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Introducción
La promesa del museo peruano es quizá el más antiguo de los ofrecimientos que nos
ha hecho el Estado republicano: desde 18241 existe como proyecto, y sin embargo
no logra aún realizarse plenamente. ¿A qué se debe que el Perú haya sido tan reacio
a la idea moderna del museo, mientras en otros países latinoamericanos ha
encontrado gran acogida? La historia de nuestros museos, es cierto, está ligada
fatalmente a los vaivenes de la política, a las decisiones del caudillo de turno. Pero
también está amarrada al destino de una burguesía criolla que, al no poder emular a
los museos europeos, no se interesó por crearlos aquí con los objetos de la cultura
nativa. Algo más significativo: tampoco se sintió identificada con ella.
¿Para qué, para quién, entonces, debemos construir museos? ¿Cómo debemos
hacerlos para que respondan al reto de la nueva sociedad? Hasta ahora la discusión
se ha planteado de manera unilateral en torno a un solo proyecto, el del nuevo
Museo Nacional de Antropología y Arqueología, sin percibir las necesidades
estructurales del sistema de museos del Perú. Esta falta de perspectiva ha limitado la
visión a aspectos secundarios, postergándose así aspectos fundamentales como el
programa de inventario, catalogación y conservación del patrimonio nacional; la
creación de museos regionales y de frontera; la formación de personal idóneo. No
ha habido, pues, un programa integral de museos para el Perú.
La idea de un museo central ha hecho pensar, por otro lado, que sin el edificio no
puede existir la museología, restringiendo los alcances de esta ciencia, cada día más
desarrollada y versátil, a la práctica intramuros de una museografía preciosista.
Nuestra realidad, sin embargo, exige una actitud muy distinta: pasar del museo
depósito al museo en todas partes, en los colegios, en las plazas y hasta en los
centros comerciales. Romper de ese modo con la noción del museo cerrado y
pensar, como alternativa, en llevar el museo a un público más popular y amplio que
lo necesita para recuperar su imagen cultural.
1
Corrijo la errata de la edición de 1986: El Decreto Supremo de su creación data del 2 de abril de 1822,
pero según Tello y Mejía Xesspe, todavía en 1926 se habla de “establecer el museo proyectado en el año
de 1822”. “Se ignora dónde comenzó a formarse el Museo Nacional bajo la dirección de Rivero”-dice
Tello- “Debió instalarse en una de las oficinas del Ministerio de Gobierno y de Relaciones Exteriores,
cerca de la Capilla de la Inquisición, porque administrativamente dependía de la Prefectura”. Julio
C.Tello y Toribio Mejía Xesspe, Historia de los museos nacionales del Perú, 1822-1946, Arqueológicas
10, Lima, 1967.
Con el fin de precisar esta y otras propuestas he reunido en este volumen cuatro
trabajos y varios artículos periodísticos que tienen el museo como tema común.
Responden a la necesidad, cada vez más sentida, de un método que ordene nuestras
búsquedas – a veces tanteos – para realizar planteamientos coherentes y factibles
que hagan del museo peruano una institución viva y productora de cultura.
“La museografía como método” – originalmente una parte del trabajo antes citado –
responde también a la necesidad concreta de realizar toda exposición de acuerdo a
un método que asegure su desarrollo científico, apartándola del proverbial
esteticismo en que se ha convertido la museografía entre nosotros. Se ha tenido
presente el aporte de la teoría de la comunicación y de la semiología, como
disciplinas que contribuyen a dar sentido a los objetos culturales dentro del museo.
Este trabajo también ha sido revisado para la presente edición e incluye algunos
párrafos nuevos sobre las tipologías del museo.
“La quimera del museo peruano” reúne artículos publicados a raíz del controvertido
intento de crear un gran Museo Nacional de Antropología y Arqueología en Lima.
Fueron respuestas reales y precisas que los responsables no quisieron entender, en
medio del ciego tanteo que practicaban como método: el proyecto se había realizado
sin el concurso de un museólogo y evidenciaba, aun con las últimas enmiendas, un
sobredimensionamiento de áreas que implicaba un gasto exagerado para nuestro
país. Lo hemos dicho y lo repetimos en esta oportunidad: queremos un museo para
Lima, pero también museos provinciales que den lugar a la descentralización
cultural. Después de la polémica y en vista del rotundo fracaso del Patronato Pro
Museo,siento que los hechos han terminado de darme la razón, amargamente: no lo
tomo como una victoria sino como un golpe bajo a la cultura del país.
“Pobres y tristes museos del Perú” es el título con que la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos publicó, en 1983, la primera encuesta realizada en el país
sobre estas instituciones culturales. Ahora ofrecemos sólo el texto central,
prescindiendo de los cuadros y gráficos, así como de la nómina de los museos
encuestados. Fue un trabajo llevado adelante con nuestro propio esfuerzo, sin
recursos para extenderlo a todos los museos peruanos. Esas son sus limitaciones.
Pero – números más, números menos – la realidad está ahí expuesta, a veces
dolorosamente.
A raíz de esta encuesta tuve la oportunidad de conocer muchos museos del Perú,
ver de cerca los problemas más candentes, conocer a sus directores y el personal a
su cargo. Admiro la dedicación e iniciativa de algunos de ellos – y les rindo aquí mi
más caluroso homenaje – pero hay que admitir, en honor a la verdad, que muchas
autoridades son improvisadas y existe poco personal especializado. Por esta razón se
hace cada vez más imperiosa la creación de un programa de post-grado en
museología que provea de especialistas a nuestros museos.
Los trabajos aquí presentados fueron discutidos con amigos generosos y pacientes
que aportaron en su momento valiosas ideas. Mi agradecimiento se compromete
particularmente con Hugo Salazar del Alcázar, Wiley Ludeña, Gustavo Buntinx y
Reynaldo Ledgard. También con Luis Eduardo Wuffarden, cuyo aporte ha sido
invalorable, Herman Schwarz y Wilfredo Loayza.
Por su propia naturaleza antológica éste es un libro todavía imperfecto. Aspira, sin
embargo, a estimular la discusión sobre los temas propuestos, con la esperanza de
que otros hablen cuando él se haya terminado de leer.
Hace años3 definimos genéricamente cultura como “la respuesta del hombre a las
solicitaciones del medio, en vista a lograr una mejor condición para su vida material
y espiritual, en determinado modo de producción”. Nos interesaba entonces
destacar su carácter de respuesta, de incidencia del hombre sobre la naturaleza, es
decir, de acción y participación antes que de contemplación solitaria. Nos
entusiasmaba la idea de que no hay cultura contra la vida: la cultura tiene que ver
con el desarrollo material del hombre, su buena alimentación, salubridad y vivienda,
sin las que no se puede siquiera pensar en un desarrollo espiritual. Pero esta
caracterización de la cultura abarcaba diferentes momentos de la formación social y
tendía a confundirlos. ¿Todo era cultura, entonces?
Es en este sentido que algunos antropólogos han preferido separar los valores,
creencias e ideas, por un lado, de la tecnología y la economía, por el otro, reviviendo
implícitamente la clásica diferenciación de Spengler “cultura/civilización”.
En los últimos trabajos de Néstor García Canclini se ve un esfuerzo por superar esta
antinomia volviendo al esquema de interrelación entre estructura y superestructura.
