Está en la página 1de 7

Agustín de Hipona.

Nacimiento.

Agustín (354-430), argelino, nació de padre pagano, Patricio, y de madre cristiana, Mónica. Se
educó en las ciudades norteafricanas de Tagaste, Madaura y Cartago. La Iglesia católica lo acogió
mediante el bautismo en 387. Fue ordenado presbítero de Hipona en 391 y obispo de la ciudad en
395. El día 24 de agosto de 410 entraron en Roma, por la puerta Salaria, las tropas de Alarico,
saqueándola a hierro y fuego. Esta desgracia motivó que Agustín predicase su Sermón sobre la
caída de Roma y escribiera La ciudad de Dios. Dos decenios después, las huestes de Genserico
asediaron Hipona, donde su obispo murió en 430.

Vida monacal y episcopal.

Agustín se consagra al estudio formal y metódico del Cristianismo. Renuncia a su cátedra y con su
madre y unos compañeros se retira a Casiciaco, cerca de Milán, para dedicarse por completo al
estudio y a la meditación, durante el otoño de 386. El 24 de abril de 387, a los treinta y tres años
de edad, lo bautiza en Milán el santo obispo Ambrosio, durante la vigilia pascual. Ya bautizado,
regresa a África en 388; pero antes de embarcarse, su madre Mónica muere en Ostia, en agosto de
387.

Para satisfacer las necesidades pastorales de Valerio, obispo de Hipona, en el año 391, durante
una celebración litúrgica, la feligresía le elige para ordenarse sacerdote.

Con lágrimas en los ojos aceptó esta brusca elección, a la que al principio se opuso con gritos y
lágrimas. Algo parecido le sucedió al ser consagrado obispo en 395. Fue entonces cuando dejó el
monasterio de laicos y se instaló en la casa del obispo, que transformó en monasterio de clérigos.

La actividad episcopal de Agustín fue enorme y variada. Predica a tiempo completo y en muchos
lugares, escribe incansablemente, polemiza con aquellos que van contra la ortodoxia cristiana de
aquel entonces, preside concilios, resuelve los problemas más diversos que le presentan sus fieles.
Se enfrenta a maniqueos, donatistas, arrianos, pelagianos, priscilianistas, académicos…

Los días de su enfermedad última fueron para Agustín una buena ocasión para repasar su vida y
dar gracias a Dios por los beneficios recibidos, al tiempo que pedía perdón a los hermanos y a Dios.

Después de cuarenta años de lucha en pro de la Iglesia, Agustín entraba en agonía, para ser
recibido con júbilo en la ciudad santa de Dios. El 28 de agosto del año 430, el hijo de Patricio y de
Mónica, Agustín, el obispo de Hipona, dormía en la paz del Señor. Contaba a la sazón 75 años, 10
meses y 15 días.
El lenguaje en San Agustín.

el lenguaje en San Agustín sea esencialmente fónico, el pensador cristiano no desprecia los signos
corporales, pues él desarrolla una teoría general del signo.

siguiendo a San Agustín, se muestra que el lenguaje es un producto de la actividad intelectual y


espiritual del hombre, pero a la vez, mostraremos que esa misma actividad intelectual y espiritual
es ya lenguaje. En términos más exactos, intentaremos exponer que el pensamiento como
actividad espiritual es ya de por sí lenguaje, de esta forma creemos poder extender la concepción
sobre el lenguaje más allá del sonido fónico, pero sin expulsar a éste. Lo anterior, sin duda, nos
permitirá afirmar que ni el pensamiento prefigura el lenguaje, ni el lenguaje prefigura el
pensamiento, sino que los dos son el lenguaje producido por el intelecto humano. De allí que, a
nuestro modo de ver, queremos presentar la noción que, para hablar del lenguaje en sentido
pleno, no se debe limitar a los meros sonidos o gestos exteriores, ni tampoco al pensamiento

