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All content following this page was uploaded by Juan Manuel Moreno on 14 September 2016.
Juan M. Escudero
Manuel Area
Antonio Bolívar
Ma. Teresa González
Amador Guarro
Juan M. Moreno
Pablo Santana
Pág. 123-144
Parte II Tema 5
Los modelos práctico-deliberativos sobre los que vamos a tratar en este capítulo
marcan precisamente una transición radical en la concepción misma de la relación entre
el profesorado y el currículum escolar. En este sentido, los profesores, a lo largo de los
años setenta y ochenta, en todos los países, dejan de verse como distribuidores de
proyectos ajenos, o como gestores de las decisiones tomadas por las administraciones
educativas para las que trabajan, para pasar a ser reconocidos como actores, creadores
y decisores en el campo del diseño y el desarrollo curricular. Con ello, puede decirse que
el diseño curricular, como proceso de toma de decisiones en educación, se democratiza,
se acerca a los actores que forman parte de la comunidad educativa, empezando por el
profesorado; además, el énfasis se traslada desde la utilización de reglas y
procedimientos técnicos de elaboración del currículum que acabamos de ver al análisis
de la práctica diaria en la que tienen lugar los procesos de diseño y desarrollo curricular.
Este capítulo está muy relacionado, obviamente, con los capítulos anterior y
posterior (modelos técnicos y modelos críticos); deben estudiarse conjuntamente, pues
las referencias y el contraste entre los tres ha de ser constante. Cada uno de los tres se
comprende y elabora con la ayuda de los otros dos. Por otro lado, los conceptos que se
desarrollarán aquí con más detalle ya fueron introducidos en el capítulo I. Ahora, tras
exponer los presupuestos teóricos de los modelos de diseño práctico-deliberativos, que
pertenecen a la tradición interpretativa previamente explicada, describiremos y
analizaremos críticamente algunas de sus líneas concretas en el diseño curricular, para
terminar con un balance de estos modelos y sus aportaciones a la teoría y práctica
curricular.
Hasta bien entrados los años sesenta, los modelos tecnológicos de diseño curricular
no eran tan sólo los dominantes (todavía, en buena medida, lo son) sino, simplemente, la
única dirección en que se había pensado hasta ese momento el diseño del currículum.
Como se ha dicho, la tarea de elaborar un currículum tan sólo tenía que ver con la
responsabilidad administrativa de presentar eficaz y eficientemente el conocimiento
académico a los estudiantes, y de manera que su aprendizaje fuera evaluable. El texto de
Posner (1988: 79-80) que presentamos a continuación nos da la clave y una excelente
síntesis sobre lo que estamos planteando:
Tal vez la principal razón del predominio del modelo de diseño curricular basado en
el "Tyler Rationale" esté en su consistencia con nuestras concepciones de fondo acerca
de la escuela y del proceso mismo de planificación del currículum... Lo escolar se concibe
como un proceso cuyo propósito principal es el de promover o producir aprendizaje... los
objetivos se plantean en términos de aprendizaje previsto y deseable; la evaluación del
éxito de la escuela se realiza casi exclusivamente en función del rendimiento obtenido en
los tests... el currículum se define en términos de resultados previstos de aprendizaje.
Así, la escuela se concibe como un sistema de producción en el que los resultados de
aprendizaje de cada individuo son el producto primario... La planificación del currículum
Dicho en breve con otras palabras, cuando la tarea del diseño curricular -y con ella el
discurso teórico sobre el mismo- comenzó a acercarse a la práctica diaria de los centros
educativos y de las aulas, la propia concepción de dicha tarea, de su naturaleza,
implicaciones y propósitos, cambió de manera radical. Surgen en este momento los hoy
conocidos como modelos prácticos o deliberativos de diseño y desarrollo del currículum.
