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Pancracio: Enjugad, señora, esas lágrimas, y Seis meses estuvo en la cama Tomás, en los
poned pausa a vuestros suspiros, considerando que cuales se secó y se puso, como suele decirse, en
cuatro días de ausencia no son siglos. Yo volveré, a los huesos, y mostraba tener turbados todos los
lo más largo, a los cinco, si Dios no me quita la vida;
sentidos; y aunque le hicieron los remedios
aunque será mejor, por no turbar la vuestra, romper
mi palabra, y dejar esta jornada; que sin mi posibles, sólo le sanaron la enfermedad del
presencia se podrá casar mi hermana. cuerpo, pero no de lo del entendimiento; porque
quedó sano, y loco de la más extraña locura que
Leonarda: No quiero yo, mi Pancracio y mi señor, entre las locuras hasta entonces se había visto.
que por respeto mío vos parezcáis descortés; id en
Imaginóse el desdichado que era todo hecho de
hora buena, y cumplid con vuestras obligaciones,
pues las que os llevan son precisas; que yo me vidrio, y con esta imaginación, cuando alguno se
apretaré con mi llaga y pasaré mi soledad lo menos llegaba a él, daba terribles voces, pidiendo y
mal que pudiere. Sólo os encargo la vuelta, y que suplicando con palabras y razones concertadas
no paséis del término que habéis puesto. que no se le acercasen, porque le quebrarían;
Tenme, Cristina, que se me aprieta el corazón. [...] que real y verdaderamente él no era como los
otros hombres: que todo era de vidrio, de pies a
Leonarda:¿Quién está ahí? ¿Quién llama?
Pancracio: Tu marido soy, Leonarda mía; ábreme, cabeza.
que ha media hora que estoy rompiendo a golpes
estas puertas. Para sacarle desta extraña imaginación, muchos,
Leonarda: En la voz, bien me parece a mí que oigo sin atender a sus voces y rogativas, arremetieron
a mi cepo Pancracio; pero la voz de un gallo se a él y le abrazaron, diciéndole que advirtiese y
parece a la de otro gallo, y no me aseguro. mirase como no se quebraba. Pero lo que se
Pancracio: ¡Oh recato inaudito de mujer prudente! granjeaba en esto era que el pobre se echaba en
Que yo soy, vida mía, tu marido [...] Ábreme con
toda seguridad.
el suelo dando mil gritos, y luego le tomaba un
Leonarda:Venga acá, yo lo veré agora. ¿Qué hice desmayo del cual no volvía en sí en cuatro horas;
yo cuando él se partió esta tarde? y cuando volvía, era renovando las plegarias
Pancracio: Suspiraste, lloraste y al cabo te rogativas de que otra vez no le llegasen. Decía
desmayaste. que le hablasen desde lejos, y le preguntasen lo
Leonarda: Verdad; pero, con todo esto, dígame: que quisiesen, porque a todo les respondería con
¿qué señales tengo yo en uno de mis hombros?
Pancracio: En el izquierdo tienes un lunar del
más entendimiento, por ser hombre de vidrio y no
grandor de medio real, con tres cabellos como tres de carne; que el vidrio, por ser de materia sutil y
mil hebras de oro. delicada, obraba por ella el alma con más
Leonarda: Verdad; pero, ¿cómo se llama la prontitud y eficacia que no por la del cuerpo,
doncella de casa? pesada y terrestre. Quisieron algunos
Pancracio: ¡Ea, boba, no seas enfadosa,
experimentar si era verdad lo que decía, y así, le
Cristinica se llama! ¿Qué más quieres?
[Leonarda]:¡Cristinica, Cristinica, tu señor es; preguntaron muchas y difíciles cosas, a las
ábrele, niña! cuales respondió espontáneamente con
Cristina: Ya voy, señora; que él sea muy bien grandísima agudeza de ingenio; cosa que causó
venido. ¿Qué es esto, señor de mi alma? ¿Qué admiración a los más letrados de la Universidad y
acelerada vuelta es ésta? a los profesores de la Medicina y Filosofía, viendo
Leonarda: ¡Ay, bien mío! Decídnoslo presto, que el
que en un sujeto donde se contenía tan
temor de algún mal suceso me tiene ya sin pulsos.
Pancracio: No ha sido otra cosa sino que en un extraordinaria locura como era el pensar que
barranco se quebró la rueda del coche, y mi fuese de vidrio, se encerrase tan grande
compadre y yo determinamos volvernos, y no entendimiento, que respondiese a toda pregunta
pasar la noche en el campo; y mañana con propiedad y agudeza.
buscaremos en qué ir, pues hay tiempo. Pero
¿qué voces hay?