silencioso e interior, sino que los dos están subsumidos por una unidad anterior, trascendente a
todo idioma y reflexión sobre las lenguas, es decir, a una unidad 98 primigenia y misteriosa que
Agustín denomina verbo de la mente, que es una energía espiritual que fundamenta el lenguaje
humano. De esta forma el lenguaje, es un producto de la razón humana [ergon], en cuanto signo
externo y convencional (letras, signos verbales), pero a la misma vez, es una energía espiritual
[energeia], en cuanto es un producto intangible del espíritu humano. Este verbo de la mente
[Verbum Mentis], como energía espiritual dinámica anima todo lenguaje y todo pensamiento, y sin
este verbo el lenguaje caería en el solipsismo del pensamiento interior, o en el mero ruido o
sonido inarticulado.

El Verbo de la mente guarda una íntima relación en modo de analogía con la verdad, tanto así que
Agustín nos dice que recibe el nombre de verbo en razón de su origen, es decir, de la verdad.
Obsérvese que verbo y verdad tienen la misma raíz. Así lo refiere San Agustín, al referirse al verbo
de la mente: “Mas ni verbo puede llamarse si no es verdadero. Si así opinas, asiento con agrado.
Cuando nuestro verbo es verdadero y, por consiguiente, se le llama con razón verbo.

Para que se ha instituido el habla

[Se habla para enseñar y recordar] Para Agustín el lenguaje tiene como finalidad enseñar o
recordar. De hecho, para él enseñar y recordar se identifican, de acuerdo con la teoría del
conocimiento (anamnesia: término griego que Platón introduce en el Menón para formular su
conocida asimilación del aprendizaje al mero recuerdo)) que toma de los neoplatónicos. Ya sea
que hablemos con otro o con nosotros mismos, eso hacemos: recordar (conmemoratio). Agustín,
como buen seguidor de Platón, adopta la teoría de la reminiscencia, en la cual para el alma
humana siendo inmortal no hay nada que no sepa, por lo que el aprendizaje no es sino el recuerdo
de lo que el alma ya sabía.

Nota: Aunque sin formular una verdadera teoría del conocimiento San Agustín nos dice: en el
conocimiento cierto que tiene la mente de sí misma y por sí misma, en la experiencia interior, se
asentará la validez del conocimiento. Así, no puedo dudar de la certeza de los principios del
entendimiento, como el principio de no contradicción; ni de la certeza de las verdades
matemáticas. Tampoco puedo dudar de la certeza de la realidad exterior, en la que vivo.
No obstante la mente, buscando la verdad en sí misma, se trascenderá a sí misma al encontrar en
ella las ideas, verdades inmutables que no pueden proceder de la experiencia.

Para San Agustín el signo consta de dos partes, una material o extramental (física) y otra mental o
intramental.

Veámoslo directamente en el diálogo:

1.- Agustín pregunta a su hijo que si que queremos hacer cuando hablamos y le contesta Adeodato
que hablamos para enseñar o aprender.

2.- Concede Agustín una de estas dos cosas, el enseñar, pero aprender ¿cómo?, preguntando le
dice Adeodato.

3.- Agustín le dice que no buscamos otra cosa que enseñar, incluso cuando preguntamos estamos
enseñando lo que queremos saber.

4.- Por lo tanto con el habla (locutio) no buscamos otra cosa que enseñar. No le queda claro esto a
Adeodato, pues hablar no es más que proferir palabras, también lo hacemos al cantar. Y muchas
veces lo hacemos solos, sin alguien presente para que aprenda, por lo tanto no cree que queramos
enseñar.

5.- Existe cierta forma de enseñar por medio del recuerdo. Y hay dos motivos para hablar: a) que
enseñemos y b) que recordemos; o a otros o a nosotros mismos. También, incluso, cuando
cantamos. Sin embargo, Adeodato cree muy raro que cante para recordar algo; lo hace para
deleitarse.

6.- El canto es cierta modulación del sonido y esta puede añadirse a las palabras o separarse ellas.
Por eso hablar y cantar no es lo mismo. Porque se canta con la flauta, incluso cantan las aves y
alguna vez nosotros tarareamos algo, sin emitir palabras y ese sonido puede llamarse canto más
no habla.

