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2ª Conferencia Internacional 2005

Serie de temas entregados en la conferencia

El caminar del cristiano ejemplificado en los patriarcas del Antiguo


Testamento.

De la cruz a la gloria (1)


Hoseah Wu

Creo que esta Conferencia es muy importante. ¿Cómo podrá el Señor restaurar su testimonio en
este tiempo tan breve que vivimos en esta tierra? El tiempo es corto. Pablo dice que debemos
redimir el tiempo; tenemos que ganar el tiempo para el Señor, y si no lo hacemos, lo vamos a
desperdiciar.

Estos son los últimos tiempos; tenemos que levantarnos e involucrarnos en los negocios de
nuestro Padre. No podemos permanecer inactivos, porque él está a las puertas. Nosotros no
sabemos cuándo él va a aparecer. Sin embargo, cuando él aparezca, ¿estaremos preparados?

Estamos viviendo tiempos cruciales. Necesitamos estar despiertos, porque Dios va a obtener
aquello que él desea. Lo de Dios es serio; sin embargo, ¿somos nosotros serios para con él? Que
el Señor nos libre de un espíritu negligente. Tenemos que estar despiertos y ocupados con
diligencia en las cosas del Señor; en las cosas que son importantes para él, y no en aquellas que
son importantes para nosotros.

Hay una cosa que quiero compartir con ustedes. Por lo menos en los Estados Unidos, en los
últimos veinte o treinta años, hemos oído algunas enseñanzas de parte de nuestros hermanos
acerca de la visión celestial y del propósito eterno de Dios; acerca de lo que el Señor se ha
propuesto en su corazón asegurarse para sí mismo y acerca de la novia que el Señor Jesucristo
está esperando para sí mismo. Él está esperando a su amada; sin embargo, ella no está lo
suficientemente madura para encontrarse y vivir con él en la eternidad.

Hay, entonces, una advertencia que hemos oído reiteradamente, y que conocemos mucho. Sin
embargo, si no permitimos que aquello que hemos recibido se haga realidad en nuestras vidas; si
fallamos en permitir que el Espíritu Santo haga real lo que Cristo quiere hacer en nosotros; eso que
nosotros sabemos, al final, nos va a juzgar.

Lo que nosotros conocemos es para que se cumpla en nuestras vidas. Sin embargo, si fallamos en
permitir que esto se cumpla, el conocimiento que tenemos de ello nos juzgará al final. Esto es muy
serio en estos tiempos finales. ¡Cómo debemos ocupar nuestro tiempo con el Señor mismo,
colaborar con él, y permitir que su propósito sea cumplido plenamente! No es suficiente sólo el
saber, no basta con comprender. El asentir a lo que hemos oído no lo es todo. Debemos permitir
que aquello que conocemos obre en nuestras vidas individual y corporativamente.
También quiero decirles que Dios está decidido a cumplir su propósito. Él no desistirá de nosotros,
ni se someterá a nuestra voluntad, sino que va a concluir aquello que ha comenzado en nosotros.
Me gustaría citar una frase de nuestro hermano Stephen Kaung. Escuchen y piensen en ella.
Cuando oí estas breves palabras de nuestro hermano, ellas tocaron mi corazón profundamente, y
no he podido olvidarlas. Es una palabra que nos desafía; óiganla con mucha atención. Él dijo:
«Dios ya nos ha confiado su testimonio, ¿cómo podríamos fallarle? Él ha confiado su testimonio a
su pueblo. Por la fe, nos ha confiado su testimonio, porque él sabe que tiene el poder para
cumplirlo. Pero la pregunta es la siguiente: ¿Estamos nosotros dispuestos a permitir que Dios
cumpla su voluntad?».

Escuchen estas palabras y pónganlas en su corazón. Dios ya nos ha encomendado su testimonio,


ya nos ha dado a su Hijo Jesucristo. Él desea que su Hijo sea plenamente formado en nosotros,
individual y corporativamente. Y la gracia y el poder para que esto se cumpla, también están a
nuestra disposición. Por lo tanto, nadie tiene excusa para decir que no somos capaces, porque el
que nos ha llamado puede cumplir su voluntad en nosotros.

Algunas vidas de Génesis

En esta oportunidad en que estaremos juntos, vamos a compartir acerca de algunas de las vidas
registradas en el libro de Génesis. Veremos cómo Dios, de manera progresiva trabajó en ellas,
hasta finalmente obtener aquello que buscaba.

Pero, antes de hablar de esto, permítanme mostrarles algo que para mí es crucial: Dios nunca va a
demandar que tú hagas aquello que no está preparado para que tú lo hagas. Dios nunca va a
llegar a ti como si él estuviera improvisando.

En el Nuevo Testamento encontramos fiestas y personas invitadas a una fiesta. En el capítulo 22


de Mateo, el motivo por el cual se envió la invitación es porque la comida ya estaba preparada, la
mesa estaba dispuesta, los alimentos ya estaban sobre la mesa; sin embargo, faltaba que llegaran
los invitados. Así es el corazón de Dios. Todo lo que él desea que sea logrado en nosotros, en un
sentido, ya está hecho en su Hijo. Eso es el evangelio. Porque la obra ya está hecha, vengan y
tomen posesión; les pertenece.

Entonces, ya hay un Hombre en la gloria – nuestro Señor Jesucristo. Éste es el fundamento de


nuestra fe. Y si Cristo está allí, nosotros también lograremos llegar. Él está allá primero por
nosotros, y ahora que él está glorificado puede llevar muchos hijos a la gloria. Nosotros tenemos
que ver eso como nuestra plena seguridad. Nuestra fe está anclada, tiene un fundamento seguro,
porque todo lo que Dios quiere obtener de su pueblo, él ya lo ha obtenido y concluido en su Hijo.

Adán

Empezaremos con la vida de Adán. Indudablemente, Dios tiene interés en el hombre; por eso creó
al hombre. Dios está buscando a un hombre, y este hombre que él busca debe ser un hombre de
acuerdo al corazón de Dios. Y tal es nuestro Señor Jesús. Al comienzo del libro de Génesis Dios
dijo: «Yo quiero un hombre de acuerdo a mi corazón, un hombre que concuerde conmigo en todo.
Por medio de este hombre, será cumplida mi voluntad para con toda la creación. Por medio de él,
yo voy a reconciliar todo de nuevo conmigo».

Sabemos que antes de la creación hubo una rebelión. Siempre que ocurre una rebelión, o que hay
pecado, los derechos de Dios son violentados. Entonces él hizo al hombre un poco menor que los
ángeles para restaurar ese derecho conforme a la voluntad de Dios. Y esa es la gloria de Dios y
también es nuestra gloria. Cuando los derechos de Dios son restaurados, y nosotros somos
usados como instrumentos para su restauración, esa es nuestra gloria. Nuestra gloria es traer las
cosas en sujeción a Cristo. Es muy importante que comprendamos esto.
Cuando Adán fue creado, el deseo de Dios era que él participase de la vida de Dios. El principio
era que Adán simplemente escogiera el árbol de la vida, porque sin vida, sin la vida de Dios, no
hay un verdadero comienzo. Dios amó tanto a Adán, que desde el principio quiso que Adán lo
eligiese a él. Si Adán hubiera escogido sabiamente, si hubiera escogido la vida de Dios, entonces
habría estado en el camino correcto para que se cumpliese el propósito de Dios para su vida. Sin
embargo, no escogió el camino de Dios, sino su propio camino, y a causa de su desobediencia fue
dejado fuera del jardín de Edén.

Dios desea que tú tengas su vida, porque todo comienza con su vida. La restauración del
testimonio de Dios en su Hijo comienza con la vida de su Hijo; porque sin Dios y sin su Hijo, no hay
testimonio. Él ha venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. No sólo vida,
sino vida en abundancia.

Dios es un Dios de plenitud; cualquier medida inferior a la plenitud, no refleja lo que Dios es. Dios
se rehúsa a ser minimizado. Tú no puedes empequeñecer a Dios. Él es muy grande para nosotros.
Nosotros necesitamos ser engrandecidos, expandidos.

Entonces, la restauración del testimonio de Dios en su pueblo comienza con la vida del Señor
Jesús. Dios nos amó tanto, que nos ha dado a su Hijo, la vida de su Hijo. Porque el cumplimiento
del propósito de Dios comienza con la vida misma de Dios.

Esa es la historia de Adán. Pero nosotros no queremos quedarnos con lo negativo, sino con lo
positivo. Aunque Adán haya rechazado la propuesta de recibir la vida de Dios; sin embargo, Dios
es inmutable, y la actitud de Adán no pudo cambiar la actitud de Dios para con los hombres. Por un
poco de tiempo, él defraudó a Dios, retrasó temporalmente el propósito divino. Sin embargo, Dios
no puede fallar.

Quiero darles una palabra de aliento, hermanos y hermanas. El año pasado, el hermano Stephen
Kaung y yo, junto a nuestras esposas, fuimos a una corta visita a Filipinas, y encontramos a un
pequeño grupo de hermanos que pasaban por muchas pruebas y tribulaciones, presiones desde
afuera, problemas internos, muchos sin solución aparente. Ellos intentaban resolverlos, y cuanto
más se esforzaban, más problemas aparecían; cuanto más se ocupaban en sus problemas, menos
se ocupaban del Señor. Estaban en gran agonía.

Los hermanos vinieron a nosotros y nos preguntaron qué podían hacer. Parecía no haber una
salida. Aun el número de los hermanos iba disminuyendo, y tal vez al final quedarían sólo dos o
tres de ellos. Tenían un gran peso en el corazón con esos problemas; querían aliviar su corazón de
esa carga. Aquellos que de hecho conocen al Señor, nada les puede perturbar. Conocer a Dios
plenamente es descansar en él plenamente.

Entonces el hermano Stephen sonrió, mientras todos los hermanos tenían sus caras largas. Él dijo:
«Si al final no queda nada, sino sólo el Señor, esto es suficiente». El Señor es suficiente. Esa es
una prueba para nuestra fe, una prueba de nuestro testimonio. Si no tenemos nada, pero tenemos
a Cristo, es suficiente.

El día de la conmoción vendrá, y todo lo que pueda ser conmovido lo será. Cuanto más temprano
seamos conmovidos, mejor. No queremos ser de aquellos que no se conmueven, o de los que
tienen miedo a la conmoción. Porque cuando el Señor nos conmueva, será la oportunidad para que
veamos lo que es verdadero y real en nosotros.

Así, aunque Adán haya rechazado la voluntad de Dios, Dios nunca se desalentó, porque él tiene la
sabiduría para restaurar aquello que se ha perdido.

Abel
Nuestro siguiente personaje es Abel. La historia de Caín y Abel es muy interesante. Ambos eran
hijos de Adán y Eva. Así, cuando Caín nació, Eva estaba muy contenta, y por eso lo llamó Caín:
«Con la ayuda de Dios tenemos ahora un hijo». Recuerden que en el capítulo 3 del libro de
Génesis Dios dijo que la simiente de la mujer iba a herir la cabeza de la serpiente y la serpiente la
iba a herir en el calcañar. Entonces, Eva estaba muy contenta, pues esperaba que Caín sería
aquel que iba a liberarlos de la maldición del pecado.

Permítanme decirles algo a los hermanos y hermanas jóvenes. Nosotros nunca vamos a pedir la
liberación del pecado hasta el día en que probemos cuán terrible es el pecado. Sólo Dios sabe
cuán terrible es el pecado. A causa de él, nosotros nos separamos de Dios. Esa separación hirió
más a Dios que a nosotros.

Dios desea restaurarnos más intensamente de lo que nosotros deseamos ser restaurados. Es por
eso que él estaba preparado para restaurarnos aun antes de la fundación del mundo. El Cordero
fue inmolado antes de la fundación del mundo, porque Dios no habría de soportar la separación del
hombre. Él sabía que habría esa posibilidad de separación, y por eso preparó un camino para
traernos de vuelta.

Y aquí encontramos la historia de Abel. Es el camino de regreso hacia Dios. Cuando Dios miró a
Abel, miró también al sacrificio de Abel. En el Antiguo Testamento, el que ofrece y el sacrificio son
uno. En otras palabras, Dios al mirar a Abel miró al sacrificio de Abel, vio a Abel en aquel sacrificio.

Cuando Cristo murió, nosotros morimos. Es por eso que Dios incluyó a toda en la raza adámica. En
la crucifixión de Cristo toda la raza antigua fue removida; se terminó. El sacrificio de Abel es la vía
para que él regresara a Dios, porque Dios aceptó su sacrificio. Ese es el sacrificio más excelente,
el sacrificio que Dios aprueba. Cristo es el único sacrificio que Dios aprueba para nuestra
redención, porque sólo aquel que no tiene pecado puede morir por los pecadores. Por eso, hay
sólo un camino aprobado, y por eso Abel fue aceptado y traído de regreso a Dios.

Nuestro camino de restauración comienza con nuestro regreso al Señor. Si no hay vida, no hay
comienzo, y si no regresamos al Señor para tener vida, no tenemos cómo empezar nuestro
camino. Todos nosotros necesitamos ser restaurados y encontrar el camino de regreso a Dios.

Para hablar de una manera más concreta, después que fuimos restaurados y reconciliados con
Dios, el camino para que regresemos a Dios es el sacrificio del Cordero. Es el único camino; no
hay otra opción. Es el único camino, así que no es posible elegir: el camino ya ha sido escogido
para nosotros. Tú sólo tienes que aceptarlo; es todo gracia.

Ahora, una vez que hemos sido reconciliados con Dios y empezamos a caminar, hay muchas
cosas que él tiene que hacer todavía. Si la necesidad de regresar a Dios ha sido satisfecha, ahora
tenemos que empezar a caminar con él. Una vez que le pertenecemos, podemos empezar a andar
con él. Y este andar con Dios no es sólo algo para que podamos pasar por esta vida. No es sólo
que nosotros estemos libres de problemas, de pruebas y tribulaciones.

Tenemos el concepto errado de que si andamos con Dios, nos irá bien en todo. Entonces, cuando
las personas enfrentan problemas, se les dice: «Todo lo que necesitas hacer es andar con Dios».
¿Comprenden? Se piensa que andar con Dios es algo fácil.

Dios es perfecto, Dios es puro, Dios es santo. Dios no cambia, él es siempre el mismo, y te dice:
«Tú debes caminar conmigo; no soy yo quien debo andar contigo; y si quieres andar conmigo,
tienes que aprender a hacerlo a mi manera».

Aquí hay algunos matrimonios que llevan muchos años juntos, y estoy seguro que ambos están
andando con el Señor. Si son honestos, en todos los años que ustedes llevan juntos, ¿han tenido
alguna divergencia o discusión, alguna diferencia o discordancia? (Quizás las parejas chilenas son
perfectas, pero no es así con los chinos). Pero cuanto más dificultades enfrentamos juntos, a
través de todas ellas, el Señor permite que nos aproximemos el uno al otro. Todas las cosas
ayudarán a bien a los que aman a Dios.

Caminar con Dios no es fácil. Porque él no cambia, somos nosotros los que tenemos que cambiar.
Piensen acerca de eso. Cambiar nuestra manera de vivir es difícil. Pero necesitamos estar
dispuestos a cambiar.

Voy a mencionar algunas cosas. Amós 3:3: «¿Andarán dos juntos si no estuvieren de acuerdo?».
Lo primero que tenemos que hacer es una elección libre nuestra, y eso es muy importante. Dios
está en serio con nosotros. Tenemos que elegir voluntariamente. ¿Estás dispuesto a ir en contra
de ti mismo? Se requiere coraje, estar dispuesto a pagar cualquier precio para concordar con Dios.

Esa es la vida de nuestro Señor Jesucristo. Antes de venir, él propuso en su corazón concordar
con la voluntad de Dios. Nada iría a cambiar ese propósito. «He aquí que vengo, oh Dios, para
hacer tu voluntad». Para concordar con él, nosotros necesitamos negarnos a nosotros mismos.
Tenemos que hacer que nuestra voluntad desee la voluntad del Señor. No es algo pasivo. No es
que sea lo que sea, no es así: Tú tienes que tomar la decisión.

Si nosotros no hacemos nuestra decisión por Cristo, el testimonio de Dios nunca podrá ser
restaurado. Dios ya hizo su parte; ahora es nuestra responsabilidad. Nosotros, juntos, tenemos que
concordar con Dios. Esto es lo que se requiere para andar con Dios. Hablar es una cosa; hacer es
otra completamente distinta.

Nosotros decimos: «Yo quiero concordar con Dios». Dios te preguntará: «¿Lo dices en serio? Yo
no lo veo». Porque Dios es serio, él es veraz, y él busca la verdad; con él no hay mentira. Nosotros
no podemos mentirle; él escudriña nuestro corazón. Entonces, si decimos concordar con Dios,
cualquiera sea el costo, él dirá: «Está bien, vamos a ver si realmente estás dispuesto: Toma mi
yugo sobre ti». Concordamos, pero, ¿estamos dispuestos a tomar su yugo sobre nosotros? Hablar
es una cosa; actuar en obediencia es otra.

Quiero hablar sobre otro importante concepto que vamos a tocar en estos días: La medida de
nuestra obediencia es la medida de nuestro real conocimiento de Su persona. La medida de
nuestra obediencia es la única medida verdadera acerca de cuánto le conocemos realmente.

Dios es real. Que él tenga misericordia de nosotros. Si dices que quieres andar con él, entonces
toma tu cruz, niégate a ti mismo, y sigue al Señor. «Vive tu vida a Mi manera, haz las cosas a Mi
manera, piensa a Mi manera». Entonces, nos enyugamos juntos con Dios. Ese es el testimonio de
nuestro real compromiso con él; si su yugo no está sobre nosotros no habrá un compromiso
verdadero.

Estas son las cosas que tenemos que aprender. El tiempo es corto. Tenemos que levantarnos y
ocuparnos en los negocios de nuestro Padre. Lo que estamos compartiendo acerca de la vida de
Adán, de Abel y de otros, son ejemplos de la Biblia que el Señor desea que nosotros sigamos, y
que nos muestran el camino para seguir a Cristo.

Finalmente, éste es un camino de fe. Como les he compartido, si vemos que nada está
sucediendo, todavía seguiremos creyendo que él está con nosotros. El sol está brillando, y sin
embargo, podemos pasar por días oscuros creyendo en Dios, creyendo que ya viene la mañana. El
hermano Sparks dice que cuando tú piensas que Dios no está, cuando no ves a Dios haciendo
cosa alguna, no pienses que él no está haciendo nada, porque no andamos por vista sino por fe.
No vivimos por los sentimientos. Así que, aunque a veces no sentimos nada, no vemos nada, Dios
aun continúa siendo Dios, y él todavía está determinado a concluir su obra en nosotros.

(Resumen de un mensaje impartido en la 2ª Conferencia Internacional, Santiago de Chile, Septiembre 2005).

***

El caminar del cristiano ejemplificado en los patriarcas del Antiguo


Testamento.

De la cruz a la gloria (2)


Hoseah Wu

Noé y la vida escondida en Dios

Noé es el tipo de un hombre que no sólo anduvo con Dios, sino que tuvo un caminar escondido en
Dios. La manifestación externa de nuestro caminar depende de esa vida escondida que tenemos
con él, porque aquello que está en el interior es real, y Dios está mirando hacia el corazón. Dios
está muy interesado en tu condición interior. Noé nos habla de una vida escondida en Dios.
Cuando Noé y su familia entraron en el arca, Dios cerró la puerta – Dios deseaba que Noé hiciera
de aquella arca su habitación permanente.

Dios no quería que Noé estuviese en el arca por un tiempo breve. Cuando Dios cierra la puerta, lo
hace con una buena razón, y si él encierra a alguien dentro del arca, no hay cómo escapar. Aquella
era una gran arca, una verdadera vivienda flotante. Uno está en el arca para permanecer, por eso
Noé nos habla de una vida escondida. Cuando nosotros tenemos una vida escondida, Dios nos
puede revelar el secreto de su corazón.

Estoy seguro que cuando ustedes hablan con otros, descubren quiénes conocen las cosas
profundas de Dios, y al saber cómo viven, descubren que ellos viven una vida escondida. Dios está
buscando a aquellos a quienes puede confiar sus secretos, porque a ellos usará como vasos para
hacer su obra de restauración.

Tenemos que ser libertados de apariencias externas; necesitamos desarrollar una vida interior muy
fuerte en el espíritu. Esa es la vida en el Señor que poseía Noé; por eso, Dios podía hablar con él
libremente. Vamos a leer algunos pasajes y a ver cómo Dios hablaba libremente con Noé.

«Dijo, pues, Dios a Noé: He decidido el fin de todo ser, porque la tierra está llena de violencia a
causa de ellos; y he aquí que yo los destruiré con la tierra» (Gn. 6:13). Así, Dios habló de juicio.
Después, él revela a Noé su manera de salvar a aquellos que él quería que escapasen del juicio:
«Hazte un arca...» (v. 14). El juicio viene; sin embargo, hay un camino: hacer un arca. Y Dios da a
Noé las instrucciones específicas para su construcción: «Y de esta manera la harás» (v. 15). Y el
verso 22 dice: «Y lo hizo así Noé; hizo conforme a todo lo que Dios le mandó».

El arca fue construida durante unos ciento veinte años, y cuando estaba ya lista, Dios dijo: «Esta
es para ti, para tu esposa, para tus tres hijos y sus esposas». Sin embargo, Dios agregó: «Toma
contigo siete parejas de animales limpios, y dos parejas de todos los otros animales. Quiero que
pongas estas vidas dentro del arca, para que sean preservadas con tu vida».

Recientemente, en una Conferencia en Nueva Jersey, un hermano nos dio una muy buena
explicación de cómo esos animales pudieron entrar en el arca. Dios dijo: «Pon todos esos animales
contigo en el arca». Hermanos, ¿cómo hizo Noé para poner a todos esos animales dentro del
arca? Cuando Noé entró en el arca, entonces entraron también los animales.

En el exterior, había muerte y juicio, pero la vida de todos aquellos animales dentro del arca fue
preservada. Si aquellos animales pudieran hablar, ellos dirían: «Doy gracias a Dios porque le habló
a Noé acerca del arca, y doy gracias a Dios por la obediencia de Noé al construir el arca. Mi vida
ha sido preservada porque Dios habló a Noé, y Noé fue obediente».

Recientemente, tuve una experiencia inusual. En una Conferencia de jóvenes en Toronto


(Canadá), hacíamos nuestras oraciones matinales, y en una ocasión un hermano oró diciendo:
«Señor Jesús, doy gracias por tu obediencia; si no fuese por tu obediencia, yo no estaría aquí». Si
nosotros estamos en el arca sanos y salvos, es a causa de la obediencia de nuestro Señor Jesús.
No tenemos cómo agradecerle al Señor.

Nuestra obediencia es a menudo gracia salvadora para los que están a nuestro alrededor. Cada
una de las asambleas locales que el Señor en su soberanía ha levantado, ha sido posible porque
hay unos pocos que están dispuestos a obedecer la voluntad de Dios. De eso nos habla la vida de
Noé.

También en nuestras familias, la restauración espiritual de los hijos depende de la obediencia del
padre o de la madre. A causa de la obediencia de Noé, muchas vidas fueron preservadas. A causa
de la obediencia de Cristo, somos lo que somos hoy. Gracias a Dios por la obediencia de
Jesucristo, obediencia que lo llevó hasta la muerte, y muerte de cruz.

Sabemos que hay dos tipos de muerte. Hay un tipo de muerte que es causada por el pecado, es un
tipo de muerte justa. Si pecamos y morimos a causa de ello, eso es justicia. Sin embargo, hay otro
tipo de muerte distinta. Pablo, en su segunda carta a los corintios dijo: «La muerte opera en mí
para que la vida pueda obrar en vosotros». No es la muerte a causa del pecado, sino el morir para
dar vida a otros.

Así, Noé estaba dispuesto a obedecer, y él sufrió, fue ridiculizado; sin embargo, él tuvo por
verdadera la palabra de Dios, y no sólo trajo salvación a sí mismo, sino a toda su familia y a toda la
creación. Y no es de sorprender que en Romanos se dice que toda la creación gime por la
adopción de los hijos, es decir, toda la creación está aguardando ser libertada de la maldición.
Cuando nosotros lleguemos a la madurez que Dios desea, toda la creación será restaurada.

Abraham y los altares

Como sabemos, Dios se apareció y habló con Abraham por lo menos seis o siete veces. Y
Abraham levantó cuatro altares. Vamos a referirnos al principio relacionado con esos altares. El
altar nos habla de la cruz. Por una parte, el altar nos habla de adoración, de comunión con Dios.
Sin embargo, es también el lugar donde Dios habla contigo. Dios nos habla cuando le adoramos.

Nosotros tenemos la idea errada de que cuando estamos adorando, Dios está pasivo. Pero esta es
una comprensión equivocada. Les daré un ejemplo: Dios llamó a Moisés a subir al monte Sinaí por
lo menos dos veces, por períodos de cuarenta días y cuarenta noches. En ambas ocasiones,
Moisés se acercó a Dios para adorarle. No es posible acercarse a Dios sin adorarle. Dios está
siempre más dispuesto a dar que a recibir algo de nosotros. Cuando nosotros le adoramos, damos
a Dios una oportunidad para que él nos dé más de sí mismo.

¿Cómo recibió Moisés el modelo del tabernáculo? ¿Cómo recibió él los Diez Mandamientos?
Acercándose a la presencia de Dios, y adorando en su presencia. Nosotros pensamos que nos
acercamos a Dios para satisfacerle a él; sin embargo, cuando le adoramos, nosotros somos
satisfechos. Durante los cuarenta días y cuarenta noches que Moisés estuvo en el monte sin comer
ni beber, ¿quién le satisfizo a él? Dios satisfizo a Moisés.

Cuando Dios te satisface, no necesitas nada más. Estas son algunas de las cosas que tenemos
que aprender juntos.

More, en Siquem

Entonces, llegamos al primer altar de Abraham: «Y pasó Abram por aquella tierra hasta el lugar de
Siquem, hasta el encino de More; y el cananeo estaba entonces en la tierra. Y apareció Jehová a
Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra. Y edificó allí un altar a Jehová, quien le había
aparecido» (Gén. 12:6-7).

Cuando llegamos a donde Dios nos envía, entonces él puede empezar a enseñarnos. Dios no
podía enseñar a Abraham mientras éste estaba en Mesopotamia. Ni podía enseñarle nada cuando
estaba en Harán. Sólo cuando Abraham llegó al lugar que Dios le había mandado, entonces Dios
podía empezar a enseñarle.

Este es un principio muy importante. Hay personas que son enseñadas por Dios todo el tiempo; en
cambio, otros no reciben enseñanza en ningún tiempo. Unos están aprendiendo siempre más de
Cristo; sin embargo, hay otros que nunca aprenden algo más sobre él. Para aprender de él, hay
que estar en el lugar donde él nos ha ordenado; entonces él nos enseñará.

¿Cuál es la primera lección que nos está enseñando? ‘More’ significa enseñar, o ser enseñado;
‘Siquem’ significa hombro. O sea, si queremos aprender algo de Dios, tenemos que estar
preparados para responderle a él. Cuando llegamos al lugar donde Dios nos ha ordenado, él nos
puede enseñar una lección muy preciosa. Es en el lugar donde Dios nos ha ordenado, que somos
capaces de cumplir con nuestras responsabilidades, porque todo aquello que él nos pide, primero
nos lo da.

Dios es justo. Antes que él nos pida alguna cosa, él ya ha hecho la provisión. Cuando llegamos al
punto donde Dios nos ha ordenado, allí estará su provisión, y ahora él podrá enseñarnos y
seremos capaces de responder. Y eso es muy importante para aquellos que están buscando al
Señor y para aquellos que quieren ver el testimonio del Señor totalmente restaurado: Tenemos que
estar con él donde él quiere que estemos y oír su palabra, y responder a su palabra. Y la razón por
la cual nos enseña es porque él mismo ya nos ha dado la capacidad de responder.

Bet-el

El segundo altar es Betel. De un lado tenemos Betel, y del otro tenemos Hai. Abraham construyó
un altar allí, y la Biblia nos dice que él construyó ese altar por una razón: para invocar al Señor.
Ahora, cuando deseamos responder a Dios, descubrimos que en nosotros está la carne. Abraham
edificó ese segundo altar para invocar el nombre del Señor, porque él descubrió que en sí mismo
no tenía esperanza. Él deseaba responder, pero descubrió que la carne aún estaba en él. Es decir,
cuando estamos en el lugar que Dios nos ordenó, vamos a descubrir nuestra propia carne, y es en
ese lugar que Dios tiene una vía para tratar con la carne.

Ayer compartíamos con los jóvenes que si nosotros no vemos cuán terrible es nuestro pecado,
nunca vamos a pedir a Dios que nos libre del pecado. Lo mismo ocurre con la carne. Si no vemos
cuán aborrecible es la carne a los ojos de Dios, nunca clamaremos por liberación. Es en el lugar de
Dios, o sea, en Cristo, que todo esto es expuesto, no para condenarnos, sino para libertarnos.
Abraham percibió que había carne en él, y él quiso invocar el nombre del Señor y pedir ayuda. Un
hermano dijo que uno de los motivos por los cuales invocamos el nombre del Señor es porque
hemos reconocido que en nosotros no hay solución. Si no sabemos cuán incapaces somos, nunca
vamos a clamar por la ayuda de Dios.

Así que Dios le estaba enseñando a Abraham que en él todavía hay carne que precisa ser tratada
por Dios. De manera que Dios permite que venga el hambre sobre la tierra, y Abraham empieza a
discurrir cómo podrá preservar su propia vida. La tierra prometida no tenía comida; pero había
comida en Egipto. ¡En Cristo, la tierra prometida, no hay comida; sin embargo, hay comida en el
mundo!

La carne es débil. Cuando Abraham fue a Egipto, descubrió cuán terrible era su carne. Trajo
vergüenza para sí mismo y para su familia, y fue rechazado. Finalmente, regresó a Canaán. El
lugar adonde él regresó otra vez fue hacia el altar en Betel. Ese es el altar de la restauración, el
altar donde la carne va a ser salvada, cuando clamamos a Dios para ser libertados de ella.

Mamre

Vamos a ver ahora el tercer altar, al final del capítulo 13. Conocemos la historia, después de la
separación de Lot. El tercer altar estaba en el lugar llamado Mamre, que significa fuerza, riqueza. O
sea, cuando nosotros estamos dispuestos a aprender, dispuestos a permitir que nuestra carne sea
tratada, entonces podemos llegar a un lugar de riqueza. Es cuando la carne ha sido tratada, que
Dios nos puede confiar sus riquezas.

Ustedes recuerdan la contienda entre los siervos de Abraham y los de Lot. Abraham dijo: «Ese no
es un buen testimonio delante de los cananeos; somos hermanos y no debemos pelearnos». Él fue
muy generoso. La tierra le había sido prometida a él. Sin embargo, dijo a su sobrino Lot: «Toma lo
que tú quieras; si vas hacia la derecha, yo iré a la izquierda; si vas a la izquierda, yo iré a la
derecha». Esto iba contra las tradiciones propias del oriente, pues la costumbre era respetar a los
más ancianos, y éstos tenían el derecho de escoger. Sin embargo, Abraham estaba dispuesto a
renunciar a sus derechos.

Y aquí tenemos un principio muy importante: Para descubrir las riquezas de Dios, tenemos que
estar dispuestos a renunciar a nuestros derechos, tenemos que rehusarnos a buscar nuestro
propio bien. Santiago dice que toda buena dádiva viene de lo alto, de Dios. Con esto, Abraham nos
dice: «Mis riquezas están con Dios. Yo no voy a pelear; dejaré todo en las manos de Dios». Y
cuando él hizo eso, encontró la verdadera riqueza en su Dios, y estaba tan agradecido y tan
satisfecho, que no deseaba nada más.

