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El porfiriato o porfirismo[1] fue un período de la historia de México en el que el gobierno estuvo bajo el

control —total o mayoritario—del militar y político Porfirio Díaz entre el 28 de noviembre de 1876 y el 25
de mayo de 1911.[2] En el porfiriato la política se aplicó de tal manera que todo quedaba subordinado al
presidente. Díaz se acercó al Congreso y llevó una política conciliadora. Promovió la no reelección,
principio de sus levantamientos, y en 1880 cedió el poder al general Manuel González, muy cercano a
él.El período se acota entre las dos fechas en las que ocupó la presidencia del país por primera y última
ocasión, respectivamente: el 28 de noviembre de 1876 Díaz inició su primer mandato presidencial de
facto meses después de vencer a los lerdistas e iglesistas y el 25 de mayo de 1911 meses después de
haber estallado la Revolución renunció a la presidencia y salió por exilio rumbo a Francia.[2]

Díaz pacificó al país y no tuvo piedad en disolver rebeliones, siendo en todo momento apoyado por los
rurales y la policía secreta. Las rebeliones más conocidas fueron las de Trinidad García de la Cadena y
Heraclio Bernal en 1886 y la de Ramón Corona en 1889. Los cuerpos de rurales se encargaban de
aplastar violentamente todo rasgo de rebelión que apareciera en el país. Así sucedió con los yaquis de
Sonora y con los mayas en Yucatán. La más importante de las rebeliones fue la de Tomóchic, en
noviembre de 1891, debido al pésimo estado de los campesinos que vivían miserablemente y no podían
defender sus derechos. En los últimos años del régimen, las huelgas eran cada vez más frecuentes.

Díaz se empeñó en permanecer en el poder y para ello logró el crecimiento de la economía y aliarse con
los poderosos de la época. Obtuvo prestigio gracias al progreso de la economía y también a que respetó
los cacicazgos de los pueblos, a fin de evitar rebeliones. Invento la ley fuga que fue una acción llevada a
cabo por los cuerpos policíacos que simulaban la huida de un preso para después matarlo.[

La política porfirista se caracteriza por dos grandes etapas:

La primera etapa del porfiriato empieza en 1877 y termina en el inicio de tercer periodo presidencial de
Porfirio Díaz (1888) o cuando se eliminó toda restricción legal a la reelección indefinida (1890). Se trata de
una fase de construcción, pacificación, unificación, conciliación y negociación, pero también de represión.
La segunda etapa comienza entre 1888 y 1890 y termina hacia 1908, y se caracteriza por un acentuado
centralismo y por un gobierno cada vez más paternalista y autoritario.

A la par de la búsqueda por la estabilidad política mediante la reorganización y control del ejército y la
pacificación del país, el presidente Díaz encaminó sus esfuerzos a obtener el reconocimiento
internacional. De las naciones europeas que había firmado la convención de Londres – por la cual se
originó la guerra de intervención- y con la que México había roto relaciones diplomáticas-, el Reino Unido
fue la última en reconocer al gobierno de Díaz (1884). España lo otorgó el mismo año en que el general
oaxaqueño asumió la presidencia, 1877, y Francia lo hizo en 1880.

Para el logro de sus objetivos en política exterior, el presidente Porfirio Díaz contó con la colaboración de
expertos que se habían forjado en las últimas décadas. Las dos figuras más importantes, fueron sin duda,
Matías Romero e Ignacio Mariscal. El primero, quien se desempeñó como Ministro de México en
Washington de 1882 a 1898, logró generar una política bilateral con los Estados Unidos aprovechando las
oportunidades comerciales que se abrían. Mariscal, quien se desempeñó por casi treinta años como
Secretario de Relaciones de 1880 a 1910, su experiencia como ministro en Washington y Londres le
permitió gestar una política exterior que mirara lo mismo allende al Bravo que allende al Atlántico.

