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Los “esplín” de MadriZ

(Despojos chulapos y falsamente malditistas en el 200


cumpleaños de Chabaudelaire, amenizados con algunas
imágenes que poco o nada tienen realmente que ver...)

(Work in disaster a los 50 tacos de Óscar Sánchez)


Entiéndeme. No soy como un mundo ordinario. Tengo mi locura,
vivo en otra dimensión y no tengo tiempo para cosas sin alma.
Charles Bukowsky

Regresar a ese tiempo en el cual para algunos era posible vivir


tres días sin pan, pero ni uno sin poesía.
Charles Baudelaire en su dedicatoria al Salón de 1846

Índice
Definición del mal que llaman esplín

(en inglés «spleen»)

Es el esplín, señora, una dolencia


que de Inglaterra dicen que nos vino.
Es mal humor, manía, displicencia,
es amar la aflicción, perder el tino,
aborrecer un hombre su existencia,
renegar de su genio y su destino,
y es, en fin, para hablarte sin rodeo,
aquello que me da si no te veo.

Tomás de Iriarte

Verano en Madrid hacia 2019 (a la maniera de Juanjo Millás)


If you have half a brain…

Escape (The Piña Colada´s song)

Conforme a un complejo cálculo comercial, este verano en los cines de la cuidad proyectan
una película para todos los públicos, pero que esos públicos ya habían pagado por ver e incluso
por tener en casa hace ya unos cuantos años. Es exactamente igual, pero ahora protagonizada
por animales reales. Bueno, la verdad es que no son reales, sino totalmente lo contrario, porque
son avatares digitales, mientras que en la película anterior eran dibujos. O sea, que la gente va a
ver otra vez una película que ya ha visto, bajo el reclamo de que ahora es real, pero el caso es
que no es nada real, lo cual no convierte a la anterior en irreal. Aunque los animales hablan,
como en las fábulas de Esopo, la trama dicen que es más bien shakesperiana, pero a los
espectadores les da una higa Shakespeare, y Shakespeare, por su parte, no se pudo ni imaginar
el cine, y mucho menos musical –por cierto, que animales reales canten y bailen… ¿es hiperreal,
a lo membrillo de Antonio López, o imaginario, a lo teatro de la Gran Vía, donde hay que
figurarse ahora que los animales son humanos, o al revés…? De todos modos, me parece que la
gente no entiende muy bien lo que pasa en la película, porque se han quedado todos con lo de
“Hakuna Matata” (incluso he visto a personas que se han tatuado eso en el brazo, como
habiendo decidido convertir en guías de su existencia a un cerdo y un suricato), cuando de lo
que trata la historia es de dejar eso atrás para asumir responsabilidades de adulto. Claro que, en
el país donde se hizo la película -la primera, la original pero imperfecta, y la segunda, copiada
pero al fin perfecta-, no hay reyes, más bien lo opuesto: muchos de sus ciudadanos portan
armas legalmente por si algún día un rey intenta someterlos. Quizá por eso no entienden bien la
película, pero, entonces… ¿para qué dilapidar el dinero en ir a verla dos veces?
También, veo que han inventado unas gafas de realidad virtual para que los niños en los
hospitales, en vez de ver hospital a su alrededor, vean una granja o una playa en tres
dimensiones. No hay argumento, como en la televisión, pero a cambio hay tres dimensiones. Es
creación de una chica muy joven y avispada a la que enseñaron en su universidad que hay que
innovar para ganar dinero, y todavía mejor si es ayudando a los niños a no pasar estrés
hospitalario, por ejemplo. El estrés está hoy en todas partes, como si fueran barbudos armados
en Afganistán. Hay, pongamos, estrés térmico, que es una manera de decir que el planeta va a
prescindir enseguida de nosotros, o estrés laboral, que es un modo de expresar que tu empresa
te ha tomado por imbécil. Hasta los niños pueden sufrir estrés escolar, según los expertos, si les
haces aprender cosas que no les vayan a servir de nada a la hora de sufrir holgada y
civilizadamente estrés laboral en su futuro empleo. Será por eso que sus padres, para
compensar materias como el solfeo y la historia, que no sirven para triunfar ni mucho ni poco en
el mundo actual, les llevan a ver la versión real/digital del El Rey León, pese a que sea un musical
y pese a que los reyes sean parte de la historia. No vaya a ser que el chaval o la chavala (o
ambas cosas, sea por transexualidad, trasgeneridad, ideología queer o género fluido) termine en
el hospital, donde, además de medicación y reposo, se le recetará un visor con el no se ve el El
Rey León, pero al menos se evita dar conversación a las visitas. Tal vez sea así porque la chica
emprendedora que lo ha creado piensa que es imposible que la familia del infante de género
construido o electivo jamás vaya a generar un discurso a la altura shakesperiana mínima de El
Rey León, de modo que para eso mejor que se coloque con las letárgicas granjas o playas 3D…
Pero para de verdad librarse del estrés, ese estrés secularizado que es connatural al
habitante de las regiones libres y prósperas del globo donde rige la competitividad (que, no
obstante, le hace a uno superarse a sí mismo) y lo que llaman “postureo” (que es siempre a lo
que se dedican tus competidores, jamás tú), hay que escapar de Madrid y pedirse una piña
colada en un chiringuito de playa no virtual. La playa tiene la gran virtud mágica y cibernética
(como esa escena de Infinity war en la que luchan en un mismo frente Dr. Extraño e Iron Man)
de que “desconectas” a la vez que “recargas las pilas”. Para conseguir semejante paradoja
energética, sólo se puede contar con el riego incesante de luz solar, que es ese oro etéreo que le
pone a uno en disposición de hacer lo que sea por sortearlo bajo el alero del chiringuito o tras
unas gafas polarizadas o al amparo de una sombrilla. Sin embargo, en España desconectar al
tiempo que recargas las pilas no se puede hacer mediante el poder de la energía solar, que aquí
es abundante, porque… ¡está prohibido! ... ¡¡en serio!! Dicen que el desierto del Sahara podría
proporcionar energía suficiente como para abastecer de electricidad siete veces a Europa
entera, pero por eso mismo parece que nadie lo va a hacer nunca. Como hay cierta gente, poca,
que sabe de cierto que por medio del llamado Cambio Climático el planeta va a prescindir
pronto de nosotros, usan sus trucos de hipnotizar masas para hacer como que eso es un fake, y
así apurar lo que les quede de vida para ser más ricos aún valiéndose de los recursos de
siempre. Suena algo retorcido, pero tiene sentido, un estrés de sentido, al menos. La mayoría de
la gente, en cambio, no sabe qué creer. Por un lado es cierto que ahora hay más estrés térmico
que nunca, pero por otro lado por el momento no escasean las piñas coladas, ni las sombrillas,
ni la feroz competitividad, ni el lindo postureo, ni el estrés laboral/secularizado, ni un remake
ultrataquillero de El Rey León, con lo que Hakuna Matata. Te sientas en la orilla, miras al mar y
piensas en el misterio del infinito, que anda hecho un asco desde que los poetas se lo cedieron a
los astrofísicos. Y que es precisamente lo que hacían el cerdo pedorrero y el suricato cobarde
mirando tumbados de noche al firmamento. Y es que en la sabana africana, como en Madrid, no
tienen playa…
Porque, mientras, los que se han quedado en verano en Madrid se sienten muy
afortunados porque las calles están vacías como después de un beso nuclear de hidrógeno iraní
o coreano o del Climatic Change en que sólo creen los poderosos. Puedes sentarte frente a la
tele, con el ventilador de lado a plena potencia, y en vez de meditar sobre la ausencia de límite
del infinito a la vez que vas haciendo gazuza, no perder coma acerca de cómo una desconocida
total que parece sacada de un posado de Instagram se hace con la presidencia de la comunidad
de Madrid con apoyo de un grupúsculo ultraliberal de ribetes fascistas. A ella se le suma un tipo
al que muchos apodan injustamente “Carapolla” (puesto que las pollas no llevan gafas, ya que el
amor es ciego), y que piensa liberalizar el taxi para que se sufra aún más estrés laboral, o
cancelar Madrid Central para que padezcamos aún más estrés respiratorio, o censurar actos
musicales contestatarios para que gimamos a tope bajo la bota del estrés político. En realidad,
eso nos viene muy bien, a los que nos hemos quedado en el Madrid post-apocalíptico, ya que no
hay nada mejor que un poder estúpido contra el que rebelarse. Se puede poner motes, se
pueden hacer caricaturas o se puede hacer un calvo en una ventana, como en Porkys 3 o en el
instituto. La Heidi de Instagram y el Cockface nos van a hacer felices otra vez, como en los
tiempos del relaxing cup of café con leche y los fondos buitre. Vuelven los escraches, vuelven los
desahucios, vuelve la corrupción, vuelve la contra-movida madrileña y el espectro de Franco,
que nunca se fue, derechito a la catedral de la Almudena. Igual es que Heidi y Cockface son
hipervirtuales, como el nuevo Simba, diseñados aposta y al milímetro por Antonio López y
Disney para que creamos en su realidad y nos concentremos en odiarles en vez de preocuparnos
por este calor que dura extrañamente hasta noviembre. Los niños y niñas enfermos y ahora de
género, orientación sexual y sexo biológicos fijos y queridos por Dios verán sus fotogénicas caras
en los visores del hospital y podrán creer en la modernidad, puesto que existe la carcundia, en el
cielo azul profundo, puesto que tenemos uno gris de polución, y en la cima del Bien, puesto que
se arrastra por el lodo el Mal. Manuela Carmena será así como Mufasa, Iñigo Errejón como Zazú,
Joaquín Leguina como Raffiki, Esperanza Aguirre como Scar, las hienas que ya sabéis todas en la
cárcel, etc. etc. Todo muy extrarreal, a la par que hiperdigital. Verano en Madrid hacia 2019,
además de a relatillo de Benet, suena a película que ya hemos visto, que ya teníamos incluso en
casa, pero por la que vamos a pagar otra vez. E la nave va…

(Mucho peor lo tienen en Hong Kong, que el que no se consuela es porque no quiere.
China es el país que ha descubierto que no hay porque elegir entre capitalismo o comunismo,
que este es un falso dilema, que se puede quedar uno con los dos, a condición de sacrificar la
democracia. Verano caliente en calles y aeropuertos de Hong Kong, menudos regalos que hace
el Reino Unido de Gran Bretaña. Pero no parece que esté la situación internacional como para
que se atrevan a otro Tiananmen, esta vez fuera de casa, aunque nunca se sabe. No hay
vacaciones, no hay Hakuna Matata en Extremo Oriente, allí se trabaja a destajo, y eso sí que es
real, real como un dolor de todas las muelas a la vez o como un hambre de varias semanas, de
manera que disfrutemos en el Madrid vaciado del día de la Paloma, antes de que los chinos
manden y se acaben para siempre la siesta, el tinto de verano y hasta el saqueo consuetudinario
del PP…)

La pesadilla que se muerde la cola


No me extraña que Occidente vaya al reino de los muertos en un carrito de la compra.
Desgraciadamente, Philip K. Dick ha muerto, Michael Bishop

Vivimos en una puñetera burbuja, y lo sabemos, al tiempo que no lo sabemos.

Pero estamos encantados de conocernos. Como civilización, quiero decir, en tanto que nos
tenemos por el producto más refinado y descreído del modelo de las democracias liberales que
triunfaron en la Segunda Guerra Mundial. Esto, como tal, podría ser común a todas las épocas
históricas, como señalaba Ortega y Gasset en una nota breve de su “Almanaque”. Pese a echar
de menos una presunta Edad Dorada, todos los momentos puntuales del pasado se han
considerado a sí mismos en gran medida felices, o más felices, por lo menos, que los
desgraciados palurdos de la cultura de al lado. Como decía en su viñeta El Roto hace unos días:
“mi barbarie, cultura; tu cultura, barbarie”. No es tan extraño, al fin y al cabo basta con el simple
hecho de haber nacido para sentirse implicado y absorbido en un mundo determinado, que es
aquel que hemos heredado nos guste o no, y habría que ser realmente raruno, un bicho
anómalo y casi coleccionista de armas, para sentirse del todo ajeno, marginado y aislado en él,
como se sentiría un másai africano en la corte del Rey Arturo.
En este sentido, nuestro hábitat natural como la especie metamórfica que somos es
siempre el presente, por definición, por muchos agujeros negros y pavorosos que horaden tal
presente (me viene a la cabeza la frase que Steve McQueen deja caer a Jacqueline Bisset en
Bullit, cuando le advierte paternalmente de que no se fie, de que “más la mitad del mundo es
una cloaca…”, o algo parecido) Pero nosotros, hoy, estamos especialmente satisfechos, nos
creemos los más listos, nos lo hemos montado fetén. No hemos vivido ninguna guerra, los que
pasan hambre y miseria son otros, nosotros somos los receptores afortunados y acríticos de
todo tipo de innovaciones tecnológicas y espectaculistas, y además somos sin duda los
protagonistas absolutos de la modernidad en la historia humana, los modernos radicales y
absolutos. La modernidad no es un periodo de la historiografía que pueda o no haber acabado,
si es que alguna vez tuvo realmente lugar, y no es tampoco un estilo artístico más o menos
vanguardista o posvanguardista, la modernidad es antes que nada un modo de vida que siempre
y a cada paso experimenta todo como al límite de sí mismo. La modernidad, o la
ultramodernidad, es ese género de vida colectiva que a cada instante se estremece de emoción
poniendo su pie tembloroso en el futuro, y eso incesante y frenéticamente. Estamos encantados
de conocernos porque creemos vivir en una perpetua víspera -y ya se sabe que el día más feliz
es la víspera…-: si el presente es estimulante, espera a que llegue el futuro. La actualidad como
esqueleto rutilante del futuro, a la vez que el futuro como algoritmo robótico de la actualidad…

Eso sí es que hay futuro.

Porque bien puede ser que todo sea nada más que una burbuja, que flotemos en una
burbuja amniótica que no nos deja ver más lejos y desde la que suponemos que en su
circularidad esférica no conocerá fin. En cierto modo sabemos que tendrá fin, puesto que los
escalofriantes y abrumadores datos ecológicos, poblacionales y relativos en general a los
suburbios tercermundistas del planeta nos alarman y preocupan sobremanera de cuando en
cuando, pero allí tenemos a intelectuales de ricas universidades norteamericanas como Steven
Pinker, que a su manera oficia de profeta inverso (los de la arqueología bíblica eran unos
agoreros solemnes), para decirnos que no hay problema, que las malas noticias sólo son eso,
noticias que destacan como titulares sensacionalistas sobre un trasfondo mayormente positivo y
reconfortante. Así que, en realidad, y a la vez, no lo sabemos, puesto que nos desentendemos
del improbable y más de mil veces proclamado apocalipsis y seguimos aferrados a ese presente
absoluto y pueril de la burbuja que parece entretenernos y seducirnos tanto. Se mire como se
mire, siempre hay un nuevo chisme, o una nueva película, o una nueva moda tribal, o un nuevo
plato que degustar, o una novedad editorial altamente recomendada, o un nuevo Derby de
fútbol o de baloncesto o de snowboard, o una nueva ocasión de procurarnos una formación
laboral precaria -que ahora nos insisten en que deberemos reanudar hasta la vejez-, que
conseguirá mantenernos atraídos y galvanizados. Giramos en torno al presente como los burros
en una noria de las de antes, y el presente cumple estrictamente la fórmula lampedusiana de
ser algo que continuamente cambia para seguir igual. Nuestra memoria sentimental alcanza
como mucho hasta los ochenta del pasado siglo, y particularmente en España esos son
precisamente los años en que se abrió el periodo en que creemos estar bien asentados ahora, la
del país recuperado para la fiesta y subido al carro de Europa.
En el seno de la burbuja ya no se generan genios, desde luego, los genios son cosa del
pasado, y menos mal que es así, porque no eran más que locos necesarios que por sí mismos no
sabían vivir. Una vez que les hemos exprimido para extraer de ellos el jugo de nuestra cultura
más abstrusa y de nuestro confort técnico actual, podemos pasarnos sin ellos. Toda nuestra
publicidad, tanto la que vende un cepillo de dientes como la que oferta un seguro de vida, habla
de evolución, y “evolución” es el slogan más exitoso del globo. Existe, sorprendentemente, una
gran unanimidad en el mundo actual: todos estamos cada vez más de acuerdo en que el
presente es flipante, alucinante, cool, un pasote, una rallada. Si algo no resulta lo
suficientemente flipante, si no produce inmediatamente un impacto colosal y placentero, puede
estar seguro de que no se conseguirá nada en el mercado internacional de las experiencias
dignas de ser compradas y replicadas. Otros intelectuales, y hasta científicos, nos anuncian que
estamos a punto de entrar en la era del homo deus, que nos falta nada para ingresar en la
inmortalidad con un cuerpo ciborg y una mente universalmente conectada. Fredric Jameson dijo
aquello tan célebre de que a la gente (o a la propaganda que afecta y enciende a la vez a la
gente) le es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, y también es igual de
cierto que últimamente, si seguimos las novedades pseudocientíficas de última hora, nos resulta
más fácil imaginar la imposible colonización de Marte que la aun posible salvación de nuestra
casa, la Tierra.

¿Es que soy yo el único que tiene miedo?

Martin Heidegger escribió que la metafísica occidental es una ontología histórica de la


presencia, y si hubiera llegado a vivir hasta nuestros días, comprobaría aterrado que ya es
fehacientemente una sociología global de la presencia. Algo existe cuando nos lo pueden poner
delante, dárnoslo bien envuelto y listo para el consumo. El pasado no existe, el pasado es una
ficción como la que ve con arrobo un alumno mío, Vikingos, donde todos esos bizarros
personajes de la Edad Media están duchados y lucen peinados vistosos. El futuro tampoco
existe, el futuro como mucho será un colapso ecológico bestial o una guerra atroz y llameante
que devastará el planeta y adiós muy buenas. Pasado y futuro no son para nosotros más que la
ocasión de apurar más a fondo el presente, de devorar la presencia de lo que los medios y las
redes nos inducen a tener por presente o los gobiernos nos cuelan en sus urgencias electorales.
Donald Trump no es una casualidad, Donald Trump es el paradigma del hombre de nuestro
tiempo. Los adolescentes ansían ser narcos, como Pablo Escobar, y Trump es prácticamente el
narco del mercado inmobiliario neoyorkino. Los narcos no tiene pasado ni futuro, no importa de
donde vengan y saben que van a morir pronto, pero mientras tanto se lo pasan de miedo y son
temidos y admirados, al precio de unos cuantos cadáveres de pringaillos sin importancia. Pero
hay esperanza, siempre hay esperanza y personas de buena voluntad y conocimiento de causa
que son conscientes en mitad de un océano de inconsciencia, y habrá que confiar en ellos antes
de que la pesadilla se haga realidad, una pesadilla que se muerda la cola y que gire sobre sí
misma como un carrusel demente.

O eso o el batacazo que nos vamos a dar sí que va a ser realmente “flipante”…

Regeneración
Fuera de aquí: esa es mi meta…

Franz Kafka

Después de todo, y a pesar de lo que he venido pensando los últimos seis años, España
no es tan mal país para vivir. Apenas somos zona sísmica, por aquí no se pasean los huracanes, los
ciclones ni los tifones, pertenecemos a Europa, que, aunque se encuentre en un momento de
incertidumbre, sigue siendo la cuna de todas las libertades que se reivindican por el planeta hoy, y
encima hasta parece que le gustamos a James Rhodes, que anda buscando público para sus
melodramáticos conciertos. El Imperio Mariano ha caído, sin dejar previsible descendencia en
singladuras naranjas, de modo que hasta parece que es verdad, que se puede volver a creer que
España es un territorio mayoritariamente de izquierdas socialdemócratas pese al Valle de los
Caídos. Es cierto que al nuevo y flamante presidente no le hemos votado nadie, lo cual representa
una laguna procedimental grave que habrá que subsanar con él o sin él y que, si no nos precipita
en absoluto en un agujero de ilegitimidad, como se ha repetido tantas veces estos días, no deja
tampoco de cuestionar un tanto el sentido de este cambio, de esta higiene institucional y social a
la que indudablemente nos dirigimos por un tiempo. Como dice mi amigo Pelayo, los amos de la
economía nos conceden este New Deal pequeñito, porque a ellos también les conviene, porque
hasta para ellos resultaba inadmisible ya el enrarecimiento del ambiente y el descrédito de la
democracia. Es de suponer que están que trinan por el aplazamiento que esto implica para la
victoria inexorable de Albert Rivera, el Macron español, pero, mientras, tenemos un lapso de
tregua envidiable para sentir despejado el cielo y desconfiar con todas nuestras fuerzas del PSOE,
pero ya en otro ámbito, ya en otra tierra, como si por fin tuviéramos permiso para acallar aunque
sólo sea por un ratito el grito de Kafka: parece que estamos definitivamente “fuera” de aquello, y
esa era sobre todo y en gran parte nuestra “meta”…
Ayer acudí a la única comunión del mes de junio a que me encontré obligado a asistir en mi
vida familiar, pero fui con otro humor. Mi sobrino -y ahijado, sobrijado, como dice otro amigo,
Manuel- se consagraba en no sé qué liturgias religiosas de esas que te franquean al paso a una
existencia libre del influjo de la Iglesia Católica Española porque ya cumpliste con ella cuando aún
no tenías la edad para resistirte a la tentación (¡líbranos, Señor, de la tentación!) de vestir de
marinerito y recibir regalos. Estuvo, la ceremonia, llena de espíritus contritos, melancólicos de
aquella etapa en que Cospedal y Sáez de Santamaría se disfrazaban de lorquianas señoras de
Bernarda Alba, pero el párroco de turno no dijo una palabra de política, quiero pensar que porque
hasta las sotanas se dan cuenta de que hay otra fragancia en el aire, una fragancia muy cristiana
de purificación y regeneracionismo. España ha sido un país de regeneracionismos fracasados -
fracasados, muchas veces, precisamente por el peso de la Iglesia Católica-, pero los intentos han
estado ahí, concitando el interés de las mentes más preclaras de cada época. Hay que regenerar,
es preciso regenerarse, la vida es ese proceso peculiar que, a diferencia del ecosistema muerto de
Júpiter, consiste en moverse para no anquilosarse, y ya decían los viejos rockeros que el canto
rodado no adquiere moho. Puede que Pedro Sánchez haya sido sólo la bola providencial de la
mesa de billar que ha empujado a las demás casi de chiripa, pero el caso es que la jugada ha
reconfigurado la partida, y que nos hallamos en un momento tenso, pero al menos
maravillosamente limpio. Puede que las auroras, como apuntaba Agustín García Calvo, no estén
destinadas a durar, que no sean más que “auroras intermitentes” que asoman y se ocultan,
vuelven a asomarse y rápidamente corren a ocultarse bajo el manto de las tinieblas consabidas.
Pues si es así, habrá que disfrutarlas, lo poco que reluzcan, los instantes en que hagan
transparente el aire. Por lo pronto, Pedrito ya ha conseguido, en un golpe de fortuna, un chalé
mucho mejor que el de Pablo Iglesias: esperemos que no se le suba mucho a la cabeza...
Reprobación del ídolo “un poquito hijo de puta”…

Quid iuvat innumeros scire atque evolvere libros


Si facienda fugis, si fugienda facis?
(¿De qué sirve conocer y leer innumerables libros, 

si huyes de lo que hay que hacer y haces lo que hay que rechazar?

E. H. Raspe

Nos levantamos esta mañana de domingo -por “nos” entiendo a todos los lectores que no
sólo frecuentan al último premiado/a extremadamente joven que escribe de amor- con la noticia
de que se ha encontrado una carta de la época de Dickens en la que se dice inequívocamente que
el gran escritor pretendió quitarse de en medio a su mujer encerrándola en un manicomio. Fue
cuando Dickens andaba de amoríos con una jovencísima actriz recién conocida, Ellen Tiernan,
episodio desdichado de su vida del que Ralph Fiennes hizo una película basada en la novela de
Claire Tomalin, biógrafa de Dickens, titulada La mujer invisible. En la película, vemos como Fiennes
mira a través de una rendija de su alcoba y contempla a su mujer desvistiéndose (o vistiéndose, no
recuerdo), y hecha una mole de carne, todo un espectáculo cetáceo que trasciende a Rubens para
redondearse en Botero, sin que yo pretenda establecer paralelo alguno entre ambos. Pero es que
Catherine Hogarth había “dado” a Dickens -por usar una expresión sexista que debería estar en
desuso- diez hijos, no tenía cerca de casa salones de belleza o palacios del fitness y encima en
mitad del s. XIX ni siquiera se habían inventado las dietas o regímenes. Muy al contrario: incluso en
la capital del prospero imperio británico, podía darse por afortunado quien comiera tres veces al
día y desarrollase un perímetro abundante. No obstante, Dickens, el novelista defensor de la
bondad, la piedad y la gente sencilla, el autor que en sus novelas se reía a menudo de los
predicadores porque él se sentía todavía más santo que ellos, San Dickens, por tanto, parece que
intrigó como un canalla y removió cielo y tierra para deshacerse de su mujer y meter en su lugar
en su casa a una chica sin duda adorable pero que en absoluto hubiera deseado verse cómplice de
ese crimen a cambio de recibir las atenciones del señor mayor más genial de su tiempo, pero un
viejoverde ilustre al fin y al cabo…
El caso me ha recordado directamente a otros dos, e indirectamente a muchos más. El
primero está muy de actualidad: se trata de esos sitios, cada vez en mayor cantidad, donde están
dejando de poner la música de Michael Jackson a cuento de los testimonios de pederastía que
están saliendo a la luz. O en los Simpsons, que han suprimido el episodio de un personaje friki
doblado por Jackson. Uno no sabe qué opinar ante estas cosas. Por un lado es cierto que el
cancionero -y “videoclipero”, si se pudiera decir así- de Jacko es un patrimonio indiscutible e
irrenunciable de la humanidad, como la obra de Dickens, pero también es cierto que el primero
fue un cerdo y el segundo un traidor. Se ha discutido mucho, así mismo, de las filiaciones filonazis
de Louis Ferdinand Céline, por ejemplo (olvidándose a menudo, por cierto, de las inclinaciones
similares de Walt Disney), en el sentido de si la era de la corrección política en la que vivimos
inmersos puede soportar la presencia de esas figuras ambiguas que o bien se equivocaron, o bien
se dejaron llevar por los vientos de la historia. A mí no me parecen situaciones análogas, no creo
que las simpatías políticas estén en el mismo plano que la ética personal. Entiendo que las
fechorías de Dickens y Jackson son peores moralmente que las de Céline o Heidegger 1, porque los
primeros hicieron daño real a personas cercanas y supuestamente queridas, mientras que los
segundos sólo realizaron declaraciones estúpidas y postureo chungo, que diríamos hoy. Pero
habrá quién lo vea al revés: al fin y al cabo, los primeros fueron víctimas del Eros, y nada es más
fuerte que el deseo, mientras que los segundos tomaron irresponsable partido por causas que
cambiaron el mapa y acabaron con la vida de millones. Por eso el otro caso al que recuerda
directamente la maldad de Dickens (que en la película Wilkie Collins trata de justificar) es el de
otro literato al que admiro, mucho más limitado y menos notorio, eso sí, que el victoriano: Patrick
O´Brian. Así lo cuenta Arturo Pérez Reverte en una entrada de su blog de Abril del año 2000:

Siempre tuve la certeza de que los autores de los libros que uno ama no deben conocerse en
persona jamás. Estoy seguro de que Thomas Mann, un fulano maniático e insoportable, me habría
1 Todavía continua Victor Farías haciendo negocio de la cuestión Heidegger, cuando está más clara que el agua. El
filósofo no sólo tuvo carné nazi, con lo cual fue fehacientemente nazi hasta el año 34, sino que continuó siéndolo
toda su vida en lo que a mística nacionalista de la tierra y la sangre se refiere. Sólo hay que leer la conferencia o
alocución Serenidad, que está en castellano en internet, donde todavía trata de asumir la pregunta por la técnica
desde el desarraigo por las tradiciones del heimat natal. No obstante, para conocer el asunto completo, podría
leerse a más amena y brevemente a Fernando Savater en Ética como amor propio, y no a un señor que parece
llevar décadas viviendo de ello. Dicho esto, también es verdad que Heidegger, en lo personal, fue sucesivamente
infiel a su mujer, Elfride, bajo el pretexto de que ella lo había sido una vez, pero, en realidad, me temo, por el
mismo motivo que Dickens: la convicción de fondo de que el genio masculino merece necesariamente una
recompensa sexual…
desgraciado para siempre el placer de leer y releer La montaña mágica; que Stendhal me habría
parecido un snob gordito y ordinario que iba de ingenioso con las señoras en los salones, y que el
conocimiento de Mujica Lainez o del aristócrata Lampedusa me habría estropeado para siempre
Bomarzo, o El gatopardo. En ese registro, ni de Cervantes me fío.
Ahora, como para darme la razón, acaba de aparecer en Estados Unidos una biografía de
Patrick O'Brian donde el fulano, según parece, no queda muy guapito de cara; empezando porque
en realidad se llamaba Patrick Russ y no era irlandés como afirmaba, sino inglés. Además, nunca
fue héroe de guerra, no lo aceptaron en la marina de Su Majestad, y cambió de apellido en 1945,
después de abandonar por el morro a su mujer y a dos criaturas. Pero lo más gordo es que apenas
navegó en su vida, en la práctica no sabía hacer nudos marineros, y sus conocimientos sobre la
Armada inglesa los obtuvo a base de leer y documentarse a tope. Resumiendo, que el supuesto
irlandés en realidad era inglés —y como buen anglosajón despreciaba a los españoles— y que fue
un farsante, un embustero y un poquito hijo de puta.

En efecto, pienso que todo el problema de la censura implícita o no de estos ídolos se cifra
sencillamente en llamar a las cosas por su nombre, incluso con la parresía propia de Reverte. No
podemos ni debemos borrar sus extraordinarios legados -no podemos, desde luego, retocar ni
media palabra de Huckleberry Finn…-, pero tampoco debemos excusar sus faltas con la disculpa de
que el arte está por encima de la moral. Los estetas puros suelen ser malas personas, en lo ético, y
además hacen gala de ello, porque encuentran a su prójimo vulgar, y políticamente no fue extraño
que en el pasado se afiliasen a políticas fascistas, ya que entendían que la chusma sin sentido de la
belleza y de conducta grosera sólo puede ser gobernada con mano dura. De ahí que sean del todo
previsibles los pronunciamientos de Céline para quien haya leído Viaje al fin de la noche, o los
alegatos reaccionarios de un Baudelaire (a favor de la Iglesia o de la pena de muerte, entre otras
cosas absolutamente anti-modernas), pero dolorosa culturalmente la debilidad de Dickens, que
era todo menos un diletante. Con Dickens ocurre como con Podemos en España, que le exigimos
sin la menor salvedad la integridad que pregona. De modo que mi opinión es que hay que estar
con la frase de Raspe -editor de Leibniz y autor del Barón de Münchhausen, pero un pájaro de
cuidado también en lo personal- que consta en epígrafe, y entender que no puede ser diferente
predicar que dar trigo. Cuando así ocurre, desde luego sería bárbaro proceder a la proscripción de
la obra de nadie como si se hubiera convertido en un enemigo de la humanidad, pero lo contrario,
lo civilizado, es también reconocer públicamente que nuestro ídolo en cuestión era “un poquito
hijo de puta”, y que conste tal cual en los libros de historia. No hay frase más sabia, más profunda
y de mayor alcance, a mí juicio, en el Nuevo Testamento, que aquello que dice el nazareno de que
“quien esté libre de pecado que tire la primera piedra…”; es verdad, pero es del todo
impracticable, si ha de haber justicia humana en el mundo. Creo que una cierta picota cultural, y
no una amnistía elitista, debe de existir para el ídolo que debiera ser ejemplar y al que hemos
pillado siendo humano, demasiado humano…
¡Heil, Santi!

Como dijo muy bien mi amiga Lola ayer, contemplando en su televisor la calamidad
electoral, a España lo único que le falta ya para ser verdadera España es otra ETA. No importa si
la refundación de la ETA de siempre o cualesquiera otra sierpe terrorista que refuerce la razón
de ser de una futurible dictadura de partido único. De hecho, Santiago Abascal, próximamente
invicto líder de la piel de toro a poco que nos descuidemos, tardó apenas nada hace una semana
en sacar el tema en mitad del famoso debate a cinco. Como no tenía mucho que decir, además
de los insultillos de taberna y las llamadas a los golpes de pecho, enseguida nos recordó a todos
que él y su familia fueron amenazados de ETA. Hizo bien en soltarlo, porque esas son todas sus
credenciales, esas y el culito prieto que ha mostrado en sus spots electorales de gladiator de la
cosa. De modo que sí, pienso que va a tener que morir de cuando en cuando algún incauto que
pasaba por ahí para que nuestro país logré efectivamente ser uno, grande y libre. Sin enemigo
estructural no hay estructura que valga, A solo es A porque no es B, y mientras que ETA existió,
aquí estábamos tan felices y adormecidos con el bipartidismo de nuestros entretelas que ahora
ha vuelto pero con Vox dentro de nuestras murallas y amenazando con rendirnos por asco.
Como ya la conspiración judeo-masónica del Tío Pacheco no se puede agitar a guisa de
espantajo, porque Occidente prefiere Netanyahu a Hamas, entonces ETA, Grapo, Terra Lluire, el
PP o lo que fuere. Yo me temo que los elegidos como némesis van a ser los CDR radicalizados, el
Tsunami democratic aquel, de modo que Santi lo tiene chupado, más chupado incluso que
George Bush con Sadam Hussein en la guerra de Irak. Tengan, pues, cuidado en adelante, que
probablemente los catalanes escondan en sus casas Armas de Destrucción Masiva...
Santi no es muy listo, qué le vamos a hacer, en nuestro triste país sólo le supera el tonto
integral, el borderline orgulloso de serlo y pedante hasta la arcada, que es Fernando Sánchez
Drago. Ayer Santi escribió colegio con j, pero al margen de eso yo creo que la victoria de Vox
(porque es una victoria rotunda el que de ahora en adelante sólo vayamos a hablar de ellos y
estar pendiente de ellos) se debe sobre todo a él y a Pedro Sánchez, claro. El físico, en efecto, de
Santiago Abascal, y esa manera suya de ser más hombre de toda la vida que el resto de sus
adversarios, es lo que ha proporcionado tantos nuevos votos a Vox. La violencia de género va a
aumentar, eso es seguro, y mamadas -Pablo, te quiero- de cachorros del Führer patrullarán las
calles de las ciudades cazando morenitos y maricones. Santiago Abascal es como Rodolfo
Valentino, o Jorge Negrete, o Charlton Heston, machos de postal que arrastran en su olor a
chotuno hasta a las mujeres, a las que subyugan con su desdén. Se acabó lo de las "nuevas
masculinidades", ahora al tío que respete a sus amigas como personas completas o que se pinte
la raya del ojo se le despide del trabajo o se le parte la cara en un abrir y cerrar de ojos. Y
despedir del trabajo a alguien va a estar más fácil que nunca en el futuro, porque, a diferencia
del Tío Pacheco, que ya no pinta nada (o pinta lo mismo que las evocaciones de Mao en China),
el Estado ya no protegerá a nadie, el Estado sólo dará cobertura a las costumbres domésticas -
bonito regreso de la censura y habladurías del patio de vecindad-, pero no institucionales ni
económicas. En fin, paso de escribir más chorradas del día después, que soy un plasta. Seguid
votando a Santiago Abascal, amigos, y tendréis otro Josu Ternera. Seguid votando a Santiago
Abascal, compañeros, y tendréis cine de barrio para rato. Seguid votando a Santiago Abascal,
conmilitones, y nadie os librará del servicio militar obligatorio. Pero, sobre todo, seguid votando
a Vox, compañeros, y España se convertirá en la reserva ultraliberal de Occidente.
¡Heil, Santi!
(Des) unidas Pudimos…

Ha costado pero parece que en España, el país en el que ha llevado casi medio siglo
deslocalizar a un dictador, vamos a tener un vicepresidente que lleva la corbata en la parte
trasera de la cabeza. A todo el mundo le cae mal, Pablo Iglesias, llevo años escuchando como de
un bando o de otro le consideran arrogante, dogmático e intransigente, y, sin embargo, y a la
vez, capaz de dejarse camelar o mangonear por su esposa como el mismísimo Almirante Nelson.
Las mujeres que conozco, especialmente, nunca le han tragado, como si fuese un Barbazul de la
izquierda, un Macho Alfa empotrador de doctrina y de lo otro a la manera de Hugo Chávez. Ellas
prefieren a Errejoncín, Don Erre que Erre, el Núcleo Irradiadorrrrr, lo encuentran más tierno,
más puro y más transversal, a falta de la acogedora mesa camilla de Manuela Carmena. Me
parece muy bien y muy respetable, pero el caso es que ha sido Pablo el que finalmente ha
asaltado el cielo, aunque sólo sea para descubrir que está lleno de pasillos, rumores, teléfonos y
chanchullos. Pedro Sánchez es un tipo esquinado, pero orgulloso. No podía permitir que se le
achacase la bajada de su partido y el estallido cateto de Vox, el partido sin más programa que
normalizar el resentimiento. Así que se ha casado con Pablo, a sabiendas de que el matrimonio
va a durar bien poquito. ¿Alguien se imagina a Pablo Iglesias en los futuros consejos de
ministros, propinando microconferencias como en la Tuerka, o declarando a renglón seguido
frente a los medios, diciendo la más puritita verdad acerca de los trapos sucios del mundo en
general? Porque es que Pablo, pese a la opinión envidiosa de sus muchos detractores (sobre
todo los puros, la izquierda de cemento), no va a cambiar, y el tío va a intentar hacer efectivas
las políticas sociales que pregona o en caso contrario que arda Troya. Pablo Iglesias es padre,
eso puede que le suavice. Tiene un chaletito, ya lo sabemos, ahora las cervezas se las servirá una
mucama. Pero estoy convencido de que seguirá siendo un bocazas, y frunciéndole el ceño a sus
compañeros de coalición. España no ha conocido nada como eso, desde su homónimo a
principios de siglo, pero el Pablo Iglesias original, canonizado por José Ortega y Gasset, lo cierto
es que nunca llegó ni remotamente tan lejos.
Media Europa estará en alarma, la patronal andará en llamas, el Ibex llorará a Albert
Rivera, y la culpa de todo es de la terquedad e individualismo de Pedro Sánchez. Se ha atrevido
a meter en la Moncloa al 15-M desgreñado y megafónico, ocho años después. Pulso de hielo,
Pedro Sánchez, debe dar mucha seguridad eso de ser desde niño el guapo de la clase. Pablo
Iglesias, en cambio, de adolescente sólo era el perroflauta, el pelmazo, el lector, uno de "los
hijos de los obreros que nunca pudisteis matar", como decía la canción. Hay una fortaleza en
Rusia que se llama Fortaleza de Pedro y Pablo, embrión de la actual San Petesburgo. En los
próximos días veremos quién, qué gente o qué gentuza, se anima a refugiarse allí (con la Colau
creo que se puede contar, sentimentalmente como poco). El futuro es bastante incierto, igual
terminamos pidiendo árnica como Grecia, pero lo que ya no nos pueden quitar a los tontos, a
los ilusos, es que el 15-M más o menos desvirtuado o desunido ha podido -¡sí se podía!-,
después de todo, y, tras muchas broncas y bandazos, ha podido sin necesidad siquiera de
cortarse la coleta...
Miguel Hernández y la Delgada Línea Roja...

Ya no tenemos ni la menor idea de lo que fue antaño la poesía, y como


cuando digo “tenemos” me incluyo el primero a mi mismo, no voy a intentar ofrecer
aquí explicación de mi cosecha alguna, porque no la tengo. Hoy, por “poesía”
entendemos una de tres cosas: o frases cortas que riman para halagar a algo o a
alguien con ocasión de alguna conmemoración, o la letra de las canciones inclusive de
la música Rap, o eso que hace Elvira Sastre para conjugar de mil formas ingeniosas y
lacrimógenas que “sin ti no soy nada”. No tengo nada en contra de ninguna de las
tres, se puede disfrutar lícitamente de cada una de ellas. Pero convengamos en que
antes de la televisión y los electrodomésti cos, (e incluso todavía unos años más, que
nada desaparece de la noche a la mañana, pongamos de ejemplo los poemarios de
Philip Larkin, Sylvia Plath o Ángel González) la poesía era algo muy disti nto. Tan
disti nto que sus autores creían que podía servir incluso para la guerra. Miguel
Hernández, que ya le había cantado maravillosamente al amor en El rayo que no cesa
(al amor de verdad, que “engendra en la belleza”, como quería Platón) y a la propia
forma poéti ca en Perito en lunas (vaya dos tí tulos, por cierto: sólo ellos ya ameritan
atención verbal), con el comienzo de la Guerra Civil se lanzó a componer estrofas que
enardecieran al bando republicano y que luego fueron recogidas en Viento del
pueblo. Hernández es un poeta realmente extraordinario, a la altura de Lorca, aunque
de modo muy diverso, casi opuesto. A Lorca hay que leerlo en voz baja, como un rito
iniciáti co, como un Eleusis andaluz, con recogimiento mistérico -o, como el decía:
“pena que no es dolencia de ánimo, pena andaluza que es una lucha de la inteligencia
amorosa con el misterio que la rodea y que no puede comprender”. A Miguel
Hernández, en cambio, hay que recitarlo, declamarlo, y especialmente en Viento del
pueblo incluso gritarlo, como hacía él subiéndose a un cajón entre los soldados del
frente. Hoy sabemos que Miguel Hernández jamás fue exactamente un pastor
autodidacta, a la manera de Virgilio, como se nos ha hecho creer, al igual que
sabemos que en su triste muerte tuvieron algo que ver, aunque fuera por omisión
dolosa, ilustres amigos suyos que se decían tan comunistas y tan combati vos como él.
Pero el karma en el que me gustaría creer es implacable: aquellos nunca fueron tan
buenos poetas como él. Hoy, 28 de marzo, se cumplen 79 años de su muerte por
consunción en una miserable celda. Si alguien todavía sigue leyendo poesía de la que
se hacía antes, “antes de los dolores” quiero decir, pero cuando esos dolores dolían
profundamente, ti enen el núcleo más esencial de Viento del pueblo en la siguiente
página web: pueblo.PDF (ayto-sanfernando.com). En el encontraréis prodigios poéti cos
como el siguiente, una suerte de mapa o recuento de nuestras regiones e
idiosincrasias en “Vientos del pueblo me llevan”:

Asturianos de braveza,
vascos de piedra blindada,
valencianos de alegría
y castellanos de alma,
labrados como la ti erra
y airosos como las alas;
andaluces de relámpagos,
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas;
extremeños de centeno,
gallegos de lluvia y calma,
catalanes de fi rmeza,
aragoneses de casta,
murcianos de dinamita
frutalmente propagada,
leoneses, navarros, dueños
del hambre, el sudor y el hacha,
reyes de la minería,
señores de la labranza,
hombres que entre las raíces,
como raíces gallardas,
vais de la vida a la muerte,
vais de la nada a la nada:
yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala,
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas.

Crepúsculo de los bueyes


está despuntando el alba.

Los dos últi mos versos, que se refi eren a que van a caer los yugos antedichos,
son realmente increíbles, sin más, o es que yo soy un pésimo lector. Pero lo son más
todavía los versos que en “Los cobardes” se emplean para insultar de modo más
sublime, pero más escatológico a la vez (recurso que conti nuaría Rafael Alberti en sus
burros explosivos 2 ):
2 Verbigratia, el que el poeta dedicó a Franco en 1938:

Tú todavía, general botijo,


caudillo cantimplora sin pitorro,
liliputiense, hijo
de zorra cabezorra y cabezorro.
Di, Francisco, ¿hasta cuándo,
con tus bordados camisones nuevos,
de cara al sol y caraculeando,
nos tocarás la yema de los huevos?
Contempla, rebozado cochifrito,
la desgraciada Italia de Benito,
la Alemania de Adolfo destrozada.
Pero siendo tan chico de estatura
para contemplar nada,
sube a admirarlas, paticuesco enano,
desde la interminable sepultura
de tanta España muerta por tu mano.
¿Qué ves? Verde te veo,
no de aquel bello azul, azul de Prusia,
que la Falange (luego Falangeta
cuando se le encogió y heló el respiro
traseramente en Rusia)
viera desvanecerse en la puñeta.
¿Duermes tranquilo, Franco?
Cómo son al sentarte tus mañanas,
si atacado de espaldas y de flanco
Estos hombres, estas liebres,
comisarios de la alarma,
cuando escuchan a cien leguas
el estruendo de las balas,
con singular heroísmo
a la carrera se lanzan,
se les alborota el ano,
el pelo se les espanta.
Valientemente se esconden,
gallardamente se escapan
del campo de los peligros
estas fugiti vas cacas,
que me duelen hace ti empo
en los cojones del alma.

Es en este ti po de imprecaciones donde yo encuentro que Miguel Hernández


pisó esa delgada línea roja que te conduce de la exhortación a la lucha al odio
fratricida, y de hacer amigos y grandes camaradas con tus creaciones a terminar
olvidado de todos en una cárcel con los ojos abiertos y devorado por la enfermedad.
Y no por el valor que exhibió el poeta al comprometerse tan explicita y casi
violentamente con la causa republicana (y “en últi ma instancia”, como diría

por tus erectas guardas africanas


velas sin vela, ¡oh Canco, Canco, Canco!
Arriba ya, paneque! baila, andorga;
peonza que al final democratizas;
baila, culo hecho trizas,
baila, Generalismo pandorga,
sieso manido, sieso
patibulario, tieso y patitieso!
Muerto estás ya, Paquita la Católica,
Isabel del Ferrol y de Castilla.
Tu España carajólica
te despide: ¡Presente!,
mientras en los luceros, amarilla,
sube tu gloria de mojón caliente.
Althusser, revolucionaria), que me parece admirable sin reservas, sino porque esa
misma clase de versos podrían cumplir perfectamente la función contraria a aquella
para la cual fueron concebidos, quiero decir: que lo mismo podrían haber sido
uti lizados por el bando nacional, si ellos hubieran contado entre sus fi las con algún
poeta del calibre de Miguel Hernández -que nunca es el caso en los fascismos, por
moti vos que se pueden intuir pero imposibles de verifi car. Pongo más ejemplos,
todos de estrofas realmente geniales, pero que, si se miran bien, serían igualmente
válidas en manos del enemigo, al que le gustaba lo mismo o más cantar al valor y al
honor en la batalla:

Un clamor de oprimidos,
de huesos que exaspera la cadena,
de tendones talados, demolidos
por un cuchillo siervo de una hiena.

(En “Visión de Sevilla”). No se puede escribir mejor, pero como si la furia y la


rabia de Miguel Hernández en estas palabras fuese, ya digo, idénti ca en ambos lados
del frente, como si defi niera la forma misma y la razón de (no-)ser de la guerra, de la
española y de la mundial que vendría justo a conti nuación. Lo que he llamado “la
delgada línea roja” es (no la famosa batalla que lleva ese nombre, sí un poco más la
película de Terrence Malick...) ese momento de la civilización europea en que el ansia
de matar brotaba de todas partes, y entonces ya daba igual a quién pertenecieran
estos versos, que nada ti enen que envidiar a los de los poetas anti belicistas (Sasson,
Owen, etc.) de la Primera Guerra Mundial:

Una extensión de muertos humeantes:


muertos que humean ante la colina,
muertos bajo la nieve,
muertos sobre los páramos gigantes,
muertos junto a la encina,
muertos dentro del agua que les llueve.

(En “Ceniciento Mussolini”). De nuevo, el últi mo verso es sencillamente un


hallazgo casi sobrenatural, pero lo que yo quería destacar es que la verdad de estas
palabras es la misma de norte a sur de España, y expresa por igual el horror en toda
la península, por más que cada uno interprete el origen y la naturaleza moral de la
conti enda en el senti do que sus lecturas o sus tendencias le den a entender. Yo creo
que Miguel Hernández no podía evitarlo, y que era tan gran poeta precisamente
porque llega ya un punto en que tu ferocidad entra en ósmosis con la de tu enemigo,
y todo se convierte en un conti nuo de odio e insti nto asesino. En “Sudor”, la alabanza
al heroísmo fí sico del trabajador podría ser tan comunista como fascista, aunque, ya
digo, no hay poeta fascista capaz de esto:

Vesti dura de oro de los trabajadores,


adorno de las manos como de las pupilas.
Por la atmósfera esparce sus fecundos olores
una lluvia de axilas.

(…) Entregad al trabajo, compañeros, las frentes:


que el sudor, con su espada de sabrosos cristales,
con sus lentos diluvios, os hará transparentes,
venturosos, iguales.

Con todo, Miguel Hernández creía en la revolución inminente, que parecía que
la guerra venía justamente a propiciar, y esa revolución se diferenciaba de la
revolución fascista -que también consistí a en una movilización total de las fuerzas
humanas y de la industria al servicio del estado totalitario-, en los agentes
económicos que se tenían detrás:

Fuera, fuera, ladrones de naciones,


guardianes de la cúpula banquera,
cluecas del capital y sus doblones:
¡fuera, fuera!

(En “Jornaleros”). Pero tal vez la expresión más acabada y explícita de lo que
Miguel Hernández quiso denunciar, así como de su inquina sin límites, esté en el
magnífi co “Canto de independencia”, del cual doy aquí, y para concluir, tan solo
cuatro estrofas:

Sois los que nunca abrís la mano, la mirada,


el corazón, la boca, para sembrar verdades:
los que siempre pedís, los que jamás dais nada,
cosecheros que sólo sembráis oscuridades.

¡Fuera de aquí, egoístas de retorcidas manos,


dispuestos a negar la pureza en la nieve!
Sois también invasores como los italianos,
como la dinamita que sobre España llueve.

La vida que prorrumpe como una llamarada


comunicando al cielo su resplandor de avena,
vuestra existencia seca de cárcel encerrada
que no sabe obtener la libertad, condena.

Blandos de peticiones y blandos de lamentos,


se mueven vuestros labios que tan sólo provoca
una voracidad brutal por los sustentos,
sucia y abierta en tanto que otros cierran la boca.
¡¡Que vienen los chinos!!