Una persona que está verdaderamente satisfecha con Dios no es alguien que esté siempre
deseando tener cosas para sí misma. Aquí está la prueba. Al principio del capítulo 14, tenemos el
relato de la guerra entre los reyes, y cómo Abraham y sus siervos rescataron a Lot. Cuando ellos
regresaron victoriosos, el rey de Salem bendijo a Abraham, él vino sólo para confirmar la bendición
de Dios sobre la vida de Abraham. Dios ya lo había bendecido, y el rey vino a confirmar ese hecho.
Y cuando el rey de Sodoma quiso dar a Abraham algunos de los despojos de la batalla, Abraham
los rechazó.

«Entonces Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, sacó pan y vino; y le bendijo,
diciendo: Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra; y bendito sea el
Dios Altísimo, que entregó tus enemigos en tu mano. Y le dio Abram los diezmos de todo.
Entonces el rey de Sodoma dijo a Abram: Dame las personas, y toma para ti los bienes. Y
respondió Abram al rey de Sodoma: He alzado mi mano a Jehová Dios Altísimo, creador de los
cielos y de la tierra, que desde un hilo hasta una correa de calzado, nada tomaré de todo lo que es
tuyo, para que no digas: Yo enriquecí a Abram» (Gén. 14:18-23).
Nosotros ya hemos sido bendecidos ricamente, porque Dios ya nos ha dado todo. ¿Qué más
podríamos pedir? Siempre yo veo hermanos y hermanas, como ahora cuando he venido a Chile, y
cuando veo a los hermanos sonriendo, pienso que ellos ya están tan bendecidos. ¿Qué más puedo
decir? Entonces, lo que estamos haciendo es descubrir juntos nuestras riquezas. Es la ocasión en
que nosotros descubrimos cuáles son las riquezas que ya tenemos en Cristo Jesús.

Cuando somos bendecidos, ya no queremos nada del mundo. Este mundo no nos puede
satisfacer, el mundo religioso no puede satisfacernos. Sin embargo, damos gracias a Dios, porque
él ya nos ha satisfecho plenamente, y todo lo que hemos de hacer es simplemente descubrir todo
lo que Dios ya nos ha dado. No es necesario siquiera pedir, sino sólo descubrir lo que ya hemos
recibido.

Moriah

Y, finalmente, el último altar. Este es el más significativo. Esta es una crisis en la vida de Abraham.
Es una prueba real de la fe que Abraham tenía en su Dios, una prueba de amor del corazón de
Abraham para con su Dios. Cuando Dios se apareció a Abraham en esta ocasión, no hubo
promesas, sino sólo una orden. El amor tiene sus demandas.

El hermano Stephen Kaung dice que, cuando Abraham ofreció a Isaac, fue el momento en que
Abraham fue más parecido a Dios. Cuando Abraham ofreció a su hijo, él testificó acerca de cómo
es Dios, y Dios se agradó de Abraham, y reafirmó su pacto con él. Y de esta ofrenda de Isaac,
Rebeca entra en escena. Y de la resurrección de Isaac, él ganó una novia para sí mismo.

Yo quiero que ustedes consideren la diligencia, la determinación de Abraham para obedecer la


demanda de Dios, sin dudar. Cuando alguien nos hace una demanda que parece sin sentido, es
común que uno dude. Pero aquí Abraham no dudó de Dios. Hemos visto como Abraham actuó de
manera decidida. Él sabía que Dios no era alguien irrazonable. Porque la promesa de Dios a
Abraham es que a través de su simiente él sería bendecido, y Dios no puede ir en contra de su
palabra. Abraham pensó que si él sacrificaba a su hijo era responsabilidad de Dios hacerlo
resucitar. Dios no puede fallar.

«Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham, y le dijo: Abraham. Y él
respondió: Heme aquí» (Gén. 22:1). En el versículo 2, Dios hizo la demanda, y en el versículo 3,
Abraham respondió de inmediato. «Y Abraham se levantó muy de mañana, y enalbardó su asno, y
tomó consigo dos siervos suyos, y a Isaac su hijo; y cortó leña para el holocausto, y se levantó, y
fue al lugar que Dios le dijo» (v. 3). Inmediatamente, él hizo todo. Este pasaje está lleno de acción,
para obedecer la demanda de Dios. Es un versículo que habla profundamente a mi corazón.

«Al tercer día alzó Abraham sus ojos, y vio el lugar de lejos. Entonces dijo Abraham a sus siervos:
Esperad aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a
vosotros» (v. 4-5). «¡Volveremos a vosotros!». Hermanos y hermanas, Dios no es un Dios de
muerte, es un Dios de vida. En medio de la muerte, él da vida; ése es el poder de la resurrección,
ése es el poder de Dios.

En medio de lo imposible, Dios dice: «Es posible». En medio de la muerte, hay vida. Nuestro
testimonio es que, en medio de la muerte, hay vida. En medio de la aparente derrota, hay gran
victoria. Es así como nosotros vemos. Y gracias a Dios, porque es él quien preserva su testimonio,
que pasa a través de muchos ciclos de muerte y resurrección. Ese es el camino de Dios: la vida
que sale de la muerte.

El testimonio de la iglesia tiene el lado de la muerte, y también el lado de la resurrección. Muerte y


resurrección. Sin muerte, no hay resurrección. Abraham sabía que, aunque había muerte, Dios era
el Dios de la resurrección.
Al concluir, quisiera alentar a los hermanos y hermanas. En China, después de que los comunistas
tomaron el poder, muchos concluyeron que el cristianismo iba a desaparecer, porque el
comunismo es básicamente anticristiano. Después que los comunistas tomaron el gobierno, todos
los misioneros fueron expulsados del país y muchos siervos de Dios fueron encarcelados, y
muchos murieron en la prisión. Podríamos pensar que eso era el fin. Pero en medio de la muerte,
hubo resurrección, hubo vida.

Muchos pueden testificar que China es hoy uno de los pocos lugares donde podemos encontrar el
verdadero testimonio de Jesucristo. Los creyentes allí dan gracias a Dios por la persecución y dan
gracias por el comunismo, y ellos dicen que el comunismo y la persecución los purificaron y los
hicieron uno en Cristo. El testimonio es que, en medio de la muerte, hay vida; en medio de la
derrota, hay victoria, y eso es para que Dios reciba la gloria.

(Resumen de un mensaje impartido en la 2ª Conferencia Internacional, Santiago de Chile, Septiembre 2005).

***

El caminar del cristiano ejemplificado en los patriarcas del Antiguo


Testamento.

De la cruz a la gloria (3)


Hoseah Wu

Para que Dios pueda restaurar la creación para sí mismo, necesita primeramente restaurarnos a
nosotros – la iglesia. Cuando la iglesia esté plenamente restaurada, entonces Dios restaurará toda
la creación para sí mismo. Nosotros somos el vaso principal, la figura clave para la restauración.
Aquellos que estaban en el arca, son los que encontramos en Efesios 1:10. En la plenitud del
cumplimiento de los tiempos, Dios reunirá todas las cosas en Cristo Jesús, así las que están en los
cielos como las que están en la tierra. Entonces, en el arca, todo ha sido restaurado para Dios.

Cuando nosotros intentamos cumplir el testimonio de Dios en la tierra, ese testimonio no sólo tiene
que ser cumplido en nuestro medio. Recuerden que no es sólo para nosotros, el pueblo de Dios,
sino que deberá incluir a toda la creación. Tenemos una tremenda responsabilidad en el
cumplimiento de nuestro llamamiento.

Y gracias a Dios, nuestra fe para esa restauración tiene un fundamento sólido, porque aquello que
Dios desea obtener para sí mismo, ya lo tiene en su Hijo. El ministerio del Espíritu Santo es
reproducir a Cristo en nosotros, porque el testimonio no somos nosotros, sino Cristo en nosotros.
Cuán necesario es que permitamos que el Espíritu Santo haga una obra real tanto en forma
individual, como colectivamente – como iglesia.

Abraham

Vamos a hablar otro poco sobre Abraham. En la vida de Abraham, por medio de su fe y
obediencia, y de los tratos de Dios con él, el objetivo de Dios era que Abraham pudiera testificar
cómo es Dios el Padre. Cuando vemos a Abraham, vemos el amor de Dios, porque él, al final de su
vida, cuando ofreció a Isaac, ofreció todo de vuelta a Dios. No se reservó nada para sí mismo,
entregó todo en el altar; reconoció que el Dios Todopoderoso es quien lo merece todo, y estuvo
dispuesto a dar todo para Dios.

La verdadera adoración consiste en devolver a Dios todo lo que él nos ha dado. En Romanos 8 hay
unos versículos muy hermosos acerca de que Dios nos ha amado a tal punto que él no retuvo nada
para sí mismo. Y Abraham es un testimonio del amor de Dios. Él puso a su hijo sobre el altar como
holocausto. El testimonio de Abraham es que Dios nos amó de tal manera que nos dio todo lo que
tenía.

En todas las asambleas locales, necesitamos hermanos y hermanas que conocen algo del amor de
Dios, y que estén dispuestos a permitir que ese amor tenga expresión. Piensen eso. Sin ese amor,
no habría Conferencia. Por detrás de esta Conferencia, hay personas que dieron sus vidas, que
devolvieron sus vidas a Dios. Dios no puede proseguir si no hay amor, si no hay vidas entregadas
en sus manos.

Gracias a Dios por esta Conferencia, porque tras ella hay amor de Dios por su pueblo, hay amor
por el testimonio de Dios y por el pueblo de Dios. Y el amor de los que han entregado sus vidas por
esta Conferencia, ha obrado muchas veces en forma invisible. Las personas no lo ven; sin
embargo, Dios lo ha visto. Porque cuando Abraham ofreció a Isaac solamente dos lo sabían.
Entonces, damos gracias al Señor por el amor y por las vidas que fueron entregadas.

Isaac

Isaac nos habla de la vida de resurrección, pues él fue puesto en el altar, y de manera figurada
estuvo muerto. Sin embargo, Dios le resucitó de la muerte. La vida que nos ha sido dada es la vida
de resurrección de Cristo. Cuando nosotros tenemos esa vida de resurrección, como dijo el
hermano Sparks, la muerte es historia, porque Dios es Dios de vivos, no de muertos.

Isaac nos habla de la vida de resurrección. Esta es una vida de ascensión, una vida de plenitud.
Todo lo que hizo Isaac fue cavar pozos. Y cuando él estaba cavando sus pozos, tuvo conflictos.
Isaac enfrentó oposición; lucharon contra él. Sin embargo, él no se rindió, porque cuando uno no
se rinde, significa que está viviendo una vida de ascensión, porque sabe que está arriba.

La realidad de una vida de ascensión es que un día tu vida natural estará dispuesta a someterse a
la vida del espíritu. Una vida de ascensión significa que estás arriba, y cuando el espíritu está
arriba, la carne se convierte en siervo del espíritu. Entonces podrás cumplir la voluntad de Dios, y
podrás expresar la voluntad de Dios. Dios tiene que restaurar esa vida abundante, esa vida de
resurrección, de ascensión, en su iglesia. Esta es la vida de los vencedores.

Hay muchas dificultades e impedimentos que necesitan ser vencidos, porque aquello que nuestro
Dios desea, el enemigo lo odia. Sin embargo, gracias a Dios, a causa de la resurrección, nosotros
estamos al lado del Vencedor; nuestra victoria ya está asegurada, porque hoy Cristo ya está en la
gloria.

Jacob

Jacob nos habla de transformación. Abraham nos habla del amor de Dios como nuestro Padre.
Isaac nos habla de Dios el Hijo, de la vida de resurrección de nuestro Señor Jesucristo, la vida de
plenitud, la vida victoriosa, la vida de ascensión. Es la vida de Cristo que nos ha sido dada.
Entonces nos atrevemos a ser vencedores y no ser derrotados, porque esa vida ahora mora en
nosotros. La epístola de Juan nos dice que mayor es el que está en nosotros que el que está en el
mundo. Y gracias a Dios por todas esas promesas, y el Espíritu Santo desea hacer realidad todas
esas promesas en nuestra experiencia.

Una de las crisis de Jacob es que él luchó con Dios. Cuando él luchó con Dios, Dios dijo que Jacob
venció. No hay nada errado en eso. ¿Desean tener a Dios para ustedes? ¿Desean ganar a Dios
para sí mismos? Sí, porque Dios se está dando a nosotros, y él desea que nosotros le venzamos.
Sin embargo, antes que podamos vencerle, él nos ha vencido a nosotros. A menos que Dios no
nos venza primero, no podemos ganarle a él.
En la revista Aguas Vivas hay algunos artículos de Harry Foster, un colaborador del hermano
Sparks. Él ha escrito muchas lecciones para niños; es un excelente maestro. Lo conozco
personalmente a él y a su esposa; ambos han estado en nuestro hogar. Él escribió un libro
devocional acerca de los personajes bíblicos. Y allí dice que Jacob fue bendecido porque estuvo
feliz de que Dios le haya vencido. ¿Lo entienden? Dios conquistó a Jacob para sí mismo. Si Dios te
toma como su posesión, tú lo tienes todo. Dios no sólo venció a Jacob, sino que éste aceptó ser
conquistado por Dios. ¿Qué quiero decir? Que, una vez que fuimos conquistados, nosotros nos
rendimos a él. Es posible que alguien haya sido conquistado, pero que no desee entregarse a él.

Voy a darles una ilustración muy concreta. Durante la II Guerra Mundial, yo estuve en Filipinas.
Antes que los japoneses invadieran este territorio, le pertenecía a los Estados Unidos. Pero las
tropas americanas y los filipinos no estaban preparados para la guerra, y la invasión les tomó por
sorpresa. Y había allí un gran soldado, el general Douglas MacArthur. Cuando los japoneses
llegaron, MacArthur logró escapar. Sin embargo, él tomó una determinación, y antes de irse, dijo a
los filipinos: «Volveré». Y, saben, ellos vivieron con esa esperanza en su mente. Todos los días, los
filipinos se preguntaban: «¿Cuándo regresará MacArthur a liberarnos?».

Yo estuve allí durante los años de la ocupación, y fui testigo de los sufrimientos de la gente.
Ocurrieron cosas increíbles. En 1944 los americanos iniciaron la invasión del Pacífico, y en poco
tiempo recuperaron Filipinas. Y cuando vimos a los soldados llegando con sus tanques, hubo una
gran fiesta de bienvenida. Algunos meses después, los japoneses se rindieron, y en Tokio firmaron
su rendición incondicional. Oficialmente se rindieron; sin embargo, había muchos soldados que
estaban escondidos en la selva que se rehusaban a rendirse.

¿Lo ven? Oficialmente, nosotros nos rendimos; sin embargo, en la práctica, estamos rehusando
rendirnos. Allí en la cruz, Su amor ya nos ha conquistado. Es un hecho consumado, real. Sin
embargo, nosotros no lo percibimos, no estamos dispuestos a rendirnos. Mientras más pronto nos
rendimos, más temprano le reconocemos como el Cristo y Rey sobre nuestras vidas.

Entonces, después de aquella lucha, Dios tocó el muslo de Jacob, y éste quedó cojo. Cuando uno
se vuelve cojo por causa del Señor está a punto de conocer la plena bendición de Dios. Cuando
percibimos que no podemos andar por nosotros mismos, entonces nos apoyamos en él.

Espiritualmente, necesitamos quedar cojos. Entonces nos apoyaremos en él y tendremos


bendición el resto de nuestras vidas. No podemos permitir que él se vaya; le necesitamos en todo
tiempo. Sin él no podemos avanzar un solo paso. Cada paso adelante es por su gracia y su poder.
Y aquellos de ustedes que tienen una historia con el Señor, cada vez que avanzan, es por obra de
Dios, es por su gracia. Que el Señor nos haga a todos espiritualmente cojos, para que él pueda
manifestar su poder en nosotros. Él puede conducirnos en el camino que debemos andar.

Hermano o hermana, ¿ya fuiste conquistado? Gracias a Dios, en la Cruz, fuimos conquistados.
Ahora podemos confesar: «¡Señor, tú me has conquistado!».

José

Ahora queremos hablar sobre José. Siempre que leo la historia de José, no puedo dejar de
continuar leyendo, porque es una historia tan bella y conmovedora. La historia de José abarca
muchos capítulos en el libro de Génesis. La creación ocupa sólo uno o dos capítulos. Isaac y
Jacob, algunos capítulos más. Pero, a partir del capítulo 28, parece que está todo ocupado con
Jacob y su familia, y José tiene un rol muy importante.

Quisiera compartir con ustedes algunos rasgos únicos del carácter de José. No voy a hablar sobre
sus sueños, que ustedes bien conocen. A causa de ellos, sus hermanos le odiaban, y aun sus
padres no le entendían completamente. Pero una de las características de José es que tenía una
conexión muy íntima con su padre. Era muy apegado a su padre, era su hijo predilecto. Y el padre
le hizo a José una vestimenta especial. Esta era una muestra exterior; pero, si leemos su historia,
vemos que hay una conexión muy estrecha entre José y su padre.

José tenía en aquella época unos diecisiete años, y estaba al cuidado de las ovejas con sus
hermanos. Él llegó a su casa y contó a su padre algunas cosas malas que hacían sus hermanos.
No es que él hablara mal de sus hermanos a espaldas de ellos, sino que lo hacía con la esperanza
de que enmendaran su conducta.

Hay una preocupación sincera por los hermanos y hermanas. Cuando vemos que una cosa no es
correcta, no debe ser para condenar ni criticar, sino para orar por restauración. Todos nosotros
tenemos fallas, nadie es perfecto, y necesitamos que el Señor corrija nuestros yerros. Sin
embargo, los hermanos de José no lo apreciaron a él. Ellos le odiaban, pero el amor de él hacia
ellos nunca cambió. Es por eso que José es un tipo perfecto de Cristo, en su amor por su padre y
su amor por sus hermanos.

Ustedes recuerdan que, cuando el padre llamaba a José, él inmediatamente respondía: «Heme
aquí». En otras palabras, estaba siempre dispuesto a responder para hacer la voluntad de su
padre. Lo mismo, cuando Dios habló a Abraham, éste respondió: «Heme aquí». Ellos estaban
dispuestos, tenían su oído atento. Atentos para oír y atentos para obedecer; estas dos cosas
andan juntas. Cuando hay un oído atento para oír, es porque hay un corazón dispuesto a
obedecer.

José sabía que sus hermanos le aborrecían. Su padre le envió a ver qué estaban haciendo ellos,
pero José no los encontró. Sabiendo que le odiaban, él pudo haber regresado inventando una
excusa y diciendo: «Los busqué, pero no los hallé; mi misión está cumplida». Sin embargo, cuando
los andaba buscando, alguien le preguntó: «¿A quién buscas?». Él respondió: «Busco a mis
hermanos». Le dijeron: «He oído decir que fueron a Dotán». Y él fue a Dotán en pos de ellos.

José es una figura perfecta de nuestro Señor Jesucristo. Él vino a los suyos, y los suyos rehusaron
aceptarlo. A pesar de ello, él vino. Eso nos habla del amor de José por su padre, y del amor de
José por sus hermanos.

Lo que quiero compartirles es acerca del fin de la vida de José, y de cómo él se reconcilió con sus
hermanos. Para que José ascendiera al trono, tuvo que pasar por algunas cosas muy profundas en
su vida. Sus hermanos le vendieron a los egipcios. Pero, siempre que se menciona su estadía en
Egipto, las Escrituras nos dicen que Dios estaba con él.

Para reinar con Cristo, ese reinado que Dios está buscando tiene un alto costo. Ninguna cosa
espiritual viene con facilidad. Tenemos que aceptar ese hecho. Aunque José sabía que estaba
destinado al trono, él estaba preparado para aceptar toda la disciplina necesaria para llegar al
trono. Hay una característica muy hermosa en José: de todo lo que a él le sucedió, no se oye ni
una palabra de queja. El aceptó todo como si viniera de la mano de Dios sobre su vida. Él dijo:
«Quizá mis hermanos tuvieron una mala intención; sin embargo, Dios usó todo esto para
bendición».

Cuando José era un esclavo en el palacio de Faraón, aunque servía a un amo terrenal, en su
corazón, él estaba aprendiendo a servir a Jehová su Dios. El capitán de la guardia reconoció que
Dios estaba con José. Y toda la casa de aquel funcionario fue bendecida porque José estaba allí.
¿Te imaginas a un esclavo bendiciendo a su señor? ¿Qué puede hacer un esclavo? No puede
contribuir en nada. Pero no es lo que puede hacer, sino su presencia, pues Dios estaba con José.

Estamos viviendo días difíciles, días de maldad, días de tinieblas. Sin embargo, dondequiera que
estemos, tenemos que resplandecer como luminares, debemos ser sal de la tierra. Es por eso que
estamos aquí. Así que, dondequiera que José se encontraba, la presencia de Dios estaba con él, y
a través de todas sus pruebas, estaba dispuesto a conocer y aprender quién es Dios. Y aprendió
una tras otra, muchas lecciones de someterse completamente, sin murmuraciones.

¿Saben en qué fallaron los israelitas al entrar en Canaán? En que ellos murmuraron, y la
murmuración es incredulidad o desobediencia. Y de los labios de José no hubo ni una palabra de
reclamo, porque, por sobre todo, él veía la mano de Dios sobre su vida. En los días en que estaba
en la prisión, o cuando era esclavo en casa del jefe de la guardia, él aprendió la preciosa lección de
someterse. Dios estaba haciendo madurar a José, preparándole para el trono.

Vamos a ver una ilustración de la vida de José. ¿Recuerdan cuando él estaba en su hogar y tuvo
esos sueños? Él no sabía su significado, sólo tenía los sueños, pero no podía interpretarlos. Pero,
a medida que crecía espiritualmente, poco antes de ascender al trono, el Señor le concedió
sabiduría para interpretar sueños, y fue por medio de la interpretación de ellos que Faraón le hizo
subir al trono.

Dios anduvo en intimidad con José, hizo una obra profunda en él, al punto que José conocía bien
la mente de Dios, y podía interpretar sueños, y aun lo que ocurriría en el futuro. Es por eso que
José ascendió al trono. Porque cuando llegó el tiempo oportuno, Dios lo promovió. En un sentido,
no fue Faraón quien elevó a José al trono, sino Dios mismo, porque había llegado la hora de ser
promovido, y él se convirtió en salvador del mundo.

José y sus hermanos

Ahora quiero compartir acerca de algunos encuentros de José con sus hermanos. Antes de eso,
vamos a leer en Génesis 47. El pueblo vino a José para obtener pan, y José les dio pan. Pero su
interés no era solamente darles pan. José deseaba ganar un pueblo para sí mismo – tal como el
Señor Jesús vino a buscar lo que estaba perdido.

«No había pan en toda la tierra, y el hambre era muy grave, por lo que desfalleció de hambre la
tierra de Egipto y la tierra de Canaán» (Gén. 47:13). Esto se refiere al pan físico. Hoy hablamos del
pan espiritual. Hermanos y hermanas, ¿dónde podemos encontrar hoy el pan de vida, la palabra de
vida? ¿Dónde hay personas que realmente conocen la mente del Señor por medio de la Palabra?

Voy a contarles una historia verdadera. Hubo un hermano que fue a Honor Oak a oír la predicación
del hermano Sparks, por primera vez. El se sentó a escuchar, y decía: «Pero, ¿de dónde saca él
todo eso?». Y después del encuentro, buscó al hermano Sparks y le preguntó qué versión de la
Biblia estaba usando. Él decía: «¿Cómo es posible que él vea en la Biblia cosas que yo no veo?
¿Qué versión de la Biblia está usando? ¿Qué tipo de anotaciones hay en esta Biblia? ¿Cómo es
posible que en los mismos versículos haya cosas que yo no veo?».

Nosotros estamos viviendo en días de hambre espiritual. Y les digo que realmente nosotros somos
privilegiados; hoy mismo, tenemos el privilegio de partir el pan juntos. Gracias a Dios, él es nuestro
alimento, nuestra palabra de vida. Y nosotros sabemos que sólo él mismo puede satisfacernos.

«Y recogió José todo el dinero que había en la tierra de Egipto y en la tierra de Canaán, por los
alimentos que de él compraban; y metió José el dinero en casa de Faraón» (v. 14). No había pan
en Egipto ni en Canaán, y la única manera en que sobrevivirían era comprando pan. «Acabado el
dinero de la tierra de Egipto y de la tierra de Canaán, vino todo Egipto a José, diciendo: Danos pan;
¿por qué moriremos delante de ti, por haberse acabado el dinero?» (v. 15). Dios está haciendo hoy
una obra muy profunda. Nosotros deseamos pan, y pensamos que tenemos dinero para comprarlo,
pero tarde o temprano iremos a la bancarrota – El dinero se agotará, y no habrá cómo comprar
pan. Sin embargo, si deseas sobrevivir, buscarás la forma de obtenerlo.
«Y José dijo: Dad vuestros ganados y yo os daré por vuestros ganados, si se ha acabado el
dinero» (v. 16). Cuando se terminó el dinero, aceptó el ganado. «Y ellos trajeron sus ganados a
José, y José les dio alimentos por caballos, y por el ganado de las ovejas, y por el ganado de las
vacas, y por asnos; y les sustentó de pan por todos sus ganados aquel año» (v. 17). El pan es una
cosa consumible; cuando uno come el pan, le queda cada vez menos, y un día éste se acaba.

«Acabado aquel año, vinieron a él el segundo año, y le dijeron: No encubrimos a nuestro señor que
el dinero ciertamente se ha acabado; también el ganado es ya de nuestro señor; nada ha quedado
delante de nuestro señor sino nuestros cuerpos y nuestra tierra. ¿Por qué moriremos delante de
tus ojos, así nosotros como nuestra tierra? Cómpranos a nosotros y a nuestra tierra por pan, y
seremos nosotros y nuestra tierra siervos de Faraón; y danos semilla para que vivamos y no
muramos, y no sea asolada la tierra» (v. 18-19).

Aquí vemos la progresión de nuestro caminar espiritual. Todos nosotros estábamos con hambre. Al
principio, pensábamos que teníamos los medios para satisfacer nuestra hambre. Pero cuando se
nos agotaron los medios, por detrás de eso, Dios estaba trabajando en su propósito. El dinero se
acabó, el ganado se fue, todo se fue; lo único que quedó fui yo mismo. José estaba aguardando
ese momento para ganarlos para sí mismo, porque él mismo representaba el pan.

A menudo nosotros buscamos las cosas fuera de Cristo, y así nuestra hambre nunca será
satisfecha. Sin embargo, es Cristo todo lo que nosotros necesitamos. José estaba esperando el
momento cuando ellos dijesen: «No tenemos nada; todo lo que poseemos es nuestro cuerpo,
nosotros mismos; tómanos para ti». Cuando le pertenecemos a Él, el problema del hambre está
resuelto, porque Jesús es el verdadero pan. Lo importante no son las cosas que él da, sino él
mismo, que es el pan de vida.

Quiero darles otro ejemplo: Cuando sus hermanos fueron a Egipto a comprar comida, ellos no
reconocieron a José, pero él sí les reconoció. Sin embargo, él anhelaba el momento en que ellos
llegaran a saber con quién estaban tratando.

Quisiera concluir con un principio muy importante: Para que el Señor pueda restaurar a su pueblo,
para reunirnos en uno ante su presencia, su trono nos ha de mantener unidos. La razón por la cual
él es exaltado es porque todos deben confesar que él es el Señor. Si tú confiesas que él es tu
Señor y yo confieso que él es mi Señor, nosotros somos uno.

Benjamín

Ahora quiero compartirles acerca del carácter de Benjamín, quien fue el instrumento para reunir a
la familia. Cuando Benjamín nació, Raquel lo llamó ‘Hijo de tristeza’, y después Jacob cambió su
nombre por ‘Hijo de mi mano derecha’.

En la historia de la relación entre Jacob y sus hijos, ninguno de los mayores tenía intimidad con su
padre. De hecho, varios de ellos le dieron grandes problemas. Pero, al leer las Escrituras,
percibimos que el corazón de Jacob y el de Benjamín estaban muy unidos. Y cuando Judá
prometió que la próxima vez que viniera a José, traería a Benjamín, José insistió en que lo trajera.
Y Jacob dijo: «Si me quitan a Benjamín, moriré». Y creo que también Judá dijo: «Si llevo a mi
hermano menor, mi padre morirá».

Aquí tenemos un principio espiritual. Es claro que José no estaba con su familia. Benjamín era el
único que en realidad comprendía el corazón de Jacob. Es evidente que Jacob anhelaba ver a
José. Aunque estaba próximo a su muerte, Jacob siempre añoraba a José. Sin embargo, para que
Dios pueda restaurar a su pueblo a sí mismo, una vez más, necesita levantar muchos benjamines,
que conocen el anhelo del corazón del padre.
La oración del Señor es que nosotros seamos uno. Ese es el deseo del Señor, y éste también
debería ser nuestro deseo. Sólo el trono puede mantenernos unidos. Los que entienden el corazón
de Dios están dispuestos a pagar cualquier precio para permanecer en la unidad del pueblo de
Dios. Cuando nosotros somos uno con la Cabeza, entonces el testimonio de Jesucristo es
plenamente realizado.

Dios desea que nos entreguemos a él. Hemos gastado todo nuestro dinero, y aún tenemos
hambre; vendimos nuestro ganado, y aún tenemos hambre. José dijo: «Ésta es la oportunidad;
entréguense ustedes a mí, y jamás tendrán hambre». Esto es lo que el Señor está buscando – Él
necesita muchos benjamines.

En estos últimos días, cuando el pueblo está tan dividido, ¿quién entiende el anhelo de Dios de
que todo su pueblo sea uno? Para que el testimonio de nuestro Señor Jesucristo sea plenamente
cumplido, la unidad en el testimonio es vital. Un Dios, un Señor, un pueblo. Todo es uno, y
nosotros somos uno. La Cruz nos hará uno. Gracias a Dios por eso.

Cuando Dios nos mire desde lo alto, que estemos unidos, que seamos uno, olvidando nuestras
diferencias, simplemente mirándonos los unos a los otros en Cristo Jesús, eso traerá satisfacción a
Su corazón. Si queremos agradarle, guardemos con diligencia la unidad del Espíritu. Hay una
Cabeza, hay un Cuerpo. Hay un alimento, el Señor Jesús. Tenemos un solo camino, y hay un solo
testimonio que Dios busca: la plenitud de Cristo en todos nosotros.

(Resumen de un mensaje impartido en la 2ª Conferencia Internacional, Santiago de Chile, Septiembre 2005).

***

Sin el cimiento de Dios no hay edificación de Dios.

El cimiento de la obra de Dios


Eliseo Apablaza

Quisiera que revisáramos algo acerca de este gran tema que es la restauración del testimonio de
Dios. Y quisiera que en esta primera exposición pudiésemos ver algunas cosas referentes a los
cimientos de toda obra de Dios.

Toda obra de Dios comienza en Dios

Cumplidos los setenta años del cautiverio en Babilonia, la Palabra dice que Dios despertó el
espíritu de Ciro rey de Persia, y despertó el espíritu de los jefes de las casas paternas, para que los
judíos subiesen a Jerusalén a restaurar el templo y la ciudad. (Esd. 1:5). Toda obra de Dios
comienza en Dios.

