EL PROBLEMA MENTE-CEREBRO Las peculiaridades del ser humano
respecto a las demás criaturas que habita sobre la faz de la tierra se manifiestan, por encima de cualquier otro rasgo definitorio, En la posesión de un lenguaje articulado, a través de cuyos mecanismos expresamos pensamientos, entidades de apariencia inmaterial que reflejan un rico mundo interior. LA LIBERTAD, LA MATERIA Y EL ESPÍRITU Íntimamente relacionadas con nuestras anteriores observaciones en torno al problema mente-cerebro se encuentran las dificultades más profundas para entender la libertad fuera de un marco dualista. Si nos convencemos de que la mente no existe hipostasiada como sustancia independiente de la materia, sino que constituye un pináculo de complejidad en las sendas evolutivas atravesadas por un determinado tipo de organismos biológicos, deberemos abordar el entendimiento filosófico de la libertad desde una perspectiva acorde con la finitud intrínseca a la condición humana. . LOS NIVELES DE LA REALIDAD El siguiente problema filosófico que abordaremos podría formularse del siguiente modo: la ciencia, dada la vastedad de su objeto de estudio (la totalidad de objetos que integran el universo), se ve obligada a parcelarse en disciplinas distintas. Cada una de ella parte, por lo general, de los resultados afianzados en las ramas del conocimiento que versan sobre materias más fundamentales. La química, por ejemplo, se nutre inconmensurablemente de los progresos realizados por la física. Toda la tabla periódica, esa fascinante agrupación de elementos químicos inventada por Mendeleiev a finales del siglo XIX, se explica gracias a la mecánica cuántica y a la disposición de los electrones en el seno de los diferentes orbitales atómicos. EL CAMBIO Y LA PERMANENCIA Preguntarse por la llamativa coexistencia de cambio y permanencia en el cosmos implica plantear el interrogante sobre la naturaleza del tiempo. Abordamos un enigma que probablemente se remonte a los albores mismos de la racionalidad humana, y no sería extraño suponer que nuestros antepasados remotos, e incluso especies ajenas a la nuestra pero insertadas también en el género Homo, como el hombre de Neanderthal, hubiesen avivado tempranamente el fuego de su curiosidad con la reflexión sobre el tiempo. EL TODO Y LAS PARTES Uno de los fenómenos más importantes, profundos y creativos de la naturaleza estriba en la capacidad de las entidades más simples para agruparse en estructuras revestidas de mayor complejidad. Cualquier objeto del universo, incluso los más excepcionales y fascinantes que podamos imaginar, obedece en último término a unos patrones comunes y a unos constituyentes compartidos. La misma materia que moldea vastas galaxias y ciclópeos sistemas de estrellas ha configurado organismos biológicos de cuya comprensión la ciencia aún hoy palpa tímidos destellos. Los mismos átomos, los mismos elementos químicos, los mismos conjuntos de electrones, protones, neutrones y la inabordable cascada de partículas subatómicas que la física no cesa de desentrañar…; las mismas estructuras fundamentales integran todos los cuerpos del cosmos. LA EXISTENCIA DE DIOS ¿Se puede demostrar la existencia de Dios? Más aún, ¿qué es Dios? ¿Cómo entender esta idea ancestral tan profundamente enraizada en la mente del hombre? Algunos de los pensadores más distinguidos y brillantes de la historia han dedicado copiosas energías a tratar de ofrecer demostraciones racionales de la existencia de un ser superior, de una entidad que trascienda las dimensiones espacio-temporales y, pese a su invisibilidad, pese a la impotencia de los sentidos y de los procedimientos ordinarios de comprobación empírica para dar cuenta de su presencia real, exista con independencia de nuestra mente. Decir “Dios existe” no significa otra cosa que defender la realidad, más allá de nuestros pensamientos, de un ser sobrenatural, dotado de los más elevados atributos. Su sustancia descansaría en alguna recóndita esfera del espacio metafísico (dicho ser actuaría y gozaría de sus atributos con independencia de nuestras ideas).