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Prólogo

Todo título es una exageración. Pretender que una sola frase,


o un par de palabras, o un mero nombre se corresp~ndan o
equivalgan a la totalidad de un libro es una ilusión. El título
de la presente antología es a todas luces ilusorio y exagerado,
tanto por su propia condición como porque siempre es aven-
turado proclamar la unicidad de algo. ,
Sin embargo, la idea que está detrás de este título no es en
modo alguno quimérica, sino que se nutre y atañe a la más
frecuente realidad de la historia de la literatura. Siempre se
ha dicho que pasar a esa historia no depende de la cantidad
de obra escrita, y quienes lo sostienen no carecen de buenos
ejemplos a los que recurrir: desde Benjamin Constant, que
hoy ocuparía el mismo lugar que ocupa si sólo hubiera publi-
cado su novelita Adolphe, hasta el máximo caso de nuestros
tiempos, Juan Rulfo, hoy por hoy venerado (aunque ya vere-
mos mañana) por sus celebérrimas doscientas y p ico páginas.
Pero no es enteramente cierto ese predominio de la calidad
sobre la cantidad. Parece como si, pese a todo, hubiera una
extensión mínima necesaria para pasar a la historia de la lite-
ratura, incluso para pasar a la historia de un género deter-
minado, como el fantástico o de horror. O aquí, digamos~
una exigencia de mínima repetición en el acierto. Así, autores
como Arthur Machen o lord Dunsany o Ambrose Bierce son
considerados clásicos indiscutibles en su género porque die-

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ron en el blanco numerosas veces. De ellos se pueden publi- hace explícitamente pero por la que se le pasa factura y se
car antologías o selecciones que lleguen a formar un volumen, lo rebaja, es justamente la de no ser lo bastante metafórico, lo
pl,les sus relatos excelentes son muchos, o cuando menos va- bastante indirecto, lo bastante sutil. En el fondo se le repro-
nos. cha su propia y mayor virtud, la de atacar descarnadamente lo
Pero ¿qué ocurre con todos aquellos escritores que sólo que, por otra parte, constituye la materia y esencia de la lite-
acertaron de lleno una vez, y esa única vez les dio para pocas ratura, o de la más perdurable. Así, autores demasiado impa-
páginas, veinticinco, diez, cinco? Habría que preguntarse si el cientes para esperar a que sus textos acaben revelándose por sí
mismísimo Cervantes acertó de lleno más de una vez. D e lo solos a lo largo de incontables páginas y por medio de una
que no cabe duda es de que tuvo el aliento, la paciencia, la complicada estructura (a lo largo y por medio de la novela) se
),
imaginación o la suerte de que esa segura vez (que en p rinci- J han dedicado casi exclusivamente al cuento o a la pieza bre-
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pio iba a ser breve) le durara años y centenares de páginas. ve, desde Poe hasta Borges pasando por Maupassant, Chejov,
A veces pasar a la historia de la literatura es más bien una Saki o Kipling. Pero todos ellos, y en menor o diferente grado
cuestión de insistencia, variaciones y dosificación. los ya mencionados Machen, Dunsany y Bierce, u otros co-
Lo escrito y olvidado es incomparablemente más vasto mo Isak Dinesen, Algernon Blackwood y Walter de la Mare,
que lo escrito y recordado, y hay páginas extraordinarias que han repetido el acierto las suficientes veces para que no haya
nadie conoce porque quizá están en medio de tantas más des- ,, necesidad de escarbar entre sus páginas más desdeñables. Y a
•!
deñables. No basta una imagen, una metáfora, una reflexión, han sido hallados.
un pasaje magníficos; no basta una sola página, ni siquiera Hay, sin embargo, muchos escritores que sólo dieron un
-así parece-- un cuento, un solo cuento. Y sin embargo, ¿no fulgor, y por ese motivo cuantitativo han quedado olvida-
es posible que muchos de los hombres que, en la expresión de dos, como entre los nombres de esta antología lo están Arm-
Stevenson, se han dedicado a jugar con papel hayan tenido strong, Barker, Blakeston o Page. H ay otros, como Denham,
una idea brillante que además les haya inspirado una ejecu- Ewart, Middleton o Norris, que murieron pronto y no fue-
ción perfecta ima sola vez y durante pocas horas? ron lo bastante precoces para dar de sí antes del término ni
El cuento fantástico o de horror o de fantasmas ha sido siqujera lo que dio el alemán Georg Büchner, quien, muerto
una tradición tan rica en la literatura de lengua inglesa que es a Los veintitrés años, tuvo quizá la fortuna de dejar la huella
d e su talento en un género más prestigioso, el drama. Los hay
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en su terreno donde muchos autores medianos, escasos o ma- :J

logrados han podido destacar aisladamente. De todas las cla- también, como Churchill, Durrell o Ross, que, habiendo al-
ses de cuentos es además, a mi modo de ver, el más propicio a canzado notoried ad y fama en otros campos, literarios o no,
ese hallazgo aislado, a la joya minúscula y única. Pues se trata cultivaron con gran maestría una sola vez este género tan
de un género que, aunque normalmente relegado a la mera arriesgado y deslumbrador. Los hay que se malograron en
condición de tal, tiene la capacidad y la virtud de enfrentarse vida, su imaginación ocupada por otras cuestiones, como Col-
de manera abierta y directa con los grandes temas de la litera- lier, Gawsworth o en cierto sentido Hughes. Estos Cuentos
tura: la soledad, el miedo, el amor, la venganza, la risa, la co- únicos son los fulgores de todos ellos.
bardía, la locura, la muerte, también la guerra, o el combate al La mayor parte de los relatos pertenece al periodo llama-
menos. Lo que tiene en su contra, la acusación que no se le do de emreguerras, que fue un periodo particularmente duro

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y f.értil para la literatura inglesa. Durante los años veinte y bidos a un tercer traductor, Antonio Iriarte, que ya fue res-
treinta hubo una gran proliferación de escritores estimables o ponsable de la versión española de La mujer de H uguenín, de
extraordinarios en el Reino Unido, aunque muchos de ellos M P Shiel, el primer volúmen de mi editorial, Reino de Re-
vieron truncadas, aplazadas o desviadas sus carreras literarias. donda.
· l

Y en esos años hubo una excelente cosecha, comparable a la En las notas biográficas sobre cada autor hay también al-
de los años en que se desarrolló la novela gótica, de cuentos de gún que otro añadido actual. Quince años son bastantes para
ese género con varios nombres. haber dado ·c on datos nuevos (quiero decir, que en 1989 yo
. Esta ~tología pretende ofrecer una serie de relatos que, desconocía) sobre escritores tan huidizos en su mayoría.
siendo casi enteramente desconocidos en la actualidad (inclu- Como dije en su momento, el títqlo de esta antología es
so en su país de origen, incluso para los más fervorosos aman- una exageración y una ilusión, y no tiene mayor importancia.
tes del género), podrían, sin embargo, rivalizar con muchas Sí es justo reconocer, sin embargo, que la idea de 'unicidad',
de las piezas más célebres de la literatura de fantasmas o de tal como la expliqué entonces, se hace particularmente difícil
horror o fantástica. Su única falta para no lograrlo fue quizá de aceptar en lo referente a cuatro autores: Benson, Burke,
que eran únicos. Collier y Wakefield. Porque lo cierto es que acertaron nume-
· El lector encontrará notas biográficas sobre cada autor rosas veces, y de ellos es perfectamente posible (tanto que de
antes_ de c.ada cuento, así como detalles relativos a la proce- hecho las hay, al menos en lengua inglesa) componer antolo-
dencta y fecha de publicación original (y casi siempre única). gías individuales con más de un cuento maestro y un altísimo
Los relatos de Barker, Benson, Blakeston, Burke, Collier, nivel general.
Coppard, Ewart, Gawsworth, Hughes, Leslie, N orris, Page Sólo me queda reconocer, por último, que uno de los au-
& Jay y Wakefield han sido traducidos por Alejandro García tores de Cuentos t4nicos no existió nunca y es pura invención,
Reyes, mientras que los de Armstrong, Churchill, Denham, su nota biográfica incluida, y que el autor del relato, por tan-
Durrell, Middleton y Ross lo han sido por mí. . to, jamás fue traducido, ni por Alejandro García Reyes ni por
La selección es de mi entera responsabilidad y, como toda mí, sino escrito directamente en español. Dado que con pos-
selección que se precie, absolutamente arbitraria. terioridad lo incluí en un volumen de cuentos míos, en el cual
·' expliqué ya el asunto, lo más probable es que pocos de los
JAVIER MARÍAS, 1989 nuevos lectores de Cuentos únicos ignoren de cuál se trata.
;~
·,( Sin embargo, bastaría con que pudiera haber sólo uno que no
estuviera al tanto de la 'suplantación' para que me abstenga
P. D.: Quince años después ahora de arruinarle aquí el posible juego, la conjetura y la es-
Al volver a dar a la imprenta esta ya vieja antología, me ha pa- peculación. Quede, pues, el desenmascaramiento en otros lu-
recido oportuno ampliarla un poc-0, de manera que, en vez de gares, pero no en el territorio de la propia máscara.
los diecinueve cuentos que en su día la compusieron, el lector j AVIER MARÍAS,
se encontrará ahora con veintidós. Los tres añadidos, de Lan- Enem de 2004
don, Meyerstein y Munby (autores que no desmerecen de los
demás, en lo relativo a su carácter oscuro y esquivo), son de-

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El fumador de pipa
Martin Armstrong

Traducción de ]avíer Marías


Manin Donisthorpe Armstrong (1882- 1974), nacido en Newcastle-on-
Tyne y educado en Cambridge, tuvo una muy larga vida y, aunque cul-
tivó todos los géneros, su producción literaria quedó casi enteramente
interrumpida en los años cincuenta. Considerado un poeta menos que
menor y un novelista convencional, sus libxos de versos más conocidos
(en su día) fueron Exodus (1912) y The Bírd-C.atcher (1929), y sus no-
velas de mayor renombre (escaso) Descrt, A legend (1926) y The Slee-
ping Fury (1929). En Lady Hester Sta11hope (1920) trazó un pedil bio-
gráfico de esta mítica dama decimonónica, sobrina de William Pitt, que
viajó por Oriente vestida de hombre y acabó estableciéndose en el mon-
te Líbano con los drusos, quienes la considera.ron una profetisa coinci-
diendo en ello con la opinión de la propia Lady Hester. Armstrong
escribió también un libro sobre el reinado de Carlos IV de España, Spa-
nish Círcus (1937), un texto autobiográfico titulado Victorian Peep-
show (1 938), y tradujo al inglés El sombrero de tres picos de Alarcón. Por lo general no me importa caminar bajo la lluvia, pero en
A esto dcbe.n añadirse varios tomos de cuentos, como The Puppec ;, aquella ocasión la lluvia era torrenc:ial y aún tenía diez millas
Show (1922), The Bazaar (1924), The Frery Dive (1929), General Bun-
top's Miracle (1934) y A Case of Comcience (1937). En ellos pueden en- que recorrer. Por eso me detuve ante la primera casa, más o
contrarse algunos relatos fantásticos o de horror, género al que, por '.
~1.: menos a una milla del pueblo siguiente, y miré por encima de
desgracia, Armstrong prestó escasa atención en el conjunto de su obra, la cancela del jardín. La casa no tenía un aspecto muy prome-
pues algunos de .los que escl'ibíó, dispersos aquí y allá, son muy nota- : ~
tedor, pues vi en seguida que estaba vacía. Todas las ventanas
bles. Ninguno> sin embargo, can acabado como el aq_uí traducido, 'The
Pipe-Smoker' (procedente del volumen General Buntop's Miracle), estaban cerradas, y no había una sola con persianas ni visillos.
comiderado por el experto en el género Mike Ashley como uno de los Por una de ellas, del piso bajo, vi paredes desnudas, la desnu-
más fascinantes cuentos jamás escritos. da repisa de una chimenea y una parrilla vacía. También el
jardín estaba descuidado, los lechos de flores llenos de hier-
bas: apenas se lo habría reconocido como tal jardín de no ser
~;., por la cerca, los vestigios de senderos rectos y los arbustos de
lilas que estaban en plena flor y que regaban de agua la hie.rba
cada vez que el viento los sacudía.
Es fácil imaginar, pues, que roe sorprendiera cuan.do un
hombre salió de entre las lilas y vino hacia mí lentamente por
el sendero. Lo sorprendente no era sólo que estuviera allí,
sino que paseaba por allí sin objeto, con la cabeza descubierta
y sin impermeable, bajo aquella lluvia que empapaba y cala-
ba. Era un hombre más bien gordo y vestido de clérigo, ca-
noso, calvo, bien afeitado, con el aspecto engreído y de inten-
sidad excesiva que ve uno en los retratos de William Blake.
Advertí en seguida cómo los brazos le colgaban desmayada.-
mente junto a los costados. Sus ropas y -lo que lo hacía aún
más extraño- su cara estaban chorreando agua. No parecía -Pero debe de estar usted muy mojado -dije yo-. ¿No
notar en absoluto la lluvia. Pero yo sí. Estaba empezando a sería más prudente que se cambiara? . . . .
correrme por el pelo y a bajarme por el cuello, y dije: -¿Que me cambiara? -Su absorta mirada se hizo mqm-
-Usted perdone, señor, pero ¿puedo pasar a guare- sitiva y suspicaz ante la pregunta. .
cerme? -Que se cambiara de ropa, la mo¡ada.
Se sobresaltó y alzó unos ojos desconcertados que se en- -¿Que me cambiara de ropa? -<lijo-. ¡Oh, no!, ¡Oh,
contraron con los míos. por Dios, no, señor! Si está mojada, sin duda se secara a su
-¿Guarecerse?-dijo. hora. Entiendo que aquí dentro no llueve, ¿verdad?
-Sí -respondí yo-, de la lluvia. Le miré a la cara. Realmente estaba pidiendo información
-Ah, de la lluvia. Sí, señor, no faltaría más. H ágame el fa- al respecto. '. .
vor de pasar. -No -respondí-, aquí dentro no llueve, gra~1.as a D1~s.
Abrí la cancela del jardín y lo seguí por un sendero hacia '1
-Me temo que no puedo ofrecerle nada -d1¡0 cortes-
la puerta principal, donde él se hizo a un lado con una leve in- t mente-. Viene una mujer del pueblo por la mañana y a me-
clinación para dejarme pasar primero.
-Me temo que no lo encontrará muy acogedor -dijo
cuando estábamos ya en la entrada-. No obstante, pase us-
'
·~

...
dia tarde, pero entretanto no tengo ninguna ay~da. -Abrí~ Y
cerró sus manos colgantes-. A menos -añadió- que quie-
ra usted pasar a la cocina y hacerse una taza de té, si entiende
ted, señor; aquí dentro, la primera puerta a la izquierda. ;
.¡ usted de esas cosas.
La habitación, que era amplia y con un ventanal saledizo ·: Rehusé, pero le pedí p ermiso para fumarme un cigarril~o.
dividido en cinco vidrieras, estaba vacía, con la excepción de ~ - Hágame el favor -dijo- .. Me temo que ~o tengo ~m­
"
una mesa y un banco de madera de pino y una mesa más pe- guno que ofrecerle. El otro, m1 ~redecesor~ s~ha fumar ciga-
queña en un rincón cerca de la puerta y sobre la que había una rrillos, pero yo soy fumador de pipa. -Saco pipa y tabaco del
lámpara no encendida. bolsillo: era un alivio verle emplear sus brazos y manos.
-Hágame el favor de sentarse, señor -dijo, señalando el Cuando ambos hubimos prendido nuestro tabaco, yo
banco con otra leve inclinación. Había una cortesía anticuada volví a hablar: todo el rato era consciente de que recaía sobre
en sus.modales y en su manera de hablar. Él no se sentó, sino mí la responsabilidad de la conversación; de que, si yo no hu-
que dio unos pasos hasta el ventanal y se quedó de pie, miran- biera hablado, mi extraño anfitrión no habría hecho la menor
do el jardín chorreante, los brazos aún colgándole ociosa- tentativa de ~amper el silencio, sino que se habría limitado a
mente junto a los costados. · permanecer de pie, con los brazos.caído.s ju~to a. los cos;ados,
-Por lo visto, a usted no le importa la lluvia tanto como mirando directamente al frente, bien al Jardm, bien a m1.
a mí, señor -dije, tratando de ser amable. Eché una ojeada a la desnuda habitación. ..
Se dio la vuelta, y tuve la impresión de que no podía vol- -Supongo que acaba usted de mudarse, ¿no? -d11e:
ver la cabeza y de que por eso tenía que volver el cuerpo ente- -¿Mudarme? -Se desplazó mínimamente y volvió de
ro para mirarme. nuevo hacia mí su absorta mirada, intensa y desazonante.
-¡No, oh, no!-respondió-. En absoluto. De hecho no -De mudarse a esta casa, quiero decir.
había reparado en ella hasta que usted me la hizo notar. -Oh, no -dijo-. Oh, no, por Dios, señor. Llevo aquí

