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Te adoramos, oh cristo, y te bendecimos, que por tu Santa Cruz, vida, pasión y muerte redimiste al
mundo y a mí pecador, amén.
Señor, has dicho muy claramente la verdad a todos. Y te han denunciado a las autoridades que han
condenado. No interesan los hombres que dicen la verdad, los que no se dejan comprar con dinero,
los no trafican ni negocian con la vida de otros. Cada vez que actúe como tú me acusarán, me
intentarán quitar del medio. Dame fortaleza y valentía para luchar y vivir tu evangelio.
Señor Peque,
EL SACERDOTE: Segunda estación Jesús toma la Cruz de mano de sus verdugos. (En la puerta
de la fortaleza Antonia aparece Jesús con una túnica blanca, coronado de espinas y atado de
manos. El centurión y los soldados lo custodian. Sale detrás de ellos el verdugo con la Cruz).
CENTURION: (A Jesús) ¡Crueles son tus súbditos!, ¡Oh rey de los judíos!
JESÚS: Mi reino no es de este mundo. Dame la Cruz. (El verdugo se la entrega y Jesús la
abraza y la besa).
¡Señor, peque…!
SOLDADO I: Déjalo. No manches tu acero con la sangre de un hebreo. (Al verdugo).¡Y tú,
obedece! ¡Pronto!
(El verdugo alza a Jesús del suelo y los cuatro descienden lentamente por el otro
lado). (Oscuro).
EL SACERDOTE: Mas el peso de la Cruz te hizo hacer, -Oh buen Jesús la carga de todos mis
pecados, señor; yo prometo no caer, pero soy débil. ayúdame tú si desfallezco.
Cuarta estación y cuarto dolor de la Reina del Cielo (Pausa) en una encrucijada
de la calle de la amargura...
LA VIRGEN: (Con voz desgarradora, intentando acercársele). iHijo!
EL VERDUGO: No es mi cometido.
SOLDADO I: Es preciso hallar un voluntario.
EL VERDUGO: Ya lo tengo, (a Simón de Cirene) ¿Cómo te llamas?
SIMÓN CIRINEO: Simón. Soy de Cirene y vuelvo a mi granja. Mis hijos me esperan.
SOLDADO I: ¿No? Ahora mismo. Dale la cruz. (Simón cirineo se resiste, pero entre otros
soldados y a golpes se le planta sobre los hombros, el verdugo lo ascua hasta que el centurión lo
aparta, salen todos, Jesús manso y majestuoso, cierra la marcha entre dos soldados.)
EL SACERDOTE: Solo a fuerza lograste, ¡Oh Dios mío! Que alguien te ayudará a soportar la carga
agobiadora de la cruz nunca cera la mía tan pesada y, sin embargo, cuando necesito de tu ayuda,
divino y sacrosanto cirineo.
EL SACERDOTE: Séptima estación: Jesús cae por segunda vez. (Pausa) Agotadas están sus
fuerzas y sin embargo ha de cumplirse el espantoso decidió tiene que llegar al Gólgota, Porque así
lo quiere sus asesinos.
EL VERDUGO: Levántate y anda. (Le golpean) ¿No fue eso o que le dijiste a aquel paralítico?
Obra en ti mismo el milagro Jesús Nazareno.
EL CENTURION: (Deteniendo el látigo.) ¿Quieres que no llegue al calvario? ¿Por qué no cesas
de atormentarle? Déjalo ya.
UN JUDIO: (Desde abajo) ¡No le hagas caso! ¡Dale con todas tus fuerzas! (subiendo y
entrando en el espacio iluminado.) Trae. Dame el látigo. Tú ya estas fatigado. Yo tornaré tu puesto.
(Enseñándose con el caído y pisoteándole sin piedad) ¡Verás corno le devuelvo las energías!
JUDIOS: (Desde abajo) Si, si pégale a él, así, así, escúpele; pisotéale la cabeza (Suben
unos cuantos y toman parte en la infame acción.) ¡Que se claven bien ondas las espinas de su
corona de rey! (Ríen y van. a maltratar a Jesús.)
EL CENTURION: (Apartándoles) ¡atrás! ¡Yo soy responsable de que llegue al lugar del suplicio!
¡Fuera! ¡Fuera todos! (Salen los judíos) ¡álzalo del suelo! (los soldados y el verdugo obedecen de
mala gana y todos desaparecen por el lado del escenario. Oscuro).
EL SACERDOTE: Octava estación: Jesús consuela a las piadosas mujeres (Pausa) de entre los
gritos y las blasfemias que en infernal cortejo seguían al divino rey, siguió de pronto el amor de
lágrimas y gemidos. Jesús detuvo su penosa marcha, limpia pupilas en las que así le rendían
homenaje.