En abril de 1878, Estados Unidos reconoció el gobierno del presidente Díaz. Con la modificación de una
serie de leyes México abrió sus puertas a la inversión extranjera. La respuesta del exterior no se hizo
esperar: un gran flujo de capital y tecnología surgió de las concesiones que el gobierno mexicano otorgó a
inversionistas extranjeros en forma de tasas de ganancias garantizadas, exenciones de impuestos y
reformas fiscales benéficas para los inversionistas. Las principales fuentes de capital extranjero invertido
en México durante el Porfiriato venían de Estados Unidos y Gran Bretaña. Estados Unidos compartía con
México el interés por desarrollar sistemas de comunicación que facilitaran el comercio e hicieran más
estrechos los vínculoseconómicos entre ambos países; por tal motivo, gran parte del capital invertido en
México estuvo dirigido hacia la construcción de una amplia red ferroviaria que uniera a las principales
ciudades del país y –mediante conexiones– se extendiera más allá de la frontera norte hasta alcanzar
importantes ciudades norteamericanas.

Con las grandes propiedades, la agricultura se orientó a la exportación y creció espectacularmente, sobre
todo en la producción de henequén, café, cacao, hule y chicle. No obstante, la importancia de los
capitales estadounidenses para el proyecto modernizador del gobierno mexicano –Estados Unidos
siempre fue el primer inversionista y socio comercial de México–, Díaz nunca dejó de mostrarse receloso
de su participación en las áreas estratégicas de la economía nacional. La política expansionista sostenida
años atrás por Estados Unidos –y de la cual México había sido víctima– seguía presente en la memoria
colectiva de la nación, y su nueva variante, la invasión pacífica –que suponía un expansionismo de orden
económico–, no podía ser halagüeña

Por ello desde los albores de su régimen, Díaz fomento la participación de capitales europeos para
contrarrestar la influencia que pudieran tener los estadounidenses en los asuntos internos de México. Un
factor que favoreció en gran medida las inversiones británicas fue la participación que los miembros del
gobierno mexicano tuvieron en las empresas extranjeras –mineras, petroleras, ferrocarrileras, y de
servicios principalmente–. La relación de altos funcionarios porfiristas con inversionistas ingleses –
particularmente con Weetman Dikinson Pearson, presidente de S. Pearson & Son– fue muy estrecha, y
en la mayor parte de los casos las concesiones –supuestamente sometidas a concurso– se otorgaba
favoreciendo los intereses británicos.

El marcado favoritismo del gobierno de Díaz hacia el capital británico no fue suficiente para detener la
expansión económica estadounidense en México. La inmejorable posición geográfica de Estados Unidos
y las presiones que por momentos ejercía el gobierno estadounidense sobre la administración porfirista
fueron las condiciones que obligaron al Reino Undioa a asumir el papel de segundo socio comercial de
México. A pesar de la abierta simpatía que Díaz siempre mostró por el capital europeo, la relación con
Estados Unidos era estrecha. Pero los capitales extranjeros no lo eran todo. Para impulsar el desarrollo
económico y el progreso material, la política exterior del Porfiriato fue la piedra angular. Durante los 34
años de dictadura el gobierno mexicano se comportó con independencia y valentía frente a las presiones
que por momentos ejercía Washington sobre la administración de Díaz. El cumplimiento de los
compromisos de la deuda definió desde 1878, la estabilidad y cordialidad de la relación bilateral