7.- El habla, para Agustín, se ha instituido para enseñar o para recordar. Pero, y ¿cuando oramos?,
sin duda, hablamos y Adeodato no cree que Dios reciba enseñanza alguna o recuerdo.

8.- La oración es la expresión que indica intimidad del alma, Dios busca que se recuerde o se
enseñe con nuestra locución que se nos conceda lo que deseamos. Pues, el que habla, muestra
exteriormente, mediante signo articulado, el signo de su voluntad. A Dios se le busca y se le suplica
en lo más secreto del alma racional, en lo que llamamos “hombre interior”, puesto que quiso que
su templo fuera éste. Con lo cual está de acuerdo Adeodato.

9.- Según Agustín el Supremo Maestro enseñó a sus discípulos a orar y les enseñó algunas
palabras, enseñándoles como se debe hablar cuando se ora. Adeodato piensa que les enseñó las
cosas mismas, para que advirtieran ellos mismos qué y a quién pedir, cuando orasen en la
intimidad del alma.
10.- incluso, dice Agustín, cuando pensamos las mismas palabras, es una locución silenciosa, no es
otra cosa que recordar, pues la memoria dando vueltas a las palabras que en ella están grabadas,
hace venir a la mente las cosas mismas, de las que ellas son signos.

Las palabras son signos, y su relación principal la tienen con el significado, quedando como
secundaria la relación con la facultad cognoscitiva.

San Agustín propone la hipótesis semántica inicial de que todas las palabras de la proposición
tenían significado. Pero al examinar cada elemento proposicional, cada elemento de la oración,
encontró dificultades que lo llevaron a postular diferentes tipos de significado. Por ejemplo en el
verso de la Eneida: “Si nada de la gran ciudad place a los dioses dejar” (Si nihil ex tanta Superis
placet urbe relinqui), comienza examinando el “si”, y ve que no puede significar una cosa física,
sino, a lo más, una duda, la cual sólo puede estar en el alma. Por eso distingue entre significados
intramentales y extramentales. Lo mismo pasa con la siguiente palabra del verso: “nada”, no
significa algo del mundo físico, sino algo mental. Veámoslo directo en el diálogo:

Capítulo II

Sólo con palabras muestra el hombre el significado de las palabras

[Significado de las palabras si y nihil explicado por otras]

Agustín.: Estamos, pues, de acuerdo en que las palabras son signos.

Adeodato.: Lo estamos.

Ag.: Ahora bien, ¿puede el signo ser signo sin significar algo?

Ad.: No puede.

Ag.: ¿Cuántas palabras hay en este verso: si nihil ex tanta superis placet urbe relinqui «si place a
los dioses no dejar nada de tan gran ciudad”

Ad. Ocho.

Ag.: ¿Son, pues, ocho signos?

Ad.: Así es.

Ag.: Creo que entiendes este verso.

Ad.: Pienso que bastante bien.


Ag.: Dime qué significa cada palabra.

Ad.: Sé ciertamente lo que significa si (si); pero no encuentro otra palabra con la que pueda ser
explicada.

Ag.: ¿Encuentras al menos en dónde está lo que se indica con esta palabra?

Ad.: Me parece que si significa duda. Ahora bien, la duda ¿en dónde está, sino en el alma?

Ag.: Lo acepto por ahora; prosigue con las demás.

Ad.: Nihil (nada) ¿qué otra cosa significa, sino lo que no es?

Ag.: Quizá tengas razón. Pero me impide aceptarlo lo que antes has admitido: que no hay signo, si
no significa nada; pues lo que no es, no puede ser algo. Por tanto, la segunda palabra de este verso
no es signo, porque no significa nada; y erróneamente hemos conveni- do en que todas las
palabras son signos o que todo signo significa algo.

