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KORCZAK 173

3. ¿Por qué para un liberal como Buber la libertad como sinónimo


de independencia no es un valor supremo?

2 KORCZAK: CÓMO AMAR A,llN NIÑO

Janusz Korczak (1878-1942), cuyo ta el trágico final de su vida. Sus li­


nombre real era Hemyk Goldszmit, bros son pa~a y sobre el niño. Y su
era un judío polaco, nacido en Var­ praxis pedagógico-educacional dio
sovia en una familia patriota, apa­ inicio a una revisión de métodos,
sionada por la lengua y por la estructura de la escuela, relación
cultura polaca. Practicó poco la re­ profesor-alumno y padres-hijos.
ligión, pero no renegó del judaísmo. Janusz Korczak se convirtió en
Consagró su vida a la lucha por la mito, por su dedicación a los niños.
justicia y por los derechos del niño. En 1942, los nazis, ocupantes de
Se dedicó en cuerpo y alma al Polonia, le ordenaron que conduje­
orfanato de la Calle Krochmalna 92, ra asus pequeños a la muerte, pro­
en Varsovia, del cual fue director, metiéndole un salvoconducto
médico y profesor. después de la "tarea". Él no aceptó
El periódico popular Nasz y, sostenido por los brazos de dos
Przeg10nd (Nuestro Periódico), en niños, acompañó a sus doscientos
1906, lo invitó para preparar una hasta las cámaras de gas del
edición infantil. Korczak creó enton­ campo de exterminio Treblinka,
ces el periodiquito Maly Przeglad donde todos murieron.
(Pequeña Revista), en el cual sólo Obras principales:
niños escribían para los niños. Cuando vuelva a ser niño, Cómo
Aún estudiante inició su obra amar a un niño y El derecho del niño
literaria y continuó escribiendo has­ al respeto.

EL DERECHO DEL NIÑO AL RESPETO

Nada más falso que la aseveración de que la cortesía hace insolentes


a los niños y la dulzura lleva inevitablemente al desorden e insubor­
dinación.
Pero, por el amor de Dios, no llamemos bondad a nuestra
negligencia ni a nuestra ineptitud llena de tonterías. Entre los educa­
dores, además de los "astutos", de maneras groseras y hoscas, encon­
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EL PENSAMIENTO PEDAGÓGICO FENOMENOLÓGICO-EXISTENCIALlSTA

tramos a los riegligentes que nadie quiere, en ningún lugar, incapa­


ces de ocupar cualquier puesto de responsabilidad.
Algunas veces, el educador apela a la seducción para ganar rápi­
damente y sin costo alguno la confianza de los niños. En lugar de
organizar la vida del grupo, lo que representaría un trabajo lento y
consciente, condesciende en participar en sus juegos, en los días en
que se siente bien dispuesto. Esta indulgencia señorial siempre está
a merced de cualquier momento de mal humor y sólo lo hace más
ridículo ante los ojos de los niños.
El educador, en ocasiones, es muy ambicioso y piensa en cam­
biar al hombre con la ayuda de la persuasión, con palabras
moralizq.ntes; cree que es suficiente conmover para obtener una pro­
mesa de enmienda. Él acaba irritando y molestando.
y aparentemente benévolo, piensa en hacerse pasar por aliado;
usando palabras hipócritas, su falsedad, puesta a la luz, sólo inspira­
rá disgusto. [... ]
El conocimiento de los niños sería muy pobre si no lo buscara
junto a un camarada o si no nos escuchara en secreto, atrás de las
puertas, sorprendiendo nuestras conversaciones.
¡Respeto por su incansable búsqueda del saber!
¡Respeto por sus reveses y por sus lágrimas!
Una media rasgada, un vaso quebrado significan al mismo tiem­
po.una rodilla arañada, un dedo herido. Cada hematoma, cada con­
tusión están acompañados de dolor.
Una mancha de tinta en el cuaderno es sólo un pequeño acci­
dente infeliz, pero también un nuevo revés, un nuevo sufrimiento.
-Cuando es pap¿ quien derrama el café, mi mamá dice: no es
nada; cuando soy yo, me llevo una tunda.
Aún poco familiarizados con el dolor y la injusticia, los niños
sufren y lloran más que nosotros. Pero nos burlamos de sus lágrimas,
nos parecen no tener gravedad, en ocasiones nos irritan.
-Llorón, refunfuñón, gritón.
He aquí algunos epítetos encantadores con que enriquecemos
nuestro vocabulario para hablar de los niños.
Cuando él se obstina, hace caprichos, sus lágrimas expresan
su impotencia, su indignación, su desesperación; es el llamado de
socorro de un ser desamparado o privado de su libertad, sopor­
tando una coacción injusta y crueL Estas lágrimas en ocasiones
son síntomas de una enfermedad y, siempre, los de un sufrimien­
to. [... ]
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N o hace mucho, el médico, humilde y dócil, todavía daba a sus


enfermos jarabes nauseabundos y mezclas amargas, los amarraba en
caso de fiebre, multiplicaba las sangrías y condenaba a morir de
hambre a aquellos que caían en estas sombrías antecámaras del ce­
menterio que eran los hospitales. Solícitos con los ricos, indiferentes
con los pobres.
Hasta el día en que empezó a exigir. Ese día obtuvo para los
niños espacio y sol y -vergüenza nuestra- ordenó, igual que un
general,2 qu~ los dejaran correr y vivir aventuras alegres en el seno
de una com~nidad fraternal donde se discute una vida más honesta
alrededor de un fuego, bajo un cielo estrellado.
y nosotros, educadores, ¿cuál será nuestro campo de acción, cuál
será nuestro papel?
Guardianes de paredes y muebles, del silencio en las áreas, de la
limpieza de las orejas y del piso, distribuidores de ropas y zapatos _
usados y de una mesada insuficiente, nos confiaron la protección de
los privilegios de los adultos y de la ejecución de los caprichos de los
aficionados, y estamos aquí como responsables de una pandilla, a
pesar de que se trata solamente de impedir que se cause estragos y
que se perturbe el trabajo y el reposo de los adultos.
Pobre comercio de temores y de desconfianza, tiendita de baga­
telas morales, tenderete miserable donde se vende una ciencia des­
naturalizada que intimida, confunde y adormece en lugar de
despertar, animar, alegrar. Como abatidos representantes de la vir­
tud, nuestro deber es inculcar en los niños la humildad y el respeto
y enternecer a los adultos, lisonjeando sus bellos sentimientos. Por
un salario de miseria, somos señalados para construir un futuro só­
lido para el mundo y trampear disimulando el hecho de que los
niños representan en realidad el número, la fuerza, la voluntad y la ley.
El médico arrancó al niño de la muerte; nuestro deber de educa­
dores es permitirle vivir y ganar el derecho de ser un niño.

Korczak, J anusz, O di1-eito da crian(a ao respeito, Sáo Paulo, SUIllIllUS, 1986,

2 De hecho, un general inglés, Robert Stephenson Baden-Powell (1857-1941),


que es el creador de los boy SCOllts. [T.]

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