No se identifica la cultura con lo ideal, ni se separa a este último campo de lo
económico. Para el autor cultura es “la producción de fenómenos que contribuyen,
2
Néstor García Canclini, Las culturas populares en el capitalismo, México, Nueva Imagen, 1982, p. 25.
3
Alfonso Castrillón Vizcarra, Diseño museológico como propuesta, Bogotá, Centro de Conservación,
Restauración y Museología de Santa Clara, 24 de septiembre de 1980 (mimeo). Reproducido en Varios,
Museología y patrimonio cultural: críticas y perspectivas, Lima, PNUD/UNESCO, 1980.
mediante la presentación o reelaboración simbólica de las estructuras materiales, a
comprender, reproducir o transformar el sistema social, es decir todas las prácticas e
instituciones dedicadas a la administración, renovación y reestructuración del
sentido”4. Definición que suscribimos a condición de agregar que la producción o
reelaboración simbólica depende de los intereses de clase y del poder, así como de la
orientación ideológica de los aparatos culturales.
Aparatos culturales
Teniendo en cuenta estos intereses se comprende cómo la cultura deja de ser algo
neutral para orientarse en un determinado sentido. García Canclini5 hace ver con
gran claridad que el poder económico no se sustenta sólo en el poder represivo;
entre los dos, amortiguando la fricción, disimulando las contradicciones, está el
poder cultural. Este se ejerce desde las instituciones que de alguna manera orientan y
manejan ideológicamente el sentido: el sistema educativo (Ministerio de Educación,
escuelas, universidades); el sistema de comunicación (radio, prensa escrita y
televisión); instituciones culturales, galerías y – por supuesto – museos.
4
García Canclini, op. cit., p. 41.
5
Ibidem, véase especialmente “Cultura, reproducción social del poder”, p. 48 y ss.
Los objetos culturales que se exhiben en el museo son – ya lo dijimos en otro lugar6
– objetos de otras épocas que tienen una carga histórica considerable y forman parte
de una cadena de relaciones que les impide estar aislados.
Museología y museografía
Iker Larrauri la define como “La ciencia de los museos. Estudia la historia de los
museos, su papel en la sociedad, los problemas específicos de conservación,
educación, relaciones con el medio físico y clasificación de diferentes tipos de
museos”7.
Una tercera definición, de Luigi Salerno8 dice que “La museología se ocupa de todos
los problemas del museo y su finalidad es estudiar, conservar, relacionar y volver
accesible al presente los testimonios de la civilización”.
[GRÁFICO 1]
6
Castrillón Vizcarra, op. cit.
7
Iker Larrauri, Professional Training of Museum Personnel in the World. Actual State of the Problem,
1972. cit. en Felipe Lacouture, Hacia una museología latinoamericana, Bogotá, 1979 (mimeo), p. 1.
8
Luigi Salerno, “Musei e collezioni” en Enciclopedia Universal dell’Arte, Venecia/Roma, 1963, Vol. IX.
social determinado. Así se comprende cómo las definiciones anteriores nos
presentan una ciencia vacía, mostrándonos sólo los continentes y no los contenidos.
c. Dentro de ese espacio el material cultural sigue, por una serie de instancias, su
camino hacia el receptor público. Esos pasos, son las funciones que cumple el
museo respecto al material que posee con un personal su disposición y de acuerdo a
cierto esquema organizativo. Las funciones no son pues el contenido de la ciencia
museológica; ellas ayudan a completar el sentido de la información cultural, pero de
ningún modo la suplantan.
d. El destinatario del legado cultural es sin duda el público, pero éste debe sentirse
de alguna manera llamado a replantear las propuestas que el museo le ofrece. Estas
modificaciones que sufre nuestra cultura en manos del público no deben
atemorizarnos, porque significan que ella es capaz de incitar el acto creativo.
Sin pretender que sea definitiva, podemos entonces adelantar la siguiente definición:
La museología es la ciencia que se ocupa de dar sentido a los objetos culturales en el
ambiente llamado museo o fuera de él, por medio del diseño, desarrollando ciertas
funciones (catalogación y archivo, conservación, exhibición y extensión cultural) y
de acuerdo a ciertos métodos y técnicas denominados museografía.
Las relaciones del hombre con su medio natural transformado (diseño) abarcan un
amplio sector, desde la acepción territorial hasta los objetos de uso cotidiano. El
diseño, pues, responde a una amplia gama de necesidades de la sociedad, por lo que
podría denominarse diseño ambiental a la amplia respuesta que aquél brinda9.
9
Por diseño ambiental entendemos aquel que abarca al diseño ecológico, regional, urbano, arquitectónico,
de interiores, industrial y gráfico.
El diseño museológico forma parte de esta concepción total que abarca desde la
definición del marco ambiental hasta las propuestas culturales que se procesan al
interior de éste. Es una categoría que participa, por su carácter interdisciplinario, de
los aportes de los distintos tipos de diseño especializado. Precisando: El diseño
museológico tiene como fin conceptuar, crear y modificar los ambientes que
posibiliten la captación del sentido, así como el desarrollo de la experiencia cultural.
Es un método científico que va de las ideas generales y abstractas hacia las
particulares y concretas; procediendo para ello de las instancias del análisis y el
diagnóstico hacia el proyecto, entendido como síntesis y optimización de la realidad.
[GRÁFICO 2]
Por otro lado, no se puede proyectar un museo sin haber estudiado y comprendido
las funciones que se desempeñan dentro. El equipo interdisciplinario tiene que vivir la
experiencia del trabajo en oficinas, laboratorios, depósitos y salas para proyectar
adecuadamente los ambientes. El museo no sólo es para el público, visitante
eventual, sino para sus trabajadores: en este sentido se deben tener en cuenta
además de sus necesidades físico-biológicas, también las psicológicas.
C. Por fin, el diagnóstico significa una evaluación crítica del análisis que antecede,
donde sale a la luz el “mal” que padece la institución museo en nuestro medio y que
hay que combatir haciendo una nueva propuesta. Se entiende que la finalidad del
método del diseño museológico no consiste en individualizar sólo los defectos o
males, sino en seleccionar positivamente las propuestas que mejor se adapten a las
funciones del museo en una síntesis estructural o proyecto.
10
Alfonso Castrillón Vizcarra, Primera encuesta de museos peruanos, Lima, Instituto de Investigaciones
Humanísticas, U. N. M. S. M., mayo de 1983. Mónica Aparicio, Diagnóstico de los museos del Perú,
Lima, PNUD/ UNESCO, s.f. [1984].
Una vez que el diagnóstico ha permitido ubicar los problemas, y por lo tanto
vislumbrar las posibles soluciones, el equipo está en condiciones de realizar su
propuesta teórica señalando: a. cómo debe ser el museo (tipo, funciones, política, etc.) y
b. cómo debe ser el edificio (tipología abierta, cerrada, versátil, etc.). De acuerdo a
las opciones que resulten, también se estará en grado de presentar la propuesta
operativa, en la que se comienza a determinar los tipos de espacios necesarios según
los requerimientos ambientales y de equipamiento de cada actividad. Se puede
confeccionar una ficha E. V. M. (Espacio vital mínimo) que ayudará notablemente a
conocer las necesidades y el movimiento del personal que trabaja en el edificio, salas
y depósitos. Con esta ficha se pasa a calcular las superficies por actividad, que a su
vez permiten la elaboración de los esquemas de correlación de los espacios o
zonificación.