Las grandes almas tienen voluntades; las débiles tan solo deseos
Proverbio chino

Me he pasado la santa mañana poniéndome temitas de La Polla Records, que son muy
grandes (aunque también muy básicos, todo hay que decirlo), y mientras lo hacía pensaba que tal
vez Evaristo no se dé cuenta de que esa clase de gigantesco interrogante y como mancha de
sangre sumamente ácrata que a él le gusta poner sobre las democracias liberales occidentales
podrían ser interpretados como un gran favor involuntario hacia otro tipo de modelos políticos,
como el chino, que piensan eso mismo de nosotros, o sea: que estamos para el arrastre... Tanto es
así, que si yo fuese un taimado chino como los de las teleseries y cómics americanos de los años
cincuenta, financiaría secretamente el crecimiento de bandas y colectivos contestatarios y
subversivos como La Polla para erosionar la moral ya de por sí maltrecha y encima tentada por la
ultraderecha -rima interna- de lo que denominamos grosso modo Occidente. Que exista el punk, y
un punk tan politizado como La Polla en España (“somos los nietos de los obreros que nunca
pudisteis matar / somos los nietos de los que perdieron la Guerra Civil”) es, al mismo tiempo, una
prueba indiscutible del repertorio de libertades por las que resultará para siempre ejemplar la
extensión de la civilización europea sobre el mundo, pese a sus muchos y no pequeños crímenes -
sólo hay que pensar en lo que ocurriría en un caso semejante en esa misma China que fue capaz
de la lección asesina de Tiananmén-, y de su antítesis, por la que hiere aún, y pica en
consecuencia, el aguijón de la contradicción, que no es más que el síntoma de que tal estilo de
vida hegemónico está lejos de satisfacer a todos. A la milenaria y venerable China, que en su
momento fue la única cultura que recibió a los europeos como aprendices, sólo le satisface en
parte, eso está claro, y por mucho que sus argumentos repugnen no dejan de tener sus motivos.
Vicente Verdú adelantaba algunos de ellos en su China Superestar, del año 1998, un libro de
mucho provecho que ha envejecido poco, y de los que transcribo aquí los de más brocha gorda...

No sólo las minorías exquisitas, amplios sectores de la población se dividen hoy


entre occidentalistas y sinocentristas. Para los primeros, modernización es igual a
occidentalización con todas sus consecuencias. Para los segundos, modernización es
sólo mecanización, tecnología, marketi ng, gesti ón, informáti ca, pero ni un paso más;
pronto, una vez adiestrados en el manejo de ese instrumental de Occidente, lo
indicado será lavarse las manos para evitar cualquier contaminación (…) De estos
nuevos bárbaros occidentales se asumirían las técnicas comerciales y administrati vas,
la domóti ca, la robóti ca, el mercado libre o lo que fuera úti l para avanzar en lo
material, pero de ningún modo una fi losofí a moral que se ha tenido por viciosa,
destructora de la familia, inductora del crimen y opuesta a la virtud. (El País Aguilar,
pág. 129).

Si es cierto, como vaticinan todos los analistas y corroboran los economistas, que el
Capitalismo de Estado chino se va a llevar el planeta por delante 3, entonces eso nos obliga -o por
lo menos me obliga a mi- a un corolario tan terrible como inevitable: la Guerra Fría fue un largo
periodo de pánico absurdo, puesto que ninguno de los dos bloques defendía realmente un modo
de hacer económico tan contrapuesto al rival como se ha señalado siempre, sino que más bien,
como ha demostrado China desde hace décadas, capitalismo y comunismo son perfectamente
armonizables en un operativo mixto que para colmo es exitoso. De manera que dos conclusiones,
ambas terribles ya digo: la primera es que la Guerra Fría no fue un enfrentamiento ideológico, sino
una desnuda y crasa lucha de Poder; y, segunda, capitalismo y comunismo maridan perfectamente
siempre que lo que saques de la ecuación definitivamente sea esa Democracia más o menos
representativa de la que execran los de La Polla Records -“Mogollón de gente vive tristemente/ y
van a morir democráticamente”. Lo explicaba también Verdú en su libro antedicho:

Para una inmensa mayoría del pueblo chino la democracia es una idea ajena a
su cultura y a su tradición. En China, por ejemplo, “liberal” no signifi ca ni liberal ni
abierto de miras. Las connotaciones de la palabra, que se basa en los caracteres
chinos para escribir libertad (ziyou) aluden, como sucedía en la España franquista, a
excesos y liberti najes. O todavía más: la fi losofí a china siempre se basó en la
convicción de que el mundo se encuentra fundado sobre un orden natural y nunca en
un principio religioso. Como consecuencia, para un occidental siempre será más fácil
3 Como se sabe, se está comprando África a trocitos, y poniendo en marcha una revertebración de la tierra bajo el
macroproyecto de la Nueva Ruta de la Seda, que naturalmente no puede hacer del todo felices a los Estados Unidos ni a
la Unión Europea: La Nueva Ruta de la Seda china: ¿oportunidad o amenaza? | El Mundo | DW | 21.09.2019
poner en cuesti ón ese orden religioso forjado por los hombres que para un oriental
subverti r una organización natural, clavada en la inmanencia. (Ibidem, pág. 147)

Esto últi mo no es el todo cierto, desde una perspecti va estrictamente fi losófi ca 4 ,


pero no importa, lo que importa ahora en mi opinión es algo mucho más grave, y que
consiste en que tal vez la población de las sociedades occidentales, sobre todo los
sectores más jóvenes y perjudicados por las sucesivas crisis, comiencen a estar ya tan
perdidos que casi prefi eran ensayar a obedecer a la manera ultraderechista occidental o

4 Puesto que Occidente es una “ontoteología”, como argumentaba Martin Heidegger en Identidad y Diferencia, y
por tanto no únicamente un cierto sustrato religioso monoteísta, sino éste mismo en tanto acogido e insertado en
el seno de una cierta metafísica de la naturaleza o de la phýsis que le antecedía y que desde entonces lo subsume.
Pero aprovecho el desvío para hacer algo de historia de la relación Oriente y Occidente, conforme al estupendo
estudio El camaleón chino, de Raymond Dawson de 1960. Dawson cuenta, en efecto, que en realidad China fue
idealizada en el Siglo Barroco en parte porque los jesuitas necesitaban nuevos reclutas fieles para la causa, y tras
las empresas mercantiles de Marco Polo, estás son las grandilocuentes palabras que se empleaban: un imperio -
escribió Hudson- tan antiguo como Roma, pero vivo en el presente, tan populoso como Europa entera, libre de los
privilegios de clase, nobleza o Iglesia, regido por una realeza de institución celestial a través de una burocracia de
funcionarios sabios... Sin embargo, ya en los siglos siguientes el discurso occidental pasa a plantear la imagen de
China como un “pueblo eternamente inmóvil”, fosilizado según Condorcet y Herder. Para Hegel, China carece de
historia porque carece de pasado -no obstante, su nacimiento coincide aproximadamente con el de Grecia: Hegel
se refiere a “historia” en tanto experiencias históricas dramáticas, críticas, de una nación. De ahí que la Gran
Ciencia Histórica se reservase únicamente para el alto desarrollo decimonónico occidental, mientras que para los
extraeuropeos se urdió eso que llamamos todavía hoy la etnología, esa idea monolinear que los arqueólogos
enseguida vinieron a confirmar. Más tarde, esta posición se generaliza bajo la formulación de la oposición
irreductible Oriente/Occidente: Aumente Dios a Jafet (Europa), y habite las tierras de Sem, se decía ya en el
Génesis. Northop definió China como un “continuo estético indiferenciado”, y fue así como comenzó el llamado
“mundo de la pagoda y el sauce”, lo que es decir ese fluido comercio de objetos artísticos curiosos y exóticos
procedentes de China sin olvidar el importante capítulo de la porcelana y la laca y sedas que ya se hacía enviar Luis
XIV. Se da, sin perjuicio de ello, una cierta marea baja en s. XIX, expresada como frivolidad chinofílica y la como
aparición de un cierto desprecio de estrechas miras nacido de los misioneros protestantes, que se gozaban de una
cierta conciencia de superioridad colonialista de la que saldrían pronto las ignominiosas “Guerras del Opio” (hay
quién piensa, no sin fundamento, que barrer el confucianismo por parte del imperio británico dejó el terreno libre
al comunismo…) Hoy, en la propia China poscomunista o de comunismo híbrido alienta, como señalaba Verdú, la
querella entre occidentalistas y sinocentristas, los cuales se atrincheran en asimilar tecnología, marketing, gestión,
informática, etc., pero ni sólo un regalo más de los bárbaros extranjeros - gweilos-, línea ideológica de hostilidad
conjugada con parcial aceptación ya existente desde el año 1899 y que fue conocida entonces como ziquiang o
“reforzamiento”.
autoritaria china, tanto da, a continuar con esa especie de vértigo de la libertad que implica que
hasta el género por el que quieres ser reconocido es objeto de elección absoluta, pero a cambio
de la arbitrariedad igualmente total con la que las empresas pueden establecer con sus
trabajadores contratos precarios y despidos baratos. Ha sido, hasta hace relativamente poco, muy
útil y hasta gracioso considerar a China el taller del mundo, e importar sus manufacturas baratas a
la vez que visitábamos sus establecimientos de esclavitud comercial sin límite de horarios. Ha sido
muy gracioso incluso reírse de las astracanadas de Donaldinho Trump, cuando acusaba a China de
haber producido y extendido el virus SARS-Cov-2, con el claro propósito de echar una cortina de
humo sobre sus propios desmanes. Pero esto que cuenta nuestra amada Marta Peirano maldita
sea la gracia que tiene; ella lo escribió en 2019 en su El enemigo conoce el sistema, antes, pues, de
la pandemia, y lo tituló CHINA 2020, LA PRIMERA DICTADURA DIGITAL:

En Beijing, un ciudadano que cruza en rojo puede ser multado instantáneamente en su


cuenta bancaria. También puede verse inmortalizado en un loop de vídeo cruzando indebidamente
en las marquesinas de las paradas de autobús, para escarnio propio y de su familia. Si comete más
infracciones, como aparcar mal, criticar al Gobierno en una conversación privada con su madre o
comprar más alcohol que pañales, podría perder el empleo, el seguro médico y encontrarse con
que ya no puede conseguir otro trabajo ni coger un avión. Así es como funcionará el nuevo sistema
de crédito social chino, programado para entrar completamente en vigor en 2020. Su lema es:
«Los buenos ciudadanos caminarán libres bajo el sol y los malos no podrán dar un paso».
En el sistema de crédito social, también conocido como Sesame Credit, todos los ciudadanos
empiezan con la misma puntuación, pero después va subiendo o bajando en función de cómo se
portan. Entre las muchas cosas que bajan puntuación están robar, comer en el metro, empezar
una pelea, orinar en la calle y dejar de pagar las facturas. También hablar mal del Gobierno en un
chat privado con un amigo, reunirse con intenciones sindicales, participar en manifestaciones
políticas, entrar en una mezquita (aunque sea en otro país) o leer libros inapropiados. Hacer
trampas en los videojuegos (usando bots) quita muchos puntos. También relacionarse con
personas con puntuación muy baja, aunque sean miembros de la familia más cercana. A medida
que va perdiendo crédito, el mal ciudadano pierde acceso a servicios, trabajos, casas,
promociones, hipotecas, el derecho a coger el tren o acudir a un concierto. En junio de 2018, un
total de 169 personas fueron expulsadas del sistema ferroviario y también perdieron permiso para
volar. Sus delitos, que fueron publicados por el Gobierno junto con sus nombres y sus caras,
incluyeron deudas, provocaciones y, al menos en un caso, tratar de cruzar el arco de control del
aeropuerto con un mechero encima. También hay cosas que suben puntos: sacar buenas notas,
donar sangre, trabajar como voluntario o participar en las actividades que organiza el Gobierno
local y hacer horas extras en el trabajo. Los ciudadanos con muchos puntos pueden saltarse las
colas del hospital, reciben descuentos especiales, promociones laborales y hasta acceso a páginas
de contactos para conseguir citas con chicas «muy bien» 5. Reciben créditos para comprar casas en
los mejores barrios y matrículas para sus hijos en los mejores colegios. Zhenai.com, el Tinder chino,
ofrece visibilidad a los hombres con puntuación más alta. Todo el mundo conoce el crédito
actualizado de todos los demás. Uno tiene que saber con quién se relaciona.
El sistema de crédito chino depende de más de cuatrocientos millones de cámaras que
vigilan permanentemente a la población, todas conectadas a servidores con sistemas de
reconocimiento facial en tiempo real. Forma parte de un programa llamado Sharp Eye, pero en
realidad cualquier cámara, micrófono o sensor de cualquier dispositivo chino en cualquier lugar es
parte del sistema de vigilancia del Gobierno, incluidos los teléfonos móviles. La nueva Ley de
Cyberseguridad, aprobada en 2017, reclama soberanía nacional sobre el ciberespacio y obliga a
las tecnológicas a vigilar a los usuarios, compartir con las autoridades los códigos fuente de todos
sus programas y abrir sus servidores para revisiones de seguridad. Además de sacar dinero
presentando el rostro en lugar de la tarjeta, la mayor parte de la población cobra, presta y gasta a
través de aplicaciones móviles como WeChat Pay y Alipay. La digitalización total de las
transacciones es fundamental para el registro y control del Gobierno. Como dice la protagonista en
El cuento de la criada, el salto de la democracia a la dictadura es fácil cuando todo el dinero es
digital. Todo el proyecto se sostiene gracias a un ecosistema de empresas tecnológicas dominado
por tres gigantes: Baidu, Tencent y Alibaba. Hubo un tiempo en que no eran más que copias sin
personalidad de las páginas populares estadounidenses. Todo eso acabó el día que el presidente
de la República Popular China Xi Jinping vio cómo una inteligencia artificial extranjera les ganaba
al Go.

(Editorial Debate, pág. 125)

En resumen: ¡¡Que vienen los chinos!! Y lo que es peor: es muy posible que

5 No obstante, al igual que en el vecino Japón, cunde en el gigante asiático la aversión a las relaciones cercanas y el
desdén total por el compromiso de pareja a favor de la facilidad de las muñequitas infantilizadas y las maquinitas

complacientes, como en Blade Runner 2049... https://www.elconfidencial.com/tecnologia/novaceno/2021-


03-26/prostitutas-sinteticas-robots-sexuales-china_3007627/
muchos de entre nosotros les reciban con los brazos abiertos. Al fi n y al cabo, ellos
poseen fuertes voluntades, y nosotros tan solo débiles deseos. Es cierto que resulta
más difí cil asumir que un oriental extraño, del que una poco subliminal propaganda
nos ha alejado desde hace siglos, vaya a dirigir tu vida y tu trabajo en adelante en vez
de un gallardo y bronco espécimen español que gusta de calarse de vez en cuando el
yelmo de Hernán Cortés, pero digamos que lo primero ti ene una más poderosa
infraestructura e inteligencia prácti ca detrás. Pero a mi, si me preguntáis, me gusta
mucho más la tradición europea, con todos sus defectos, y si me propusiesen lo del
carné de ciudadanía por puntos a la manera de Black Mirror (“Caída libre”, Black Mirror,
T3c1), me pondría decididamente de parte de Evaristo Páramos y si hace falta de la
anarquía, cuando cantaba en La Polla Records eso de “quie-res iden-ti -fi -car-nos / ti e-
nes un po-bleeeeema (sic)”...

Juanchi, el simpático chino de la calle Carvajales


¡OmG!: The “shithole countries” does exists…

Ayer hablé largo rato con el camarero del bar, o cafetería, que está cerca de mi nueva
casa, o casita. El hombre tiene cinco años menos que yo, pero como servidor luce finas manos
de marqués, como Rubén Darío (o sea, que curro menos que el ángel de la guarda), en
comparación él parecía cincuentón, pero sólido como una roca. El tipo es como un buey, como
el Rhino, villano de Spiderman, incluso como la Cosa de Los 4 fantásticos, por parafrasear a Tim
Roth en Reservoir Dogs. Con la vida que ha tenido, ese tío se merienda a diez como yo de un
manotazo y luego limpia la sangre con una mopa silbando un bolero. No le veo morir, le veo
reventar. Todo lo que me contó me pareció estremecedor, era la realidad cuando empieza a
presentar su cara oscura, esa que en Europa no queremos ver ni por sus sombras en los pliegues
de los rostros curtidos de los migrantes. Es de Paraguay, el Rhino, país del que yo no sabía nada,
excepto el chiste, que leo que era de Tip y Coll: "-Soy paraguayo y vengo a pedirle la mano de su
hija; -¿Para qué?; -Paraguayo..." Pues resulta que Paraguay es hoy un agujero de mierda de esos
que decía ese poeta de la retórica basura que es Donald Trump. O naces en los barrios
ricos/riquísimos, que hay unos cuantos, me dijo, o no serás más que un grano en el culo del
mundo. Las niñas ya no quieren ser princesas /Y a los niños les da por perseguir / Las nubes
dentro de un pipa de crack /Pongamos que hablo de Paraguay... En efecto, este señor tenía, y en
cierto modo sigue teniendo, tres hijos de 17 a 27 años, todos varones, y los tres están
ingresados cárceles de Paraguay, que deben ser tipo El expreso de Medianoche. Lo más horrible,
lo más bestial, es que fue él mismo, que es un hombre locuaz y alegre, quien había denunciado a
dos de ellos, harto de verles tomar el camino de la delincuencia en vez de el de los estudios. Es
como el Abraham bíblico, por fin sacrificando a Isaac, sin que el ángel del Señor detenga su
mano. No hay ángel del Señor, ni ángel de la guarda -aunque curre más que yo-, no hay Tercer
Mundo popperiano que valga ni mitología que no sea un cuento de niños, la cultura no es más
que humo de pajas, las pompas de jabón que adoraba Machado. La cultura sirve en Europa,
donde hay un ministerio que la paga y la filtra, pero vete tú con culturas y esas cosas a los
suburbios de Latinoamérica...
Una amiga que fue hace unos años a adoptar un niño (ella ya tiene dos biológicos, lo hizo
por puro amor y altruismo...) a otro agujero de mierda situado en Europa del Este me contó su
horrible epopeya y al terminar yo le dije, muy ufano, la frase de Bullit que tanto me gusta,
cuando Steve McQueen le suelta a Jacqueline Bisset que la mitad del mundo es una cloaca.
Bullit lo dice con pesar, sin por ello buscar empañar la belleza inocente de la Bisset, pero
también sin burdo paternalismo: no porque seas mujer tienes bula para permanecer aislada...
Pues bien, mi amiga me respondió que a ver si es que Bullit no tenía razón, que a ver si es que
va a ser más de la mitad del mundo la que es una cloaca... Qué fácil es hoy decir que se es ateo,
y que no se cree en Dios, que es una antigualla de pederastas, pero qué difícil sería continuar
aduciendo que tampoco crees en el hombre, que eres algo así como an-antropológico o an-
antrópico. Todas las chicas de los barrios marginales en Paraguay dan en la prostitución, ¡todas!,
me contaba ayer el Rhino, por no decir su nombre real, mientras no paraba de recoger el local.
El carnaval de Río es una orgía acojonante, me decía, en la que mete hasta el más tonto, y a
donde de hecho sólo se acude para meter… No se crea, por cierto, que es que el Rhino es de
barriobajo, que es carne de cañón laboral, y que yo estoy dando crédito al típico "hombre
natural" al que admiramos secretamente los intelectuales cansados de nuestras absurdas
retorcimientos mentales. No, este hombre ha leído a García Márquez (se confundía con los
Buendía, me confesó, así que tuvo las narices de leerlo tres veces), a Kafka, incluso a Darwin,
que es de nota. Pero tiene claro que a la humanidad sólo la mueve el dinero y el sexo, de
manera que hay que aguantar. Hay que aguantar incluso meter a dos de tus hijos en la trena y
emigrar a España para olvidarte de tamaño parricidio. Me contó muchas más cosas, pero se me
gripó la cabeza de tanta sobredosis de realidad (los filósofos son los últimos a los que hay que
preguntar algo concreto y verdadero sobre la realidad; nosotros solo entendemos de libros y de
cómo epatar a los efebos/as). Sin embargo, me recordó al mejor cortometraje de todos los
tiempos, a la vez que el más radical, y que habla de una shithole island en Brasil...

ILHA DAS FLORES 35 mm, 12 min, cor, 1989. Dirección: Jorge Furtado

https://youtu.be/9fEMHB9kksM
¿Heterosexualidad culpable? (Carta frustrada al Director)

Hace unos días Paul B. Preciado argumentaba en un duro texto de este diario que la
heterosexualidad es peligrosa: La heterosexualidad es peligrosa | Opinión | EL PAÍS (elpais.com)
Es difícil hoy no estar de acuerdo con él, pero sería manifiestamente esencialista afirmar que
esto no puede cambiar, que está de hecho cambiando... Yo creo que el propio Preciado sabe de
sobra que su causa es imposible, que nada ni nadie va a erradicar la heterosexualidad de la faz
de la tierra, y que el discurso de género, ineludible hoy, tiene un alcance más limitado que la
revolución total y violenta que él anuncia. Pero se ve que presentarse como el adalid de una
impugnación que se extendería a una mayoría aplastante de la población mundial puede
acarrearle réditos personales que yo ignoro, pero que tampoco son asunto mío. Estoy, desde
luego, plenamente a favor de la lucha feminista, porque me parece ante todo un asunto de
sentido común; por ello mismo, estoy en contra de maximalismos como el de Preciado, puesto
que socavan claramente tal sentido común.
¿Seré, por ello, des-Preciado y culpabilizado por el colectivo Queer, o por cualquier otro
parecido? Me temo que sí, desde el momento en que tuve hijos, me casé y vestí pantalones
desde niño, movido por lo que creí prerreflexivamente que eran unos impulsos míos
enteramente espontáneos...
¡El mar, idiota, el mar!

Soy un genio. Soy mejor que nuestra admirada Greta, pero sin trenzas de walkiria
climática. He encontrado la solución al problema del siglo. Estaba delante de nuestras narices,
borbotaba en nuestros grifos. Como este planeta (llamémosle Gaia, porque Tierra supongo que
será el nombre que dan todos los aliens a sus bolas habitables) nos va a expulsar de su
atmósfera, atufado por nuestras flatulencias industriales, vayámonos a colonizar el fondo del
mar, que también está siendo contaminado y quebrantado, pero mucho menos. Bajo el mar,
como cantaba el crustáceo de La sirenita. Lo de desmontar todo el chiringuito y rehacerlo en
Marte -no digamos ya en un exoplaneta- es mil veces más complicado, caro e irreal, además de
que en Marte vive el Doctor Manhattan, que es un misántropo superpoderoso que va en pelotas
y al que no conviene molestar. El fondo del mar, en cambio, está aquí al lado, y es por eso que
los turistas de todo el mundo lo miran con anhelante esperanza en las orillas de las playas.
Cogemos la torre Eiffel con unos cuantos helicópteros de chulearse el ejército americano y la
incrustamos en el légamo marino, en el centro mismo del Mediterráneo, que es el mar que va a
estar más calentito, hasta que se revista toda entera de coral, y construimos alrededor. Plástico
tendremos a mano un montón, y madera de los pecios y cobre de los tesoros hundidos. Se
acabó la lacra del paro. Se acabó el hambre en el mundo, que el mar es rico en peces, como
repetía Homero (y en algas, que es lo que de todos modos íbamos a terminar comiendo). Y se
acabaron las discusiones y las peleas entre los seres humanos por sus estúpidas opiniones,
puesto que sumergido en el agua no se puede hablar -"glú-glú" vendrá a ser como el "bitte"
alemán o el "ciao" italiano, que sirven para todo.
Ahora que los chinos han abierto el melón de la ingeniería genética, no tenemos más que
elegir el modelito subacuático que más nos favorezca. Habrá quien quiera sólo branquias y cola,
habrá quien se pida un Bob Esponja y habrá quién prefiera el tío cachas de Acuamán haciendo
una hakka con Jacques Costeau y Leonardo di Caprio con la piel azul. La única restricción es no
asomar nunca a la superficie a pegar bocanadas de CO2, que produce adicción. No hay razón
por la que echar de menos el cielo, porque también el mar es azul -ah, no, que es negro...
Bueno, ya lo iluminaremos con fauna abisal esclavizada. En tierra seca tan sólo permanecerán
los presidentes de las grandes corporaciones del petróleo y del gas natural, que seguirán a pie
firme produciendo combustible y pasando calor, tanto ambiental como del desprendido por la
quema del crudo, ya que nadie lo va a usar puesto que toda la energía será hidraúlica. Serán los
últimos humanos sin aletas, por fin con todo un mundo vacío sometido a su voluntad; el
capitalismo no será ya nunca más derrotado ni siquiera cuestionado. En cambio, los japoneses
serán los primeros en aquaformarse, porque así pueden hincar el diente a los atunes y a las
ballenas directamente, según pasen a su lado, como hacen las manadas en España al cruzarse
una chica. Conozco a algunos que serán los segundos en ponerse cara de pez, para así no tener
que ducharse nunca más. La religión será fácil, chupada: “Cthulhu R’lyeh Ph’nglui mglw’nafh
wgah’nagl fhtagn”: En su hogar en R’lyeh, el difunto Cthulhu aguarda soñando… Y habrá hasta
bares, con cañas de tinta de calamar y tapas de boquerones, pescadilla y chopitos, pese al
escepticismo de la canción elegiaca de Los Enemigos. El medio de transporte, los delfines, por
hacerse los simpáticos. El deporte, natación sincronizada, que será también baile. Las carreteras,
serán las corrientes submarinas, como en Buscando a Nemo. Y a las comidas no habrá que
echarles sal. Pero lo mejor, lo más maravilloso de mi idea, es que contaremos con un nuevo
entorno enteramente virgen e inmensamente más grande y profundo que la superficie para
entretenernos en destruirlo durante los próximos milenios... (Todo empezó en el mar y todo
terminará en el mar).
¡El mar, idiota, el mar! (hay que ver qué poco tengo que hacer en la vida, parezco
Cayetano de Alba...)
Presentación: trasfondo falontológico del libro "El priapismo del
unicornio", editorial Mierda Seca.

Bueno, es un placer, gracias por esta oportunidad que sin duda merezco. Antes que nada,
quería aclarar que a mi me parece que hay dos modos de enfrentar la confección de ese
artefacto de combate falontológico que es un libro, o eso que conocemos, claro,
heteroparejiadamente, como "libro". Primero está, por supuesto, el de toda la vida, el libro-
códice, una mixtificación que apuntala el sistema binario trans/normativo capitalista reinante y
que es el propio de lo que desde el viejo s. XX se conoce como el intelectual orgánico -
permitidme no citar nombres, todos los conocéis ya, son esos señores que escriben
exactamente lo que se espera de ellos y que cobran a fin de mes su buena bolsa de treinta
monedas (risas). Y, después, está el modelo que yo vengo a proponer aquí, ante vosotros, que
es el de la escritura como un modo de llamar y hasta derribar las puertas cerradas, prohibidas
del sistema, esas que nos clausura el heteroparejiado y cuyas llaves custodian celosamente los
intelectuales orgánicos, como ese fascista de Paul B. Preciado, pero no quiero dar nombres...
(abucheos) La escritura, pues, en tanto ariete, erección, Priapo erguido, enhiesto surtidor de sol
y sombra, que es la penetración falontológica correspondiente a una nueva generación de
escritores caracterizada por la no-unidad, la no-consigna, la no-identidad/mordaza y el no-
dinero en absoluto en la cuenta corriente. Más allá, apenas hay que decirlo, de toda
clasificación, de todo academicismo vacío, tautológico, y, por descontado, de todo absurdo
pudor y falsa vergüenza. Yo, a estos, a nosotros/vosotros, a esa dispersión silenciada y chepuda,
a los del borde, a los que padecen halitosis rizomática, me vais a permitir que los denomine
intelectuales orgásmicos. Ser un intelectual orgásmico auténtico -cuidado que corren muchos
impostores fachas por ahí- es poner en cuestión y finalmente triturar el entramado
heroparejiado que reglamenta el deseo de los cuerpos vivos en orden a la descarga orgónica en
la forma no-opcional de una fusión entre dos o más miembros binarios. Me/nos parece política
y íntimamente (si hubiere alguna distinción en ello más que meramente analítica) inaceptable, y
lo que pretendemos con nuestro activismo textual es desmontar esa represión intolerable, pero
siempre desde el intersticio (que es un intersticio, naturalmente, ontológico, falontológico para
ser más exactos) que nos proporciona nuestra vocación de unicornios, es decir, vocación,
llamado, de ser los terceros, la tercera parte en discordia, aquellos que en una fusión de cuerpos
se apartan a un lado para hacerse un tremendo y pringoso pajote -enhiesto surtidor de sol y
semen...
Un unicornio, como ya sabéis, es la forma de referirse a un constructo-mujer que
condesciende a ser partícipe de una relación fusional parejiada a cambio de afecto génerico sin
deudas ni compromiso, pero nosotros contestamos firmemente, a nosotros esto nos parece una
instrumentalización, una violencia ejercida ilegítimamente sobre los cuerpos vivos implicados en
el acontecimiento sin-bólico. El unicornio pajillero, en cambio, rehusa tener contacto con la
fusión heteroparejiada, y convierte el acto de observar y ser observado mientras se la casca y
babea sin someter ni sojuzgar a nadie en una auténtica reivindicación política. Mi novela, si es
que en efecto la categoría heteroparejiada "novela" se puede aplicar a este Priapo soberano, a
este ariete textual, versa justamente sobre todo eso. Jonás, un ser de número de cabezas
indefinido y fluido, lucha por encontrarse a sí mismo en una sociedad/cárcel en la que el
constructo-gayola está políticamente excluido y se recluye en espacios de marginalidad
sexoafectiva. Jonás, mi personaje, si es que en efecto la categoría heteroparejiada "personaje",
etc., etc., buscará su lugar en el afuera de la microretícula del entorno-cárcel por ver si halla
cuerpos vivos con los que establecer una fusión desligada de violencia semiótica o epidérmica,
es decir, con los que co-participar onanísticamente. Para ello me he basado en las experiencias
reales que tuvieron lugar en la comuna anticomunal Junta-2 hace unos años y de las que fui
testigo entusiasta y masturbator maillior, y que terminaron con la irrupción totalitaria de la
guardia civil ¿Qué en qué estoy trabajando ahora? Bueno, en estos momentos, ando
profundizando en la teoría/práctica falontológica mediante una nueva arma textual orgásmica,
que se va a titular (si es que en efecto la categoría heteroparejiada "título", etc., etc.) El cis-
cadáver de la (de)similitud. Os puedo asegurar, eso sí, que se van a cagar por la pata abajo todos
los intelectuales orgánicos como esa fascista de Cristina Morales... Pero antes de todo eso,
anuncio que tengo la intención de coserme la pija de un cerdo en la frente, para visibilizar
priapicamente la unicornidad y contribuir a acabar con el heteroparejiado.
Gracias (ovación y aplausos).
Two Minutes to Midnight...

I don't mind being the smartest man in the world, I just wish it wasn't this one.
Adrian Veidt, Ozymandias, Wachtmen

Los periódicos últimamente traen malas noticias, que es para lo que están, sin acritud lo
digo -Sánchez Ferlosio se preguntaba cómo es que tienen el mismo número de páginas cada día,
¿existe un cómputo exacto de lo que la actualidad trae cada jornada, como la agenda
milimetrada de un político?... Las más llamativas son las del clima, desde luego, que más claro
no puede decirlo ya, sólo nos falta que eche un tsunami sobre la Casa Blanca para que nos
demos por fin por enterados. Pero hoy en particular hay noticias peores, aunque todavía en el
plano simbólico y no en el de los hechos, afortunadamente. Bueno, lo he dicho mal:
afortunadamente no, porque los símbolos no asustan a nadie en la época de la imágenes, y
dentro de poco hasta la esvástica va a ser blanqueada e indultada en tanto logo del terror, como
ya propone esa luminaria hispánica que es Sánchez Dragó a quién se le ocurre entrevistarle.
Como en las calles y edificios del llamado Mundo Libre todo se desarrolla con la normalidad
habitual, excepto momentos excepcionales de atentados terroristas y tal, y además siguen
abiertos felizmente los Starbucks y los Primark(s), nadie se puede realmente creer que los
científicos hayan situado hoy el Reloj del Fin del Mundo a tan sólo cien segundos del apocalipsis.
Total, el apocalipsis ha sido ya anunciado tantas veces -año 1000, 1666, 2000, 2012-... Aunque lo
cierto y realmente preocupante sea que hasta ahora los milenaristas o quiliasmistas nunca
habían sido científicos ateos y apegados estrictamente al método cartesiano, profesionales
vestidos como personas normales y no brujos atávicos tocados con ese casco en la cabeza que
llaman tiara pero parece un menhir…
Lo más inquietante es que, según ellos, nunca, pero nunca-nunca jamás, el peligro de
extinción de la humanidad había sido tan extremo, tan inminente, ni siquiera en la crisis de los
misiles cubanos de 1963, esa que casi nos liquida a todos y que se cuenta tan bien en la película
de Kevin Costner titulada Trece días. Puesto que parece que la manera que vamos a escoger
para afrontar tales amenazas es volver a votar a los alegres compadres de Trump este año -
Donald, ese Nerón rubio y cenutrio del s. XXI, esa Bestia del Apocalipsis original de San Juan-, o,
si acaso, invertir en costosos programas de Inteligencia Artificial, Internet of Things y juguetes
tecnológicos así de superfluos e hipnotizadores (puros envoltorios caros, puros cantos de
sirenas, puros negocios de bulto), podemos ir preparándonos para lo peor. Hace unos días
escuché en la radio que en la última década de crisis financiera y ajustes de austeridad
obligatorios el número de milmillonarios en el mundo se había multiplicado por dos, mientras
que en la televisión ese mismo día contaban que el trabajo no remunerado e invisible de las
mujeres que trajinan en su casa en todas partes del globo triplicaría en valor los beneficios
anuales de todas las grandes tecnológicas juntas. Suma dos hechos aparentemente aislados
como esos y tienes un polvorín entre las manos. Entre tanto, esta semana en Davos deben estar
discutiendo como protegerse de la futura e inevitable ira de las masas depauperadas, y yo cada
vez me convenzo más de que las sospechas conspiranoicas de Marta Peirano son ciertas, en el
sentido de que el acopio industrial de nuestros datos que se está perpetrando en las redes
sociales tiene como verdadero fin conocer y prevenir de antemano nuestras reacciones para
poder idear cómo controlarlas cuando llegue Lo Desagradable, la catástrofe. No "vamos a morir"
masivamente, como exclaman tantos un poco en broma y un bastante en serio, lo malo va a ser
que quizá empecemos a desearlo en cuanto comiencen las cosas a ponerse feas... (y no lo digo
yo, insisto, que lo dicen los señores del guardapolvo blanco y del método cartesiano que salen
hoy en la portada de los medios).
Las chicas ya no quieren ser princesas / y a los chicos les da por perseguir el mar dentro de
un vaso de ginebra / pongamos que hablo de Madrid. Mis alumnillos, en general, son bastante
pesimistas, aunque no sepan muy bien por qué, es algo que se percibe en el aire, que pica en la
piel y te araña los huesos. El pesimismo es una profecía siempre autocumplida: si crees que todo
saldrá mal, nunca pondrás los medios para que salga bien, es de cajón. Mis hijos todavía son
pequeños para ver las cosas como mis alumnos -que por cierto son de barrio acomodado, no se
vaya a creer-, pero no lo bastante pequeños como para no estar ya bastante atrapados por los
botones y las pantallas y la cultura planetaria de la viralización y el Like. En veinte años, vaticino,
todos estaremos lo suficientemente adiestrados como para grabar el fin del mundo con nuestro
móvil de última generación y darle un sonoro y entusiasta Like a la palabra Finis –porque espero,
al menos, que si tiene que haber un fin puntual y cercano similar al apocalipsis del evangelista,
que al menos tenga la decencia filológica de formularse en latín. Pues bien: en estos momentos,
a cien segundos del llanto y el rechinar de dientes famoso, la lección que más me importaría a
mi transmitirles a mis hijos -esos nativos digitales a los que les aguarda sufrir semejantes apuros
escatológicos en su espléndida madurez- es que, por lo menos, y sin excepción, saluden al
conductor al entrar en un autobús el tiempo que les quede de vida. Por supuesto, eso no les va
a servir para nada, no va a eliminar el exceso de CO2 ni va a evitar una pandemia mundial ni va a
vaciar los silos nucleares ni va a derrocar a los gobiernos fascistas, pero, como último deseo para
la humanidad en su conjunto, lo encuentro lo suficientemente digno. Es como lo que decía el
viejo Kant: no actúes como si fueras a recibir una suculenta recompensa por tus buenas
acciones, actúa como para que pudieras merecerla aun cuando no vayas a recibirla jamás.
Saludar respetuosamente al conductor del autobús, tratarle como si no fuera ni un mueble ni
uno de esos cyborgs o robots o vehículos sin conductor que los millonarios trashumanistas
desean tanto, simplemente porque en ese momento preciso él está trabajando y tú no, es todo
lo que me gustaría conseguir tanto de mis alumnos como de mis hijos antes de que le veamos
definitivamente la pelusilla interior de los oídos al lobo.
Ya sé que me pongo estupendo y social, en plan Ken Loach o Vicepresidente Segundo de la
coalición, pero es que realmente no se me ocurre nada mejor. ¿Que “el fin del mundo te pille
bailando”, como canta Sabina, o que te pille haciendo el amor como te diría la mayoría de la
gente, que es que son todos unos cachondos mentales? No tengo nada en contra, por qué no,
pero hoy me confieso cursi, buenista, perroflauta o sonriente ganadora del Miss Andalucía,
como queráis llamarlo. Hoy estoy de humor melancólico, y prefiero que el fin del mundo te pille
deseándole un buen día al tío o la tía del bus -no del Bush, por Dios- que copulando como un
vikingo, puesto que ese pobre hombre o mujer no ha hecho nada en especial, igual que tú, para
ganarse esa eterna Medianoche en la que nos adentraremos todos con bastante probabilidad
en nada de tiempo conforme alertan los sabios...
Pablito´s tears…

Empiezo con un chiste horriblemente malo, para que me disculpéis las ulteriores
pedanterías: Pablo Iglesias se ha comido el Turrión estas navidades. ¿Lo pilláis? (lo pregunto no
porque no podáis coger la bola, sino por lo mal lanzada que va…) En contraposición, el
chuparruedas de Iñigo Errejón, que también tiene apellido de dulce regional -“si pasa por
Salvatierra no deje de probar nuestros exquisitos errejones…”- se ha comido un marrón. La verdad
es que el día en que los padres de Pablito le pusieron ese nombre (dudo de que le bautizaran, si
acaso en vino tinto, o en Martini rosso, por el color lo digo) ya estaban predestinándole a hacer
coalición con ese tipo luciferino de tesis ignota que es Pedro Sánchez. Y, cuando por fin ocurrió,
Pablo lloró, como un niño, como un bebé, como un módulo viviente de nueva masculinidad. Yo,
que le amo desde el principio no como a un líder o un guía -me horrorizó cuando su cara apareció
en las primeras papeletas electorales de Podemos, cual si fuera Mao, el Gran Hermano o Troy
MacClure, casi no les voto solo por eso-, sino como a una persona normal que se mete en un lío
como ese en el que te juegas la integridad moral y hasta la otra, casi lloré con él (casi, porque lo
poco que he llorado en mi vida no me ha servido absolutamente de nada, dato que en el
feminismo pensante y rampante deberíamos también contemplar como frecuente casus
machiruli). A Pablo Iglesias parece que le conocemos de toda la vida, porque no ha hecho más que
revelarnos aspectos de su intimidad, pero en realidad sólo sabemos de su existencia desde hace
seis o siete años, cuanto salía en la televisión generalista haciendo el papel de indignado guarro y
pringao del 15-M y en Fort Apache soltando tonterías gigantes de rojeras que imita a Evaristo
Páramos. Comparad cuánto sabemos de Pedro Sánchez en el mismo periodo de tiempo: nada, que
jugó al baloncesto y ya. O de Albert Rivera, a quién yo veía con disgusto como futuro presidente
de Hispania y que solo ahora, dimitidito vivo, me empieza a resultar interesante como ejemplar
humano –me recuerda, en efecto, a Eduardo VIII, aunque tenga poco que ver. Aún le recordamos,
¡ay!, a Pablo pasándoselo bomba en las tertulias llamando Don Pantuflo al miserable de Eduardo
Inda con un piercing en la ceja y el ceño preparado para fruncirse en modo arma letal de sermón y
moralina de izquierdas insobornables y ya le tenemos ahí, de vicepresidente segundo, sin el
piercing ya pero con idéntica coleta heráldica, vestido de blazer y con algo de chepa, la trayectoria
más meteórica en política que yo haya conocido desde Alejandro Magno, colocando a su Irenilla
de ministra (¡y hasta al sucesor de Lenin, Castro y Anguita, pero en versión Mimosín, Alberto
Garzón!), y mojando la oreja a media España, antiguos aliados incluidos, que deben de estar todos
en este momento rasgándose las vestiduras y buscando el mejor modo de que todo parezca un
accidente…
Gotthotd Ephraim Lessing -empieza la pedantería, como advertí, si por tal se puede entender
la inutilidad de saber cosas viejas por fin utilizada- escribió en Laocoonte que “Homero enseñó que
únicamente el griego, que es un hombre civilizado, puede al mismo tiempo llorar y ser valiente”.
Como era de esperar, se equivocaba solo en el “únicamente”, pues luego Huizinga nos refirió en El
otoño de la Edad Media múltiples episodios de copioso llanto entre los rudos e incultos señores
feudales. Y es que el llorar a goterón largo siguió siendo una prerrogativa no exclusiva de la mujer
hasta mucho después de aquellos entonces, pero se diría que los guerreros dieron en esto el
relevo histórico a los poetas, de manera que está muy errado quién piense que de siempre ha
habido pudor en la lágrima para el varón: sencillamente devino incompatible con el “ser valiente”
en las refriegas bélicas, pero, claro, hay muchos tipos de refriegas… E incluso tal prohibición en la
manifestación incontenible de la emoción -sea de alegría, como suponemos que es el caso, o sea
de aflicción, no hay que ser reduccionistas en nada- es posible que se deba fundamentalmente al
estoicismo, sin duda el mainstream de la exteriorización del carácter individual en Occidente, y
una auténtica rémora a estas alturas ya del segundo milenio (el estoicismo era y es una filosofía
para hombres, y para hombres muy hombres). Porque es exasperante que ya no seamos patilludos
caballeros británicos de Su Majestad la Reina Victoria y sin embargo todavía identifiquemos
masculinidad y machotismo con dureza e insensibilidad, pese a que otras alternativas de practicar
la hombría ahora más familiares (por ejemplo, el difunto Pedro Zerolo) hayan roto hace tiempo de
un tirón con esas viejas cadenas. Lo decía el lema con que se anunciaban los tebeos de Conan el
bárbaro que yo leía de adolescente: “hombre de grandes alegrías y de grandes pesares”… ¡Qué
bueno! ¡qué frase! ¿quién no querría eso, ser eso, aún sin los músculos cis-hetero-binarios de
Conan? Bueno, de acuerdo en que no hay por qué ser tan sublime sin interrupción, que es un
estrés, pero tampoco confundir el autocontrol con la sequedad de alma o con la mala hostia y el
duelo al amanecer a lo Pérez Reverte.
Pues, sí, amigos, que diría El Gran Wyoming, que le entrevistó ayer mismo, Pablo Iglesias ha
llorado como un griego, como un señor feudal, como un poeta, y como lo que es, un tipo normal
que iba de radical para gustar a las chicas y permanecer bajo el foco de atención de Juan Carlos
Monedero y que, burla burlando, ha terminado por meterse en un lío en el que se va a jugar no ya
su integridad moral, sino su misma alma inmortal. Es lo que ocurre cuando asaltas el Cielo, que te
juegas el alma y lo mismo acabas precipitándote en el abismo de la mano de ese Lucifer y maestro
en resurrecciones que es Pedrito Sánchez il bello. En Europa, y en Bilderberg y esas sentinas, lo
deben haber dejado bien claro: Pablo va en el sidecar, melena al viento, siempre que el que
conduzca la moto sea el guapo, al que los trajes le sientan de maravilla. Yo no pienso que Pablo
Iglesias sea excesivamente inteligente, aunque sin duda lo sea mucho más que yo, sino al
contrario, creo que es un hombre de pocos recursos verbales, que se ríe escasamente y sólo de
cosas zafias y propias del humor popular y villano, que suele morderse el labio inferior cada vez
que tiene que soltar una consigna que le da algo de vergüenza, y cuya formación intelectual es, ya
digo, aparte idiomas y sobresalientes, nivel Juan Carlos Monedero/Billetero, el playboy cincuentón
de la Uni, nuestro hombre en Caracas. Sin embargo, a mi juicio Pablito Iglesias es de verdad, cosa
que en política suele importar un bledo. Es de verdad que estará hasta las trancas de la Montero
(me han contado cosas muy feas y machistas de ella), es de verdad que lo estará flipando con la
paternidad (yo soy igual, y también tengo tres, pero no mucama), y es de verdad que se imagina a
los pobres de la Tierra, y a la gente sencilla de la calle, como un colectivo honesto e injustamente
engañado al que sería inmoral no ayudar en lo que se pueda (y esto será de una ingenuidad
tremenda, pero quien no la sienta que se golpee el pecho a ver si suena a hueco). Pero como no es
muy hábil, como es más bien poco versátil interiormente, como no es, en fin, nada Felipe González
Márquez, estas cualidades no le han servido para comunicarse bien con su gente ni para evitar
trifulcas con los egos de medio partido tiquismiquis.
Sinceramente, creo que es un error pensar que también Pablo Iglesias tiene un gran ego,
como se ha repetido hasta la saciedad entre quienes le votaron tarde y luego se trasmutaron a la
fe en el Núcleo Irradiador. No da para tanto, Pablito, no es más que un chico de barrio que ha
mordido más de lo que nunca podrá tragar y al que pronto pondrán contra las cuerdas y tendrá
que regresar a las tertulias junto con, o en vez de, Gaspar Llamazares –esto, si queréis, me lo
apuesto con quien sea y el que pierda que bese el culo del insigne alcalde de Madrid un día de
Procesión. Esas lágrimas, ese rostro descompuesto, no me parece que sean tanto por rozar los
Cielos, que están repletos de misiles que van de aquí para allá entre Irán y No Volverán, como por
los cadáveres de camaradas que se ha dejado por el camino y las noches interminables de debate
estratégico/profundo que han invertido todos en hacer posible la Sagrada Entronización. Ha sido
un poco burdel místico, Podemos (o Unidas Podemas, como bromeaba no sé quién), me consta, y
un poco de euforia y cervezas en la catacumba desde que estos pocos cristianos conjurados
arañaron a los impíos romanos de la casta cinco millones de votos. Pero también una miaja por lo
que versificaba Rubén Darío, eso de “cuando quiero llorar no lloro /y a veces lloro sin querer…”
Mucha suerte, Pablo, de corazón, que, como a Tsipras, lo mismo te va a dar…
El amor en los tiempos del virus…

Sólo con quien te ama puedes mostrarte


débil sin provocar una reacción de poder.
Theodor Adorno, Mínima moralia.

Somos los reclusos y alcaides de nosotros mismos. En realidad, no hay presidente


plenipotenciario ni ejercito echado a la calle que pueda impedirnos salir a la misma, si nos
pusiésemos de acuerdo para ello. Los tanques de Tiananmén son escarabajitos ridículos en
comparación con una población asustada que se propagase fuera de su ciudad como mil
regueros de pólvora o como el propio virus que nos tiene encerrados. Parece que en Nicaragua
las autoridades están compuestas de una caterva de inconscientes y los funcionarios de la
capital van a hacer un desfile en desafío a la enfermedad. No sólo practican el pensamiento
mágico (como pronto lo van practicar en EEUU y Gran Bretaña), sino que me han pisado el título
de este texto. Se van a hacer llamar, en efecto, “El amor en los tiempos del Covid-19”, que no es
nada eufónico, con lo cual casi he estado por titular “El amor en los tiempos del Scottex”, pero le
ocurre lo mismo, así que lo dejo como está -García Márquez fue sin duda un genio de los títulos.
Lo del Scottex, sin embargo, me ha servido para enterarme de que los mexicanos han sacado al
mercado un papel higiénico llamado “Trump”, que luce en el plástico la cara del dignatario loco.
Eso está bien: las venganzas simbólicas satisfacen casi tanto como las reales, y aunque quedes
como un niño, carecen de represalias. Y también está bien que estemos tomando tanta
conciencia del papel higiénico, tal como yo lo veo, que hay mucho visionario en este mundo
hablando del Homo Excelsior, el Trashumano, Magneto y quimeras así. El humilde rollo de papel
higiénico nos devuelve al suelo que nos corresponde, que somos, aunque desde allí nos
elevemos hasta Marte. No hay que olvidar que los griegos evacuaban en baños públicos donde
se veían unos a otros, y mientras hacían de vientre hablaban de filosofía (eso es exagerado:
pongamos de política, de atletismo o de guerra, que los filósofos eran pocos y mal avenidos).
El amor en los tiempos del virus consiste, en primera instancia, en eso mismo, en que nos
metamos en nuestros agujeros como los topos por miedo pero también por propia voluntad.
Siempre habrá el psicólogo evolucionista de pacotilla -y todos lo son, desde mi punto de vista-
que nos diga que si además de encajonarnos en nuestros hogares aplaudimos a los
profesionales de la sanidad es porque el instinto de autoconservación nos impele a cuidar hoy a
quien bien puede ser que nos tenga que cuidar mañana, y eso sin duda es cierto, pero estúpido.
Es estúpido porque es el típico mecanismo con el que se daría cuenta del comportamiento de
una bacteria e incluso de un mono, y no somos bacterias ni monos, aunque las bacterias hayan
colaborado en nuestra formación y las llevemos en el estómago y los monos sean parientes
nuestros, especialmente de los políticos anglófonos actuales. A los evolucionistas, cognitivistas,
dataitas, neurocientíficos, etc., les encanta la idea de explicar lo humano a partir de lo
inhumano, sea animal, sináptico, informacional o puramente mecanicista, como si fuésemos
bestias de carga o ingeniosos juegos de poleas. Les gusta tanto esa actitud, les hace sentirse tan
desencantados el mundo en el sentido de Max Weber, que no sé si se percatan de es
justamente la misma estrategia explicativa de las religiones. También las religiones daban
cuenta de lo humano por lo no-humano, con lo fácil que es pensar que sí, que a veces las cosas
son lo que parecen, y que si la gente está deseando tener gestos solidarios o simbólicos -
también del tipo mejicano- frente a una amenaza común en parte es por miedo instintivo
animal, y a mucha honra y bienvenido sea, pero en parte también por humana generosidad y
gratitud.
Lo que ocurre es que hemos interiorizado hasta tal punto la teoría de las emociones del
liberalismo económico que ya no creemos en nosotros mismos, cuando ni el propio Adam Smith
era tan cenizo como lo somos en la actualidad. De hecho, Smith escribió un libro con ese tema, y
en su retrato no salíamos tan feos como nos pintan hoy. También es verdad que Adam Smith no
vivía en un planeta en que cada día los carburantes de los coches de todo el mundo consumen
400 años de biomasa terrestre, o sea, cuatro siglos de bosques, y que, cuando él filosofaba, en
África no se moría a diario y a mansalva por guerras, hambrunas, dengue, paludismo, tifus,
malaria, ébola... y mañana, con la peor suerte imaginable, covid-19. Pero creo que hay que
tener fe el género humano, a pesar de todo, precisamente porque cognitivistas, evolucionistas,
trashumanistas, etc., no tienen razón y no hay otro lugar o subterfugio a qué acudir. No nos va a
abrir paso la tecnología, ni la mano invisible, ni el capitalismo, ni el comunismo, ni el
decrecimiento, ni el aceleracionismo, ni Gaia, ni el pastafarismo ni Dios en su Gloria. O lo
hacemos o no lo hacemos, y no hacerlo no parece una opción, ni siquiera para los antinatalistas,
a los que, por cierto, no hemos visto recibir al virus como una bendición ni toserse unos a otros.
En Madrid, ya todo es una extensión de la primera secuencia del Abre los ojos de Amenábar, ya
todos sentimos que vivimos en el Día de la Marmota, y ya todos empezamos a enfrentarnos con
nuestros propios monstruos, a la vez que cantamos inquietos el Perdido en mi habitación de
Mecano. Aburrirnos no nos vamos a aburrir, porque lo peor está por venir. Entre tanto, al
personal se le ocurren unos memes buenísimos, y por fin las redes sociales empiezan a servir
para algo más que para albergar más trolls que una novela de hobbits, o para manipular
elecciones, ligar por chat o viralizar reggaetón. A día de hoy, hasta el más desinformado o
analfabeto ha captado ya lo que significa “globalización” y la responsabilidad que implica, digan
lo que digan los populismos de derechas. Incluso los políticos, por primera vez desde que
Alejandro Magno encabezaba sus huestes, están dando ejemplo en carne propia y se contagian
como los primeros (naturalmente, no les va a ocurrir nada grave, y si les ocurriese podríamos
empezar a preocuparnos todavía más si cabe). Excepto Boris Johnson, por supuesto, que parece
haber entendido que este virus es el perfecto reorganizador poblacional, puesto que lamina la
pirámide de edad por arriba y fomenta el baby-boom entre los que se guarecen en sus casas. Es
tanto el pavor que Inglaterra y Estados Unidos tienen a la pujanza de China que son capaces de
aplicar el malthusianismo sistemático, la necropolítica sin ambages. Fijáos, en las próximas
semanas, como se les va a llenar la boca de la palabra “sacrificio”, que debería ser un término
demasiado sagrado para todos, humanamente sagrado desde luego (los hermanos italianos
andan utilizando una analogía hiperbólica y falaz, pero bonita y motivadora, que dice lo
siguiente: “a nuestros abuelos les pidieron que fueran a la guerra, a nosotros sólo nos piden que
nos quedemos en casa…”)
El amor en los tiempos del virus es un amor colectivo, nacido de la esperanza y de la
necesidad. En la tradición de ese gran oportunista pero gran genio de la movilización espiritual
que fue Pablo de Tarso amor significa ágape en griego y charitas en latín, nada que ver con los
sentimientos y menos todavía con el amor romántico de pareja. Charitas, caridad, es el amor en
tanto que pone en marcha obras y presta servicios mutuos en una comunidad. Esto ya nos
suena a chino -con perdón- hoy, porque nos han educado en una cultura en la que ayudar es de
panolis, y porque incluso la Epístola a los corintios de San Pablo ha sido convertida en runrún de
bodas. Pero pongámonos solemnes y oigámoslo entero (hago la misma trampa que hace la
Iglesia Católica en sus liturgias, dejando el vocablo “amor” donde debería decir caridad, o, en
términos de la Revolución Francesa, fraternidad, o, contemporáneamente, solidaridad):

Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor,
soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe. Aunque tuviera el don de la
profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz
de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes para
alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para
nada.
El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece,
no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tienen en cuenta el mal
recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo
disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás. Las profecías
acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá; porque nuestra ciencia es
imperfecta y nuestras profecías, limitadas. Cuando llegue lo que es perfecto, cesará lo que es
imperfecto.
Mientras yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño,
pero cuando me hice hombre, dejé a un lado las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo,
confusamente; después veremos cara a cara. Ahora conozco todo imperfectamente; después
conoceré como Dios me conoce a mí.
En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande
todas es el amor.

