Está en la página 1de 7

Angélica morales Tamayo

2221477

El engaño que dejó sucia su alma


En los primeros días de febrero de 2022, el obispo Hernando Aldana de la parroquia
anglicana Nuestra Señora de Guadalupe, recibió una llamada de su asistente y
hermana Rosa, quien se encontraba trabajando en el despacho parroquial. Una
persona con una voz tenebrosa y ansiosa había llegado a ella, buscando la bendición
en un hogar familiar, que aparentemente estaba embrujado porque se escuchaban
sonidos raros y sucedían cosas extrañas. Las personas acuden a Hernando debido a
su supuesta santidad y creen ciegamente que tiene el don espiritual de poseer un
poder divino; por eso, muchos depositan la confianza en él y suponen que puede
ahuyentar todo espíritu maligno. Por tanto, la cita fue programada en los siguientes
ocho días, en horas de la noche en el barrio El Caney en Cali.

Como de costumbre, el obispo revisó su programación para chequear sus


compromisos y responsabilidades. Mientras sus ojos rasgados recorrían las hojas
de su agenda buscando lo que tenía para ese día, se percató que finalmente había
llegado el momento de bendecir el hogar, así que Hernando preparó su vestimenta
para el ritual. Se vistió con una sotana blanca y larga, su alzacuello de tira rígida, se
aseguró que su solideo de tela fina cubriera su coronilla, y por último, se acomodó la
estola de color blanco con un bordado de cruces doradas. Se miró al espejo antes
de salir, acentuó con sus manos su cabello blanco corto y se acomodó su casquete
para partir al lugar.

El dueño de la casa encargó a un taxista amigo que recogiera al obispo y lo llevara


hasta el lugar; estaban de polo a polo, de norte a sur. A pesar de que Hernando y el
conductor tuvieron una larga charla en el transcurso del viaje, el trayecto resultó
extenso y aburrido, ya que el obispo se sentía inseguro al no encontrarse con la
compañía habitual de sus asistentes. Cuando llegaron a la casa, el taxista hizo parte
de los invitados ya que era conocido del dueño, además que lo iba a llevar de
regreso.
Hernando observó su alrededor detalladamente pues su mente estaba inquieta y se
sentía titubeante. Mientras analizaba desde el carro, vio un escapulario en el espejo
del vehículo, y en el camino había percibido cómo el rosario se columpiaba de un
lado a otro mientras hablaban.

Al llegar, el obispo sintió un ambiente denso y pesado, pero su expresión cambió al


ver una hermosa casa elegante de tres pisos con una piscina y un amplio jardín. Al
lado de la piscina, el lugar estaba preparado para la celebración de la Santa Misa.
Sobre la mesa se encontraba la majestuosa Biblia, rodeada de arreglos florales de
distintos colores, manteles blancos y sillas dispuestas para los presentes. Las velas
encendidas creaban un ambiente de misterio y solemnidad, mientras su llama se
movía al compás del viento de la noche.

La misa dio inicio con alabanzas para invocar la devoción y comenzar con las
lecturas bíblicas. Después de las palabras del obispo, empezó a ofrecer la hostia a
las cinco personas que estaban presentes en la celebración de la Santa Misa: el
dueño de la casa, la esposa, el taxista y “probablemente dos allegados al dueño”,
según Hernando. Él procedió a llamarlos para que se acercaran a recibir la hostia y
el vino y tener en ellos la gracia de Dios. Los fieles comenzaron a avanzar hacia
donde se encontraba el obispo para recibir la comunión; a la par, se escucharon el
sonido de las sillas al pararse y murmullos entre los presentes.

Al terminar la misa, el dueño le entregó a Hernando la ofrenda, que eran un billete de


50 mil y uno de 20 mil. Después, el obispo procedió con la bendición de la ofrenda:

—Bendito seas señor Dios del universo por la ofrenda, que hemos de traer y
presentar ante el altar.

Después, procedió a bendecir el agua para consagrar el lugar, purificar la casa y


proteger los objetos del mal y de las influencias negativas, para así alejar todo
espíritu inmundo, diciendo lo siguiente:
—Bendice Padre celestial estas aguas, como una vez dijiste las aguas del jordán,

cuando Jesús entrando en ella, se abrieron los cielos y descendió a la fuerza del
espíritu santo, se oyó la voz del justo juez decir: “este es mi hijo el amado, en el cual
gozo todas mis complacencias”. Bendice Señor, purifica y santifica estas aguas en
el nombre del padre, en el nombre del hijo y en el nombre del espíritu santo, amén”.

Con una voz firme y serena, el obispo continuó:

—Salga el mal y entre el bien, como entró Jesús a Jerusalén. Bendice Señor esta

casa, que habite siempre la fuerza de tu Espíritu Santo y que los Ángeles del Señor
acampen siempre a su alrededor.

Los presentes observaban atentos el ritual mientras el obispo bendecía cada rincón
de la vivienda. Arrojaba el agua por todos los lugares de la casa mientras decía esas
palabras. Pero cuando llegó el momento de bendecir las habitaciones, el dueño de la
casa se negó rotundamente a que Hernando entrara en ellas. El obispo trató de
persuadirlo, explicándole que era parte del ritual, pero el hombre se mantuvo firme
en su decisión y con una voz entrecortada y nerviosa le dijo:

—No es necesario, basta con la misa que se ha celebrado aquí.

