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PLAGAS

Salmo 78
43 de cuando hizo en Egipto sus señales, en los campos de Tanis sus prodigios.
44 Convirtió en sangre sus ríos, sus arroyos, para que no bebiesen;
45 tábanos les mandó que los picasen, y ranas para que los infestasen;
46 entregó a la langosta sus cosechas, el fruto de su afán al saltamontes;
47 asoló con granizo sus viñedos, todos sus sicómoros con aguaceros;
48 entregó sus ganados al pedrisco y a los rayos sus rebaños.
49 Les envió el fuego de su cólera, indignación, enojo y destrucción,
tropel de mensajeros de desgracias, 50 y dio curso libre a su ira.
No los preservó de la muerte, a la peste sus vidas entregó;
51 hirió en Egipto a todo primogénito, las primicias varoniles en las tiendas de Cam.

Salmo 105
28 Mandó tinieblas, y hubo tinieblas, pero ellos desafiaron sus palabras.
29 Trocó sus aguas en sangre, haciendo que sus peces murieran.
30 Pululaban ranas en su país, que entraban en las estancias reales;
31 lo mandó y vinieron mosquitos, cínifes por toda su comarca.
32 Les dio por lluvia granizo, rayos por toda su tierra;
33 dañó viñedos e higueras, quebró los árboles del país.
34 Ordenó que llegara la langosta y el pulgón en número incontable;
35 devoraron la hierba del país, devoraron el fruto del suelo.
36 Hirió a los primogénitos del país, las primicias de su virilidad.
El milagro del agua. Primera antítesis.
Sabiduría 11
4 Tuvieron sed y te invocaron:
bebieron agua de una roca escarpada, en la dura piedra remediaron su sed.
5 Pues lo que sirvió de castigo para sus enemigos,
se convirtió en auxilio de su propia necesidad.
6 En lugar de la fuente de un río perenne, enturbiado con sangre sucia,
7 en castigo por un decreto infanticida, les diste sin esperarlo agua abundante,
8 mostrándoles con la sed de entonces cómo habías castigado a sus adversarios.
9 Pues cuando sufrían una prueba -aunque corregidos con cariño-,
conocían cómo eran castigados los impíos, juzgados con cólera;
10 pues a ellos los probaste como padre que corrige,
pero a los otros los castigaste como rey justiciero que condena.
11 Los ausentes y los presentes se consumían por igual,
12 pues los embargaba una doble tristeza y un lamento al recordar el pasado:
13 cuando se enteraban de que sus propios castigos
redundaban en beneficio de los otros, reconocían al Señor.
14 Al que antes habían abandonado expósito y rechazado con burlas,
al final de los acontecimientos lo admiraron, tras pasar una sed distinta de la de los justos.

Segunda antítesis: las ranas.


Sabiduría 16
1 Por eso, fueron justamente castigados por semejantes seres
y atormentados por plagas de bichos.
2 En lugar de este castigo, favoreciste a tu pueblo
y, para calmar su hambre, les preparaste como alimento un manjar exquisito: codornices;
3 para que aquéllos, con ganas de comer, perdiesen el natural apetito,
asqueados de los bichos que les enviabas;
mientras éstos, tras una privación pasajera, saboreaban un manjar exquisito.
4 Pues era preciso que aquéllos opresores sufrieran un hambre irremediable,
mientras a éstos bastaba con mostrarles cómo eran atormentados sus enemigos.

Tercera antítesis: langostas y serpiente de bronce.


5 Incluso cuando les sobrevino la furia terrible de las fieras
y perecían mordidos por serpientes sinuosas, tu cólera no duró hasta el final.
6 Como escarmiento, se vieron molestados por poco tiempo,
pues tenían un signo de salvación para recordar los mandamientos de tu Ley;
7 y el que lo miraba se curaba, no por lo que contemplaba, sino por ti, salvador de todos.
8 Con esto convenciste a nuestros enemigos de que tú eres quien libra de todo mal:
9 ellos morían por las picaduras de langostas y moscas,
sin encontrar remedio para su vida, pues merecían ser castigados por tales bichos.
10 Pero contra tus hijos nada pudieron los dientes de serpientes venenosas,
pues tu misericordia acudió a sanarlos.
11 Las mordeduras, pronto curadas, les recordaban tus palabras,
para que no cayeran en profundo olvido y se vieran excluidos de tus beneficios.
12 No los curó hierba ni cataplasma, sino tu palabra, Señor, que todo lo sana.
13 Pues tú tienes poder sobre la vida y la muerte,
haces bajar a las puertas del abismo y haces subir.
14 El hombre, en cambio, puede matar con su maldad,
pero no puede devolver el espíritu que se fue, ni liberar al alma del abismo.

