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FACULTAD DE INGENIERIA CIVIL Y AMBIENTAL

ESCUELA PROFESIONAL DE INGENIERIA CIVIL

DEPARTAMENTO/PROVINCIA/DISTRITO:
Amazonas/Chachapoyas/Chachapoyas

ESTUDIANTE:

DOCENTE: Psi. Jorge Piedra

ASIGNATURA: Liderazgo Y Dinámica De Grupos

TEMA: Resumen De La Obra Los “Jijunas”

FECHA DE ENTREGA: 30-06-2016

CICLO: V
CAPITULO I

Así se abren las cortinas nocturnas y dan paso a la llegada del nuevo día, dejando ver bajo el
cóncavo cielo azul un paisaje excepcional. Los primeros rayos solares se disparan sobre los
tejados del pueblo inundando los campos y los sembríos, en cuyo corazón verdean los
maizales.

Como serpientes bicolores, amarillentos marrones y húmedos con su olorcillo a tierra mojada,
los caminos descienden zigzagueantes por las faldas de los cerros que rodean al pueblo de
Santo Tomás; escondiéndose entre los cercos de las huertas.

Camino del puente por la ruta de Trancurco, cruzando el pueblo por las calles principales
llegó hasta el barrio de Chichaca donde el Presidente de la Comunidad vivía, en cuya casa por
costumbre se hospedaba cada vez que visitaba el pueblo en comisión de servicio, cuya labor
era recolectar los tributos que los sembradores de coca pagaban mensualmente, con este fin él
hacía el viaje desde la capital del departamento hasta las haciendas y pequeños fundos del
valle de San Lucas, Cocabamba y otros.

Pocos sabían cómo se llamaba, la mayoría que lo conocían lo decían el “Cajero”. Era un
hombre de mediana estatura, no muy grueso, un bigote pequeño aparentaba un moscardón
negro asentado al pie de su nariz. Tenía cara de buen amigo, alegre, amable, buen
conversador, como todo viajero. Así dicen que fue el Cajero, que aquel día llegó al pueblo a
lomo de una enjatada mula, puesto un poncho negro de jebe como previniendo la lluvia,
inseparable atrás venía su perro negro que él llamaba “zambito”.

Venía contento este gentil hombre, silbaba por ratos y en otros tarareaba unas canciones que
sólo él sabía. Saludaba al que encontraba a su paso. Su rostro era conocido por las calles por
donde pasaba, aunque forastero, sus frecuentes viajes a cumplir con sus comisiones habían
hecho que cada mes.

CAPITULO II

Más allá en la huerta del Presidente verdeaba la inverna, donde cada vez que venía al pueblo
la mula retozaba y disfrutaba de su manjar. Azuleaban allí los ñudillos y amarillentas,
blanquecinas se veían las flores de las shullmas, dulce manjar de los animales herbívoros, la
huerta estaba a penas a dos cuadras de la casa, por eso servía de posada de toda bestia de silla
o de carga de los visitantes del Presidente y es costumbre de todo tomasino tener una huerta
con pasto disponible por si acaso se susciten visitas foráneas. Es algo así como el auxiliar del
viajero, que tiene que madrugar a las haciendas del valle o a otros lugares, porque según ellos,
así el animal se encuentra a la mano para disponer en cualquier momento de su servicio.

Al llegar el alba el Cajero partió con destino a las haciendas y minifundios del valle a realizar
las cobranzas. Llevaba en el anca de la mula una alforja con fiambre que doña Fonsha lo
había preparado. Allí en un blanco mantel atado iban las tortillas de choclo, un poco de
cancha con tocino y en un plato de loza blanca con dibujitos iba un apetitoso picante de papas
con cuy que ha de ser el almuerzo del Cajero cuando este llegue a “Micuna pampa”, lugar
donde todo viajero almuerza, para luego seguir camino al valle. Atado en la frontera de su
montura iba un poncho enjebado alistado para pasar la cordillera, pues en ella casi siempre
llueve, eso el Cajero ya lo sabía por sus experiencias pasadas.

-Vaya con Dios -Le había despedido doña Fonsha y él había respondido con una amplia
sonrisa, preparado estoy doña Fonsha, por lo mucho a las cinco de la tarde estaré en San
Lucas. Difícil es pasar la cordillera, luego la bajada ya uno se va como si nada. Así afirmó el
Cajero.

CAPITULO III

Llegó el fin de semana y avanzaron algunos días más, cuando al venir de la plaza casi al
medio día el Presidente Comunal se encontró con el Lifonso, un amable joven que siempre le
servía de ayuda en los quehaceres de la chacra y por el cual el Presidente sentía especial
afecto. -¿Qué te pasa hombre te veo medio triste o me parece? Díjole el Presidente al
encontrarle.

-Estoy medio preocupado, medio triste, no sé lo que tengo. Respondió el Lifonso.

