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Capítulo 14

ESCONDIDO
Había una historia en Cosas alucinantes que sabía muy bien y que me vio venir a la
memoria mientras me escondía detrás del sofá, intentando ignorar lo desconocido que
llamaba a la puerta.
Es tu cumpleaños y vives en un pueblo remoto de la Almagría. Por lo tanto... ¿cómo recibes las
tarjetas de felicitación? ¡Pues a través de mi, por descontado! Un macaco rhesus que se llama
Mike cada día reparte el correo a los habitantes de Konapanthi: lleva las cartas y los paquetes en
una mochila de mijo hecha a medida que le permite correr por las montañas para garantizar que
el correo siempre llega puntual! ¿Qué me dijeron, de este cartero supermico-impresionante?!
Mientras recordaba la historia mentalmente, los trucos en la puerta no paraban;
definitivamente no era la madre. Era alguien que iba con una camioneta roja; lo había
clisado cuando había llegado corriendo por el jardín, y había conseguido entrar por la
puerta de la cocina antes de que me vieran. Quizás al fin y al cabo en Gary nos había
seguido y solo estaba esperando el momento adecuado para presentarse? Quizás había
venido en una camioneta roja para que no vieramos su coche? Quiso sentir el crujido de
pasos en la grava y hubo que esperar a que se marchara de nuevo el motor, pero en vez
de eso llamaron a la ventana. Muy fuerte.
Pam, pam, pam!
Fuera quien fuera, no se rendía.
Voy a cerrar los ojos muy fuerte y voy a pensar en mi mente del Himno, corriendo
entre montañas para asegurarse de que algún niño recibía a tiempo las tarjetas de
felicitación el día de su cumpleaños. La fotografía que aparecía en el libro era de un mico
con una gorra con la palabra «Carter» grabada por delante. La gente del Himno decía
«Carter»? ¿No deberían usar una palabra propia de su lengua? Cuanto más pensaba en él,
más sospechaba que la madre tenía razón desde buen principio. Quizás el libro era sólo
una chimplería.
Se sintieron más pasos y de repente recordó que la puerta de la cocina no estaba
cerrada con llave. Lo único que tenían que hacer era dar la vuelta a la casa y entrar. Voy
mirar hacia la cocina. Quizás podría arrastrarme por tierra hasta la puerta y cerrarla con
llave? Pero ahora los pasos estaban en la parte de delante y se sintió un gringo cuando
alguien remendó el buzón, y acto seguido un golpe seco. Después, otra vez:
Pam, pam, pam!
Ya volvían a llamar a la puerta con el puño.
¿Pssst! De quién nos escondemos?
Voy a hacer un bot. En Sam apareció a mi lado, también estaba sentado en el suelo y
se abrazaba las rodillas.