Cuarta antítesis: el granizo y el maná.


15 Es imposible escapar de tu mano. 16 Los impíos que no querían conocerte
fueron castigados con la fuerza de tu brazo;
los persiguieron lluvias insólitas, granizadas y aguaceros implacables, y el fuego los devoró.
17 Y lo más sorprendente era que el fuego ardía más en el agua, que todo lo apaga,
pues el cosmos es defensor de los justos.
18 Unas veces las llamas amainaban
para no abrasar a los animales enviados contra los impíos
y para que, al verlos, comprendieran que los impulsaba el juicio de Dios.
19 Otras veces, aun en medio del agua, ardían más intensamente que el fuego
para destruir los frutos de una tierra injusta.
20 A tu pueblo, por el contrario, lo alimentaste con manjar de ángeles
y les mandaste desde el cielo un pan preparado sin fatiga,
que producía gran placer y satisfacía todos los gustos.
21 Este sustento mostraba tu dulzura para con tus hijos,
pues se adaptaba al gusto del que lo tomaba y se transformaba en lo que cada uno quería.
22 Nieve y hielo resistían al fuego sin fundirse,
para que supieran que el fuego destruía las cosechas de sus enemigos,
ardiendo entre el granizo y resplandeciendo entre la lluvia.
23 En cambio, se olvidaba de su propio poder, para que los justos pudieran alimentarse.
24 Porque la creación, sirviéndote a ti, su Creador,
se endurece para castigar a los injustos y se modera para favorecer a los que confían en ti.
25 Por eso, también entonces, adoptando todas las formas,
servía a tu generosidad que a todos sustenta, conforme al deseo de los necesitados,
26 para que aprendieran tus hijos queridos, Señor,
que no es la variedad de frutos lo que alimenta al hombre,
sino que es tu palabra la que mantiene a los que creen en ti.
27 Porque lo que el fuego no llegaba a consumir
se derretía simplemente al calor de un tenue rayo de sol,
28 para que supieran que hay que adelantarse al sol para darte gracias
e ir a tu encuentro al rayar el alba,
29 pues la esperanza del ingrato se derrite como escarcha invernal
y se escurre como agua inútil.

Quinta antítesis: tinieblas y columna de fuego.


Sabiduría 17
1 Grandes e inexplicables son tus juicios; por eso las almas ignorantes se extraviaron.
2 Cuando los impíos creían que podían oprimir a la nación santa,
quedaron prisioneros de las tinieblas y encerrados en una larga noche,
recluidos en sus casas, fugitivos de la eterna providencia.
3 Cuando creían que permanecerían ocultos con sus secretos pecados
bajo el oscuro velo del olvido,
se vieron dispersos, presa de terrible espanto y sobresaltados por apariciones.
4 El rincón que los escondía no los libraba del miedo,
pues también allí retumbaban ruidos escalofriantes
y se aparecían sombríos fantasmas de rostros lúgubres.
5 El fuego era incapaz de alumbrar y el brillo resplandeciente de las estrellas
no alcanzaba a iluminar aquella horrible noche.
6 Sólo les lucía una llamarada aterradora que ardía por sí misma;
y, cuando desaparecía la visión, quedaban aterrados,
considerando aún más horrible lo que habían visto.
7 Las artes mágicas resultaron ineficaces y su pretendido saber quedó en ridículo,
8 pues los que prometían expulsar miedos y sobresaltos del alma enferma,
enfermaban ellos mismos con temores absurdos.
9 Y aunque nada inquietante los atemorizase,
sobresaltados por el paso de los bichos y el silbido de los reptiles,
10 se morían de miedo y se negaban a mirar hasta el aire inevitable.
11 Pues la maldad es cobarde y se condena a sí misma:
acosada por la conciencia, imagina siempre lo peor.
12 Y el miedo no es otra cosa que el abandono de los recursos de la razón:
13 cuanto menor es la propia confianza, mayor parece la causa desconocida del tormento.
14 Durante aquella noche verdaderamente imposible,
surgida de las profundidades del impotente abismo, adormecidos en el mismo sueño,
15 o bien eran perseguidos por apariciones fantasmales
o desfallecían por el abandono del alma, pues les sobrevino un miedo repentino e inesperado.
16 Así, cualquiera que caía en tal situación,
quedaba atrapado, encadenado en aque-lla prisión sin hierros;
17 ya fuera labrador o pastor, o un obrero que trabajara en solitario,
sufría sorprendido por la ineludible fatalidad,
18 pues todos estaban atados a una misma cadena de tinieblas.
El silbido del viento, el canto melodioso de las aves en las frondosas ramas,
la cadencia del agua que corría impetuosa, 19 el estruendo de las rocas desprendidas,
la carrera invisible de animales que retozan, el rugido de las fieras más salvajes,
el eco que retumba en las oquedades de los montes los dejaba paralizados de terror.
20 El mundo entero resplandecía con luz radiante, entretenido sin trabas en sus quehaceres;
21 pero sólo sobre ellos se extendía una noche insoportable,
imagen de las tinieblas que les esperaban.
Aunque ellos eran para sí mismos más insoportables que las tinieblas.
Sabiduría 18
1 Sin embargo, una magnífica luz brillaba para tus santos.
Los egipcios, que oían su voz sin distinguir su figura,
los felicitaban por no haber padecido como ellos;
2 les daban las gracias porque no se vengaban de los agravios recibidos
y les pedían perdón por su conducta hostil.
3 Tú, en cambio, preparaste una columna de fuego, como guía para el viaje desconocido
y como sol inofensivo para la gloriosa travesía.
4 Bien merecían verse privados de luz y prisioneros de las tinieblas
quienes tuvieron encarcelados a tus hijos,
que habían de dar al mundo la luz incorruptible de la Ley.

