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El Pentateuco, o, según lo llaman los judíos, el Libro de la Ley (Torah), encabeza los
73 libros de la Biblia, y constituye la magnífica puerta de la Revelación divina. Los
nombres de los cinco libros del Pentateuco son: el Génesis, el Exodo, el Levítico, los
Números, el Deuteronomio, y su fin general es: exponer cómo Dios escogió para sí al
pueblo de Israel y lo formó para la venida de Jesucristo; de modo que en realidad es
Jesucristo quien aparece a través de los misteriosos destinos del pueblo escogido.
El autor del Pentateuco es Moisés, profeta y organizador del pueblo de Israel, que
vivió en el siglo XV o XIII antes de Jesucristo. No solamente la tradición judía sino
también la cristiana ha sostenido siempre el origen mosaico del Pentateuco. El mismo
Jesús habla del "Libro de Moisés" (Mc., 12, 26), de la "Ley de Moisés" (Lc., 24, 44),
atribuye a Moisés los preceptos del Pentateuco (cf. Mt., 8, 4; Mc., 1, 44; 7, 10; 10, 5;
Lc. 5, 14; 20, 28; Juan 7, 19), y dice en Juan 5, 45: "Vuestro acusador es Moisés, en
quien habéis puesto vuestra esperanza. Si creyeseis a Moisés, me creeríais también a
Mí, pues de mí escribió él".
Han, pues, de rechazarse todas las teorías que niegan el origen mosaico y carácter
histórico del Pentateuco, no sólo porque están en pugna con las reglas de una sana
crítica, sino también porque niegan la inspiración divina de la Escritura.
Génesis significa "generación" u origen. El nombre nos indica que este primer libro de
la Revelación contiene los misterios de la prehistoria y los comienzos del Reino de
Dios sobre la tierra. Describe, en particular, la creación del universo y del hombre, la
caída de los primeros padres, la corrupción general, la historia de Noé y el diluvio.
Luego el autor sagrado narra la confusión de las lenguas en la torre de Babel, la
separación de Abraham de su pueblo y la historia de este patriarca y de sus
descendientes: Isaac, Jacob, José, para terminar con la bendición de Jacob, su muerte
y la de su hijo José. En esta sucesión de acontecimientos históricos van intercaladas
las grandes promesas mesiánicas con que Dios despertaba la esperanza de los
patriarcas, depositarios de la Revelación primitiva.
Levítico es el nombre del tercer libro del Pentateuco. Derívase la palabra Levítico de
Leví, padre de la tribu sacerdotal. Trata primeramente de los sacrificios, luego relata
las disposiciones acerca del Sumo Sacerdote y los sacerdotes, el culto y los objetos
sagrados. Con el capítulo 11 empiezan los preceptos relativos a las purificaciones, a
los cuales se agregan instrucciones sobre el día de la Expiación, otras acerca de los
sacrificios, algunas prohibiciones, los impedimentos matrimoniales, los castigos de
ciertos pecados y las disposiciones sobre las fiestas. En el último capítulo habla el
autor sagrado de los votos y diezmos.
Números es el nombre del cuarto libro, porque en su primer capítulo refiere el censo
llevado a cabo después de concluida la legislación sinaítica y antes de la salida del
monte de Dios. A continuación se proclaman algunas leyes, especialmente acerca de
los nazareos, y disposiciones sobre la formación del campamento y el orden de las
marchas. Casi todos los acontecimientos referidos en los Números sucedieron en el
último año del viaje, mientras se pasan por alto casi todos los sucesos de los treinta y
ocho años precedentes. Descuellan algunos por su carácter extraordinario; por
ejemplo, los vaticinios de Balaam. Al final se añade el catálogo de las estaciones
durante la marcha a través del desierto, y se dan a conocer varios preceptos sobre la
ocupación de la tierra de promisión.
I. INTRODUCCIÓN
Nos separan casi tres mil años de los primeros libros de la Biblia. Hay
que ambientarnos en aquella época, para poder entenderla. Hay dos
peligros: uno por exceso, es decir, creer al pie de la letra lo que dice
la Biblia, a través de sus metáforas y géneros literarios; y el otro por
defecto: rechazar todo, por considerarlo fantástico y lleno de colorido
imaginativo. Nuestra actitud debe ser otra: sacar el mensaje de Dios,
que se esconde detrás de ese revestimiento literario.
