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T. Emancipación Juvenil y Terapia Familiar - Cap 2
T. Emancipación Juvenil y Terapia Familiar - Cap 2
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comunidad a la que pertenecen por obra de su excéntrico proceder.
Frente a un joven loco, la primera premisa del terapeuta ha de ser
que él responde adaptativamente a una situación social loca; la segun
da, que tiene la capacidad potencial de convertirse en una persona
normal. Muy de vez en cuando, le tocará un caso excepcional, por
ejemplo un problema orgánico irremediable; pero esto es lo bastante
infrecuente como para que sólo lo tenga en cuenta como última hi
pótesis. No es raro que el terapeuta sea llevado a pensar equivoca
damente que el joven problemático no es expresión de un problema
familiar; la habilidad del joven excéntrico radica en parte en persua
dir a los especialistas de que tiene algún defecto orgánico o una tara
congènita. También hay que tener en cuenta que uno de los objeti
vos de la terapia es ampliar al máximo las posibilidades de una perso
na, de modo que aun las que sufren alguna afección orgánica pueden
beneficiarse con una terapia de orientación familiar. Es común ver a
jóvenes retardados que, si bien padecen una lesión orgánica, esta no
es tan extrema que obligue a los padres a abotonarles la camisa y
mantenerlos siempre dentro de la casa. Existan o no dolencias orgá
nicas, una conducta menoscabada hasta ese punto cumple una fun
ción en la familia.
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En la actualidad, cuando los clínicos e investigadores se hallan an
te un joven de conducta extravagante, tienden a conceptualizar el
problema de otro modo:
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ra una y otra vez, creando así una estructura organizacional de res
puestas habituales, es una nueva manera de reflexionar sobre la gen
te. A muchos les resulta difícil captar (no hablemos de tomarlo co
mo algo incuestionable) el concepto de un sistema autocorrectivo de
relaciones personales; es más sencillo decir que una determinada per
sona causó cierta dificultad, que concebir a esta última como un pa
so o etapa de un ciclo repetitivo en el que todos intervienen.
Otro obstáculo para aceptar la situación social como unidad es,
simplemente, que la gente vive en situaciones sociales, y entonces las
da por sentadas y no se detiene a examinarlas. Las situaciones ordi
narias, como las diversas etapas de la vida de una familia, eran tan
obvias que no se las estimaba tema digno de preocupación científica.
Todos sabían que hay una etapa de la vida familiar en que los jóve
nes se emancipan del hogar y no le asignaban importancia, así que
nadie advirtió la conjunción entre el mal funcionamiento de las per-'
sonas y esa época de la vida. Hoy estamos comprobando que, en
cualquier organización, la época de mayores cambios sobreviene
cuando alguien se incorpora a ella o la abandona.
Si un joven logra éxito fuera del hogar, no se trata de una mera
cuestión individual. Simultáneamente se estará desligando de su fa
milia, y esto puede acarrear consecuencias para la organización ínte
gra. El éxito o fracaso extrahogareño de un joven forma parte inex
tricable de la reorganización familiar, ya que se establecen nuevos
ordenamientos jerárquicos y nuevas vías de comunicación.
En el decurso normal de una familia, los jóvenes terminan sus es
tudios y comienzan a trabajar y a bastarse a sí mismos sin haber deja
do aún el hogar. A veces deben mudarse si su trabajo así se lo exige.
Cuando ya pueden valerse por sí solos, están en condiciones de casar
se y de fundar su propio hogar. Por lo común, los padres participan
dando su aprobación al cónyuge elegido y ayudando a sus hijos a
establecer su nuevo domicilio. Si esos hijos tienen hijos a su vez, los
padres, convertidos ahora en abuelos, siguen involucrados, y la fami
lia va modificando su organización con el correr de los años. En mu
chos hogares, el hecho de que los hijos se emancipen origina apenas’
una leve perturbación, y para los padres hasta puede ser un alivio que
suelten amarras y los dejen con mayor libertad de hacer tantas cosas
que siempre quisieron hacer.
