver a mi vida de antes. Este
puesto es más de lo que me esperaba.
–Deberías haberle dicho a la señora que
soy el doctor del duque.
–Da igual, es imposible venir a verte sin
que te vean.
–Bueno, eso también es verdad. – Philip
aparentó resignarse, pero chasqueó la
lengua para sus adentros.
Qué mujer tan inflexible. Era precisamente
porque tenían los ojos puestos en él que la
mejor oportunidad era cuando el duque no
estaba. Era imposible que el duque tuviese
autoridad suficiente como para negarle algo
como esto a la duquesa. Se acabaría
enterando, pero él ya habría conseguido
hacer todo lo posible para ayudar su
esposa.
–¿Qué vas a hacer cuando pliegues?
Menuda pérdida para la casa.
–¿Pérdida? No he podido curar a mi señora,
sólo he estado dándole algo para el dolor de
cabeza cada dos meses.
–¿Dolor de cabeza…? – A Philip se le
iluminaron los ojos.
–Por las migrañas, es un síntoma bastante
común entre las mujeres.
–Ah, sí. Es común, sí. – El toque de locura
que se apoderó del anciano se desvaneció
tan rápido como había llegado. – Conozco
una medicina fantástica para el dolor de
cabeza. Si quieres te lo puedo dar como
regalo de despedida.
–¿No es una receta secreta de tu familia?
Me sabe mal que me des algo tan valioso…
–No voy a ganarme el jornal con la
medicina, pero ese no es tu caso. Si ayuda a
más personas, me sirve.
–Ah, Philip. Muchísimas gracias. Hasta el
final has sido un encanto conmigo.
–Te enviaré la receta en un par de días.
Voy a escribirte qué plantas lleva para que
no tengas problemas.
En cuanto la mujer se marchó, una sonrisa
se extendió por la comisura de los labios de
Philip.
–Y ahora, manos a la obra con la medicina
para el dolor de cabeza.
Philip jamás dejaba escapar la más mínima
oportunidad. Nunca haría algo que hiciera
sospechar al resto de él, de haber parecido
peligroso, el duque no le habría perdonado
la vida.
La medicina para neutralizar la eficacia de
la artemisa era el fruto de los esfuerzos de
varias generaciones a base de pequeños
tratamientos que habían registrado en una
libretita. Ahora Philip estaba buscando la
manera de eliminar el aroma de vainilla de
la mezcla, por supuesto, costaría el doble y
tal vez fuese más difícil quedar en cinta,
pero los cielos no le habían fallado nunca
hasta el momento.
Capitulo 54 A la Capital
La primavera dio paso al segundo verano
que Lucia pasaba en Roam. Sus días eran
tranquilos, rutinarios. Un ayer como el hoy,
y un hoy como el mañana.
–Tenemos que prepararnos para ir a la
Capital, Su Majestad el Rey ha muerto. –
Anunció Hugo cierto día durante la cena.
A Lucia se le cayó el tenedor. Lo había
olvidado por completo, o quizás lo había
enterrado en las profundidades de su mente
a propósito en un amago de vivir en su
burbuja.
–¿Estás bien?
–Sí… Me he sorprendido.
Lo que la sorprendió no fue la muerte de su
padre, sino que las manecillas del reloj que
creía parado habían empezado a moverse
de nuevo. El futuro caótico que había
presenciado en su sueño se ponía en
marcha. Lo odiaba.
La reina era estéril, en otras palabras, todos
los hijos del rey eran bastardos y cualquiera
podía ser el heredero. De los casi veinte
hijos que había concebido, sólo cinco
seguían vivos mientras que las casi
veintiséis princesas gozaban de buena
salud. Ninguna de las princesas tenía el
derecho de ascenso al trono, pero los
príncipes intentarían matarse entre ellos
para hacerse con él. La corte presenciaría
un baño de sangre del que el príncipe
heredero se alzaría victorioso a pesar de no
poder acabar del todo con sus competidores
y, para reforzar su poder, necesitaría al
duque de Taran cerca.
Lucia desconocía los detalles de la lucha,
pero estaba segura que Hugo iba a estar
muy ocupado a partir de entonces. En su
feudo no paraba quieto, pero sus tareas eran
relativamente simples: administrar, reunirse
con los vasallos, vigilar el territorio e
inspeccionar. Gracias a que las gentes que
allí vivían contaban con limitada libertad
de movimiento, eran predecibles. A
diferencia de lo que se había esperado,
Hugo había le había sido fiel tal vez porque
las costumbres del norte – que nada tenían
que ver con las de la Capital – le habían
influido. Las relaciones antes del
matrimonio eran habituales, pero la gran
mayoría se resignaba a la monogamia tras
pronunciar los votos, sin embargo, en la
Capital estaría rodeado de tentaciones.
Lucia se inquietó. La Capital estaba llena
de mujeres hermosísimas a la espera de una
buena excusa para abalanzarse sobre él.
–¿Me estás escuchando?
–¿Eh? – Lucia se sobresaltó y se le cayeron
los cubiertos.
–¿De verdad que estás bien?
–Ah… Sí, estaba pensando en otra cosa.
–¿En qué?
–Pues… que ha sido muy de repente. Me
pregunto si ya no gozaba de tan buena
salud.
–Al parecer no. Y a pesar de los consejos
de la corte, no contuvo sus deseos carnales
y el alcohol.
La personalidad del rey le avergonzó, era
como mostrar su parte más sucia a su
marido. Lucia no lamentaba no haber
mejorado su relación con el rey.
–¿Vas a ir?
–Iba a partir al amanecer. No puedo ir
contigo porque tengo que darme prisa. Ten
cuidado cuando salgas, cariño mío.
–Sí, partiré en cuanto esté lista.
Después de cenar, Hugo la cogió de la
mano y la guio fuera de la estancia. Los
sirvientes ya estaban acostumbrados a las
interacciones de sus señores, y aun así,
Lucia no podía evitar sentir algo de pudor.
Su marido se la llevó a la terraza y la
abrazó con muchísima fuerza. Ella le
devolvió el apretón y le rodeó la espalda
con las manos.
–¿Qué pasa, Hugh…?
–No te gusta cuando lo hago delante de los
criados.
El verano apagó la comodidad de su
abrazo.
–Qué calor.
Hugo suspiró y la soltó.
–¿No puedes esperarte un poco a chillar
“qué calor”?
–Pero es que hace calor.
–Qué fría eres. – Gruñó él.
Lucia estalló en carcajadas. Hugo la
contempló con dulzura, tiró de su cintura y
le besó la mejilla.
–¿Qué pasa? Has estado muy ida durante la
cena.
–No, es que… Es complicado. Irme de aquí
me da pena.
–¿Quieres quedarte?
Sus palabras eran tentadoras. Hubiese
estado bien quedarse.
–No digas tonterías. Tienes que hacer
muchas cosas en la Capital. Recuerda que
le pediste ayuda al príncipe heredero para
lo de Damian.
–Suena a que tengo que ir a trabajar por el
chico.
–Claro, ¿qué padre no trabaja por sus hijos?
–¿Crees que el chico sabrá lo mucho que
me esforzado?
–Por supuesto, no es tonto.
Hugo murmuró para sí que pesé a todo,
Damian sólo la tenía a ella en mente. Hacía
poco se había aventurado a leer una de las
cartas del chico y descubrió que eran
básicamente un informe de absolutamente
todo lo que hacía durante el día.
–¿Todo bien con Damian?
–Te mantiene informada, ¿no?
–Bueno, de algo nuevo te habrás enterado.
Damian vivía en el internado sin revelar su
verdadera identidad. Para convertirte en el
Sitha necesitabas algo más que habilidad,
sin embargo, todavía quedaba tiempo y
Hugo se limitaba a vigilar el desarrollo del
chico sin interferir. Damian estaba rodeado
por gente hipócrita y codiciosa, era bueno
que creciese sin estar en una nube.
–Le va bien, claro.
En realidad, un par de matones habían
buscado pelea con el chico hacía unos días.
No fue nada del otro mundo: nada roto,
nada adolorido. Sí, estaba claro que
Damian era un digno hijo de su hermano.
De haber sido él, habría masacrado a esos
rufianes.
–Ya basta de hablar del chico. Ten cuidado
cuando partas, y con el calor.
–No te preocupes, tengo mucha gente para
atenderme.
Lucia apoyó la cabeza en su pecho. Los
afectos de su marido rozaban lo romántico
y suponía que le debía gustar hasta cierto
punto, sin embargo, su inquietud no se
desvanecía.
La capital estaba plagada de sus antiguas
amantes, bellezas prendadas de su encanto
y hasta la mujer que había sido su esposa
en su sueño. Temía que le dejase. Lucia se
había convencido que mientras ella pudiese
amarle le sería suficiente, que podría
soportarlo y querer sin molestar, pero ahora
se preguntaba si existía un amor así.
Lentamente, fue siendo consciente de su
propia arrogancia. Para ella, un amor así
era imposible.
* * * * *
* * * * *
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Parte II
* * * * *
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Parte III
* * * * *
–¡Señor Taran!
Hugo se detuvo y se dio la vuelta.
–¿Le apetece acompañarme un rato si no
tiene nada mejor que hacer? – Le preguntó
el dueño de la voz.
Se trataba del amigable Conde David
Ramis, primogénito del duque Ramis y el
cuñado del príncipe heredero. Hugo y él
coincidían en edad, no obstante, Ramis era
un mero futuro heredero mientras que
Hugo era el cabeza de su familia. Así que
el hecho de que no se dirigiese a él como:
“Mi señor” era terriblemente descortés y
desvelaba la rivalidad que ocultaba su
sonrisa.
–No creo que encaje. – Contestó burlón el
duque de Taran mirando directamente a la
larga cola de vasallos de Ramis.
–¿Eh? ¡En absoluto! Si tú vienes será una
velada especial, no te preocupes.
–Lo que me preocupa es que el único
especial sea yo.
Era imposible no detectar la ironía en el
tono de voz de Hugo. David abrió los ojos
y se ruborizó por la vergüenza. Era la
primera vez que lo rechazaban.
Normalmente la gente intentaba ganarse su
favor por ser el futuro duque.
–¡Qué directo eres! ¿No te importaría
debatir un poco conmigo?
–Que lo haga tu padre. Si tu padre necesita
algo, que me lo diga. – Dicho esto, se dio la
vuelta y se marchó sin mirar atrás.
David apretó los puños humillado.
–Es grosero hasta para ser un caballerucho.
– Empezó a criticar uno de los seguidores
de David a modo de demostrar su lealtad.
–Mejor que no venga. – Continuó otro.
–Aunque haya nacido para la guerra, sigue
siendo un hombre excepcional. – David
sonrió. – Por eso a Su Majestad el príncipe
heredero le cae tan bien.
–Sigue sin tener ni punto de comparación
con usted. En algún momento será el tío del
próximo heredero del trono.
David sonrió complacido por los halagos
de sus lacayos.
* * * * *
Parte II
* * * * *
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Parte IV
* * * * *
El carruaje se detuvo delante de la joyería
que había recomendado Antoine. Habían
enviado a un mensajero con antelación para
darle tiempo a la Joyería Sepia a echar a los
cuatro curiosos que quedaban y cerrar las
puertas para el más especial de sus clientes.
En cuanto el conductor tiró de las riendas
todos los trabajadores salieron a la calle
para recibir al Duque con la mayor cortesía
posible.
Hugo examinó los aparadores y señaló
unos cuantos sin decir mucho. Para él todas
esas piedras preciosas tan costosas no eran
para tanto, pero no podía hacer mucho más.
Era difícil distinguir si realmente estaba
comprando o sólo mirando, porque lo único
que hacía era señalar, sin embargo, nadie
parecía incómodo.
–Podemos ir tirando con esto. – Anunció
cuando en la mesa de la caja ya había una
montaña de piedras preciosas.
–¿A cuál se refiere, mi señor…? – Preguntó
el jefe de la tienda frotándose las manos y
bajándose para presentarse como alguien
servicial.
Con vender uno de los artículos que el
duque había escogido ya habrían arreglado
el mes. Eran todos objetos carísimos y de
alta calidad.
–A todo.
–¿A… todo?
–¿No está a la venda?
–¡No! No, perdone, tiene razón. ¡Ahora
mismo se lo preparamos! – Casi no pudo
contener la ristoada de felicidad.
–¿Cuánto tardarás?
–Un… Poquito… Ahora mismo lo hago.
Hugo cogió un collar con un único zafiro
amarillo como el tono de sus ojos de la
mesa y ordenó:
–Envuélveme esto y el resto envíalo.
–¿Le importa si lo enviamos mañana si no
es urgente? Nos gustaría garantizar que el
pedido llegue en óptimas condiciones.
–Adelante.
Fue entonces, después de vaciar una joyería
entera, que Hugo decidió regresar a casa.
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Parte V
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Parte VI
* * * * *
* * * * *
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Parte VIII
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Parte IX
Después del baño se enzarzaron en sexo
salvaje hasta que Lucia se agotó. A pesar
de la cantidad de veces que había retozado
con él, su cuerpo no conseguía
acostumbrarse del todo. Hugo se la había
colocado encima para disfrutar de su calor.
Le acarició el trasero tan suave como el
algodón sin que su esposa opusiera
resistencia.
–La coronación será dentro de un mes.
–Es… más tarde de lo que me esperaba.
¿Tanto suele tardar?
Lucia no recordaba del todo cuánto había
tardado a llevarse a cabo la coronación en
su sueño, el mundo exterior había
cambiado radicalmente, pero los muros del
palacio donde residía no se habían visto
alterados en lo más mínimo.
–Hay que seguir unas costumbres
estúpidas.
Lo virtuoso para el nuevo rey era esperar a
que los nobles pasaran por una ceremonia
en la que rogaban la coronación del nuevo
monarca. El heredero debía rechazar la
petición tres veces y sólo la cuarta vez
estaba bien visto aceptar los deseos de sus
súbditos.
–Si es dentro de un mes ya se habrá
acabado el verano, así que el vestido que he
comprado…
–Ya habrá ocasiones para que te lo pongas.
Pronto te empezarán a llover invitaciones
para fiestas. – Dijo claramente soñoliento.
Lucia intentó luchar contra el sueño.
–¿Invitaciones? ¿Las fiestas no están
prohibidas?
–Oficialmente, sí. Pero las que no son
formales no pasa nada. Cada día hay fiestas
de té.
–Fiestas de té…
–No hace falta que atiendas a ninguna
actividad social hasta la coronación si no
quieres.
–¿…De veras?
–Claro.
–¿No se correrá el rumor de que tengo
alguna enfermedad mortal si no voy? –
Hugo soltó una risotada. – No creo que sea
bueno para ti.
–No hay nada en el mundo que me
preocupe. – “Excepto tú”, añadió para sus
adentros.
Lucia reflexionó. No podía seguir
escondiéndose del mundo y tampoco le
asustaban las miradas inquisitivas y la
atención de los demás. Su sueño y su
experiencia en el norte la habían ayudando
a crecer. No era ninguna jovencita asustada
a las puertas de su debut social.
–Será mejor que vaya a una fiesta de té la
primera vez para ver cómo van las cosas.
¿Cuán diferentes serían las fiestas del té allí
en la Capital? En sus sueños sólo había
asistidos a bailes por insistencia del Conde
Matin, por lo que jamás había tenido la
oportunidad de ir a muchas más de las
necesarias para que siguieran invitándola.
Por eso mismo había podido sobrellevar los
nervios de las fiestas en el Norte.
–Pero, el vestido…
–Deja el tema. Si lo devuelves, los rumores
van a volar. Dirán cosas como que me voy
a arruinar o algo así.
Lucia se rió a carcajadas.
–La diseñadora me ha dicho que fuiste a su
tienda en persona a hablar con ella. – Este
había sido el principal motivo por el que
había bajado la guardia con Antoine. Saber
que Hugo había ido hasta una tienda que no
iba para nada con su personalidad la había
emocionado. – ¿Por qué?
–¿Necesito un motivo?
–Si no me lo dices, pensaré yo en uno.
–¿…Cuál?
–Pues que lo has hecho porque te daba
miedo que deshonrase el nombre de la
familia con mi apariencia.
–No, eso me da igual. – Hugo se percató de
lo poco ventajoso que era que su esposa
pensase lo que a ella le diera la gana.
–¿Pues, entonces?
–¿De verdad tiene que haber un motivo? Te
lo quería comprar. ¿No puedo?
–Sí, claro. – Contestó ella risueña.
–A veces, – Hugo suspiró. – me da la
sensación de que nos vendría bien un
intérprete cuando hablamos. ¿Por qué será?
–No sé. Yo no lo creo, ¿por qué será? –
Lucia soltó una risita y él puso mala cara. –
No lo hagas demasiado a menudo.
–¿Qué?
Lucia no respondió, no le dijo que no
quería malinterpretar la situación y pensar
que la quería más de lo que ella creía. Hugo
pensó que se había quedado dormida y no
dijo nada más.
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Parte X
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Parte XII
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Parte II
Lo primero que hizo Lucia fue saludar a la
Condesa de Jordan.
–Gracias por invitarme, Condesa.
–Gracias a usted por venir. Es un gran
honor conocerla, Duquesa. Su belleza
supera con creces a lo que narran los
rumores.
La actitud de la Condesa era
extremadamente prudente. Sentía que la
Duquesa era alguien difícil de tratar y, en
absoluto, la típica jovencita de veinte años
que esperaba.
Lucia esbozó una sonrisa. Antoine había
hecho todo lo posible por ella desde bien
temprano. Según su modista la gracia de su
atuendo era la “elegancia” y “dignidad”.
Era su primera actividad social y la
comerciante le había aconsejado que
presionase a las nobles, dejar clara su
superioridad. Frente al espejo, después de
que la maquillaran, la joven había estado
practicando su expresión entre risas y,
verdaderamente, el resultado era
espectacular: la imagen que reflejaba su
espejo era la de una digna Duquesa
rebosante de gracia.
Iban a tomar el té en el amplio jardín de la
Condesa: había preparado sombrillas,
parasoles y un caminito para facilitar el
movimiento a sus invitadas. En cada una de
las mesas había espacio para cinco o seis
personas con la excepción de una para diez
en medio dónde había colocado a la
Duquesa y la Condesa se iba moviendo de
un lado para el otro para conversar con
todas las asistentes equitativamente. Las
criadas correteaban de un lado a otro y las
nobles empezaron a parlotear y presentarse.
–Me llamo Sofia Alvin, mi marido es el
Conde de Alvin.
Lucia se quedó parada unos instantes,
sorprendida por su habilidad de mantener la
compostura y porque en su sueño Sofia se
había acabado casando con un marqués, no
con el Conde Alvin. El futuro había
cambiado. Aunque era un hecho obvio:
Hugo debería seguir soltero y ella debería
seguir abandonada en el palacio, pero se
habían casado y el futuro avanzaba por
sendas desconocidas tanto para ellos como
para cualquier que tuviese la más mínima
conexión con ellos.
Lucia se encontró con Sofia, ahora
Condesa de Alvin, inesperadamente, pero
su corazón no vaciló. Había sido testigo de
la cruel ruptura de ella y su marido,
además, no había sido más que una de las
tantas mujeres de su pasado, no era algo de
lo que debiese preocuparse. Sin embargo,
era una situación peculiar. En la lista no
figuraba su nombre y la Condesa de Jordan
debía saber los rumores sobre ella y el
Duque. Estaban sentadas en la misma
mesa, que era de per se un tema delicado: si
no querías ver a alguien, no ibas; si
sentabas en la misma mesa a dos enemigos,
el desenlace podía ser trágico. Por eso
mismo cualquiera no era capaz de
organizar reuniones, quedadas o fiestas.
Las relaciones de la alta sociedad de la
Capital eran complejas y era necesario
comprenderlas.
