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EL PRIMADO DE LA SEDE ROMANA

Con la cristianización del imperio comenzó a


delinearse con mayor precisión el ejercicio del
primado de la sede romana en Occidente, aunque
a través de un proceso histórico no exento de
dificultades, vacilaciones e incertezas. La postura
del Oriente ante la sede romana ofreció
dificultades particulares que examinaremos
oportunamente. Una cuestión de capital
importancia era la referida al fundamento sobre
el que Roma reivindicaba su primado de carácter
universal y que, a partir de la segunda mitad del
siglo IV, pero sobre todo frente a las crecientes
aspiraciones de los patriarcas de Constantinopla,
los sucesivos Papas se esforzaron por precisar.

El fundamento estaba en el primado conferido a


Pedro por el mismo Jesucristo: “Tú eres Pedro,
y sobre esta piedra edificaré mi iglesia”
(Mt.16,18) y del que los obispos de Roma eran
legítimos sucesores . Tan sólo al Papa por lo tanto, correspondía la sollicitudo omnium
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ecclesiarum (Solicitud por todas las iglesias) y sólo él poseía la suprema potestad para
ejercerla. Sobre todo, a partir del siglo IV, los obispos de Roma comenzaron a ejercer
activamente su rol de primacía sobre las demás iglesias de Occidente, pero, como advertimos
antes, no a través de un proceso continuo y uniforme.

El ejercicio del primado tropezó en Oriente con mayores dificultades, que procedían no solo
de las diferencias culturales entre el mundo latino y el mundo griego, sino también de otros
factores como las tendencias autonomistas de los patriarcados, las pretensiones de la sede de
Constantinopla y las interferencias de los emperadores en los asuntos de la Iglesia. El
encumbramiento de Constantinopla acentuó esa tendencia, que se evidenció de manera clara
en Calcedonia y que expresa el punto de vista oriental en estos términos: atribución de una
primacía de honor a la sede romana; reconocimiento de su autoridad en materia doctrinal,
pero desconocimiento de una potestad jurisdiccional en materia disciplinar sobre las iglesias

1
Los concilios de Roma (369) y Antioquia (378) durante el pontificado de Papa Dámaso (366-384), establecieron que un
Obispo debe ser considerado legítimo, solo cuando es reconocido como tal por el Obispo de Roma; y más tarde otro
concilio romano (382) bajo el mismo pontificado, que “La santa Iglesia de Roma tiene precedencia sobre todas las
demás, no gracias a la decisión de algún concilio, sino porque el primado le fue conferido por la palabra de Nuestro
Señor y Salvador Jesucristo, transmitida en el Evangelio”.
2
La expresión “Papa” (πάπα) de origen incierto, hace referencia en cualquier modo a la solicitud paterna del obispo de
Roma sobre todas las iglesias. Se la puede encontrar en uso a mediados del siglo III en la Iglesia de Alejandría para
referirse a los obispos, como atestigua la carta del obispo Dionisio de Alejandría a Filemón, presbítero de Roma: “Yo
recibí esta regla y este modelo de nuestro bienaventurado papa Heraclas” (anterior obispo de Alejandría. Cf. H.E.VII,7,4).
También se aplicó a S. Atanasio, obispo de Alejandría (Cf. “Primera vida griega de S. Pacomio” en Cuadernos
monásticos n. 172, p.106) y los presbíteros de Roma llamaban así a S. Cipriano de Cartago (Cf. San Cipriano; Epist. 21:
“Todos los confesores al papa Cipriano”, y Epist. 31: “A Cipriano papa”). El obispo de Roma tardaría todavía algún tiempo
en recibirla, aunque después le fue reservada en exclusividad junto con otros títulos como “vicario de Pedro” o “vicario de
Cristo”. Cuando el obispo de Constantinopla comenzó a usar el ostentoso título de “Patriarca ecuménico”, San Gregorio
Magno (590-604) en manifiesta réplica, añadió a los títulos del obispo de Roma la expresión “Servus Servorum Dei”. La
expresión fue introducida por primera vez por S. Gregorio en una epístola a la noble Rusticana del año 601, en la que
expresa que haber sido hecho por el episcopado “siervo de todos” (“per episcopatus factus sum servus omnium”).
de Oriente. A raíz de esto, ya a finales del siglo V se produciría una primera ruptura, que no
fue definitiva, pero serviría de anuncio de otras más graves que se producirían en el futuro3.

Los concilios ecuménicos

Cuando comenzaron a surgir


problemas serios en cuestiones
de fe o disciplina, se recurrió a
los Concilios ecuménicos para
resolverlos. Tales Concilios eran
ecuménicos no solo por reunir a
obispos de diversas regiones,
sino además porque sus
solemnes decisiones,
especialmente sobre temas
cruciales, eran vinculantes para
todas las iglesias. La
conciliaridad o sinodalidad
implica mucho más que el hecho
de la reunión de los obispos en asamblea; involucra también a sus respectivas iglesias. Los
obispos, en efecto, son los depositarios de la fe y dan voz a la fe de sus comunidades. Por eso
cada concilio ecuménico aceptado como tal, es una manifestación de la comunión de toda la
Iglesia y un servicio a la misma.

