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Si hiciéramos una encuesta a la población general sobre lo que entienden por

Consentimiento Informado, quizá alguno de los entrevistados, si ha sufrido


una intervención quirúrgica recientemente, nos responderá que consiste en
un cuestionario que hay que firmar antes de ser intervenido y, de este modo,
descargar de toda responsabilidad al médico. Si preguntamos, en cambio, al
colectivo médico, la mayoría verán el Consentimiento Informado como un
requisito previo a cualquier intervención de cierta envergadura, requisito que
ha sido impuesto por la presión judicial a la que están siendo sometidos, cada
vez con más frecuencia. El problema más importante no está, de todos
modos, en la ignorancia o en la diferente concepción que se tenga del
Consentimiento Informado. El principal problema está en que esta figura, que
de por sí se podría entender como un avance positivo en la relación
médico-paciente, se ha introducido en la práctica desde la esfera liberalista
de pensamiento ético, por lo que, con mucha frecuencia, se utiliza el
Consentimiento Informado como justificación de una serie de abusos en dicha
relación .
Para entender cómo ha influido, en la sociedad actual, la irrupción del
Consentimiento Informado, nos parece adecuado mostrar ejemplos
complementarios.

EJEMPLO 1:
“Un albañil de 54 años de edad, sufre un accidente laboral, cayendo desde un
andamio. Atendido de urgencia, es diagnosticada una fractura de columna
vertebral a nivel L1, sin afectación neurológica. Se recomienda tratamiento
ortopédico mediante un corsé durante dos meses. Pasado este tiempo, el
paciente acude de nuevo al médico por persistir dolor lumbar. El médico de la
Mutua de Accidentes Laborales le remite a un especialista de la medicina
privada en Cirugía Ortopédica para consulta. El especialista explora al
paciente y le indica un tratamiento médico-rehabilitador. Pasado un tiempo, el
paciente sigue con dolor lumbar, por lo que el especialista le explica que la
única solución definitiva para eliminar el dolor es la realización de una
artrodesis vertebral (fusionar el cuerpo vertebral lesionado con el inferior) y le
explica en la consulta en qué consiste la intervención y los riesgos más
frecuentes. El paciente está de acuerdo y se somete a la intervención.
Durante la misma, surgen una serie de complicaciones y al final el paciente
queda con una grave secuela en forma de paraplejía. Se presenta el caso a
los tribunales quienes condenan con una importante indemnización al médico,
no por una deficiencia técnica o imprudencia (entienden que la complicación
entra dentro del riesgo de una intervención así), sino por no haber solicitado
del paciente el consentimiento informado previamente a la intervención.”

Ante un caso como este podemos empezar a ver los elementos que entran
en juego a la hora de plantear el estudio. Para comenzar, podemos
cuestionarnos si era suficiente la información que el médico dio al paciente en
la consulta, si era suficiente el consentimiento oral que el paciente expresó, si
había alguna motivación económica tanto en el curso de la enfermedad como
en la demanda posterior, si había una verdadera confianza entre el médico y
el paciente. Pensamos que estas cuestiones encuadran bastante bien el
problema.

EJEMPLO 2:

“A una paciente que le han diagnosticado una rotura de menisco en la rodilla,


acude a la consulta del especialista para ser intervenida quirúrgicamente. El
médico le informa, con gran cantidad de detalles, del diagnóstico, del tipo de
intervención y de la anestesia prevista, de los riesgos más frecuentes, de los
plazos previstos de recuperación, etc. La paciente manifiesta al médico su
alegría por haber recibido esa información y le muestra su total confianza.
Mientras el médico escribe la historia clínica, entrega a la paciente un módulo
escrito para que ésta exprese su Consentimiento Informado. En ese módulo,
preparado por la dirección del Hospital, se pide a la paciente que descargue
de toda responsabilidad al Hospital en caso de complicación de la
intervención o de la anestesia, si quiere ser intervenida. La paciente, tras leer
lo que se le pide, expresa al médico su perplejidad al ver que los riesgos que
le ha explicado de forma oral son mucho menores que los riesgos que se
recogen en el formulario escrito. El médico tiene que explicar que es una
forma de defensa del Hospital ante la cantidad creciente de demandas de
indemnización. Como es evidente, en este momento se ha perdido en gran
parte la confianza que se había ganado a base de un buen trato y una
correcta información.”

