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Historia y ficción
El libro de Roca Barea sobre la leyenda
negra española cuestiona las bases mismas
de la historia como una ciencia objetiva pues
demuestra que en muchos casos se acomoda
a las urgencias ideológicas del poder
FERNANDO VICENTE
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Las batallas narradas por Tolstói nos parecen, pese a sus errores, más ciertas que
las de los historiadores
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Allan Poe—, que, quizás sin ser conscientes de ello, contribuyeron a la leyenda
negra. Y perpetraron distorsiones flagrantes a la verdad histórica acomodando en
sus libros los hechos de tal modo que confirmaran en vez de refutar las
exageraciones y mentiras inventadas para desprestigiar y hundir moral y
políticamente al “enemigo” imperial y “papista”. La autora de Imperiofobia y
leyenda negra no pretende que todo esto resulte de una conspiración
conscientemente fraguada por los poderes; todo ello es, desde luego, alentado y a
veces financiado por el poder, pero también nace de manera espontánea, como
una excrecencia natural del nacionalismo, que se forma y robustece siempre
contra algo o alguien, pues necesita un enemigo a quien odiar para poder subsistir.
Y la España del Siglo de Oro, cuando la leyenda negra es más activa, era el
imperio más poderoso de Europa, y, por cierto, el enemigo obligado de los países
que aspiraban a reemplazarlo. Y de las denominaciones religiosas que querían ser
las más genuinas herederas de las verdades bíblicas.
La España del Siglo de Oro, cuando la leyenda negra es más activa, era el imperio
más poderoso de Europa
De esta manera indirecta, el libro de Roca Barea, sin siquiera habérselo propuesto,
cuestiona las bases mismas de la historia como una ciencia objetiva, pues su
investigación demuestra que en muchos casos en ella se filtra, en razón de las
circunstancias y las presiones religiosas y políticas, la ficción, como un elemento
que desnaturaliza la verdad histórica y la acomoda a las urgencias ideológicas del
poder establecido. Y no hay ácido más eficaz e inescrupuloso en la alteración de
las verdades históricas que el nacionalismo, como tienen ocasión de comprobarlo
en estos mismos días los españoles con el desafío independentista de Cataluña,
que, además de rebelarse contra la Constitución y las leyes, se empeña en rehacer
la historia y convertirla en una ficción a su servicio.
El libro de Roca Barea está muy bien escrito, con una prosa elegante, argumentos
pertinentes y a ratos una ironía risueña que atenúa la gravedad de los asuntos que
trata. Salta a veces del pasado remoto a la actualidad, para mostrar que hay entre
ambos una concatenación secreta, y, con frecuencia, indica en las notas el día
exacto en que hizo aquella cita o verificación en los archivos (algo que, creo, se
hace por primera vez).
La autora de este libro extraordinario me jala las orejas, en una de sus páginas,
por haber recordado que la novela como género literario estuvo prohibida en
Hispanoamérica durante los tres siglos coloniales, porque las autoridades
religiosas y políticas españolas consideraron que las invenciones disparatadas de
esos libros podían confundir a los indígenas y distraerlos de las enseñanzas
religiosas. Es, creo, el único caso en la historia en que se prohibió un género
literario. Roca Barea me recuerda que en España surgió en aquella época la
novela picaresca (podía haber mencionado también a la novela cumbre: el
Quijote). Esta afirmación mía no es parte de la leyenda negra, se trata de una
verdad inequívoca. La prohibición, que existió y fue reiterada varias veces a lo
largo de aquellos trescientos años, concernía solo a las colonias, no a la metrópoli.
Y, aunque la prohibición funcionó en lo que se refiere a la publicación de novelas,
no impidió que, gracias al profuso contrabando, las novelas se leyeran en
abundancia en las colonias americanas. Pero la primera novela, como tal, solo se
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