Sexta antítesis: noche trágica y noche liberadora.


Sabiduría 18
5 A los que habían decretado matar a los niños de los santos,
salvándose uno solo, abandonado,
les arrebataste en castigo una multitud de hijos
y los hiciste perecer juntos en las aguas impetuosas.
6 Aquella noche fue previamente anunciada a nuestros padres,
para que se animasen, sabiendo bien en qué juramentos habían creído.
7 Tu pueblo esperaba la salvación de los justos y la destrucción de los enemigos,
8 pues con lo que castigaste a los adversarios nos glorificaste, llamándonos a ti.
9 Los santos hijos de los buenos ofrecían sacrificios en secreto
y establecían unánimes esta ley divina:
que los santos compartirían los mismos bienes y peligros,
cantando previamente las alabanzas de los antepasados.
10 Les respondía el grito disonante de los enemigos
y cundían los lamentos de los que lloraban a sus hijos.
11 El esclavo y el amo sufrían idéntico castigo,
y el plebeyo padecía la misma pena que el rey.
12 Todos por igual tenían cadáveres incontables con un mismo tipo de muerte.
No había vivos suficientes para enterrarlos,
porque en un instante pereció lo mejor de su raza.
13 Los que no creían en nada a causa de las artes mágicas,
ante la muerte de los primogénitos acabaron por reconocer
que aquel pueblo era hijo de Dios.
14 Cuando un silencio apacible lo envolvía todo y la noche llegaba a la mitad de su carrera,
15 tu palabra omnipotente se lanzó desde los cielos,
desde el trono real, cual guerrero implacable, sobre la tierra condenada,
empuñando la espada afilada de tu decreto irrevocable;
16 y cuando se detuvo, todo lo llenó de muerte;
tocaba el cielo mientras pisaba la tierra.
17 Entonces les sobresaltaron de repente sueños y visiones terribles,
les sobrevinieron terrores imprevistos;
18 tendidos por todas partes y medio muertos, daban a conocer la causa de su muerte,
19 pues sus sueños perturbadores se lo habían predicho,
para que no pereciesen sin conocer la razón de su desgracia.
20 También alcanzó a los justos la prueba de la muerte y una multitud pereció en el desierto,
pero no duró mucho la cólera;
21 pues un hombre irreprochable se apresuró a salir en su defensa
con las armas de su ministerio: la oración y el incienso expiatorio.
Se enfrentó a la ira y puso fin a la desgracia, demostrando que era tu servidor.
22 Y venció la indignación no con su fuerza corporal, ni con el poder de las armas,
sino que sometió al ejecutor del castigo con la palabra,
recordando los juramentos y las alianzas hechos a los antepasados.
23 Cuando los muertos yacían amontonados, unos sobre otros,
se puso en medio, detuvo a la cólera y le cerró el paso hacia los que aún vivían.
24 Llevaba el mundo entero sobre su vestido talar,
los nombres gloriosos de los padres en cuatro hileras de piedras talladas
y tu majestad en la diadema de su cabeza.
25 Ante esto, el exterminador retrocedió atemorizado,
pues era suficiente una sola prueba de tu cólera.

Séptima antítesis: el mar Rojo.