Tal vez, el primer autor en relacionar el diseño curricular con el lenguaje y las exigencias
específicas de la práctica, y en apelar a la racionalidad deliberativa como alternativa a la
racionalidad técnica, fue J. Schwab (1969). Muchos otros teóricos del currículum, sobre
todo a lo largo de los años setenta y ochenta, siguieron en esta línea. Entre ellos,
destacan Reid (1981) y Walker (1971), a quienes volveremos más adelante. A pesar de
ello, como el lector sin duda imaginará, estos modelos tienen raíces muy profundas en
la historia del pensamiento en general y de la pedagogía en particular. Así, la visión
práctico-deliberativa del diseño curricular está, de manera inmediata, inspirada en el
pragmatismo filosófico y pedagógico de Dewey, y, en su desarrollo ulterior, debe mucho
a la epistemología genética de Piaget, a la psicología cognitiva aplicada a la educación
en general, y a la teoría del desarrollo moral de Kohlberg.
Como ya adelantó Antonio Bolívar en el capítulo que abre este manual, a finales de
los años sesenta Schwab se permitió vaticinar la muerte del currículum como campo de
estudio a menos que se diera un giro radical hacia la práctica. Para este autor, el
discurso teórico, en este caso vale decir también técnico, sobre el currículum estaba
agotado y sin posibilidad alguna de renovación y progreso. El campo del currículum
debía, pues, abrirse al ámbito de lo práctico, al lenguaje de la práctica y al reto de
comprender la naturaleza, la textura especial, de los procesos por los cuales se
construía, configuraba y desarrollaba el currículum escolar. El que se afirme que los
problemas curriculares son prácticos y no teóricos en modo alguno implica que no se
pueda teorizar sobre ellos, sino algo muy distinto: que se plantean en un lenguaje, en
unas situaciones y en un contexto radicalmente distintos, a saber, el de la acción
práctica, donde no caben soluciones únicas derivadas de ningún principio gene- tal o de
la aplicación de ningún procedimiento maestro. La práctica educativa, y por ende la
curricular, es compleja y multiforme, está transida de incertidumbre, y se presenta a
nuestra experiencia en forma de situaciones únicas e irrepetibles. Además, la práctica
tiene lugar sumida en un determinado contexto socio-histórico, es decir, un contexto
que no supone tan sólo un marco o encaje sincrónico -en el presente- sino también
diacrónico -enraizado en un pasado y proyectado hacia el futuro.
Este cambio de visión permitió inaugurar una consideración mucho más cuidadosa
-y respetuosa-, acerca de las características peculiares de la práctica docente en
relación con el diseño y el desarrollo del currículum. Así, por ejemplo, el conocimiento
práctico que los profesores construyen a lo largo de su carrera docente aparece como
un ingrediente fundamental de los procesos de diseño curricular. De hecho, la
investigación sobre el pensamiento del profesor, en el marco de lo que antes hemos
llamado tradición interpretativa en investigación educativa, se encargó durante los años
siguientes de confirmar y reforzar las tesis de Scwhab. En una revisión reciente de esta
línea de investigación, Moallen y Earle (1998) nos ofrecen una síntesis de las
conclusiones más relevantes a este respecto.
Los profesores comienzan (a hacer previsiones curriculares) con una vaga idea de
una actividad instructiva que con alta probabilidad interesará a los alumnos, y sobre ella
elaboran poco a poco, pensando simultáneamente sobre sus alumnos, sobre el
contenido de las lecciones o unidades, las experiencias previas en situaciones análogas
y muchos otros factores. Una vez que el diseño ha tomado la forma de un enfoque
integrado que sólo puede mejorar a través de la reflexión constante, pueden emplear
varios procedimientos típicos del diseño curricular (análisis, desarrollo, implementación,
evaluación) de manera no lineal en tanto que herramientas relevantes para tomar
decisiones contextualizadas que mejoren la enseñanza (Moallen y Earle, 1998: 17).
