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Responsabilidad y cambio

En manos de otros.

Como niñas y niños, hemos tenido la experiencia, en mayor o menor


medida, de haber sido alimentados, protegidos, acompañados, conducidos
y educados por los adultos que estaban a nuestro cargo, es decir, ellos se
hicieron “responsables” de nosotros -tomaron decisiones por nosotros y
respondieron por nosotros-.

Si rompimos algo, o nos rompimos algo, ellos pagaron la factura, es decir,


asumieron el costo. Esto, básicamente, significa ser niñ@: que un adulto
asuma la responsabilidad por nosotros y depender de él/ella para satisfacer
nuestras necesidades. Mientras más pequeñ@s, más dependientes, menos
responsabilidades.

Es en la medida que crecemos, que aprendemos a asumir poco a poco más


responsabilidad sobre todo lo que nos afecta, hasta que un día si queremos
comprar algo buscamos un trabajo para conseguir dinero, si queremos ir a
algún lado conducimos nuestro propio auto o nos encargamos de encontrar
la manera de llegar, escogemos de qué personas queremos rodearnos,
dónde vivir y a qué dedicar nuestro tiempo. Y para muchos este viaje de tomar
responsabilidades incluye asumir el cargo de cuidar un hijo a partir de su
propia condición indefensa de bebé.

Todos nos hemos enfrentado a tomar las decisiones que la vida nos plantea
de forma más o menos consciente.

Sin embargo, vivimos en un mundo complejo. Los seres humanos hemos


evolucionado para vivir en un entorno relativamente simple y la complejidad
de nuestra sociedad representa un gran reto. Tan sólo la binaria de nuestra
vida familiar y nuestro trabajo, por ejemplo, requieren una variedad inmensa
de habilidades para desarrollarse con éxito.

No es de sorprenderse entonces que esta complejidad de nuestro mundo y


de nuestras relaciones tiende a crear en las personas la sensación de
impotencia, de que los problemas a los que se enfrenta en el día a día son
demasiado grandes para ellos.

Como mecanismo para sobrellevar la carga de asumir nuestra


responsabilidad y tomar decisiones propias huimos de la libertad, negamos
nuestra propia libertad, poniendo excusas y culpando a otras personas por
nuestros problemas.
Sin embargo, la responsabilidad es el punto de partida indispensable para el
crecimiento, la madurez emocional y la liberación de patrones inconscientes.
Es imposible hacernos cargo de nuestra vida sin responsabilizarnos de
nuestros propios pensamientos, emociones, deseos, actos, impulsos,
neurosis, etc... Podemos entender entonces la responsabilidad como
generadora de consciencia, autonomía y verdadera libertad.

Bert Hellinger, creador de las Constelaciones Familiares, decía que “es más
fácil seguir sufriendo que cambiar”, ya que hacernos responsables implica
cambiar aquello que no nos gusta, movernos de lugar, hacer algo al respecto,
es decir, dejar el confort - aunque la mayoría de las veces sea un confort
“incomodo”- resulta más seguro que empezar a salir del confort y arriesgarnos
a probar un camino diferente.

Uno de los mecanismos que nos permiten conservar nuestro confort y


librarnos de la responsabilidad es, por tanto, culpar a los demás por lo que
está mal en nuestra vida y asumir el rol de víctima o, culparnos a nosotr@s
mism@s y, desde la culpa, castigarnos. Y muchas veces el castigo consiste
en resignarnos a seguir “en el lugar de siempre”.

En cambio, cuando asumimos nuestros actos, vemos sus consecuencias, nos


hacemos cargo de los errores, pasamos a una actitud activa de aprendizaje.
Es en este gesto de madurez y apertura que, la energía de culpar se
transforma en la energía de sostener y sostenerse.

Libertad de elección.

Victor Frankl, el creador de la Logoterapia dice: “Si no está en tus manos


cambiar la situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la
ACTITUD con la que afrontes ese sufrimiento”, y esta frase venida de un
hombre que experimentó el horror de los campos de concentración nazis, es
una frase llena de sentido. Su experiencia le llevó a desarrollar la certeza de
que podrían quitarle todo y que aún en esa circunstancia conservaba su
libertad para decidir cómo vivir las privaciones a las que fue sometido.

