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El presente documento fue realizado por docentes de la cátedra de Constitución de la subjetividad del IFD N° 13. Prof.
Hormachea y Prof. Robledo con el fin de ser utilizado en este espacio académico.
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Siguiendo el posicionamiento de la autora Mariana Karol escribimos “Otro” con mayúsculas porque se trata de Otro
peculiar, significativo, y no de cualquier otro. Es Otro que no garantiza el éxito de su función sólo porque tiene un lazo
biológico con el individuo, sino por su posicionamiento respecto de él. De allí que lo diferenciemos de “otros” utilizando la
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Dirá Edgar Morín: “El hombre es, pues, un ser plenamente biológico, pero si no dispusiera
plenamente de la cultura sería un primate del más bajo rango […]”
Existe una relación dialéctica entre los pares individuo humano-naturaleza y sujeto-
sociedad, de cuya interacción depende la posibilidad de devenir sujeto.
El individuo humano como organismo vivo, circula en el interjuego fundante de la necesidad
y la satisfacción de esa necesidad. La necesidad es un elemento de orden BIOLÓGICO que
emerge del intercambio de materia del individuo con su medio. La necesidad es innata al ser
vivo, tanto la necesidad como la satisfacción se dan en el interior del individuo, pero la fuente
de gratificación de esa necesidad es exterior al ser vivo. Esto promueve la relación del
individuo con el mundo exterior.
Así, en los momentos iniciales de la vida, el bebé experimenta necesidades bio-fisiológicas
(hambre, sueño…) para cuya satisfacción depende de otro y de un contexto que le provea
los recursos para alcanzar la gratificación.
Acceder a la posición de sujeto supone superar la condición de mero ser vivo, ser en estado
de naturaleza pura; ser de pura necesidad y, a la vez, de suma indefensión para poder
satisfacer sus necesidades por sí mismo.
Para poder realizar este pasaje de ser de la naturaleza a sujeto psíquico y social, se requiere
de la asistencia de Otro que se sitúe como portavoz de un lenguaje que no es propio, sino
mayúscula para, para remarcar su carácter estructurante, único y singular. (Ver Karol Mariana “La constitución subjetiva
del niño” en AA.VV. De la familia a la escuela, Ed. Santillana, Cap. 3)
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Etimológicamente “infante” significa “el que no habla”, señalando así, algo que falta, abriendo a las posibilidades de
estructuración.
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Se hace referencia al adulto que cumple esta función, no necesariamente a la madre biológica. Véase en estas viñetas
“Función materna” y “Función paterna”.
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que es propio de una estructura social y cultural más amplia de la que forma parte. Este
lenguaje (capacidad desarrollada por la especie humana con la cual se representa mediante
símbolos abstractos, aspectos concretos de la realidad) es transmitido a través de códigos
particulares de la lengua (aspectos idiomáticos- contexto socio- cultural de pertenencia)
construida a partir de la pertenencia a un grupo social al que el sujeto se adscribe mediante
el habla (empleo de la lengua por parte de un sujeto particular que comunica la significación
de un mensaje).
El lenguaje cumple una función constitutiva y constituyente en el sentido que imprime una
significación en el individuo humano quien, al ser nominado, designado e interpelado por
otro a través de diversos lenguajes, adquiere una posición de objeto de enunciación y
potencial sujeto enunciador.
“El cachorro humano, nace y se constituye dentro de un universo habitado por otros,
semejantes y próximos, sin cuya asistencia, no sobreviviría. Sin embargo, la asistencia a
partir del abastecimiento de la necesidad no es condición suficiente para que el cachorro
humano devenga como sujeto humano capaz de re- presentar la realidad y de re-
presentarse dentro de ella a partir de símbolos”. (AULAGNIER, Piera.1988)
(Véase en Anexo el apartado “El ‘salvaje de Aveyron’: ¿qué nos hace sujetos?”)
Es decir, que esa dialéctica esencial constitutiva de lo subjetivo, tiene como sustancia la
interpenetración de dos pares contradictorios: a)- necesidad /satisfacción; b)- sujeto/
contexto vincular social en el que emerge y se resuelve, en una relación con otro, esa
contradicción básica entre la necesidad y la satisfacción.
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“Pichòn Rivière dice que el sujeto no es sólo un sujeto relacionado, es un sujeto producido
en una praxis, en un hacer. Plantea esto porque va a poner foco en la cuestión de ser
productor de su vida material y de su universo simbólico, y a la vez ser producido en ese
mundo en el que cada uno de nosotros nace, emerge y se configura como sujeto. Entonces
es sujeto productor y producido”
Este señalamiento del sujeto producido / productor nos recuerda aquella sentencia de Sartre
“Uno es lo que hace con lo que hicieron de él”. Aquí se sintetizan dialécticamente las dos
dimensiones señaladas al principio “producido y emergente” y “productor, actor y
protagonista”.