Lucia se giró para mirar a la Condesa de
Jordan cuando Sofia se presentó. La
Condesa se estremeció y desvió la vista.
Lucia esbozó una mueca fría. Provocar
ciertas situaciones para entender la
personalidad de la gente no era una práctica
aislada en la alta sociedad. Si Lucia fuese
ignorante sobre la forma de proceder de los
nobles, ni siquiera se habría dado cuenta.
Era un ritual para la primera aparición de la
Duquesa en un ámbito social. Si Lucia
ignorase a Sofia o mostrase su disgusto, se
convertiría en la habladuría y el
espectáculo para el resto de invitadas. ¿Y
quién las culparía si Lucia se enterase de lo
ocurrido tiempo después? En su sueño,
cuando apareció como esposa del Conde de
Matin la taladraron con preguntas
bochornosas y quedó en evidencia. Una
debutante no sabría de los sutiles
problemas que representaba el sitio donde
te colocaban y, seguramente, la Condesa
estaba segura que ella no lo notaría. Lucia
se había tragado la fachada de la Condesa
de Jordan y había mostrado nada más que
buena fe incluso cuando le había
preguntado si no le importaba que fiesta
fuera a ser más grande de lo esperado.
Lucia había oído que la Condesa de Jordan
aborrecía las molestias. Probablemente sólo
había aceptado que la Condesa de Alvin
acudiese al encuentro para evitar
problemas, y después de todo, toda la
responsabilidad recaería sobre la misma
Condesa de Alvin si fingía no saber nada
sobre los rumores.
El Duque de Taran gozaba de mucho poder
político, pero no oficialmente; mientras que
el Conde de Alvin era conocido por ser un
gigante económico. El dinero siempre era
más estable que el poder. Había elegido su
bando y, aunque no le guardaría rencor, no
sería una amiga.
¿Cuál serían las intenciones de Sofia para
pedir ser invitada a una fiesta improvisada
y que la sentasen en la misma mesa que
ella? No había sido una sabia decisión. Si
Lucia llegase a guardar rencor, la
malparada sería la Condesa de Alvin.
–Tan hermosa como siempre, Condesa de
Alvin. Siempre había oído hablar de su
belleza y de… Bueno, doy por supuesto
que ustedes ya me entienden. – Lucia
mezcló a propósito las alabanzas y dejó
claro que era conocedora de los rumores
que circulaban por ahí, pero que poco le
importaban. Ninguna de las que las estaban
escuchando falló al comprender lo que
implicaban sus palabras. Unas rieron y
otras pusieron caras extrañadas.
–Me halaga. – Respondió Sofia con cierto
vacilo en su tono de voz.
Sobrevivir en sociedad no era muy distinto
a sobrevivir en lo salvaje. Las nobles se
pusieron de parte de la Duquesa
rápidamente. La joven no era ignorante
sobre el mundo ni hueca. Había
desestimado a la que había sido la amante
de su esposo sin alzar la voz ni cambiar de
expresión, una reacción que distaba
enormemente de la que esperaban de una
recién casada de apenas diecinueve años.
Todas las invitadas se habían reunido
unidas por la impetuosa curiosidad de ver
lo bella que era, pero casi ninguna se
preocupaba por eso. La Duquesa no era
ninguna belleza despampanante, pero
tampoco era fea. La belleza de la joven era
subjetiva: algunas se decepcionaron y otras
tantas creyeron que los rumores no habían
mentido.
Era imposible que todas las mujeres
encajasen en el perfil de mujer glamurosa
que era la orden del día, pero viendo el
atuendo de la Duquesa y su estilo, muchas
pensaron en cambiar a ese estilo más
elegante y refinado. Todas las que
compartían mesa con Lucia eran mujeres
con una significante red de conexiones y
maestras en el despliegue de la alta
sociedad que, en cuestión de minutos, se
convirtieron en fieles seguidoras de la
nueva Duquesa.
Reinaba la armonía. Las nobles
abastecieron a la Duquesa con temas de
conversación y la hicieron el centro. Y es
que, aunque Lucia se había limitado a
contestar las preguntas con lo justo y
necesario, se había convertido en el foco de
atención. Era como una reina y se aseguró
de no dejarse embriagar por el ambiente.
Dejarte llevar podía significar malas
consecuencias. Si gozase de una muy
buena reputación, la gente podía cometer
errores y nadie se fijaría, pero acababa de
empezar. Mejor prevenir que curar.
–Me han dicho que mi señor el Duque
compró todas las joyas de una joyería para
usted.
–Ah, yo también lo había oído. La Sepia.
–¿El collar que lleva es de Sepia?
Lucia asintió y sonrió dando a entender
que, efectivamente, su esposo había dejado
vacía una joyería entera.
–Y antes he visto que el Duque la ha
acompañado hasta aquí.
–Yo también.
–Oh, vaya. ¿De verdad?
¿Por qué tanta sorpresa? Lucia estaba
patidifusa. Cuando Hugo le había dicho
que la acompañaría, no quiso rechazarle.
Jerome tampoco comentó nada, así que
pensó que no sería para tanto y que era algo
habitual. No obstante, las nobles allí
presentes estaban asombradas porque el
Duque de Taran lo hubiese hecho.
–Estaba preocupado porque es mi primer
acto social. Siempre presta mucha atención
a estas cosas.
–Qué cariñoso.
–Qué romántico.
Las oyentes reaccionaron dramáticamente
desde todas partes. Todas las testigos de la
escena anterior estaban seguras que la
realidad de los rumores caía en lo
locamente enamorado que estaba el Duque.
Sofia estaba sola e ignorada. Nadie se
molestaba en mirarla y tampoco hablaba.
Hasta hacía poco, había vivido rodeada de
adulaciones, pero la actitud de todo el
mundo había cambiado en cuestión de
momentos. Sin embargo, lo que le dejaba
ese gusto amargo en los labios no era la
traición de su séquito, sino la mirada del
Duque de Taran cuando se había despedido
de Lucia, una mirada cariñosa, cálida.
Había sido una derrota aplastante, él jamás
la llegó a mirar así.
El Duque no asistía a ninguna fiesta si no
era estrictamente necesario. Contadas eran
las ocasiones en las que había conseguido
ser su pareja y, aunque siempre se
encontraban en el dormitorio, por la
mañana todo lo que quedaba de él era un
mensajero. Raramente sonreía y la frialdad
nunca abandonaba su expresión. No
obstante, a Sofia le encantaba su apariencia
ruda y fría, sus deslumbrantes ojos rojos…
Todo. Que un hombre tan apasionado fuese
capaz de mirar a alguien con semejante
dulzura era impensable. Puede que la
Duquesa no poseyese la belleza que se
relataba en los rumores, pero sí la
seguridad de una mujer amada. En
comparación, Sofia se sentía patética.
Escuchar sobre lo apreciadísima que era la
Duquesa era malo para su corazón y el
anhelo de romper esa serenidad que
habitaba en el rostro de la Duquesa anidó
en lo más profundo de su ser.
–Es más cariñoso de lo que dicen. Hace
poco nos encontramos y se comportó como
siempre.
En cuanto Sofia abrió la boca el ambiente
pareció helarse. El resto de mujeres se
callaron, bajaron el tono y susurraron entre
ellas.
–¿A ésta qué le pasa?
–Ni que lo digas. Qué manía ir a por quien
no ha dicho nada.
La intención de Sofia era humillar a Lucia
sentándose en su misma mesa, pero Lucia
había intentado dejarlo correr. Intentó
comprender el lamento de la rechazada
incapaz de olvidar cómo la había tratado
Hugo. Sin embargo, Sofia estaba pasándose
de la raya. Da igual lo benevolente que
fuese la sociedad con la infidelidad,
soltarlo en público no era de buena
educación. Lo correcto era cerrar el pico y
mencionar un asunto privado delante del
conyugue era inexcusable.
–Me conozco el horario de mi marido a la
perfección y está terriblemente ocupado
con asuntos oficiales. Me pregunto de
donde habrá sacado el tiempo.
Lucia no se creyó las palabras de Sofia.
Confiaba en su esposo y, objetivamente,
tampoco tenía tiempo. Las otras mujeres
miraron a Sofia claramente pensando que
acababa de mentir.
–Fue cuando fui a palacio. – Sofia
enrojeció.
–Entonces no os “encontrasteis”, sino que
os “visteis” o “saludasteis”. – Explicó
Lucia. – Cuide esas palabras, Condesa.
Sofia se ruborizó. Abrió la boca para
replicar, pero la cerró y bajó la cabeza. En
respuesta, las otras nobles chasquearon la
lengua en desaprobación. A ninguna mujer
de alta cuna le gustaba la malicia y Sofia
acababa de serlo.
–Ah, por cierto, el otro día…
El ambiente se relajó una vez más cuando
alguien rompió el silencio, pero a
diferencia de antes, ahora miraban a Sofia
con disgusto. Muchas mujeres sólo podían
lidiar con los problemas que conllevaban
las aventuras de sus maridos en silencio y
que Sofia se hubiese atrevido a
mencionarlo como si nada en público les
molestó.
–Lleva aquí demasiado tiempo, Condesa de
Jordan, tal vez sería mejor que volviese a
cumplir con sus deberes de anfitriona. –
Indicó Lucia.
La Condesa se puso roja por la vergüenza:
llevaba en la mesa de la Duquesa desde el
principio de la quedada. Las miradas
acusatorias de aquellas que habían confiado
en ella para luego descubrir que todo lo que
le importaba era sacar beneficio se posaron
en ella.
La fiesta tocaba a su fin. Lucia dio un
último bocado al pastel, dejó el tenedor y
se levantó. El resto de las invitadas
imitaron a la Duquesa, incluso las de las
otras mesas que desde un principio las
observaban con envidia.
–Espero que venga a mi fiesta, Duquesa.
–¿Cuándo volverá a salir?
Las mujeres la rodearon.
–Duquesa. – Una voz las interrumpió.
Lucia miró en su dirección: Sofia.
–Ha sido un honor conocerla. Espero que
volvamos a vernos.
–No estoy segura. ¿Lo mejor no sería no
vernos?
Un par de mujeres soltaron unas risitas.
Sofia apretó su bolso con más fuerza, sacó
un pañuelo y se lo entregó a Lucia. Era el
típico pañuelo de seda que llevaban los
hombres.
–Mi señor el Duque me lo dejó la última
vez que nos vimos para que pudiera
secarme las lágrimas. Estaba esperando un
buen momento para devolverlo, pero como
no sé cuándo podré, me gustaría que usted,
Duquesa, se lo devolviera y agradeciera en
mi nombre.
Las otras invitadas estudiaron la escena con
nerviosismo.
Lucia supo desde un principio que mentía.
Hugo no era el típico caballero que le
ofrecería un pañuelo a una mujer llorando
por muy buena que hubiese sido su
relación. De serlo, no habría sido capaz de
deshacerse de una mujer amenazándola con
la muerte si le molestaba más. ¿Qué le
estaría rondando la cabeza a Sofia?
¿Arrogancia? ¿Odio? La muchacha era
llanamente necia, además de que no
conocía a Hugo en lo más mínimo, hecho
que le gustó.
Lucia aceptó el pañuelo como si nada, lo
examinó y miró directamente a los ojos a
Sofia antes de dejarlo caer al suelo.
–Sus mentiras me parecen insultantes,
Condesa. – Dijo con total frialdad. – Esto
no es suyo. – Los ojos de Sofia brillaron de
mala manera. – Una esposa sabe reconocer
el pañuelo de su marido, ¿no creen,
señoras?
Los criados eran los que solían encargarse
de las ropas del señor, así que, por
supuesto, pocas reconocerían el pañuelo de
sus maridos. A pesar de todo, ocultaron su
vergüenza y asintieron.
–Claro.
–Por supuesto. ¿Quién no lo reconocería?
Lucia tampoco sabía qué pañuelo llevaba
Hugo, pero estaba segura que el de Sofia
no era.
–No puedo tolerar lo que ha pasado hoy, se
ha pasado de la raya, Condesa. Me temo
que no puedo dejarlo pasar.
Sofia empalideció y al fin se dio cuenta de
su propia estupidez. La envidia y los celos
la habían cegado momentáneamente hasta
que las caras de toda su familia le pasaron
por la mente. Aunque su marido se librase
de una muerte segura, el Barón de
Lawrence, su padre, estaba indefenso. Si el
Duque decidiera aplastarlo, no tendría más
fuerza que una hormiga.
–Perdóneme, Du-Duquesa… He sido
necia… – Sofia se tiró de rodillas al suelo.
Los ojos de Lucia eran gélidos y aunque los
hombros de Sofia se sacudían por los
sollozos, la muchacha no sentía nada.
Intentar arreglar sus fechorías con lloros le
repugnaba. Que Sofia hubiese intentado
humillarla públicamente no era el
problema, sino que había intentado romper
la confianza que había entre ella y su
marido. No pensaba perdonar que una
tercera persona intentase meterse entre
ellos.
–Váyase a casa y reflexione. No quiero
volverla a ver de momento. Es cosa suya lo
largo que es ese “de momento”. – Dicho
esto, Lucia se dio la vuelta y se marchó con
total indiferencia.
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Parte III
* * * * *
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Parte IV
* * * * *
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Parte II
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Parte III
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Parte IV
.x.x.x
Parte V
* * * * *
Capitulo 78 El Descubrimiento
Hugo se perdió en sus pensamientos
mientras disfrutaba del regusto del sexo y
le acariciaba la espalda a su esposa. Las
palabras del rey se habían quedado
grabadas en su subconsciente, tercamente
negándose a desaparecer. Le había dicho
que parecía que estuviese enamorado…
Reconocía que aquellos con lazos de sangre
compartían ciertos sentimientos entre ellos,
pero no comprendía la estupidez de la
creencia de que un hombre y una mujer
pudieran tener algo más profundo que la
familia de sangre. Para él, una mujer no era
más que una pareja para su disfrute. No
desdeñaba ni aborrecía a las que lo
avasallaban por su poder o su riqueza. Lo
veía algo normal, parte del intercambio
entre ellos. Su vida entera no era más que
un intercambio constante de intereses. El
matrimonio funcionó de la misma manera:
su esposa le había propuesto un
intercambio sumamente beneficioso con el
bonus de ser una pareja sexual estupenda,
sin embargo, ahora su estado emocional
cambiaba constantemente, de la tranquila
satisfacción a una tortuosa ansiedad.
¿Cómo habían acabado así las cosas? Hugo
recapacitó y llegó a la conclusión de que
había bajado la guardia. Nunca había sido
especialmente cauteloso con ella. Era una
hija de la realeza sin conexiones con la
familia real ni familiares, no deseaba poder
ni era codiciosa. A su juicio, era un
animalito indefenso sin zarpas ni colmillos.
Era impresionante lo tranquila que estaba
su esposa a su alrededor a pesar de lo débil
que era. Nunca había tenido alguien así a
su alrededor. Alguien que le hiciera sentir
cómodo, aliviado, alguien con quien
pudiese bajar la guardia totalmente. Por
desgracia, cuando se percató de su error los
sentimientos que le profesaba a su mujer
eran un río abundante y, cuanto más lo
negaba, peor le iba. Su legado familiar era
una sed insaciable que dormitaba en su
interior. Ni matando, bebiendo o
poseyendo a tantas mujeres como le venía
en gana había logrado saciarse hasta que
llegó ella. Si bien la joven le había ayudado
a apaciguar la sed, también había sido la
desencadenante de su hambre.
¿Amor…? No podía describir los enormes
cambios de sí con una sola palabra.
–…Por cierto, – La vocecita de Lucia
interrumpió el hilo de pensamiento de
Hugo que la creía dormida. – Si quisiera
que alguien se muriera…
Lucia no había dejado de pensar en el
conde Matin desde el banquete. Había
superado sus miedos, pero no sosegar su
enfado. Haber tenido que sufrir tanto a los
pies de ese cerdo inmoral la mortificaba. El
sólo pensar que podría no morir como en su
sueño la enfuriaba.
Lucia se arrepintió de haber hablado sin
pensar. Hugo le preguntó qué pasaba y ella
se quedó sin forma de responderle.
–¿Cómo quieres que lo mate? – Dijo él con
suavidad, como para consolarla, y dejado
de acariciarla. – Se puede morir de muchas
maneras: de enfermedad, por accidente,
asesinado a manos de un desconocido
misterioso, por un crimen carnal, por ser un
criminal… Ah, sí, si empiezas una
revolución puede que toda tu familia
desaparezca sin dejar rastro.
Lucia puso mala cara, parecía que se
estuviese burlando de ella, pero la
tranquilizó. Se sentía estúpida por
malgastar su tiempo pensando en semejante
basura.
–¿No me vas a preguntar quién es? Eso
debería ser lo primero.
–Me da igual quien sea, aunque si es el rey
ahora mismo va a ser difícil, voy a
necesitar un poco de tiempo.
Lucia se sentó de golpe.
–¿Estás loco? – Preguntó totalmente pálida.
– ¡Si alguien te escucha, te matarán!
–¿Quién me va a matar? – Contestó con
carcajadas arrogantes como diciendo que ni
siquiera el rey del reino podía.
Lucia se lo miró agotada. Este hombre
tenía tanta seguridad en sí mismo…
–Ah, vale. – Farfulló. – No ha sido nada,
no he dicho nada.
Lucia se tumbó otra vez y Hugo la atrajo a
sus brazos. En realidad, la intención del
duque no había sido presumir. Si su esposa
quería la cabeza del rey, así sería. Estaba
loco, sí. Hugo se tragó una sonrisa amarga.
Estaba así de loco. De repente, a Hugo se le
iluminó la mirada. ¿Quién podría ser?
¿Quién habría avivado la oscuridad de su
corazón? Nunca le había hablado de nada
parecido, pero se habría controlado y no le
había preguntado qué pasaba. No quería
enardecer el fuego de su corazón.
–Si odias a alguien y no lo puedes soportar,
– le susurró al oído. – dímelo.
Estaba más que dispuesto a cargar con la
oscuridad del corazón de su mujer.
–¿…Por qué?
–No sé, ¿por qué será? – Murmuró. –
Prométemelo.
–…Te lo prometo, pero no va a pasar. –
Añadió.
Entonces, la muchacha continuó hablando
de cierta persona que se había tomado
demasiado en serio una pequeña broma
desenfadada y de lo aburrido que era
alguien por ser demasiado serio siempre.
Hugo escuchó su parloteo como quien oye
cantar, la besó y la abrazó. Era consciente
de lo peligroso que era todo aquello. En los
libros de historia había cientos de casos que
demostraban el precio que acababan
pagando todos los hombres que se volvían
locos por una mujer. Ignorando que llegaría
el día que empatizaría a la perfección, se
había pasado años burlándose de la
necedad de todos aquellos reyes caídos por
culpa de una concubina.
* * * * *
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Parte II
* * * * *
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Parte IV
* * * * *
* * * * *
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Parte II
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Parte III
* * * * *
* * * * *
–¿Por qué cojones no baja? Saliendo ahora
llegaremos por los pelos. – Fabian se
quejaba dando vueltas por el despacho de
Jerome.
–¿Es importante?
–¡Siempre es importante! ¿Sabes? Yo no
trabajo de esto. Sube y dile que baje.
Jerome continuó bebiéndose su té
tranquilamente, como si oyese llover. La
mañana era un momento idílico para
disfrutar de la paz y la calma.
–Nadie sube a la segunda planta cuando
están en el dormitorio.
–¿Por qué? – Jerome le contestó con una
mirada de incredulidad. – ¡Ay! ¡Joder!
¡Pues iré a llamarle yo mismo!
–Bueno, tendré que informar a tu mujer.
–¿De qué?
–De que te vaya preparando el funeral.
A Fabian se le contrajo el rostro y salió a
paso ligero del despacho de su hermano
gemelo.
–¿Dónde vas? – Le preguntó Jerome,
preocupado de que realmente tuviera que
empezar a preparar su funeral.
