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Reinado de José I de España

Retrato de José Napoleón I por François Gérard (Museo de Fontainebleau, 1810). Toma


como modelo el retrato de Luis XIV de Hyacinthe Rigaud.1
El reinado de José I Bonaparte, oficialmente José Napoleón I, conocido por los
españoles que le negaban la legitimidad para ser el rey de España y las Indias como el
«Rey Intruso», comenzó el 6 de junio de 1808 con la cesión de los derechos sobre
la Corona española por parte de su hermano el emperador Napoleón Bonaparte, quien a
su vez los había obtenido bajo presión de Fernando VII y Carlos IV en las llamadas
«Abdicaciones de Bayona»,2 no reconocidas por los «patriotas» que solo consideraban
como su rey a Fernando VII, cautivo de Napoleón en el Château de Valençay —José
Bonaparte tampoco fue reconocido en las colonias americanas y nunca consiguió reinar
sobre todo el territorio español, con Cádiz como capital de la «España patriota»—. El
reinado terminó oficialmente el 11 de diciembre de 1813 con la firma del Tratado de
Valençay por el que Napoleón «devolvía» los derechos de la Corona española a
Fernando VII, aunque José I Bonaparte ya hacía seis meses que había abandonado
España tras la derrota del ejército napoleónico en la batalla de Vitoria. Le habían
acompañado los partidarios de la monarquía josefina conocidos como los
«afrancesados», constituyendo así el primer exilio de la historia contemporánea de
España. Durante todo ese tiempo se desarrolló la que sería conocida como la Guerra de
la Independencia que «además de su carácter fundamental de lucha contra el ejército
francés… fue también una guerra entre españoles… De un lado la España patriota… y
del otro la Monarquía bonapartista encarnada en José I».3
La España de José Bonaparte, también conocida como la España napoleónica, fue un
«reino vasallo» del Imperio francés, al igual que el reino de Holanda de Luis Bonaparte,
el Reino de Westfalia de Jerónimo Bonaparte o el Reino de Nápoles de Joachim Murat,
casado con Carolina Bonaparte.4 Como han destacado Ángel Bahamonde y Jesús A.
Martínez, «en la estrategia imperial España no dejaba de ser más que una pieza satélite
del sistema. Que se le concediera mayor o menor autonomía dependería de cuestiones
militares». Así, el «proyecto nacional» de José I estará siempre mediatizado por el
«proyecto imperial» de su hermano Napoleón.5 Por su parte, Juan Francisco Fuentes ha
hablado de la existencia de una «dualidad de poderes» «semillero de conflictos»: «por
un lado, una administración civil, formada exclusivamente por españoles, que actuaba
con arreglo a los principios reformistas del Estatuto de Bayona y que contaba con el
respaldo de un monarca prudente y conciliador, pero extremadamente débil; por otro, un
régimen militar de facto, representado por los generales napoleónicos que, con el
beneplácito de Napoleón, gobernaban con mano de hierro la zona bajo su mando».67
Según Manuel Moreno Alonso, José I ha sido probablemente el rey más calumniado de
toda la historia de España. «Desde el primer momento se impuso una caricatura
―inexacta, calumniosa, insostenible, por completo discutible― que ha llegado hasta
nuestros días».8 Lo mismo opina Rafael Sánchez Mantero, aunque cree que «es hoy un
personaje más conocido y mejor valorado».9 El poeta Manuel José Quintana fue uno de
los que más se distinguió en la difusión de esa caricatura como cuando se refirió al
ambiente en que se movía el rey, «desde el seno de sus festines impíos, de entre los
rufianes viles que le adulan y de las inmundas prostitutas que le acompañan».10 Dos de
los insultos más difundidos por los «patriotas» fueron el de «Pepe Botella» y el de «Rey
de Copas» ―cuando ni era un borracho, ni un jugador empedernido―.11 Estos motes
se «basaban» en dos órdenes firmadas por José I en febrero de 1809. Por la primera se
liberalizaba la fabricación, circulación y venta de naipes; por la segunda se desgravaba
la venta de aguardientes y licores. También se le tachó de «tuerto» cuando no era en
absoluto cierto.12 El historiador Juan Mercader Riba advirtió en 1971 en su libro José
Bonaparte, rey de España. 1808-1813 que «de ningún modo, máxime ahora, a tantos
años vista, pueden ser incluidos estos vocablos [‘Pepe Botella’, ‘Tío Copas’, y demás
por el estilo] en una historia ecuánime y rigurosa, y no solamente porque nunca
correspondieron a la auténtica realidad, sino porque siendo como son el engendro de
mentalidades obtusas y torpes, o en el mejor de los casos, obnubiladas por una santa
indignación, en nada favorecen al pueblo que en mala hora hubo de acuñarlas».13 Más
recientemente Víctor Mínguez Cornelles ha señalado que «los tópicos y las calumnias
sobre su persona pervivieron durante doscientos años, y el que pudo haber sido el mejor
rey y el impulsor de la modernización progresista del país quedó para siempre en la
memoria popular e intelectual transmutado en el rey intruso y borracho que el pueblo
expulsó. Pocas veces una campaña propagandística apoyada en la manipulación de la
imagen ha tenido tanto éxito».14
El contrapunto de esta visión caricaturesca y calumniosa de José I se puede encontrar en
el novelista francés Stendhal que escribió: «Aceptando a José como rey, los españoles
hubieran tenido a un hombre bondadoso, inteligente, sin ambición, hecho a propósito
para ser rey constitucional, y hubieran anticipado en tres siglos la felicidad de su
país».15 Sorprendentemente la valoración del historiador español del siglo xix Modesto
Lafuente no se alejó demasiado de la de Stendhal, aunque insistiendo en su carácter
ilegítimo por haber sido impuesto por Napoleón: «José en otras condiciones y con
autoridad y procedencia más legítima, por sus deseos y cualidades de príncipe habría
podido hacer mucho bien a España. […] Pero era tal el aborrecimiento que la conducta
de Napoleón había inspirado al pueblo, que el vulgo, no viendo ni juzgando por la
impresión del odio, sólo veía en su hermano al usurpador y al intruso, y lejos de
reconocer en él prenda alguna buena, figurábasele un hombre lleno de defectos y de
vicios».1617

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