Y así es, la responsabilidad tiene un prerrequisito o antecedente fundamental.


La libertad de elección.
Esta libertad se refiere a que somos responsables de lo que elegimos porque
podríamos haber elegido otra cosa. Podemos decir entonces que nuestra
vida está constituida por aquello que elegimos y también por lo que dejamos
fuera cuando elegimos.

Sin duda que elegir, especialmente en ciertas circunstancias, puede ser un


ejercicio que, si bien entraña responsabilidad, también puede contener dolor,
de tal manera que preferiríamos evitar tomarlas o que alguien más lo hiciera
por nosotros.

En estos casos, es común ver a las personas buscando diferentes opiniones,


consejos, información, algo que les oriente y les ayude a decidir. En cierta
forma, necesitamos aligerar el peso que decidir conlleva.

El dolor en elegir

Tal vez, todos hemos podido experimentar ante algunas difíciles decisiones,
la sensación de pequeñez, la impotencia de no poder ver más adelante en el
camino y saber qué sería lo correcto, lo adecuado. A veces, una decisión
tomada puede llevar nuestra vida, o la de alguien más, por un rumbo
completamente diferente. A veces tenemos que tomar decisiones que hacen
una diferencia entre vivir o morir. Nadie quiere estar en ese lugar. Nadie
quiere tomar en sus manos ese tipo de responsabilidades que adquieren la
cualidad de “carga”.

Si, la responsabilidad “pesa”, y es un peso para el que deberíamos,


idealmente, irnos entrenando poco a poco en la vida. Sin embargo muchas
veces llegamos a la edad adulta sin poder apenas hacernos cargo de
nosotros mismos. Los estudios actuales sobre el desarrollo infantil nos dicen
que aprendemos a tratarnos bien y a cuidarnos cuando hemos sido bien
cuidados, cuando nos han tratado a nosotros y a nuestras necesidades con
respeto. Si nos abandonan, nos rechazan, nos exigen o nos niegan el afecto,
ese será nuestra trato hacia nosotr@s mism@s y, de esta manera, nos
quedamos inmaduros, incapaces de saber cómo cuidar de nosotros y
nuestras necesidades adecuadamente. Nos quedamos niñ@s cuidando o
lidiando con otr@s niñ@s. Eludiendo de mil maneras la responsabilidad por
nosotros, por nuestros actos, por nuestros sentimientos, por nuestras auto-
limitaciones, por nuestras decisiones.

Sorprendentemente, existe aquí una paradoja, y es que a la vez que


realizamos maniobras para evitar responsabilidades, también suele ocurrir
que nos hacemos cargo de responsabilidades que no nos corresponden, así,
por ejemplo, negamos nuestras necesidades o evitamos pedir o reclamar lo
que nos corresponde para no incomodar a otro y, de esta manera, nos
hacemos cargo de “su” comodidad, evitamos ir a ciertos lugares o salir con
ciertas personas para que la pareja esté tranquila y nos hacemos
responsables de “su” tranquilidad. Llegamos de esta manera al punto de
creernos que la tranquilidad, el bienestar, la felicidad de familiares, amig@s,
colegas, instituciones y el mundo depende de nosotr@s. Y entramos así en
el “juego de la culpa”, un juego en el que nos involucramos e involucramos a
otr@s.

Por otro lado, el dolor de responsabilizarse surge también de reconocernos


imperfectos, de reconocer cuando nos hemos equivocado. Este
reconocimiento nos obliga a mirarnos, a mirar nuestras motivaciones más
profundas y muchas veces, nuestras mezquindades, o, más difícil aún,
permitir que alguien más las vea. Pasamos mucho tiempo tratando de crear
y proyectar imágenes de nosotr@s mism@s como “buen@s”, “cumplid@s”,
“responsables”, “aplicad@s”, “leales”, “solidari@s”, etc., que romper con esas
proyecciones nos amenaza, nos vulnera.

