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La modificación,

Michel Butor
Cuando Cécile salga del palacio Farnese, el lunes por la tarde, lo buscará con la mirada,
lo descubrirá cerca de una de esas fuentes en forma de bañera, escuchando el ruido del
agua, viéndola aproximarse en el crespúsculo, atravesar la plaza casi vacía, ya no habrá
ningún vendedor en el Campo di Fiori, y sólo al llegar a la vía Vittorio Emmanuele
volverán a encontrar las luces y la agitación de la gran ciudad, con el ruido de los tranvías
y los letreros de neón; pero como todavía faltará una hora para la cena, es probable que
no tomen ese itinerario demasiado transitado, sino que caminen larga, lenta,
sinuosamente por las pequeñas callejas oscuras, tomándola de la cintura o del hombro,
como caminarán los recién casados si se detienen en Roma, o como se pasearán por
Siracusa si van allí, como lo hacen todas las noches las precoces parejas romanas,
hundiéndose en esa difusa muchedumbre de enamorados, como en un baño de
juventud, e irán a lo largo del Tíber, apoyándose de vez en cuando en el parapeto para
mirar cómo tiemblan los reflejos en el agua baja y negra, mientras sube de los pontones,
donde se baila, una música mediocre patinada por el aire fresco, hasta el puente de
Sant´Angelo cuyas estatuas tan puramente atormentadas, tan blancas de día, parecerán
manchas sólidas de tinta; luego, por otras calles oscuras, llegarán a esa espina dorsal de
la Roma de ustedes, a la plaza Navona, la fuente de Bernini estará iluminada, y se
instalarán, si bien no en la terraza porque ya comienza a hacer frío a esa hora, al menos
lo más cerca posible de una ventana, en el restaurante Tre Scalini, para ordenar el mejor
Orvieto y contarle a Cécile con todo detalle lo que haya hecho durante la tarde, a fin de
que ante todo esté totalmente segura de que usted ha venido sólo por ella, aun en ese
día en que habrán estado casi todo el tiempo separados, que no aprovecha de un viaje
impuesto por la casa Scabelli, porque es absolutamente impensable que en la base de
esa vida que va a comenzar para ustedes dos haya mentiras, ni siquiera la sospecha de
una mentira, y también a fin de hablar una última vez de Roma, en Roma, con ella.
En efecto, ahora que ella va a partir, y desde el momento en que tomó la decisión, se
fijaron las fechas, se hicieron los trámites, es decir, si no el lunes, al menos dentro de
algunas semanas como máximo, digamos en el momento de su próximo viaje a Roma
que será probablemente el último en que la encuentre allí, será para usted como si ella
ya se hubiera ido, ya que se pondrá a ver todo lo que ya conoce de la ciudad a fin de
poder amarrarlo más sólidamente en su recuerdo, sin tratar de profundizarlo más.
• ¿Dónde se encontrarán los enamorados?
• ¿Qué harán después?
• ¿En qué ciudad se encuentran los lugares mencionados?
• ¿Se ha producido ya el viaje?, ¿por qué?
• ¿A quién se dirige el narrador?

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