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MÉXICO
5 diciembre, 2015 por REVISTA MEMORIA
El colectivo de la revista, convencido de la necesidad de reflexionar sobre las
luchas recientes en México y discutir sobre las dificultades e incapacidades
existentes para superar la situación en extremo deteriorada del país, quiere
contribuir de manera crítica y propositiva al análisis de los movimientos sociales
en las coyunturas recientes de la lucha política. El tema resulta relevante en
sentido estratégico y complejo en lo político, pero urge impulsar a propósito de
él un gran debate en todos los niveles y espacios. Se trata de un documento
escrito a varias manos, donde distintas posiciones y formas de expresión se han
conjugado a fin de presentar ideas que ponemos a la discusión de forma abierta
y comprometida con las fuerzas sociales capaces de abrir el proceso de
transformación democrática que requiere el país.
I. Grandes luchas,
dispersión y derrotas
De modo simultáneo, en
los últimos tiempos ha aparecido en México cierta radicalización desesperada
de las formas de lucha, sin correspondencia con una maduración de los
procesos políticos. La radicalización resulta un eficaz dispositivo antagonista si
se finca en una politización que se difunda y arraigue en el plano social. En ese
terreno existen, subsisten y se reproducen, en el México de nuestros días,
sectores activos y avanzados políticamente; grupos de larga tradición y otros
recientes. La efervescencia y persistencia del movimiento social permitieron no
sólo la supervivencia sino la reproducción de núcleos militantes, con un
significativo recambio generacional. Pero no parece que este fenómeno de
reproducción sea masivo o tenga tendencia expansiva, que implique profundos
y ampliados procesos de toma de conciencia. La radicalización actual se centra
en los núcleos militantes, varios de ellos legítimamente frustrados por la
ineficacia de determinadas estrategias de lucha y el efecto de las derrotas
políticas mencionadas. Al mismo tiempo, esta radicalización voluntarista parece
expresarse de manera fundamental en las formas de lucha y en la gestualidad
revolucionaria, pero no siempre se refleja en estrategias y perspectivas políticas
más elaboradas.
Por una parte, cierta mirada analítica señala que pese al empuje y la irrupción
de diversos frentes de lucha, en México no se ha mantenido un movimiento de
masas articulado como lo muestra que, tras la oleada de protestas por la
desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, el reflujo de la movilización
haya ocasionado un repliegue de los grupos o sectores organizados a sus
respectivos nichos o trincheras, a sus intereses y sus luchas más inmediatas.
Por supuesto, hay una distancia entre esas conclusiones y la posibilidad de que
éstas irradien al conjunto de la movilización popular. En el movimiento por
Ayotzinapa también se detectaron dos lógicas, la del sector agrupado y
organizado que llegó a conclusiones más profundas de carácter antisistémico y
la de la movilización en las calles que gritaba Fuera Peña, sin sostener
claramente la crítica hacia el Estado y el régimen. En ese panorama es necesario
preguntarnos cómo saldar este desfase y cómo el sector organizado del
movimiento, al tiempo que progresa en la consolidación de estructuras de
organización y convergencia permanentes, involucra, incorpora y politiza a los
sectores indignados dispuestos a movilizarse sólo de manera ocasional.
Por otra parte, desde una óptica crítica distinta, se sostienen con ahínco los
logros y los alcances de las luchas y se considera que, visto el proceso en su
conjunto, la efervescencia social de 2011 a la fecha es impresionante. Existen
actualmente alrededor de 200 procesos de lucha en defensa del territorio. Se
han generado coyunturas que permitieron articular hasta 70 comunidades en
lucha. Aun cuando desde cierto punto de vista puede dar la impresión de que
los movimientos socioambientales son meras expresiones locales, sin
incidencia, cada uno de ellos ha provocado innumerables pequeñas crisis y
fracturas sociales y políticas, pese a que las han atajado, pues los movimientos
sociales en México se enfrentan a las clases dominantes más cohesionadas de
la región. No obstante sus disputas internas, éstas han logrado contener los
conflictos a través de distintas estrategias, pero cada vez más con la represión.
Los movimientos
socioambientales son experiencias donde, si bien no han producido un proyecto
político nacional, una estrategia política fuerte, se han generado valiosas
trincheras defensivas y experiencias comunitarias que muestran recursos y
posibilidades de construcción autónoma del movimiento social y popular. En
este terreno se plantea el problema de las escalas de la edificación hegemónica,
es decir, cómo se genera la idea de que no sólo se defienden un territorio o una
comunidad en concreto o el territorio y la comunidad en abstracto, sino que se
resiste en determinadas trincheras interconectadas, y de las cuales,
eventualmente erigidas y solidificadas, plantearía una ofensiva de la que, aun
cuando no esté en el horizonte de corto plazo, se pueden ir colocando los
cimientos.
Desde este planteamiento, los movimientos son parte de los procesos sociales,
pero también de las estructuras de dominación emanadas tanto del ámbito
estatal como del capital, lo cual ocasiona que sean movimientos reactivos, pero
también que sus potencias y limitaciones estén enmarcadas y constreñidas por
los grandes procesos estructurales. Es decir, no se mueven sólo
ideológicamente, mediante programas, proyectos hegemónicos o la ausencia
de ellos: se mueven también de manera reactiva con relación a sus
contrapartes, y de ahí la relevancia de analizar estas expresiones del
movimiento social como antagonista de las formas específicas del Estado y del
capital.
Los casos ejemplares de las luchas de los trabajadores, como en San Quintín, en
la Fiat o en la Honda, forman parte de este trasfondo básico y fundamental de
la forma de la conflictualidad en el país. Se trata de insurgencias democráticas
locales, de lucha por la independencia sindical y rebelión frente al trabajo
precarizado cuando en México cualquier tipo de militancia y organización
obrera, industrial precarizada o de trabajo inmaterial, es atacada y destruida. En
el caso de los movimientos en defensa de la tierra, el territorio y los bienes
naturales, de composición principalmente indígena o campesina, se han
generado procesos de destrucción de las estructuras autoritarias de la
Confederación Nacional Campesina a partir de pequeñas insurgencias locales.
Es el caso del Consejo de Ejidos y Comunidades Opositoras a la Presa La Parota
en Guerrero, que muestra que hubo un proceso radical de erosión y destrucción
de la Confederación local. En varios conflictos contra megaproyectos, de
represas o de minas a cielo abierto, como en el caso de algunas luchas obreras
en curso, se ha erosionado este tipo de estructuras corporativas. Estos
movimientos se enfrentan a la continuidad de las estructuras de control local y
a las estructuras represivas de los gobiernos estatales.