Leemos en el profeta Hageo que, después que se había interrumpido la obra de la restauración, de
nuevo Dios despierta el espíritu de Zorobabel, de Josué y de todo el pueblo, para que retomasen la
obra de la restauración. (1:14). Ahí encontramos de nuevo que Dios toma la iniciativa. Sea para
comenzar o sea para retomar la obra de la restauración, Dios es el que inicia y es el que reinicia su
obra.

Esto nos indica claramente que ningún hombre, por muy inteligente y muy dotado que sea, puede
dar inicio a la obra de Dios. Él determina los tiempos y las sazones; él escoge a los hombres. Así lo
hizo en los días de la restauración de Jerusalén, y así lo ha hecho hasta nuestros días.
Y he aquí una cosa maravillosa, algo que nos asombra: Dios está hoy trabajando de nuevo en esta
obra de la restauración, y he aquí que él, de nuevo, ha tomado la iniciativa, escogiendo a los
hombres para llevarla a cabo.

Restauración del altar y del culto

Cuando aquellos cincuenta mil judíos salieron de Babilonia respondiendo al llamado de Dios, y
subieron a Jerusalén, dice Esdras en el capítulo 3, que lo primero que ellos hicieron fue restaurar el
altar, e iniciar de esa manera el servicio de los holocaustos, de las ofrendas, que se debían realizar
según la ley de Moisés.

Lo primero es el altar, y esto nos indica que lo primero que Dios hace cuando comienza esta obra
de la restauración es restaurar la comunión con Dios que estaba rota, porque sin altar no hay
comunión con Dios.

En el altar vemos a Jesucristo derramando su sangre en la cruz por nosotros. Y entonces, los que
estábamos en Babilonia, redescubrimos el valor de la sangre de Jesús. No es que la hubiésemos
ignorado; es un redes-cubrimiento, es un apropiarse con mayor fuerza del poder, de la vigencia
que tiene la sangre de Jesús. Y junto con eso, con ver a Jesús en la cruz, y su obra maravillosa a
favor de nosotros, escuchar sus palabras cuando dijo: «Consumado es», reconocer que nuestra
salvación está consumada, que nuestra comunión ha sido restaurada con Dios. Entonces surge del
corazón del creyente una ofrenda de alabanza, de adoración, de acción de gracias.

Por eso aquí, en la versión Reina-Valera, dice como subtítulo del capítulo 3, «Restauración del
altar y del culto». Van las dos cosas juntas. Cuando redescubrimos la obra preciosa de Jesús,
cuando nos sentimos perdonados, entonces sube la alabanza, la adoración, y se renueva el culto.

Creo que nuestra experiencia en Chile en los últimos treinta años comenzó por allí: restaurar la
comunión con Dios. Una comunión viva; no una liturgia, no una mera tradición religiosa. Y luego el
culto. No sólo a hacer una reunión de acuerdo a cierto programa, sino dejar que el Espíritu fluya,
que el Espíritu dirija y nos eleve hasta el trono de Dios, para ofrecer holocaustos, sacrificios
espirituales que glorifican su nombre.

Es precioso el día en que se restaura el altar y el culto en nuestro corazón; es una nueva
dimensión de la vida cristiana. Todo es diferente. La presencia de Dios entre nosotros es real. El
Espíritu Santo tiene gobierno; comienza la recuperación de Dios. Sin embargo, ese es sólo el
comienzo.

Echando los cimientos del templo

En Esdras 3:6 dice: «Desde el primer día del mes séptimo comenzaron a ofrecer holocaustos a
Jehová, pero los cimientos del templo de Jehová no se habían echado todavía». Esa frase es muy
significativa: el altar está restaurado, los holocaustos suben al cielo, pero el Espíritu Santo hace
una observación aquí: «...los cimientos del templo de Jehová no se habían echado todavía». Es
decir, la obra de Dios no está terminada, ni mucho menos. Esto está muy bien, pero falta lo
principal. Cuando está el altar y el culto restaurado, nosotros ganamos; pero mientras el Señor no
tenga su Casa, él no ha ganado.

De tal manera que aquí hay un «pero», y a la luz de esta palabra podemos nosotros examinar
nuestro propio camino. Tenemos altar, tenemos culto, pero, ¿y Dios tiene su casa? ¿Está su
templo restaurado?

Sin duda, hay muchos movimientos de restauración en el mundo hoy en día, pero probablemente
algunos de ellos todavía estén en el plano de la restauración del altar o la restauración del culto. Es
necesario hacer notar que, mientras la casa no esté restaurada, entonces el testimonio del Señor
sobre la tierra no estará restaurado.

Por eso, muy luego comienzan los preparativos, y en Esdras 3:10 tenemos a los albañiles del
templo de Jehová echando los cimientos con gran algarabía. Ellos se vistieron de ropas hermosas,
y cantaban de gozo, porque por fin estaban viendo lo que durante setenta años habían echado de
menos; entonces se confundían las voces de alegría con el lloro. Fue un día memorable aquel.

El cimiento de la Iglesia

Ahora, amados hermanos y hermanas, quisiera invitarlos a que revisáramos en el Nuevo


Testamento cuál es la equivalencia a la colocación de los cimientos del templo en la restauración
del testimonio del Señor.

Mateo 16:15 dice: «Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro,
dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres,
Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
Y yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del
Hades no prevalecerán contra ella».

Esta escena de Cesarea de Filipo ocurre aproximadamente a los tres años de ministerio del Señor
Jesús. Él ha hecho milagros, ha predicado hermosos mensajes, ha hecho muchos bienes; sin
embargo, él se aparta con los discípulos para resolver una cuestión fundamental en el corazón de
ellos. ¿Qué clase de hombres han estado siguiendo a Jesús? ¿Espectadores de milagros?
¿Hombres que han recibido hermosas enseñanzas? ¿Con qué clase de hombres Dios va a edificar
su iglesia?

Entonces, acontece este asunto fundamental: el Padre revela a Jesús al corazón de Pedro. Y lo
muestra de estas dos maneras representadas en estas frases: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios
viviente», y el Señor aclara que eso no es una invención de Pedro, sino que es una revelación del
Padre; que esa revelación es algo maravilloso, porque Pedro es llamado «bienaventurado». Luego
el Señor dice que sobre esa roca será edificada su iglesia.

O sea, éste es el cimiento, este es el fundamento de la edificación de Dios. Entonces, esta escena
de Cesarea de Filipo es equivalente de alguna manera a Esdras capítulo 3, cuando aquellos judíos,
con lloro y con gritos de alegría, pusieron el fundamento del templo; porque el templo representa a
la iglesia. En el Nuevo Testamento, el templo de Dios es la iglesia.

«Sobre esta roca edificaré mi iglesia». Esta revelación, que no es de carne ni sangre, sino que es
una iluminación divina, es tan firme, es tan sólida en el corazón de un hombre o de una mujer, que
ellos están en condiciones de ser edificados en esta casa espiritual que es la iglesia. Ahora, a partir
de este momento, faltando unos seis meses para la cruz, comienza a abrirse el misterio que estaba
escondido desde los siglos y edades en el corazón de Dios; esta doble revelación acerca de Jesús.

En Lucas 4:41 vemos que este conocimiento acerca de Jesús también había sido notificado al
Hades. Dice: «También salían demonios de muchos, dando voces y diciendo: Tú eres el Hijo de
Dios. Pero él los reprendía, y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Cristo». Noten
ustedes: si podemos unir las dos frases: «Tú eres el Hijo de Dios», decían los demonios, y más
abajo dice: «...sabían que él era el Cristo». El Hijo de Dios, el Cristo.

Cuando el Señor Jesús es llevado a juicio ante el Sanedrín, ¿cuál fue la causa por la cual lo
juzgaron? Le decían: «Tú te has hecho pasar por Dios, diciendo que eres Hijo de Dios». Y
después, cuando está en la cruz, Mateo y Lucas nos muestran que a Jesús lo zaherían, diciéndole:
«Tú eres el Cristo». Otros decían: «Tú eres el Hijo de Dios, desciende de ahí». Ahí estaba el punto
central de la revelación de Dios acerca de Jesús, confesado por los discípulos, conocido por los
demonios, conocido por los sacerdotes, y causa de su persecución y muerte.

En Hechos capítulo 9 tenemos a Pablo que se convierte, y en el versículo 20 dice: «En seguida
predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios». Y en el versículo 22
dice: «Pero Saulo mucho más se esforzaba, y confundía a los judíos que moraban en Damasco,
demostrando que Jesús era el Cristo». Si unimos el versículo 20 y el 22, ahí tenemos de nuevo
esta doble revelación acerca de Jesús, que era el motivo y el centro de la predicación: El Hijo de
Dios, el Cristo.

Cuando Felipe le comparte al etíope, y después lo bautiza, le dice: «Si crees de todo corazón, bien
puedes», y el eunuco le dice: «Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios». Y la expresión Jesucristo
es una unión de Jesús + Cristo, Jesús el Cristo: Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios.

El ministerio de restauración de Juan

Toda la obra de Dios la encontramos resumida en el Nuevo Testamento en el ministerio de tres


apóstoles: el ministerio de Pedro, el que junta las piedras para que luego sean edificadas; el
ministerio de Pablo, el perito albañil que edifica la casa; y el de Juan, el restaurador.

Estos tres ministerios representan toda la obra de Dios en el Nuevo Testamento: la predicación del
evangelio, la edificación de la casa de Dios, y luego, cuando la iglesia ha decaído, entonces viene
la restauración.

Como estamos hablando de la restauración del testimonio del Señor, nos va a preocupar la figura
del apóstol Juan. ¿Cuál fue su ministerio? Juan vivió hasta cerca del año 100 de nuestra era.
Cuando Juan desarrolla su ministerio ya todos los demás apóstoles habían muerto, y la iglesia
otrora gloriosa del libro de los Hechos, había venido a un estado de deterioro. Entonces surge el
ministerio de Juan con mucha fuerza, y aunque era un anciano de días, sin embargo era un
hombre vigoroso en su espíritu, al cual Dios usa para marcar el camino de la restauración. De
manera que Juan es el apóstol de la restauración, y entonces escribe el evangelio de Juan, las tres
epístolas de Juan, y el Apocalipsis.

Cuando revisamos el evangelio de Juan, escrito mucho tiempo después que los otros tres
evangelios, encontramos cosas asombrosas. En el capítulo 1, se acercan los judíos a Juan el
Bautista y le preguntan: «Tú, ¿quién eres?». Él les dice: «Yo no soy el Cristo». Y más abajo dice:
«Otro viene después que mí». Es como si dijera: «Yo no soy el Cristo, pero luego viene el Cristo».
Cuando ve al Señor dice: «Este es el Cordero de Dios». Y la expresión «el Cordero de Dios» tiene
mucha relación con la expresión «Jesús es el Cristo», como vamos a ver.

Cuando Andrés, en el versículo 41, encuentra a Simón, le dice: «Hemos hallado al Mesías (que
traducido es, el Cristo)». Y en el versículo 49 Natanael le dice a Jesús: «Rabí, tú eres el Hijo de
Dios».

Así, antes que termine el primer capítulo del evangelio de Juan, ya tenemos un claro testimonio
acerca de Jesús como el Cristo y como el Hijo de Dios.

Cuando el Señor se encuentra con la mujer samaritana, ¿cuál es el tema acerca del cual comparte
con la mujer y con los samaritanos donde esa mujer vivía? En un momento de la conversación, la
mujer le dice al Señor: «Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos
declarará todas las cosas». Jesús le dijo: «Yo soy, el que habla contigo».

Entonces la mujer va a la ciudad y dice: «Venid, ved a un hombre me ha dicho todo cuanto he
hecho. ¿No será éste el Cristo?». Y los hombres vienen, invitan a Jesús y le escuchan, y luego
ellos daban testimonio: «Ya no creemos solamente por lo que ella nos dijo, sino nosotros mismos
hemos oído y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo». De modo
que el tema central del capítulo 4 de Juan es la revelación de Jesús como el Cristo.

Avanzamos al capítulo 9 de este evangelio. Jesús sana a un ciego de nacimiento. Este hombre fue
expulsado de la sinagoga, y cuando el Señor lo supo, lo buscó y le hizo una pregunta: «¿Crees tú
en el Hijo de Dios?». El hombre le dice: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?». Versículo 37:
«Le dijo Jesús: Pues le has visto, y el que habla contigo, él es».

El Señor con la mujer samaritana y el Señor con este hombre, se revela a sí mismo como el Cristo,
como el Hijo de Dios. A estas dos personas, que eran como personas de segunda clase en la
sociedad, él les da a conocer su verdadera identidad. Nicodemo no lo supo, pero ellos lo supieron.

En dos ocasiones en el evangelio de Juan aparecen personas declarándole al Señor Jesús, cara a
cara, la misma confesión de Pedro. Una es Pedro, en el capítulo 6, versículos 68 y 69: «Le
respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros
hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente». Y la otra es Marta.
Capítulo 11: «Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté
muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?» (v. 27).
Noten ustedes, el Señor está diciendo que él es la resurrección y la vida, y luego le dice a la mujer:
«¿Crees esto?». La mujer contesta algo totalmente distinto a lo que el Señor le está preguntando.
Ella no dice: «Creo que tú eres la resurrección y la vida». En cambio, dice: «Sí, Señor; yo he creído
que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo».

Es muy extraño. En ambos casos, Pedro y Marta hacen esta declaración al Señor mientras
atraviesan por un momento de crisis. Cuando Pedro hace su declaración, muchos discípulos se
están volviendo atrás, y el Señor les dice: «¿Ustedes también se van a ir?». Pedro le dice: «Señor,
¿a quién iremos?», y ahí hace su declaración. Luego, Marta tiene a su hermano Lázaro muerto; y
su corazón está atravesado por el dolor.

Es muy interesante que esa declaración aparezca en boca de dos creyentes en momentos como
ese. Pedro era uno de los Doce; Marta era uno de esos tres hermanos de la casa en Betania. Eso
nos indica entonces que a esta altura del ministerio del Señor, esta revelación no sólo era una
gracia concedida a los Doce sino también a ese círculo íntimo de los amigos de Jesús.

En Juan 20:30-31 dice: «Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos,
las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es
el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre». Esto es muy
interesante. Los tres evangelistas anteriores ya habían partido, habían dejado sus libros escritos, y
Juan aquí nos dice que él escribió su evangelio con este solo objetivo. Es como si Juan nos dijera:
«Hermanos, para volver al principio, para que la iglesia sea restaurada, tenemos que volver a
Mateo 16, a la revelación que el Padre le dio a Pedro».

Ustedes saben que, si hubiese sido por cercanía, el evangelio de Marcos debió haber sido el
evangelio que abundase más en esta revelación, porque Marcos estuvo muy cercano a Pedro en
su ministerio. Sin embargo, no fue así; el Espíritu Santo no lo quiso así. No era ese el momento de
enfatizar el asunto; era al final, en los días de Juan, los días de la decadencia.

Cuando revisamos los cuatro evangelios y hacemos una pequeña estadística, nos damos cuenta,
por ejemplo, que la expresión Hijo de Dios, o el Hijo, refiriéndose al Señor Jesús, es usada por
Juan 24 veces, por Marcos apenas 5 veces, y por Lucas 7 veces. De la misma manera, la palabra
Padre, refiriéndose a Dios, Juan la utiliza 115 veces, y los otros evangelios apenas veinte, tres y
doce veces. Y obviamente, cuando el Señor dice Mi Padre, implícitamente está destacándose su
condición de Hijo, Hijo de Dios.
Veamos la primera epístola de Juan. En ella tenemos la misma revelación impregnándolo todo. El
modo más usado para referirse a Jesús en esta epístola es la expresión Jesucristo –Jesús Cristo–
y también la expresión Hijo de Dios. Las palabras Hijo o Hijo de Dios aparecen más veces en esta
epístola de Juan que en ninguna otra epístola. Juan es el único escritor del Nuevo Testamento o de
las epístolas que incluye la combinación Jesucristo + Hijo; es decir Jesús + Cristo + Hijo de Dios.

Cuando Juan está terminando su epístola en el capítulo 5, versículo 1, dice: «Todo aquel que cree
que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios». Y luego, en el versículo 5, dice: «¿Quién es el que
vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?». Juntamos ambos versículos, y
tenemos la declaración completa: «El que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; el que
cree que Jesús es el Hijo de Dios, vence al mundo».

Dos expresiones llenas de significado

Amados hermanos y hermanas, lo que he estado mostrando hasta aquí son sólo hechos. Están
ahí, en la Escritura, son hechos. Pero, ¿cuál es la interpretación de estos hechos? Hay otra cosa
interesante, y es que normalmente cuando aparece esta doble expresión, siempre aparece en
primer lugar que Jesús es el Cristo, y en segundo lugar, que él es el Hijo de Dios. Y acá, la
expresión Jesús es el Cristo, se asocia con el nuevo nacimiento, con el nacer de Dios, y la
expresión Jesús es el Hijo de Dios, se asocia con la victoria del cristiano, es decir, con el caminar
del cristiano. Tiene que ser en ese orden.

Yo no tengo la respuesta completa acerca de qué significan estas dos expresiones respecto a
Jesús –Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios– y por qué esta revelación está en el cimiento de la casa
de Dios. Intentaré decir algunas cosas ahora, pero sé que no es eso todo lo que esto significa. Hay
un misterio muy grande, que nosotros no acabaremos de entender, creo, mientras estemos aquí.

El hecho de que Jesús sea el Cristo nos lleva al aspecto humano de Jesús. Jesús es el Hijo de
Dios nos lleva al aspecto divino de Jesús.

Cuando leemos el Antiguo Testamento, no encontramos en ninguna parte que se haya dicho que el
Cristo sería a la vez Hijo de Dios. Lo sorprendente es que el Cristo de Dios, este que estaba
anunciado en el Antiguo Testamento, haya sido Dios mismo encarnado. El Cristo pudo haber sido
un hombre, nacido de hombre y de mujer. Pero he aquí lo asombroso, cuando juntamos esta doble
expresión acerca de Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios, tenemos a Dios manifestado en carne.

La palabra Cristo nos lleva a la cruz; la expresión Hijo de Dios nos lleva un poco más allá de la
cruz, nos lleva a la vida divina. La cruz nos habla de perdón, de reconciliación, de restauración de
esa enemistad que teníamos con Dios. La cruz tiene que ver con la expiación; el Cristo nos habla
de eso. Creer que Jesús es el Cristo es creer en la suficiencia de la obra de la cruz. No hay nada
que agregar allí; todo está hecho. Cuando vemos a Jesús como el Cristo, muriendo en la cruz del
Calvario, encontramos reposo de nuestras obras, reposo y tranquilidad en nuestra conciencia,
porque nuestros pecados realmente han sido perdonados.

Y cuando vemos al Hijo de Dios, a Jesús divino, a Jesús-Dios, le vemos en la eternidad pasada,
pero también le vemos dentro de nosotros. El Jesús que nos salvó como el Cristo, hoy vive dentro
de nosotros como el Hijo de Dios, y su vida nos sostiene. Hoy caminamos con esa vida dentro de
nosotros. Él es el Hijo de Dios; nosotros somos hijos de Dios, participantes de su naturaleza divina.

Cuando nosotros vemos a Jesús como el Cristo, nacemos de nuevo. Pero luego, necesitamos
creer también que él es el Hijo de Dios, que él vive en nosotros, y esa vida es la que vence al
mundo.
Jesús, como el Cristo, hizo una obra en la cruz. Jesús, como el Hijo de Dios, está haciendo su obra
hoy dentro de nosotros. Por eso, a la mujer samaritana, el Señor le habla acerca del Cristo. Ella era
una mujer que estaba perdida; necesitaba una transformación. Pero cuando encuentra al ciego de
nacimiento, no se revela a él como el Cristo, sino como el Hijo de Dios, porque él ya había hecho
una obra en ese hombre, y ahora necesitaba esta revelación nueva para vivir una vida acorde con
Cristo.

El firme fundamento de la Iglesia

El cimiento de la restauración de Dios, de la casa de Dios, de la iglesia, es Jesús como el Cristo,


como el Hijo del Dios viviente. Tenemos que tener cuidado, sin embargo; no sea que esta frase se
transforme en un mero eslogan, algo que podamos repetir de memoria como si fuese una frase
mágica.

Creo que de alguna manera esta doble expresión acerca de Jesús son como dos títulos – si
pudiéramos decir así – de dos tratados. Uno llamado «Jesús es el Cristo»; y el otro llamado «Jesús
es el Hijo de Dios». Esos son los títulos, pero, ¿qué hay dentro? ¿Cuál es el contenido de ellos?
Eso es algo muy grande.

El contenido completo de esos tratados no lo conocemos. Hemos compartido algunos atisbos. Tal
vez cuando la iglesia esté plenamente restaurada – el conjunto de toda la iglesia – cuando el
conjunto de todos los profetas, de todos los apóstoles, de todos los maestros, en conjunto todos tal
vez, podrán –teniendo la mente de Cristo– develar en toda su vastedad este maravilloso misterio.

Amados hermanos y hermanas, la restauración debe tener un firme fundamento. La edificación de


Dios no puede hacerse sobre arena; no puede hacerse sobre hombres, por grandes que sean; o
sobre doctrinas, por buenas que sean. Hay un solo fundamento: Jesucristo, el Hijo de Dios. El
Señor, en su gracia, nos permita, en estos días y en los días que vienen, ir descubriendo la
profundidad de este conocimiento, para la gloria de Dios y para la edificación de su iglesia.

Una última cosa. Pedro recibió esta revelación por un acto milagroso de Dios. Sin embargo, en el
libro de Hechos encontramos que esta revelación venía por la predicación de la Palabra. Pablo
predicaba que Jesús era el Cristo ... Pablo predicaba que Jesús era el Hijo de Dios. Y detrás de
esas dos frases viene todo el contenido; de tal manera que hemos de confiar, hemos de creer, que
mientras anunciamos a Jesús, el Padre lo revelará al corazón de los oyentes.

Mientras anunciamos que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, el Padre, de nuevo, va a intervenir en
el corazón de cada uno de los que él ha escogido, para sellar esta verdad, y para que esta verdad
–Cristo mismo revelado– llegue a ser el fundamento de sus vidas.

Si hemos recibido esta revelación, sabremos que no hay nada aparte de Cristo que valga la pena.
En él estamos completos y perfectos; no necesitamos absolutamente nada más, por bueno que
sea, por loable que sea. Todo lo demás es basura. ¡Bendito es Jesús, el Hijo de Dios! ¡Bendito es
Jesús, el Cristo de Dios!

***

La restauración del testimonio de Cristo es la recuperación de lo que Cristo es


en su plenitud. Para poder expresarlo, la Iglesia debe desprenderse de todo lo
terrenal.

La restauración del testimonio de Cristo


Rodrigo Abarca

Lecturas: Mateo 13:1, 10-11, 24, 31, 33, 34-35.

El significado de las parábolas

Ustedes pueden observar que en el capítulo 13 de Mateo el Señor usa repetidas veces la
expresión: «El reino de los cielos es semejante a...», y hace a continuación una comparación entre
el reino de los cielos y una figura –una parábola– extraída de la vida cotidiana. Entonces, las
parábolas son usadas para ejemplificar algo que tiene que ver con el reino de los cielos.

Por eso, en primera instancia, son fáciles de entender. Pero lo que no es fácil de entender es su
sentido espiritual. Así, al explicar las dos primeras parábolas, el Señor nos dio un principio: que el
significado evidente de la parábola esconde un significado espiritual que no es evidente para el
entendimiento humano. Y por tanto, se requiere al Señor mismo para interpretar las parábolas, vale
decir, la ayuda del Espíritu Santo.

Aunque el lenguaje del Señor parece simple, su significado no es simple. El versículo 35 nos dice
que el Señor hablaba en parábolas, «...para que se cumpliese lo dicho por el profeta, cuando dijo:
Abriré en parábolas mi boca; declararé cosas escondidas desde la fundación del mundo». Como
dice también la Escritura: «Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre,
son las que Dios ha preparado para los que le aman». Cosas escondidas, secretas, a las cuales el
hombre no tiene acceso, porque están escondidas del hombre desde la fundación del mundo.

El reino que fue escondido

Como pueden notar, el tema de estas parábolas en general es el reino de los cielos. Cuando la
Escritura –particularmente el evangelio de Mateo– habla del reino de los cielos, ¿a qué está
haciendo referencia? Si leemos Mateo 6:9, la conocida oración que el Señor enseñó, y prestamos
atención a las dos primeras partes de ella, veremos que nos explica qué es esencialmente el reino
de los cielos.

Dice: «Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos –por eso, entonces, hay
un «reino de los cielos»–, santificado sea tu nombre. Venga tu reino». Es decir: Padre, que tu reino,
que está en los cielos, venga a la tierra. Por eso dice: «Hágase tu voluntad, como en el cielo, así
también en la tierra». Que aquello que está en los cielos venga a la tierra; que aquello que ocurre
en los cielos, ocurra también en la tierra.

Entonces, el reino de los cielos nos habla, en primer lugar, y esencialmente, del gobierno de Dios
en los cielos. Cuando el apóstol Juan, en el capítulo 4 de Apocalipsis, es invitado a subir a los
lugares celestiales, lo primero que ve en el cielo es un trono, y en ese trono, a uno sentado. Por
consiguiente, uno se encuentra con que Dios gobierna en el cielo y su voluntad es obedecida en el
cielo. Los ángeles corren a cumplir su voluntad; los arcángeles se inclinan delante de su autoridad;
y los querubines y serafines se gozan en hacer su voluntad.

Dios gobierna en el cielo. Pero, ¿gobierna Dios en la tierra? Cuando miramos lo que ocurre en la
tierra, debemos confesar que Dios no gobierna la tierra ni el mundo. En verdad, Dios gobierna
todas las cosas. Dios está aún gobernando el movimiento del universo, de las galaxias y de los
planetas en sus órbitas. También gobierna las estaciones, la vida, el crecimiento y la muerte. Pero
hablar del mundo, nos referimos a la tierra y a los hombres; a las naciones, las gentes y los
pueblos que habitan la tierra. ¿Gobierna Dios el corazón del hombre? Debemos admitir que no.

Pero fíjese usted en lo que ya leímos: «Declararé cosas escondidas desde la fundación del
mundo». ¿Por qué estas cosas están escondidas desde la fundación del mundo? En otras partes,
la Escritura utiliza la expresión «desde antes de la fundación del mundo». Pero aquí no dice desde
antes, sino desde la fundación del mundo. Esto significa que en el consejo eterno de la voluntad de
Dios no estaba el que estas cosas fueran escondidas del hombre.

Debían ser reveladas al hombre en el principio; sin embargo, fueron escondidas. ¿Por qué? Porque
Dios perdió al hombre en el principio. Usted recuerda lo que ocurrió en Génesis capítulos 2 y 3.
Cuando Dios expresa su voluntad y su propósito eterno: «Hagamos al hombre a nuestra imagen,
conforme a nuestra semejanza».

He ahí la expresión del pensamiento eterno de Dios con respecto al hombre: Que el hombre tenga
la imagen de Dios, que la lleve y que la exprese. Y que luego –teniendo la imagen de Dios– pueda
señorear, gobernar, y ejercer la autoridad de Dios en la tierra. Es decir, que el reino de Dios venga
y se exprese en la tierra a través del hombre. Pero, para eso, había un requisito: «Hagamos al
hombre a nuestra imagen». Si el hombre no posee esa imagen, no puede ejercer la autoridad de
Dios y no puede representar a Dios, ni el reino de Dios. Es decir, el hombre no puede ser el
testimonio de Dios sobre la tierra.

Reino y testimonio

Nuestro tema es la recuperación del testimonio de Dios. Y aquí podemos observar que el propósito
de Dios es que el hombre sea la expresión de ese testimonio sobre la tierra.

¿Qué es el testimonio de Dios? Lo que representa a Dios de manera perfecta, con lo cual él puede
identificarse. Cuando algo expresa a Dios sobre la tierra, entonces tenemos el testimonio de Dios
sobre ella. Por eso, en el Antiguo Pacto, el arca del pacto era llamada el arca del testimonio,
porque representaba a Dios.

El arca era el testimonio de Dios. Dios se había identificado con el arca. Y esto es una figura. Pero
vea usted, hermano, que en el pensamiento eterno de Dios, aquello que fue predestinado para
representar a Dios no es un arca, un objeto físico, sino el hombre.

«Hagamos al hombre a nuestra imagen». «Que el hombre sea nuestro reflejo, y que sea nuestro
testimonio sobre la tierra». Esto quedó expresado allí en el principio y es la esencia del testimonio
de Dios. Pero, para que el hombre pudiera llevar la imagen de Dios, en medio del huerto Dios
plantó el árbol de la vida, para, de esa manera, mostrar que en el centro de sus pensamientos está
ese árbol. Y en el Nuevo Testamento, cuando el apóstol Juan comienza su evangelio, en el prólogo
nos dice que el Verbo estaba con Dios, y también que en ese Verbo estaba la vida. Por lo tanto,
ahora sabemos que el árbol de la vida representaba al Señor Jesús, el Verbo de Dios.

Entonces, tenemos que Dios tiene como propósito que el hombre lleve su imagen, es decir, sea su
testimonio en la tierra, y que exprese su autoridad y su voluntad celestial sobre la tierra, de manera
que la tierra llegue a ser un reflejo del cielo. Pero, para que el hombre entrara en ese propósito,
debía primero comer de ese árbol de la vida; es decir, debía comer a Jesucristo. Eso es lo que
significa el árbol en medio del huerto.

Aún el hombre, llamado a un destino tan magnífico, está bajo el propósito preeminente y supremo
de Dios, que es su Hijo Jesucristo. Entonces, el hombre tenía que conocer a Jesucristo y recibir su
vida dentro de sí, para constituirse en el hombre corporativo, que es la iglesia. Sólo entonces
podría llevar la imagen de Dios y expresar su autoridad en la tierra; y, de este modo, llegar a ser el
testimonio de Dios. Por tanto, el testimonio de Dios, no sería el hombre en su estado terrenal, aún
antes de la caída, sino un hombre corporativo que tendría a Cristo como su vida y su cabeza.

Sabemos que eso no ocurrió en el principio. Esa es la tragedia de la raza humana. Adán no comió
del árbol de la vida, y sí comió del árbol de la ciencia del bien y del mal. Y entonces la puerta se
cerró. El propósito de Dios quedó cerrado para el hombre, y el reino de Dios permaneció escondido
para él. ¿Por qué? Porque Dios cerró el camino al árbol de la vida. Y sin el árbol de la vida, que es
Cristo, todos los propósitos de Dios para el hombre son inaccesibles.

Por eso dice el Señor: «Abriré en parábolas mi boca; declararé cosas escondidas desde la
fundación del mundo». Pues, aquellos pensamientos y propósitos que Dios había preparado para
el hombre, permanecieron escondidos. Porque todo aquello estaba encerrado en Jesucristo, el
árbol de la vida, y solamente él podía declararlo.

La recuperación del reino y el testimonio

Pero, ¡bendito sea su nombre! él vino. Nosotros no podíamos ir a él, pero él vino hasta nosotros.
Porque, en el cumplimiento del tiempo, el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su
gloria. Y aquel árbol de la vida, que había sido escondido del hombre en el principio de todo, ahora
apareció de nuevo sobre la tierra, y otra vez hizo disponible el fruto de la vida para el hombre.

El Señor ha venido, y con él ha venido el reino de los cielos a la tierra. Por eso, sus primeras
palabras fueron: «Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado». Qué buena nueva;
eso es evangelio: el reino de los cielos, la voluntad y el propósito eterno del Padre, que se había
perdido, ha vuelto ahora a la tierra por medio de Jesucristo.