–¡A ocuparme del trabajo que ha
cancelado! – Anunció pegando un portazo.
–Cada día es más gruñón. No será así con
su mujer, ¿no?
Capitulo 88 Te amo
Fabian, poseedor de la confianza del duque,
era el lacayo ideal. Enseñar la forma de
proceder era una pesadez para Hugo, así
que normalmente lo dejaba en manos de
sus hombres más leales: como él. Aunque
el duque daba mucho trabajo, no
atormentaba a sus subordinados. Era un
señor decente y no interfería en el trabajo
del resto hasta el final. Además, si se
cometía un error leve, solía perdonarlo,
aunque, si no cumplías con sus
expectativas no habría vuelta atrás.
Fabian era talentoso y había conseguido
guardar su posición durante mucho tiempo.
Era un jefe infame con rumores que
aseguraban que si aguantabas más de tres
años bajo su mando tu habilidad
aumentaría tanto como la cantidad de
canas.
–No he encontrado ningún problema con el
objetivo. – Informó uno de los hombres al
que se le había encargado vigilar a Anna, la
que había sido la doctora de los duques
para que no se le ocurriese violar su
contrato de confidencialidad.
Fabian asintió, ojeó el informe de Anna,
que gracias a su medicina para el dolor de
cabeza estaba ganándose bien el jornal, y
ordenó al siguiente subordinado a cargo de
la condesa de Falcon, una mujer a la que
personalmente no soportaba, que pasase.
–No ha habido ningún movimiento
sospechoso. Últimamente se dedica a
corretear por ahí por temas de negocios. Se
ha centrado en los bares que tiene.
Fabian volvió a revisar el documento. La
condesa se dedicaba a conseguir más
clientes usándose a sí misma como cebo,
así que ahora eran más concurridos que
antes.
–Puedes retirarte.
El objetivo del siguiente subordinado era
David.
–Se está preparando para abandonar la
Capital. No ha habido ninguna actividad
sospechosa, lo único destacable es que casi
cada noche se deja caer por un bar.
–A un bar, eh… ¿Queda con alguien?
–No, va solo.
Fabian estudió el informe.
–¿Está deprimido y ahoga sus penas en
alcohol?
Fabian frunció el ceño. El nombre del bar
le sonaba. Reabrió el documento de la
condesa de Falcon y vio que era uno de sus
bares. ¿Sería pura coincidencia?
A la condesa se le daba bien el negocio del
licor. Manejaba varios bares cuya clientela
iba desde los más humildes a los más
distinguidos. El bar al que acudía David era
para los nobles y Fabian pensaba que había
gato encerrado.
–Descubre con quién habla del objetivo,
aunque sea con los camareros.
–Sí, señor.
* * * * *
* * * * *
–Bienvenida.
Katherine saludó a Lucia de muy buen
humor. Raramente coincidían en alguna
quedada y la princesa sólo se llevaba
desilusiones por ello. Katherine se pegó a
Lucia como si fuese su coanfitriona
dejando a las nobles patidifusas porque
conocían lo temperamental que era la
organizadora de la cena. La duquesa no
sólo contaba con el apoyo incondicional del
duque de Taran, sino que estaba
estrechando lazos con la familia real.
–Cada día es más hermosa, duquesa. Su
vestido debe ser de Antoine, no estaba en el
catálogo.
Las mujeres se acercaban a la duquesa con
más ímpetu.
–Está radiante, condesa. Las plumas que
lleva son encantadoras. Debe ser un tesoro.
– Contestó Lucia a la condesa que
clasificaba a la gente según su atuendo.
–¡Qué buen ojo tiene, duquesa! Sí, estuve
molestando a mi marido durante tres días
para que me las consiguiese. ¿Le gustaría
que le presentase a un mercader de plumas?
–Se lo agradecería.
El hecho de que Katherine estuviese
constantemente acompañada por Lucia
suavizó su aura fiera y facilitó a las nobles
que se sintieran más libres y cómodas a su
alrededor para hablar.
–Me parece que tu hija debutó no hace
mucho, condesa. – Comentó Katherine. –
Todavía le queda mucho por aprender. –
Añadió con un tono duro, como dando a
entender que no estaba bien educada.
La condesa puso mala cara y la tensión
podía cortarse con un cuchillo.
–¿Por qué no la ha traído con usted,
condesa? – Lucia rompió el momento. –
Podría haber aprendido muchísimo. La
experiencia es un grado. Estoy segura que
la princesa le hubiese dado la bienvenida,
aunque no la haya invitado directamente.
–Claro, tráetela a la próxima. – Katherine
la corroboró.
–La verdad es que mi hija quería venir. –
La condesa volvió a sonreír encantada. –
Os la presentaré a la próxima.
La mirada de Katherine recayó sobre Lucia
que ya estaba hablando con otra persona y
esbozó una mueca complacida.
.x.x.x.
Parte II
Lucia se chocó con una mujer que estaba
entrando en la salita de descanso mientras
salía.
–¡¿A ti qué te pasa?! ¡¿Cómo puedes ser
tan descuidada?! ¡¿Sabes quién es?! – Una
voz aguda y furiosa se arremetió.
Una noble salió de la nada y condenó a la
mujer que se había chocado con Lucia. La
duquesa no recordaba su nombre, pero sí
que era una condesa.
–Lo… siento. Lo siento.
–¡Oh, dios! ¡Le has manchado el vestido de
maquillaje! ¡¿Qué piensas hacer al
respecto?! – La condesa gritó como si
hubiese ocurrido una tragedia. Su tono era
muy irritante.
Lucia siguió la dirección de su dedo
acusatorio y, preguntándose cómo lo había
visto tan rápido, encontró una mancha
insignificante.
Lucia se paró para estudiar a la mujer que
no dejaba de disculparse y hacerle
reverencias y se recordó a sí misma en el
sueño. En su otra vida, ella misma había
sido terriblemente torpe y cada dos por tres
cometía un error que la hacía desear que se
la tragase la tierra.
–Creo que ya basta, estamos en una fiesta.
Estoy bien. – Lucia tranquilizó a la condesa
enfurecida que tenía al lado.
–¿Cómo puede ser usted tan generosa,
duquesa? No sólo es usted bella, sino que
magnánima. – La condesa pasó a
ensalzarla.
Últimamente, Lucia había aprendido lo
importante que era estar al tanto de tus
alrededores.
–No estaba mirando por donde iba, también
tengo parte de culpa. ¿Está bien?
–E-Estoy bien. – La mujer se estremeció
por la sorpresa. – He sido… horriblemente
grosera… con la duquesa…
–No pasa nada. ¿De qué familia sois? No la
había visto nunca.
–Soy… Alisa, de los Matin.
El corazón le pegó un vuelco. Era la
segunda esposa de la que el conde Matin se
había divorciado antes de casarse con ella
en su sueño. Los rumores decían que la
mujer había vuelto con sus padres al oeste
del territorio y por eso nunca le había visto
la cara hasta ahora.
–…Entiendo. Espero que disfrute de la
fiesta. – Lucia asintió a modo de saludo y
la pasó de largo.
No quería volver a involucrarse con nada
relacionado con el conde Matin, ni siquiera
con la mujer que usaría para su beneficio
en cualquier momento. Los hombros caídos
y la expresión alicaída de la condesa
reflejaban el terror con el que convivía.
Disgustada, empatizó perfectamente con la
pobre mujer.
* * * * *
.x.x.x
Parte III
.x.x.x
Parte IV
A la mañana siguiente le llegó una
invitación de Katherine para quedar aquella
tarde. Lucia la aceptó rememorando el
orgullo que reflejaba el rostro de su
hermana cuando se despidió de ella al
finalizar la cena.
Si cuidase la lengua, la princesa se llevaría
mejor con más gente, aunque por supuesto,
su personalidad brusca formaba parte de su
encanto. Muchas nobles se le habían
acercado durante la cena para comentar lo
sorprendidas que estaban de verla siendo
capaz de aguantar los humos de Katherine:
algunas sintiendo pena por ella y otras
admirándola por su paciencia. Sin
embargo, Lucia no se sentía presionada por
estar con la princesa.
Katherine se había criado rodeada de amor,
puede que fuese directa, pero no era
irracionalmente maleducada. Tal vez si a
ella la hubiesen educado como a una noble
princesa también habría sido tan segura
como la princesa. Envidiaba la ignorancia
de las dificultades y la parte tenebrosa del
mundo de su hermana y le deseaba poder
seguir así el resto de su vida.
–No sé cómo se ha enterado, pero Su
Majestad la reina me ha enviado un
mensaje de que se nos va a acoplar.
Tendremos que dejar nuestro té para otro
día. – Se quejó Katherine tras saludar a
Lucia.
Las dos mujeres se dirigieron, pues, al
palacio de la reina donde Beth ya había
finalizado las preparaciones para recibirlas
y las esperaba. Conversaron de temas
superficiales, agradables y Lucia se sintió
tan cómoda como si se conocieran de toda
la vida. A pesar de lo poco acostumbrada a
lidiar con personas que estaba y que apenas
se conocían, no se sentía incómoda. ¿Así
era con la familia? Si indagasen en sus
relaciones, Katherine era su hermana y
Beth su cuñada. Puede que no fuese nada
significativo, pero desde luego, ya no era
una mera amistad.
–¿Desde cuándo te gusta bordar? Antes he
visto a una criada llevarse los materiales.
Beth esbozó una media sonrisa. La reina se
esforzó en subir los escalones durante sus
tiempos de criada y no encontraba regocijo
en actividades tranquilas como el bordado.
–Su Majestad me ha pedido que le borde el
pañuelo y ahora me toca hacer una cosa
que no me ha gustado en la vida.
–¿Te ha pedido que le bordes el pañuelo? –
Katherine estalló en sonoras carcajadas.
–Todo gracias a la duquesa.
Lucia se sorprendió.
–¿Por qué es gracias a ella?
–Al parecer, la duquesa le regaló un
pañuelo bordado al duque de Taran, Su
Majestad lo vio y también se le antojó tener
uno, así que me lo ha pedido.
Katherine todavía se rio con más fuerza
mientras que Lucia se sonrojaba.
¿Cómo podía haberlo visto el rey? Su
marido no era de los que presumían de
haber recibido un regalo. Era impensable
que Hugo hiciera algo por el estilo.
–Me gustaría ver el pañuelo.
–Si a la duquesa no le importa.
Casualmente lo tengo porque Su Majestad
lo ha cogido como referencia.
–Oh, dios. Lo quiero ver. ¿Puedo?
Lucia asintió afirmativamente a la
destellante Katherine.
–No te enfades mucho con tu marido
cuando vuelvas a casa, duquesa. Su
Majestad me dijo que se lo ha quitado.
¿Cuándo pensaba crecer ese marido suyo?
Le había descrito con pelos y señales la
expresión insólita del duque de Taran
cuando le había robado el pañuelo.
–Vaya si se aburre para tener tiempo para
hacer chiquilladas. – Comentó Katherine.
Al cabo de un rato, una criada entró los
utensilios de bordado y sacó el pañuelo del
duque. Katherine lo examinó el inesperado
pañuelo de algodón y volvió a reír.
–Es adorable. Le has hecho florecitas, ¿eh?
A Lucia se le torció la expresión.
–¿…Me lo dejas un momento?
–Claro, si es tuyo.
Lucia ahogó un jadeo cuando vio el
pañuelo. Hasta el momento creía que le
estaban hablando de uno de los que le había
regalado con su nombre, pero este tenía una
flor en una esquina. Era uno de los
primeros que había hecho para enviarle a
Damian, hacía meses que no bordaba
flores. ¿Por qué…?
* * * * *
* * * * *
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Parte V
Parte 6
Lucia y Hugo se quedaron sentados en
silencio durante un buen rato para poder
ordenar los sentimientos que tenían a punto
de caramelo. La duquesa recordó la novela
romántica que su amiga Norman había
escrito y como la protagonista superaba
toda adversidad gracias a su amor.
–Hoy quería hablarte del contrato. –
Empezó él. Lucia se apartó un poco de sus
brazos y le miró. – Damian ya está en el
registro familiar, los términos del contrato
ya se han cumplido… Quería saber qué
opinabas tú, porque el contrato en sí ya no
tiene sentido.
Lucia sacudió la cabeza.
–Hubiese aceptado a Damian como hijo
propio, aunque no fuese un requerimiento
del contrato. Es un niño encantador que
merece todo el amor del mundo y tú ya me
habías prometido que me serías fiel. Ah,
bueno, hay una cosa que no has cumplido
todavía: me dijiste que me darías una rosa
si me confesaba. – Hugo se la miró
enfurruñado y ella sonrió. – No me la vas a
dar, ¿no?
–…No vas a dejar de atormentarme con
eso, ¿verdad?
–No. – Respondió entre risas ella. Hugo
mostró su disgusto con cada centímetro de
su piel y se frustró hasta el punto de
quedarse en blanco. – ¿Desde cuándo me
quieres?
–No sé.
Lucia fue mencionando momentos.
–¿Desde que vino Damian…?
–¿Puede…?
–¿Hace tanto?
–Eres tan lenta que pensaba que me iba a
morir sin que lo supieras. – Dijo con
timidez,
–Tú tampoco eres el más rápido del mundo.
Lo mío es todavía más anterior a lo tuyo,
¿sabes?
Se hizo una breve pausa, y entonces, Hugo
exclamó un “¡¿qué?!” incredulo y le sujetó
los hombros con las manos.
–¡Qué cruel eres! ¿A pesar de todo seguiste
diciéndome que no me amarías jamás?
–Ah… No pensaba que te molestaría.
Hugo suspiró. Tal vez todos esos dilemas
mentales habían sido en vano.
–¿Sabes lo mucho que he-…? – A Hugo se
le formó una bola en la garganta que le
impidió continuar su frase.
Lucia le dio unas palmaditas en el hombro
a modo de consuelo entre risitas. Ambos
estaban asustados del otro.
–…No me dijiste cómo te llamabas.
–¿Qué?
–Tu nombre de la infancia.
–¿Mi nombre de la infancia?
–…Lucia…
Lucia jadeó. Escucharle llamarla de esa
manera la emocionó. Para ella “Lucia” no
era su nombre de la infancia, era
simplemente eso, su nombre. La muchacha
no dijo nada más y él empezó a farfullar lo
horrible que era que Damian y hasta el
mayordomo lo supieran. Todo el mundo lo
sabía menos él.
–Hugh. – Dijo tomando su rostro entre las
manos. – “Lucia” es especial para mí
porque mi madre me lo dio. – Era su
identidad, el pilar que la había evitado que
se derrumbase. – La princesa Vivian no era
yo. No era mi intención ocultártelo, pero es
que tu mujer es Vivian y creí que debía
vivir como tal.
–Nunca te ha gustado ese nombre.
–No, “Vivian” era un caparazón donde
ocultaba mi verdadero yo, “Lucia”. Pero
hallé el significado de mi otro nombre
cuando alguien empezó a pronunciarlo,
Hugh. Cada vez que me llamabas Vivian,
ésta se hacía realidad. Soy tu Vivian y sólo
tú puedes llamarme así.
Lucia reconocía que Vivian también
formaba parte de sí misma, de hecho, era
feliz viviendo como ella. Si Lucia era una
mala hierba, Vivian era una flor bellísima.
–Creo que un nombre por el que sólo tú me
puedas llamar es mucho más especial, ¿no?
– La mirada de Hugo relució con duda.
Sonaba convincente, pero no se lo acababa
de tragar. – Yo también quiero preguntarte
una cosa: ¿por qué le robaste un pañuelo a
Damian?
–¿Robar? Nunca he hecho eso. – Protestó
totalmente desvergonzado.
–Vale, pues, ¿por qué lo cogiste?
–Ahora que lo mencionas, cuando le hagas
uno al chico, hazme uno para mí también.
Lucia decidió ignorar su “yo también
quiero lo que sea que hagas para otro” y
tomar la ofensiva.
–¿Para que Su Majestad te lo vuelva a
quitar?
–Qué mala eres… – Murmuró él. – Tienes
muchas quejas sobre mí, no puedes
negarlo.
–Puede ser, pero también me preocupaban
muchas cosas que no lo habrían hecho si
hubieses sido más valiente. Yo soy la que
se propuso y la que se ha confesado. Caray.
Se ve que mi buen señor el duque de Taran
no es muy echado para adelante.
–…Me estás picando.
Lucia estalló en sonoras carcajadas y se
abrazó a su cuello.
–Aunque seas tímido y un chico malo, te
amo, Hugh.
–¿No podrías haberte guardado la primera
parte? – Gruñó mientras la cogía en brazos
y se la depositaba sobre la cama.
–Ya hemos hablado mucho. Vamos a
tomarnos un descansito.
Lucia se quedó de piedra y él se le tiró
encima en un abrir y cerrar de ojos.
–Además, tendrás que probar eso de lo que
has estado hablando antes, ¿no?
–¡Ya la he probado demasiado!
* * * * *
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Parte II
Con tan sólo dieciocho tiernos años, Boris
Elliot, hijo del capitán Caliss Elliot, era el
soldado más joven bajo las órdenes del
duque de Taran. Aquel día se solicitó su
presencia en la capital para una misión de
suma importancia. Boquiabierto,
intentando mantener la compostura y estar
alerta, el muchacho llegó a la ciudad.
–Boris. –Boris reconoció el rostro de la
persona que le saludó. – Bien hecho, me
alegra que hayas conseguido venir hasta
aquí tú solo.
–No, es mi deber.
El rostro del joven no ocultaba su orgullo
por haber podido cumplir con las
expectativas. Dean contuvo la risa. La
primera vez que vio a Boris era apenas un
retaco de diez años. Era fascinante lo
mayor que se había hecho.
Boris continuó moviéndose por los nervios
durante todo el trayecto hasta la residencia
ducal. Era obvio que tenía algo valioso y
los pillos de ciudad le hubiesen atacado sin
lugar a duda.
Dean adivinó que el contenido del mensaje
de Boris informaba de la subyugación de
los barbaros.
–¿Todo bien en el norte?
–Sí, pero se ve que ha pasado algo en la
frontera. Mi padre lleva mucho tiempo allí.
–¿Sí? ¿El capitán ha enviado algún
mensaje?
–No, sólo me preguntó si podría participar
en la expedición militar y me pidió que le
entregase un mensaje al señor.
Dean se sobresaltó. ¿Este niño en una
expedición para subyugar a los norteños?
¿Tan pronto? El capitán era un padre
estricto, pero era demasiado pronto. Boris
no necesitaba aprender la cruda realidad del
campo de batalla todavía.
A los soldados bajo el mando de los Taran
se los llamaba: “élites”, aunque no fuese
ningún título oficial. Se les trataba como a
cualquier otro soldado con la particularidad
de que éstos seguían al duque a una
expedición bélica para disciplinar y
someter a los bárbaros una vez al año. La
tradición indica que es el cabeza de familia
quien escoge personalmente a sus hombres
y en el caso de Hugo, eligió a diez. Dean
recordaba la abrumadora noticia de ser uno
de la élite. A pesar de no provenir de una
familia de soldados, a pesar de ser un
simple plebeyo. La posición era un
grandísimo honor que todos envidiaban,
con el título el duque demostraba su
confianza por ti y, además, mejoraban sus
habilidades gracias a la tutoría del duque en
persona.
A Dean le preocupaba el muchacho.
Conociendo al capitán, estaba seguro de
que lo había criado para hacerle crecer duro
de roer, pero la ley no escrita de llevarte a
la tumba lo que sucediese en el campo de
batalla era inquietante. El duque era un
guerrero extremadamente cruel. Cuando
luchaba contra otras naciones se
controlaba, se limitaba a decapitar a sus
enemigos y tirar la cabeza, sin embargo,
cuando sólo le acompañaban sus guerreros
de élite se convertía en un monstruo.