Sabiduría 19
1 Pero sobre los impíos se abatió hasta el fin una ira despiadada,
pues Dios sabía de antemano lo que les iba a suceder:
2 que, tras dejarlos marchar y despedirlos con prisas,
cambiarían de parecer y saldrían a perseguirlos.
3 Cuando todavía estaban ocupados en los funerales
y llorando sobre las tumbas de los muertos, concibieron otro proyecto insensato
y persiguieron como fugitivos a los que habían despedido con súplicas.
4 A tales extremos los empujaba su merecido destino,
haciéndoles olvidar el pasado,
para que consumaran el castigo que aún faltaba a sus tormentos
5 y, mientras tu pueblo emprendía un viaje maravilloso,
encontraran ellos una muerte insólita.
6 Porque toda la creación, obediente a tus órdenes,
se transformó de nuevo en su misma naturaleza
para resguardar sanos y salvos a tus hijos.
7 Vieron la nube que daba sombra al campamento,
la tierra firme que emergía de lo que antes era agua,
un camino abierto en el mar Rojo y una llanura verde en las olas impetuosas,
8 por donde tus protegidos pasaron en masa, contemplando prodigios admirables.
9 Pastaban como caballos y retozaban como corderos, alabándote a ti, Señor, su libertador.
10 Todavía recordaban lo sucedido en su destierro:
cómo la tierra, en vez de la generación animal, produjo mosquitos
y cómo el río, en vez de peces, vomitó una multitud de ranas.
11 Más tarde vieron también un modo nuevo de nacer las aves:
cuando, urgidos por el apetito, pidieron manjares delicados
12 y, para satisfacerlos, salieron codornices del mar.
Éxodo 7 (Agua en Sangre)
8 Habló Yahveh a Moisés y Aarón, y dijo: 9 «Cuando Faraón les
diga: Hagan algún prodigio, dirás a Aarón: "Toma tu cayado y
échalo delante de Faraón, y que se convierta en serpiente"». 10 Se
presentaron, pues, Moisés y Aarón a Faraón, e hicieron lo que
Yahveh había ordenado: Aarón echó su cayado delante de Faraón
y de sus servidores, y se convirtió en serpiente. 11 También Faraón
llamó a los sabios y a los hechiceros, y también ellos, los sabios
egipcios, hicieron con sus encantamientos las mismas cosas. 12
Echó cada cual su vara, y se trocaron en serpientes; pero el cayado
de Aarón devoró sus varas. 13 Sin embargo el corazón de Faraón
se endureció, y no les escuchó, conforme había predicho Yahveh.
14 Entonces dijo Yahveh a Moisés: «El corazón de Faraón es
obstinado; se niega a dejar salir al pueblo. 15 Preséntate a Faraón
por la mañana, cuando vaya a la ribera. 15 Le saldrás al encuentro
a la orilla del Río, llevando en tu mano el cayado que se convirtió en serpiente
16 Y le dirás: Yahveh, el Dios de los hebreos, me ha enviado a ti
para decirte: "Deja partir a mi pueblo, para que me den culto en el
desierto"; pero hasta el presente no has escuchado. 17 Así dice
Yahveh: En esto conocerás que yo soy Yahveh: Mira que voy a
golpear con el cayado que tengo en la mano las aguas del Río, y se convertirán en sangre.
18 Los peces del Río morirán, y el Río quedará apestado de modo
que los egipcios no podrán ya beber agua del Río.»
19 Yahveh dijo a Moisés: «Di a Aarón: Toma tu cayado, y
extiende tu mano sobre las aguas de Egipto, sobre sus canales,
sobre sus ríos, sobre sus lagunas y sobre todos sus depósitos de
agua. Se convertirán en sangre; y habrá sangre en toda la tierra de
Egipto, hasta en los árboles y la piedras.» 20 Moisés y Aarón
hicieron lo que Yahveh les había mandado:
20 alzó el cayado y golpeó las aguas que hay en el Río en
presencia de Faraón y de sus servidores, y todas las aguas del Río se convirtieron en sangre.
21 Los peces del Río murieron, el Río quedó apestado de modo
que los egipcios nos pudieron beber el agua del Río; 21 hubo sangre en todo el país de Egipto.
22 Pero lo mismo hicieron con sus encantamientos los magos de
Egipto; y el corazón de Faraón se endureció y no les escuchó,
como había dicho Yahveh.
23 Se volvió Faraón y entró en su casa sin hacer caso de ello. 24 Y
todos los egipcios tuvieron que cavar en los alrededores del Río en
busca de agua potable, porque no podían beber las aguas del Río.
25 Pasaron siete días desde que Yahveh hirió el Río.

26 Y dijo Yahveh a Moisés: «Preséntate a Faraón y dile: Así dice


Yahveh: "Deja salir a mi pueblo para que me dé culto". 27 Si te
niegas a dejarle partir infestaré de ranas todo tu país. 28 El Río
bullirá de ranas, que subirán y entrarán en tu casa, en tu dormitorio
y en tu lecho, en las casas de tus servidores y en tu pueblo, en tus
hornos y en tus artesas. 29 Subirán la ranas sobre ti, sobre tu
pueblo, y sobre tus siervos».
Éxodo 8 (Ranas)
1 Dijo Yahveh a Moisés: «Di a Aarón: Extiende tu mano con tu
cayado sobre los canales, sobre los ríos y sobre las lagunas, y haz
que suban las ranas sobre la tierra de Egipto.» 2 Aarón extendió su
mano sobre las aguas de Egipto; subieron la ranas y cubrieron la
tierra de Egipto. 3 Pero los magos hicieron lo mismo con sus
encantamientos, e hicieron subir las ranas sobre la tierra de Egipto.