La tradición sinodal vigente en las iglesias desde los siglos II y III, se consolidó aún más
durante el siglo IV cuando la Iglesia alcanzó su libertad. Los concilios ecuménicos celebrados
entre los siglos IV y VIII en Oriente fueron esenciales para la formulación del dogma, son
reconocidos como tales por la Iglesia oriental y occidental, y suman en total siete:

1. CONCILIO DE NICEA I (325): Papa Silvestre I (314-335); definió la


consubstancialidad del Hijo con el Padre contra la doctrina de Arrio.

2. CONCILIO DE CONSTANTINOPLA I (381): Papa Dámaso I (366-384); definió la


divinidad del Espíritu Santo; Símbolo niceno-constantinopolitano.

3. CONCILIO DE ÉFESO (431): Papa Celestino I (422-432); condenó los errores de


Nestorio y proclamó la maternidad divina de María.

4. CONCILIO DE CALCEDONIA (451): Papa León I Magno (440-461); condenó el


monofisismo y definió la doctrina de las dos naturalezas en la única persona de Cristo.

3
El cisma de Acacio (471-489), Patriarca de Constantinopla, quien inmiscuyéndose en los asuntos internos de los
patriarcados de Antioquía y Alejandría, instigó al emperador Zenón (474-491) a publicar un edicto dogmático – el
Henoticon – tendiente a una conciliación con el monofisismo. El Papa Félix II (483-492) lo excomulgó y lo depuso del
patriarcado; Acacio respondió haciendo borrar el nombre del Papa de los dípticos de la Iglesia de Constantinopla. El
cisma se prolongó durante más de treinta años y finalizó con la aceptación por parte de los obispos bizantinos del
primado romano – suscripción del Libellus Hormisdae, un documento del Papa Hormisdas (514-523) – y el
reconocimiento por parte de Roma de Constantinopla como segunda sede de la Iglesia.
5. CONCILIO DE CONSTANTINOPLA II (553): Papa Vigilio (537-555); condenó como
contaminadas de nestorianismo las doctrinas de los “Tres capítulos”4.

6. CONCILIO DE CONSTANTINOPLA III (680-81): Papa Agatón (678-681); Papa León


II (682-683); Condena del monotelismo (doctrina de una sola voluntad en Cristo).

7. CONCILIO DE NICEA II (787): Papa Adriano I (772-795); declaró el significado y


legitimidad del culto a las imágenes.

Todos estos concilios reconocidos se celebraron en Oriente y fueron convocados por el


emperador que a veces asistió a las sesiones y participó activamente en las discusiones. El
Papa estaba de ordinario, representado por sus legados. Los cuatro primeros, gozaron siempre
de especial veneración en la Iglesia y sus Símbolos o profesiones de fe, se consideran como
la norma más firme de la doctrina ortodoxa.

El rol del emperador cristiano

El emperador cristiano era un miembro de la Iglesia y como tal, estaba sujeto a la autoridad
espiritual de sus pastores. Todos ellos cumplieron un rol esencial en la Iglesia de los primeros
siglos y se sentían revestidos de una misión divina en favor de sus súbditos; no pocas veces,
sin embargo, sus intromisiones en campo doctrinal los llevaron a buscar una solución política
a los problemas.

Las relaciones entre el poder espiritual y el temporal, así como el verdadero rol del
emperador cristiano, fueron objeto de reflexión por parte de algunos padres desde el siglo IV.
Se afirmaba que ambos poderes procedían de Dios y, aunque distintos entre sí, ambos debían
realizar sobre la tierra el designio divino de contribuir a la salvación de todos los hombres. El
emperador concedía a la Iglesia la necesaria protección y apoyo para el cumplimiento de su
misión propia. Por esta razón, cuando los emperadores bizantinos del siglo VII dejaron de
hacerlo, la sede romana se sintió autorizada a buscar dicha protección y apoyo en el rey de los
francos.

4
Los “Tres capítulos” eran tres grupos de escritos pertenecientes a Teodoro de Mopsuestia, Teodoreto de Ciro e Ibas de
Edesa (aunque la expresión vino a significar de hecho a las tres personas), condenados por el emperador Justiniano
(527-565) en un intento de atraer a los monofisitas que rechazaban las decisiones de Calcedonia, donde dichos escritos
habían gozado de gran autoridad. Los penosos sucesos acaecidos entre Justiniano y el Papa Vigilio dejaron de este
hecho un recuerdo lamentable en la historia de la Iglesia.

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