F. Práctica y uso: el museo terminado entra en una fase de revisión y estudio, ya que
como edificio no es eterno y los usos y funciones varían de generación en
generación12.
11
Claude Pecquet, “La programación al servicio del conservador, del promotor y del realizador”, en
Varios, op. cit., p. 33.
12
El diseño museológico, tal como lo hemos presentado desde 1979, es pues un método que articula
ideas, funciones y espacios como selección y síntesis de una realidad determinada. Requiere de una larga
práctica. No es tan simple como ha querido presentárselo en alguna oportunidad (Diseño museológico,
Lima, Instituto Riva-Agüero, julio de 1982, 2 p., multicopia) haciendo uso más del atractivo título que del
contenido de un método que con seguridad no alcanzó a comprenderse.
II. La Museografía como método
En el capítulo anterior hice la propuesta de recurrir al diseño como método para
concebir una articulación entre funciones y espacios en un nuevo museo. Nos
referimos al diseño de una manera genérica como el método de selección de
alternativas frente a los problemas propuestos por la realidad. El diseño actuaba a
un nivel general, luego de un estudio de la realidad socioeconómica y cultural del
país realizado para evitar improvisaciones o proyectos mal conceptuados. Para eso
lo llamábamos diseño museológico.
Museo y ciencia
Se sabe por las definiciones en uso que el museo es una institución científica, por lo
tanto debe hacer ciencia en sus laboratorios, debe tender a la verdad por
aproximaciones parciales y ofrecer sus resultados al público que lo visita. El
conocimiento científico que se desarrolla en el museo es el exigido a toda ciencia
fáctica, es decir, “conocimiento racional, sistemático, exacto, verificable y por
consiguiente falible. (…) La verificación es incompleta y temporaria”, lo que no
impide el carácter científico de la historia, la arqueología o la historia del arte que se
practican en el museo13.
Los conceptos anteriores han sido utilizados por Jean Clair para explicar el poder de
connotación que emana de los objetos culturales y la forma cómo se los utiliza. Para
romper con las mistificaciones, para evitar los paradigmas y la explicación histórico-
lineal, Clair echa mano a otro concepto: La intertextualidad como disolvente de los
15
Allan Wallach y Carol Duncan, “Ritual and Ideology at the Museum”, en Marxism and Art, N° 2, Los
Angeles, 1978. Traducido al español en U-tópicos, N° 2/3, Lima, enero 1983, p. 10-11.
16
Jean Clair, “Erostrate ou le musée en question”, en Revue d’Esthétique, Nº 3/4, París, 1974. André
Malraux, Le museé imaginaire, París, Galimard, 1965.
17
Jean Clair, op. cit., p. 192.
códigos en uso que devuelve la obra a la libre circulación del deseo 18. Este museo
intertextual, “el museo eclaté, que escapa a todo lugar definido y a todo tiempo
asignado” es la culminación de un proceso cultural que tiene validez en Europa y
sobre todo en Francia, pero que no es practicable en nuestros países
latinoamericanos. Para nosotros intertextualidad significa otra cosa, quizá
diametralmente opuesta: significa devolver a los objetos sus significaciones
originales, lograr un mínimo de condiciones históricas para que el objeto pueda
“leerse” desde diferentes puntos de vista, es decir, considerar al objeto como
susceptible de varias explicaciones o “textos”, que tengan en cuenta los aspectos de
la producción, distribución y consumo, y dentro de éstos, los aspectos de la
tecnología, clases sociales, religión y estética. Por ejemplo: un manto Paracas puede
explicarse desde el punto de vista de la tecnología, de quiénes trabajan y para
quiénes, es decir, las fuerzas de trabajo y las relaciones de producción; también es
indispensable una aproximación desde el punto de vista de la religión y del arte, sin
las cuales el mundo del hombre Paracas quedaría sólo parcialmente analizado. Así
entendida, la intertextualidad permite una explicación abierta que el público visitante
utilizará para sacar sus conclusiones.
[GRÁFICO 3]
Exposición y comunicación
Siguiendo a McLuhan, el medio exposición sería caliente, como el cine, ya que el público
“está bien abastecido de datos”19 y por lo tanto participa menos; es decir, su actitud
en el momento de la recepción es pasiva, aunque luego comience a procesar la
información. El medio frío, según McLuhan, es el que, como el teléfono,
“proporciona una cantidad mezquina de información”. Ahora bien, el mensaje
científico, debido a su especificidad, tiene que ser transmitido completo, explicado, y
en este sentido deja poco margen a la participación del receptor: es un medio caliente.
Esto no excluye que, para exponer ciertos temas, se utilice un medio frío donde se
ofrezca poca información al espectador, con el fin de que durante la visita vaya
completándola por deducción, asociación o investigación del momento.
18
Ibídem, p. 204.
19
Mashall McLuhan, La comprensión de los medios como las extensiones del hombre, México, Diana,
1969, p. 46.
Definir la exposición como medio caliente no supone calificarla de pasiva, estática y
anti-imaginativa. La exposición suministra información a varios niveles, además del
intelectual: el espacio-temporal, el sensorial y el de los signos, que veremos más
adelante.
El aporte de la semiología
Pero los textos escritos no son los únicos medios de que nos valemos para
transmitir mensajes dentro del museo. Sabemos que existen otras maneras de
comunicación o lenguajes codificados, por ejemplo señales, colores, imágenes, etc.
Formas de significar que analiza la semiología, definida por Ferdinand de Saussure
como “la ciencia que estudia la vida de los signos en el seno de la sociedad” 20.
20
Ferdinand de Saussure, Cours de linguistique général, París, Payot, 1916. Umberto Eco, Tratado de
semiótica general, Barcelona, Lumen, 19, p. 43.
21
Nikolaus Pevsner, Historia de las tipologías arquitectónicas, Barcelona, Gustavo Gili, 1979, p. 136.
por M. Simonetti y después por G. Camporesi. Otros proyectos posteriores, como
la Gliptoteca de Munich (1815 – 1830) de Leo von Klenze o el Museo Británico
(1823 – 1847) de Sir Robert Smirke, utilizan el lenguaje clásico magnificado e
imponen una escala grandiosa que será reproducida en Europa y América. Esta
tipología se aviene perfectamente al contenido primigenio que tuvo el museo, como
Museión, o templo de las musas. Desde entonces ha impuesto su prestigio de lugar
sagrado que infunde respeto a quien entra. A esto hay que agregar las impresiones
que el visitante recibe en el interior, provocadas por la altura de los elementos
internos, la sensación de vastedad espacial y el ritmo pausado de las columnas, así
como el sentido de sereno equilibrio del conjunto.
Con la llegada del racionalismo arquitectónico (Loos, Gropius, Mies van der Rohe)
se comienza a adoptar una tipología sin referentes, cuya significación sería la
voluntad de no significar, es decir, un marco neutral para musealizar objetos
culturales. Los ejemplos más notorios son el Museo Municipal de La Haya de
Berlage (1927 – 1935), y el Museo Boysman en Rótterdam, de Van der Steur (1936).