Cortaba las extremidades del enemigo, les
aplastaba la cabeza con el pie, les sacaba
las vísceras o les arrancaba el corazón con
la mano. Y a pesar de todo, mantenía la
frialdad más absoluta. Era, pues, obvio el
motivo por el que los soldados de élite eran
capaces de mantener la calma en toda
situación, cualquiera que fuese testigo de
semejantes barbaridades lo sería.
Cierto día, después de una larga expedición
Roy se atrevió a preguntarle a su señor por
qué los mataba con las manos y no con la
espada, a lo que el buen duque contestó que
era la única manera de sentir algo. La
inexpresividad de Hugo fue hasta dolorosa.
* * * * *
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Parte III
Lucia se hallaba en los pasillos que
llevaban al palacio de la reina porque la
misma monarca la había invitado a tomar
algo cuando, allí, se topó con alguien que
no le apetecía ver: la condesa de Alvin,
Sofia. Pensó en pasar de largo, pero se
quedó inmóvil al ver la forma de su
estómago.
–He venido a despedirme de Su Majestad
la Reina, duquesa, abandonaré la capital
dentro de poco.
–No te culpo, levanta la cabeza. No creo
que sea bueno para el bebé.
Sofia se colocó la mano debajo del vientre
como para apoyarse y la miró con total
serenidad. Parecía otra persona.
–¿Te vas?
–Sí, mi marido tiene que hacer un viaje de
negocios y yo me voy con él.
–¿Puedes viajar en tu estado?
–El doctor me ha asegurado que si vamos
con cuidado no pasa nada. Mi marido
quería que me quedase y diese a luz, pero si
le hiciera caso pasaríamos mucho tiempo
separados.
–…Entiendo. Espero que nazca fuerte y
sano.
–Siento lo que hice. – Las palabras de Sofia
obligaron a Lucia, que ya había empezado
a andar, a volver a pararse. – Fui una necia
que no supo ver lo que tenía delante. No
voy a suplicarle perdón, pero quería que
supiera que lo siento, duquesa.
–No te guardo rencor. Espero que a la
próxima podamos conversar sin tanta
tensión. – Le contestó, encantada.
Nunca había visto a Sofia tan feliz, era
como si ser madre la hubiese colmado de
alegría. Quizás evitaría el final trágico que
su sueño le había predicho, a lo mejor
podría dar a luz a un hijo sano y vivir el
resto de sus días como una noble
despreocupada. La historia del cortejo del
conde de Alvin todavía circulaba los
salones de fiestas. Al parecer, el conde
protegió a Sofia incluso a sabiendas de
todo lo que había hecho.
Sofia por fin había visto lo importante que
era para ella la persona que tenía a su lado.
Lucia rezó porque pudiese tener un hijo
sano.
Un hijo… Lucia se tocó el abdomen plano
y se sobresaltó.
* * * * *
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Parte IV
Lucia pudo disfrutar de la obra sin cuidar
su porte porque estaban en un palco
reservado. A Hugo le encantaba verla reír,
y por supuesto, pasó la mayor parte del
espectáculo contemplándola hasta que ella
decidió ir al descansillo durante el
intermedio.
–Está de cita con su esposo, ¿verdad,
duquesa? – Le preguntó una de las mujeres
que la saludaron al entrar.
–¡Qué maravilloso! ¡Un marido que te
acompaña al teatro!
–Está claro que estáis disfrutando de la
obra, señoras.
–Ah, en realidad nos reírnos de otra cosa.
¿Ha leído la novela: “amor bajo la luz de la
luna”?
–Creo que no.
Una de las mujeres le explicó que se trataba
de una novela popular entre las nobles. Una
comedia sobre una aristócrata que se
enorgullecía de ser la más bella del mundo
a pesar de ser de todo menos atractiva y
que se enamorada de su escolta. Lo más
gracioso del asunto es que aquello estaba
basado en una historia real, la de la condesa
Wickson.
–Oh, entiendo… – Contestó Lucia con una
media sonrisa.
No le agradó que aquellas mujeres
estuvieran allí criticando a otra en lugar de
disfrutar de la obra. Hizo una breve visita
al baño y abandonó la salita para
encontrarse directamente con el rey de
roma, la condesa Wickson. Lucia la
recordaba por su apariencia peculiar y,
sorprendentemente, a su lado se hallaba…
¿Hanson? Oh, santo cielo, el estafador del
que creía haberse enamorado en su sueño.
Lucia pasó de largo con paso apurado y no
pudo controlar una risotada. ¿Se habría
convertido en soldado gracias a la condesa?
Hanson era un hombre atractivo, de sonrisa
amable, ojos claros y capaz de comerte el
oído sin mucha dificultad. Poco le importa
si habría perdido su título de caballero por
enamorarse de la condesa, o tal vez al
revés.
Lucia regresó a su asiento. Su marido la
maravilló. Hanson era atractivo, pero no
tenía ni punto de comparación con su
esposo. Satisfecha, le cogió la mano y le
besó. Por supuesto, aquello excitó a Hugo
que prologó el beso y la hizo perderse el
principio del segundo acto.
* * * * *
* * * * *
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Parte II
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Parte III
Roy estaba apoyado contra la pared de la
habitación adyacente a la de la princesa
Katherine después de confirmar con los
guardias que nadie más estaba dentro a
parte de la duquesa. Le incomodaba no
poder vigilar con sus propios ojos a su
protegida.
–Hey, tú. Ven. – Le ordenó a un sirviente
que pasó por delante de él.
El sirviente se le acercó de mala gana.
–Hay que andarse con cuidado con un par
de personas. – Le musitó el presunto
criado.
–Tráeme algo de beber. – Dijo bien alto
para que los guardias de la puerta de la
salita de la princesa le pudieran escuchar.
–Son el conde Ramis y la condesa de
Falcon. Cuidado que no se acerquen a la
señora.
La puerta de la salita se abrió y una criada
salió, intercambió unas miradas con los
guardias y se dirigió hacia Roy.
–Te he dicho que me lo traigas, ¿a qué
viene tanta cháchara?
–No se puede beber alcohol aquí, señor.
Anita no sospechó de una escena tan típica
como la de un personaje como Roy
exigiendo algo irrazonable a alguien del
servicio y los pasó de largo.
–¿…Quién? – La criada que acababa de
pasar por delante de él apestaba como
aquella otra mujer que detestaba. – ¿David
y quién más…?
–La condesa de Falcon.
–Ni idea, pero es una mujer.
Roy se irguió y se acercó a los guardias de
la puerta de la salita sin tiempo que perder.
Les pegó un puñetazo en el estómago sin
previo aviso, les dio un golpe seco en la
nuca y los dejó tirados en el suelo.
–Abre la puerta. – Le indicó al hombre que
iba vestido de sirviente.
El boquiabierto mensajero corrió a abrir la
puerta para que Roy pudiese entrar y le
siguió después de asegurarse de que no
hubiera testigos. Cuando el feroz guerrero
se encontró con su señora tumbada en un
sofá con los ojos cerrados y a David
acechándola se le cambió la cara.
–¡¿Qué le has hecho a la señora?! – Rugió
abalanzándose sobre el conde y cogiéndole
por el cuello de la camisa.
–¡Suéltame ahora mismo, hijo de puta! –
Exclamó David con el ceño fruncido y
enrojecido por la presión de la mano que le
sujetaba el cuello.
Roy lo sacudió y lo amenazó con más vigor
en lugar de soltarle.
–Como la señora tenga el más mínimo
rasguño, te mato.
–No le ha pasad-…
–¿Es cosa tuya?
–No… Se ha… desmaya-… Desmayado…
Suéltame…
–¡Imbécil! ¡¿Por qué se ha desmayado?!
David guardó silencio mientras Roy lo
sacudía incesantemente. Al soldado se le
aceleró la respiración y, furioso, decidió
escucharle hablar. Así que soltó a David de
mala gana.
–¡¿Vas a hablar o qué?!
–¡Insolente…! ¡¿Sabes quién soy?! – Le
espetó David frotándose el cuello.
–Me da igual. Explícate.
–¿Y tú quién eres?
–¿Yo? El escolta de la señora, y todo aquel
que le ponga la mano encima, morirá.
–Sólo he quedado con ella. – David se
estremeció. Sabía que Roy cometería un
asesinato sin pensar en las consecuencias.
–¿Para qué?
–Bueno, me había invitado ella.
–No me han dicho que estuvieras aquí y
aquí no entra cualquiera. – Le contestó
pensando lo idiota que había que ser para
intentar que alguien se creyese semejante
sarta de mentiras.
–¿Cómo te atreves a hablarme así…?
El acompañante de Roy comprobó el pulso
de la duquesa y asintió con la cabeza a
modo de gesto.
–Duquesa.
El desconocido despertó a Lucia. La joven
frunció el ceño y abrió los ojos tocándose
la frente. Se sentía pesada y le dolía la
cabeza.
–¡Mi señora!
–Señor… ¿Krotin?
–¿Puede levantarse?
Lucia no podía pensar. Se aferró al sofá,
murmuró algo y se levantó apoyándose en
un hombre que tenía al lado.
–Date prisa, acompáñala afuera. Asegúrate
de que no te vean. Aquí pasa algo.
–Sí. Duquesa, rápido.
Lucia quiso preguntar qué ocurría, pero a
juzgar por la expresión de su escolta se fío
de dejarlo en manos del señor Krotin y
creer en él. Estaba mareada, pero pudo
caminar fácilmente cuando echó a andar.
Se sorprendió de encontrarse a los dos
guardias de la entrada tirados por el suelo y
eso la terminó de desvelar.
–No hay nadie, adelante.
El criado no bajó la guardia durante todo el
camino a pesar de que no solía haber nadie
por esa zona del palacio.
–Espera, se acerca alguien. Será mejor
evitarle.
Era mejor pasar desapercibidos porque
seguían estando demasiado cerca de la
salita.
Un grupo de diez nobles acompañadas por
Anita disfrazada de criada se dirigió a la
salita de la princesa. El ahora escolta de
Lucia no pudo quedarse a ayudar a su
compañero, su prioridad recaía en la
duquesa.
–Ve más despacio. – Le advirtió Lucia
ahora que ya estaban casi en el salón de
baile. – Sino parecerá que tenemos prisa. –
Ya se sentía mucho mejor a pesar del mal
humor.
–Sí, señora.
El criado ralentizó los pasos y miró a la
duquesa que ya había erguido la espalda de
reojo. Era una mujer muy serena. No
inquirió sobre la situación ni se puso
nerviosa, se limitó a acatar las órdenes del
señor Krotin a pesar de ser una noble a la
que se la había tenido entre algodones de
azúcar toda la vida.
–Escolta a la duquesa al salón. – El
desconocido detuvo a uno de los criados
que correteaban por ahí. – Llama al doctor
imperial, le duele la cabeza.
–Sí.
Las miradas del desconocido y de Lucia se
encontraron por un breve instante antes de
separarse. Él decidió observar desde la
distancia por prudencia y ella recuperó la
compostura y permitió a la criada
acompañarla.
* * * * *
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Parte IV
* * * * *
* * * * *
* * * * *
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Parte II
* * * * *
Hugo entró a palacio sin que nadie lo viese.
La gente se acabaría enterando de su
regreso mediante el boca a boca, pero
cuánto más tardase, mejor.
–Has venido volando, ¿eh, mi querido
duque? – Kwiz lo saludó alegremente.
El rey escondía sus emociones y
pensamientos tras una máscara de
desenfado.
–Ha sido llegar y enterarme de esta
catástrofe.
–¿Qué vas a hacer? – Kwiz no se anduvo
con rodeos.
La situación estaba en su punto culminante.
El no tocar a Roy durante todo este tiempo
a pesar de los llantos de la reina y su suegro
destrozado ya había bastado para demostrar
su buena fe. Las circunstancias eran, desde
luego, extrañas. ¿Cómo podía ser que la
condesa de Falcon tuviese en sus manos un
objeto mágico de los Ramis? ¿Por qué
había llevado a tantas nobles a la salita de
Katherine? Asesinar a una criada de palacio
para robarle la ropa era comprensible,
¿pero por qué la criada de la duquesa? Se
creía que la condesa tenía algún tipo de
trato con David, pero no había pruebas de
ello y tampoco estaba claro cuál era su
intención. Que el heredero del ducado
pasase tanto tiempo en sus bares no era
delito.
El duque de Ramis aseguró que le había
permitido a su hijo volver a la capital para
pasar el día con él y que el objeto mágico
se lo habían robado hacía mucho tiempo.
Y, por último, Roy que asesinó a todos los
implicados, se rehusaba a hablar. No había
pruebas que revocasen las declaraciones
del duque, así que, Roy era un asesino de
sangre fría y David había muerto
injustamente.
–La cosa no tiene buena pinta.
–Necesitamos que el señor Krotin diga algo
para poder encajar todas las piezas del
rompecabezas. Aunque, la verdad, ya es
demasiado tarde. Mi suegro sólo pide que
se ejecute al señor Krotin como dicta la ley,
no desea acusarte de una conspiración ni
nada pro el estilo. Me sorprende que pueda
mantener las formas después de lo que le
ha pasado a su hijo. – Hugo no dijo nada. –
Absolver al señor Krotin será difícil. Si
resolvemos lo del asesinato, mi suegro se
aferrará al hecho de que Krotin tenía un
arma dentro de palacio para asesinarme y si
consigue el apoyo público, todo terminará
en una controversia política y tu familia
también se verá afectada. Me gustaría
evitar eso.
Las dos potencias en contra del rey
continuaban existiendo. Todavía no se
había librado de ellas, así que, si sus dos
grandes apoyos se enfrentaban, el rey
quedaría expuesto a cualquier plan.
–¿Por qué el señor Krotin no dice nada?
Me tiene tan intrigado que no puedo ni
dormir.
–¿Puedo verle?
* * * * *
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Parte IV
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Parte II
Lucia rememoró lo ocurrido en su sueño
una vez más tras una conversación que
había mantenido con las nobles en la fiesta
de aquel día. El futuro que su visión le
había mostrado había cambiado
completamente, así que cierto día envío a
alguien a su pueblo para constatar unas
suposiciones.
Rossa, su amiga de la infancia, se había
casado con un vecino y,
sorprendentemente, el árbol donde solían
jugar de niñas quedó reducido a un tocón.
Según cuentan los aldeanos, un rayo lo
partió, así que decidieron cortarlo. Por lo
que, si no había un árbol al que subirse,
tampoco accidente.
El futuro cambiaba, pero a la vez, seguía su
curso en ciertos puntos como el rey
queriendo casar a las princesas.
Lucia preguntó a las nobles sobre la
condesa de Matin y descubrió que, meses
atrás, se había divorciado y mudado al este.
La duquesa se quedó pasmada. Fue como si
le tirasen un cubo de agua fría encima. En
su sueño la habían casado al conde por la
única razón de ser la princesa más mayor
de palacio, pero ahora que ella ya estaba
fuera de la casa real, su hermanastra
asumiría su destino fatal.
–¿No puedes dormir? – Hugo la rodeó por
la cintura y le besó la esquina de los ojos.
Era algo recurrente que su esposa suspirase
de vez en cuando incapaz de dormir. En
aquel momento pensó que la causa debía
ser su anhelo de ser madre, por lo que entró
en pánico y no consiguió conciliar el sueño.
Sabía que tenía que hablar con ella sobre lo
del niño, pero le inquietaba ignorar hasta
qué punto debía abrirse.
–¿Y tú?
–No paras de suspirar.
–¿Sí? Pues ya me callo, duérmete.
–¿Qué pasa? ¿Te preocupa algo?
–¿…Sabías que el rey quiere casar a las
princesas?
Toda la energía abandonó el cuerpo de
Hugo cuando la escuchó hablar de un tema
sin relación ninguna a un bebé.
–Sí, algo he oído.
–Pues hoy me he enterado de que la
condesa de Matin se ha divorciado.
–¿Matin?
–No creo que la conozcas. Es una familia
de la que no se suele hablar.
–¿Te llevabas bien con ella?
–Bueno, la conocía un poquito.
Lucia no solía detallarle cada rumor que
corría entre los nobles, por eso Hugo pensó
que se llevaba bien con la condesa.
Lucia se apoyó en el hombro de su marido
y le cogió la cara para ratificar que aquello
no era un sueño. De vez en cuando le
preocupaba lo surrealista que parecían sus
días.
–¿…Qué pasa? – Hugo le cogió la mano y
le besó la palma. Entonces, le acarició la
frente y le apartó el pelo de la cara.
Lucia frotó la cara contra la mano de su
marido.
–¿Qué pasa? – Preguntó Hugo preocupado
por lo triste que le pareció aquel gesto.
–Intenta evitar que alguien se case con el
conde Matin, por favor. – Le rogó.
Si alguna de las otras princesas tuviese que
pasar por la misma experiencia espantosa
que ella había vivido en su sueño se sentiría
mortificada el resto de su vida.
–Sé que es raro. Que se trata de una
hermana a la que ni siquiera he visto. Pero
no puedo lavarme las manos cuando sé la
tragedia. No puedo permitir que se case con
ese hombre. Un hombre que… pega a su
esposa y la obliga a hacer cosas peores…
–Vivian. – Hugo abrazó el cuerpo
tembloroso de su esposa.
–Si no me hubiese casado contigo,
seguramente… Habría acabado con él.
–¿Por qué crees eso?
Lucia le explicó detalles de su pasada
relación con el conde controlando la ira que
amenazaba con aparecer.
–Has hablado mucho con la condesa. Vale,
me encargaré de ello. Ya puedes olvidarlo.
–¿…De verdad? ¿Puedes… evitarlo?
Hugo se quedó atónito. ¿Qué si podía hacer
una tontería como esta? Si le apetecía podía
cambiar al rey.
–Claro, tienes un marido habilidoso.
Ella soltó una risita entre sus brazos. Hugo
suspiró aliviado, pero al mismo tiempo le
molestó que la condesa de Matin hubiese
compartido detalles tan escabrosos con su
esposa. Sin embargo, era el marido de esta
condesa que le molestaba aún más.
* * * * *
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Parte III
La reina dio a luz a una niña.
–¡Jajaja! – Rugió Kwiz loco de contento. –
¿Una princesita?
Kwiz estaba encantado. Hugo le había oído
mencionar cuánto deseaba a una bebé y,
aunque hasta ahora no le había interesado,
ver al monarca tan fausto le provocó un
sentimiento extraño. Aquel no era el primer
hijo de Kwiz, ¿por qué tanto regocijo?
–¿No va siendo hora de que te toque a ti?
–…Todavía no.
–Imagina tener a una hija que se parezca a
la duquesa que tanto amas. Bueno, voy a
ver a la princesa. Una princesita, eh. Una
princesita.
El rey canceló todos sus compromisos para
poder admirar a su recién nacida, por lo
que Hugo pudo regresar a casa antes de
hora. En el carruaje, el duque suspiró
pesarosamente: la noticia del nacimiento de
la princesa no tardaría en llegarle a su
mujer.
Lucia jamás le había pedido explicaciones
por no querer hijos, había aceptado el
hecho. Era tremendamente comprensiva,
pero había mentido. Ella jamás le exigiría
una respuesta por mucho dolor que le
causase cualquier cosa que él hiciera. Era el
tipo de persona que prefería guardárselo y
tragárselo sola.
Tenía que contárselo.
Al llegar a la mansión, Hugo le pidió a
Jerome que le avisase cuando su mujer
volviese de la quedada a la que había
asistido aquella tarde y se encerró en su
despacho hasta entonces.
–¡Qué pronto has llegado hoy! – Lucia le
saludó feliz como si le hubieran regalado
algo. Sonrió de oreja a oreja y se acomodó
entre sus brazos.
–¿Te lo has pasado bien?
–Sí, bastante. – Hugo le rodeó la cintura y
la acompañó escaleras arriba. – ¿Cómo es
que has llegado tan pronto? – Preguntó ella
ya en el sofá del dormitorio.