Si un adolescente o un joven veinteañero empieza a conducirse de
extrañas maneras y a tener un tropiezo tras otro, cabe presumir que
algo funciona mal en esta etapa de emancipación y que las organiza
ción tiene dificultades, las cuales adoptarán diversas formas según
cuál sea la estructura de aquella. Si en una familia falta el padre, por
ejemplo, es corriente que convivan madre y abuela y críen juntas a
los hijos; cuando estos empiezan a desligarse de ellas, la diada
madre-abuela debe enfrentar una reorganización. Otras veces la
madre es soltera, separada o viuda, y siendo ella y su hijo los únicos
miembros de la organización, la emancipación del hijo representa un
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desquicio fundamental. Si ambos progenitores están vivos, se halla
rán con que después de funcionar durante muchos años en una
organización pluripersonal, de pronto quedan solos. En ocasiones, su
comunicación se desenvolvió primordialmente a través de uno de los
hijos y el trato mutuo directo les crea grandes dificultades; al irse el
hijo del hogar, tal vez queden incapacitados para seguir funcionando
como una organización viable, y penda la amenaza del divorcio o la
separación. Si bien aquí nos centramos en los problemas de los
vástagos, en esta etapa de la vida pueden aparecer problemas en uno
de los progenitores o en ambos. Muy a menudo la emancipación del
hijo coincide con el divorcio de sus padres de mediana edad o con el
surgimiento de una depresión o algún otro síntoma en uno de ellos,
problema que es una respuesta frente al cambio en la organización.
Puede ocurrir que la dificultad de la familia alcance su apogeo
cuando se emancipa el primer hijo, o sólo cuando lo1 hace el último;
a veces, cuando se va un hijo intermedio con el cual los padres están
especialmente ligados. El problema se plantea en una relación trian
gular: la que forman los padres con uno de estos hijos que hace de
puente entre ellos; al irse este hijo de la casa, la familia se desestabili
za, y los padres deben enfrentar aquellas cuestiones que antes, debi
do a la presencia del hijo, no abordaban. Si el hijo deja de tener un
papel activo en el triángulo, toda la temática conyugal, antes comu
nicada en función de aquel, debe encararse ahora de un modo diferente.
Si la desligazón del hijo crea reales trastornos a una familia, ha
bría por cierto una manera de resolverlos y estabilizar la familia:
que el hijo no se vaya; pero cuando los jóvenes ya son veinteañeros,
no sólo su maduración fisiológica sino además las fuerzas sociales de
la comunidad presionan sobre la familia para que lo deje ir. Se pre
tende que siga estudianto, o que trabaje, y que desarrolle una vida
social fuera de su familia. Por más que permanezca junto a los suyos
durante meses o incluso años, esa expectativa irá en aumento, y a la
postre los padres quedarán solos, frente a frente.
Una solución
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padres su relación mutua, que permanece congelada, como si ellos, lo
mismo que el hijo, fueran incapaces de pasar a la etapa siguiente de la
vida familiar. Sus dificultades mutuas no se resuelven nunca porque,
toda vez que surge algún problema, lo entrometen al hijo igual que si
estuviera junto con ellos en la casa. El padre se quejará, por ejemplo,
de que su esposa hizo algo que lo irritó, pero él no quiso decirle na
da; al preguntársele por qué no se lo dijo, comentará: “Bueno, sé
que mi mujer está preocupada por nuestro hijo”. La inquietud y pre
ocupación por el joven impide cualquier cambio en la organización,
ya que el triángulo se mantiene intacto.
La crisis familiar y el fracaso del hijo suelen producirse cuando
este se halla en los últimos tramos de su adolescencia o tiene poco
más de veinte años, pero no es raro que acontezca más adelante. A
veces un hijo que se fue del hogar sufre un colapso y retroceso al
hacer lo propio sus hermanos menores. Una mujer de cerca de cua
renta años hacía mucho que había abandonado su casa, cuando co
menzó a conducirse de manera extravagante; sus padres resolvieron
ayudarla disponiendo su internación y planeando su posterior retor
no al hogar. Esto coincidió con la época en que el hijo menor dejó el
hogar a fin de iniciar sus estudios universitarios. El fracaso de la hija
mayor y su vuelta al hogar posibilitó que la familia continuara orga
nizada con un hijo en la casa.