Sin embargo, a partir de 1902, “la mayoría de los museos europeos renuncian a
mostrar sus objetos de arte como en una feria”24. Se comienzan a crear pequeñas
salas donde se exhiben, no los trofeos de la cultura universal, sino las glorias
nacionales y sus geniales creadores: la sala de “Las Meninas” en el Prado, la de “Los
regentes” en Haarlem, o la de “La ronda nocturna” en Ámsterdam. A la tipología de
la pequeña sala se llega, creo yo, por el reciente formalismo patente en los
difundidos trabajos teóricos como Fiedler o Wölfflin25, al igual que por el tipo de
desarrollo que va adquiriendo la historia del arte en su metodología de análisis y en
sus criterios de selección.
El hall, vestíbulo o recibo, por ser el primer espacio con que se relaciona el visitante,
tiene una importancia sobresaliente desde el punto de vista de la significación. El
vestíbulo es la boca del museo y en algunos, de tipología tradicional, se pone
especial énfasis en hacerlo grande e imponente, quizá por un remanente mítico
ancestral: subir grandes escaleras, cruzar enormes pórticos, podría significar – para
decirlo a la manera e Bachelard26 – convertirse en “majestad”, en los reyes infantiles
que quisimos ser o quizá en los escogidos de un apartado paraíso. En cambio el
vestíbulo del Pompidou no es una sola boca sino muchas bocas que fagocitan a los
visitantes: una vez más la cultura de masas quiebra el mito de la individualidad
majestuosa. La organización del espacio en sí es una propuesta significante: gracias a
los referentes que el público tiene y que toma de la cultura que participa, es capaz de
comprenderlo (a veces “adivinarlo”) y vivirlo familiarmente.
Y si pasamos al campo de la exposición, nos damos cuenta que es el más apto para
una explicación semiológica: sistema de los objetos (colocación y ordenamiento: más
arriba, más abajo, más lejos, al mismo nivel, separados o agrupados); sistema signo-
visual (color, textura, iluminación: luz difusa, luz dirigida); sistema de elementos
museográficos (vitrinas, pedestales, paneles, dioramas); sistema espacio-temporal (relaciones
entre el espacio y los muebles, entre los muebles y los objetos, entre los muebles, los
objetos y el público). La semiología del museo está por desarrollarse, pero el indicar
los temas, aunque en forma escueta, es ya un programa de investigación que puede
llevarse a cabo en el futuro.
23
Ibídem, p. 138.
24
Luc Benoist, Musées et muséologie, París, Presses Universitaires de France, 1960.
25
Fernando Checa Cremades et al., Guía para el estudio de la Historia del Arte, Madrid, Cátedra, 1982
(segunda edición), p. 34 – 35.
26
Gastón Bachelard, El aire y los sueños, México. F.C.E., 1958.
III. El método de la exposición
Tradicionalmente se ha tomado al método de la exposición, o museografía, como
una técnica ancilar de la museología, pero en realidad es más que eso: es diseño, es
decir, un método por el cual se explican científicamente los objetos culturales a la
vez que se buscan las formas más aptas para mostrarlos al público. Ante la curiosa
persistencia (señorial) de exhibiciones estetizantes en nuestro medio, es necesario
comprender que el museo se debe a un público masivo frente al cual tiene una
responsabilidad como institución cultural. La recontextualización del objeto, su
inclusión en la corriente histórica, se impone a la tarea museográfica. Pero, ¿de qué
manera dar forma a una exposición, teniendo en cuenta lo dicho anteriormente?
Veamos cómo se desarrolla el método teniendo en cuenta el gráfico N° 4:
[GRÁFICO 4]
4. Diagnóstico operativo: Indica con qué medios realizar la propuesta teórica y los
objetos que pueden intervenir en la exposición. Por ejemplo: para hacer evidente
ciertos textos se necesitan paneles o para ilustrar una idea, un determinado objeto
un diorama o una fotografía. En este momento debe realizarse la primera selección
del material para saber con qué objetos se puede contar.
27
Resulta instructivo citar aquí al Superintendente de los Bienes Culturales de Nápoles, Nicola Spinosa,
quien hizo las siguientes declaraciones en relación a los objetivos de la muestra “Civiltá del 600”
inaugurada en el Museo Capodimonte en octubre de 1984: “Lo que quisiéramos es restaurar la unión
entre Nápoles y sus habitantes. Se produjo una fractura. La población no piensa en su ciudad como un
lugar donde pueda alegrarse, por el contrario, ha comenzado a odiar su pasado y aquello que lo
representa: sus monumentos. Mientras que los napolitanos no se reconozcan en su historia, no habrá
porvenir para Nápoles. Hay que provocar a la ciudad”. Le Monde, París, 9 de diciembre de 1984, p. VIII.
5. Costos: Por el diagnóstico operativo tenemos una idea aproximada de los costos de
la exposición. En nuestro país, donde existe una marcada tendencia a la
improvisación, presentar costos antes de realizar la muestra debería dar a los
promotores la seguridad de un trabajo serio y científico a través del guión.
a. Encabezamiento, o lugar que se llena con los datos del museo, el nombre de
la exposición que se prepara, el número de la secuencia y la fecha. Las
secuencias, como en el cine, son unidades de sentido, imprescindibles para la
comprensión del conjunto; son unidades de significación.
b. Guión propiamente dicho que consta de cuatro columnas, como puede verse
en el Gráfico N° 5. En la primera columna, dedicada al tema, se anotan
además ordenadamente los sub-temas y los textos que informarán al público
sobre lo que está viendo. En la segunda columna los objetos, que pueden ser
arqueológicos o de arte, o medios de ilustración o explicación, como mapas,
fotografías, dibujos o dioramas. En la tercera columna viene consignado el
modo de exhibición, es decir los datos técnicos de cómo van expuestos los
objetos: en paneles, vitrinas o pedestales. Si se quiere se puede dar algunas
indicaciones sucintas de las características de estos elementos para que el
museógrafo pueda darse una idea de cómo diseñarlos. Y por último en la
cuarta columna, la más pequeña, puede ir el código de los objetos que permita
ubicarlos con facilidad en los depósitos y dejar constancia de su
desplazamiento.
[GRÁFICO 5]
9. Pero como en un museo la participación del público debe ser activa y de acuerdo
a sus necesidades culturales, el proyecto tendrá que ser sometido con el tiempo a
una revisión crítica, a un estudio de práctica y uso para ver si responde a las
expectativas del medio o necesita reconsiderarse. Nada más saludable para una
institución como el museo que someterse continuamente a este tipo de análisis para
estar atenta a las necesidades de los usuarios.
Hay quienes todavía piensan que la museología es cuestión de “buen gusto”. Otros
le niegan incluso su condición de ciencia social. Para evitar tales extremos, que
llevan sin duda a un ejercicio improvisado de la museología, es necesario practicar
un método. Sólo un uso adecuado del diseño museológico hará posible proyectar
museos y exposiciones de acuerdo a nuestra realidad cultural y socioeconómica.
La palabra museo viene del griego museion, nombre dado al templo dedicado a las
musas. Esta palabra no ha perdido, ni siquiera en nuestra época iconoclasta, su
significación de recinto sagrado donde se rinde culto al arte. El museo tampoco ha
podido sacarse de encima las significaciones de riqueza, abundancia, “tesoro”, que le
vienen de su antigua historia, ya que en una primera época fue depósito de los
botines de guerra. En este sentido la “historia negra” de los museos comienza con la
conquista de Grecia: baste recordar los saqueos de Siracusa (212 a.C.) o de Corinto
(146 a.C.).
