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Perseo y Medusa.

Cuento de la mitología
griega para niños
Mitología griega contada a los niños
Leyendas maravillosas, historias mágicas y aventuras apasionantes es lo que
encontramos en la mitología griega que ahora es accesible a los más pequeños en forma
de cuentos cortos, educativos y divertidos.
En esta ocasión, el héroe griego Perseo se enfrenta a uno de los mayores peligros. Tiene
que acabar con el miedo que impone la Gorgona Medusa, un monstruo capaz de
convertir en piedra a todo aquel que se encuentre con su mirada.

La estrategia de Perseo para acabar con Medusa

Héroes griegos hay muchos, pero los más antiguos fueron los que realizaron las hazañas
más increíbles y maravillosas. Perseo era uno de esos héroes fortachones y se hizo
famoso por poner fin al terror impuesto por la Gorgona Medusa, que convertía en piedra
a todas las personas que la miraban.
Medusa era una Gorgona, un ser monstruoso que tenía el cuerpo cubierto de escamas, la
cara toda arrugada y en el pelo, en lugar de tirabuzones, tenía serpientes enroscadas que
jugueteaban en su cabeza. A Medusa no se la podía mirar a la cara, pero no porque fuera
horrorosa, sino porque en cuanto la mirabas te convertía en piedra. Así que todo el
mundo tenía miedo de ella.
Todo el mundo menos Perseo, que para eso era un héroe griego. Así que un buen día
decidió acabar con Medusa y liberar al mundo de convertirse en estatuas de piedra. Pero
el asunto no era fácil y Perseo tuvo que pedir ayuda. Fueron los dioses griegos quienes
ayudaron a Perseo haciéndole algunos regalos que necesitaría para vencer a Medusa.
Atenea le dio un escudo que era a la vez un espejo, Zeus le dio una hoz con un filo muy
cortante, Hermes le prestó sus sandalias aladas y Hades le dejó su casco que le hacía
invisible. Armado con todos estos regalos, Perseo se fue al encuentro de la Gorgona. Y
allí se encontró a Medusa, paseando divertida mientras convertía en estatuas de piedra a
todo aquel que se encontraba por el camino.
Cuando Medusa se sentó a descansar, Perseo empezó su maniobra. No podía mirarla a
los ojos porque se convertiría en piedra, así que utilizó el escudo espejo para controlar
los movimientos de medusa. En cuanto la vio sentada y descansando, Perseo se puso su
casco que le hacía invisible, se colocó sus sandalias de alas y salió volando con la hoz
en la mano listo para cortarle la cabeza a Medusa. 
Fue todo un éxito, porque Perseo logró cortarle la cabeza a Medusa y guardarla en una
bolsa opaca para que no pudiera petrificar a nadie más. Además, de la sangre de Medusa
nació el famoso caballo Pegaso, un caballo que volaba y que Perseo utilizó para llegar a
casa cuantos antes.

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El mito de Pigmalión y la estatua

Ovidio nos cuenta, en su Metamorfosis, el mito de Pigmalión, rey de Chipre,


que osó enfrentarse al amor al asegurar que no iba a enamorarse de nadie que
no fuera perfecto. Su historia comienza cuando empezó a modelar una estatua
con forma de mujer. Pero, hete aquí el caso que, cuanto más modelaba aquella
divina estatua, a medida que iba surgiendo de sus dedos y se iba impregnando
de voluptuosidad la ondulación del mármol, Pigmalión sentía que en su fuero
interno algo se encendía. No podía ser, ¿cómo poder enamorarse de una
estatua, de una creación propia?.

Pero así fue y al término de su obra, Pigmalión estalló de amor por aquella
estatua. Sin ningún rubor, comenzó a cubrirla de besos y abrazos. La miraba y
remiraba, la acosaba entre sus dedos, fijando su pudor en algún punto lejano
de la estancia. La vestía y la desvestía, la imaginaba tierna, delicada, suave…
Pero el mármol frío sólo le hacía aumentar más y más el deseo, junto a la
desesperación. Se había enamorado perdidamente de aquella estatua. Pero su
amor jamás podría traspasar aquel cuerpo inerte y frío.

Quiso la suerte que la diosa Afrodita llegara hasta la ciudad de Amatonte, allí


donde vivía Pigmalión. Llegó justo en el momento en el que éste rogaba
encarecidamente a los dioses: “Si es verdad que tenéis tanto poder, os ruego
que deis vida a esta estatua para poder casarme con ella“.

Afrodita quiso complacer al apenado rey y cuando Pigmalión volvió junto a su


amada tras sus ruegos, en un sencillo beso descubrió que la piedra parecía
irradiar algo de calor. La abrazó y comenzó a sentir que el frío del mármol
desaparecía poco a poco. Se apartó para mirarla a los ojos, no fuera que
aquella sensación sólo fuera producto de su propio calor. Comprendió entonces
que la dureza de piedra comenzó a volverse suave. Tras dar las gracias
encarecidamente a los dioses, Pigmalión se dejó llevar por el deseo y poseyó a
la estatua, convertida ahora en una delicada mujer con la que el rey finalmente
se desposó.

De aquella unión entre el artista y su creación, de nombre Galatea, nació, al


noveno mes, Pafos, la delicada criatura que daría nombre a una de las islas
griegas más hermosas.

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