Es un gran pasaje, oratoriamente hablando. Sólo se menciona a Dios una vez, y de modo
muy retórico. Por lo demás, casi se burla de los profetas de la Biblia, niega que la caridad
consista en beneficencia, relativiza la fe como virtud del creyente y, desde luego, se cisca en los
filósofos –la “ciencia”… Pero lo mejor, para mí, es cuando insinúa que el egoísmo, la
competitividad, el sentirse irreconciliablemente distinto a los demás o superior a ellos son
“cosas de niños”. Todo el êthos del neoliberalismo es simplemente pueril, no se puede formular
una crítica mayor. Pablo escribió esta carta por motivos políticos, que para él eran
indistinguibles de los religiosos, y seguramente en promoción de su propio liderazgo, ya que se
había colado entre los apóstoles sin haber conocido a Jesús. Curiosamente, el país más religioso
de Occidente, que es Estados Unidos y no Polonia o Italia, la única nación del mundo
desarrollado en la que nadie puede llegar ni a alcalde de su pueblo si no menciona al Creador
tres veces por mitin, va a pasarse la Carta a los corintios por la Reserva Federal. Los ingleses son,
claro, anglicanos, pleonásticamente, y la jefa de la Iglesia anglicana es nonagenaria y sólo está
preocupada por el niñato de Henry, que le ha salido rana. No la veo yo saliendo en la BBC a decir
“se acabó ya, aquí mando yo, el gnomo de jardín este queda destituido, volvemos a Europa,
Henry sin una libra, se establece la alerta sanitaria, la casa de un inglés es su castillo, cada
mochuelo a su olivo y ponme otra ginebra, Pattson”. Reconoced que sería maravilloso, y encima
sería enteramente legal conforme al código jurídico británico.
Hay muchas personas que pensarán que este mal viento reforzará al maltrecho Estado de
Bienestar ante las ciudadanías del mundo, y otros que pensarán que, al contrario, el shock nos
va a convertir en súbditos amedrentados de dictadores. Nadie puede conocer el futuro, nadie, ni
aunque cuente con cinco tomos de gráficas, estadísticas, prognosis y futurologías varias. A Hitler
sus asesores especialistas en brujería le decían que el Reich duraría mil años, y los médicos a
Keith Richards que si seguía a ese ritmo no llegaría a los cuarenta. Jamás alcanzaremos “lo
perfecto”, como escribía Pablo, punto desde el cual cesará lo imperfecto. Lo perfecto existe,
pero durante un instante efímero, que se marcha enseguida, en el que la chic@ que te gusta te
dice que sí, confirmas que tu hijo es una buena persona, Pedja Mijatovic mete gol en la final de
la Champion´s League (es lo único que recuerdo épico de fútbol; Pedja ahora está volcado en un
hijo enfermo), Bach toca el Aria de las Variaciones Goldberg, a Einstein se le ocurre la
Relatividad General imaginando a un hombre cayendo al vacío y la gente sale a los balcones a
aplaudir a los profesionales que tal vez dentro de un mes les apliquen “medicina de guerra”,
cosas así... Fuera de eso, hasta Dios, si existiera, necesitaría papel higiénico. Si hay que rezar, yo
rezaría porque la elección de Dios no fuera nunca por la marca “Trump”, más que si acaso por
cachondeo. Adorno no tenía razón, como no la solía tener en mi opinión nunca, y es tristemente
factible que quien te ama trate de dominarte. Pero, en fin, el amor en los tiempos del virus no
es más que intentar convertir la histeria colectiva en Historia colectiva, pero a sabiendas de que
nada es seguro, y de que lo mismo mañana nos matamos por un Scottex...

Sullivan´s travels, 1941


Horror en el hipermercado, Amor en el ultramarinos…

Imaginad que una mañana de estas de rollito cuarentena una cajera de vuestro
supermercado os pide un beso. No porque esté enamorada de vosotros, qué os habéis creído,
que la mujer está de sobra curada de esas cosas y tiene hijos de veintitantos años metidos
todavía en casa, sino porque de repente le da el arrebato, porque le has caído en gracia y ella a
ti hace tiempo y porque cuando cruzabas por su aduana ya antes de la crisis le dedicabas una
palabritas tontas. No es sexo, o por lo menos no lo es en ese instante, quizá pudo ser sexo del
de cuando tú y ella teníais diecisiete años, respectivamente -porque ella es mayor que tú-, pero
ahora no es más que un recuerdo borroso de aquello, que ha aflorado como un capricho y en el
que no hay ni pena ni nostalgia. Tampoco es una reivindicación anti-sistema, no es como Paul B.
Preciado pidiendo el blackout global en la prensa o como Madonna besando a Britney Spears en
la entrega de los Grammys, creo que era. Para tu cajera, de la cual no te sabes ni el nombre, el
“sistema” no es un lugar del que puedas distanciarte, no es como una guerra, como la Guerra de
Siria, ni como el parque chungo del barrio, que se ha llenado de yonkis, botellón y policías desde
que ella iba, “¡uy, ya hace mucho que no me paso por el parque del barrio!...”; no, ella lo llama
sencillamente “sociedad”, y la sociedad es un sitio en el que hay buena gente pero también muy
mala gente, que parecen como endemoniados, poseídos por el diablo. Mira el Trump ese, que
es peor que el virus, atizando en la televisión el odio a los chinos para ser reelegido cuando los
ataúdes desfilen por delante de la Casa Blanca. O su jefe, que la llamó con palabras zalameras
para seguir trabajando -“Alcampo te necesita, tus clientes te necesitan, confiamos en ti”- a
cambio de una mascarilla quirúrgica y unos guantes de lavar los platos, pero que no piensa
soltar ni un euro de más por peligrosidad. No, la sociedad es la que hay, chico, cómo se va a
estar en contra de la sociedad, pues se apechuga y arreando, ¿tú qué eres, un ermitaño?...
Sólo te pide un piquito, un piquito de ná, ya ves, son las tres de la tarde, en el súper no hay
nadie y su compañero de la aduana contigua está desinfectando la cinta rodante esa como de
Panzer por la que pasan los productos y obtienen su autorización para ser secuestrados por ti.
No tiene síntomas, no te va a toser en la cara ni a estornudar en la pechera, sólo es que estos
días de trabajo son tan tristes, con todo el mundo comprando a toda hostia vestidos de carnaval
pobre… Si al menos la dejaran llevar cascos, auriculares, se podría estar más distraída, pero no,
la disciplina es la de siempre, pero los clientes mucho más mudos, más eficientes, más
nerviosos, como si llevaran un petardo en el culo. Total, el mundo no se va a acabar por un pico
de ná, todo lo más se va a acabar el trabajo, y el trabajo se va a acabar de todas maneras,
aunque madrugues, te aburras y te pases expuesta a la enfermedad tras un plexiglas
transparente todo el santo día durante el mes y pico que vaya a durar esto. Si los comercios
chinos han cerrado será por algo. Cuando los comercios chinos vuelvan a abrir significará que
podemos estar más tranquilos. Menudos zorros son, los chinos, para el dinero y para todo, ya lo
dice Trump. Si hasta el Trump este está ya acojonado vivo, y el Bolsonaro en Brasil, y eso que
son más chulos que un ocho. Pero ahora seguro que erigen un muro en la puerta de su casa y no
pasa ni medio átomo que pueda contagiarles. Tu cajera no está mal, seguro que ha conocido
tiempos mejores, pero sabe Dios que tú también, y llevas varias cuarentenas seguidas sin pillar
cacho, y todos vamos a morir, pero no de esta mierda, sino de la siguiente, consecuencia de
estas y de todas a la vez, y morir no es al fin y al cabo más que un “adentrarse en las sombras”,
como decía Rorschach en Wachtmen, y tú imagínate que te lo hubiera pedido el cajero gordito
de la aduana contigua, antes tan hablador y ahora con el bozal puesto, que yo no soy
homófobo, pero…
Di que sí, coño, dale un pico a tu cajera de siempre si te lo pide de repente, primero,
porque sabes que no va a ocurrir esa chorrada, tranquilo, y luego, porque si ocurriera, que es
tan probable como que te caiga un rayo vallecano, no habría nada más anti-sistema que eso,
más rompedor que eso, ni comparación con Madonna y la Spears, y aunque no estés
especialmente contra el sistema, al menos lo estarás contra el miedo, y te ibas a volver a casa
con un extraño sabor de labios, un cierto calorcillo en el pecho, la intimidad un tanto morcillona
y durante un rato con algún, incluso con mucho menos miedo…
Dos horas en Lavapiés, territorio comanche

El barrio de Lavapiés, hasta hace poco declarado el más cool de Europa (con la protesta de
muchos de sus vecinos, entre ellos Lucía Etxeberría), puede que sea hoy uno de los lugares más
sospechosos del planeta. O, al menos, eso es lo que parece a juzgar por la cantidad de coches de
policía, de la secreta y de la manifiesta, que circulan por sus callejuelas estrechujas. Había yo
quedado con un amigo a las 5 de esta tarde en los aledaños de la plaza Nelson Mandela y según
me he plantado ahí me han pedido explicaciones varias parejas de tipos con la placa en la mano.
Soy tan pardelas que nunca había visto una placa de policía fuera del cine, y eso que mis dos
abuelos eran policías, uno de ellos comisario. Mi amigo, que se acaba de estrenar como tal tras
ser alumno mío tan solo quince días atrás, me cuenta que, como él es bangladeshí, los agentes y
los coches le paran cada diez pasos que da por el que prácticamente es su barrio. Este chico,
más espabilado que Ulises el astuto cursando Bachillerato en Ítaca, administra por esos pagos
un banco de alimentos para el cual acaba de conseguir un buen dinero del gobierno y de
donantes variados. He ido allí a ayudarle, por ser un profesor ejemplar, y porque me pillaba muy
cerca de casa, que si no de qué. Yo soy de natural cobarde, pero cuando alguno de mis hijos se
parece demasiado a mi le digo que es prudente. La verdad es que no he dado un palo al agua,
como era de esperar, de modo que me puesto en plan Gustavo, el reportero más dicharachero
de Barrio Sésamo. Pero eso no era Barrio Sésamo, ojalá, era, como digo, Lavapiés entero
pasándolo mal, pasándolas putas, pasando aprietos y pasando estrecheces y no sólo por el
tamaño de sus calles. Sólo he estado dos horas, charlando, yendo de un lado a otro, con
mascarilla quirúrgica y guantes de pitufo, pero profundas como la laguna negra…
Había una periodista de verdad, amiga de mi amigo desde que eran niños, y cuando ella
preguntaba yo pegaba la oreja. La oreja la puedes pegar donde quieras porque hasta el
momento no consta que sea orificio de contagio, lo cual es un alivio, porque es el único inocente
que nos resta entre los del SIDA y los de esta gripe hijaputa y trotamundos. La periodista pedía
permiso antes de hacer una foto, pero pocos de los concurrentes se lo daban. El almacén, un
banco de alimentos esmirriado y oscuro, estaba repleto de gente repartiendo maná, y fuera
esperaban los beneficiarios de todas las etnias, colores y tipología de necesidades desesperadas.
Había un hombre hispanoafricano, por así decirlo, que no tomaba ninguna precaución y que
decía que tenía seiscientas bocas que alimentar; un chico mudo que iba descalzo que ha corrido
a coger unas cajas que un portero iba a tirar como inservibles, pero lo suficientemente hábil
como para comunicar con gestos simpáticos -Harpo del melting pot de Lavapiés- que lo que más
le importa es alimentarse, no calzarse. Otro que dice en inglés que es polaco y que se ha
quedado atrapado en Madrid porque ha perdido su cartera, pero al que cuesta mucho creer, y
de hecho agarra sus dos bolsas de víveres y no se presta a más entrevistas. Una chica del barrio
que no quiere ser retratada, cuando a lo que viene es a donar una bolsa de comida, también sin
protección, como si lo de disfrazarse de camillero fuese para barrios mejores, esos donde la
gente de siempre ha guardado una distancia social.

(Pausa: aplauso a los sanitarios de las 20:00, que en mi calle es entusiasta, sincero y
concurrido, pero sobre el que se ciernen ruidos de sirenas en la lejanía, y ominosos helicópteros
en el cielo gris).

La plaza llamada Nelson Mandela es un valle de hormigón encajonado entre edificios, sin
embargo habitualmente hierve de gente ganduleando, tocando instrumentos o disfrutando del
sol. No se podría decir que no había nadie por ahí, incluso tenéis tiendas abiertas, con el visto
bueno de la policía, y gente caminando por la calle, algunos haciendo las rutas de siempre,
algunos mosqueados contigo sólo por mirarles. Hablamos con un hombre estrafalario que ha
querido salir en las fotos y que nos ha mostrado el permiso psiquiátrico del que goza para salir
de paseo un rato largo cada día, lo cual da que pensar sobre la esquizofrenia de esta pandemia.
Por un lado, las calles tomadas por los cuerpos y fuerzas de seguridad de verdad te hace pensar
en que nos vamos al cuerno, que la alerta es muy grave, que lo siguiente es la noche eterna y la
lluvia ácida de Blade runner, pero por otro lado un paisano cualquiera obtiene salvoconducto
para perderse por las calles durante tres horas al día y aquí paz y después gloria. La policía, no
obstante, no le da crédito, según nos cuenta, se pasa su certificado médico por el código penal y
cuando le encuentran le denuncian y le multan. Casi estaría por darles la razón, aunque no
entiendo porque ellos, los maderos (expresión de toda la vida de Dios, con todo respeto la
escribo), van ambos o bien muy pegaditos patrullando por la calles o bien de piloto y copiloto en
los coches, como Starsky y Hutch, contraviniendo sus propias normas. Y así estamos todos,
también las autoridades competentes, grandes y pequeñas, en el dilema entre pasarnos de
largo y quedarnos cortos, no actuar o sobreactuar…
La plaza de Lavapiés propiamente dicha, la de los manteros, la UNED, los bares
usualmente muy repletos y con gran profundidad de campo, el antro “El botas” de rockeros que
cierra de madrugada y donde nunca ponen nada que conozcas, el parque infantil de colores
vistosos y las terrazas de los restaurantes hindúes, tomada por la Guardia Real, ¡la Guardia
Real!, unos militares con boina a los que no había visto en mi vida, como a la placa de los
policías. Sólo que estos son todo placa, son una placa andante, unos airgamboys perfecta e
inmaculadamente uniformados a los que hay que obedecer o en caso contrario irse de maquis al
monte. Somos buenos chicos, realizamos una tarea de reparto y no de reparto de hostias o
multas, así que nos dejan pasar, no sin antes advertirnos acerca de la distancia de seguridad que
debemos guardar entre nosotros. En realidad, todos estamos muy pendientes de la distancia de
seguridad, de puro canguelo, desde el principio, todo el rato, es lo primero que me ha dicho mi
amigo al acercarme esta tarde a él, precisamente que no me acerque a él, y menos en mi caso,
“que ya tienes cierta edad”, asevera el cabrón. Los Coen se quedaron muy, muy cortos: no es
este, ya, planeta para viejos… Sin embargo, los viejos se cuidan, mira por dónde. Todos los viejos
que he visto hoy, en mi ilegítima incursión a la zona centro de Madrid como si eso fuese Beirut y
yo Pérez Reverte en sus años mozos, llevaban guantes y mascarillas, no importa la calidad y
eficacia real de las mismas, mientras que los jóvenes no, ni uno. A los jóvenes les protegen sus
tatuajes, su juventud, su chulería y unos anticuerpos que para sí los querría Amancio Ortega.
Visitamos, entonces, un habitáculo angosto e interminable, como el túnel subterráneo de un
topo, donde están escondidos ocho inmigrantes de distintas zonas de África que deben pasarse
el día ahí angustiados a sabiendas de que no tienen papeles, pero tampoco comida. No consigo
vislumbrar nada del interior, pero se me ocurre pensar, desde mi fortuita condición de blanco
español algo tiznado, que tiene que ser un palo que te cagas que se te vea el tercermundismo
en la piel y a todas horas y en todas partes, y que, incluso en esas desfavorables circunstancias,
apuesto a que estos hombres deben de seguir prefiriendo Madrid a su países de origen.
La periodista y yo, al final, hacemos por fin algo que no sea mirar, anotar mentalmente y
radiografiar sociológicamente el famoso barrio de Madrid convertido en Territorio Comanche.
Subimos por una calle empinada con algo de carga, bricks de leche, zumo y utilidades así, nada
que invite a montar una Fiesta Salvaje del Fin del Mundo o a unos clásicos de la embriaguez Días
de vino y virus… A mitad de camino, me paro, falto de resuello. La chica se ofrece para llevar mi
alforja, y yo le explico, no por orgullo machito, lo juro (mi amigo en cambio sí, mi amigo y
exalumno va de inmunidad cuasiparlamentaria a todas partes, indestructible él), que es por un
pequeño enfisema que tengo, que me sirve de termostato chungo de los esfuerzos excesivos.
Ella, sin querer, se echa un paso para atrás, como por reflejo. Por supuesto, le aclaro que los
enfisemas no son contagiosos, que hay que ganárselos a pulso, pero es que estamos todos
histéricos, hasta los intrépidos cronistas de la Villa y Corte, y pocas experiencias son tan
desagradables, creedme, como tener dificultades para respirar. A los asesinos psicópatas de las
películas americanas lo que más les gusta en la vida es estrangular a su víctima mirándole a los
ojos, como a “Eddie el danés” en Miller´s crossing, o aquella terrible escena de Casta invencible
en la que Paul Newman tiene que presenciar como un amigo se ahoga lentamente por la crecida
del río. Evitad asfixiaros, de verdad, quedaros en casa, no tiene ni un pelo de gracia, lo he
probado personalmente, esa gente a la que le gusta ponerse una bolsa en la cabeza durante el
coito son unos pervertidos sin remedio por mucho que seamos muy comprensivos con todas las
opciones sexuales…
Al regresar a casa, una avenida muy ancha, y cuesta abajo, totalmente vacía. Los
semáforos cambiando de señal para nadie. El parque de Peñuelas, a mi derecha, desértico, pero
siempre suele estar desértico, así que no pasa nada. El supermercado, abierto, como un granero
de reserva para los supervivientes del Primer Mundo. Los hospitales, según todo el mundo
cuenta, un campo de batalla. Como en la novela de John Irving, la obra de Dios, salvar a los que
se pueda, la obra del Diablo, dejar a su suerte a los que no se pueda. Entre tanto, Lavapiés, mi
amigo Rabi y sus colegas mayores que él, confiados en el Aex triplex y distribuyendo bienestar
digestivo por el barrio, como si fuera Navidad…
Cómo el “mundo real” acabó convirtiéndose en un videojuego,
Friedrij Nichts...

Historia de un Horror

1. El mundo real, asequible al campesino, al siervo, al mercader, -ellos viven en ese


mundo, son ese mundo. (La forma más antigua de las cosas, relativamente agibles, simples,
convincentes. Transcripción de la tesis «yo, el asno de Goethe, soy la realidad»).

2. El mundo real, inasequible por ahora, pero prometido al científico, al filósofo, al


visionario («al filántropo que cree en el Futuro»). (Progreso de “las cosas”: éstas se vuelven más
sutiles, más intelectuales, más inaprensibles, -mañana alcanzaremos la Emancipación, hoy toca
sacrificarse...)

3. El mundo real, inasequible, carísimo, ni siquiera a plazos, pero ya en cuanto


deseado, una envidia, una exasperación, un trabajo duro. (En el fondo, el viejo “soy mejor que
tú”, pero visto a través de un escaparate y de un anuncio de la televisión; las cosas, sublimadas,
hechas signos, consumibles, primarkianas...)

4. El mundo real -¿ya comprado? En todo caso, invendible. Y en cuanto invendible,


también indiferente. Por consiguiente, tampoco comestible, transportador, abrigante: ¿cómo
podría quitarte del frío una marca? ... (Noche de neón. Primer bostezo de la ilusión. Canto del
gallo del Cortylandia).
5. El «mundo real» -un conjunto de cosas que ya no sirven para nada, que ya ni
siquiera gustan a nadie, -una realidad que se ha vuelto caduca, cutre, por consiguiente algo a lo
que se debe dar la espalda: ¡eliminémoslo! (Coronavirus; confinamiento; mascarillas; absorción
total en las pantallas; rubor avergonzado de Agamenón y su porquero; ruido endiablado de
todos los espíritus neoliberales...)

6. Hemos eliminado el mundo real: ¿qué mundo ha quedado?, ¿Acaso el virtual?...


¡No!, ¡al eliminar el mundo real hemos eliminado también el virtual! (Crepúsculo; instante del
simulacro totalizante; final del horror más largo; punto culminante del espectáculo; distancia
social máxima; INCIPIT VIDEOJUEGOS
Hey, honey, take a walk on the virus side…

Vivo en Madrid. Creo. Lo mismo la ciudad entera se ha desgajado de la tierra, como en La


Saga/Fuga de JB (¿no había también algo así en Vengadores: la Era de Ultrón?), dejando en su
levitación una cortina de arena, y luego ha emprendido la marcha hacia otra latitud más lluviosa,
lentamente, para que no nos demos cuenta…. Puesto que se supone que nadie sale de su casa
más que para hacer la compra, como los insectos -habréis observados que sólo se aventuran de
sus madrigueras o microcosmos para llenar el granero-, nadie se habría asomado al borde para
descubrir que volamos. Lo mismo el 11 de mayo estamos sobrevolando el Índico, entre las nubes,
en busca de una lengua de tierra que nos acoja en algún enclave tropical del Tercer Mundo, que es
donde de todas maneras vamos a terminar si es que hay que escuchar a los cenizos. Seríamos
entonces como Dubái, una ciudad entera recién caída del cielo, pero con gente más o menos
normal, no con ese sistema de castas que erige una frontera infranqueable entre los jeques
multimillonarios que pagan la horterada y los esclavos pakistanís que se la construyen. Bueno,
quizá he sido demasiado optimista con respecto a las diferencias en Madrid, pero es que hace
tanto que no la veo que ya no recuerdo cómo era, y desde luego en un mes le ha dado tiempo de
sobra para casticizar medio planeta. “De Madrid al Cielo” sería por fin real, y eso con Cara-
Mascarilla al mando…
Suena inverosímil, de acuerdo, pero más inverosímil todavía lo es pensar que, de verdad, a
partir de la medianoche -After midnight…- las calles de Madrid siguen desiertas como una pintura
de Giorgio de Chirico, el hermano tonto de Alberto Savinio. Estoy intentado imaginarme la calle
del colegio de mis hijos, habitualmente repleta de terrazas incluso en invierno, de esas que tienen
estufas como antorchas, y no me encaja ni de coña, eso que se lo trague otro. O sea, que de
verdad las saunas de los giocondos están cerradas, los raterillos no salen a darse un voltio, las
pobres chicas de la calle Montera llevan un mes descansando y los morlocks que te ofrecían
“dexis” en Malasaña están tirando de ahorros del banco… Y yo me llamo Conde Drácula. La idea,
sin embargo, resulta excitante. ¿Por qué no darse un paseo por el lado salvaje, enterarse de
verdad de lo que ocurre en las galerías sin fin de una capital europea en la noche de los virus
vivientes, blandir el móvil, y no apagar la cámara hasta el amanecer? Luego podrías vender la
exclusiva a Eduardo Inda bajo nombre supuesto, pongamos Jack el Destripador, y ganar una jodida
fortuna haciéndote viral, nunca mejor dicho. Es que aunque en realidad no hubiera nada, pero
nada de nada, más que farolas como polifemos ciegos, pavimento regado por el monzón, ventanas
como cuadros de luz de Alcalá-Meco, y coches aparcados cogiendo verdín preternatural,
merecería la pena grabar la expedición. ¿A quién podrías perjudicar? Te colocas un pañuelo de
fugitivo de la ley en la boca, te enfundas una gabardina de neoyorkino en invierno, te ajustas unos
guantes como los de Gilda, y si consigues encontrarte con alguien, pegas un salto y profieres con
voz profunda: “¡Soy Batman!” (el sueño de tu vida, reconócelo; si eres mujer, género/mujer quiero
decir, entonces Catwoman, pero no te sorprenda si cualquier día un friki te hace notar que Selina
Kyle era puta…)
Tiene que haber cientos, quizá miles, de exploradores del Madrid-Chirico rondando de
madrugada para experimentar qué se sentiría siendo el único superviviente de la detonación de
una bomba de Hidrógeno, o cómo sería la noche helada y aterrorizada de Moscú antes de la caída
del Muro. Es imposible que los chanchullos no sigan su curso, que los rudos mafiosillos se laven las
manos durante veinte segundos, que, en una situación de tedio y tensión como esta, no estén
haciendo su agosto los trapicheros. Estoy seguro de que estamos haciendo el pringao, y que hay
todo un mundo de depravación, crimen y rocanrol que nos estamos perdiendo por ser tan
educados y formalitos. En el centro de España, o en un extremo del subcontinente indio, esto ya
no es Madrid, es el Sin Ciy de Frank Miller. Los zombis somos nosotros, encerrados en nuestros
hogares, comiéndonos el cerebro: fuera se lo pasan de puta madre los que están vivos de verdad,
riéndose del mundo. Debe ser como al final de Abierto hasta el amanecer, un Tarantinada de las
genuinas, primordiales, no como lo que hace ahora, cuando Juliette Lewis quiere irse con George
Clooney a una ciudad mejicana llamada El Rey. A pesar de lo que acaban de vivir con los vampiros
y tal, Clooney da a entender que El Rey es mucho peor, que no es lugar para una chica como ella,
la única indemne de su familia, y que él podrá ser un cabrón, pero no un puto cabrón…
Pues eso: no os recomiendo para nada que salgáis una noche de estas, a la hora de los lobos;
podré ser un cabrón, pero no un puto cabrón.
Berrido, Allen Ginstonic

Vi a los pijos más bobos de mi generación convertidos en palitos de merluza Pescanova,


instrumentalidazos, histéricos, Lacoste,
arrastrándose por las calles del Barrio Salamanca al amanecer
en busca de desquite,
hipsters con cabezas peladas por Llongueras por la antigua conexión teologal
con el fascismo de charanga y pandereta,
que ricos y privilegiados y más tontos que un cubo pasaron la noche fumando en la oscuridad
sobrenatural de apartamentos de lujo,
flotando sobre las cimas de las ciudades contemplando su predio,
que vaciaron sus cerebros ante el cielo y vieron terroristas de ultraizquierda haciendo valer
la Declaración de los Derechos Humanos,
que pasaron por las universidades tocándose los cojones y sacándose Masters en Harvararaca
entre los maestros paniaguados,
que fueron expulsados de las academias por negados y por publicar odas patrióticas
llenas de faltas de ortografía,
que se acurrucaron en ropa interior en discotecas sin afeitar, quemando su dinero en presumir
y escuchando a Carolina Durante a través del muro,
que no les importa el contagio ni el rebrote, porque ellos pagan médicos mercenarios
que les prometen la inmunidad de la Ayusita...
Hikikomorris...

Para Marian: mejor jefa no existe...

Mis hijos, como aún están lejos de descubrir los placeres venéreos (hasta la idea aún les da
asco, cosa que me encanta), han aprovechado esta concatenación de cuarentenas, este Alí Babá
y las cuarenta cuarentenas, para homologar su definitiva simbiosis “tierno infante
omnireceptivo / chisme de microestímulos mierdosos”. Y es una pena. Acabo de bajarles a la
calle la hora preceptiva en que el virus -el virus, no las autoridades- nos permite suspirar bajo el
azul y la feliz expansión de cuerpo y mente ha durado quince minutos. Se han sentado en un
banco, han dejado el patín tirado, se han puesto a hablar del vídeojuego abandonado (fuck
bullshit videogames forever and ever...) y han reclamado el retorno a la celda. Dos meses y están
ya como Morgan Freeman en aquella en la que Tim Robbins escapaba del talego pero él no
porque se había “institucionalizado”, o sea, acostumbrado tanto a las rutinas del recinto
penitenciario que no lo sacaba ni Michel Foucault. Así que hemos llegado a un acuerdo: nos
volvemos si os ducháis. Al llegar, ya no querían ducharse. Todo se les hace cuesta arriba ya, todo
lo que no sea dejarse succionar por un dispositivo, babear mentalmente y darle a la palanca del
tragaperras virtual, como dice la Peirano, para que vayan bajando las cerecitas hipnotizadoras
del Tik Tok de turno. El mundo, enorme, inabarcable, peligroso y asesino reducido ya a eso: a un
zoótropo de un billón de gags por segundo que pasan tan rápido como el paisaje desde la
ventanilla del tren-bala de Tokyo, y que quitan el hambre, quitan el sueño, quitan el cuerpo y
pulverizan en confetti de pixels tu obsoleta res cogitans. Se han duchado, claro, hacen deberes,
sí, pero ya veréis cómo va a ser esto en verano. O abren las piscinas municipales más pulgosas o
muere de inanición el espíritu humano...
En Japón, ya que hablamos del tren-bala, existe desde hace décadas una patología que los
psiquiatras sancionan con su ciencia de boticarios y que consiste en que un adolescente se mete
en su cuarto y ya no sale en diez años. Su madre, como quiere creer en los expertos y ha oído
hablar ya de otras madres también confortadas por otros expertos a la que les ha ocurrido lo
mismo, se resigna a no ver más a su hijo, le deja toda las noches una bandeja de comida en la
puerta -porque el niño se ha vuelto barbudo, astroso y noctámbulo- y espera a que al crío se le
pase la tontería. El padre, que si llega a hacer algo parecido en su juventud el abuelo le saca a
hostias y no necesariamente de Kung-Fu, también ha consultado a los expertos, en este caso a
los sociólogos, y entiende que es natural que en una sociedad tan tiesa, tan disciplinada y
competitiva como la japonesa los temperamentos sensibles se sientan derrotados y se sepulten
en vida. Su hijo, probablemente, lo que pasa es que es un poeta, aunque se atiborre de pizza y
juegue a rebanar cabezas en el Street Fighter hasta el amanecer... Es decir, que, gracias a las
nuevas tecnologías, lo que antes era un castigo terrible, tener al niño sin salir de casa, ahora es
bienvenido, y la agorafobia algo tan nuestro como rascarnos una pierna. En el futuro inmediato,
el Mindfulness no como una opción terapéutica chorra para ejecutivos/ejecutores y las personas
que les padecen, sino como Destino General de la Especie Humana...
¡¡¡Cuando yo tenía su edad!!! -va batallita: cuando yo tenía su edad, digo, el chico varón
blanco que le pegaba a los juegos de rol con sus coleguitas el sábado por la noche, como en el
arranque de Stranger Things, era un pringao de tomo y lomo que no se había jamao un colín en
su vida y que iba camino del celibato. Ahora parece que no, que la propia mierda de repente
huele bien, por decirlo mal y pronto. Los enfermeros se han convertido en la propia enfermedad
-virus aparte, quiero decir, donde son nuestros Lanzarote del Valle particulares-, y siempre
habrá un profesional dispuesto a cohonestarte la debilidad, el bajón o la cobardía. Los chicos, las
chicas, los trans, lo saben, saben que a priori están cubiertos, y más que hikikomori, como lo
denominan en Japón -aislamiento social agudo, por lo visto-, en España corremos el riesgo de
alimentar una generación de hikiko-morris, o sea, con más “morris” que un oso hormiguero.
Tanto hablar durante siglos del apocalipsis y todo se va quedar en “apocaditis”, o “inflamación
de apocamiento”, también agudo. O hallan una vacuna enseguida, o un antiviral, o más nos
valdría que se funda de golpe la red de redes y los niños se nos críen como en alguna de las
muchas posguerras terribles que se han sucedido en la terrible historia de ser humano. Suena
facha -de hecho, lo dijo un protofacha-, pero lo que no te mata te hace persona. “Pereza” es la
única palabra culta que los adolescentes han adoptado con naturalidad en su léxico coloquial, y
mis hijos, que menos mal que son majos, hablan de “traumarse” o “me he traumao” como
quién habla del tiempo. Porque imaginad el panorama global: los hikikomorris que la
cuarentena está incubando en su seno son esos en los que confiamos para atravesar la Gran
Depresión la-Primera-Parte-como-Tragedia-y-la-Segunda-Como-Farsa y el Cambio Climático.
Marian, porfa, haz algo y ponles firmes...
El genio bicentenario: caída y auge de Charles Baudelaire

La contemplación de la belleza es un duelo en


que el artista grita de espanto antes de caer derrotado.
El cofiteor del artista, Spleen de París, Baudelaire

El Capital no tiene quien le escriba. O por lo menos no tiene quién le escriba versos. Charles
Baudelaire estuvo tras las barricadas del alzamiento de 1848, armado y pidiendo a gritos el
fusilamiento de su padrastro, generalote rígido y austero al que odiaba y a cuya vera fue enterrado
a su muerte por cabronadas del destino. Concretamente, varios amigos suyos fueron testigos de
haberle visto jugándose la vida en las barricadas levantadas en el cruce de la rue Buci, en el Barrio
Latino, lugar donde se libraron los más arduos combates de la orilla izquierda del Sena. Poco
después, y al amparo de la efímera libertad de prensa que instauró la Segunda República, fundó un
periódico que tan sólo alcanzó los dos números con el delicado nombre de Le Salut Public. De
manera que el Baudelaire reaccionario que conocemos, lector de Joseph de Maistre y partidario del
poder de la Iglesia y de la pena de muerte (ese que Antoine Compagnon denomina “anti-moderno”)
fue el resultado del amargo desengaño -ese vocablo español que entusiasmaba a Schopenhauer-
sufrido por el poeta frente a la poca combatividad de la clase obrera en el momento de
desmantelarse la revolución a favor del Segundo Imperio de Luís Napoleón. Fue entonces cuando
expresó su renuncia a toda utopía social y política, ese, como dijo, “arte de hacer felices a los
pueblos en 24 horas”, y como era un exaltado en todo, como había que ser “sublime sin
interrupción”, paso del jacobinismo radical al más absoluto descreimiento en la especie humana.
Somos pérfidos, somos estúpidos, el progreso es falaz, el comercio es el corazón de las tinieblas, y
no hay más flores que las del Mal… Alfred de Musset también era poeta y también había sentido
esa derrota como un fracaso personal suyo que le llevó a escribir versos tan tristes como estos:

He perdido mi fuerza y mi vida, estaba ya hastiado de ella.


mis amigos y mi alegría, Y sin embargo es eterna,
hasta he perdido la altivez y los que han prescindido de ella
que hacía creer en mi talento. en la tierra lo han ignorado todo.
Cuando he conocido la verdad, Dios habla, es preciso responderle;
he creído que era una amiga; el solo bien que me queda en elmundo
cuando la he comprendido y sentido, es haber llorado alguna vez.

Pero a Baudelaire le caía gordo Alfred de Musset, Baudelaire execraba de esa clase de
sentimentalismo romántico (https://hyperbole.es/2014/03/romanticismo-literario-y-ii-flores-del-
infierno/). Si no es posible ser un ángel de la revolución, seamos demonios de la estética. Al Capital
nadie le dedica versos, ni siquiera Baudelaire cantándole a los vicios, al pecado y a la depravación. El
Mal que se esconde en los márgenes sociales contiene de modo latente destellos de una intensa
belleza fatalmente amoral que Baudelaire aprendió de Edgar Allan Poe y que desde luego está
completamente ausente en un banco o en una sociedad comercial. Fue una fantasía desbocada la
que luego condujo a Fernando Pessoa a soñar un “banquero anarquista”; aquel que le escribía con
fervor al Capital fue un viejo Marx sentado incontables horas en las salas del British Museum de
Londres, pero Marx no era precisamente poeta, salvo alguna que otra loa de juventud al dios
Prometeo. Mas incluso Marx, en contraste con el empuje de la economía capitalista moderna que
en ese siglo conquistaba el globo, no es más que un simple trovador. Los filósofos, a menudo tan
duros e implacables (la imagen del filósofo hippy que invita a todos al amor y a la reflexión es
invención de Herbert Marcuse en California y ulteriormente del baño laminador que la televisión
imprime a toda realidad puntiaguda), no son más que mirlos blancos, ruiseñores cantores, al lado
del más tirado de los economistas. Baudelaire iba de malote a partir de los años cincuenta del s. XIX,
e incluso consiguió que le procesaran por las indecencias y el mal gusto manifestado en Las flores
del mal, pero en realidad lo que nos dejo fue radiante belleza, gran poesía y esa indecencia y ese
mal gusto6 transfigurados en arte. He leído que en Francia se está celebrando con sordina el
bicentenario de su nacimiento por eso mismo, porque las autoridades incultas siguen encontrando
en Baudelaire, seguramente el mayor genio de sus letras autóctonas, a un tipo peligroso, grosero y
pre-fascista. Me parece que no han entendido que es por ese mismo motivo por el que debían
homenajearle, ya que él poseía la virtud alquímica de convertir esa mierda en oro. Escribía sobre las
prostitutas, la miseria, las drogas y Satán, pero ya digo, ni una palabra contra los bancos, el

6 “Pero entre todas las facultades y talentos es el gusto, precisamente, aquel que ha mayormente menester –
porque su juicio no es determinable por conceptos y preceptos- de ejemplos de aquello que en el curso continuo
de la cultura se conservado por más tiempo en aprobación, a fin de no volverse, al punto, otra vez zafio y caer de
nuevo en la rudeza de los primeros ensayos”, Immanuel Kant, Crítica de la facultad de juzgar, Monte Avila, 1992,
pg.195.
imperialismo o los malos gobiernos. No se entiende bien entonces porque llevarle de nuevo
virtualmente y en efigie a juicio a estas alturas de la película... (Bueno, en realidad sí se entiende,
pero resulta patético y estúpido).
En Mon coeur mis à nu, Mi corazón al desnudo (idea de libro, por cierto, que toma completa y
asume como un reto de una sugerencia de Poe dejada caer en sus Marginalia), dice: “¿Quién es el
hombre superior? No el especialista; sino aquel ocioso y con una educación general”. Se trata de
ese mismo tipo de ocio que poco más tarde reivindicará y paseará por Europa Nietzsche –hay que
imaginarse a Nietzsche como un verdadero flâneur baudeleriano, deambulando sin rumbo por las
calles y por las naciones y parándose de vez en cuando para tomar nota en algún papel mugriento
sacado de un bolsillo repleto de ellos. “Mes pensées, ce sont mes catins”, había escrito Denis
Diderot al inicio de El sobrino de Rameau, y tales catins, tales concubinas del pensador romántico
deben cortejarse caminando, dejándose absorber por la hormigueante ciudad, infestada de
apetitos, como el hombre de la multitud del relato de Poe. Nietzsche tenía más escrúpulos que
Baudelaire, más “instinto de limpieza” como decía él, y por eso huía de las ciudades hacia unas altas
montañas de inspiración pre-nazi. Tal vez por ello es Baudelaire, y no Nietzsche, quien penetra en la
esencia metropolitana de su tiempo, eso que tan cuidadosamente estudió Walter Benjamín (pero
hay que leer a Benjamín por Baudelaire, no a Baudelaire por Benjamín). Que la modernidad es
sinónimo de decadencia es la gran paradoja cuyo descubrimiento debemos a la escritura de
Baudelaire. El ocioso, el flâneur, es quien detecta la belleza en el centro mismo de la decadencia,
porque también la belleza en la modernidad ha devenido podrida, aunque su pudrición sea
incomparablemente más interesante que la perfección de los modelos clásicos. Escribió Theodor
Adono en Teoría Estética, tan tarde como en los años sesenta del pasado siglo: “El arte moderno
más significativo carece por completo de importancia en una sociedad que es capaz de tolerarlo (...)
Si el arte va a seguir siendo fiel a su concepto, deberá pasarse al terreno del anti-arte, o deberá
desarrollar una desconfianza en sí mismo. El arte, para continuar, debería registrar de algún modo
en su interior la posibilidad de su inexistencia”. Pues bien: aquí Adorno no está hablando por sí
mismo, aunque él crea que sí, puesto que ese es exactamente el espíritu y el legado de Baudelaire
reformulado académicamente un siglo después…
En entrevista con Camilo José Cela, decía Pablo Picasso: “Los cuadros se hacen siempre como
hacen los príncipes a sus hijos: con pastoras. Nunca se pinta el retrato del Partenón, ni un sillón Luís
XV. Se hacen cuadros con una casucha del “midi”, con un paquete de tabaco, con una silla vieja…”
También eso, esta actitud, es herencia directa de Baudelaire. La autonomía del arte, la predilección
por lo olvidado, excluido o pisoteado, el amor por lo fugaz, la búsqueda ansiosa del ataque de
nervios7 tras un largo periodo de mortal aburrimiento, las experiencias sensoriales alternativas, la
declaración de guerra a muerte a las convenciones sociales 8… Todo esa constelación “maldita” -
término, como se sabe, que aplicó Verlaine- sigue siendo nuestra concepción consciente o
inconsciente de la actividad estética legítima, válida (cuando alguien dice que una canción o una
película es “meramente comercial” está ya pensado justamente así), y nació toda entera, como en
un parto ciclópeo, de la originalidad sin par y la mirada enfermiza de Charles Baudelaire. Lord Byron
había tenido algo que ver, tiempo antes, y sin duda Poe y Thomas de Quincey, a los que Baudelaire
admiraba explícitamente, pero sólo Baudelaire fue el dandi supremo, ese “hombre travestido de
hombre” -como escribía hace unos días Paul Preciado- que odiaba la nueva invención de la
fotografía porque, tal como yo lo veo, le estropeaba el tono emotivo de sus espléndidas epifanías
en prosa poética acerca de su amado y vilipendiado París 9. Baudelaire como poeta cultivaba el
Mal10, ya que no pudo ser Proudhon, y era efectivamente tan malvado estéticamente, tan bohemio
muerto de hambre, putero y politoxicómano que era capaz de coger el piadoso Salmo 130, De
profundis clamavi ad te, Domine…

Desde lo más profundo te invoco, Señor,

7 Mujeres al borde del ataque de nervios siglo y medio antes de las perversiones fílmicas de nuestro Pedro
Almodóvar: “No necesito, se dijo el poeta, que mi heroína sea una heroína. Con que sea suficientemente bonita, que
sea nerviosa, que tenga ambición, una aspiración irrefrenable hacia un mundo superior, ya sería interesante”,
Charles Baudelaire en L´Artiste de París (18-X-1857), a propósito de Madame Bovary, citado en El arte romántico,
Madrid, Felmar, 1977, pág. 185.
8 “Hoy que indagaciones más sutiles y un gusto más fino han reducido el arte de agradar a principios, reina en
nuestras costumbres una vil y falaz uniformidad, y todos los espíritus parecen haber sido arrojados en un mismo
molde; sin cesar la cortesía exige, la conveniencia ordena; sin cesar se siguen los usos, nunca el genio propio. Nadie
se atreve ya a parecer lo que no es; y en esta ocasión perpetua, los hombres que forman ese rebaño llamado
sociedad, puestos en las mismas circunstancias, harán todos las mismas cosas si motivos más poderosos no los
apartan de ello. Por tanto, nunca se sabrá a ciencia cierta con quién tiene uno que habérselas; para conocer al
amigo, habrá pues que esperar a las grandes ocasiones, es decir, esperar a que ya no sea tiempo de ello, pues que
para esas ocasiones es precisamente para lo que hubiera sido esencial conocerle”, J.J. Rousseau, Discurso sobre las
ciencias y las artes, de 1750, en Alianza 1998, pg. 175.
9 Seguramente alentadas por Sketches by Boz de Dickens e inspiradoras de las estupendas Historias de Nueva
York de Stephen Crane. Ese abordaje de la gran ciudad como objeto poético (y de bombardeo) ha traspasado entero
el s. XX.
10 No obstante, no cabe tomar a broma esta apelación a la inmoralidad en la génesis de la estética moderna. Un
esteta puro es alguien que efectivamente valora una situación por su distinguida singularidad muy por encima que
por la corrección ética de la misma, y recuérdese que Hitler antes de ser Hitler fue pintor y Mao antes de ser Mao
fue poeta…
¡Señor, oye mi voz!
Estén tus oídos atentos
al clamor de mi plegaria.
Si tienes en cuenta las culpas, Señor,
¿quién podrá subsistir?
Pero en ti se encuentra el perdón,
para que seas temido.
Mi alma espera en el Señor,
y yo confío en su palabra.
Mi alma espera al Señor,
más que el centinela la aurora.
Como el centinela espera la aurora,
espere Israel al Señor,
porque en él se encuentra la misericordia
y la redención en abundancia:
él redimirá a Israel
de todos sus pecados.

Y hacer con él esta brillantísima brutalidad: DE PROFUNDIS CLAMAVI, en Las flores del mal

Imploro tu piedad, Tú, el único al que amo,


desde lo más profundo del oscuro abismo donde mi corazón ha caído.
Un universo triste con un horizonte plomizo
donde nadan en la noche el horror y la blasfemia;

Un sol sin calor planea por encima seis meses


y los otros seis la noche cubre la tierra;
es un país más desnudo que el suelo polar;
— ni animales, ni arroyos, tampoco vegetación ni bosque.

Pues bien, no hay horror en el mundo que sobrepase


el frío cruel de ese sol helado
ni la noche inmensa parecida al antiguo Caos;
Envidio la suerte de las más viles criaturas
que pueden sumergirse en un sueño estúpido,
mientras la madeja del ti empo lentamente se despliega.

Ramadán (por saco...)


Me encuentro a las cuatro de la tarde una peluquería abierta en mi barrio y me meto.
Ultrabarata, perfecta para mi operación tripini de este verano. Entrar con greñas de plumero
jevi y salir hecha una cocotte de Fitzgerald. El peluquero es musulmán, y hay una cierta
contradicción en todo ello. Los mismos que tapan los cabellos -no todos- a sus mujeres para que
no nos gusten no van a cortarnos el pelo bien para que les gustemos a ellas... De modo que
doy por hecho que saldré horrible, pero como estoy en fase 0 que me quiten lo trasquilao. Sin
embargo, no consigo relajarme. Entre que es un tío, y que no deja de charlarme con la
mascarilla medio caída, como si fuesen unos pantalones cagaos, me pierdo el masajito. Le
pregunto qué hace currando a la hora de comer. A quién se le ocurre. Para de cortar y me pega
la gran chapa acerca de que es Ramadán y no se puede fumar, comer ni fornicar hasta las 21:30.
Le respondo que menuda ofuscación, qué ansiedad, llegar esa hora e intentar comer, fumar y
fornicar al mismo tiempo. No le hace gracia. Las cosas de la religión es lo que tienen, en los
cuatro puntos cardinales: sabréis cuando algo es una religión porque no admite puñeteros
chistes. Por eso el feminismo es una religión, por ejemplo, aunque verdadera. O el culto al
dinero, aunque falsa. La pelea de Chesterton, en fin, fue en vano...
Luego me cuenta que este viernes, si hay luna llena, se acaba el Ramadán y fiesta. La fiesta
es la polla, me dice, con otras palabras y mucho aspaviento. Me lo creo. Las religiones Ramadán
por saco, pero cuando aflojan un poco eres feliz como un niño. De hecho, es que te tratan como
a un niño toda la vida, como ya vio Kant. A mi peluquero le parecen del todo naturales las Cinco
Vías del Aquinate. Si no hubiese Dios ("¡solo Dios es Dios!", le digo, recordando alguna peli,
quizá Mentiras Arriesgadas, que contiene la escena antiterrorista más tronchante de la historia),
¿de dónde sale todo, cómo es que él ha crecido, cómo es que si riegas una plantita pasado en
tiempo crece? Joder, os juro que estoy de acuerdo. A mí la Quinta Vía del dominico me pone
mogollón, lo digo en serio. Pero entonces decido incordiar un poquito. "Oye, vuestro Paraíso
mola mogollón, con las huries y tal, pero ¿qué hacen allí las mujeres?" No entiende. "Sí, que a
qué se dedican las muertitas". "Pues a lo mismo", dice, estupefacto de mi ignorancia supina.
Supongo que se refiere que a lo mismo que en esta vida, cocinar y tal, pero igual prejuzgo, y
quiere decir que a lo mismo que los hombres. Así que ya sabéis, chicas heteros, cisleches, os
corresponden 72 tipos vírgenes, perfumados de azahar, jazmín, ámbar y almizcle, con una
erección de mil años, que no ven el fútbol, no hacen el cuñao y no se quedan calvos ni hacen
operación tripini...
Yo me hacía musulmana ya, y no como las del barrio Salamanca, que, siendo católicas, sólo
Ramadán.... por culo.
Canción del Voxirata

Con diez machotes por banda,


un bribón de siete suelas,
ya no es patán, sino colega,
del fachorro Ortega Smith:
chulo de mierda al que llaman,
por su tamaño, el Jacobo,
cuanto más alto más bobo,
del uno al otro confin... (amiento)
La bandera en el coche ondea,
en la boca el bozal español,
que tapa el grito patriotero
enseña de rojo y gualda;
y saludar un “Heil Santi”,
que airea bulos a los bobos,
el Brexit un lado, al otro el Ejido,
y allá a su frente el Centro de Salud...