-Ven y cuéntame qué te pasa. Insistió don Sheba -que así se llamaba el Presidente. Los dos
hombres se pararon a la vera de la calle y siguieron conversando por un largo rato. Hasta que
el Lifonso haciendo aflorar su existencial humanismo de sus diecisiete años dijo, dirigiéndose
afectuosamente a don Sheba. -Usted es como mi padre Presidente, si no fuera malcriadez me
tomaría una copita con usté. Bueno Lifonso acepto el trato, y con este friíto cae a pelo el
traguito, vamos hombre, vamos.

Los dos hombres se introdujeron en la cantina más cercana. Nadie sólo ellos habían en su
interior, adelantándose el Presidente tocó con los nudillos de la mano derecha el viejo
mostrador y de tras de una ligera cortina de plástico azul apareció la cantinera.

Una media de traguito doña Andrea por favor dijo el Lifonso en cuya voz se escuchó un
ronquido extraño que mezclaba la melancolía y la pena.

Y así continuaron hablando de muchas cosas, sus experiencias, etc.

CAPITULO IV

Por el frío que azotaba, el Presidente se encontraba junto al fogón y con la puerta de la cocina
cerrada. Al asomarse el “Zambito” no vio a nadie y pensó. Podría hablar, llamaría, dijera lo
que he visto, contaría lo que a mi amo lo hicieron, acusara a los culpables, dijera que tengo
hambre, que hace días estoy cuidando a mi dueño y que no he comido nada, que he vuelto a
buscar la alforja en el camino, pero también se habían llevado esos cobardes. -Sentado sobre
su cola esperando que por un milagro se abra la puerta. Hasta que el presidente abrió la puerta
y pensó que algo malo le había pasado al cajero y se dirigió a la comisaria.

CAPITULO V
En las piedras de las veredas, se limpió el barro que tenía en los llanques y luego ingresó
apresurado al despacho policial, en el interior de la comisaria no estaba más que el Comisario
que sentado en una silla rústica junto a su escritorio, se encontraba con la cabeza gacha
dejando entrever una corona desnuda de una cabeza pelada, en algo se entretenía por eso no
había levantado la mirada, cuando el Presidente hizo su ingreso en el recinto. Para llamar su
atención éste hizo el ademán de toser y sacándose el sombrero dijo:

Buenos días comisario. –Buenas contestó éste y siguió en su quehacer sin mirar al visitante. -
¡Comisario! dijo nuevamente el Presidente tratando de hacer por lo menos que lo mire. Si,
diga, lo escucho respondió el Comisario, casi gritando, pero no levantaba la cabeza-Ah ¡era
usted. Señor Presidente. Disculpe, tome asiento y lo menciono la inquietud que tenía.

El Presidente lo miró compasivamente y pensó para sr “una persona miedosa como este debe
morirse mejor”. Pero complaciente contestó. -Entonces dígales a sus tres hombres que
mañana irán con migo. Al día siguiente marcharan los tres guardias el Presidente Comunal y
el Lifonso en busca del extraviado Cajero del Banco de la Nación que por días no era
encontrado.

Esa noche después de recibir las órdenes, los guardias se acostaron temprano, colocaron las
tres camas juntas para despertarse a la misma hora.

CAPITULO VI

La luz del alba les sorprendió en las laderas de “Apanguray” y allí recién se dieron cuenta
cómo iban vestidos los cinco caminantes de la caravana. El Presidente y el Lifonso iban con
su poncho de lana de color granate con tres rayas de color nogal, los pies rudos cubiertos con
gruesos llanques, un enfundado puñal a la cintura y un pesado sombrero de ramos les cubría la
cabeza, mientras que los tres policías iban vestidos de gruesas polacas de color verde y un
gorrito de campaña les cubría la cabeza, sus pies estaban abrigados por negras botas de cuero,
junto a ellos caminaba inseparable el negro perro llamado “Sambito” husmeando y
escudriñando cuanto bosquecillo se cruzaba en su camino. Iba muy inquieto de rato en rato
hacía volar perdices de las ribera de los caminos o de junto del cerco de las chacras. Se ponía
a ladrar a cuanto animal encontraba y las vacas molestas arremetían contra él, y él respondía
con una huida fugaz de los agudos cuernos que lo amenazaban, hasta que el Presidente lo
gritó de repente: Quieto animalito. ¿No puedes andar tranquilo? Desde aquel entonces el perro
marchó inseparable por todos los parajes que iban recorriendo los cinco hombres.

Comenzaron a ascender el cerro del Siogue, llegaron a una lomita y allí se sentaron a observar
por unos instantes. Luego el Presidente Comunal que dirigía la caravana. Dijo: -Vamos a
chacchar aquí mientras se abre la nube de la cordillera para ver con más claridad los
pajonales.

