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Magnetismo.

Fuerzas ocultas, y no tan ocultas.


La idea de magnetismo inmediatamente evoca la idea de atracción, y por consecuencia, también
evoca la de repulsión. En principio la física nos explica que su punto de partida es la existencia de
dos polos: positivo y negativo, entonces como hemos escuchado cientos de veces, los polos iguales
se repelen y los opuestos se atraen.
Los familiares imanes de nevera y la electricidad son ejemplos cotidianos en los que este fenómeno
se hace notable, sin embargo, más allá de estas manifestaciones, la física también nos explica que
todo material e individuo presente en nuestro planeta se ve influido por la existencia de un campo
magnético, aunque el grado de esta influencia varíe. La tierra tiene su propio dipolo y genera dicho
campo magnético que se extiende desde el núcleo interno hasta el límite en que se encuentra con el
viento solar, siendo su existencia la razón por la que la aguja de la brújula se orienta hace siglos en
la misma dirección (invirtiéndose los polos cada cientos de miles de años). Incluso si se quiere ver
más allá, el magnetismo está presente en el universo de diversas maneras y según datos recientes, su
complejidad tiene el potencial para explicar una gran cantidad de fenómenos que aún nos son
incomprensibles, como los agujeros negros.
Para acercarse más a entender entonces lo que engloba esta idea del magnetismo, esta explicación
que usa palabras quizá se vuelve más amigable al usar imágenes:

Tanto en los imanes de la nevera y la corriente eléctrica como en los polos de la tierra y el cosmos,
lo que veríamos si nuestros ojos tuvieran tal habilidad perceptiva sería más o menos así, una imagen
cinemática (podría decirse) de la interacción de elementos o energías basada en la atracción y
repulsión de sus cargas eléctricas y las de los polos que les influencien, y esta imagen es muy
interesante en tanto que precisamente, ni nuestros ojos ni ninguna otra parte de nuestro cuerpo tiene
en realidad tal habilidad, pero aun así, esta fuerza a la vez invisible y envolvente quizá sea una de
las muchas variables que a lo largo de milenios de expansión del universo, se ajustó de la forma
exacta requerida para definir nuestra existencia y la de la misma vida en la tierra, y percibir su
presencia y especularla a nuestro alrededor, es cuanto menos sugestivo.
La historia de la física ha estado mediada por la idea de unificación, con la cual un conjunto de
leyes constantes e inmutables explicaría todos y cada uno de los fenómenos observables en el
universo. Empezó Galileo describiendo los efectos de la gravedad en la Tierra y Kepler el
movimiento planetario, y siguió Newton hablando de la fuerza gravitatoria bajo el mismo concepto.
Así mismo Coulomb y Volta observaron el fenómeno eléctrico y Orsted las perturbaciones
magnéticas cercanas a corrientes, para que más tarde Maxwell derivara una ecuación de onda
electromagnética y se estableciera este fenómeno como otra fuerza fundamental, luego, se
desarrollaría la física nuclear y se sumarían otras dos que no cabían con las existentes, la fuerza
nuclear débil y la fuerte, pero eso ya es otro asunto… lo que señalo en esencia es que a lo largo de
muchos siglos de evolución humana, estos hallazgos y observaciones van dejando ver una relación
entre sí, todos apuntan en una misma dirección: el orden de la existencia, ese código rastreable
detrás de la perfecta sincronía de todas las variables que permitieron la gestación de la vida que
conocemos, y bien sea que la teoría del todo que propone la física teórica acabe siendo cierta y se
compruebe que estas cuatro fuerzas están conectadas a un solo principio, o bien que todo lo hasta
ahora pensado de un vuelco y las teorías se abran a posibilidades ahora impensables, salta a la vista
que este espíritu existencial de cuestionamiento y permanente búsqueda de sentido nos acompaña
en nuestra condición humana, nos interesa y quizá interesara siempre desentrañar la relación entre
el cosmos y nosotros, desde el tiempo de los habitantes de la ciudad Magnesia del Meandro (de
donde se datan las primeras observaciones del fenómeno magnético) hasta hoy, es evidente que
intentar responder estas preguntas nos atrae con fuerza como especie y ha marcado el curso de
nuestro relato.
Cualquiera que sea el marco que le demos a estas reflexiones, ya sea que mantengamos la mirada
más científica o que optemos por la mirada más esotérica, estos esquemas nos muestran la danza
sincronizada de energías de la que somos participes junto con todo el universo, presentes del micro
al macro, estas imágenes dan vida a una expresión del azar inconmensurable que da lugar a todo
cuanto somos y conocemos, y hemos tratado de entender y explicar a lo largo de toda nuestra
historia, por todas las generaciones de la humanidad… Ante mi mirada contemporánea, ingenua y
sensible, muy seguramente distante de la intención e ideas del físico qué habría llegado a ellos en
primer lugar, las representaciones de campos magnéticos están mostrando que nuestros ojos
humanos son fútiles y que todavía se nos escapan muchas cosas de la realidad; en alguna fibra,
dejan intuir que nuestro entorno nos excede bastamente y que por más que en el presente contemos
con el método científico, el eclecticismo y la globalización, los viajes al espacio, y casi todos los
pináculos del desarrollo imaginados el siglo pasado, por más que nos pensemos superiores a nuestro
propio origen, seguimos y seguiremos estando limitados a nuestras posibilidades humanas,
desconocer que tal como los primeros de la especie, en realidad no hemos trascendido de la
pregunta por la causalidad o casualidad de nuestro destino, resulta en un verdadero acto de
arrogancia y hasta estupidez. Las fuerzas que rigen nuestra vida, aunque saboreadas, a decir verdad,
se nos escapan; lo que sale a la luz en su búsqueda es que los medios humanos a la larga, no
alcanzan para ese tipo de certezas.

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