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ME SIRVE NO ME SIRVE
no me sirve
no me sirve tan mansa
la esperanza
si me sirve la vida
que es vida hasta morirse
el corazón alerta
si me sirve
me sirve la medida
de tu vida
me sirve tu futuro
que es un presente libre
y tu lucha de siempre
si me sirve
me sirve tu batalla
sin medalla
me sirve la modestia
de tu orgullo posible
y tu mano segura
si me sirve
me sirve tu sendero
compañero.
MARIO BENEDETTI
Era un inmenso campamento al aire libre. De las galeras de los magos brotaban lechugas cantoras
y ajíes luminosos, y por todas partes había gente ofreciendo sueños en canje. Había quien quería
cambiar un sueño de viajes por un sueño de amores, y había quien ofrecía un sueño para reir en
trueque por un sueño para llorar un llanto bien gustoso.
Un señor andaba por ahí buscando los pedacitos de su sueño, desbaratado por culpa de alguien que
se lo había llevado por delante: el señor iba recogiendo los pedacitos y los pegaba y con ellos hacía
un estandarte de colores.
El aguatero de los sueños llevaba agua a quienes sentían sed mientras dormían. Llevaba el agua a la
espalda, en una vasija, y la brindaba en altas copas.
Sobre una torre había una mujer, de túnica blanca, peinándose la cabellera, que le llegaba a los pies.
El peine desprendía sueños, con todos sus personajes: los sueños salían del pelo y se iban al aire.
EDUARDO GALEANO
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Jonás hostiga a la ballena, la provoca, la insulta, le dice que se aprovecha de los peces pequeños
pero que es incapaz de devorar a un hombre, la llama mojarrita, arenque y otros epítetos injuriosos.
Al fin la ballena, harta, se traga a jonás sin hacerle el menor daño. Una vez dentro del vientre de la
ballena, Jonás empieza a correr de aquí para allá, da puñetazos y puntapiés, profiere terribles
alaridos. Al cabo de una hora la ballena, enferma de náuseas, lo vomita sobre una playa. Desde
entonces Jonás cuenta a todo el mundo sus aventuras con la ballena, inventa episodios fabulosos o
sangrientos, convierte la hora que pasó dentro del estómago de la ballena en días, en meses, en años
enteros. Afirma que la ballena le tuvo miedo.
EL DISCÍPULO
Durante largo tiempo el discípulo es atendido por un ayudante del Maestro. ¿Cuándo conoceré al
Maestro?, pregunta el discípulo. Todas las veces el ayudante le responde de mal modo: Cuando
seas dígno de él. El discípulo inclina humildemente la cabeza y estudia con ardor para ser digno del
Maes- tro. Hasta que comprende que el ayudante es el propio Maestro y que ha sido él, el discipulo,
quien lo rebajó de categoría. El Maestro lo había sabido desde el primer momento y se había
vengado con aquella arrogante contestación.
EL MAESTRO
Sumamente amable con su discípulo, lo rodea de atenciones, lo estirnula en el trabajo, le dice que es
un joven muy inteligente, que está muy bien dotado, le pronostica un porvenir brillante. Cuando le
corrige algún yerro, le pide disculpas. En general le señala aciertos. Pero un día el Maestro frunce las
cejas, tuerce la boca, por primera vez habla en un tono autoritario y colérico: ¡Te equívocaste!
¿Dónde tenes la cabeza? Has cometido errores garrafales. Entonces el discípulo, cortésmente, le da
la mano y se despide de su Maestro. Ha comprendido que ahora él es, también, Maestro.
MARCO DENEVI
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Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las
islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó construir un laberinto tan
perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se
perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de
Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de
Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde
vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio
con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en
Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó
a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tal venturosa
fortuna que derribó sus castillos rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima
de un camello veloz y lo llevo al desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo: "¡Oh rey del tiempo y
substancia y cifra del siglo!”, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas
escaleras, puertas y muros ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay
escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que te veden
el paso.
Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed.
La gloria sea con Aquel que no muere.
JORGE LUIS BORGES
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Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de
rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos
que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese
menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo
terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es
tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado
colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de
darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las
vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de
perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la
seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia a comparar tu reloj con
los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del
reloj.
JULIO CORTÁZAR
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Roberto J. Payro