Pero no todo ocurría en Estados Unidos (como a menudo, por cierto, se tiene la
impresión en muchos ámbitos de actividad humana). En el continente europeo, en
Inglaterra en concreto, el campo del currículum evolucionaba también en una dirección
muy parecida. L. Stenhouse, cuyo libro titulado Investigación y desarrollo del
currículum (1984) tuvo una gran influencia en los comienzos de la investigación sobre
currículum en España, abría nuevas perspectivas al enfoque que estamos
denominando práctico-deliberativo. Para Stenhouse, en lo que es una definición ya
clásica, "un currículum es una tentativa para comunicar los principios y rasgos
esenciales de un propósito educativo, de forma tal que permanezca abierto a discusión
crítica y pueda ser trasladado efectivamente a la práctica" (1984: 29). Stenhouse
enfatiza en esta definición el carácter hipotético del diseño curricular (su carácter
tentativo), configurándose así como un campo de acción e investigación para quienes lo
desarrollan en la práctica. Además, y esto es clave, sintetiza certeramente el sentido de
la deliberación como racionalidad propia del diseño curricular cuando afirma, por un
lado, que se trata de comunicar un "propósito educativo" y, por otro, que es
permanentemente revisable a través de la `discusión crítica", lo que, al fin y al cabo, es
otra manera de decir deliberación. Volveremos a este autor más adelante.
Queda claro, pues, que las cuestiones relativas al currículum escolar no pueden
abordarse mediante la mera aplicación de principios teóricos derivados de las teorías
de la enseñanza o el aprendizaje, o a través de la aplicación de procedimientos e
instrumentos técnicos de diseño. Todas estas teorías, principios y procedimientos,
sirven para iluminar ciertos aspectos o fragmentos parciales de la realidad práctica del
currículum, llamando la atención sobre las implicaciones de cada uno de dichos
aspectos, pero en modo alguno son suficientes para iluminar, y ya no digamos para
regular, el proceso global de construcción y reconstrucción prácticas del currículum.
Éste resulta ser demasiado complejo como para poder ser capturado por alguna teoría
determinada o, menos aún, por una secuencia de procedimientos técnicos.
Cuando, además, tal parcialidad se recubre de una supuesta objetividad técnica (la
supuesta objetividad de las decisiones que comentábamos más arriba respecto de los
modelos tecnológicos de diseño curricular) se crea la ilusión de una neutralidad
ideológica que, evidentemente, debe calificarse al menos de engañosa. Pero
expliquemos este tema con algo más de detenimiento.
En el ámbito de las ciencias sociales (y de manera menos visible por ser procesos
mucho más extensos en el tiempo, también en el de las ciencias naturales) siempre hay
teorías alternativas y modelos explicativos opuestos en relación con cualquier tema o
fenómeno. En el diseño curricular, por ejemplo, basarnos en las teorías psicológicas del
procesamiento de la información nos permite profundizar mucho en las características
del desarrollo cognitivo de los estudiantes; utilizar una taxonomía de objetivos como la
de Bloom nos aporta una visión secuenciada y sistemática de resultados posibles de
aprendizaje en una determinad gradación de menor a mayor sofisticación; los ya
antiguos modelos para el diseño de la instrucción nos daban los instrumentos para
diseñar de antemano procesos de aprendizaje con la precisión y el detalle de un
programa informático. Estas teorías, principios o procedimientos, dependiendo del caso,
coinciden en centrarse sobre la dimensión cognitiva de aprendizaje individual y,
necesariamente, dejan fuera del foco de atención aspectos del currículum escolar que
no son menos importantes, en este caso, por ejemplo, la dimensión social del
aprendizaje, los procesos interpersonales que tienen lugar en las aulas o, incluso, los
aspectos relacionados con los patrones de valoración de los contenidos escolares que
estudia la sociología del conocimiento escolar.
Si asumimos que los problemas (y por tanto las tareas) curriculares son prácticos y
no teóricos, la manera de enfrentarse y tratar con ellos tenía que cambiar. Así, a la
racionalidad técnica medios-fines, Schwab opuso la racionalidad deliberativa, que luego
en Europa, a partir de Habermas, hemos rebautizado como racionalidad comunicativa.