Después de descansar por una media hora más o menos renovaron la marcha, cruzaron una
travesía y luego entre roquedales rotos por el camino comenzaron a subir nuevamente y
bruscamente penetro el airecillo helado que les atravesaba las gruesas vestiduras. Les recordó
que acababan de entrar en un pequeño pajonal. El viento comenzó a soplar lento pero fuerte
como dando la bien venida a los caminantes al frígido paraje de la cordillera. Los hombres
comenzaron a protegerse las orejas con gruesas chalinas y entre ellos se decían: “¡que rico
friiiito¡”. Siguieron avanzando hasta llegar a cruzar el cerro “Culquinchir” para luego
descender por caminos empinados. Allá abajo entre pajonales serpenteaba el rió San José,
cuyo ruidoso caudal hacía llegar hasta los oídos ese murmullo hipnótico de las aguas en su
conversación íntima con los roquedales que dejaban entrever aguas cristalinas que
espumeaban en cada recodo caprichos que el río daba.

El río esta descargado, señal que estos días no ha llovido mucho -comentó el Presidente.
Luego prosiguió: -Por acá debemos de tener mucho cuidado, ya que como verán, estos
callejones que encajonan los caminos son muy aparentes para que algún matrero tienda una
emboscada.

¿Qué habla? Se dijo para sí mismo el guardia Arellanos, sin comprender lo que el Presidente
Comunal intuía. Más abajo, en un recodo del camino volvió el Presidente a decir: Aquí
esperemos a que se despejen esos cerros del frente y este que da para “Lajas” así podremos
ver cualquier vestigio.

CAPITULO VII

Cuando el sol ya había ocultado la desolación en la puna era de una celebridad fúnebre unos
buitres revoloteaban sobre los más elevados pajonales. Luego se encontraron con Calacencio
y les conto que encontró un cadáver. Los guardias y el Lifonso comenzaban a temblar, nunca
habían visto un muerto más aun en plena cordillera donde duela la barriga con la misma soledad…
Cómo será cuando hay un muerto que cargar se decían entre si imaginariamente sin pronunciar palabra
alguna.

Un perro aullaba mirando penosamente. Era Sambito el perro del cajero, que se había adelantado y
el único que muy bien sabrá del fin que había pasado su amo ¡Ah si pudiera hablar! Parecía
lamentarse en su aullido.

El Presidente comprendiendo su dolor del animal que con su quejumbroso aullido hacía retumbar las
quebradas haciendo más triste la soledad de las comarcas que les rodeaba. Se dijo para sí mismo.
“Los animales sienten pena por los hombres ¿Por qué será que los hombre no tienen pena por los
hombres? Y luego lanzó al aire un profundo suspiro y mirando al delo quiso en el azul infinito
encontrar una respuesta.

CAPITULO VIII

Tómele algunos datos de ley: color de ropa, heridas posibles que causaron la muerte, para
detectar el posible móvil del crimen y algunas declaraciones al Calacencio -ordenó como
especialista el Presidente.

Traumatismo encéfalo craneal, hematomas en todas las partes del cuerpo, ninguna señal de
haber recibido impacto de bala, era la lectura del cuadernito de apuntes que había tomado el
guardia Arellanos, mientras que la declaración del Calacencio solo se añadieron frases como
éstas: “ yo no ley visto jefe, fue mi pe, pe, perrito el que ladraba y ladraba y fui yo a mirar a
quien tanto ladraba el animalito y aymesmo le vi el cuerpo de este cadáver, y aymesmo corrí a
quien avisar y menos mal que les encontré a ustedes mesmos, si no hubiera ido hasta el
pueblo todavía avisar”. Concluyó su declaración, visiblemente apenado el menudo hombre.

Con el cadáver del Cajero a cuestas salieron los hombres hasta el camino grande, el frío de la
puna se había acentuado, pero por el esfuerzo que hacían y el continuo accionar ya no lo
percibían. Uff, descansemos un rato -dijo el Lifonso que sólo para decir eso abrió la boca,
pues toda la travesía lo había hecho en silencio, tratando de adivinar los pensamientos del
Presidente comunal quien se mostraba silencioso y misterioso también.

¡Sí, sí, descansemos un momento- repitió el Presidente y se sentaron sobre la mullida paja, la
camilla improvisada que había sido hecha de los ponchos y dos gruesas maderas para evitar
que se rompiera en el camino y con un tercer poncha cubrían el cadáver del infeliz Cajero.
Nadie se atrevía a preguntar ni a comentar. Todos en silencio y confabulados con el ruido que
producía el viento al soplar en los pajales. Sólo se escuchaba el sonido de los poros que el
Calacencio, Lifonso y Presidente se pusieron a chacchar, mientras que los tres guardias
parecían ausentes, no hablaban ni opinaban nada. Parecían temerosos ante el ocaso del sol que
se iba desapareciendo por el Oeste.

