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En manos de otros.
Todos nos hemos enfrentado a tomar las decisiones que la vida nos plantea
de forma más o menos consciente.
Bert Hellinger, creador de las Constelaciones Familiares, decía que “es más
fácil seguir sufriendo que cambiar”, ya que hacernos responsables implica
cambiar aquello que no nos gusta, movernos de lugar, hacer algo al respecto,
es decir, dejar el confort - aunque la mayoría de las veces sea un confort
“incomodo”- resulta más seguro que empezar a salir del confort y arriesgarnos
a probar un camino diferente.
Libertad de elección.
El dolor en elegir
Tal vez, todos hemos podido experimentar ante algunas difíciles decisiones,
la sensación de pequeñez, la impotencia de no poder ver más adelante en el
camino y saber qué sería lo correcto, lo adecuado. A veces, una decisión
tomada puede llevar nuestra vida, o la de alguien más, por un rumbo
completamente diferente. A veces tenemos que tomar decisiones que hacen
una diferencia entre vivir o morir. Nadie quiere estar en ese lugar. Nadie
quiere tomar en sus manos ese tipo de responsabilidades que adquieren la
cualidad de “carga”.
Somos seres complejos, ni buen@s, ni mal@s, sino más bien una mezcla de
ambos. Asumir responsabilidad nos implica también estar dispuest@s a
revelarnos en la totalidad de nuestro ser y aún ahí, sentir y saber que somos
dignos de ser amad@s y amarnos y de desarrollar nuestra capacidad de ser
compasiv@s con nosotr@s mism@s y con l@s demás.
El placer en elegir.
Más adelante, elegir también puede despertar culpa o pesar por tener que
responder ante las consecuencias. Porque si algo es seguro en la vida es que
cada una de nuestras elecciones tiene consecuencias, algunas veces
agradables, otras desagradables o incluso una mezcla de las dos.
La vida trae consigo riesgo, cada paso que damos, cada elección que
hacemos, aún la elección de no elegir, es un riesgo que tomamos y, en la
medida que somos capaces de tomar responsabilidad, seremos capaces
también de arriesgarnos a cambiar, de arriesgarnos a vivir.