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ar/arte-y-educacion-dos-campos-con-potencia-transformadora/
Las manifestaciones, las prácticas y los objetos artísticos tienen el valor de condensar
significados, de guardar memorias, de habilitar múltiples lecturas y de hacerse
presentes en nuestras vidas convocando la activación de una inteligencia sensible o
una sensibilidad inteligente. En ellas, se cimenta la posibilidad de detenimiento para
discurrir en los detalles, en la captación de aquello no evidente, no literal, en definitiva,
nos convoca a participar y a encontrar esas resonancias singulares, activando nuestra
imaginación en donde las marcas de lo social son inevitables. Es un campo que hunde
sus raíces en aquello indecible que nutre y le da sentido a la vida comunitaria. La
educación, desde un abordaje crítico, también, nos invita a trascender lo evidente para
dar sentido al mundo que habitamos, en un espacio donde se trama lo común. Por
algunas de estas cosas que menciono de un modo no exhaustivo, estoy convencida de
la potencia sinérgica que puede generarse desde el cruce de ambos campos en pos de
un proyecto emancipador.
Sin embargo, estos efectos sólo son posibles si se generan algunas condiciones
posiblitadoras que, no siempre, suceden. Cuando hablamos de arte y educación
hablamos de campos en tensión, en los cuáles las lógicas hegemónicas generan sus
efectos y disputan sus sentidos.
CF: Hay, entonces, una potencia en ciernes que encierra una tensión, ¿cuál es la
tensión que se presenta en el actual escenario educativo que le disputa al arte ese
potencial, esa fuerza y esa promesa transformadora, emancipadora y constructora de
nuevos entramados sociales más justos e inclusivos?
CL: Tal como lo plantean distintes autores, el capitalismo financiero, en su etapa actual
actúa sobre las subjetividades de modos sutiles, pero, potentes y eficaces a la vez. El
avance en la consideración de la emocionalidad es parte de aquello que se disputa en
la dinámica cultural actual. Boaventura de Souza Santos plantea que se busca generar
subjetividades resignadas que acepten el statu quo sin poder construir, siquiera
imaginariamente, la expectativa de cambio que aliente mejores condiciones para la
existencia cotidiana. Esto, por supuesto que permea los distintos campos y es parte de
aquello a problematizar en el campo educativo. Uno de los riesgos es que, al acceder
al campo educativo y, específicamente, al espacio escolar, el conocimiento que portan
las manifestaciones artísticas se burocraticen y se utilicen como meros medios para, en
vez de considerarlas como un campo de conocimiento con valor propio, para poder
ser combinado sinérgicamente con otros campos del saber en pos del enriquecimiento
de la mirada sobre el mundo.
La mirada que desconoce el valor de este campo y su dimensión disruptiva corre, por
lo menos, dos riesgos. Por un lado, un exceso de instrumentalización, de poner todo el
peso en la codificación técnica de las disciplinas y, por el otro, en considerarlo como el
campo de la libre expresión que el sujeto inaugura de un modo catártico, derivando
hacia un desdibujamiento de los legados que cimentan, también, su valor.
Por otra parte, estoy convencida que la suspensión de las rutinas habituales de trabajo,
la activación de procesos de comunicación en no pocas comunidades docentes, abrió
la puerta a que emerja algo de lo instituyente: se estrecharon lazos entre colegas a
una búsqueda de construcción de estrategias compartidas, intercambiando saberes, a
una alteración de supuestos y prejuicios, por ejemplo, sobre lo tecnológico, a
experimentar la potencia del encuentro. Pero, además de estos aspectos, creo que se
visibilizaron aspectos de la desigualdad, imágenes sobre este tiempo y esto,
seguramente, generará materializaciones metafóricas sobre el porvenir.