CAPITULO IX

Cuando el Lifonso llegó al pueblo, el sudor había empapado casi todo la espalda de la camisa
y por su frente resbalaban continuas gotas de cristalino sudor que el secaba en forma
automática con el dorso de su mano.

La luna había salido cuando él redobló el cruce del camino y comenzó a descender con
dirección al pueblo. Cruzando por la puerta del cementerio llegó hasta el ancho camino que
por fin lo conducía directo a la casa del Presidente. Eran las siete de la noche más o menos,
hora que algunos hombres comenzaban a recogerse a sus casas de las faenas cotidianas.

Con los nudillos tocó apresurado la puerta de la casa del Presidente; de inmediato apareció en
la puerta la figura imponente de doña Fonsha. En su rostro se notaba la preocupación.

¿Qué te pasa muchachito? le dijo:

El Ca, Ca, Cajero doña Fonsha. Al cajero le han matau.

¡Ah!, ah, Jesús Dios bendito. ¿Dónde? Y su mano automáticamente hizo la señal de la cruz
en la frente, mientras que el Lifonso explicaba la tragedia del cajero y donde fue hallado y con
quienes se encontraba el Presidente y cuál era su misión de él en el pueblo. Apareció en la
puerta junto al Lifonso doña “Mash” .Marcela se llamaba la comadre.

En mi puerta ey estau cumita, hilando, aprovechando la luz de la luna y ley visto pasar al
Lifonso, ¡uisss!, se erizó mi cuerpo, será pue hey pensau malas noticias trae y hay no más me
ey venido a preguntar que ha pasau cumita.

Dicen que al Cajero le han matau.¡Almas benditas! El pobre hombre tan caballero que era,
aquí
CAPITULO X

La quietud de los días sedentarios había vuelto al pueblo. El airecillo de las tardes de agosto
mecía lentamente los saucos frondosos y unos que otros eucaliptos hacían rechinar sus
gruesos tallos al vaivén del viento. Mientras que los niños estaban metidos en sus quehaceres,
por un recodo de la calle principal asomaba un hombre, mal trajeado y desconocido, que todos
suspendieron sus quehaceres para poder observarlo. Algunos temblorosos abrían la boca para
saludarlo al cual el forastero respondía con una reverencia. Los niños elevaban sus fantasías
acerca de ¿quién será? mientras algunas gentes decían: ¡ese hombre es un loco! y se iban
aglomerándose en las esquinas para verle pasar y el hombre seguía sus pasos indiferente a las
miradas curiosas de hombres y mujeres que murmuraban sabe, quién, qué cosa, acerca del
misterioso hombre.

CAPITULO XI

Llegó noviembre y con él, día de las almas, casi todo el pueblo se había congregado en el
cementerio para honrar la memoria de sus muertos. Después de la misa celebrada en la capilla
y el responso cantado en latín para los muertos, por el maestro Crisho, los concurrentes
comenzaron a desplazarse cada uno en busca de la tumba de sus seres queridos. Allí iban
colocando algunas velas y muchas flores de geranio y margaritas que adornaban las tumbas.
Otros regaban las resecas tumbas con agua bendita, luego se postraban de rodillas frente a una
cruz de madera que les recordaba la fecha de nacimiento y muerte de sus seres queridos. Allí
comenzaban a rememorar a sus difuntos con llantos tan lastimeros que rompía el alma en
pedacitos, y luego este llorar tan solemne se iba contagiando, tumba por tumba hasta que el
cementerio se convertía en un llorar colectivo.

Pasado el mediodía y las lágrimas agotadas, algunas mujeres se sentaban al pie de la cruz
grande a conversar de sus antepasados. Algunos hombres bebían aguardiente en amena
conversación y los chicos indiferentes al dolor de sus padres jugaban a las escondidas, las
chapadas o al fútbol con una improvisada pelota de trapo.

Por el camino que venía de la cordillera se vio asomar a una pareja de policías montados en
grandes mulas que pertenecían al puesto policial del distrito, atrás de las briosas mulas venía
atado de manos un pequeño hombre, cabizbajo, y que caminaba a escondidas entre las mulas.

CAPITULO XII

El invierno había llegado y las lluvias arreciaban. Era el mes de enero. Por las noches los
cielos parecían partirse en dos y el eco de los relámpagos se estrellaba entre los cerros lejanos
de la cordillera. El Lifonso con el Presidente se encontraba conversando en la puerta de la
casa desde donde se divisaba las extrañas siluetas que dibujaban los rayos en las oscuras
lejanías. -Ojalá mañana no llueva para la “obligación” Comentó el Presidente. -¡Ojala!
Respondió el Lifonso un poco emocionado, pues era su primera faena comunal que él iba a
participar como regidor del pueblo. Cómo será estar como autoridad y entropado con los
comuneros mayores y a demás todos trabajando para mejorar los caminos, o limpiando los
pozos de aguas cristalinas. Se veía a él mismo imaginariamente junto al Presidente en la faena
y en su ilusión apareció la figura de la Hermelinda trayéndole el almuerzo con un poco de
chicha que él brindaba con el Presidente y su esposa, sin darse cuenta sonrió y luego suspiro.
¿Qué pasa? Pregunto el Presidente mirándole a la cara. ~ Nada, nada, respondió el Lifonso,
abandonando su paraíso de ilusión

