Queridos hermanos: el Evangelio de hoy nos habla de una pesca milagrosa
cuando Jesús resucitado se apareció a los discípulos por tercera vez. Prestemos atención: Jesús les pide algo para comer, sin embargo, cuando los discípulos llegan a la costa, él ya tenía un pez y panes. ¿Por qué entonces les pidió algo de comer si él ya tenía? Más aún él no tiene necesidad alguna de alimento dado que resucitado vive para siempre. ¿Por qué entonces les ordenó arrojar las redes? Porque quería enseñarles bajo el símbolo de la pesca una verdad sobre el Reino de los cielos futuro. Si recuerdan bien, cuando Jesús había llamado a los discípulos por primera vez, también se había valido del símbolo de una pesca milagrosa para hacerlos pescadores de hombres. Y es que todos los hechos de la vida de Cristo contienen una enseñanza para nosotros que estamos llamados a investigar a la luz de la fe. Hay dos pescas milagrosas; pero cada una con un significado diferente. San Agustín las explica de la siguiente manera: La primera pesca fue en el tiempo de la vida terrena de Cristo, antes de su pasión, para indicar así cómo sería la Iglesia en el tiempo presente de peregrina; la segunda pesca, en cambio, fue después de su resurrección para indicar cómo sería la Iglesia después de la resurrección de los muertos en el Reino futuro. En la primera pesca se sacó una gran cantidad de peces, pero no se determina cuántos, porque la Iglesia en el tiempo presente llama a todos los hombres a ingresar en ella y recibe a las multitudes al bautismo sin excluir a nadie. En la segunda pesca, en cambio, se asigna un número determinado de peces: 153, para representar así a los elegidos de Dios, (a los que su inescrutable sabiduría y bondad predestinó): porque muchos son los llamados pero pocos los elegidos (Mt 22,14). Y notemos que en esta pesca sólo hay peces grandes, porque el más pequeño en el Reino de los cielos será más grande que Juan el Bautista (Lc 7,29). En la primera pesca Jesús había ordenado navegar mar adentro, porque la Iglesia en el tiempo presente, como el arca de Noé, se adentra en el mar y sufre el embate de sus olas, es decir, de este mundo, para que se salven los hombres que son sacados del mar, es decir del pecado, e ingresados en ella. En la segunda pesca, en cambio, la barca se encuentra cerca de la costa, es decir, en la tranquilidad de la tierra prometida. En la primera, Jesús ordenó echar las redes pero sin indicar un lugar preciso: ni izquierda ni derecha. ¿Por qué? Cuando venga el Hijo del hombre...separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda (Mt 25, 32-33). Es decir, a la izquierda los malos y a la derecha los buenos; así la Iglesia ahora predica el Evangelio a malos y buenos, a izquierda y derecha, en ella no están solamente los buenos ni solamente los malos, sino mezcla de buenos y malos. En la segunda pesca en cambio, Jesús ordenó echar las redes a la derecha porque entonces solamente estarán las ovejas de la derecha, los buenos, a quienes se les dirá: Vengan, benditos de mi Padre (Mt 25,34). En la primera pesca las redes se rompían y las barcas se hundían por el exceso de número y peso de los peces. Lo mismo sucede ahora: las redes se rasgan, es decir, hay cismas y herejías a lo largo de la historia de la Iglesia, hay la división, corte y rasgones que introducen los malos con el filo de su lengua. Los que dividen la Iglesia buscan, en contra de la voluntad del Señor, una Iglesia de solamente buenos y perfectos, que supuestamente serían ellos. Además, las barcas se hundían porque los malos cristianos oprimen a los buenos cristianos que tienen que soportar su compañía. Por culpa de los escándalos de los cristianos que viven mal, los buenos cristianos tienen que sufrir el insulto y desprecio de los incrédulos hacia la Iglesia de Dios. La muchedumbre de malos cristianos, con sus pecados, amenazan hundir a la Iglesia y hacerla naufragar, pero la barca no se hunde por la gracia de Dios en vista de los buenos. En la segunda pesca, en cambio, a pesar de la abundancia de peces las redes no se rompen, porque habrá un solo rebaño y un solo pastor (Jn 10,16), por eso es Simón Pedro quien desciende la red a tierra, siendo él el signo visible de la unidad de toda la Iglesia. En cuya unidad pidamos todos al Señor que nos conserve siempre, para contarnos entre en el número de sus peces elegidos.