De cómo ignorar amablemente a los solteros de mediana edad


Ayer quede con G. para que conociese mi bunker, y es que a los solteros les encanta visitar
las nuevas casas de otros solteros o nuevos solteros, y valorarlas con su larga experiencia de
solitario autocomplaciente comodón. Antes vino R., que es otro que tal baila, y aún quedan P. y
J., que sólo la vio vacía. P. es otro solterazo de la vida, aunque esté acompañado de mujer, hijo e
incluso abuela. Se le nota en las salidas de tono del feisbuk, pues como todos los solteros y
enteros, se ve obligado constitucionalmente a manifestar opiniones extravagantes, llamativas y
provocativas. Les priva eso, les hace sentirse exclusivos en su soledad solitaria o en compañía:
creen que ven el mundo desde una perspectiva privilegiada, que es la del hombre sin raíces, el
librepensador sin anclajes. Son algo nihilistas, los solteros: no les importaría que se acabase el
mundo la semana que viene si ellos lo hubieran pronosticado antes, y como nada les ata, a
tomar por culo todo, con perdón. P. tiene un hijo, de acuerdo, al cual procura troquelar a su
imagen y semejanza, pero es como quien tiene una propiedad a la que cuidar y proteger,
porque es suya y forma parte de su pequeño jardín. No obstante, le queda claro, a P., que el que
opina en casa es él, y los demás en casa escuchan y aprenden. “Abrir tanto la boca para opinar”,
que cantaban los Héroes del silencio no recuerdo en qué canción: esa es la pasión del soltero, su
modus vivendi y operandi, la manera en que se reafirma a sí mismo en su soltería de cactus
urbano que te ofrece sus flores verbales aunque te pinches cogiéndolas…
J. es el menos arrogante de todos, aun así échale de comer aparte en muchas cosas, sobre
todo en la evaluación acerca de las mujeres. Pero por lo menos duda y convierte las dudas en
parte de su encanto, burlándose de sí mismo. Eso sí, nunca dudará de su propia soltería
contumaz, que es una roca segura de su intimidad. El tío tiene planeado morir en Venecia, no en
plan pederasta como Mann/Visconti, por supuesto, pero igualmente solo. Ahora está en
cualquier paraje idílico de Italia bebiendo vino con un amigo, y dice que si alguna vez se pierde,
ya sabemos dónde buscarle. O sea, se imagina haciendo esa vida contemplativa y dipsómana
para siempre, como G., que se larga a vivir a Murcia para gustar de perderse allí donde también
podamos encontrarlo. ¿Y qué va a hacer sin currar todo el día, dos o cuatro años como tiene
planeado? Los solteros nunca se aburren, esa es una declaración unánime. Tienen piernas para
pasear o montar en bici, se entretienen con el vuelo de una mosca, suelen fumar y beber
moderadamente, son adictos a las teleseries de moda y luego siempre tienen el sexo, por
supuesto efímero y fugitivo. Como piensan, y tienen todo el tiempo del mundo para informarse,
entre todas esas actividades tan relajadas encuentran hueco para opinar, torrencialmente. El
peor de todos es R., que no deja abrir la boca a su pobre novia. No hay cosa de la que no sepa y
lo que sabe es pesimista y duro como un pedernal. Se hace valer a sí mismo con su actitud, R.:
todo es mentira y sólo él tiene el carácter necesario para aguantar esa terrible verdad. Ella,
claro, es que es una blanda e ingenua…
Woody Allen también es un soltero de mediana edad en todas sus películas, y come la
oreja de sus novias en cada diálogo cómico. El, paternalista y neurótico; ellas, a escuchar y
aprender. Luego siempre vemos alguna escena de él meditando en su sofá particular e
intransferible, con lo que le cazamos in fraganti: mucha Diane Keaton o Mia Farrow pero el tío
vive solo y se traga sus miserias solo. G. agarró ayer a los parroquianos de El Paraíso y les tostó
con un alegato antisistema que ni ellos, desclasados y borrachines, podían fácilmente admitir.
Uno, que no había pasado de FP, quería creer en que tendría que haber estudiado, y que la
salvación está en los estudios. Pues no: G. defendía que lo que los chavales tienen que hacer es
quemar edificios públicos y asaltar el Palacio de Invierno. Él lee manuales sesudos de arte, pero
no le sirve de nada, porque trabaja 18 horas al día como un esclavo. Opinar, opinar, sorprender,
ser radical y que por el camino se hunda el mundo si es preciso. Han asumido perfectamente la
ética del cuidado, los solteros de mediana edad (mi padre es otro, pero de tercera edad, así que
no cuenta), pero del cuidado de sí, a la manera de Foucault. Se tienen por resistentes
individuales, los solteros. Si les pillas cerca, te absorben, te invaginan, y entonces cuidan
también de ti, pero con palabras. Cuando tuvieron veinte años eran menos sabios, por supuesto,
pero al menos buscaron pisos compartidos para mitigar su soltería en agraz. ¿Se dirigen hacia
este destino de cowboy de medianoche los adolescentes a mi cargo o serán más listo y se
rodearán de una familia más o menos ortodoxa? Por el momento nos gustan porque no son
nada de pontificar acerca de lo humano y lo divino, pero todo se cría con el adecuado caldo de
cultivo solteril. Lo mejor es persistir en no definir, o definirse, que es la precondición del soltero
para desde esa plataforma unipersonal definir el mundo a su manera. El soltero mayorcito es
una atalaya, un cruce de caminos, un bastión y un caracol en su concha, todo a la vez.
Cuento este rollo de soltero precisamente porque me da miedo estar convirtiéndome en
uno de ellos, y, claro, ya me empieza a sobrar tiempo para chorradas y eso hace que me entren
ganas y picorcillos mentales de juzgar. No es que los solteros juzguemos para joder al prójimo,
es un acto puramente desinteresado. Los demás, en general, se lo pasan bien con nosotros,
porque les respetamos en sus rarezas como queremos que nos respeten a nosotros en las
nuestras, pero no se nos pida que evitemos el comentario sutil y/o mordaz. Yo menos mal que
tengo a los niños, pero es un reto, también, ser padre monoparental sin amargura ni
resentimiento. No sé si apuntarme al “Meetic” o algo así, para quitarme de soltero madurito
patológico lo antes posible, pero es que mendigar compañía por las redes también es de
programación solteril básica. Cuando vivía en familia ya estaba yo cerebroformándome como
soltero egoísta, y ahora ignoro si podré revertir el proceso. El caso es que, cuanto poco, la
verborrea solteril de mis íntimos me la trae al pairo, por el momento, y les ignoro amablemente.
Pero este es también otro rasgo solteriforme, ay. Esto es como las vainas de La invasión de los
ultracuerpos: ¡que me atrapan!, ¡que me transforman en uno de ellos! Bueno, siempre me
quedará el ejemplo de L., mucho más sensato. La vida la ha solterizado, pero sólo por fuera. Ella
quiere familia, quiere vida normal, quiere opinar lo justo y agradable… Ya tiene otra deleitosa
hembra en el punto de mira. No es lo habitual, vale, pero le podría funcionar...
¡¡Que me atrapan!! ¡¡Que me transforman!! En fin, os recomiendo serenidad y poneros a
la tarea de aprender a ignorarnos amablemente, que, total, hablamos por hablar y por matar el
despiadado tiempo… A mis soledades voy, de mis soledades vengo…

Siglo XXI Cambalache


Sólo espero ser digno de mis sufrimientos…

Fiódor Dostoyeski

Hace unos días vi en Youtube una charla de 45 minutos de Markus Gabriel, el nuevo talento
más vendido y cacareado de la filosofía alemana, y sentí ascender por mi rostro un poderoso rubor
de vergüenza ajena. Era como ver a un actor haciendo la parodia de un filósofo actual, como si ese
chico rubio y con perilla fuese el nuevo fichaje de los Monty Phyton, ahora que les menguan
desgraciadamente las filas, y estuviese burlándose del gremio con gesto grave. Pero no, era real,
era dolorosamente real, ese chaval no sabía nada, no decía nada, divagaba delante de unos folios,
no servía para nada más que para blanquear el sepulcro de la Filosofía, y sin embargo, insisto, era
real, me parece, y hasta decía haber fundado una nueva corriente filosófica, el
“neoexistencialismo”, fíjate, a partir de su ignorancia absoluta de los textos fundamentales de la
tradición. Terminaba, el pobre -no me refiero a su dinero- citando a Sófocles, imagino que leído
desde Heidegger, pero no solamente lo citaba mal y sacado de totalmente de contexto, es que
además con ello contradecía toda esa especie de pan sin sal, de masa amorfa y deshilvanada, que
había desmigado antes morosamente frente al público11. Vale, vale, me hago cargo: no es que la
filosofía esté muerta o no, es que ya nadie se acuerda de ella, no sabemos de qué va, y en su
hueco amnésico han colocado caras mediáticas, vagos perfumes de progresismo sin bagaje
cultural alguno12…

Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé,


en el quinientos seis y en el dos mil también,
que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaus,
contentos y amargaus, varones y doblez.

También vi de refilón, rato más tarde, un anuncio de algo que tenía que ver con Romeo y
Julieta, pero en el que ella ya no estaba dispuesta ni mucho menos a morir por su Romeo mientras
conducía un coche de alta gama en dirección no pillé adónde. Claro, es que el Romeo y Julieta del
11 Y eso que su primer libro, Por qué el mundo no existe, proponía cosas muy interesantes aunque de un modo
pedestre.
12 O lo que es todavía peor, esos que siguen la estela de Gustavo Bueno con el fin de convertir su chatarrería
conceptual en pasto patriótico e ira ideológica de Vox, al que lo único que le faltaba ya es poder darnos darnos una
paliza en filosofés…
bardo inmortal era un tragedión en el que en dos días morían seis personajes -eso Steven Seagal lo
supera en cuarto de hora de metraje- todos hablaban como maricones 13 y peleaban como en West
Side Story, lo cual es incongruente y encima viejo. Existe otra serie de anuncios semejantes de
productos varios, completamente olvidables, que se inspiran en la cultura previa a la televisión,
todos ellos dejando claro que aquello rezumaba un drama y una profundidad superfluas, y que lo
tenemos saludablemente superado14. Vale, vale, me hago cargo: entonces debe ser que lo que
antes conocíamos como alta cultura, Shakespeare por ejemplo, es ahora materia de saqueo
publicitario con objeto de conseguir beneficios dando a entender que ya somos mucho más listos
y vivimos mejor que aquellos maestros antiguos, que diría Bernhard. Como se ve que no tenía yo
un buen día, y me tocaba el modo gruñón ocasional tendente a perpetuo propio de mi provecta
edad, aquella misma tarde me enfadé mucho porque mis hijos no paraban de pedirme el móvil
estando como estábamos en una plaza al aire libre en la que unos amigos suyos jugaban al fútbol.
¿Y es que no es para enfadarse muy seriamente el hecho de que el buhonero de Steve Jobs y su
maldita progenie digital hayan conseguido que si un niño en un parque tiene uno de sus estúpidos
aparatos en la mano todos los demás niños corran hacia él y se arremolinen en torno a él como si
se hubiera acabado el mundo, como si los pájaros hubieran dejado de cantar y el sol de iluminar,
que ya todo es “coge esa ballesta, tío, que te vas a ganar dos coronas macho yo me voy por el
nivel siete, etc., etc.”? Yo, entonces, me pongo metafísico y políticamente incorrecto, les arrebato
el espejo/espejito la bruja de Blancanieves y digo el impopular adjetivo: “anda, anda, fuera todos,
a jugar como los niños normales…” –uy, ha dicho “normales”…

Pero que el siglo veinte fue un despliegue de maldad,


insolente ya no hay quien lo niegue,
vivimos revolcaos en un merengue,
y en un mismo lodo todos manosiaus.

Y es para enfadarse, también, porque el que en realidad quiere el chisme en exclusiva soy
yo. Qué iba a hacer yo si no mientras juegan mis niños, más que intercambiar microfrases y

13 Que es como llaman, en la ya clásica película Idiocracia, a hablar bien y con propiedad y explicándose a uno mismo
y no como un gañán afásico, que es lo que mola entre los adolescentes y también entre los que quieren adularles
con objeto de venderles algo. Está muy bien traído eso en la película, que mira que es mala: a menos inteligencia
más palabrotas…
14 Vista tengo también la ilustración de una artista digital en torno al Eos rhododáctylos de Homero convertida en
cojín… Lo que todavía era algo medio respetable citado por Nick Nolte en La delgada línea roja se ha quedado en
un simple cojín.
emotileches en el Whatsapp. El guasap, en castizo, es ya lo último que mira un ser humano en el
mundo/mundial antes de acostarse, y lo primero que consulta al levantarse, no vaya a ser que en
el interín te hayan olvidado los amigos o se haya acabado el mundo (y si no tienes móvil en la
actualidad es que eres más pobre que las mismísimas ratas). Los “amigos” es un decir, yo tengo
amigos a los que no veo hace más de diez años pero con los que bromeo frecuentemente por
email, por el Facebook y por el guasap. Estoy por llamar a Paco Lobatón, pero creo que se ha
retirado de la misión reunidora de Extraños en un tren y ahora al que hay que buscarle es a él. El
día que nos veamos mis amigos virtuales y yo va a ser como el cuento bíblico del hijo prodigo, pero
con abuelo pródigo. Ya no hay amigos, hay “contactos”, como en la agenda de uno del Opus Dei o
del Colegio del Pilar de Madrid. Menos mal que no estoy en ningún grupo de padres del cole, de
compañeros de profesión, de padres de mis alumnos, de familia propia o familia política o de
amantes del porno steampunk, porque si no me sentiría más solicitado que una rubia en Turquía,
siendo como soy más bien un infiel solitario en Españistán. Porque además no importa nada lo que
te envíen por el guasap, o el Instagram o tal (aunque debo reconocer que me encantan los
memes): mi hijo de once años dispara a sus amigos una ristra de caracteres sin separaciones ni
sentido, como la Piedra Rosetta antes de ser descifrada por Champollion, y ellos le responden lo
propio, por aquello de que el medio es el mensaje y en este caso el mensaje es jeroglífico porque
el medio es primitivo. “¡No, no, cómo va a ser primitivo el guasap, si lanzas a tiempo real cualquier
contenido a mucha gente y encima gratis!” –diréis. Prueba de que es primitivo es que no conoce
los modales, y yo creo que los modales se inventaron antes que la rueda o el fuego, para que los
hombres no se mataran a la primera impresión. Pocas veces nadie saluda o se despide en el
guasap, la conversaciones allí, si hay suerte de que sean tales, empiezan abruptamente y terminan
colgadas en el vacío, ya que uno de los dos, o de los siete, ha hecho mutis total sin decir esta boca
es mía para escrutar otro guasap de otra persona o grupo. Ya se retomará, o no, cuando a uno le
convenga, esa misma noche antes de apagar la luz (de la linterna del iPhone) y conciliar sueños de
robots con ovejas eléctricas, sin ir más lejos. Lo mismo ocurre con los chats de todo tipo y de la red
o plataforma que sean: se hace un comentario como quien pega un tiro al aire, y si no te convence
la reacción de los demás te largas ipso facto y alea jacta est. Curiosamente, nadie se hace
responsable de nada de lo que dice en los mismos entornos digitales en los que a la vez todo
quisque se envalentona y opina de cualquier asunto bajo el amparo del anonimato, que de
repente este rebaño nuestro ha perdido a su pastor y quien más quien menos todos intentamos
balar más alto que el borrego de al lado. Los pastores, los y las influencers o los o las youtubers (leí
en una camisa el otro día: The teachers are the real influencers; no entendí bien si era broma
pesada o lamentación irónica…), son personas tan naturalmente indocumentadas, torpes y
novatas como nosotros, pero con más tiempo para dedicar a seducir a las masas virtuales en
agraz.

Si hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor,


ignorante, sabio, chorro, pretencioso, estafador,
todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor,
no hay aplausos ni escalafón, los inmorales nos han igualau.
Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición,
da lo mismo que seas cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón.

Se hacen enemistades irreconciliables a través de las autodenominadas “nuevas


tecnologías”, pero que afortunadamente tan solo duran dos días. Si ves que vas perdiendo
notoriamente en la exhibición de acreditada virtud (la mayoría usamos el feisbuk, por ejemplo,
dicho también en castizo, para tratar de ser más humanitarios y sensibles que los demás, en tanto
que los cínicos son los menos, y suelen pertenecer al así llamado populismo de derechas global),
te cambias de amigos postizos, de hashtag, que suena como a droga blanda de cada día dánosla
hoy, o de afinidades electivas, como lo denominaba floridamente Goethe, y santas pascuas. Total,
como no hay protocolo de bienvenida, tampoco lo hay de despedida. Las redes sociales son como
un catálogo, un almanaque escalofriante de la humanidad, hay nombres y caras y aficiones y
“miembro de” para todos los gustos, y muchos de ellos más allá de toda imaginación inferior a la
de Alejadro Jorodowsky. Pero como las redes jamás duermen, como se desarrollan en un flujo
realmente ininterrumpido que no conoce el descanso ni el final (sólo hay tres grandes instancias
suprahumanas consecutivas que hayan cumplido esa extraña y suprema condición del insomne
autodespliegue: la Naturaleza, Dios y el Dinero…), entonces producen la ilusión de que la especie
humana consiste en una galería innúmera de tipos y singularidades indefinidamente extravagante,
cuando la verdad es que somos todos más o menos igual y hacemos más o menos lo mismo: mirar
el dichoso Tinder15, o el feisbuk, o el tuiter, o lo que sea. La vieja televisión intenta también, para

15 El Tinder/sorpresa y ese tipo de redes de contactos íntimos son para echarlas de comer aparte. Las relaciones
románticas o sexoafectivas, como las llaman, ya no son “líquidas”, como analizaba Zygmunt Bauman, sino más bien
diarréicas. El otro individuo, pertenciente ahora a un muestreo de ganado tan amplio como monótono (a todos les
gusta el deporte, todos quieren “sumar, y no restar” y todos buscan gustirrinín sin compromiso), lo pretenda o no
tarde o temprano te muestra sus heces, como en la consulta del médico, o él mismo demuestra comportase como un
mojón dejándo plantado a su último match en cuanto cree toparse con otro mejor. No es ya, siquiera, usar y tirar, sino
“tirarse y tirar”, si se me sigue el juego de palabras. Pero lo peor es que muy mal se te tiene que dar para que tu roto
no morir definitivamente, manifestarse como una corriente constante de muestreo de individuos
heterogéneos, pero lo único que consigue es lo opuesto: uniformizar, homogeneizar al personal a
lo ancho y largo del planeta. Los informativos, que terminan por ser los hitos que jalonan la
monotonía televisiva, se han convertido en una máquina de generar miedo y morbo mediante el
adverbio-fetiche “sexualmente”. Yo, al menos, en cuanto pongo un informativo sólo oigo
“sexualmente”, bien subrayado y con enfática dicción, que los presentadores deben hasta
ensayarlo en el espejo de su camerino. Vale, vale, lo acepto: la humana comunicación en el s. XXI
se produce mediante latigazos de personalidad impostada -eso que llaman clickbaits-, y suelen ir
acompañados de dibujitos esquemáticos y a ser posible del adverbio “sexualmente”. Sin esos
ingredientes no hay share que valga y el canal emisor de shocks audiovisuales es inmediatamente
sustituido por otro totalmente idéntico a él.

Que falta de respeto que atropello a la razón,


cualquiera es un señor, cualquiera es un botón,
mezclaus Toscanini, va Scarface y Napoleón,
Don Bosco y la Mignon, Carnera y San Martin.

Pero no pasa nada, tranquilos, porque todo, hoy, es una mera “herramienta”. Los
pedagogos, los fabricantes de coches, Silicón Valley, los traficantes de armas, el tabaco, el CRISPR,
el futuro ingeniero de los “sensores biométricos”, el dopador de cerebros del que supimos hace un
tiempo16, las pastillas de la (in)felicidad, los sociogramas, la llamada “gamificación” 17, la

no encuentre un descosido, es decir, que lo más terrible es que la cosa funciona, y que esa pesca siempre rinde fruto,
aunque lo que te lleves a casa sea una bota. Yo personalmetne a las amigas que están metidas en esa ruleta de la
fortuna lo que les recomiendo es que busquen mujeres, que se pasen a la otra acera, convencido de que así les irá
mejor que junto con machos tratando de hacerse un microharém...
16 En efecto, la lobotomía voluntaria está servida, y no faltará gente tecnófila e ilusa que se preste hasta que le salga
humo por las orejas y ya sólo sepa decir ga-ga:
https://elpais.com/elpais/2020/01/30/ciencia/1580381695_084761.html
17 ¿Puede creerse que mi hijo de diez anos, que es más bien bestiajillo, el otro día, se pasó un rato llorando (y yo
consolándole) porque le habían matado -fueron los malvados creepers...- uno de los dos burritos de la casa que había
construido en Minecraft?
robotización del trabajo18, las casas de apuestas, la informática en la aulas 19, los drones surcando el
aire, etc., todo eso nos son más que herramientas, algo neutro, que te ayudará sólo si tú quieres,
el ser humano tiene el control, siéntete como en la armadura de Iron man. Qué afortunados
somos: de modo enteramente desprendido el s. XXI nos va a suministrar un montón de interfaces
que monitorizarán el mundo, la vida, pero sólo si damos nuestro consentimiento, a fin de hacer
nuestro día a día más fácil, agradable y automatizado. Supongo que nadie se va a poder resistir, y
al igual que si te regalan un arco de fibra de vidrio chulísimo que jamás has necesitado para nada
terminarás por probarlo en el árbol más cercano, también si tienes un dron probarás a espiar al
vecino, y si te ha dejado la novia hackearas su móvil, y si tienes un sensor biométrico
condicionarás tus actividades a la vigilancia de tus constantes vitales, and so on, pero siendo
totalmente libre, ojo, erigiéndote en el cerebro de ese exoesqueleto de herramientas de fantasía y
precisión, como Koji Kabuto en la cabina del Mazinger Z. Las herramientas “están ahí”, qué bien
que estén ahí, Dasein, antes no lo estaban, ahora están te guste o no y si no quieres pues no las
uses 20. En el Lejano Oeste había revólveres, estaban ahí, podías si querías no usarlos, como James
Stewart en El hombre que mató a Liberty Balance, pero como a los demás sí les gustaba usarlos -la
sugestión de poder que produce poseer un arma compensa de sobra el peligro de ser acribillado-
lo mismo falleces prematuramente por sobredosis de ludismo. Al fin y al cabo, nos diría un
embaucador actual, un revolver también puede servir para calzar una mesa coja, de pisapapeles, o
para marcarse un corrido mejicano, de manera que si lo utilizas para disparar es cosa tuya, que
eres un violento y haces un mal uso de un objeto doméstico destinado a defender el hogar y hacer
sentirse alguien a su propietario. Y lo mismo ocurre con el SmartPhone... ¿a quién se le ocurre
enviar un video masturbándose?, o con tu auto personal e intransferible 21... ¿a quién se le ocurre

18 Yuval Harari, ese gurú de la pradera, llama a aquellos que van a ser reemplazados por robots “clase inútil”. Es más
fácil para Harari imaginarse una legión de vagabundos desempleados que exigir a las empresas y gobiernos que no
sean tan agoístas y que se metan sus robots y sus IAs por donde les quepa. Yo no pienso subirme jamás a un
autobús conducido por una IA.
19 Los profesores de mis hijos se graban en un video y luego lo ponen en clase, así solo tienen que decir las cosas
una vez, pueden además promocionarse en internet y aprovechar para hacer de su grabación a los niños un examen
tipo test: todo son ventajas. Un examen “tipo test” no es un examen, es una especie de divertido concurso que debe
haberse inventado -es un suponer, no lo he consultado- en EEUU para poder aprobar a los deportistas que necesitan
beca…
20 Un simpático lector de derechas español podría indignarse y decir: “pues lo mismo ocurre con el matrimonio
gay, la eutanasia, el aborto o el divorcio, que si están ahí la gente los usará mucho más”. Pues en efecto, señor mío, de
eso se trata…
21 Críticas completamente ignoradas a la presencia ubicua, pestífera y antiurbanística de los coches ha habido desde
ponerlo a 220 en plena ciudad?, o con la afición al fútbol... ¿a quién se le ocurre que el “¡vamos a
machacarlos!” era literal?, o con el Prozak, ansiolítico o anfetamina de turno... ¿a quién se le
podría ocurrir poner esas cosas al alcance de los adolescentes…?
.
Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches,
se ha mezclau la vida, y herida por un sable sin remache,

ves llorar la Biblia junto al calefón22.

Lamarck no tenía razón, al menos en asuntos humanos. Es el órgano el que hace la función,
no la función la que hace el órgano. Si tienes la posibilidad de ir a llorarle al psicólogo, pues sin
duda lo harás al menor disgusto que tengas. La mayoría de los adolescentes que yo conozco han
sufrido bullying, tienen TDH, pasan consulta con el psicólogo, la vida les parece una porquería y
están recetados de pastillas para sobrellevar la vida del joven blanco en país rico. Me cuentan que
algo parecido sucede con los divorciados: todos ingieren su dosis de antidepresivo al día. Va bien,
nunca está de más. Decía Séneca hace muchos siglos que “hay más cosas que pueden asustarnos
que aplastarnos; sufrimos más a menudo en la imaginación que en la realidad” y, efectivamente,
esa es la tesitura del trocito avanzado del globo en el s. XXI. Allí donde hay hambre, cuando se
come hay alegría, baile y dadivas a los dioses; allí donde se come tres veces al día, hay problemas
de autoestima y depresión. El corolario inevitable es que es mejor nacer en un país en vías de
explotación, puesto que ser blanco, con estudios, medio empleo, coche y casa es una situación de
riesgo existencial grave. Cualquier día te pilla por la calle el “sistema” y te hace papilla. O te topas
con un omnívoro y te hace puré. O te para un esencialista en un semáforo y te transforma en
intolerante. En serio, las personas no diré “normales” lo pasamos mal, porque siempre estamos a
punto de caer en mil trampas discursivas que las inercias sociales han tendido bajo nuestros pies.
Y es cierto que es así, lo malo es que no te lo van a perdonar. Yo mismo no lo perdono, no se crea.
Y usamos plásticos, pero con culpabilidad, y polucionamos con nuestras calderas, pero con mala
conciencia, y nos seguimos casando, pero a sabiendas del citado amor líquido y del poliamor, y
Ivan Ilich hasta Agustín García Calvo, pero sólo ahora, a causa de la polución, se le está poniendo a esa plaga
automovilística algún remedio. Pero ese remedio redunda sólo en beneficio de la salud pública, y en nada afecta a
contribuir en la ralentización del Cambio Climático, puesto que generación de electricidad para los vehículos o para
lo que sea es tan contaminante como los tubos de escape.
22 “Cambalache” es como el rastro de Madrid: lugar de compraventa de trastos usados y tirados por el suelo con
desorden y follón. Y un calefón un calentador de agua. La Biblia y el calefón es también una canción malísima de
Joaquín Sabina que no se editó en España porque parece que el cantante decidió castigar con ella tan sólo a los
argentinos.
compramos una vivienda con ascensor, pese a que nada es de nadie, pues toda propiedad es un
robo… Como no se nos ocurre la idea de que los que tienen que modificar sus malos hábitos son
los que hacen las leyes o hacen el dinero, la comedura de tarro nos hace vivir de puntillas, soltar
denuestos en las redes sociales y sufrir un estrés considerable. El estrés, a su vez, en tanto que
“está ahí” como el tabaco o los drones, se propaga indefinidamente y produce más estrés, de
modo que, al final, se disipa todo lo fácil, agradable y automático para lo que habíamos sacrificado
cierta libertad y toda nuestra intimidad en pro de la tecnificación y somos mucho más
desgraciados que un keniata que ese día se tiene que conformar con mascar tallos al llegar la
noche.

Siglo veinte cambalache problemático y febril,


el que no llora no mama y el que no afana es un gil,
dale no más, dale que va,
que haya en el horno nos vamos a encontrar.

Pero vale, vale, nos lo tragamos, a regañadientes pero nos lo tragamos: la misión del glorioso
hombre blanco sobre la tierra en este momento de la historia es servir de conejillo de indias de las
tecnologías de la felicidad obligatoria o bien escapar a los márgenes del mundo a hacer “visible” lo
que sea, cualquier penuria. Antes, en los poblados aborígenes el núcleo familiar tradicional
constaba de padre, madre, hijo, hija y antropólogo francés, ahora hay todo eso y además un tío
con una cámara que viene a dar a conocer tu penosa situación al mundo o a grabar la música que
haces o la comida que elaboras para replicarla en su estudio hiperequipado o en su cocina de
cinco estrellas Michelin. Los medios tienen hambre, los medios quieren siempre más, todo debe
ser visibilizado, porque el público manda, la audiencia está intranquila, y si les das exotismo o
moralidad quizá duerman esa noche, quizá hallen cierta paz… A mí, de verdad, me asombra esa
característica de nuestro tiempo: que cuando alguien se indigna por una injusticia, en vez de hacer
como los señores de los barcos de rescate, arrimar el hombro, jugársela y ayudar, lo que se le
ocurra en cambio sea escribir un libro, rodar un documental o montar un festival para recaudar
dinero, firmas o algo, siempre con su nombre y apellidos en primer plano. Visibilizar, la tarea
inacabable de la visibilización de los excluidos o postergados de la tierra es sin duda una tarea
encomiable a la que se consagran los misioneros laicos del s. XXI, pero también es objeto de
artisteo frívolo, de sobreactuada indignación, de cirugía plástica de la propia alma y de tunear de
arcoíris la conciencia pública de Occidente. Pero, ya digo, lo aceptamos, ya vendrán tiempos
mejores, aún estamos aprendiendo, sólo fue antes de ayer, como quién dice, que inventamos la
máquina de vapor, y en estos momentos nuestra preocupación principal es no terminar asados
por la Máquina de Vapor Total en que hemos convertido al mundo, la bola del mundo, y de lo cual
por supuesto nadie tiene la culpa: lo del petróleo, por ejemplo, parecía tan buena idea al principio,
le hemos sacado tanto jugo a la muerte…

No pienses más sentate a un lado,


que a nadie importa si naciste honrau,
da lo mismo en que labura, noche y día como un buy,
el que vive de las minas, el que mata el que cura
o está fuera de la ley.

En fin, que todo, toito te lo consiento, s. XXI, cambalache, hasta la pandemia nuestra de cada
día, quítanosla hoy, menos lo de la música, eso sí que no tiene perdón de Dios ni de Bob Marley,
que es su fumeta digo profeta. Feo estuvo ya lo de viajar a África o a Cuba o la India de los
Maharishi a robarles su música, como los blancos hicieron en EEUU con los negros del Delta del
Misisipi, pero, bueno, bien robada estuvo. Lo que es más feo que pegar a un padre con un calcetín
sudao son esas tonadillas enteramente estudiadas y customizadas para comernos los sesos que
pasan por ser música hoy. Conste que a mí me gustaron mucho La gozadera, el Despacito y alguna
más, pero hasta ahí. Tipos que no saben tocar ni medio instrumento, que van vestidos de la
opulencia que ya quisieran tener pero con el mal gusto que sin duda tienen, que se apoyan para
aparentar armonía y belleza en paisajes naturales que no son suyos o en muchachas neumáticas
que dejaron hace muy poco de ser de sus padres… Eso es un producto prefabricado, la banda
23
sonora del sistema, la Némesis del rock, del jazz y hasta del soul o de la música disco, más
gimnasia que ritmo, más charanga que melodía, más electrónica que emoción, más video-clip que
azotea de los Beatles, un asco sin paliativos, vamos. Si el mundo, el porvenir, van de cabeza a la
distopía, peor para nosotros, que parecemos empeñados o conformes con ello; pero que la
orquesta del Titánic que toque en el hundimiento se haga un tango decente o aquí la liamos parda
y les hacemos comer a los poderosos y sus sicarios sus drones, sus publicistas, sus filósofos y sus
flamantes teléfonos móviles última generación –nunca mejor dicho, tristemente...

23 Que, por cierto, parece que significan lo mismo y vienen de lo mismo: el acto sexual. Hacer música como quien
busca fornicar, escucharla con la intensidad del sexo, esa es el novum que el s. XX había aportado a la grandiosa
música del pasado europeo y que las baladas horrorosas que escuchamos hoy va a desvirtuar matando la parte de
la equivalencia que se refiere a la música para quedarse tan sólo con la del coito. No sé si Rosalía va a ser la
redentora que eleve toda esa basura a una altura celeste, pero se diría que lo intenta...
Chesterton toma partido en la actual polémica Salud/Economía...

Este es un texto viejo, lo reconozco, pero muchísimo más vieja es la Biblia y mucha gente
estos días reclama su derecho a acudir a un edificio singular, de estructura no precisamente
funcional, a escuchar cómo se lo lee un señor célibe que usualmente no ha leído nada más, y
enfadado por el descenso en cantidad y calidad de la catadura de su rebaño. No son muy listos, los
curas, después de todo, pues tan sólo tendrían que conseguir del próximo gobierno de derechas la
prebenda de aparecer en el centro de juego de los partidos de fútbol a fin de bendecir el partido y
hacer el primer saque levantándose la sotana con torpeza para volver a sus antiguos poderes
fiscales, morales y tal vez educativos. Sería un gesto tan pequeño, con unas consecuencias tan
beneficiosas para el conjunto de la cristiano-ronaldidad... Chesterton fue un escritor inglés que se
convirtió al catolicismo bastante mayor, y por culpa, o por gracia, de un sacerdote tan hábil que el
escritor no tuvo más remedio que convertirlo en el cuarto o quinto detective más famoso de todos
los tiempos, el Padre Brown. El Padre Brown a lo que se dedicaba, siempre, es a esclarecer, al
contrario que Expediente X, que donde parecían suceder fenómenos de maldad sobrenatural, en
realidad no había más que gente corriente movida por razones humanas, viles o bondadosas. De
manera que Chesterton era religioso en un sentido completamente atípico: era religioso en tanto
que creía que Dios se ocupa de las cosas verdaderamente milagrosas, como el crecimiento de las
uñas, y no del Apocalipsis, el cual deja en manos de los expertos en FX -efectos especiales- de
Hollywood.
El siguiente pasaje es quizá el más célebre de su autor, pero muy justamente célebre y sin
embargo poco conocido entre el público en general. Aplicado o no a las actuales circunstancias de
rifirafe político, a ver si os convence, porque a mi, y a muchos otros, nos parece una genialidad,
pero sobre todo, ya que como ente global debemos decidir ahora nuestro futuro, nos parece
cierto. No es exactamente de izquierdas, no es exactamente de derechas, mucho menos de
centro, y se titula...
SOBRE MEDIDAS HIGIÉNICAS EN LOS BARRIOS POBRES DE LONDRES EN 1910.

Hace un tiempo algunos médicos y otras personas a las que la ley moderna autorizó a
dictar normas a sus conciudadanos menos elegantes emitieron una orden que decía que había que
cortar el pelo muy corto a las niñas pequeñas. Me refiero, naturalmente, a aquellas niñas
pequeñas cuyos padres fueran pobres. Muchas costumbres antihigiénicas son habituales entre las
niñas ricas, pero pasará mucho tiempo antes de que los médicos se metan con ellas. Ahora bien, la
cuestión que provocó esta interferencia concreta fue que los pobres se encuentran tan presionados
desde arriba, en submundos de miseria tan apestosos y sofocantes, que no se les debe permitir
tener pelo, pues en su caso eso significa tener piojos. En consecuencia, los médicos sugieren
suprimir el pelo. No parece habérseles ocurrido suprimir los piojos. Y, sin embargo, eso se podría
hacer. Como suele ocurrir en muchas conversaciones modernas, lo innombrable es la base de toda
la discusión. A cualquier cristiano (es decir, a cualquier hombre con un alma libre) le resulta
evidente que cualquier coacción ejercida sobre la hija de un cochero debería ser aplicada, si es
posible, a la hija de un ministro del gabinete. No preguntaré por qué los médicos no aplican de
hecho su norma a las hijas de los ministros del gabinete. No lo preguntaré porque lo sé. No lo
hacen porque no se atreven. Pero ¿qué excusa esgrimirán, qué argumento plausible utilizarán,
para cortar el pelo de los niños pobres y no el de los ricos? Su argumento consistirá en decir que la
plaga aparecerá más probablemente en el pelo de los pobres que de los ricos. ¿Y por qué? Porque
los niños pobres se ven obligados (contra todos los instintos de las sumamente domésticas clases
trabajadoras) a apiñarse en habitaciones pequeñas según un sistema de instrucción pública
sumamente ineficaz, y porque en uno de cada cuarenta niños puede encontrarse el mal. ¿Y por
qué? Porque el hombre pobre está tan por debajo de las grandes rentas de los grandes
terratenientes que es frecuente que su mujer también tenga que trabajar. Por tanto, no tiene
tiempo de cuidar a los niños, y, por tanto, uno de cada cuarenta está sucio. Como el obrero tiene a
esas dos personas por encima de él, el terrateniente sentado (literalmente) sobre su barriga, y el
maestro de escuela sentado (literalmente) sobre su cabeza, el obrero tiene que dejar que el pelo de
su hijita, primero, sea descuidado por culpa de la pobreza y, segundo, sea abolido en nombre de la
higiene. Es posible que él estuviera orgulloso del pelo de su niña. Pero él no cuenta. (...)

En realidad, sólo por medio de instituciones eternas como el pelo podemos someter a prueba
instituciones pasajeras como los imperios. Si una casa está construida de manera que al entrar nos
arranca la cabeza, es que está mal construida. La plebe nunca puede rebelarse si no es
conservadora, al menos lo bastante como para haber conservado alguna razón para rebelarse (…)

Ahora bien, la parábola y el propósito de estas últimas páginas, y sin duda de todas ellas, es
ésta: afirmar que debemos empezarlo todo de nuevo enseguida, y empezar por el otro extremo. Yo
empiezo por el pelo de una niña. Sé que eso es una buena cosa en cualquier caso. Cualquier otra
cosa es mala, pero el orgullo que siente una buena madre por la belleza de su hija es bueno. Es una
de esas ternuras inexorables que son las piedras de toque de toda época y raza. Si hay otras cosas
en su contra, hay que acabar con esas otras cosas. Si los terratenientes, las leyes y las ciencias
están en contra, habrá que acabar con los terratenientes, las leyes y las ciencias. Con el pelo rojo
de una golfilla del arroyo prenderé fuego a toda la civilización moderna. Porque una niña debe
tener el pelo largo, debe tener el pelo limpio; porque debe tener el pelo limpio, no debe tener un
hogar sucio; porque no debe tener un hogar sucio, debe tener una madre libre y disponible; porque
debe tener una madre libre, no debe tener un terrateniente usurero; porque no debe haber un
terrateniente usurero, debe haber una redistribución de la propiedad; porque debe haber una
redistribución de la propiedad, debe haber una revolución. La pequeña golfilla de pelo rojo dorado,
a la que acabo de ver pasar junto a mi casa, no debe ser afeitada, ni lisiada, ni alterada; su pelo no
debe ser cortado como el de un convicto; todos los reinos de la tierra deben ser destrozados y
mutilados para servirla a ella. Ella es la imagen humana y sagrada; a su alrededor, la trama social
debe oscilar, romperse y caer; los pilares de la sociedad vacilarán y los tejados más antiguos se
desplomarán, pero no habrá de dañarse ni un pelo de su cabeza...

G.K. Chesterton, Lo que está mal en el mundo, 1910.


¡No pongas tus sucias manos sobre mi curro!

Que el día te mantenga en el yunque de su furor blanco…

René Char

Hace dos semanas Carlos Fernández Liria publicó un artículo magnífico en Cuarto Poder:
https://www.cuartopoder.es/ideas/2020/02/27/el-coronacapitalismo-carlos-fernandez-liria/. Existe
un tercer manifiesto, por así decirlo, a favor de la pereza o del ocio, además de los célebres de
Lafargue y Russell, que es el de R. L. Stevenson en la compilación Virginibus puerisque, de 1881,
un artículo estupendo titulado An Apology for idlers que se concibió al mismo tiempo -como
ocurrió con el cálculo infinitesimal o la teoría de la selección natural- que el texto de Paul
Lafargue. También Nietzsche, por esos mismos años exactamente, cuando era un joven que
coleccionaba observaciones psicológicas que todavía no pretendían convertirse en mesiánicas,
se hacía llamar a sí mismo “ocioso”, y George Eliot, o sea Mary Ann Evans, publicó dos años
antes que Lafargue y Stevenson Impresiones de un tal Teofrasto, otra exploración en la
ociosidad en homenaje al brazo derecho de Aristóteles –que, por cierto, tenemos muy mal
traducida al castellano. De modo que, desde Mary Ann, alias George, una prodigiosa mujer,
hasta Carlos Fernández Liria, casi ciento cuarenta años después, despunta un hartazgo, una
reivindicación y una protesta por las promesas incumplidas del progreso tecnológico. Las
máquinas iban a trabajar por nosotros, qué maravilla, y lejos de eso, lo que han hecho es
reducirnos al paro y la miseria. No sólo eso, sino que en los próximos 10 o 20 años, mientras mis
hijos tratan de encontrar su lugar en el mercado laboral, el proceso de sustitución de personal
humano por procesos automatizados va a llegar incluso a los empleos que consideramos más
asegurados, como son los especializados o de “cuello blanco”. Se calcula -obtengo esta
información del exjefe del sindicato más poderoso de EEUU, el del sector servicios- que en ese
lapso serán reemplazados por sofisticadas máquinas un 45% de los trabajos actuales, o hasta un
55% si se ha conseguido desarrollar suficientemente la Inteligencia Artificial. O sea, más de la
mitad. O sea, la mayor debacle de la historia de la humanidad para pasado mañana. O sea, que
los sueños de los defensores de descargar al hombre de las cargas del trabajo o de convertir
toda tarea en rotativa e igualmente remunerada -César Rendueles en su último libro- no sólo se
va a hacer realidad, sino que se va a transformar en una pesadilla distópica…
Imaginad todas las decenas de millones de camioneros sin trabajo, porque se ha
robotizado la conducción, a todos los traductores, ya que se ha desarrollado un programa más
culto, rápido e industrioso que el mismísimo José María Valverde, y también a todos los brókers,
puesto que desde anteayer las operaciones bursátiles ya son ejecutadas por algoritmos
increíblemente más potentes que la cabeza sudorosa de un señor mirando una pantalla y
hablando por teléfono. Imaginad y aterraos. A este futuro inmediato le llaman, cariñosamente,
“robolución”, y yo le atribuí hace unos meses, en amargo burlaveras, el móvil de la actual
pandemia: https://humorextrane.wordpress.com/2020/06/07/pandemia-conspiracion-y-
robolucion/ La empresas más ricas y de mayor cotización del presente son empresas que no
producen nada, que no tienen nada, espectrales, puros dispositivos, continentes sin contenido:
Facebook no genera ninguna de esas piezas audiovisuales o tecnoescritas de las que se lucra,
Whatsapp posee un plantilla de 50 personas y 1000 millones de usuarios, Airbnb es la mayor
cadena de hoteles del mundo, y no dispone de una sola habitación, Uber no tiene ningún coche,
Amazon ni una sola tienda (esta enumeración procede de nuevo del exjefe sindicalista)… En
efecto, vamos a vivir muy descansados a la vuelta de unos pocos años. Descansados, flaquitos y
morenos, también, como en una permanente operación bikini global. Santiago Sánchez-
Migallón ha intentado adelantarse a tal futuro imperfecto denominando a ese agujero negro
antropológico que se abre bajo nuestros pies como el Void-Problem, es decir, el problema del
vacío: https://hyperbole.es/2017/04/la-robolucion-y-el-problema-del-vacio/. Porque no solamente
la mitad de la población será prácticamente indigente, sino que encima no sabrá qué hacer con
su tiempo. El trabajo de uno, y más si se trataba de empleo asalariado, socializaba a las personas
de escasa formación cultural, pobres en eso que Bordieu llamaba “capital cultural simbólico”. El
propio Marx había puesto una cierta esperanza en ello, a la espera de la Revolución, en el tercer
manuscrito económico-filosófico de 1848:
Cuando los obreros comunistas se asocian, su finalidad es inicialmente la doctrina, la
propaganda, etc. Pero al mismo tiempo adquieren con ello una nueva necesidad, la necesidad
de la sociedad, y lo que parecía medio se ha convertido en fin. Se puede contemplar este
movimiento práctico en sus más brillantes resultados cuando se ven reunidos a los obreros
socialistas franceses. No necesitan ya medios de unión o pretextos de reunión como el fumar, el
beber, el comer, etc. La sociedad, la asociación, la charla, que a su vez tienen la propia sociedad
como fin, les bastan. Entre ellos la fraternidad de los hombres no es una frase, sino una verdad,
y la nobleza del hombre brilla en los rostros endurecidos por el trabajo.
Si tal sociedad faltase, restando lo que haya que restar del idilismo con que la pintó Marx,
va a terminar por tener razón Margaret Thatcher, cuanto dijo aquello de que la sociedad no
existe, sino únicamente los individuos y sus familias. A mí todo esto me parece literalmente
asqueroso, como la letrina de un cuartel después de una fiesta alcohólica clandestina, y no
comprendo en absoluto el entusiasmo de tantos frente a unas transformaciones que, primero,
consideran inevitables, fruto de la “evolución humana”, y, segundo, nos venden como
anónimas, sobrehumanas, como si no hubiera detrás actores humanos sumamente interesados
en ellas. Vamos a conseguir hacer buena la maldición bíblica, el trabajo, por comparación con
las legiones de desocupados comiendo con cupones y dependiendo de la beneficencia que
vamos a crear ahora. La Ley de Dependencia no va a ser ya una ley, sino el modus vivendi
habitual de la mayoría del planeta. Urge un estudio sociológico de las formas de
entretenimiento entre el sector de la población que dispone de más tiempo libre en las peores
condiciones de existencia, que son los presos. Si los presos juegan a las cartas, habrá que jugar a
las cartas, si juegan al Among Us con un móvil obsoleto alquilado por horas, pues habrá que
jugar al Among Us, todo así. Personalmente, me gusta mi trabajo, y montaré un buen pollo a
quien pretenda quitármelo para entregárselo a C3PO. El bueno de Romain Rolland publicó en
1921 una Rebelión de las máquinas que se ha traducido ahora al castellano. Allí pregonaba que
las máquinas nos devolverán a un modo de vida pastoril, hasta que decidan destruirse
estruendosamente entre ellas. No me interesa nada una vida pastoril, y aunque entiendo y
lamento que tantos no puedan decir esto, prefiero trabajar, y que el día me mantenga en el
yunque de su furor blanco…
La Filosofía o el Espejo de la Teología

Vengo de una tertulia de filosofía en Madrid, quizá la más reputada de la capital. Están
todos locos, menos yo, naturalmente. Personas con estudios, muy inteligentes, capaces de
hablar en público, con una gran cultura y seguramente no poco sentimiento moral defendiendo
cosas que harían sonrojar a la gente de la calle si esa gente adquiriera el valor de replicar a los
engreídos. Hoy tocaba leer La anti-naturaleza de Clément Rosset, y, perdóneseme la jactancia,
no he oído más que tópicos eclesiásticos. Para que entendáis hasta qué punto el pensamiento
se ha vuelto loco, ha escogido la senda del manicomio, que era yo el único de la reunión que
creía un poco en Dios y sin embargo era a la vez el menos teológico de todos. Porque los demás,
en un alarde de insensatez, daban la razón a Rosset, y opinaban, con la aquiescencia de los
pusilánimes, que por supuesto el mundo es un caos, el universo fruto del azar, el hombre un
animal fallido y nuestra vida un instante fugaz entre dos nadas eternas, es decir, que eran todos
más cristianos que San Francisco de Asís, pero que mucho más. Rosset, como todo francés de la
última mitad de siglo que no ha entendido nada de nada, apelaba entre otros a Nietzsche, que
es precisamente el azote de ese pensamiento de la negatividad por principio, o por joder. Como
parece que Nietzsche lo mismo vale para un roto que para un descosido, todo el existencialismo
-y no eximo al tonto de Camus, por más que me caiga bien- ha interpretado que Nietzsche es
otro plañidero, otro llorón de la angustia de la vida, cuando es todo lo contrario, es el hombre
que arrancó de la premisa correcta -la afirmación del devenir, del Ja Sagen, del Decir Sí a la
existencia- para arribar en concusiones equivocadas –la desigualdad entre los hombres es
connatural y deseable. Los franceses son esos filósofos, de prolija y prolífica escritura, que
(seguramente por culpa de Kojéve y su lectura de Hegel, pero no lo podría asegurar) lo han
puesto todo al revés. Para ellos, Nietzsche es el pensador de la negatividad del ser, de la que
derivan políticamente la igualdad en el dolor entre los pobrecitos existentes. Hay que decirlo
alto y claro: no han leído a Nietzsche, pecado de deshonestidad intelectual grave. Ni angustia ni
pollas en vinagre, Nietzsche es el filósofo de la Voluntad de Poder, no de la Voluntad de Llorar.
En mi tertulia, han llorado todos, han mostrado sus llagas como en una terapia de esas de
alcohólicos anónimos, del cáncer de testículos, o de pobres desgraciados adictos al sexo. Somos
insignificantes, la vida es absurda, la tierra es una mota de polvo, vamos a morir, y un largo
etcétera de ese jaez, todo expresado con el mejor de los talantes, no vaya a ser que se nos agüe
el whisky de después…
Pues no es cierto, chicos, leéis las cosas conforme a vuestro triste plan de empollones
acabados. Nietzsche, en el Zaratustra, dice literalmente que “el corazón del mundo es de oro”,
algo que han ignorado sistemáticamente todos los apóstoles del absurdo, del caos, de la
vaciedad, del abismo, del me-dejó-la-novia-el-otro-día-la-muy-zorra. Ir por el mundo soltando
que no somos nada, que la vida es un valle de lágrimas, que nacimos con un desgarro originario
(un lacaniano merecedor de una parodia del viejo dúo de humoristas Martes y Trece ha
sostenido muy seriamente, delante de mi cara, que venimos al mundo con la nostalgia de la
fantasía de algo que nunca fue…. Anda y vete a mamarla), que entre un animal o la pantufla del
Realismo Especulativo y nosotros no hay diferencia alguna, es algo que está pidiendo una
leprosería donde morir gimiendo en un rincón. Yo, la verdad, para eso, prefiero defender a Dios,
que es una hipótesis mucho más verosímil que la del Azar. Alguien dice: “todo es resultado del
azar”, y lo que quiere decir es “rehuso darte explicación de nada”. Azar, hoy -en la antigüedad
era un dios, la Tyché- significa lo mismo que la infanta Cristina declarando ante en el juzgado:
“no recuerdo”, “lo ignoraba”, “pasaba por ahí”… Por lo menos, Dios es una respuesta honesta,
aunque sea supersticiosa, significa exactamente que “todo lo que sucede responde al principio
de razón suficiente; Alguien o Algo ha querido que sea así y no de otro modo, y seguro que ha
tenido sus buenos motivos”. La Filosofía, enfocada de esta manera, puede entretenerse en
averiguar esos motivos; del otro modo, apelando al dios Azar, te callas y te resignas, puesto que
el Azar, como la Necesidad, son ciegos, que es justamente lo que propuso Clément Rosset. Pues
si es ciego, es ciego, parálisis e impotencia, dedícate a garabatear aforismos desdichados que
vendan libros a psicópatas, como Emil Cioran. Pero… ¿y si no fuese tan ciego, y si renunciar al
logos fuera en realidad teología apofática? ¿y si la única manera hoy de ser pagano es creer en
un orden, una intención, una belleza, en la grandeza del ser humano, en la excepcionalidad de la
Tierra como Paraíso asombroso entre un sinfín de desiertos cósmicos? Pues en eso creo yo,
porque puede verse. La Nada, la Angustia, el Absurdo… los encuentro poco empíricos. En
cambio, mis hijos, la primavera, la música, los rostros irrepetibles de mis congéneres, el azul del
cielo, la fluidez del agua, los domingos de fiesta… todo eso lo encuentro la mar de empírico, y
me llena el corazón. De ahí que me den lástima estos teólogos nihilistas, pero peor para ellos…
Fuerza mayor, Rubén Östlund, 2014