4 Faraón llamó a Moisés y a Aarón


y dijo: «Pidan a Yahveh que aparte las ranas de mí y de mi pueblo,
y yo dejaré salir al pueblo para que ofrezca sacrificios a Yahveh».
5 Respondió Moisés a Faraón: «Dígnate indicarme cuándo he de
rogar por ti, por tus siervos y por tu pueblo, para que se alejen las
ranas de ti y de tus casas, y queden solamente en el Río». 6
«Mañana», contestó él. Replicó Moisés: «Será conforme a tu
palabra, para que sepas que no hay como Yahveh, nuestro Dios. 7
Las ranas se apartarán de ti, de tus casas, de tus siervos y de tu
pueblo, y quedarán sólo en el Río.»
8 Salieron Moisés y Aarón de la presencia de Faraón
y Moisés invocó a Yahveh acerca de las ranas que afligían a
Faraón,
9 y Yahveh hizo lo que Moisés pedía: murieron las ranas de las
casas, de los patios y de los campos. 10 Las juntaron en montones
y el país apestaba. 11 Pero Faraón viendo que tenía este respiro, endureció su
corazón, y no les escuchó tal como había predicho Yahveh.

(Zancudos)
12 Dijo Yahveh a Moisés: «Di a Aarón: "extiende tu cayado y
golpea el polvo de la tierra que se convertirá en zancudos sobre
todo el país de Egipto"». 13 Así lo hicieron: Aarón extendió su
mano con el cayado y golpeó el polvo de la tierra; y hubo
zancudos sobre los hombres y sobre los ganados. Todo el polvo
de la tierra se convirtió en zancudos sobre todo el país de Egipto.
14 Los magos intentaron con sus encantamientos hacer salir
zancudos, pero no pudieron. Hubo, pues, zancudos sobre hombres
y ganados. 15 Dijeron los magos a Faraón: «¡es el dedo de Dios!»
Pero el corazón de Faraón se endureció, y no les escuchó, como
(Tábanos) había dicho Yahveh.
16 Yahveh dijo a Moisés: «Levántate muy de mañana, preséntate a
Faraón cuando vaya a la ribera, y dile: Así dice Yahveh: "Deja
salir a mi pueblo, para que me dé culto". 17 Si no dejas salir a mi
pueblo, mira que voy a enviar tábanos contra ti, contra tus siervos,
tu pueblo y tus casas, de manera que las casas de los egipcios y
hasta el suelo sobre el cual están se llenarán de tábanos. 18 Pero
exceptuaré ese día la región de Gosen, donde está mi pueblo, para
que no haya allí tábanos, a fin de que sepas que yo soy Yahveh en
medio de la tierra; 19 haré distinción entre mi pueblo y el tuyo.
Este prodigio sucederá mañana.» 20 Así lo hizo Yahveh, y un
enorme enjambre de tábanos vino sobre la casa de Faraón y las
casas de sus siervos; y toda la tierra de Egipto; la tierra fue
devastada por los tábanos.
21 Entonces llamó Faraón a Moisés y a Aarón y les dijo:
«Vayan y ofrezcan sacrificios a su Dios en este país». 22 Moisés
respondió: «No conviene que se haga así, porque el sacrificio que
ofrecemos a Yahveh, nuestro Dios, es abominación para los
egipcios. ¿No nos apedrearían los egipcios si ofreciéramos ante
sus ojos un sacrificio que para ellos es abominable?
23 Iremos tres jornadas de camino por el desierto, y allí
ofreceremos sacrificios a Yahveh, nuestro Dios, según él nos
ordena.» 24 Contestó Faraón: «Les dejaré ir, para que ofrezcan en
el desierto sacrificios a Yahveh, vuestro Dios, con tal que no vayan
demasiado lejos. Rueguen por mí». 25 Moisés respondió: «En
cuanto salga rogaré a Yahveh, y mañana los tábanos se alejarán de
Faraón, de sus siervos y de su pueblo; pero que no nos siga
engañando Faraón, impidiendo que el pueblo vaya a ofrecer
sacrificios a Yahveh.» 26 Salió, pues, Moisés de la presencia de
Faraón, y rogó a Yahveh. 27 Hizo Yahveh lo que Moisés pedía, y
alejó los tábanos del Faraón, de sus siervos y de su pueblo, sin
quedar ni uno. 28 Pero también esta vez endureció Faraón su
corazón y no dejó salir al pueblo.

