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Todo el mundo en manos de Qatar

Omnipresente en los mercados y multimillonaria por el gas, la dinastía Al Thani celebra una
Copa del Mundo para su mayor gloria y acepta cambios cosméticos para sortear las críticas
por la homofobia de sus leyes, su sistema patriarcal y las prácticas laborales de
semiesclavitud que sirvieron para construir las infraestructuras del Mundial.

Ningún impuesto: cero. Una tasa de desempleo del 0,3%. La mejor sanidad de Oriente
Medio —una de las 20 mejores del mundo—, el gasto público per cápita en educación más
alto de su entorno, 400 euros por encima del de España. Amplios subsidios para el acceso
a la vivienda. La renta por cabeza más alta de todo el mundo. Qatar es una marca, un país
sin democracia “que funciona mejor que España”, en palabras de Xavi Hernández, actual
entrenador del Fútbol Club Barcelona. Una perla en el Golfo Pérsico del tamaño de la
Comunidad Foral de Navarra que tiene siete veces más población extranjera que nativa,
quizá por la razón de que solo están permitidas 50 nacionalizaciones al año. Qatar es uno
de los reinos con mayor poder financiero global. Su fondo soberano es el noveno del
mundo. Mueve 335.000 millones de dólares, el equivalente del PIB de Bangladesh, uno de
los países que más mano de obra aporta a Qatar.

El 20 de noviembre, este domingo, comienza la Copa del Mundo en Jor, ciudad costera del
norte del país. Hasta el 18 de diciembre, cuando se dispute la final en la ciudad-isla de
Lusail, Qatar, el país más pequeño que nunca ha organizado un mundial, el principal
organizador desde los años 30 del siglo pasado que nunca ha disputado una fase final,
aspira a convertirse en el foco de la atención de una audiencia potencial de 5.000 millones
de personas. Para ello ha gastado 200.000 millones de dólares, más que el PIB anual de
Grecia.

En Qatar están prohibidos los partidos políticos. El poder judicial también está en manos de
la dinastía reinante y el único sindicato autorizado excluye al 99% de la población del país
Se trata también del primer mundial desde 1978 que se disputa en un país sin un sistema
de democracia formal y bajo el imperio de la ley patriarcal de la sharia, que establece, entre
otros castigos, que las mujeres violadas sean juzgadas y condenadas por adulterio.

Financiado por la compañía alemana Bertelsmann, el índice de transformación BTI muestra


la perfecta asimetría que caracteriza al país. Qatar es el número 15 de los 137 países
analizados en cuanto a su desarrollo económico, el 22 en cuanto a su gobernanza y el 95
en grado de transformación política. Todo el poder está concentrado en el emir, no hay
“otros actores serios —ni en la esfera militar ni política que puedan desafiar legítimamente
su poder”, dice el informe BTI sobre Qatar.
En Qatar están prohibidos los partidos políticos. El poder judicial también está en manos de
la dinastía reinante y el único sindicato autorizado excluye al 99% de la población del país,
formada en más de un 80% por trabajadores migrantes, procedentes de países asiáticos.
Parte del milagro lo sostienen sus trabajadores extranjeros —que no gozan de los
beneficios en sanidad, vivienda o educación que disfruta la población autóctona— que son
el 80% de la población del país. Los cataríes “de raza”, es decir, procedentes de algunas de
las tribus originarias del emirato, son 360.000 individuos y forman el cuarto grupo
demográfico de Qatar, donde hindúes y pakistaníes son mayoría.

La autocracia gobernada por Tamim bin Hamad Al Thani, de la saga de los Al Thani, única
familia que ha dirigido los designios de Qatar, ha conseguido en dos décadas un lugar en el
mundo gracias a un ingrediente principal: el dinero. Más específicamente las rentas
percibidas por el petróleo y especialmente el gas natural, del que es el primer reservista
mundial.

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