CAPITULO XIII

Don Froilán, un hombre dedicado a los quehaceres de la mujer se encargó de hacer la cancha
para el fiambre del Lifonso. Muy de madrugada se despidió de su madre. Ella lo hizo notar su
descontento, afirmando: -No hubiera querido que te vayas, pero tú te empecinas en irte -
voyme, mehaz de cuidar al caballo, que no le falte su comida y su agua, así cuando tú no
puedas caminar él te cargará. Anda llevando tu perrito pa que te acompañe, le dijo.

Lifonso montó en su alazán y desde sobre la montura le dijo -no te preocupes mamá yo
vendré pronto trayendo tu fruta, harto dicen que hay por esos valles. Así se alejó al trote y se
perdió por el recodo del camino con dirección a Quishcango. En el camino se puso a silbar y
su silbido se confundió con el trinar de las aves que cantaban cerca del camino. Así cruzó las
frías cordilleras, llegando a “Mikunapampa” almorzó un suculento picante de papas con cuy
que las manos sagradas de su madre habían preparado en la noche.

Por otro lado en la hacienda de San Lucas volvía la quietud de las tardes labriegas, con
lampas en los hombros algunos peones retornaban a sus bohfos, otros en los caminos
apresuraban el paso de sus burros para llegar a sus destinos antes que la noche caiga, subían
apresurados cuesta arriba, por los zigzagueantes caminos de Cedropampa, rumbo al caserío de
Pircapampa, mientras que ellos subían, Lifonso descendía siguiendo la ruta posible que fue
recorrida por el Cajero, desde que comenzó a descender por el camino, su mente no se
apartaba de aquel dia en que capturaron a su amigo Calacencio, le dolía y lo fastidiaba la
injusticia y en su mente resonaban preguntas que cautivaban aún más su alma.

CAPITULO XIV

Un angosto sendero zigzagueaba en las faldas del cerro y alli abajo el río de San Lucas
burbujeaba cantaban entre negruzcos roquedales, paisaje embrujador que inspiró la voz de
Belinda.

“ya viene las cerrazones Trayendo ríos y montes Noticias vendrá trayendo Noticias de mi
cholito”

Así verbalizaba el eco entre cerro y cerro, la voz dulce de Belinda se confundía con el trinar
de las aves que disfrutaban de la sombra en las orillas del río, mientras iba descendiendo
quebrada abajo. Atrás de ella como fiel guardián iba el mudo Higinio quien con sus torpes
pasos hacia rodar las piedrecillas del camino y Belinda con su exquisito cantar parecía romper
el hechizo del paisaje mañanero a las orillas del río.

-¿Dónde está la casita de herramientas? Pregunto con su voz y sus gestos volteándose a mirar
al mudo.

Higinio sonrió y con su dedo índice señaló al otro lado del río entre el follaje de mangos,
paltos y naranjos. Se notó un negruzco techo que estaba escondiendo allí la cabaña. Belinda
para asegurar su ingreso revisó inmediatamente en su cintura la presencia de la llave de la
cabaña y alli colgado de una cinta multicolor estaba enmohecida una llave alargada y
negruzca. -“¿Qué habrá allí adentro?, ¿Qué casita tan misteriosa?” Se replicó para sí, mientras
a solas sonrió

CAPITULO XV

¡Ha llegau la Hermelinda, la Hermelinda! -Lifonso ha llegau su sonso ¿no las visto? ¡no ley
visto a nadie! dijo el Lifonso, sin dejar de observar el aparejo de su burra negra que estaba
cociendo con una gruesa guatopa.

-¿A mí me quieres hacer el perro muerto?… Si ella ya no vendrá nunca más, ¿Por qué mientes
muchacho he mierda? ¿Crees que yo soy tonto o qué? Así respóndiole al muchacho, como si
este en verdad estuviera mintiendo, pero el mozuelo que era el vecino de la Hermelinda había
recibido cincuenta centavos por avisarle al Lifonso que vaya al chorro y que ella lo esperaría
allí, pero este se negaba a creerle, por lo que el muchacho insistió: -¡Si' Lifonso! Ha llegau
hoy en la mañana y mira lo que me dau, y en las manos callosas y ennegrecidas del mozuelo
apareció una brillante moneda de cincuenta centavos.

-Dijo el Lifonso un tanto asombrado y comenzó a pensar para 51’ mismo, “entones es cierto,
es cierto”. Y su enamorado corazón comenzó a latir desesperado, sus manos comenzaron a
temblar ligeramente y con voz entre cortada díjole al muchacho. ¿Y te ha dicho que vaya a
esperarle en el chorro?