Si uno aborda el problema del joven loco orientándose hacia un
cambio organizacional, le resulta evidente que ese cambio no sobre
vendrá con una hospitalización sino más bien con un comporta
miento normal en el seno de la comunidad. El cambio terapéutico se
produce entonces más rápidamente si se alienta a la familia para que
presione al hijo a fin de que retome de inmediato actividades norma
les -vale decir, si se acciona en la familia-.
El ciclo
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di da que el sistema más amplio de parentesco entra en pugna con los
padres en lo tocante al joven, ellos se vuelven más incapaces de con
trolarlo, y se genera una escalada en su conducta. Los padres recu
rren al auxilio de un especialista, en el caso típico, para que sofrene al
hijo con medicación o medidas de custodia; estas restricciones estabi
lizan a la familia, pero el conflicto sigue su marcha porque se acusan
uno al otro de lo sucedido. El especialista, en el caso típico, trata
entonces de rescatar al joven creando con él una alianza intergenera
cional contra los padres, con lo cual mina su autoridad ejecutiva. Es
ta loca situación se vuelve cíclica si se eliminan las restricciones o co
acciones impuestas al joven y él recobra su funcionamiento dentro
de la comunidad: bastará que dé unos pocos pasos preliminares para
progresar en sus estudios o en su trabajo, o para formar relaciones
íntimas extrafamiliares, y de nuevo se instaurarán el conflicto y la
inestabilidad. El joven empezará a comportarse de manera excéntri
ca, la familia afirmará que no puede con él y solicitará el auxilio de
especialistas. El joven será enviado otra vez al lugar de donde había
salido. En esta oportunidad, todo el mundo sabe cuál es el lugar que
le corresponde: la institución donde se lo internó primero. Una vez
allí, se lo trata durante un período y luego vuelve a enviárselo a su
casa. Se recupera la estabilidad, hasta que el joven comienza a avan
zar en sus estudios o en su trabajo, los padres amenazan separarse,
recurre la inestabilidad y se repite el ciclo.
El objetivo de la terapia aquí propuesta es poner fin a ese ciclo,
lograr que el joven deje atrás su episodio excéntrico y pueda actuar
con éxito fuera de su familia, y esta se reorganice en forma tal que
sea capaz de sobrevivir a ese cambio.
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do contacto con sus pares o sólo se asocie esporádicamente con jóve
nes perdidos e inestables, etc. A veces, contraerá matrimonio, pero
este será de un tipo especial. En vez de permitirle establecer un nue
vo hogar, el esposo o esposa es absorbido por la familia de origen.
O sea, ciertos progenitores permitirán que su hijo se case, siempre y
cuando perciban con claridad que su cónyuge no lo alejará de ellos
sino que, por el contrario, se agregará complaciente a la familia. En
esas condiciones, el hijo no se va de su casa.
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víctima de un cambio tan bruscamente desencadenado que dio por
tierra con su estabilidad anterior.
Esbozamos a continuación una descripción de esta clase de jóve
nes de acuerdo con el enfoque de la comunicación:
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c. Comunicación anómala: palabras
1. Se expresa verbalmente con un lenguaje amanerado y poco
corriente, inventando palabras.
2. Su escritura es excéntrica, por las ideas que contiene y por
su inusual caligrafía y la disposición de lo escrito en la hoja.
3. Se dirige o escucha a interlocutores imaginarios.
4. Encuadra las situaciones de modo peculiar, diciendo, por
ejemplo, que el tiempo, el lugar, la finalidad o los participantes en
una determinada situación social no son realmente lo que otras per
sonas afirman.
5. Comunica dolencias físicas de las que no hay evidencia al
guna o que parecen extravagantes.
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ni siquiera el título universitario es señal de éxito, ya que se lo da
por descontado, y el joven no fracasará hasta que esté a punto de
completar su doctorado. El éxito se define como el momento en que
el joven ha completado su formación y, a ojos de la familia, se vuelve
capaz de bastarse a sí mismo. Esa formación tanto puede ser un cur
so técnico de pocos meses como la carrera de medicina o de aboga
cía, que llevan varios años.
