Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Esto no es una carta de suicidio. Por infortunio no existirá bala tras el punto final, ni soga, ni
pastas… No habrá cuerpo caído, inconsciente… no habrá corazón silente ni pulso quieto.
Por infortunio, reitero, no lo habrá. Esto de suicida sólo tiene el título… y la intención.
Quisiera convencerme que mi corazón ha dejado de latir hace tiempo, que esta carta ya ha
sido escrita antes por mi mano y que esa misma mano -con pasión ferviente- sí logró
accionar. Quisiera convencerme que hoy ya no existo, no respiro, no funciono como ente
presente del sistema. Quisiera convencerme de mi absoluta muerte… de mi olvido… y mi
auto-olvido.
Levanto la mirada inquieta y comienzo a buscar razones para quedarme, para habitar…
Levanto la mirada y me choco de frente con una respiración. Hay un hombre a mi lado: le
miro, le siento con mi olfato, le siento con mi oído… A él también le late el corazón en la
garganta. Es un hombre desconocido… Como todo es desconocido para mí. Pero qué
extraño… encuentro en él una razón para habitar… Hoy (en este justo instante) es él quien
impide que esta carta no accione su propósito…
Pero…
¿Y mañana?
¿Y pasado?
¿Y el instante venidero después del adiós?
¿Quién o qué impedirá el pragmatismo del deseo?
REPITO:
¿Quién o qué impedirá el pragmatismo del deseo?
Y de nuevo, en mi cabeza y en mi cuerpo escucho -ahora a viva voz-: «LIGEIA». Y aún sin
entender si Ligeia es un qué o un quién, reacciono: quizás Ligeia sea quién ha impedido la
carta real… Qué miedo: sentirse habitado por lo dual, por el ansia de morir tan equitativo
como el ansia de vivir. Sentirse habitado por el qué o el quién que es Angie y por el qué o el
quién que es Ligeia.
Pausa.
Vuelvo y releo lo que escribí. Absurdo, me digo. Me río. Absurda eres, me digo. Me río… de
la voz de mis dedos no puede salir más sensatez porque no hay mayor sensatez en mí. En
definitiva no la hay. Imagino la acción de cómo sería terminar realmente una vez la última
palabra se haya escrito… cómo sería… cómo sería… y en esas palabras descubro que ese
acto imaginativo es lo más cercano a lo que estaré de un suicidio real.
Respiro.
Cierro mis ojos fuerte.
Acabo de suicidarme.
Una vez más…
Una vez más y no será la última.
Lo sé.