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El Concilio Vaticano II realizado entre los años 1962 y 1965 fue una de las reuniones ecuménicas

más importantes en la historia de la iglesia católica, su objetivo principal fue la adaptación del
dogma católico a la Modernidad que imperó durante el siglo XX. Una de las reformas más
importantes y notorias para los feligreses fue el cambio en la forma de realizar los ritos y liturgias,
exacerbando la importancia de la participación de la comunidad, se declaro que desde ese
momento en adelante las ceremonias se realizarían dando la cara a los participantes (preconcilio
se realizaban de espalda a los asistentes) y en el idioma local del lugar en vez de en latín.

Lo anterior quedo manifestado, según Bueno (2013) en “la Instrucción Inter Oecumenici que
dedica el capítulo V a la Construcción de iglesias y altares con vistas a facilitar la participación
activa de los fieles, estableciendo pautas sobre la disposición de iglesias, el altar mayor, la sede del
celebrante y de los ministros, la reserva de la Eucaristía, el ambón, el lugar de los fieles, el
baptisterio, etc.”

El papel del arquitecto entonces, para poder hacer el cambio de paradigma efectivo, seria diseñar
templos que se adaptaran a las nuevas necesidades de la iglesia.

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