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varios años; o, mejor dicho, yo mismo llevo aquí casi un año, -Sí-dije-, creo que al hablar de ello puede uno librar-
y el otro, mi predecesor, pasó aquí cinco años con anteriori- ... . se muchas veces de un peso en la conciencia.
dad. Sí, ahora debe de hacer siete meses que muríó. Sin duda, -¡Ha sido usted tan comprensivo, señor -dijo con una
señor -una melancólica, pensativa sonrisa transformó ines- de su,s corteses inclinaciones-, que estoy tentado de abu-
peradamente su rostro-, sin duda no me creerá, Mrs Bellows sar... ! - Alzó una de sus pesadas manos con un gesto per-
no me, creyó, cuando le diga que llevo sólo siete meses aquí, functorio y la dejó caer de nuevo-. ¿Tendría usted paciencia
eso mas o menos. para escuchar?
-Si usted lo dice, señor -respondí-, ¿por qué no ha- :) Estaba de pie a mi lado como si fuera el maniquí de un
bría de creed e? sastre que hubiera sido colocado allí. Su pierna tocaba mi ro-
Dio unos pasos hacia mí y alzó la mano derecha. Se la
·.l dilla. Me sentí fuertemente repelido por su vecindad.
cogí de mala gana, una mano gorda, fofa, fría, que me produ- ·~ .. -¿No quiere sentarse ahí? -dije, señalando el otro ex-
./
jo una sensación desagradable. tremo del banco en el que yo estaba sentado-. Me resultaría
-Gracias, se.ñor - dijo-, gracias. ¡Es usted el primero, más fácil escucharle.
. ,.
el prrmens1mo ....
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Volvió el cuerpo y miró absorta y seriamente el banco,
Solté la mano y él no terminó la frase. Se había sumido, luego se sentó en él, dándome la cara, con una pierna a cada
aparent~mente, en un ensueño. Luego volvió a empezar; lado, inclinado hacia mí. Estaba a punto de hablar, pero se
. -Sm duda todo habría ido bien, habría bastado con que frenó y miró a la ventana y la puerta. Luego se sacó la pipa qe
m1 ... esto es, el viejo tío de mi predecesor no le hubiera dejado la boca y la depositó en la mesa, y sus ojos se volvieron a mi.
esta casa. Más le hubiera valido seguir donde estaba. Era cléri- - Mi secreto, mi terrible secreto -dijo-, es que soy un
go, ¿sabe usted? -Abrió las manos, dándose a ver a sí mis- asesmo.
mo-. Éstas son sus ropas. Su declaración me horrorizó, como no podía ser menos; y
. De nuevo volvió a ausentarse, se sumió en un ensueñ.o, sin embargo, creo, apenas me sorprendió. Su extremada rare-
m1en;t~s su cuerpo permanecía de pie ante mí con sus ropas za me había preparado, hasta cierto punto, para algo bastante
de dengo. De pronto me preguntó: · sombrío. Contuve el aliento y lo miré fijamente, y él, con ho-
-¿Usted cree én la confesión? rror en sus ojos, me devolvió la mirada fija. Parecía estar es-
-¿En la confesión? -dije yo-. ¿Quiere usted decir en perando a que yo hablara, pero en un primer momento no
el sentido religioso del término? pude hablar. ¿Qué podía yo decir, en nombre de la cordura?
Se acercó un paso. Ahora casi me tocaba. Lo que por fin dije fue algo fantásticamente inadecuado.
-Lo que quiero decir es -dijo, bajando la voz y mirán- -Y eso-dije-, ¿le remuerde la conciencia?
dome intensamente-, ¿cree usted que confesar, confesar un -Me obsesiona -dijo, apretando de repente sus manos
pecado o un... un crimen, reporta alivio? pesadas, fofas, que reposaban sobre el banco ante él-. ¿Ten-
. ¿Q.ué iba a contarme? Me habría gustado decir 'No', para d ría usted paciencia... ?
d1suadlf a la pobre criatura de hacerme ninguna confesión, Asentí.
pero había hecho su pregunta con tal tono de súplica que no r..

-Cuéntemelo -dije.
tuve corazón para rechazarlo. - De no haber sido por la herencía de esta casa -empe-
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zó-, nada habría sucedido. El otro, mi predecesor, habría - ¡Extraño! -dijo-. Extraño que no lo sienta usted.
permanecido en su rectoría, y yo... yo no habría hecho nunca Aunque bien es verdad que... que el otro, :°1i ~redecesor, no lo
acto de aparición. Aunque hay que reconocer que él, mi pre- sintió al principio. Ni siquiera esta habttac16n (porque esta
decesor, no estaba contento en su rectoría. Se enfrentó con habitación, señor, es la habitación peligrosa) le pareció extraña
hostilidades, sospechas. Por eso vino a esta casa al principio, al principio; no, pese a que hay en ella una cos~ muy curiosa.
sólo a título de prueba, ya ve. Le fue legada vacía: simplemen- Si hubiera hecho bueno, habría puesto fin a la conversa-
te la casa, sin muebles, sin dinero, y se vino y puso un par de ción y me habría marchado, pues la charla y el comporta-
cosas, esta mesa, este banco, unos cuantos utensilios de co- miento del viejo me estaban haciendo sentir cada vez más in-
cina, una cama plegable arriba. Quería, ya ve, probarla pri- . cómodo. Pero no hacía bueno: estaba lloviendo con más
mero. Lo atraía el apartamiento de la casa, pero quería asegu- " fuerza que nunca y se estaba poniendo muy oscuro. Eviden-
rarse de ella en otros sentidos. Algunas casas, ve usted, son " temente estábamos en. medio de una tormenta.
seguras, y otras no lo son, y quería asegurarse de que ésta era El viejo se levantó del banco.
una casa segura antes de mudarse a ella. -Hizo una pausa y - Me parece que ahora puedo mostrarle -dijo- esa
luego dijo con . much a seriedad- : Permítame aconsejarle, cosa curiosa de la habitación. Sólo se ve después de que ha os-
amigo mío, que siempre haga eso cuando considere la posibi- ' j curecido, pero me parece que ya está lo bastante oscuro.
l
lidad de mudarse a una casa desconocida: porque algunas ca- Se acercó a la mesita del rincón y se puso a encender la
sas son muy inseguras. lámpara. Cuando estuvo encendida y él hubo vuelto a su lu-
Asentí. gar el globo de cristal esmerilado, la llevó a la mesa más gran-
-;Ya lo creo! -dije-. Paredes húmedas, mal alcantari- de y la colocó a mi izquierda.
llado y demás. - Ahora-me dijo-, siéntese a la mesa de frente.
Él negó con la cabeza. Así lo hice. Ante mí, al otro lado de la habitación desnu-
-No - dijo-, no es eso. Algo mucho más serio que eso. da se hallaba el ventanal saledizo con sus cinco vidrieras y sin
... '
Me refiero al espíritu de la casa. ¿No siente usted-su mirada vis.illos.
absorta se hizo más p enetrante que nunca- que ésta es una -Ahora está usted sentado -dijo, posando una pesada
casa peligrosa? mano sobre mi hombro- donde el otro, mi predecesor, solía
Me encogí de hombros. . sentarse para sus comidas. ·
-Las casas vacías son siempre un poco raras -dije. No pude reprimir un respingo, ni resistir el impu.lso d~
Reflexionó sobre esta afirmación. volverme y mirarle. Me resultaba molesto tenerlo de ~ie a m1
-¿Y ha notado usted -inquirió por fin-la rareza de ésta? lado, detrás de mí, fuera de mi vista. Pareció sorprendido.
Sentí, en efecto, al hacerme él la pregunta, que la casa era -No se alarme, señor, hágame el favor -dijo-; vuélva-
rara; pero era la rareza de él, lo sabía perfectamente, y las se y dígame lo que ve.
sombrías insinuaciones de su charla, lo que la hacían rara, y Obedecí.
respondí: - Veo el ventanal -dije.
-No es más rara que otras casas vacías, señor. -¿Eso es todo? -preguntó.
Me miró con incredulidad. Miré fijamente al ventanal.
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-No -dije-. Veo también cinco reflejos de mí mjsmo, -Oh, pero no debe irse aún. No ha oído usted ni la mi-
uno en cada vidriera del ventanal. rad. No ha oído usted cómo ocurrió. ¡Yo esperaba, señor, ha
-Eso es -dijo el viejo-, ¡eso es! Eso es lo que veía el sido usted tan amable, que tendría paciencia y amabilidad
otro cuando comía a solas. Veía a los otros cinco, cada uno para. .. !
tomando su solit.aria comida. Cuando él se echaba un p oco de Volví a sentarme en el banco.
agua, cada uno de ellos se echaba agua; cuando él encendía un
cigarrillo, cada uno de ellos encendfa un cigarrillo.
11 -No faltaba más - dije-, si tiene usted algo más que
contarme.
-Claro-dije yo--. ¿Y eso alarmaba a su amigo, al clérigo? I -Acababa de decirle, ¿verdad que le había dicho - pro-
-El reverendo James Baxter -dijo el viejo-; así sella- ' ' :~ siguió el viejo caballero- que yo ... que el otro .... que mi ~re­
'
maba. Asegúrese de no olvidarlo, amigo mío; y si la gente le decesor solía sentarse aquí durante sus com1das y ve1a a
pregunta quién vive aquí, acuérdese de decir que el reverendo sus otros cinco yos imitándolo? Cuando él encendía su ciga-
James Baxter. ¡Nadie sabe, ve usted, que ... que... ! rrillo, ¡veía otros cinco cigarrillos encenderse simultánea-
-Nadie sabe lo que me ha contado usted. Entiendo. mente... !
-¡Exactamente! -dijo él, bajando repentinamente la -Naturalmente -dije yo.
voz- . Nadie lo sabe. Ni un alma. Usted es la primera perso- -Sí, naturalmente -dijo el viejo--; todo era enteramen-
1 ~.
na a la que se lo he mencionado. te natural, como dice; enteramente natural hasta una noche,
-¿Y no ha sido usted objeto de investigaciones? -pre- una noche terrible. -Se intern1mpió y me miró fijamente
gunté-. A este Mr Baxter, ¿no se lo echó en falta? con horror en sus ojos.
Negó con l.a cabeza. -¿Y ento.nces?-dije yo. ,
-No-dij o-. Ni siquiera Mrs Bellows, que cuidó de él -Entonces ocurrió algo extraño, horroroso. Cuando el,
desde el principio, se ha dado cuenta de lo ocurrido.
1 :'
\ . mi predecesor, hubo encendido su cigarrillo mirando a aque-
Me volví y lo miré con incredulidad. llos otros yos, como siempre hacía, vio que uno de ellos, el
' . de más a la izquierda, había encendido no un cigarrillo, sino
- No se ha dado cuenta, ¿quiere usted decir... ? ·•,,.
-No se ha dado cuenta de que yo no soy él. Ve usted una pipa.
- explicó-, éramos muy parecidos. ¡Así es, tremendamente Me eché a reír.
parecidos! Antes de que se vaya puedo enseñarle una fotogra- -¡Oh, vamos, vamos, señor!
fía suya y verá usted mismo. El viejo se retorció las manos lleno de agitación.
Ahora decidí que, con lluvia o sin ella, me iba a ir: no pa- -Es cómico, lo sé -dijo- , pero tambi én es terrible.
recía haber mucho motivo, aparte de la lluvia, para mi perma- ·Qué habría pensado usted si lo hubiera visto efectivamente,
nencia allí. Me puse en pie. ~on sus propios ojos? ¿Acaso no le habría parecido terrible?
-Bien, señor -dije-, no puedo sino esperar que sienta ¿Acaso no se habría quedado espanc~do? . .
usted el beneficio de haber aliviado su conciencia de su... se- -Sí -dije-, si efectivamente hubiera ocurndo. S1 hu-
creto. biera visto una cosa as.í realmente, desde luego me habría que-
,.
El viejo caballero se puso muy agitado. Cerraba y abría dado espantado. .
su.~ manos fofas. -Bien -dijo el viejo-, ocurrió. No había error posible

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al respecto. Era espantoso, horrible. - Había tanto horror en Luego, esperando calmarle, dije lo más tranquilamente que
su voz como si él mismo lo hubiera visto efectivamente. pude:
-Pero, querido señor mío -le dije-, usted sólo cuenta - Ya veo: ¿así que usted era el quinto reflejo?
con la palabra de este Mr... Mr Baxter. Él señaló su pipa encima de la mesa.
Me miró con fijeza, sus ojos resplandecientes de con- -Sí -jadeó-; yo, el fumador de pipa.
vicción. Me puse en pie: tenía el impulso de correr hacia la puerta.
-Yo sé que ocurrió -dijo-; lo sé con mucha mayor Pero algún escrúpulo me retuvo allí inmóvil, la sensación de
certeza que si lo hubiera visto. Escuche. La cosa siguió duran- que sería inhumano dejarlo solo, presa de su horrible fantasía;
te cinco días: durante cinco noches seguidas mi predecesor vi- y con la vaga idea de hacerle entrar en razón, de aliviar su tor-
giló lleno de horror a ver si la cosa se arreglaba sola. turada mente, pregunté: '
-Pero ¿por qué no fue... se marchó de aquí? -pre- -¿Y qué hizo usted con el cuerpo?
gunté. · Contuvo el aliento, un estremecimiento le desfiguró el
-No se atrevió-dijo el viejo con un forzado susurro-. rostro, y, apretando sus dos extendidas manos, empezó a gol-
No se atrevía a irse: tenía que quedarse y asegurarse con sus '. pearse el pecho convulsivamente.
propios ojos de que la cosa se había arreglado. -Éste -gritó con voz agónica-, éste es el cuerpo.
-¿Y no se arregló?
-La sexta noche -dijo el viejo con un hilo de voz- el
quinto reflejo, el que había desobedecido, desapareció.
-¿Desapareció?
-Sí, había desaparecido del ventanal. Mi predecesor se
quedó sentado, mirando con terror, absorto, el cristal vacío, y
los otros cuatro devolvían la aterrada mirada al interior de esta
habitación. Él miraba el cristal vado y luego los miraba a ellos,
y ellos le devolvían la mirada fija, a él o a algo detrás de él, con
horror en sus ojos. Entonces él empezó a ahogarse... a ahogar-
se -dijo el viejo jadeando, él mismo casi ahogándose-, a
ahogarse, porque había unas manos alrededor de su garganta,
agarrándolo, estrangulándolo.
-¿Quiere usted decir que las manos eran las manos del
quinto ?-pregunté, y fue sólo mi horror ante el horror del vie-
jo lo que me impidió sonreír cínicamente.
-Sí - dijo él con un silbido, y extendió sus manos gor-
das y pesadas, mirándome con ojos fijos-. Sí. ¡Mis manos!
Por vez primera me sentí realmente aterrorizado. Nos
miramos mudos el uno al otro, él jadeando y resollando aún.
Así niego a Beelzy
John Collíer

Traducción de Alejandro García Reyes

' : .
•1
John Collier (1901), nacido en Londres, quiso ser poeta en principio y
así se lo comunicó a los dieciocho años a su padre, quien no se sorpren- ''
1
dió, se mostró indulgente y lo ayudó a subsistir con generosidad. El re- ;
sultado de la temprana vocacíón de Collier fue, sin embargo, un solo
volumen de poesías titulado Gemini· (1931) e influenciado por los her- t,:.
manos Sitwell. Collier, según confesión propia, fue desarrollando en
sus numerosos ratos libres una gran afición por los juegos de azar, las
charlas de café y las visitas a museos y galerías, llevado por su creciente
interés por la pintura. .'::: 1