Hernando lo ignoró absolutamente y procedió a entrar a la casa. Se asomó por la


puerta y vio lujos por todo lado; sus ojos relucían y contemplaba la belleza de ese
lugar, no había señales de presencia alguna, por dentro estaba sola. Entonces
procedió a decir:

—Que esta casa sea un hogar de amor y de paz, y que siempre esté llena de la gracia

de Dios.

Al momento de ingresar a los cuartos, con suma suavidad el obispo giró la manija de
la puerta y se adentró en las habitaciones, una por una, para rociar el agua bendita
mientras pedía por la paz y el amor en el hogar. Sin embargo, al llegar al tercer
cuarto, se llevó una gran sorpresa al encontrarse con una habitación muy iluminada
que tenía cámaras, sombrillas de luz, reflectores, una cama gigante y llamativa y
muchos espejos alrededor. El cuarto también tenía un fuerte olor a cereza. Esta
habitación era prácticamente un estudio de grabación, pero en la habitación.

Cuando ingresó a la siguiente, al obispo se le hacía muy rara la situación y preguntó


el porqué estaban esos aparatos en los cuartos. Le dijeron que era un estudio de
modelos web cam. Su reacción fue inevitable, sintió mucha ira e impotencia del
engaño que le habían hecho y dijo:

—Me siento muy sucio y traicionado por haber sido parte de la bendición de esa

casa del diablo. Los jóvenes que hacen parte de esas grabaciones, venden sus
cuerpos.

Sus ojos ardían en llamas y sin pensarlo añadió:

—Desde este momento maldigo esta casa, maldigo todo lo que entre y salga.

Declaro maldición, porque me trajeron con engaños a bendecir una casa de


prostitución.

A partir de ese instante, sintió que su dignidad había sido manchada por su
participación en la bendición de esa casa. A pesar de ser obispo y de tener un rango
alto en la religión, tuvo un impulso humano a maldecir aquel lugar. Sin embargo,
como cualquier ser humano, se enfrentó a tentaciones por su ira.

Hernando miró fijamente a los ojos de quien lo había engañado y con la rabia que
recorría por su cuerpo rasgó los billetes de la ofrenda y se los tiró a la cara. El
hombre estaba afligido y se notaba en su rostro el arrepentimiento que traía dentro;
él observó cómo los billetes caían por sus mejillas y se posaban en el suelo. Este
hombre dijo:

—Disculpe padre, pero tampoco para que se enoje.


Hernando le contestó que su ira era santa, dio media vuelta y se devolvió a la Iglesia
en el mismo taxi que lo había traído. En el camino no dijo ni una palabra hasta que
llegó a la capilla; se bajó del carro, se despidió del conductor, cerró la puerta
suavemente y volteó para entrar al templo y poder refugiarse en él y en Dios.

Cuando entró, se tomó un momento para reflexionar sobre lo sucedido, y con


lágrimas en los ojos se preguntaba cómo podía haber sido tan ingenuo y no haberse
dado cuenta del engaño. Finalmente, decidió que lo mejor que podía hacer era dejar
el asunto en manos de Dios. Se arrodilló ante el altar, diciéndole:

—Señor, fui llevado con engaños. No fue mi culpa, señor.

Al día siguiente se encontró con su hermano Carlos, el cual le contó lo sucedido con
lágrimas en los ojos y con una voz entrecortada, como si ese recuerdo fuera
demasiado doloroso para expresarlo con claridad. Carlos le dijo:

—Bendecir ese tipo de situaciones no es de Dios y no está permitido en la Iglesia ni

mucho menos en los principios de un obispo.

Por lo tanto, Hernando se sintió más tranquilo después de confesar su


arrepentimiento y su vergüenza, la cual le tomó mucho tiempo superar por haber
maldecido aquel lugar. Le preocupaba el juicio de los demás y la opinión que
tendrían sobre él a partir de ese momento.

Luego de un tiempo y tras pensarlo una y otra vez, quiso contárselo a los diáconos,
padres, sacerdotes y obispos cercanos a él para que lo escucharan, a pesar del
miedo de ser juzgado. Dejando de lado su temor, Hernando decidió hacerlo con la
esperanza de recibir comprensión y perdón por su acción.

Un año después de lo sucedido, Hernando decidió compartir con su comunidad lo


que le había pasado aquel día. Pero ahora lo cuenta relajado y sin vergüenza, como
una anécdota chistosa. La señora Zeneyda, una fiel seguidora de las misas del
obispo, quien había estado en la misa mientras el obispo relataba el suceso de
forma chistosa, reaccionó asombrada y dijo:

—Ese día todos los que estábamos ahí, reaccionamos impresionados y después nos

pusimos a reír.

Actualmente el obispo ve esta historia más como una enseñanza de vida y no tanto
como un error propio. Él comenta que:

—Ese era mi deber, no podía quedarme con eso toda la vida.

Además, el obispo manifiesta que quiere compartir su experiencia para que nadie
más tenga que pasar por lo que él vivió. Él le enseña a la comunidad que siempre es
importante verificar la veracidad de la información antes de tomar decisiones
importantes, y no dejarse engañar por apariencias o rumores.

Finalmente, el obispo se siente en paz consigo mismo y con la comunidad a su


alrededor. Ha aprendido una valiosa lección de vida y espera que otros puedan
aprender de su historia y evitar cometer los mismos errores.
Foto tomada por: Angélica Morales

También podría gustarte