Como ya hemos ido adelantando, la deliberación implica el contraste, el debate
permanente y eventualmente el encuentro entre las personas y las ideas que están
directa o indirectamente implicadas en el diseño curricular. En este sentido, Schwab
(1969) llega a hacer una propuesta acerca de quiénes podrían ser los componentes del
equipo encargado de hacerse cargo de la tarea: al menos un participante -o
representante- de cada uno de los cuatro estamentos que, según él, componen la
comunidad escolar, esto es, el alumno, el profesor, la materia, y el entorno. junto a
ellos, también debería estar presente el especialista curricular ("formado en las artes de
lo práctico y de lo ecléctico"). Pero, para Schwab, la cuestión continúa girando en torno
al conocimiento que aportan los expertos. En modo alguno se refiere con esta
propuesta a procesos participativos, sino tan sólo a la confluencia y el debate entre
distintas perspectivas y grupos de interés teórico-disciplinar. Así, por ejemplo, cuando
habla del representante de los alumnos, se refiere a un psicólogo cognitivo o del
desarrollo, no a un estudiante. Y es que, todavía a finales de los años sesenta, dentro
del discurso de Schwab seguía anidando la tradición de considerar el diseño del
currículum como una tarea de laboratorio, apoyada fundamentalmente en el
conocimiento experto, aunque, eso sí, en la confluencia de todos los tipos de
conocimiento experto que tengan algo que decir y aportar.
La relación entre los elementos del diseño curricular en el modelo naturalista puede
verse en la figura 5.1 (Walker, 1971: 58). La deliberación operaría principalmente
contrastando las opciones que se presentan como alternativas de decisión con el
sistema de creencias y supuestos que está instalado en la plataforma. En dicho
contraste, puede resultar necesario buscar y disponer de nuevas fuentes de información
con objeto de tomar decisiones más y mejor fundamentadas. Como resultado de la
deliberación, al hilo de la resolución de conflictos y contradicciones entre las creencias
previas -colocadas en la plataforma- y los retos planteados por la práctica, se van
consolidando decisiones que poco a poco van configurando la identidad del grupo o del
centro, y que tienen lógicamente un valor diferente al de las creencias de partida de la
plataforma.
Diseño
Decisiones
consolidadas
Deliberació
Nueva
información
Plataforma
Así, uno de los más importantes cambios de mentalidad a que, con el paso de los
años, nos fueron llevando estos modelos, es la reconceptualización del diseño del
currículum en tanto que proceso de investigación en la práctica y, en consecuencia,
también como plan de mejora del centro educativo y como proceso de (auto)formación
y desarrollo profesional de los profesores implicados: lo que en el título de este
apartado hemos llamado, utilizando una metáfora empresarial o bancaria, la fusión del
diseño curricular con una serie de temas y de prácticas mucho más cercanas a él de
lo que nunca antes se había creído.
Oja y Smulyan (1992: 59), en su revisión de los temas nucleares de este campo,
señalan que los grupos de I&A normalmente evolucionan desde momentos iniciales
muy centrados en la regulación de lo interpersonal (normas, límites, condiciones de
Por otra parte, ya en los años ochenta, esta fusión de planificación, investigación,
innovación y formación, fue alumbrando toda una serie de iniciativas, estrategias y
alternativas globales de trabajo en los centros escolares que han tenido una gran
influencia en los sistemas escolares de todo el mundo. Nos referimos, por ejemplo, a la
revisión basada en la escuela (RBE), al desarrollo curricular basado en la escuela
(DCBE), a lo que en nuestro país se conoce como formación en centros, o al
incorrectamente llamado paradigma de la colaboración escolar. Desde todas ellas, se
defiende la idea del centro escolar, en otras palabras, de la práctica, como el espacio
natural donde deben tener lugar los procesos de diseño curricular y de formación de los
profesores. Un análisis más detenido de todas estas iniciativas y propuestas podrá
verse en un capítulo posterior. Baste ahora decir que, una vez fusionados,
metafóricamente hablando, los conceptos y sobre todo las prácticas del diseño o
planificación del currículum, la investigación interna para el cambio y la mejora de la
escuela, y la formación permanente del profesorado, nos encontramos ante toda una
línea de pensamiento y acción que implica una apuesta global por un modelo integral
de diseño, desarrollo, cambio curricular y formación del profesorado basado en los
principios de autorregulación y autonomía de las comunidades escolares, racionalidad
comunicativa y carácter público de la educación, y responsabilidad profesional del
profesorado (Escudero, 1991; Revista de Educación, 1994).