–Ha nacido la princesa.
–¡Oh, vaya! Qué maravilla. La princesa
Katherine me había dicho que quería que
fuese niña.
–Su Majestad también estaba contento.
Hugo dejó de hablar durante unos instantes
lo que le indicó a Lucia que quería decirle
algo difícil.
–Damian está bien, ¿no?
–¿…A qué viene esto?
–Supongo que como estamos hablando de
niños, sin querer, he pensado en él.
–El chico está bien. No le pasará nada.
–Me alegro. ¿Por qué te pones tan
tiquismiquis cuando le menciono?
–¿Qué? ¿Tiquismiquis?
–Eres su hijo, haz el favor de no ponerte
nervioso por estas cosas.
–No me pongo de ninguna manera… –
Suspiró. – Vale, vale, siento tener la mente
tan cerrada.
Lucia se rio, le cogió la cara con las manos
y le dio un beso en los labios.
–Yo te quiero seas como seas.
–¿…Lo suyo no sería que me dijeras que
no tengo la mente cerrada?
–Bueno, es que a veces sí lo eres… – Lucia
se detuvo a estudiar su expresión amarga y
soltó una risita. – …Creo que has
cambiado.
–¿Qué?
Cada vez se sentía más atraído por su
mujer. Era menuda y frágil en comparación
con él, pero lo manejaba como se le
antojaba y lo peor es que no le disgustaba.
Hugo la besó y ella sonrió. La pareja
continuó charlando sobre la bebé con
entusiasmo, así que las preocupaciones del
duque se disiparon.
–Hablando de bebés.
–¿De los príncipes?
–No, del nuestro.
Lucia no dio crédito a sus oídos. Jamás
hubiese imaginado que le escucharía decir:
“nuestro” en un tema de niños. Se le
aceleró el corazón y tragó saliva con
nerviosismo.
–Ya te había dicho que tengo un secreto
que no sabe nadie más.
–…Sí.
–Todavía no te lo puedo contar todo, pero
creo que deberías saber una parte. – Y
entonces, Hugo guardó silencio una vez
más. Era la primera vez que Lucia le veía
tan agitado y, justo cuando iba a decirle
que no hacía falta que se lo contase, su
marido continuó. – No puedo darte hijos.
Los Taran estamos malditos.
Hugo pasó a explicarle su situación
familiar mezclando verdades con mentiras,
ocultado ciertas partes. Le confesó que su
familia sólo conseguía descendencia a base
de juntarse entre ellos, aunque cambió lo de
medio hermanos por primos y aclaró que la
mujer necesitaba tomar ciertas hierbas para
concebir.
A Lucia se le cambió la cara de golpe.
–Para tener hijos tienes que casarte con una
prima, si no hay que estar comiendo una
hierba en cuestión… Y la única persona
que sabe cuál es esa planta es el señor
Philip.
–Sé que es una locura.
–No, te creo. Entonces… la madre de
Damian era tu prima.
–…Básicamente.
Lucia estaba confundida, pero tenía
sentido. Por eso no existían bastardos bajo
sus alas a pesar de sus muchas relaciones y
por eso no se preocupó de protegerse
durante su primera vez.
Xenon prohibía las relaciones entre
familiares, sin embargo, en otros reinos era
algo natural sobretodo entre nobles y la
realeza. A Lucia le sorprendió que su
esposo mostrase tal animadversión por algo
que desafiaba la moral.
–Entonces, seguro que tenías una
prometida.
–Está muerta. Ya no existen mujeres de los
Taran. Los únicos que quedamos con este
linaje somos Damian y yo. Y aunque
existiese una mujer que cumpliese los
requisitos, no me casaría con ella para tener
un hijo. Mi linaje acaba conmigo. Te lo
dije. Estoy maldito. Quería acabar con todo
esto.
Lucia se enfrentó a un matojo de
sentimientos complicados. A Hugo le
repugnaba su familia y él mismo. Pretendía
estar hecho de acero, pero en el fondo, le
cubrían las heridas.
–No estás maldito, Hugh. – Le consoló
Lucia tragándose las lágrimas. – Un niño
tan adorable como Damian tampoco es una
maldición. Me alegra que estés aquí. Si no,
no te habría podido conocer. Quiero que te
ames tanto como lo hago yo, por favor.
Hugo apoyó las manos sobre las de su
esposa que le tocaban el rostro y cerró los
ojos. Quizás no consiguiese quererse
jamás, pero al menos no condenaría su
propia existencia porque, tal y como ella
acababa de decir, había sido capaz de
conocerla gracias a estar vivo.
–Por eso me dijiste que no querías niños.
–No es que no quiera tener un hijo contigo.
–Lo sé.
–Me encantaría tener uno contigo si
pudiera.
A Lucia se le iluminó la mirada.
–Pero me dijiste que no te gustaba la idea.
–No me gusta, pero si es el tuyo no me
importa.
–¿Entonces…? O sea, ¿si estuviera
embarazada, lo aceptarías?
–Con gusto.
–Te creo.
Que Hugo estuviese dispuesto a ser padre a
pesar de que fuese imposible para ambos
enterneció a Lucia. Aquel hombre que
detestaba la idea de la paternidad acababa
de decirle que querría tener un niño con
ella.
–Gracias, Hugh. Te entiendo y estoy bien.
Ah… Entonces, Damian tampoco podrá
tener hijos… Espero que no le siente mal.
–¿…Estás pensando en el chico en medio
de esta conversación?
–Claro, soy su madre, Hugh. Tienes que
contárselo.
–Ya me ocuparé de ello.
Lucia creía haber abandonado la idea de ser
madre, pero, aun así, continuaba
albergando una mínima esperanza. No
quería mostrarle ese lado suyo e intentó
ocultar su decepción con una sonrisa. Las
lágrimas se arremolinaron en su mirada que
compartían el mismo dolor que el de su
marido.
–Lo siento.
–¿Por qué? – Hugo la abrazó. – Anda que,
estaba intentando no llorar. Qué débil soy.
–¿Qué dices? – Hugo suspiró. – Eres la
mujer más fuerte que he visto en mi vida.
Hugo la estrechó entre sus brazos mientras
ella lloraba. Era la primera vez en toda su
vida que tuvo deseos de llorar.
* * * * *
* * * * *
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Parte II
Pretender que recordaba a todas las nobles
que le hablaban no era coser y cantar.
–¿Qué tal está, duquesa?
–¡Cuánto tiempo, duquesa!
La condesa Glenn había regresado al fin de
la casa de sus padres y eso sólo podía ser
porque, o la enfermedad de su madre había
mejorado o, como era más seguro, había
empeorado.
Lucia le preguntó por su madre y la
condesa respondió con una sonrisa
apagada, por lo que la duquesa la consoló.
–Es familia mía. – La condesa aprovechó
para presentarle a Sonia, la hija del barón
Park.
Aquella muchacha era la que en su sueño
había sido la duquesa de Taran.
–Es un honor conocerla, duquesa.
Sonia era una joven adorable, de pelo
rizado y sonrisa alegre. A diferencia de
cómo la recordaba en su sueño, su actitud
demostraba su escasa experiencia y sus
ojos recorrían el salón fascinada por el lujo.
La joven no encajaba con la personalidad
que había visto en su sueño, pero pesé a
ello, se sentía horrible. No podía evitar no
sentirse a gusto alrededor de la mujer que
su marido había escogido en otra realidad
personalmente para casarse.
–¿Ha pasado algo? – Le preguntó Hugo ya
de camino a casa.
Lucia sacudió la cabeza. Estaba enfadada
con él sin motivo y tenía la sensación de
que si abría la boca la pagaría con él. Su
estado actual era extraño y esperaba que
conciliar el sueño la ayudaría a calmarse.
–Estoy cansada, me voy a ir a dormir ya.
Hugo dejó en paz a su mujer viendo que
estaba comportándose diferente a lo
habitual y, resuelto, decidió que si por la
mañana seguía con ese humor, la
interrogaría hasta que le confesase qué le
pasaba.
* * * * *
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Parte III
* * * * *
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Parte II
* * * * *
* * * * *
Parte IV
Ya en la mansión, Hugo se sentó pensativo
en la butaca de su despacho e intentó con
todas sus fuerzas que su cerebro
funcionase, pero fue imposible. No sabía ni
por donde empezar. El abismo de su
impotencia lo engullía. Su corazón latía
ansioso por el miedo, le ahogaba. La
posibilidad de perderla le horrorizaba. Se
quedó en ese estado hasta el alba, cuando
decidió entrar en el dormitorio de su esposa
y contemplar la figura dormida de Lucia.
Retiró las sábanas y se llevó su cuerpecito
febril a su pecho. No podía vivir sin ella.
La felicidad y la desesperación le
embargaron.
–…No, de gracias nada. – Murmuró
recordando cómo Lucia le había agradecido
por haber aceptado su propuesta de
matrimonio. – Caíste de cuatro patas en lo
peor.
Lucia había tenido que pasar por todo tipo
de horrores para conseguir un bebé que
cualquier otro le había dado con facilidad y
el mismo retoño sería lo que acabaría con
ella. Sólo por haberse casado con él. Si
nunca se hubiesen conocido, si no le
hubiese hablado aquel día… Pero, si no se
hubiesen conocido él habría vivido el resto
de sus días en un mundo gris. No podía
soltarla. Si se le brindase la oportunidad de
volver al pasado, no podría. Así de egoísta
era.
–Te amo. – Susurró al oído de su amada.
Cerró los ojos y algo cálido y húmedo le
empezó a rodar por las mejillas. Sentía una
presión en el pecho y le dolía la garganta
como si le estuviesen ahogando. Hugo
recordó la definición del verbo “llorar”
mientras derraba lágrimas por primera vez.
Era una sensación intrincada, compleja que
ninguna expresión lograba envolver.
* * * * *
Hugo se pasó la noche en vela
reflexionando. El amanecer combatió la
oscuridad de la noche e iluminó el
dormitorio.
Lucia abrió los ojos más temprano que de
costumbre y sonrió al notar los brazos que
la rodeaban desde atrás. Se dio la vuelta,
perezosa, para verle la cara y en cuanto sus
miradas se encontraron, se enterró en su
pecho.
Hugo pasó los dedos por la sedosa melena
de ella y anunció:
–Creo que tengo que ir al norte, Vivian.
Lucia levantó la cabeza sorprendida. La
mirada de él poseía cierto matiz severo.
–No será por mucho tiempo.
–…Vale. Parece urgente.
–Siento no poderme quedar contigo en
estos momentos.
–No pasa nada, todavía falta mucho para
que llegue el niño. Estarás aquí para
entonces, ¿no?
Hugo abrazó a Lucia, que se forzó a fingir
que no le importaba. Esa manía tan suya de
encogerse de hombros y hacerse la dura no
había cambiado ni un ápice.
La única esperanza que le quedaba a Hugo
era indagar en la habitación secreta de la
biblioteca de los Taran en busca de la
menor de las pistas.
* * * * *
Lucia intentó mantenerse en óptimas
condiciones por el bien del bebé ahora que
su marido no estaba y, a veces, se
preguntaba cómo había podido quedarse en
cinta.
–¿Cuándo empezó a tomarse la medicina
para la migraña, mi señora?
–¿Por qué lo preguntas?
–Tengo que investigar algo.
–¿El qué? – Lucia tuvo un mal
presentimiento.
–El señor duque… – Vaciló Jerome. – Lo
me lo ha ordenado.
Lucia ató cabos: la medicina y su embarazo
estaban relacionados. El nuevo remedio
funcionó tan bien que recordaba con
exactitud cuándo había empezado a
tomárselo y quién se lo había suministrado.
Le sobrecogió que Anna, en quien confiaba
como profesional, hubiese mezclado algo
que no debía. Resuelta, decidió llamarla
para llegar al fondo del asunto.
* * * * *
Aquella sería su primer encuentro con
Anna desde que la despidió. Anna entró en
su morada con una sonrisa encantada y
Lucia la recibió con modestia.
–Sospecho que el remedio para la migraña
que me recetaste tenga algo que no deba. –
Lucia fue directa al grano. – No creo que
sea cosa tuya, Anna, por eso quiero que me
lo cuentes todo.
Anna empalideció horrorizada.
–La receta… – La buena mujer tartamudeó
perpleja. – El doctor del duque me la dio, el
señor Philip. Pero, mi señora, créame, no es
una mala persona.
Ese nombre le provocaba una sensación
extraña. En su sueño había sido alguien a
quien le había agradecido sus servicios y en
esta realidad era el hombre a quien su
marido le debía la vida de su hermano. Sin
embargo, en presencia del médico, Hugo
siempre se mostraba reacio, inquieto, por lo
que la imagen de benefactor no la podía
asociar con él.
–Estoy embarazada, Anna.
–¡Oh, cielos! ¡Enhorabuena!
–Gracias. Como sabrás, yo era estéril. No
obstante, la medicina de la migraña era un
remedio para ello y me he curado sin que
se me notificase. – La expresión de Anna
cambió radicalmente. – Lo importante no
es que me haya quedado en cinta, si no que
de haber sido veneno… ¿Te imaginas qué
habría podido ocurrir? ¿Entiendes por qué
me lo tomo tan en serio?
–Me… usó. – Anna suspiró pesarosamente.
–¿Recuerdas algo peculiar?
–El señor Philip estaba… obsesionado con
que usted se quedase embarazada, señora.
En aquel momento no me pareció raro,
pero ahora…
–Entiendo. Si no me equivoco, el doctor
Philip quiso que nos presentases. ¿Por qué?
Cuéntamelo todo, cada detalle.
Anna analizó sus recuerdos, los ordenó y
narró cada acontecimiento o conversación
con el doctor al que había admirado.
–Es todo culpa mía… Fui… demasiado
necia.
La duquesa no era la única víctima. Anna
llevaba vendiendo ese remedio durante
varios meses sin preocuparse de cómo
afectaba al cuerpo del paciente. Se había
decepcionado a sí misma. La buena mujer
se despidió con los ojos enrojecidos y
partió no sin antes disculparse un sinfín de
veces con Lucia.
Ya a solas, la duquesa repasó la
información para resolver el misterio. La
cura que conocía poseía una fragancia
única, sin embargo, falló en detectar
cualquier aroma sospechoso en el nuevo
remedio. Si era un remedio casero pasado
de generación en generación, entonces,
Philip podría haber alterado la fórmula a su
antojo. Pero, ¿por qué llegar hasta esos
extremos para quitar un aroma? Por mucho
que ella dejase de ser estéril, su marido
requería ciertos aspectos para tener hijos, la
mujer en cuestión tenía que preparar su
cuerpo con una planta.
¡Oh, claro! ¡La artemisa! El Philip de su
sueño había sido todo un experto en los
efectos de la artemisa que ningún otro
erudito parecía, siquiera, sospechar. Aquel
hombre había indagado en ella para
asegurarse de que cumplía con los
requisitos. Su naturaleza calculadora hizo
estremecer a Lucia.
* * * * *
Hugo regresó del norte tres semanas
después y, en cuanto desmontó de su
corcel, se encerró en su despacho seguido
por su fiel sirviente Jerome.
–¿Mi esposa está dormida?
–La señora se ha retirado a descansar
temprano. No le he dicho que usted
regresaría esta noche.
–Bien hecho. ¿Y la receta que te di?
Hugo le confió la receta que Philip le había
dictado para cualquier dolor abdominal que
la duquesa pudiese sufrir al mayordomo
por si se volviese intolerable.
–Tal y como usted adivinó, la señora sufrió
dolores.
Hugo que esperaba de todo corazón que las
afirmaciones del viejo fueran mentiras se
decepcionó.
–También he descubierto los ingredientes
de la medicina de la señora y de dónde sacó
la receta la anterior doctora. Está todo
resumido en mi informe.
Hugo cogió el informe de Jerome y lo
hojeó sin cesar de lamentarse por no
adivinar los planes de Philip antes.
–La señora se interesó por la investigación.
–¿Se interesó?
–Sí, señor. Convocó a su antigua doctora y
quedó con ella.
–¿Y? – Inquiero Hugo, ceñudo.
–Conversaron largo y tendido, aunque
ignoro sobre qué.
Hugo no tenía ni idea de qué podrían haber
hablado durante tanto tiempo su mujer y la
doctora que despidió. Terminó de ordenar
unos cuantos documentos que había
escampados por el escritorio y se dispuso a
subir al segundo piso con el corazón en un
puño. La única información que había
conseguido en la biblioteca del norte era
sobre los duques y duquesas que habían
concebido descendencia, nada relataban los
escritos sobre las madres del otro linaje.
–¡Hugh! – Exclamó Lucia, regocijándose
bajo la luz de las velas cuando vio a Hugo
abrir la puerta del dormitorio. – ¿Cuándo
has vuelto?
–No te levantes, ya me acerco yo.
Se sentó de rodillas sobre la cama y la
estrechó entre sus brazos.
–Has vuelto y nadie ha venido a avisarme.
– Se quejó la duquesa.
–Seguramente pensaban que estarías
dormida.
–¿Sabes qué me ha pasado hace un rato,
Hugh?
Lucia tomó la mano de Hugo y la posó
sobre su vientre. Hugo se sobresaltó, el
estómago de su mujer había crecido
muchísimo en tres semanas.
–Estaba tumbada y he oído algo. Como
gotas de agua. ¡Y entonces he notado que
me rugía el estómago como cuando tengo
hambre! Pero luego, he vuelto a oírlo y se
me ha acelerado el corazón. Estoy segura
de que era el bebé hablándome. –Lucia
habló sin pararse a respirar.
Viendo lo rebosante de emoción que estaba
Lucia, Hugo se emocionó, miró su mano y
preguntó:
–¿…Aquí…?
–Sí, espera un momento.
La pareja esperó unos instantes
conteniendo la respiración sin resultado
ninguno. Lucia insistió mentalmente a su
hijo para que se volviese a mover para que
su marido pudiese experimentar la oleada
de emociones que había sentido ella, pero
no hubo manera.
–Se ha movido hace nada.
Hugo besó a su decepcionada mujercita.
–¿Cómo has estado?
–Bien, ¿y tú? ¿Qué tal el viaje?
–Duro. Me han dicho que te ha dolido la
barriga.
–Sí, pero me he medicado y ya. Me
preocupaba más que le pasase algo al bebé
que otra cosa.
–Entiendo…
Aunque Philip no le hubiese advertido que
provocar un aborto sería peligroso para la
madre, Hugo no tenía la más mínima
intención de hacerle nada al fruto de su
vientre. No entraba en sus planes ver a su
esposa caer en el abismo de la
desesperación por haber perdido a su niño.
La victoria era para el viejo. Mientras
Lucia estuviese a salvo, sería una
marioneta a manos de aquel personaje.
–Quería hablar contigo sobre la medicina
de la migraña, Hugh.
–¿Qué le pasa?
–Me he quedado embarazada gracias a ella,
¿verdad?
Su esposa era una mujer interesante. A
veces era ingenua e inocente, y otras era
terriblemente astuta. Le relató su
conversación con Anna y él escuchó
atentamente cada palabra y expresión.
Todo era información relevante que le
faltaba al informe de Jerome.
–Pero lo que no entiendo, Hugh, es la razón
por la que Philip hace esto. – Lucia expresó
su mayor dilema.
No comprendía por qué el doctor llegaría
hasta tales extremos para dejarla
embarazada. Era mucho más que simple
lealtad a una familia.
Parte V
–Ya tienes un heredero. ¿No ve a Damian
digno de serlo? Pero es que no tiene
sentido… Yo soy estéril. Es imposible que
el señor Philip no lo supiera.