28
Publicado en El Diario Marka, suplemento El Caballo Rojo, Lima, 7 de septiembre de 1980, p. 10.
Templo, tesoro y otra significación más, la del lugar privilegiado de la “cultura”. Los
visitantes que logran entrar al museo, venciendo el peso de estas significaciones,
están en una situación d desventaja frente a la institución, en relación de menos a
más frente al prestigio abrumador de la cultura.
Pero sería un error pensar que esta crisis sólo afecta las funciones exteriores del
museo: que el público no visita sus salas porque están mal montadas y oscuras,
porque no hay restauradores, ni archivistas o porque no se ofrecen visitas guiadas.
La preocupación predominante de América Latina ha sido la de querer salvar el
museo en términos administrativos, sin percibir que el mal es más profundo y ha
tocado directamente a la institución cultural en sí, al modo cómo se maneja y dirige
la cultura. Y el museo como “manipulador” de la cultura es uno de los primeros
culpables.
El museo moderno nace en Francia en los inciertos días del Terror, en 1792, con la
gestión del pintor J. L. David que abre las puertas del Louvre para todos los
ciudadanos. Desde 1815 el museo ha sido el instrumento de una ideología liberal
burguesa caracterizada, entre otras cosas, por la exaltación del individualismo y la
libertad como lema de todo proceso creativo. Atravesada, además, por la
pretensiosas creencia de ser única y excluyente. El museo es, pues, una creación
cultural de esta ideología liberal, templo y panacea de la creación individual frente a
la naturaleza conquistada. En este templo se reúnen los bienes que dentro de ese
“marco” (contextualidad) se bautizan como culturales. Todo lo que entra en el
museo es cultura, es paradigma y modelo que tener en cuenta: lo que no puede
entrar y se queda fuera no es cultura o no es arte. Dentro de este esquema se han
desarrollado los museos en Europa y en América dominada. El museo es así un
instrumento de la ideología dominante a través del cual se transmiten modos de
pensar determinados. Esto es algo que debe tenerse en cuenta cuando se discute en
los congresos sobre “el museo como centro de promoción de los valores
culturales”, sin indagar el sentido específico de lo que se está diciendo. Hasta el
momento han sido los valores de la clase en el poder los que se han impuesto,
relegando los de otros grupos que operan en la marginalidad.
El museo debe cumplir una función “intertextual”, es decir, debe permitir la más
variada lectura del objeto, desde el punto de vista social, político, económico,
religioso y estético. Como institución científica debe revelar los misterios de las
sociedades antiguas. Sin duda se trata de un trabajo lento, pero paulatinamente irán
accediendo a las vitrinas nuevos datos que den luz sobre nuestro pasado. Y ésta será
una manera eficaz de luchar contra las mistificaciones y la manipulación de la
cultura: investigando y haciendo ciencia en el museo.
Resulta entonces sintomático que, entre los países sudamericanos, el Perú se haya
distinguido por ser el más reacio a asumir y resolver la problemática de sus museos.
En vano se han realizado congresos, simposia y otras reuniones para difundir los
avances de la museología en otros países. Aquí no ha pasado nada: no existe una
Dirección de Museos, ni una Asociación de Museos del Perú, ni siquiera una
encuesta que dé una idea de la situación29.
Vivimos en un pasado tan remoto que no tenemos idea del tiempo, perdemos la
memoria con facilidad; vivimos tan despreocupados que nuestros museos son
centros donde, antes de generar cultura, se la mistifica, se la destruye, se la ignora.
Felizmente han surgido voces aisladas, brotes de iniciativa ante la clamorosa incuria
y ya se empieza a hablar de museos. Desde el año pasado funciona una Sociedad de
Museología que ha organizado cursillos para los amigos de ese gran abandonado que
es el museo en el Perú. La museología en nuestro medio va tomando cuerpo de
ciencia y nos alejamos paulatinamente de la improvisación. El diseño museológico
se ha planteado como una necesidad metodológica para la proyección tanto de
nuevos museos como de exposiciones.
Existe pues un clima propicio para iniciar acciones múltiples que cubran las diversas
necesidades del museo peruano. Una preocupación digna de tenerse en cuenta es la
que han demostrado los estudiantes de arquitectura de varias universidades de Lima,
al tomar como objeto de sus estudios y proyectos la institución museal. Se preparan
numerosas tesis en las que se aborda el tema con bastante seriedad.
Entre las voces levantadas últimamente se encuentra la del Dr. Francisco Stastny,
quien ha salido de su estado cauteloso para darnos una opinión sobre el problema
concreto del nuevo Museo Nacional de Antropología y Arqueología. Ha expresado
así su desacuerdo con la construcción de “edificios espectaculares” cuando hay
necesidad de ocuparse de otros aspectos más urgentes.
29
Al momento de publicarse este artículo no se había creado la actual Dirección de Museos, ni se habían
realizado encuestas en museos en el Perú.
30
Publicado en El Diario Marka, suplemento El Caballo Rojo, Nº 49, Lima, 19 de abril de 1981, p. 12.
Estamos de acuerdo, pero pienso que existen otras razones para invalidar el
proyecto, ya que la alternativa que propone el título de su artículo – “Museos:
edificios o colecciones” –, no alcanza un grado suficiente de contundencia. Stastny
tiene básicamente razón en su honesto llamado a formar colecciones que, como
todos sabemos, son la base de los museos; su celo se explica ante la depredación
irrestricta de que es objeto nuestro patrimonio. ¿Pero tiene sentido formar
colecciones, e incrementarlas para no saber dónde ponerlas? ¿Para tenerlas en
depósitos mal acondicionados, presa de insectos y de roedores? La experiencia nos
ha enseñado que desenterrando cientos de fardos funerarios Paracas, con laudables
fines científicos, se le hizo un daño a nuestro patrimonio. Cuando no se tienen
lugares apropiados y personal especializado es mejor dejar a los objetos culturales
enterrados esperando el momento propicio para exhumarlos. La difícil empresa de
formar colecciones debe surgir en el seno mismo del museo establecido, como lugar
apto para el estudio y la exposición de su acervo y con el personal idóneo para su
cuidado.
Pero además necesitamos museos provinciales que den al hombre del interior del
país la idea de sus raíces, que le presenten el proyecto de su futuro, que refleje en sus
muros y vitrinas el afanoso quehacer de sus vidas. Para favorecer su formación hay
que dejar de lado la inveterada costumbre que los arqueólogos tienen de hacer un
gran depósito cerrado en la capital, cuando el resto del país podría beneficiarse con
innumerables copias de especimenes, aparte de contribuir a aliviar el hacinamiento
de los depósitos limeños.
Un proyecto obsoleto
Espiritualmente ligado al populismo belaundista de hace quince años – y el deseo de
emular la tipología grandiosa del Museo Antropológico de México – el proyecto de
los arquitectos Alegre, Gianella y Sierra se impone en el concurso del año 68.
Duerme diez años y también envejece, hasta que se forma una comisión para
estudiar la factibilidad del proyecto. Esta comisión estuvo presidida por el Dr. Luis
Guillermo Lumbreras, quien informó al entonces encargado de la Dirección del
INC, Leslie Lee, el 17 de octubre de 1978, sobre las conclusiones a las que se había
llegado.
