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La nariz
Cierto día Azora volvió de su paseo totalmente furiosa y dando grandes voces.
_¿Qué tenéis, mi querida esposa _le dijo Zadig__. ¿Quién os ha puesto de esta
forma, fuera de vuestras casillas?
_¡Ay! _dijo ella_ estaríais en mi mismo estado si hubierais visto el espectáculo que
acabo de contemplar. La viuda Cosrou, que hace dos días había levantado una
tumba junto a un riachuelo para su joven esposo tan repentinamente fallecido,
había prometido a los dioses quedarse junto a la tumba mientras las aguas del
riachuelo corriesen a su lado.
Azora prorrumpió en tantos insultos y ataques violentos contra la joven viuda, que
Zadig quedó preocupado por unas demostraciones tan grandes de virtud en su
esposa y decidió ponerla a prueba.
Esa misma noche Cador visitó a la desconsolada viuda para darle el pésame y
llorar juntos una pérdida tan sensible. Al día siguiente, Cador volvió a visitar a
Azora y ella le rogó que se quedase a comer. Cador le confió que su amigo le
había dejado en testamento casi toda su hacienda y le dio a entender que su
mayor dicha consistiría en compartir con ella la herencia. Tras algunas lágrimas y
lamentaciones por la pérdida de su esposo, Azora reconoció que, con todo, Zadir
tenía algunos defectos que no podía confesarle, pero que él , Cador, parecía un
hombre mucho más íntegro.
Estando en esto, Cador se quejó de un violentísimo dolor en el bazo y la dama,
inquieta y solícita, hizo traer todas sus esencias y ungüentos para ver si podía
aliviarle el dolor.
_No más extraño que los saquitos de hierbas del señor Arnou para curar la
apoplejía.
Esta razón, unida a las prendas del joven acabaron por convencer a la dama.
_Después de todo _dijo ella_, cuando mi marido pase al otro mundo, ¿dejará el
ángel Azrael de permitirle el paso porque su nariz sea menos larga en la segunda
vida que en la primera?
Cogió, pues, una navaja de afeitar, fue a la tumba de su esposo, la roció con sus
lágrimas, la abrió y se inclinó para cortarle la nariz. Pero en ese momento, Zadig
se incorporó, agarrándole la navaja con una mano y sujetándose la nariz con la
otra. Azora temblaba mientras su marido resucitado le decía:
_Una perra podenca muy pequeña _añadió Zadig_. Ha tenido perritos hace
poco; cojea de la pata izquierda y tiene las orejas muy largas.
_Es un caballo que galopa muy bien. Tiene dos metros de alto, los cascos
muy pequeños, una cola de casi un metro de larga; las copas de su freno
son de oro; sus herraduras son de plata _dijo Zadig.
Pero esa ocasión llegó pronto. Se escapó un prisionero del Estado y pasó
bajo las ventanas de la casa de Zadig. Cuando le interrogaron, respondió
que no había visto nada, pero unos vecinos demostraron que lo habían visto
mirando por la ventana cuando pasaba el huido. Fue condenado por este
crimen a quinientas onzas de oro, y agradeció la benevolencia de los jueces.
_¡Gran Dios _se dijo_, cuánto hay que lamentar si uno pasea por un bosque
por el que han pasado la perra de la reina y el caballo del rey! ¡Y cuán
peligroso es asomarse a una ventana! Qué difícil es ser feliz en esta vida.
El ministro.
A Zadig deben las naciones el gran principio siguiente: vale más arriesgarse
a salvar a un culpable que condenar a un inocente. Creía que las leyes
estaban hechas tanto para ayudar a los ciudadanos como para intimidarles.
Su principal talento era desenmarañar la verdad, que todos los hombres
tratan de oscurecer. Y así se demostró en este pleito.
_Dios sea loado _respondió el hijo _, pero la tumba me ha costado muy cara.
Después Zadig hizo que entrase el pequeño y le dijo lo mismo, a lo que este
respondió:
_Alabado sea Dios. Voy a devolver a mi padre cuanto tengo, pero desearía
que permitiera que mi hermana conservase lo que le he dado.
_No devolveréis nada _sentenció Zadig_ y tendréis las treinta mil monedas,
pues sois quien más querías a vuestro que sí ha muerto.
En otra ocasión le dijeron que una joven muy rica había hecho promesa de
matrimonio con dos magos con quienes había tenido relaciones
simultáneamente. Y como hubiese quedado embarazada, los dos sabios
quisieron hacerla su esposa.
Cuando ella dio a luz, los dos magos quisieron educar al niño. El pleito fue
llevado ante Zadig, quien preguntó al primero de los sabios:
_¿En qué lugar prestasteis vuestras quinientas onzas de plata a ese infiel?
_preguntó Zadig.
_En una inmensa piedra que hay junto al monte Horeb –respondió Setoc.
_De todos los malos pagadores, es el más burlón y avisado que conozco.
En efecto, el tribunal citó a las dos partes para la mañana siguiente. Y habló
así Zadig ante el tribunal:
_No, están muertos, pero hay una gran piedra sobre la que fue contado el
dinero: y, si place a Vuestra Grandeza ordenar que se vaya a buscar la
piedra, espero que ella nos dará testimonio del trato. Entretanto, nosotros
nos quedaremos aquí a la espera de que Setoc, mi amo, vaya a buscarla y la
traiga.
http://ficus.pntic.mec.es/~jmas0085/voltaire.htm