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Modern Architecture: Being the Kahn Lectures

Escrito a inicios de la década de 1930 por el arquitecto


estadounidense, Frank Lloyd Wright, el libro está basado en las
conferencias públicas brindadas por él mismo para los
estudiantes de Arquitectura de la Universidad de Princeton,
organizadas por el Departamento de Arte y Arqueología y
principalmente financiadas por el filántropo neoyorkino Otto H.
Kahn. Según lo leído, cabe destacar que Wright pretendía causar
una conmoción en los estudiantes, mediante el planteamiento de
nuevas posibilidades abiertas a la arquitectura estadounidense de
la época. Wright procuró no entregar al público sus formas y
técnicas particulares, pues estas habrían sido desarrolladas por él
con la finalidad de cumplir con propósitos específicos, y no para
ser replicadas o vagamente copiadas. Tal como se menciona en el
prefacio, los estudiantes habrían quedado impresionados a causa
del espíritu de Wright, quien provocó en ellos un deseo de
novedad y, debido a las críticas a la arquitectura clásica que el
arquitecto realiza a lo largo del libro, un hastío con lo tradicional.

Dada la manera en la que las conferencias fueron transcritas al


libro, se transmite una sensación de unidad y fuerza en la
redacción y en las palabras, similar a “una charla en vivo”, por
decirlo de alguna manera. A comparación de la funcionalidad y
simplicidad superficial que Wright suele utilizar en su obra
arquitectónica, emplea una verborrea decorativa al momento de
escribir, haciendo uso de ironía, sarcasmo y advertencias en
cuanto a la arquitectura estadounidense y su futuro en la
sociedad.

El texto se encuentra esencialmente conformado por 6 capítulos,


los cuales siguen la secuencia en la que las conferencias se
llevaron a cabo, por lo que el contenido y la forma es igual. En
cuanto a la estructura de cada tema, hallamos una declaración
general acerca de las condiciones constitutivas de la cultura
arquitectónica moderna, dada por el mismo Wright.

Luego, menciona las aplicaciones particulares de dichas condiciones en campos como el urbanismo, arquitectura y el diseño. Las 6
ideas están entrelazadas entre sí y derivan del significado de la máquina, su rol y trascendencia en la arquitectura moderna,
proposición inicial de Wright que da origen al planteamiento de los temas. A lo largo del libro, se evidencia su intención de excluir la
posibilidad de que la arquitectura europea de la época pudiera ser considerada como un referente en el que la máquina fuera el nuevo
elemento fundamental de la creación arquitectónica, mencionando repetidamente la obra de Le Corbusier y su impacto en la
arquitectura americana.

La primera conferencia, por ende, el primer capítulo del libro: “Materiales, Máquinas y Hombres”, empieza por definir la era moderna
como “Era de las Máquinas”, en la que el lugar de las obras de arte clásicas, es ahora ocupado por máquinas que el humano debe
aprender a controlar, verlas como simples implementos o herramientas sustitutas. El arquitecto lamenta el uso que se ha hecho de la
maquinaria, pues a su parecer, se ha utilizado con la relativamente condenable finalidad de imitar el trabajo artesanal del pasado que
alguna vez representó el conocimiento cultivado y Wright lo ejemplifica de manera simple al mencionar algo tan común como el
tallado de los muebles, revestimientos y suelos, pues todos suelen imitar patrones clásicos y texturas mecánicamente perfectas. Para
él, este accionar es totalmente contrario al principio de desarrollo orgánico, pues solo se imita de manera irresistible sin un porqué
específico, desconociendo el significado de lo que se imita e ignorando el propósito al que responde, convirtiéndonos en víctimas de
una costumbre que evidencia nuestro estancamiento imaginativo, representante de un gusto sin razón.

