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El poder de la sociedad civil

organizada

Introducción al Estudio de las Ciencias


Sociales y Económicas
Soriano Rojas Juan Carlos

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Rosa María Domínguez Tzoni


Da la impresión de que cuando se habla de Slavoj Žižek es necesario hacerlo desde
un calificativo. Por eso es difícil, aunque necesario a nuestro juicio, abstraerse de
todo ese ruido que rodea a Žižek antes de iniciar la lectura de uno de sus textos. Tal
es el caso de La nueva lucha de clases. Los refugiados y el terror, publicado por
Anagrama en abril de 2016. En efecto, pocos problemas son más actuales y
candentes que el del terrorismo islamista y el de los refugiados, uno y otro, además,
estrechamente relacionados. La nueva lucha de clases. Los refugiados y el terror.
Slavoj Žižek Editorial Anagrama, Barcelona, 2016, 137 pp. El culpable, por acción u
omisión, del auge de los fanatismos islamistas y populistas de corte neofascista es
el liberalismo de izquierdas, que ha construido toda una serie de relatos que nos
impiden individuar el problema correctamente y, en consecuencia, actuar
eficazmente. Ese análisis , se aplica a la situación geopolítica actual, y a su
repercusión en la crisis de los refugiados, donde el terror islamista juega un papel
fundamental. Aunque conviene resaltar que, aunque es cierto que la mayoría de
refugiados afganos, sirios e iraquíes huyen de una guerra provocada por los
terroristas islamistas, no es menos cierto que la mayoría de esos conflictos han sido
tolerados, apoyados o fomentados por las fuerzas occidentales que ahora se rasgan
las vestiduras por las barbaries de esos radicales. Esa es la clave y es donde el
filósofo esloveno centra su argumentación y donde nos muestra su versión de la
teoría de la lucha de clases hodierna. Efectivamente, el capital global dicta sus
normas internacionalmente, y para luchar contra ellas hay que buscar el
enfrentamiento de clase. Lo cierto es que, teniendo en cuenta que nadie por el
hecho de ser refugiado tiene unos valores morales y políticos determinados, no
podemos incluir a todos los refugiados dentro de la clase trabajadora. Si realmente
buscamos una transformación radical de la sociedad, sostiene Žižek, debemos
identificar a nuestros aliados y a nuestros adversarios . En ese sentido, la tarea de
la izquierda consiste en amalgamar la clase transformadora independientemente de
su país de procedencia . Como el mismo Marx sentenció en el Manifiesto comunista,
"el proletariado no tiene patria", lo que, aplicado a esta crisis de refugiados, equivale
a sumar adhesiones dentro de nuestra clase, sin tener en cuenta el origen de cada
individuo. Somos individuos que pertenecen a una clase social concreta, y ésta
determina nuestra educación, posibilidades de prosperar, nuestros hábitos más
cotidianos, nuestros intereses, etc. Por eso mismo, según las tesis del esloveno, un
burgués es alguien esencialmente distinto a un trabajador. Esa es la justificación de
la lucha de clases, y el principal motivo para superar el multiculturalismo y su
sentimentalismo. Siguiendo las tesis de Žižek, en resumen, la justificación para
ayudar al prójimo no responde al hecho de ser todos humanos y la empatía que se
nos exige para con nuestros congéneres, sino a que es nuestro deber en tanto que
"personas decentes" .

Entendido así, el ser o no decente viene dado, o al menos así lo hemos entendido
nosotros del texto, por acometer esa praxis ética que se deriva de la postura política
de la lucha de clases, esto es, actuar ética y políticamente con el objetivo de
transformar radicalmente la sociedad. Ahora bien, el camino hacia la revolución que
propone Žižek no es un camino de rosas. La principal arma del capital para debilitar
a sus contrincantes es la de arrebatar al proletariado la conciencia de pertenencia a
la clase trabajadora. El uso de la ideología y de la cultura que realiza el imperio para
"convencer" a los desfavorecidos es el mayor peligro con el que se enfrenta la
causa obrera.