Ya se lo he contado a Gi (¡ji, ji!). Hace unos años, llegábamos en coche a la finca de Rita
cuando al parar vimos que había un perrazo merodeando por el lugar. Suele haberlos, pero la
gente de la zona está acostumbrada y además tienen escopetas de caza como pollas supletorias.
Yo conducía, y le dije a los niños que no salieran hasta que el jodío perro se largase, porque no
sabíamos si venía con hambre o no. Rita, sin embargo, salió con dos ovarios del coche y lo
espantó. Si el perro la hubiese atacado… ¿hubiera salido yo también del coche a socorrerla?
Pues supongo que sí, pero quién sabe. El caso es que no pasó nada, y ni yo me sentí castrado en
mi virilidad, ni ella, creo, aupada en su empoderamiento (sobre todo porque siempre estuvo
empoderada, de modo que apenas notó la diferencia…) A los cinco minutos se me olvidó la cosa,
pero es cierto que alguna vez vuelve a mi cabeza, muy de cuando en cuando, como un
aguijonazo de vergüenza. De niño era bastante valiente físicamente, pero se me empezó a pasar
con la adolescencia. No obstante, creo que siempre fui valiente moralmente, en el sentido de
decirme a mí mismo las verdades más dolorosas y no autoengañarme demasiado. Pero fijo que
no todos los que me conocen estarán de acuerdo con eso. Recuerdo una noche, en un pub, con
Israel y Sergio y no sé quién más, donde nos dio por hablar de eso, del valor físico de pegarse
con otro tío por una tontería. Israel argumentó, con razón, que sencillamente no habíamos sido
entrenados para eso. O sea, que claro que éramos cobardes para pegarnos, porque a lo que nos
dedicábamos es a estudiar y a pedantear. En mi barrio, Moratalaz, los tipos de la pandilla eran
unos bestias que se daban de hostias con quien fuera a la menor, pero también es cierto,
primero, que eran bien grandes, y, segundo, que se hubieran cagado de miedo teniendo que
hablar en público, por ejemplo. De manera que Israel tenía razón, pero de todos modos jode.
Jode todavía a un hombre del s. XXI (yo siempre digo que soy medio-hombre precisamente por
eso, y que me perdone Blas de Lezo) el no ser un puto vikingo, el no jugarse la piel en cada
envite. Así estamos programados. La película Fuerza mayor del sueco este trata de eso. Se hace
escarnio del algoritmo masculino, pero sin pasarse tanto como se hubieran pasado Hanecke,
Bergman o Polansky. Gracias le sean dadas en este aspecto…
También recuerdo otra ocasión, muy anterior, en que hice exactamente lo contrario.
Estaba la mar de frustrado en casa de mí entonces amiga Guilia, que salía con mi entonces
amigo Pedrito. Me imagino que sería por amores. El alquiler de Guilia tenía una terraza grande,
y de repente me dio por subirme al murete que separaba la seguridad del abismo que había al
otro lado. Estuve caminando poquísimo, como minuto y medio (luego leí una escena muy
parecida en un librako de Iris Murdoch, pero sucedía en un puente), y ayudó que era de noche y
no se veía la distancia hasta el suelo de la calle. Pues bien, cuando bajé me sentía fuerte,
animado y renovado, como si me hubiera metido una raya. Si lo hubiera hecho cualquier otro,
pensaría que es un gilipollas, pero en el fondo lo entendería. En Fuerza mayor hay una secuencia
en que se hace burla de las fratrías viriles, eso de muchos tíos borrachos pegando gritos al estilo
de la hakka samoana, que molan mogollón. Me parece que es injusto, porque si de algo han
pecado los humanos varones durante milenios es de ser demasiado valientes, o inconscientes si
se quiere. Los hombres han sido mucho más como Lope de Aguirre que como el pobrecito
burgués de esta película. El director al principio se proponía eso, hacerse un Buñuel a base de
sacarle los colores al hipócrita y arrellanado espécimen de clase media (la avalancha como el
suceso surrealista que viene a poner patas arriba la monotonía de la familia convencional de
vacaciones). Pero luego, afortunadamente, se apiada un poco, no sin antes pasarnos por los
morros el espectáculo de un hombre hecho y derecho, padre de familia, llorando a mares en
calzoncillos. Ignoro si eso quiere ser una metáfora de nada, pero conste que el tema es muy
viejo ya. Lo tocaba sobradamente el británico Alfred Edward Woodley Mason en Las cuatro
plumas, de 1902, y dos años antes Joseph Conrad en Lord Jim (https://hyperbole.es/2016/07/el-
lord-jim-de-conrad-o-el-ultimo-hombre-blanco/). Ese tema es la vergüenza, el deshonor
masculino, y la manera de redimirse de él. Si tengo que mojarme mi respuesta sería la siguiente:
entre ser una Brand New Masculinity que es cobarde y lo reconoce tranquilamente, porque ya
posee otras virtudes, tipo mi entonces amigo Israel (y es que los pierdo a pares…), o ser una
masculinidad no tan nueva que al menos sienta cierta vergüenza de la cobardía, me quedo
decididamente con lo segundo. Estoy muy a favor de la vergüenza, y encima se me da bien. Por
lo demás, lo que cantaban los Siniestro Total: “Esos hombres que caminan / que parecen
visigodos / mucho musculo, poco cerebro / y luego lloran como todos”…
Voto de pobreza, voto de belleza

Esteban Beltrán, director general de Amnistía Internacional en España, escribió en su


estupendo Derechos torcidos que la pobreza debería estar prohibida a escala mundial. Si lo
estuviera, se constituiría en delito penal grave el ocasionar dolosamente situaciones que
pudieran provocar pobreza y miseria en terceros. Me parece una gran idea, en la que pienso a
menudo, pero Beltrán no se refirió en ningún momento a la pobreza buscada, deseada por
alguien, como fue el caso de las ordenes mendicantes de la Baja Edad Media (o como la
renuncia de Ludwig Wittgenstein a la herencia de sus riquísimos padres, a sabiendas, eso sí, de
que sus hermanas nunca le iban a dejar tirado). Los ideólogos actuales del Decrecimiento nos
piden un poco eso mismo. Predican no el ascetismo, sino que prefiramos las personas a las
cosas, es decir, que dejemos de consumir objetos y marcas a cambio de dedicar más tiempo al
trato social. E incluso al trato animal, añadiría yo, en la estela de San Francisco de Asís. Y ya no
es que sea buena idea, es que entre el cambio climático, las pandemias presentes y futuras, el
crack global, la sobrepoblación y la extinción de las especies animales la frugalidad se va a
convertir en un imperativo moral. El imperio romano cayó por ser incapaz de retornar a la
austeridad de las costumbres de sus inicios republicanos. Pero es que además aflojar el
acelerador productivo y expoliador tendría la ventaja añadida de permitirnos contemplar el
mundo que nos rodea, antes de que éste se transforme irreversiblemente. Si el tren de Walter
Benjamin aminorara la velocidad, el paisaje comenzaría a ser mejor percibido por los pasajeros.
A lo mejor así hasta se bajan en la siguiente estación desconocida tan sólo para darse un paseo,
en vez de sacarle una ráfaga de fotos al campo con el móvil a través de la ventanilla.
Sería como en una película de Andréi Tarkovsky, otro santo en pantalones de pana
también él. Un tempo lento y profundo, un devenir la existencia belleza y misterio 24. Hacer entre
todos una gran campana, como en Andréi Rubliov, pero sin sufrir las penurias del pasado. Santa

24 El lógico desequilibrado se afana por aclararlo todo y todo lo vuelve confuso, misterioso. El místico, en cambio,
consiente en que algo sea misterioso para que todo lo demás resulte explicable, San G.K. Chesterton; aquí todos
son santos, pero sin anillos de zafiro.
Marta Peirano cuenta (El enemigo conoce el sistema) que 4.921 satélites orbitan la Tierra, que
cada día de este siglo XXI los seres humanos generamos 2,5 quintillones de datos, 187 millones
de correos electrónicos, medio millón de tuits, 266.000 horas de visionado de Netflix, 3,7
millones de búsquedas en Google y 1,1 millones de caras que son descartadas en Tinder. Cada
día. Lo hemos conseguido, hemos triunfado, el hombre ha derrotado a la banca, que es la
naturaleza, y sólo corre el riesgo de ser tan estúpido ahora de seguir jugándoselo todo en vez de
salir del casino cósmico con lo que ha ganado. Iván Karamazov decía eso de que si Dios no
existe, entonces todo está permitido. Hoy somos menos moralistas, pero parece que pensamos
que, si Dios no existe, entonces todo puede ser digitalizado. No se entiende el porqué,
realmente. Vamos a parar a disfrutar de lo logrado, y tal vez a distribuirlo más equitativamente.
Ser más pobres no significa vivir como en Uganda, ni siquiera como en Cuba. Significa prescindir
de las tonterías, de las chorradas supinas que ya ni siquiera nos gustan ni nos hacen ilusión,
como el turismo de masas o los coches para viajes intraurbanos o intra…scendentes. Y significa
instalar placas solares, comer algas al pil-pil o repartir el trabajo. Es decir, eso mismo que ya
están haciendo los países verdaderamente desarrollados, que no los más ricos –un rico, país o
persona, es el ser más infeliz del mundo, por eso sólo acierta a mitigar su hastío ejerciendo el
poder. No sé si la arruga es bella, pero desde luego la serenidad, el recogimiento, la joie de vivre
y el dejar ser al ser, como decía aquel, desde luego que lo son. Han sido milenios de ruido y
furia, contados por muchos idiotas, pero han tenido sentido, nos han llevado hasta aquí, sería
deplorable cagarla ahora. Lo malo del Decrecimiento es la mala propaganda que le da su
nombre; debería llamarse, no sé, “Altercrecimiento”, o algo así. Es hora de plegar un tanto las
velas, de mirar a nuestro alrededor y de ser un poco sabios de una puñetera vez. Rilke,
nombrado santo por la Santa Madre Iglesia de la Palabra Lírica Pre-Rap, escribió en El Libro de
Horas…

Señor, a cada uno dale su muerte,


una muerte que de cada vida brote
y en que haya amor, significado y sufrimiento.
Pues nosotros somos sólo la corteza y la hoja.
La muerte que cada uno lleva en sí
es la fruta en torno de la cual todo gira.

Señor, las grandes ciudades están perdidas y disueltas.


En la más grande se vive como quien huye de un
incendio.
No hay en ella consuelo capaz de consolar
y el tiempo demasiado corto cierra el paso.

Allí viven seres humanos, con gestos angustiados,


vidas malas y difíciles en cuartos profundos…
Allí crecen niños en sótanos con ventanas
siempre hundidas en las mismas sombras
y donde no saben que afuera los llaman las flores
a un día lleno de espacio, de júbilo y de viento.
¿Qué es un “facha” en el s. XXI? (aproximación personal...)

En la película Captain Fantastic, de 2016, una de las hijas mayores en la ficción de Viggo
Mortensen le pregunta a uno de los hijos pequeños, que va disfrazado de caimán o algo así,
“¿sabes lo que es un fascista?”, y el niño responde, inmediatamente, “son violentos militantes
nacionalistas apoyados por grandes compañías, que son dictadores de un partido único”. Está
muy bien, la verdad, gran definición en pocas palabras, sobre todo viniendo de un niño como de
siete u ocho años. Lo único malo es que, como toda definición, se refiere al pasado, que como
acabó está perfectamente perfilado y se presta a ajustarse a palabras. La realidad, sin embargo,
es fluida, y un fascista hoy es ya otra cosa, ahora que se extienden como plaga de langostas, y
más en España, donde la definición del niño de Viggo nunca se convirtió plenamente en pasado
y sigue entre nosotros, a veces serpenteando por el barro para que no se la vea, otras veces
erguida y sacando pecho para que se la vea claramente. Este país nuestro es el único no sólo en
que el fascismo venció y persistió, sino también el único que tiene templos como el “Pepe”, bar
en la linde de Despeñaperros donde se niegan a dar por muerto a Franco 45 años después. Pero
eso son estereotipos, a la manera del Martínez el Facha de Kim, personaje tomado del rostro de
Sazatornil y tal vez del cine de Berlanga, muy real todavía, pero pongamos que impresentable a
los ojos de los medios de comunicación actuales -tiempo al tiempo... No, yo creo que el facha
del siglo XXI tiene más matices, es un “tipo ideal”, que diría Weber, más sutil y menos bronco,
un sujeto agraciado por el dinero y de discurso más melifluo, aunque al fin y a la postre termine
por salir del armario histriónicamente como Álvaro de Marichalar. Os pongo un ejemplo
personal de lo que entiendo yo por “facha” hoy, sin acritud y con la esperanza de no aburriros
con tonterías mías.
Hace más de diez años estuve de visita de parejitas en casa de un tipo que se había criado
en Chamartín, Madrid, pero que a la sazón estaba viviendo en el piso treintaytantos de un
rascacielos de viviendas de Nueva York. Era un hombre emprendedor, que a los diecinueve o
veinte años había escrito una novela de adolescente incomprendido y hasta había conseguido
que se la publicaran, pero no que se la comprara nadie. Así que, como tenía pasta de papá, se
dedicó a los negocios. Eso le llevo hasta la capital financiera del mundo, donde trabajaba en algo
difuso que no recuerdo, ese tipo de chollo en el que puedes levantarte tarde, hablas todo el día
por teléfono, comes con clientes o socios y al caer el día te tomas un gintonic en un sitio caro
que se llama “Farinelli” o algo así. El tipo fue amable, nos presentó a su novia de plástico, que no
paraba de sonreír, y nos subió a la azotea del rascacielos, para que gozáramos de su envidiable
vista casi aérea de la Big Apple. Luego, de nuevo en su apartamento, nos habló de no-sé-qué
parque, no creo que fuera el Yellowstone (que, por cierto, es un inmenso volcán), donde, según
él, “tenías” de todo. “Tienes”, me decía, “un sendero para caminar si te apetece, tienes unas
pozas para bañarte, tienes colinas para trepar y sentarte a pensar si quieres, tienes...”; “bueno”,
le dije -voy a sacarme guapo, claro, que para eso lo cuento yo-, “tener no tienes un carajo, será
el parque el que lo tiene”, porque me había fijado, puntilloso de mí, en que no era necesario
empezar cada parte de la frase con la misma clausula. Uno puede perfectamente decir: “hay a
unos kilómetros de Nueva York un parque de puta madre donde hay senderos, pozas, colinas,
de todo; a ver si vamos un día y lo conocéis”. Ya está. Pero no: “tienes”, o sea, “tengo”, y si te
llevo, “tendrás” tú un poco también. Hace diez años Steve Bannon todavía no se dedicaba a
inocular su Derecha Alternativa por el mundo, y sin embargo ya existía gente, a montones, que
había triunfado en la vida porque tenía un piso en Nueva York, una novia de plástico, una novela
fracasada, un trabajo de figurar y un ecosistema exclusivo de su uso personal...
Pues creo que este es, más o menos, el punto de inflexión que matiza el fascismo hoy.
Aquel chico no era un facha, desde luego, al menos que yo sepa, pero los que se han
descubierto a sí mismos como tales ahora se parecen mucho más a eso que al pobre Sazatornil.
Hoy es noticia que Abascal viajó de Madrid a Pontevedra en medio del confinamiento para
hacer campaña, puesto que lo que vale para nosotros no vale para él. Él “tiene”, “dispone de”
una excepción a las normas y nosotros no. Abascal sabe que su nacionalismo de opereta nunca
será como el de Mussolini, y que jamás gobernará de modo dictatorial a través de un partido
único. La democracia es, sin duda, mucha mejor coartada, Abascal no pretende lo más mínimo
poner las libertades individuales al servicio de un estado totalitario. Lo que desea, igual que
Trump, y como aquel tipo que conocí, es “navegar” por el mundo y sus recursos como si fueran
suyos, disponiendo de ellos a golpe de click. Pulsas aquí y tienes esto, allá y entonces tienes esto
otro, etc. Joder qué puta suerte he tenido de ser quién soy, y los demás que arreen. A este tipo
de Facha 2.0 no le importa que gente como él “tenga” también, siempre y cuando no se le
arrebate esa facultad casi mágica de realizar sus deseos a él y haya constantemente alguien que
le ponga el gintonic, le alise la alfombra roja y le arregle el Mackintosh. Que Abascal, Bolsonaro,
Le Pen, Orban, etc. sean nacionalistas en el fondo importa un pepino. Únicamente significa que
mi propiedad, mi espacio de actuación y candilejas, el escenario en el que “brillo porque yo lo
valgo” va a ser el territorio tradicional de los toros, las folclóricas y el Sol, pero lo mismo le
valdrían a los abascales del mundo la Torre Eiffel, el vino de Burdeos y el amour fou (el propio
Hitler, artista frustrado como mi conocido de NYC, estaba más loco por París que por Berlín...)
Son estereotipos facilones y paletos también, que es lo que les mola, y lo que el facha entiende
siempre por cultura. Otras variedades de cultura, apartadas del colosalismo y de la horterada
volkie, que de suyo están desfasadas y son mentira cutre, algo como una posible cultura de la
crítica y de la exploración poética, son aquellas cosas raras y judías que hicieron exclamar a
Göring aquello de “cuando oigo la palabra cultura amartillo la pistola” -que no es una invención
izquierdista, yo lo he visto en una grabación histórica que no encuentro.
Por no salirnos de Abascal, hablamos de un hombre que dice defender la familia, pero que
está divorciado; que ataca lo público, pero que ha vivido subvencionado; que odia a la izquierda
y recela de los “moros”, pero que fue financiado por un grupo terrorista iraní filocomunista; y
que acusa al actual gobierno de asesino, pero que se pira a Pontevedra a contagiar
correligionarios. Y es que nada de esto tiene realmente ningún valor. Un facha es alguien que
todas las veces te dirá que él no tiene ideología, que la ideología la tienes tú. Él simplemente se
basa en los hechos. Los “hechos” son una humanidad profundamente egoísta, una Historia que
siempre termina por superar milagrosamente todos los problemas y una ecología, la del planeta
Tierra, que es mucho más fuerte y versátil de lo que pensamos. Un facha, en el s. XXI, no es un
tipo eternamente cabreado como Mussolini o el Martínez de Kim, todo lo contrario. Un facha,
hoy, es un señor feliz, alegre, al que la vida le sonríe, que sabe que el Jardín del Edén está en
este mundo y que no hay nada después. Puede que vaya a la iglesia algún domingo, o la boda de
su hija dentona, pero no se lo cree ni él. Los verdaderos cristianos son los perroflautas de
izquierdas, esos sí que creen genuinamente en el más allá. Izquierda no significa que si tienes
dos bicis, el Estado te quita una y se la da a un cojo, esa es la parodia franquista de los “rojos”
que se fabricó para consumo del vulgo ibérico y que sigue funcionando tan bien como en la
posguerra. Izquierda significa creer en el más allá. Uno se muere, pero “más allá” de la muerte
hay hijos y nietos para los que conviene conservar inagotada la Tierra. Uno vive en un país más o
menos cómodo, más o menos corrupto, pero “más allá” hay niños de 15 años muy reales
extrayendo coltán en condiciones infrahumanas en el Congo. Y un largo etc. El motivo por el
cual ha brotado tanto facha últimamente en España es que gobiernan por fin los cristianos de
verdad, y de repente los bienaventurados de toda la vida han dejado de estarlo por primera vez
en ochenta o noventa años. Ganan lo mismo, pero ya no se sienten tan legitimados al pasear
por su parque. “Yo al coletas le daba café”, “a Marlaska le gustan los niños”, “Sánchez nos lleva
a la ruina”, esas cosas, no dan tampoco para mayores virguerías intelectuales estas gentes -
acordaos de que ellos no tienen ideología, ellos ya “tienen” todo lo demás...
Pero, como decía J. G. Fichte, quién también tuvo su propia etapa facha y volkie...

Jean Jacques Rousseau dice que hay quien se tiene por amo de otros cuando, en realidad,
es más esclavo que ellos. Podría haber dicho aún con más propiedad que cualquiera que se crea
señor de otros es él mismo un esclavo. Si no siempre lo es de hecho, tiene a buen seguro un alma
de esclavo y se arrastrará infamemente ante el primer hombre que sea más fuerte que él y
venga a sojuzgarlo. Sólo es libre de verdad quien quiere liberar a todos los que le rodean.

George Grosz
El infinito en un truño

Hace una mañana preciosa de sábado, ya inmersos en la peculiar Covidad de este año,
más frugal y más cristiana que nunca, dentro de lo que cabe. Estoy tomando un café en una
terracita del Señor con mi amiga Lía y me enseña el libro que sus padres le han regalado, El
infinito en un junco. Por supuesto, hago burla desde mi pedestal de profesor rural acerca del
libro cursi que se ha puesto de moda y todo el mundo regala, porque, claro, yo sí que soy un
verdadero lector y me estoy chutando con El libro de horas de Rilke, que es, pese a mi insufrible
petulancia, una cumbre de la poesía occidental, si no la mayor, que ya es decir. Mi amigo
Ramón, de hecho, me dice que soy un sheriff de la crítica literaria, y para bien o para mal tiene
razón. No obstante, vuelvo a las andadas, como el escorpión del chiste que pica a la rana que le
ayuda a vadear el río, y le pido a Lía que me deje mirar el bestseller, con el objetivo expreso de
hacerle escarnio aún sin haberlo catado todavía. Abro por cualquier parte. Página izquierda,
historia del libro en la antigüedad, contada mil veces y que Irene Vallejo no ha tenido más que
reescribir (ignoro si, por ejemplo, habrá leído a Canfora, Luciano, Aproximación a la historia
griega, Alianza, donde nos advierte de lo poquísimo que en realidad ha sobrevivido de la cultura
antigua). Página derecha, la Vallejo por fin volando libre, inicio del parágrafo 26, del que tomo
fotografía y me dicta luego mi hijo Telmo, al que le encanta servirme de profe:

Nuestra piel es una gran página en blanco; el cuerpo, un libro. El tiempo va escribiendo
poco a poco su historia en las caras, en los brazos, en los vientres, en los sexos, en las piernas.
Recién llegados al mundo, nos imprimen en la tripa una gran “O”, el ombligo, después, van
apareciendo lentamente otras letras. Las líneas de la mano. Las pecas, como puntos y aparte.
Las tachaduras que dejan los médicos cuando abren la carne luego la cosen. Con el paso de los
años, las cicatrices, las arrugas, las manchas y las ramificaciones varicosas trazan las sílabas que
relatan una vida.
Vuelvo a leer el Réquiem de la maravillosa poetisa Anna Ajmátova (…)

Ya, paramos. Lía es testigo de que es un fragmento tomado al azar. A ver. Para empezar, la
metáfora de la tabula rasa de Aristóteles y Hume hibridada con la famosa -y meritoria- frase de
Valéry, lo más profundo es la piel. Se ha hecho mil veces, también, pero queda muy bien para
lectores iniciados, esos que van a por un libro en la idea de que leer es un acto moral, una
especie de purificación de la que sales mejor persona. Así, si lees un libro sobre Auschwitz -que,
como hizo notar Pérez Reverte, hay miles-, enciendes en tu interior una indignación que te pone
de parte del protagonista en su odio a los malvados nazis, lo cual, no se sabe por qué (Ferlosio lo
denominaba “fariseísmo”: construir el propio bien a partir del mal ajeno), debemos considerar
un mejoramiento individual. Vallejo, pues, redunda en esa idea: no sólo leer nos hace mejores,
sino que, en una hipóstasis demencial que se lleva mucho últimamente, la propia vida es un
libro. Comprendo que ese lema sea bienvenido entre las editoriales y las Instituciones Oficiales
de Promoción de la Cultura, pero en realidad no es más que una metábasis eis allo genos, que
diría Aristóteles, un salto ilegítimo en el tipo de realidad. La vida no es un libro al igual que un
dinosaurio no es un color, aunque los dinosaurios tuvieran color. Dicho con otras palabras,
Vallejo, como muchos otros predecesores en esto de firmar libro en La feria del ídem, confunde
el mapa con el territorio. Que la vida de Jesse Owens se pueda contar en un libro no significa
que la experiencia de vencer a Hitler sea literaria, como el hecho de decir que esa planta es
color dinosaurio no significa que un dinosaurio sea no más que un número de Pantone. A esas
cosas se las llama analogía, pero tal vez ya no sirvan para que la gente compre libros. Sin
embargo, los grandes clásicos ya las sabían, ya sabían que el arte no es la vida, por ejemplo
Robert Louis Stevenson: La vida se impone por la fuerza, como el trueno inarticulado; el arte
seduce al oído, en medio de los ruidos infinitamente más ensordecedores de la experiencia,
como una melodía construida artificialmente por un músico discreto […] La novela, obra de arte,
no existe por sus semejanzas con la vida, forzadas y materiales, como ese zapato que sigue
siendo un trozo de cuero, sino por su diferencia inconmensurable, significativa y reelaborada, y
que es a la par el método y el significado de la obra.
Después, Vallejo se olvida de los pies en su enumeración descendente de las partes del
cuerpo humano. Los pies es que son demasiado vulgares para ser literarios, y eso que Balzac era
un fetichista de los pies. Ocurre como a mí esta mañana, que he observado un poquito de
sangre en mis heces -hemorroides leves: no es el rodaje, cariño, es la edad…-, y Vallejo eso
seguro que no lo incluiría entre “las sílabas que relatan mi vida”. Pero eso sí, no pierde la
oportunidad de decir “sexos”, para que no la consideremos mojigata. La literaturización de la
vida tiene que ser erótica y humanitaria a la vez, tienes que querer follarte la vida cósmica a
través de los libros que la descifran, a lo Borges pero sin su pacatería de bibliotecario viejo. El
ombligo es una “O”… ¿Por qué no un cero? Si Vallejo fuera matemática (otra gente vive hoy en
Youtube de decir que en la vida todo son matemáticas, o sea, que el truco vale para cualquier
disciplina), se tiraría de cabeza por el cero. Pero lo bueno viene a continuación, cuando dice que
luego “van apareciendo lentamente otras letras”. Eso no vale, Irene, di cuáles. ¿Es el pubis
femenino una “v”, por ejemplo, y así redundamos en los de los sexos? Joder, mójate, que te van
a dar un premio y esas cosas. ¿Y por qué las pecas son puntos y aparte y no puntos y seguido?
No me extiendo más. El juego de manos final, donde me he parado, se cifra en citar a la
Ajmátova, que es lo suficientemente minoritaria y críptica como para molar, pero
antecediéndolo, astutamente, con un “vuelvo a leer”. Os juro que he visto muchas veces eso de
alguien que nunca lee, sino que siempre relee. Y es que llevan todas esas lecturas que hicieron
con catorce años, en la soledad de su buhardilla, grabadas con stylos en el corazón,
naturalmente…
Todo lo dicho es la Literatura hoy: amaneramiento autorreferencial. Siento la
contundencia de esta afirmación de sheriff de pacotilla. Y se entiende, en gran medida, que
puesto que si hay que competir con el monstruo audiovisual, la vieja literatura tiene que
adoptar una actitud de autodefensa, convirtiéndose en puro terciopelo, en la versión de
batamanta de sí misma. Pero eso no nos obliga en absoluto a tener que consumir el truño de
Vallejo en vez de “volver a” Stevenson, Borges o Ajmátova. No hay ningún infinito virtual, hay
una tradición determinada. Y no hay ningún junco, hay bibliotecas, públicas o privadas. Cuando
un escritor de los de antes de la televisión, y por tanto de la aparición de la literatura de masas,
decía hablar con el alma, como Vallejo intenta hacer -y no es culpa suya, por descontado-
durante su largo tocho, componía cosas como estas, más breves y pudorosas, en mi opinión, y
que jamás constituyeron bestseller:

Me arden todavía las mejillas,


y los labios me tiemblan todavía
de haberles acercado el corazón
mientras hablaba; todo cuanto dije
fue vergonzoso, fue desacertado,
altanería, o imprevisto ruido.
Robert Walser

O, esta otra, tanto más célebre pero igual de sutil:

El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
que hasta finge que es dolor
el dolor que en verdad siente,
Y, en el dolor que han leído,
a leer sus lectores vienen,
no los dos que él ha tenido,
sino sólo el que no tienen.
Y así en la vida se mete,
distrayendo a la razón,
y gira, el tren de juguete
que se llama corazón.

Fernando Pessoa

La mañana sigue siendo preciosa, por cierto, gracias en gran parte al frío. Dejen de leer y
salgan…
¡Cave canem! 

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres


(según las últimas estadísticas).
Dámaso Alonso

¿Can you feel my heart beat? 


                                                                                                           Higgs Boson blues 
 

Estamos todos muertos, y encima tengo una resaca del cofón. Vine ayer a casa de mi padre,
que también está muerto, y la barra libre de güisqui malo acabó conmigo. Yo me lo busqué,
porque llevaba un mes sin beber un trago, a causa de una operación de estómago a la que me
sometí el día de los inocentes. Ayer le contaba a mi hijo que, como me durmieron con la anestesia,
a saber qué hicieron con mi cuerpo serrano (te desnudan y te colocan con los brazos extendidos
como un San Sebastián atravesado de flechas de esos que le ponían a Mishima, no digo más…)
durante el tiempo que les diera la gana. Sodomía, selfis, el repertorio de Raphael… no quiero ni
pensarlo. El tipo que me aparto aún más de la consciencia, el así llamado anestesista, tenía lo
menos 90 años, pero estaba fibroso, el cabrón, y tenía ojos azules y una banderita de Hezpaña de
pulsera. Me dijo, insidioso: “ahora vas a sentir un placer de puta madre (sic), como un hormigueo
gratificante, y luego te dormirás”; le respondí que no, que yo no estoy hecho para placeres, que se
me da mejor sufrir, y en efecto, me sumí en la inconsciencia sin notar gratificación morfinómana
alguna. Pero bueno, lo acepto, quizá sea mi capacidad para sufrir como un gilipollas lo que me
mantenga semimuerto, en vez de fiambre total, como casi todos los que me rodean. Entre que mis
amigos se hacen tan mayores como yo, y que el mundo sigue catatónico por causa de la dichosa
pandemia, las megalópolis por las que nos arrastramos siguen tan rutilantes de lucecitas
nocturnas y neones que casi no parece que iluminan a cadáveres caminantes y que son
cementerios sumamente pop. Es lo mismo que el efecto de esas armas nucleares tan sofisticadas
que dejan los edificios y las infraestructuras intactas pero matan al personal, para que el genocida
correspondiente pueda disfrutar del botín sin molestas interferencias. Sin embargo, esta mañana
me he puesto un concierto de Nick Cave para pasar la resaca (¡quién quiera la embriaguez que
asuma también la resaca!, escribía el romanticón de Hesse en El caminante), el único que no había
visto aún, y el tipo parece jodidamente vivo, mucho más que yo, dónde va a parar. Hasta Warren
Ellis se diría que está vivo, con esas barbas de Dostoievski –pero Mick Harvey no, Mick es un gran
músico pero músico con toda certidumbre muerto. Yo creo que es por el estilo Bad Seeds, eso de
tanto coquetear en las letras con la muerte en plan poeta francés del diecinueve bebiendo
absenta, que produce que al final la muerte se despiste y ya no sepa si ha pasado ya por tu casa o
no… (además de por la versión del Death is not the end de Bob Dylan que Cave perpetró con
alguna de sus novias, no recuerdo cuál; que sí, que no es el final, vale, pero a ti te deja como sin
ganas de nada, fané y descangallá…)  
Como Nick es tan largo, se pasa sus conciertos agachado para agasajar a su público. Parece
jorobado como el Ígor de El jovencito Frankenstein, ese clásico tan malo, lo cual hasta le favorece,
a Nick, puesto que tanto le pega al rollo gótico/gore. Pero es un crack, el tío. En este concierto de
Milán había cumplido ya 60 palos, uno de sus hijos ya se había matado, su mujer había salido en
pelotas en la portada de un disco, y aun así el hombre seguía igual de flaco como el yonki que fue,
igual de enérgico como el punki que fue, e igual de creativo como el friki que es. Los pelanganos
teñidos, sí, pero nadie es perfecto. Estoy por teñirme yo, a ver si así engaño a la Parca y también
me cuelo en el Reino de los Casi Vivos, con Trump (es lo único bueno que se puede decir de él), el
ex comisario Villarejo y Keith Richards, que está más animado que la mayoría de mis amigos –o ex-
amigos, mejor dicho, después de esto. La vida es dura, la vida es el No Pussy Blues (Cave con
bigote de Súper Mario Bros), y encima el rey de Hezpaña nos anunció ayer que nos la van a
digitalizar enteramente. Pero bueno, peor sería acudir todos los días a un Conservatorio.
Imaginaos estar muerto, y para colmo ir al Conservatorio, a hacer el snob, a sentirse un genio
incomprendido, a tocar la música de otros muertos mucho más putrefactos y grandes que tú, a
sufrir practicando mil horas al día, a cargar con un instrumento más abultado que tu pareja, que
por supuesto toca otro instrumento, a sentir que el desgraciado de Schubert es tu padre
freudiano, a vestirse de frac para el siguiente bolo, a tocar mientras que el Titánic climático se
hunde… Todo eso que nunca ha hecho Cave, porque no le importa estar vivo, porque la existencia
puede ser llevadera después de los cincuenta, porque se puede seguir ladrando e incluso
mordiendo de vez en cuando -¡cave canem!-, y porque nada te impide viajar a Italia a hacerte una
pasta con cosas como esta para que los demás remontemos una jodida resaca postoperatoria… 
¡¡Hey, hey, hey es el Rey!!

Lo que ocurrió ayer en este país de las desdichas nuestro es tan triste que la única manera
de abordarlo es ponerle un título tonto y comenzar hablando de humor. Creo que fue El Jueves, la
revista que sale los miércoles, el primer lugar donde en España se permitió algún choteo con la
familia real. Primero fue Ivá, el mejor historietista español de todos los tiempos y parte del
extranjero, que llamaba El Carlangas al Borbón en Makinavaja y sacaba al entonces príncipe Felipe
haciendo el Jacobo -tan alto como bobo- en Historias de la puta mili. A este ir catando el melón,
todavía cautelosa y en el fondo respetuosamente, siguió alguna viñeta suelta irreverente, donde
se jugaba con el hipotético cabreo real ante el pasotismo por los deberes conyugales del
“preparado” sucesor (recuerdo una en la que salía de un yate y le esperaba una legión de mujeres;
él decía, con gafas de sol y falsa pistola, “mi nombre es bon, Bor-bón”). Después la osadía dio un
paso más, como en tiempos de Isabel II y las burradas pornográficas de los hermanos Bécquer,
cuando El Jueves creo una página permanente dedicada a la intimidad zarzuelera de Su Majestad,
llamada Pascual, Mayordomo Leal. Al igual que en los conatos anteriores, de lo que se trataba era
únicamente de dar satisfacción a la posible envidia del pueblo llano a la vez que a su curiosidad:
Juan Carlos Primero y Último quedaba, en todos estos casos, como una persona débil, lastrada de
defectos, cómica y patética, desde luego mujeriega y egocéntrica, pero siempre al menos
preocupada y celosa por la institución que representaba y por el futuro de ¡¡¡ESPAÑA!!! en
general. Es decir, que ni siquiera El Jueves, incluso cuando sacó la portada de Felipe y Letizia en el
catre ganándose el cheque/bebé de Zapatero (acordaos de que fue severamente censurada, y los
ejemplares incautados, pero hay que reconocer que las medidas de represión no tan fueron duras
que impidiesen a la revista reincidir en su portada de Navidad de ese mismo año, ocurrente a más
no poder), jamás traspasaba los límites tácitamente acordados de que se podía hacer coña de Don
Juan Carlos y parentela, pero no de la monarquía como sólido mascarón de proa de la nación
celtibérica. Cuando moría un rey, los juristas medievales decían aquello de que “el Rey en tanto
Rey nunca muere”, o sea, palman los individuos, pero no La Corona, el Rey ha muerto, viva el
Rey… Teníamos, pues, Realeza para rato en España, o para siempre, y cada vez que algún
campechano pactaba una entrevista con Pilar Urbano o Jaime de Peñafiel sus índices de
popularidad subían por las nubes, más gracias a El Jueves que pese a él…
En cambio, este suceso de ayer es tan triste porque socava la poca fe que nos quedaba ya en
la moral al Norte de África, puesto que da la razón a los cínicos, al cinismo como actitud. Los
cínicos tienen razón el 95 por ciento de las veces, pero por eso mismo hay que negársela. Quizá
sea verdad que pasados unos años nadie quiera a su pareja, o que tus hijos terminarán por
mandarte al asilo, o que todos estafaríamos a Hacienda si supiéramos cómo, o que finalmente
todo es mentira, Yira, Yira… Pero sobre esas presuntas certezas de cuñao sólo se podría construir
un orden social precario, insolidario y cainita, o, con otras palabras, neoliberal… Lo que pasa hoy
con Don Juan Carlos, ex Jefe de Estado y de Todos los Ejércitos no es que le hayamos pillado
babeando sobre una rubia manipuladora a su provecta edad, o que resulte que es tan amigo del
dinero como de los saudíes, o que le hayamos descubierto tan antipatriota que evada caudales. El
cuñao eso ya lo sabía, en El Jueves ya lo sabían, eso ya lo sabíamos todos, en realidad, es el tipo de
cosas que hace la gente encumbrada, ese tipo de cosas que veíamos hacer a JR o a Angela
Channing y que nos tenían pendientes y entregados semana tras semana. Lo nuevo, lo desolador,
es que Angela Channing hacía todo eso para engrandecer Falcon Crest, en estricta ortodoxia
maquiavélica y maquiaveliana, que no es lo mismo, mientras que la sensación que cunde hoy en la
piel de toro (creo que fue un griego antiguo quién vio esa forma en el mapa, quiénes si no) es que
al viejo Juancarlangas su Falcon Crest se la trae al fresco cantidad. Es cierto que su Saga/Fuga de
JB tal vez haga posible la continuidad medieval de su hijo, puesto que el Rey en tanto Rey nunca
muere, ni abdica, si se escapa, ni es un corrupto, pero también es cierto que esta mañana ni la
propia infantita Leonor debe creer en la virtud simbólica de la Monarquía, ni del Papado, ni del
Real Madrid, pongamos por caso. Para conseguir explicar la melancolía que creo que debería
embargarnos hoy, pensad en cuando Luís Figo se pasó del Barça al Real Madrid. Peor: pensad que
Cristiano se hubiera ido al Barça. Peor aún: imaginad que Sergio Ramos declarara que el fútbol se
la pela, que toda la afición del Madrid son una panda de pringaos sin personalidad ni vida propia.
Ahora, ahí, ese es el sentimiento. También a mí la monarquía española me la pela totalmente, que
les folle un pez, pero odio con toda mi alma el cinismo de políticos y cuñaos…
AYUSOLAND...

Si la semiótica no engaña, la batalla por Madrid va a volver a ser del fascio. Sucedió en el
´39: mucho "¡no pasarán!", "¡no pasaran!" y luego Célia Gámez se paseó toda la derrota
chuleándose en los cafeses con lo de "¡ya hemos pasao!". En la cartelería de Vox, lo que ya
sabéis, mentiras, pero con mucho gancho. Vas a tener un barrio seguro, porque los comandos
de lobos nocturnos tan sólo van a machacar inmigrantes y adolescentes con pelánganos.
HeilSanti mide una cabeza más que Rocío Adams, de la Adams Family, y gentilmente le cede el
micrófono, amparándola con su fragancia Axe de macho cabrío. Etc. HeilSanti es de por sí una
imagen tan poderosa, que basta con su puta cara para que se consiga el objetivo deseado: todos
los votos/basura se irán para VOX y con ellos también la mierda y los malos humores y miasmas
que pudieran haberse acumulado sobre la pobre Ayusi. La barba de chivo de Abascal como lo
que de hecho es: barba de chivo expiatorio -por un precio, naturalmente. Mientras, la cartelería
del PSOE nos brinda la máscara mortuoria, el molde en yeso del pobrecito Gabilondo. Era un
gran hombre... Bueno, no, no lo era, pero lo intentó. Propongo que le pongan su nombre a un
parque del extrarradio y a otra cosa mariposa.
En Más Madrid, por su parte, no se han roto la cabeza precisamente. Ponemos a Mónica,
que es guapa (ya todas son guapas, nadie sabe lo que ha pasado con las mujeres guerreras y
competentes pero no directamente atractivas como Cristina Almeida), y una mascarilla de
papada, como si estuviera trabajando. Tan fascinante como un teorema matemático o una
avenida de Fráncfort, Alemania. Es decir, correcto y funcional pero no magnético ni
emocionante. El equipo de Unidas Podemos, en cambio, mucho mejor. Cortos, mensajes e
imágenes que apelan al raciocinio del votante ilustrado, lo cual les aboca automáticamente a
obtener algunos honrosos votos perdedores. Porque no se gana en Madriz ofreciendo razones y
civilidad a los madrileños, o no hubiéramos visto pasar ante nuestros cansados ojos treinta años
de desfile de corruptos a los que en la mismísima jeta de acero se le veía a un kilómetro que lo
eran y lo deseaban ser...
De modo que con toda probabilidad se llevará el gato capitalino al agua la sobrada de la
Ayusi, cuya foto en la cartelería no ha necesitado aditamento alguno: es ella, cualquier mañana,
en cualquier Fotomatón. Ningún extra podría ser tan elocuente como esa expresión suya de "no
tengo más aval ni argumento que alinearme en el linaje de los ganadores". Ayuso es como el
Real Madrid -con perdón para los aficionados-: tiene que ganar porque sí, y si no se la ayuda
como sea. Tiene el pedigrí, aunque carezca de todo lo demás. Ayer me di un paseo casual por la
zona de Núñez de Balboa, y lo comprendí todo con penetrante acuidad, sea lo que sea eso.
Chavales pequeñísimos hablando en inglés con la mucama y luciendo equipación de Messi. Una
mendiga que estaba como la Reina de Saba en su esquina, más cómoda que Dios. Y unas
acogedoras terracitas minimalistas en las limpias calles que estaban diciéndome "ven, quédate
para siempre a hacer el pijo y olvídate del desgraciado y vasto mundo..." Eso es Ayusoland.... Y
sí, me hubiese quedado encantado, aunque sólo fuera un ratito, por probar...
Pero no quiero inducir a nadie al derrotismo. Mi amiga Merche, con todo candor
(malicioso) dice, "¡pero esa muchacha por qué se presenta, si ya había dimitido". Qué coño,
tiene toda la razón. Las cosas pintan mal, pero pasemos de esa mamarracha, que está las 25
horas del día copando la actualidad nacional con sus paletadas de muñequita repollo y
tengamos algo de ilusión, que viene de iluso. ¡Aupa Pablito! ¡A perder de nuevo Madrid pero
esta vez con atlético pundonor!
Rocío no es Rociíto...

La SER también es Madriz, supongo, aunque se oiga en toda España. Caso de ser así,
el error de VOX hoy ha estado en creer que las reglas del share en la radio y los medios en
general encajan dentro de los límites de un debate electoral. Y no, lo que triunfa
espectacularmente en las redes sociales queda fatal en un medio púbico al que luego
justamente las redes sociales van a comentar hasta la nausea. Es decir, que la estrategia (que
era una estrategia lo demuestra que la muy insensata de la Monasterio tras cagarla a fondo
todavía ha reincidido con lo de "la manita") del antipartido criptofascista ha sido entender que
ya son del todo confundibles los aposentos de los señoritos, donde impera en tanto ama de
llaves y administradora Angels Barceló, y el sótano churretoso donde come y duerme digna pero
pobremente la servidumbre, que es su caladero habitual. O sea, que lo que ha perdido esta
mañana a Rocío Monasterio es tomarse el populismo de derechas tan radicalmente en serio.
Claro que los señoritos de las plantas señoriales son tan zafios en la intimidad como la
servidumbre de los bajos de la casa, claro que tanto unos como otros se están zampando por
igual el videodrama milmillonario de la Rociíto, pero eso no se dice en alto, mujer, de eso, como
decía la Régula, "oír, ver, y callar"...
Hace tiempo ya que en la derecha la consigna consiste en deshumanizar a Pablo
Iglesias, como él mismo ha hecho notar. Si quieres asesinar sañudamente a alguien, comienza
por llamarle "cucaracha", como sucedió en Ruanda entre hutus y tutsis. A Pablo le escrachan
lingüísticamente, además de físicamente. Ya lo hizo Ayusi la otra noche en el debate en la
medida en que le fue posible, tratándole como si fuera nauseabundo para la gente de bien, y
Monasterio no ha hecho hoy más que seguir obedientemente en esa línea grosera y
anticivilizada. Sin embargo, y afortunadamente, se ha pasado de vueltas, porque aquello que
parecía tan oportuno y feliz bien temprano por la mañana (propalar que Pableras et alia se
hacen las víctimas, los muy resentidos y untermenschen) era un tipo de idea idónea para el
estercolero nocturno y oligofrénico de las redes, pero no para el piso noble de la casa, no para la
SER en Madrid-Centro en horario de trabajo y a plena luz del día. Tiene gracia la cosa: VOX, cuya
única baza real, además del físico de Abascal, está en manipular los medios, no hace más que
fingir denigrar a los medios, hasta que las balas les han salido por la culata precisamente en el
escenario implacable de los medios y entregado con ello Madriz al bloque de izquierdas.
Yo me parto, me troncho y me mondo, con perdón. A Ayusilla, que iba lanzada a la
Moncloa con esa sombra de ojos de mujer fatal que lucía el miércoles, le ha ocurrido como al
Doctor Maligno de Austin Powers: su mini-yo le ha arruinado el plan, con lo bien trazado que
estaba, a causa de la mayor mala leche y del gran error de cálculo de la criatura. Ahora nuestra
chica tendrá que engarfiar el meñique y mordisqueárselo con ira contenida.... Rocío Monasterio,
por su parte, se había creído hoy Rociíto Carrasco, en la expectativa de que la audiencia iba a
aplaudir su desprecio despechado hacia Antonio David Iglesias Turrión. Pero lo cierto es que
Pablo Iglesias no ha maltratado a nadie, al contrario: recibió ayer una advertencia falsa y
garrulofacha que le convierte en maltratado a él a los ojos de todos. Así que fuera ya de una
puta vez de nuestra sagrada nube, Rocío, que lo que alguna vez fue tragedia, como dijo el
tatarabuelo de Pablo, hoy sólo puede reaparecer como farsa. Y chupa ya del frasco, Carrasco...
Un tal J.M. y su can inteligente

La soledad de la razón produce fachas. Eso le sucedió a Baudelaire, le sucedió a Nietzsche,


algún día me ocurrirá a mí y en nuestro Madriz le acontece cada día a más indefensas y
abandonadas criaturillas, humanas y animales. Ayer tomando un tercio entrada la noche en una
terraza un parroquiano no sabía dónde dejar a su perro para ir al mingitorio a aliviarse. Yo ya
había observado que el tío hablaba con su can de tú a tú, y con diminutivos, así que ante tal
manifestación de amor interespecie me ofrecí a cuidárselo mientras él liberaba a Willy, un poco
por la solidaridad de haber tenido yo también chucho enano hace tiempo y otro poco por aquel
ludibrio interespecie que también yo viví con la madre de mis hijos (cariño, aún te añoro...
¡¡¡guau!!) Pero ¡cuál no sería mi sorpresa! -con tal expresión empiezan el 90 por ciento de las
declaraciones que preparan al espectador para la trola en radio y televisión- al descubrir que el
puñetero perro era perro sabio, como los de los circos o los de los institutos concertados, y
había que estar camelándole durante toda la micción de su amo o se revolvía contra mi como
una fiera corrupia (justo igual que mi ex: ¡ay, no somos mejores que los bichos...!) Bueno, no
hubo problema, le atice dos o tres bolitas de pienso que me había dejado en reserva su humana
mascota y a cambio de esa bagatela, como si fuera un dócil votante de derechas, ya me lo había
metido en el bolsillo y hasta me daba la pata del saludo romano si se lo pedía insistentemente...
Al volver el orgulloso dueño, agradecido cual Rosendo, tuvo a bien presentarse y hacerme
partícipe de todas sus gracias personales. La primera, claro, su nombre, J.M., y la segunda, aullar
junto a su perro como una sirena de ambulancia. Era de noche, como digo, y estábamos en la
calle, una calle bonita pero más bien estrecha, así que los vecinos se inquietaron un poco (o
sintieron vergüenza ajena, una de dos). A continuación, se empeñó en demostrarme que su
amigo no era un perro cualquiera, tipo Pecas -¡free Pecas!-, sino que talmente parecía un terrier
australiano, aunque en realidad era más mezclado que un temita de Bad Bunny. Para tal gestión
retórica, echó mano del móvil, que es como la Británica pero en modo Todo a 100. Ahí me
tenéis a mi, que por la mañana contemplo pantallas/cani de alumnos con cara de grave interés,
haciendo lo propio por la noche para aprender a distinguir entre tipos de canes. J.M. debía estar
muy solo en la vida, pensé, excepto por Pecas, o Tuka, o Robi, o cómo se llamara, y se sabía de
memoria y con práctica una ristra de chistes patéticos de esos que sirven para impedir cualquier
conversación auténtica. Y menos mal, porque me aclaró que si yo de verdad quería conocer su
opinión -que sí, bueno, por qué no...-, todos los políticos son iguales, ninguno de ellos te va a
dar de comer, de modo que lo mejor era ignorar esas gilipolleces mediáticas y vivir la vida...
La luz de las farolas rielaba en el pavimento mojado. De mi tercio no quedaba más que un
gapillo revenido de Astrazéneca. El perro era color canela, como el que tuve yo hace años y que
se me murió de un ataque cardíaco. Pedí la cuenta antes de que el cordial J.M., acariciando a su
compañero del alma, me dijera aquello famoso de que, si lo miras bien, los animales son mucho
mejor compañía que las personas, con el previsible corolario de que aún con todo votaría a la
Ayusilla, que al menos garantiza a esta vida de perros orden, seguridad y fluidez económica
hostelera y financiera. Me largué corriendo y acojonado, sin mirar atrás, por si acaso la soledad,
mi soledad, fuera a terminar convergiendo con la de este clase de míseras gentes que
deambulan por la capital a estas alturas de la primavera. Me siguieron, en mi huida, como
señales inexorables de un Madriz en fermentación pepera, aullidos de centauro
caninoantropomorfo imitando una ambulancia de esas que circulaban repartiendo miedo en la
cuarentena dura...