Y entonces, mi hermano amado, cuando el Señor viene a la tierra, nos declara lo que fue
escondido. Y en las parábolas, donde nos habla de la semejanza del reino de los cielos con una
cosa y otra, y nos muestra, de este modo, los principios por medio de los cuales ese reino viene a
la tierra, el ataque contra ese reino sobre la tierra, y finalmente el triunfo de ese reino.

Todo eso, creo yo, está aquí en estas parábolas, porque usted debe comprender que cuando el
hombre cayó, no solamente quedó excluido de la voluntad de Dios y del reino de Dios. Esa fue
nuestra tragedia, nuestra pérdida. Pero Dios también perdió algo. No sólo el hombre perdió algo; el
hombre perdió a Dios, y con Dios perdió la vida, y perdió todo. Pero Dios también perdió algo:
perdió al hombre, y con el hombre perdió la tierra. Y sin el hombre y sin la tierra, el propósito eterno
de Dios no puede ser realizado.

Cuando Dios perdió al hombre, perdió también una pieza fundamental para el cumplimiento de su
voluntad. Pero, la caída no fue sólo que el hombre rechazó el árbol de la vida y desobedeció a
Dios, comiendo el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, sino que también fue que se dejó
seducir y engañar por el enemigo de Dios. Se alió con el poder maligno y hostil a la voluntad de
Dios, aquel ángel rebelde cuyo propósito es –si fuera posible– quitar a Dios mismo de su trono.

El hombre se ha dejado seducir por este poder enemigo de Dios, se ha sometido a sus dictados, y
ha quedado completamente a su merced. Por eso, encontramos que en el Génesis es sólo una
serpiente, pero en el Apocalipsis, cuando han pasado muchos años, ya no es sólo una serpiente:
ahora es un dragón, porque ha tomado dominio del hombre. Y en la medida que el hombre ha
crecido y se ha multiplicado en la tierra bajo el dominio de él, también ha crecido él.

El hombre le ha cedido el poder y la autoridad de la tierra al dragón. Así que, desde el punto de
vista del cielo, la tierra es un territorio hostil y enemigo. Un enemigo ha entrado y ha tomado el
dominio de lo que le pertenece a Dios; ha tomado el dominio de la raza humana y de la tierra. Hay
un enemigo que está ocupando el territorio en el cual Dios se ha propuesto llevar a cabo su
voluntad. Y Dios necesita recobrar ese territorio de las manos de su enemigo.

Por ello, Dios envió a su Hijo a este mundo, al corazón del territorio de su enemigo. Porque, si en la
tierra Cristo estaba bajo el gobierno de los cielos, entonces el reino de los cielos también estaba
sobre la tierra.
Si Dios tiene sólo un hombre sobre la tierra que obedezca su voluntad de los cielos, entonces toda
la tierra le pertenece a él nuevamente. Por tanto, Satanás no puede permitir que haya algo que
represente a Dios en la tierra, porque si esto ocurre quiere decir que él tiene que salir de la tierra; y
que su dominio se acabó. Entonces, si leemos las parábolas con atención, veremos que desde la
primera de ellas en adelante, junto con la venida del reino de Dios, aparece de inmediato la
oposición de Satanás.

Parábolas y restauración

«He aquí, el sembrador salió a sembrar». El Hijo de Dios vino, y trajo la palabra del reino de Dios,
el propósito de Dios, a la tierra. Pero, cuando él salió a sembrar, vinieron las aves. ¿Quiénes son
las aves? El Señor dijo: «Viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón». Así, desde
el mismo principio de la venida del Señor a la tierra, Satanás empezó a trabajar para estorbar e
impedir, y para –si le fuese posible– acabar con la obra del Señor Jesucristo.

Desde el punto de vista de Dios, toda su obra desde el momento en que el hombre cayó, hasta el
momento en que el Señor regrese, es una obra de recuperación. Cuando somos salvos y recibimos
la palabra del Señor, entramos en esa obra de restauración de parte de Dios. Y si entramos en ella,
también entramos inmediatamente en antagonismo con el príncipe de este siglo, porque
evidentemente él no quiere que nada del mundo sea recobrado para Dios. Él no quiere que el
hombre sea devuelto a Dios; Por ello, si usted pasa al lado de la obra de restauración de Dios, se
pone en el campo enemigo con respecto a Satanás. Y su obra de destrucción, desaliento, y
engaño, comienza de inmediato.

Por eso, hermanos, hablamos de recuperación y restauración. Cuando hablamos de recuperación,


significa que algo ha sido dañado, se ha perdido o ha sido deformado. Algo ha sido llevado lejos
del propósito y del pensamiento original de Dios. Hablamos de restauración porque algo se ha
alejado de Dios y tiene que ser traído de regreso.

En las parábolas de Mateo capítulo 13, encontramos, entonces, la venida del reino de Dios, la
venida del propósito de Dios al mundo, con Cristo, y a la vez, encontramos la oposición y los
obstáculos que el enemigo de Dios pone a la manifestación del reino de Dios en el mundo.

El comienzo de la restauración

Veamos con atención, entonces, cómo se desarrolla esta lucha. En la primera parábola
encontramos al sembrador sembrando la palabra de Dios. Esta es la palabra que incluye los
pensamientos de Dios con respecto al hombre. Es la palabra del reino de Dios; no sólo es una
palabra de salvación. Fíjense que el Señor no la llama la palabra del evangelio de salvación, sino
que la llama la palabra del reino, porque lo que está en juego aquí es el gobierno de Dios sobre el
hombre y sobre la tierra.

La palabra del reino de Dios viene al corazón del hombre. E inmediatamente las fuerzas malignas
que están en este mundo empiezan a trabajar para impedir que esa palabra cumpla su propósito
en el corazón del hombre. Se levantan obstáculos y se interponen barreras: seducciones y
atracciones del mundo, son arrojadas sobre aquellos que reciben la palabra. En unos, Satanás la
arrebata; en otros, la ahogan los afanes de la vida. Satanás tiene muchas maneras de envolvernos,
para intentar apartarnos del propósito de Dios y arrebatarlo de nuestro corazón; para volvernos
inútiles e impedir que produzcamos fruto para Dios.

El ataque de Satanás

Luego, en el versículo 24, hay una segunda parábola, la del trigo y la cizaña. Lo que relata es un
acontecimiento común. Cuando se siembra el trigo, si alguien quiere hacer daño, siembra cizaña
entre el trigo. Cuando la cizaña brota de la tierra, es muy difícil distinguirla del trigo. Pero si usted
los deja crecer suficiente tiempo, descubrirá que cuando ambas se desarrollan, son completamente
distintos: el trigo produce fruto, pero la cizaña no. Hay que dejar que crezcan y maduren para poder
distinguir al uno de la otra.

Ese es un significado que cualquier persona que sepa algo de siembras entenderá de inmediato.
Como la mayoría de nosotros somos gente de ciudad, no lo hacemos tan fácilmente. Pero, ¿cuál
es el significado espiritual de la parábola? Está en los versículos 37 al 43. Cuando nosotros
miramos lo que ocurrió en la historia de la iglesia, comenzando desde el tiempo en que el Espíritu
Santo descendió en Pentecostés, y surgió la primera iglesia en Jerusalén, veremos que esto es
precisamente lo que ha ocurrido.

Cuando Satanás vio que los hijos de Dios habían sido sembrados en el mundo, reaccionó
sembrando su propia semilla en el mundo. Ahora, cuando dice la parábola: «El campo es el
mundo», debemos saber que Satanás no puede sembrar su semilla en el Cuerpo de Cristo. La
iglesia es el cuerpo de Cristo y pertenece solamente a Cristo. Por lo tanto, Satanás no puede
introducirse en lo que pertenece a Cristo. Por eso, observe con atención que el campo no es la
iglesia.

Muchos teólogos, especialmente los reformados, interpretaban esta parábola diciendo que el
campo es la iglesia, y que entonces hay una iglesia invisible, que sólo Dios conoce y que está
compuesta de los verdaderos hijos de Dios, y otra iglesia visible, donde hay de todo, los que son
hijos y los que no son hijos. Sin embargo, nadie sabe con certeza quiénes son y quiénes no son.
Pero el Señor no dijo que el campo fuera la iglesia. El dijo: «El campo es el mundo».

La iglesia es el territorio de Jesucristo, le pertenece sólo a él. Cuando la Escritura habla de la


iglesia, habla del Cuerpo que expresa únicamente a Jesucristo. La Escritura sólo emplea la palabra
iglesia para hablar de aquello que pertenece a Jesucristo.

Entonces, cuando leemos que aquí dice, «La buena semilla son los hijos del reino», quiere decir
que la iglesia es la buena semilla. Pero el campo es el mundo. Ahora podemos entender que, si la
iglesia está en el mundo –pero no en el sistema de este mundo– habita el mismo espacio físico que
aquellos que son hijos del malo. Y como compartimos el mismo espacio y el mismo territorio,
entonces sí, en las asambleas de los santos, la cizaña –los hijos del malo– puede crecer y estar
presente. De hecho, esta es una parte de la estrategia de Satanás para deformar y destruir a la
iglesia.

En los tiempos del apóstol Juan, ya había empezado a ocurrir que en muchas asambleas ya no se
podía distinguir quiénes eran verdaderos hermanos y quiénes no lo eran. Si leemos con atención la
primera carta de Juan, vamos a encontrar que ya entonces había un problema enorme entre los
hermanos. ¿Qué es lo que quiere Satanás? Quiere que los hijos del reino estén inmovilizados,
impedidos o estorbados, para que no puedan expresar el reino de Dios en la tierra. Desde el
principio, él intentó introducir estos elementos que no son de Cristo en medio de los santos. Y esto
significa que debemos estar conscientes de cómo Satanás ataca a la iglesia.

En la época de Juan, ya muchos habían entrado. El apóstol Juan dice: «Salieron de nosotros, pero
no eran de nosotros». Ya entonces existía la mezcla; y eso iba a continuar. ¿Cuál era el problema
con todo ello? Que, de esta manera, Satanás iba a introducir en la iglesia elementos extraños.
Ahora bien, todo lo que es de este mundo y de esta tierra, cuando es introducido en la iglesia de
Cristo, se convierte en un impedimento y un estorbo para la manifestación del Señor y de su
Espíritu.

Hermano amado, el terreno de la iglesia es el terreno de Jesucristo, y el terreno de Cristo es el


terreno de la resurrección. Sólo lo que pertenece a la vida de resurrección, pertenece a Jesucristo.
Entonces, la iglesia está en el lado de la vida de resurrección. Ese es el terreno donde la iglesia
debe crecer, alimentarse, madurar y fructificar. Pero cuando la iglesia se desliza al terreno del
hombre natural, esto es, de los pensamientos, las obras y las capacidades del hombre natural,
pierde su territorio. Y vuelve a ese terreno antiguo, donde se torna estéril y vacía. Allí pierde el
testimonio de Jesucristo y ya no puede expresar ni representar al Señor.

Usted debe saber que esto es, efectivamente, lo que ocurrió en la historia de la iglesia. Cuando
uno lee el libro de los Hechos, ve cómo el Señor vivía en la iglesia, cómo él se expresaba a través
de la iglesia, y cómo gobernaba su iglesia. Pues el Espíritu tenía todas las cosas bajo su mando.
Pero, llegamos al final del primer siglo, y descubrimos que los hombres han comenzado a tomar el
control y que los pensamientos humanos están empezando a gobernar la iglesia.

Al leer la situación de las siete iglesias en Asia descubrimos que ya no son más como esa primera
iglesia que vivía para Cristo, que estaba gobernada solamente por él, sino que hay elementos de
contaminación y de confusión: mentiras, herejías, prácticas pecaminosas escondidas, y muerte.
Cuatro veces se menciona en las siete cartas del Apocalipsis la obra de Satanás. ¿Por qué?
Porque se nos quiere advertir que Satanás está siempre trabajando para estorbar el propósito de
Dios. Por eso necesitamos conocer en qué clase de lucha estamos envueltos los hijos de Dios.

Hermano amado, el mayor peligro no está en los pecados, ni en el pecado mismo, que es en sí un
gran peligro. Satanás puede ser mucho más sutil que eso. Él sabe que basta con que simplemente
seamos traídos a la esfera de lo terrenal, y él ya ha obtenido la victoria; porque todo lo que
pertenece al hombre natural está sometido a él.

Sólo lo que pertenece a Cristo no está bajo el dominio de Satanás. Todo lo demás puede ser
manejado por Satanás. Así que, si él logra introducir entre nosotros cosas simplemente humanas –
pensamientos, ideas, conceptos, formas de ver las cosas que no vienen de Cristo–, él entonces ha
ganado ventaja sobre nosotros. Así es como él siembra la cizaña junto al trigo, y por eso es tan
difícil distinguir al principio entre ambas. La obra del hombre, la imitación del alma, puede ser tan
parecida a la vida del Espíritu. Podemos incluso usar el mismo lenguaje, hablar las mismas
palabras, pero hacerlo desde el terreno de lo meramente natural, y no desde el terreno de lo
espiritual; y hay un universo de diferencia entre lo uno y lo otro.

La obra de restauración del Señor es una restauración en la vida de resurrección y en el terreno del
Espíritu. Ella consiste en traernos al terreno del Espíritu, donde Dios está gobernando y reinando
por medio de su Hijo Jesucristo.

Deformación y restauración plena

Al seguir leyendo, descubrimos que el reino de los cielos es también semejante a un grano de
mostaza, que un hombre tomó y sembró en su campo. Si leemos con atención esta parábola y la
siguiente, pues son gemelas, descubrimos algo que tiene un cierto carácter antinatural.
Naturalmente, una semilla de mostaza produce un arbusto. Pero aquí el Señor dice que se hace un
árbol. Y dice, además, que vienen las aves del cielo y hacen nido en sus ramas.

Ahora, si usted quiere ser consistente al entender la Palabra del Señor, debe considerar que esas
aves tienen que significar lo mismo que las de la parábola del sembrador. Y también, que esta
parábola está emparentada con el sueño del rey Nabucodonosor, quien veía un árbol grande cuyas
ramas se extendían y tocaban el cielo, mientras venían todas las aves del cielo y anidaban en sus
ramas, y las bestias se cobijaban bajo ellas. Esto nos habla de la obra del hombre natural, y de
cómo la iglesia, la obra de Dios en el mundo, puede ser deformada, y llegar a crecer de una
manera antinatural, de tal manera que incluso las aves del cielo, es decir, los elementos malignos,
llegan a entrar en ella.
Efectivamente, si uno revisa la historia, después de los años en los que la iglesia fue perseguida y
diezmada continuamente, hallamos que a partir del 312 D. de C., Satanás cambió de táctica.
Entonces, un emperador llamado Constantino, «se convirtió» al cristianismo, y declaró al
cristianismo la religión oficial del Imperio. En ese momento, muchos hermanos se alegraron y lo
tomaron como una bendición de Dios, porque diez años antes había ocurrido la más grande de las
persecuciones, bajo el emperador Diocleciano.

Los hermanos dijeron: «Este es un hombre enviado de Dios». Pero, a partir de Constantino, las
puertas de iglesias se abrieron para que cualquier cosa pudiese entrar; es decir, las aves del cielo
y las bestias de la tierra. Por ello, el árbol creció y se hizo enorme. Pero no creció con la vida de
Dios, sino que creció con las cosas y los elementos de la tierra y del mundo. Ese crecimiento trajo
una tremenda confusión y daño hasta el día de hoy.

Por eso Dios se ve en la necesidad de restaurar, de recuperar, porque algo anormal, algo que no
pertenece a la naturaleza de la iglesia ha sido introducido entre los hijos de Dios; cosas que vienen
de afuera, del mundo, del hombre, y aun del mismo Satanás. Y la iglesia tiene que desprenderse
de todo eso, para ser única y exclusivamente el testimonio de Dios.

Lo que procede del hombre no puede ser testimonio de Dios sobre la tierra, por muy bueno, cabal,
eficiente, organizado y productivo que sea. Nunca podrá expresar a Dios. Si hay algo del hombre
agregado a la obra de Dios, si hay un pensamiento humano introducido en la obra de Dios,
entonces esa obra se vuelve incapaz de expresar a Dios.

Vemos este árbol enorme, lleno de aves y bestias. Nunca fue la cristiandad tan grande como en la
Edad Media. Nunca fue tan poderosa y nunca estuvo tan lejos de expresar al Señor. Por esta
causa, Dios comenzó una obra de recuperación, que lentamente nos ha venido trayendo de
regreso al terreno donde Cristo, y solamente él, es nuestra vida, fundamento y nuestro todo. ¿Cuál
es el testimonio? Que Jesucristo es suficiente para nosotros. Que sólo lo necesitamos a él, y nada
más. Hasta que todo lo demás haya sido desechado y excluido. Y esa será nuestra victoria: la
victoria de él en nosotros.

Por ello, hermanos, al final, encontramos otras dos parábolas: la del tesoro escondido y la de la
perla de gran precio. Pienso que esas parábolas tienen dos significados. Un primer significado se
refiere al valor que Dios nos dio en su gracia, y a la obra de Cristo a favor de nosotros.
Ciertamente, el Señor nos buscó, nos encontró, dio su vida por nosotros, y nos salvó. Pero,
además, se refieren a cómo nosotros podemos recobrar a Jesucristo.

Dice él: «El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo». El tesoro estaba
escondido. ¿Puede ver usted que, bajo capas y capas de cristianismo y de tantas cosas añadidas
a la obra y a las iglesias en la tierra –la expresión terrenal del testimonio de Dios– hay de verdad
un tesoro escondido? Ese tesoro es Jesucristo. Pero hay una sola forma de obtenerlo: usted tiene
que deshacerse de todo lo que posee, para tener únicamente a Jesucristo. Ese es el precio. El
mismo que el pagó por nosotros. Entonces podremos recuperarlo en plenitud y, con él, el
testimonio de Dios. Amén.

***

¿Cuál es el testimonio de los cristianos en el mundo?

Luminares en el mundo (1)


Christian Chen
«Haced todo sin murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en
medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo;
asidos de la palabra de vida, para que en el día de Cristo yo pueda gloriarme de que no he corrido en vano, ni en
vano he trabajado» (Filipenses 2:14-16).

El tema de esta Conferencia es la restauración del testimonio del Señor. Quisiera tocar este tema
considerando especialmente el versículo ya citado.

Vamos a enfatizar especialmente la última frase del verso 15: «...resplandecéis como luminares en
el mundo». Otras versiones dicen: «...resplandecéis como estrellas en el universo». La palabra
‘luminares’ aparece sólo dos veces en el Nuevo Testamento. Los luminares no son la luz en sí
mismos, son portadores de la luz.

Dios es luz, y nosotros somos los que llevamos la luz. Recuerden, ustedes resplandecen como
luminares en el mundo, o como estrellas en el universo. La ilustración aquí no es como la luz de
una vela o de una lámpara. Nosotros pertenecemos a la esfera celestial, somos un pueblo celestial,
por eso brillamos como estrellas en el universo. Ese es nuestro testimonio.

Cuando hablamos del testimonio, nos referimos al testimonio de Dios, al testimonio de Cristo, y
también a nuestro testimonio. ¿Cuál es nuestro testimonio? Que somos los portadores de la luz.

El ejemplo de la creación

Para tratar de entender este pensamiento tan importante, regresemos a Génesis 1. Intentaremos
entender lo que significa la palabra ‘luminares’.

Cuando Dios creó los cielos y la tierra, él creó los luminares de este universo, y los levantó como
una maravillosa ilustración de cómo nosotros somos el testimonio de Cristo.

Al leer Génesis 1, llegamos al origen del universo, al origen de la humanidad, al origen de todo.
Aquí hay algo relacionado con la voluntad eterna de Dios, algo que ya estaba en la mente de Dios
en la eternidad pasada. «En el principio creó Dios los cielos y la tierra». Este es sólo un versículo
en el capítulo 1, que habla de la creación original del universo. «Creó Dios los cielos», significa que
él creó el sol, la luna y asimismo las estrellas, todos los luminares, todos los cuerpos celestes. A
eso, la Biblia llama ‘los cielos’.

En el verso 1 tenemos todo el universo; pero, en el verso 2, el foco de la cámara está en la tierra. Y
así, desde Génesis 2:2 hasta el final del capítulo, se registra la historia de esta tierra.

Pero algo ocurrió aquí. El verso 2 dice: «Y la tierra estaba desordenada y vacía». De acuerdo a
otros pasajes de la Biblia, cuando Dios creó la tierra, la preparó para ser morada de los seres
humanos. No fue su intención crearla para que estuviese desordenada y vacía. En el versículo 1, la
tierra era perfecta, hermosa, llena de armonía, de acuerdo con el diseño de Dios – la tierra iba a
mostrar la grandeza de Dios como ingeniero y matemático.

Sin embargo, en el versículo 2, algo sucedió. La expresión hebrea para estaba tiene dos
traducciones: Puede ser estaba o se volvió. Es la misma palabra que describe a la esposa de Lot,
cuando ésta se volvió una estatua de sal. Entonces, podemos traducir el versículo 2 como: «Y la
tierra se volvió desordenada y vacía».

Algo ocurrió. Y nosotros sabemos lo que ocurrió. El registro bíblico dice que un día, en el pasado
lejano, hubo una gran rebelión en el universo, encabezada por Satanás, y un tercio de los ángeles
siguió sus pasos. Por esa causa, Satanás y sus seguidores fueron arrojados fuera de la presencia
de Dios, hasta llegar a las cercanías de nuestro planeta. Entonces, la tierra y el espacio exterior,
nuestro sistema solar y nuestra galaxia, fueron ocupados por Satanás y sus seguidores, y el juicio
de Dios vino sobre este planeta. De esta manera, la tierra se volvió desordenada y vacía, y las
tinieblas estaban sobre la faz del abismo.

Satanás es el autor de las tinieblas. Dios es el autor de la luz – Dios es luz. Cuando Jesús estuvo
en la tierra, él dijo: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas».

¿Dónde se originaron las tinieblas? Después de la gran rebelión en el universo. Por eso dice que
las tinieblas estaban sobre la faz del abismo. El abismo, en hebreo, indica la profundidad del
océano. No sólo el agua cubría nuestro planeta, sino que el océano se volvió muy denso. Por eso
la Biblia dice abismo, para referirse a algo tan profundo que no se puede medir. Todo el planeta fue
envuelto en una densa capa de agua.

Por muchos años, los científicos intentaron descubrir por qué existe el océano. Al mirar al sistema
solar, no hay cómo explicarse la existencia del océano. Sin embargo, hoy, los investigadores saben
de dónde surgieron los océanos y el agua de los mares.

Ustedes conocen la historia de los cometas. Todo cometa tiene una cola, y los científicos
descubrieron que allí hay una gran cantidad de agua congelada. Al hacer un análisis químico del
agua, hallaron los mismos componentes del agua de mar que hay en nuestro planeta.
Gradualmente, los científicos empezaron a entender que hace mucho, mucho tiempo atrás, no sólo
un cometa, sino muchos, bombardearon nuestro planeta, y así llegó esa cantidad de agua de mar a
la tierra. Tal sería el origen de nuestro océano.

Este es un descubrimiento muy reciente que nos ayuda a entender nuestro planeta y la existencia
del océano. Ahora, de acuerdo a la Palabra de Dios, sabemos que Satanás era Lucifer, el lucero de
la mañana. Y cuando un tercio de los ángeles le siguieron, de acuerdo al registro bíblico, un tercio
de las estrellas cayeron sobre la tierra.

Es claro que los ángeles son espíritus, pero hubo una manifestación en el mundo físico. Lo que se
vio fue el lucero de la mañana, y un tercio de las estrellas bombardeando la tierra. Por eso, dice la
Escritura que «las tinieblas estaban sobre la faz del abismo».

Luego dice que «el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas». El agua era tan densa
que, aunque el sol y la luna habían sido creados, su luz no podía penetrar hasta nuestro planeta.
Fue la consecuencia del juicio de Dios.

Hasta que Dios dijo: «Sea la luz». Y hubo luz. ¿Qué sucedió? Cuando Dios juzgó la tierra,
podemos imaginar que a causa del juicio nuestro planeta tenía una temperatura muy elevada.
Entonces, Dios esperó que éste se enfriara, y cuando la temperatura descendió, algunas moléculas
de agua se empezaron a evaporar, y la capa de agua se hizo cada vez más delgada. Así, cuando
Dios dijo: «Sea la luz», la luz del sol y de la luna pudieron penetrar hasta la tierra.

En el segundo día, Dios separa las aguas de arriba de las aguas de abajo. No sólo la capa de agua
se volvió cada vez más delgada, sino que ahora había aguas arriba y aguas abajo; las aguas de
arriba eran invisibles y las de abajo visibles. Luego, se descubrió un espacio entre las dos aguas.
En el segundo día, fue mucho más fácil para la luz del sol y de la luna brillar sobre este planeta. Sin
embargo, sólo en el cuarto día todo fue más claro.

Y aún más, entonces vemos las lumbreras en el firmamento, creadas para señales, para las
estaciones, para días y años. Ahora no es sólo una impresión, pues es tal la claridad, que pueden
servir de señales para distinguir las estaciones, los días y los años.
Por medio de su creación, por medio de la restauración de nuestro planeta, Dios desea darnos una
importante lección. ¿Cuál es el testimonio? Que Dios es luz. Hay luz en el día y también en la
noche. ¿Cómo ocurre eso?

Prosigamos: «Y fue la tarde y la mañana un día». No sólo tenemos la tarde, tenemos también la
mañana. ¿Por qué? No sólo hay noche, sino que también hay día. Sin embargo, ¿cómo llamamos
al primer día? La tarde y la mañana, fue el primer día. Luego siguieron la tarde y la mañana, el
segundo día; la tarde y la mañana, el tercer día.

Al estudiar la historia de los seis días, en cada uno de ellos la Biblia dice: «Y fue la tarde y la
mañana un día». Y entonces empezamos nuestra vida. Nosotros nacemos a la medianoche.
¿Recuerdan la historia de la pascua? Aquella fue llamada la noche de Jehová. En ella, el cordero
de pascua fue inmolado, y eso representa la muerte de nuestro Señor Jesucristo en la cruz.
Cuando murió en la cruz, él dijo: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?». Él había
estado siempre en la presencia de su Padre, en una maravillosa comunión. De la eternidad
pasada, nunca hubo una nube oscura entre el Padre y el Hijo. Por amor de ti y por amor de mí,
Jesús tomó tus pecados y los míos sobre sí mismo, y cuando Dios puso nuestros pecados sobre
su Hijo, ¡cuán oscura fue aquella escena!

Cuando el Padre vio los pecados de todo el mundo sobre su Hijo, apartó su mirada de él. Todo ello
por causa de ti y de mí. Porque en esa hora nuestro Señor estaba realizando su obra de salvación.
El costo de esta obra, a causa del pecado de la humanidad, fue que Dios apartó su mirada de su
Hijo. No es de sorprender que el Hijo haya dicho: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado?».

El momento en que Dios apartó la mirada de su Hijo, es llamado ‘la noche oscura de Jehová’,
porque Dios nunca se había separado del Hijo. Ahora, a causa de nuestros pecados, algunas
veces tenemos que decir adiós a nuestros amigos, a nuestros padres o a nuestros seres amados.
Pero ni por un segundo siquiera en la Divinidad, Dios el Padre y Dios el Hijo habían estado
separados. Aquella fue la noche oscura de Jehová.

Ahora, cuando nosotros creímos en Jesucristo como nuestro Salvador, cuando aplicamos la sangre
del Cordero sobre el dintel de nuestras puertas, la ira de Dios pasa por alto y nosotros somos
salvados. Todos nosotros hemos nacido a medianoche.

Esta es la vida cristiana: vida que sale de la muerte. La vida que empieza con muerte y
resurrección, empieza con la noche, y luego viene la mañana. Primer día y segundo día. ¿Cuál es
el significado del primer y del segundo día? El primer día, la luz está allá; el segundo día, la luz
también está presente. El tercer día, también. Sí, tenemos la tarde, tenemos la noche; has pasado
por una noche larga y oscura, y sin embargo, verás la luz. De acuerdo con el propósito del Señor,
aún durante la noche verás la luz.

Seguimos leyendo, y tenemos seis días. El primer día, la luz. El cuarto, las lumbreras. Los primeros
tres días, los segundos tres, y luego el séptimo día. Siete días en total. Los primeros y los
segundos tres días son paralelos. En los primeros tres días todo es abstracto; en los segundos tres
días todo se vuelve muy concreto, muy claro.

En el primer grupo de tres días es la separación de la luz de las tinieblas; en el segundo día la
separación de las cosas de arriba de las cosas de abajo; el tercero, la separación de la vida y de la
muerte. Luego, en los segundos tres días, Dios repite de nuevo.

Comparemos estos dos conjuntos de tres días. En el comienzo de los primeros tres días, Dios dice:
«Sea la luz». Y fue la luz. Y cuando llegamos al primer día del segundo grupo: «Haya lumbreras en
la expansión de los cielos». Aquí, nuevamente, tenemos luz; pero es distinto. Cuando Dios dijo:
«Sea la luz», era la luz en general. Sin embargo, al llegar al cuarto día, al segundo grupo de tres
días: «Haya lumbreras en la expansión de los cielos para separar el día de la noche; y sirvan de
señales para las estaciones, para días y años, y sean por lumbreras en la expansión de los cielos
para alumbrar sobre la tierra».

Ahora entendemos las luces en los cielos. Y entonces vemos cuerpos celestes que brillan. No
solamente luz, vemos ahora lumbreras, algo que lleva la luz.

«E hizo Dios las dos grandes lumbreras...». Estas dos grandes lumbreras son las que sostienen la
luz, la mayor para gobernar el día, y la más pequeña para gobernar la noche. Y están también las
estrellas.

Ahora, en la sabiduría de Dios, tenemos las lumbreras en los cielos: las estrellas, la luna y el sol;
de manera que mediante las estrellas, la luna y el sol nosotros empezamos a entender todos los
aspectos acerca de la luz. Dios es luz, y Cristo es el Sol de justicia. Cuando nosotros vemos a
Cristo, vemos a Dios, porque Cristo es la lumbrera de Dios. Entonces, no es de sorprenderse que
una de las dos grandes lumbreras representa a Cristo.

Cuando el Verbo se hizo carne y anduvo en la tierra, él era la lumbrera, y por medio de él
empezamos a descubrir y a conocer al Padre. Este es el testimonio de Dios: Cristo. Él quiere decir
al mundo, mostrar al mundo, que Dios es luz. Entonces, esa gran luz es Cristo, el Sol de justicia. Y
más aún, la otra lumbrera es la luna.

De acuerdo a Filipenses 2, nosotros resplandecemos como luminares en el mundo. Cristo es el Sol


de justicia, y nosotros somos luminares. ¿Qué son los luminares? Las estrellas, o la luna. Cuando
hablamos de cristianos individuales, nosotros brillamos como estrellas, y cuando hablamos de los
cristianos en sentido colectivo, de la iglesia como el cuerpo de Cristo, brillamos como la luna en el
universo. Entonces, en la Palabra de Dios, el sol tipifica a Cristo, la luna tipifica a la iglesia, y todas
las estrellas tipifican a los santos.

No es de sorprender que Abraham tenga dos tipos de descendencia: la descendencia celestial y la


terrenal. La descendencia celestial será tan numerosa como las estrellas, y la terrenal, como las
arenas del mar. Hermanos y hermanas, nosotros somos del cielo, tenemos un llamamiento
celestial, de modo que deberíamos brillar como estrellas. Este es nuestro testimonio. Es por eso
que nuestro Señor Jesús dijo: «Vosotros sois la luz del mundo».