Batalla contra el rebaño de ovejas. Episodio de los cencerros y los gatos
(Cap. 18, I) (cap. 48, II)
Fue tan grande el ruido de los cencerros y el mayar de
Estaba Sancho Panza colgado de sus palabras, sin los gatos, que aunque los duques habían sido
hablar ninguna, y de cuando en cuando volvía la inventores de la burla, todavía les sobresaltó, y,
cabeza a ver si veía los caballeros y gigantes que su temeroso don Quijote, quedó pasmado. Y quiso la
amo nombraba; y como no descubría a ninguno, le suerte que dos o tres gatos se entraron por la reja de
dijo: su estancia, y dando de una parte a otra parecía que
—Señor, encomiendo al diablo hombre, ni gigante, ni una región de diablos andaba en ella: apagaron las
caballero de cuantos vuestra merced dice parece por velas que en el aposento ardían y andaban buscando
todo esto. A lo menos, yo no los veo. Quizá todo debe por do escaparse. El descolgar y subir del cordel de los
ser encantamento, como las fantasmas de anoche. grandes cencerros no cesaba; la mayor parte de la
gente del castillo, que no sabía la verdad del caso,
—¿Cómo dices eso? —respondió don Quijote—. ¿No
estaba suspensa y admirada.
oyes el relinchar de los caballos, el tocar de los
Levantóse don Quijote en pie y, poniendo mano a la
clarines, el ruido de los atambores? […] El miedo que
espada, comenzó a tirar estocadas por la reja y a decir
tienes —dijo don Quijote— te hace, Sancho, que ni
a grandes voces:
veas ni oigas a derechas [...]
Y, diciendo esto, puso las espuelas a Rocinante y,
—¡Afuera, malignos encantadores! ¡Afuera, canalla
puesta la lanza en el ristre, bajó de la costezuela hechiceresca, que yo soy don Quijote de la Mancha,
como un rayo. contra quien no valen ni tienen fuerza vuestras malas
intenciones!
—Vuélvase vuestra merced, señor don Quijote, que
Y volviéndose a los gatos que andaban por el
voto a Dios que son carneros y ovejas las que va a aposento les tiró muchas cuchilladas. Ellos acudieron
embestir. Vuélvase, ¡desdichado del padre que me a la reja y por allí se salieron, aunque uno, viéndose
engendró! ¿Qué locura es esta? Mire que no hay tan acosado de las cuchilladas de don Quijote, le saltó
gigante ni caballero alguno, ni gatos, ni armas, ni al rostro y le asió de las narices con las uñas y los
escudos partidos ni enteros, ni veros azules ni dientes, por cuyo dolor don Quijote comenzó a dar los
endiablados. ¿Qué es lo que hace? ¡Pecador soy yo a mayores gritos que pudo. Oyendo lo cual el duque y la
Dios! duquesa, y considerando lo que podía ser, con mucha
Ni por esas volvió don Quijote, antes en altas voces presteza acudieron a su estancia y, abriendo con llave
iba diciendo: maestra, vieron al pobre caballero pugnando con
—¡Ea, caballeros, los que seguís y militáis debajo de todas sus fuerzas por arrancar el gato de su rostro.
las banderas del valeroso emperador Pentapolín del Entraron con luces y vieron la desigual pelea; acudió
Arremangado Brazo, seguidme todos! ¡Veréis cuán el duque a despartirla, y don Quijote dijo a voces:
fácilmente le doy venganza de su enemigo Alifanfarón —¡No me le quite nadie! ¡Déjenme mano a mano
de la Trapobana! con este demonio, con este hechicero, con este
Esto diciendo, se entró por medio del escuadrón de las encantador, que yo le daré a entender de mí a él
ovejas y comenzó de alanceallas con tanto coraje y quién es don Quijote de la Mancha!
denuedo como si de veras alanceara a sus mortales Pero el gato, no curándose destas amenazas,
enemigos73. Los pastores y ganaderos que con la gruñía y apretaba; mas en fin el duque se le
manada venían dábanle voces que no hiciese aquello; desarraigó y le echó por la reja.
pero, viendo que no aprovechaban, desciñéronse las Quedó don Quijote acribado el rostro y no muy sanas
hondas y comenzaron a saludarle los oídos con las narices, aunque muy despechado porque no le
piedras como el puño. habían dejado fenecer la batalla que tan trabada tenía
con aquel malandrín encantador.
Consejos de Don Quijote (Cap. 43, II). está el que repica, y el dar y el tener, seso ha
menester.