Exodo 9 (Peste en el ganado)


1 Yahveh dijo a Moisés: «Preséntate a Faraón y dile: Así dice
Yahveh, el Dios de los hebreos: "Deja salir a mi pueblo para que
me den culto". 2 Si te niegas a dejarles salir y los sigues
reteniendo, 3 mira que la mano de Yahveh caerá sobre tus ganados
del campo, sobre los caballos, sobre los asnos, sobre los camellos,
sobre la vacadas y sobre las ovejas; habrá una grandísima peste. 4
Pero Yahveh hará distinción entre el ganado de Israel y el ganado
de los egipcios, de modo que nada perecerá de lo perteneciente a
Israel.» 5 Y Yahveh fijó el plazo, diciendo: «Mañana hará esto
Yahveh en el país.» 6 Al día siguiente cumplió Yahveh su palabra
y murió todo el ganado de los egipcios; mas del ganado de los
israelitas no murió ni una sola cabeza. 7 Faraón mandó hacer
averiguaciones, y se vio que del ganado de Israel no había muerto
ni un solo animal. Sin embargo, se endureció el corazón de Faraón (Llagas)
y no dejó salir al pueblo. 8 Dijo Yahveh a Moisés y a Aarón: «Tomad dos grandes puñados
de hollín de horno, y que Moisés lo lance hacia el cielo, en
presencia de Faraón; 9 se convertirá en polvo fino sobre todo el
territorio de Egipto, y formará erupciones pustulosas, en hombres
y ganados, por toda la tierra de Egipto.» 10 Tomaron, pues, hollín
de horno y presentándose ante Faraón, Moisés lo echó al aire,
produciendo en hombres y animales erupciones pustulosas en
hombres y ganados. 11 Ni los magos pudieron permanecer delante
de Moisés a causa de las erupciones; pues los magos tenían las
mismas erupciones que todos los egipcios. 12 Pero Yahveh
endureció el corazón de Faraón, que nos les escuchó, según
(Granizo) Yahveh había dicho a Moisés.
13 Dijo Yahveh a Moisés: «Levántate de mañana, preséntate a
Faraón y dile: Así dice Yahveh, el Dios de los hebreos: "Deja salir
a mi pueblo para que me den culto". 14 Porque esta vez voy a
enviar todas mis plagas sobre ti, sobre tus siervos y sobre tu
pueblo para que sepas que no hay como yo en toda la tierra. 15 Si
yo hubiera extendido mi mano y te hubiera herido a ti y a tu
pueblo con peste, ya habrías desaparecido de la tierra; 16 pero te
he dejado con vida, para hacerte ver mi poder, y para que sea
celebrado mi nombre sobre toda la tierra. 17 Tú te opones todavía
a mi pueblo, para no dejarle salir. 18 Pues mira que mañana, a esta
hora, haré llover una granizada tan fuerte, como no hubo otra en
Egipto desde el día en que fue fundado hasta el presente. 19
Ahora, pues, manda poner a salvo tu ganado y cuanto tienes en del
campo; porque el granizo descargará sobre todos los hombres y
animales que se hallan en el campo, y cuantos no se hayan
recogido bajo techumbre perecerán». 20 Aquéllos de los siervos de
Faraón que temieron la palabra de Yahveh pusieron al abrigo a sus
siervos y su ganado; 21 mas los que no hicieron caso de la palabra
de Yahveh, dejaron en el campo a sus siervos y su ganado. 22 Dijo
Yahveh a Moisés: «Extiende tu mano hacia el cielo, y que caiga
granizo en toda la tierra de Egipto, sobre los hombres, sobre los
ganados y sobre todas las hierbas del campo que hay en la tierra de
Egipto.» 23 Extendió Moisés su cayado hacia el cielo, y Yahveh
envió truenos y granizo; cayeron rayos sobre la tierra, y
Yahveh hizo llover granizo sobre el país de Egipto. 24 El granizo
y los rayos mezclados con el granizo cayeron con fuerza tan
extraordinaria que nunca hubo semejante en toda la tierra de
Egipto desde que comenzó a ser nación. 25 El granizo devastó
cuanto había en el campo en todo el país de Egipto, desde los
hombres hasta los ganados. El granizo machacó también toda la
hierba del campo, y quebró todos los árboles del campo.
26 Tan sólo en la región de Gosen, donde habitaban los israelitas,
no hubo granizo. 27 Faraón hizo llamar a Moisés y a Aarón
y les dijo: «Ahora sí, he pecado; Yahveh es el justo, y yo y mi
pueblo somos inicuos. 28 Pidan a Yahveh que cesen ya los truenos
y el granizo; y les dejaré salir. No tendrán que quedarse más
tiempo aquí.»
29 Moisés le respondió: «Cuando salga de la ciudad extenderé mis
manos hacia Yahveh, cesarán los truenos, y no habrá más granizo,
para
que sepas que la tierra es de Yahveh. 30 Pero bien sé que ni tú ni
tus siervos temen todavía a Yahveh, Dios.» 31 (Fueron
destrozados el lino y la cebada, pues la cebada estaba ya en espiga,
y el lino en flor. 32 El trigo y la espelta no fueron destrozados por
ser tardíos).
33 Dejando a Faraón, salió Moisés de la ciudad, extendió las
manos hacia Yahveh, y cesaron los truenos y granizos, y no cayó
más lluvia sobre la tierra. 34 Cuando Faraón vio que había cesado
la lluvia, el granizo y los truenos, volvió a pecar, endureciendo su
corazón, tanto él como sus siervos. 35 Se endureció, pues, el
corazón de Faraón y no dejó salir a los israelitas como Yahveh
había dicho por boca de Moisés.