Entonces, ¿cuál es nuestra misión? Después que fuimos salvos, todos nosotros tenemos una vida
cristiana para vivir, y esta vida va creciendo. Y nuestra misión es ser sal de la tierra y luz del
mundo. Por esa razón, ¡brillemos! Brillemos como estrellas, individualmente, y brillemos juntos,
como la luna.

De acuerdo a Filipenses 2, ya sabemos quiénes somos: hijos de Dios irreprensibles, en medio de


una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecemos como estrellas en el
mundo, individualmente, y como la luna, colectivamente. Es lo que Pablo desea que entendamos:
que somos luminares en el universo.

Esta es nuestra misión. En lo que concierne a nuestra misión, ¿cómo se describe a la iglesia?
Cuando leemos Apocalipsis, se dice que los siete candeleros son siete iglesias. El Espíritu Santo
compara a la iglesia con candeleros. Los candeleros son portadores de luz, que no tienen luz
propia. La luz se muestra por medio de lámparas o candeleros, porque el aceite está en ellos y
entonces la luz empieza a brillar. Cuando en Apocalipsis 1 el Espíritu Santo compara a las iglesias
con candeleros, nos está diciendo que somos un testimonio para Cristo y para Dios. No tenemos
luz propia. Todo lo que podemos hacer es sostener la luz, y ese es nuestro testimonio.
Cuando hablamos acerca de la restauración del testimonio del Señor, recordemos que la iglesia es
comparada con un candelero. En lo que concierne a nuestra misión, somos candeleros. Sin
embargo, nosotros no entendemos eso, y necesitamos que la Palabra de Dios nos explique las
cosas.

El ejemplo de Apocalipsis

Ya he mencionado que hay sólo dos pasajes en el Nuevo Testamento donde encontramos la
palabra ‘luminares’. Uno está en Filipenses 2. Ahora, veamos el otro pasaje.

«Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de


Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al
de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal» (Ap. 21:10-11). En el
griego, la palabra ‘fulgor’ es la misma de Filipenses 2. ‘Su fulgor’ es lo mismo que ‘luminares’. Y era
semejante al de una piedra preciosísima, así es que toda la nueva Jerusalén es como un luminar,
como estrellas, o como la luna en el universo.

Esta nueva Jerusalén es una Jerusalén celestial, y al ser celestial, tiene la gloria de Dios; toda la
ciudad es como un luminar, como la luna. La piedra de jaspe hoy es una piedra semipreciosa; no
es una piedra preciosísima. El jaspe es semitransparente; nunca es diáfano como el cristal. En los
nuevos cielos y nueva tierra, aunque el nombre es el mismo –jaspe– es diferente, porque los
nuevos cielos y la nueva tierra son cielos y tierra glorificados. Así pues, la piedra de jaspe se
convertirá en preciosísima, diáfana como el cristal. En otras palabras, toda la nueva Jerusalén será
como un diamante. Es lo que el Espíritu Santo trata de enseñarnos.

¿Qué es un diamante? Nosotros vemos un fuego en el diamante, porque el diamante ha sido


cortado de tal forma que cuando la luz penetra en él hay una reflexión total, la luz no puede salir y
se refleja de una a otra cara, quedándose atrapada en su interior. Cuando tú tienes un diamante en
tus manos, puedes decir: «La luz está atrapada en su interior, y cuando miro el diamante, puedo
ver en él el arco iris, y cuando veo el arco iris, veo la gloria».

La luz es una cosa muy abstracta. ¿Quién puede capturar la luz? ¿Quién puede hacerla concreta?
El diamante puede hacerlo, aunque él no tiene luz propia, y es como cualquier otra piedra. Cuando
uno apaga la luz, el diamante es como cualquier otra piedra.

¿Cómo podemos entender la luz? Es casi imposible, pues la luz es invisible. Pero, ¿cómo puede
hacerse visible? ¿Cómo es posible ver su gloria y hermosura? Al ver el diamante, se descubre que
es sólo un portador de luz, para mostrar la luz y contar a las personas la historia de la luz. Así es la
nueva Jerusalén: toda la ciudad es como un diamante. La luz es abstracta; sin embargo, en ese
diamante que es la nueva Jerusalén todo es muy diáfano.

Entonces sabemos lo que ocurre con la nueva Jerusalén. En otras palabras, cuando llegamos a
Apocalipsis 21, hay un grande y único luminar. La nueva Jerusalén no es más que un gran
candelero. En los primeros capítulos de Apocalipsis, las siete iglesias son siete candeleros.
Cuando aún estamos en el tiempo, hay siete candeleros; pero en la eternidad hay un solo
candelero. Todos aquellos siete candeleros son la manifestación de ese gran candelero.

¿Quién es la lumbrera? «La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque
la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera» (Apoc. 21:23). La Biblia comienza con el
sol y la luna en Génesis 1, y termina con el sol y la luna en Apocalipsis 21. En Génesis 1, se
necesitaba el sol y de la luna; en la nueva Jerusalén, no hay necesidad del sol ni de la luna. El sol y
la luna sólo son sombras; ahora ha llegado la realidad.
¿Qué es la lumbrera? La última frase dice: «El Cordero es su lumbrera». Nosotros no tenemos luz,
sólo Cristo tiene la luz. Entonces, ¿quién es la luz? «La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna
que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina...». ¿Qué significa eso? Dios es luz, Cristo es
la lumbrera, y la iglesia es el candelero. Entonces, en la eternidad, veremos todo el cuerpo de
Cristo, desde el primer renacido hasta el último. Un gran cuerpo de Cristo.

Un día, cuando venga el reino milenial, cuando miremos a los compartimientos celestiales,
veremos muchas estrellas brillando, muchos justos brillando como el sol, transformados en la
imagen de Cristo. Ese es el significado del reino milenial.

Sin embargo, cuando llegamos a la eternidad, la nueva Jerusalén representa el producto final de la
obra de Dios. Finalmente, la voluntad de Dios será lograda. Y en el capítulo final, vemos la nueva
Jerusalén bajando de los cielos, teniendo la gloria de Dios, y su fulgor era semejante al de una
piedra preciosísima, un gran candelero celestial. En sí mismo, no encontramos luz; la luz está
siempre con la Lumbrera –Cristo–, y Dios es la luz.

Creo que ahora entendemos mejor lo que es el testimonio del Señor.

La luna refleja la gloria del sol

Ahora, ¿por qué hablamos de la restauración del testimonio del Señor? Recordemos que la luna en
sí misma no tiene luz. Siempre que vemos la luz de la luna, de hecho, no es la luz de la luna, sino
el reflejo de la luz del sol. Cuando la luna muestra su faz en dirección al sol, absorbe la luz del sol.

La luna no tiene luz propia, la iglesia en sí misma no tiene luz. No importa cuánto te esfuerces,
cuánto trabajes, cuánto ayunes, no importa cuánto hagas, nunca crearás ni un poco de luz, ni
como la luz de una vela. Esa es la naturaleza de la luna. En la naturaleza del testimonio del Señor,
nosotros somos sólo la luna.

Sin embargo, cuando miramos al Sol a cara descubierta, cuando absorbemos la luz, empezamos a
reflejar esa luz. Y cuando reflejemos esa luz, el mundo verá la luz del Sol. En la noche, cuando
todo el mundo está en tinieblas, la voluntad de Dios es: «Sea la luz». Y esto es así tanto en el día
como en la noche.

El mundo no puede andar en las tinieblas. Ahora, ¿quién se levantará para brillar? Nosotros no
somos capaces de hacer nada. Pero si absorbemos la luz del sol y la reflejamos, la gente
empezará a ver la luz. Si ellos tienen un poco de conocimiento científico, sabrán que no es la luz
de la luna, sino la luz del Sol. Cuando las personas ven la iglesia, no sólo deberían ver la iglesia,
sino a Cristo en la iglesia.

¿Cómo sabemos que tenemos éxito en el testimonio de Dios? Podemos decir: «Nos reunimos dos
mil personas, somos una mega-iglesia». Puede haber mucha gente, puede haber magníficos
edificios; y cuando las personas miren hacia la luna, ellas verán la luna; pero, ¿dónde está Cristo?
Entonces, ¿cuál es el testimonio de la luna? Debe ser éste: «No más yo, sino el Sol, que imparte la
luz». Ese es el testimonio de la iglesia.

Nosotros nunca nos levantamos para brillar. Gracias a Dios, sólo Cristo se levanta y brilla. Sin
embargo, él ya regresó a su Padre; él ascendió a los cielos. Ahora hay una noche larga y oscura.
Hermanos, sólo cuando la iglesia es fiel, aunque sea de noche, la gente podrá descubrir el Sol;
ellos podrán ver a Cristo en la iglesia. Y esa es la única misión de la iglesia.

Cuando la iglesia deja de funcionar como tal, cuando ya no funciona más como candelero, ¿sabes
lo que el Señor hará? Removerá ese candelero. Recuerden que es por su gracia que podemos
estar en pie y brillar, para que el mundo no vea a nadie más, sino a Cristo. Esta es nuestra razón
de ser.

Cuando hablamos sobre la restauración del testimonio del Señor, ¿estamos hablando de la
restauración del orden de la iglesia, o estamos pensando en los reformadores? ¿Tú deseas ser un
reformador? Cuando miras a tu alrededor, ¿todos están equivocados y tú tienes la razón? ¿Es eso
la restauración del testimonio del Señor?

Aunque sea una noche larga y oscura, el mundo debería ver la luz. Si permitimos que la luna
testifique acerca del Sol, ella dirá: «Yo me levanto con el único propósito de que, durante las horas
de ausencia de nuestro amado Señor, el mundo pueda ver la luz del Sol». Este es nuestro
testimonio.

Las fases de la luna

Ahora, de la posición de la luna depende cómo ella brilla sobre nuestro planeta. Si ella está
exactamente entre el sol y la tierra, entonces la tierra no puede ver la luz de la luna. Así pues, de
alguna forma, el Señor tiene que hacer algo con la luna. Cuando cambia la posición, gradualmente,
las personas empiezan a ver la luz de la luna creciente, que va creciendo poco a poco, y después
de 15 días, la tierra está entre el sol y la luna, y ésta ya no es un impedimento para la luz del sol.

Cuando tenemos luna nueva es como si no hubiese luna, todo está a oscuras. La luna está allí, la
iglesia está allí. Nos recuerda la Edad Oscura de la iglesia. ¿Dónde estaba la iglesia en Europa?
Sabemos que había iglesia en esta tierra, pero, ¿por qué hubo esa Edad? La iglesia estaba allí,
pero la luna nunca brilló. Ella se puso a sí misma en tal posición, tan poderosa en sí misma, que se
volvió un obstáculo para la luz. No es de sorprender que no hubiese luz.

Sin embargo, en el siglo XVI, cuando Dios levantó a Lutero, a Zwinglio y a Calvino, las personas
empezaron a ver la luna creciente. Ahora tenían la Biblia abierta, y empezaron a entender la
justificación por la fe. Fue como si la luz de la luna empezara a crecer. Eso es lo que el Señor está
haciendo desde el siglo XVI al siglo XXI. Vemos que la luz de la luna se va tornando más y más
plena. Por supuesto, el deseo de Dios es la luna llena.

En la luna creciente, uno ve la luz del sol parcialmente. Todos los individuos deberían ser luz del
mundo, todas las iglesias deberían ser testimonio de Cristo. Nadie puede decir que tiene el
testimonio exclusivo de Cristo. Pero, ¿dónde está el problema? ¿Qué tipo de testimonio tienes tú?
Si eres la luna nueva, nadie verá a Cristo. Tú eres cien por ciento cristiano, la iglesia es cien por
ciento iglesia, y todos son salvados, pero, ¿dónde está el testimonio?

Gracias a Dios por Martín Lutero, por Juan Calvino, en el siglo XVI, a través de ellos el mundo
empezó a ver alguna luz. Nosotros llamamos a eso restauración del testimonio del Señor. Pero el
verdadero testimonio del Señor consiste en la plenitud de ese testimonio. Cuando la luna está en
creciente, es testimonio; sin embargo, no es la plenitud del testimonio. Cuando hablamos de
restauración, la luna creciente es parte de la restauración, que va desde ningún testimonio a algún
testimonio, de ninguna luz a alguna luz. Sin embargo, no es de eso de lo que estamos hablando.
Cuando nos referimos a la restauración del testimonio del Señor, pensamos en la voluntad eterna
de Dios. Dios nunca estará satisfecho hasta que él vea la luna llena.

Esto es muy interesante. Sabemos que la luna también asciende y también se pone. En la fase de
luna nueva, cuando el sol se alza, la luna se alza; cuando el sol se pone, la luna también se pone.
Es como la iglesia en la Edad Oscura. Allí hay presunción, hay pretensiones; hay alguien que dice
representar a Cristo sobre la tierra.
Pero, en la fase de luna llena, cuando el sol se pone, la luna llena sale. Cuando la luna se pone,
empieza a ascender el sol. ¿Qué significa eso? Cuando el sol ha reinado todo el día, entonces la
luna comienza a subir, y comienza a reinar en la noche. Exactamente el mismo modelo. El sol sale
del este y se pone en el oeste. En la noche, la luna sale del este y también se pone en el oeste.
Eso significa que la luna es exactamente como el sol.

Cuando hablamos de la luna llena, en lenguaje espiritual, significa ser transformados en la imagen
de Cristo. Así, cuando la iglesia es madura, en el día el Sol sube y el Sol se pone; y en la noche, la
luna sube y luego se pone. Siempre es el mismo modelo. ¿Qué significa eso? La luna es la
representante del Sol, ella puede declarar todo acerca del Sol. Ese es el testimonio del Señor.

Quisiera reiterarlo: Cuando hablamos de la restauración del testimonio del Señor, estamos
hablando de la luna llena. Cualquier cosa menos que la luna llena no satisfará el corazón de Dios.
Nosotros necesitamos la ayuda del Señor para que podamos ver la restauración de su testimonio.
Empezando de la luna nueva, gradualmente, el Señor está haciendo algo. Finalmente, debemos
ser capaces de ver la luna llena; eso significaría que la iglesia realmente ha alcanzado su madurez,
y eso es lo que el Señor desea.

Hermano, ¿qué piensas tú acerca de la restauración del testimonio del Señor? ¿Solamente la
recuperación de la iglesia de acuerdo a la Biblia? ¿La iglesia debería ser de esta forma o de esta
otra? Se puede poner todo en orden, pero aquella luz se obtiene de la vida, y a menos que la vida
crezca hasta la madurez, nuestra vida siempre estará como en creciente, y tal vez como la luna
nueva. Aunque seas el mejor reformador, podrás ayudar a la iglesia a ser un poco más que
creciente. Pero lo que Dios quiere es la luna llena.

Nosotros no tenemos luz propia; en nosotros mismos no hay bien alguno. Pero, gracias a Dios, no
sólo somos como estrellas en el universo, sino que también brillamos como la luna en el universo.
¿Tú estás satisfecho al ver la iglesia recuperada, o al ver todo de acuerdo a la Biblia? Dios sólo
puede estar satisfecho cuando ve al Sol en la iglesia, cuando la iglesia está siendo transformada
en la imagen de Cristo.

Dios aún está avanzando, está obrando en medio nuestro, y él desea que nosotros alcancemos la
meta, porque sólo la luna llena satisfará Su corazón. Sólo la luna llena significa que estamos
siendo transformados a la imagen de Cristo. Nosotros podremos estar satisfechos solamente
cuando Dios esté satisfecho.

Que el Señor hable constantemente a nuestros corazones.

(Resumen de un mensaje impartido en la 2ª Conferencia Internacional, Santiago de Chile, Septiembre 2005).

***

¿Cuál es el testimonio de los cristianos en el mundo?

Luminares en el mundo (2)


Christian Chen

El patrón de crecimiento de la iglesia

Al estudiar la historia del primer siglo después que el Verbo se hizo carne, vemos que los primeros
cien años pueden ser divididos en tres secciones de 33 años cada una. En los primeros 33 años,
somos testigos de cómo el Verbo se hizo carne y cómo él vino a esta tierra. En los primeros 33
años vemos la Cabeza de la iglesia, cómo él nació en un pesebre y luego creció verticalmente
hasta la presencia de Dios.

Desde la cuna hasta el trono, éste es el patrón de crecimiento de la vida de Cristo. Siempre
comienza en la cuna, y concluye en la corona, el trono. Este proceso de crecimiento empieza
horizontalmente, y luego sube verticalmente hasta la presencia del Señor. Sin embargo, este
proceso pasa por el camino de la cruz. Sin cruz, no hay corona. De esta manera la Cabeza de la
iglesia nos muestra el modelo de la vida de Cristo desde la cuna hasta el trono. Si este es el
camino para la Cabeza, es también el camino para la iglesia.

El capítulo 2 del libro de los Hechos nos da testimonio del nacimiento de la iglesia. En los primeros
12 capítulos, la figura más destacada es Pedro, y en los capítulos restantes, es Pablo.
Cuando Pedro fue llamado por nuestro Señor, él estaba echando las redes, y esa acción se
convirtió en su misión. En el día de Pentecostés, él lanzó la red, y tres mil peces entraron en ella.
Cuando la echó una vez más, entraron cinco mil peces. Pedro había recibido las llaves. En el día
de Pentecostés, él abrió las puertas del reino de los cielos para el pueblo judío, y en casa de
Cornelio, él la abrió para los gentiles. Su ministerio siempre está relacionado con la fundación de la
iglesia.

Luego tenemos a Pablo. Él siempre está involucrado con la superestructura de la iglesia, porque
Pablo era constructor de tiendas. Después que Pablo fue llamado por Dios, fue usado para la
edificación de la iglesia. Al estudiar sus epístolas, cuando les escribe a los Tesalonicenses, la
iglesia estaba en la etapa de la niñez. Cuando Pablo escribe Romanos, Gálatas y 1ª y 2ª a los
Corintios, la iglesia ya había entrado en su período de adolescencia.

Ahora, cuando llegamos al último capítulo del libro de los Hechos, Pablo estaba en prisión. Sin
embargo, desde la prisión en Roma, él envió cuatro epístolas: Efesios, Colosenses, Filipenses y
Filemón. Estas tres iglesias ya habían alcanzado su edad adulta; estaban preparadas para recibir
la revelación más alta en toda la Biblia.

En Hechos capítulo 2, vemos el nacimiento de la iglesia; luego su crecimiento, y al llegar al último


capítulo, vemos la madurez de la iglesia. Si queremos conocer los días más gloriosos de la iglesia,
sin duda, éstos corresponden al segundo grupo de 33 años.

Recuerden, desde el nacimiento hasta la madurez, como la Biblia dice: «La senda de los justos es
como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto» (Prov. 4:18). El día
perfecto es el mediodía, cuando el brillo del sol ha alcanzado su plenitud. En otras palabras, los
justos sólo ven el sol naciente, pero nunca ven el sol en el ocaso; para ellos no hay puesta de sol.
Lo mismo sucede a la iglesia: Todo el libro de los Hechos nos dice que para la iglesia en sus días
más gloriosos, desde el nacimiento hasta la madurez, desde el nacimiento del sol hasta el
mediodía, no hubo puesta de sol.

En el libro de los Hechos, podemos encontrar a Pedro y a Juan juntos. Sin embargo, ¿han oído
ustedes hablar a Juan? El Espíritu Santo hizo algo muy interesante. Cuando Pedro se levanta,
Juan también se levanta. Sin embargo, Juan está siempre callado. El Espíritu Santo deseaba
preservarlo, porque él iba a hablar en otra ocasión.

Así, llegamos a los últimos 33 años en el primer siglo, y allí constatamos que Juan llega a ser la
figura más prominente. Cuando Juan fue llamado por nuestro Señor Jesús, él estaba remendando
las redes. Eso significa que las redes se habían roto, y es Juan quien las repara. Este es su
ministerio.

Cuando Juan escribe su Evangelio, sabemos que las redes del evangelio estaban rotas, y es Juan
quien va a remendarlas. Él va a declarar que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y no sólo eso. Por
medio de sus epístolas y también por medio del Apocalipsis, empezamos a descubrir que la iglesia
ya no estaba en su gloria de luna llena.

Juan había envejecido, tenía arrugas. Eso no era una sorpresa, porque nuestro hombre exterior
definitivamente se va desgastando. Pero Juan estaba muy sorprendido al ver que en la iglesia, el
cuerpo de Cristo, que debería estar llena de la vida de Cristo, que debería vivir siempre joven,
ahora tenía arrugas y manchas.

La iglesia en el libro de los Hechos es como si nunca envejeciera ni tuviese manchas. Si tratamos
de entender en base a Filipenses capítulo 2 lo que significa eso, el testimonio de la iglesia en
aquella época es como la luna llena, y si deseamos regresar al principio, lo que Dios desea es ver
la luna llena, porque sólo en ella vemos la imagen exacta del Sol. Cuando la iglesia alcanza su
madurez, significa que está siendo transformada en la imagen de Cristo.

Ahora, nosotros podemos decir que en los tres grupos de 33 años, los primeros 33 años fueron el
día, los segundos 33 fueron la noche y los terceros 33 también son la noche. Pero oigan
atentamente: en el segundo grupo vimos la luna llena. Sin embargo, cuando llegamos a las siete
iglesias en Apocalipsis, ya éstas estaban en el tercer grupo de 33 años.

Las siete iglesias

Después de estudiar las siete cartas en Apocalipsis 2 y 3, vemos que a cinco de esas iglesias el
Señor Jesús les dice: «Arrepiéntete». La palabra ‘arrepentirse’ se usa normalmente para los
incrédulos. Pero ¿por qué la iglesia necesitaba arrepentirse? Porque estaba envejeciendo, estaba
siendo contaminada. Gradualmente, se había convertido en parte del mundo.

Al estudiar las siete iglesias, esto nos sorprende. Por tal razón, Juan tenía una carga por ellas. En
el día del Señor, aunque él estaba lejos, su corazón estaba con las siete iglesias; él conocía la
condición de ellas. Él había tenido el privilegio de ver el nacimiento y crecimiento de la iglesia, y el
privilegio mayor aún de ver la madurez de la ella. La iglesia en Éfeso fue la más espiritual y la más
madura en su época, y cuando Pablo ya había entrado en la gloria, Juan tuvo el privilegio de
trabajar en esta que era la más madura y más espiritual de todas.

La primera iglesia a la cual el Señor Jesús se dirige es la iglesia en Éfeso. A la iglesia que estaba
en su cumbre, ahora el Señor le dice: «Arrepiéntete y haz las primeras obras». ¿Cuáles son las
primeras obras? Son las cosas registradas en todo el libro de los Hechos. ¿Por qué? Porque en
aquellos 33 años el testimonio de la iglesia había sido como el de la luna llena.

¿Cuál fue el error de la iglesia? Que estaba muy cerca del mundo; por eso no es de sorprender
que tuviese tantas manchas. Y cuando la iglesia está cerca de nuestra carne, no es extraño que
ella envejezca.

Juan sentía gran admiración por Pedro y Pablo. Cuando Pablo murió como un mártir por el Señor,
la iglesia estaba en su madurez. ¡Qué gozo debió haber en su corazón! Antes de su partida, llegó a
ver que aquel maravilloso bebé en Cristo había crecido hasta la madurez. Esa iglesia se convirtió
en su corona.

Juan tenía noventa o cien años de edad. Había visto el nacimiento de la iglesia y fue testigo de la
madurez de ella. Y aunque él vivió una larga vida y tuvo tantas experiencias, soportó todo tipo de
pruebas y pasó por toda clase de aflicciones, ningún sufrimiento fue mayor que ver a la iglesia
envejeciendo.

Aún había siete iglesias, siete candeleros. Estos candeleros no son de esta tierra, sino de los
cielos; no sólo son de oro, sino también celestiales. Aun la iglesia en Tiatira es llamada candelero,
es llamada iglesia. Cada iglesia es de verdad una iglesia. Ella está allí. Sin embargo, ¿qué pasó
con ellas? Eran como distintas fases de la luna. Si miramos a la iglesia en Tiatira, ¿qué vemos?
Vemos la luna nueva. Todavía es la iglesia; la iglesia aún está allí. Sin embargo, aunque había
candelero en Tiatira, nadie podía ver la luz en ella.

Recuerdo que una vez, estando yo en Alemania, visité Francfort, la ciudad más corrompida de
Alemania. Encontré allí a un grupo de hermanos. Al principio, ellos tenían la carga de predicar el
evangelio en Francfort, pero cuando yo estaba llegando a esa ciudad, los hermanos querían irse de
Francfort y trasladarse a Stuttgart.

Entonces, les pregunté: «Hermanos, piensen que Francfort es el rincón más oscuro en todo el país.
Ahora, si se supone que la iglesia debe ser el candelero, este es el lugar donde más se necesita
uno». Ellos dijeron: «Es que este es un lugar muy perverso, por eso queremos mover nuestro
candelero a Stuttgart». El testimonio no era exclusivo de ellos. Ellos pensaban que ellos eran el
testimonio de Dios, pero si trasladaban el candelero a Stuttgart, ¿qué sería de Francfort?

¿Ven ustedes la misión de la iglesia? Sí, la iglesia es el cuerpo de Cristo, y ella debe abrazar a
todos aquellos que creen en el Señor. Las siete iglesias son de verdad siete iglesias. Ellas son
siete candeleros de oro, y son celestiales. En lo relativo a la realidad, en lo que se refiere a la luz,
ellas aún son iglesias. Sin embargo el problema es éste: ¿Qué sucede con el testimonio de Dios?

Déjenme decirlo de esta manera, en la historia de los primeros 33 años tenemos la plenitud del sol;
en los segundos 33 años, la plenitud de la luna, pero cuando llegamos a los últimos 33 años,
descubrimos siete iglesias representando siete fases distintas de la luna, y en algunos casos en la
fase de luna nueva.

Entre esas siete iglesias, Esmirna y Filadelfia eran como la luna llena; y Tiatira, la luna nueva. ¿Eso
es solamente por el primer siglo? Sí, cuando miramos al final del primer siglo, vemos iglesias en
todas partes. Sin embargo, Dios desea, antes del retorno de su Hijo, presentarse a sí mismo una
iglesia gloriosa. Eso significa la iglesia en su fase de luna llena, la imagen exacta del Sol;
transformada en la imagen de Cristo.

Sin embargo, al estudiar esos dos capítulos, podemos ver que esas siete iglesias no sólo
pertenecen al primer siglo. Nuestro Señor Jesús habló a Juan como si estuviera diciéndole: «Tú
viviste una larga vida, suficiente para ser testigo de la decadencia de la iglesia». Pero nuestro
Señor vio mucho, mucho más. ¿Por qué? Porque entre esas siete iglesias, en las últimas cuatro –
Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea– siempre se menciona la venida del Señor. En otras palabras,
estas cuatro iglesias permanecerían hasta el regreso de nuestro Señor.

En el primer siglo, el Señor no regresó. Entonces, cuando la Biblia habla acerca de su venida, esto
significa que de hecho esas cuatro iglesias permanecerán hasta su segunda venida. Ahora, cuando
el Señor se dirige a Filadelfia, habla acerca de la gran tribulación; pero la gran tribulación no ha
ocurrido todavía. Entonces, de una cosa estamos muy seguros: la iglesia en Filadelfia
permanecerá hasta la venida del Señor, hasta antes de la tribulación. Y ellos serán arrebatados.

La historia de la iglesia

Lo anterior significa que estas siete iglesias representan a las iglesias del primer siglo, pero
también representan a las iglesias a través de estos dos mil años previos al retorno del Señor.

De este modo, sabemos de manera aproximada que la iglesia en Éfeso representa a la iglesia en
el primer siglo; Esmirna, los siglos II y III, cuando la iglesia pasó por grandes persecuciones. A
partir del siglo IV tenemos la iglesia de Pérgamo (cuyo nombre significa ‘bodas’). Recordemos que
el emperador Constantino abrazó el cristianismo como religión oficial, y de allí en adelante se
produjo una unión entre el mundo y la iglesia. Entonces descubrimos que en Pérgamo está el trono
de Satanás, así como el Señor dijo en aquella parábola del gran árbol donde vienen a anidar las
aves del cielo.

Cuando llegamos a Tiatira, vemos que la iglesia entra en la Edad Oscura. Se esperaba que el
mundo viese su luz, pero todo el mundo entró en tinieblas. La iglesia fue llevada cautiva a Roma.
La promesa para los vencedores en aquella iglesia es la estrella de la mañana como galardón.
Ahora, ¿cuándo se ve la estrella de la mañana? Cuando la noche está en su hora más oscura.
¿Qué fase tenemos aquí? Sin duda, la luna nueva.

Pero, gracias a Dios, empezando desde ese punto, él está trabajando en la iglesia por la
restauración de su propio testimonio. Desde allí hasta la venida del Señor, él está haciendo una
obra maravillosa. Dios va a reedificar su iglesia. Esa es la restauración del testimonio del Señor.

Recuerdo una historia real. Un día, el hermano Austin-Sparks hizo una pregunta al hermano
Watchman Nee: «En la Biblia hay muchas profecías. Ahora, dígame, ¿cuál de ellas, de acuerdo a
su entendimiento, es la más difícil de todas en ser cumplida?». El hermano Nee respondió: «La que
dice que el Señor se presentará a sí mismo una iglesia gloriosa».

No importa cuán oscuro sea este día, no importa cuán bajo estemos en la fase de la luna nueva,
Dios nunca desiste de su obra. Por esta razón, él está llamando a los vencedores; no sólo
vencedores individuales, sino corporativos, para poner el peso de Su testimonio sobre los hombros
de ellos. Y si ellos son fieles al Señor, aunque sean pocas personas, si son suficientemente
maduros y alcanzan esa fase de la luna llena, cuando ellos alcancen la madurez, Dios dirá que
toda la iglesia alcanzó la madurez.

Después de Tiatira tenemos la iglesia en Sardis. Sardis significa ‘remanente’. Desde el siglo XVI,
pasando por Lutero, Calvino y Zwinglio, vamos viendo gradualmente la luz de la luna, ya no más en
la fase de la luna nueva.

Al estudiar el mensaje a Filadelfia, comprobamos que esta es la única a la cual no se le hace


reproches, la única a la cual el Señor dice: «Yo te he amado». Y no sólo eso, sino que ella sabe
que ya tiene la corona. Si alguien tiene corona, esto significa que es un vencedor. Entonces, hay
dos tipos de vencedores en los capítulos 2 y 3 de Apocalipsis. Hay vencedores individuales; sin
embargo, toda la iglesia en Filadelfia está constituida de vencedores, y ellos ya tienen su corona.

En la Biblia, sólo Pablo sabía que ya tenía la corona. Y nosotros sabemos que hay una sola iglesia
que tiene su corona: Filadelfia. Entonces, hermanos, estamos seguros que la iglesia en Filadelfia
representa la luna llena.

Sin embargo, cuando llegamos a Laodicea, tenemos decadencia nuevamente, antes del retorno del
Señor. ¿Por qué hubo esa decadencia? Esta es una gran advertencia para todos nosotros. Si no
hubiera una declinación después de Filadelfia, todos dirían: «Nosotros somos Filadelfia». Por eso,
descubrimos que hay una iglesia en Laodicea, y otra vez, no es más luna llena.
Y así vemos la iglesia en Tiatira, la iglesia en Sardis, la iglesia en Laodicea, y también un poco de
la iglesia en Filadelfia. Estas cuatro iglesias permanecerán hasta el regreso del Señor. Esto
significa que, antes del regreso del Señor, uno se une a Tiatira, o permanece en Sardis, o se va
con Laodicea.