V. EXPLICACIÓN DE LA TESIS:
— Uso de apelativos divinos típicamente tardíos como «el Señor Dios del cielo» (v.
7) o «el Señor Dios del cielo y de la tierra» (v. 3). Estos apelativos se
encuentran en libros bíblicos recientes, como Esdras y Nehemías 24, y en
documentos hebreos/arameos extrabíblicos de época persa como los famosos
papiros provenientes de la colonia militar hebrea de la isla de Elefantina en el
alto Egipto (siglo V a. C.).
— En Gn 24, 21. 38. 41. 49 no se usa la construcción adversativa clásica ,
«sino que», sino la más reciente construcción , «si no», tal como en la
Misná y en el hebreo posterior (se dice que deriva de la contracción de
).
— En Gn 24, 15, a un verbo en perfecto (qatal) sigue la partícula térem, «antes
de», tal como se reporta en no pocos manuscritos hebreos de Qumrán,
mientras que en el hebreo clásico dicha partícula es siempre seguida por un
verbo en imperfecto (wayiqtol)25.
Por tanto, la ausencia de en las tratativas entre el siervo de Abrahán
y la familia de Rebeca revela el altamente probable origen tardío de Gn 24.
Además, la misma ausencia se detecta en el libro de Tobías, aunque no así
en Gn 29-30, lo que sirve de indicio para postular que tal vez este último
relato sea de origen preexílico.
— No dar como esposa a Isaac una mujer cananea corresponde a una dura
negación de los matrimonios mixtos. Esta postura se comprende bien a la luz
de lo descrito en Esd 8-10 y Ne 13 donde queda de manifiesto el desafío de la
comunidad hebrea organizada en torno al Segundo Templo por asegurar su
subsistencia nacional en base a una configuración familiar y social que no
admitiera sombra alguna de heterodoxia. En efecto, la unión con mujeres
cananeas en Gn 24 corresponde, en el rollo de Esdras-Nehemías, a la unión con
las hijas de los así tildados «pueblos de la tierra»32.
Estas dos observaciones nos enfrentan a las tesis que sitúan el origen del
Pentateuco en el postexilio, las cuales se alejan cada vez con mayor nitidez
y convicción de la hipótesis documental clásica35. Estas teorías están aún en
ciernes y requieren todavía de mucho afinamiento36. En efecto, los
especialistas están en búsqueda de algún paradigma que explique la
composición del Pentateuco y, en general, la formación del Antiguo
Testamento. Se impone, eso sí, una constatación: Israel puso por escrito
solo aquellas tradiciones que daban sentido a su existencia en una época
donde esto no solo fue materialmente posible, sino también necesario para
su subsistencia como nación. Materialmente fue posible escribir los grandes
segmentos del Pentateuco solo en la época del apogeo de los reinos hebreos
(hacia el siglo VIII y VII a. C.)37. Probablemente, de esta época provengan
los materiales más antiguos. Con todo, parece más seguro que el grueso de
la composición de las distintas tradiciones narrativas, legales, proféticas y
sapienciales contenidas en el Pentateuco y en el resto de la Biblia Hebrea
haya acaecido en época exílica y postexílica. En primer lugar, porque se
puede demostrar que en esa época las condiciones materiales del pueblo lo
permitieron con mayor facilidad. Piénsese, por ejemplo, en las cartas en
arameo y en hebreo pertenecientes a la colonia militar hebrea de Elefantina
en el Alto Nilo (actual Aswan), datadas precisamente en el período de la
dominación persa (siglos V y IV a. C.) y que testimonian el intercambio
epistolar entre dicha colonia y las autoridades de Jerusalén de aquella
época38. En segundo término, porque Israel necesitaba conservar su
identidad ante la pérdida de su territorio y de la monarquía, institución que
lo había cohesionado antes del colapso de Jerusalén en año el 587 a. C. Esta
necesidad vital ciertamente está detrás de la redacción del Pentateuco y de
la obra de no pocos profetas y otros escritos de la Biblia Hebrea. Esto no
significa, sin embargo, que en su composición no se hayan usado
importantes materiales preexílicos39.