Cuando la liza en que se libra batalla por el éxito o fracaso se
halla en el campo laboral y no en el del estudio, el joven que inicia su
carrera excéntrica simplemente no puede conseguir empleo. No es
raro que se conduzca de una manera tan peculiar en las entrevistas
previas que jamás sea contratado. Y cuando consigue empleo, este
resulta a todas luces inferior a su real capacidad; siendo un joven bri
llante, tal vez acepte una tarea servil y vulgar. Quizá continúe en ella
y gane algún dinero, pero como para la familia ese empleo es sinóni
mo de fracaso, el joven ha fracasado.
A veces el joven trabaja para el padre o algún otro pariente, de lo
cual se infiere que no está en condiciones de manejarse en un empleo
donde realmente se le exija competencia. En estos casos el comporta
miento excéntrico y el fracaso sobrevienen luego de que el joven ha
sido definido como exitoso por haber trocado el trabajo con su pa
riente por otro empleo ajeno a la familia.
Para ciertas familias cualquier trabajo remunerado es un éxito, en
tanto que para otras sólo lo es aquel que sobrepasa un cierto nivel de
remuneración. Con frecuencia, el joven excéntrico se desempeña
bien en un muy buen empleo, y amenaza convertirse en un éxito, pe
ro entonces lo pierde (para conseguir otro al poco tiempo), y es defi
nido como un fracaso a causa de su permanente imposibilidad de
conservar un empleo regular.
Enfoque comunicacional
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to, sino de un mensaje que es a la vez una respuesta a otras personas.
Para destacar la diferencia que implica este punto de vista, recor
daré aquí el caso de un psiquiatra que atendía a un joven que se
negaba a hablar, e incluso a ir al baño; este muchacho de veintidós
años se orinaba y defecaba encima como si todavía usara pañales. El
terapeuta le dio una escupidera para que orinase en ella, y él se la
puso de sombrero y comenzó a caminar por todas partes con eso en
la cabeza. Para el psiquiatra este era un acto fortuito que expresábala
confusión del joven; el enfoque de la comunicación lo vería, en cam
bio, como un mensaje dirigido a los demás en esa situación social. Es
característico de los jóvenes excéntricos que se nieguen a hacer lo
que se les pide, ingeniándoselas para que los demás queden descon
certados y se pregunten si es o no una cuestión de desobediencia.
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la carcajada. Alguien que parecía estar a cargo le dijo a un auxiliar:
“ ¡Sácalo afuera! ”. Un individuo corpulento escoltó a Peter hasta el
pasillo, volvió y se sentó. El joven no entró de nuevo.
Mientras yo observaba al grupo y reflexionaba sobre lo sucedido,
tenía la convicción de que mi propia explicación acerca de las entra
das y salidas de Peter era distinta de la que se darían ellos. Desde
luego, hay toda una gama de explicaciones posibles. En un ambiente
médico, la idea más común sería que Peter estaba desorientado en el
tiempo y en el espacio, y que mientras deambulaba entró casi por
azar en ese cuarto particular. Otra explicación sería que las entradas
del joven fueron en parte fortuitas, pero en parte obedecieron a su
deseo de expresar su hostilidad hacia la autoridad, y por ende al per
sonal que allí la simbolizaba. La extraña vestimenta que se le había
puesto, así como su confusión y sus gestos idiotas, instarían a los
demás a observarlo de manera condescendiente y divertida.
Permítaseme que describa qué pensé yo que había hecho el joven
conmigo y con el personal del establecimiento. Mientras este se reu
nía y tomaba asiento, percibí entre ellos un sentimiento sumamente
negativo. Es habitual que haya tensión y conflictos encubiertos entre
las personas que trabajan en un hospital neuropsiquiátrico, pero en
ese momento y en esa sala, parecían particularmente serios. El perso
nal había acudido a regañadientes a mi conferencia y expresaba con
sus gestos el desagrado que sentían mutuamente y hacia mí. Cual
quiera podía advertir, por su hosquedad y malhumor, las pugnas y
rencillas entre ellos.