Wright critica fuertemente que el débil artista persista en aprovecharse de esta práctica deshonesta, pues no se propone a desarrollar la
belleza de nuevas posibilidades mediante un cambio de método, sino que continúa falsificando arquitectura, copiando el método
antiguo, desmintiendo el actual y engañando al proceso correspondiente con imitaciones básicas

A pesar de lo anteriormente mencionado y considerar que el mal uso de la máquina había llevado a la arquitectura a una burda
degradación, sostiene que teniendo en cuenta sus capacidades inherentes, usarla de manera inteligente podría facilitar la creación de
nuevas formas imposibles de realizar a mano; formas más simples y plásticas que conlleven a una arquitectura orgánica y coherente
con la naturaleza. Wright también recalca que, dada la tecnología actual y los procesos plásticos característicos de esta “Era de las
Máquinas”, el registro verdadero de nuestra civilización estará presente en las operaciones que se realicen sobre los numerosos
materiales que se tienen al alcance. En algunos, con ciertas manipulaciones y formas, la máquina será capaz de resaltar su belleza y
conservar su carácter, mientras que, a otros, los estropeará cualitativamente.
En el capítulo que contiene la segunda conferencia, “Estilo en la Industria”, Wright menciona reiteradamente el término “Arquitectura
Orgánica”, con el que se referiría a estructuras vivas, con características ornamentales o partes plásticas organizadas de manera que
puedan aplicarse a un propósito integral. Además de la plasticidad y tridimensionalidad, Wright nos habla de una integridad
estructural, en la que los materiales fluyen manteniendo su calidad y naturaleza. A fin de ejemplificar el proceso de estandarización en
el diseño de materiales, Wright hace referencia al Japón premoderno, en el que encuentra elegancia orgánica y soluciones agraciadas:
superficies limpias y propósitos claros a causa de su programa cultural religioso. En cuanto al estilo, Frank lo define como una
expresión espontánea e integral, llevada a cabo coherentemente en una cultura particular, convirtiéndose en algo inimitable fuera de
su propio contexto. Como manifestó en la primera conferencia, la falsificación de elementos clásicos es un acto condenable, pues no
son simplemente abstractos y formales, sino simbólicos en sus respectivas culturas.

La industria, según Wright, tiene la responsabilidad de educar diseñadores, en lugar de formar simples artesanos, pues a comparación
de estos, los diseñadores presentan la imaginación y la creatividad necesarias para la industria; sin estas cualidades distintivas, la
arquitectura no sería más que algo pobre en esencia e incapaz de inspirar y evocar emociones en las personas.

Cerca al final del capítulo, Wright realiza una propuesta de lo que él consideraría “lo ideal” en cuanto a la educación artística; propone
un centro educativo experimental ubicado en el campo, en el que los estudiantes con sensibilidad artística, sean capaces de explorar
sus habilidades con los distintos materiales constructivos. Esta escuela estaría equipada con la maquinaria moderna proveniente de las
industrias, con la que los jóvenes entrenarían para descubrir las posibilidades existentes en la naturaleza de los materiales, impulsando
el desarrollo de un estilo propio en la industria a través de la educación.

El siguiente capítulo, “El paso de la cornisa”, quizá aparente simpleza y transparencia, pero el trasfondo temático demuestra la farsa
arquitectónica de la que Wright fue testigo. Entre anécdotas personales, nos narra la manera en la que se dio cuenta de la carencia de
un mayor significado de la cornisa, una característica grecorromana utilizada para terminar un edificio en su parte superior. Notó que
dicho elemento se hallaba en toda construcción estadounidense de principios de siglo, al igual que otras características clásicas,
ejemplos de pretenciosidad ornamental, aseguradas como “estética académica” gracias a la ignorancia de una población imitadora y
conformista.