Si, Lifonso. Dijo el muchacho con emoción triunfal. -qué vayas replicó.

Pues dile a tu Hermilindita que de aquí no se mueve ningún Lifonso, ¡Ja! ¡Que se habrá
creído! No voy a ir. --Dijo. -Dile así, que no voy a ir. Replicó. Y antes que el Lifonso
concluyera de hablar la última palabra, Fico que así le decían al muchacho ya estaba fuera de
la tranca con el recado en mente.

CAPITULO XVI

Cuando Salatiel salió de la hacienda de San Lucas eran aproximadamente las tres de la
mañana. Algunas aves nocturnas volaban del camino y, de vez en cuando, se sentía el fuerte
olor a zorrillo, animal nocturno que siempre merodea los caminos en busca de “añashcuros”
gusanos aperitivos al parecer para su exigente paladar.

La luz del alba le sorprendió cruzando el caserío de Pircapampa e inmediatamente comenzó a


recalentar el día. El venía en un profundo ensimismamiento metido en sus pensamientos le
dolía el alma. Al recordar cómo Belinda lloró la tarde anterior cuando él le comunico su
partida. _“No te vayas le había suplicado. -Sin ti no podré vivir”. Y su voz suplicante y
lastimera sonaba aún en su conciencia. Sentía ganas de volver del camino y abrazarla y nunca
más separarse. Quedarse a su lado por todo el resto de su vida, pero una fuerza misteriosa le
impulsaba hacia delante, “yo vine. Se decía, yo vine a la hacienda a trabajar y ahorrar mi
platita para ir a Lima a estudiar ya han pasado tres casi cuatro años y debo marcharme, ¿quién
me manda a enamorarme?, ¡carajo! Se lamentaba. -Y así sin darse cuenta se había quedado
observando una rama de Chishca en cuya “pashca” de su rama se confundía un pajarillo que
chillaba, que cantar tan extraño salía de su minúsculo pico y ensamblado en la naturaleza
como una sola pieza pájaro y planta, casi no se distinguía su presencia.

Arriba en la falda del cerro una nube azulada arropaba los árboles, y solitario en un vuelo
lento y majestuoso piaba de vez en cuando un gavilán.

-¿Por qué siento tanta tristeza a esta hora? -Se preguntó tras de una nube gigantesca el sol se
había ocultado y el friecillo y tras de él iba su hermanito menor a retomar el caballo cuando el
camión que pase por la carretera lo recogiera con dirección a la ciudad capital del
departamento y de alli a la ciudad de Lima.

CAPITULO XVII

Los maizales florecían en las huertas y los choclos maduros comenzaban amarillar sus hojas,
sobre la hierba la escarcha estaba regada por todos lados. Sobre algunas hojas grandes de los
chipches había caído selectivamente la helada. Era junio, cuando el Lifonso muy de
madrugada llegó a la casa del Presidente.

-Buenos días don Sheba.

Que pasa hombre, porque muy de mañanita. Repuso el presidente, que se encontraba
tomando su caldillo de huevos con choclo, con amabilidad lo invito a sentarse junto a él, al
lado de la tushpa. -Jala ese pisuquito y siéntate por acá muchacho. Le dijo.

Toda la noche no he podido dormir y vengo a contarle lo que pienso hacer con mi vida y
quiero que uste me ayude. Como sabe ya construí mi casita. He sembrado todas las chacritas
de mi padre y el maíz esta bonito, va haber buena cosecha, así que he pensau, he pensau -
Titubeo el Lifonsoy el Presidente se quedó mirándole fijamente a los ojos como queriendo
leerlo el pensamiento. Hasta que por fin Lifonso, como liberando su alma cautiva pronuncio:

Quiero casarme este año y ey pensau que uste y ña Fonsha deben de ser mis padrinos, ustedes
más que naide me conocen y siempre les he querido como a mis segundos padres.

¡Ah! Caray, hombre me agarraste frio y de madrugada. -dijo el Presidente un tanto sonriendo.
Y volteando hacia su mujer, le preguntó:

Tú qué dices Fonsha, ¿le apadrinaremos a este muchacho?, que rápido creció y se hizo
hombre, me parece que fue ayer no ma cuando le vimos dar sus primeros pasos, con su
mantilla.
CAPITULO XVIII

Las frígidas cordilleras y los humedecidos pedregales de los ásperos caminos sólo sabrán
hasta dónde avanzó el Cajero en su regreso a la provincia. Por lo demás sólo son versiones y
nadie puede afirmar, dónde en realidad tuvo lugar el horrendo crimen que conmovió a más de
un pueblo y permaneció por muchos años en la mente del pueblo Tomasino. Unos afirmaban
que el cadáver fue traído por los asesinos desde sus propias haciendas y fue escondido en la
puna, otros decían que fue en el lugar que lo escondieron donde lo mataron, pero Rolando el
mayor de los hermanos había afirmado en su declaración cuando fue interrogado en la
dependencia policial de Chachapoyas: Es usted dueño de esta carabina Sí señor, dijo
sueltamente. Y tarde ya fue su arrepentimiento cuando quiso negar su versión Dijo usted que
es suya la carabina. -lnsistió el oficial. Bueno es mía, ya le dije y fui yo quien mató al Cajero,
pero dejo constancia que allí no se dio ni un solo tiro. De una vez quiero mi sentencia. Había
pedido al oficial el facineroso.