El desarrollo del psiquismo incipiente del infans o cachorro humano dependerá de cómo el
otro semejante se ubique en una posición de función. Por función se entiende el lugar que se
le asigna simbólicamente a otro dentro de una trama vincular. Este lugar supone el habilitar
un espacio estructurado y estructurante que va a ser ocupado por Otro. De ahí que la acción
maternaje/paternaje sea algo más que la mera producción biológica de un ser vivo, y se
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constituya en el soporte vincular a partir del cual se sujeta al individuo humano a una
estructura organizada a partir del lenguaje.
El primer Otro (constituyente y primordial) estará representado por la función materna quien
a partir del abastecimiento de la necesidad introducirá algo del orden de lo vincular que será
objeto de representación, pues supone el agregado de algo más que la acción material de
proveer cuidado y nutrición. Ese algo más es del orden de la significación y el sentido con
que ese Otro ejerza esa acción. Este Otro nutre, asiste, mima, toca, abriga, habla, imagina a
su bebé (cría humana) como sólo un sujeto con una subjetividad constituida puede hacerlo
(Karol,M.1999).
En tal sentido, es oportuno aclarar que el modo en que se ejerce la función materna
depende a su vez de la propia historia de constitución subjetiva de la madre o cuidadora/o,
con todo lo que ello implica.
La función materna, entonces, no está dada por el hecho de la procreación, sino por el
trabajo de vincularse a la cría y de encontrar gratificación en el trabajo de asistirla y cuidarla.
Quien cumple la función materna debe decodificar –interpretar- la reacción que produce
alguna necesidad no satisfecha en el bebé (hambre, sueño, dolor) atribuyéndole un
significado a esa manifestación según los patrones culturales de su entorno y su propia
historia subjetiva; de acuerdo a la interpretación que realice de la necesidad que se trata,
proveerá los arreglos para satisfacerla también de acuerdo a las acciones y ritualizaciones
propias de su contexto socio- cultural. Pero, más allá del modo convencional de proveer al
bebé, el modo particular en que lo hace, el significado que le otorga a la acción, al otro y a sí
misma en la realización de la acción cargan de un significado afectivo- vincular el acto de
cuidado. Por ello, la necesidad sería el “fundamento motivacional de toda experiencia de
contacto, de todo aprendizaje, de todo vínculo” (Quiroga, A.1990). La satisfacción de la
necesidad, mientras tanto, tendría un correlato social, pues sólo se accede a ella en la
experiencia vincular con el Otro, experiencia mediada por palabras y actos portadores de
significado que expresan un verdadero lenguaje.
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La función materna y la función paterna están situadas social y culturalmente y, por ello,
presentan notables diferencias en diversos tiempos históricos y en distintas sociedades. Tal
como hemos señalado anteriormente, ello significa que los modos de ejercicio de estas
funciones están matrizadas en la trama de significaciones, prácticas y valores propios de un
contexto socio- cultural. En otras palabras, tanto la función materna como paterna se
sostienen y emergen del campo social (que es por definición cambiante, dinámico,
conflictivo). No obstante, el campo social no es más que una expresión que designa las
relaciones e interacciones que se producen entre ciertos grupos o instituciones que, de
acuerdo a su posición en la estructura social, generan dinámicas particulares de intercambio
configurando así un campo de fuerzas sociales que tienen cierta estabilidad en un tiempo-
espacio histórico.
El campo social tiene un carácter constitutivo para el sujeto; es decir, que lo social es
parte esencial de la subjetividad de cada sujeto; dado que la estructura social se
inscribe en el individuo humano sujetándolo a un universo organizado a partir de
reglas convencionales de carácter simbólico. (Aulagnier, P.1988)
El sujeto puede constituirse sólo a partir de que lo social se inscribe en él y… él se
inscribe en lo social. (Karol, M.,1999)
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Mariana Karol subraya la diferencia entre una “violencia interpretativa legítima y necesaria”, a la que llama “violencia
primaria” y una “violencia secundaria o exceso de violencia interpretativa”. La primera es necesaria en tanto la presencia
de un Otro constituyente, como ya se ha señalado suficientemente; la segunda, en cambio, se prolonga innecesariamente
imponiendo significaciones y sentidos que atentarán a la larga contra las posibilidades de autonomía del sujeto.
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La cultura define y ordena los lugares y posiciones de los sujetos socializados a partir de las
correspondencias con diferentes matrices sociales presentes en las instituciones. La cultura
sujeta al sujeto a sus instituciones sociales mediante el establecimiento de un contrato
fundante que liga al sujeto singular con un grupo de pertenencia quien tiene a cargo la
transmisión de los enunciados del campo social.