Su primer libro publicado fue, no obstante, una novela, His Mon-


key Wife (1930), que tuvo cierto éxito por lo llamativo del tema, que el ·' ·
título indica. Fue poco después cuando empezó a escribir cuentos, y
hoy en día hay quien lo considera un digno heredero de Poe, O Henry
y Sakí, pues por debajo de sus relatos, aparentemente ligeros de tono,
hay una corriente seria y macabra. Sus colecciones más célebres (pero .. k • · - Voy a tocar la campanilla .para el té -dijo la señora Car-
no demasi~o, injustamente) son Green Tho1t-ghts (1932), Presenting .. ,.,
Moonshine (1941 ), A Touch of Nutmeg (1943) y Fancies and Good- '."· ter- Espero que Simon la 01ga. . ,
nights(1951). " ·; Miraron por la ventana del salón. El largo ¡ardm, que
Ha pasado buena parte de su vida en Estados Unido~, concreta- :! :
ofrecía un aspecto de agradable descuido, termin;b~ en un~
Parcela de terreno baldío. Allí se alzaba un ~equeno mvbernal-
mente en Hollywood trabajando como guionista, y a él se debe, por
ejemplo, el guión de la película de Henry Cornelius I Am a Camera .; .
(1955). El presente relato, 'Thus I Refute Beelzy', procede de la mayoría clero, casi. totalmente en rumas,
. pero que aun conserva
d. da Si-
a
de las colecciones mencionadas, ya que son acumula6vas y Collier no gún vestigio de su pasado esplendor. Era el escon tte . e al
ha dejado de íncluid o nunca en ninguna. n Las ' ramas entrelazadas de un manzano y un. per '
·~ .
mo · demasiado cerca el uno d el otro, como siempre
p 1antad os . ~u · l t paban
P. D.: Quince años después. Aquí debo rectificar algo: Green Thoughts ,. ocurre en los )·ard1'nes de los barnos peruericos, ,o a 11'
es una novela, no una colección de relatos, y debería habei: hablado de
·.1
. ompleto Lo veían a lo lejos trotar de aqu1 para a a,
casi por c · . d d las
The Touch of Nutmeg, que es d titulo correcto. El cuento aquí inclui- haciendo muecas y gesticulaciones, mcerpretan o to as .
do se .Publicó por primera vez en octubre de 1940, en The Atlantic . d l ·- en-os que se pasan
Monthly, y no estoy muy seguro de que no fuera adaptado por AJfred so lemnes pantoml mas e os nmos pequ · d'
Hit.chcock para su famosa serie de televisión. De lo q ue sí estoy seguro largas tardes en los olvidados rincone~ de largos Jªr mes.
es de que C ollier colaboró con H itchcock en alguna ocasión. Y de que .!-. . -Allí está, bendito sea -exclamo Betty. - . -
murió, en 1980. -Siempre jugando a ese juego suyo -:-an~~i6 la s~nora
·~ '
Antonio Iriarte me indica que la referencia a Estas tres, en un diá-
Carter-. y a no quiere jugar con los dema~ nmos. y :~~~y
: .;:

logo del cuento, es a la película These Three (1936 ), de William Wy-


ler, quien años más tarde hizo un remake, The Children's Hour, con
. ' j.
·:, allí ·qué genio saca! Lo peor es que vuelve s1emprJ a~o .
Audrey Hepburn, Shirley MacLaine y James Garner en .los papeles , ~Pero ¿es que no duerme la siesta por las tar es. -pre-
que antes habían interpretado Merle Oberon, Miriam Hop.kins y Joel
Me Crea. guntó Betty · . . l -
- y a sabes cuáles son las ideas de S1mon 1;11ª~or -,,e ~?n
testo, 1a senora
_ Carter-· , 1. Que eli¡' a por s1 mismo·
• •
, ice.
y ahí tienes lo que elige. y cuando entra en casa v1ene siempre
·!'
pálido como la cera.

93
·- ' -
-Ha cumplido seis años -le replicó su marido-. Ya mon pequeño está aún en la fase de la fantasía. ¿Verdad que
tiene uso de razón. Ha de saber elegir por sí mismo. Bueno, sí, Simon pequeño, que lo que pasa es que i.nventas cosas?
Simon pequeño, ¿y qué juego es ése tan divertido que te pone ·· -No, no invento nada-respondió el niño.
tan nervioso y te aturde tanto? Debe de haber pocos juegos tan .'' , -Sí, sí que lo haces -insistió el padre-. Y como tú sa-
emocionantes como ése. «, bes que sí, aún no es demasiado tarde para tratar de razonar
-No es nada-contestó el niño. ,., contigo. Nada hay de malo en la fantasía, querido amigo. Lo
-Oh, vamos -protestó su padre-. ¿Somos o no somos ':,. único es que tienes que darte cuenta de la diferencia que exis-
amigos? A mí puedes contármelo todo. En mis tiempos yo .·~ :~ te entre lo que uno sueña despierto y las cosas tal como son
también fui un Símon pequeño como tú y jugaba a las mis- •· en la realidad, o de lo contrario tu cerebro nunca será el de
mas cosas a las que juegas tú ahora. Claro que en aquellos •' una persona adulta. No será nunca el cerebro de un Simon
tiempos no había aviones. ¿Y con quién juegas a ese juego mayor. Así que vamos a ver. Cuéntanos algo de ese señor Beel-
tao entretenido? Vamos, hombre, todos hemos de contestar . . zy tuyo. Vamos. ¿A qué se parece?
cuando nos hacen preguntas tan educadas o, de lo contrario, ') -No se parece a nada -respondió el niño.
el mundo no podría seguir dando vueltas. ¿Con quién jue- :: -¿A nada de nada? ¡Pues vaya tipo tan horrible! -bro-
gas, eh? meó su padre.
-Con el señor Beelzy -le contestó el niño, dándose por
vencido.
-¿El señor Beelzy? -repitió el padre arqueando las ce-
:j,".
... i' ' -A mí no me da miedo -contestó el pequeño-. Nin-
gún miedo.
- ¡Eso faltaría! -exclamó su padre-. Si te diera miedo
jas e interrogando con la mirada a su mujer. ~· estarías dándote miedo a ti mismo. Mira, yo siempre le digo a
-Es un juego que él se inventa -aclaró la madre. ,~ la gente, a gente que tiene más años que tú, que lo que les pasa
-¡No, no me lo invento!-gritó el niño-. ¡Tonta! ·! es que tienen miedo de sí mismos. Y qué, ¿es un payaso? ¿O
-Eres un mentiroso -le respondió su madre-. Y, ade- un gigante?
más, un maleducado. Bueno, mejor será que cambiemos de -A veces sí -respondió el niño.
conversación. -Así que unas veces es una cosa y otras otra -resumió
-Si primero dices que cuenta mentiras y a continuación el padre-. Todo es un poco vago, ¿no te p arece? ¿Por qué no
puedes decirnos qué aspecto tiene?
propones que cambiemos de tema -arguyó el señor Car-
ter-, no es de extrañar que sea maleducado. Él te cuenta tus
,' :l -Yo lo quiero. Y él me quiere a mí-dijo el pequeño .
fantasías y tú le inculcas un sentimiento de culpabilidad. . :f -¡Vaya! ¡Ésas son palabras mayores! -exclam6 el señor
¿Qué puedes esperar entonces? Pues un mecanismo de defen- . .'J. Carter-. Mira, lo mejor es que reserves ese tipo de expresio-
sa. Y entonces es cuando miente de verdad.
- Es como en Estas tres -intervino Betty-. Sólo que ·:. ¡i·t l nes para la gente de carne y hueso, como Simon mayor y Si-
mon pequeño, por ejemplo.
distinto, claro. La protagonista era una pequeña mentirosa ..
. '
·..
-Él es de carne y hueso - contestó el niño con vehemen-
que oo se sonrojaba por nada. cia-. No es de mentira. Es de carne y hueso.
- Pues ya la habría hecho yo sonrojarse en determinada -Óyeme -ordenó su padre-. Cuando sales al jardín,
parte de su anatomía -replicó el se.ñor Carter-. Pero Si- allí no hay nadie, ¿verdad?

97
l

-No - respondió el niño. - Simon mayor y Sitnon pequeño - contestó el niño.


- Y entonces piensas en él, aquí en tu cabeza, y se t~., - ·No! -exclamó Betty, y en seguida se tapó la boca con
aparece. ... ,1 . la mado, pues, ¿a santo de qué había de gritar '¡No! ' -~na visi-
-No - contestó Simon pequeño-. Antes he d e hacer ;:. ·M ta; cuando un padre le está explicando cosas a su htJO de un
algo con mi bastón. )~ }'- modo tan científico y tan moderno? .
-Eso no tiene importancia. . ;;, l -Muy bien, hij o -continuó el señor Cart~r-_. Ya he d~­
-S~, sí que la tiene. .. 1 cho que hay que dejar que aprendas de la expene~c1a. V~ arn~
-S1mon pequeño, estás siendo muy testarudo -advirtió ., 1 ba. Sube d erecho a tu cuarto. Vas a aprender que es meJor: s.1
el señor Caree~-·. Estoy tratando de explicarte algo. Llevo en < 1 razonar o ser un niño discolo y testarudo. Ve arriba. Y o subi-
est~ mu.ndo mas tiempo que tú, y por tanto soy mayor que tú · , ' ré ahora en seguida.
Y se mas ~osas. Te estoy explica~do que e.l se.ñor Beelzy es ·:. , - No irás a pegar al niño, ¿verdad? -imploró la señora
una fan~asia t~ya. ¿Me oyes? ¿Entiendes lo que te digo? ., e~~. '
-$1, papa. .:,'. - No -intervino el niño-. El señor Beelzy no se lo per-
-E~ un juego. Un p roducto de tu imaginación. ' '· ¡ mitiría.
El niño hundió la vista en el plato con una sonrisa de re- ., .J -¡Vete arriba de una vez! -vociferó su padre.
signación. Simon pequeño se detuvo al ll~gar a I~ Ruerta. _ .
-Sup~n~o que r~e estás escuchando - continuó su pa- ~· - D ijo que no dejaría que nad1e me h1c1era da.no -gimo-
dre-. Lo ui:iico que t:lenes. que hacer es decir: 'He estado ju- teó-. D ijo que se aparecería con forma de león, con alas Y
gando a un Juego de mentira, con alguien que me invento y todo, y que se comería a quien lo intentase. ,
q~e se llama señor Beelzy'. Entonces ya nadie p odrá decir que -¡Vas a ver Jo real que es ese amigo tuyo! - le contesto el
m1e~tes y te d~rás cuenta de la diferencia que hay entre los :r'
1 padre a gritos-. Si no quieres aprender por las buenas, vas a
suenos y la .realidad. El señor Beelzy es pura fantasía. ?; aprender por las malas. Ve bajándote los pant~lo?:s._ :ero an-
El niño seguía con los ojos fijos en el plato. ... tes voy a acabarme mi taza de té - concluyo dmg1endose a
-Unas veces está ahí y otras veces, pues no -prosiguió ·:, las dos mujeres.
el señor Carter -. Unas veces tiene tal aspecto y otras veces :, · Ninguno de los tres dijo una palabra. E l señor Cart~r se
otro. Verlo, en realidad, no puedes verlo. Al menos no como ., acabó su té y salíó sin p risa de la habitación, lavándose siem-
me ves a mí. Y o soy real. A él no puedes tocarlo. En cambio a p re las manos con aquellos invisibles agua y jabón suyos.
mí sí que puedes, y yo puedo tocarte a ti. La sefiora C arter nu abrió la boca. A Iletty no se le ocu-
, El se~~r Carter alargó su blanca manaza de d entista yaga- ·i · rría nada que d ecir. Pero quería empezar. una conversación
rro a su htJOp or el hombro. Calló un instante mientras apreta- a toda costa: tenía miedo de lo que pudieran escuchar sus
ba la mano. El niño hundió aún más la cabeza en el plato. oídos.
. -.A~ora ya sabes la diferencia que hay entre lo real y lo .·,: Y de pronto se oyó un grito horrísono que pareció rasgar
1mag1~ano -continuó el señor C arter- . Tú y yo somos una el aire.
c?sa, el es otra. ¿Cuál de las dos es imaginaria? Vamos, con- ·..: - ¡Dios bendito! - exclamó- . ¿Qué ha sido eso? .¡Lo
testame. ¿Cuál de las dos es imaginaria? d ebe de estar baldando! - Se levantó de un salto de su asten-
·,
99
to. Sus ojos bobalicones centelleaban a través de sus gafas-.
¡Voy arriba a ver qué ha sído! -aéadió temblorosa.
-Sí, vamos arriba, vamos arriba -coreó la señora Car-
ter-. Eso no ha sido Simon pequeño.
Y en el descansillo del segundo piso fue donde hallaron el
zapato con el pie del hombre aún dentro, como ese último
bocado que a veces cae de las fauces de un gato con prisa. .' .

~-
"
La canción de lord Rendall

..
James Denham

1
·~
Traducción de Javier Marías

i
l
\~ 1

.1
James Ryan Denham (1911-1943), nacido en Londres y educado en
Cambridge, fue uno de lo.s talentos malogrados por la Segunda Guerra ,•
Mundial. Perteneciente a una familia acomodada, inició una carrera di-
plomática que lo llevó a Birmania y la India (1934-1937). Su obra litera--
ria conocida es breve y escasa, y se compone de cinco títulos, todós. •
ellos publicadQs en ediciones privadas hoy inencontrables, ya que .a.l
parecer juzgaba esta actividad un mero entretenimiento. Amigo d'e
Malcolm Lowry, con quien había coincidido en la universidad, y del
famoso coleccionista de arte Edward James, él mismo llegó a poseer
una excelente colección de pintura france.~a del XVlll y el XIX. ·
Su último libro, How to Kili (l 943), del que procede el cuento aquí
traducido, 'Lord Rendall's Song', fue el único que intentó publicar ~n
edición comercial, pero ningún editor Jo quiso porque se consideró que '
podría deprimir a los combatientes y a la población, en plena guerra, y
por la desusada carga erótica de algunos de los relatos. Con anteriori-
dad, Denham había publicado un libro de versos, Vanishings (1932),
Quería darle la sorpresa a Janet, así que no le co~uniqué e1
otro volumen de cuentos, Knives and Landscapes (1934), una novela día de mi re<>'reso. Cuatro años, pensé, son tanto tiempo que
corta, The Night-Face (1938), y Gentle Men and Women (1939), una se".' no importa;án unos días más de incertidu~~re. Saber u~
rie de breves semblanzas de personajes célebres, entre ellos Chaplin, lunes por medio de una carta, que llego el m1ercoles le se~a
Cocteau, la bailarina Tilly Losch y el píanista Dinu Lípatti. Denham.
murió a los treinta y dos años, caído en combate en el norte de África.
men~s emocionante que saberlo el mismo miércoles al abnr
Aunque el presente relato (una mise en abime de vértigo) se explica la puerta y encontrarse conmigo en el umbral. L~ ~uerra, la
perfectamente por sí solo, puede ser útil saber que la canción popular in..:. prisión, todo aquello habfa quedado atrás. ~an rap1~amente
glesa lord Rendall es d diálogo entre el joven lord Rendall y su madre atrás que ya empezaba a olvidarlo. Es~a~a mas que d1spuest~
después de que aquél haya sido envenenado por su novia. Ala última pre-
gunta de la madre, '¿Qué le dejarás a tu amor, Rendall, hijo mío?', éste a olvidarlo en seguida, a lograr que mi v.1da con Janet Yel m-
responde: 'Una soga para ahorcarla, madre, una soga para ahorcarla'. · ño no se viera afectada por mis padecimient~s, a re~n~darla
como si nunca me hubiera ido y jamás hubieran e~1st~do el
frente, las órdenes, los combates, los piojos, l.as mut1lac1ones,
eJ hambre, la muerte. El miedo y los tormentos ~el campo de
concentración alemán. Ella sabía que yo estab~ ~1vo, se le ha-
bía notificado, sabía que había sido hecho pns1onero Y q.ue
por tanto estaba vivo, que regresaría. Debía de esperar a dia-
rio el aviso de mi lle<tada. Le daría una sorpresa, no un susto,
y valía la pena. Llam~ría a la puerta, ella ~briría se~ándose. las
manos en el delantal y allí estaría yo, vestido por fm d~ paisa-
no con no muy buen aspecto y más flaco, pero sonriente y
de~eando abrazarla, besarla. La cogería en ~razos, l~ arranca-
ría el delantal, ella lloraría con la cara hundid~ en m1 hombro.
y 0 notaría cómo sus lágrimas me humedec1an la tela de ~a
chaqueta, una humedad tan distinta de la de la celda de.cast1-

