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A

menudo se ha dicho que Villa y los dirigentes campesinos de la revolución


mexicana querían volver al pasado, es decir, a una sociedad de campesinos
libres, mientras que Carranza y sus partidarios querían modernizar el país más o
menos según el modelo de Estados Unidos y los países industriales de Europa
occidental. Tal descripción pasa por alto que Villa logró atraerse la confianza y
el apoyo, no sólo de los campesinos y los pobres del norte en general, sino
también de grandes sectores de la clase media norteña. Sobre todo en el campo
de la educación, fue tanto o más modernizador que cualquier otro líder
revolucionario del norte. En sus entrevistas y discursos, insistió una y otra vez en
la importancia del tema y en su inmensa admiración por los maestros. El doctor
Francisco Uranga Vallarta, que presenció de niño la revolución en Chihuahua,
tiene vívidos recuerdos de cómo fue con su madre adoptiva, que era maestra, y
dos colegas al cuartel general, en un vagón de ferrocarril, adonde habían sido
convocadas por Villa. “Lo que más admiro en la vida”, les dijo, “es la capacidad
de poder expresarse. Yo carecí de instrucción por lo que aprendí a leer y escribir
ya siendo adulto. La profesión que más admiro es la de ustedes.” Este discurso
no era más que el preludio a la entrega de alimentos, sobre todo maíz, café,
azúcar y harina, que tomó de las despensas de sus trenes militares. “Lo único que
puedo ofrecerles: alimentos que traigo en el tren”, les dijo.65
Villa demostró su interés por la educación con actos de generosidad, tanto
para los maestros como para los niños. Francisco Gil Piñón era un niño sin padre
en 1913, cuando Villa y sus hombres ocuparon su pueblo natal de San
Buenaventura poco después de cruzar la frontera, cuando aún no dominaba
partes importantes del estado. Al enterarse de que Villa estaba en camino, los
ciudadanos destacados de la población fueron presas del pánico y pensaron que
se encontraban en un dilema insoluble: si le daban la bienvenida, las autoridades
federales tomarían represalias, pero si simplemente lo ignoraban, podía
considerarlos enemigos de la revolución y actuar en consecuencia. La mejor
forma de resolver el problema era que hiciera el discurso de bienvenida un niño
que no tuviera un padre que pudiera después ser víctima de represalias. Cuando
Villa entró en la población, Francisco Gil Piñón se dirigió a él en nombre de sus
habitantes, no con palabras infantiles, sino con los términos grandilocuentes que
uno de los dirigentes revolucionarios del pueblo le había hecho aprender de
memoria.

Señor general: Intensamente conmovido mi corazón de niño ante la augusta


personalidad de usted, vengo a ofrecerle, a nombre de este pueblo que lo
admira, la más franca hospitalidad. Este pueblo, que hoy se enorgullece de
albergar en su seno al insigne ciudadano que sin vacilaciones ni temores
empuñó el pendón de la democracia para redimir a la patria, grabará
perennemente en las páginas de su historia la fecha de este día. Señor: sea
usted bienvenido y que su permanencia entre nosotros sea grata y feliz.

Villa se emocionó mucho, bajó del caballo, abrazó a Francisco y le prometió


que cuando pudiera, se encargaría de su educación. Cumplió su palabra: cuando
dominó todo el estado, mandó por Gil Piñón y, junto con otro niño, Eustaquio
Rivera, lo mandó a una escuela militar de Estados Unidos.66 Se puede alegar que
aquél fue más un caso de simpatía personal –Gil Piñón se convirtió en hijo
adoptivo de Villa– que de política pública. Pero Villa se comportó de manera
similar con niños a los que ni siquiera conocía. Cuando fue a la ciudad de
México y vio niños durmiendo en las calles se conmovió tanto que hizo llevar a
cientos de ellos a la ciudad de Chihuahua, para que se educaran en la escuela de
artes y oficios.67
Una vez Silvestre Terrazas invitó a Villa a una representación de los niños de
una guardería para menesterosos administrada por monjas católicas. Villa rehusó
al principio, al saber que la escuela, una institución de caridad llamada “La
Amiga de la Obrera”, era atendida por religiosas, pero Silvestre Terrazas lo
convenció de asistir. Quedó tan encantado por la actuación de los niños que saltó
al escenario, los abrazó a todos y luego dio órdenes a Terrazas de que abasteciera
regularmente de alimentos a las monjas, ya que éstas dependían por completo de
las limosnas de los particulares.68
El interés de Villa por la educación no sólo se expresó en actos personales y
espontáneos de generosidad, sino también en la forma sistemática en que su
gobierno apoyó y difundió la educación. En su informe del primer año de
dominio villista en Chihuahua, el gobernador Fidel Ávila y Silvestre Terrazas
dijeron con orgullo que se habían construido más de cien escuelas nuevas, que el
presupuesto para educación se había aumentado enormemente, se habían elevado
los salarios de los maestros y se habían reclutado nuevos educadores en otras
partes de México. “Este ramo [de la Instrucción Pública]”, escribieron,
“indudablemente, después del reparto de tierras, es una de las promesas de la
revolución, el más importante y el de más trascendencia patria.”69 Aparte de la
educación primaria, el gobierno villista había empezado a desarrollar la
educación profesional y planeaba la creación de instituciones de enseñanza
superior. La Escuela de Artes y Oficios se benefició con las confiscaciones.
persuadido al gobierno de aumentarles los salarios, aunque ya eran altos para las
normas del momento. Con frecuencia tomaba parte en las clases y en la noche, a
veces, les pedía a los maestros que le leyeran biografías de hombres famosos y
libros sobre táctica militar.42
Durante los años que pasó en Canutillo, Villa trató de instruirse lo más
posible. Aparte de asistir a clases en la escuela y hacer que los maestros le
leyeran, intentó él mismo leer una amplia variedad de libros. Cuando el editor
Hernández Llergo lo visitó, estaba leyendo El tesoro de la juventud, especie de
compilación introductoria para jóvenes; Hernández Llergo vio también un texto
de geografía y la Divina comedia, de Dante, entre sus libros.43
Villa no se conformó con llevar los beneficios de la educación a los niños de
los alrededores y a sí mismo. Creó una escuela nocturna para que los
trabajadores de la hacienda pudieran aprender a leer y escribir.44
Participaba intensamente en todos los aspectos de la vida económica de
Canutillo. En una ocasión, Hernández Llergo lo encontró reparando
personalmente una máquina, y podía explicar a los periodistas, con todo detalle,
las ventajas y desventajas respectivas de cultivar papas o cacahuates.