Entonces, ¿cuál es el significado de Filadelfia? Ella representa la luna llena. Por tanto, sabemos
que es la iglesia de acuerdo con el corazón de Dios. Entre las cuatro iglesias, ella es vencedora.
Nuestro corazón desea esa iglesia.
Recuerden, Filadelfia es nuestro camino, pero nunca debe ser nuestra etiqueta. Cuando usamos el
letrero de Filadelfia, es porque ya nos convertimos en Laodicea. Ahora, ¿cuál es la característica
de Laodicea? Ellos saben que son ricos, están orgullosos, están satisfechos con Filadelfia como su
etiqueta. Siempre que usas el nombre de Filadelfia como tu identificación, ya no eres más
Filadelfia, sino Laodicea.

Esta es una gran advertencia: después de la luna llena, hay de nuevo una caída antes del regreso
del Señor. ¡Cómo deberíamos temblar ante Su presencia! Es tan claro, y es por eso que se nos
muestran las siete iglesias. Las descubrimos en el primer siglo, y a lo largo de los dos mil años.

Este es el llamamiento a los vencedores. Antes de Su venida, ¿cuál es el camino de la


restauración del testimonio del Señor? Él está llamando a los vencedores. Aun en Tiatira, tú
puedes ser un vencedor. Madame Guyon vivió en la época de Tiatira, y fue una vencedora; el
hermano Lorenzo estaba en Tiatira y también fue un vencedor. Y aunque ellos sólo tuvieron una
visión muy limitada, permanecieron allí; pero Dios los consideró vencedores.

Sin embargo, si tú ves la luz, sabrás que tenemos que brillar como la luna en el universo. Nosotros
tenemos que resplandecer. Pero ahora el problema es éste: ¿Estamos brillando como la luna
llena? Este es el llamamiento a los vencedores. ¿Estás dispuesto a brillar como la luna llena?

Este es nuestro camino, y queremos recorrerlo en temblor y temblor, porque deseamos ser fieles
hasta el final. Estamos esperando el regreso del Señor, pasando a través de muchas aflicciones,
muchas incomprensiones.

Deja que otros tengan sus mega-iglesias, que otros busquen la prosperidad. ¿Estás dispuesto tú a
seguir a tu Maestro, paso a paso? Entonces seremos transformados a la imagen de Cristo, todo
por su misericordia. No seas jactancioso, porque todo es por gracia. Nunca digas: «¡Cuán ricos
somos!». Ni digas: «¡Cuán pobres son los demás!». Si ves cuán pobres son otros, ésa es tu
responsabilidad, porque tú deberías enriquecerlos. ¿Por qué tú también permaneces pobre?
Deberías comprar colirio para tus ojos, para que puedas ver.

Este es el camino para la restauración del testimonio del Señor, y eso es lo que el Señor está
haciendo hoy. Entonces, el método, de acuerdo con el apóstol Juan, es el siguiente: cuando la
iglesia está entrando en la decadencia, cuando la luna ya no está en su fase de luna llena, Dios
llama a los vencedores. Entonces, si oyes su palabra, si ves la luz, no hay razón para que
permanezcas en Tiatira.

Hoy día, por la gracia del Señor, nosotros podemos andar en el camino de Filadelfia. Pero,
recuerden, si no somos cuidadosos, si damos lugar a la carne, si hay jactancia, mañana estaremos
en Laodicea.

Un ministerio completo

La razón por la cual la iglesia empezó a envejecer, fue a causa de la carne. La iglesia empezó a
mancharse a causa del mundo. Entonces, la cruz tiene que obrar profundamente en la vida de la
iglesia. La obra de la cruz va a tratar con nosotros, de manera que cualquier cosa que no esté de
acuerdo con la Palabra sea eliminada. Y de esta manera no habrá más arrugas ni manchas, el
orden de la iglesia habrá sido restaurado.

Pero eso no es el fin. ¿Por qué? Cuando el Señor dice a la iglesia en Éfeso: «Arrepiéntete y haz
las primeras obras», eso significa volver al libro de los Hechos. Hemos sido restaurados; ya no hay
arrugas ni manchas. Pero, ¿estamos ya maduros? En la obra de restauración, el ministerio de Juan
es sólo una parte; pero eso no significa que deberíamos desechar lo que Pablo hizo. Después que
regresamos, tenemos que crecer. Y no sólo crecer. A menudo, somos tan ‘espirituales’ que ya no
queremos predicar el evangelio. ¡No! En aquellos segundos 33 años, Pablo abrió la puerta, y el
evangelio fue maravillosamente predicado.

Entonces, ¿qué significa la luna llena? Primero, que no hay más arrugas, no hay más manchas,
todo está de acuerdo al orden bíblico. Pero, ¿eso es todo? Si eso es todo, cada uno de nosotros
está calificado como reformador. Pero no es así; necesitamos regresar a aquellos 33 años. Por una
parte tenemos que crecer hasta la madurez, y por otra parte, tenemos que predicar el evangelio a
todos los rincones del mundo.

Nosotros estamos muy felices, porque hoy ya no estamos en las tinieblas; la Palabra de Dios es
muy clara. Que el Señor pueda efectivamente hablar a nuestros corazones, para que seamos
capaces de entender el corazón de Dios, la voluntad de Dios para los tiempos finales que hoy
estamos viviendo.

La palabra de vida

Volvamos a Filipenses 2:15, al final del versículo: «...resplandecéis como luminares en el mundo».
Pero no podemos detenernos aquí; si lo hacemos, no sabremos nada acerca de la restauración del
testimonio del Señor. Versículo 16: «...asidos de la palabra de vida». Estas dos cosas andan
juntas.

¿Cómo saber que una iglesia está en la fase de la luna llena? Esta pregunta tiene que ver con la
forma en que estamos tratando con la palabra de vida. ¿Por qué? Porque podemos perder la
palabra de vida.

En otras palabras, si resplandecemos como luminares en el universo, no sólo tenemos la luna


llena, sino que también la palabra de vida es plena. Por esto Pablo dice: «...asidos de la palabra de
vida», porque si no lo hacemos, la palabra de vida puede disminuir, así como la luna llena vuelve a
ser luna menguante. Estas dos cosas van siempre unidas.

Nosotros pensamos que, cuando Pablo había escrito Romanos y Gálatas, su revelación ya había
alcanzado la cumbre, y que él ya no subiría más alto. Sin embargo, para nuestra sorpresa, desde
la cárcel en Roma, en Efesios y Colosenses descubrimos una mayor revelación, y la más profunda
revelación es presentada a los Filipenses. Eso es lo que sucedió. Pablo pudo escribir tales cartas.
Nosotros nunca imaginamos que él podría ir más y más alto.

¿Cómo Pablo resume Romanos, Gálatas, 1ª y 2ª Corintios? La palabra de la cruz. Y, ¿cómo


resume él lo que escribió en la prisión? La palabra de vida. La palabra de vida fue edificada
teniendo la palabra de la cruz como fundamento. Ahora tenemos cuatro conjuntos de cartas de
Pablo. Las primeras dos son las cartas a los Tesalonicenses, que son como un prefacio a las
epístolas; luego las tres cartas que empiezan con letra T: 1ª y 2ª a Timoteo, y Tito, son como un
epílogo a las epístolas de Pablo. Entonces, hay un segundo y un tercer grupo: la palabra de la
cruz, y la palabra de vida.

Si usamos una palabra para describir ambos grupos, tenemos: el segundo, la cruz, y el tercero, el
Cristo. Entonces Pablo dice: «No conozco nada, sino a Cristo, y a este crucificado». Cuando él
escribió la carta a los Filipenses, la palabra de Dios en Pablo había alcanzado su plenitud. Aquí
vemos que la palabra de vida es plena.

Ahora nosotros sabemos cómo es el crecimiento, porque la obra de Dios es completa.


Anteriormente, Pablo experimentó el crecimiento en su vida, por eso llegó a ser una persona
espiritual. Pero él no podía ayudar a otros a ser espirituales. Si quería ayudar a otros, él debía
recibir la palabra. Sólo cuando recibió la palabra fue capaz de explicar su experiencia.
Todo lo que está relacionado con la vida, constituye la palabra de vida. Con esa palabra de vida,
nosotros sabremos cómo crecer desde la niñez, pasando por la adolescencia, hasta llegar a la
edad adulta. Ahora no sólo Pablo puede ser espiritual. Gracias a la palabra de vida, tú y yo también
podemos serlo. Cuando crecemos hacia la madurez, somos transformados a la imagen de Cristo.
La palabra de vida nos señala cómo la vida de Cristo puede crecer en nuestras vidas individuales y
también en la vida corporativa.

Ahora, hay una posibilidad de que perdamos la palabra de vida, en alguna forma. Esta palabra de
vida es plena, sin embargo si pierdes una parte de ella, eres como la luna en su cuarto creciente.
Estas dos cosas deben marchar juntas. Por eso Pablo dice: «...asidos de la palabra de vida, para
que en el día de Cristo yo pueda gloriarme de que no he corrido en vano, ni en vano he trabajado».

Aquí hay un peligro. La iglesia en Filipos, o la iglesia en Éfeso, habían oído tanto, habían visto casi
la plenitud de la palabra de vida; pero si no eran cuidadosos, si no estaban asidos de la palabra de
vida, Pablo hubiese corrido en vano o trabajado en vano.

Aunque la iglesia permanezca en la etapa de niñez, siempre en la fase de luna nueva, la iglesia es
iglesia. Ellos nacieron de Cristo, nacieron de lo alto. Pero, de alguna forma, Pablo tiene una
insatisfacción – la insatisfacción del corazón de Dios. Pero, cuando la iglesia está en la fase de
luna llena, la palabra de vida es también plena. Cuando vemos la palabra de vida en su plenitud,
vemos todo el plan del camino del crecimiento de la iglesia. Así, al final, Cristo se presentará a sí
mismo una iglesia gloriosa.

Cuando miramos hacia las siete iglesias, hay una regla muy importante para medir en qué fase del
testimonio de la iglesia nos encontramos, cuánto de la palabra de vida ha sido guardada. Eso casi
puede determinar en qué fase de la luna estamos.

El ejemplo de Romanos

Cuando llegamos a la palabra de vida, yo pienso que necesitamos de toda la Biblia. Pero, en
realidad, no necesitamos ir tan lejos. A fin de entender la restauración del testimonio del Señor,
simplemente intentaremos revisar la palabra de una manera muy simple.

Por ejemplo, si uno lee Romanos y se limita a los primeros ocho capítulos, allí encuentra la palabra
de vida, cómo esa vida nace de nuevo, cómo crece y cuál es la meta de ese crecimiento. En esos
ocho capítulos, tenemos primero la justificación por fe, luego la santificación por fe y al final la
glorificación por fe.

Cuando nacimos de nuevo, nosotros recibimos una nueva posición, para que podamos estar en pie
en la presencia de Dios. Aun siendo pecadores, podemos estar en su presencia, por medio de la
preciosa sangre de nuestro Señor Jesús. Nosotros somos justificados por fe. En el Lugar
Santísimo, estamos a sus pies. Esa es nuestra posición, ese es el cielo en la tierra.

Ahora, después que fuimos salvos, experimentamos la justificación por la fe. A causa de esta
posición, nosotros siempre podemos permanecer en su presencia, y obtenemos toda la energía de
Dios mismo. Esa energía y ese poder nos va a sostener para poder vivir una vida santa. Esa es la
santificación por la fe.

Si nosotros estamos en pie delante de Dios, es gracias a la justificación por la fe. Eso significa que
hemos sido libres de la ira de Dios. Pero, gracias a Dios, cuando vivimos una vida santa, significa
que fuimos libertados del poder del pecado. Más que eso, un día, la presencia del pecado
desaparecerá para siempre. Cuando el Señor vuelva, nuestros cuerpos serán transfigurados, y
nosotros seremos liberados también de la presencia del pecado.
Primero, somos libertados del juicio del pecado; segundo, libertados del poder del pecado, y
finalmente, la glorificación, la transformación de nuestro cuerpo, significa ser libertados de la
presencia del pecado. Cuando hablamos de la justificación por fe, eso significa regeneración;
cuando hablamos de santificación por fe, significa transformación. Y cuando hablamos de
glorificación, nos referimos a la transfiguración.

La justificación significa que fuimos salvados; esto ya fue hecho. Pero cuando hablamos de
transformación, nos referimos a la salvación de nuestras almas – nosotros vamos siendo
transformados día a día. Eso significa que estamos siendo salvados hoy. Pero seremos salvados
aquél día, cuando el Señor regrese. De modo que el proceso completo comprende la justificación
por fe, la santificación por fe, y la glorificación por fe.

Y más aún, cuando hablamos de la glorificación por fe, pensamos en el día del retorno del Señor.
Nosotros seremos como él es, seremos transfigurados. Esto es la glorificación. Y más todavía, lo
que Pablo intenta decirnos es que entre hoy y aquel día, si nosotros miramos a nuestro Señor a
cara descubierta, vamos siendo transformados a su semejanza, de gloria en gloria. Pablo nos dice
que Dios tiene un propósito: que nosotros seamos transformados a la imagen de Cristo. Entonces,
no sólo habrá glorificación en aquel día, sino también hoy día.

¿Qué es la glorificación? De acuerdo con la definición de Pablo, significa ser transformados a la


imagen de Cristo. Entonces, hermanos, tenemos la justificación por la fe –la infancia–, la
santificación por la fe –la adolescencia– y la glorificación por la fe – la edad adulta. Nosotros
crecemos día a día, hasta llegar a la vida madura. Y eso no sólo se aplica a los creyentes
individuales, sino también a la iglesia en general.

La plenitud de la palabra

Esa es la plenitud de la palabra de vida. Sin embargo, Pablo nos advierte: «...asidos de la palabra
de vida». Si no somos cuidadosos, no alcanzaremos la plenitud de la palabra de vida.
Probablemente conoces la justificación por la fe, y eso es todo. Sólo conoces la salvación inicial, y
nada más. Y otras personas aprendieron cómo vivir una vida santa, sin embargo no saben que aún
tienen que crecer más y permitir que la hermosura y gloria de Cristo sean manifestadas en
nosotros.

Existe el peligro de que sólo tengamos una parte de la palabra de vida. Gracias a Dios, algunas
personas creen firmemente en la justificación por la fe, otras experimentan la santidad. Pero la
palabra de Dios es esta: justificación por fe, santificación por fe, y glorificación por fe.

Ahora, nuestra luz será obtenida de nuestra vida. Nuestra vida depende de la palabra de vida.
Entonces, si no somos diligentes y no llegamos a la plenitud de la palabra de vida, tarde o
temprano, eso se reflejará en nuestro testimonio. Tú puedes ver a muchas personas que conocen
muy bien la salvación; pero nuestro Dios nunca estará satisfecho hasta que vea a todos sus hijos
creciendo hasta la madurez.

Ahora, ¿cómo sabemos que una iglesia está en la fase de la luna nueva? Toda iglesia, como su
nombre lo indica, es una iglesia. Pero en lo que se refiere a la salvación, es posible que ellos no
conozcan la justificación, ni la santificación, ni la glorificación, y eso lo explica todo. Si usamos esta
regla para medir a lo largo de la historia de la iglesia, vamos a aprender lecciones maravillosas.

Desde el siglo XVI hasta el siglo XXI, Dios ha estado trabajando en la restauración del testimonio
del Señor. Ahora vemos que no se trata sólo de restaurar el orden en la iglesia. Sí, nosotros hemos
hecho algún tipo de contribución; sin embargo, eso nunca va a llenar la medida de Dios. Que el
Señor tenga misericordia de nosotros. Esto es muy importante si nosotros nos reunimos juntos
como iglesia y estamos esperando el retorno del Señor.
Hermanos, ¿cómo podemos nosotros crecer juntos? Esto depende de si tenemos o no esa
revelación de la palabra de vida. Gracias a esta palabra, nosotros podremos contemplar cómo esto
se refleja en nuestro testimonio. Que el Señor abra nuestros ojos para que realmente podamos ver
la restauración de su testimonio.

(Resumen de un mensaje impartido en la 2ª Conferencia Internacional, Santiago de Chile, Septiembre 2005).

***

¿Cuál es el testimonio de los cristianos en el mundo?

Luminares en el mundo (3)


Christian Chen

Lectura: Efesios 5:25-27.

Según esta Escritura, sabemos que Cristo se presentará a la iglesia a sí mismo; y de acuerdo con
Pablo, será una iglesia gloriosa. Esto significa que ella está en la fase de la luna llena, sin mancha,
ni arruga ni cosa semejante; sino santa y sin mancha.

Esta vez, por la gracia del Señor, deseamos saber cómo el Espíritu Santo ha obrado a lo largo de
la historia de la iglesia; cómo él hizo esta obra de restauración luego que la iglesia cayó en el
cautiverio de Babilonia.

Tiatira

En el mensaje anterior decíamos que en los últimos 33 años del primer siglo la iglesia empezó a
decaer, y a cinco de las siete iglesias el Señor les dice en Apocalipsis: «Arrepiéntete». La iglesia
estaba envejeciendo, tenía arrugas y manchas. Por eso, de las siete iglesias, algunas aún estaban
en la condición de luna llena, y otras en la condición de luna nueva. Todavía se llaman iglesias,
aún son representadas por un candelero de oro, y aquel candelero estaba en los lugares
celestiales. Pero su función como iglesia ya no está. La luna está allí, pero el mundo no puede ver
su luz.

Tiatira es uno de esos ejemplos. Ella no sólo representa a una iglesia local en el primer siglo. El
Espíritu Santo utiliza la condición de Tiatira para representar el estado de la iglesia en un período
de su historia: la Edad Oscura.

Cuando la iglesia todavía estaba en la Edad Oscura, hubo un famoso obispo, el obispo de
Wurzburg. Él debía conocer muy bien la palabra de vida; sin embargo, oigan lo que decía: «Doy
gracias al cielo porque nunca he leído las epístolas de Pablo, porque si las hubiera leído me habría
convertido en un hereje como Martín Lutero». Su comentario representa la condición de la iglesia
en aquella época. Si Pablo hubiese oído esa declaración, habría dicho: «He trabajado en vano».

En aquella época, la condición general de la iglesia era de total oscuridad. Cuando la iglesia está
en la fase de luna nueva, una cosa es cierta: la palabra de vida se ha perdido.

Conocemos la historia de Tomás de Aquino, el gran teólogo. Un día viajó a Roma, y el papa le
invitó a visitar la catedral, señalándole el oro y la plata que había en el techo y en los muros.
Tomás le hizo este comentario: «¿Recuerda usted que nuestro primer papa, Pedro, dijo: No tengo
oro ni plata?». El papa respondió: «Nuestro primer papa dijo eso, pero hoy ya no decimos eso. Mire
el techo, mire los muros; ahora tenemos oro y tenemos plata». Tomás de Aquino dijo: «Sí, ahora
tenemos oro y plata, pero, ¿podemos decir: En el nombre de Jesús de Nazaret, yo te ordeno,
levántate y anda? Tenemos oro y plata, pero ya no tenemos aquel poder».

Cuando hablamos acerca de la iglesia en la Edad Oscura, podemos mencionar miles de cosas que
están en oposición a la palabra de Dios. Pero la mayor tragedia es que las personas ya no saben lo
que es la salvación. ¿Qué sabían ellos acerca de la salvación? Ellos habían sido enseñados, no en
lo que la Biblia dice, sino en lo que la iglesia dice.

La enseñanza era que había dos tipos de pecados: pecado mortal y pecado venial. El pecado
mortal era digno de muerte, pero el pecado venial podía ser perdonado. El pecado mortal conduce
al infierno, al fuego eterno. Contradiciendo la enseñanza bíblica, se les enseñaba que los buenos
iban al cielo, los malos al infierno, y si alguien era mitad bueno y mitad malo, iría a un lugar llamado
purgatorio. Allí purificarías tu alma hasta que estuviese preparada para ver a Dios.

Ahora, ¿cuánto tiempo había que estar allí? De acuerdo con algunos cálculos hechos en el siglo
XI, cada persona, en promedio, comete a diario 30 pecados veniales. Por cada pecado venial,
debería pasar un día en el purgatorio. Si una persona tiene 60 años de edad, ¿saben cuántos años
tendría que estar allí? ¡Mil ochocientos años!

Pero, ¿cómo se podía salir del purgatorio? Se necesitaba a alguien que tuviera méritos: los santos,
los papas, los mártires, que han acumulado muchos méritos, para ponerlos en el ‘banco’ de la
iglesia, de manera que esos méritos pudieran ser distribuidos entre el pueblo, y así, algunos
pecados podrían ser perdonados.

Entonces, suponiendo que alguien debería estar 1800 años en el purgatorio, por medio de esos
méritos, se puede reducir ese tiempo sólo a unos cinco años. Entonces, ¿cómo alguien va a tratar
con su salvación? Hay varios métodos: rezar el rosario, asistir a misa, pagar una peregrinación a
Roma, y otras cosas por el estilo.

¿Es eso la palabra de vida? ¿De dónde surgió este tipo de concepto? Esta gente no es budista, no
pertenecen a la religión de Babilonia. Ellos son así llamados ‘cristianos’. Ellos tenían la Biblia, pero
no tenían acceso a ella. Nadie tenía certeza de su salvación. Tenían que trabajar, tenían que
derramar muchas lágrimas, para ganar su salvación.

En la época de Martín Lutero, la iglesia había caído en tal condición, que ellos empezaron a vender
‘indulgencias’. Si alguien compraba una indulgencia, sus pecados podían ser perdonados. Existe
una historia real sobre esto. Una persona compró la indulgencia, con la cual sus pecados eran
perdonados. Con el documento en sus manos, fue y robó la caja donde se guardaba el dinero de
las indulgencias, ¡pues sus pecados ya estaban perdonados!

La iglesia cayó en su condición más baja. Al estudiar la historia de la iglesia en esa época, cada
página nos causa vergüenza. Ahora, de acuerdo a los capítulos 2 y 3 de Apocalipsis, esto estaba
representado por la iglesia en Tiatira.

Lutero

En ese tiempo, Martín Lutero era profesor de teología en la universidad. Pero antes de eso, su
conciencia le perturbaba. Sabía que él, por su propia condición, estaba siempre bajo la ira de Dios,
y quería hacer algo para aquietar su conciencia.

Un día, hubo una tempestad que parecía caer sobre su cabeza, y él tuvo tanto miedo que se
escondió en el campo. Lutero era muy supersticioso, y dependía de los méritos de Santa Ana.
Entonces, dijo: «Ayúdame, Santa Ana, y te prometo convertirme en monje». Después de ese
incidente, él cumplió su promesa.
Como monje se mortificaba a sí mismo, pensando que iba a acumular algún tipo de mérito para
alcanzar su salvación. Detrás de aquellas puertas, él ya debería ser un santo. Sin embargo, para
su decepción, él descubrió que todavía era un pecador, y se afligía mucho por eso.

Un día, Lutero decidió visitar Roma. Esta visita a Roma era otra forma en que algunos pecados
podían ser perdonados. En esa época había allí una escalera famosa, llamada la escalera de
Pilato. Según la tradición, la escalera había estado antes en Jerusalén, y se suponía que Jesús
había sido juzgado en ese lugar, y que la sangre de Jesús todavía estaba en ella. Si hoy uno visita
Roma, aún está allí, y se ve a muchos así llamados cristianos que cuando suben por ella, lloran por
sus pecados, pensando que de esta forma serán perdonados.

En la mitad de su ascensión por la escalera –y la ascensión era hecha de rodillas: muchas


lágrimas, mucho sudor–, Lutero oyó una voz del cielo: «Mas el justo por su fe vivirá» (Hab. 2:4). ¡La
luz celestial brilló sobre Lutero!

Gracias a Dios, por medio de Martín Lutero tenemos la Biblia abierta. La Biblia ya no estaba más
encadenada; él la tradujo al alemán. Él dijo: «Cuando traduzco a Moisés, quiero dar al pueblo la
impresión de que Moisés es un alemán, y no un judío». Ahora la Biblia está muy cerca. Ahora
tenemos la fuente de la vida, podemos saber que estamos justificados por la fe. Llegamos a ser
hijos de Dios y empezamos a crecer hasta ser lo suficientemente maduros para encargarnos de los
negocios de nuestro Padre; somos capaces de cumplir la voluntad de Dios, Ahora ¿cómo podemos
hacer eso?

Si alguien permanece como un bebé, ¿cómo puede hacer la voluntad de Dios? Necesitamos
crecer, y de nuevo, es necesaria la palabra de vida. Gracias a Dios, por medio de Lutero, de
Calvino, de Zwinglio, gente maravillosa, el Señor hizo resplandecer su luz.

En esta época todavía no es la luna llena; pero al menos tenemos un cuarto de la luna. Luego,
Dios va a hacer una obra mayor. A medida que Dios va trabajando en la historia, después de
doscientos años, ya no sólo tendremos un cuarto sino la mitad de la luna. ¿Lo ven, hermanos? Es
así como Dios empezó su obra de restauración.

Cuando es luna nueva, no se ve nada; toda la palabra de vida está perdida, el paraíso está
perdido. Pero, gracias a Dios, por medio de la maravillosa obra de Lutero, Calvino y otros, nuestros
ojos se abrieron. Hoy tenemos una Biblia abierta. ¡Es maravilloso! Una vez más, podemos llegar a
la fuente de vida. Gracias a Dios por ello.

Y más aún, empezamos a ver que hemos sido justificados por la fe, por medio de la sangre de
nuestro Señor Jesús, y más que eso, por medio de Juan Calvino, sabemos que todo es por gracia.
Nosotros somos totalmente incapaces, no tenemos ninguna esperanza; de la cabeza hasta los
pies, somos como los leprosos. Todo es por medio de la gracia de Dios.

La justificación y el sacerdocio

Por medio de Martín Lutero, no sólo vimos la justificación por fe. También hizo otro gran
descubrimiento en la palabra de Dios: el sacerdocio de todos los creyentes.

¿Qué significa eso? Que, entre Dios y el hombre no hay ninguna clase intermedia, como en el
Antiguo Testamento. En el judaísmo, había un sacerdote que llevaba las ofrendas por otros al altar.
Los sacerdotes se convirtieron en una clase intermedia entre Dios y el hombre. Pero, gracias a
Dios, cuando volvemos a la Biblia, es evidente que todos los que son comprados por la preciosa
sangre de nuestro Señor Jesús son los sacerdotes que Dios tiene hoy.
Todos nosotros somos sacerdotes, y se supone que todos sirvamos a Dios. Por su sangre,
nosotros estamos capacitados para estar en su presencia. ¿Qué queremos decir con la
justificación por la fe? Que podemos estar en la presencia de Dios sin ser consumidos. Si tú ves la
justificación por la fe, automáticamente sabes quiénes somos nosotros. Puedes verificarlo con la
Biblia. En Apocalipsis y en muchos otros pasajes descubriremos que todos nosotros somos
sacerdotes.

Si estudiamos la historia de la iglesia, en los comienzos, todos sabían que todos eran sacerdotes.
En el norte de África, hubo un padre de la iglesia muy famoso: Tertuliano. Él dijo: «Nosotros, los
laicos, ¿no somos también sacerdotes?». ¡Aun en el tiempo de Tertuliano! ¿Se dan cuenta? Otro
padre de la iglesia en Alejandría, llamado Orígenes, dijo: «¿O ignoráis que para ustedes también,
esto es, a toda la iglesia de Dios, al pueblo de los creyentes, ha sido dado el sacerdocio?».

La justificación por la fe y el sacerdocio de todos los creyentes, son cosas que van de la mano. Si
estos dos pilares son establecidos, el problema está resuelto. En la estructura de la iglesia, una
clase intermedia, los sacerdotes, eran responsables por dos ‘sacramentos’: la celebración de la
misa, y el bautismo. Entonces, ¿quién iba a celebrar la misa y los bautismos? Sólo ellos podían
hacerlo, así que eran personas muy importantes. Ahora bien, toda esta estructura colapsaría si se
predicaba la justificación por la fe o el sacerdocio de todos los creyentes.

Algunas veces nosotros tratamos de ser reformadores, y pensamos que tenemos que restaurar el
orden en la iglesia. Tú puedes restaurar el orden de la iglesia, porque eso es más fácil, es una cosa
técnica. Si eres un buen organizador, puedes poner todo en orden.

El problema es éste: Si todo lo que te preocupa es la restauración del orden de la iglesia, entonces
todo lo que necesitas es ser un buen organizador. Cuando la palabra de vida está siendo
recuperada, el problema del orden en la iglesia ya está resuelto. No es por la doctrina. Porque si
estamos asidos de la palabra de vida, si ella es plena, entonces el testimonio también será pleno. Y
eso es lo que ocurrió con Martín Lutero y muchos otros.

Una iglesia dentro de la iglesia

Pero Lutero encontró algunos problemas, y él tenía un gran dolor interior por eso. Él sabía que la
iglesia sólo abarcaba a los cristianos renacidos. Sin embargo, él no tenía salida, porque la Reforma
había sido ayudada por el poder político. Antes, todos los nacidos en el imperio romano,
pertenecían a la iglesia. Ahora, todos los que nacían en Alemania, eran luteranos.

Lutero conocía la palabra de vida. Pero, debido a interferencias externas, él no pudo hacer todo lo
que se le había confiado. Entonces tuvo un deseo: «Un día habrá una iglesia dentro de la iglesia,
una iglesia invisible dentro de la que es visible». La así llamada iglesia visible incluía a los
incrédulos, pero la invisible sólo a los cristianos nacidos de nuevo.

Esa fue una frase famosa de Martín Lutero. «Una iglesia dentro de la iglesia». Esto nos habla de
que él vio claramente lo que había sido revelado en la Biblia; sin embargo, no pudo llegar a este
ideal. Pero más tarde vemos que Dios sí pudo. Dios siempre va a lograr aquello que se ha
propuesto. Pero al menos aquí fueron restaurados dos pilares – la justificación por la fe y el
sacerdocio de todos los creyentes.

Otra vez les digo: ver algo, es una cosa; hacer la voluntad de Dios, es otra cosa. La visión que
hemos recibido es mayor que nuestra realidad. Así fue con Martín Lutero, y así es también con
cada uno de nosotros. No me digas que, porque ves tanto, ya estás en la realidad de lo que ves.
No. Eso es lo que ocurrió en el siglo XVI: vemos la justificación por la fe; esta es al menos la
primera fase de la restauración de Dios. No vemos aún la luna llena, pero al menos vemos un
cuarto. ¡Gracias a Dios! Es un comienzo maravilloso. Si no tuviéramos aquello, hoy todavía
estaríamos en oscuridad.

La adoración de la iglesia

Sin embargo, cuando hablamos de la justificación por la fe y el sacerdocio de todos los creyentes,
normalmente aplicamos eso a nuestra vida individual. Pero estos dos principios también se aplican
a la vida de la iglesia.

Cuando hablamos de la justificación por la fe, significa que cada uno de nosotros, por la gracia de
Dios, por la sangre de nuestro Señor Jesús, está capacitado para estar en la presencia de Dios, y
esto nos habla de la adoración de la iglesia. Cuando nos referimos a la vida de la iglesia, lo que
hay detrás del principio de la justificación por la fe es nuestra adoración. ¿Dónde vamos a adorar?
Según nuestro Señor Jesús, no era en Jerusalén ni en aquel monte de Samaria. Jesús dijo:
«Nosotros adoramos lo que sabemos». Significa que aquella era una adoración falsa, correspondía
a la adoración de los paganos.

Claro, los judíos conocían la adoración, sabían quién era Dios. Pero entonces, ¿por qué Jesús dijo:
«...la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis...»? ¿Qué significa Jerusalén?
El templo de Dios estaba allí; si tú deseas adorar, vas a Jerusalén. He allí todo aquel sistema
judaico que representaba la adoración. Cuando ellos hablaban de adoración, era la adoración
según el Antiguo Testamento. Tú no te atreves a acercarte y necesitas de un sacerdote que se
presente a Dios en tu lugar. Sin embargo, si es la justificación por la fe, nosotros, por la preciosa
sangre de nuestro Señor Jesús podemos acercarnos hasta la presencia de Dios. En el Lugar
Santísimo, podemos contemplar su gloria a rostro descubierto.