Pretendemos pues incorporar a nuestro análisis una breve sección de historia del
currículum escolar, con objeto de poner de manifiesto las principales direcciones de
innovación curricular que realmente se pusieron en marcha durante los años en que
dichos modelos fueron propuestos. Entre otras cosas, esto nos servirá en buena
- Una profunda revisión del currículum basado en las disciplinas (incluyendo las
propuestas de integración interdisciplinaria).
- La reconstrucción del currículum escolar en torno a las capacidades y habilidades
cognitivas de los alumnos.
- El desarrollo de actitudes democráticas en los estudiantes, el aprendizaje de la
convivencia y la ciudadanía como eje del currículum escolar.
Debe decirse, para empezar, que las tres tuvieron -y tienen- una influencia
incalculable sobre el currículum escolar de la gran mayoría de los sistemas educativos
contemporáneos, por no decir de todos. Así, por ejemplo, para no tener que viajar muy
lejos, el modelo de currículum escolar que se construye y se regula en la ley general de
Ordenación del Sistema Educativo (LOGSE, 1990) de nuestro país está profundamente
influido por las tres direcciones de innovación curricular citadas y, en concreto,
inspirado en los desarrollos concretos que tuvieron lugar en el Reino Unido durante los
años ochenta. Las tres direcciones de innovación se desmarcan del currículum escolar
tradicional centrado en los contenidos de las disciplinas académicas, y recogen toda la
herencia renovadora que parte de la Ilustración y que pasa por los movimientos de
Escuela Nueva de comienzos de siglo.
Uno de los efectos más visibles, a lo largo de la década de los setenta, de esta
reconstrucción curricular de las disciplinas científicas fueron los proyectos
interdisciplinares conocidos como Proyectos de Ciencia Integrada (Blum, 1980;
Showalter, 1975). En el intento de hacer la ciencia más atractiva, significativa y
asequible a un alumnado por otra parte cada vez más numeroso y diverso, muchos de
los grandes proyectos a que nos referimos aquí siguieron la línea de la integración de
las áreas científicas, algo que ya hoy está consolidado en el currículum de los períodos
de educación obligatoria (tanto primaria como secundaria) de muchos países. Los
proyectos de ciencia integrada ponían el énfasis en los conceptos, procedimientos,
leyes y modelos explicativos que son comunes a todas las ciencias y que, por decirlo
así, constituyen su núcleo epistemológico. Además, partiendo del convencimiento de que
las fronteras entre las disciplinas son artificiales y deben ser superadas, la integración
alcanzaba a las ciencias sociales y a las humanidades, además de a los campos
aplicados de las ciencias, como la agricultura o la preservación del medio ambiente
(Blum, 1980).
Sin duda, como se ve, eran aires muy nuevos en áreas curriculares hasta entonces
muy resistentes a cualquier tipo de cambio. No obstante, volviendo al tema central de
nuestro capítulo, el proceso y los elementos del diseño de tales proyectos no habían
cambiado tanto respecto de etapas anteriores como podría haberse esperado. Cierto, la
construcción del currículum ya no era una cuestión meramente burocrática; en ella
participaban expertos de la disciplina o disciplinas en cuestión así como, en muchos
casos, profesores de las áreas correspondientes; y se buscaba un cierto eclecticismo
interdisciplinar, es decir, la diversidad de perspectivas y enfoques en los equipos de
diseño que Schwab preconizó.