Yo percibí este sentimiento desagradable y cada vez tenía menos
ganas de dar la charla. Me pregunté qué podría hacer para aligerar ese
talante adusto o aliviar la tensión, y me dije a mí mismo que nada
podía hacer. En ese punto comenzaron las entradas y salidas de Pe
ter. En su tercer arribo y partida todos rieron, y el grupo se trasfor-
mó. Les encantaba que Peter demorase al orador que los visitaba;
con su acción, Peter había conseguido unirlos en un grupo amable y
estable. El disenso desapareció de la superficie; todos se mostraban
amigables en su conversación recíproca y conmigo. Me sentí aliviado
de poder hablar ante un agradable auditorio. Concluida su misión,
Peter no retornó: había logrado lo que ni yo ni ninguna otra persona
habríamos conseguido en ese lugar. Ese joven excéntrico había pues
to orden y cierta armonía en una organización en la que hasta enton
ces esos elementos eran casi inexistentes.
En este libro sostenemos que la locura de los jóvenes cumple pre
cisamente esa función en los hospitales neuropsiquiátricos y en las
familias.
Es conveniente partir del supuesto de que los jóvenes excéntricos
que estabilizan a un grupo mediante su sacrificio personal lo hacen a
conciencia y voluntad. Con este supuesto se evita el vano intento de
que el excéntrico entienda lo que hace. El sabe lo que hace y cómo
lo hace mucho mejor que el terapeuta que pudiera señalárselo. Es un
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sacrificio perpetrado por un individuo que está dispuesto a convertir
se en un payaso, provocarse algún daño o hacer cualquier otra cosa
necesaria con tal de cumplir con esa función. Las tentativas de per
suadir al joven excéntrico de que renuncie a su carrera sacrificada
casi siempre fracasan. En raras ocasiones, el terapeuta puede mera
mente asegurarle que conoce la gravedad de la situación familiar y es
lo bastante competente como para manejarla. El joven volverá enton
ces a la normalidad, y dejará a sus padres en manos del terapeuta.
Pero sólo una acción competente puede conseguir persuadirlo de ese
modo, no una simple charla o la promesa de que uno hará todo lo
posible.
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dos funciones principales: 1) Función social: Con su conducta ex
céntrica, el joven estabiliza a un grupo de personas de su intimidad.
A esta función se aplica básicamente la intervención terapéutica. 2)
Función metafórica: Cada acto anómalo es también un mensaje diri
gido a los miembros del grupo y a los extraños. Puede considerárselo
una metáfora (a menudo una parodia) de un tema que al grupo le re
sulta importante. Por lo general ese tema crea conflictos en el grupo.
Un joven que se hace un agujero en la mano quemándola con un
cigarrillo puede estar expresando algo relacionado con la religión de
su familia. Si se le da una escupidera para orinar y se la pone de
sombrero, tal vez exprese algo que tiene que ver con ser un payaso.
Un excéntrico que camina como un robot puede estar indicando la
excesiva rigidez de las normas grupales. Un muchacho agresivo está
marcando la presencia de la violencia entre los íntimos con quienes
convive.
La función metafórica de la conducta excéntrica es compleja y a
menudo difícil de desentrañar. Cada acción tiene múltiples signifi
cados, y al poner el acento en uno de ellos tal vez se pase por alto
otro mensaje significativo. Ni la familia ni el grupo de profesionales
ven con beneplácito las indagaciones tendientes a descubrir esos sig
nificados, y esto torna difícil la verificación de los mensajes. Lo típi
co es que el comportamiento excéntrico sea expresión de un tema
que el grupo preferiría negar u ocultar. Así pues, carece de eficacia
práctica procurar la verificación del significado de un mensaje me
diante el consenso grupal: por lo general, el grupo responderá a la
indagación con una metáfora, que dará origen a otras metáforas, y
así sucesivamente. No sólo la familia: tampoco el personal del hospi
tal o el terapeuta verán con buenos ojos la traducción del mensaje
expresado por la conducta excéntrica. Por ejemplo: no es raro que
un excéntrico que comete hurtos esporádicos pertenezca a una fami
lia en la que prevalece una encubierta deshonestidad; los familiares
saben qué significan las acciones del excéntrico, por más que asegu
ren que lo ignoran. De ordinario, como ese significado no les cae en
gracia, ellos y el personal preferirán definir la conducta excéntrica
como carente de sentido y causada por algún mal orgánico.