El Señor dijo: «La hora viene...». Después que Jesús murió por nosotros en la cruz, él abrió un
camino nuevo y vivo para ti y para mí. En cualquier momento, nosotros podemos llegar a su
presencia. Jesús dijo que el Padre está buscando verdaderos adoradores. En el griego, la palabra
‘verdaderos’ no es un contraste entre verdadero y falso. Hay dos palabras que se pueden traducir
como ‘verdadero’. Una se refiere a lo verdadero en contraste con lo falso. Pero en este pasaje, la
palabra ‘verdadero’ es opuesta a sombra. Esto significa que en el Antiguo Testamento, aquella
adoración no era nada más que sombra; sin embargo, ahora, en el Nuevo Testamento, nosotros
estamos en la presencia de Dios, y esa es la verdadera adoración. La Biblia dice: «...adorarán en
espíritu y en verdad».

Pablo dice: «Vosotros sois el templo de Dios». Hablando exteriormente, nosotros tenemos un
cuerpo, así como el patio exterior; nuestra alma se compara con el Lugar Santo, y nuestro espíritu
es el Lugar Santísimo. Así, cuando adoramos a Dios en el espíritu, significa que ya estamos en el
Lugar Santísimo. ¿Qué es eso? ¡La justificación por la fe y el sacerdocio de todos los creyentes!
Esa es la adoración según el Nuevo Testamento.

La adoración según el Antiguo Testamento es caracterizada por el judaísmo; la adoración del


Nuevo Testamento caracteriza a la iglesia. Así, la justificación por la fe, por una parte, se aplica a
los individuos, y por otro lado, a la iglesia en general.

He olvidado decir algo que ocurrió en el siglo XVII. Normalmente, la gente necesitaba una catedral
que les ayudara a entrar en la presencia de Dios. Pero, gracias a Dios, en el siglo XVII, Dios
levantó a un hombre llamado George Fox y con él a otros hermanos llamados los ‘cuáqueros’. Ellos
vieron algo, vieron una luz interior. El Señor dijo: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no
andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida».

Ahora, la luz de la vida es una luz interior, y representa la vida del Espíritu Santo. El Espíritu Santo
habita en nuestro espíritu. Entonces, cuando adoramos a Dios, no es necesario un gran edificio ni
un programa de adoración. El Señor ya dio luz para perfeccionarlo todo. Martín Lutero fue el
pionero, él puso el cimiento, aunque no haya establecido todo en su plenitud. Su visión fue mayor
que su práctica.

Pero gracias a Dios que levantó a los cuáqueros. Aunque ellos hayan ido a algunos extremos, aun
así, tenemos que recordar este punto muy importante que Dios nos quiere enseñar a través de
ellos. Cuando se trasladaron a Boston, los puritanos les persiguieron, les cortaron las orejas, les
arrancaron los ojos. Sin embargo, siguieron avanzando. Gracias a Dios, hoy día nosotros vemos lo
que ellos vieron en los siglos XVI y XVII.

Zinzendorf y la santificación por la fe

Cuando llegamos al siglo XVIII más la primera mitad del siglo XIX, se pueden mencionar tres
nombres: Zinzendorf, John Wesley y John Nelson Darby. También podemos agregar a George
Fox. En el segundo período del que estamos hablando, vemos que Dios levantó otro grupo de
personas, y ellos deseaban seguir adelante.

¿Quién era Zinzendorf? Era un noble alemán, como aquel joven rico de la Biblia. Aquel joven tenía
muchas riquezas, pero cuando Jesús le dijo «Sígueme», él dijo «No». Sin embargo, aquí tenemos
otro joven rico, y éste le dijo «Sí» a su Maestro. El Señor realmente lo usó para hacer una obra de
restauración, para llevar a la iglesia desde el cuarto de la luna hasta la luna media. Damos gracias
a Dios por él.

Uno de los teólogos liberales más famosos, llamado Karl Barth (1886-1968), hizo un importante
comentario sobre Zinzendorf. Este comentario es muy interesante, porque no pertenece al círculo
evangélico. Él dijo: «Probablemente, Zinzendorf es el único cristocéntrico genuino de la edad
moderna». Zinzendorf tenía un lema: «Tengo una pasión, y es Jesús, sólo Jesús». Al estudiar su
historia, sin duda, él era un hombre centrado en Cristo Jesús.

Otro escritor hizo un comentario muy interesante: «Zinzendorf fue Martín Lutero vuelto a la vida».
Recuerden que Lutero tenía el sueño de una iglesia verdadera dentro de la iglesia visible. ¿Quién
hizo posible ese sueño? En tiempos de Zinzendorf, hubo un gran reavivamiento en Alemania, y las
personas involucradas en ello fueron llamados ‘pietistas’. Se reunían en una casa, estudiaban la
Biblia, oraban juntos y tenían una comunión maravillosa. Los pietistas nunca intentaron formar una
iglesia distinta de la Iglesia Luterana. Hoy se habla sobre iglesias de células. ¿Quiénes fueron los
primeros en practicar esto de la iglesia por células? Los pietistas.

Cuando las personas iban a la iglesia, se sentaban, oían el mensaje, cantaban un himno, oraban, y
se iban a casa. Todo era pasivo. Sólo uno o dos miembros eran activos. La iglesia, ¿era el cuerpo
de Cristo? En teoría, sí. Pero, en la realidad, ¿dónde estaba el cuerpo? Ellos conocían la teoría de
la justificación por la fe, pero no actuaban de acuerdo con esa verdad.

Sin embargo, los pietistas eran distintos, y a causa de que realmente creían en la justificación por
la fe, ellos llegaban a la presencia del Señor, estudiaban la Biblia, oraban juntos y tenían una
comunión maravillosa con Cristo. Ellos absorbían la energía y la gracia de aquella comunión, y
tenían la fuerza para vivir una vida santa, una vida de separación del mundo. Por sí mismos, ellos
nunca podrían vivir una vida santa. Sin embargo, porque estaban en una nueva posición en la
presencia de Dios, eran fortalecidos, y de esta comunión recibían poder para vivir una vida
maravillosa y santa.

Zinzendorf fue Lutero vuelto a la vida; esto es verdad en cuanto al pietismo. Hubo un gran
reavivamiento en la Iglesia Luterana, y aun más, aquella maravillosa comunión no sólo estaba
integrada por luteranos, sino que también por otras secciones de la iglesia. Ellos nunca dijeron
«Nosotros somos luteranos, y ustedes no lo son», sino «Sólo somos hermanos». Había una
maravillosa comunión donde se manifestaba el amor del cuerpo de Cristo; no es de sorprender que
ellos tuviesen vida. Ahora no sólo tenemos la justificación por la fe, sino también la santificación por
la fe.

Los hermanos Wesley

Un día, John Wesley viajó a los Estados Unidos como misionero, y hubo una tempestad en el mar.
Él tenía mucho temor, pero había veintiséis hermanos y hermanas alemanes en la cabina inferior
de la nave. Eran hermanos moravos, que se reunían con Zinzendorf. Wesley descubrió que,
aunque él era un gran hombre de iglesia, aquellas personas tenían algo que él no poseía. Aquello
le impresionó tanto que, a su regreso a Londres, él encontró salvación en el salón de reunión de
los hermanos moravos.

Cuando John y Charles Wesley fueron salvados, el Señor los usó para encender el fuego del
avivamiento en Inglaterra. La influencia de este movimiento, que fue llamado ‘Movimiento de
santidad’, fue muy grande. Cuando vieron la luz, desearon vivir una vida santa, y a causa de su
testimonio, toda Inglaterra cambió. De otro modo, a Inglaterra le habría sucedido lo mismo que
pasó con Francia. Allá hubo una revolución sangrienta. ¿Por qué no hubo algo similar en
Inglaterra? Porque Dios usó a John y Charles Wesley para traer aquel gran avivamiento.

Entonces, el testimonio de la iglesia fue muy brillante, casi como los tres cuartos de la luna. Toda
Inglaterra fue conmovida. Y no sólo eso. La influencia del movimiento de santidad fue tan grande,
que de allí surgió el movimiento pentecostal y el Ejército de Salvación. Eso es la santificación por la
fe. Gracias a Dios, aunque hubo algunos excesos con los cuales no concordamos, de alguna forma
vemos que es evidente que en los siglos XVIII y XIX, el Señor hizo una obra maravillosa.

La santificación por la fe se aplica a los individuos. Sin embargo, si uno persevera en la palabra de
vida, los problemas de la iglesia también serán resueltos. Seguir la santidad significa buscar ser
liberado del poder del pecado. Entonces, no permaneces en el pecado, y puedes vivir una vida
victoriosa. La vida santa es una vida de separación. Esta es la santificación por la fe.

Lo mismo se aplica a la iglesia. Cuando ella está secularizada y se vuelve parte del mundo, sucede
lo que vemos en 1ª Corintios. Algunos hermanos decían: «Yo soy de Apolos», otros: «Yo soy de
Pablo», y otros: «Yo soy de Cefas». ¿Qué dijo Pablo acerca de eso? «Sois carnales». Y no sólo
eso. «No sólo sois carnales, sino que ese es el modelo de este mundo: división tras división». Ese
es el modelo del mundo. En el mundo griego, algunos eran partidarios de Platón, otros de
Aristóteles. Estaban divididos. Sin embargo, Pablo les dijo: «¿Cómo es posible que el mundo tenga
entrada en vosotros?».

John Darby

¿Qué es la iglesia? La iglesia es celestial, por tanto, debe estar separada del mundo. Si estamos
en la carne, si somos mundanos, la consecuencia es división tras división. En la época de Darby, el
cuerpo de Cristo estaba dividido. Gracias a Dios por Darby. Por una parte, él vio que la iglesia es
celestial, y también vio que la iglesia es santa, y que no tiene nada que ver con el mal. Separación
del mundo y separación del mal. Entonces se puede preservar la iglesia santa y unida.

Dividir la iglesia es dividir el cuerpo de Cristo. Eso es pecado, es un pecado corporativo. Si uno
bebe vino, hiere su cuerpo, y eso es pecado. Sin embargo, si alguien divide el cuerpo de Cristo, es
pecado corporativo. ¿Cómo podemos ser libres del sectarismo? El único camino es separarnos del
mal y reconocer que estar divididos es un pecado. Si vivimos una vida santa, tenemos que permitir
que la obra de la cruz trate con nuestro pecado. Ese es el camino para la unidad, para mantener la
iglesia santa.
En el tiempo de John Nelson Darby, él aplicó el mismo principio a la vida de la iglesia, y encontró el
camino por el cual la iglesia podía reunirse con sencillez, en unidad y también en santidad. Sin
embargo, otra vez hubo extremos allí, porque ellos enfatizaron el principio de separación más que
el principio de unión.

Nosotros somos el cuerpo de Cristo; todos nosotros somos de Cristo. Ese es el principio de unidad.
Nadie puede separarnos. Nosotros debemos aceptar a aquellos a quienes Cristo ya ha aceptado.
Sin embargo, ellos insistieron en el principio de separación más que en el principio de unión.
Cuando vieron que algunos estaban en las denominaciones, les dijeron: «Ustedes están asociados
con el mal; por tanto, no tenemos nada que ver con ustedes, no tenemos comunión con ustedes».
Ellos querían mantener la iglesia pura, y así nació el exclusivismo. Dejaron fuera a aquellos a
quienes Jesucristo había recibido. Eso es una tragedia.

Supongamos que mi familia vive en una condición de mucha pobreza, y supongamos que mi hija
es muy dulce, y que hay un parásito en el cabello de mi hija. Mi esposa ama a mi hija. Eso no
significa que ella ama a ese insecto; ella aborrece a aquel insecto y va a tratar con él, aunque ama
a su hija. Dios aborrece el pecado, sin embargo, él ama al pecador. Entonces, hermanos, si
insistimos en el principio de separación, podremos mantener la iglesia pura, pero la iglesia se hará
cada vez más y más pequeña. La iglesia tiene que abrazar a todos los cristianos que han nacido
de nuevo.

Glorificación por la fe

En aquellos ciento cincuenta años, tenemos la santificación por la fe. Finalmente, desde la
segunda mitad del siglo XIX hasta el tiempo presente, descubrimos que el Espíritu Santo ha
avanzado un paso más. Desde la fase de un cuarto, a la mitad de la luna, y ahora él quiere que
lleguemos a tres cuartos de la luna. Ha sido restaurada la justificación por la fe, y luego la
santificación por la fe.

Sin embargo, el Espíritu Santo quiere avanzar en su obra, y esta es la glorificación por la fe. Eso
significa que el Señor regresará muy pronto. Entonces, nosotros estaremos maduros, porque
muchos hijos serán manifestados. Cuando ellos brillan, brillan como hijos que están siendo
transformados en la imagen de Cristo. Esta filiación y el reinado, significan ser transformados a la
imagen de Cristo. Y vemos que el Espíritu Santo realmente ha restaurado estas verdades en los
últimos doscientos cincuenta años.

Govett y la «verdad del reino»

Ahora, cuando hablamos acerca de esto, debemos mencionar tres nombres. Antes de esto,
debemos mencionar a Robert Govett (1813-1901). Su ministerio ha sido muy reconocido en la
segunda mitad del siglo XIX.

Cuando llegamos a la época de Darby, no sólo vimos la justificación y la santificación por la fe, sino
que la palabra de verdad había llegado a tal punto, que estaba casi totalmente plena. Sin embargo,
había dos sistemas teológicos: la Teología Reformada y la Teología Dispensacional. Y fue Darby
quien realmente nos dio entendimiento. Es evidente que la Teología Reformada vino de Juan
Calvino. Las dos están basadas en la palabra de Dios; pero, de alguna manera, ellas eran
irreconciliables. Todos creían en la Biblia, la palabra inspirada por Dios mismo. Ahora, si eso es
verdad, esas teologías deberían coincidir. ¿Cómo ellos no pueden ver [...]? ¿Qué significa eso?
¿Por qué ambas no se pueden reconciliar una con otra? Nosotros creemos en toda la Biblia, no
seguimos un sistema de enseñanza.

Entonces, apareció Robert Govett. El Señor realmente lo usó. Ahora, de alguna manera, al abrir la
palabra de Dios, vemos que en la Biblia no sólo hay espacio para la Teología Reformada, sino
también para la Teología Dispensacional. Y si ponemos todas las cosas de la Biblia juntas,
veremos una gloriosa verdad llamada ‘verdad del reino’. Recuerden, si realmente conocemos el
reino, todo lo que era contradictorio será armónico.

Indudablemente, Govett es uno de los grandes siervos de Dios, levantado por Dios mismo.
Spurgeon hizo el siguiente comentario sobre él: «El señor Govett escribió cien años antes de su
propio tiempo, y llegará el día en que sus obras serán atesoradas como oro refinado». La profecía
de Spurgeon se cumplió. Hoy, conseguir el libro de Govett sobre Apocalipsis, es casi imposible. En
los Estados Unidos hay sólo cien copias, y cada una vale cien dólares. Son dos volúmenes, cada
uno de ellos más voluminoso que la Biblia.

El libro que Govett escribió sobre Apocalipsis es probablemente el mejor. El Dr. Wilbur Smith,
profesor de la Escuela Fuller de Teología (USA), dijo: «Una de las obras más profundas sobre
Apocalipsis que conozco es el libro de Robert Govett. Mi propia opinión es que él trae a su
interpretación un conocimiento más completo de las Escrituras en relación al Apocalipsis que
cualquier otro escritor de su generación».

Cuando el hermano Watchman Nee hizo una exposición sobre Apocalipsis en la ciudad de
Shangai, el hermano Stephen Kaung quería editar ese mensaje y publicarlo en forma de libro. Pero
el hermano Nee dijo: «No es necesario hacer eso; simplemente compren el libro de Robert Govett
sobre Apocalipsis».

Otro comentario acerca de Govett: «Pocos hombres podrían compararse con él en originalidad de
pensamiento. Él también poseía una mente muy ordenada y disciplinada, y podía trazar un tema a
través de la Escritura con una lógica sin errores» (Dr. Cyril J. Barber).

Finalmente, tengo que mencionar lo que dijo un profesor de la Universidad de Cambridge (R. E. D.
Clark, The New International Dictionary of the Christian Church): «Sus escritos son extensos, de
calidad variada, a menudo marcados por un alto nivel de erudición, un enfoque magníficamente
lógico, una originalidad extraordinaria y una completa fidelidad a la revelación bíblica». Y ahora,
oigan cuidadosamente su veredicto final: «Lejos, Govett es el mejor teólogo». En otras palabras,
Govett fue el mejor teólogo sistemático. Gracias a Dios por este vaso.

Por obra del Espíritu Santo, este hermano pudo regresar a la palabra de Dios. Por una parte, él
abrazó la Teología Reformada, y por otra, aceptó la Teología Dispensacionalista. Sin embargo, en
la Biblia, no hay contradicción. ¿Cómo es posible eso? Una verdad gloriosa salió de ese estudio.
Por medio de Govett, la iglesia descubrió una verdad que estaba perdida. En la fase de la luna
llena, en el tiempo de Pablo, esa verdad estaba allí, y luego se perdió. Pero es muy importante,
porque este reino tiene que ver con nuestra madurez, nuestra filiación y nuestra realeza. Gracias a
Dios, que usó al hermano Govett para ayudarnos a entender la glorificación por la fe.

Convención de Keswick

En la última parte del siglo XIX, en Inglaterra, el Señor usó una importante Convención o
Conferencia, la Conferencia de Keswick. Aquellos hermanos y hermanas tenían una carga acerca
de una vida más profunda, ellos deseaban crecer hasta la madurez. No sólo vivir una vida santa,
sino ser transformados a la imagen de Cristo.

T. Austin-Sparks y Watchman Nee

Y más que eso, a comienzo del siglo XX, en Inglaterra, el Señor levantó a otro siervo de Dios,
Theodore Austin-Sparks, considerado probablemente el hombre más espiritual y más centrado en
Cristo en estos veinte siglos. Cualquiera que conoce sus escritos no tiene dudas acerca de ello. El
hermano Watchman Nee lo consideraba su mentor espiritual. Él hizo un comentario a sus co-
obreros, diciendo que había sido influenciado por dos personas que en aquella época aún estaban
con vida. Una es la hermana Margaret Barber. Él dijo: «Si ella aún estuviera con vida, entonces la
iglesia no sería lo mismo hoy». Y luego él dijo: «Cuando viajé a Europa, encontré a alguien que
realmente me hizo recordar a la hermana Barber, y él es T. Austin-Sparks».

T. Austin-Sparks ha sido considerado como un profeta del siglo XX. No sólo A. W. Tozer es
considerado un profeta, sino también T. Austin-Sparks. Al estudiar sus escritos, descubrimos algo
muy fantástico. Cuando estudiamos teología sistemática vamos a descubrir que es algo lógico,
sistemático; sin embargo es por tópicos. Tenemos la Teología propiamente tal, acerca de Dios
mismo; la Cristología, acerca de Cristo; la Pneumatología, sobre el Espíritu Santo. Así es la
teología sistemática.

Cuando Dios levantó a T. Austin-Sparks, él conocía muy bien la teología sistemática. Sin embargo,
detrás de todos esos variados tópicos, hay algo que será una línea de plata, capaz de conectar y
de unificarlos todos en torno a un pensamiento central. Ese es uno de sus maravillosos
descubrimientos. Ningún otro teólogo sistemático pudo hacer eso. Su descubrimiento es la
voluntad eterna de Dios. A causa de eso, nosotros no sólo conocemos la voluntad de Dios en
plural, sino la voluntad de Dios en singular, de tal manera que ya no vemos la Biblia desde el punto
de vista terrenal, sino desde el punto de vista celestial.

La revelación de Austin-Sparks es muy grande. A veces, puede ser muy abstracta. ¿Quién la trajo
a un nivel más sencillo? El ministerio de Watchman Nee, que habló acerca de la iglesia como el
cuerpo de Cristo. Sin duda, Austin-Sparks tuvo la visión sobre la epístola a los Efesios – la iglesia
es el cuerpo de Cristo, la plenitud. Es claro, esa es la iglesia universal. Sin embargo, el énfasis de
Watchman Nee está en el capítulo 12 de 1ª Corintios: «Vosotros sois el cuerpo de Cristo».
«Ustedes, que están reunidos en Corinto, son el cuerpo de Cristo».

Gracias a Dios, en el siglo XX, el Señor levantó a alguien como Austin-Sparks, y asimismo a
alguien como Watchman Nee. Su lógica, su mente, es casi igual que el pensamiento de Robert
Govett. Sin embargo, por otra parte, su visión tan profunda fue influenciada por Austin-Sparks.

D. L. Moody dijo: «Si tú quieres darles un queque a los niños, no lo pongas tan alto que ellos no
puedan alcanzarlo; ni lo pongas tan bajo que les sea demasiado fácil tomarlo. Tiene que estar a la
altura exacta». Watchman Nee tenía ese don. Él era capaz de poner la palabra de Dios en tal
punto que se tornaba muy real, muy práctica.

Ustedes conocen su libro «La Vida Cristiana Normal». Desde el punto de vista teológico, este libro
cubre la teoría de la salvación. Sin embargo, ¿por qué este libro se transformó en un clásico?
Porque él puso algo tan difícil de entender como si hablase a los campesinos y a los sastres en
China.

La restauración del testimonio

Entonces, en los últimos 150 años, a través de los ministerios de Robert Govett, T. Austin-Sparks y
Watchman Nee, y las Conferencias de Keswick, nuestros ojos fueron abiertos. Ahora empezamos
a ver no sólo la justificación por la fe, la santificación por la fe, sino también la glorificación por la fe.
Vamos siendo transformados a la imagen de Cristo.

Dios está obrando hacia la luna llena. No digo que ya hayamos llegado a aquella fase, pero hemos
visto cómo el Señor ha obrado en los últimos seiscientos años. En los siglos XVI y XVII, la
justificación por la fe. Luego, en los siglos XVIII y XIX, la santificación por la fe. Y en los siglos XIX,
XX y XXI, la glorificación por la fe. Cuando reunimos todo esto, vemos que la palabra de vida está
siendo maravillosamente restaurada.
Ahora, sólo el Espíritu Santo puede conducirnos hacia la realidad, puede ayudarnos a crecer y
hacerlo real en nuestras vidas. De esta forma, antes del regreso del Señor, él se presentará a sí
mismo una iglesia gloriosa, una iglesia que no tiene gloria en sí misma. Pero cuando ella
contempla a su Maestro, absorbiendo su gloria, entonces es transformada a su semejanza, de
gloria en gloria.

Por la gracia de Dios, nosotros resplandeceremos como la luna en el universo, asidos de la palabra
de vida. Y Pablo se regocijará en el día de Cristo, de no haber corrido en vano o trabajado en vano.
Esta es la restauración del testimonio del Señor. Que el Señor hable a nuestros corazones.

(Resumen de un mensaje impartido en la 2ª Conferencia Internacional, Santiago de Chile, Septiembre 2005).

***

La ciudad de Dios, que es la iglesia, tiene un glorioso destino final, pero en la


actualidad enfrenta grandes desafíos.

La ciudad de Dios
Rubén Chacón

Nuestra Biblia es una colección de 66 libros, todos y cada uno de ellos inspirados por el Espíritu
Santo. Cada uno de ellos tiene su razón de ser; ninguno sobra, ninguno falta. Por ejemplo, ¿qué
sería de nuestra Biblia si faltara el libro de Apocalipsis? La Biblia, sin el libro de Apocalipsis, sería
un libro sin final. No es una casualidad que este libro esté puesto al final. Es el último libro, y está
ubicado en el lugar correcto, porque es la conclusión de la Biblia.

La última visión

Todo lo que transcurre desde el Génesis en adelante tiene su culminación en el libro que está
puesto en el último lugar de la Biblia, el Apocalipsis. Todo lo que comienza en el Génesis tiene su
cumplimiento, su culminación, su consumación, en el libro de Apocalipsis.

Quisiera que nos fijáramos con qué visión termina el libro de Apocalipsis, que cierra toda la
revelación. Entonces, quiero invitarlos a mirar en Apocalipsis 21, vers. 9 en adelante. «Vino
entonces a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas
postreras, y habló conmigo, diciendo: Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del
Cordero».

Con esta última visión se cierra el libro y se cierra la Biblia. «Yo te mostraré la desposada, la
esposa del Cordero». La visión, entonces, va a tratar acerca de la iglesia. La iglesia del Señor
Jesucristo es la desposada del Cordero. El Apocalipsis termina con la visión acerca de la iglesia, y
en esta visión nos es revelada la esposa del Cordero.

¿Por qué es que el Apocalipsis termina con la revelación de la desposada del Cordero? Porque la
iglesia es el cumplimiento del eterno propósito de Dios. Cuando, en la eternidad pasada, el Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo, concibieron este plan eterno y se propusieron llevarlo a cabo a través de
los siglos, el resultado final es precisamente el que tenemos en esta última visión.
Dios el Padre, eternamente, ha querido una novia para su Hijo. Juan la vio hace dos mil años. Pero
el Señor Jesucristo, el amado del Padre, la vio en la eternidad pasada. Tal como es descrita en
esta última visión, así la vio el Hijo en la eternidad pasada. Y por eso, cuando él la vio, la amó. Y
aun cuando supo, en su presciencia, que ella iba a caer –y que por el pecado iba a caer tan bajo
que los profetas la iban a describir como una ramera– no obstante, como la vio consumada, en su
estado final, de todas maneras estuvo dispuesto a amarla, a redimirla y a hacerla su iglesia
gloriosa. ¡Bendito sea el Señor! El Señor la amó primero, y porque la amó, fue capaz de entregarse
a sí mismo por ella.

Dios nos ama hoy, nos soporta hoy, nos tiene paciencia hoy. Y, ¿saben por qué nos ama? Porque
él ya nos ve terminados. Él ya nos vio en nuestro estado final; sabe que lo que somos hoy no es lo
que seremos mañana. ¡Aleluya! Él tiene la capacidad de vernos ya acabados, perfeccionados; y
como él ya nos ve así, anticipadamente, nos puede amar y soportar y tenernos toda la paciencia
que sea necesaria.

Que esta visión también nos ayude a tener paciencia unos con otros. Por eso, es bueno el ejercicio
de decirle al hermano: «Hermano, tenme paciencia. No siempre voy a ser como soy hoy; mañana
seré como Dios me ha destinado a ser». ¡Alabado sea el Señor!

Una novia gloriosa, una novia perfecta, una novia preparada, vestida de lino fino, blanco y
resplandeciente. Una novia dispuesta para su marido. Ya Juan la vio hace dos mil años, ya
Jesucristo la vio en la eternidad pasada, y es bueno que nosotros también la veamos. Vamos hacia
allá, es nuestro destino final, y Dios es fiel para lograr su propósito.

La santa ciudad

Ahora, continuemos con el versículo 10. Cuando Juan se apresta a ver a la desposada del
Cordero, yo no sé si él tuvo una sorpresa, pero para nosotros resulta sorprendente. Luego que el
ángel lo invitó a verla, dice Juan: «Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró
la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios».

Dijimos que esta visión es acerca de la iglesia, la esposa del Cordero. Pero cuando Juan mira,
¿qué es lo que ve? Ve una ciudad. No sé si eso le sorprende a usted. Porque cuando se le va a
mostrar la iglesia, lo que ve Juan es una ciudad. Una ciudad muy especial, por supuesto, no una
ciudad cualquiera; pero es una ciudad.

Entonces, ¿la desposada es la ciudad? ¿No se le va a mostrar aquí el lugar donde vive la
desposada? No, a Juan se le está mostrando la novia misma. La novia misma es esta ciudad. Por
supuesto, por otras Escrituras sabemos que el Señor también nos tiene preparada una ciudad
literal. Si vamos a resucitar con cuerpo, entonces tiene sentido que también vamos a vivir en una
ciudad celestial. Pero en esta visión, esta ciudad no es la habitación de la iglesia; es la iglesia
misma revelada de esa manera. ¡Alabado sea el Señor!

Entonces, cuando a Juan se le muestra la novia en su plenitud, habiendo alcanzado la perfección,


es interesante que a él no se le muestre la novia, ni como el cuerpo de Cristo, ni como la familia de
Dios, ni como el pueblo de Dios, ni como el templo del Espíritu Santo, sino como una ciudad.

Por las cartas del Nuevo Testamento, sabemos que estas figuras con que se describe a la iglesia
son muy comunes: la iglesia es el cuerpo de Cristo, es la familia de Dios, es el templo del Espíritu
Santo. Pero muy poca atención ponemos a este hecho: que la iglesia también es la ciudad de Dios.
La iglesia es una ciudad; nosotros somos una ciudad. Y no cualquier ciudad: somos la ciudad de
Dios, la ciudad que tiene su origen arriba, que tiene su origen en el cielo, y que está aquí en la
tierra, pero que es de arriba.

La iglesia es la ciudad de Dios. Y lo que me llama la atención, hermano, es que la figura o la


metáfora que se escoge para revelar a la iglesia en su plenitud sea la de una ciudad. Quiere decir
entonces que, hasta que la iglesia no sea la ciudad de Dios en la práctica, el propósito de Dios no
estará plenamente alcanzado.
A la hora de revelar la plenitud de la iglesia, ésta es vista como la ciudad de Dios. Es una ciudad
compuesta de piedras vivas. Los cimientos de la ciudad son doce, cada uno de ellos es una piedra
preciosa, y esas piedras preciosas corresponden a los doce apóstoles del Cordero. Esta ciudad
está formada de piedras vivas, está hecha de personas. Esta ciudad somos nosotros, que fuimos
tomados del polvo, convertidos en piedras vivas; pero que finalmente, no sólo seremos piedras,
sino piedras preciosas.

Algunos aspectos de la visión

No tenemos tiempo para comentar toda la visión que va desde Apocalipsis 21:9 a 22:5, pero
quisiera destacar algunas características principales, donde es fácil ver que esta ciudad de Dios
que es la iglesia tiene la plenitud de Dios.

En el versículo 11, cuando Juan la comienza a ver, lo primero que le llama la atención de esta
ciudad santa, que desciende del cielo y desciende de Dios, es que tiene la gloria de Dios. La
iglesia, como la ciudad de Dios, contiene la gloria de Dios y resplandece. Porque una cosa es
contener la gloria de Dios y otra cosa es reflejar la gloria de Dios. Pero esta ciudad que es la iglesia
no sólo contiene la gloria de Dios, sino que la refleja, la expresa, la proyecta. La gloria de Dios
resplandece a través de ella. Hoy día, la iglesia contiene la gloria de Dios, y en algún grado la
iglesia expresa esa gloria. Pero aquí está vista en su plenitud; aquí refleja en forma plena la gloria
del Señor.

El versículo 12 dice que además tiene un muro grande y alto. Su altura es de más de sesenta
metros. ¿Ha visto alguna ciudad que tenga muros tan altos? ¿Qué indica este muro en esta
revelación de la iglesia? Este muro hace separación entre lo santo y lo profano. Esta es una ciudad
santa, no hay mezcla en ella; ya está completamente separado lo que es de Dios y lo que no es de
Dios, lo santo de lo inmundo.

Por eso, dice el vers. 27: «No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y
mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero». Así que este
muro hace separación, indica que en ella ya no hay mezcla, ya no hay confusión; es una iglesia
santa, perfectamente santa, una ciudad santa.