JESUS: ¡Hijas de Jerusalén! ¿Por qué lloran?
UNA MUJER: Di más bien por quien lloramos Nazareno.
OTRA MUJER: ¡Por ti, por ti lloramos! ¡Por el horrible suplicio que te espera! ¡A ti, que siempre
fuiste amigo de los pobres, de los enfermos, de los desvalidos!... ¡Por ti lloramos Jesús Nazareno!...
¡Por ti!
JESUS: ¡Hijas de Jerusalén! ¡No lloren por mí! ¡Lloren por ustedes y por sus hijos! Porque
vendrán días en que diga: dichosas las estériles y dichosos los vientres que no concibieron, y los
pechos que no dieron de mamar. Entonces gritaran los montes ¡"caiga sobre nosotros"! ¡Y a los
colados: sepultarnos! Después si con el árbol verde hacen esto, con el seco ¿Qué se hará? (Sale
Jesús, las mujeres meditan horrorizadas) (0scuro)
EL SACERDOTE: ¡Oh señor y dios mío! Que yo no sea árbol seco que alimente el fuego
inextinguible del infierno. Árbol verde quiero ser henchida de la divina sabia de tu gracia. Aunque
conmigo hagan lo que hicieron con tus enemigos, con tal de morir sin pecado, aceptare gustoso
hasta el último sacrificio. (Padre nuestro, ave María, y... ¡Señor peque...!)
LOS FIELES: ¡Ten piedad y misericordia de mi...!
EL SACERDOTE: Otra vez ¡Oh Jesús mío! Te desplomas bajo el peso de mis pecados. Siempre
prometo no caer y caigo dame tu fuerza para que pueda levantarme. (Padre nuestro, ave María, y...
¡Señor peque... !)
LOS FIELES: ¡Ten piedad y misericordia de mí!
EL SACERDOTE: Decima estación: Jesús despojado de sus vestiduras (pausa) como reo
despreciable, que no tiene derecho al decoro de un ropaje que oculta la intimidad de su carne a la
mirada de lodos, Jesús es desnudado brutalmente por los sayones.
SOLDADO 1: No tires tan fuerte del manto.
SOLDADO 2: ¿Por qué se le abren las llagas? ¿Es que un rudo legionario pueda ablandarse
por el sufrimiento ajeno como una débil mujer? Me asombras.
SOLDADO 1: ¿Crees qué abogo por el condenado? ¿Estás loco? Es el manto lo que importa,
vas a desgarrarlo, y yo lo quiero.
SOLDADO 2: Yo también, a mí me pertenece. (Suben al escenario dos soldados más).
SOLDADO 1: No he de cedértelo.
SOLDADO 3: ¿Qué habrás de ceder? Nosotros también queremos nuestra parte.
SOLDADO 4: Si, cuatro mantos puedo hacer con el mi espada. (Saca su espada y toma el
ropaje, dispuesto a partirlo)
SOLDADO 1: (Mostrando unos dados) Espera, echémoslo a la suerte, mis dados decidirán
por quien se inclina la fortuna.
SOLDADO 4: No, hagamos esto con la túnica. (Señala la que aún cubre a media la noble
figura del redentor). Es de finísimo lienzo y de una sola pieza. El manto, en cambio (lo desgarra) no
debe entrar en el sorteo. (Lo reparte y toma los dados del soldado 1) dame los dados.
EL CENTURION: (acercándose) Dejen eso ahora, tahúres impertinentes, ayuden al verdugo,
vamos, apresurémonos, tiempo tendrán luego.
SOLDADOS: ¡Sí! ¡Si", ¡Después de crucificarle! ¡Después de crucificarle! (Oscuro).
EL SACERDOTE: ¡Oh mi adorado Jesús! Tu dijiste: "El hijo del hombre no tiene donde reclinar
su cabeza" y mira el lecho de los súbitos a preparado a su rey que va a morir. No, no es un blando
diván con almohadones de plumas y sabanas de encaje. ¡Es un frío y áspero madero! ¡Y te clavan
en el con tres clavos de infamia para ser tu agonía aún más horrible!
EL SASERDOTE: ¡Señor! Tú lo habías dicho: "Al que quiere quitarte la túnica, alargarle también
el manto". Y eso haces viéndote despojado de tal modo y expuesto así. ¡Dios mío! a la vergüenza
pública. Si tanto me amas que todo me lo ofreces, clame también la gracia de desnudarte de mis
pasiones y mostrarme a ti libre de las llagas del pecado.
(Padre nuestro, ave-María... ¡Señor peque...!)
LOS FIELES: ¡Ten piedad y misericordia de mí!