En una época se consideraba importante explorar el significado
del comportamiento metafórico de la familia, pero hoy se piensa que
no es prudente. Puede crearle un problema al terapeuta, ya que si
saca a relucir significados que incomodan a la familia (o al personal),
se enajenará la buena voluntad de un grupo cuya cooperación es in
dispensable para producir un cambio. Es importante, entonces, que
el terapeuta no señale cuál es, a su juicio, el significado de esa con
ducta; por otra parte, puesto que todo el mundo lo conoce, no sirve
de mucho explicitarlo. Un terapeuta prudente acogerá todos esos sig
nificados y se los guardará gentilmente para sí, como guía de lo que
está aconteciendo. Si así lo hace, el excéntrico y la familia podrán
orientarlo con más claridad.
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Las metáforas ponen al terapeuta sobre aviso, además, acerca de
ciertas eventualidades que podrían producirse si amenaza con un
cambio. Si un joven intenta infructuosamente suicidarse, es decir, co
mete lo que los demás llaman un “amago” de suicidio, el terapeuta
debe interpretar ese amago como revelador de que el suicidio es un
problema relevante para esa familia; si el joven amaga incendiar la
casa, interpretará que hay cuestiones explosivas en la familia.
Estas metáforas pueden orientar al terapeuta, pero no debe dirigir
a ellas su preocupación fundamental, como sería el caso si estuviera
realizando una investigación. Aun la exploración del significado me
tafórico para verificar una idea puede suscitar resistencia en la fami
lia y echar por tierra la terapia (por este motivo, las interpretaciones
intelectuales o las confrontaciones que instan a asumir la “realidad”
pueden ser fatales para el éxito de una terapia).
Y justamente porque el mensaje trasmitido por la conducta ex
céntrica puede ser útil para estabilizar al grupo, este no va a tener
ningún interés en que sea explicitado. Si en una familia la madre
mantiene una relación amorosa extraconyugal que pone en peligro su
matrimonio, quizá su hija exprese ese mismo tema con insinuaciones
verbales y ademanes particularmente seductores; a sus padres no les
gustará que se señale la relación entre su conducta y la de la madre.
Análogamente, si una muchacha hospitalizada habla en forma deli
rante acerca de un aborto, quizás eso se relacione con que proviene
de una familia católica y con el hecho de que su madre esté abruma
da de hijos; pero conviene partir de la base de que la familia se perca
ta del significado de la conducta de la muchacha, y no querrá que el
terapeuta explique lo que “realmente” dicen sus palabras. El com
portamiento excéntrico siempre es a la vez útil y amenazador, así
como suele aludir en forma cómica a temas que revisten una desespe
rante gravedad.
Suele escucharse que la locura es algo digno de admiración, o que
los locos y excéntricos son más creativos y viven más intensamente
que otras personas. Se dice que se rebelan contra una sociedad repre
sora, y ciertas autoridades en la materia han llegado a opinar que cono
cen mejor que los demás los secretos de la vida. La admiración por el
loco no forma parte del enfoque terapéutico que aquí recomenda
mos. El loco es un fracasado, y el fracaso no es digno de admiración.
Alentar la locura, como hacen algunos entusiastas, es alentar el fraca
so. Hacerles un lugar a los excéntricos para que puedan seguir siéndo
lo no los conduce a la normalidad.
Pero una vez admitido que no admiramos a los locos, no podemos
dejar de reconocer la habilidad que muchos de ellos muestran en las
relaciones interpersonales. Lo mejor es que el terapeuta respete esa
habilidad si no quiere parecer un tonto. También conviene suponer
que las locuras que comete el joven excéntrico son actos positivos,
en el sentido de que son una búsqueda de algo mejor, una lucha por
salir de una situación inaguantable y dar un paso adelante. Aunque,
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por la reacción de la comunidad, el resultado de esa tentativa sea
catastrófico, el jbven loco se hace acreedor a todo nuestro respeto
por intentar mejorar su suerte y la de su familia.
La cuestión de la responsabilidad
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que el responsable de esa medida es el juez de menores y no él. El
juez, por su lado, negará su responsabilidad por la sentencia indefi
nida arguyendo que él depende del juicio emitido por los expertos en
enfermedades mentales. Es así que nadie asume la responsabilidad
por lo sucedido o por las medidas que se deben tomar.