“Yo solo he hecho todo esto, trabajando sin descanso", les dijo Villa a los
visitantes de la ciudad de México. “La misma tenacidad que tuve para la
guerra, la tengo ahora para el trabajo. Yo soy agricultor, soldado, ingeniero,
carpintero, mecánico […] ¡hasta albañil!… Si todos los mexicanos fueran
otros Franciscos Villas, otra cosa sería de mi patria y de mi raza." Pero añadió
tristemente: “A mí sólo me faltó cultura… Yo soy un hombre inteligente, con
inteligencia dotada por la Naturaleza. ¡Ay, amigos, si mis padres me hubieran
educado".45

Villa le dijo a Hernández Llergo que había gastado trescientos mil pesos para
renovar la hacienda y, aunque el gobierno había colaborado con algún dinero, la
mayor parte había salido de su bolsillo. No está claro de dónde había salido ese
dinero, pero hay algunas pistas sobre su monto. El 9 de agosto de 1920, poco
después de firmar los acuerdos de paz, Villa le escribió una carta a Elías Torres,
en la que le decía:

Por la presente, doy a usted poder amplio, cumplido y bastante para que en mi
nombre y en mi representación recoja usted del señor Gabino Vizcarra, tres
cheques de los siguientes valores. Uno por $ 900 000.00 (novecientos mil
pesos), otro por $ 600 000.00 (seiscientos mil pesos) y otro por $ 400 000.00
en los masivos repartos de alimentos y otros bienes a los sectores más pobres de
la sociedad. Su compromiso con sus soldados se reflejó en las enormes sumas
que dedicó a los heridos, y a los huérfanos y viudas de esos hombres.
En sus planes para Chihuahua, Villa fue a la vez un tradicionalista y un
modernizador, lo primero en el sentido de que quería regresar a la principal
forma de organización de los habitantes de los pueblos, tanto en el periodo
colonial como en el siglo XIX: las colonias militares; lo segundo, por su
profunda creencia en los beneficios de la educación. Durante su gobierno en
Chihuahua, dio un tremendo impulso a la construcción de escuelas y a la
asistencia para los maestros. Aunque manifestó ciertos rasgos xenofóbicos
contra españoles y chinos, hasta fines de 1914 fue mucho menos nacionalista
que otras facciones, sobre todo que la de Carranza. Trató a los estadounidenses
en las regiones que controló mucho mejor que los revolucionarios de otras partes
del país. Era más regionalista que nacionalista. Cuando se le presentó, no
aprovechó en modo alguno la oportunidad de ser presidente de México. Aunque
formuló un plan coherente para Chihuahua, no era capaz de plantearse una
agenda nacional y su plan de reforma agraria para todo el país llegó en fecha
muy tardía y nunca se aplicó. Su programa nacional más coherente fue la
descentralización, en la que cada facción se encargaría de los territorios que
controlaba y aplicaría en ellos las políticas que quisiera. El plan preveía un
gobierno nacional débil que no ejercería prácticamente ningún control sobre las
regiones. Hay un profundo contraste entre sus notables actividades como
gobernador, en términos legislativos, ideológicos y administrativos, y la ausencia
de tales actividades cuando asumió oficialmente el control de un gobierno
regional sobre una zona del norte mucho mayor que su propio feudo de
Chihuahua y Durango.
La ideología de Villa reflejaba en buena medida la de los antiguos colonos
militares chihuahuenses. Ejemplo de ello son su idea de fundar colonias militares
en todo el país y también su convicción de que había que ganarse la tierra
combatiendo. En sus solicitudes al régimen de Díaz, los colonos siempre habían
insistido en que ellos habían obtenido sus tierras luchando contra los apaches y,
por tanto, estaban muy dispuestos a aceptar la idea de Villa de que los primeros
en recibir tierra debían ser los soldados que habían vertido su sangre para
ganarla.
Los habitantes de los pueblos de Chihuahua siempre desconfiaron del
gobierno central. La insistencia de Villa en la descentralización correspondía
ciertamente a sus deseos. Excepto en aquellas regiones en que los extranjeros

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