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Lo Cura: Placer

Salvador Briceño Lopez: Creador de la editorial


virtual Perdón si mentí, donde se han publicado
diversos títulos de su autoría. También es autor del
libro Sueños y Carne por la editorial Poetas y
Violetas.
Facebook: Perdón si mentí
Instagram: Perdón si mentí // Rodavlas_98
Sin disfraz

Tiene que ser hoy. Pedro siempre me hablaba de estos


lugares y de sus noches de despilfarro de dinero.
Considero que, en esta ocasión, podría incluso llegar
a ser una inversión. Él siempre mencionada La
Marina, y yo solo asentía, afirmando enunciados
plagados de machismo y vulgaridad. Y es que desde
muy joven tuve la curiosidad de asistir a estos lugares,
pero la inseguridad de ir y el miedo al qué dirán, me
dominaba.

Hace una semana, mientras deambulada en redes


sociales, encontré la publicación de un concurso de
cuentos eróticos. Uno, con escasa (por no decir nula)
experiencia en el arte del amor horizontal, no podría
escribir sobre erotismo, pensé. Así que esta noche es
la indicada para quitarme esta espina mal clavada de
nacimiento.

Un día antes de asistir a esta expedición, decidí ir más


que preparado, así que con lo poco de propina que me
daban en la universidad entré a un sexshop decidido a
comprar algún juguete o estimulante para lo que sería
la experiencia de mi vida. Es así como un jueves
nocturno, con la excusa de ir a una pichanga, voy con
un par de amigos y Pedro, a este lugar oculto entre las
sombras de la sociedad chabacana.

Desde la entrada, ya me sudaban las manos y las luces


fastidiaban mi escasa visión. Varios cuerpos se
contorneaban sobre una tarima iluminada por
reflectores bajos. Nos sentamos a beber, para darnos
valor, decíamos, pero realmente el ambiente se me
hacía hostil. Sin embargo, yo fui el de la idea, así que
tenía que seguir para adelante.

Luego de un par de chilcanos mal preparados, ya me


encontraba en una habitación construida con lo que
parecía ser drywall, las luces rojas ambientaban el
lugar y daban un aura de película de terror más que
de una porno.

Mientras yo hacía el procedimiento previo, quizás de


los nervios o de curiosidad, quise hablar con la mujer
de proporciones desproporcionadas. Le comenté que
era mi primera vez y que traje unas cositas para hacer
la velada un poco más divertida. Ella se rio y me dijo,
“Está bien. Pero apúrate porque te quedan 28
minutos”.
De mi mochila pude sacar una pluma, un antifaz, una
barra de caramelos de menta y un lubricante. Decidí
colocarle el antifaz y le pedí que no se lo quitara. Es
así como lentamente ante mis ojos se fue quitando la
ropa hasta quedarse con la máscara. Y así, poco a
poco, se me iba acercando con ansias de acabar lo más
rápido con su víctima, con una presa más para seguir
cazando.

Su piel dorada y cabellera castaña ya se encontraban


sobre mi cuerpo devorando con cálida paciencia y
sabiduría mi cuello, mientras mis manos torpemente
jugueteaban con las curvas de su cuerpo. Cogió la
pluma que había dejado olvidada al lado de la cama y
recorrió con ella todo mi cuerpo soltando pequeños
suspiros, preguntándome si acaso me gustaba, yo solo
respondí con una onomatopeya entrecortada por la
excitación que recorría mi cuerpo.

Sus labios fueron bajando lentamente por mi pecho


hasta llegar a mi abdomen húmedo. Yo sentía flotar
por los aires, tenía la sensación de haberme elevado
del colchón maltrecho unos cuantos centímetros.
Hasta que de un golpe de realidad escucho una risa
escandalosa de mi pareja de cuarto. Ay, que tierno,
has venido todo depiladito, siguió entre risas. El calor
del cuarto me hizo perder el control y ella se volvió la
presa. Me tocaba dominar a mí, y ella no puso trabas
o escollos en el procedimiento que había observado
por años en una pantalla negra.