Qué interesante el 22:3: «Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en
ella». ¿Dónde se ha establecido finalmente el trono de Dios? Dentro de la ciudad que es la iglesia.
Eso quiere decir que Dios ha tomado pleno control de la iglesia, que ella está perfectamente sujeta
a Dios y a Cristo, que en ella se hace ahora la perfecta voluntad de Dios, sin ningún atisbo de
rebelión ni de insumisión. «Y sus siervos le servirán». Sin resistencia, sin rebeldía, sin oposición,
sus siervos, voluntariamente y de todo corazón, le servirán.

Quise empezar con el trono. Volvamos ahora al 22:1: «Después me mostró un río limpio de agua
de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero». Por eso quise
primero hacer notar que el trono de Dios y del Cordero está establecido en la iglesia, porque de
ese trono sale un río limpio de agua de vida. ¿No es acaso lo que dijo el Señor Jesucristo en el
evangelio de Juan? «El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua
viva». Es esto lo que estamos viendo acá: un río limpio de agua de vida que sale del trono de Dios
y del Cordero, y que corre al interior de la ciudad, al interior de la iglesia.

Versículo 2: «En medio de la calle de la ciudad, y a uno y a otro lado del río, estaba el árbol de la
vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad
de las naciones». También el árbol de la vida está plantado en ella.

En el Génesis, el árbol de la vida fue puesto fuera del hombre, en el huerto, porque Dios quería
que el hombre accediera voluntariamente a él. Adán no tenía prohibición de comer del árbol de la
vida. Dios quería que Adán comiera voluntariamente del árbol de la vida, y una vez que hubiese
comido, ese árbol habría pasado a estar dentro de Adán. Pero lo que no se logró con Adán,
nuestro Señor Jesucristo, el postrer Adán, ha permitido en su gracia que ese árbol ahora esté
implantado en nuestros corazones.

Así que, ¿cómo no va a ser ésta la plenitud de la iglesia? El árbol de la vida está en medio de ella,
el trono de Dios y del Cordero está establecido en ella. Ella contiene la gloria de Dios, y no sólo la
contiene, sino que la refleja. ¡Alabado sea el Señor! Hay un río limpio de agua viva que corre por su
interior. Así que ésta es claramente la plenitud de la iglesia, esta es claramente la visión del estado
final y consumado de la iglesia.

La iglesia como ciudad de Dios hoy

Traigamos ese futuro, ahora, al presente. Y la pregunta es: Esta visión de la iglesia, ¿es aplicable
en el presente? ¿La iglesia es hoy día la ciudad de Dios, o esta visión ha de ser interpretada como
algo que llegaremos a ser en la eternidad, pero que hoy no lo somos?

Por supuesto, la plenitud no la tenemos hoy, pero, ¿por eso no somos hoy la ciudad de Dios?
Quiero declarar que somos la ciudad de Dios, aun cuando no hayamos alcanzado la plenitud;
porque tampoco hemos alcanzado la plenitud de ser el cuerpo de Cristo, de ser la familia de Dios,
de ser el templo del Espíritu Santo, pero lo somos hoy. De la misma manera, la iglesia hoy es la
ciudad de Dios.

Entonces, mire qué interesante; yo creo que esto nos puede cambiar un poco la perspectiva y la
visión: La iglesia en Temuco es la ciudad de Dios en Temuco, la iglesia en Antofagasta es la
ciudad de Dios en Antofagasta, la iglesia en Londrina es la ciudad de Dios en Londrina. No sólo es
el cuerpo de Cristo, no sólo es el templo del Espíritu Santo; es también la ciudad de Dios.

No necesito demostrar –porque conocemos la Palabra– que en cada ciudad del Nuevo Testamento
donde hubo iglesia, hubo siempre una sola iglesia. La iglesia local fue siempre la iglesia de la
localidad, la iglesia de la ciudad, y por esa razón siempre fue una, y no hay ningún texto del Nuevo
Testamento en que en una localidad la palabra iglesia aparezca en plural.

¿Y cuál es la razón? –Porque ese es el hecho totalmente demostrable por el Nuevo Testamento–
¿Cuál es la explicación? ¿Por qué la iglesia en la localidad es una? ¿Por qué no puede ser más de
una? Una de las posibles respuestas puede estar aquí: Si la iglesia es la ciudad de Dios, entonces
dentro de la ciudad puede haber una sola iglesia.

A una ciudad le corresponde sólo una ciudad. Y más aún, podemos preguntarnos: ¿Qué porte ha
de tener la ciudad de Dios en la ciudad de Londrina? Va a tener el porte de la ciudad de Londrina;
sus límites van a ser los límites de la ciudad.

Territorialmente, la iglesia como la ciudad de Dios ocupará el espacio de la ciudad de Londrina, de


la ciudad de Temuco, de la ciudad de Antofagasta. Culturalmente, la iglesia en esa localidad debe,
además, ser una iglesia autóctona, es decir, una iglesia originaria del lugar. Pero también debe ser
una iglesia idiosincrásica, es decir, que debe tener un modo propio y peculiar del pueblo mismo en
que ella se levanta, que corresponde a su naturaleza, a su etnia, a su raza.

Y desde el punto de vista del gobierno, esa iglesia local que es la ciudad de Dios en esa localidad,
debe ser autónoma. Autónoma de cualquier jerarquía humana, para que sea sólo de Cristo y sólo
Cristo sea su cabeza. Autónoma, no para hacer lo que quiera, sino libre para ser de Cristo, sujeta a
Cristo y obediente a él.
De tal manera que, si en una localidad la iglesia no está siendo fiel a Cristo, no está sujeta a su
cabeza, los obreros o las otras iglesias tienen derecho a exhortarla. No hay jerarquía humana
sobre la iglesia. Cristo es la cabeza de la iglesia, pero nosotros podemos velar unos por otros,
reclamando esa fidelidad a Cristo. No queremos ninguna jerarquía humana gobernando a la
iglesia, pero sí queremos verla sujeta a Cristo y obediente a Cristo, y para ese efecto necesitamos
el cuidado de todos, la exhortación de todos, la enseñanza de todos. ¡Alabado sea el Señor!

Así que, hermano, por unos momentos, póngase esta visión en su mente y en su corazón. Piense
en la iglesia local donde usted pertenece, y concíbase por algunos segundos como la ciudad de
Dios en esa localidad.

La iglesia local es la ciudad de Dios en esa localidad, y está llamada a dar testimonio del Señor, a
contener y reflejar la gloria de Dios, a construir ese muro que indique que ya no hay mezcla en ella,
que es pura y santa, que en ella no entra cosa inmunda o que hace abominación. Está llamada a
dar testimonio de que el trono de Dios, el gobierno de Dios, la autoridad de Dios, es plenamente
expresado a través de ella; que el árbol de la vida la sustenta y la alimenta, y que el río de agua
viva la riega, la purifica. Ese es nuestro desafío.

Ahora, hermanos, la iglesia local, que es la ciudad de Dios en la localidad, está formada por todos
los hijos de Dios que viven en esa localidad. La iglesia local, que es la ciudad de Dios, por el hecho
de que es una, que no puede haber dos ni tres, incluye a todos los que Dios ha recibido y que
viven en esa localidad. Si Dios los ha recibido, nosotros no podemos rechazarlos; si son hijos de
Dios, son nuestros hermanos.

Así que, la iglesia local, que es la ciudad de Dios, que está llamada a manifestar la plenitud de Dios
en esa localidad, tiene que reunirse bajo el principio de la localidad. ¿Y cuál es ese principio? Que
somos una sola iglesia, que somos un solo cuerpo, que formamos parte de una sola ciudad, con
todos los que Dios en esa ciudad ha recibido; que somos uno con todos los que invocan el nombre
del Señor en esa localidad.

El desafío de la unidad de la iglesia

Así que, cuando estamos hablando de la restauración del testimonio del Señor, en este punto es
necesario que volvamos a desafiarnos con respecto a la unidad de la iglesia. Nosotros solos –dicho
de manera exclusiva– no podemos confesarnos la iglesia local. No podemos en nuestro corazón, ni
en nuestra actitud, ni en nuestra declaración, dejar a ningún hijo de Dios fuera.

Que el Señor nos ayude para no cerrarnos. El hermano Christian Chen también lo dijo en la
Conferencia anterior. Dijo que nosotros seguimos el camino de Filadelfia, pero no nos podemos
declarar Filadelfia, no nos podemos poner la etiqueta ‘Somos la iglesia de Filadelfia’. Podemos
participar del camino que nos muestra la revelación de esa iglesia, pero el día que nosotros
decimos ‘Yo soy Fila-delfia’, entonces nos hemos convertido en la iglesia de Laodicea.

Porque cuando nos cerramos, hermanos, ¿saben lo que ocurre? Decimos a partir de ese
momento: «Somos la iglesia local. Que vengan todos los que quieran a sumarse a la iglesia local».
Como nosotros ya lo somos, a los demás, ¿qué les queda? Venir a sumarse a nosotros. Sin
embargo, nuestra actitud no debe ser esperar que los demás vengan a nosotros, que somos la
iglesia local, sino nosotros, ‘errantes soñadores’, vamos en busca de nuestros hermanos.

El hermano Christian nos enseñó el año pasado que Israel ha tenido dos regresos, de dos
cautiverios. En el primero, Israel volvió de Babilonia, con Zorobabel, Esdras y Nehemías. Pero, a
partir de 1948, Israel experimentó un segundo regreso, y esta vez fue del hecho de estar dispersos
por las naciones del mundo. Entonces, él hacía esta aplicación a la iglesia: La iglesia no sólo debe
salir de Babilonia, sino que también debe regresar de la división. Al igual que Israel, la iglesia está
desparramada, está disgregada. Y nosotros tenemos este llamamiento del Señor no sólo a
regresar de Babilonia, sino también a regresar de la división.

¿Nos ofrendaremos al Señor para esta tarea que humanamente es imposible? Cuando uno plantea
esto, obviamente, vienen mil preguntas respecto de cómo, dónde, cuándo, hasta qué límites. Sí,
porque hay peligros, hay desventajas, hay cientos de cosas. Pero, como nos decía el hermano
Hoseah Wu, Dios quiere ganar algo en esta Conferencia. No sólo nosotros queremos ganar algo;
Dios también quiere ganar algo.

La iglesia es la ciudad de Dios, y la iglesia, como la ciudad de Dios, es una en cada localidad, y
está conformada por todos los hijos de Dios, aunque estén dispersos, aunque estén en las
denominaciones, y aunque estén en el mundo todavía. Porque, ¿cuántos hijos de Dios hay en la
localidad que todavía no han sido salvos, que todavía no han sido regenerados? Así que ni siquiera
estamos hablando sólo de los que ya son, sino aun de los que han de ser. Así que no sólo la
unidad de la iglesia, sino que también la evangelización, es algo que no podemos dejar a un lado, y
que tenemos que tener en nuestro corazón permanentemente.

Como hoy no vamos a resolver el problema de la unidad, por lo menos yo les animo y les desafío,
en el nombre del Señor, a que abramos el corazón un poco más, y a lo menos empecemos a orar.
Derribemos cualquiera barrera que aún esté en nuestro corazón. Aun si nuestras declaraciones
necesitan ser corregidas, hagámoslo, en el nombre del Señor. Démosle a Dios el espacio y la
posibilidad de que él nos pueda convertir en soñadores como José, que –enviados por el Padre–
salen en busca de sus hermanos.

Yo quiero seguir soñando, y en el nombre del Señor les desafío a que lo hagamos juntos, a que le
permitamos al Señor usarnos en la restauración de su testimonio.

***

La historia de la restauración, tanto en el Antiguo como en el Nuevo


Testamento, está regada con las lágrimas de los restauradores.

Las lágrimas de la restauración


Gonzalo Sepúlveda

Hermanos amados, ayer se nos compartió acerca de la gloria de la Nueva Jerusalén. ¡Qué difícil
resulta describir tal hermosura! Recibimos gran consuelo al saber que vamos hacia allá. ¡Qué
precioso destino tenemos! Hoy estamos aquí, en las limitaciones de la carne y de la sangre, en
medio de un mundo que está entero bajo el maligno. Pero viene el día en que ya no estaremos en
este tabernáculo cansado, frágil y enfermizo, sino en uno semejante al cuerpo de la gloria suya, y
por la eternidad reinaremos con el Señor.

Nuestro tema es la restauración. La restauración supone que hubo una desgracia, una caída, un
cautiverio, un fracaso muy grande. Entonces, es necesario que se produzca un movimiento que
restaure. Y, como ya se ha dicho, la iniciativa debe tomarla Dios.

El cautiverio del pueblo antiguo

«Amargamente llora en la noche, y sus lágrimas están en sus mejillas» (Lam. 1:2). Esta es la
condición de Jerusalén en días de Jeremías. El profeta llora amargamente mientras ora y escribe.
Estas son las lágrimas durante la caída.
«¡Cómo se ha ennegrecido el oro! ¡Cómo el buen oro ha perdido su brillo! Las piedras del santuario
están esparcidas por las encrucijadas de todas las calles. Los hijos de Sion, preciados y estimados
más que el oro puro, ¡cómo son tenidos por vasijas de barro, obra de manos de alfarero!» (Lam.
4:1-2). «Los ancianos no se ven más en la puerta, Los jóvenes dejaron sus canciones. Cesó el
gozo de nuestro corazón; nuestra danza se cambió en luto. Cayó la corona de nuestra cabeza; ¡Ay
ahora de nosotros! porque pecamos... Mas tú, Jehová, permanecerás para siempre; tu trono de
generación en generación...Vuélvenos, Oh Jehová, a ti, y nos volveremos; renueva nuestros días
como al principio (Lam. 5:14-16, 19, 21).

Con gran dolor, el profeta deja estampada la terrible condición del pueblo de Israel en aquellos
días. Sin embargo, el cautiverio babilónico al que fueron llevados no duraría para siempre. La fecha
de término eran setenta años. (Jer. 25:11).

Veamos las lágrimas de la restauración en el profeta Daniel: «En el año primero de Darío hijo de
Asuero… yo Daniel miré atentamente en los libros el número de los años de que habló Jehová al
profeta Jeremías, que habían de cumplirse las desolaciones de Jerusalén en setenta años». Daniel
estudia las Escrituras, ¡y descubre que el tiempo se ha cumplido! Entonces se derrama en oración
y ruego: «Y volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio y
ceniza. Y oré a Jehová mi Dios e hice confesión diciendo: Ahora, Señor, Dios grande, digno de ser
temido, que guardas el pacto y la misericordia con los que te aman y guardan tus mandamientos;
hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y
nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas ... Ahora pues, Dios nuestro, oye la
oración de tu siervo, y sus ruegos; y haz que tu rostro resplandezca sobre tu santuario asolado…»
(Dan. 9:3-5, 17).

Dios encontró en Daniel a un siervo que se derrama delante de él, y rápidamente viene un ángel
del cielo a consolarle. Para que haya restauración en este tiempo, ¡deben existir Danieles que
conmuevan los cielos con su oración!

La respuesta a esta oración la encontramos en el libro de Esdras: «En el primer año de Ciro rey de
Persia, para que se cumpliese la palabra de Jehová por boca de Jeremías, despertó Jehová el
espíritu de Ciro rey de Persia, el cual hizo pregonar de palabra y también por escrito por todo su
reino, diciendo: Así ha dicho Ciro rey de Persia: Jehová el Dios de los cielos me ha dado todos los
reinos de la tierra, y me ha mandado que le edifique casa en Jerusalén, que está en Judá. Quien
haya entre vosotros de su pueblo, sea Dios con él, y suba a Jerusalén que está en Judá, y edifique
la casa a Jehová Dios de Israel (él es el Dios), la cual está en Jerusalén. Y a todo el que haya
quedado, en cualquier lugar donde more, ayúdenle los hombres de su lugar con plata, oro, bienes y
ganados, además de ofrendas voluntarias para la casa de Dios, la cual está en Jerusalén».

Oh, hermanos, la respuesta del cielo proveyó todas las cosas que se necesitaban. Un rey
poderoso, Ciro de Persia, fue el instrumento de Dios. ¡Qué buena noticia! «El que haya
quedado...». Muchos judíos despertaron con este anuncio, e hicieron rápidamente los preparativos
y muchos regresaron a Jerusalén.

Lágrimas de restauración

En el libro de Esdras 3:12 se describe el espíritu de aquellos días de restauración de la casa de


Dios: «Y muchos de los sacerdotes, de los levitas y de los jefes de casas paternas, ancianos que
habían visto la casa primera, viendo echar los cimientos de esta casa, lloraban en alta voz,
mientras muchos otros daban grandes gritos de alegría. Y no podía distinguir el pueblo el clamor
de los gritos de alegría, de la voz del lloro; porque clamaba el pueblo con gran júbilo, y se oía el
ruido hasta de lejos».
Los más jóvenes cantaban. Ellos veían la victoria presente. Estaban contentos por lo que estaba
ocurriendo; cantaban y danzaban. Pero había algunos ancianos, de ochenta o más años de edad.
Ellos habían sufrido todo el triste destierro hacia el cautiverio, con Jeremías habían llorado las
Lamentaciones del capítulo 5. Pudiendo haberse quedado cómodos en Babilonia, prefirieron hacer
todo el camino de retorno, ¡oyeron a su Dios! Ellos, que habían colgado las arpas en los sauces
porque no podían cantar cánticos del Señor en tierra de extraños (Sal. 137), esperaron setenta
años para descolgar las arpas: «Allá rendiremos culto, en el lugar que nuestro Dios ha escogido.
¡Vamos!». Y a duras penas llegaron, y cuando vieron que se echaban los cimientos de la casa,
intentaron cantar, pero no pudieron. En ese momento, sólo pudieron llorar, y lloraron a gritos.

De seguro, ellos pensaron: «Por nuestras fuerzas, jamás se podría haber hecho esto. Nosotros
sólo aportamos pecados, sólo aportamos carnalidad e idolatría, así entorpecimos el propósito del
Señor. Pero Dios en su infinita misericordia nos recupera, nos trae de vuelta a su casa». Y ahora,
al ver los cimientos, lloran y se derraman delante del Señor.

¿Restauración queremos? La restauración es con lágrimas. Se llora mientras la casa de Dios se


edifica, porque algo se ha visto de la gloria de la primera casa, y de su ruina posterior. La
característica de aquellos judíos piadosos, era que ellos «habían visto la casa primera». Ellos
jamás se conformarían con un sustituto babilónico. Muchos de ellos murieron sin consuelo, y esta
generación de los días de Esdras y Nehemías tuvo la gracia de ver en sus días la restauración del
testimonio del Señor sobre la tierra.

Somos bienaventurados si nuestros ojos espirituales se han abierto para «ver la casa de Dios», es
decir la iglesia, el testimonio del Señor hoy sobre la tierra, la cual ciertamente no es un edificio en
un lugar geográfico determinado. Las Escrituras no nos muestran una organización de manufactura
humana, sino un organismo vivo, formado por hombres y mujeres redimidos que viven la vida de
Cristo, en comunión unos con otros, bajo el gobierno del Espíritu Santo.

Hoy estamos viendo un poco más claramente lo que es el amor de hermanos, la centralidad de
Jesucristo, la vida de Cristo formado dentro de nosotros, algo estamos viendo de la gloria de Dios
en medio de su casa. Bendigamos al Señor, porque no ha sido por nuestra fuerza, ni por nuestra
capacidad, sino por la infinita fidelidad, misericordia y gracia de nuestro Dios. ¡A él sea el honor, la
gloria y toda la alabanza!

Más lágrimas

Hay más lágrimas. Hay lágrimas en Daniel capítulo 9; hay lágrimas en Esdras capítulo 9 y también
en Nehemías capítulo 9. ¿Por qué llora Esdras? "Cuando oí esto, rasgué mi vestido y mi manto, y
arranqué pelo de mi cabeza y de mi barba, y me senté angustiado en extremo. Y se me juntaron
todos los que temían las palabras del Dios de Israel, a causa de la prevaricación de los del
cautiverio" (Esdras 9:3-4). ¡Qué percepción espiritual tiene Esdras! Él sabe precisamente en qué
punto se encuentran. «Deberíamos estar aun cautivos, pues lo merecemos. Dios ha levantado un
remanente, y por Su misericordia estamos aquí restaurando todas las cosas».

Sin embargo, en plena restauración, también se cometieron pecados. Entendamos esto: Hubo
pecados que provocaron el cautiverio (días de Jeremías). Pero los pecados que Esdras confiesa
aquí, ¡son los pecados en plena restauración! ¿Qué nos querrá decir el Señor a nosotros con esto?

Déjenme decirles algo: los pecados que se cometan en este tiempo, después de todo lo que
hemos visto, tienen una gravedad mayor, porque nuestra responsabilidad es mayor hoy. Mientras
más cerca estemos del Señor, los pecados de los hijos de Dios parecen ser aun más graves.

Miremos Esdras 10:1. «Mientras oraba Esdras y hacía confesión, llorando y postrándose delante
de la casa de Dios, se juntó a él una muy grande multitud de Israel, hombres, mujeres y niños; y
lloraba el pueblo amargamente». ¿Podemos ver aquí la unidad de la iglesia? Cuando Esdras llora,
cuando pide perdón, no está solo. Daniel estaba solo; pero Esdras está acompañado. La
restauración ha avanzado. En términos del nuevo pacto podemos decir que «el cuerpo está
tomando forma». Hoy, Dios está reuniendo hombres y mujeres quebrantados de corazón.

No sólo los hombres; también las mujeres están incluidas, y los niños. Que los niños aprendan de
los fracasos de los viejos, y juntos nos postremos delante del Señor, y lloremos santificándole.

Dios miró con agrado esta humillación de su pueblo. El Señor se agradó de un clamor como el de
Daniel y de Esdras, y de toda aquella multitud que lloraba amargamente. Luego siguió adelante la
restauración. Dios de nuevo se movió, y finalmente se logró el objetivo de los hijos del cautiverio.
Estas son las lágrimas de la restauración.

Las lágrimas de Pablo

Vamos ahora al Nuevo Testamento. Pablo reúne a los ancianos de las iglesias de Mileto y Éfeso.
«Cuando vinieron a él, les dijo: Vosotros sabéis cómo me he comportado entre vosotros todo el
tiempo, desde el primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas
lágrimas, y pruebas que me han venido por las asechanzas de los judíos ... Por tanto, velad,
acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a
cada uno» (Hechos 20:18-19, 31). ¿Por qué llora el apóstol? En él se cumple la palabra profética:
«Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la
preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas» (Sal. 126:5-6).

El apóstol sirvió con humildad y con lágrimas; y cuando amonestó, lo hizo con lágrimas de nuevo.
Es dramático este relato. «Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu
Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia
sangre. Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que
no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas
perversas para arrastrar tras sí a los discípulos» (Hechos 20:28-30).

Veamos estos dos aspectos que hicieron llorar al apóstol. El primero es: «Entrarán en medio de
vosotros lobos rapaces». Los que entran. «¡Oh gálatas insensatos! ¿Quién os fascinó para no
obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre
vosotros como crucificado?» (Gál. 3:1). Aquí hay un llanto en el corazón del apóstol: Alguien vino, y
fascinó a los hermanos, y los alejó de la legítima devoción del Señor Jesucristo. Alguien los sacó
de la gracia, de la fe, del Espíritu; los hizo volver a la carne, a las cosas externas.

Somos testigos de esta desgracia. Algunos, prometiendo libertad, han llevado a nuestros hermanos
a esclavizarse una vez más, y en estos días, con lágrimas, hemos recibido a algunos amados
hermanos que vienen huyendo de siervos que se enseñorearon de ellos.

Cristo formado en nosotros

«Tienen celo por vosotros, pero no para bien, sino que quieren apartaros de nosotros para que
vosotros tengáis celo por ellos... Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta
que Cristo sea formado en vosotros» (Gál. 4:17, 19). Hermanos, las lágrimas en el servicio de
Pablo eran porque Cristo aún no había sido formado; por tanto, la carne aún estaba viva, alguien
había entrado a fascinar, a confundir a los hermanos con emociones pasajeras. Pero él llora de
nuevo, llora hasta que Cristo sea formado en el corazón de los hermanos. Estas son las lágrimas
que tendremos que volver a llorar.

«Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando,
que son enemigos de la cruz de Cristo...» (Flp. 3:18). Aquí ya no son personas que entraron desde
afuera, sino que se levantaron de adentro. Este es el segundo motivo por el cual Pablo derramaba
sus lágrimas en Mileto.

¿Quiénes son los enemigos de la cruz de Cristo? No son mundanos, son hermanos. Estos
hermanos son los que siempre causan divisiones y tensiones; son los que resisten la autoridad, y
muchas veces ellos mismos son autoritarios. Al oírles hablar, el Espíritu Santo nos da testimonio de
su falta de quebranto. Se ve «al hombre», palpamos un ego muy grande, la vida de Cristo está aun
encerrada, sin expresión. ¿Entendemos esto?

Hermanos, cuando la división quiere amenazar la iglesia, entonces se sabrá quién es quién en la
casa de Dios, entonces se sabrá quién es amigo de la cruz de Cristo y quienes están del lado
equivocado; quiénes son los que han avanzado algo en la restauración del testimonio del Señor.
Aun hay lágrimas que llorar, el Señor nos socorra porque la carne todavía está presente.

Las lágrimas de Pedro

Hay otro llanto que debemos tener muy en cuenta: «Entonces Pedro se acordó de las palabras de
Jesús, que le había dicho: Antes que cante el gallo, me negarás tres veces. Y saliendo fuera, lloró
amargamente» (Mateo 26:75).

¿Por qué llora aquí Pedro? ¿No tenía él la revelación del Cristo? ¿No era él ya un hijo de Dios? No
está llorando por lo que nosotros normalmente llamamos pecado. Él había dicho unos instantes
antes: «Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré». Tenía un sentimiento de
superioridad sobre sus hermanos, tenía un altísimo concepto de sí mismo, y cuando se ve
confrontado a la prueba, fracasa estrepitosamente.

Los principales problemas que nosotros tenemos para avanzar en la restauración del testimonio del
Señor, no son las debilidades morales. Porque, cuando alguien comete un pecado, por vergonzoso
que sea, se humillará reconociéndolo. Pero el mayor problema que tenemos es el alto concepto
que nos queda de nosotros mismos, es la firmeza en la carne, lo que consideramos «bueno» de
nosotros mismos: «Yo no te negaré», dijo Pedro, contradiciendo a su Señor.

Luego, el Señor Jesús guarda silencio, sabiendo lo que espera a su vaso escogido. Nada hizo para
evitar que Pedro le negara. Él pudo haber ordenado a Juan, a Mateo o a los otros: «¡Cuiden a
Pedro, que no entre en el patio de Anás, porque allí me negará, impídanselo, llévenlo a Betania,
escóndanlo en casa de Marta y María!». No, el Señor le dejó fracasar.

En aquella hora, Pedro supo quién era él realmente. ¡Qué vergüenza, qué dolor más grande!
Recién llegó a conocerse a sí mismo. Allí sufrió la derrota de sus mejores atributos humanos: su
arrojo, su valentía, su alto concepto de sí mismo, su sentimiento de superioridad sobre sus
hermanos. Sin embargo, estas lágrimas fueron las que marcaron su verdadera restauración.

Me temo que a muchos de nosotros el Señor no nos va a librar de estas vergüenzas, hasta que
nos demos cuenta lo peligrosos que somos en nosotros mismos. Porque un siervo que pierda la
confianza en su carne, se volverá manso, dúctil en las manos del Señor.

Cuán difícil es tratar con un hermano duro de carácter; con un hombre firme en sus posiciones,
contestatario, argumentador, resuelto, lleno de juicios. Cree, mejor dicho, presume, que sus ideas,
sugerencias y opiniones, son las mejores, y lucha por hacerlas prevalecer. ¿Cómo tratamos con
él? Cuando un hombre no ha llorado amargamente, exhibe su propia firmeza, muy seguro de sí
mismo. ¿Cómo lo tratamos? No queda otra alternativa que el Señor trate con él. El Señor tiene que
derribarnos.
No son los problemas morales los que retrasan la obra de la restauración o la unidad de la iglesia.
Son las posiciones firmes del hombre, las fortalezas de la carne, la justicia propia. Ese es el mayor
problema para la restauración. Pero, como Dios se ha propuesto que nosotros resplandezcamos
como luminares, él ha fijado sobre ti y sobre mí sus ojos (Sal. 32:8-9), y lo que se ha propuesto, lo
llevará a cabo.

Yo no sé qué medios usará Dios contigo o conmigo. He sufrido algunas de estas cosas, no sé
cuántas me faltará sufrir todavía. Pero es una crisis necesaria, hermanos. Si Dios va a ganar algo
con nosotros, tiene que tratar con esas durezas, con esas posiciones rígidas, con esa falta de
renovación en el entendimiento, con ese deseo de hacer las cosas siempre de la misma manera.
Eso es religiosidad vana, a fin de cuentas. El Señor tiene que romper todo eso.

Tendrá que llevarnos al punto en que nos conozcamos vergonzosamente y lloremos nuestra
miseria. Ese llanto amargo será el comienzo de una verdadera restauración. Después de aquella
saludable crisis, lloraremos amargamente, y nos pondremos al lado de Dios, contra nuestra carne.
Esto es un síntoma de madurez en los hijos de Dios.

Después de experimentar estos dolores, algo de aquella arrogancia natural, algo de aquella
repulsiva autosuficiencia, irá muriendo. Que el Señor permita que caigamos de rodillas, porque
cuando esto va muriendo, entonces se comienza a ver algo de la dulzura de Cristo, algo de la
gracia, de lo apacible del carácter de Cristo. ¡Bendito sea el nombre del Señor!

Lágrimas en Apocalipsis

«Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él
morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará
Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni
dolor; porque las primeras cosas pasaron...» (Ap. 21:3). Después viene la descripción de la
gloriosa ciudad celestial, la desposada, la esposa del Cordero. ¿Quiénes estarán allí? Los que
lloraron.

Oh hermanos: Jeremías, Daniel y Esdras lloraron por el pecado del antiguo pueblo del Señor. Y no
estuvieron solos – muchos se acercaron para llorar delante del Señor. Y cuando se echaban los
cimientos, se lloró.

Y cuando Pablo sirvió al Señor, lo hizo con lágrimas, a causa de los enemigos de la cruz de Cristo.
Muchos tenían la doctrina de la cruz, pero no la realidad, y provocaban divisiones y tensiones en el
pueblo, y Pablo lloraba por eso, y con lágrimas les amonestaba.

El Señor necesita hombres quebrantados de corazón. Aquellos que nunca lloran (no hablamos de
una mera emoción), son incapaces de edificar la casa de Dios, de conducir a los santos a la
ansiada madurez. Si no son tratados por el Señor pueden llegar incluso a maltratar a las ovejas.
Dios trabajará con hombres quebrantados.

El fruto apacible

¿Cómo era Pedro antes de haber llorado amargamente? ¿Cómo le vemos después, en
Pentecostés? Parecen dos hombres distintos. ¡Qué bien le hizo a Pedro ese llanto amargo! Le
marcó el rumbo de lo que tenía que ser el verdadero servicio en el Espíritu.

¡El Señor nos hará un favor si nos derriba! El Señor me hará el favor más grande si quebranta la
dureza de mi alma, que aprisiona la vida de Cristo.
El camino de la restauración es un camino con lágrimas. Si queremos presentarnos ante el Señor
con gavillas, no esperemos sólo reuniones con mucha algarabía y danza. Pablo dice: «Cumplo en
mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo que es la iglesia». Hay aflicciones,
porque todavía hay mucha carne presente. El Señor derribe esto. El día que el Señor te deje en
silencio, el día que te quebrante, te hará un gran favor.

***

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