Hugo fue incapaz de ocultar su
desconcierto y esto le indicó a Lucia que su
pregunta había dado justo en el clavo. Su
marido siempre contestaba abiertamente
cualquiera de sus dudas, pero en esta
ocasión, mantuvo la boca cerrada. Aunque
la joven no quería ponerle en una situación
difícil, ahora que todavía sentía la emoción
de notar a su hijo moverse por primera vez
y su instinto maternal florecía no podía
dejar pasar algo relacionado con su hijo.
–Me lo prometiste, Hugh. – Lucia insistió.
– Me dijiste que si te lo imploraba
reflexionarías sobre contarme tu secreto. –
Le recordó con la mirada cargada de
terquedad.
–…No es algo fácil de digerir. Ni para ti, ni
para el niño.
–Yo estoy bien y el niño también. ¿No
fuiste tú el que se jactó de lo fuerte que era
un hijo tuyo?
Hugo soltó una risita mezclada con un
suspiro.
–Siempre ganas.
Hugo le confesó todos los secretos que
guardaba celosamente. Dejó expuesto el
secreto de su familia, la verdad de los
matrimonios incestuosos y hasta las
mentiras de Philip. Lo único que se calló
fue su identidad como “Hue”.
–O sea, que está obsesionado. – Lucia se
limitó a expresar lo que sentía y aceptó la
nueva información flemáticamente. –
Hugh, Damian es mi hijo y el hermano
mayor de nuestro bebé. Voy a criar a mis
hijos como hermanos y no estoy dispuesta
a inculcarles el secreto de los Taran.
–Pienso igual.
–¿Te sigue preocupando? ¿Por eso no me
lo contabas?
–No te lo contaba porque… es repugnante.
Lucia suspiró ante el abrupto silencio de
Hugo.
–¿…Temías que te viera de otra forma?
Su silencio fue la respuesta. Lucia
compadeció tanto a ese león tímido y
encantador que sintió deseos de llorar. Se
incorporó, lo rodeó con los brazos y enterró
el rostro en el cuello de él. Anhelaba que el
amor pudiese verse a simple vista. Ansiaba
abrir su propio corazón y mostrárselo a su
marido. ¿Cómo podía hacerle entender que
sus sentimientos no cambiarían por algo
como esto?
–En realidad, Hugh, yo también tengo un
secreto. ¿Te gustaría escuchar mi historia?
Y así, Lucia abrió las puertas del rincón
mejor escondido de su ser donde había
enterrado la verdad que aspiraba a olvidar
desde los doce años.
–…Y así es como terminó mi matrimonio.
– Lucia hizo una breve pausa para estudiar
la expresión de Hugo.
–¿Por qué paras? Sigue.
–…Tienes una cara que da miedo.
La expresión del duque estaba cargada de
instinto asesino.
–¿Te… parece ridículo?
–¡No! – Hugo, agitado, se pasó la mano por
el pelo.
Lamentaba haber acabado con el Conde
Matin con tanta facilidad. Era mortificante.
Rechinando los dientes indignado escuchó
la vida de su mujer como esposa de ese
montón de basura al que Kwiz, el
instigador, había vendido a su hermana.
–¿Cómo puedes ser así, esposa mía?
–¿…Eh?
–A pesar de haber pasado por todo eso, lo
único que me pediste fue encontrar alguna
manera para que ese hijo de la gran puta no
se casase con alguna princesa.
De haberlo sabido antes, Hugo hubiese
asesinado a ese bastardo de la manera más
miserable posible.
–…Gracias por escucharme, Hugh. Pero
nada de esto ha pasado de verdad, así que-
…
–Si lo recuerdas, da igual. Para ti no es un
sueño sin más, ¿cierto? Es algo por lo que
has tenido que pasar.
–…Sí, pero-…
–¡Si lo hubiese sabido, ese cabrón-…!
–Ya está muerto.
Lucia creía que el conde había fallecido en
un accidente fortuito y el hecho de no
poderle confesar que había sido cosa suya
le frustraba aún más.
–Voy a parar aquí, no quiero alterarte.
Hugo cogió aire varias veces para
serenarse. Necesitaba saber más. La
historia de su esposa era irreal, pero no
absurda y, por extraño que sonase, le
facilitaba las piezas del rompecabezas que
hasta ahora le faltaban. Como la
compostura que guardaba siempre su mujer
a pesar de su corta edad o esa personalidad
tan impropia de una princesita que no había
salido jamás del palacio. Además, Hugo
sabía bastante sobre los objetos mágicos y
supuso que el colgante del que le había
hablado Lucia era uno.
–No, continua.
Lucia se tragó la risotada mientras repasaba
el aspecto de Hugo, que parecía una bomba
de relojería. Agradecida reanudó su relato.
Le explicó cómo conoció al caballero que
la engañó y timó. La muchacha se detuvo
unos instantes para estudiar el rostro de
Hugo que, sorprendentemente, seguía
templado. Le alivió que su esposo
comprendiese que todo era un sueño, algo
que no había sucedido en la vida real. Sin
embargo, la mente de Hugo tiraba en otra
dirección y decidió encontrar a ese timador
y desahogarse con él.
–No te parezco una loca, ¿no?
Hugo se quedó de piedra y la abrazó sin
responder. No sabía cómo consolarla de esa
agotadora vida que había experimentado en
su sueño. De hecho, ella era quien le había
salvado a él.
–¿Me ves con otros ojos? He vivido una
vida dejándome llevar de un lado al otro,
Hugh. No soy una princesita a la que hayan
mimado durante toda su niñez en el
palacio.
–Sabes que eso es imposible.
–Pues lo mismo pasa conmigo. Da igual
qué secreto estés guardando: tú eres tú.
Hugo se carcajeó sin soltarla. ¿A qué le
temía? La oscuridad que lo había
aprisionado durante tanto tiempo se disipó
con una caricia de su mano. La firmeza del
corazón de la frágil mujer que tenía entre
sus brazos le pilló desprevenido. Ahora
comprendía el dicho de que la voluntad de
una mujer era más fuerte que la de
cualquier hombre.
–El problema es Damian.
–¿Damian?
–Cuando crezca y se enamore no podrá
tener un hijo de una manera normal. Pero
conozco un remedio… Te he dicho que en
mi sueño me curé gracias a conocer a un
doctor mientras deambulaba por ahí, ¿no,
Hugh? Era el señor Philip.
–¿…Qué?
–Nunca le he visto en la vida real, pero
estoy segura de que era él.
–…Y yo. – Asintió Hugo tras escuchar la
descripción tan precisa de su esposa.
–He estado dándole vueltas y creo que la
clave para el linaje de los Taran es la
artemisa.
–…Tienes… razón. – Murmuró él como
ausente.
El remedio que Philip le había confiado a
Lucia en su sueño debía ser la cura que él
no lograba hallar por ningún lado. ¿Dónde
diablos andaría la fórmula?
Un recuerdo lejano le vino a la mente.
Cuando todavía era una mera marioneta del
difunto duque, se le permitía ver a su
hermano una vez al mes para confirmar su
estado en una llanura desierta. En una
ocasión le preguntó dónde vivía y su
gemelo le respondió encogido de hombros
que, en un pueblecito lejano, aunque fue
incapaz de concretar porque le drogaban
cada noche antes de llegar a la quedada.
Hugo se convenció de que su hermano
estaba encerrado en la casa que la familia
de Philip utilizaba como escondrijo y pasó
un buen tiempo buscándola inclinado por la
posibilidad que todos los documentos
secretos y las recetas ancestrales de sus
antepasados descansasen en algún lugar de
esa casa. La información que le facilitó su
esposa acababa de abrirle una nueva ruta:
el anciano era capaz de volver a pie en una
semana desde el escondrijo. Aquello
reducía el rango de búsqueda
significativamente.
–Dices que recuerdas la cura, ¿verdad,
esposita mía? Dime cómo se hace. – Le
pidió a Lucia mientras la colmaba de besos.
–Sí, claro. – Contestó ella, perpleja.
–Gracias.
Conseguida la fórmula, Hugo se marchó
dejando atrás a una Lucia confundida.
Risueña, se tumbó sobre la cama con las
manos sobre el vientre.
–Muévete, cariño, soy yo, tu mamá. –
Susurró lentamente.
Parte VI
Hugo volvió a la guarida donde sus
soldados habían confinado a Philip unos
días más tarde. El duque observó al anciano
que llevaba un mes sin ver la luz del sol y
comiendo lo mínimo para sobrevivir.
–Supongo que habrás estado por el norte.
Hacía mucho que no te veía. – Hugo
frunció el ceño. – Y estoy seguro de que no
has podido encontrar nada.
El duque guardó silencio y el curandero se
convenció de que la victoria era suya una
vez más. El anciano no tenía intenciones de
herir a la bebé, sin embargo, Hugo no le
creía y volvía a estar en desventaja.
–Qué quieres.
–Te daré una receta que garantizará la
seguridad de la duquesa y tu hija.
–No pienso permitir que le toques ni un
pelo.
–Como quieras, pero siempre podrías
dársela tú.
Philip sonrió apaciblemente y el duque lo
escrudiñaba con recelo. El temperamento
cruel y feroz del poderoso Taran podría
estallar en cualquier momento si se le
arrinconaba contra la pared.
–No me acercaré a la señora, ni a tu hija.
Criaré al joven Damian y a la pequeña
como si fueran hermanos.
–Eso no es algo que tú puedas decidir. Veo
que no entiendes tu posición. – Explicó
Hugo, tranquilamente.
–El joven Damian no necesita que su
esposa sea tu hija.
–¿Otra mujer podría darme hijos?
El silencio de Philip lo admitió. Hugo
pensó en lo mucho que hubiese conseguido
el anciano de haberse dedicado a los
negocios. A sabiendas de que su
contrincante estaba dispuesto a remover
cielo y tierra para salvar a su esposa y bebé,
estaba proponiéndole un pacto lo
suficientemente suave como para no
alterarle. No obstante, Philip cometió un
error básico: no se molestó en analizar bien
al enemigo. Hugo jamás le sería infiel a
Lucia y, además, seguía aborreciendo su
propia estirpe. El único motivo por el que
no odiaba a su nonato era porque también
era el fruto de su esposa. La idea de otra
mujer cargando con un retoño con el que
compartía sangre le revolvía el estómago.
El duque ya no estaba en desventaja. Hugo
había analizado la situación fríamente y
concretó que era imposible que su esposa o
su bebé pudieran correr peligro. ¿Cómo
alguien tan obsesionado con su
descendencia como Philip iba a quedarse
de brazos cruzados sin intervenir ante la
posibilidad de perder lo que llevaba
esperando toda su vida?
–No entiendo lo que dices.
–¿Por qué?
–¿Tan fácil es tener hijos? ¿Y si no pasa
nada durante el embarazo? Si mi mujer da a
luz como si nada, perderás la cabeza.
–La señora debe seguir tomando la
medicina hasta que nazca la bebé si quieres
que sea efectiva.
Philip planeaba alternar una cura que le
quitase la energía a Lucia y otra que la
ayudase a volver a estar en forma. Si la
duquesa estaba postrada en cama, Hugo
correría en su auxilio y, naturalmente, le
pediría ayuda a él.
–¿Y qué pasa después de que nazca la
bebé? ¿Crees que os dejaré vivir a alguno
de los dos?
–Tendrás que prometerme que no lo harás.
–¿Quieres una promesa? – Hugo soltó una
risotada. – ¿Y crees que voy a cumplirla?
–Desearía que así fuera, por desgracia, la
confianza brilla por su ausencia en este
mundo.
Los cabeza de familia de los Taran no
habían cedido a contribuir a continuar su
linaje dócilmente tras enterarse de los
requisitos para ello. Philip y sus
antepasados llegaban a un consenso:
información a cambio de preservar su
cabeza.
–Mi familia es poseedora de una
herramienta mágica desde hace
generaciones.
–Interesante… ¿Y cómo piensas hacerte
con ella ahora que estás aquí maniatado?
–Está en un escondrijo, pero podrías
ordenar que la fueran a buscar. De todos
modos, la única manera de usarla es a
través de alguien de mi familia.
En otras palabras, esa herramienta mágica
se convertiría en basura en cuanto él
falleciese. Lo que era inesperado. Philip no
volvió a casarse tras la muerte de su esposa
y su hijo, era insólito que alguien tan
obsesionado con el linaje estuviese
dispuesto a abandonar su plan de vida con
tanta facilidad.
–¿Y la mujer? Ninguna mujer normal
puede tener hijos conmigo, ¿no?
–Eso ya está preparado.
–¿Preparado?
Escuchar al viejo admitir que ya había
preparado a otra mujer que le diera
descendencia dejó a Hugo atónito.
–¿Me estás diciendo que has hecho eso sin
mi permiso?
–Es el deber de mi familia desde hace
generaciones.
–¿Y si la mujer que dices no puede
quedarse en cinta?
–También hay un reemplazo.
–Has preparado a más de un par, ¿eh?
Tienes un jodido campo de entrenamiento.
– Murmuró Hugo irritado. – En resumen, a
cambio de la medicina para mi esposa,
tengo que compartir lecho con una mujer
que tú hayas elegido y concebir a un crío
que tú cuidarás. Además, tendré que firmar
un pacto bajo el cuál se estipula que yo no
puedo tocarte ni un pelo. ¿Y entonces?
¿Crees que Damian hará lo que tú quieras?
–No puedo adivinar el porvenir, sólo hago
lo que puedo en esta situación.
–No puedes adivinar el porvenir. – Repitió
Hugo ahora con una pista importante.
Descubrió de dónde provenía la seguridad
de Philip. Su sentencia sobre el peligroso
embarazo de Lucia era, tan sólo, audacia. –
Entiendo. ¿Cuándo quieres que decida?
–La señora debe tomarse la cura el mes
antes de que dé a luz para fortalecer el
cuerpo.
–¿Oh? O sea que, cuánto más grande sea la
barriga de mi mujer, más inquieto estaré
yo. Eres bueno, sabes dónde ir para hacer
daño. ¿Esto también es algo que ha pasado
de generación en generación con tu
familia?
Philip se tensó. No le molestaban los
comentarios de Hugo, no obstante,
empezaba a percatarse de que tal vez él no
llevaba la mano cantante en el asunto. La
actitud del duque no era la de alguien en
desventaja.
–Necesito una respuesta definitiva. Si mi
mujer no se toma la cura, ¿morirá?
–Es por su bien-…
–¿Sí o no?
–…Exacto.
–¿El qué?
–No vivirá mucho.
Philip trató de mantener la neutralidad de
su expresión intacta mientras se enfrentaba
a la mirada carmesí del duque que parecía
atravesarle como un cuchillo. Entonces, los
labios de Hugo se torcieron en una sonrisa
y estalló en carcajadas que provocaron un
escalofrío en el médico.
–¿Sabes? Hoy he venido a verte para
escuchar las gilipolleces que podrías llegar
a soltar. No me has decepcionado.
A Philip se le desencajó la cara y el duque
sintió que la victoria era suya.
–¿Qué crees que descubrí en el Norte? – El
anciano guardó silencio. – Se llama
artemisa. Qué curioso. El secreto del linaje
de los Taran no es más que un hierbajo.
Philip aparentaba serenidad, pero por
dentro le daba vueltas todo. Sin embargo,
determinó que Hugo sólo estaba
presumiendo de saber algo que,
seguramente, podría haberle contado Anna.
–No te entiendo. Sé que la señora no
sangraba por culpa de la artemisa, por eso
dije que le daría una cura.
Hugo soltó una risita y empezó a
mencionar en orden los ingredientes de la
cura que la familia de Philip guardaba tan
celosamente en su escondrijo.
–Encontré tu escondite, hijo de puta.
La expresión de Philip se descompuso del
todo y Hugo, aprovechando el colapso
mental del anciano, se atrevió a adivinar
una última cosa.
–En los informes no ponía nada de la mujer
muriendo después del parto.
La suposición de Hugo era la clave que
delataría su mentira. Si Lucia estuviese en
verdadero peligro, Philip descubriría que
todo era una estrategia, no obstante, la
expresión del anciano no mejoró. Aliviado,
Hugo dejó escapar un profundo suspiro.
Era todo mentira. Su esposa no moriría y
ahora podía darle rienda a su ansía asesina.
–Haré que sufras tanto dolor que desearás
la muerte. – Hugo observó desdeñosamente
a Philip. – Damian será el último chico de
ojos rojos y pelo negro que nazca bajo el
nombre de los Taran. – Philip alzó la
cabeza, derrotado. – Aquí acaba este linaje
maldito.
Philip fulminó a Hugo con una mirada
cargada de ira, resentimiento, odio,
desesperación y enfado mientras protestaba
con unos sonidos vagos.
Hugo salió de la estancia. El anciano
viviría hasta que Lucia hubiese dado a luz y
él hubiese encontrado el escondrijo de su
familia. Le tormentaria día y noche.
El duque empezó a subir por la escalera de
piedra y, por fin, sintió que podía respirar.
Sintió que al fin había escapado de la
sombra de los Taran.
* * * * *
Lucia esbozó una sonrisa encantada sin
apartar la vista del par de calcetines rosas
diminutos que tenía entre las manos.
últimamente, la joven se dedicaba a tejer
para su futuro bebé: pañuelos, baberos y, al
fin, calcetines.
–Oh, vaya. – El movimiento del retoño la
sorprendió. – Mi amor, te estoy haciendo
unos calcetines, siento que a tu madre no se
le den bien estas cosas.
–¿Te entiende?
Lucia sonrió a su esposo que se le estaba
acercando. Ignoraba cuándo había entrado
y llevaba sin verle desde la tarde. Hugo
estaba terriblemente ocupado: salía a
trabajar bien temprano y regresaba ya
entrada la noche para encerrarse en su
despacho a terminar de pulir los asuntos
que le aguardaban encima de su escritorio.
–Por supuesto que sí. ¿Ya has acabado lo
que estabas haciendo?
Hugo respondió asintiendo la cabeza.
Hacía dos semanas que Hugo recibió un
informe detallando dónde se hallaba el
escondrijo de la familia de Philip y, apenas
unos días atrás, le enviaron un carruaje
rebosante de todos los documentos y libros
que habían encontrado.
Hugo se sentó al lado de Lucia, cogió el par
de calcetines y los examinó.
–¿Será así de pequeña?
–No sé, todavía no la he visto, pero me han
dicho que esto ya es grande. Bueno, crecerá
rápido. ¡Oh! ¡Se acaba de mover! Ven,
corre. – Lucia le cogió la mano y se la puso
sobre el vientre. Sin embargo, no pasó
nada.
–Creo que me odia.
Cada vez que Hugo intentaba notar los
movimientos de la bebé, estos
desaparecían.
–No es verdad. – Le consoló Lucia
pensando en lo adorable que era su
grandullón. – Eres su padre. Seguro que es
porque es tímida.
–Me alegra que se ande con cautela.
Cuando nazca la voy a enseñar a no ser
tan… audaz como tú.
–¿Cómo yo?
–Viniste a buscarme. Totalmente sola.
–De no ser así, no me habría casado
contigo, ¿no? A lo mejor hay otra yo
viendo este momento en su sueño. ¿Quieres
que haga lo que dices?
Lucia estalló en carcajadas al ver la
expresión de su esposo. De repente, a
ambos se les escapó una exclamación
nerviosa. Algo se acababa de mover dentro
de ella.
–Te está saludando.
Hugo se quedó pasmado observando el
vientre de su mujer. Le fascinó que se
estuviese criando una vida allí. Algo le
estrujaba el corazón. Bajó la cabeza y besó
a Lucia.
–Hagámoslo. – Ella se lo quedó mirando,
sonrojada. – Déjame. Llevo tres meses y
medio aguantándome.
Hugo esperaba que Lucia se sorprendiese o
sobresaltase, pero la muchacha se limitó a
desviar la mirada. Él estaba decidido a
rogar o persuadirla, pero ahora no sabía si
aquella era una buena reacción. La abrazó,
la tumbó y empezó a desnudarla.
–¿Estás bien?