Exodo 10 (Langostas)
1 Dijo Yahveh a Moisés: «Ve a Faraón, porque he endurecido su
corazón y el corazón de sus siervos, para obrar estas señales mías
en medio de ellos; 2 y para que puedas contar a tu hijo, y al hijo de
tu hijo, cómo me divertí con Egipto y las señales que realicé entre
ellos, y sepáis que yo soy Yahveh.»
3 Fueron, pues, Moisés y Aarón donde Faraón y le dijeron:
«Así dice Yahveh, el Dios de los hebreos: ¿Hasta cuándo te
resistirás a humillarte ante mí?Deja salir a mi pueblo para que me
dé culto.
4 Si te niegas a dejar salir a mi pueblo, mira que mañana traeré
langostas sobre tu territorio; 5 y cubrirán la superficie del país de
suerte que ni podrá verse el suelo. Devorarán lo que os quedó de la
granizada, y comerán todos los árboles que os crecen en el campo.
6 Llenarán tus casas, las casas de todos los egipcios, como nunca
vieron tus padres, ni los padres de tus padres, desde el día en que
existieron sobre la tierra hasta el día de hoy.» Y retirándose salió
de la presencia de Faraón. 7 Dijeron entonces a Faraón sus
siervos: «¿Hasta cuándo ha de ser este hombre causa de nuestra
ruina? Deja salir a esa gente y que den culto a Yahveh, su Dios.
¿Te darás cuenta a tiempo de que Egipto se pierde?»
8 Hicieron, pues, volver a Moisés y a Aarón a la presencia de
Faraón;
el cual les dijo: «Vayan a dar culto a Yahveh, vuestro Dios.
¿Quiénes van a ir?»
9 Respondió Moisés: «Saldremos con nuestros niños y nuestros
ancianos, con nuestros hijos y nuestras hijas, con nuestras ovejas y
nuestras vacadas; porque es nuestra fiesta de Yahveh.» 10 Les
contestó: «¡Así esté Yahveh con ustedes tal como yo voy a dejarles
salir a ustedes con sus pequeños! Vean cómo a la vista están sus
malas intenciones. 11 No será así; salgan si quieren los varones
solos y den culto a Yahveh, pues eso es lo que buscaban». Y
fueron echados de la presencia de Faraón. 12 Yahveh dijo a
Moisés: «Extiende tu mano sobre la tierra de Egipto para que
venga la langosta; que suba sobre el país de Egipto y coma toda la
hierba del país, todo lo que dejó el granizo». 13 Moisés extendió
su cayado sobre la tierra de Egipto; y Yahveh hizo soplar el solano
sobre el país todo aquel día y toda la noche. Y cuando amaneció,
el solano había traído la langosta. 14 La langosta invadió todo el
país de Egipto, y se posó en todo el territorio egipcio, en cantidad
tan grande como nunca había habido antes tal plaga de langosta ni
la habría después. 15 Cubrieron toda la superficie del país hasta
oscurecer la tierra; devoraron toda la hierba del país y todos los
frutos de los árboles que el granizo había dejado; no quedó nada
verde ni en los árboles ni en las hierbas del campo en toda la
tierra de Egipto. 16 Entonces Faraón llamó a toda prisa a Moisés y a Aaron,
y dijo: «He pecado contra Yahveh, su Dios, y contra ustedes. 17
Ahora, pues, perdonen por favor mi pecado, siquiera por esta vez;
rogad a Yahveh, vuestro Dios, que aparte de mí al menos esta
mortandad».
18 Salió Moisés de la presencia de Faraón y rogó a Yahveh. 19
Yahveh hizo que soplara con gran violencia un viento del mar que
se llevó la langosta y la echó al mar de Suf. No quedó ni una
langosta en todo el territorio de Egipto. 20 Pero Yahveh endureció
el corazón de Faraón, que no dejó salir a los israelitas.