Entre movimientos violentos, lentos, cadentes y


constantes; el aire se puso espeso y el vapor de
nuestros cuerpos camuflaron nuestros reflejos de los
espejos y endulzamos nuestros labios con el sabor del
otro. Ella sabía a mí, y yo sabía que sabia a varios otros
antes de mí.

Salí del cuarto con actitud de campeón y con la


billetera mucho más ligera. En nuestra mesa, solo
quedaba Pedro que me dio un par de golpes en la
espalda y me dijo, vamos rápido, que mi mujer está
que me escribe hace rato.

Quizás, aún no sea suficiente para poder escribir el


relato que deseo. Tendré que volver un par de veces
más, y tiene que ser con ella… creo que formamos un
vínculo especial.
Pecados para dos

No sé aún como inicio todo. ¿Por qué después de


todos estos años se dio? Ella acababa de
comprometerse con el novio de toda la vida, y yo
estaba por primera vez en una relación estable luego
de tantos tropiezos. Sin quererlo si quiera, pero cómo
lo estábamos deseando.

Y en esta aventura en la que sabemos que todos


saldremos perdiendo, ya vamos más de seis meses,
como fugitivos y cómplices, cuando nadie nos ve,
cuando todo el mundo se va, buscamos algún lugar del
almacén donde las cámaras no lleguen y nos
entregamos en clandestinidad a lo que nuestros
cuerpos llaman atraídos como imanes. Sin besarle los
labios, nos despedimos con un frío adiós, pactando
tácitamente el próximo encuentro.

Nos atrajo el peligro y el riesgo, y lo que comenzó


como un juego, se volvió un vendaval de emociones
que callamos ante los demás y nos lo demostramos
quitándonos la piel al tacto del otro.

Pero todo tiene fin, y ella se va a buscar una vida


mejor. Su avión sale el próximo sábado, alguien de los
altos cargos corrió el rumor, y llegó a almacén
mientras descargaba las cajas llenas de materiales
navideños. Solo tragué saliva… Le escribí al instante,
y me lo confirmó. Respondí, te veo mañana saliendo.
Y ahí quedó la conversación.

A la salida del día siguiente, un taxi nos esperaba en la


próxima esquina. Entramos al vehículo con cinco
minutos de diferencia y marchamos hasta el hotel más
exclusivo que mi sueldo mínimo podía pagar.

- ¿Y todo esto? – preguntó ella.


- Solo quiero que nuestra despedida sea
especial. – respondí.
- Estas cosas nunca fueron necesarias y lo
sabes.
- Lo sé. Solo quiero que te lleves este recuerdo
de mí. Al menos, por esta vez, no me veas con
aires de grandeza.
- Ya cállate. – me besó.
- Vamos.

Entramos a la habitación, espejos por todos lados, un


jacuzzi al lado de una ventana que daba para una calle
perdida en la ciudad de Lima, un tubo en el medio de
la habitación, televisor, radio, un par de vasos sobre
una mesa, y demás cosas que al momento de cerrar la
puerta poco nos importaron.

Nos envolvimos entre los brazos del otro en un


interminable beso que llevaba las ganas de nunca
soltarnos. Y sin mirarnos nos desvestimos
entregándonos al instante, sin pensar en terceros
ajenos y no tan ajenos, solo importándonos quienes se
encontraban dentro del cuarto.

Y recorrí su piel recién bronceada con mis ásperas


manos con la delicadeza que le estremecía hasta sus
adentros. Se contorneaba en su mismo eje, como si
bailara para mí, y sus jadeos nos ponían el ritmo
necesario para iniciar el baile horizontal lleno de
culpa y de ganas de nunca pagar la condena.

Los minutos fueron pasando y la humedad dentro del


cuarto era más que la que nos esperaba en las calles
de garúa.

