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Relato

En un hospital de Campo, una iniciativa dirigida por Diana Sofía Giraldo, de la Fundación
Víctimas Visibles, tuvo lugar un estremecedor encuentro para la reconciliación. En
Subachoque, en la Casa de Paz, varias personas relataron experiencias personales que vivieron
por el conflicto armado. SEMANA estuvo presente y reproduce dos historias casi inverosímiles
de las heridas que dejó la guerra en el país.

La pesadilla de Pastora*

Ella no sabía que el guerrillero herido que estaba curando era el asesino de su hijo.

Pastora Mira, de 61 años, tiene el pelo plateado y la mirada tranquila. Quien la ve por primera
vez no se imaginaría que ha soportado los horrores de la guerra y que a la vez es uno de los
símbolos más visibles de reconciliación. Con su voz grave cuenta que el dolor que le dejó el
conflicto armado ahora le sirve para ayudar a otras víctimas.

Pastora creció en San Carlos, Antioquia. Desde muy niña tuvo que soportar el asesinato de las
personas que amaba. A los 6 años “los conservadores” asesinaron a su padre, y su primer
esposo murió a manos de la guerrilla, cuando su primera hija tenía solo 2 meses. Más tarde
vendrían cosas peores.

Empezó a trabajar en la Policía, en la que conoció a su actual esposo y con quien tuvo otros
cuatro hijos. Pero por las amenazas de las guerrillas tuvo que renunciar. En 1998 se fue
huyendo de la violencia con él y dos de sus hijos a Medellín. Regresó dos años después cuando
su madre murió y ya no tenía con quién dejar a sus pequeñas. Al llegar a su pueblo la impactó
en lo que se había convertido. Estaba desolado y prácticamente no había comida. San Carlos
era en un campo de batalla. Allí el conflicto dejó un saldo de 33 masacres, 156 desapariciones,
78 víctimas de minas, decenas de desplazados y un sinnúmero de muertos. En 2001 grupos
paramilitares desaparecieron a su tercera hija, Sandra Paola.

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