(Tinieblas)
21 Yahveh dijo a Moisés: «Extiende tu mano hacia el cielo, y haya
sobre la tierra de Egipto tinieblas que puedan palparse.» 22
Extendió, pues, Moisés su mano hacia el cielo, y hubo por tres días
densas tinieblas en todo el país de Egipto. 23 No se veían unos a
otros, y nadie se levantó de su sitio por espacio de tres días,
mientras que todos los israelitas tenían luz en sus moradas. 24
Llamó Faraón a Moisés y dijo: «Vayan y den culto a Yahveh; que
se queden solamente sus ovejas y sus vacadas. También sus
pequeños podrán ir con ustedes». 25 Respondió Moisés: «Nos
tienes que conceder también sacrificios y holocaustos, para que los
ofrendemos a Yahveh, nuestro Dios. 26 También nuestro ganado
ha de venir con nosotros. No quedará ni una pezuña; porque de
ellos hemos de tomar para dar culto a Yahveh, nuestro Dios. Y no
sabemos todavía qué hemos de ofrecer a Yahveh hasta que
lleguemos allá». 27 Yahveh endureció el corazón de Faraón, que
no quiso dejarles salir. 28 Y dijo Faraón a Moisés: «¡Retírate de mi
presencia! ¡Guárdate de volver a ver mi rostro, pues el día en que
veas mi rostro, morirás!» 29 Respondió Moisés: «Tú lo has dicho:
no volveré a ver tu rostro».

Exodo 11 (Primogénitos)
1 Dijo Yahveh a Moisés: «Todavía traeré una plaga más sobre
Faraón y sobre Egipto; tras de lo cual les dejará marchar de aquí y
cuando, por fin, les deje salir del país, él mismo les expulsará de
aquí. 2 Habla, pues, al pueblo y que cada hombre pida a su vecino,
y cada mujer a su vecina, objetos de plata y objetos de oro». 3
Yahveh hizo que el pueblo se ganase el favor de los egipcios.
Además, Moisés era un gran personaje en la tierra de Egipto,
tanto a los ojos de los servidores de Faraón como a los ojos del
pueblo. 4 Moisés dijo: «Así dice Yahveh: hacia media noche
pasaré yo a través de Egipto; 5 y morirá en el país de Egipto todo
primogénito, desde el primogénito de Faraón que se sienta en su
trono hasta el primogénito de la esclava encargada de moler, así
como todo primer nacido del ganado. 6 Y se elevará en todo el
país de Egipto un alarido tan grande como nunca lo hubo, ni lo
habrá. 7 Pero entre los israelitas no ladrará ni un perro, ni a los
hombres ni a las bestias, para que sepáis que Yahveh distingue
entre Egipto e Israel. 8 Entonces vendrán a mi todos estos siervos
tuyos y se postrarán delante de mí, diciendo: Sal, tú y todo el
pueblo que te sigue. Y entonces, saldré.» Y, ardiendo en cólera,
salió de la presencia de Faraón. 9 Y dijo Yahveh a Moisés: «no les
escuchará Faraón, para que así pueda yo multiplicar mis prodigios
en la tierra de Egipto».
10 Moisés y Aarón obraron todos estos prodigios ante Faraón;
pero Yahveh endureció el corazón de Faraón, que no dejó salir de
su país a los israelitas.

Éxodo 12
29 Y sucedió que, a media noche, Yahveh hirió en el país de
Egipto a todos los primogénitos, desde el primogénito de Faraón,
que se sienta sobre su trono, hasta el primogénito del preso en la
cárcel, y a todo primer nacido del ganado. 30 Se levantó Faraón
aquella noche, con todos sus servidores y todos los egipcios; y
hubo grande alarido en Egipto, porque no había casa donde no
hubiese un muerto.
31 Llamó Faraón a Moisés y a Aarón,
durante la noche, y les dijo: «Levántense y salgan de en medio de
mi pueblo, ustedes y los israelitas, y vayan a dar culto a Yahveh,
como han dicho. 32 Tomen también sus rebaños y sus vacadas,
como dijeron. Márchense y bendíganme también a mí.» 33 Los
egipcios por su parte instaban al pueblo para acelerar su salida del
país, pues decían. «Vamos a morir todos.» 34 Tomó, pues, el
pueblo la masa, antes que fermentara y, envolviendo en los mantos
las artesas de la harina, se las cargaron a hombros.

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