Por otra parte, la forma final del Pentateuco y, en general, del Antiguo
Testamento está vinculada con toda seguridad a la crisis cultural y religiosa
que la paulatina y sostenida helenización produjo en el pueblo elegido.
En efecto, una forma de vida adecuada al helenismo lentamente se fue
imponiendo al pueblo hebreo creyente tanto en Palestina, como en la
diáspora, especialmente bajo la dominación de los imperios helenísticos
(333-63 a. C.), sobre todo, bajo el reinado seléucida (198-63 a. C.). Este
movimiento cultural y político suscitó la reacción nacionalista y religiosa de
importantes segmentos de la población hebrea en Palestina que concluyó
con la revuelta de los Macabeos, según se reporta en el primer libro de los
Macabeos (datado hacia el año 100 a. C.), cuyos relatos y fuentes son
rastreables también en las obras de Flavio Josefo40.
Con lo dicho hasta aquí, podría quedar la impresión que se está postulando
una exégesis del Antiguo Testamento de corte exclusivamente histórica y
radicada en preocupaciones preponderantemente sociológicas y políticas.
¿Dónde queda la teología?, ¿corresponde solo a las ideologías que sustentan
los diversos proyectos históricos de los grupos sobrevivientes a la
hecatombe de la destrucción de los reinos hebreos en los siglos VII y VI a.
C., a saber, la teología deuteronomista de los ancianos, la teología
sacerdotal de los aaronitas, sadoquitas y levitas, y la teología sintética de las
dos corrientes teológicas anteriores expresadas en la Ley de la Santidad (Lv
17-26)?41, ¿deben ellas entenderse como parte de la superestructura que
explica performativamente la infraestructura que hemos llamado
subsistencia de Israel en el postexilio?
Ciertamente, estas interrogantes extrapolan los términos del argumento. La
exégesis diacrónica actual en sus mejores expresiones no reduce la teología
de los textos a ideas fuerza, ya sustentadoras y/o constructivas de un orden
sociopolítico, ya subversivas del orden establecido. Con todo, un
reduccionismo de este cuño es siempre una amenaza que debe tenerse
presente. Pero tampoco debe negarse la dimensión social y política de las
ideas contenidas en los escritos del Pentateuco (y en general en toda la
Biblia).
La teología del Pentateuco (y de todo el Antiguo Testamento) es histórica,
en términos más precisos, es histórico-salvífica. No se la puede aislar —
desnaturalizar— de la historia del pueblo creyente, que, debatiéndose «entre
el temor y la esperanza», toma conciencia de la elección divina
precisamente en la gesta histórica de su constitución y sobrevivencia como
pueblo42. Esta asunción de su elección se cristalizó especialmente en la hora
crucial del postexilio. En ese preciso período, las viejas tradiciones históricas
fueron leídas y reelaboradas por los ancianos y sacerdotes en clave de
pervivencia del pueblo como nación: Israel puede seguir existiendo, pese a
que no posee en la actualidad ni territorio ni soberano propios —los dos
elementos constitutivos de todo pueblo medioriental en la antigüedad— pues
en su origen no los poseía. De hecho, cuando comenzó a existir como pueblo
peregrinaba por el desierto, mucho antes de recibir y tomar en posesión la
tierra prometida. En aquella época remota Israel tampoco tenía monarca, su
rey era solo el Señor (Ex 15, 18), cuyo pacto había transformado a los
israelitas de un conglomerado de esclavos prófugos, en pueblo de su
propiedad:
A continuación pasaremos a desglosar los versículos del texto y poder sacar las
enseñanzas que nos deja el segundo relato de la creación (Gn 2, 4- 25).
– Gn 2, 4- 6: Lo primero que podemos identificar en este texto es que, Dios posee un
nombre, Yahvé; esto complementa lo que mencionábamos acerca de las tradiciones
presentes en la redacción del Antiguo Testamento, específicamente el Pentateuco (5
primeros libros de la biblia). Contrario a lo que dice el primer relato de la creación, este
nos presenta un lugar seco antes que todo fuera creado, en el capítulo anterior se narra
que el espíritu de Dios se movía sobre las aguas.