Hugo se le puso encima con mucho
cuidado de no tocarle el vientre. Volvió a
besarla. La deseaba a ella y hacerle el
amor, pero no disfrutaría de una situación
en la que ella no estaba dispuesta a gozar
con él.
–¿…De verdad quieres?
–Estoy al límite. No sé cuántas noches me
habré pasado en vela. Aunque tú duermes a
pata tendida.
Lucia apretó los labios. Cada vez que se
despertaba al alba, se lo encontraba
durmiendo estupendamente.
–¿No te apetece? ¿Nada? Le he preguntado
a la doctora y me ha dicho que mientras
vaya con cuidadito y no penetre muy
hondo, no pasa nada. También le he
preguntado sobre varias posiciones…
Lucia le golpeó el brazo, roja como un
tomate.
–¡Ah, eres lo que no hay! ¿De verdad le has
preguntado eso? – Exclamó horrorizada.
–¿Por qué no? Es tu doctora.
Lucia continuó patidifusa ante su osadía.
–…Mi cuerpo está cambiando. – Confesó.
– Pensaba que no me encontrarías
atractiva…
–¿…Has vuelto a tener un sueño raro?
–No, pero… Hace mucho tiempo… Tres
meses…
Lucia estaba segura de que en cuanto
pasase el termino de tres meses, Hugo se
abalanzaría sobre ella. No obstante, aquello
no ocurrió y su seguridad desapareció.
–Sé que no he estado muy atento
últimamente, lo siento.
Hugo estaba ocupado con los miles de
informes sobre el paradero del escondrijo
de Philip. Hasta que no se aseguró de que
Lucia iba a estar bien, no consiguió paz de
mente y pudo querer verla o abrazarla.
–Entiendo que estás ocupado. Lo entiendo,
pero… Me estoy engordando…
Hugo miró a su vacilante esposa y se echó
a reír.
–Y yo que pensaba que era el único que
quería, y ahora resulta que tú también
tienes ganas. Podrías haberlo dicho.
–…Te hubieras metido conmigo.
Hugo soltó una risita y la besó.
–Te quiero, da igual cómo estés.
Lucia le rodeó el cuello con los brazos,
todo sonrisas y Hugo la estrechó con más
fuerza.
–Me encanta abrazarte y estar así contigo.
–¿No me digas que has cambiado de
opinión? – Preguntó Hugo apartándose un
poco, tenso.
Lucia no pudo contener una carcajada y
dijo:
–Bueno, aunque no lo hagamos… – Le
chinchó.
–¡Joder!
Hugo le sujetó el mentón y le cubrió los
labios con los suyos.
* * * * *
Hugo abrazó a Lucia por atrás para evitar
presionarle el vientre. Le cubrió el cuello
de besos y la penetró suavemente. Manoseó
los generosos pechos de su esposa y volvió
a entrar en su esposa. Hugo anhelaba
cambiar a tantas posiciones prohibidas que
era frustrante.
–Ah… – Gimió Lucia tímidamente.
Hugo volvió a la carga con sumo cuidado.
El vientre protuberante de su esposa la
agotaba y le quitaba las ganas de mantener
relaciones íntimas, no obstante, era mucho
más sensible de lo normal y aquello lo
volvió loco.
–¡Ay, Hugh! ¡Te has-…!
–Lo siento, me he pasado.
Un desliz era suficiente para que su mujer
reaccionase. En esos momentos Lucia era
tan frágil como el cristal, podía romperse
de un toque.
–Para, Hugh. Me duele la barriga.
Hugo, que no había saboreado a Lucia
como deseaba todavía, cedió sin rechistar.
Lo que había domado al grandioso duque
no era temor por su no nato, sino por la
mujer que amaba.
–¿Estás bien? – Preguntó.
Era algo recurrente que tuvieses que parar
en medio del acto y, aunque era molesto y
ponía a prueba su autocontrol, Hugo estaba
descubriendo su propia paciencia.
–Ahora sí.
–¿Llamo a la doctora? – Sugirió él,
claramente preocupado.
–No es para tanto. – Lucia se sentía la reina
del mundo gracias a lo cuidadoso y atento
que era su marido con ella. – ¿Crees que
tendrá tus ojos y tu color de pelo, Hugh?
–Lo dudo. Sólo los chicos nacen así.
–Quería que los tuviese. – Suspiró Lucia
decepcionada.
–Yo prefiero que se parezca a ti.
A Hugo le encantaba el hecho de que la
bebé fuese chica y que no fuera a heredar
ninguno de los monstruosos rasgos de su
linaje.
–¿Sabes? Me gustaría que Damian viniese
a casa cuando nazca. Creo que el trimestre
acaba en invierno… Quiero que conozca a
su hermanita.
–Le pediré permiso a la escuela.
–Me preocupa su diferencia de edad. Con
lo maduro que es… a lo mejor la niña le
parece una molestia.
Lucia fui extremadamente prudente a la
hora de darle la noticia a Damian. Sopesó
todas las opciones hasta que su estado
volvió a ser estable y escribió un par de
palabras al final de una de sus cartas con la
esperanza de que la llegada de la niña no
hiriese a Damian. Poco después, recibió
una carta larguísima del muchacho sobre su
vida escolar y una breve frase que decía:
“Me alegra oír eso”. No mencionó a la
niña, ni preguntó nada más. Lucia no podía
pedirle que dijera nada más por carta y,
desde luego, tampoco dejaba de
preocuparle Damian. Por muy maduro y
fidedigno que fuese, seguía siendo un niño
que podría sentir un muro entre ellos si la
madre y la nueva hermana no compartían
su sangre.
–¿No te importa?
–¿El qué?
–Pensé… que Damian podría incomodarte.
La costumbre de los Taran le otorgaban el
puesto de futura esposa a su bebé. Tras
confiarle hasta los secretos más oscuros de
su linaje, Hugo se preparó para comprender
cualquier cambio de la actitud de su esposa
frente a Damian.
–…Veo que sigues sin creerme. – Comentó
Lucia perpleja. – Damian es mi hijo. – La
muchacha por fin entendió el motivo de la
distancia que el niño había empezado a
dejar entre ambos.
–No es que no te crea… – Empezó su
marido.
–Desde que Damian me llamó “madre”, me
convertí en ello. ¿Sabes lo feliz que me
hace tener a un hijo tan dulce? Es
extremadamente prudente a pesar de lo
joven que es. Si pudiese, me lo llevaría por
ahí para presumir.
–Eres demasiado generosa con el chico.
–También tiene partes malas.
–¿Oh? ¿El qué? – Preguntó Hugo,
interesado.
–Es demasiado directo. Eso todavía lo
puedo dejar pasar, pero me preocupa que
cuando se haga mayor se convierta en un
libertino. – Lucia se mordió la lengua y no
añadió el “como tú” que pululaba por su
garganta.
–No te preocupes por eso, – Hugo que
adivinó lo que le pasaba por la cabeza a su
esposa se estremeció, la estrujo con más
fuerza y le susurró. – Si de verdad sale a
mí, cuando se case no mirará a ninguna
mujer que no sea la suya.
Lucia estalló en sonoras carcajadas. Su
marido había mejorado sus excusas.
–¿Quieres que sigamos? – Preguntó Hugo
viéndola de mejor humor.
–Me voy a dormir.
La despiadada mujer que tenía por esposa
le rechazó y se quedó dormida en cuestión
de segundos. Entristecido y anhelando su
tacto, la ansiosa espera por su nonata se
dificultaba y no, precisamente, por un
desvivido amor paternal.
Parte II
La brisa otoñal barrió los vestigios del
verano. La residencia de los duques de
Taran estaba más ajetreada que nunca. El
palacio real les había enviado la mejor
matrona y todos los ojos estaban puestos en
la joven duquesa que podría romper aguas
en cualquier instante.
Lucia había perdido el derecho a la
intimidad, se la vigilaba a todas horas.
Llevaba un par de días con el vientre
endurecido, sin embargo, hasta aquella
mañana no había experimentado ningún
tipo de dolor.
–¿Le duele? – Preguntó la matrona
mientras comprobaba las agujas del reloj de
al lado de la ventana. – Creo que está de
parto. –Se volvió hacia sus ayudantes y les
ordenó que acompañasen a la señora al
dormitorio.
Jerome empalideció y sólo supo seguir
inconscientemente las instrucciones del
resto de criadas que se movían en un
frenesí caótico.
* * * * *
La matutina luz cegadora que entraba por
la ventana despertó a Fabian que se hallaba
dormitando en uno de los sofás.
–¿Ya ha nacido el bebé?
El buen hombre aguantó hasta la
madrugada a base de té. Jamás se había
quedado en vela por esperar el nacimiento
de nadie, ni siquiera el de sus propios hijos.
No obstante, su deber de lacayo le obligó a
quedarse en pie y soportar los tortuosos
gritos de la duquesa que resonaban por las
paredes. Jerome había sido quien le había
mandado descansar después de verle
cabecear un par de veces. Unas horas
después, ya más despejado, se puso en pie,
pero reinaba el silencio.
Fabian subió las escaleras sin dejar de
mirar a su alrededor, no fue hasta llegar al
pasillo de la segunda planta que al fin
escuchó un grito lejano. El parto seguía en
curso y el inquieto duque no se había ni
percatado de su ausencia.
Hugo, claramente angustiado, daba vueltas
delante de la puerta hasta que, de repente,
se detuvo. Sorprendidos, Fabian y Jerome
alzaron la cabeza y se dieron cuenta de que
los chillidos habían desaparecido. Todos
los presentes contuvieron el aliento y, al
cabo de escasos segundos, se escuchó el
llanto de un infante.
Fabian esbozó una sonrisa que le delató: él
también había estado preocupado a su
propia manera. Temía que algo pudiese
ocurrirle a la señora y que el duque se
quedase sin ella. Para él, la duquesa era su
salvavidas, una fortaleza, algo a lo que
podías aferrarte como clavo ardiente.
Esperaba que aquella duquesa fuese capaz
de continuar domando a la bestia durante
muchísimos años más.
Parte III
La matrona abrió las puertas del dormitorio
acompañada de su ayudante, asintió a
modo de saludo a Hugo y anunció:
–Es una niña preciosa. Tanto la madre
como la hija están sanas. Felicidades.
Todos los presentes inclinaron la cabeza
para felicitar a Duque que, por su parte,
sólo supo suspirar aliviado.
–¿Puedo pasar?
–Espere un momento más, mi señor.
Todavía hay que ocuparse de un par de
cosas más.
Hugo consiguió entrar en el dormitorio una
hora después. La estancia estaba tranquila y
silenciosa, los criados estaban tan
concentrados en sus tareas que poco les
importó que el duque entrase y el duque
parecía completamente ajeno a ello. Su
mirada no se movió de su mujer que yacía
en el lecho.
Lucia no había podido pegar ojo desde que
empezaron las contracciones. La matrona le
había aconsejado que se acercase la niña al
pecho aunque todavía no produjese leche,
la duquesa sí lo hizo y cayó rendida escasos
segundos después.
Hugo contempló el rostro agotado de su
esposa: que estaba pálida, empapada en
sudor y con los labios secos. Se sentó en el
borde de la cama con cuidado para no
moverla, le apartó los mechones sueltos de
la frente y se ahogó en la desesperanza.
–¿De verdad no le pasa nada? ¿Está bien?
Hugo continuaba ansioso. Había
comprobado los informes de Phillip cientos
de veces, pero no conseguía deshacerse de
la sensación de que aquel monstruo podría
habérsela jugado una vez más. La fecha del
parto acaeció como una maldición para él.
Se despertaba de noche y contemplaba la
figura adormecida de su esposa, se permitía
el lujo de darle rienda a sus miedos cuando
ella no le veía para no preocuparla.
–Lo ha pasado tan mal porque es primeriza,
pero la señora se pondrá bien. Coja a la
pequeña, mi señor. – La matrona mencionó
a la bebé viendo que el duque no se había
molestado ni en mirarla aún. Era la primera
vez que se topaba con un marido que
prefería comprobar el estado de su mujer,
que el de su recién nacido. – Adelante, mi
señor. – Se la ofreció.
Hugo aceptó a la bebé con torpeza para que
la matrona, que le estaba indicando cómo
sujetarla bien, dejase de insistir. ¿Cómo
podía un bebé ser tan pequeño? Parecía
mentira que esa cosa tan menuda e
indefensa fuese el mismo ser que llevaba
dando tanta guerra en el vientre de su
esposa durante meses. Era extraño. La niña
continuaba roja e hinchada a pesar de que
la acababan de bañar.
–Es encantadora. – Comentó la matrona
que contaba con la suficiente experiencia
como para adivinar si la pequeña sería o no
hermosa. – De mayor será toda una belleza.
Hugo, por su parte, se tomo los elogios de
la profesional como alabanzas vacías. La
niña le seguía pareciendo rara.
–Tiene los mismos ojos que la señora. –
Continuó la matrona, divertida por la
perplejidad de Hugo.
El duque se había decepcionado al ver los
mechones dorados de la bebé, pero ahora
que se fijaba en el color de su mirada sintió
una chispa de regocijo. Quizás le sería más
fácil encontrar las similitudes cuando
creciese. Poco después, le devolvió la niña
a la matrona y volvió a volcarse en su
esposa.
* * * * *
Lucia se despertó sedienta. Murmuró una
petición vaga y, de repente, apareció una
mano firme con un vaso y un brazo la
ayudó a incorporarse.
–¿La has… visto? – Preguntó la duquesa
con una leve sonrisa.
–Sí.
–Se parece a mi madre. Tenía un pelo rubio
precioso, ¿sabes? – Continuó con los ojos
inundados de lágrimas.
Hugo le besó los ojos y anheló poder
abrazarla, pero no podía. La joven
continuaba demasiado débil.
–Dicen que tiene tus ojos. – Dijo Hugo,
pensando en lo increíblemente bella que
estaba su mujer. – Aunque todavía no la
has visto.
–Yo también la he visto. Me ha dado miedo
cogerla, porque no sabía cuándo me
quedaría dormida.
Hugo la miró reír y fruncir el ceño.
–Ha sido duro, ¿verdad? – Preguntó
besándole los labios, nariz y frente.
–Estoy bien.
–Eso dices siempre.
–Lo digo de verdad, Hugh. Quería dejar
una prueba de mi amor por ti. Por eso
puedo dejar atrás todo el dolor. – Lucia se
enamoró de la pequeña a primera vista y
una de sus principales motivos era porque
era su bebé y la de su marido. – No quepo
en mí de felicidad porque sea nuestra niña,
tu niña, de tu sangre.
Hugo se la quedó mirando en silencio
durante unos minutos.
–El nombre para la niña… – Empezó. – He
pensado que a lo mejor te gustaría que se lo
pusiera tu abuelo.
–¿Mi abuelo…?
–Estaba pensando en traerlo para que la
viera.
–Me encantaría, gracias.
* * * * *
El conde de Baden visitó la mansión de los
Taran un mes después. Saludó a su nieta y
cogió en brazos al nuevo miembro de su
familia con los ojos empañados de
lágrimas.
–¡Oh, querida niña! ¿Cómo puedes
parecerte tanto a tu abuela? – Abuelo y
nieta derramaron lágrimas de alegría. –
Pensé en lo que me pediste y me gustaría
darle el nombre de la madre del primer
ancestro a la que le dejaron un testamento
cargado de su afecto y admiración. Al
parecer, era una mujer menuda y valerosa.
Evangeline, un nombre anticuado. Cuando
el anciano pronunció su nombre, la bebé
que hasta ahora había permanecido
observándole sonrió.
* * * * *
Hugo rebuscó por el cajón de su escritorio
hasta que encontró un sobre en el fondo.
Sabía que contenía algo que había
guardado por si las moscas, aunque no
recordaba qué con exactitud. El buen duque
leyó por encima el contenido de la carta e
hizo una mueca divertida: se trataba de la
renuncia de los derechos maternales de
Lucia y el contrato que estipulaba que
incluirían a Damian en el registro familiar.
Ahora todo era distinto, tanto Damian
como Evangeline eran sus hijos y bajo
ningún concepto se los arrebataría a Lucia.
Justo cuando iba a romperlos, Fabian llamó
a la puerta.
–El joven amo Damian partirá en tres días.
–¿Cómo va lo de la puerta?
En el estado de Philarch había tres puertas,
sin embargo, sólo a aquellos de alto rango
y la realeza se les permitía comprar el
derecho a utilizarlas. En la Academia
sorteaban las plazas limitadas para
utilizarlo para evitar disputas. Al principio,
Damian no optó por presentarse como
candidato para el pase porque no se le
ocurrió que hubiese motivo alguno para ir y
venir tantas veces, no obstante, ahora era
otro cantar con Lucia deseosa de ver al
muchacho.
–Estamos en ello, mi señor. A propósito, ya
hemos las negociaciones para que el menor
de los hijos del Conde Matin, Bruno Matin,
acuda a la Academia.
Hugo trató por todos los medios que la
condesa recién divorciada aceptase a su
hijo, el heredero de los Matin no se opuso a
ello, pero la condesa prefirió volverse a
casar en lugar de llevarse consigo al
pequeño. Hugo estaba decidido a ayudar al
muchacho para recompensarle por haber
ayudado a su mujer, aunque fuese en un
sueño, así que empezó a investigar y
recordó que le habían echado de la
Academia lo que, en sí, ya era extraño. ¿El
conde Matin había gastado una suma tan
importante de dinero para alejar de su vista
a Bruno? No, al parecer, su familia había
sido una de las primeras en invertir en la
Academia cuando todavía no contaba con
el prestigio de hoy en día y, por eso, se
ganó una beca para las próximas tres
generaciones.
–¿Empieza el año que viene?
–No, al siguiente. Este año ya no se puede
apuntar más gente.
–¿Cuántos años tendrá?
–Catorce, mi señor.
–¿Catorce? ¿Irá al curso de seis años?
–No, al básico de cuatro.
El de cuatro años era el curso más
avanzado. Los requisitos eran altísimos y la
mayoría de los estudiantes sólo se
apuntaban a partir de los dieciséis.
–¿Será capaz de seguir las clases? Me
parece demasiado joven.
–El joven amo Damian hará lo mismo.
–Deja a mi hijo a parte, es lo normal si
quiere ser mi heredero.
Fabian no llamaría eso algo “normal”, pero
lo dejó pasar.
–Será capaz de seguir las clases, sí.
–Pues que haga lo que quiera.
Fabian se retiró después de terminar su
informe y Hugo recogió el documento de la
custodia que había apartado antes de que su
lacayo entrase en el despacho. Hizo
ademán de levantarse, pero volvió a
sentarse y abrió otro de los cajones del
escritorio. Vaciló durante unos momentos,
estiró la mano sin llegar a coger el sobre, la
retiró y, por última vez, se atrevió a
cogerlo. Salió de su despacho cargado con
un sobre gigantesco y otro mucho más
viejo y pequeño.
Parte IV
Hugo se dirigió a la habitación de
Evangeline. Su mujer pasaba la mayor
parte del tiempo allí, sin embargo, se
sorprendió de que una criada le explicase
que Lucia se había llevado a la niña a su
propio dormitorio. Perplejo una vez más, su
dormitorio estaba sumido en un silencio
sepulcral. Lucia y Evangeline conversaban
constantemente. Evangeline había
empezado a reaccionar e intentar imitar
sonidos que repetía su mujer y a todo lo
que balbuceaba, Lucia contestaba con el
mayor entusiasmo posible. Hugo se
preguntaba si realmente era capaz de
entender el idioma no humano de la niña.
El duque se acercó a la cama donde se
encontró a las dos echándose una siesta.
Ordenó a la criada que se retirase, se sentó
en la cama y estudió el rostro dormido de
su esposa. Cada vez que ella le repetía que
estaba feliz sólo de ver a Evangeline, él la
comprendía a la perfección: así se sentía
mirándola a ella.