El arquitecto deja de despreciar la cornisa y, con el fin de “exorcizar este fantasma ornamental”, se propone desarmar su significado y
rastrea su origen hasta la antigua Atenas, lugar en el que vivió tras abandonar su hogar en Madison. Las cornisas de piedra, no eran
más que bordes y proyecciones de un techo voladizo, destinadas a dejar caer el agua del techo a través de las paredes laterales, como
“sombreros extravagantes para edificios”, por decirlo de alguna manera. Tras esto, plantea que los edificios, tal como las máquinas
que expresan poder, potencia y propósito, deberían ser indicativos de su propósito estructural o funcional; le disgusta el mantener las
formas clásicas por el simple hecho de pretender preservar las apariencias.

En esta conferencia, Wright concluye que la arquitectura podría aún salvarse, denotar una belleza superior y evitar convertirse en una
simple farsa, en una cruel desilusión o en una masa absurda, si esta se lograra adaptar a su función correspondiente.

Al iniciar el cuarto capítulo del libro, “La Casa de Cartón”, Wright asocia el concepto de la casa a una falsificación mecánica del
cuerpo biológico. A manera de analogías, relaciona el sistema de cableado eléctrico con el sistema nervioso, el sistema de fontanería
con los intestinos y el sistema de calefacción con nuestro sistema circulatorio. Destaca que una casa, debe ser complementaria a su
entorno natural, sin ultrajar el accionar de la máquina y actuar como un acompañante del hombre y los árboles. Hace referencia a la
simplicidad exterior recientemente potenciada por Le Corbusier en la arquitectura moderna europea, producto de su construcción
confusa y complicada. A su parecer, estas casas se asemejan a formas de cartón, pegadas a fin de parecer cajas enormes. Él trata de
marcar cierta distancia de este movimiento, ofrece su propia arquitectura como un “antídoto” para este mal y trata de establecer su
propia modernidad.

Como pequeño consejo, Wright menciona la importancia de dotar a la vivienda de habitabilidad al configurar de mejor manera las
áreas de la casa; no pretende dar origen a ambientes simplemente estructurales, sino más plásticos, cualidad indispensable para el
correcto uso de la máquina y que representa a la perfección la modernidad arquitectónica. Más adelante en el texto, el arquitecto habla
acerca de la decoración, determinando que esta es, la mayoría de las veces, una simple improvisación arquitectónica. Esto, siempre y
cuando no sea parte del diseño estructural del proyecto, tanto en concepto como en ejecución, desarrollándose dentro de la naturaleza
de la vivienda y como una parte orgánica de dicha expresión. De esta manera, el arquitecto conseguiría una obra integral y armoniosa,
en lugar de meramente ornamental, constituyendo un ideal raramente alcanzado orgánicamente, pues es, más que todo, una cuestión
de coordinación efectuada con belleza, una cuestión de simpatía.

Los 2 últimos capítulos, abordan en gran parte, algunos problemas de la época y se basan en acontecimientos económicos, sociales y
políticos ambientados en la década de 1930. Dadas las críticas vehementes que Wright realiza a los edificios americanos de aquel
tiempo en su quinta conferencia, “La Tiranía del Rascacielos”, se deja entrever el nulo deseo del arquitecto por diseñar tales
estructuras urbanas. Además, con el fin de establecerse a sí mismo en su discurso como figura de autoridad, recuerda su presencia en
Chicago durante el diseño del primer edificio moderno, el Edificio Wainwright, un edificio de oficinas con características
consistentes, enorme y con un esqueleto de acero. Dicho monumento, según el arquitecto, caracterizaría a todos los rascacielos
construidos posteriormente; constituye la utilidad transformada en belleza armónica al servicio de las necesidades humanas, fruto de
una visión imaginativa e ingeniosa.