La enseñanza que podemos sacar del texto es que Dios efectivamente es el que
infunde la vida, porque al hablar del agua en forma de lluvia que hace brotar la vida, los
arbustos, las plantas; el autor sagrado pretende reafirmar que el don de la vida es dado
por Dios, lo interesante del relato es que muestra al hombre como colaborador de la
vida. Dios hace llover, crea los manantiales, pero el hombre riega sus cultivos.
Podemos afirmar que este relato presenta al hombre como un ser con capacidad de
decisión, con libertad para poder cultivar, de poder llevar el agua adonde le plazca, el
hombre es cooperador con la creación, contribuye en la formación de la vida que Dios
regala. En este texto no vemos al hombre sometido por Dios y a sus reglas, en
contraposición con lo que en la actualidad se pretende dar entender acerca de estos
hermosos textos, para desacreditar tanto a Dios como la creencia religiosa.
– Gn 2, 7: Este versículo nos narra de manera diferente la creación del hombre con
respecto a la lectura anterior. En el relato del capítulo 1, no dice como Dios crea al
hombre, en cambio, este narra que toma polvo de la tierra y a partir de ahí lo ha forma.
El pasaje pretende dar a enseñar que el ser humano posee una naturaleza corporal, por
esa razón Dios toma polvo de la tierra, el polvo es el símbolo de nuestra naturaleza
corporal, es con el que el escritor sagrado pretende demostrar que efectivamente
somos materia. Pero, inmediatamente que Dios forma al ser humano del polvo de la
tierra, insufla (sopla) en sus narices el aliento de vida, lo que quiere dar a entender el
texto es que, además de tener una naturaleza corporal, también poseemos una
espiritual. Entonces podemos decir que un individuo está dotado de una naturaleza
corporal y de una naturaleza espiritual, por la primera somos imagen de Dios, ya que él
nos pensó así; y por la segunda, somos semejanza de Dios, porque él no es un ser
corpóreo, es un ser espiritual (1)
Por otro lado, analizando un poco más en este verso, específicamente cuando Dios
“sopla” el aliento de vida. Nadie sabe en qué momento específico recibimos este soplo
de vida, dice Eclesiastés 11, 5: “Tú no sabes por dónde llegó el espíritu al niño en el
vientre de la mujer embarazada: otro tanto ignoras la obra de Dios tomada en su
conjunto”.
Biológicamente la vida inicia con la fecundación del óvulo por parte del
espermatozoide, tenemos certeza de la parte corporal, pero el momento exacto de la
parte espiritual la ignoramos, por tal Iglesia defiende la vida desde el vientre de la
Madre, porque al privar a un feto de la vida, estamos rechazando ese “soplo de vida que
Dios infunde en el ser humano, con el que somos imagen y semejanza de Dios, dotados
de una dignidad humana desde el mismo instante de la concepción. Esta dignidad
humana es infinitamente superior a los hechos o situaciones previas a la fecundación;
porque la vida del ser humano está ligada a su misma dignidad.
– Gn 2, 8- 9: Estos versículos nos enseñan que la perfección de Dios ha llegado a tal
grado, que toda la naturaleza cuenta con una armonía excepcional, y el ser humano,
está insertado en este mundo sutilmente armónico. Lo realmente cautivante es lo que
está en el medio del jardín, “el árbol de la vida” y “el árbol de la ciencia del bien y del
mal”; en la mente del autor sagrado, el árbol de la vida es un símbolo del don de
inmortalidad que Dios había conferido al primer hombre, y el árbol de la ciencia del bien
y del mal, el símbolo de la línea divisoria de la ley moral entre el bien y el mal. De hecho,
Adán y Eva, al tomar de la fruta de este árbol, conocieron prácticamente la distinción
entre el bien y el mal; de ahí el nombre que le aplica el escritor de árbol de la ciencia del
bien y del mal. (2)
– Gn 2, 10- 17: Los versículos 10 al 14 son una interpretación de la ubicación adonde el
autor sagrado suponía que el jardín del edén había estado ubicado, probablemente era
un área en la que él consideraba que se daban las condiciones idóneas para que el
jardín del edén estuviese en tal latitud.