Ad.: Me apremias demasiado. Pues, cuando no tenemos algo que expresar, es totalmente
estúpido que profiramos una palabra. Creo, en cambio, que, al hablar tú ahora conmigo, no emites
ningún sonido en vano, sino que con todos los que fluyen de tu boca, me das un signo con que
entenderte. De ahí que no conviene que, cuando hablas, pronuncies esas dos silabas [nihil] si no
significas nada con ellas. Y si, por el contrario, ves que es necesario que tú formules con ellas el
enunciado (enunciatio) y que nosotros aprendamos o recordemos algo, al percibir su sonido, sin
duda que ves también qué quiero decir, pero no logro explicar.

Ag.: ¿Qué haremos, pues? ¿Decimos que con esta palabra [nada] no se significa una cosa que no
existe, sino más bien una afección del alma, cuando ésta no ve la cosa, pero descubre o cree haber
descubierto que esa cosa no existe?

Ad.: Esto justamente es quizá lo que yo intentaba explicar.

Ag.: Sea como sea, pasemos adelante, no vayamos a caer en el mayor absurdo.

Ad.: ¿En cuál?

Ag.: En que nos detengamos, sin que nada nos detenga.

Ad.: Sin duda que esto es ridículo, y, sin embargo, no sé cómo, veo que puede suceder; aún más,
veo claramente que ha sucedido.
[Ensayo de explicar la palabra ex con otras palabras]

Ag.: En su lugar, si Dios lo permite, entenderemos con mayor claridad este tipo de repugnancia.
Ahora, retorna a aquel verso e intenta, en lo posible, mostrar qué significan las demás palabras.

Ad.: La tercera es la preposición ex (de), que podemos sustituir, según pienso, por de (de, desde).

Ag.: No pido que, en lugar de una voz muy conocida, digas otra igualmente conocida que signifique
lo mismo, si es que significa realmente lo mismo; aunque, de momento, concedamos que es así. La
verdad es que, si este poeta no hubiera dicho ex tanta urbe, sino de tanta y te preguntara qué
significa de, dirías que ex, puesto que éstas serían dos palabras, es decir, signos que significan,
como tú piensas, una sola cosa. Ahora bien, yo pregunto justamente qué es eso único, no sé qué,
que es significado por esas dos palabras.

Ad.: A mí me parece que significan que algo, que se dice ser parte de (ex) una cosa, se segrega de
algún modo de esa cosa, en la que había estado: tanto si ésta no permanece, como en este verso
pues, aun no permaneciendo la ciudad, podían quedar de ella al unos troyanos como si
permanece, como cuando decimos que en África hay algunos comerciantes de Roma.

Ag.: Te concederé que esto es así y no enumeraré cuántos casos hay quizá que escapan a esta
regla tuya. Pues te es muy fácil advertir que tú has explicado palabras con palabras, es decir,
signos con signos, y unos muy claros con otros muy claros. Yo, en cambio, quisiera que me
mostraras las cosas mismas, de las que son signos.

Conclusión

Las palabras están articuladas por dos componentes: uno material (sonido, escritura, etc.) y otro
mental (el concepto o la idea que ese material representa). Juntos significado y significante forman
signos. Y con los signos debidamente articulados el hombre forma el lenguaje. El hombre vive en
todas las cosas un significado que supera a las cosas mismas. En cualquier cosa hay que distinguir
la realidad en sí misma y su mensaje. Quizá como “cosa” sea irrelevante, pero su mensaje le da un
valor inestimable. El hombre es, pues un animal simbólico.

1.- Análisis y fragmentos sobre la traducción de Atilano Domínguez en Editorial Trotta.

Bibliografía:

Agustín de Hipona, El maestro o sobre el lenguaje, trad. Atilano Domínguez, Editorial Trotta,
España, 2003.
https://www.agustinosrecoletos.com/quienes-somos/san-agustin-de-hipona/#1509314642415-
a5027bf7-76c5

http://repositorio.utp.edu.co/dspace/bitstream/handle/11059/1928/302201O15.pdf?sequence=1

https://www.filosofia.mx/el-lenguaje-en-el-de-magistro-de-san-agustin/

También podría gustarte