El gobierno mexicano desarrolló una intensa actividad diplomática basada, desde luego en la estrecha
cooperación con Estados Unidos. Con Washington se firmaron varios acuerdos. Se creó la comisión mixta
de reclamaciones para cuidar los intereses de ambos países, se constituyó también la comisión
internacional de límites. Como equilibrio político y económico resultaba imprescindible para México, el
gobierno porfirista amplió sus horizontes hasta Europa. Las relaciones comerciales con Francia, España y
Alemania alcanzaron un nivel sin precedentes. El Reino Unido, por su parte, se convirtió en el contrapeso
ideal en áreas estratégicas como la minería, los ferrocarriles y el petróleo. Porfirio Díaz mandó de
embajador al Japón a su propio hijo porque ambos pueblos veían el auge del monstruo del norte (Estados
Unidos) como peligroso, (Argumentando cercanía de raza al ser la cultura mexicana y japonesa
descendientes de la mongoloide que una rama cruzaría por el estrecho de Bering y serían los
antepasados de los aztecas, y diversas etnias amerindias). Incluso en Centroamérica, la diplomacia
mexicana actuó con independencia y se opuso a los intentos de Guatemala, auspiciados por Washington,
de crear una sola nación con el resto de los países centroamericanos.La política exterior de aquellos
años, conducida por Porfirio Díaz y por sus Ministros de Relaciones Exteriores, Ignacio Luis Vallarta e
Ignacio Mariscal fue radicalmente opuesta a la que se siguió en la primera mitad del siglo. Lejos de ser
vaga e idealista con posiciones tajantes que no admitían negociación (como se demostró en el caso de
Texas), esta diplomacia tuvo objetivos muy concretos -como lo fue el lograr el reconocimiento
estadounidense- que iban a ser alcanzados con acciones pragmáticas y acomodaticias. Después de todo,
si la finalidad era el desarrollo económico y esto requería de estabilidad y orden, era mejor tener a los
estadounidenses como socios y no como enemigos De hecho, el gobierno de Díaz mataba así dos
pájaros de un tiro, ya que era obvio que no solo necesitaba evitar el conflicto, sino que también requería
del capital y de la tecnología del vecino del norte para el ansiado desarrollo económico. Ambas cosas las
consiguió al mismo tiempo. Además fue una política exterior mucho más sofisticada que la de antaño.Se
reconocía que Estados Unidos no era una sola entidad monolítica, sino que estaba compuesto de
diversos grupos con distintos intereses, así que de lo que se trataba era de atraer a los intereses
adecuados para neutralizar a los otros. A pesar de todo la relación con Estados Unidos marchó como en
ningún otro momento del siglo XIX: en un ambiente de amistad, paz y apoyo. Con las fronteras abiertas a
las inversiones extranjeras y la estabilidad política garantizada por don Porfirio Díaz, el gobierno
estadounidense respiró tranquilo en Washington durante más de tres décadas. Tan estable se presentaba
la administración de Díaz, que los políticos de Estados Unidos se convirtieron en accionistas de las
principales compañías petroleras y ferrocarrileras.
Francisco Bulnes escribió: “Existía una convicción universal de que mientras el general Díaz disfrutase del
apoyo ultraamistoso que le había concedido Estados Unidos, nada debía temer a las revoluciones. La
diplomacia mexicana debió dedicarse a mantener intactas tan valiosas simpatías, básicas para nuestra
orden social”. Durante los gobiernos de Porfirio Díaz se registraron dos hechos importantes para la
administración pública. El primero, al expedirse el 11 de febrero de 1883 el quinto Reglamento Interior del
Ministerio de Relaciones Exteriores, y el segundo, al decretarse la existencia de siete secretarías para el
despacho de los asuntos de orden administrativo del gobierno federal, el 13 de mayo de 1891,
estableciéndose la Secretaría de Relaciones Exteriores. De esta manera, también se integró un
Reglamento para el cuerpo diplomático, el cual fue la Ley reglamentaria del cuerpo diplomático mexicano
de 1888. Es de destacar que don Porfirio Díaz mantuvo una posición firme en asuntos de la política
exterior, ya que también desarrolló una postura de acercamiento industrial, comercial, cultural y financiero
hacia los países europeos.

La economía del porfiriato fue un periodo de cambios muy importantes en el territorio mexicano,
principalmente en lo del ámbito económico debido a la inversión extranjera. Este ciclo que duraría 35
años, se inició en 1876, con la victoria del General Porfirio Díaz sobre los lerdistas e iglesias; que
acabaría en 1911, con el estallido de la Revolución mexicana; lo cual remató con el exilio del mandatario
en Francia. Así México presentaría un gran crecimiento motivado por estas inversiones, que consigo
trajeron infraestructura para ferrocarriles y medios de comunicación como el teléfono, el telégrafo y la
electricidad.[1] Sin embargo, fueron tiempos marcados por la discrepancia económica, la separación de
los sectores sociales; así como crecimiento excesivo de ciertas zonas, respecto del rezago de otras, por
lo que la balanza de pagos creció desfavorablemente para México. El régimen de Porfirio que se
amparaba bajo los lemas de “orden y progreso” y “poca política, mucha administración”, no respondió de
manera cabal a sus programas ni cumplió con todos sus retos.