127
1
··--'-
:r

go con sus goteras, de la de la lluvia monótona cayendo sobre ventana estaba cerrada, y seguía oyendo el llanto del niño, del
los cascos durante las marchas y en las trincheras. niño que ya no podía ser Martin. Janet debía de estar en el
Desde que tomé la decisión de no avisarla disfruté tanto dormitorio, calmando a aquel niño, quienquiera que fues: Y
anticipando la escena de mí llegada que cuando me encontré • si ella era ella. Iba ya a desplazarme hacia la yentana de la iz-
ante la casa me dio pena poner término a aquella dulce espera. quierda cuando se abrió la puerta .del salón y vi ap~recer ª!ª-
Fue por eso por lo que me acerqué sigilosamente por la parte net. Sí, era ella, no me había equivocado de casa l1l se h abian
de atrás, para tratar de escuchar algún ruido o ver algo desde mudado sin mi conocimiento. Llevaba puesto un delantal,
fuera. Quería acostumbrarme de nuevo a los sonidos habi- como había previsto. Llevaba ~iempre. puesto el del~tal, de-
tuales, a los más familiares, a los que había echado dolorosa·: cía que quitárselo era una pérdida de tiempo porque siempre,
mente de menos cuando era imposible oírlos: el ruido de los decía, había que volver a ponérselo por algo: Estaba m~y gua-
cacharros en la cocina, el chirrido de la puerta del baño, pa, no había cambiado . Pero todo esto lo VI y ~o pense en un
los pasos de Janet. Y la voz del niño. El niño acababa de cum... par de segundos, porque detrás de ella, inmed1a~amente, ~n­
plir un mes cuando yo me había ido, y entonces sólo tenía tró también un hombre. Era muy alto, y desde m1perspectiva
voz para llorar y gritar. Ahora, con cuatro años, tendría una voz la cabeza le quedaba cortada por la parte superior del marco
verdadera, una forma de hablar propia, tal vez parecida a la de de la ventana. Estaba en mangas de camisa, aunque con cor-
su madre, con quien habría estado tanto tiempo. Se Uamaba: bata como si hubiera vuelto del trabajo hacía poco y sólo le
' ,
Martín. hubiera dado tiempo a despojarse de la chaqueta. Parec1a es-
No sabía si esta.han en casa. Me llegué hasta la puerta de tar en su casa. Al entrar había caminado detrás de Janet como
atrás y contuve el aliento, ávido de sonidos. Fue el llanto del caminan los maridos por sus casas detrás de sus mujeres. Si yo
niño lo primero que oí, y me extrañó. Era el llanto de un niño me agachaba más no podría ver nada, así que decidí esperar a
pequeño, tan pequeño como era Martin cuando yo partí pará que se sentara para verle la cara. Él me dio la espal~a durante
el frente. ¿Cómo era posible? Me pregunté si me habría equi- unos segundos y vi muy cerca la espalda de su camisa blanca,
vocado de casa, también si Janet y el niño se podrían haber las manos en los bolsillos. Cuando se retiró de la ventana,
mudado sin que yo lo supiera y ahora vivía allí otra familia. El dejó entrar en mi campo visual aJanetde nuevo. N o ~e habl~­
llanto del niño se oía lejano, como si viniera de nuestro dor- ban. Parecían enfadados, con uno de esos momentaneos SI-
mitorio. Me atreví a· mirar. Allí estaba la cocina~ vacía, sin lencios tensos que siguen a una discusión entre marido y mu-
personas y sin comida. Estaba anocheciendo, era hora de que jer. Entonces Janet se sentó en el sofá y cruzó las piern~s. Era
Janet se preparar~ algo de cena, quizá iba a hacerlo en cuanto raro que llevara medias transparentes y zapatos de tacon alto
el niño se apaciguara. Pero no pude esperar, y bordeé la casa con el delantal puesto. Se echó las manos a la cara y se puso a
para intentar ver algo por la parte delantera. La ventana de mi llorar. Él, entonces, se agachó a su lado, pero no para conso-
derecha era la del salón; la de mi izquierda, al otro lado de la larla, sino que se limitó a observarla en su llanto. Y fu.e enton-
puerta principal, la de nuestra alcoba. Rodeé la casa por la de- ces, al agacharse, cuando le vi la cara. Su cara era mi cara. El
recha, pegado a los muros y semiagachado para no ser visto. hombre que estaba allí, en mangas de camisa, era exactam ente
Luego me fui incorporando lentamente hasta que con mi ojo igual que yo. N o es que hubiera un gran par~.ó<lo, ~s que las
izquierdo vi el interior del salón. Estaba también vacío, la facciones eran idénticas, eran las mías, como SI me viera en un
129
u8
espejo, o, mejor dicho, como si me estuviera viendo en una hecho prisionero, y por eso estaba allí, como cualquier día,
de aquellas películas famjliares que h abíamos rodado al p oco de discutiendo con Janet a la vuelta del trabajo. Había pasado
nacer Martín. El padre deJanet nos había regalado una cáma- · con ella aquellos cuatro años. Yo, T o.m Booth, n o había sido
ra, para que tuviéramos imágenes d e nuestro niño cuando ya llamado a filas y había p ermanecido en casa. Pero entonces,
no fuera niño. El padre de Janet tenía dinero antes de la gue- ¿quién era yo, el que miraba p or la ventana, el que había ca-
r ra, y yo confiaba en que Janet, pese a las estrecheces, hubiera minado hasta aquella casa, el que acababa de regresar de un
podido filmar algo de aquellos años de Martín que yo me ha- campo de concentración alemán? ¿A quién pertenecían t~~­
bía perdido. Pensé si quizá no estaba viendo eso, una película. tos recuerdos ? ¿Quién había combatÍdo? Y pensé tambten
Sí quiú·no había llegado justo en el momento en que Janet, otra cosa: que la emoción de la llegada me estaba haciendo ver
nostálgica, estaba proyectando en el salón una vieja escena de una escena del p asado, alguna escena anterior a mi marcha,
antes de mi partida.. Pero no era así, p orque lo que yo veía es- .. quizá la última, algo que había olvidado y que ahora venía a
taba en colo r, no en blanco y negro, y además, nunca había . mí con la fuerza d e la recuperación. Q uizá Janet había llorado
habido nadie que nos filmara a ella y a mí d esde aquella venta- ..· el último día, porque me marchaba y podían m atarme, y yo
na, pues lo que veía lo veía desde el ángulo que yo ocupaba en me lo había tomado a b roma. Eso p odía explicar el llanto del
aquel momento. El hombre que estaba allí era real, de haber niño Martin, aún bebé. Pero lo cierto es que todo aquello no
roto el cristal podría haberlo tocado. Y allí estaba, agachado, era ~na alucinación, no lo imaginaba ni lo rememoraba, sino
con mis mismos ojos, y mi misma nariz, y mis mismos labios, que lo veía. Y además, Janet no había llorado ant~; de mi pa~­
y el pelo rubio y rizado, y hasta tenía la pequeña cicatriz al fi- tida. E ra una mujer con mucha entereza, no deJO de sonre~r
nal d e la ceja izquierda, una pedrada de mi primo Derek en la hasta el último instante, no d ejó de comportarse con natural.1-
infancia. M e toqué la p equeña cicatriz. Ya era de noche. dad, como si yo no fuera a marcharme, sabía que lo contrano
Ahora estaba hablando, p ero el cristal cerrado no permi- me lo habría hecho todo más difícil. Iba a llorar hoy, p ero so-
tía oír las palabras, y el llanto de Martin h abía cesado desde bre mi hombro, al abrirme la puerta, mojándome la chaqueta.
que habían entrado en la habitación. EraJanet q uien solloza- No, no estaba viendo nada del pasado, nada que ~ubiera
ba fhora, y el hombre que era igual que yo le decía cosas, aga- olvidado. Y de ello tuve absoluta certeza cuando v1 que el
chado, a su altura, pero por su expresión se veía que tampoco hombre, el marido, el hombre que era yo, Toro, se p onía de
las palabras eran de consuelo, sino quizá de burla, o de recri- pronto en pie y agarraba del cuello aJ anet, a su mujer, mí mu-
minación. La cabeza me daba vueltas, pero aun así pensé, dos, jer, sentada en el sofá. La agarró del cuello con ambas m anos
tres ideas, a cual más absurda. P ensé que ella había encontra- y supe que empezó a apretar, aunque lo que yo veí~ era la es-
do a un hombre idéntico a m í para suplantarme durante mi palda de T om de nuevo, mí espalda, la enorme camisa blanca
larga ausencia. También pensé que se había producido una in- que tapaba a Janet, sentada en el sofá. De ella sólo veí~ los
comprensible alteración o cancelación del tiempo, que aque- brazos extendidos, los brazos que daban manotazos al atr~ Y
llos cuatro años habían sido en verdad olvidados, borrados, luego se ocultaban tras la camisa, quizá en un desesperado m-
como yo deseaba ahora para la reanudación de mi vida con tento por abrir mis manos que no eran mías; y luego, al cabo
Janet y el niño. Los años de guerra y prisión no h abían existi- de unos segundos, los brazos de Janet volvieron a aparecer, a
do, y yo, Tom Booth, no había ido a la guerra ni había sido ambos lados de la camisa que yo-veía de espaldas, pero ahora

131
para caer inertes. Oí de nuevo el llanto d el niño, que atravesa~ niño, mi niño Martín o su niño que también se llamaba T om,
ba los cristales de las ventanas cerradas. El hombre salió en"'.' ya no lloraba. Y cuando el h ombre y yo acabamos de cantar
tonces del salón, por la izquierda, seguramente iba a nuestro La canción de lord R enclall, no pude evitar preguntarme cuál
dormitorio, donde estaba el niño. Y al apartarse vi a Janet de los dos tendría que ir a la horca.
muerta, estrangulada. Se le habían subido las faldas en el for~::·
cejeo, había perdido uno de los zapatos de tacón alto. Le vi las
ligas en las que no había querido pensar durante aquellos cua-'· ·
tro años.
Estaba paralizado, pero aun así pensé: el hombre que es.
yo, el hombre que no se ha movido de Chesham durante todo -_",
este tiempo va a matar también a Martin, o al rúño nuevo, si es ·
que Janet y yo hemos tenido otro niño durante mi ausencia. ·
T engo que romper el cristal y entrar y matar al hombre antes .,
de que él mate a Martin o a su propio hijo recién nacido. Ten- ·'
go que impedirlo. Tengo que matarme ahora mismo. Sin em- · '
bargo, yo estoy de este lado del cristal, y el peligro seguiría .'.
dentro. ··
Mientras pensaba todo esto el llanto del niño se interrum-
pió, y se interrumpió de golpe. No hubo los lloriqueos pro-
pios de la paulatina calma, del progresivo sosiego que va lle- ,·.
gando a los niños cuando se los coge en brazos, o se .los mece,
o se les canta. Antes de mi partida yo le cantaba a Martin La
canción de lo.rd Rendall, y a veces conseguía que se apaci-
guara y dejara de llorar, pero lo conseguía muy lentamente,
cantándosela una y otra vez. SoJlozaba, cada vez más débil- "
mente, hasta quedarse dormido. Ahora aquel niño, en cam-
bio, se había callado de repente, sin transición alguna. Y sin
darme cuenta, en medio del silencio, empecé a cantar La can-
ción d e lord Rendall junto a la ventana, la que solfa cantarle a
Martín y comienza diciendo: '¿Dónde has estado todo el día,
Rendall, hijo mío?', sólo que yo le d ecía: '¿Dónde has estado
todo el día, Martín, hijo mío?'. Y entonces, al empezar a can-
tarla junto a la ventana, oí la voz del hombre que, desde nues-
tra alcoba, se unía a la mí~ para cantar el segundo verso:
'¿Dónde has estado todo el día, mi precioso Tom?'. Pero el

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El fantasma
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Richard Hughes

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Traducción de A lejandro García R eyes
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Richard Arthur War.ren Hughes (1900-1976) nacido en Weyb 'd
edudado en O~~ord, vivió gran parte de su vida en Gales y jamá:1 h~bk
est_a º.en Am~nca cuando publicó su primera y mejor novela, A High
Wmd in f a'!:4zca (l 929)~ una ~~big~a historia sobre el encuentro de un
~rupo de mnos y una tripulac1ou pirata, considerada hoy como un clá-
:.'·

sico moderno, como la obra más conradíana escrita desde la muerte de


¡onrad Y co~o el claro precedente (muy superior, en mí opinión) def
amoso estudio sobre la crueldad infantil titulado Lord of the FJ'
(1954) ~ debi~o al re~iente Premio Nobel Willíam Golding. ies
El 1~med1ato éxlto de crítica y público de la novela de Hughes lle-
vada al eme e.n 1965 por el gran maestro Alexander Mackendrick,' con
An~ho~y 9umn YJames Coburn como actores principales (en España
se titulo Viento en las
. velas),
d , no fue• sin embargo' demas1"ado b e.ne f"ICIO-
··
iº para su autor, qmen tal' o muchos años en publicar su seirunda nove-·
~ In ~az_ard O938), también excelente y también de tem°a marino,
ª!"1n ~as anos en llegar a la tercera, The Fo:x in the Attíc (1961), a la qu~ Me mató con la mayor facilidad: golpeándome la cabeza con-
s1gtuo _The Wooden Shepher1ess 51973). Estas dos obras formaban las tra los adoquines de la calle. ¡Zas! ¡Dios mío, qué tonta había
~os pnmeras partes de una tnlog1a sobre la figura de Hitler que quedó sido! Todo mi odio se desvaneció con aquel primer golpetazo.
inconclusa y que debía llamarse Tbe Human Predicament
~ughes publ~~ó, entre novela y novela, algo de poesí~, algo de tea· ¡Qué necia al armar todo aquel escándalo por haberle sorpren-
t~o Y 1b_ros para mnos. Pero antes de su extraordinaria primera obra ha- dido con otra mujer! Y ahora eso era lo que me estaba hacien-
b1a escrito un tomo de relatos titulado A Moment of Time (1926), del do, ¡zas! Ése fue el segundo, y después todo se oscureció.
que procede el presente cuento, 'The Ghost', un genuino y ori inalísi- Mi alma, tan joven y lustrosa, debió de centellear un ins-
mo relato de fantasmas, único en la produccción de Richard Hugghes.
tante a la luz de la luna, pues vi que levantaba la vista del cuer-
po y se quedaba mirando fijamente hacia arriba. Aquello me
dio una idea: me aparecería a él como un fantasma. Toda mi
vida les había tenido miedo, pero ahora yo era uno, había so-
nado el momento de tomarme mi pequeña revancha. Él nun-
ca los había temido: siempre decía que los fantasmas no exis-
tían. Conque no, ¿eh? ¡Ya le enseñaría yo! Johnse levantó sin
dejar de mirar fijamente al frente. Lo veía con claridad meri-
diana. Poco a poco fui sintiendo cómo el odio se apoderaba
otra vez de mí. Le puse mi cara delante, casi pegada a la suya.
Pero no parecía verme, y siguió con aquella mirada fija. Lue-
go echó a andar hacia adelante como si fuera a pasar a través
de mí. Por un momento sentí miedo. Sf, ya sé que es una ton-
tería que un espíritu tuviera miedo de un cuerpo de carne y
hueso, pero, ya ven, el miedo no aCtúa siempre como uno se
lo espera. Así que retrocedí unos pasos ante él, y luego me
hice a un lado para dejarle pasar. Cuando me recobré del sus-