La subjetividad individual refiere a lo que es propio del sujeto singular. Implica un arreglo
particular de la pulsión, la fantasía, de la relación de objeto y del discurso del otro, en la
realidad psíquica del sujeto. Lo subjetivo depende de él, y tiene valor sólo para él. Es lo no
necesario, ni universal y se opone al objeto y a los otros individuos. Es aquello que se le
aparece al sujeto y puede ser irreal, ilusorio, aquello que sólo existe en el pensamiento o la
imaginación. Por su parte, Fernandez (2006) alude a una subjetividad que no es sinónimo de
sujeto psíquico, que no es meramente mental o discursiva sino que engloba las acciones y
las prácticas, los cuerpos y sus intensidades.
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Kaes (1984, citado en Bonanno, 1997) en sus aportes desde el psicoanálisis de grupos,
considera que la subjetividad está apuntalada sobre la experiencia corporal, sobre el deseo
de otros, sobre el tejido de los vínculos, de las emociones y de las representaciones
compartidas a través de las cuales se forma el sujeto.
La subjetividad colectiva da cuenta de aquellas representaciones sociales, imaginarios
colectivos y componentes pulsionales que comparten los integrantes de una época histórica
y que constituyen una ficción dominante que hace lazo social y es presentada como la
realidad (Pachuk, 1998).
En el mismo sentido, para Edelman y Kordon (2011), cada período socio- histórico,
promueve modelos y contenidos específicos, de modo tal que cada sociedad produce
subjetividades determinando las formas con las cuales se constituyen sujetos plausibles de
integrarse a sistemas que les otorguen un lugar y garanticen su pertenencia. Entienden la
subjetividad como las diferentes formas de sentir, pensar, y dar significación y sentidos al
mundo. Así la subjetividad de época es producto del modo en que cada sociedad articula las
condiciones materiales de existencia, las relaciones sociales, las prácticas colectivas, los
discursos hegemónicos y contra- hegemónicos.
Según Fernández (2006) la subjetividad se produce en el entre, con los otros, siendo por
tanto un nudo de múltiples inscripciones deseantes, históricas, sexuales, psíquicas,
materiales etc. En esta posición el término producción, remite a considerar lo subjetivo
básicamente como proceso, como un devenir en permanente transformación y no
como algo ya dado. Este marco conceptual propone el desafío de pensar la subjetividad en
la articulación de los modos sociales de sujeción y su resto no sujetado.
Se trataría de pensar una dimensión subjetiva que se produce y ES en acto y que constituye
sus potencias en su propio accionar.
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“El concepto de identidad aquí desplegado no es, por lo tanto, esencialista, sino estratégico
y posicional. Vale decir que, de manera directamente contraria a lo que parece ser su
carrera semántica preestablecida, este concepto de identidad no señala ese núcleo estable
del yo que, de principio a fin, se desenvuelve sin cambios a través de todas las vicisitudes de
la historia; el fragmento del yo que ya es y sigue siendo siempre «el mismo», idéntico a sí
mismo a lo largo del tiempo.
Tampoco es —si trasladamos esta concepción esencializadora al escenario de la identidad
cultural— ese «yo colectivo o verdadero que se oculta dentro de los muchos otros "yos",
más superficiales o artificialmente impuestos, que un pueblo con una historia y una
ascendencia compartidas tiene en común» (Hall, 1990), y que pueden estabilizar, fijar o
garantizar una «unicidad» o pertenencia cultural sin cambios, subyacente a todas las otras
diferencias superficiales. El concepto acepta que las identidades nunca se unifican y, en los
tiempos de la modernidad tardía, están cada vez más fragmentadas y fracturadas; nunca
son singulares, sino construidas de múltiples maneras a través de discursos, prácticas y
posiciones diferentes, a menudo cruzados y antagónicos.
Están sujetas a una historización radical, y en un constante proceso de cambio y
transformación. Es preciso que situemos los debates sobre la identidad dentro de todos esos
desarrollos y prácticas históricamente específicos que perturbaron el carácter relativamente
«estable» de muchas poblaciones y culturas, sobre todo en relación con los procesos de
globalización, que en mi opinión son coextensos con la modernidad (Hall, 1996) y los
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FUENTES BIBLIOGRÁFICAS:
Hall, S. (1996) “Introducción: ¿Quién necesita ‘identidad’?”, en Hall, S.; Du Gay, P. (1996)
Cuestiones de identidad cultural, Amorrortu editores, Bs. As.
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Que todo lo abarca
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Inconsútil: Que no tiene costura, sentido.
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Karol, M. “La constitución subjetiva del niño”, en AA.VV. (1999), De la familia a la escuela,
Ed. Santillana, Bs. As. Cap. 3
Morín, E. (2002), Los siete saberes necesarios para la educación del futuro, Nueva Visión,
Bs. As.
Urbano A. C; Yuni A. J. (2005) Psicología del desarrollo. Enfoques y perspectivas del curso
vital. Ed. Brujas.
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