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Para hablar de la mano invisible de la economía, tenemos que viajar hasta el siglo XVIII,
cuando Adam Smith hizo referencia a este término en su libro ‘Teoría de los sentimientos
morales’, de corte más filosófico, y que desarrollaría más ampliamente en su siguiente
trabajo ‘La riqueza de las naciones’. Según esta idea desarrollada por el economista inglés,
hace referencia a la capacidad de autorregulación que tiene el mercado, existirían unas
fuerzas a las que se refiere como una “mano invisible” que equilibra el mercado y los
precios a través de la propia decisión de los individuos.
El segundo de estos principios es que para que la “mano invisible” de la economía pueda
autorregular el mercado, la intervención de agentes externos como un gobierno tiene que
ser inexistente. Es decir, tiene que haber libre mercado.
Pero la mejor forma de entender la mano invisible es con un ejemplo. Y qué mejor que
utilizar lo que hemos vivido para mostrarlo. Con la llegada del coronavirus, la demanda de
servicios de streaming o nuevas formas de teletrabajo. Compañías, que buscaban nuevos
modelos de negocio con los que beneficiarse, han conseguido que cuando parecía que
todo iba a colapsar, mucha gente mantuviese su trabajo y pudieran prosperar o
entretenerse durante muchas horas metidos en casa.