Porfirio Díaz recibiría una administración en quiebra; castigada por la deuda externa e interna; además de
la baja recaudación de impuestos, el escaso comercio y la casi nula industria local. Como consecuencia
de esto, se implementó un mayor control de los ingresos, a la vez se redujeron los gastos públicos;
asimismo, se crearon nuevos impuestos que, a diferencia de los gobiernos anteriores, no gravaban u
obstaculizaban el comercio, en especial las importaciones. Por consiguiente, gracias a un nuevo
préstamo, reestructuraron toda la deuda de oro, lo cual a su vez les permitió generar certeza al exterior,
como a los inversionistas y obtener la estabilidad de los mercados. Al cabo de lo anterior, con los años el
gasto gubernamental no superó a los ingresos e incluso, a partir de 1894, se registraría un superávit en la
economía nacional, como no se había logrado desde la instauración de la república.

Una vez logrado el superávit, se pudo invertir en obras públicas y en comunicaciones. Los recursos se
emplearon principalmente en puertos; pero más en ferrocarriles, que beneficiaron el comercio exterior con
Estados Unidos, Europa y el Caribe; al mismo tiempo que al mercado interior, lo cual favoreció la
especialización de las regiones, también, ocurrió a principios del siglo XX, cuando comenzó la explotación
petrolera en nuestras costas. Por otra parte, como respuesta a un ambiente internacional favorable devino
el fomento al desarrollo de la industria y del comercio local, en suma con la transformación en los
sistemas de producción que despuntaron notablemente, de tal manera que el país emergería también
como pujante exportador de productos agrícolas, minerales y ganaderos.

No obstante lo anterior, era incuestionable el contraste entre la agricultura de exportación y la de


consumo, entre industria ligera y pesada, que refleja un aspecto de la desigualdad imperante en el plano
de la economía. A ello se le aumentó la desigualdad geográfica, social y educativa, pues algunas regiones
se desarrollaron más que otras. Entre ellas el norte, que contó con una economía diversificada
(agricultura, ganadería, industria y minería), con una población mayoritariamente urbana, con relaciones
salariales modernas y con el mayor índice de alfabetización del país. También hubo una desigualdad
entre periodos, pues las etapas de prosperidad se vieron apocadas por épocas de crisis; ejemplo de esto,
la ocurrida en la década de 1890 por la caída del precio de la plata, o en 1907-1908 por el retiro de
capitales y el descenso en el precio de las exportaciones como consecuencia de la crisis internacional.[2]

En suma, en esta etapa México se convirtió en un importante exportador de materias primas, también de
que se produjo en el país la primera revolución industrial. Lo cual muestra, un trato desigual que favoreció
solo a algunos sectores, grupos y regiones. Evidentemente fueron muchos los factores que propiciaron el
derrumbe del régimen porfirista. De tal manera que, resultaría inadecuado hablar de una crisis, pues lo
mejor sería referirse a varias crisis, que se remontaron en los primeros años del siglo los cuales afectaron
el plano general del proyecto de nación ejecutado por un gobierno.
La literatura fue el campo cultural que más avances tuvo en el Porfiriato. En 1849, Francisco Zarco fundó
el Liceo Miguel Hidalgo, que formó a poetas y escritores durante el resto del siglo XIX en México. Los
egresados de esta institución se vieron influenciados por el Romanticismo. Al restaurarse la república, en
1867 el escritor Ignacio Manuel Altamirano fundó las llamadas “Veladas Literarias”, grupos de escritores
mexicanos con la misma visión literaria. Entre este grupo se contaban Guillermo Prieto, Manuel Payno,
Ignacio Ramírez, Vicente Riva Palacio, Luis G. Urbina, Juan de Dios Peza y Justo Sierra. Hacia fines de
1869 los miembros de las Veladas Literarias fundaron la revista “El Renacimiento”, que publicó textos
literarios de diferentes grupos del país, con ideología política distinta. Trató temas relacionados con
doctrinas y aportes culturales, las diferentes tendencias de la cultura nacional en cuanto a aspectos
literarios, artísticos, históricos y arqueológicos.[8]Arte y cultura en el Porfiriato El escritor guerrerense
Ignacio Manuel Altamirano y Costilla creó grupos de estudio relacionados con la investigación de la
Historia de México, las Lenguas de México, pero asimismo fue impulsor del estudio de la cultura universal.
Fue también diplomático, y en estos cargos desempeñó la labor de promover culturalmente al país en las
potencias extranjeras. Fue cónsul de México en Barcelona y Marsella y a fines de 1892 se le comisionó
como embajador en Italia. Murió el 13 de febrero de 1893 en San Remo, Italia. La influencia de Altamirano
se evidenció en el nacionalismo, cuya principal expresión fueron las novelas de corte campirano.
Escritores de esta escuela fueron Manuel M. Flores, José Tomás de Cuéllar y José López Portillo y
Rojas.[9]