J 161
to ya casi había desaparecido en las sombras de la calle, y en- . de Pole Street le siguieron, tamborileando en la calzada cada
tonces me lancé en su persecución. una con sus cinco secos dedos. Pero John se limitaba a apar-
Y, s~ em.ba:go, no creo que hubiera podido darme esqµi- tarlas con Jos píes y seguía andando. Y yo reanudé mi perse-
nazo: aun ex1~t1a algo ~ntre nosotros que me ligaba a él. Así .,: cución. Como ya he· dicho, aún había entre los dos algún
que, .como quien no qu1ere la cosa, por así decir, lo seguí ha,s- . . vínculo que me unía a él.
ta High Street y luego bajamos por Lily Lane. i Sólo en una ocasión se volvió y pareció verme, rec()Jlocer-
Lily Lane estaba sumida en la más completa oscuridad, f me incluso. Pero su rostro, más que traslucir ningún miedo,
pero po<lía verle tan bien como si fuese de día. Entonces séntÍ ·f. traslucía triunfo. '¡Estás muy contento de haberme matado',
cómo renacía mi valor. Apreté el paso y cuando lo hube ade- ~· pensé, 'pero yo haré que lo lamentes!' ,
lantado giré sobre mis talones, di unas palmadas y proferí una ··· Y entonces, de pronto, aquel arrebato se me paso. ¡Buena
especie de gemido lastimero, como había leído que hacían los cristiana estaba yo hecha! ¡Acababa de morir hacía apenas
fantasmas. Él esbozó una leve sonrisa, con un rictus de satis- quince minutos y aún seguía pensando en la venganza en v~z
facción, pero no estaba muy claro que me viese. ¿Sería posible \ de prepararme para mi encuentr? con, el ~~ñor! ~n~ es~~c1e
que _su absoluta incredulidad en los fantasmas hiciera que no de voz dentro de mí parecía decirme: ¡DeJalo, M1lhe, deJalo
pudiese verme? '¡Huu!', silbé entre dientecitos. '·Huu! ·Ase- i: antes de que sea demasiado tarde!'. ¿Demasiado tarde? Pero,
sino! ¡Asesino!' Alguien abrió de golpe la vent~a de u~ piso bueno, lo dejaría cuando quisiera,¿ no? Los fantasmas se .ªPª·
alto. '¿ Quién está ahí?', preguntó una voz. '¿Qué es Jo que .' recen cuando les viene en gana, ¿o no? Intentaría aterronzar-
pasa?' Así que era evidente que el resto de la gente sí podía lo sólo una vez más y luego lo dejaría y me pondría a pensar
oírme. Pero yo guardé silencio. Aún no quería delatarle. Al en el cielo.
menos por el momento. Y, mientras, él seguía impertérrito su Se detuvo, se volvió y nos quedamos mirándonos cara
marcha, sonriendo para sus adentros.. Nunca había tenido ni a cara.
una pizca de conciencia, me dije: ahí va con un asesinato re- Lo señalé con las dos manos:
cién cometido en su haber y sonriendo como si tal cosa. Pero, -¡John! -le grité-. ¡John! ¡Estás m~y bien ahí parado,
a pesar de todo, su rostro tenía una expresión extraña. sonríendo y mirando con esos grandes OJOS de besugo que
Era un poco raro verme convertida de pronto en un fan- tienes, creyéndote que la victoria es tuya, pero no, no lo es... !
tas~a. Diez minutos antes era una mujer aún con vida y aho- ¡Me las vas a pagar! ¡Voy a acabar contíg~! ¡Voy a ... ~
ra iba flotando por el aire con aquel viento húmedo y pe- Interrumpí mi discurso y solté una ligera carcaJada. Va·
ne.trante ~ue se me clavaba en los omóplatos. ¡Ja, ja! Di un das ventanas se abrieron de par en par. 'Pero ¿quién es? ¿Qué
gnto seguido de una sonora carcajada; ¡era todo tan diverti- es todo ese jaleo?', y cosas por el estilo. Todo el ~lUndo me
do... ! No me cabía duda de que John lo había oído. Pero no había oído. Pero él lo único que hizo fue dar media vuelta Y
dobló la esquina y siguió por Pole Street. ' echar otra vez a andar.
A ~o largo de Pole Street los plátanos estaban perdiendo '¡Déjalo, Millie, antes de que sea demasiado tarde!', repi-
sus ho¡as, Y. entonces una idea cruzó por mi mente. Hice que tió la voz.
aquellas ho¡as muertas se levantaran sobre sus finos bordes Así que eso era lo que la voz quería decir: que lo dejara
como si fuera el viento lo que las arrastrara. Y a todo lo larg¿ antes de traicionar su secreto, para que el pecado de la ven-

162

J
?anza no pesara sobre mi alma. Muy bien, de acuerdo, lo'de- -Mirad cómo tiene la cabeza, pobre chica. P or lo visto,
Jaría. Me iría derecha al cielo antes de que ocurriese alg6n .\ después de ~cabar con él ha intentado matarse también ella
percance. Así que abrí mis brazos y probé a flotar en el aire. con el mismo martillo.
p f ~ El sargento dio entonces un paso al frente. . .
v:n':o~1:e :;;~:tr~x~~ñ~~1::~ ~~~ i~~j;u~:~ ~~1ta4: t: -Todo lo que diga podrá ser utilizado como test1momo
algo que se revolvía en mi interior y que seguía uniéndome a en su contra.
~~ . - ¡John! -exclamé casi sin voz, tendiéndole los brazos,
Era un tanto extraño que pareciera tan real a toda aquella pues al fin se había suavizado la expresión de su ro~t:o· .
gente hasta el punto de que me tomaran por una mujer viva. -¡Virgen Santa! -exclamó uno de los pohc1as santi-
Pero él~ ~ue ~ra quien más razones tenía para temerme, pues guándose-. ¡Es como si viera el fantasma del muerto! ,
nada, m s1qu1era estaba nada claro que me viese. - Seguro que a esta no la mandan a la horca - murmuro
¿Y adónde dirigía sus pasos a lo largo de una calle tan d~" otro-. ¿Has visto en qué estado se encuentra? ¡Pobre mu~
solada c~mo Pol~ Street? Dobló la esquina y siguió por Ropé chacha!
Street. V1 un luminoso azul: era fa comisaría de policía. ·,
, 'Oh, ¡Dios mío!', pensé. '¡Lo he conseguido ! ¡Oh, Dio·s
rruo, va a entregarse! '
'Tú lo has empujado a ello', dijo la voz. '¿Qué creías, ton-,
ta, que no te veía ? ¿Qué esperabas? ¿Que se pusiese a dar gri-
tos y a farfullar del miedo que le dabas? ¿Creías que J ohn era
un cobarde? Ahora su muerte pesará sobre tu conciencia.'
- ¡No, yo no he sido, yo no he sido! -grité-. ·Nunca ·
quise hacerle ningún daño, de verdad, nunca! No, n~ le ha-
bría ~echo daño por nada del mundo, no, no. Oh, John, ¡no ·
me mires así! ¡Aún hay tiempo ... tiempo! .,
Y mient~as ~e gri~a?a, él estaba parado delante de la puer-
ta de la conusana, mirandome, hasta que salieron los policías
y formaron un corro a su alrededor. Ya no podía escapar.
- ¡Oh, John! - exclamé entre sollozos-, ¡perdóname!
¡Yo no quería hacerte eso! H an sido los celos, John, los ce-
los ... , porque yo te quería.
Sin embargo, los policías no hacían caso de él.
-Esa es - dijo uno de ellos con voz ronca-. Lo ha gol-
peado con un martillo, ha sido ella .. ., le ha saltado la tapa de
los sesos. Pero ¡Dios mío!1 ¿habéis visto qué cara tan horrible
pone? Parece como si hubiera visto un fantasma. '

J
Celos
Sir Shane Leslie
Traducción de Alejandro García Reyes
Sir John Randolph 'Shane' Leslie (1885-1971 ), nacido en LQndres en. ·
el seno de una aristocr#~ca familia angloirJ.~ndesa y educado en Cam"
bridge1 donde se convirtió al catolicismo, marchó a Rusia nada más tel'- ·
minar sus estudios univ~rsitarios (1907) y allí trabó amistad y pasó u,tl:¡. ..
te.111por~da con el mismísimo Tolstoy en Yasnaya Polyana. Leslie solía .
cQni:~r qu~ Tolstoy le había dicho en una ocasió.n, mientras atravesaban ·
un pueblo cubierto de nieve y hablaban de pacifismo: 'Tienen q~e elegi.l' . :·
entre las bayonetas y yo'. Tolstoy, muerto en 191 O, no llegó a s:i..ber qu~ ,,
él 110 foe el elegido. ·
A continuación, sir Shane Leslie vivió algún tiempo como un va-
gabundo, para más tarde met~rse en política, pasar por u n" fase de ar- Dentro de la categoría del pecado, los C elos son el p eor y más
diente .nacionalismo irlandé.s (lo cual le hizo preferir la forma Shane . , terrible. Tal vez no sean el m:í,5 imperdonable, p()ro son, sin lu-
en vez de John para su nombre) y acabar haciendo grandes esfuerzos · ·
para la total reconciliación de los irlan<les.es entre sí y de los irlandeses · :
gar a dudas, el que m enos perdona. Los Celos escapan a toda
con los in¡;le$es. Escr.ibió biografías, poesía y varias novelas, una de · : definición o análisis. En la Locu~ hay un método, en el Amor
la~ (:1,tales, The Cantab (1926), tiene a dos personajes, Baron Falco y el un refinamiento, pero los Celos no saben ni lo que es trazar un
canónigo H ensley Hensou, direc;tamente ·inspirados en Baron Corvo plan, ni cómo ceder a tiempo. Son un torrente e¡nbra,v~cido de
y en su acólito R9bert Hugh Benson, el hermano menor de E F Bi;:n- recelos y de erróneas interpretaciones que nunca espera el mo-
son, también presente en esta antología. La relación de Leslie con mento propicio ni respeta cauce alguno. Son la pasión más arro-
otro de los. autores de estos Cuentos únicos fue aún mas directa, Yi' lladora que conoce el ser humano, pues carece de gradaciones,
que sir Wi nston Churchill era primo hermano ~uyo (las. madres de preludio y convalecencia. Surgen armados de p ies a cabeza, he-
ambos eran hermanas). ·
chos y derechos, del cerebro delceloso, y no dan tregua ni a quien
Leslie escribió tatnbién algunos libros de cuentos, uno de los cua-
les, Masqeterades: Studies in the Morbid (1924), lleva la siguiente dedi- los incuba, ni tampoco, a ser posible, a: su víctima. T anto en el
catc;>ría: 'A la divertida alma de aquel refinadísimo escritor, Frederick hombre como en la mujer conspiran para perpetrar actos tan
Rolfe, Baro.o Corvo, en el Purgatorio'. Pasó parte de su vida investigan- locos como criminales, que sólo pueden serles perdonados, y no
do fenómenos inexplicables, y el resultado fue su obra Shane .[..eslie's siempre, a aquellos que actúan cegados por la pasión amorosa.
Gbost Book (1955), en el que relataba casos reales de fantasmas y apari- Los Celos suponen la perversión del Amor. Son al Amor
ciones. El cuento aquí tr-aducido, 'Jealousy', procede del ya menc;iona- lo que las Manzanas de Sódoma a la olorosa flor de azahar.
do volumen Masque.rades, hoy del todo ínencontrable, Más aún diría, lo que el Ateísmo a la Fe, o la D epravación a la
Santidad. Y, sin embargo, está demostradQ que todos los
grandes amantes han de bordear antes o después la sima de
los Celo~ como todos los grandes místicos, para alcanzar <::l
divino éxtasis, han de asomarse a ese esc~lofriante abismo que
puede ser descrito como el Tiempo sin Dios -es d ecir, el In-
fierno- p ues el Cielo es D ios sin Tiempo.
Los Celos son aún más crueles que el Amor, por más que Para empezar, era celoso en los negocios. No era sólo en
el Amor ya lo sea, a todas luces, bastante. El Amor destruye el ámbito doméstico donde cultivaba este cáncer. En los de-
con más frecuencia al amante que al amado, pero los Celos más aspectos de la vida carecía por completo de imaginación.
no buscan más que la destrucción de sus víctimas. Los Celos Con una sólida posición económica, se había consagrado en
son la elefantiasis del sentimiento, ¡el Amor transmutado en alma y cuerpo al bienestar de su familia y al suyo propio. No
lepra! ¡Imaginad al divino y sonrosado Eros convertido de había cumplido aún cuarenta años y ya era director de GoJde-
pro~t.o en un leproso de piel blanca corno Ja nieve! ¡Imaginad nough Hermanos. Pitt fue primer ministro a los veinticinc"O.
sus msadas ala~, antes tan flexibles, costrosas y resquebraja- John Goldenough ern la flor de la burguesía británica, y hu-
das como los discos de un hongo podrido! ¡Figuraos sus me- biérase dicho que la perfecta encarnación de la Conciencia
nudos.y.delicados miembros tumefactos y llenos de pústulas, No Conformista.1 Ni la Banca ni la Iglesia tenían cargo algu-
y s~ divmo rostro sembrado de ampollas y de arrugas, y sus no contra él, pero en los arcanos de su corazón sí es posible
ore~as de madreperla cuarteadas y desportilladas, y su boca que intuyese algo acusatorio contra sí mismo. Era un hombre
abriéndose como una vieja herida en vez de como un fresco celoso, eso era todo. Pero la sociedad humana entendía y
capullo de rosa! ¡Imaginad sus ojos descomponiéndose con agradecía sus celos, pues si bien constreñían notablemente su
mirada torva en sus cavidades, y, aun así, no tendréis una idea horizonte mental, le hacían sin embargo conducirse en los
cabal de_ lo que son los Celos, ese azote de la humanidad y, neoocios con una honestidad sin tac.ha. Era celoso hasta del
por lo visto, también de los dioses, pues está escrito que en últlmo cuarto de penique, tanto en la contabilidad de su fir-
sus filas se cuenta más de un celoso! ma como en la suya propia.
John Goldenough era celoso, pero de una respetabilidad a Pero también se mostraba celoso de los afectos familiares,
toda prueba. Era el enérgico y responsable director de la firma aunque al mundo tal cosa le pareciese un rasgo muy digno de
Goldenough Hermanos, los famosos fabricantes de sanitarios , encomio, por no decir que casi conmovedor. No toleraba
cuyos ingenios habían acompañado a la bandera y saneado lo~ Yerse suplantado ni por un momento en su círculo doméstico
más remotos y tropicales países para sus conquistadores. por cualquier otro miembro de su propia familia. De hecho,
Los sanitarios Goldenough habían ganado medallas en en su historial había una página algo turbia que sólo su me-
todas las exposiciones, desde la Gran Exposición de 1851, en moria subconsciente alcanzaba a ver refle;ada en el oscuro
la que un diploma firmado por el príncipe consorte le había espejo del pasado. Como primogénito, su madre le había
sido concedido al director de la empresa. Productos en minia- • mostrado tal adoración que sus nervios, si en algún momen-
tura de Ja firma ornaban la famosísima Casa de Muñecas mi- to llegaba a faltarles el calor de aquel sol de su hiperposesión
. '
nuciosamente constntida por artesanos y artistas de todo el materna, se resentían terriblemente. En cuanto que no se ocu-
Imperio británico, y hacían las delicias de los miembros de la paba de él o no lo estaba jaleando, se sentía enfermo. No sólo
realeza, tanto chjcos como grandes, por el realismo de su fun- esperaba y exigía su atención, sino también la inmediata satis-
cionamiento. John Goldenough padre se jactaba de que el sol facción de sus continuos y más necios caprichos. Cuando na-
no se ponía nunca en los dominios de los sanitarios Golde-
nough. Pero, al margen de todo esto, John Goldenough era 1. No Conformismo: disidencia religiosa que no acepta la doctrina ni
un hombre celosísimo. la disciplina de la Iglesia Anglicana Establecida. (N. del T.)
d 1

ció el segundo hijo fue presa de un furibundo ataque de cel9&. parte por la energía desplegada en apagar los últimos resc?l-
Durante los largos meses prenatales, su madre se habfa dos. Un grito d esgarrador se dejó oír en toda la casa, el gnto
mostrado cadá vez menos entregada a él, hasta que, finalmen- de duelo de Raquel, ese grito que, desde el comienzo del mun-
te, él fue consciente de la inminente llegada de un rival. Lietio do, nada ni nadie podrá nunca hacer callar, el inconsolable gri-
de zozobra, sentía que toda la adoración tnater.na se desviaba to de una madre llorando la muerte de su hijo.
l~ntame~te hacia otra parte, y cuando por fin llegó el herm.a- John no tenía más que seis años en el momento de la tra-
mto se dio cuenta de que iba a quedar relegado a un segund,o gedia, pero a partir de entonces toda su inquietud se desvane-
,Plano. Los celos corrieron entonces como un veneno secretó ció. Las p esadillas dejaron de turbar su sueño y reanudó el
por todas sus venas y tejidos¡ aunque era todavfa demasia~e curso de su vida anterior como un niño normal y bien edu-
j?ven. para saber o comprender lo que sentía y el porqué. p~~ cado. Llevada de la necesidad, su madre renovó y redobló el '
s1blemente no era mucho más responsable de sus celos quf cariño de antaño por su único hijo. Los años empezaron a
de t~ner el sarampión. Pero, fu era como fuese, esperó su opor- pasar sin que ya nada perturbara o ensombreciese sus vidas.
t~1mdad, tal vez un tanto inconscientemente, pero callado Y. La hermosa y patética madre idealizó a su hijo e hizo de él un
sin desmayar. Veía cómo tranquilizaban, fajaban, mimaban ídolo. Él le correspondía con una adoración que, en parte,
y b~utizabart a su hermanito. Y sentía que era más de lo qu~ no era más que el reflejo de la adoración que sentía por sí
pod1a soportar. Fue pasando el tiempo y el hermanito empetó mismo. Y a no había rival. Ni él tenía ningún hermano, ní ella
a ocupar cada vez más terreno, tanto en el cuarto de los niños ningún amante, y a los dos el otro les parecfa pedecto. Ella
como en el afecto materno. Cuando cumplió seis meses e1 nunca se atrevió a casarse con ninguno de los muchos y nada
benja.mín pasó también por las noches al cuarto de los niños. desdeñables pretendientes que aparecieron en escena tras la
Una niñera dorm.ía entre los dos hermanos mientras una ma- muerte de su marido. Los celos de John fueron siempre mo-
riposa de luz flotaba en una palangana de agua en medio de la.. tivo más que suficiente para disuadirla de tal cosa. Él dormía
habitáción. Una. noche, John se levantó y se encontró dando :' siempre a su lado y ella no quería ni pensar p.or un moment-0
vueltas por la habitación presa del páhico. U na pesadilla se ce- en los días y noches en que finalmente habría de relegarle al
baba en él. Creía que el pequeiio lo atenazaba hasta asfixiarlo. piso de arriba. Le gustaba estar junto a él por si se daba vuel-
U na mezcla de celos, miedo y espíritu de autoconservación tas o gritaba en la oscuridad. Y no contenta con ser su niñera
encendió aún más los colores del variopinto espectro de su "· nocturna, se convirtió en su instittttriz y nunca quiso que na-
odio. En un violento esfuerzo por liberarse de aquella obsesi- die le enseñara nada más que ella. Sus vidas llegaron a estar
va amenaza sacó la mariposa de luz de su acuática jaula y la " más íntimamente compenetradas de lo q\le lo habían estado
lanzó sobre el pequeño edredón de plumas que apenás mo- se antes del nacimiento de John. Habían sido un mismo cuerpo.
vía. ~ha ligera llama parpadeó en el aire, pero John ya se había ·>' Ahora eran la misma alma y la misma mente y él era el ele-
met:do de nuevo en su cama sin hacer ruido antes de que el pe- mento dominante. Parecía como si el hecho de haber tt nido
quen o _empezase a llorar, y cuando la niñera se despertó ya era un hermano pequeño hubiera sido completamente olvidado.
de1n:as1ado tarde para sofocar las llamas. En vano se dio la alar- .El aserto de que una madre nunca puede olvidar al hijo al
ma. Cuando los sirvientes apagaron el fuego el pequeño hab.ía que ha dado la vida se vio confirmado también en este caso,
muerto chartmscado y as.fixiado, en parte por el humo y en pero ella siempre vio a sus dos hijos en el superviviente. Sin la