Esto significa que hay confusión en la organización, debido a que
no existen claras líneas demarcatorias de la autoridad. Cuando la je
rarquía de una organización está confusa, la conducta loca y excén
trica que así genera es adaptativa: tenderá a estabilizar la organiza
ción y a aclarar las líneas jerárquicas. Si todo vuelve a su curso nor
mal, la organización entra otra vez en fln estado de confusión. Para
corregir el comportamiento loco es preciso corregir la jerarquía, de
modo que aquel ya no resulte necesario o adecuado.
Etapas de la terapia
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c. Como se presume que existe una confusión en la jerarquía fami
liar, si el terapeuta, en su condición de experto, atraviésalas fronte
ras generacionales y se aiía con el joven contra sus padres, no. hará
más que empeorar la cosa. Deberá coligarse con los padres contra el
joven problemático, aunque así parezca privar a este de sus derechos
y de su libertad individual, y aunque el joven parezca tener demasia
da edad como para considerarlo hasta tal punto dependiente. Si al jo
ven no le gusta esta situación, puede abandonar la terapia y comen
zar a valerse por sí mismo. Cuando haya vuelto a conducirse en for
ma normal, se reconsiderarán sus derechos.
d. Los conflictos entre los padres o entre otros integrantes de la
familia serán subestimados y pasados por alto, por más que las perso
nas en cuestión los saquen a relucir, hasta que el joven retorne a la
normalidad. Si los progenitores afirman que también ellos necesitan
ayuda, el terapeuta les dirá que podrán ocuparse de eso una vez que
su hijo o hija vuelva a conducirse normalmente.
e. La expectativa de todos ha de ser que el joven problemático
recobre la normalidad; no habrá excusas para sus fracasos. Los espe
cialistas aseverarán que no tiene nada malo, y que debe comportarse
como los demás jóvenes de su edad. La medicación debe suprimirse
lo antes posible. Se esperará del joven que retome de inmediato sus
estudios o su trabajo, sin demoras escudadas en una internación par
cial o por una terapia de largo plazo. El retomo a la normalidad es lo
que genera la crisis y el cambio en la familia, en tanto que la perdura
ción de una situación anormal la estabiliza en sus padecimientos.
f Presumiblemente, a medida que el joven vuelva a la normali
dad, retomando con éxito sus estudios o su trabajo o haciendo nue
vos amigos, la familia perderá estabilidad. Quizá los padres amenacen
separarse o divorciarse, y uno o ambos sufran algún trastorno. Uno
de los motivos que abogan para que eí terapeuta se ponga plenamente
del lado de los padres en esta primera etapa de la terapia, al punto de
aliarse con ellos contra el hijo, es que así está en mejores condiciones
de ayudarlos. Si no puede hacerlo, el joven perpetrará alguna locura,
y la familia volverá a estabilizarse en tomo de él y de su excentrici
dad. En este punto hay que evitar una internación, para impedir que
continúe el ciclo hogar-institución-hogar. Un modo de expresar esto
consiste en decir que el terapeuta toma el lugar del joven excéntrico
en la familia, con lo cual aquel queda libre para comportarse nor
malmente y ocuparse de sus cosas. El terapeuta debe entonces resol
ver el conflicto familiar, o bien alejar al joven para que dicho conflic
to se manifieste en forma más directa y no a través de él. Así, el
joven podrá seguir con su vida normal.
3. La terapia debe consistir en una participación intensa y un rá
pido desenganche, más que en una prolongada serie de sesiones regu
lares a lo largo de varios años. Tan pronto sobrevenga el cambio, el
terapeuta empezará a planear el receso y la terminación. Su tarea no
es resolver todos los problemas de la familia, sino sólo aquellas cues
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tiones organización ales que giran en torno del joven problemático —a
menos que la familia desee establecer un nuevo contrato para el tra
tamiento de otros problemas—,
4. El terapeuta debe practicar un seguimiento ocasional de la fa
milia para saber qué ha sucedido y cerciorarse de que continúe el
cambio positivo.