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6:17 marca el reloj, una hora común en un mundo común. Las aves buscan frenéticamente
donde pasar la noche, son amantes provisorios, es parte de su naturaleza el cambiar de nido
constantemente, cambiar la rutina, un día están en un parque y al siguiente en otro, y así, sus
nidos varían según su humor, he conocido personas que tienen similar actitud al elegir casa,
trabajo o pareja.
todo objeto en una farsa de lo que a luz de día es, un cesto de basura se convierte en un
depósito de ideas desechadas, un televisor apagado en un enorme espejo negro, una navaja en
el mejor confidente.
El sonido detrás de las ventanas llega a mis oídos como el murmullo de mil voces, cantando
patética.
La luz natural es por fin vencida por la falsedad que emiten las bombillas. Un trajinar de
camiones va y viene, todo tiene su ritmo, cada cara es iluminada por la falsa luminiscencia de
las pantallas, un mundo encerrado en cristal, un mundo ficticio donde la gente es quien desea
Hombres y mujeres grises, sin edad, sin ambiciones, caminan penando una vida que no
desean, penando su desgracia sin hacer nada para mejorar, tampoco pueden empeorar, la vida
Aquel viejo camina lento, luchando contra el peso del tiempo, sus huesos frágiles como el
viento arrastran los despojos de una vida, un saco de huesos y carne tullida. La noche lo
cubre, le maquilla las arrugas, le acentúa la figura, de repente las sombras lo asfixian, su
mirada queda fija y entre la penumbra busca ayuda, el auxilio no se hace esperar, unos brazos
y manos lo tienden en el suelo. El viejo no pronuncia palabra alguna, tan solo un gesto de
gratitud para aquellos que lo ven expirar justo en la calle. Una muerte fulminante, unos ojos
Entonces en otro punto del universo, o quizás en otra dimensión o tiempo, aquel hombre
viejo, abre los ojos dentro de un útero, ve sus diminutas manos, ve las paredes colapsando,
escucha gemidos y gritos huecos, una voz que dicta órdenes, su cuerpo entero es expulsado
del cuerpo de su madre, nace con el grito de la vida, con el llanto que delata la tempestiva
razón de vivir.
Y mientras en aquel otro lugar donde partió, su triste cuerpo, despojo de carne es sepultado,
con un mal epitafio tallado en una lápida donde apunta fecha y nombre del occiso, un puñado
de personas le lloran amargamente, la lluvia ayuda a asentar la tierra de su modesto sepulcro.
En otro lado sus labios tiernos y hambrientos reciben el seno materno, y con el primer chorro