Ante este problema, Žižek nos lanza la pregunta leninista de "¿qué hacer?", y no
duda en reproponer la receta de la lucha por la educación de las clases sometidas,
mostrándoles que los enemigos no son ni los refugiados ni los seguidores del islam
en general. Lo que conviene subrayar, para no caer en los triunfalismos del
marxismo-leninismo de antaño, según el cual la historia acabará dando la razón a la
causa proletaria , es que todo el camino está por hacer, solo cabe la opción de
organizarse a todos los niveles, luchar, debatir y convencer. Esta actitud, en
definitiva, es la actitud de la filosofía, de toda filosofía, y creemos que representa
mejor que cualquier adjetivo ad hominem el modo de pensar y de actuar de Slavoj
Žižek. Por eso creemos interesante la lectura de La nueva lucha de clases. Los
refugiados y el terror, porque nos ayuda a captar nuestro presente desde el
pensamiento, abriéndonos perspectivas interesantes sobre temas de máxima
actualidad y, además, nos permite acercarnos al autor sin ser presa de los tópicos.
El otro sufre la voluntad del yo como algo que le resulta ajeno. Lo que atestigua el
hecho de que se forje una voluntad adversa que se enfrente al soberano es justo la
debilidad de su poder. El poder tampoco consiste en la «neutralización de la
voluntad» . La neutralización de la voluntad consiste en que, en vista de que en el
lado del súbdito existe un declive de poder, ni siquiera se llega al forjamiento de una
voluntad propia, pues el súbdito tiene que amoldarse de todas formas a la voluntad
del soberano. El soberano lo dirige cuando debe elegir las posibilidades de su
acción. Pero también hay formas de poder que van más allá de esta «neutralización
de la voluntad». Es un signo de poder superior cuando el súbdito «quiere»
expresamente, por sí mismo, lo que quiere el soberano, cuando el súbdito obedece
a la voluntad del soberano «como si fuera la suya propia» , o incluso la «anticipa».
Al fin y al cabo, eso que el súbdito haría de «todos modos», puede sublimarlo
convirtiéndolo en contenido de la voluntad del soberano, realizándolo con un «sí»
enfático a este. Así es como, en el medio del poder, el mismo contenido de la acción
obtiene una forma distinta gracias a que el súbdito afirma el hacer del soberano o lo
asimila como si fuera su hacer propio. Lo decisivo es «cómo se motiva» una acción .

El futuro del otro

El poder como coerción consiste en imponer decisiones propias «contra» la voluntad


del otro. En lugar de proceder contra una determinada acción de otro, el poder
influye o trabaja sobre el entorno de la acción o sobre los preliminares de la acción
del otro, de modo que el otro se decide voluntariamente, también sin sanciones
negativas , a favor de lo que se corresponde con la voluntad del yo. Sin hacer
ningún ejercicio de poder, el soberano toma sitio en el alma del otro.

Constelaciones políticas

Por ejemplo, si el yo requiere la colaboración de otro, entonces surge una


dependencia del yo respecto del otro. El yo ya no puede formular ni imponer sus
exigencias sin tener en consideración al otro, pues el otro dispone de la posibilidad
de reaccionar a la coerción del yo, por ejemplo, renunciando a su colaboración, lo
cual pondría al yo en una situación difícil. Cuanto más poder tenga un soberano,
tanto más requerirá, por ejemplo, del consejo y de la colaboración de los
subordinados. Podrá mandar mucho, pero, a causa de la creciente complejidad, el
poder fáctico se transmitirá a sus consejeros, que le dirán qué es lo que debe
mandar. Las múltiples dependencias del soberano pasan a ser fuentes de poder
para los subordinados, que conducen a una «dispersión» estructural «del poder».