Frank critica fuertemente cómo el gran empresariado, “los promotores de la congestión”, desesperados por el concepto de verticalidad
y el vértigo, establecieron la moda del rascacielos sobre una base falsa, provocando la pronta elevación de los valores inmobiliarios. A
causa de esto, se proponen construcciones subterráneas y calles de múltiples pisos, con tal de apartar el tráfico del “hermoso bosque”
de edificios. Para Wright, por cómo se construyen “en masa”, el concepto de rascacielos está condenado por su propia competencia y
monotonía. Propone el establecimiento de límites en cuanto a las áreas en las que se pueda llevar a cabo su construcción, pues
considera importantes la amplitud espacial, la salud en la movilidad y la libertad en el esparcimiento. La “tiranía” empresarial, como
el título menciona, había convertido a los edificios en simples cajas huecas, una colección de fachadas de ladrillo, mampostería y una
torpe imitación de un esqueleto de acero con letreros deslumbrantes. Este envolvente, producto de la capitalización de los instintos de
nuestra civilización, causaba un grave problema de congestión vehicular y peatonal; no era ni ético ni trascendente, sino intratable: el
espectáculo de una hazaña comercial, sin una idea de unidad mayor a su posible éxito comercial.

Aproximándonos al final del libro, se nos presenta el sexto y último capítulo, “La Ciudad”. En este, Wright se cuestiona si la ciudad
fue realmente una necesidad pasada, un triunfo natural o una forma de enfermedad social. Destaca que, en el pasado, lo que causó la
concentración de la civilización en un entorno urbano, fue la posible carencia de formas de transporte y de telecomunicaciones. Esta
vez, él vuelve a sentir la necesidad de ir en contra de este nuevo movimiento arquitectónico en el que se promovía la concentración de
la población en la ciudad, en la que las clases socioeconómicas se veían cada vez más diferenciadas. Wright plantea en su
contraproyecto, una vida en el campo, un “ruralismo”, como él lo llama. En este ambiente, ricos y pobres llegarían a gozar de todas
las oportunidades comerciales y culturales alguna vez ofrecidas por la gran ciudad, resultando en un “Festival de la Vida”, un gran
lugar de reunión, la fuente inmediata de riqueza y de poder en las relaciones humanas.

Dicha visión ruralista planteada por Wright, estaba profundamente arraigada en el desarrollo del uso de la tierra en su país,
conformando una idea estadounidense y según él, “verdaderamente democrática”. En la carretera de su utopía, buscaría ubicar los
centros comerciales, lugares de comida y actividades recreativas con el fin de promover “el instinto de reunión” de las personas. A lo
largo del camino, se encontraría la gasolinera que, gradualmente, se convertiría en un centro de reunión y de igual manera, se idearían
plazas, restaurantes y hospedajes temporales. Para este proyecto descentralizado de comunidad, se entregaría como mínimo, un acre
(4046 m²) a cada familia, mientras que la parte referente a la vida social e intelectual, estaría centrada en una casa unifamiliar;
establecido sobre grandes áreas verdes y en contacto con la luz solar y el aire. Pocas personas sabrían, que lo anteriormente explicado
sería una descripción del proyecto teórico y utópico de Wright, The Broadacre City, propuesto en 1932. Por obvias razones, el
proyecto nunca pudo ser llevado a cabo.

Para las conferencias a los estudiantes, Wright estableció una forma aproximada en la que las desarrollaría: una pequeña introducción
en dirección al tema que criticaría, una referencia a la figura de autoridad o ejemplos arquitectónicos de los que abstraerá información,
luego el discurso en sí y para finalizar, una conclusión. La manera en la que Wright redactó el libro es totalmente comprensible y las
ideas planteadas, aunque bastante utópicas, sobre todo en los últimos dos capítulos, tienen una razón de ser y presentan un sustento en
los problemas socioeconómicos de la época, así como en las necesidades humanas. Lo que el arquitecto nos brinda en este texto, no
son reglas didácticas o “trucos arquitectónicos” de los que hacer uso para convertir las numerosas posibilidades en una rigurosa
tradición académica, sino que, de cierta manera, funcionan como “sermones” de un artista profesionalmente atractivo y reconocido,
con seguridad en sí mismo y con fe en la vasta capacidad humana para dominar su propia creación: la máquina.

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