Terminamos con el corazón del otro en nuestras


manos y desatando el nudo de mi garganta, casi a
suplicas le dije que no se fuera. Ella solo soltó una
lágrima que murió en la almohada, y mirándome a los
ojos me dijo:

- Ya debemos cambiarnos. Es tarde.

Nos cambiamos, luego de hacerlo por última vez, sin


dejar rincón alguno donde nuestros cuerpos no hayan
dejado huella. La embarqué en un taxi para que vuelva
a su casa a hacer sus maletas, nos despedimos con un
eterno abrazo que guarde en mi mochila y la vi partir
hasta que el vehículo desapareció.

Esa noche me tocó caminar a casa porque no tenía ni


una moneda el bolsillo, pero no me molestó, porque
fui feliz como nunca. Además, acabo de enviarle a su
esposo todo lo que pasó esta tarde en aquella
habitación, yo creo que la volveré a ver…
Mirada Speed

Llegué temprano, para variar. Unos cuantos más con


vasos en la mano, meneándose de lado a lado
mientras los discos del dj hacían lo suyo. Me acerqué
casi de inmediato a la barra, pedí una cerveza y
mientras le daba pequeños sorbos, para hacer que me
dure la pequeña botella de alcohol, pensaba por qué
demonios ninguno de mis amigos me quiso
acompañar. Sé que la banda que hoy se presenta es
muy poco conocida, pero se escuchan de puta madre.

Pregunté al barman, ¿a qué hora sale la banda a tocar?


Dentro de una hora, más o menos. Mierda, pensé… y
ahora, ¿qué hago?

Muchos extraños movían sus cuerpos en el centro de


la pista de baile, sin aparentar pasos complicados, sin
necesidad de una pareja a quien dar vueltas y vueltas,
solo se dejaban llevar por la música, parecían
poseídos por guitarras eléctricas y sintetizadores.
Con botella en mano, a paso lento pero firme, me
acerqué a un tumulto que me recibieron como si me
conocieran de la infancia, como si hubiéramos jugado
pichangas en la calle y yo hubiera sido de los que se
metían debajo de los autos a sacar la pelota.

Estábamos dejándolo todo, moviendo la cabeza, los


brazos, la cadera; y al voltear la mirada hacia un
rincón perdido en el bar, vi un rostro desencajado de
una joven, con blusa blanca y pantalón negro, parecía
haber salido recién de la oficina. Quizás dominado por
mi tercera botella de cerveza o por el éxtasis y la
excitación del momento, le hice un ademan para que
se acercara a bailar, le hice un par de pasitos a la
distancia, y como si Dios o Belcebú hayan conspirado
para mí ese día, aquella oficinista melómana se acercó
riendo.

Comenzamos a movernos, frente a frente, con la


mirada fija en los ojos del otro, la música de fondo,
diciendo que nos balanceemos hasta acabar junto a
esta mágica… y pienso en la adolescente sin edad con
la que me río sin estupefacientes y sin si quiera saber
su nombre.

La música va disminuyendo su volumen hasta


desaparecer por completo. Ignoro los saludos de la
banda que vine a escuchar, solo podía observar cómo
la gota de sudor de la compañera de baile que tenía al
lado se perdía dentro de su blusa mojada por el calor
y el ambiente que nos rodeaba.

Me presenté en la primera canción. Tartamudeé un


poco al sentir el olor dulce que emanaba de su cuello,
y ella hizo lo propio acariciando, de casualidad
(quizás), con sus labios la parte más inferior de mi
oreja… se puso delante de mí y se contorneaba sin
piedad a mi pudor al compás del bombo de la batería.
Y quizás fueron mis ganas desenfrenadas de acabar
bien la noche, o tal vez realmente no me pareció que
valiera la pena seguir escuchando toda la noche
aquella banda, le propuse escaparnos en la sexta
canción.

Al terminar la quinta canción, ella tomó de mi mano y


me dijo, vamos.