Al llegar a los verso 15 y 16, nos damos cuenta que al hombre Dios le concede dominio,
autoridad y responsabilidad sobre todo lo creado; es decir, retomamos el concepto de
jurisdicción que hablamos en el artículo anterior con el que autor sagrado refleja la
supremacía del hombre como creación de Dios, y las responsabilidades que se derivan
de esta supremacía. Dentro de las responsabilidades que Dios dejó al hombre
sobresale la obediencia total al creador, pero esta obediencia no es impositiva, sino
espera del hombre un actuar libre, recto; como aquel que se mantiene en fidelidad a
quien ama por sobre todas las cosas. “Pero al mismo tiempo, el hombre debe
someterse a la voluntad de Dios, que le pone límites en el uso y dominio de las cosas
(cf. Gn 2,16 s.), a la par que le promete la inmortalidad (cf. Gn 2,9 Sg 2,23). El hombre,
pues, al ser imagen de Dios, tiene una verdadera afinidad con El. Según esta enseñanza,
el desarrollo no puede consistir solamente en el uso, dominio y posesión
indiscriminada de las cosas creadas y de los productos de la industria humana, sino
más bien en subordinar la posesión, el dominio y el uso a la semejanza divina del
hombre y a su vocación a la inmortalidad”. (3)
– Gn 2, 18- 24: Este versículo por demás interesante narra desde otra perspectiva la
creación; pero principalmente, lo que el autor pretende enseñar no es más que la
sociabilidad del hombre. Según el relato, Dios creó a todos los animales para que el
hombre no estuviera “solo” y al ver que estos seres no eran la compañía perfecta, crea
a la mujer de la costilla del hombre.
El hombre aparentemente tenía todo para ser feliz; sin embargo, hacía falta algo,
alguien que poseyera su misma dignidad humana, su misma naturaleza corpórea, y
este ser no podía ser otro que la mujer. Al crear a la mujer, Dios crea un complemento,
tanto a nivel anatómico, psicológico y espiritual; es por tal motivo que la Iglesia
defiende el matrimonio tradicional, porque Dios en su plan amoroso dotó al hombre con
la capacidad de amar y de manera peculiar, como lo es el amor conyugal. Este amor es
tan fuerte, tan especial que el hombre y la mujer rompen la cotidianidad de su vida para
unirse y así formar una nueva familia, continuando con el ciclo de amor, contribuyendo
en la creación, utilizando la jurisdicción, la autoridad y la responsabilidad que Dios le ha
dado al hombre. Dice Mt 19, 4- 5: “Jesús respondió: “¿No han leído que el Creador al
principio los hizo hombre y mujer y dijo: El hombre dejará a su padre y a su madre y se
unirá con su mujer, y serán los dos una sola carne?”
Con la cita de Mateo, podemos comprobar como Jesús da vigencia a un texto tan
antiguo y a vez refuerza que el hombre está llamado a vivir en comunión de una manera
singular como lo es el matrimonio, lo cual es algo bueno y querido por Dios.
No vale la pena entrar en el debate sobre la veracidad de la narración, es decir, intentar
descubrir quien fue primero, el hombre o la mujer. Lo que realmente importa es
discernir qué el hombre y la mujer fueron dotados de la misma dignidad (significado de
la costilla), y que por tener la misma dignidad ambos son seres complementarios, y al
descubrir esta complementariedad, ambos están llamados a vivir en la unidad como
Dios vive en la unidad (misterio de la Trinidad), porque ambos fueron creados a imagen
y semejanza de Dios.
– Gn 2, 25: El segundo relato de la creación concluye narrando que tanto el hombre
como la mujer estaban desnudos y que no había pena entre ellos. Este texto lo que
pretende mostrar es que, Dios creó al ser humano bueno y perfecto, sin corrupción, un
ser libre de mancha, puro, totalmente libre de cualquier atadura. Ese es el significado de
la desnudez que narra la biblia. El autor utiliza la desnudez corporal, para referirse al
mismo tiempo a un aspecto espiritual; es decir, el ser humano se mostraba tal cual era
ante su similar y ante Dios. Por eso la importancia de aspectos tan poco valorados hoy
en día como la virginidad, la castidad, la exclusividad de las relaciones sexuales para el
matrimonio, la fidelidad, etc. Al vivir estos aspectos no solo cumplimos el plan de Dios
sino que nos revestimos de ese ser humano bueno y en busca de la perfección, capaz
de edificar su espíritu. Solo al vivir estos aspectos Dios alcanza a observar un poco de
ese ser humano que un día creó, que lucha por regresar a él, y que da su esfuerzo por
serle agradable y cumplir su voluntad; porque la desnudez que narra este versículo es la
pureza con la Dios nos dotó en un inicio, y a la cual estamos llamados a regresar al
hacer operante en nosotros el plan de salvación en su Hijo, Jesús.