Somos seres complejos, ni buen@s, ni mal@s, sino más bien una mezcla de
ambos. Asumir responsabilidad nos implica también estar dispuest@s a
revelarnos en la totalidad de nuestro ser y aún ahí, sentir y saber que somos
dignos de ser amad@s y amarnos y de desarrollar nuestra capacidad de ser
compasiv@s con nosotr@s mism@s y con l@s demás.

El placer en elegir.

Sin embargo, responsabilidad no es obligación ni culpa, es responder por lo


que se hizo. Que otra persona lo haya indicado, sugerido e incluso ordenado
no elimina la propia libertad de elegir y decidir. Y a pesar del dolor y la
dificultad que acarrea, la libertad de elegir puede vivirse como algo agradable
y placentero. L@s niñ@s a partir de los 3 años, más o menos, pelean por
poder decidir e incluso antes de esa edad ya han estado haciendo elecciones.

El descubrimiento del bebé de que puede incidir en su mundo, de que es


capaz, a partir de lo que hace, de provocar una sonrisa, un abrazo, o la
atención de sus cuidadores, el gusto de movilizarse para alcanzar aquello
que ha llamado su interés o, entre otras cosas, aprender a decir “no”, le
supone reconocer su “poder”

Más adelante, elegir también puede despertar culpa o pesar por tener que
responder ante las consecuencias. Porque si algo es seguro en la vida es que
cada una de nuestras elecciones tiene consecuencias, algunas veces
agradables, otras desagradables o incluso una mezcla de las dos.

La responsabilidad no niega la influencia de ciertos factores o variables en


nuestro comportamiento, lo que subraya es la capacidad, a veces con
necesidad de un gran esfuerzo, de elegir a pesar de ellos.

El concepto de libertad de elección nos recuerda que nuestro margen de


libertad nunca es nulo. En situaciones de sufrimiento inevitable, como por
ejemplo la pérdida de un ser querido, un divorcio o una enfermedad terminal,
aunque no sea posible cambiar las circunstancias, si podemos elegir nuestra
actitud y afrontar el sufrimiento con dignidad y valentía.

El concepto de responsabilidad nos empuja a tomar las riendas de nuestra


vida a través de nuestras acciones y conductas, a asumirla por nuestras
decisiones y a no caer en el victimismo, quejándonos y echando la culpa a
los demás.

En un mundo que nos presenta continuamente opciones de caminos a tomar,


muchas de las elecciones que realizamos, las hacemos de manera
automática -como los comportamientos que realizamos cuando conducimos
un auto o nos sentimos alegres ante un encuentro agradable con un familiar
o amigo-. Las auto-limitaciones también son elecciones, muchas veces
provenientes de nuestro inconsciente, de nuestra historia o de nuestros
aprendizajes, de esta manera hay elecciones que abren y otras que cierran.

Y si bien es cierto que no tenemos que poner la consciencia en todas las


elecciones que realizamos en el día a día, si que podríamos hacerlo con
aquellas que afectan aspectos fundamentales para nuestro bienestar o el de
los demás.

El dolor y el placer de crecer.

Finalmente, tener la consciencia de que uno elige quedarse en un lugar o


comportamiento que daña, o resta vida y vitalidad a otr@s o a nosotr@s
mism@s, nos ayuda a sostener y llevar la situación con entereza y dignidad.

Si asumimos el reto de aprender a hacernos cargo de lo que nos toca,


crecemos. Claudio Naranjo, psiquiatra, terapeuta y filósofo contemporáneo,
solía decir que “no hay crecimiento sin dolor”, el dolor es una parte sustancial
de la vida, y es en situaciones dolorosas, donde las responsabilidades nos
pesan, en donde se encuentra también el crecimiento. Crecemos en
experiencia, crecemos en libertad, crecemos en fortaleza y en la posibilidad
de tomar las riendas de nuestra propia vida para, por fin, hacernos adultos.

La vida trae consigo riesgo, cada paso que damos, cada elección que
hacemos, aún la elección de no elegir, es un riesgo que tomamos y, en la
medida que somos capaces de tomar responsabilidad, seremos capaces
también de arriesgarnos a cambiar, de arriesgarnos a vivir.

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