Primero, la ubicación del nuevo museo era inadecuada por estar en lo que fue un
centro urbano prehispánico construido a base de adobes y barro. (Zona elegida:
esquina Riva-Agüero y Venezuela, Ciudad Universitaria). Desde el punto de vista de
la conservación acarrearía grandes problemas ya que en la zona – huacas de adobe
erosionado – abunda el polvo. Su cercanía al mar trae problemas adicionales de alta
humedad y salinidad.
Segundo, hay también varias observaciones que hacer desde el punto de vista de la
distribución de áreas para exposiciones: “En primer lugar – dice el informe del Dr.
Lumbreras – la escasez de accesos a zonas abiertas, puesto que hay muy pocos
vanos de salida al patio y larguísimos recorridos sin posibilidad de salir al aire libre”.
Luego agrega que existe un exceso de cambios de nivel con uso de escaleras que
dificultan la visita de personas adultas y limitados físicos.
Cuarto, se señala que el mayor problema es el relativo a los servicios internos del
museo. En el proyecto, el sótano ha sido concebido como áreas de depósito, pero
no se ha tenido en cuenta un lugar para los laboratorios. Así, el sótano tuvo que ser
adaptado a distintas funciones no previstas, que generan un contingente de
empleados que trabajarían bajo tierra (sesenta por ciento del total) y no tendrían sino
una sola puerta de acceso, estando algunas dependencias alejadas unos doscientos
metros de ese punto.
Estas fueron las objeciones del Dr. Lumbreras en la carta antes mencionada. 31
Podríamos añadir que el proyecto fue concebido, hace doce años, sin la
participación de un museólogo que hubiese elaborado con un equipo el programa
museológico. Este hecho se traduce en una desinformación total sobre técnicas de
31
Sabemos que varias de estas observaciones se tuvieron en cuenta para la “modernización” del proyecto,
donde el retaceo y el acomodo improvisado implicaron la inversión adicional de millones de dólares.
presentación, recorridos, almacenaje y otras funciones del museo moderno. Por
ejemplo: en el estudio de factibilidad se calculó que el público podía ver cada sala en
más o menos treinta minutos. El “circuito mínimo” se recorría pues en cuatro
horas, sin contar con las dieciséis salas adicionales en los niveles alto y bajo. Otro
problema está en que al haber dedicado mayor proporción a los espacios de
exhibición, se han descuidado las áreas de almacenamiento o depósito.
¿Ahora bien, qué se entiende por museología? Las definiciones oficiales que circulan
desde la década del 50 dicen que la museología se ocupa de la organización del
museo, del inventario y catalogación de los objetos, de la conservación y la
32
Publicado en El Observador, Lima, 19 de abril de 1982, con el título cambiado por el jefe de página.
exhibición de los mismos, así como de la difusión cultural. Pero las funciones antes
nombradas no son más que instancias que contribuyen a la mejor presentación de
los objetos y de ningún modo definen el contenido de esta ciencia. Las definiciones
en uso nos presentan pues una ciencia sin objeto. Mi planteamiento en cambio es el
siguiente: pienso que la museología es la ciencia que se ocupa de dar sentido a los
objetos culturales en correspondencia con el ambiente llamado museo o fuera de él,
por medio del diseño, desarrollando ciertas funciones (archivo y catalogación,
conservación, exhibición, etc.) y de acuerdo a ciertas técnicas denominadas
museografía.
Cuando digo que es “la ciencia que se ocupa de dar sentido a los objetos culturales”,
me refiero a que el museólogo, como científico social, tiene que resolver dos
problemas: 1. dar sentido (contextualizar), 2. en el ámbito arquitectónico (forma), es
decir guardar el delicado equilibrio entre la forma y el contenido.
Mi crítica, como es fácil notar, se refiere a lo que los arquitectos llaman “partido de
diseño”, es decir la opción de ciertos esquemas espaciales y de zonificación que
considero sobredimensionados y costosos. Este sobredimensionamiento de ciertas
áreas (mezzanine sobre todo) hace inadecuado el proyecto desde el punto de vista
museológico. Mi crítica es, en resumidas cuentas, a la arquitectura y no al contenido
que, a este nivel, no puede discutirse todavía: la decisión de hacer un Museo
Nacional (o transnacional) viene luego, de acuerdo a la política del usuario, en este
caso el director. Pero lo que viene antes es una prueba crítica a la que se somete el
proyecto para ver si arquitectónicamente es idóneo y esta prueba rebela que no lo es.
Se han efectuado correcciones, reducciones, parches y se ha procedido a cambiar el
33
“Por fin tenemos un proyecto”, en El Observador, Lima, 7 de abril de 1982, segunda sección, p. II.
Entrevista al Dr. Luis G. Lumbreras.
contenido de las salas del mezzanine creyendo quizá que con eso se soluciona un
problema que sigue siendo el de la opción del “partido de diseño”.
Por otro lado parece que se interpreta que quiero un museo “chico”; nada más
absurdo. El museo será del tamaño que revele el “programa” de sus necesidades. Si
es un museo centralizado, con las funciones previstas y con gran abundancia de
objetos, lógicamente que será, a ojo de buen cubero, un museo grande. Pero una
cosa es un museo grande y otra un museo dispendioso.
Tampoco comparto la opinión de los que piensan que hay que hacer un museo en
Lima para que el turista que va al Cuzco se quede siquiera un día con el fin de
visitarlo. El museo no se puede hacer pensando en el turismo, sino en cómo nos
sirve a nosotros y en la imagen que de nosotros da. Si luego los turistas vienen lo
harán por lo que somos y para eso no tenemos por qué deslumbrarlos con
extravagancias, ni darles por unos dólares lo que buscan ávidos como consumidores
hastiados en sus metrópolis, es decir el palacio de Las mil y una noches, colmado de
tesoros para sus sueños vacacionales.
Por último, no quisiera que se interprete esta crítica como crítica a las personas, cosa
muy común en nuestro medio, donde la divergencia de opiniones suele hacer
enemigos mortales. Tengo en gran estima a quienes apoyan el proyecto, pero
considero que su defensa es más coyuntural que científica. Resulta evidente, sin
embargo, el gran esfuerzo humano que están realizando para sacar adelante el
proyecto y ese esfuerzo merece todo mi respeto.
La tierra removida por enormes bulldozers cerca de la Huaca de los Tres Palos
(avenida Riva-Agüero) y la inauguración de la muestra “El nuevo Museo” en la
Galería Petroperú son indicios seguros de la voluntad de construir, “toda vez que se
cuente con los recursos económicos necesarios”, el tan controvertido Museo
Nacional de Antropología y Arqueología. Queda demostrado que en estos grandes
proyectos nacionales se mezclan los más encontrados sentimientos: buena voluntad,
amor por el patrimonio, pero también terquedad irreductible e intereses políticos y
económicos que irán saliendo con el correr del tiempo.
34
Publicado en La República, Lima, 27 de julio de 1983.
las imágenes desoladoras de un patrimonio que se pierde sin remedio y, algo más
trágico, que desaparece sin haberlo comprendido.