Plaza de Atocha
Comentario a París y Nueva York: Revolución y Surrealismo,
de José Rivero Serrano, en Hypérbole

El orgullo de quienes no pueden edificar es destruir.


Alejandro Dumas (padre)

Excelente rememoración, en la que concluyes que “poco lugar quedaba libre para articular
una expresión surreal de la arquitectura”. Desde luego, levantar un techo bajo el que resguardarse
y vivir es una tarea demasiado seria para estar al alcance del surrealismo, seguramente el
movimiento intelectual más estúpido e irresponsable de todos los tiempos. De hecho, es que
afirmo que no hay lugar para la expresión surreal de nada. Desde el momento en que un paraguas
sobre la camilla de un quirófano es un caso de surrealismo, un lamparón en mi calzoncillo también
es surrealismo porque todo y nada es surrealismo, siempre y cuando sea lo suficientemente
extraño o molesto como para epatar al burgués. No hay poética surreal, ni programa, ni proyecto,
cualquier gesto estético es surrealista si lo mides tan sólo por su efecto, que no es más que el de
dar a conocer el nombre del idiota que lo ha realizado. Por eso, y también por lo que cuentas aquí,
Dalí fue el autor que mejor comprendió de qué iba el quilombo. Bastaba con unas pinturitas y
unas decoraciones más bien figurativas, para que no alejen a nadie, que contengan sorpresas
visuales enteramente kitsch, a fin de que sean fáciles de recordar, y con un uso potente del color,
como en una revista ilustrada, para que un montón de gente de la sociedad de masas y hasta
Hitchcock crean que eres un genio y puedas hacer realidad tu sueño de ser un maldito pesetero,
un franquista y practicar hasta el fondo y de verdad siempre que tengas ocasión la amoralidad
surrealista.
Ayer leí la conferencia de André Breton en Bruselas titulada “¿Qué es surrealismo?”, de
1934. Ese fue el año en que Martín Heidegger abandonó el nazismo, y sin embargo es él que carga
con el sambenito, mientras que aquel texto ese cretino colosal que fue Breton traza algunas de las
líneas más oligofrénicas y más fascistas de la historia de la humanidad, dicho sea sin incurrir en
exageración alguna. Como parece que por entonces a estos señoritingos, una docena a lo más, se
les pedía tomar partido en la tormenta política que amenazaba al mundo, Breton decidió
apuntarse a última hora a las filas del marxismo, todavía un rollito cool en la época (nada se sabía
de los crímenes de Stalin) y que encima, para gusto del animalillo este, tiene el término
“Revolución” en las mimbres de su discurso. Hasta aquí, la pose habitual en aquellos años entre la
élite estetizante, Picasso incluido. Pero luego el pobre gilipollas, como no sabe ni lo que dice,
reivindica lo siguiente: “sólo cabía, a nuestro entender, una Revolución que cubriera todos los
ámbitos, que fuera improbablemente radical, extremadamente represiva, absolutamente
impracticable y que no dejara nunca de negarse trágicamente en cuanto de deseable y absurdo
implicara”. Es decir, que el surrealismo no sólo es la estética de moda, además quiere ser una
filosofía, en concreto la filosofía que exige el apocalipsis. Para ello apela a Freud, al Dadaísmo, tal
vez a la Fenomenología (no la menciona), y en general a cualquier doctrina que halague al lector
con el reclamo de que sólo existe su conciencia subjetiva -dice que se propone “hacer que la
distinción entre lo subjetivo y lo objetivo pierda vigencia y valor”-, de que en ella cabe todo un
mundo fascinante -“sólo lo maravilloso es bello”, escribe en el Manifiesto-, y de que además esa
cueva de Alí Babá es completamente irracional. Hay que ser desmedidamente imbécil y con un
nulo sentido de la oportunidad para defender la irracionalidad tras el ascenso del fascismo en
Europa. Pero si a ello además le agregas dinamitar la moralidad e incitar al egotismo individual en
esos difíciles tiempos lo tuyo es de cárcel o de psiquiátrico, y tampoco ahora exagero; léase, si no,
el siguiente párrafo: “Más allá de lo discutible que me parezca la idea de responsabilidad, siento
curiosidad por saber cómo se juzgarán los primeros actos delictivos de corte notoriamente
surrealista. Cuando los métodos surrealistas pasen del papel al acto, una moral nueva tendrá que
ocupar el lugar de la moral al uso, de esa moral causante de todos nuestros males”.
No tengo palabras para calificar semejante pijería intelectual intolerable. Porque eso que
Bretón se propone llevar a cabo, desafiando a la humanidad entera -el pollopera dice que “(…) el
surrealismo pretendía ante todo provocar, en lo intelectual y moral, una crisis de conciencia del
tipo más general y más grave posible””-, lo van hacer él y siete amigos suyos de la catadura de Dalí
a base de escritura automática, relatos de sueños y tres gilipolleces más del estilo Juegos Reunidos
Geyper. Como decía a menudo una alumna mía alta y con gafas, “¿es que estamos tontos o es que
estamos tontos?”. El surrealismo, con ese ejército, y esas armas, asegura que va a provocar un
terremoto en la historia tal que se va a oír hasta en Marte. Ni siquiera los grandes románticos del
s. XIX les pueden hacer sombra; Breton es mejor poeta, pero sobre todo mucho más malvado que,
por ejemplo, el gentil Keats: “los días del romanticismo erróneamente calificados de heroicos tan
sólo merecen, honestamente, la calificación de días de vagidos de un ser que ahora comienza a
dar a conocer sus deseos a través de nosotros, y que si se reconoce que todo pensamiento
anterior a él representaba, en el sentido “clásico”, el bien, ahora este romanticismo desea, sin
lugar a la menor duda, el mal en su totalidad” (esta última cláusula subnormal Andreito la subraya
en cursiva, para que no se le escape a nadie la enorme magnitud de su estolidez).
Entre tanto, el zorro de Dalí, por lo que nos cuentas, anda haciendo lo que en realidad es lo
único que se puede hacer: explotar lucrativamente el escándalo social hacia la pornografía. Lo
bueno del puritanismo es que da mucho dinero a los avispados como Hefner o Larry Flint. Pero eso
es todo, no hay más surrealismo que esa pornografía, un cierto exhibicionismo, la arbitrariedad
total, joder al burgués (que son todos menos ellos) y ya. Bretón proclamaba en sus dos
Manifiestos que el surrealismo nos iba a llevar “hacia los ámbitos de lo inmortal” -estímulo
claramente religioso-, o hacia “el reverso de lo real”, - -tanto jugo orientaloide le sacó a esto
Cortázar-, puesto que “surrealismo” suponía postular y exprimir la “omnipotencia del deseo” -se
entendía el suyo, el mío o el de Adolf Hitler, es lo mismo, da igual, que cada uno haga lo que le
salga de los cojones, que para eso llevamos todos un artista reprimido dentro… El propio Dalí, otro
filósofo de mierda y de la mierda, enuncia en La mujer invisible que el método paranoico-crítico
consiste en “sistematizar la confusión y desacreditar así, por completo, el mundo de la realidad”.
Apuesto lo que sea a que Dalí tenía en gran consideración la claridad absoluta y la substantividad
ontológica de su cuenta bancaria, con eso no se andaría con paranoias críticas... En fin, ya digo, el
surrealismo es el movimiento intelectual más estúpido, pero antes que eso y de modo mucho más
destacado el más irresponsable jamás concebido. Como para imaginarse que hubieran construido
edificaciones del tipo que fuera para gente a lo Jesús Gil. Lo curioso es que nada de estos
disparates bretonianos tienen la menor relación con el marxismo, al que él denomina
“materialismo dialéctico” sin tener la menor idea de lo que está hablando (difama a Hegel, por
cierto, pero luego insiste mucho en que el surrealismo es un intento de transformar la vida desde
el pensamiento… Esteeee… Oye, André… una cosita… ¿alguien al volante ahí dentro?...) Y termina
su charla con estas solemnes palabras: “No cabe ninguna duda de que una actividad como la
nuestra, por sus mismas características, no puede llevarse a cabo dentro de los límites de las
actuales organizaciones revolucionarias: habría de interrumpirse tan pronto pusiera un pie dentro
de la organización. Pero si se reconoce que nuestra actividad ha servido para separar
definitivamente la creación intelectual de las ilusiones con que la sociedad burguesa la envolvía,
hasta nuestra llegada, sólo veo motivos para proseguir con nuestra actividad”.
Ah, bueno, eso sí que ya nos tranquiliza más. De manera que él y sus cuatro amigos van a
poner todo patas arriba, revolucionariamente, ¡ostontoreamente!, pero a su bola y sin pegar ni
recibir ni medio tiro ni “cometer actos delictivos de corte netamente surrealista”, sino únicamente
a fuerza de escritura automática y vomitona onírica. No es necesario echarse a temblar, como
dijera Michael J. Fox. Dylan Thomas, en su Manifiesto poético, rechazaba el método surrealista,
argumentando que si bien es interesante la idea de aprovechar la materia prima del inconsciente,
el poeta no es poeta si no acierta a darle una forma intencionada y disciplinada (como hiciera
genialmente Lorca en Poeta en Nueva York). En caso contrario, podríamos terminar por acoger
entre los brazos del arte los balbuceos de un bebé, los alaridos de un torturado, los cromos raritos
del impostor de Dalí o la obra literaria del mismísimo André Breton. Y, vaya, yo creo que hasta la
más cataclísmica de las revoluciones ha de tener algún límite infranqueable…
En compañía de fachas...

Mi bus interurbano de la mañana (lo llamo mío sólo en tanto que alguna vez duermo en él)
lo conduce un interfecto con una de esas mascarillas verdes donde va bordada una banderita de
España. El tío endereza hacia 100pozuelos a toda velocidad, cogiendo las curvas como Carlos
Sainz, padre o hijo, y es que es un hombre ya mayor y con el colmillo retorcido al que la
omnipresencia actual de los suyos en los medios otorga fuerza y prestancia incrementadas a la
hora de pisarle con fervor patriótico al gas. Hace un rato, según veníamos, ha intentado ser
grosero con un probo ciudadano negro que le ha hecho una pregunta relativa a una parada,
pero como el chico se ha replegado tan rápido al ver el mal ceño del posfacha a éste no le ha
dado tiempo a demostrar ante el mundo su superioridad racial, geoestratégica y hasta
económica y laboral. No obstante, el mastuerzo me ha mirado por el retrovisor central para
hacerme un elocuente gesto de mover la cabeza como diciendo “¡qué gente!”, a lo que he
reaccionado haciendo “no” con el dedito índice, o sea, que no cuente conmigo en su ensueño
de ser el Doctor Livingstone entre los salvajes, y por mí que se lo coma el negro en esa olla
gigante que el señor conductor vio de niño en una versión coloreada de Las minas del Rey
Salomón…
Lo que ocurre es que soy demasiado educado, modestia al guano. Pienso que si te subes a
un autobús y no saludas al busero como si fuese el mismísimo ángel custodio que te va a llevar
volando con alas de albatros felizmente a tu destino es que no eres persona, sino un
excremento de rata con carné de identidad. Subes al autobús y tienes el sacrosanto deber de
saludar al tipo encerrado en la jaula de plexiglás porque de él depende tu vida, y porque él está
trabajando y tú vas a echar un sueño o a pasar revista a tu alma en el móvil. Así se lo digo a mis
hijos y así lo hacen. Si mis hijos cuando crezcan me salen de tal manera y catadura moral que
saluden al pringao del bus todos los días con exquisito respeto (el metro es, por comparación,
un medio de transporte completamente orwelliano…), ya me da igual que se dediquen al tráfico
de órganos o a redactores de Ok diario. Pero claro, con cosas como estas luego el fachafilfa de la
mañana se cree amigo mío. Y no, señor, yo a los neogarrulos los comprendo, cómo no los voy a
comprender (es fácil: imaginaos poseídos con unas enormes ganas de que irrumpa alguien
desde el remoto pasado, duro como el pedernal, a poner orden en este sindios posmoderno,
mestizo y feminista), pero ya no me tomo ni medio café con ellos porque bastante tengo con
discutir de la Vox de su amo con mis alumnos -eso mismo que pudiera tener cierto encanto en
cerebros de 17 años, eso mismo sin matización alguna pero en rancio, oxidado y revenido a los
60 años apesta ya a calcetín sudao…
Como vivo en una especie de limbo académico -la academia pobre de mí mismo- de
librejos y clases, no tengo ni la más remota idea del mundo real. Y así por ejemplo, cuando ayer
escalé la calle Marcelo Usera en otro autobús de la EMT aquello me pareció abigarrado,
ultrapopular y como de barrio superpoblado de la India –ese magnífico y enorme país que, sin
quererlo, nos va a relanzar la covid. No obstante, aunque soy casi completamente ciego, como
digo, poco antes había visto en la Plaza de Legazpi algo relacionado con lo del busero
supremacista de esta mañana que traspasó mi habitual burbuja de tontería y buenismo. Había
dos coches de policía, uno pegado al otro como una yunta de bueyes, y sus tripulantes estaban
charlando cordialmente. La mitad llevaban mascarilla, que no es mal porcentaje. Un autobús,
otro autobús –ni el que va a 100pozuelos City, ni el de Usera tó pa arriba- se colocó detrás de
ellos, que invadían por su santa autoridad los dos carriles del Paseo de la Chopera dirección
Pirámides, y ahí estuvo esperando a que alguno de los dos tuviera a bien hacerle sitio. Pero no,
ni flowers. Esperanza Aguirre, a su lado, una aprendiz. De modo que el autobús, como una
ballena azul, tuvo que virar su mole y rodear a los coches patrulla, con el consiguiente peligro de
internarse al otro lado de la línea continua. Asombroso. ¿Qué no harán estos parlanchines
agentes en Usera, que les pilla a dos kilómetros y es menos chic? ¿Y qué no harían si tuvieran
detrás a Rocío Monasterio dándoles coba y acariciándose el muslo con su arma reglamentaria?
Lo malo de la situación española hoy no es tanto el fascismo en sí, lo malo es que parece que
entre unos y otros lo estemos pidiendo a gritos…
Y cuando el fascismo se instala en tu casa ya no hay absolutamente nada qué hacer.
Dominan los medios mil veces mejor que todos sus rivales juntos, más aún: ellos inventaron los
medios de manipulación de masas, y le dan mil vueltas hasta a Valerio Lazarov. En ese terreno
son prácticamente invencibles. Los muchos rictus de asco, repulsa e indignación de la izquierda
es gasolina para sus motores, sus bulos y su agit-prop. Como no saben lo que son los escrúpulos,
descenderán al barro más sucio y pringoso que exista, y sus seguidores los amarán por ello,
porque ese es el elemento en que siempre se han movido no sin cierta mala conciencia. Cuidado
con España, que es el país en que importamos del extranjero el fascismo y llegó para quedarse,
mientras que sucumbía en el resto de Europa; igualmente, ahora que ha caído Trump, vamos
por el camino de hacer lo mismo con el trumpismo. Pero qué hospitalarios somos, carajo…
“Aunque el alcohol eléctrico del rayo…”

En tiempos de confinamiento o semiconfinamiento hemos leído más de una apología de los


bares, además de la magnífica que escribió Santiago Alba en Ctxt.es
(https://ctxt.es/es/20170405/Firmas/11965/bares-alba-rico-fascismo-ultraliberalismo.htm), que
debería ser objeto de análisis y comentario en la EVAU, para que los chicos disfrutasen en ese
trance aunque sólo fuera un poco. En él concentra y compendia la sabiduría antropológica de toda
una vida de interés intelectual por el pueblo llano y villano y su degradada circunstancia. Pero
todavía haría falta una alabanza cien, mil, un millón de veces mayor, lo que pasa es que entonces
ya no podría leerse desganadamente entre una tapa chunga de calamares tiesos de bar y un
vistazo de reojillo a la horrísona telepasión. La intrahistoria vislumbrada por Unamuno en realidad
sólo tiene lugar en un bar. Uno abre la puerta y se sumerge en la única eternidad posible en este
valle de lágrimas. Es acunado por la eternidad, y más cuando más pedalín lleva. La noche debería
durar para siempre, el bar no debería cerrar jamás, el bar es el único templo cuya hostia
consagrada te eleva hasta la bajura absoluta. Por eso hay tanto parroquiano proleta que cuando
es amablemente sacado de su lar varonil a empujones paga su regreso al siglo midiendo su
cinturón con alguna espalda consanguínea. Ya lo cantaban acertadamente los Gabinete Caligari,
en inmortales versos (por cierto, el del título es de Claudio Rodriguez, en Don de la ebriedad, el
“Don de” junto y separado): Bares, qué lugares / tan gratos para conversar / no hay como el calor
del amor en un bar…
Hay gente pobre, realmente miserable, yo lo he visto, que acude al bar a hora convenida y
descubre que sus cofrades de puntillo siguen asombrosamente vivos cada día, lo cual
inmediatamente hay que celebrar con un carajillo, un cubatita o una birrilla, tomada lentamente,
apurada hasta las heces, porque hay mucho que pontificar todavía y la mujer y tu madre te
esperan en casa con la escoba en la mano. Si hay menos manicomios y pocos suicidios es porque
hay muchos bares y falsos amigos de brindis, y en el Norte la proporción es la contraria. El pobre
parroquiano es pobre en muchos sentidos, pero nunca es tan pobre que no tenga al menos el puto
bar de siempre. Tendría que haber una renta mínima vital para los desgraciados de bar. Esa sería
una medida que atraería el consenso de derecha e izquierda incluso en España, o sobre todo en
España. Confieso que a mí los bares me dan miedo, te succionan y ya no sales jamás, como la
Filosofía. Pero peor son los pafetos caros de Azca: allí primero te hipnotizan con sus luces y
cristaleras, luego te engañan con la música de sirenas de las chicas de la barra que te sonríen y por
último te dejan la tarjeta vacía tras haberla usado de cuchillo de cocina en la cisterna del
excusado. El bar más bar que conozco es el bar Denver, su opuesto absoluto, un bar de cómic
concebido por Javier Valenzuela en el que las bandejitas de olivas navegan solas y puedes
encontrarte curda al propio Dios. Todo se le puede perdonar al coronavirus y a los políticos que lo
malgestionan menos los bares chapados. En mi barrio, ayer, las listas de espera de las terrazas se
medían por horas. Dos fue la mínima que encontré. Por mucho que me joda la gente que no lleva
bozal ni guarda la distancia profiláctica, no les puedo culpar. Las cañitas con los amigos en la brisa
nocturna son mejores que el sexo, duran más y salen mucho más baratas crematística y
emocionalmente. Dios -el del rostro arrasado del Denver- bendiga los bares y a la vez nos libre de
ellos. Ni museos ni catedrales: bares. A los camareros, aplausos también todos los días a las ocho.
Algo hay cuando los borrachos no geniales, los "normales", raramente mueren tan pronto
como Dylan Thomas o Bon Scott. Un señor que haya trabajado en la construcción, por ejemplo, se
ha tomado sus buenas botellas de vino y cañas de cerveza en la comida durante años, además de
cubatas los fines de semana, y muere viejo de cualquier otra cosa indirectamente asociada a sus
aficiones etílicas. Sin embargo, parece que las llamadas "profesiones liberales" abonan más esa
clase de autodestrucción. Por varias razones, de las cuales la última me parece la decisiva:

1- Las drogas, en general, promueven cierta ilusión de eternidad mientras duran, y así un
embriagado quiere más y quiere que nunca termine, lo cual se acentúa con la edad, puesto que a
más años aumenta la sensación de perder el tiempo con otras diversiones más tranquilas y,
diríamos, maduras. La ebriedad tiene algo de divina, como reconocieron muchas religiones
paganas, e incluso los primeros cristianos se la agarraban gordísima con toneles de la sangre de
Cristo. Puesto que los rituales del monoteísmo son ascéticos casi siempre, a menudo había que
sentirse divinamente incluso contra el propio Dios (las cuartetas de Omar Kayyam en el s. XIII), un
Dios que en realidad sólo ofrece como correa de transmisión emocional el temor.

2- En el caso de los artistas en particular, beben porque otros antes que ellos a los que
admiran bebieron, un aspecto de la "angustia de las influencias" que Harold Bloom no trato, que
yo sepa. Si no puedes parecerte a tus ídolos en todo, al menos imítales en lo que más tienes a
mano, aunque te cueste la cordura o la vida, o para (subrayo el “para”) que te cueste la cordura o
la vida -véase Leopoldo María Panero. Ya digo que este fenómeno es propio del Romanticismo,
aunque sólo sea porque ellos tenían por primera vez la información histórica suficiente para
enterarse de estas cosas.

3- Lo que tiene el alcohol, y menos otras substancias, es que permite estar borracho
prácticamente el día entero. Se produce, así, una aniquilación total de las servidumbres de la vida
cotidiana en la que los demás sí están sumidos. Hasta el más tirado de los sin-techo que trasega su
brick de Don Simón se siente un poco excepcional, un poco de fiesta perpetua, y nos mira a los
demás como si fuéramos borregos. Quizá el secreto sea ese: que los borregos no-artísticos
tenemos el calendario de fiestas muy bien demarcado, y eso nos salva.... (El problema del
personaje de Jack Lemmon en "Días de vino y rosas" es que, por su trabajo, tenía fiestukis a
diario).

De modo que no hay que llegar a los extremos de Joseph Roth, cuyo santo bebedor alcanza
la bendición de hundirse en un seno virginal y su creador mortal, no menos borracho que su
personaje, lanza entonces esta plegaria: “Denos Dios a todos nosotros, bebedores, tan liviana y
hermosa muerte”. No, pero tampoco debemos incriminar mezquinamente a la vida por ser finita,
no sólo en extensión, sino también en alcance. La vida humana, a diferencia de la animal, consiste
en unas manos, en vez de en unas patas. Con esas manos se puede coger, toquetear, construir o
desechar todo, absolutamente todo, pero no todo a la vez. No es cierto que elegir sea renunciar o
sacrificar: elegir es elegir, en primer lugar, y ese es un suceso tan fantástico que las posibilidades
rechazadas en la elección son como la ganga de una herrería, que por comparación no valen nada
ni importan un carajo. La existencia de uno se templa como una espada, y entonces hay que
amarla como se ama a los hijos, sabiendo que tarde o temprano nos dejarán. Somos como hábiles
manos, pero besamos con los mismos labios que humedecemos con abandono y complacencia en
el bar de la esquina. Besemos también nuestra propia finitud, esa que nos limita para forjarnos, no
para destruirnos. Y cuando la tarea de una jornada esté cumplida, y nos dé por ahí, acudamos al
bar, en el pensamiento de que, como dijo William Faulkner, “entre el whisky y la nada me quedo
con el whisky”…
Informe sobre los incidentes disciplinarios ocasionados por un tal K. en
una guardia de un instituto de 100pozuelos.

Acudo a una guardia a tercera hora en un grupo que no conozco y tampoco tengo entre los
míos. Entro en el aula y tras saludar notifico a los alumnos que pueden hablar o hacer tareas, pero
no levantarse o sacar el móvil, lo primero porque da sensación de barullo y lo segundo porque
está prohibido. Parecen estar todos de acuerdo, así que me siento para pasar las listas de mis
grupos al cuaderno del profesor. A los cinco minutos, una compañera, Teresa (ignoro a qué
departamento pertenece) entra en clase con dos chicos, K. y otro cuyo nombre no recuerdo,
embozado con capucha y mascarilla negras. Teresa me advierte que los ha encontrado en el
pasillo y que no los deje salir del aula bajo ningún concepto, puesto que acostumbran a deambular
por los pasillos en horario lectivo. Cuando Teresa abandona el aula, K. exclama en alta voz y con
desprecio que “¡esta profesora está loca!”, por lo cual le pregunto su nombre y le anuncio que
tiene un parte por ofensa a un profesor (es el primero que pongo este curso y, conforme a mi
proceder habitual, espero que el último). K. no se lo toma demasiado mal, así que me presento, les
ruego igualmente que no se levanten y sigo pasando nombres a la libreta. Al rato, Kenny lanza un
avión de papel por los aires, por lo cual salgo de mi trabajo y le reconvengo. Le digo, exactamente,
que ya tiene un parte, que no nos conocemos, y que sería absurdo ponerle otro por arrojar
proyectiles habida cuenta de tan recién estrenada relación. La palabra “proyectiles” le parece
rarísima y risible, pero también parece asumir respetuosamente la advertencia y seguir con lo
suyo, que es hablar jocosamente con sus compañeros con gran profusión de palabrotas que yo
hago como que no escucho. Pero, a un cuarto de hora del final, una chica del fondo de la clase,
cuyo nombre tampoco recuerdo, le cuenta a K. -ya que no pueden levantarse- que hace dos días
un hombre con un aspecto muy extraño le ofreció 100 euros por un “pack”. Amoscado, saco la
cabeza de mi cuaderno para preguntar qué es un “pack”, y un chico me responde que una o varias
fotos de desnudo. Así que me levanto, y, tal vez demasiado investido en mi papel de profesor de
Valores Éticos, le explico que esa práctica se llama “sexting” y que es incluso delito, además de
muy peligrosa. Por supuesto, ella dice que estaba con unos amigos y que jamás hubiera accedido a
un trato así, pero K. toma la palabra para opinar, regocijado, que él por 100 euros enseñaba
encantado el “rabo”. Al fin y al cabo, dice, “todos tenemos uno y no es nada del otro mundo”, cosa
que, sin duda, es cierta al menos respecto al sector masculino de la audiencia. Una vez más, pero
esta sin amenaza de sanción, intento explicarle que si tuviera la ocurrencia de ceder una foto
íntima, esta estaría en manos de medio mundo pasadas unas pocas horas. El consejo no le sirve,
porque no le importa que todos le vean desnudo, siempre que paguen. Replico que allá él, pues, y
vuelvo a mi flamante cuaderno, comprado el día anterior –los centros dan sólo mascarillas.
Entonces K. se dirige directamente a mí, esta vez argumentando que si yo no haría nunca ese
trato es porque soy profesor y ya tengo dinero, ya que yo cobro y él no. Soy tonto y contesto. Lo
que contesto es que es cierto, pero que quizá no sepa que el puesto que él ocupa en el instituto
cuesta dinero, en construcción del edificio, mantenimiento y sueldos de profesores, de manera
que si yo cobro por estar aquí, él gasta dinero del Estado por lo mismo, y que estamos empatados.
El embozado, en ese momento interviene con cierto rebozo para aducir que si él y K. no vinieran
al instituto nadie velaría por ellos y tendrían que traficar con droga. No es cierto, le digo, existen
los servicios sociales, que también están sufragados por el Estado. El embozado me pregunta, muy
seriamente, “¿y en África?”. No, en África, que es un continente y no un país, supongo que no, que
allí desgraciadamente no suelen tener ni para comer. El embozado pregunta que cómo afrontan el
coronavirus en África, a lo que respondo que en África lo que tienen es Ébola, mayormente, y que
es mucho más grave. K. de repente se enfada, bajo la acusación de que me he reído de sus
parientes africanos. Le explico que no, que al contrario, que si África lo pasa tan mal seguramente
se deba a la acción de las potencias colonialistas occidentales. K. se enfada aún más, o bien porque
no sabe lo que significa “colonialistas” o porque se agarra a un clavo ardiendo frente al resto de
sus compañeros, que sí que me han entendido bien y le empiezan a mirar como a un idiota. En fin,
que a partir de ese momento K. decide que sólo digo “tonterías”, o “gilipolleces”, a voz en grito, a
lo cual le contesto con ingenio, pero sin ofender, de resultas de lo cual termina por llamarme
“graciosillo”…
Pitan, de modo que le pido amablemente que me baje conmigo a jefatura y contesta con
gesto de ira -sus compañeros siguen ahí para admirarle o compadecerle- que bajará “cuando le
salga de los huevos”. Todo, eso sí, de principio a fin con la mascarilla puesta y sin levantarse de su
silla: chico obediente…
¡Comercializa tu culo!

When you cut into the present, the future leaks out.

William Burroughs

Hay que estar muy ciego, hay que ser el jodido Mr. Magoo, para creer que vivimos eso que
llaman el “capitalismo tardío”, como si el capitalismo estuviera al borde de un barranco, y bastase
con darle un pequeño empujón. Yo, que no entiendo nada de economía, ni soy en absoluto
marxista practicante, lo veo pujante como un potro al que le dan todo un prado nuevo salpicado
de rocío y alumbrado por el sol para correr. Ese prado, claro, es el Ciberespacio, al que no le afecta
el cambio climático, y que es como un pozo de basura sin fondo, el vertedero ideal para lanzar
todas nuestras inmundicias, porque nunca se acaba, nunca suena el “clonc” del final, aunque lo
malo es que todo está ahí y todo puede ser visto si sabes buscar, como un caleidoscopio de torpes
deseos. A mi hija, que sólo tiene diez años, le gusta una youtuber mejicana llamada La Bala, que a
su vez tiene catorce, si no recuerdo mal. Naturalmente, la chica es guapa, como una Shirley
MacLaine pubescente, con lo que sólo le queda ser agradable y divertida para triunfar. Su canal no
es nada chapucero, se nota gente muy profesional detrás, que monta los videos, pone efectos de
sonido y supongo que prepara el guion y compone las canciones, que son horrendas.
Constantemente La Bala comenta si saldría con un fan o no, que es que sí, claro, y hasta nos
cuenta que ya ha tenido el periodo, de niña a mujer. Pero esta representación obscena (llamadme
antiguo, llamadme intolerante, pero es que La Bala empieza sus videos sentada en su cama) no es
explotación infantil, ni es pederastia encubierta, es únicamente negocios, y los negocios son los
negocios. Si no fuese horrible decirlo, casi se echa de menos cuando los negocios consistían en
matar de trabajo a dos mil chinos que habías contratado para instalar las vías del ferrocarril desde
Texas a Arizona, puesto que los chinos estaban puteados y lo sabían, mientras que La Bala debe
estar encantada de ser tan famosa y contar con millones de followers (a los que llama, por cierto,
sus “balovers”: creo que no hace falta ya decir más…)
En la película Idiocracia, de 2006, que es bastante mala pero que se ha convertido en una
película de culto (lo cual prueba en gran medida su propia profecía), el único espectáculo visual
que disfruta la gente del s. XXV es un culo en plano fijo echando alguna que otra ventosidad. Aún
no hemos llegado a eso -no lo sé, pero creo que ni Andy Warhol se atrevió-, pero para cuando
ocurra, que algo así ocurrirá, aunque el culo sea el de Je-Lo y lo hagan pasar por Arte Sacro (y
sacro es...), sugiero que vendamos caro nuestro culo, como hace ella. Quiero decir, que ya que nos
extraen nuestros datos como extraemos amor de nuestro perro, exprimiéndolo con saña pero a la
vez con golosinas, vamos a vendérselos voluntariamente, y cuanto más íntimos, como el bullaka
propio, más caros. Estamos haciendo el imbécil, teniendo en nuestro poder tan rica mercancía y
cediéndola tontamente, dejándola escurrir a nuestro paso como la baba del caracol. Yo digo que le
pongamos tarifa, o en caso contrario molón labé (¿queréis conocer mis datos? Venid a por ellos…),
pero opina Marta Peirano que esta posibilidad ya se está insinuando, y que a ella le parece una
legitimación por el uso de la práctica hoy clandestina pero masiva del robo de información, o sea,
como si yo propusiese a mis alumnos que pueden sacar chuletas en los exámenes a cambio de un
precio. Tiene razón, pero no faltará quien califique a Peyrano de puritana, o de alarmista, o de
señalar en el rico tapiz de Damasco la mancha vergonzosa, en vez de taparla discretamente con la
mano –que era la definición de Walter Scott del sabio, pero a quién le importa ese tío viejo en la
futura Idiocracia, y menos todavía a quién le importa ya la sabiduría... ¿qué coños es eso?
En pocos días comienza “Masterchef junior”, que aporta un chorro de alegría oligofrénica a
la Navidad. Chavales de cortísima edad, menos que La Bala pero igual de monos (bueno, igual no:
a los varones se les permiten gafas y orejas de soplillo), aplicando estrictamente las reglas del
mercado y la Ley de la Competencia, afirman segurísimos de sí mismos que van a ganar y que
nadie se les va a poner por delante. Claro que sí, niños, el segundo puesto es el del primer
perdedor, y el Infierno está lleno de perdedores. Lo mismo ocurre con un programa aberrante
llamado “La isla del héroe”, de cuya cadena no quiero acordarme (esas cadenas de televisión que
hemos tolerado que emitan contenido para niños consentidos y bobos como nosotros mismos
veinticuatro horas al día), donde los críos han acudido a triturar a sus oponentes, con mucha
gracia y encanto infantil por descontado. En el momento en que una prueba absolutamente
ridícula les sale mal -y por pura lógica interna y fatal, cuando se genera un ganador se genera a la
vez una larga cola de perdedores cuya historia jamás se contará ni entonarán frente a la cámara a
Queen, y yo ya no sé si por meros motivos numéricos merece la pena ponerse a jugar a nada…-, no
por ello impugnan el concurso, o se cagan en el Maestro Armero, sino que explican con pormenor
sus propios errores para aprender de ellos y hasta echan una lagrimita. Recuerdan a los antiguos
samuráis, pero en pequeño, y cuando al fin se hagan mayores y por tanto perfecta carne de cañón
laboral para una empresa ideologizada conforme a métodos de optimización y fidelización
norteamericanos, lo mismo hasta les entregan una katana para hacerse seppuku ritual cuando
esos errores se les vayan acumulando…
Yo soy muy tonto, y lo que he visto me ha hecho dos tontos, como escribía Rafael Alberti. De
verdad que yo del marxismo no llego ni a compañero de viaje, no como Rafael Alberti, así que no
le veo solución clara al hecho de que las redes consistan en millones de personas
despersonalizándose en público con objeto de comercializar lo que sea de sí mismos. Decía
Simone Weil que lo personal no vale nada, que si le arrancas los ojos a alguien sigue siendo una
persona, como Mr. Magoo, pero ahora ciego, de modo que lo que tenía valor en él no era la
“personeidad” como tal, sino el acto impersonal en virtud del cual todos comprendemos que
arrancar los ojos a alguien es malo, injusto y brutal. Weil, que sin duda era una exagerada, una
ingenua y una monja, pensaba también que ese acto está por encima de toda norma, que las leyes
humanas tal vez lo refuercen, pero que no proviene de ellas su justificación. ¿Sería como arrancar
los ojos a la gente, a todos los usuarios de las redes, que son muchísimos, encarecerles a que no
miren, que hay cosas que no se deben ver? ¿Se priva de libertad al personal por decirle que si no
se ha percatado de que existen motivos de escándalo en un mundo en el que la youtuber
femenina más famosa del mundo es colombiana, tiene tan sólo ocho años y se desvive por
gustarnos con sus monerías? ¿Y no es escandaloso también que sólo nos enteremos de las
miserias del mundo si alguien hace un documental de ellas, de tal modo que todo nuestro interés
se vuelca en premiar al autor, y no en subsanar las mismas? 25 Ahora está petándolo Billie Eilish,
que va de chunga y que en el primer video que pincho sangra por la nariz (como Eleven, salvo que
luego se restriega la sangre por la cara) y ejerce de dominatrix con un tío. Después, escuchas sus
declaraciones y por supuesto tiene un gran discurso acerca de estos y otros prejuicios, que sí, que
son ciertos, pero ella ya ha hecho caja a su costa. Parece que el negocio consiste en provocar la
prohibición, para mejor lucrarse de la prohibición. ¿Fueron los distribuidores de alcohol los que
implantaron la Ley Seca? ¿Son los vendedores de lociones antipiojos los que propagan la plaga? Es
imposible saberlo, pero hoy, en 2019, piensa mal y acertarás: pecunia non olet…
Lo peor, me parece, no es la naturaleza moral o inmoral de los negocios, que desde tiempos
inmemoriales se han movido en ese dudoso filo, y hasta es humano que así lo hagan. Lo peor es
que ésta es ya nuestra cultura, y nada más. Una menor de edad tiene que aprender a ser
supersimpática todos los días en videos que le graba el depravado de su padre porque en caso
contrario tendría que estudiar para ser médico, lo cual a ella, o al padre, no les atrae lo más

25 https://elpais.com/elpais/2019/12/17/planeta_futuro/1576601411_008218.html
mínimo. Está Internet, que fue una gran oportunidad, y se está convirtiendo en el feudo de los
mercaderes del templo a los que azotó Jesús, aprovechando la mitología navideña. Pon tu culo en
la red, a ver si tienes suerte y llegas a ser alguien. No es sólo por el dinero, es por ser, por llegar,
por “tocar pelo” como gritaba Tom Cruise en Magnolia: “¡esta noche tocaremos pelo!”. Pero si
subes tu culo a la red y no tienes suerte, bórralo y ponle una etiqueta de precio a la imagen. “Por
100 euros me desbloqueas el trasero, cariño, y averiguarás lo que me he tatuado”. Aquí jugamos
todos o se rompe la baraja. Yo, como soy tonto, estoy más con Simone Weil, que sin duda era una
exagerada, una ingenua y una monja. Eso que llaman capitalismo tardío o “de la vigilancia” es un
potro salvaje, cabalgando desbocado por un prado virtual, sudando espuma corrupta…

Foto de Nueva York en 2007


Por una Inquisición al revés…

No hay salvación dentro de la Iglesia.

Javier Krahe

Hoy he leído las declaraciones de un alto cargo eclesiástico acerca de que es menos grave
violar a una niña que cometer un aborto
(https://www.mundodeportivo.com/elotromundo/actualidad/20191231/472661378564/el-cardenal-
giovanni-battista-violar-a-una-nina-es-menos-grave-que-un-aborto.html?
fbclid=IwAR1UHqL4XyX6mmutYgOBX_e1dY3-TbLc6JQBIVXA_p7bhMMbYqtoNhlvIWk).
Quién alguna vez haya leído también lo que esta gentuza opina respecto a la “patología”
homosexual o, lo que es peor, desde mi punto de vista, sobre lo apetitosos que se les ponen a tiro
los niños, que parece que lo hacen aposta, estará de acuerdo en que esta ralea de cerdos con falda
ha ameritado ya lo suficientemente un fin histórico rápido y no sé si indoloro. Lutero se quedó
corto en sus diatribas contra la Iglesia, la Puta de Babilonia, Nietzsche, en cambio, fue demasiado
comprensivo, puesto que los retorteros psicológicos del sacerdote le parecían tan agusanados y
nauseabundos que casi los encontraba interesantes. El ascenso al Papado de Bergoglio, en el que
algunos pusimos una micra de esperanza (https://hyperbole.es/2015/06/jorobate-flanders-o-el-
papa-francisco/), finalmente no ha servido de nada, ya que las mujeres siguen sin tener derecho a
malograr su vida ordenándose como sacerdotas, los gays siguen siendo enfermos y lascivos que
jamás podrán casarse y los tímidos y tibios avances del Papa para tirar de la manta con la
pederastía omnimoda de sus subordinados y correligionarios caen con cuentagotas, entre muchas
otras cosas. Así que abogo decididamente por una Santa Inquisición al revés, es decir, una
Inquisición de la Inquisición. Vamos a considerar a todo hombre calvo, viejo y con gafitas de falso
estudioso de legajos vetustos como automáticamente sospechoso de violar niños, niñas,
miembros de Vox y monaguillos del PP. Pero es que además de sospechas, poseemos
certidumbres: gozan de exenciones fiscales ilegítimas, han boicoteado cada reforma educativa en
su propio beneficio, reparten empleos a tipejos sin cualificación y de dudosas aficiones íntimas,
utilizan los medios de comunicación para dividir a la sociedad y difundir chorradas y mentiras,
forman parte de clubes exclusivistas en los que se ponen morados a paletilla de cordero y
chocolate con picatostes, y, por último, y reincidentemente, practican absurdos ritos de brujería y
superstición delante de un público inocente y usualmente atemorizado. Por todo ello, y a partir de
ahora, todo antropoide con forma de pera envuelto en una sotana (y mira que hubiese sido buena
idea volver a la túnica de los antiguos, tan holgadita ella...) será sometido a proceso inquisitorial
por parte del Estado Laico, y al que se le hallen alguna de dichas culpas se le churrusca
inmediatamente en la plaza mayor de la ciudad correspondiente, con un espetón atravesándole
de culo a boca, frente a las cámaras y en pelota viva, esto último como le ocurrió realmente al
desdichado de Jesús, fuera quien fuera (y a causa, precisamente, del Sanedrín, el clero establecido
y comilón de la época...) Arderéis como en el treintaiséis.
A mí lo que más me jode, y lo digo de verdad, es que no hay nadie más ateo sobre la faz de
la Tierra en el siglo XXI que un puto cura. Yo me imagino a Dios como una inmensa nube
anaranjada, iluminada desde el interior como una brasa, que abarca una gran parte del cielo
vespertino, que atrae la mirada de modo irresistible sobre ella y cuya esencia entrañable e
inexhaurible es una Bondad y Serenidad imperturbables. Me importa un rábano si tal cosa existe o
no, lo que me consta es que los curas no han imaginado ni eso ni nada semejante  en sus
asquerosas vidas, y cuanto más altos en la jerarquía menos han pensado en ello ni lo pensarán
jamás. Para ellos, para esas ladillas del Señor, como mucho la divinidad suprema, el Sentido de
Todo, sería un señor con barba y muy enfadado que mira con reprobación sus miserables
inmundicias privadas, y como ser un santo es tan difícil, lo pocos que creían ya no creen, porque
entienden que si no han podido culminar esa escalada se debe a que no había nada que mereciese
la pena escalar -la fábula del zorro y las uvas como itinerario del profesional del tinglado religioso.
La gente normal, como no aspira a tanto, tampoco fracasa tanto, y por consiguiente no se envilece
tanto. No hay, pues, nadie peor que un cura después de haberse corrido profusamente: el
arrepentimiento es tal que o se mata acto seguido o se vuelve satánico lo que le queda de vida. La
gente de la calle, a la que vuelvo a apelar, nunca es tan malvada, sencillamente porque cuando
peca no peca contra el Absoluto Viviente, sino tan sólo contra sí mismo y si acaso contra su
respeto por los demás y por las normas civiles. En realidad, y si lo piensas bien, sólo ha habido
virtud religiosa en la Historia Occidental en el caso de las herejías y tal vez de las ordenes
mendicantes. Es decir, que para ser un buen cristiano ha habido que ser un outsider de la Santa
Madre Iglesia Apostólica, Católica y Romana. Y eso es lo que han sido también los sacrificados
misioneros y los teólogos de la liberación: outsiders de la ortodoxia romana y sus bienes
suntuarios. Los que han vivido del Vaticano han estado ahí desde siempre para lo que vimos todos
en El Padrino III, esa película que nos sobraba: para blanquear moralmente las malas acciones de
los poderosos como Suiza blanqueaba económicamente sus capitales. No necesitamos, pues, más
de esa mierda. Tenemos problemas mucho más graves que esa piara sobrealimentada de
paniaguados con sortijas de zafiros. Una vez más, me niego a amar al conjunto indiscriminado de
mi prójimo, y suscribo, con Heinrich Heine, que también era bastante comecuras, la siguiente
condena, contra el clero y urbi et orbe: 

Tengo la disposición más apacible que se pueda imaginar. Mis deseos son: una modesta
choza, un techo de paja; también una buena cama, buena mesa, manteca y leche bien frescas,
unas flores ante la ventana, algunos árboles hermosos ante la puerta, y si el buen Dios quiere
hacerme completamente feliz, me concederá la alegría de ver colgados de estos árboles a unos
seis o siete de mis enemigos. Con el corazón enternecido les perdonaré antes de su muerte todas
las iniquidades que me hicieron sufrir en vida. Es cierto: se debe perdonar a los enemigos, pero no
antes de su ejecución…
Gedanken und Einfälle.

Que Dios, esa hipotética super-nube pop, me perdone por tanto odio una tarde de invierno.
En el centenario de la Ley Seca

Por lo visto hoy hace cien años que se impuso la Ley Seca en EEUU. Estuvo en vigor trece
largos años, durante los cuales las organizaciones criminales crecieron como la espuma (de la
cerveza de grifo) y la gente seguramente bebió el triple de lo que lo hacía antes de la prohibición.
¿Podía haber algo más tentador que llamar a una puerta en un sótano, en una calle de mala
muerte, dar una contraseña y acceder al Paraíso en la forma de local nocturno lleno de beautiful
people poniéndose a tono con música de jazz? Por favor, no disparen al pianista. Escohotado
cuenta que a fines del s. XIX en Rusia se prohibió el café, no recuerdo la razón sanitaria. Los rusos
se escondían para beberlo y con sólo dos tragos se subían a una mesa y se echaban a bailar. Si tal
es la sugestión de lo prohibido con el café cómo debió ser con el alcohol. No había televisión, no
había series, no había senderismo, no había deportes de riesgo, no existía el móvil ni la
Playstation. El sexo dura un rato, a ver con qué más llenabas el viernes por la noche. Faulkner se
encontraba con Hammett en Hollywood y sin haber pasado ni una hora ya estaban los dos
desmayados en el suelo y hechos un pingajo.
Las ligas antialcoholicas formadas por mujeres desde décadas antes tenían toda la razón
para indignarse: sus hombres se pulían la paga en los bares, y volvían a casa hechos unos
energúmenos. Pronto les seguirían sus hijos. No obstante, el remedio fue peor que la enfermedad.
Y es que, como decía Homer, el alcohol, causa, y a la vez solución, de todos nuestros problemas...
Glosa a un parágrafo de los Pensamientos de Blaise Pascal

Va el pasaje en cuestión, uno entre un buen montón de despropósitos barrocos:

¿Qué es el «yo»? Un hombre sale a la ventana para ver los transeúntes; si yo paso por allí,
¿puedo decir que se puso a la ventana para verme? No; porque no piensa particularmente en mí. Y
el que ama a alguien a causa de su belleza, ¿le ama? No: porque la viruela, que matará la belleza
sin matar a la persona, hará que ya no le ame. Y si se me ama por mi juicio, por mi memoria, ¿se
me ama «a mí»? No; porque puedo perder estas cualidades sin perderme a mí mismo. Dónde está,
pues, este «yo», si no está ni en el cuerpo ni en el alma? ¿Y cómo amar el cuerpo o el alma sino por
estas cualidades, que no son lo que constituye el yo, puesto que son perecederas? Porque ¿se
amaría la sustancia del alma de una persona abstractamente, cualesquiera fuesen las cualidades
que tuviera? Esto no puede ser, y sería injusto. No se ama, pues, jamás a nadie, sino solamente a
las cualidades.

En toda su incisiva grandeza, qué tradición más terrible, y más horrible, es tambíén en su
doble fondo la filosofía europea... Siempre empleando un escalpelo mental para diseccionar la
experiencia espontánea y dejarla en cueros, tiritando, casi muerta. Recuerdo un fragmento
parecido de Marco Aurelio. Como era un emperador, podía acostarse con una mujer distinta cada
noche, o varias al tiempo, pero como era estoico, no le merecía la pena. Porque, total, decía él (Tà
eis heautón, Cosas dichas a mi mismo, extrañamente traducido como Meditaciones), si lo piensas
bien, bajo el indudable atractivo que ejerce el cuerpo femenino para el heterosexual o para la
sáfica no hay más que vísceras asquerosas, fluidos repugnantes, ritmos estomacales, defecaciones
mefíticas, etc., que además un día y para colmo se ajaran y serán pasto de los gusanos... Ninguna
persona normal, ajena a la filosofía, lo vería así, pero no por que estén completamente
desacostumbrados a la práctica de la reflexión. En realidad, muy al contrario, la gente ya sabe todo
eso: cuidan de su bebé aunque se les cague encima, llevan a su marido al hospital para que le
enderecen las tripas, observan el hueso tronzado de su hijo saliéndosele del codo... pero saberlo
no les come la cabeza en absoluto ni les impide amar. La filosofía, en cambio, tiene que
subrayarlo, obteniendo un morboso placer en ello. Y a mi me parece que no es más que nostalgia
del espíritu intangible, dado que no lo encuentran en ninguna parte y sólo él sería realmente
valioso. Frente a su evanescente posibilidad, el resto de lo tangible/comprobable es puro
desecho....
Pero para combatir a ese rollo falsario y triste, la autoridad de Aristóteles. A Aristóteles, en
De anima, no le escandalizan las funciones corporales del alma, no parecen deprimirle lo más
mínimo ni trata de sugestionar a los demás para que se depriman hechos como el de que no
seamos más que la expresión viva de un cuerpo. "El todo es mayor que la suma de las partes": esta
fórmula lógica tan célebre en Aristóteles significa también que la boca no es un grotesco agujero
en la cara que tritura y deglute materia, como si pudiera ser considerada aisladamente, sino que la
boca es parte armónica de un organismo cuya función es muy superior, pero que muy superior, al
mero nutrirse o a la tarea de la nutrición. “El todo es mayor que la suma de las partes” es, pues,
una máxima empírica, antes que lógica, o un trascendental, si se quiere, puesto que nadie podría
sustraerse a ella al percibir e incluso al imaginar y sentir. Igualmente, si Pascal no encuentra
ningún yo analítico y abstracto pues peor para él, que escriba teología jansenista, protestante,
como de hecho hizo movido por sus piadosas hermanas. Pero cualquiera sabe que un cierto yo
sintético que no es necesario concretar es el origen de la concreta mirada de Bette Davis o de la
inconfundible voz de Freddie Mercury, y que ambos destacan y atraen el amor de muchísima
gente a la que los Pensées de Pascal les importarían un verdadero y muy sólido rábano. Pensar no
debería servir para aguar la fiesta de la existencia a nadie, sin contar con que, como escribía
mucho después John Stuart Mill, hablando del concepto de “alma” y de la esperanza que infunde:

Esa esperanza, aunque carezca de un adecuado respaldo científico-racional, trae consigo


efectos beneficiosos que no pueden desestimarse: estimula nuestra generosidad y delicadeza para
con los otros; alivia la sensación de absurdo que nos produce observar la decadencia y finitud
naturales que afectan a todas las cosas; nos da mayor fuerza y otorga “mayor solemnidad” a
todos los sentimientos que nuestros prójimos y la humanidad en general suscitan en nosotros

En Tres ensayos sobre la religión, Técnos, pág. 31.