Lo mismo había dicho el segundo hermano e igual confirmaría el tercero de los hermanos.

CAPITULO IXX

La fidelísima ciudad de Chachapoyas amanecía casi somnolienta. Sus calles angostas y


virreinales lucían desiertas aún llegado el alba. Apenas el sol calentaba y las horas avanzaban
se iban abriendo las puertas de los establecimientos comerciales, panaderías y bodegas
comenzaban a atender a sus clientes y por las calles la gente canasta en mano comenzaba a
transitar camino al mercado de abastos. Mientras que otros bien trajeados o enternados se
dirigían a sus centros de trabajo. Casi todos se saludaban al encontrarse. Se conocían
mutuamente, se llamaban por su nombre. -“Buenos días doña Asuntita, buenos días don José,
-como lo va don Antonio, que tal como está doña Olinda” se decían. Todos parecían una
familia. Así se iba el día, en una aparente rutina hasta que llegaba la noche. Eso de las siete,
los jóvenes se iban congregando en la plaza y luego como autómatas comenzaban a caminar
alrededor de la plaza. Unos venían y otros se iban en amena conversación, cuando llegaba los
días sábados una gran mayoría congregaba en la catedral para escuchar los sermones
sabatinos del padre Reátegui.

Un día de estos, cumpliendo casi una rutina, un hombre desconocido por todos a quien nadie
saludaba y a veces ni enterados se daba de su existencia cuando lo encontraban, iba enajenado
y extraviado en sus pensamientos de delirio. Taciturno con los pasos cansinos y meditabundo
iba calle tras calle sin saber a dónde, ni a qué. Sus pies descalzos y ennegrecidos por el barro
del camino recorrido. Su rostro lleno de suciedad, que no podría ser reconocido por alguien
que antes lo conocía, delgado y de cabellos largos entre unidos por la suciedad, hace. Cuantos
años que por aquel cabello no ha pasado peine alguno.

CAPITULO XX

Un día jueves de marzo amaneció nublado. El frío se filtraba por entre las paredes gruesas de
tapial que circundaban un edificio antiguo que convertido en penal alojaba a los sentenciados
por la justicia del departamento de Amazonas. Por las rejas de la cárcel apenas se filtraba la
claridad que venia del patio. En uno de los rincones de la celda un hombre se quejaba de
dolor. Cuando el policía entró a ver de quién se trataba, encontró que Rolando aquejaba de
una fiebre alta que le hacía sudar. Habían pasado cuatro años en cárcel y esta era la primera
vez que se enfermaba. Fue sacado al tópico y allí, por la incesante tos que lo atacaba el
enfermero dijo: ¡Creo que este tiene TBC! -Chucha se jodió Afirmó el policía... y con ademán
de toser dijo= creo que ya me contagió. Hay que trasladarle al Hospital Regional. ~ Yo no
voy. Que lo lleve el técnico del INPE -Se disculpó el policía, mientras se iba retirando del
recinto. Rolando fue trasladado al hospital. Pronto corrió la noticia entre los reos del traslado
al hospital del preso y supo también su hermano Melquiades quien al enterarse de la noticia
esbozó una ligera sonrisa Esta es su oportunidad se dijo, luego retirándose del grupo que se
encontraba hablando del tema se dirigió a uno de los extremos del corredor donde uno de los
reos tallaba una madera dándole la forma de una alcancía y allí se pusieron a conversar. ¿Tú
de ónde eres? interrogó Melquiades, - Yo soy de Luvín un anexo de Santo Tomás y ¿tú? ~ Yo
soy de Cocabamba. » Ah ¿y por qué estás aquí? Mate a un cojudo.

CAPITULO XXI

Durante tres días persistió la fiebre en el cuerpo de Rolando. Él estaba convencido que era la
terciana, pues le hacía recordar su lejana infancia cuando una vez le pescó esta enfermedad,
que le daba fiebre, le retorcía el cuerpo y le dolian los huesos; pero, los médicos habían
determinado que era tuberculosis. Así que esa mañana de visita médica, el médico de turno le
comunicó que al día siguiente será dado de alta para seguir con su tratamiento ambulatorio en
el mismo penal de su reclusión. Esta noticia puso de sobre alerta a Rolando quien se dijo para
sí mismo. “Yo a la cárcel ya no vuelvo, ni de vainas, ya no vuelvo.” Se puso a pensar casi
todo el día en qué hacer.