Habiendo terminado de sacar “algunas enseñanzas” de este segundo relato de la
creación, dejo una invitación para que puedas formar el hábito de leer las sagradas
escrituras; porque al leer las sagradas escrituras no solo lees la historia de la
salvación, también aprendes sobre Dios, sobre su pedagogía, encuentras respuestas a
las interrogantes más profundas del ser humano. Ten presente que no puedes amar a
quien no conoces y la manera de conocer a Dios es mediante la lectura de la palabra.
Pero también, no puedes amar con quien no hablas, y la oración es el único medio para
hablar con Dios.
En conclusión, ¿Quieres amar a Dios por sobre todas las cosas? Lee su palabra y ora,
porque solo así sabrás cual es el plan el que tiene para ti; y créeme, él no te va a
decepcionar.
Génesis
GÉNESIS es una palabra griega, que significa "origen". El primer libro
de la Biblia lleva ese nombre, porque trata de los orígenes del universo,
del hombre y del Pueblo de Dios.
El libro del Génesis se divide en dos grandes partes. La primera es
denominada habitualmente "Historia primitiva", porque presenta un
amplio panorama de la historia humana, desde la creación del mundo
hasta Abraham (caps. 1-11). La segunda narra los orígenes más remotos
del pueblo de Israel: es la historia de Abraham, Isaac y Jacob, los
grandes antepasados de las tribus hebreas. Al final de esta segunda
parte, adquiere particular relieve la figura de José, uno de los hijos de
Jacob, ya que gracias a él su padre y sus hermanos pudieron
establecerse en Egipto. La historia de los Patriarcas se cierra con el
anuncio del retorno de los israelitas a la Tierra prometida, cuyo
cumplimiento comienza a relatarse en el libro del Éxodo.
Estas dos partes presentan notables diferencias en cuanto a la forma
literaria y al contenido, pero están íntimamente relacionadas. El
Génesis se remonta primero a los orígenes del mundo y de la
humanidad. Luego, mediante una serie de genealogías cada vez más
restringidas, establece una sucesión ininterrumpida entre Adán, el padre
de la humanidad pecadora, y Abraham, el padre del Pueblo elegido.
Este vínculo genealógico pone bien de relieve que la elección de
Abraham no fue un simple hecho al margen de la historia humana. La
elección divina no era un privilegio reservado para siempre a una sola
persona o a una sola nación. Si Dios manifestó su predilección por
Abraham y por la descendencia nacida de él, fue para realizar un
designio de salvación que abarca a todos los pueblos de la tierra.
En la redacción final del libro del Génesis, se emplearon elementos de
las tradiciones "yahvista", "elohísta" y "sacerdotal". Esta última fuente
tiene una importancia especial en el conjunto de la obra, debido a que
constituye la base literaria en la que se insertaron las otras tradiciones.
Los primeros capítulos del Génesis ofrecen una dificultad muy
particular para el hombre de hoy. En ellos se afirma, por ejemplo, que
Dios creó el universo en el transcurso de una semana, que modeló al
hombre con barro y que de una de sus costillas formó a la mujer.
¿Cómo conciliar estas afirmaciones con la visión del universo que nos
da la ciencia? La dificultad se aclara si tenemos en cuenta que el libro
del Génesis no pretende explicar "científicamente" el origen del
universo ni la aparición del hombre sobre la tierra. Con las expresiones
literarias y los símbolos propios de la época en que fueron escritos, esos
textos bíblicos nos invitan a reconocer a Dios como el único Creador y
Señor de todas las cosas. Este reconocimiento nos hace ver el mundo,
no como el resultado de una ciega fatalidad, sino como el ámbito
creado por Dios para realizar en él su Alianza de amor con los hombres.
La consumación de esa Alianza serán el "cielo nuevo" y la "tierra
nueva" (Is. 65. 17; Apoc. 21. 1) inaugurados por la Resurrección de
Cristo, que es el principio de una nueva creación.