—Creo que podría ser en Gary. Me parece que nos ha encontrado —dijo.
Pam, pam, pam!
Voy a empezar a temblar.
—Estoy seguro de que no es él. ¿Cómo quieres que sepas dónde sueldo? No sabe ni
que la cabaña existe y tú mismo quiso comprobar que no os seguía nadie cuando vendíis.
Voy a asentir. Tenía razón, pero aun así me encogió cuando llamaron otra vez.
¿Sam, qué haremos, ahora? —voy preguntar—. Quizá vienen por detrás. No he
cerrado la puerta de la cocina con llave.
Entonces se sintió el gringo del buzón que se volvía a abrir y luego un ruido sordo
cuando se cerraba. Parecía que hubieran tirado algo.
—Sin decirlo, parece que se van —dijo en Sam—. Escucha.
Se sintieron más pasos y entonces el ruido de la puerta de la camioneta que se abría y
se cerraba de golpe. Se puso en marcha un motor y sintió cómo hacía marcha atrás poco a
poco por el camino de entrada y que luego aceleraba en dirección al camino de tierra. Voy a
cerrar los ojos muy fuerte, intentando no llover. Deseaba tanto que hubiera sido la madre...
¿Dónde se había metido? ¿Por qué no volvía a buscarme? Se me había acudido una razón,
una razón horrible y dolorosa, por la que no había vuelto, pero me la había sacado de la
cabeza.
—¡Vinga! —exclamó en Sam, levantándose de un bote.
¿Un momento, no nos tendríamos que esperar un minuto? —dijo—. Creo que nos
tendríamos que esperar un rato para asegurarnos de que quien sea se ha ido.
El chico de la resplendor amarilla rió.
—Au, vinga. No debo pensar de algo que es en Gary, oi? ¿Cómo quieres que os haya
encontrado? ¿Te piensas que puso un rastreador en vuestro coche, o qué?
Me voy a quedar quieto, cogiéndome las rodillas. Quizás sí lo había hecho. Quizás
sabía que la madre había alquilado ese coche y había escondido un rastreador en el
maletero sin que la madre lo sabiera. No nos había seguido, pero sabía dónde estábamos
gracias al dispositivo rastreador. Quizás había encontrado a la madre y por eso no había
vuelto, y ahora venía a buscarme a mí. Me voy a poner a llover.
—Ei, no ploris —dijo en Sam, con cara de amoínato—. Escucha, tú quedaste aquí y yo
voy a comprobar que no haya nadie por aquí fuera, de acuerdo?
Me hizo un sumidero y corrió hacia la puerta mientras yo me esperaba escondido
detrás del sofá. Me hizo el efecto que tardaba un siglo, pero al final:
—Nate! ¡Vine a ver esto!
El corazón me hizo un salto. Fuera lo que fuera, serían malas noticias, lo sabía. Me
voy levantar y voy hacia la puerta lentamente.
—¡Mira! —dijo en Sam, con un gran sumidero en la cara.
En la estera del suelo, junto a sus pies, había una pequeña tarjeta roja y blanca con
algo escrito. La voy coger y voy a leer:
Hemos dejado su paquete:
En la carbonera
Me voy a poner a risa. Al final no había sido en Gary el que llamaba. Debió ser un
mensajero. No había ningún dispositivo rastreador. En Gary no tenía ni idea de dónde era
yo. Puedo notar que el pánico me desaparecía del cuerpo. En Sam hacía saltirnos a mi lado.
¿Una carbonera? ¡Que guay! Debe ser fuera, eso. Vamos a ver qué es, Nate.
Me voy preguntar quién debía enviar un paquete a una cabaña deshabitada. Voy a
abrir la puerta y me voy salpicando hacia fuera mientras en Sam se esperaba, saltando como
si fuera un niño de tres años. En un costado de la casa, donde la madre había ido a buscar la
llave de la puerta, había una carbonera grande hecha de obra. Tenía un agujero en la parte
de delante y me ayudó para mirar a dentro. Estaba vacía, salvo un sobre marrón acolchado.
Lo cogió y volvió hacia dentro, cerrando la puerta con un golpe de hombro.
—¿Qué es? ¿Qué es? ¡Abrelo! —dijo en Sam, casi histérico de la emoción.
Voy a sentarse en la mesa del comedor y voy a mirar la parte de delante del sobre. Iba
dirigido al señor W. Blakelore.
—Debe ser en William. El jardinero que vivía aquí. ¿Quién debe ser que le envía eso?
Si se murió ya hace meses...
—¡Abrelo! —dijo en Sam.
Pudo palpar el paquete delgado y lo sacó, pero no hizo ningún ruido. No había ningún
remitente para devolverlo. Puso un dedo bajo el borde de la solapa y lo voy a empezar a
abrir, pero de repente voy a parar y voy girar el sobre para mirar al destinatario.
En Sam agitó las manos delante de mi cara.
¿Por qué has parado? ¡Va!
Voy a brandar la cabeza.
—No. No va a mi nombre, o sea que no me toca paso a mi abrirlo.
En Sam quedó completamente desconcertado.
—¿Qué?! Pero si no lo sabrá nadie. ¡Abrelo!
Voy a dejar el paquete encima de la mesa.
—En Gary siempre abría el correo de la madre. Un día la madre le dijo que era su
nombre el que aparecía en el sobre, y que sólo lo podía abrir ella. Fue muy valiente y le
plantó cara, aquella vez. La madre me dijo que me fuera a dormir, y yo me voy estirar en la
cama y voy a leer el libro de Cosas al·lucinantes mientras ellos se discutían abajo.
Voy a mirar en Sam.
—No va dirigido a mi, o sea que no penso abrirlo —dijo, y voy a dejar el sobre en la
mesa y me voy a ir hacia la cocina.

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