195
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sacrificarse aún un poco más. Pero, afortunadamente, la Con-
más remota sospecha del lejano crimen, amaba a la vez a la víc-
tima y al verdugo con un único y perdurable amor. La plasti-
:t l
' ciencia No Conformista se pronuncia en estos casos de un
cidad propia de la adolescencia borró toda huella de su memo- modo bastante más sano. Así que cuando John Goldenough
ria. Nunca fue consciente de aquel horrible acto de piromanía se casó con la hija del co ntable jefe de su propia empresa, ella
infantil. Pero en los estratos más profundos de su naturaleza pudo darse por satisfecha con que la dejaran quedarse como
yacía aún, petrificada, la memoria de aquel hecho, como uno ama de llaves de la pareja. · . ..
d e esos fósiles enterrados mediante los cuales la madre tierra La mujer de John Goldenough era más que bomta., ~IJª
recuerda a los m'onstruos de su pasado. Y junto a aquel recuer- de un empleado al servicio de los Goldeilough que ~ab1a ido
do silencioso, bajo la cambiante superficie del fluir de la vida escalando puestos con los años, carente de pret~ns1ones por
diaria, yacía también el funesto dragón de los celos, pero este su linaje y su educación, agradeció el h.onor social q~e le ha-
último nada fósil. Aunque ningún estímulo o provocación lo cían y se dispuso en cuerpo y alm~ a ~nir su personahd~d y su
hicieron despertar de su sueño, allí estaba siempre acechan- futuro a los del Séñor de los San1tanos, el cual se babia ena-
do. Y allí había estado durante todo el tiempo que el pequeño morado tanto o más d el amor que ella le manifestaba como de
J ohn había sido colegial, y brillante por cierto. G anó demasia- su bella carita. Inconscientemente, transfirió a su esposa to-
dos premios y saboreó demasiados éxitos como para sentir d os los poderes, largo tiempo acumulados, de sus d ormidos
la más mínima envidia o aversión por ninguno de sus com- celos con los que de niño había investido a su madre. Ella,
pañeros de colegio. Luego estudió un curso en la universidad, mujer de pocas luces, confundió los síntomas de los celos con
también con notable aprovechamiento, y al llegar a la mayoría los de un exceso de amor. La madre fue quedando poco a
de edad se puso al frente del negocio paterno. Era un fabrican- poco relegada a un segundo.~1_:1-no, más ~ajo si cabe que.~l de
te nato de sanitarios, un verdadero maestro del gremio, y de la servidumbre. Nunca emmo una que¡a cuando su h1JO le
hecho se reveló como el Superfabricante de sanitarios del Im- quitaba sus sortijas para d árselas a la amada. No e~a robo en
perio. L as bañeras, cañerías, lavabos, grifos, pilas y baños de sentido estricto, pues se las sacaba de los dedos m1entr~s e!la
ducha eran su mundo. Aplicó no sólo su inteligencia, sino lo estaba sentada co n mirada triste, absorta en hondas cavilac10-
que es más, su genio, a la solución de los problemas del Sanea- nes. Se daba perfecta cuenta de que él estaba cambiando la
miento Imperial. Recibió una condecoració n de la India y el piel d e su antiguo amo r por la del nuevo, y setl.t~a e? su car~e
testimonio de gratitud de un primer ministro australiano. las·punzadas del sacrificio cuando, a la noche s1gu1ent~, ve1a
Y prolongó las vidas de los miembros de la Familia R eal más refulgir sus gemas en los d edos de la esposa. Compren~16 que .
que todas las plegarias del libro de rezos dichas en su nombre. había sido reemplazada de un modo absoluto y p~a siempre.
La respetabilidad ya no exigía más que una cosa más. Te- Y entonces empezó a lament:ir no haberse, atr:v1d~ a tener
nía que casarse. Su madre siempre había temido el día en que más hijos por el terror que siempre le hab1an inspirado los
otra pasara a ocupar su puesto. Se había mantenido libre para extraños celos de su hijo. Pero eso sí, se había dado el gusto
él. Pero que él se mantuviera eternamente libre para ella era de malcriarlo. En cierto sentido, y si eso podía servirle de
más de lo que podía esperar. Había sido su niñera, institutriz, consuelo, lo que estaba traspasánd ole a otra era una mercan-
compañera de juegos, h ermana y madre, y, sin duda, de haber cía en mal estado. . ·
vivido en el Egipto de los Ptolomeo habría estado dispuesta a El amor d e John Goldenough por su mujer abandonó

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pro?to ~1, send,ero de la pasión para entrar en el de los celos, su' cobr~a vida y fuera tomando forma en sus entrañas. Pasó al-
10ch~ac10~ ~as fundamental y obsesiva. Los celos son la sal~ . gún tiempo ant.es de que informara a su marido de lo qJ.1e se
sa mas deliciosa que pue~a degustar el paladar de la mujer .· avecinaba. Cuando él tomó conciencia del hecho, toda su ra-
enamorada de aquel que e1erce los celos en su nombre. Pero · reza afloró a la superficie. Aunque seguía ron.dando a su alre-
cuando su amor ha degenerado en tedio y sólo un resto de dedor sigiloso como un halcón en un corral de gallinas, no
convención marca ya el lugar donde antaño creció el árboi djo mayores muestras de afecto o cariño hacia ella. Su mirada
~ncantado de la pa~ión, los celos florecen como yedra ponzo- , parecía traspasarla y perde,rse en el inquietante f:ut:uro. Por i~­
nosa que va recubriendo el tronco seco. Durante los diez pri- teresante que pudiese ser su estado, había de1adQ de sentir
~e~os años de su matrimonio, John Goldenough había pro- · todo interés por su persona. Su mente y su alma. estaban c~n­
hib1do a su ,esposa que le diera hijos, en parte por un instinto ' centra.das en el hijo .q ue iba a llegar, de quien ráp~damente sin-
~~ economia, en parte -aunque esto último nunca lo admi- tió unos celos tales que excluían incluso a la pobre madre que
tlo- porque deseaba que el amor de su esposa siguiera con- aún lo llevaba en su seno. El instinto de posesión paterna se
centrándose exclusivamente en él. reveló más fuerte que ~alquier sentimiento de .orgullo JDarí-
Hijo único él mismo, sus planes eran tener también un tal. Como padre del niñ.o que estaba en camino, demandaba
úni~ hijo hacia el final de su vida conyugal, y le parecfa per- compre.nsión y alabanzas, y finalmente se metió en l;i. cama
fectamente adecuado y correcto establecer en Jo referenre a su esperando recibir visitas, obsequios y, llegado el momento,
prole tan est~icta limitación. Le gustaba que tanto sentimental felicitaciones.
como mat~nalme~te :Ha dependiera de él. Y pensaba que tal A John Goldenough sus pensamientos le llevaban muy
d~pe?de~~ia podna solo p rolongarse mientras ella no tuviera lejos. La ocasión era, ~in duda, de una solemn~dad poco fre-
ru~gun hiJO. Que su esposa pudiera coquetear con algún ad- cu.ente. Era posible que un futuro director de Goldenough
m1rador era algo que apenas se le había pasado por la cabeza. Hermanos descendiese en breve a la tierra. Si el hijo era un
Pero, ~n cualquier caso, no toleraba que otros hombres sesen- varón, ¡qué panorama se abría ante el que había de ser su h~­
tarai:Junto ~~Ha a la mesa, e incluso aquellos que mostraban redero y sucesor! En los círculos políticos y~ se había co.ns.1-
la mas. exqulSlta co~tesía y la más extrema parque.dad en los derado se.riamente la posibilidad de dar carta de nobleza a los
cumplidos ~ue dedicaban a su mujer, se veían arrojados a la Sanitarios, y si ios Sanitarios, como la Cerveza, los Astilleros
calle con CaJas destempladas. Al final, ni sus propios amigos ni y las Tachuelas habían .de tener .su título nobiliario, ¿acaso ha-
los de ella se tomaban la molestia de visitarlos, considerándo- bía alguien más id.óneo que Joh.n Goldep.ough? Para eJ hom-
se Y~ bastante afort~nados si él se mostraba tan sólo un poco bre de la calle, la era de los sanitarios guardaba una perfee.ta
nervioso y ~º.excesivamente impertinente con cualqui·er pre- sincronía con el ascenso y prestigio de la gran fjrma. Y cada
texto. En d1st10tos momentos se sintió celoso tanto de la ma- vez que el nombre de John Goldenough .era mencionado, el
dre ~orno de la doncell~ de su esposa, y ésta se vio obligada a pulso de todo fabricante de sanitarios del Imperio latía con
de~hacerse de ambas. Si su amor se había convertido en puros
;

.i más fuerza. Era un heredero de su futuro título nobiliario ¡o


y simples celos, el de ella se había trocado en miedo. que vefa en s.tt imaginación. Por más que ~e lo ponderaba, no
· D:sespe~ando de encontrar algún ancla para .aquella ans.ia conseguía hacer ver a su mujer el cuidado, la .reflexión y el ais-
que aun sentta de amar algo o a alguien, dejó que una criatura lamiento que debían rodearla ante un acontecimie.r:ito de se-
198 199
. '

~ejante importancia. Aburrida y apática, ella esperaba esos no decir que al comienzo del mundo, y luego miró al futuro Y
d1as, esas sen_ianas de lasitud y melancolía que son el preludio vio la firma majestuosamente instalada a todo lo largo y lo
de. la matermdad. La obligó a instalarse en una habitación al ancho del planeta. Allí donde no se conociera el nomb.re de
final de un pasillo donde él sentó sus reales, dedicándose a in- Goldenough es que la civilización, lisa y llanamente, bnll~ba
terceptar los regalos que le enviaban o a los amigos que iban a por su ausencia; así de sencillo. Si la imagi~aci~n hu bies~ sido
ver~a Y a robarle al médico m4s tiempo de sus visitas que la uno de sus atributos, su mente habría visualizado la firma,
paci~n,te misma. Se sentía investido de una nueva importancia con atuendo bíblico, firmando el contrato de la~ cañerías de
Y ex1g1a en casa la misma reverencia que recibía en el mundo Babel. Pero su orgullo social y personal era más que suficien-
de los sanitarios. Cualquier atención que ella recibiese se la te para que al alzar al infante en sus brazos y pasarlo a la ~una
tomaba como una ofensa a su persona, pues, en un retorcido dijese entre dientes: 'John, segundo lord Goldenough. Lo
proceso mental, deseaba ser el destinatario de todas ellas. El tapó con las mantitas y se volvió al timbre. Con el ~edo p~e~:
hijo era suyo y sentía cómo un incontenible instinto de pose- to ya en el interruptor dudó otro instante. Su muJer prof.m~
s~ón bull~a ?ajo ~quel ~entimiento de pomposo orgullo. An- entonces un gemido desgarrador. Hasta ese momento ru si-
siaba la rap1da d1soluc1ón de la pareja, que llegara finalmente quiera había repárado en que tambi~n se encont:aba .al~í. Una
el momento en que pudiera coger al hijo en sus brazos y mos- vez más su cerebro se proyectó hacia el futuro 1lummandolo
trarle al mundo que era suyo y sólo suyo. con tintes sombríos. Vio su restablecimiento, el triunfo ma-
La ocasión se presentó inesperadamente, pues ni el médi- terno, su afán posesivo por el niño, tan ínti~o y a~sorbent:,
co ni la enfermera se hallaban en casa cuando los prematuros tal vez como la devoción que su madre hab1a sent.1do por el
gemidos de su esposa sacaron a)ohn Goldenough de su sue- mism~. Y los celos lo hicieron estremecer. Era su hijo y no
ño. Se levantó y corrió a la habitación en la que estaba confi- quería que los tiernos cuidados mate~n~s debilitaran el fu.c:r-
nada. Tropezó dos veces y tardó unos momentos en encender ' te y perdurable vínculo que ha de existir entre padre e h1JO.
la luz. Y se quedó horrorizado al ver que era ya tarde. ·El Miró la cuna del recién nacido. En un pasado remoto, de he-
niño había nacido! Se lanzó al timbre para dar la voz de al~r­ chos ya enterrados y pensamientos fenecidos, recordó 1.1~ª
ma y pedir asistencia médica. Pero dudó corrió de nuevo cuna idéntica a aquélla. Tuvo, como en un sueño, la sensac1on
junto a la cama y cogió al recién nacido pa;a pasarlo a la cuna de una existencia anterior, de sucesos clandestinos, pero muy
tapada con las mantitas que lo estaban esperando. Era un lejanos e.11 el tiempo. No recorda~a las cir~u~stancias, pero la
varón, _Y un. feroz e~tallido de orgullo y satisfacción eclipsó visión del niño en la cuna lo lleno de un v1v1do y feroz deseo
cualquier preocupación que hubiera podído sentir por lama- de desembarazarse de algo. Los celos que lo abrasaban pe~í~n
dre, que yacía callada y jadeante, exhausta por los dolores sangre. Clavó la mirada en su esposa y un destell~ de env1dia
del consumado parto. ¡Era un varón! Eso era lo importante. asesina coloreó hasta la mismísima retina de sus OJOS. No po-
¡Go~denough Hermanos se vería perpetuada por los siglos de día soportar que el éxito, la alegría y la sacisfacció~ del n~ci­
los siglos! miento del niño redundasen en pro de ella. Habna quendo
Visiones de un alcance cósmico relampaguearon en su ce- matarla, arrojar la mariposa de luz sobre las sábanas si hubie-
rebro durante aquellos breves segundos. Miró al pasado, re- se tenido la certeza de que éstas se habrían alzado en una lla-
montándose a la fundación de Goldenough Hermanos, por ma envolvente y devoradora que la destruyera. Su dedo se
200 201
cernía aún sobre el timbre sin apretarlo. No se había dado Ja; v.olvió .al recién nacido, lo cogió en braz-0s y empezó a e~ami­
alarma, y por .s u mente artera y frenética cruzó la idea de q~e narlo con una expresión de creciente ansiedad. J~hn G~l~e­
si esperaba un rato tal vez el.la muriera por propia consun- nottgh se había retirado para dejar que la profeslÓn .medica
ción. Seguía sin recobrar el conocimiento.Tal vez no lo recq~ · diera la absolución a su obra.
braría nunca. Regresó a sus aposentos y allí. esperó e:l p:irp.er ~arte. Lle-
Estaba de pie, inmóvil, con el interruptor del timbre entre garon unas enfermeras y el méchco con~oco a van~ de sus
los dedos. .Ella exhaló otro pro.fundo gemido y se revolviq .. colega·s. Por lo :visto, la madre se debat1a entre la vid.a Y la
impotente en el lecho, como pidiendo ayuda. Él comprendió i muerte. Transcurrió una hora.
que estaba expirando lentamente, víctima de la hemorragia~· El médico, con rostro demudado, se presentó a la puerta
El recién nacido no lloraba y lo único que tenía que hace.r era' de john Gotdenough. . .
quedarse allí en vigilante espera hasta que llegara el momento -Siento tener que darle malas not1c1as. .
oportuno y tocar entonces el timbre. Lo encontrarían junto John Goldeno.ugh alzó los ojos poniendo cara de resigna-
al •lecho de su esposa, luchando por salvada, ejemplo perfec- -.· da desesperación. , ,
to de marido desconsolado -y torpe- que llora tan sensible · -¡Pobre esposa roía! ¡Pobre espo~a m1a! -exclamo, Yse
pérdida. No tenía más que calcular lo que tardaría e.n llegar cubrió la cara con las manos entre fmg1dos sollo~os: ,
el médico, para que pareciese que se habí;i .hecho todo lo hu- · El médico le puso la mano en el hombro Y. a~~d10:
manamente posible, pero que, pese a todo, la Mano del Seo.or · -Me ale.gra poder decirle que su esposa v1v1ra, aunque se
se habí;i. alzado contra el buen hermano Goldeno\tgh, tan di- ha salvado por un verdadero milag.ro. .
choso y tan próspero en todos los demás aspectos de la vida. Jonn Goldenough se irguió en su as1~~to. ,
En su fuero interno, iba ya dictando las notas que habrían de -Pero ¿cuá.l es entonces la mala noticia? -pregunto con
salir en la pre1,1sa local, en edificante panegírico de su difunta un hilo de voz.
esposa y sentido pésame para sí mismo. Su dedo tembló u~ -El niño ha muerto. Ha debido de nacer una hor~ ~tes
instante sobre el timbre. Esperó aún un poco más. Un primer .de que yo llegara. Pero nadie le anu.dó el co~dón umb1hcal y
estertor se h¡\bfa ya escapado de la desnuda garganta de la · ha muerto desangrado. ¡Si yo hi1b1ese podido Hegar media
agonizante. Su maltrecho cuerpo empezó a arquearse hacia ·hora antes l -Y dicho esto se marchó.
arriba y hacia abajo como un barco sin timón. Luego quedó
inmóvil y pareció •hundirse como un cadáver bajo las revuel-
tas ropas de la <;ama. Con dedo firme, John Golden,ough pul- · '
só resueltamente el timbre eléctrico. Toda la casa se puso en
pie, pero aún transcurrió media hora antes de· que el médico,
terriblemente nervioso, hiciera acto de presencia. Confiada-
mente había profetizado el parto para la semana siguie-nte.
Pero en el ínterin doncellas histéricas le habían dado friegas
en las manos a la embarazada para que entrase en calor y ver-
tido coñac en su boca helada. El doctor le tomó el pulso, se