Pero, aparte de todo lo anterior, los modelos prácticos y deliberativos también han
incurrido en contradicciones (alguna de las cuales ya se ha adelantado a lo largo del
capítulo), y, sobre todo, están abiertos a abusos y a efectos perversos, como siempre
muy difíciles de prever por sus sin duda bien intencionados promotores. Según Bolívar
(1995), ciertos usos de estos modelos muestran una "tendencia a convertirse en un
registro descriptivo del autoentendimiento de los practicantes" (el relativismo
ensimismado del "Así es si así os parece" como titulaba Pirandello una de sus obras); y
añade Bolívar que, en este caso, el abuso de la racionalidad deliberativa llevaría a
"sacralizar como buena toda interpretación por el hecho de ser personal". En la práctica,
lo que estos abusos implican, entre otras cosas, es el peligro de que la deliberación se
convierta en una suerte de terapia grupal encubierta, con el grupo dedicado a su propia
contemplación y concentrado en los problemas y procesos interpersonales que en él se
hayan generado. Desde ahí, puede llegarse a posiciones más radicales según las
cuales el diseño como anticipación de la acción no tiene sentido, pues ningún diseño,
primero, es capaz de anticiparse a una acción que se rige por reglas, principios y
lenguajes distintos y, segundo, porque lo que es una negociación permanente entre los
actores del proceso simplemente no debe anticiparse. Esta postura, en apariencia
democrática y emancipadora, estaría olvidando -o desafiando- el imperativo de que el
currículum escolar sea público, explícito, visible, criticable, etc., por parte de los actores
legítimos en el proceso que no están en el día a día de las aulas y los centros, o en los
centros de poder regulador de las Administraciones.
Y es que está claro que los modelos práctico-deliberativos (y con ellos toda la
tradición interpretativa en investigación educativa y curricular) tienen un gran potencial
para comprender la educación y la práctica del diseño y desarrollo curricular, e incluso
puede defenderse que tienen un gran potencial transformador, en tanto en cuanto
promueven la reflexión en la acción de los prácticos y reclamen la deliberación como
operativo democrático para tomar decisiones. Sin embargo, y esto es inevitable, tienen
poco o ningún potencial prescriptivo (qué se debe hacer y cómo hay que hacerlo, con qué
procedimientos). Esto, lógicamente, da lugar a contradicciones de todo tipo en las
propuestas que se hacen desde estos enfoques, especialmente cuando se hacen desde
las administraciones educativas, que por propia naturaleza, están orientadas a la
prescripción y la reglamentación de la práctica, y no, desde luego, a su mera
comprensión.
RESUMEN
1. El diseño del currículum es una tarea que va más allá de la responsabilidad
de políticos y administradores de la educación. Los modelos práctico-deliberativos de
diseño curricular abren esta tarea a los propios profesores. Los problemas curriculares
son prácticos y no teóricos. Deben hacerse frente con una racionalidad distinta a la de
medios-fines. Dicha racionalidad es la deliberativa. En sus planteamientos iniciales, son
modelos más metodológicos que ideológicos, aunque se apunta la necesidad de
participación en el proceso de diseño curricular de todos los actores de la escuela. Es por
tanto una visión más democrática, aunque, en la práctica de los años en los que el
modelo se propone y se aplica, la dependencia de expertos y de conocimiento teórico
especializado sigue siendo muy grande.
2. El carácter práctico de estos modelos hace que tengan una gran capacidad
para describir y comprender el proceso de diseño curricular tal y como tiene lugar en la
realidad; sin embargo, su capacidad para prescribir qué y cómo hacer, es limitada. De
hecho, se pueden prescribir procedimientos para regular el proceso de deliberación
mismo (y en esto consisten fundamentalmente los modelos) pero, evidentemente, no
para regular sobre qué se debe deliberar y por qué. De esta forma, el papel del
conocimiento especializado y experto sobre el currículum y su diseño pasa a un segundo
plano; solamente tendrá sentido cuando conecte con las necesidades y características
peculiares de los problemas prácticos en contextos concretos.
1. ¿Cuáles te parece que son las condiciones mínimas que deben confluir en torno a
un grupo profesional de docentes para que verdaderamente tenga sentido y sea viable la
deliberación como racionalidad más apropiada para el diseño del currículum?
4. A lo largo del capítulo hemos citado más de una vez la LOGSE y, con ella, la
legislación posterior que fue desarrollando la reforma educativa española a lo largo de los
años noventa. A la luz de lo aprendido en este capítulo (y también en el que lo precede y
lo sigue), ¿cómo calificarías y analizarías el modelo de diseño y desarrollo curricular por
el que se optó? ¿En qué medida te parece que influyeron las tres direcciones de
innovación curricular que se describen en el apartado 5.2 del capítulo? ¿Cuál de las tres
te parece que ha calado más hondo en el currículum escolar de nuestro país?