Este segundo ejemplo, real, además de ver reflejadas las mismas cuestiones
que en el anterior, muestra claramente como la creciente presión judicial
hacia el colectivo médico puede llevar a una práctica defensiva de la medicina
que, a la larga, acaba siendo perjudicial para el paciente.

En un alto porcentaje de las reclamaciones contra actos médicos, el


consentimiento informado es uno de los pilares de las acusaciones
debido a que su ausencia implica siempre mala praxis. Además, las
demandas contra médicos tienen un altísimo componente técnico. La
labor fundamental de los abogados es transmitir con claridad al juez
esos argumentos técnicos para que sea capaz de entender la
complejidad de este tipo de casos. Es importante destacar la
especialización de los letrados: que sean capaces de entender,
comunicar y defender procedimientos médicos en defensa de los
intereses de los médicos.

EJEMPLO 3:

Una paciente aquejada de mala tolerancia a las lentes de contacto


acudió a su oftalmólogo preguntando por la posibilidad de cirugía
refractiva. Fue sometida a todas las pruebas necesarias: refracción bajo
ciclopejia subjetiva, topografía, paquimetría, biomicroscopía,
pupilometría y test de But. El resultado de estas pruebas mostraba que
el cristalino era transparente, fondo de ojo normal, But normal e
inexistencia de queratitis. Consecuentemente, se trataba de una
candidata apta para la intervención. En ese momento, se le hizo entrega
del consentimiento informado, el cual firmó.
Un par de semanas después fue sometida a la intervención, la cual se
llevó a cabo sin incidencias. Posteriormente, comenzó a sufrir una
patología crónica de ojos secos; por este motivo, interpuso una
demanda contra el médico por mala praxis en la realización de la
intervención, al entender que era el origen causal de dicha patología.

La demandante consideraba que era una consecuencia clara de la


operación basándose en el criterio cronológico. Al mismo tiempo,
sostenía que en el consentimiento informado no se advertía de una
manera específica que existía el riesgo de sufrir dicha patología de
manera crónica tras la intervención.

Para sostener su razonamiento, la paciente se centraba en la errónea


elección del test de But como prueba preoperatoria, considerando que el
test más adecuado debería haber sido el de Schirmer.

La defensa del oftalmólogo entendía que existían datos, basados en las


pruebas realizadas posteriores a la operación, que permitían asegurar
que no podía haber una relación entre la intervención y la patología del
ojo seco que sufriría después la paciente. De hecho, destacaron el
resultado del estesiómetro, el cual determina la inexistencia de un daño
en la inervación corneal tras la operación.

En cuanto a si era posible estimar la demanda basándose en la


existencia de un defecto en el consentimiento informado, el juez
explicaba que el Tribunal Supremo siempre ha considerado que la
omisión o la deficiencia en el consentimiento informado se considera
mala praxis formal del facultativo. Esto se debe a que existe una
causalidad entre la omisión de la información y la posibilidad por parte
del paciente de haber eludido, rehusado o demorado una intervención
médica cuyos riesgos se han acabado materializando.

A este respecto, la doctrina jurídica siempre ha distinguido entre dos


supuestos. Por un lado, están aquellos en los que, de haber existido
información previa adecuada, la decisión del paciente no hubiese
variado; para este tipo de casos, en principio, no hay lugar a
indemnización. Por otra parte, están los casos en los que, de haber
existido información previa adecuada, la decisión del paciente hubiese
sido negarse a la intervención, por lo que se suele conceder la
indemnización íntegra del perjuicio no comunicado.