Caminamos sin rumbo por tres cuadras buscando


algún taxi a la media noche, y en cada farol nos
besábamos hasta terminar mordiéndonos los labios y
con un roce demás invasor. Así deambulamos un rato
más hasta que llegamos a una escalera iluminada con
un letrero de Hostal hecho con una gigantografía.
Pagué con un billete sin rostro que recuerde, le quité
las llaves de la mano al extranjero que nos atendió y
casi corriendo entramos a la habitación.

Nuestras manos parecían garras de bestias


hambrientas, arrancando los ropajes de su presa. De
silueta perfecta bajo una luz neón azul, y de una voz
ideal en la oscuridad… la humedad de nuestros
cuerpos solo reflejaba el calor interno que nos
envolvía aquella noche de verano.

Mis dedos recorrieron cada punto de su cuerpo


mientras su lengua me hacía odiar más el paraíso. Y
entre quejidos, gruñidos y gritos, nos percatamos que
ninguno de los dos sabía el nombre del otro, solo
atinamos a reír y continuar con aquel ritual pagano
por el cual merecemos ser quemados en la hoguera.

Luego de más de lo que pensé, pero menos de lo que


hubiera querido, sello la velada con la máxima
muestra de placer que puedo dar en dónde ella me lo
solicitaba. Quedamos rendidos y dormimos en los
brazos del otro, esperando que el sol no nos juzgue
por lo acontecido en su ausencia.
Nunca más supe de aquella chica de oficina. Solo
recuerdo de aquella noche el nombre de la banda que
al mes siguiente se disolvió, se llamaban Los Toribi
algo… en fin, ya no tiene importancia.
Transeúnte sin Identidad

Lunes en la mañana y el bus está repleto. Las personas


empujan sin dirección comprensible, a lo lejos el eco
de una voz rasposa me pide que avance para atrás…
confundido me quedo en mi sitio. Otro día como
cualquiera, muchos con celulares en las manos,
muchos sacos, muchas faldas y varios pantalones…
pegados, muy pegados. Sin la comodidad necesaria,
trato de moverme hacia un lugar más apacible, que
me haga más llevadero este tortuoso camino. Y no
puedo, aunque lo intente, las voces de mi cabeza me
dicen que no pasará nada, y realmente yo les creo. El
carro frena en seco y yo innecesariamente caigo sobre
la espalda de una joven, que me insulta e intenta
pegarme. Todos miran, nadie la respalda, yo crezco.
Loca, loca, le grito… pero ya todo lo tengo grabado y
pienso que esa noche podré dormir tranquilo.

Saliendo del trabajo miro el video que pude grabar en


la mañana, no es lo suficientemente claro, falta
nitidez, un mejor ángulo. Quizás en alguna estación
del tren esta vez, o tal vez, en los ascensores o en el
baño… No. Aún no, eso es muy peligroso, muy
riesgoso, no es ético. ¿Qué pensaría tu…? ¿Quién? Ya
no tienes a nadie, estás solo… tu vida ya no le importa
a nadie, y te aseguro que estaría el mundo mejor si no
estuvieras acá.

Las voces se hacen más fuertes y violentas, pero


calman mi soledad de la noche y me ayudan a
conseguir más fotos y videos… solo una vez se dieron
cuenta y solo esa vez me persiguieron. Claro, del
trabajo me llamaron, dijeron que me van a despedir si
no voy a trabajar un día más. Pero es que ellos no
entienden de esto, esto no tiene un final… recién estoy
iniciando.

Ahora, que solo te tengo para mí, puedo tocarte en


verdad… le digo a la muchacha que llora sobre mi
colchón. Por fin puedo pasar mis dedos por tu piel
desnuda, delineando tu silueta con la lengua, pero por
favor, no llores que arruinas la escena.

Con la cabeza en el piso y sobre mi oreja una bota


policial, me gritan y hacen aspavientos de haber
capturado luego de meses a un maleante, con una
basta colección de material pornográfico de toda
índole, y culpable de crímenes como secuestro,
violación, y más tonteras… yo solo puedo pensar en el
trasero de la policía de al frente que consuela a la
madre de una de mis víctimas.

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