202
Cómo se hace un hombre
Richard Middleton

Traducción de Javier Marías


""" ·'!'~ -·-"·"".'

Richard Barharn Middleton (1882-1911), nacido en Staines, tuvo una


vida corta y desgraciada que lo llevó a suicidarse con cloroformo en er
número 10 de .la rue de Joncker, de Bruselas, a los veintinueve años.
Atraído por la muerte desde muy joven según el testimonio del famoso
biógrafo de Wilde, Frank Harris, que le dio empleo y lo protegió, Micl~ •.
dleton intentó abrirse camino en el mundo literario de comienzos de si~
glo, p~ro lo cierto es que toda su obra (salvo algunos poen:as y reseñas
publicados en revista~) fue póstuma. Considerado por muchos escrito~·
res y críticos corno im hombre de enorme talento si no de genio, su
muerte fue llorada a posteriori hasta bien entrados los años treinta, aun-
que hoy, en cambio, nadie en Inglaterra pare:z.ca aco.rdarse de él. En su..
día, sin embargo, se lo comparó con el mítico C hattcrton y se le recono-
ció haber sido el 'descubridor' de·D H Lawrence.
El grueso de sus poemas apareció en dos volúmenes con el título .
Poems and Songs ( 1912), y su renombrado libro de cuent()S The Ghost Era un empleaducho de oficina enclenque y se había extravia-
Ship (1912) fue prologado por Arthur Machen, quien dijo áe él en otro do camino de la estación de Vauxhall en plena noche, y ahora
texto: 'Me impresionó Ja noticia [de su muerte); pero no me sorprendió · caminaba temerosamente por calles sórdidas pero excepcio-
mucho, que yo sepa. Era impaciente, no queda esperar. No podía rela- nalmente poco frecuentadas. Temía estar perdiendo su ?lti-
jarse; [ ... J Yo lo he visto sen cado con la cabe:z.a hundi~a en las manos; (...]
No recuerdo haberle oído reír; no abierta y generosamente, con frui- mo tren, pero, cuando se le aproximó una figur a calle1era,
ció.n [ ...].Por lo general, su humor estaba teñido de amargura'. Y según perdió los nervios y no le preguntó el camino. Pensó ~ue po-
Frank Harris, Middleton se mató por 'odio a la vida'. día ser un ladrón. Al mismo tiempo, sabía que la lluvia le es-
En los años treinta el incansable John Gawsworth rescató del olvi- taba empapando y estropeando su único abri?o, y el pensa-
do numerosos cuentos inéditos de Middleton, y los fue publicando en ,. ·
sus antologías ya citadas y en otras. N inguno de ellos me parece tan in- miento le hizo desgraciado. ¿Por qué no había ido a \VI aterloo
tenso y pedecto como el aquí traducido, 'The Making of a Man', proce- como le había aconsejado Murray? ¿Por qué había olvidado
dente de la antología New Tales of Horror(1934). pedir prestado un paraguas? ¿Por qué no.había policías? Ob-
servó con alivio, sin embargo, que a medida que avanzaba las
,,'"
P. D.: Quince años después. También sobre Míddleton hay !l.uevos da- casas iban mejorando. Se iban haciendo más grandes?' más
tos en mi Negra espalda del tiempo. Y cabe añadir que hace no mucho se respetables, y confió en la posibilidad de estarse aproximan-
publicó en España su libro The Ghost Ship. Con qué título, no lo re-
. do a una calle principal. . .
cuerdo. El barco fantasma sería lo lógico, pero vaya usted a saber.
Al poco vio brillar una ventana encendida en el pr~m~r
piso de una de estas casas, y a~ acercarse a ella. la puerta prmc1:
pal se abrió de par en par y deJÓ ver a una mu¡er, que se asomo
a mirarlo con curiosidad.
Simmonds se sintió aliviado al ver su sexo, pues no temía
a las mnjeres. Era muy joven. . . .
-Por favor, señorita, ¿podría usted md1carme el camino
hacia la estación de Vauxhall? -preguntó, y se levantó el
sombrero con satisfecha conciencia de sus buenos modales.

227

,_· _ ¡
.
----~~---.-=-- ---~-r:ss-------

La mujer lo miró fijamente, de un modo curiosamente in- una sala e iluminada por un mechero de gas que cr:pitaba ~e
tenso. manera abominable. Justo debajo, en el suelo, hab1a un baul
-¿Es usted estudiante de medicina? -dijo con seriedad. metálico, y, como si estuviera sentado en el bord~, allí estaba
Simmonds estaba ocupado descubriendo que se trataba posado el cuerpo de un hombre con la garganta rapda de ore-
de una dama, y guapa, y la pregunta lo dejó estupefacto. ja a oreja. Aquella cosa no llevaba chaqueta ni chaleco, Y le
- ¿Estudiante de medicina?-repitió estúpidamente. chorreaba sangre fresca por la camisa blanca. .
-No, ya veo que no -dijo ella para sí, y Simmonds vio Simroonds pensó en ello y dio una arcada, mientras la
cómo se le fruncía el ceño en su esfuerzo por pensar rápida- mujer lo miraba con curiosidad. .,
mente. -¿Qué va a hacer? -le preguntó ella cuando él parec10
-Si pudiera ser de alguna utilidad ... -dijo él ampulosa- estar meJor. .
mente, como la gente de las novelas. Él apenas la oyó; no podía oí~ nada más que el zumbido
La dama tomó una decisión en un abrir y cerrar de ojos. del gas encima del cadáver, y el ruido lo molestaba.
-Oh, si estuviera usted dispuesto -gritó-. Necesito - ¿Está muerto? - susurró. ,
tanta ayuda. -Y se hizo a un lado en el portal. -Muerto -repitió la mujer-. ¡Muerto! -Se acerco a
Simmonds vaciló y estuvo a punto de salir huyendo, pero él con estas palabras, pero él la reh~yó. Había sangr~ en su
algún instinto, no sabía qué, le hizo obedecer y pasó junto a yestido-. Tiene que ayudarme - d1JO ella con ferocidad-.
ella al vestíbulo y esperó bajo el mechero de gas mientras ella ¡Tiene que hacerlo! ¡Tiene que hacerlo! No puedo m~terlo ~n
cerraba la puerta con llave detrás de él. Simmonds estaba se- el arcón. Lo he intentado una y otra vez y no he podido. Tie-
guro de que debía de tratarse de una dama porque llevaba ne que ayudarme a cortarlo en pedazos. Puede besarme. Lo
muchos anillos y su vestido era brillante, aunque por su parte que quiera, después. , .
delantera bajaba una fea mancha. Ella se había apartado ahora Él la miró mortecinamente. Nunca hab1a besado a nadie
de la puerta y estaba escudriñándolo como si dudara, y el si- excepto a su madre, y eso había sid~ hacía m;icho tiempo. N;>
lencio se hizo casi demasiado prolongado para los nervios de le había dado ningún placer especial, penso. De hecho, mas
Simmonds. bien le había desagradado. Y ahora esta mujer... P~r supuesto,
-Es arriba -dijo ella, y pasó majestuosamente junto a había oído cosas en La oficina, cosas groseras. Él _mismo las ~a­
é~ escaleras arriba, dejando que la siguiera si lo deseaba. bía dicho. Pero nunca había deseado besar a runguoa muier.
Simmonds vaciló de nuevo, pero estaba muy mal echarse y sin embargo ... había algo... sus labios serían cálidos. A otra
atrás después de todo y decir que tenía miedo. Así que subió gente parecía gustarle... ¿quizá? .. , .
dócilmente y la encontró esperándolo en el rellano con -Lo que quieras, después - diJO ella automaticamente,
la mano en el picaporte de una puerta. Al acercarse él, ella la mirándolo.
abr:ió, y medio lo empujó, medio lo condujo dentro cJe la ha- Simmonds sintió una débil agitación en sus venas, como
bitación. ª!
si Le apeteciera besar aquellos labios cáli~os~ intentarlo me-
-¡Ahí! -dijo-. ¡Ahí! nos. Se descubrió mirando el cuerpo sm horror. Penso que
Simmonds miró y se puso mortalmente enfermo. casi podía ser agradable acuchillar aquellos miembros muer-
La habitación estaba bastante bien amueblada al modo de tos. Le entraron ganas de cortar algo.
228 229
- ¡Vamos! -dijo la mujer, y le mostró media docena el-e siana. H abía hecho su tarea y se puso en píe. Casi se había ol-
cuchillos-. Lo harás, ¿verdad?..., por mí. . .· vidado de la mujer, y sus ropas y sus manos y su cara estaban
De pronto se echó hacia adelante y lo besó en los labios, · todos moteados de sangre seca.
Vaya, no fue nada, después d e todo ... nada de nada. Y sin Con felicidad se preguntaba por qué ... , algo de algo ..., no
embargo, él supo en un instante que daría el mundo por tener sabía qué. Era muy viejo.
aquella nada otra vez. Los labios sólo habían rozado los sú~ A través de una bruma vio a la mujer al otro lado de la ha-
yo_s durante~ _segundo: ~evemente, como una flor. ¿Qué ha-·. bitación, de pie y mirándolo de forma extraña. Había algo.. .,
bna pasado s1 el los hubiera apretado con fuerza contra los ¿qué era? ., . , , . .
suyos? ¿Hasta que hubiera salido la sangre, rodeándola con De pronto, ella ahno los brazos y le gnto a traves del mfi-
l~s brazos? La miró con una luz nueva en sus ojos, y ella leyó nito espacio:
bien en ellos. -¡Ven!
-Después -dijo-. Después. Y con aquella palabra algo pareció romperse y un feroz
Él cogió uno de los cuchillos y se acercó al '-"Uerpo. torrente de apasionada sangre recorrió su cuerpo.
-Me manchará las ropas -balbuceó. Eso era. ¡La mujer! ¡La mujer!
-Pues quítatelas -dijo ella-. Dios, qué crío. -Porque Cruzó la habitación de un salto con un sollozo en los la-
él retrocedió sonrojándose. bios, la tomó en sus brazos, y con un beso sobre su rostro ar-
Ella. atr~;esó corriendo una puerta con cortinas que daba diente s.e despidió de su juventud.
~_la habit~cion de al lado y volvió con algunas ropas que arro-
¡o a los pies de él.
-.No importa que éstas se estropeen -dijo-; ya no ha-
c:n mnguna falta. -Luego, al ver que él aún dudaba- : Está
bien, yo no miraré.
Y le dio la espalda mientras él se cambiaba y se ponía las
ropas del hombre muerto. Y de los dos, el de ella era el mayor
asombro.
. c.u~do hubo acabado cogió el cuchillo y empezó, al
pnnc1p10 mansamente y iuego con ferocidad. De vez en cuan-
...
do alzaba la mirada y la visión de los labios entreabiertos de
ella le ?acía temblar. Pero al cabo de un rato el horror d e aque-
llo.s_fnos ~e?azos de carne muerta se impuso a su pasión y tra-
baJO mec.amca p:r~ obstinadamente sin saber por qué. Tenía
que termmarlo rapidamente, rápidamente.. ., eso era todo. ·:

Los cuchillos estaban romos y él no sabía nada d~ anato-


mía, así ~ue para cuando hubo terminado y la tapa estuvo ce-
rrada, gnses rayos de luz entraban por las rendijas de la per-

2.JO
Suena el teléfono
R Edison Page & Kenneth Jay

Traducción de Alejandro García Reyes


R Edison Pao-e es el s d , · .. , ''.
Jepson ra "ublicar eu ,ºni~o q~e unhzo el popular novelista Edgar ''.
/e
la Rdigftn la Fuer~dcl;~~~s f1lo~óficos yl críticos pertenecientes
Thrills. t a • as1 como a gunos cuentos en la serie ,.
a·,
f d Edga,r Jepson (1863-1938), nacido en Londres y educado en O
or ' paso cuatro años en Barbados (1889 1893) · x-
bre escribió decenas de novelas lama í- r .Y con su propio nom-
.resantes memorias en d~s volu'm' yMor a p~ ic1a.¡cas, un~s muy inte-
r
El enes, emoneso aVictorzan(1<J33)
. presente cuento, sin embargo no sólo 10 f , ',
nimo, s ino en compañía de un tal K ' 1rmo con su seudo-
luto se sabe he logrado a · · eSnnerh Jay dd que nada en abso-
.· · . b 0 venguar. u nombre no const · ·
d:1~:~;~~hyCu~a breCvísima notda bío~ráfica Jae~n~f!~í~
sobre él en .-.
rimes, reeps an Tbri.lls (1936) d 1
pro~~de q~e h,ec~o
d tr
el relato a qu.í t raducido, 'The Jín lin T '1 e a e
not1c1a de su existencia. Esa notad' '. ~ g e ephone , y ~a umca Bien porque tengan más chimeneas, o bien porque la disposi-
diofónica [o sin hilos) y cuentista i~e¡3b1. Kenne¡h Jay, a~tondad ra- ción de éstas no sea tan regular, lo cierto es que el viento aúlla
nes de radio. Su hogar está e Aln oh o~a con recuenc1a en boleti- con más fuerza en los tejados de las viejas cárceles de con.dado