Cuando existe incertidumbre causal, surge la teoría de la pérdida de


oportunidad, en la que aparece un daño previsible y no comunicado que
priva al paciente de la posibilidad de tomar una decisión que afecta a su
salud. Además, los efectos originados por la falta de información están
especialmente vinculados al tipo de intervención. Éstas pueden ser
asistenciales, y por lo tanto necesarias, o voluntarias. En el caso de las
voluntarias, la jurisprudencia estima que es necesaria una información
más rigurosa.

En el consentimiento firmado por la paciente no aparecía el riesgo de


sufrir ojo seco, pero no se logró acreditar con suficiente claridad la
vinculación entre la intervención y la aparición de la patología, por lo que
el juez desestimó la demanda interpuesta contra el oftalmólogo.

Ejemplo 4 :
La paciente acudió al servicio de Reumatología a través de su seguro
de salud a fin de que le realizaran unas pruebas radiológicas para
determinar el alcance real de la dolencia de hombro que padecía. Tras
ello, al observar el resultado, acudió a la consulta de traumatología,
donde fue explorada por uno de los doctores demandados. Este le
prescribió una artrolisis del hombro con sutura del tendón supraespinoso
mediante una artroscopia.

En la intervención se le practicó una tenotomía de bíceps y limpieza del


espacio subacromial a través del portal anterior y lateral, por parte de
los doctores. La paciente alegaba en su demanda que no fue informada
de la intervención ni de los riesgos que podían derivarse de ella.

Finalmente, y por no obtener el resultado buscado, se reintervino en otro


centro de sutura , bursectomía, acromioplasia y reinserción del tendón
en el bíceps.

Antes de interponer una demanda en el ámbito civil, la paciente


interpuso una querella en el ámbito penal, que se archivó al
considerarse que no existió delito. Las defensas de los doctores y del
centro hospitalario alegaron excepción de prescripción. Es decir, que
había transcurrido el plazo de un año entre el archivo del procedimiento
penal y la interposición de la demanda civil.

La sentencia confirmó la existencia de esta prescripción para los


doctores. En cambio, la desestimó para el hospital demandado, ya que
existía un documento de dicho centro en el que se admitía que existía
entre las partes un contrato de arrendamientos de servicios.

Por parte del hospital, también se planteó en su contestación la falta de


legitimación para ser demandado por no tener relación laboral con los
dos facultativos demandados. La sentencia, igualmente, desestimó esta
excepción ya que sí que existía cierta dependencia que legitimaba al
demandante para ir contra el hospital.

Tras el análisis de las excepciones se entró en el fondo del asunto, es


decir, la existencia de una información válida, completa y entendible. La
sentencia dejó constancia de la obligación de informar al paciente de
forma verbal en general y escrita en particular según los casos. Es decir,
presentar a la paciente los consentimientos informados.
Continuaba exponiendo que existía como prueba un consentimiento
informado que no había sido firmado por la paciente en el que constaba
una testigo que no había acudido al juicio para confirmar la existencia
de la información completa.

En síntesis, se admitía en la sentencia que la información recibida por la


paciente no fue suficiente. Tras constatar esto la sentencia estudiaba si
esa falta de información, a través de los consentimientos informados,
conllevó algún daño para la paciente. Se hizo un listado cronológico de
los hechos apoyándose en las periciales aportadas por las partes. Se
llegó a la conclusión de que la segunda intervención realizada en otro
centro había tenido el mismo resultado y que fue totalmente innecesaria.

Se concluyó que no existía alternativa terapéutica a la intervención


realizada por los doctores demandados inicialmente. Tampoco se
apreció un daño asociado a la omisión del deber de información. Por
ello, se desestimó íntegramente la demanda con expresa condena en
costas para la paciente.

Se observa en este caso que la información al paciente ha de ser


completa y entendible. Además, quedó constancia de la falta de
consentimiento informado. En este caso, se confirmó la falta de
información por no existir una historia clínica. En ella tuvieron que
plasmarse las consultas en las que se informó a la paciente de los
pormenores de la intervención y sus alternativas.

Aún con todo, y como vemos en el presente caso, sin daño, no hay
condena, pero si existe consentimiento e información amplia, se evitan
dudas.

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