Poco después surgió en México el modernismo, que abandonó el orgullo nacionalista para recibir la
influencia francesa. Esta teoría fue fundada por el poeta nicaragüense Rubén Darío y proponía una
reacción contra lo establecido por las costumbres literarias, y declaraba la libertad del artista sobre la
base de ciertas reglas, inclinándose así hacia el sentimentalismo. La corriente modernista cambió ciertas
reglas en el verso y la narrativa, haciendo uso de metáforas. Los escritores modernistas de México fueron
Luis G, Urbina y Amado Nervo.

Como consecuencia de la filosofía positivista en México, se dio gran importancia al estudio de la historia.
El gobierno de Díaz necesitaba lograr la unión nacional, debido a que aún existían grupos conservadores
en la sociedad mexicana. Por ello, el Ministerio de Instrucción Pública, dirigido por Justo Sierra usó la
historia patria como un medio para lograr la unidad nacional. Se dio importancia especial a la Segunda
Intervención Francesa en México, a la vez que se abandonó el antihispanismo presente en México desde
la Independencia.[11] En 1887, Díaz inauguró la exhibición de monolitos prehispánicos en el Museo
Nacional, donde también fue mostrada al público una réplica de la Piedra del Sol o Calendario Azteca. En
1908 el museo fue dividido en dos secciones: Museo Nacional de Historia Natural y Museo de
Arqueología. Hacia principios de 1901, Justo Sierra creó los departamentos de etnografía y arqueología.
Tres años después, en 1904 durante la Exposición Universal de San Luis —1904— se presentó la
Escuela Mexicana de Arqueología, Historia y Etnografía, que presentó ante el mundo las principales
muestras de la cultura prehispánica.

José María Velasco fue un paisajista mexicano que nació en 1840, y se graduó como pintor en 1861, de
la Academia de Bellas Artes de San Carlos. Estudió asimismo zoología, botánica, física y anatomía. Sus
obras principales consistieron en retratar el Valle de México y también pintó a personajes de la sociedad
mexicana, haciendas, volcanes, y sembradíos. Una serie de sus trabajos fue dedicado a plasmar los
paisajes provinciales de Oaxaca, como la catedral y los templos prehispánicos, como Monte Albán y Mitla.
Otras pinturas de Velasco fueron dedicadas a Teotihuacán y a la Villa de Guadalupe.[

En el porfiriato los principales avances en materia de tecnología fueron:[1]

La extensión del sistema ferroviario en el porfiriato se introdujo la electricidad y los trenes que iban de la
Ciudad de México a Veracruz , el mayor medio de transporte en México. Las rutas de ferrocarril recorrían
el país, de la capital hacia la frontera norte y de Veracruz. En su mayoría fueron tendidos por extranjeros,
en concesiones por determinado tiempo. Al principio, se concesionaron para ir cubriendo las deudas
externas, pues el gobierno hizo un arreglo con ellos para que una parte de sus ganancias se considerara
abono de la misma. Lo planeado era que una vez que se cumpliera el plazo, las instalaciones y el servicio
pasaran a manos del gobierno. Para ello, el secretario de Hacienda, José Ives Limantour, creó
Ferrocarriles Nacionales de México. Asimismo, con capitales locales, se hizo una red independiente en la
península de Yucatán, en la parte de las haciendas henequeneras.

Y también en 1889 ya operaba la primera planta hidroeléctrica en chihuahua


La electricidad, gracias a la cual un creciente número de empresas pudo montar fábricas e industrias cuyo
funcionamiento se mejoró debido a este avance o hubiera sido impensable su existencia, como sucedió
con todas las empresas del valle de Orizaba.

La industria petrolera, que se volvió importante hacia finales de la época, y que estuvo en manos de
compañías extranjeras.

El automóvil, cuyo primer modelo llegó a México entre 1896 y 1898

La cámara fotográfica, que representó un medio para perpetuar escenas cotidianas y personajes de la
época

Vías ferroviarias, lo que ayudó a la integración y al fortalecimiento económico de diferentes zonas del país

Los teléfonos, ellos se volvieron el contacto entre los comercios y las familias adineradas

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