Evangeline se revolvió. La bebé parecía
haber crecido en unas horas. En aquellos
tres últimos meses por fin entendió a qué se
refería la gente cuando decía que los niños
crecían rápido. Era fascinante ver a su hija
transformarse día a día como si fuera una
muñeca.
Evangeline apretó los labios y abrió los
ojos. Su mirada ámbar se centro en su
padre.
–Kwawa. – Dijo entre risitas.
La bebé extendió los brazos para poder
tocar a Hugo, pero al ver que su padre no
reaccionaba, se puso mohína, arrugó la
frente y empezó a estremecerse como si
fuese a romper a llorar en cualquier
instante.
–Bien hecho, Eve. – Intentó apaciguarla
Hugo.
Pero fue en vano, la infanta estalló en
llanto. Hugo, temeroso de despertar a
Lucia, la abrazó con torpeza y se alejó unos
pasos de la cama. Cada vez que su esposa
se la ofrecía, la cogía en brazos de mala
gana, pero jamás había sido el primero en
iniciar contacto con aquel ser tan
debilucho. Le aterrorizaba poderle hacer
daño.
–¿Qué estarás diciendo, pequeña Eve…? –
Musitó Hugo.
Evangeline empezó a reír
encantadoramente, disfrutando de las
caricias y risita de su padre.
Lucia contempló la escena sentada en la
cama. Era un momento emocionante, su
esposo sonreía de oreja a oreja mientras
sujetaba a su niña. En cuanto Hugo se
percató de la presencia de su esposa, hizo
ademán de devolverle a Eve que protestó.
–Le gusta, cógela tú.
–¿Yo? ¿Hasta cuándo?
–Hasta que se duerma.
Por suerte, no tuvieron que esperar
demasiado tiempo. Hugo llamó a la niñera
para que se ocupase de la pequeña, la
ordenó retirarse, cogió el sobre que había
dejado en la mesita de noche de Lucia y se
lo dio.
–Se me había olvidado.
–Y yo.
–Los dos son hijos tuyos.
–No, son nuestros. Gracias.
Lucia le dio un beso en la mejilla y leyó el
contenido de la carta del sobre más
pequeño con una expresión severa,
confundida.
–Es lo único que me dejó mi hermano.
Tras pasar días enteros lidiando con todo lo
relacionado con las muertes de los antiguos
duques, Hugo encontró esa carta en su
escritorio donde se leía la última voluntad
de su hermano mayor. Allí, aseguraba que
todos sus crímenes habían sido por el bien
de su hermano pequeño, de él, y que
aunque no esperaba que comprendiese el
motivo, quería hacerle saber de que le
quería.
Hugo no comprendió a su hermano en ese
momento. Le cegó la rabia, la ira y no
podía creer que todo aquello había sido por
su bien. Le odió tanto, o quizás más, que a
sus padres. Se vio tentado en incontables
ocasiones a lanzar la carta al hogar para
que ardiese, sin embargo, terminó
amontonada entre otros documentos en la
habitación secreta de los Taran.
–Esto es algo que… no te había dicho. –
Hugo no sabía cómo empezar. – Al
principio, yo… no tenía ni un nombre. –
Decidió narrar su historia desde el mismo
comienzo. – No sé cuándo, pero en algún
momento la gente empezó a llamarme
“Hue”.
Hugo continuó su relato con serenidad,
como si le estuviese contando un cuento.
Las lágrimas empañaban el rostro de Lucia
para cuando llegó al día de la tragedia. A la
joven le rompía el corazón que un niño
hubiese tenido que sobrevivir a algo tan
devastador.
–Me ha costado más de lo que esperaba
contarte esto. – Le dijo Hugo tomándole la
cara entre sus manos.
El duque necesitó todo el valor que supo
reunir para confesar quién era a la mujer a
la que amaba. No porque no confiase en
sus sentimientos por él, sino porque no
quería dejar de ser el mejor ante sus ojos.
Quiso ocultar su lado débil, bochornoso.
No quería admitir su inseguridad,
sentimiento de inferioridad.
–Me da igual quien seas, te amo. Amo al
hombre que tengo delante.
–Lo sé.
Lucia extendió los brazos y le rodeó el
cuello mientras que él la estrechaba contra
su pecho.
–No te culpes por la muerte de tu hermano.
Sólo tenía dieciocho años y te amó como
supo hacerlo.
–…Sí, yo también lo creo.
Lucia agradeció mentalmente al hermano
de Hue al que no pudo conocer y gracias al
cual su marido quedó absuelto de las
pesadas cadenas de los Taran.
–Me guardaré la carta. – Hugo se la quedó
mirando sin decir nada. – Te cuesta tenerla
contigo, pero no puedes tirarla, ¿no?
–…Sí.
La letra de la carta era pulida. El autor daba
la sensación de ser alguien amigable,
amable.
De la misma manera de que Vivian se
había convertido en su nombre especial
para ella, el Hue que significaba demonio
había desaparecido y se había convertido
en el apodo que su mujercita guardaba sólo
para él. Anhelaba ser aquella roca donde
Lucia pudiese apoyarse.
Complacida, Lucia abrazó a su fidedigno
marido y éste le devolvió el gesto.
* * * * *
Un carruaje recorría las calles de la capital
a toda prisa, en su interior, un muchacho de
cabellos azabaches jugueteaba con el pelaje
de un zorro de pelaje amarillento. La
escena metropolitana no fascinó al viajante
tan ensimismado como estaba en la idea de
volver a ver a su madre y conocer por
primera vez a su hermanita.
–Evangeline… Eve… – Murmuraba
distraídamente mientras rezaba para caerle
bien.
Damian no había visto jamás a un bebé,
pero imaginaba que sería el vivo reflejo de
su madre. Cuando recibió la carta que
anunció las buenas noticias, se quedó
perplejo. Era consciente de que su madre
había escrito que el bebé iba a ser niña para
ahuyentar cualquier demonio que pudiese
rondarle por la cabeza, aunque era fútil.
Damian estaba decidido a querer al nuevo
miembro de su familia con locura
independientemente de su sexo. No
obstante, no podía negar que aún sentía
cierta inquietud en lo más hondo de su
corazón. Temía que su madre ya no le
necesitase ahora que tenía a un hijo propio.
Pesé a todo, mientras no le repudiase,
Damian estaba dispuesto a soportarlo todo.
El carruaje se detuvo delante de la escalera
de la residencia ducal. Jerome recibió al
muchacho con reverencia.
–Cuánto tiempo, joven amo.
–Sí.
Todo el servicio que había salido a saludar
al joven amo no cabía en sí de la sorpresa.
Aquel niño y el duque de Taran eran como
dos gotas de agua. Todos los criados
pensaban igual: la duquesa acababa de dar
a luz a un heredero legítimo, así que una
tormenta se avecinaba al tranquilo hogar
ducal.
Lucia estaba bajando al segundo piso
cuando se topó con Damian que la saludó
con una reverencia.
–¡Oh, cielo santo, Damian! – Exclamó
mientras se le acercaba a paso ágil y se lo
llevaba a los brazos. – ¡Qué mayor estás!
Habían transcurrido tres años desde su
último encuentro. Damian, de ocho años,
aparentaba más edad y era más alto que
ella.
El tierno abrazo de su madre emocionó a
Damian cuyo corazón se hinchó de
felicidad. Su madre continuaba mirándole
con el mismo cariño, comprobó aliviado.
–¿Cómo te puedes parecer tanto a tu padre?
Cada vez sois más clavados.
–¿Cómo has estado, madre?
–Pues perfectamente. ¿Y tú? ¿Cómo estás?
¿El viaje ha sido duro? ¿Y Asha?
–La he dejado con el mayordomo.
–¿Has comido? Seguro que te has saltado
la comida.
–No me apetece, ya comeré algo por la
noche.
Esa respuesta no complació a Lucia, que
mandó preparar algún aperitivo y subirlo a
la segunda planta mientras ella se llevaba a
su hijo a conocer a su hermana.
–Ven, vamos a saludar a Eve.
Los sirvientes empezaron a murmuran
entre ellos las preguntas que no se atrevían
a decir en voz alta. El muchacho que
acababa de llegar no parecía ser sólo hijo
del duque a juzgar por el comportamiento
de la duquesa, pero desde luego, levantaba
dudas.
Lucia entró en el cuarto de la pequeña y
ordenó a los sirvientes que se retirasen.
Entonces, arrastró a Damian sin soltarle la
mano hasta el cabezal de la cuna donde
Evangeline, siempre risueña, soltó una
risita y alzó las manos.
Damian se quedó embobado mirando a la
bebé. Era una muñequita con vida. Era
diminuta, menuda como una hadita. No
necesitó tocar el cabello de color miel para
adivinar lo sedoso que era y sus ojos
resplandecían con la misma luz que la de su
madre.
–Eve, saluda a tu hermanito. – La bebé
masculló algo inentendible. – Te está
saludando, Damian. Dice que está
encantada de conocerte. – Aseguró.
–¿…Qué?
Damian empezó a tener sudores fríos. ¿De
dónde había sacado eso? Ese lenguaje le
dejó anonadado.
–¿Te importa vigilarla un rato, Damian?
Saludaos y conoceos. Voy a salir un
momento. Si llora, llama a la criada que
hay fuera.
–¿Qué? Mamá, eso es-…
El pobre muchacho no tuvo tiempo de
terminar su réplica: Lucia ya había
desaparecido por la puerta. A solas con la
niña, Damian se quedó en silencio
estudiando con la mirada a su hermana.
–Hola… Eve.
No sabía qué hacer, pero Evangeline
empezó a cacarear como si quisiera
responderle. Nada de lo que pronunciaba
parecía una palabra, pero Damian supo que
estaba comunicándose con él.
Vaciló durante unos segundos, pero por fin,
se atrevió a tocarle la mejilla. Evangeline le
cogió el dedo, pillándole desprevenido.
Sobresaltado, Damian se quedó allí de pie.
–Encantado de conocerte, Eve.
La bebé era encantadora y Damian sintió
que por fin comprendía lo que su madre le
había dicho en aquel entonces. El
cosquilleo en el pecho significaba que la
niña le parecía encantadora.
Fin.
EXTRA 1: Damian
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–¿Estás nervioso?
–No.
Lucia hablaba con Damian para
tranquilizarle. No podía quitarse de la
cabeza lo ocurrido en Roam y se castigaba
por tener un mal presentimiento en un día
tan feliz. La buena duquesa era consciente
que nadie osaría insultar al hijo de los
Taran, sin embargo, el nerviosismo no se
desvanecía.
–Estás más nerviosa tú que él, amor mío. –
Comentó Hugo adivinando el estado de su
esposa. – No te preocupes por el chico, ya
no es un niño.
–Estoy bien, madre. No quiero que te
sientas mal por mi culpa.
Lucia esbozó una sonrisa dulce como la
miel. A pesar de la diferencia abismal en su
forma de hablar, los dos hombres que la
acompañaban se preocupaban por su
bienestar, por lo que decidió serenarse y
disfrutar de la fiesta de fin de año al
máximo.
* * * * *
El banquete de celebración de año nuevo
empezó bien entrada la tarde. Los
debutantes se habían consagrado a saludar
al mayor número de nobles posible con sus
padres. Chris se emocionó al ver a todos
aquellos jóvenes novatos a pesar de haber
estado en su misma situación apenas un
año antes.
–Por fin te encuentro. ¿Dónde te habías
metido?
–Hermano… – Chris se quedó de piedra
con la copa que acababa de coger de una de
las bandejas que los criados paseaban por
el salón.
Raven, su hermano mayor, frunció el ceño
desaprobadoramente, mencionó que su
padre le estaba buscando y se dio la vuelta.
Chris, por supuesto, le siguió sin protestar
después de tragarse la copa de un trago.
Saludar al resto de invitados con su
hermano y padre era terriblemente aburrido
y su rostro era el vivo retrato de la
renuencia. Aunque Chris agachaba la
cabeza como se le ordenaba y marcaba la
etiqueta, su cabeza siempre volaba a otros
mundos mientras miraba de reojo la puerta
a la espera de su buen amigo Damian. Fue
en ese momento que reparó en la presencia
de un chico de cabello ceniza y otro
castaño que eran uña y carne incluso en el
banquete rodeados de otros de sus
compañeros de la Academia en corrillo.
–Hermano, voy a hacer una cosa. – Avisó
Chris con una sonrisa maliciosa en los
labios. – Ocúpate tú del resto.
–¡Chris! – Exclamó Raven viendo como su
hermano pequeño se confundía entre la
multitud.
El rostro de Henry – el muchacho de
cabello cano, hijo de un conde – y de Steve
– el muchacho de cabello castaño, hijo de
un marqués – se descompuso cuando
vieron a Chris acercándoseles.
Steve todavía le guardaba rencor a Chris, a
pesar de que el castigo impuesto sobre
Damian fue un espectáculo digno de ver, él
también tuvo que sufrir las represalias de
sus propios actos. Su hermano mayor era
miembro del comité por lo que consiguió
salirse del embrollo con una sanción leve,
aunque también tuvo que soportar toda una
serie de criticas en privado de su parte.
–Cuánto tiempo. – Les saludó Chris.
–…Sí, señor Philippe. – Contestó Steve a
regañadientes.
Chris contuvo una risotada. El motivo por
el que raramente se juntaba con otros
jóvenes de la nobleza era precisamente por
esa absurda imitación de los adultos que
tercamente insistían en llevar a cabo.
–¿No será, de pura casualidad, el
estimadísimo hijo del marqués Philippe? –
Algunas de las doncellas mostraron abierto
interés por él. Aunque no fuese el heredero
del marqués, por lo menos se le otorgaría el
título de conde en algún momento, así que
seguía siendo un buen partido.
–Exactamente, señorita…
–Winsor. Audrey Winsor, hija del conde
Winsor.
–Señorita Winsor, pues. Ruego me pueda
perdonar, pero lamentándolo mucho, debo
ocuparme de unos impetuosos asuntos con
mis compañeros de la Academia.
–Oh, vaya. ¿También estudia en la
Academia? Con sumo gusto me excusaré
para que puedan cumplir con sus
obligaciones, señores.
La señorita Winsor parecía ser la abeja
reina y en cuanto se retiró el resto de los
jóvenes la siguieron como un rebaño
obediente. Adulto o niño, todos eran
iguales. Chris no entendía por qué les
gustaba andar en grandes grupos fingiendo
amistad.
–¿Qué significa esto? – El tono de Steve
evidenciaba su descontento.
–¿Les estabas contando anécdotas sobre la
Academia? – Empezó Chris que veía
ridículo que alguien como Steve
pretendiese ser todo un caballero cuando ni
siquiera había pasado un mes desde su
pelea. – ¿Les has contado cómo rodaste por
el suelo? Seguro que les hubiese encantado.
– Le provocó.
–¿Qué demonios te crees que haces? –
Preguntó Steve con los puños cerrados. No
deseaba una mala relación con otro de los
pocos nobles que consideraba su igual,
pero no lograba comprender la razón por la
que Chris apoyaba a un don nadie.
–¿Sabes que eres un grandísimo cobarde?
Aunque claro, si lo supieras no te
comportarías así. Empezaste una pelea y
luego culpaste a la víctima. No sé por qué
te molestas en fingir ser un adulto
respetable si luego te comportas como un
miserable. – Chris se volvió hacia Henry. –
También va para ti. A ver si somos un poco
más dignos, ¿eh?
–¡¿A quién llamas tú una víctima?! –
Henry se adelantó, enfadado. – Ese don
nadie nos dio de puñetazos sin andarse con
rodeaos. Hasta usó la bestia que lleva a
todas partes. Cada cual sabe su lugar, tu
simpatía no ayuda.
Chris soltó una risotada exageradamente
sarcástica mientras se masajeaba la frente.
–Sí, debe ser culpa de mi simpatía natural.
¿Cómo ibais a entender todo lo que he
hecho por vosotros? – Chris esbozó una
sonrisa burlona mirando a los dos
muchachos de expresión atónita. – Oye, ¿os
hacéis la más ligera idea de con quién os
habéis metido?
En ese momento, los invitados de la fiesta
se agitaron. Las miradas fascinadas de
todos los presentes se posaron en la familia
que acaba de entrar en el salón y Chris,
conocedor de la identidad de ésta sin
necesidad de darse la vuelta, aprovechó
para coger por el brazo a los dos jóvenes
con los que estaba hablando y arrastrarlos.
–¡¿Qué haces?! – Exclamó uno.
–¡Suelta! – Exigió el otro.
–Tranquilos, tranquilos. Venid conmigo
que os voy a enseñar una cosa maravillosa.
Chris no era particularmente fuerte, pero si
Steve o Henry se zafasen de él atraerían
atención innecesaria que dañaría su imagen
pública.
Tal y como había imaginado el amigo de
Damian, la comidilla del pueblo, los
duques de Taran acababan de hacer su
aparición acompañados por un muchacho
de su edad. En cuanto Steve y Henry vieron
la escena se quedaron de piedra y
empalidecieron como si hubieran perdido
su alma. Entre sorpresa y terror, las
expresiones de los chicos eran estupendas y
Chris decidió jugar con su presa un poquito
más.
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* * * * *
–Llegas tarde.
La reunión con el Rey había durado más de
lo esperado y, aunque Hugo había
conseguido zafarse de la invitación para
cenar del monarca, no pudo evitar
retrasarse.
–¿Dónde está Eve? – Preguntó después de
saludar a su esposa como siempre.
–Dormida. Ha estado jugando al escondite,
está agotada. Tienes hambre, ¿no?
Lo estaba, pero no atinaba a distinguir qué
clase de hambre era. Hugo decidió
encargarse de lo más urgente antes de nada:
la agarró por la cintura, se la acercó al
pecho y le cubrió los labios con los propios
hasta que Lucia se resistió. Hugo,
decepcionado, se negó a retirar el brazo de
sus caderas, aunque se vio obligado a
separarse de su boca. Lucia estaba preciosa
cuando se enfadaba.
–¿Qué haces? Los niños. – Rechinó entre
dientes.
Hugo alzó la cabeza y descubrió a los dos
chicos allí de pie con la vista pegada al
suelo.
–¿Habéis comprado el pastel?
Lucia lo fulminó con la mirada. La
consideración de su marido era
encantadora; le había pedido a su hijo que
comprase la tarta para que ella pudiese
disfrutarla a pesar de lo tarde que llegase.
–Sí, estaba buenísima. Gracias, cariño. –
Lucia le dio un beso en la mejilla.
Hugo aprovechó para atacarla, pero Lucia
fue más rápida y se tapó la boca.
–Pues ya está, no necesito que me
informéis de nada. – Hugo centró su
atención en los dos jóvenes, visiblemente
molesto.
–Han salido para saludarte.
–¿Eh? ¿Para qué? No hace falta que lo
hagáis más. Ya me habéis saludado, ya os
podéis ir.
Los tres hombres solían volver juntos, pero
si los jóvenes regresaban antes que el
Duque, siempre salían a recibirle junto a su
madre. Lucia sabía que su marido sólo
estaba siendo un gruñón porque le había
interrumpido el beso.
–¿Y dónde van a ir? Ni siquiera han
cenado.
–¿Por qué no? – Preguntó Hugo con cierta
exasperación. Su plan de cenar a solas con
su esposa acababa de hacerse añicos.
–Madre mía, qué vergüenza ajena me estás
dando… Anda, ven. – Lucia tiró del brazo
de Hugo y lo arrastró hacia el comedor.
–La próxima vez que cenen antes. – Hugo
la siguió impotente sin parar de quejarse.
–Sí, sí…
Bruno y Damian observaron la escena con
incredulidad. La misma persona que les
había dicho que escucharía sus informes en
cuanto pusiera un pie en casa, lo había
olvidado todo.
–¿No vais a venir? – Les llamó Lucia.
–Sí, ya vamos.
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