bl ur ac 1en a 1a sazón N
~~ar~~i:s~=~ºJ::d~~~v%¡¡A~athbita:Mr:es~1:~et~;;:;~ili};ear~:~~~~~
· .
de ladrillo rojo que en lo alto de las prisiones modernas.
l , ~ es impo~1-
.ni
e, pero parece poco p robable que allí v' . Y aquella noche aullaba de lo lindo.
tas, sobre todo co nsiderando que de l ivd1eradnl a a vehz os cuenus- Los dos hombres, sentados en los raídos butacones a am-
rastro. mo e os no a queda.do ni .,
bos lados de la chimenea en la sala de estar del capellán, guar-
daban un silencio roto tan sólo por los bramidos del viento y
P. D.: Quince años después El . . d ¡ el intermitente barboteo de la pipa atascada del médico.
Jepson se tituló M emories ~·
~
a~1Jª~'ar
""' ºdV.º
ianumednN mGemori~s
an deeo- eorgiande(1937).
Edgar Podían permanecer sentados en silencio porque eran
amigos, aunque no se parecían en lo más mínimo: el médico,
alto, delgado y baqueteado por la vida, de cuyo alargado
rostro no acababa de. borrarse del todo el tono tostado de
los trópicos, y el capellán, hombre menudo, sonrosado, gor-
dinflón e ineficaz, con la punta de la nariz siempre colorada
por los efectos del whisky, que constituía su único consuelo,
eran tan distintos como pueden serlo dos personas entre sí.
El fracaso había unído sus vidas: ni las expectativas de un
pingüe beneficio eclesiástico, ni las de un ejercicio más lu-
crativo de su profesión doraban ya los sueños respectivos
del capellán y del médico.
Un aullido aún más fuerte del viento en el tejado que te-
nían sobre sus cabezas sacó al médico de su ensimismamien-
to. Bostezó y dijo :
Se oyó un prolongado aullido que parecía confirmar sus
-Parece como si alguno de los que han sido ahorcados palabras.
en el patio volviera a presentar una reclamación. - Y a... ya sé - contestó el capellán con voz ahogada,
El capellán dio un respingo. mientras daba un paso hacia el teléfono. Luego se abalanzó
-Pero nosotros sabemos que tal cosa no es posible sobre él con una carrera y se puso el auricular al oído.
-añadió el médico. El médico lo miraba frunciendo el gesto. Su estado era la-
-¡Ojalá pudiésemos estar tan seguros! -respondió el mentable. ¡Un puro manojo de nervios!
capellán-. No, bueno, no quería decir eso. El capellán mantuvo el aurícular pegado al oído durante
El médico lo miró distraído, primero, y luego más fija- unos diez segundos. Luego sonó la voz del operador: '¿ Qué
mente. ¿Eran imaginaciones suyas o estaba temblando de número desea, por favor? '.
verdad? Lo estaba. ¡Qué extraño! - Perdone. Me había parecido que llamaba alguien - le
-O tal vez no lo sepamos -le contestó, y dudó un ins- contestó el capellán. Colgó el auricular, volvió a la esterilla
tante antes de añadir-: A veces pasan cosas muy raras, de la chimenea, y se quedó allí de pie mirando fijamente al mé-
¿sabe? En cierta ocasión, en Surabaya...t pero ... no. Se ha to- dico .
mado usted tan a pecho todo el asunto de la ejecución de - Ya le dije que no llamaba nadie -repitió éste.
Blagstock, que mejor será que me calle. - Sí llamaba alguien - contestó el capellán masticando
El capellán apartó los ojos del médico y miró el reloj. Movió las palabras-. Era Blagstock quien estaba al aparato.
los labios; se pasó por ellos la punta de la lengua, pero no dijo -¿Ah?-respondió el médico con VOf. tranquila. Lo me-
nada. Miró por encima de su hombm el teléfono, que estaba en jor era seguirle la corriente-.¿ Y qué es lo que ha dicho?
el extremo de un carrito móvil de estilo victoriano, temerosa- - No ha dicho nada. ¿Qué quiere que diga? Está muerto
mente, pensó el médico; luego volvió a clavar los ojos en el reloj. -le contestó el capellán con tono impaciente-. Pero consi-
El médico frunció el ceño. El cap ellán estaba en un estado gue que suene el mensaje. Mire, ¿o va a reírse? .
lamentable, al borde de una crisis nerviosa. Pero ¿por qué de- -Pues claro que no voy a reírme. Soy su médico. ¿Qué
monios tenía que preocuparse tanto por aquel indeseable de dice el mensaje? - le preguntó con gran naturalidad.
Blagstock? Incluso en el caso de que hubiera habido un error -'Me lo voy a cargar.'
judicial, cosa más que dudosa, el mundo podía estar contento - ¿Cargarse? ¿A quién?
de haberse librado de un elemento semejante. Además, el ca- - A Deakirt. El individuo cuyo testimonio lo llevó a la
pellán había hecho todo lo humanamente posible para conse- horca.
guir un aplazamiento de la sentencia. -Ah, sí, ya me acuerdo ... Deakin. Ese caciquiHo local tan
El timbre del teléfono sonó con un leve tintineo. pagado de sí mismo, tan untuoso. ¡Menuda pieza! ¿Y cómo
El capellán saltó de su asiento como si le hubieran dado va Blagstock a cargárselo? -preguntó el médico.
un latigazo y se quedó de pie vuelto hacia el aparato. El médi- - No sé. H e intentado pensar en algo, pero no puedo
co no podía verle la cara, pero sí veía sus manos. Tenía los pu- - respondió el capellán con tono cansado- . Parecerá una
ños apretados. tontería, pero el teléfono lleva sonando cuatro noches segui-
-No ha llamado nadie -se apresuró a decir-. No es das, como hace un momento, entre las diez y las.diez y cuar-
más que el viento q ue se dedica a jugar con los cables.
to, y cuando lo cojo siempre recibo ese mensaje. Ya van cua- -Usted, Buckridge, es un buen amigo -respondió-:
tro noches, y todas el mismo mensaje. Cómo, no lo sé. Pero no puedo irme. Tengo que quedarme para ver en que
'Pues yo .sí', pens6 el médico para sus adentros; pero en acaba todo esto.
tono compas1vo le contestó; '· -Eso está muy bien. Pero ahora que ya sé de qué se trata,
-¡Desde luego es como para sacar de quicio a cualquiera! yo me ocuparé de ese asunto por usted.
-¡Pues claro que lo es! -respondió el capellán-. La im- El capellán dudó un instante. L~ego con~estó: ,
presión que Bla.gstock me dio, ¿sabe?, fue la de ser un hombre -Le diré lo que voy a hacer. S1 usted atiende al telefono
de una tenacidad extraordinaria, verdaderamente extraordi- mañana por la noche, me iré pasado mañana.
naria. Y todo el tiempo que pasó en la celda de los condena- - ¡Trato hecho! - le respondió el médico-. Y ahora voy
dos a muerte, l.o que más par~cía importarle no era tanto que · a prepararle algo para que duerma bien esta noche. ,
l~ ahorcaran: smo que lo hubiesen condenado por el testimo- , -No, no necesito nada, nada en absoluto-se apresu.ro a
mo de Dcakrn fundamentalmente. Declaró que el asesino de contestar el capellán-. Si usted atiende al teléfono en m1 lu-
Levison había sido el propio Deakin, y lo ·juró por su vida. gar, estoy seguro de que dormiré estupendamente, ¡como un
Y repitió hasta la saciedad, y siempre con juramentos, que no tronco! .
descansaría en su tumba hasta que no hubiese ajustado cuen- Parecía como si le quitaran un tremendo peso de encm~.1l.
tas con Deakin, y le aseguro que era un hombre de una tena- · -Muy bien. Pero si no se duerme, dese una vueltec1ta
ciclad excepcional, verdaderamente excepcional. por aquí y se lo toma. Yo aún tardaré un par de ~oras en acos-
El médico se levantó, le dio una palmadita en el brazo y tarme, pero lo mejor que podría hacer usted es irse a la cama
con voz firme le dijo: ahora mismo.
-Sí, y usted lo que va a hacer es tomarse unas vacaciones El capellán le aseguró que así lo haría; el médico le deseó
en seguida. Mañana mismo se irá a Brighton, a pasar allí un buenas noches y se marchó. .
par de semanas. Y al aire libre todo el tiempo, ¿entendido? Mientras se alejaba por el pasillo dijo para sí en tono pesi-
Y cuando se canse de pasear se instala en una de esas casetas mista:
a leer un libro, un libro cuya lectura lo absorba y no le deje -Alucinaciones auditivas, ¡está clarísimo!
p~nsar. ¿-:vie ha comprendido? Le seré franco: o hace lo que le A la mañana siguiente le contó al director de la prisión
digo, o s1 no mucho me temo que va a perder la razón. Sufre que al capellán le había afectado d~ tal form~ todo el ~unto
usted una crisis de nervios verdaderamente inquietant e. de la ejecución de Blagstock, que s1 no. r:mb1a?a de air~s en
El capellán meneó la cabeza. seguida acabaría sufrjendo una grave cns1s nerviosa. El d.irec-
-Usted va a irse - repitió el médico, y tanto su voz tor le dio la baja al momento.
como su mirada eran imperiosas--. Si es por dinero, yo pue- Esa noche el médico fue a la habitación del capellán poc?
do adelantarle cinco libras. Voy a mandarlo fuera unos días después de la cena y los dos discutieron una vez más el as~s1-
con una baja p or enfermedad. Mañana lo primero que haré nato del prestamista Levison. El capellán estaba convencido
será hablar con el director y arreglarlo todo. Usted va a irse de que Blagstock era inocente, el m~di~o no lo estaba tanto.
de aquí. El testimonio de Deakin de que hab1a visto a Blagstock cerca
El capellán volvió a negar con la cabeza. de la casa de Levison momentos antes del asesinato había sido

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corroborado por otros dos testigos. Blagstock era, sin duda, Se llevó el auricular al oído; el capdlán observaba su ros-
un tipo muy violento, debía a Levison un dinero que no po- tro expectante. Pero no hubo ningún cambio en su expresión.
día pagarle y más de una vez había declarado que acabaría -Número, por favor -preguntó el operador de lacen-
cargándoselo. Su pagaré no había sido encontrado entre los tralita de la cárcel.
papeles de Levison, y se había probado que el asesino había El médico le explicó que el aparato estaba estropeado, y que
registrado la caja fuerte de Levison, arrancado varias bojas de lo mejor era que llamaran a la compañía telefónica para que lo
su libro de contabilidad y que luego las había quemado. La revisaran. Y luego colgó el auricular y se volvió al capellán.
hipótesis del capellán de que Deakin podía haber quemado el -Nada, nada en absoluto -comunicó.
pagaré de Blagstock al quemar las pruebas de sus propias El suspiro de alivio del capellán sonó casi como un gemido.
transacciones con la víctima estaba muy bien; pero no había -En tal caso todo son imaginaciones m.ías -contestó.
nada que probase que hubiera tenido nunca tratos con el -Sí. Y no es de extrañar teniendo en cuenta el interés que
prestamista. ha puesto usted en todo este asunto.
-Sin embargo, estoy seguro de que Blagstock era ino- , -No, supongo que no. Pero parecía tan real ... el mensaje,
cente, no tengo la menor duda. Es como si siempre hubiera quiero decir.
algo que me dijera cuándo son inocentes y cuándo no. -La imaginación se dispara cuando los nervios ya no nos
-¿Quiere que le diga algo? Es usted tan testarudo como responden. Pero en Brighton ya verá cómo no vuelve a tener
dice que lo era Blagstock -respondió el médico-. Pero en más fantasías. Al aire libre todo el tiempo, recuerde -le con-
cualquier caso, fuera o no inocente, su muerte no ha supuesto testó el médico de buen humor, y luego le dio las buenas no-
una gran pérdida para et mundo, Levison recibió su mereci- ches, pues, según dijo, quería acostarse pronto.
do, y si Deakin, ese caciquillo local tan pagado de sí mismo y A la mañana siguiente se dio primer9 una vuelta por la
tan untuoso hubiese ido a hacerles compañía, tampoco babría enfermería de la cárcel, acabó de preparar la medicina en el
sido mala cosa. dispensario, y estaba pensando en ir a despedir al capellán,
El capellán lo reprendió por tan despectivos juicios, y el cuando la puerta se abrió de golpe y el capellán entró corrien-
médico se rió. · do, pálido y excitado.
El reloj dio las diez. -¡Acabo de recíbir otro mensaje de Blagstock! - anun-
La conversación se interrumpió bruscamente; el médico ció, y se dejó caer en la silla que le quedaba más cerca como si
trató de reanudar la charla, pero el capellán no lo escuchaba. le fallaran las piernas.
Miraba fijamente al reloj mientras hundía los dedos en los El médico se calló un juramento que a veces había profe-
brazos de su sillón, y la palidez de su rostro era tal que la pun- rido en el mar de la China y le preguntó con voz tranquila:
ta de su nariz tenía casi un color l'Ojo encendido. El médico -¡No me diga! ¿Y qué decía?
emitió un gruñido, pero no podía apaJ:tar los ojos del reloj. -'Me lo he cargado.'
Los minutos pasaban lentamente. -Bien, pues entonces está ya todo arreglado. Ya no le
A las diez y ocho minutos sonó el teléfono. Al oírlo am- molestará más - respondió el médico en un tono de gran sa-
bos dieron un brinco, pero el médico exclamó jovialmente: tisfacción-. Y ahora voy a acompañarle a la estación.
-¡Aquí lo tenemos ya! -Y fue a cogerlo. -Pero antes tengo que asegurarme. Quiero que nos pa-

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semos los dos por la casa de Deakin y que nos aseguremos de hace una media hora-respondió, y Juego dudó un instante y
que se encuentra bien. ¡Tengo que estar seguro! añadió-: ¿Es con él con quien desean hablar?
El médico dudó un instante. Pero lo importante era qui- -Era sólo para una suscripción, una pequeña suscripción.
társelo de encima a cualquier precio. Miró su reloj. La mujer frunció el ceño y se apresuró a decir:
-Muy bien. Tenemos tiempo de sobra -le contestó........ - Pues usted, señor, me perdonará, pero si quiere que le
Pero antes tómese esto. diga, yo que usted no me acercaría hoy a él por nada del ~un­
Le dio dos tabletas y cuatro minutos después estaban do. Y sí lo hace, esté bien seguro de que no va a sacarle nmgu-
ya en el taxi con la maleta del capellán, y éste le iba contando na suscripción. Lleva toda esta última semana de un humor
que el teléfono había sonado con el tintineo de siempre, que de perros. Aquí con él, esto no es vida. Y luego ese teléfono,
entonces lo había cogido y que el mensaje se había oído con siempre con el mismo soniquete, parece haberle vuelto loco
toda claridad, 'casi como si fuese Blagstock mismo el que de remat~.
hablara'. El médico lo miraba con expresión compasiva. Su -¡El teléfono! -repitió el médico, cogiendo el comenta-
tranquilidad ejercía un efecto sedante. rio al vuelo.
El taxi se detuvo ante la villa de ladrillo rojo coronada de Pero el capellán ya había echado a co.rrer por el sendero
gabletes del señor Deakin, que estaba en una avenida a las del jardín.
afueras de la ciudad, y fueron hasta la puerta, que estaba en un El médico salió corriendo tras él. Estupefacta, el ama de
lado de la casa. El jardín no era muy frondoso, pero estaba llaves salió también al sendero, se quedó mirándolos mientras
bien cuidado y listo para llenarse de flores primaverales. corrían y siguió secándose las manos con el delantal.
- ¡Todo paz y tranquilidad! - comentó el médico, y por La puerta del invernadero estaba atrancada. El capellán_ la
primera vez había una nota de sarcasmo en su tono. abrió d e un empujón, se quedaron parados en el umbral y v1e-
El capellán llamó al timbre y con voz débil, como discul- ron al señor Dealcin. Colgaba del extremo de una soga sujeta
pándose, dijo: a u n garfio que salía de una de las vigas que había bajo el te-
-Voy a sentir tal alivio cuando vea que todo está bien y cho. Su rostro estaba blanco como la cera.
que no son más que imaginaciones mías. El médico actuó con rapidez. Abrió su navaja de bolsillo,
-Muy bien. ¿Y qué es lo que va a decirle? dio una patada al cajón que el señor Deakin había :?kad? de
.- Le pediré una suscripción para el fondo de ayuda a los un puntapié y que estaba junto al cuerpo, se sub10 encima;
delincuentes que salen de la cárcel. cortó la soga y bajó el cuerpo al suelo. El examen no le Jlevo
El médico chasqueó la lengua. ni veinte segundos. Y salió a ver al capellán, que estaba recos-
-Eso le enseñará a no meterse en más casos de asesinato tado contra el muro, con los ojos cerrados y temblándole los
-comentó.
labios.
Se abrió la puerta y una mujer alta y delgada y de mirad a Lo cogió por el brazo y le dijo:
hosca apareció ante eHos, secándose las manos en el delantal. -Ya no hay nada que hacer. Y hemos de darnos prisa o
Era e] ama de llaves del señor D eakin. perderá usted su tren. No querrá que ahora lo molesten con la
-¿Está el señor Deakin en casa? -preguntó el capellán. investigación, ¿verdad? Ya me encargaré yo de todo. -Y le
-Lo vi irse hacia los viveros que hay al fondo del jardín hizo desandar a toda prisa el sendero. Al pasar por delante del
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ama de llaves le dijo que su señor se había ahorcado y que in-
formara a la policía.
En el taxi insistió:
-Lo mejor es que usted quede al margen de todo esto.
En la investigación no queremos nada de teléfonos.
Llegaron al tren. Por suerte, aún les sobró tiempo para to- .
marse un whisky con soda en la cantina de la estación. Dos ,
whiskies dobles con soda.

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