Es cierto que el Estado es el culpable directo por no haber aplicado a tiempo una
política de protección y promoción de los museos peruanos, por no haber estudiado
sus necesidades, ni haberlos dotado de buenos presupuestos. Pero, y esta última
visita me lo ha confirmado, no sólo faltan recursos sino personal idóneo para
dirigirlos, conservarlos y presentar el patrimonio que guardan. No se necesita mucho
dinero para conservar una colección de queros atacados por la humedad y los
hongos, sino conocer principios básicos de conservación. En la catedral del Cuzco
existe un cuadro famoso de Bernardo Bitti, La Virgen y el niño, iluminado con un
tubo fluorescente desde la parte inferior y muy cercano a la tela. La proximidad de la
fuente de luz provocará con el tiempo la decoloración gradual del pigmento por el
exceso de rayos ultravioletas. A pesar de nuestras recomendaciones hasta el
momento no se ha hecho nada por corregir este defecto que, como se comprenderá,
no necesita de un presupuesto especial sino de conocimiento e imaginación.
Por otro lado las exposiciones de pintura cuzqueña se prodigan por lo menos en tres
museos de la capital arqueológica y siguen siendo un conglomerado de
representaciones religiosas puestas sin ningún criterio cronológico, histórico-social y
cultural. En la abundancia de cuadros, en el esplendor de sus marcos y el carácter
devocional de sus representaciones se cela una explicación histórica del significado
de esos objetos y su función en la sociedad que los produjo.
Hace ya algunos meses los habitantes de Lima vimos atónitos en las pantallas de
televisión el desalojo más violento y encarnizado contra los moradores del cruce de
las avenidas Venezuela y Riva-Agüero, frente a la Universidad de San Marcos. Los
bulldozers en pocas horas dejaron el grupo de casas, algunas de material noble, como
restos miserables después de un bombardeo. A los desencajados e insomnes
moradores se les dio la tardía justificación de que esos terrenos eran una zona
arqueológica intangible. Exhaustos ante la impotencia dejaron el lugar, aunque con
la esperanza de ser escuchados algún día. Frente a una de las casas destruidas, en un
paño de concreto salvado a la barbarie, se podía leer: “Lo que el pueblo construye el
Gobierno destruye” y debajo, con feroz ironía, se había pintado una lampa
quebrada. Si la justificación que se esgrimía era la salvaguarda del patrimonio
arqueológico, todos los que presenciamos el desalojo por la televisión quedamos
sorprendidos ante el ridículo argumento, acostumbrados como estamos a ver cómo
han ido desapareciendo los restos arqueológicos en el Perú. Cómo una urbanizadora
acometió contra parte del Reducto de Surquillo, cómo se construyen viviendas
sobre las ruinas de Cerro Azul, cómo se han vendido impunemente terrenos en el
área arqueológica de Pachacámac y cómo, a dos cuadras del desalojo que nos ocupa,
frente a la Universidad Católica, con un extraño sentido de ironía, se ha cavado un
foso de burla para conmemorar los años de incuria y violación de las leyes de
protección del patrimonio nacional. Se trata de los trabajos preliminares a la
construcción del nuevo Museo Nacional e Antropología y Arqueología, realizados
en zona arqueológica, con evidencia de entierros, cerámica, acequias y otros restos
culturales de los hombres que habitaron Maringa.
Sin embargo – las noticias nos han dejado perplejos – como por falta de dinero cada
día se hace más difícil echar a andar la construcción, se ha pensado adaptar un local
diseñado para otros fines (el Ministerio de Pesquería) y reubicar allí las colecciones
del museo de Pueblo Libre.
Con los últimos cambios del gabinete ministerial también esta alternativa ha sido
puesta de lado, hecho habitual cada vez que el entusiasmo del gobierno se debilita
frente a dos carencias, aparentemente insalvables: la de recursos y sobre todo la de
un proyecto arquitectónico que se adecúe a nuestras reales necesidades, cosa que
hubiese facilitado la obtención de fondos. Pero en lugar de “cortar por lo sano”,
como se dice, se sigue desperdiciando dinero en una empresa que lo fagocita cada
vez con mayor avidez: la total modificación de los planos antiguos, así como el pago
de consultores, personal técnico y otros especialistas, ha encarecido los costos de un
proyecto que se torna así aún más irrealizable.
Pienso que para salir del estado de impasse en que se encuentra la iniciativa del nuevo
museo hay que tomar decisiones drásticas y asumirlas con valentía. Todas las
personas que han tenido que ver con el proyecto – tanto las del Patronato como sus
asesores y arqueólogos – están de acuerdo en que es obsoleto, antes de las
enmiendas y aún después de ellas. Así me lo han declarado innumerables veces, en
conversaciones privadas por cierto, pero a pesar de este unánime convencimiento
persisten en seguir adoptando y mejorando un proyecto que íntimamente deploran.
¿Por qué esta obstinación? Pienso que hay aquí un empecinamiento en la cúspide,
en el nivel más alto de las decisiones, es decir, la Presidencia de la República. Es el
arquitecto Belaunde el que quiere el museo a toda costa, éste y no otro, el
grandilocuente y pomposo como el estilo de su oratoria.
Es cierto que la drástica definición del ICOM poco tiene que ver con esa suerte
especial de institución que nosotros llamamos museo y que en realidad son
colecciones de objetos, gabinetes de amateurs del siglo pasado. Podría parecer que
lo imperativo de la definición proviene de una mentalidad europea intolerante hacia
otros patrones que no sean los suyos aun para medir una realidad ajena. Pero
comprendemos que el tono tajante quiere operar sobre las autoridades de los países
en desarrollo que no han puesto ninguna atención en las instituciones culturales. Y
esto es cierto, porque en la misma declaración de Neuchatel se dice: “En la mayoría
de los países en vía de desarrollo, no existen todavía estatutos de museos; los
museos son dirigidos, en algunos casos por disposiciones legislativas de
circunstancias, en otros casos por leyes heredadas de las colonias, más o menos
adaptadas a las necesidades del país”38.
36
Publicado en La Crónica, suplemento cultural. Lima, 31 de marzo de 1982, p. VI-VII.
37
Varios, Les problemes de musées dans les pays en vie de développemente rapide, Berne-París, ICOM-
UNESCO, 1964, p. 28. (La traducción es mía).
38
Ibidem, p. 29.
pequeños, mal iluminados, incómodos e inseguros, teniendo tan bellas casonas
donde los objetos culturales nos ofrecerían su mensaje generosamente.
Trujillo cuenta con cinco museos, de los cuales tres pertenecen a la Universidad
Nacional (Museo Arqueológico, Museo de Zoología y Museo de Botánica), uno al
INC (Museo de sitio del templo Arcoiris) y uno particular (Museo José Cassinelli).
Las industrias prósperas de la región, como los bancos, están llamadas a colaborar
con los museos. Ya se ha visto la gran labor que algunas de estas instituciones
comerciales han realizado a favor de la cultura nacional, pero hay que convencerlas
con hechos de que el museo merece y necesita urgentemente su preciosa ayuda.
En cuanto al pequeño museo de sitio del INC de Trujillo, podríamos decir que sufre
de los defectos de sus similares en todo el Perú (mantenimiento precario,
museografía inadecuada, carencia de cuadros técnicos, investigación discontinua,
etc.) debido a la falta de un presupuesto digno. Sin embargo hay muy buenos
profesionales que no han perdido el optimismo y esperan una oportunidad.
Como ve el lector, hay mucho que aprender, hay mucho que hacer por nuestra
cultura, pero hay que actuar rápida y enérgicamente antes de que desaparezca
irremediablemente.