LOS ORÍGENES DEL UNIVERSO Y DE LA HUMANIDAD
La fe de Israel en el Dios creador encontró su máxima expresión
literaria en el gran poema de la creación, que ahora figura al
comienzo de la Biblia. Una verdad se perfila a lo largo de todo este
relato: el universo, con todas las maravillas y misterios que encierra,
ha sido creado por el único Dios y es la manifestación de su sabiduría,
de su amor y su poder. Por eso, cada una de las cosas creadas es
"buena" y el conjunto de ellas es "muy bueno". En ese universo, al
hombre le corresponde un lugar de privilegio, ya que Dios lo creó "a
su imagen" y lo llamó a completar la obra de la creación.
Pero el relato del origen del universo sirve de prólogo a lo que
constituye el principal centro de interés de los once primeros capítulos
del Génesis, a saber, el drama de la condición humana en el mundo.
Los diversos personajes que se van sucediendo –Adán y Eva, Caín y
sus descendientes, los pueblos que intentan edificar la torre de Babel–
representan arquetípicamente a la humanidad entera que pretende
ocupar el puesto de Dios, constituyéndose así en norma última de su
propia conducta. Esta pretensión, en lugar de convertir al hombre en
dueño de su destino, hizo entrar en el mundo el sufrimiento y la
muerte, rompió los lazos fraternales entre los hombres y provocó la
dispersión de los pueblos. En el marco de esta historia, Dios va a
realizar su designio de salvación.
Para describir este drama, los autores inspirados no recurrieron a
formulaciones abstractas. Lo hicieron por medio de una serie de
relatos convenientemente ordenados, de hondo contenido simbólico,
que llevan la impronta del tiempo y de la cultura en que fueron
escritos. Por eso, al leer estos textos, es imprescindible distinguir entre
la verdad revelada por Dios, que mantiene su valor y actualidad
permanentes, y su expresión literaria concreta, que refleja el fondo
cultural común a todos los pueblos del Antiguo Oriente.
Libro de Génesis
“Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer
lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo” (Génesis 50:20).
Dios creó un universo que era bueno y libre de pecado. Dios creó a la
humanidad para tener una relación personal con Él. Adán y Eva pecaron y por
ello trajeron la maldad y la muerte al mundo. La maldad se incrementó
constantemente en el mundo hasta que solamente quedó una familia en la
que Dios encontró algo bueno. Dios envió el Diluvio para acabar con el mal,
pero salvó a Noé y su familia junto con los animales en el Arca. Después del
Diluvio, la humanidad comenzó nuevamente a multiplicarse y se extendió por
todo el mundo.
Dios creó el universo, la tierra, y todo ser viviente. Podemos confiar en Él,
para manejar las preocupaciones de nuestras vidas. Dios puede tomar una
situación sin esperanza de solución (p. ej. la falta de hijos de Abraham y
Sara), y hacer cosas asombrosas, si simplemente confiamos y obedecemos.
Cosas terribles e injustas suceden en nuestras vidas, como con José, pero Dios
siempre traerá un mayor bien, si tenemos fe en Él y en Su plan soberano. “Y
sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es,
a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28).
Una síntesis de la relación entre la Biblia y la Tradición Divina
en preguntas y respuestas
¿Qué es la Revelación?
¿Qué es la Tradición?
Además del éxodo de Egipto, la promesa de que al pueblo de Dios le sería otorgada su propia
tierra en Canaán y el pacto hecho en el monte de Sinaí son revelaciones divinas de
importancia decisiva: Dios mismo determinó el lugar donde su pueblo moraría y en el Sinaí,
a través de los mandamientos, dio leyes y normas para la vida de Israel.
La fe de Israel está basada en las revelaciones divinas en la historia de este pueblo, las
cuales son experimentadas como expresión de ayuda que proviene de Dios, como así
también de castigo.
Los Salmos 105 y 106 proclaman en forma asombrosa cómo Dios se manifiesta en la historia
y cómo le da forma. Además, los hechos acontecidos durante la época de los jueces y reyes
de Israel y Judá, el cautiverio babilónico y el regreso del exilio proveen ejemplos del hecho
de que, una y otra vez, Dios interviene en la historia.