OTRO JUDIO: ¡Anda baja! ¿o prefieres que vayamos a ayudarte? (Más risas).
JESUS: ¡Padre perdónalos, que no saben lo que hacen!
GESTA: Tienen razón. ¿No eres tú el Cristo? pues sálvate y sálvanos a nosotros,
SAN DIMAS: (A gestas) ¡Calla! ¿Cómo no termes a Dios ni hallándote en el mismo suplicio?
Y nosotros, en verdad, en el estamos justamente, que pagamos la pena merecida por nuestros
delitos, pero él ningún mal ha hecho (a Jesús) ¡Señor, acuérdate de mi cuando llegues a tu reino!
JESUS: En verdad te digo que "Hoy estarás conmigo en el paraíso". (La Virgen y San
Juan Evangelista se acercan más todavía a la cruz. Jesús inclina la cabeza y mira a su santa madre)
"¡Madre: he ahí a tu hijo!" (mirando a san Juan). "¡Hijo, he ahí a tu madre!" (La virgen y san Juan se
abrazan. San Juan llora en el pecho de ella. Relámpagos y truenos, asombra y desconcierta entre
los judíos. Jesús con suprema angustia, mueve la cabeza), "Dios mío" "Dios mío" ¿Por qué me has
abandonado? (Nuevos relámpagos y truenos. Jesús abre la boca y jadea). "¡tengo Sed!" (El soldado
1 clava una esponja en la punta de su lanza y la empapa en una vasija que se allá en el suelo).
SOLDADO 2: ¿Qué vas a darle?
SOLDADO 1: Vinagre: posea.
SOLDADO 2: Alcánzale la vasija.
SOLDADO 1: (Acercando la punta de la lanza a los labios de Jesús). Con esto tendrá bastante.
Es nuestra bebida y puede faltarnos luego. (Va. hacia el centurión este y los dos soldados forman
un grupo expectante)
JESUS: “¡Todo esta consumado!” (En un esfuerzo agónico y exhalando un gran alarido).
“¡Padre en tus manos encomiendo mi espíritu!” (Inclina la cabeza y queda inmóvil).
EL SACERDOTE: ¡Ay, dolor de mi Dios escarnecido! ¡Clávenme a mí también en esa cruz, del
otro lado que mis gritos sean tan fuertes que apaguen el eco de sus divinos gemidos!
(Padre nuestro, ave-María... ¡Señor peque...!) -
-LOS FIELES: ¡Ten piedad y misericordia de mí!
EL CENTURION: ¡Verdaderamente, este hombre era justo! ¡Este hombre era hijo de Dios!
SOLDADO 1: ¡Y que haremos de él!
EL CENTURION: Ve si ha muerto.
(El soldado 1, avanza y clava su lanza en el costado izquierdo de Jesús. De la llaga mana sangre y
agua. Hay un movimiento de angustia en el grupo de la Virgen, San Juan, Nicodeinus Y José de
Arimatea. Este es el último se acerca aproximándose al centurión).
JOSÉ ARIM: ¡No, le quiebres ningún hueso!
JOSÉ ARIM: Una pieza del más delicado lino tengo para su mortaja.
El CENTURIÓN: Hombres como ustedes merecían ser Romanos. (A los soldados que han
regresado de llevar los cuerpos de los dos ladrones). ¡Soldados! ¡Vámonos de aquí! ¡Nuestra
guardia ha terminado! (Se aleja al frente de ellos, pero vuelve, y en un arranque impulsivo besa los
pies del redentor, huyendo precipitadamente. José de Arimatea sube por las escaleras y ayudado
por Nicodemus, desclava a Jesús. Envolviéndole en el sudario le hace bajar hasta llegar a los brazos
de la virgen que, sentada a los pies de la cruz le recoge amorosamente en su regazo. San Juan
compone el grupo mirando a ambos con ternura y emoción infinita). (Oscuro).
EL SACERDOTE: ¡Oh María madre del mayor dolor! Con que alegría estrechaste contra tu cuerpo
a aquel divino niño que te nació en Belén. ¡Y ahora, después de tantos años, con que desgarradora
tristeza vuelves a sostenerle en tu regazo! ¡Tu hijo, la hermosura, la verdad y el bien perfecto, tu
hijo Muerto! ¡Muerto en la plenitud de la vida! ¡Muerto por los pecados del mundo! ¡Marial... ¡Por mis
pecados estas llorando! ¡Déjame llorar por ti, aunque mis lágrimas todas no valgan lo que una sola
tuya! (Padre nuestro, Ave María, Y... ¡Señor peque...!)
LOS FIELES: ¡Ten piedad y misericordia de mí!