«Los muy débiles pueden conmutar su impotencia en poder usando las


normas culturales»

Persiste con fuerza la opinión de que el poder excluye la libertad. Quien quiera
obtener un poder absoluto no tendrá que hacer uso de la violencia, sino de la
libertad del otro. Ese poder absoluto se habrá alcanzado en el momento en que la
libertad y el sometimiento coincidan del todo . Pero el poder que opera a través de
órdenes y el poder que se basa en la libertad y la obviedad no son dos modelos
opuestos. Genera una continuidad del sí mismo. Capacita al soberano «a regresar a
sí mismo» en el otro. Esta continuidad se puede alcanzar tanto con la coerción
como con el uso de la libertad. Por el contrario, una continuidad del sí mismo
mantenida mediante la coerción es frágil a causa de la deficiente intermediación. Si
la intermediación se reduce a cero, entonces el poder se trueca en violencia. La
pura violencia desplaza al otro a una pasividad y a una falta de libertad extremas.
No se produce ninguna continuidad «interior» entre el yo y el otro. La violencia y la
libertad son los dos extremos de una escala del poder. Una creciente intensidad de
la intermediación genera más libertad, o más «sentimiento» de libertad. Así pues, es
la estructura interna de la intermediación lo que determina la «forma de
manifestación» del poder.

Un miserable trozo de carne

El poder es un fenómeno de la continuidad. Le proporciona al soberano un amplio


«espacio para sí mismo». El cuerpo del soberano, que en cierta manera llenaba el
mundo entero, queda reducido a un miserable trozo de carne. Como medio de
comunicación, el poder se encarga de que la comunicación «fluya» sin interrupción
en una dirección determinada. Al súbdito se lo lleva a aceptar la decisión del
soberano, es decir, esa elección de una acción que hace el soberano. El poder
maneja o guía la comunicación en una dirección determinada , suprimiendo la
posible discrepancia que hay entre el soberano y el súbdito a la hora de seleccionar
la acción.

«Quien quiera un poder absoluto no ha de usar la violencia, sino la libertad del


otro»

Siendo un medio de comunicación, opera más bien de forma constructiva. Luhmann


define el poder como un «catalizador». También en este sentido el poder opera
«productivamente».

Entre el júbilo y la coerción

El «sí» del súbdito no tiene por qué ser jovial, pero tampoco tiene por qué ser
necesariamente un efecto de la coerción. La positividad o productividad del poder
como «oportunidad» se extiende a la amplia «zona intermedia entre el júbilo y la
coerción» . La impresión de que el poder es destructivo o inhibidor surge de que
solo en esa constelación de la coerción, donde la intermediación es escasa, la
atención se dirige expresamente a un poder que resulta agobiante . Por el contrario,
ahí donde el poder no se presenta como coerción, apenas o muy poco se percibe
como tal.

«El rey no tiene únicamente un cuerpo natural que es mortal, sino un cuerpo
político y teológico»

Luego comenta que el concepto de «poder» es sociológicamente «amorfo». Por


supuesto, desde el punto de vista sociológico, el poder no es «amorfo» . Esta
impresión surge solo de una forma de percepción restringida. En función de esta
complejidad y de este carácter indirecto se explica la impresión de que el poder
resulta «amorfo». El poder no se opone a la libertad . Es la libertad la que distingue
el poder de la violencia o de la coerción. También Luhmann acopla el poder con esa
«relación social» «en la que "ambas partes podrían actuar de forma distinta"». Por
consiguiente, en el caso de acciones realizadas bajo coerción no se configura
ningún poder. Incluso la obediencia presupone una libertad, pues sigue siendo una
elección. Hay más actividad y libertad en la obediencia que en el sufrimiento pasivo
de la violencia . La obediencia siempre surge en el trasfondo activo de una
alternativa. El soberano tiene que ser libre para poder «escoger» e imponer un
determinado comportamiento. Al menos tiene que actuar dentro de la «ficción» de
que «su» decisión es de hecho su elección, es decir, dentro de la ficción de que es
«libre».
Referencias:
1. Byung Chul Han. (2017). Sobre el Poder. Herder. España.

2. Slavoj Zizek. (2016) La nueva lucha de clases. Anagrama. Barcelona.

3. Franco Corzo, Julio. (2013). Diseño de políticas públicas. IEXE Editorial.


México.

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