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Desde el siglo XVI lo que caracteriza una forma de penalidad es el suplicio mismo
que debe de cumplir los siguientes requisitos: 1) debe producir cierta cantidad de
sufrimiento, es decir, debe ser cuantificable; 2) dicha producción debe estar
sometida a reglas, así, dependiendo de la gravedad del delito, se impone
determinado castigo; y 3) el suplicio forma parte de un ritual en donde se marca al
delincuente que fue víctima del suplicio y, a la vez, se comprueba el triunfo de la
justicia sobre el delito.
Existen varias razones para ejercer el castigo, por ejemplo, la razón política. La ley
es percibida como una semejanza del monarca, de ahí el sentido político, pues al
romper la ley al delincuente se le aplica el suplicio por haberse atrevido a atentar
contra una extensión o semejanza del monarca. Se ejecuta el suplicio como
venganza del soberano restituyendo la soberanía lesionada por medio de la
función jurídico-política. La otra razón puede llegar a ser económica, en donde la
fuerza de trabajo no tiene valor y aún así se le obliga al reo a participar de los
sistemas de producción (siglos XVI y XVII) y por tanto el trabajo se efectúa como
castigo sobre el cuerpo que adquiere una dimensión de explotación como pena.
Por otra parte, dado que este es un estudio del poder también, se debe señalar
que el poder siempre está acompañado del saber, aquí es donde se abre la
relación entre el que castiga y quien es castigado. El saber es aquello que faculta
al juez para dirimir los asuntos y vicisitudes que rodean al sistema penitenciario.
Es entonces que quien tiene menos saber tiene por consecuente menos poder y
quien tiene menos poder tiene también más probabilidades de ser declarado
culpable.
A todo esto, resulta conclusivo que, a raíz de los cambios reformistas de los
sistemas penitenciarios desde épocas medievales hasta la época moderna,
simplemente se puede concluir que se ha mejorado no la perspectiva de
humanización sobre los reos, tratando de rehabilitarlos y hacerlos rectificar, sino
que lo que se ha mejorado es la perpetuación de la pena. Esto con motivo de la
privación de las libertades y demás lujos de la vida cotidiana, en la prisión lo que
se hacer es imponer, a base de un itinerario, por ejemplo, la coacción de las
libertades humanas y con ello el castigo más que recibirlo el cuerpo lo recibe el
alma del condenado prolongando su sufrimiento, el suplicio.
Capítulo 2: Castigo
Es así que se convirtió en imperativo una reforma que finalmente pudiera hacer
efectiva una mayor distribución del poder punitivo y de cierta manera lograr que el
aparato represivo no se volviese un instrumento de zozobra que quedara bajo el
criterio arbitrario de cada juez. De esta manera tanto los administradores de la
justicia sabían hasta que punto podría ser tolerables los castigos en cuestión
tipificándolos y los ciudadanos a su vez sabían a lo que se podían enfrentar por
cometer una acción que los ameritara. La codificación de estos asuntos fue la
solución a la notoria arbitrariedad de los tribunales anteriores.
Se pasa así a una nueva economía y tecnología del poder a la hora de castigar.
Es cuando el orden social tiene un peso más significativo pues ello influye de
sobremanera en el peso de la pena y la proporción que hay entre está y la calidad
del delito. Por lo tanto, surgen unas reglas que pudieran ser implícitas en la
ejecución de las mismas normativas legales, por ejemplo, el criterio de la pena
mínima emerge a la sazón de que dicha pena es suficiente como para sobrepasar
los beneficios obtenidos por un crimen. Otra regla es que si se tiene en cuenta que
dicho delito proporciona una ventaja la pena supone una desventaja todavía
mayor. Posteriormente se pasa a la regla de los efectos laterales en al cual
básicamente se postula que basta con hacer creer que el infractor ha sido
severamente castigado para arrojar una advertencia a los demás. Otra regla más
refiere a la certeza que debe ser creada a partir de que si bien el delito mismo
supone un beneficio, dicho beneficio viene acompañado inevitablemente de un
inconveniente muy grande que deriva en el posible castigo, dicho vinculo entre
beneficio e inconveniente es tan fuerte que nada puede romperlo. Y finalmente, la
regla que se resume en la famosa frase “culpable hasta se demuestre lo
contrario”, es decir, el delito debe ser debidamente probado con los suficientes
indicios y pruebas luego de un exhaustivo proceso donde se dirima el grado de
culpa o inocencia. Por tanto, se obliga a la creación de un código donde se haga
claramente una especificación de cada delito y castigo para poder tener una
sentencia netamente admisible. De esta manera se previene la aparición de
lagunas legales que favorezcan el florecimiento de la impunidad.