Después de haber cedido la fiebre, una extraña sensación invadió su existencia y comenzó a
preguntarse -“Me sacarán del hospital y me devolverán a la cárcel. ¡No, no! Alli yo no vuelvo.
Primero muerto” Y comenzó a planear su fuga desde el hospital.

“Tiene que ser esta noche se dijo” “no puedo esperar hasta mañana, tiene que ser ahora” Y
así se levantó sigilosamente de su cama y se acercó a la ventana que daba al jardin y pudo ver
a través de los vidrios que la oscuridad habia inundado todo el espacio, sólo en uno de los
rincones alumbraba un deficiente foco amarillento que salpicaba su luz sobre los geranios que
crecían como manojos esparcidos en casi todo el espacio del jardin. “¿Qué hora será?” Se
preguntó, “si no han traído la cena aún, es porque todavía no son las ocho” --Se respondió y
luego volvió con pasos lentos a su cama y siguió sumergido en sus pensamiento recostado
sobre el mullido colchón.

CAPITULO XXII

Una mañana, cuando el sol apenas se asomaba por las cumbres lejanas, llegó con pasos
apresurados don Nolasco hasta la casita de Belinda y sonriendo le dijo.
_ Belinda te traigo noticias de la banda. Aseveró refiriéndose a la hacienda de San Lucas.
Dice la señora Zulema que le visites que quiere hablar urgente contigo. De que será ñu
Nolasco? Dionde ley de saber. . .Así terminó una conversación fugaz que don Nolasco y
Belinda tuvieron esa tarde de la visita sorpresiva que este le hizo en la casita de la banda junto
al río.

Días después, en una mañana solariega cuando el sol extendía sus rayos sobre el valle y el río
cantarín y cristalino que como siempre de color inusual corría regando las playas de verdes
cocales, el viento mecía lentamente las frondosas plantas de cacao, naranjos y paltos que
crecían a las orillas de las sequías de regadío. Por el sendero que venía camino al río, Belinda
con su esbelta figura se deslizaba entre los roquedales. El sol comenzaba a calentar las
comarcas del valle y ella comenzó a recordar los días felices que se esfumaron conjuntamente
con la ausencia de Salatiel. Allí estaba la piedra de tantos recuerdos felices, donde por primera
vez sus labios se juntaron al de él y se juraron amor eterno. Bajo ese cielo azul e infinito del
valle y suspirando de pena, con voz entre cortada comenzó a cantar: “Ay! no se puede, no se
puede, Ay Olvidar a quien se quiere Ay! porque un amor que se quiere Ay ¡sólo con la tumba
muere, Ay sólo con la tumba muere, Belinda se dijo para sus adentros, entonces Salatiel no
vino por acá, se fue por Santo Tomás. Asi dijo el y otra vez como melancolía surgió la
pregunta ¿Dónde estará?, pero a la vez afloró una esperanza lejana. Por fin dentro de pocos
dias estarían en la misma ciudad yla esperanza se agrandó aún más cuando se puso a pensar
en que algún momento se encontrarfan y sería para siempre, para siempre. -Balbuceóy doña
Zulema que estaba atenta al rostro de Belinda se dio cuenta que algo decía, por eso le
preguntó:

¿Qué dices?

No, nada señora, estaba hablando sola -Se disculpó Belinda y otra vez sus pensamientos
volaron junto al río, de sus recuerdos donde la pasión y el amor comenzaron a germinar y hoy
el olvido se negaba adueñarse de ella. El sol de mediodía le doraba aún más el rostro mientras
ella se decía con tal optimismo ¡lo voy a encontrar! ¡Lo voy a encontrar! Y otra vez su
pensamiento se apoderó del valle, de la hacienda, del rio y del olorcito a flor de zacate, las
tardes bellas junto al rio el primer beso y el juramento. Y sin dudar ni un solo instante se dijo
para sus adentros el me ama, tan igualito como lo amo yo, mi corazón no me miente en algún
lugar el estará extrañándome, amándome como yo lo amo. La presencia brusca de casas para
ella raras aparecieron frente a sus ojos y lo obligó a preguntar, ¿qué pueblo es este, señora?
Estamos entrando a Chiclayo replicó la patrona, esta ciudad es muy parecida a Lima, ¿ya
estamos cerca?, no aún nos falta un día más de carretera, Dios no quiera se malogre el buz,
Dios no quisiera y otra vez se produjo el silencio mientras el carro se desplazaba entre
arenales infinitos, el olor a aguas de mar le invadió y ella lentamente se fue quedando
dormida, adormecida por el vaivén que producía el bus al desplazarse en la carretera, y en su
sueño volvió a vivir las tardes cálidas junto al amor de su vida en su valle querido.

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