Por otra parte, Dios se reveló a través de sus profetas: “Y he hablado a los profetas, y
aumenté la profecía, y por medio de los profetas usé parábolas" (Os. 12:10). Es el mismo
Dios el que guía y da las indicaciones a su pueblo: “Mas yo soy Jehová tu Dios desde la tierra
de Egipto; no conocerás, pues, otro dios fuera de mí, ni otro salvador sino a mí" (Os. 13:4).
De la misma manera, Dios prometió por boca de los profetas la llegada del Mesías (Is. 9:6;
Mi. 5:2).
Tema 2. La Revelación
Dios se ha revelado como Ser personal, a través de una historia de salvación,
creando y educando a un pueblo para que fuese custodio de su Palabra y para
preparar en él la Encarnación de Jesucristo.
Además de las obras y los signos externos con los que se revela, Dios
concede el impulso interior de su gracia para que los hombres puedan
adherirse con el corazón a las verdades reveladas (cfr. Mt 16,17; Jn
6,44). Esta íntima revelación de Dios en los corazones de los fieles no
debe confundirse con las llamadas “revelaciones privadas”, las cuales,
aunque son acogidas por la tradición de santidad de la Iglesia, no
transmiten ningún contenido nuevo y original sino que recuerdan a los
hombres la única Revelación de Dios realizada en Jesucristo, y
exhortan a ponerla en práctica (cfr. Catecismo, 67).
Los factores de desarrollo del dogma son los mismos que hacen
progresar la Tradición viva de la Iglesia: la predicación de los Obispos,
el estudio de los fieles, la oración y meditación de la palabra de Dios, la
experiencia de las cosas espirituales, el ejemplo de los santos.
Frecuentemente el Magisterio recoge y enseña de modo autorizado
cosas que precedentemente han sido estudiadas por los teólogos,
creídas por los fieles, predicadas y vividas por los santos.
Bibliografía básica
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[2] Cfr. Concilio Vaticano II, Const. Dei Verbum, 3; Juan Pablo II, Enc.
Fides et ratio, 14-IX-1988, 19.
[4] Cfr. Concilio Vaticano II, Const. Lumen gentium, 2-4; Decr. Ad
gentes, 2-4.
[7] Ibidem.
[17] Ibidem.
[19] Cfr. Concilio Vaticano II, Const. Lumen gentium, 25; Concilio
Vaticano I, Const. Pastor aeternus, 18-VII-1870, DH 3074.
[20] «Es conveniente, por tanto, que, a través de todos los tiempos y de
todas las edades, crezca y progrese la inteligencia, la ciencia y la
sabiduría de cada una de las personas y del conjunto de los hombres,
tanto por parte de la Iglesia entera, como por parte de cada uno de sus
miembros. Pero este crecimiento debe seguir su propia naturaleza, es
decir, debe estar de acuerdo con las líneas del dogma y debe seguir el
dinamismo de una única e idéntica doctrina», san Vicente de Lerins,
Commonitorium, 23.
[21] Cfr. Juan Pablo II, Enc. Fides et ratio, 11-12, 87.
Génesis
Véase también Pentateuco
Es el primer libro del Antiguo Testamento y lo escribió el profeta Moisés.
Relata el comienzo de muchas etapas, tales como la creación de la tierra; la
colocación de animales y del hombre sobre ella; la Caída de Adán y Eva; la
revelación del Evangelio a Adán; el comienzo de tribus y razas; el origen de
diversos idiomas en la torre de Babel; y el principio de la familia de Abraham,
que condujo al establecimiento de la casa de Israel. También se hace hincapié
en la función que José desempeñó para preservar a Israel.
La revelación de los últimos días verifica y aclara la historia que se relata
en Génesis (1 Ne. 5; Éter 1; Moisés 1–8; Abr. 1–5).
En el libro de Génesis, los capítulos del 1 al 4 contienen el relato de la
creación del mundo y la formación de la familia de Adán. En los capítulos del
5 al 10, se encuentra la historia de Noé. En los capítulos del 11 al 20, se habla
de Abraham y de su familia hasta los tiempos de Isaac. En los capítulos del 21
al 35, se sigue la relación de la familia de Isaac. En el capítulo 36, se habla de
Esaú y de su familia. En los capítulos del 37 al 50, se relata la historia de la
familia de Jacob y se narra la vida de José, vendido para Egipto, y el papel que
desempeñó al salvar a la casa de Israel.