La secta del dinero (la casta de la pasta)

Quienes creen que el dinero lo hace todo, terminan haciendo todo por dinero

Voltaire

Lo cuenta Bruno Latour en su último, Dónde aterrizar, entre muchas otras cosas
inquietantes, y procedo a comprobarlo. A la primera que bicheo en Google con “Exxon” y “Cambio
climático” me sale este artículo. Ya no busco más. No es que considere que La voz de Galicia sea la
fuente más fidedigna de la prensa mundial, pero desde luego tampoco lo contrario, ya me gustaría
a mí ser galego sin Feijóo. Las petroleras están enteradas desde hace 35 años del cambio climático,
pero pagan a los negacionistas. Este horror sin paliativos confirma algo que un humilde servidor,
por puro sentido común, ya escribió por aquí hace unos meses, al inicio de la pandemia: los ricos,
los poderosos, los grandes grupos económicos, ya lo saben todo mucho mejor que nosotros,
sencillamente porque pueden permitirse la más contrastada de las informaciones, y sin embargo
no sólo no nos advierten, ni, en un segundo paso de vileza, nos lo ocultan, sino que, frisando las
más altas cotas de la ignominia jamás alcanzadas en la Universal Historia, gastan una fortuna en
convencernos de lo contrario. No tengo palabras, así que seguiré emborronando unas cuantas
líneas más para fingir que alguien como yo tiene o podría tener algo más que decir ante un crimen
de lesa humanidad como éste.
Soy profesor de Filosofía en un modesto instituto público, de modo que por supuesto que no
tengo la menor idea de cómo funciona de verdad el mundo. Si un día tuviese una audiencia
privada con el actual director general de Exxon sin duda me daría una lección de realidad de la que
saldría mudo, en shock y con ganas de nada más que de internarme en un bosque y dejarme
morir. Puesto que eso no va a ocurrir, sobre todo porque ni siquiera hablo inglés, procedo a
comentar la noticia con algunas observaciones de iluso, de tonto del bote, de moralista ingenuo y
de tipo que vive contento con un salario de risa. Mi primera pregunta sería… ¿cuál es la amplitud
del círculo de gente que vive de esta manera? Quiero decir… ¿un empleado de Exxon sabe estas
cosas y se las cuenta a su mujer -o novio- en la cama después de “hacer el amor” y antes de
dormir? ¿El tipo que se encarga de maquetar día tras día los textos paracientíficos que te engañan
acerca del auténtico estado de las cosas mundial echa un ojo a lo que digitaliza y se siente
inmensamente avergonzado por su minúsculo papel en el complot o ya ni siente ni padece y se ha
puesto de fondo reggaetón? ¿Los altos ejecutivos que desvían partidas de los activos de su
empresa para comprar políticos como Bolsonaro comunican muy seriamente a sus hijos el Día de
Acción de Gracias que ellos y sus propios nietos, cuando crezcan, tendrán que marcharse a vivir en
un terrenito especialmente aclimatado para ellos?
La riqueza real, esa que no consiste en dinero en una cuenta o en propiedades tangibles, por
extensas o numerosas que sean (los Alba, los Borbones, unos pobretones…), sino en movimientos
planetarios de cifras a gran velocidad, se organiza como una secta, en el sentido original del
término. Está compuesta de una red de individuos conectados por sus negocios y amparados por
un sinfín inextricable de siglas, empresas fantasmas, sociedades off-shore y cuentas en paraísos
fiscales que constituyen para ellos una realidad paralela de la que el 99 por ciento de sus
compañeros de especie no participa en absoluto. No conspiran, estrictamente, porque ni siquiera
existimos para ellos, como ellos casi no existen para nosotros. Igual les daría que sean seres
humanos con brazos y piernas los que precisan de ser embaucados para que sigan llenando el
depósito de sus coches que el que fueran chimpancés, o lombrices, siempre que abonen el precio
–tanto es así, que ya está del todo planeada nuestra sustitución por robots, la conocida como
“robolución”. No tiene lugar ya, me parece, eso que Hegel denominaba la “dialéctica del amo y el
esclavo”, según la cual el amo necesita del esclavo para saberse amo. Estos que padecemos ahora
no son Napoleón, no son Rockefeller, son señores y señoras sin interés ni romanticismo a los que
el reconocimiento de las masas se la suda, porque para eso están sus políticos…
Este verano leí acerca de unas fiestas exclusivísimas en islas paradisíacas (desde el punto de
vista de los cretinos que las compran y habitan, yo prefiero la Jamaica de Bob) en las que los
invitados eran sometidos a una prueba PCR al aterrizar –no en el sentido de Latour,
lamentablemente- en su helicóptero y así podían bailar, follar y enfarloparse durante toda la
noche sin usar mascarilla. Pensé, de bajonazo, que si me invitasen a mí en primer lugar me sentiría
honradísimo de estar ahí, luego intentaría dar con alguien que pudiese lanzar mi carrera de algo
(de narizotas, por ejemplo: ha de ser cosa completamente inútil y necia), y por último lo pasaría de
puta madre, bajo la condescendiente sonrisa de los dioses. Me temo que no tendría el valor de
Miguel Hernández, cuando en el Madrid sitiado por los nacionales, y recién llegado del frente,
acudió a una cena de postín acomodada en un colegio y le dijo a Rafael Alberti aquello de “aquí
hay mucha puta y mucho hijo de puta” (Alberti le replicó, muy digno, que se atreviera a repetirlo, y
Miguel Hernández lo escribió enérgicamente con grandes letras en una pizarra; nunca se ha
trazado con tiza nada tan didáctico). Tal vez hasta el gran poeta, mucho mejor poeta que el
gaditano -pero, claro, con una producción mucho más escasa también, porque aquel arrebato lo
pago caro-, tras el primer langostino o la primera raya hubiera cerrado la boca.
La secta del dinero y el privilegio abduce de forma irresistible, consigue que rompas con toda
tu vida anterior, te vistas de marca estúpida de pasarela, hables de liposucciones y modelos de
Smartphone y ya no te reconozca ni tu madre. Los ricos, además, tienen auxiliares que les tratan la
resaca, la desintoxicación y el aborto exprés. Todos los grandes literatos de la modernidad, desde
Honoré de Balzac hasta Tom Wolfe, han escrito profusamente sobre la tentación de colarse entre
las filas de las clases altas, precisamente porque ellos también sucumbieron a ella con regulero y
precario éxito. ¿Cómo era aquella genialidad de El Gatopardo de Lampedusa y Visconti, eso que
dice Burt Lancaster con el aire y la majestuosidad de un rey?; pues esto: “Nosotros fuimos los
Gatopardos, los Leones. Quienes nos sustituyan serán chacalitos y hienas, y todos, gatopardos,
chacales y ovejas, continuaremos creyéndonos la sal de la tierra…”
Pues sí. Nuestras “élites extractivas”, como las han llamado los especialistas en vampirología,
ya no pasan de chacalitos y hienas, pero está claro que nos van a lumpenproletarizar a todos.
Thorstein Veblen, en la apertura del s. XX, teorizó acerca de ellos en términos de “clase ociosa”, el
muy ingenuo también. No son, en la actualidad, nada ociosos, ni se parecen lo más mínimo al Gran
Gatbsy. Ojalá, así bastaría con mantenerles prósperos y aislados para construir un futuro sin ellos.
Pero no, esos sectarios, la casta de la pasta, son como hormiguitas, laborando constantemente y
sin descanso desde restaurantes de lujo y regatas de yate beodo para cambiar sus amadas cifras
de lugar. El teléfono móvil, ese universo traducido a iconos, se lo pone más chupado que nunca.
Usted utiliza ese chisme para colgar en Instagram lo que ha comido hoy, esos tipos lo usan para
procurar que lo que usted coma les alimente a ellos. Pero ellos son anoréxicos, nada les alimenta
excepto el hambre. Nacieron con hambre, morirán con hambre. Una niña nace en Mozambique y
no tiene acceso más que a la leche de su madre, pero en la secta del dinero las madres nunca
aplican el pecho y sin embargo crían vástagos con hambre. La casta de la pasta también sufre,
sufren incomparablemente más que usted. Imagínese la responsabilidad que supone para Exxon
vivir en la conciencia de eso que Marx denominaba la depauperación completa del proletariado,
ahora que al proletariado ni se le veía, y no obstante decidir que la chusma debe seguir con sus
condiciones de existencia de siempre mejor que tratar de reducirlas para sobrevivir. Es el átomo
de pensamiento que nos han dedicado, durante un solo instante: estos mierdecillas seguro que
preferirán tener dos coches, segundo domicilio, Netflix y Amazon antes de precipitarse al colapso.
Ya es tarde para amortiguar la caída. Los propios ricos van a apretarse el cinturón, cuando llegue el
momento. Entonces, la impunidad campará a sus anchas, siempre se ha dicho que es mejor que te
cojan con un millón que con un jamón…
Pero, bueno, pienso, en mi tontería típica de la secta de los filósofos que todo esto tendrá
finalmente una ventaja, diminuta, insignificante. Y es que ellos, la casta de la pasta, hasta hoy
pasaban desapercibidos. Es cierto que lucían trajes caros, que se desplazaban en coches de lunas
tintadas, que se hacían acompañar de pajarracas estilo Mar Flores, pero seguían pareciendo
prójimos nuestros. Te encuentras con Rodrigo Rato en un bar de copas y si nunca has visto la
televisión le confundes con una persona de verdad. Sin embargo, cuando nosotros hayamos
adquirido el aspecto de zombis renegridos, ellos ofrecerán el aspecto de Cary Grants de pacotilla.
Más les vale, pues, a los chacalitos, a las hienas, a las putas y a los hijos de puta del inmediato
futuro, rodearse de escoltas, alambradas de espino, tapias electrificas, ciberseguridad, ¡ejércitos
privados!, o la cirugía estética de rostro va a salirles enteramente gratis…
La “Voluntad de Arte”

Dijo César Aira, plumífero argentino que ya calza unos hermosos 72 años...

La literatura, entendida como arte de la palabra, a mucha gente hoy día no le basta,
no le alcanza, necesitan algo más, necesitan ideología, derechos humanos, sensibilidad social.
Cuando hay pura literatura, como en mi caso, somos los escritores a los que no les dan premios.

Al margen de que Aira (al que conozco sólo por ser detractor de Cortázar en el país de
Cortázar) sí ha recibido numerosos premios, creo que aquí no tiene razón. La gente sabe de sobra
que un libro sólo es un libro, como cuando dicen que bueno, no te pongas así, "sólo era una
película"... Claro que en un libro o en una película puede haber mucho arte, pero ese arte significa
sobre todo haber aprendido de producciones pasadas a estilizar los recursos, un esfuerzo, o un
talento, dirigido exclusivamente a cinéfilos y futuros hacedores de novelas o filmes. Todo el
proceso, pues, queda encerrado en el círculo de los especialistas, y la gente puede, o no,
interesarse por ello, pero únicamente desde fuera. Hace unos días en el periódico El País (“el
periódico del movimiento”, como decía el Maki) un crítico tuvo la mala leche de dejar constancia
de los comentarios que personas normales y más bien incultas habían hecho en foros de tercera
regional a grandes obras maestras del cine mundial. Uno decía, por ejemplo, que El padrino era
"otra película más de tiros"... Se trataba, me parece, de una comparación injusta por parte de
dicho crítico. El chaval que habría escrito eso ignoraba que El padrino no se había hecho
meramente para entretenerse, sino que en ella había algo así como "voluntad de arte". ¿Y dónde
pudo aprender eso, en las largas listas de autores y obras medievales españolas que se ingieren
como pienso insulso y sólo por su portada en la asignatura de Literatura de Cuarto de la ESO?
Pero supongamos que el chaval lo intuye, a pesar de todo, que presiente qué pueda
ser el arte además o por encima de una manera de pasar el rato o hacerse famoso... ¿por qué iba a
importarle, en qué le afecta? Esa voluntad de arte no va a cambiar su vida, para la cual un libro, o
una película, son sólo un libro o una película. No tiene él por qué asimilar que ver una película, o
leer un libro, es un acto en cierto modo moral, porque difícilmente lo es, si nos ponemos serios.
Pongamos por caso que yo leo un libro sobre la situación de la mujer en Afganistán y eso sólo me
sirve para una conversación más bien dura y desagradable, o tal vez autocomplaciente, en una
cena de sábado con otra pareja de ávidos lectores, a la manera de los personajes snob de Woody
Allen. No vamos a hacer nada más además de hablarlo y sentirnos muy concienciados por ello, no
vamos a ir, desde luego, a Afganistán a formar una ONG de lucha contra el machismo. De manera,
creo, que la gente como el chico del desafortunado comentario sabe muy bien lo que es el arte: el
arte no son más que unos tipos que quieren destacar por su habilidad en un oficio que sin duda es
mil veces mejor que trabajar de 9 a 5 y que encima les reporta premios y palmaditas en la espalda
como en el caso de César Aira. Poco que ver, me parece, ni remotamente con el conocimiento o la
moral, y mucho con la vanidad, el estatus social y una falsa conciencia que pretende
humanitarismo pero que encubre un feo sentimiento de superioridad como la que se puede ver en
la estupenda película, también argentina, El ciudadano ilustre...
Pero es que algunos, para colmo, muchos en realidad, hasta se permiten ponerse
melancólicos y escribir una tonelada de páginas acerca de sí mismos y de sus tribulaciones de
desocupados comecocos, al estilo de Joseph Roth o Ricardo Piglia, que tanta paz lleven como
descanso dejan...

El egocéntrico autor fumando en Brooklyn


Fernando Savater y el aurum non vulgi...

Ya terminada mi carrera, Fernando Savater se cambió a mi universidad con los dos


escoltas como dos signos de exclamación a sus flancos. Le dieron un despacho en el sótano y allí
nos recibió cuando fuimos a pedirle un favor no demasiado comprometido. Fue amable, teniendo
en cuenta de que lo que le pedíamos era de nuestro interés privado, envuelto en una vaga
intención de difusión de la Filosofía. Luego estuve en una clase suya, que estaba abarrotada. Creo
que era el primer día de su curso de no sé qué asignatura. Debo decir que no fue gran cosa, no
porque a él le faltase brillantez, sino porque no parecía tener nada preparado para ese día. Habló
improvisando de algo así como de la dualidad y contraposición Ulises/Ayax en la Ilíada, con cierta
riqueza de verbalidad mítica. Poco después, impartió una charla sobre Castoriadis (Savater lee
francés y creo que lo habla), que arrancó con una anécdota personal suya bastante divertida. Por
lo visto había cometido el error de referirse en el pasado a la revista de Castoriadis como
“Socialismo y barbarie”, en vez de “Socialismo o barbarie”, para indignación de las autoridades de
la misma…
Me pareció, en cualquier caso, como fruto de las tres ocasiones, que Savater es más Savater
y desde luego más temible por escrito. A mí me gustan los artículos de hípica, la novela epistolar
sobre la vida de Voltaire e incluso un monográfico olvidado sobre la ciudad de San Sebastián. Una
obrita de teatro que tiene sobre Schopenhauer menos, pero no está mal. La parte de pura ficción
no la he leído, pero estoy seguro de que ha disfrutado escribiéndola, dentro de la responsabilidad
que ello conlleva. Criaturas del aire, entre el apólogo y la reflexión moral indirecta, una gozada,
pero Malos y malditos no tanto... En fin, un poco de todo. Es verdad que Savater ha disfrutado de
una posición eminente en esa especie de diseño de un panteón olímpico que forjó la política
cultural franquista pero que la sobrevivió y que consistía en un solo nombre y una sola cara para
cada especialidad visible (José María Iñigo presentador, Rodríguez de la Fuente naturalista, etc.) Y
es verdad que en esa posición de filósofo único debía mucho a Nietzsche, en un primer momento,
cuando en España muy pocos habían leído a Nietzsche -y a Spinoza, que Savater leyó en la cárcel-
con esa devoción e intensidad. Pero Savater estuvo a la altura de esa asignación y de esas lecturas,
con gracia, con combatividad y con gafas de colores.
Política para Amador es un libro realmente sensato, con el que yo coincido en casi todo. La
autobiografía tampoco la he leído, pero a mi madre le ha gustado mucho, salacidades incluidas.
Hay que estar un poco loco o ser un punto fanático para entender que la filosofía española finaliza
en un curilla entrañable como Unamuno, un señorito elocuente como Ortega o un basilisco
escolástico como Bueno. Savater ha añadido a todos ellos, y a la historia de la Filosofía en España,
un encanto característicamente suyo (de trasfondo mucho más democrático, por cierto, que en los
tres mencionados anteriormente) que nos ha acompañado todos estos años y por el que le
estamos sinceramente agradecidos. Sin embargo, hay una faceta suya, estrictamente filosófica,
que nunca me ha gustado y que es la que explica su actual deriva enfurruñada y derechista. Leí
hace poco sus escritos completos sobre Emil Cioran, que se han reeditado no hace mucho, y entre
los que constan su tesis doctoral y algunos más, que son de coña. Él mismo los prologa bajo la
admonición de que era entonces “demasiado joven”, y, en efecto, a la sazón jugaba a punk del
pensamiento o a aprendiz de brujo. Supongo que es una tendencia irreprimible del filósofo bisoño,
pero yo nunca la tuve, tal vez porque soy tan mal filósofo que ni siquiera atravieso fases. Pero sí
recuerdo muy bien una noche rara en que terminé atrapado en el sótano de un garito de
Malasaña con los negativos de la facultad, los parias voluntarios que supuraban por las llagas del
sinsentido beckettiano. Iban de negro, eran altos y no eran guapos, ni ellos ni ellas ni yo. Allí
estaba un servidor, sólo ante el peligro, como el Gabriel Syme de Chesterton entre anarquistas (y
que descubrí lleno de asombro poco después), defendiendo lo mismo que defiende el propio
Savater en su “etapa” de madurez volteriana, y sintiendo que en ello se jugaba el destino entero
del universo -las copas, la pedantería, ya se sabe…
Pero aquella noche macabra y ligottiana no me di cuenta de lo principal, que me pareció
entender por fin en la alabanza a Cioran del Savater punk de su mocedad. Y es que, tanto aquellos
tipos atribiliarios, como Cioran o Agustín García Calvo, lo que quieren en realidad no es
desengañarte -esa palabra española tan querida por Schopenhauer-, como promulgan
continuamente, sino al revés: pretenden devolver la magia a sus vidas. En efecto: cuando vas de
malote, de nihilista, de puto Anticristo, lo que intentas de corazón es que tu prójimo abandone el
sentido común y las convenciones sociales en favor de un reencantamiento del mundo. Nos
susurran algo como esto: “cágate en todo, desprécialo todo, y de pronto el mundo volverá hacia ti
su cara más oscura, pero también más misteriosa…” Ocurre como con los seguidores de Lovecraft,
que ahora hasta andan planeando incluso hacerle un parque de atracciones siniestro. Esta es la
escena: el pobre individuo filósofo sujeto a fuerzas más allá de su comprensión, destinado a la
condenación, presa de la fatalidad… Los demás no, los demás que le rodean son simplemente
idiotas. Todo, como se ve, de un gusto muy conservador, en el peor de los sentidos del término…
Así que ese es el secreto, me parece: Nazca el niño negativo, nadie, nunca, nada, no,
como en el poema de Sánchez Ferlosio, porque el mundo se ha vuelto demasiado práctico y
predecible, se ha convertido en una aburrida gráfica económica. Tengo una alumna muy
inteligente este curso que es satanista, no como un culto religioso, pero casi, pues lleva una niña
diabólica en el salvapantallas del móvil. García Calvo no hacía de sima bajo los pies del burgués,
como sí le gustaba fungir a Cioran, lo suyo era más bien la salvaguarda de lo indefinido, de la
ternura, de los lazos inconscientes en el mundo de las Fluctuaciones Económicas y del Cómputo de
la Esperanza de Vida -lo pongo en mayúsculas mayéstaticas como él. Y lo peculiar es que siguió
empeñado en eso hasta el final, mientras que Savater maduraba y se apartaba de la nigromancia
en favor de la ética ilustrada y la vida institucional, o eso es lo que parecía...
Porque bajo toda esa parafernalia destructiva o autodestructiva de la lucidez
mefistofélica o de la autenticidad existencial llevada hasta el Infierno creo que tan sólo o
fundamentalmente se esconde la búsqueda del aurum non vulgi literario y personal, no sé si me
explico…
Mercado de palabras o lenguaje/basura...

Soy un Actúer. Lo soy y ni siquiera sé por qué se escribe así. Me lo han dicho en Yoigo,
mi compañía telefónica y de red, la cual contraté sin saberla distinguir de todas las demás y de la
que ni recuerdo cómo y cuando comencé mi vínculo con ellos, creo que fue cosa de mi madre. No
importa, el caso es que soy un Actúer, que por lo visto son tipos que están ayudando a cambiar el
mundo a la manera de Greta Thunberg. Nuestro lema es “pienso, luego actúo”, que el
Departamento de Marketing de Yoigo ha tomado de la Filosofía de Bachillerato que yo imparto y
que saben bien, los muy linces, que hemos sufrido todos en su día. Pero para que quede claro que
seguimos siendo los que éramos y, que, como antaño el poder a Rodríguez Zapatero, ni las canas
ni la disfunción eréctil nos ha cambiado, me encarecen a que si de verdad quiero cambiar el
mundo -y quién no querría cambiar el mundo, hasta Trump quiso y aún quiere cambiarlo...-, y esto
me “gusta más que el colacao con galletas”, pues que me una a eso de los Actúers, ya mismo.
“Porque sin clientes tan molones como tú -añaden sin rebozo alguno- esto no habría sido posible
¡Sois mejores que un lunes de puente!” De manera que los Actúers emulan a Greta Thunberg,
pero no les gusta nada trabajar los lunes. Yo lo entiendo, nadie puede ser coherente del todo, y
además sería poco “molón” serlo. Sin mi no hubiera sido posible nada de “esto”, me vengo a
enterar, pero cuando investigo que oculta el “esto”, ese “esto” indefinido, resulta que detrás del
misterioso “esto” hay personas actuantes o actuadoras como yo que han impulsado hasta el
momento presente “cientos de proyectos sociales” para cambiar eso, el Mundo en general, el
Mundo/Mundial de Manolito Gafotas. Pues, si lo piensas, vaya birria, “cientos”. Cogo yo a mis
clases de Valores Éticos de mañana martes (hoy es lunes, pero no de puente), y consigo sin
despeinarme 150 manuscritos con propuestas sociales, parasociales y hasta o sobre todo anti-
sociales en unas pocas horas. ¿Serán los menores escolarizados “Actúers” también? No todos,
ciertamente, desean cambiar el mundo todavía, pero una buena porción sí que le cambiaría la cara
de un tortazo al del pupitre de al lado. Eso sí que es “Actúer” contundentemente, y sin mediación
alguna de Yoigo. “Cientos”, dice... y eso que habrán engordado la cifra, como yo inflo mi
currículum vitae, que jamás he salido de España a un Máster del Universo o de profesor
asociado/invitado/mantenido/subvencionado del Trinity College de Aravaca y os juro que mi
historial de actividades superinteresantes tiene cuatro páginas bien repletas y eso al margen ahora
del “alto nivel de alemán leído y no tan malo de chapurreado” que puse. O sea, que si dicen
“cientos” es que deben ser 25, tirando por lo alto... ¿Y qué tipo de proyectos sociales habrán
elaborado clientes de Yoigo que han ingresado voluntariamente en un subgrupo de salvadores de
la humanidad que se hace llamar a sí mismo “Actúers”, tal vez porque suena igual que “traders” o
que “fuckers”... No quiero hacer sangre, pero ya me estoy figurando que el gobierno ponga aceras
en el monte, porque no hay derecho que los discapacitados no puedan hacer trekking, o cosas
así...
El mercado (o, si se quiere, “los mercados”...) crea sus propias palabras de ilusionismo
ideológico, como “implementar”, “tomar acción”, “valor añadido”, etc., monedas lingüísticas que
no valen ni para media mierda por sí mismas a no ser que consigas que el otro hablante las acepte,
se las crea y las dé por buenas, como los bitcoins y demás. Pero es que además sucede también
que lanzamos palabras al mercado, que existe un mercado sectorial de palabras, a ver si alguien
gordo y poderoso nos las compra, con el resultado de que corrompemos absolutamente términos
muy nobles -de modo semejante a como los publicistas corrompen cualquier estilo de vida que
hubiera podido tener su dignidad y su gracia- que antes hasta molaban un poco, como molamos
ahora yo y mi pandilla de “Actúers” de Yoigo. Así, hace unas semanas escuché un especial de la
radio, de cuyo dial no puedo acordarme, en que un pobre idiota perteneciente a una empresa de
modelo norteamericano -la mayoría lo son, en la convicción mágica de que si cambias al Ratoncito
Pérez por Micki Mouse te vas a forrar inmediatamente- había acudido a una especie de retiro
espiritual de managers (o... ¿cómo llamaba el franquismo a eso? ¿”convivencias”?), y el hombre
volvía cargado de energía en orden a practicar la “empatía” en una “estrategia coordinada de
apertura de nuevas líneas de negocio” fruto de aquel fin de semana “inspiracional” que le había
hecho “crecer” interiormente... ¿para qué?... Jodé, pues para asumir y liderar nuevos “retos de
futuro”, por supuesto. Traducido: le habían comido el coco y en mitad del estallido de carmín
número 2 de Givenchy del crepúsculo del sábado le habían obligado amablemente a cogerse de la
manita de sus odiados compañeros de oficina y prometerse a unos a otros que no se harían la vida
imposible o les despedirían. Y lo comprendo, claro que sí, habrá que colocarle a la gente una
estupidez tan flagrante como lo de la campaña “Actúers” de Yoigo, y para eso debe uno aprender
a perder el pudor por el medio que sea -o por el “método” o “metodología” que sea, que es otro
vocablo de gran linaje que los vendehumos han necrosado también, con eso de que es que el
“método” para hablar inglés no te lo han enseñado bien, o es que hay un “método” secreto para
leer dos libros en una tarde, etc; hay que ver Descartes cuanto juego da a la retórica de la venta-
fake... Pero en el momento en que pervierten las bellas palabras “inspiración”, “reto”,
“crecimiento” y otras para transformarlas en tintineo de cifras, mercaderías insulsas e
intercambios de dinero ya me enfado y pataleo y digo eso de Serrat frente a un caso semejante,
aquello tan duro de que “entre esos tipos y yo hay algo personal”...
Porque lo peor del capitalismo (¡me gusta el mal, me gusta el Isabel Zendal!) no son los
problemas absurdos y completamente innecesarios en que nos mete -como, no sé, que un tercio
de la comida producida en EEUU termine en los vertederos, cuando sólo con ella bastaría con
acabar con el hambre en el mundo 26-, lo peor son las soluciones oligofrénicamente pueriles que
nos propone. ¿Pero cómo demonios vamos a poner remedio a eso mismo, por ejemplo, al
despilfarro de alimentos, siendo molones, tomándonos colacao con galletas, regalando nuestro fin
de semana de descanso a la empresa para que nos llene la cabeza de lenguaje basura,
volcándonos “inspiracionalmente” -esto ni existía en castellano- a fin de “implementar” proyectos
que generen “valor añadido” -y esto no digamos... ¿de dónde habrá salido-? Que nadie me
responda, era una pregunta retórica. Porque es igual, estamos perdidos hagamos lo que hagamos,
ya que al otro lado del espectro político e ideológico, por no decir humano o temperamental, el
fenómeno es exactamente el mismo. Hablas con alguien que trabaja en un campamento para
niños desfavorecidos por la causa que sea (pongamos la Cañada Real de Madrid, pero me lo
invento), y lo que escuchas es que les han puesto a jugar al fútbol todos los días porque así
“revierten su negatividad en positividad” y asimilan “valores de trabajo en equipo”, bajo la
condición de que los goles no suban al contador porque supondría la humillación del adversario, y
de que las faltas o sanciones se cambien por “refuerzos benéficos” -tal cual me lo explicaron a mi,
y juro que no conseguí aclarar en qué podrían consistir dichos refuerzos... ¿en vez de tarjetas rojas
cromos de Neymar? Traducido: les hemos comprado un balón para que se entretengan y no roben
o se droguen, los niños cuentan los goles mentalmente y cuando uno le patea el menisco al otro
éste pasa a su lado y con un susurro le jura venganza eterna. Al anochecer, seguro que se juntan
también cogiditos de la mano a ver el rojo sangre del crepúsculo manando de la herida del
horizonte, ese horizonte que les niega el Sistema... Lo que vengo a tratar de decir con tanta
tontería es que nuestro mundo es enormemente mejor que el de nuestros antepasados en la
mayoría de los aspectos, excepto en este arte de malversar el lenguaje para lograr ese autoengaño
en el que somos maestros. Este arte, sin embargo, lo estropea todo, en mi opinión, pero quizá es

26Sociofobia, César Rendueles, Capitán Swing, pág 161.


que yo sea muy impresionable27. Es cierto que nuestros antepasados también decían “evangelizar”
y querían decir “expoliar”, pongamos por caso, pero esa degradación e impostura con que el
lenguaje del mal se disfrazaba del del bien prostituyéndolo tenía lugar al menos en un plano
bastante más adulto. El conquistador que iba a América a hacer pillaje era un hideputa, no un
emprendedor guiado por un sueño o un “Actúer”; el rey que financiaba sus crímenes era un
aprovechado y un imperialista y no un coach o un sponsor; y el arzobispo que bendecía toda la
operación con el hisopo del verbo divino no suministraba precisamente “refuerzos benéficos o
positivos”, sino hostias como panes cada domingo en la parroquia del subordinado de turno. Era
sin duda, ese “mundo de ayer”, y tomado en conjunto, un mundo mucho peor, más cruel y
violento e invivible, pero también habitado por gente menos crédula, mucho menos infantil y en
definitivas cuentas harto menos imbécil.
O eso me parece a mi, que, ya digo, lo mismo soy hipersensible (en cuyo caso supongo
que no me queda otra que asistir a Risoterapia, o a Kundalini-Yoga, o hacer Running, o probar la
Meditación oriental contra la disfunción eréctil, o adquirir uno o varios fármacos revigorizantes
compuestos de electrolitos que combatan el estrés de la vida moderna y que se anuncien en la
web; ese tipo de cosas...)

27 “No estoy todavía tan perdido en la selva de la lexicografía que haya olvidado que las palabras son hijas de la
tierra, mientras que las cosas son hijas del cielo”, Samuel Johnson.
Los nuevos cyber-gurús

Especialmente a Yuval Noah Harari yo le odio de manera visceral y espero que también
razonada. El tío no tiene ni idea de las mínimas exigencias académicas de las que se debe tener
cierto conocimiento antes de decir las barbaridades que dice. Es verdad que en esto la Filosofía se
ha pasado siempre de largo, considerando como requisitos de rigor unas condiciones que luego
apenas se cumplen (y muchas escuelas han consistido tan sólo en su introducción metódica, sin
apenas desarrollo posterior, como la Fenomenología), pero lo de Harari se pasa de corto, cortito y
cortísimo. Da por buena cualquier información que pilla por ahí, sin citarla puntillosamente, habla
de otras gentes que están ya haciendo otras cosas muy avanzadas pero de las que se guarda
pudorosamente el nombre, afirma contundentemente lo que le da la gana sin tener en
consideración que todo tiene un marco previo a partir de cual y sin el cual no puede ser algo
presentado al debate, y en general usa de ese estilo de programa de futurología a la americana
consistente en electrizar al lector con enunciaciones sencillas e impactantes justificadas
únicamente en el tamaño de sus testículos. O sea, que es un autor de best-sellers de presunta
divulgación futurológica, lo cual está muy bien, pero pasando por alto las elementales cautelas del
saber y sin nunca medir las consecuencias de lo que dice, lo cual está muy mal. Es el Iker Jiménez o
el Rappel del Zeitgeist, con más lecturas que ellos de supuestos estudios científicos
supuestamente serios pero que nadie va a rastrear, porque son muchos e insignificantes.
Pero como Harari es calvo bruñido, lleva gafitas, es gay, tiene un nombre raro y se va al
Himalaya a hacer meditación trascendental cada dos por tres, la gente se pilla con el personaje. Y
todavía nos reímos de los Beatles cuando se dejaron liar por el Maharishi... En fin, yo tengo una
amiga que todavía hoy lo flipa con un tal Osho, que no es, por lo visto, nada Cyber. Lo Cyber tiene
de fascinante ese continuo hablar desde la atalaya del futuro, como si se otearan grandes y
gigantescas trasformaciones a las que el lector se va a adelantar gracias a su cybergurú. En
conclusión, que cybergurús como Harari y tantos otros no son, en mi opinión, más que
chamarilleros de presunta información privilegiada, al servicio de tecnófilos e ilusos...
¡No aprenda nunca inglés, punto! (poema satírico)

No aprenda jamás inglés, por favor.


Y no porque se enseñe mal, “y punto”,
como corea el del tocomocho en la red.
Pase del inglés, no intente aprenderlo,
porque hoy en EEUU han absuelto a Trumpinho
(perro no muerde perro)
del cargo de ser un agitador anarcocapitalista,
en la tierra en que la más sagrada poesía,
es un arma cargada de balas de punta hueca,
como la retórica de Hacer Grande América.

¿Para qué aprender inglés? No se moleste...


De todas formas no podrá leer Finnegans Wake
ni ¡Absalóm, absalóm!, en su lengua original,
ni descifrar las letras de los dos Dylan, porque nadie podría,
ni charlar con Abraham Lincoln, porque lo mataron;
ni con JFK o Bobby Kennedy, porque los mataron;
Malcom X o Martín Luther King, por eso mismo,
y en cada episodio de South Park,
como un divertido mantra para niños:
“Han matado a Kenny!¡Hijos de puta!”

No se apunte a una academia, olvídelo ya.


Lo tiene en todas partes, don de la ubicuidad.
Y por una vez en su gobierno se lo saben;
que lo hablen por usted, dónt get tired pá ná.
La Rosalía también lo habla, what a duende y tronío.
Que nos haga de embajadora, que se los coma cruditos.
Que embelese a Boris Johnson, que le haga suplicar.
Que nos haga de Matahari, ¡que devuelvan Gibraltar!
(peñón peñazo, antigualla militar).
El inglés para el balconing, dejen ya de fuckear...

Aprenda portugués, ¡saudade di falar!,


viaggio in Italia, con la camisa a rayas,
vaya y coja acento andaluz: ¡shoshooo! ¡pisssha!
Enrédese en las virguerías del latín, lingua franca,
practique esperanto, klingon, volapük, tiki pona, lingua ignota,
¡derribe de una vez la Torre de Babel!
(pero no con dos aviones comerciales, please)
Pero no aprenda nunca inglés, haga usted el favor.
Y no porque se enseñe mal, “y punto”, que no es cierto,
sino porque ya hasta el Dinero se comunica en terabytes...
La vacuna es mi pastor, nada me falta…

“¡Hecho!”, como dijo San José tras descargar a Dios en el disco duro de María: yo ya estoy
vacunao, riao, riao. Ayer, por sorpresa, me llegó un sms confuso -sólo la Comunidad de Madrid usa
ya mensajes de texto, como para decir “te tenemos geolocalizado de por vida”, y a la vez “el
Zendal no está tan lejos como te piensas…”- que me daba lugar y hora para la vacunación, esa
especie de catarsis colectiva que con suerte va a acabar con un año de tensión coronavírica. No
me lo esperaba yo tan pronto, había oído decir que a los profesores nos tocaba en abril, después
de los hosteleros y otros grupos de riesgo (el riesgo de los docentes, claro, no es primariamente el
de estar expuestos a mil chavales al día durante seis horas, lo que desde luego es muy real e
inevitable, sino que el peligro que tenemos es el de comenzar a faltar todos al trabajo por
enfermedad y que los niños terminen quedándose en casa poniendo en un buen aprieto a la
conciliación familiar…), pero parece que no, que los planes ayusiles habían cambiado y yo estaba
en la inopia. Eso me pasa por no ver la televisión, que es donde el territorio nacional y sus paisajes
y paisanajes realmente existen, y no en la cutre pegajosidad física del mundo tangible, harto
contaminada por nubes de virus en areosol y hedor a polución atmosférica.
La televisión es, así, desde hace ya setenta años, la genuina Realidad Aumentada, y no esa
absurda caza del pokemon con el teléfono móvil que nos vendieron hace unos años. Ya sé que
esto es todo un cambio de tema, pero… ¿no os habéis preguntado nunca para qué pueda ser
remotamente necesario ese caro despliegue humano y de medios que realiza cada uno de los mil
canales de televisión, que si la noticia de turno es en Parla tienen que llevar a una locutora a Parla
para que diga lo que ya te habían adelantado pero ahora frente al Ayuntamiento de Parla, y lo
mismo si ocurre en la lejana Isla de Malta, donde no hay corresponsales habituales, y aunque la
noticia sea de escaso monto como que ha nacido un saltamontes de dos cabezas o que dirige el
consistorio un alcalde corrupto? Pues la razón es la siguiente, me parece a mí: se deben enviar
ramificaciones o emisarios del programa o del informativo correspondiente a todos los lugares del
presunto mundo/mundial donde sucede algo porque en eso consiste la televisión, en una especie
de visualización vicaria de la comunidad en la que te dicen que estás integrado o a la que
perteneces, sin que importe realmente un pito la improbable inocencia del alcalde o la segunda
cabeza parmenídea del saltamontes. La televisión no es únicamente una fuente de
desinformación o de entretenimiento para las masas, que también (pensad en lo que podría hacer
toda esa gente mayor sola, o los parados, o los fracasados escolares, si no les retuviese en casa
una enorme tele de plasma…); la televisión es, sobre todo, la adscripción virtual de esas mismas
masas a una identidad abstracta como lo es “España” por medio de su visualización permanente
en un puñetero electrodoméstico. Servidor, sin ir más lejos, nunca he estado en Pamplona, por
ejemplo, pero no me hace falta alguna viajar hasta allí, que es un engorro de autobuses, hoteles y
vomitonas resbalosas por las calles, cuando ya me sacan los sanfermines en media parrilla
televisiva y un señor o señora o trans mejor hablado que yo ha acudido al cogollo mismo de los
encierros a entregármelos envueltos con lazo. El intrépido locutor no es, como dicen, un tentáculo
asalariado de La Sexta o de Telecinco, tal y como viene escrito en su contrato de trabajo, en
realidad sabes bien que eres tú mismo, o un avatar tuyo con el que abarcas ubicuamente como un
dios carpetovetónico y flotante la piel de toro a tiro de mando a distancia…
Justo en este sentido, la televisión ha recobrado un enorme protagonismo desde que
comenzó la pandemia, y ahora le toca escenificar la distribución y aplicación universal de la vacu,
de la vacuna-luna-luna-lu. El más fuerte estímulo para pincharnos voluntariamente está en ver en
la televisión cómo han sido vacunados ya otros, chicas jóvenes atractivas o señoras muy mayores
casi siempre, y después de eso entra ya en consideración o no la inmunidad del rebaño. Según
parece, España es uno de los países europeos en los que menos resistencia va a haber frente a la
vacunación, y me alegro. Tantos meses dándole caña en las redes a Miguel Bosé no podían
terminar en volvernos todos tan anticientíficos y magufos y hasta chalados y horteras como él. Yo,
hace un rato, me he sentido más a gusto que un arzobispo. Porque los arzobispos, y muchos
prebostes en España, han tenido que cometer mil fechorías y comportarse como los auténticos
pícaros y tramposos que son para conseguir salvar el pellejo antes que la grey por la que dicen
velar, mientras que nosotros, los profesores -he oído decir a veces que los profes somos unos
funcionarios distintos, por eso de nuestra rutinaria lucha cuerpo a cuerpo con vuestros/nuestros
hijos…- hemos llegado como unos señores al ambulatorio, a tiro hecho, a ruego de las autoridades
y con todas las de ley. La cabeza bien alta, y tal vez con el corazón algo encogido, hemos
traspasado las puertas cristaleras, nos hemos presentado a las enfermeras y hemos desnudado el
brazo malote con la leyenda tatuada “Amor de Madre”.
La Oxford AstraZeneca es una buena vacuna, es una vacuna bovina, ovina y divina que
además lleva adenoma de chimpancé, que no se sirve on the rocks y que incluso le sale barata al
erario nacional. Siento decirlo tan francamente, pero yo jamás me pondría una vacuna de factura
española, producida por alguna farmacéutica llamada “Pica-pica” o “Duele-duele”, distribuida
eficazmente por Laureano Oubiña y sus hombres y clavada en nuestras carnes con un “¡Ole!” por
un montaraz picaor que figure en las listas de Vox por Cádiz. En vez de eso, tenemos unos
elegantísimos viales Made in England, cuyos efectos secundarios consisten simplemente en que
deseemos cederles Marbella además de Gibraltar, que por mi encantado. Los llanitos, por cierto,
estarán felices, en la seguridad de que la curación providencial proviene también de la metrópoli,
como Dios y la Reina mandan. Yo, por mi parte, me voy ya a casa, con buena conciencia, de tranki
total, a sufrir la fiebre, la hinchazón, el desmayo (en los papeles que firmas lo llaman “síncope
vasovagal”, pero no os asustéis que sólo es eso), o los síntomas que hagan falta, por el Bien de
ESPAÑA, de la Humanidad y mío propio. Yo ya he cumplido con mi parte, como dijo San José al ver
que el crío sacaba tan malas notas en Inglés como Lengua Extranjera y en Economía de la
Empresa…
La Televisión en trance de muerte o el fin de la Santa Iglesia Catódica…

El mundo de la felicidad teledirigida es, al mismo tiempo, el mundo


autoritario del control omnisciente (…) y las causas políticas, sociales y
económicas se convierten en fenómenos naturales, sucesos que debemos admitir
como si de meteoros se tratara se tratase.
Entretenernos a nosotros mismos hasta morir, Neil Postman, 1985.

Deje a mi familia junto al televisor…


El rompeolas, Sabino Méndez

Ayer estuve en casa de mi padre y vi un rato la televisión mientras cortaba verduras. El


canal por el que navegábamos no era veneciano ni holandés, por desgracia, sino Telemadrid, a.k.a.
tele-espe. Yo no sé cuánto de Espe sigue teniendo ese canal, pero allí estaban una señora delgada
y con el pelo corto a la que sólo faltaba hacer la crónica del día haciendo punto y un tipo donante
de pelo -a mis alumnos les parece mal llamar a alguien “calvo”- y con afeitado a lo Homer que
parecía su vecino hablando con ella del precio del bonobús desde el otro lado de la cuerda de
tender. Hasta aquí bien, no echo nada de menos a José Luís Balbín. Lo malo fueron las noticias que
nos dieron como merienda: primero, claro, la covid, hay que resistir la pandemia, menudo año nos
ha dado la pandemia, la leche que le han dado a la pandemia; después, con la venia de la
pandemia, sección culinaria: no tomen ustedes más de dos cafés al día o podrían tener un serio
problema cardiovascular; luego, perro Doberman cuyo dueño no tiene bien encerrado y que había
desgarrado el lomo a un perrito de lanas (el dueño no dejaba de mostrar la laceración y los puntos
en primer plano), y, por último -ya no vi más-, el típico caso estrella de desaparición de chico o
chica en localidad agreste de la España profunda. Pues qué miedo todo, por la gloria de mi madre.
La televisión es como una vieja asustadiza que se repite constantemente, de esas que preguntan -
a la gente por la calle, en este caso- tan sólo para oír la respuesta que ya daba vueltas en su
cabeza, que da los mismos consejos de cautela y prudencia cada día a fin de que vivamos todos
temblando y escondidos en nuestra ratonera y que parte de la premisa de que hay mucha gente
mala en el mundo, pero siempre abajo y nunca arriba. La televisión, de hecho, se cree el Aleph de
Borges, pero sólo es un espantapájaros mediático colocado ahí y protegido por las autoridades.
Cualquier programa televisivo de la tarde refleja una estratificación social clara al estilo de Los
Santos Inocentes pero como si estos hubieran accedido al voto: pueblo llano, por un lado, que
reclama cosas –“¡no hay derecho!”-, aunque sean de poca monta, televisión que eleva esa
instancia a la clase gobernante, y en último término señores o señorito Iván que conceden o no
conceden, pero en todo caso escuchan atentamente –“sí, sí, amable anciano, esa bestia salvaje
debería estar bien atada conforme a la ley de dobermans colmilludos y por el bien de las mascotas
decentes”. Lo curioso es que la televisión lleva siendo esa gallina clueca desde su mismo origen, es
decir, que no es que haya envejecido, sino que nació siendo vieja, y vieja de las de antes de que
esta observación mía pudiera ser calificada de sexista: vieja de bata, puchero y visillo por el que
otear la calle a escondidas.
Sin embargo, no se debe ser frívolo con la función social desempeñada por la televisión. La
televisión es el hogar y el refugio de cientos de millones de personas tan personas como usted o
como yo, la televisión es la Verdad, el Camino y la Vida, la televisión es para la mayoría de la
humanidad la Santa Iglesia Catódica. No es cierto que haya un antes y un después de la covid, pero
sí lo es que hay un antes y un después de la aparición de la televisión en los primeros años
cincuenta. Desde entonces, es inevitable la evolución de la anatomía humana hacia la cara
cuadrada. Entre la televisión, los móviles, las vallas publicitarias y las pantallas de los PC se nos va
a poner rectangular el ovalo facial, rectangulares los ojillos (muchos orientales acomplejados lo
agradecerán), y rectangular la boca de decir “¡oh!” frente al penúltimo video de Kim Kardashian
enseñando muslo. El sociólogo Bordieu dejó escrito hace más de veinte años que la televisión
consiste en una suerte de “flujo continuo” que creaba el mismo género de noticias que fingía
denunciar, pero se quedaba muy corto. No habría atentados terroristas (ayer, no me acordaba,
salía también Cayetana Guillén Cuervo, que es muy inteligente, para ratificar, frente a la audiencia,
que desgraciadamente nunca habrá vacuna contra el terrorismo, como sí la hay contra lo que ya
sabéis, que es la piadosa respuesta que le traían preparada) sin televisión, no habría matanzas a
tiros en EEUU sin televisión, no habría nuevos talentos de la cocina o de la canción sin televisión,
no habría eticidad cool y moderna sin televisión (esa que viene de EEUU y que consiste en ser un
poco locuelo, un poco egoísta y un poco tonto, pero todo con muy buen fondo…), no habría, sin
duda, patria alguna sin la televisión, y lo que es más hiriente: para muchos ni siguiera habría
infancia sin la televisión, porque la infancia es ahora los anuncios, marcas, alimentos y programas
que consumiste de niño.
También ayer se renovó el cargo de pez gordo de la televisión pública nacional, pero no se
entiende bien para qué. Puesto que la televisión lleva siendo exactamente la misma desde que
colonizó nuestras casas (los efectos especiales por el momento son secundarios, hasta que se
generalice el Deep Fake que ya se practica en El Intermedio y lo devore todo), en realidad podría
funcionar con piloto automático. Los prejuicios que remacha en nuestras cabezas son los mismos,
la publicidad con que nos abofetea la dignidad no ha cambiado nada, los concursos dan la misma
vergüenza ajena desde Quiz Show hasta hoy, las entrevistas son igual de incisivas que en tiempos
de José María Iñigo, es decir, nada de nada, etc. Pasarán cien años más y no existirá ningún
programa que explique a la gente -y de paso a mi- cómo funciona de verdad un banco, qué es una
Esfera de Dyson, dónde se encuentra Myanmar o quién está detrás y financiando las propias
televisiones privadas. La televisión, como concepto, fue la gran oportunidad perdida de la
humanidad, al tiempo que nuestro exacto reflejo y correlato moral, como va camino de serlo
también Internet, la red de redes. Todos lo sabemos, aún inconscientemente, y por eso nos
estamos tirando de cabeza a las plataformas de pago post-televisivas, en las que, me temo,
tampoco cabe alentar ninguna esperanza. La Santa Iglesia Catódica está acabada, como la otra,
aunque siga teniendo fieles, como la otra. Ambas retienen a su clientela a base de miedo, no ya a
base de ilusión, y ambas creen mucho más en las desdichas sin fin del Reino de este Mundo que
en las promesas de un futuro mejor. No habrá jamás un mundo mejor con miles de millones de
individuos atornillados a su sofá viendo series completamente olvidables, viendo las termitas
carcomer Informe semanal, viendo esa escuela de estupidez y sumisión a la moda que es First
Dates o viendo a Berto Romero haciendo bromas descreídas en las que los ciudadanos de las
democracias llamadas avanzadas echan eructos y son estafados por su taller mecánico. Hay un
viejo episodio de Los Simpsons -eso sí que fue, por cierto, una revolución salvaje en la televisión, la
única que yo recuerdo junto con Chiquito y el Salvados de Évole pero a escala global- en que
Marge consigue que deje de emitirse Rasca y Pica, por considerarlo ultraviolento y tal, y la
secuencia siguiente consistía en todos los niños saliendo de sus casas para invadir el parque con la
música de fondo del Amanecer de Peer Gynt de Grieg, si no recuerdo mal. Era un momento
aposteósico, en el que la serie de Matt Groening se refutaba a sí misma, como si dijese “apaguen
su aparato de tontavisión de una maldita vez y salgan a la calle a ver qué se cuece en el mundo”…
Lo que ocurre es que mientras que en las grandes ciudades de Europa una calle es a
menudo una verdadera galería de arte al aire libre en la que apenas nos fijamos, y en el Hemisferio
Sur una calle sí que es la sala de estar y de buscarse la vida de la gente, en EEUU o Qatar no hay
calles, porque muchas de ellas ni siquiera tienen aceras. Las calles, allí, no son calles, son rutas de
comunicación de mercancías, sistema circulatorio del Capital. Por eso aquel episodio de Los
Simpson acababa con el reestablecimiento en el programa de Krusty el Payaso de Rasca y Pica, y
fin de la utopía. Pero hay que reconocer que era un buen comienzo. ¿Qué haríamos si un buen día
se muriesen de repente todas las pantallas, pero sin que dejara de funcionar la red eléctrica, ni
Internet, ni el agua corriente o el gas? Alguien más hábil aún que la factoría Groening podría
escribir una novela partiendo de esa hipótesis, y titularla, al revés que José Saramago, Ensayo
sobre la videncia…
Charla de Agustín García Calvo, 24 de mayo del año ´94,
Paraninfo de la Complutense de Madrid, apuntes a vuelapluma.