Volver al Cuzco todos los años es ciertamente un privilegio, pero para los limeños
una medicina insustituible. Los largos y grises inviernos en la capital adormecen los
sentidos hasta el punto de facilitar una percepción anodina que se alimenta de
hábitos. Llegar al Cuzco es pues romper con estos hábitos perceptivos, es llegar a su
imprevisible panorama y sus colores violentos. Levantar la vista y ver grandes y
algodonosas nubes viajando lentamente a su destino; o más allá, la iglesi de tejas
rodeada de eucaliptos y olorosas retamas. Oh, my city, / he dejado los carros y la ansiedad
de los días; / tú me bautizas y me curas/ con tu lluvia caliente / y el airecillo que seca mis ojos en
la tarde.
Pero volver al Cuzco es sorprenderse cada año por el cambio violento que se opera
en la ciudad, es observar atónitos cómo se va haciendo cada vez más cosmopolita y
cómo el turismo la ha tomado por dentro. Oh, mi city, / una vez más mi confidente, entre
tejas y eucaliptos / y el rumor de otras lenguas / de tanto buscarte/ casi / no te encuentro.
El mal llamado museo de la iglesia de San Francisco no funciona como tal: no existe
información al público, ni vigilancia, no se ha inventariado el patrimonio, ni se
intenta restaurar lienzos y esculturas. Con el tiempo perderemos el patrimonio que
guarda esta iglesia, por acción de la incuria o por el contrabando internacional que
sabemos opera con gran eficacia.
El INC del Cuzco tiene a su cargo el Museo Histórico Regional del Almirante y el
Convento de Santa Catalina. El primero se terminó de adaptar gracias a un acuerdo
entre la UNESCO y el INC y el arreglo museográfico se debe a José de Mesa,
historiador del arte y arquitecto boliviano. El ordenamiento de los objetos se ha
hecho didácticamente, valiéndose de una sala de iniciación que informa al público
sobre el desarrollo y las características de la escuela cuzqueña de pintura. Pero la
intención didáctica se pierde en las salas sucesivas atiborradas de Vírgenes y Cristos
donde no se informa sobre el contexto social y el poder que tuvo la religión en el
virreinato, único medio de explicarle al público de hoy la abundancia de pintura
religiosa.
Queda, por último, el Museo de Arte Popular del Instituto Americano de Arte, que
sobrevive gracias al empeño y entusiasmo de sus socios. Este podría ser un pequeño
pero hermoso museo, donde se exhibiría lo mejor del arte popular, acervo riquísimo
en el Cuzco, relacionándolo con las tradiciones vivas de los pueblos. Pero la falta de
presupuesto y la ausencia de una museología adecuada, le dan el carácter de un
depósito desordenado.
La Universidad Nacional Mayor de San Marcos tiene a su cargo tres museos donde
se guardan colecciones de pintura, arte popular, arqueología e historia natural, todas
ellas de excepcional valor. Pero además de su valor intrínseco estas colecciones
contienen la promesa del quehacer científico. Sin embargo estos museos son los más
pobres y descuidados del Perú y sus colecciones están a punto de perderse por la
incuria, la falta de medios y especialistas. Todo lo cual aleja a nuestros museos
universitarios de sus objetivos como instituciones modernas. ¿Cuáles son esos
objetivo, cuál es el significado de un museo universitario y cuál es su futuro?
El museo universitario vendría a ser algo así como el editor de los descubrimientos
científicos, el que “objetualiza”, hace “visibles” las ideas científicas encontradas en
los laboratorios. Su papel es pues dinámico y da cuenta del desarrollo científico de la
universidad.
Con motivo de la primera encuesta sobre los museos peruanos que el autor de estas
líneas está realizando, se pudo constatar la situación de algunos museos
universitarios de provincias, cuya precariedad de medios y personal está poniendo
en peligro sus colecciones. Por tanto en Lima como en el interior los males son los
mismos y se debería aplicar el mismo remedio: un programa de activación de los
museos universitarios que haga posible mayores rentas y cualificada formación de
personal.
La primera encuesta de los museos peruanos dio cuenta de una realidad que todos
intuíamos: descuido de las autoridades, falta de presupuesto y ausencia de
especialistas. Pero la encuesta no puede ser sólo el listado de “carencias”, a veces
vergonzosas, sino la materia de la que tiene que surgir un proyecto general para los
museos peruanos. Un país como el nuestro, donde todo está por hacerse, necesita
de proyectos con qué imaginar el futuro; necesitamos cultivar entre nosotros una
suerte de “esperanza proyectual”, el anhelo indesmayable de crear soluciones para
una vida mejor.
Esfuerzos dispersos
No cabe duda de que desde hace seis años, más o menos, se ha despertado el interés
por la museología en nuestro país. Desde entonces se vienen dictando cursillos en
Cuzco y Lima con el fin de dar información a los conservadores sobre la materia
museográfica, pero hasta el momento no se ha enfrentado el problema de formar
museólogos. Los últimos cursos que se han ofrecido en Lima, si bien tienen el aval
profesional de los especialistas extranjeros que los dictaron, enfocan el problema
sólo parcialmente y desde fuera de nuestra realidad social e histórica. Solucionan
quizá el urgente problema de encontrar personal capacitado para el nuevo museo,
pero no tienen en cuenta las reales necesidades del Perú.
41
Publicado en La República, Lima, 2 de septiembre de 1983.
42
Según el Diagnóstico de los museos del Perú, publicado por la UNESCO en Lima y sin fecha, el
número de los museos peruanos asciende a 136.
preparar profesionales de alto nivel, que tengan la capacidad crítica necesaria ára
enfrentarse a los problemas de nuestro medio creativamente.
La Propuesta
El Método
Si pasamos revista a los títulos de las tesis, nos damos cuenta que los temas más
atractivos son los museos de arqueología y de arte, pero también los hay que se
refieren a la historia natural, a la historia agrícola y al museo de sitio.
En un país tan rico en vestigios arqueológicos monumentales como el Perú, con una
capital sembrada de huacas devastadas irresponsablemente, se hacía urgente un
planteamiento arquitectónico para devolverles su valor y convertirlas en ámbitos
vivos de cultura.
Hace unos meses se presentó en la Universidad Ricardo Palma una tesis sobre el
museo de sitio de la huaca Mateo Salado, cuyo autor, el joven arquitecto Wenceslao
Delgado, ofrece un original planteamiento que trataré de explicar sucintamente.
De todos los proyectos sobre museos que conozco, el de Delgado es el primero que
se ocupa únicamente de la arquitectura sin entrar al terreno de la museografía, es
43
Publicado en La República, Lima, 14 de mayo de 1985, p. 13.
decir al campo de la presentación de los objetos en un espacio aparente. La idea de
que el arquitecto también es un diseñador de ambientes ya quedó superada ante la
presencia de un nuevo profesional, el museógrafo que más que “poner en valor” los
objetos, les da sentido, los contextualiza, los pone en la corriente de la historia para
que el visitante logre una verdadera experiencia cultural.
Ante el fracaso del proyecto del nuevo Museo Nacional y el contrato infructuoso de
consultores extranjeros, es tiempo de dar oportunidad a nuestros jóvenes
profesionales, es tiempo de plantear un nuevo concurso para construir un museo de
acuerdo a nuestras reales necesidades y en el terreno de la actual sede de Pueblo
Libre.