No hay que tener ideas propias, que son siempre las del Poder; dejemos hablar al lenguaje.
Las Ideas son lo que se “sabe”, lo que creemos que “se sabe”, se nos dan, por tanto, ya hechas. El
pensamiento en marcha, el razonamiento, no ratifica Ideas, habla de que no se sabe nada ni
puede saberse, no de la Realidad. La Realidad es necesariamente ideal y por eso es una
falsificación necesaria, porque jamás reconoce su carácter de idealidad. El Tiempo Real es ideal,
necesita de Ideas, es la primera Realidad, la Realidad fundamento de las demás realidades. Nace
con la convicción de la muerte propia, siempre futura. Es el tiempo utilizado en el Trabajo, en el
Matrimonio, en la Banca, el Crédito, etc. La idealidad está en el fundamento mismo de la Realidad
en la que vivimos, o sea, servimos…
La Física (en el sentido general de Ciencia Positiva) se ocupa del Móvil Real que trascurre en
un tiempo físico, Real, mientras que la Lógica se preocupa del lenguaje, ofreciéndonos un tiempo
que no es Real, que no se sabe lo que es. En la Física de la Edad Media se encuentran ejemplos
muy claros de saltos desde la Física hasta la Lógica, explicaciones que pretendían ser físicas se
quedan en, y muestran su condición de, operaciones lingüísticas. En la Física actual es más difícil
acceder a estos saltos. La Matemáticas y la Física son meramente casos de lenguaje. El Tiempo
Físico se nos aparece como un truco del lenguaje.
Nuestra religión actual es el dinero, él es lo máximamente real, el ens realíssimum, siempre y
cuando tenga más de 12 cifras. Junto a esta religión subsisten reliquias de otras en su periferia que
con su contraste refuerzan la principal. Uno va ahora –me refiero a la gente- a sitios en los que de
antemano sabe que no va a pasar nada, donde se tranquiliza, en los cuales la Realidad queda
confirmada –discotecas, estadios de fútbol, etc. Cuando los oyentes de esta alocución salgáis de
ella, lo comentaréis para estar seguros de cómo no ha pasado nada, de cómo todo lo que habéis
oído es fácilmente clasificable –no valen conceptos como no-X: mientras el “no” está vivo, no hay
concepto, sino pensamiento en marcha…
La racionalidad ha sido (la teórica, no aquella de la que aquí se habla) una búsqueda de
confirmación más o menos refinada de lo que ya se sabía. El único tiempo manejable es el tiempo
vacío, el puro intervalo, y eso es siempre el tiempo futuro. Ahora, en este mismo instante, el
tiempo está demasiado lleno de miedo, deseos y cosas varias: sólo el tiempo futuro es manejable
y para él tengo además una noción –ahora no la tengo, no sé bien qué deseo y cómo…- precisa de
que deseo lo que deseo, de lo que entonces habré de desear.
Cuando digo “esto es la realidad”, esto ya no está pasando. “Estamos en la realidad”: dicho
esto se acabó todo. ¿Qué tengo vagos recuerdos en los que me abstraigo y con los que me
sorprendo? Solución para que no pase nada: los hago reales, los convierto en Historia, les pongo
fecha, procedo a explicarlos, etc., es decir: los anulo. Porque lo último que nos faltaba es que nos
esté pasando una época histórica, una sucesiva de otras reales, existentes, ese es ya el completo
éxito del Tiempo Real. “Existir” es un verbo inventado para Dios en la Edad Media (había que
conciliar que fuese algo determinado y sin embargo ilimitado, no finiquitable en conceptualización
alguna que lo empequeñeciese). Se dijo, entonces, “existente”, que es lo mismo que no decir
nada. ¿Dios existe o no? -esta no es una cuestión lingüística que se corresponde al sustantivo
“realidad”. No es lo mismo que decir “lo hay”, aunque pueda serlo prescindiendo de disfraces…
El lenguaje no es real, sólo cuando se habla de él se hace real. La realidad es aquello de que
se habla, lo que habla de ello no es real. Eso es todo, quizás nos veamos y continuemos en otra
oportunidad que espero vuelva a presentarse; quiero decir, no lo espero, sólo es que no lo doy por
enteramente descartado…
Lo llaman “Demomafía” y sí lo es... (en el décimo aniversario del 15-M)

En mayo de hace diez años yo vivía en la Plaza de San Miguel, a 150 metros de la acampada
de la Puerta del Sol de Madrid, pero me enteré de poco porque tenía dos mellizos de dos años y
un bebé de tres meses. O sea, andaba locamente enamorado... Mi pareja reproductora, sin
embargo, sí que acudió más a menudo a la movida para poner oreja y participar, y hasta creo
recordar que se quedó en alguna loca asamblea hasta altas horas de la noche. No obstante, más
de un garbeo claro que me di por allí, internándome entre los tipis (porque más parecían tiendas
de sioux que puestos de información, aunque era puestos de información), sorprendido y
congratulado de lo intelectual y hospitalario que era todo. Había, en efecto, papeles por todas
partes: papeles con propuestas, papeles con manifiestos, papeles organizativos, papeles con logos
anarkas, de todo... Papeles colgados, caídos, en conato de banderín, de alfombrilla de bienvenida
y en forma de folletos volanderos sin hogar definido. Puesto que esa aldea chabolista improvisada
en el mismísimo Kilómetro Cero de las Españas tenía un urbanismo laberíntico, podías atravesar
de aquí para allá siguiendo diferentes rutas y en todas partes eras bienvenido, siempre que tu
intención fuera pegar la hebra -ya sé que esta expresión está en desuso, pero igual me gusta- o
colaborar. Eso era un bazar contestatario, una medina de ideas, un tocaméroque de
perroflautismo... The answer, my friend, is blowing in Madriz... Creo recordar también que alguna
vez llevamos comida, comida cutre, por supuesto, sandwichs de batalla, birras de lata y cosas así, e
intuyo que sí llegamos a llevar lubina al horno nos hubieran abucheado por pijos y acusado de
infiltrados del PP... (lo de “la casta” no se decía todavía, pero ya existía un libro de no sé quién con
ese título).
De hecho, hablando de aquello de la casta, ya muy en retirada en el vocabulario político
español actual, en realidad no se trataba de ninguna tontería o de una consigna meramente
propagandística de las cabezas visibles con crines que vinieron después. Existía, desde 1995, el
famoso Informe Petrás, por James Petrás, colaborador de Noam Chomsky, donde, entre muchas
otras observaciones que sacaban los colores a este nuestro amado país, el analista exhibía un
fresco del bipartidismo español que venía a demostrar que si seguías el árbol genealógico de las
familias entonces gobernantes del PP te encontrabas a un buen montón de miembros del Opus
Dei de tiempos de ya sabéis quién, y que si, en cambio, rastreabas entre la espesura ancestral del
PSOE, a la sazón en una presunta oposición, lo que hallabas era a viejos cuadros dirigentes de la
Falange Española. O dicho con otras palabras: que ya sabíamos de antemano que lo llaman
bipartidismo y no lo es, puesto que esos dos sedicentes rivales han salido directamente de los dos
brazos políticosociales del franquismo, y, por tanto, al tratarse de gente tan vetusta y tan de poco
democrática estirpe, había motivos legítimos para pensar que no, que no, que no nos
representan...
Y la cosa tuvo un gran e inesperado apoyo popular, hasta el punto de que la prensa que al
inicio daba cuenta de aquello como si fuera Woodstock -un amigo mío de la facultad escribió algo
en El País completamente vergonzante-, enseguida cambió de enfoque y se puso a intentar
parecer enrollada, como un político que se arremanga, se afloja la corbata y se dispone a besar al
niño -a mi amigo terminaron precipitándole en el pozo de un ERE, de lo cual no me alegré. El 15-M
fue, en consecuencia, también un acontecimiento mediático, y todos tratamos de meter un poco
la cuchara en él. Yo mismo, una mañana de entusiasmo, escribí lo siguiente casi sin pensarlo a la
vuelta de dejar a mis amores en sus respectivas guarderías, y otro amigo me lo sacó en media hora
en la revista digital Culturamas (sí, sí, yo también he venido aquí a hablar de mi libro, pero al
menos este es cortito, espero que también en alguna medida significativo, no contiene la palabra
“indignados” y viene sin firmar):

Nosotros -manifiesto apresurado

Pero si es muy fácil: nosotros no somos sólo los alborotadores jóvenes, siempre dispuestos a
montar jarana, ni los izquierdosos residuales, celosos de su nueva oportunidad, ni las víctimas de la
crisis, soliviantadas por el ejemplo africano, somos todo eso pero sobre todo no somos ellos.
“Ellos” son los que hacen y deshacen el mundo convenientemente globalizado a su manera, a fin
de abrirlo o cerrarlo allí donde circulan sus negocietes, y por eso no existe ciencia económica ni
opción política en el s. XXI, únicamente grandes y pequeños negocios, incontrolablemente
particulares en su origen y más o menos universales en sus consecuencias. Cómo pactan, cómo se
entienden, cómo compiten a veces, eso a nosotros nos podría traer al pairo hasta que nos afecta, o
sea, tarde o temprano, en realidad prácticamente enseguida: ellos juegan con nosotros, y nosotros
renegamos de ellos, esta es la dicotomía fundamental en la actualidad.
Ya no nos dicen nada las expresiones como “lucha de clases” o “igualdad de oportunidades”,
cáscaras vacías que encubren la única división relevante: ellos no querrán formar parte, aunque
puedan, de todos nosotros; nosotros, que no podemos, hemos perdido todo interés por acceder a
los consejos administrativos de ellos. Tanto peso en nuestras conciencias de la pobreza y la miseria
de las regiones explotadas, marginadas u oprimidas, tanta servidumbre automática al espectáculo
de la cultura barata (no digo popular, digo barata), tanta experiencia en la banalidad de la
información política en la que nadie cree, que mejor nos plantamos de una vez por todas.
Pacíficamente, dicen, en el bien entendido de que pueda eludirse la violencia en la confrontación,
lo cual depende de ellos, no de nosotros.
El siglo XXI comenzó este año 2011, con Wikileaks, con Anonymous, con las revueltas árabes,
con la cacerolada en Islandia, ahora con las concentraciones ciudadanas españolas... Se pasó el
tiempo en que las sociedades se organizaban conforme a estructuras impuestas por la suerte, las
tradiciones, los recursos o el grado de dominación de los otros. Hoy, lejos de aquello por los
avances tecnológicos y la memoria histórica, que resolvieron vendernos en vez de quitárnoslos, el
mundo es tal y como queremos que sea, algo que ellos precisamente nos han enseñado con sus
sucias prácticas. De manera que ha llegado el momento de la revolución esperada, en nada
semejante a las que tomaron ese nombre anteriormente: revolución en la que nosotros, que somos
la inmensa mayoría, que estamos formados, que sabemos trabajar y que no necesitamos guías,
rompamos por fin el condicionamiento que nos induce a divertirnos en la mera decoración de los
límites en los que han decidido confinarnos y hagamos también el mundo tal y como queremos que
sea, porque es del todo posible y el que diga lo contrario miente.
De modo que ya no es el viejo “o ellos o nosotros”, ahora se trata de ensayar un “nosotros
por encima de ellos y luego si acaso que ellos se busquen su sitio”. Es decir, que si no eres de ellos,
es que eres de los nuestros, y ahora nos toca a nosotros.

Diez años después, la orden recibida en los mass-mierda de titularidad pública o privada es la
de agradecer en informativos y columnas de periódico aquella sana protesta, pero dándola por ya
cancelada -amortizada, dicen. No se entiende bien por qué, ya que excepto por las medidas que
ha introducido precisamente Unidas Podemos con ocasión de la pandemia y desde un gobierno de
coalición (renta mínima vital, subida del sueldo mínimo interprofesional, igualación de la baja
maternal, ley trans, intento de regulación de los alquileres y de negociación de las pensiones, etc.)
todo sigue como entonces o incluso peor. “Ellos” siguen administrando como siempre el control
de su eterna Demomafia, y “nosotros” encima hemos pasado a sufrir el signo del fascismo en
nuestras calles. Si vuelve a “subir la marea”, tengo una estupenda sugerencia: esta vez, el lío, la
algarada, la acampada y el laberinto, y por motivos puramente simbólicos, que sea por favor en la
Plaza de Colón...
El “Efecto WOW”

A propósito de la edad de Greta Thunberg, que también ha sido fuente y ocasión de


infundios (de los cuales el único interesante y triste es que podría esperarla una madurez
macaulyculkiana…), hablaré un poco de los adolescentes que conozco por encima, ya que soy
profesor -alguien tiene que hacerlo... Esta misma mañana caminaba por un pasillo haciendo slalom
de seres humanos bulliciosos cuando se me ha cruzado un chaval de Tercero de la ESO que
conozco de clase. El chico ha saludado a otro que no conozco con un “¡Franco! ¡Franco! ¡Franco!”
(de toda la vida se sabe que el nombre del añorado dictador había que decirlo tres veces en las
concentraciones de masas para magnificar su exigua estatura -la grandeza no se mide por el
tamaño, como decía Napoleón-, o por si con la edad se hubiera hecho duro de odio digo de oído…)
No me ha sorprendido mucho, porque ya la semana pasada en Valores éticos ese mismo chaval,
majo y con el pelo muy corto, defendía aquello de que si un ladrón entra en tu casa a violar a tu
mujer y matar a tus hijos, algo la mar de habitual en Perros de paja, Funny games o El cabo del
miedo, conviene tener un pistolón bien cargado cerca –o eso, o si acaso un papel y boli para el
autógrafo de Dustin Hoffman o de Bobby De Niro…
Aun así me ha sorprendido lo vehemente del saludo y lo arcaico de la triple invocación.
Ya es malo que un niño de catorce años se sepa de memoria una de las escasas cuatro patas del
argumentario de Santiago Abascal, pero peor es que lo comparta con otros de su misma edad y
posible batallón nocturno. He aprovechado para recordarle que ese señor que nombra, aunque
ciertamente muy eufónico, está muerto y muy muerto y no va a resucitar, pero no parece haberle
mermado la hombría. Así que me he ido cabizmundo y metidabajo a la sala de profesores, y al
buscar un video de ecologismos varios en Youtube me ha saltado un anuncio de no sé qué
producto que producía algo así como el “Efecto WOW”. La pregunta, entonces, que se me ha
planteado es dificilísima: ¿es el neofascismo ultraliberal que gusta a algunos adolescentes y a
millones de votantes hispanos también otra forma de “Efecto WOW” -con lo cual se trata de una
moda ridícula que no durará mucho y que será sustituida por otra igual-, o, justamente al
contrario, es la manera que ha encontrado la gente, y sobre todo estos jovencillos nuestros, de
huir definitivamente de la patética imbecilidad que es la cultura del “Efecto WOW” que hemos
creado para ellos? Si yo tuviese catorce años, y tuviese que elegir entre WOW y ser español hasta
la cejas, no respondo de mis actos…
Naturalmente, también hay chicos informados y concienciados, como Rabi, de Primero
de Bachillerato, que antes me había explicado la diferencia entre ecofascismo y
ecosocialismo/ecofeminismo -creo que estos segundos van juntos. Pero me da la impresión de
que el resultado no va a ser muy distinto, porque el tal Rabi, que es bangladesí, también va a vivir
el “efecto WOW” de tener que enfrentarse el resto de su vida al problema del Cambio Climático y
hacerlo combatiendo a los negacionistas xenófobos de Vox y otras basuras políticas. Es decir, que
lo mismo los chicos y chicas que ahora tienen la edad de Greta irán en pocos años buscándose
unos a otros por los bares para molerse a palos por la ideología climática de cada uno: eso sí que
va a ser ciertamente ¡¡WOW!! Y, viendo todo el pastel, se me ha ocurrido una cosa espantosa, lo
reconozco, tan espantosa que en cuanto la escriba la retiro, pero que exploto si no la digo. Se trata
de esto, agárrense a la silla: ¿y si, después de todo, les viene incluso bien? ¿y si la gran
transformación histórica que nos aguarda como especie, sea por el desastre climático, o sea por la
frenada económica, les enseña a los adolescentes una fuerza, una disciplina, un manera de hacer
mucho mejor que la cultura de mierda de las monerías en Youtube, de los “Efectos WOW” del
marketing (https://soy.marketing/que-es-el-efecto-wow/), y del deprimido-molas-mogollón (porque
tengo también varias alumnas de Cuarto de la ESO a las que la vida les parece una mierda; les
replico, no muy cortésmente, aunque sacan buenas notas, que un migrante rebosante de ganas de
usar su móvil y su microondas espera ansioso a ocupar su lugar, y que lo merece; lo llamo el futuro
Vox/inverso, o, si se quiere, las nuevas invasiones bárbaras…)? En fin, lo retiro, lo retiro…
Porque, desde luego, poner a prueba a la gente para que se endurezca o mejore
interiormente también tiene algo de fascista, si no lo han podido elegir deliberadamente, y que
esa prueba sea nada menos que una catástrofe global irreversible es un pensamiento de lunático,
o de alguien riguroso hasta el sadismo como Catón el Viejo. Pero lo que sí que es totalmente cierto
es que a Greta y a mis alumnos les espera toda una vida de ser machacados por cuatro nuevos
jinetes del apocalipsis ideológico: el Cambio Climático, la cuestión de género, los nacionalismos y
el control del internet. Para colmo, les dejamos un mundo en el que es cada vez más difícil
distinguir la ficción de la realidad, la imagen de la cosa, lo analógico de lo digital –pues algo
quedará de realidad, de cosas, de mundo analógico….- y habrá que adiestrarse desde muy niño en
ello. De modo que yo, más que ponerles pegas como los idiotas le ponen incansablemente a Greta
Thunberg, les deseo a todos la mejor de las suertes (puesto que, como se añade siempre en las
películas americanas como las antes mencionadas, la van a necesitar…)
¡¡WOW!!
El videojuego de la “espiritualidad”

“Pasábamos por dificultades insólitas y algunos nos recetaron aspirinas”, este podría ser un
aforismo de El Roto y esta fue también la impresión que me dio la entrevista a dos voces publicada
ayer en El País que tuvo lugar, si es que no se hizo con tiempo y por escrito, con dos eminentes...
eminencias (el uno teólogo, dice, y el otro lector de sanscrito): https://elpais.com/babelia/2021-02-
05/el-triunfo-de-la-filosofia-del-espiritu.html. El objetivo manifiesto era vender el último libro de
uno de ellos, el bendecido con ese cabello níveo que expresa sin duda su gran serenidad y su
bondad, pero el periodista había preferido disimular ese hecho comercial para hacer creer al
lector que el pensamiento occidental entra por fin en la Era de Aquarius. No tuvimos bastante,
según parece, con Herbert Marcuse disertando en California acerca de Eros y civilización entre la
muchachada pluridimensional, ni con Luís Racionero en España ilustrándonos con una cachimba
acerca de Las filosofías del underground, o con las más recientes invocaciones
psuedoheideggerianas al Homo Sacer del italiano Giorgio Agamben, no, queremos más. Y eso que
queremos parecen ser puertas de atrás para poder poner tierra de por medio y que se las arreglen
nuestros hijos como buenamente puedan. La propuesta de estos señores consiste, si no lo he
entendido mal, en que dentro de unos años, mientras nuestros cachorros buscan empleo, luchan
con los algoritmos que les constreñirán como en el cuentecito aquel de Cortázar en que un tipo se
ahogaba al quitarse un jersey, deciden entre un amplio espectro de opciones sexuales y de
género, salen a manifestarse a las calles a favor de las energías renovables e intentan distinguir
como hipermétropes digitales en sus numerosas y oligofrénicas redes sociales entre un bulo
emocionante y otro inquietante, nosotros vamos a dedicarnos a la meditación, como Yuval Noah
Harari entre un bestseller y el siguiente. Cuando todo da lo mismo, por qué no abrazar el budismo.
El budismo es, como la religión egipcia, un evidente culto a la muerte y a la pasividad, pero a estos
dos insignes intelectuales hispánicos, como han leído a Raimon Panikkar, este aserto les parecerá -
además de un plagio de Javier Krahe-, un despropósito y una muestra de ignorancia. No por nada
ellos comenzaron sus respectivas carreras leyendo El tercer ojo de Lobsang Rampa (“rampa hacia
el cielo”, que cantaban los Zeppelin), sin verle el chiste fácil a la cosa que sí que le encontraban el
resto de sus compañeros de estudios. Lo malo del tal Rampa no es que fuera o no un falso gurú, lo
malo es que de verdad tuviera abierta en algún sitio una consulta de proctología...
¿Y cómo se pueden hacer estudios de Filosofía y seriamente, de corazón, afirmar que Kant es
una suerte de “cerrado mecanicista” (no os preocupéis, ellos tampoco saben lo que han querido
decir) y que uno prefiere arrimarse a la técnica de oración del hesicasismo de la Edad Media, una
corriente de la Iglesia Ortodoxa de la que no ya se acuerda ni Dios, nunca mejor dicho? Pues muy
fácil, es el mismo tipo de ardid -de nuevo huir por la puerta de atrás- que usan esos tipos que
abundan ahora en la red desde la cuarentena del pasado marzo y que te aseguran que con un
ordenador y un móvil vas a ganar diez mil euros al día desde un resort en Malibú sin necesidad
alguna de matricularte en una carrera, aprender idiomas o redactar currículums -ya sé que está
mal usado el latinajo, pero es lo que hay-, esas fatigosas trampas formativas para los pringaos. De
modo enteramente gratuito (sic), ellos van a compartir generosamente lo que han aprendido
acerca del comercio digital -es decir, nada menos que poner banners de publicidad en páginas de
otros durante 24 horas al día-, que es el gran negocio del futuro cibernético si sabes bien dónde
excavar -asombroso: ¡cuatro espabilados nos están vendiendo otra vez la Fiebre el Oro del
Yukón!...-, engañando a miles de pringados como tú. Al menos nuestros dos ilustres entrevistados
venden una mercancía venerable, previamente gentrificada y recortada por ellos mismos para uso
de los atribulados y perplejos de hoy, en plan Reader´s digest de la sabiduría. Leer a Kant (que
escribió además aquella diatriba contra los psicofantes, Sueños de un visionario) es un coñazo
insufrible, ya lo dijeron Alaska y Mario, eso requiere del Cuarto Ojo, el ojo del entendimiento, así
que mejor adentrémonos en la misteriosa filosofía samkhya, que, no se asuste, señora marquesa,
es muy sencilla, yo se la explico en una tarde con una infusión por delante...
No obstante, no se crea que esto es un retroceso a Madame Blavatsky o incluso a Meher
Baba, el cantamañanas (charlatán no, porque no hablaba, no como estos dos, que no paran de
perorar del silencio...) que embaucó a tantas estrellas del rock, y al que debemos ese lema tan
emblemático de la tontería global que dice Don´t worry, be happy. Al contrario, tal exhortación al
recogimiento, al vaciarse para llenarse -también las cosas están vacías, dice uno de los sabios
entrevistados, poco antes de probar a meter los dedos en los agujeros de un enchufe...-, al
sincretismo cultural y a la compasión universal pero siempre desde la necesaria distancia de la
ironía lo encuentro yo en la actualidad completamente reflejado en la industria de los videojuegos,
una de las más boyantes del planeta. El gaming, he aquí la espiritualidad del presente. Si estás
estresado, la vida te confunde, alguna vez votaste al PP o te ha abandonado tu móvil -para cuándo
una aplicación para poder besarse con lengua con tu móvil-, enciendes la videoconsola y una paz
interior semejante al Nirvana te invade. Como riman en TikTok, “viva el orden, viva el rey, viva el
mando de la Play”. No es una paz, es cierto, quietecita e inerme, como les gusta a nuestros
intelectuales de vanguardia, porque se grita, se suda, se sufre y hasta se ama, como en el Striking
Vipes de Black Mirror. Pero obtienes apartamiento del mundo y desnudez del alma, borrar
enteramente las preocupaciones del día para encontrarte contigo mismo, renegar con un ademán
del ruido mundano para dejarte penetrar de una pura percepción interior. Podéis esperar
comunidad en el silencio de los gamers, esos nunca usarán de la palabra para protestar excepto si
les suben el precio de una skin. El propio Fornite, la Más Alta de las Experiencias Místicas, te
absorbe en su mundo virtual sin resto alguno, y ya no existen para ti el mal, ni la política, ni la
ecología, ni tu familia ni más muerte que una especie de dron ultramoderno que chupa tu luz,
confirmando así que eras un ser de luz y que te reconfigurarás en el siguiente evento. El Fornite es,
en efecto, sincrético, mezclando mitologías y franquicias en una visión holística común, ramas
todas de un mismo poderoso árbol que hunde sus raíces el Ser y eleva su copa hacia la Nada:
personajes Marvel, DC, Depredador, Mandalorian, youtubers famosos y un largo etcétera de
religiones contemporáneas, efectivas, con decenas de millones de seguidores entusiastas. Como
apunta Arnau en el artículo de ayer: “Para mi la clave de la meditación no es tanto cerrar los ojos
como abrirlos”
Y todo esto está muy bien, es estupendo y maravilloso y devuelve una dimensión de lo
numinoso a nuestras vidas por cortesía de la Sony o de la Nintendo, pero de lo que ya no estoy tan
seguro es de que sea filosofía propiamente dicha. En Fedón, Platón pone en boca de Sócrates que
una vez estuvo interesado en la composición de los astros y todo lo que está más allá de la
experiencia vulgar a la manera de Anaxágoras y compañía, pero que luego, en una “segunda
singladura”, se dio cuenta de que aquellas materias son vanas si uno no se preocupa primero por
la promoción de lo bello, lo bueno y lo justo en su ciudad. Esa preocupación se compadece mal
con el recogimiento, la planitud interior y mucho menos con el silencio, por eso Sócrates salía
desde temprano a la calle todos los días a dar la vara a sus compatriotas. Así que no sé si es del
todo cierto que el videojuego de la espiritualidad, o la espiritualidad de los videojuegos, que es
prácticamente lo mismo, constituyan realmente el nuevo territorio del pensamiento del futuro,
por muchísimos followers que tengan, sobre todo mientras pesen sobre la humanidad tantas
nuevas incertidumbres y tan enormemente decisivas que lo que menos necesitan es que nos
desentendamos de ellas a canje de dar vivas al espíritu, al rey y al mando de la Play. Pero que no
se diga, ¡ea!, que soy yo un materialista que sólo aprecia una larga espalda de mujer y una paella
con sangría entre amigos -nuestros gurús hablaban también del fagos: “¡al Principio fue el
Fagos!”28... En realidad, también yo tengo mi facetilla espiritual, como la tenían sobradamente
Sócrates y Kant, y me postro de hinojos ante la divinidad, al tiempo que trepo sobre las ramas de
ese Yggdrasil que conduce del ser a la nada o a la inversa, pero sólo en los términos en que lo
canta el poeta en El libro de horas:

El tiempo es como un borde marchitado


en una hoja de una haya.
Es el ropaje deslumbrante
que Dios ha desechado,
cuando Él, que siempre fue profundidad
se cansó de volar
y ante los años, todos, se escondió,
hasta que su cabello, que era como raíces,
entre todas las cosas se extendió.

28 So el espíritu, en este mundo corpóreo y crudo todo consiste en comer y ser comido. Los animales no hacen otra
cosa, comerse los unos a los otros. La noche llega y engulle la luz del día, la plantas rechupetean la luz del sol, un
cachorro crece y absorbe porciones de su entorno, un idioma es un sistema digestivo común, la revolución devora a
sus propios hijos, el sexo está hecho de mordisquitos, de envulvar y de hacer desaparecer en cuevas partes salientes
del otro, hasta el conocimiento no es más que echarse un libro, una clase, una práctica entre pecho y espalda... En el
fin del mundo Dios volverá a ingerir todo aquello que había evacuado antes, al inicio...
Larry Flint ardiendo… en los infiernos

Aquí en España, claro, no hemos sido partícipes del circo que llevaba décadas montando
Larry Flint en EEEU, la patria del show business, pero nos lo había contado muy bien Milos Forman
en su divertidísima película de 1996. Yo la vi varias veces, entonces, de lo mucho que me gustó,
también por Woody Harrelson, que borda los papeles de pervertido o amoral de sonriente, e
incluso por Courtney Love, que se diría que apenas tiene que interpretar nada en casos como este.
Sin embargo, el mensaje libertario de la cinta me dio un poco igual. Creo que hay que ser muy
norteamericano de pura cepa para pensar de verdad que el problema de la libertad de expresión
se juega en la edición o no de revistas guarras. Conforme a la tradición europea que forjó la
libertad de expresión –un puntal decisivo de la organización social en el que se ha insistido
muchísimo y con razón desde el s. XVII-, la polémica residiría más bien en la evitación de la
censura (por ejemplo, John Milton en su Aeropagítica, que es un texto corto y elocuente) respecto
de las publicaciones o medios que puedan vehicular opiniones discordantes. Si tú a Milton le
hubieras preguntado por la pornografía sin duda se hubiera escandalizado, porque era un
protestante puritano en materia sexual, pero también porque le hubiera parecido cuestión baladí,
una bobada en comparación con asuntos más graves. ¿Quién puede ser primero tan cerdo, pero
luego tan banal, que convierta la épica lucha por la libertad de prensa en ocasión para propalar
imágenes indecorosas, machistas y para colmo deformantes y mixtificadoras del acto sexual?
De modo semejante, lo que realmente afecta a la libertad de expresión hoy en el mundo no
son las viejas y cachondas salidas de tono de Flint, sino si Facebook o el gobierno chino tienen
derecho alguno a restringir el contenido en la red que hagan circular sus usuarios, por no decir
sencillamente los ciudadanos de cualesquiera lugar del mundo. No obstante, dando por hecho que
más de la mitad de esos grandes pollos que le gustaba armar a bombo y platillo a Larry Flint, y que
terminaban en multas o cárcel, no eran más que marketing de Hustler, entiendo que personas así
de impresentables son también imprescindibles en un país que presuma de democrático, aunque
sólo sea para ver hasta dónde de verdad puede la población desafiar las convenciones
establecidas. Porque una cosa es procurar velar por las costumbres y signos de pertenencia que
identifican a un colectivo determinado y otra muy distinta que el tal cuidado establezca una
especie de interdicción para la vida en los márgenes, allí donde borbotea la discrepancia, la
insatisfacción y hasta la pura abyección. Discrepancia, insatisfacción y abyección son
absolutamente sagradas en el seno de un sistema político pluralista siempre y cuando no
impliquen daño alguno a terceros (es inaceptable, como en la estupenda y alegórica El bosque de
Night Shyamalan, poner muros de miedo y superstición en las lindes de la polis o de la aldea...)
Hoy, que la representación pornográfica -”exhibición de la prostitución”, en griego- ha
superado con creces todas las reivindicaciones de Flint y Hefner, y que hasta es objeto de libros
presuntamente serios, debates tan profundos que están hundidos, y tesis doctorales de
sonrrojante desarrollo (además de ser uno de los negocios más lucrativos del planeta), la muerte
del magnate de Hustler no es más que una anécdota del folklore americano. Para una dulce ama
de casa de Wisconsin, Larry Flint estará ya achicharrándose ya en los infiernos; para nosotros, es
una ocasión de renovar la fe en la libertad, aunque sea libertad para la pura tontería, y de ver otra
vez la película de Harrelson…
Abismos clavados en abismos…

¿Qué es el hombre en medio de la naturaleza?


Una nada respecto del infinito, un todo respecto de
la nada, un término medio entre la nada y el todo.
Infinitamente alejado para comprender los
extremos, el fin de las cosas y su principio están
para él invenciblemente ocultos en un secreto
impenetrable…

Blaise Pascal, Pensamientos.

A tres años de su fallecimiento, creo que se puede decir ya que nunca se entendió muy bien
el revuelo en torno a Stephen Hawking, excepto por la tendencia americana a crear iconos
mediáticos en los que centrar la atención del espectador lego. Hawking fue un fenómeno estético
posmoderno, más que estrictamente científico. Tengo la sospecha de que nadie hubiera oído
hablar de Hawking de no ser por su atroz enfermedad (se ha dicho que Franklin Delano Roosevelt,
en silla de ruedas, jamás hubiese ganado unas elecciones de existir entonces la televisión: aquí
sucede justamente al revés). Esa imagen de señor que como tiene el cuerpo en ruinas debe de ser
todo mente resulta muy cartesiana y tiene un gran gancho popular, pero no es más que mítica.
Todos los grandes descubrimientos que divulgó en realidad son de otros, como él mismo citaba y
reconocía: Lemaitre, Hubble, Gamov, Penzias y Wilson, Guth… Hawking sólo añadió la
especulación sobre la “radiación Hawking”, que no le mereció el Nobel, y unas cuantas preguntas
semi-poéticas semi-filosóficas propias de un aficionado curioso. Siempre me sorprendió en sus
muchos reportajes ese empeño suyo de hablar de la majestuosidad y belleza del universo… ¿Cuál
puede ser realmente la belleza de lo que en su mayor parte es un inmenso vacío poblado de
diminutos escombros, por lo que sabemos hasta hoy (y dejando ahora a un lado la hipótesis de la
materia y la energía oscuras)? Como a él la productora de sus programas le diseñaba una
panorámica compuesta de apretadas lucecitas de colores y aparatosas nubes tornasoladas quizá
se pudiera creer, porque entraba por los ojos, pero aquello era un montaje, no un hecho: estética,
y no ciencia…
También me desconcertaba cuando hablaba de la Nada, tranquilamente, como sustrato del
Big-Bang. De la Nada nada sale, como ya sabían los presocráticos. Sin embargo, Hawking
rechazaba el Gran Rebote, en mi opinión mucho más coherente. Lo que ocurre es que con el Gran
Rebote no hay misterio teológico, que a Hawking parecía fascinarle para mejor negarlo después.
Luego se ponía a hablar de los alienígenas, que nos iban a invadir, o del momento en que
abandonemos la Tierra para colonizar otros planetas dentro de miles de años. Cosas interesantes y
estremecedoras, todas ellas, sin duda, pero que son más propias de un visionario que de un
científico. Otros divulgadores lo hacen mucho mejor, tal como yo lo veo, pero no cuentan con el
estereotipo norteamericano de una historia cinematográfica de superación personal. Llamarle
“genio” y compararle con Einstein o Newton es saber poco de Física. Hawking no proporcionó
ningún nuevo paradigma, aunque no carece de cierto mérito haber intentado conjugar la
Mecánica Cuántica con la Relatividad en la investigación de los agujeros negros (tratando de
suturar un poco con ello la esquizofrenia de la Física actual). Pero ni con eso está a la altura de
Peter Higgs, por ejemplo, que sí recibió merecidamente el Nobel. Hawking fue una gran persona,
eso es incuestionable, pero también un gran divo. Es posible que después de él se nos agoten las
figuras individuales universalmente conocidas en el campo de la ciencia. En este sentido, se trata,
sobre todo, de uno de los últimos humanistas, como se dijo en su muerte, pero en un escorzo ya
muy posmoderno.
Yo creo que ese Hawking era vagamente panteísta, sin saber lo que es el panteísmo. Y que
tenía cierta fe en el principio antrópico: con o sin Dios, este universo ha producido las condiciones
de la aparición de vida inteligente, y eso lo hace excepcional. Como si hasta el no-sentido de todo
necesitase por lo menos un contemplador que se asombrase de la contingencia radical de la
existencia. Es una idea extraña: cuando me hago consciente de que todo podría ser de otro modo,
o no ser, entonces pienso que esa misma consciencia parece -sólo parece…- una finalidad del
universo. Hawking sentía esa especie de paradoja cósmica. No hay completo azar hasta que un
espectador se percata del azar, y entonces, así de repente, ya no parece tan azar… Y es que en
estas cuestiones tan enormes y extraordinarias, tan apartadas de la vida corriente, nada se explica
hasta sus últimos fundamentos, porque si tales fundamentos son complejos, entonces aún deben
ser analizados por descomposición, valga la redundancia, y si son simples, entonces se impondrían
de un modo inmune a la inquisición racional, siendo, por tanto, e indefectiblemente, irracionales.
En ambos casos, por consiguiente, y esto es lo realmente sobrecogedor del asunto, no hay ni
puede haber explicación completa de nada, es decir, del “Todo”. Un técnico que arregla
ordenadores sólo es capaz de explicar el funcionamiento de un PC dentro de un marco limitado
por su profesión, que sin duda sobrepasa el profano y es quizá inferior al diseñador del PC, el cual
tiene un marco algo más amplio, pero nunca absoluto. Eso mismo nos ocurre a todos con
cualquier interrogante filosófico realmente profundo, que nos manejamos bien en él
técnicamente siempre y cuando no nos remontemos a los “por qués” últimos, definitivos,
fundantes. Porque el problema es que tampoco podemos hablar del misterio del mundo o de la
naturaleza, ya que eso supondría que hay un lugar, más allá de nuestro alcance, donde tal misterio
está resuelto. El mysterium sería así un velo que cubriría lo que es una evidencia más allá de la
limitación humana. ¿Cómo pensar, si no, un misterio en y para sí mismo? Las mareas no suben y
bajan cuestionándose a sí mismas, así que supongamos que tal misterio está resuelto, como digo,
de alguna manera y en alguna parte. Entonces volvemos a lo de antes: o la respuesta es simple, y
entonces siempre podemos preguntar por qué es esa y no otra, o es compleja, lo cual supone que
el misterio no está resuelto del todo. En fin, visto así, si Dios existiese también sería un aprendiz, el
más avezado de todos, y la realidad, incluido Sí Mismo, no sería su feudo, sino su campo de
investigación -esto venía a decir más o menos Aristóteles en el s. IV a.C., para confusión de las
generaciones (y Nietzsche, que escribió que “hasta los mismos dioses filosofan”…) Ya, pero eso
nos devuelve ahora al problema de concebir un misterio en y para sí mismo. Si hasta Dios se
desconoce a Sí Mismo, como han sugerido místicos y poetas nórdicos -Meister Eckhart o Rainer
María Rilke-, entonces las mareas ya se nos vuelven completamente locas….
A mi juicio, la clave está en la existencia misma de los PCs y de las mareas, por usar ese
ejemplo. Si hubiese alguna pregunta que responder acerca del comportamiento de las mareas o
de cualquier otra cosa, el secreto estaría en que la solución no tendría nunca carácter teórico, que,
por lo dicho, sería informulable en sus últimas consecuencias. Con que no hay más remedio que
admitir que la respuesta a cualquier pregunta es práctica y no teórica, es decir, que el mundo ya
(subrayo el “ya”) ha respondido a cualquier pregunta existiendo. Es alucinante, bien mirado. El
mundo, la realidad, la existencia, como se quiera llamar, no sería la pregunta, sería la respuesta.
Una respuesta actuante, viviente, por así decirlo: no hay por tanto que buscar en otro sitio. ¿Cuál
fue -o es- la pregunta de la que las mareas, los PCs y nosotros mismos somos la extraña respuesta?
Naturalmente, no lo sé. Nietzsche y otros caviladores posteriores insinúan vaga y oscuramente (o
así lo he interpretado yo) que fue -es- algo semejante a esto: ¿quiero eternidad? El que se formuló
está pregunta fue la realidad o el mundo como tales, y en el mismo acto de formularse la pregunta
mundo o realidad o naturaleza (o Deus, o Substantia, por complacer a Spinoza) existieron desde
siempre y para siempre, porque “eternidad” es una promesa a la que no se le puede decir que no,
es la promesa de todas las promesas, de manera que exigiría su aceptación de manera
incondicional. Y en esa incondicionalidad vivimos, nosotros que no somos eternos pero
provenimos de un acto fundacional (nunca ocurrido en el tiempo, sino interno a él) eterno o que
propone la eternidad. Una incondicionalidad que incluye también todo lo que nos disgusta en esta
vida y de ahí que tratemos de explicar su por qué en tontos círculos teóricos que no nos llevarán
jamás a ninguna parte. Con otras palabras: frente a un hecho hay explicaciones acotadas,
parciales, de procesos particulares, como las que puede aportar el técnico informático o el
operador de un acelerador de partículas, pero no hay que olvidar que, al fin y al cabo, los hechos y
los procesos en los que se enmarcan son la verdad misma manifestándose continuamente y hasta
siempre, de modo que nuestras explicaciones lo único que hacen es esquematizarlos para nuestro
uso y, acaso, disfrute. No hay mysterium, pues, hay el “hay”, el “se da”, el es gibt, hay hechos, y
están aquí, por todas partes, pudiendo ser siempre de un modo-otro, pero siempre y para
siempre. Buscar más allá es buscar en realidad nuestra utilidad, no el sentido de la vida o de la
existencia del universo o gigantomaquias así, ese tipo de pesquisas tan risibles que se supone que
antes realizaban los filósofos soñadores o angustiados y ahora llevan a cabo los macro y
microfísicos, con el resultado de que de repente nos parecen más serias…
Porque desde este punto de vista -el de que la realidad no es un misterio a averiguar, sino la
respuesta a todo misterio, como ya apuntaba León Lederman en La partícula divina-, el Bing-Bang
interpretado como verdad teórica absoluta al modo como lo hacía Stephen Hawking y lo hacen
tantos físicos y astrofísicos sería tan ilusorio como un programa de ocultismo de Iker Jiménez.
Según todos ellos, habitamos un universo escandalosa, aberrante, inhumanamente –creo que esa
es la palabra justa- grande, y para colmo es sólo uno entre infinitos de ellos, el Landscape
demencial de la Teoría de Cuerdas. Blaise Pascal, que en el s. XVII decía aquello de “¡el silencio
eterno de estos espacios infinitos me espanta!”, hoy no sabría dónde meterse. Abismos clavados
en otros abismos, como en las amargas pero magníficas estrofas de Sylvia Plath…

(…) Iré hacia el norte. Iré a la noche polar.


Me veo como una sombra, ni hombre ni mujer.
Ni como una mujer dichosa de ser un hombre, ni como un hombre
Bastante brutal y lo suficientemente tranquilo para no sentir
una insuficiencia. Siento una carencia.
Tengo mis dedos levantados, diez estacas blancas.
Miro, la oscuridad se filtra y atraviesa los nudillos.
No puedo retenerla. No puedo contener mi vida.

Seré una heroína periférica.


No me dejaré acusar por los botones caídos
Por los agujeros en los talones de calcetines, los rostros blancos y mudos
De cartas sin respuesta, encerrados en estuches.
No se me delatará, no se me acusará.
El reloj no me hallará en la espera, ni esas estrellas
Que clavan un abismo en otro abismo.

Sylvia Plath, Segunda voz en Tres mujeres


El Club de los Piratas Muertos

Bajo el inmenso y estrellado cielo,


cavad mi fosa y dejadme yacer.
Alegre he vivido y alegre muero,
pero al caer quiero haceros un ruego.
Que pongáis sobre mi tumba este verso:
“Aquí yace donde quiso yacer;
de vuelta del mar está el marinero,
de vuelta del monte está el cazador”.
Epitafi o de R.L. Stevenson

En mi tontuela opinión, la principal causa de discrepancia entre los hombres reside en la


intuición que cada uno tiene del temperamento humano. Unos entienden que el prójimo está
compuesto de una turba de pícaros desvergonzados, a los que o bien hay que sumarse o bien
poner coto, y otros entendemos que el prójimo está compuesto de una selecta multitud de
personas amables, a las que hay que tratar con reverencia y dignidad. Antes de cualquier opción
política está en juego esta elección puramente sentimental o empírica, y ambas conocen formas
de radicalidad según las cuales para los primeros los pícaros dejan de ser mínimamente simpáticos
para ser tus adversarios sexuales, ideológicos o de negocios a batir y para los segundos las
personas amables lo son tanto que no saben defenderse solas y cabe matar por su conservación.
Tal como yo lo veo, esos extremos jamás se podrán evitar, y lo más que podemos es reservar una
especie de contenedor de basura social para que ambas tendencias tengan su sumidero particular,
a la vista de todos pero apartado también de la vida diaria y real de todos. Los piratas, claro, los
piratas históricos, de carne y hueso, los que se narran en las crónicas de Daniel Defoe -que los
tenía bien cerca- o de Philip Gosse -que los estudió de lejos-, eran más bien de esa clase de
talantes que viven convencidos de que todos somos unos golfos, y que al menos ellos son los
únicos consecuentes. España, que es un país (o un estado de ánimo subtropical) feraz en excelente
rock, muy buena poesía y conspicuos corruptos, está situada un poco entre una y otra visión, y por
eso nos agrada tanto conmovernos por las desgracias de las pobres víctimas del Sistema como
aplaudir a individualidades destacadas como el Dioni, el Lute o el Comisario Villarejo, y así nos va.
De hecho, en tiempos del pirata Francis Drake, tan odiado en nuestra tierra, tan vilipendiado como
característico de las tretas y malas mañas de la pérfida Albión disfrazadas de caballerosidad y
título de Sir, mucha envidia fea es lo que había detrás de tanto vituperio español. ¿Qué es, pues,
España? Una Francia grosera, una Inglaterra perezosa...
Sin embargo, y pese a Lord Byron, sólo en España se esculpió La canción del pirata más
sonora e internacional de todos los tiempos, gracias a la mano maestra de Espronceda: ¡Con cien
cañones por banda / viento en popa a toda vela! etc., etc. Unos versos enérgicos, desafiantes,
románticos, como corresponde al espíritu individualista y ácrata de la vieja piratería. Por lo que
cuentan Defoe y Gosse, los piratas clásicos, los grandes estandartes de la piratería, no se parecían
lo más mínimo a la interpretación noble y elevada que hace de ellos Joseph Conrad en su novela
homónima -El pirata, buenísima, la última suya, pero completamente ayuna de intención realista o
de retrato verídico. Se parecen más bien, si acaso, a Al Capone y los mafiosos de aquellos años del
Estados Unidos de la prohibición: tipos violentos, garrulos, ignorantes, con aspecto de
pueblerinos, más bestias que un arado y analfabetos como ellos mismos. No importa: al igual que
imaginamos a Capone con el rictus de De Niro, imaginamos a los piratas del Caribe con la
ambigüedad sexual de Jack Sparrow o con la sofisticación del Capitán Flint en la serie Black Sails -
o, cómo no, con el morro y la habilidad social de Long John Silver en La isla del tesoro de
Stevenson, el libro de libros, el único heredero moderno de Homero y Ariosto. El Sandokán de
Salgari no nos vale, porque aunque Salgari fuera tan escritor de folletín -yo lo he leído, y es serie B
total-, Sandokán es un pirata enamorado, y eso no puede ser. Es cierto que está enamorado con
toda su bravura salvaje, pero no nos vale. Es como si lo hubiera concebido la calenturienta cabeza
de J.J. Rousseau: un “mal salvaje” que en el fondo sí es “buen salvaje” porque actúa por amor con
el trasfondo natural indómito de Malasia. Muy buena idea para vender libros, pero no para hacer
antropología verificable del espécimen humano...
En realidad, en la famosa Isla de la Tortuga (que se sitúa frente a las costas de Haití, y que
resplandece rodeada de islotes, lo que hace que, a veces, sea mencionada en plural como Las
Tortugas...) los bucaneros tuvieron una base y plataforma sin fronteras nacionales durante los
siglos XVII y XVIII. Tales piratas, sucios, brutos y desarrapados, formaban una asociación llamada
Cofradía de los Hermanos de la Costa -El Hermano de la Costa es el verdadero título de la novela
de Conrad, si no recuerdo mal. No se conoce el preciso origen de esta Cofradía, pero se sabe que
llegó a elaborar una suerte de Constitución que regiría sus vidas, más acá del anarquismo
decimonónico, o para demostrar que hasta el anarquismo decimonónico precisaría algo más que
pactos y buena voluntad para trabar relaciones sociales útiles para todos, habida cuenta de que el
material humano con el que cuentas son asesinos depredadores y no una prole de clones
educados de Herr Immanuel Kant -porque Kant, en efecto, es el fautor involuntario del
anarquismo, en tanto que el anarquismo pone la moral como fundamento de la convivencia, si es
que ésta tiene lugar...29 Y esa paradójica Constitución de los Renegados resulta que la conocemos,
y que decía así:

-«Ni prejuicios de nacionalidad ni de religión». En este punto la coincidencia es general.


Convivían perfectamente católicos con protestantes e ingleses con franceses. Se privilegiaba la
individualidad antes que ningún otro factor. Las guerras europeas y sus odios no llegaban a la Isla
Tortuga. No hay países, hay hermanos, pero cabe destacar que existían diferencias lingüísticas que
separaban a unos de otros.
-«No existe la propiedad individual». Entendiéndose por esto la propiedad de un
determinado terreno. Quiere decirse en concreto que la Isla de la Tortuga, donde todo barco
recala para descansar (descansar significaba también, naturalmente, juerga y orgía desenfrenadas:
¡ron, ron, ron, la botella del ron!) y aprovisionarse, es de todos y para todos. Los barcos de la
Cofradía no tenían un propietario fijo.
-«La Cofradía no tiene injerencia en la libertad de cada cual». O sea, que en la Isla no habría
impuestos ni imposiciones de trabajos forzados ni Código Penal. Cualquier problema entre
hermanos debía solucionarse solamente entre ellos. La participación en travesías es
completamente voluntaria y no existía obligación alguna cuando llegase la hora de componer
tripulaciones o armar un ejército.
-«Si un cofrade abandona la sociedad, jamás será perseguido». Esta ley, asombrosa, permitía
libertad absoluta para abandonar la Cofradía en cuanto su integrante lo decidiera o, lo que es más
sorprendente aún, volver a formar parte de ella más tarde así lo deseaba. Es decir, sin malos
rollos...

(Los nombres más conocidos de esta época dorada de las piratería son los de Agrammont,
29 No es casualidad, por cierto, que fuese también Conrad quien escribiese El agente secreto, una novela
tremenda, absorbente, que tiene ese mismo problema como tema: ¿qué hacemos cuando el sujeto moral kantiano
pone bombas?...
Pierre Legrand, Henry Morgan -sobre el cual John Steinbeck escribió La taza de oro, que es una
novela extraña, parecida al Scarface de Pacino, pero que no está mal-, El Olonés, Rock el Brasileño,
Bartholomew Roberts y Edward Low, y las fuentes de estas peculiares reglas los fascinantes y
meticulosos estudios Utopias Piratas de Hakim Bey y Los Hermanos de la Costa - Piratería
Libertaria en El Caribe de Bernardo Fuster).
Lo cual nos lleva a la pregunta final, la realmente importante: ¿qué es un pirata?... Pues un
pirata es, me parece a mi, todo aquel que no está dispuesto a trabajar, ni por autoabastecerse a sí
o a su familia ni menos aún a cambio de un salario o de un puesto de relumbrón. Que trabajen los
demás, y el pirata ya se encargará de arrebatarle el fruto de su esfuerzo de años en media hora de
coraje y de rebanar gaznates. Un pirata es, pues, un parásito declarado, alguien congénitamente
incapaz de respetar el Contrato Social o el Imperativo Categórico. La sociedad estatuida, a la que
rapiña y asalta ocasionalmente para poder pegarse una buena fiesta -el pirata no deja tras de sí
propiedad, ni testamento, ni inversiones, ni recuerdos ni nada-, le tiene por un condenado, no sólo
jurídica sino también religiosamente hablando. Cuando se le ahorque, irá directo al Infierno. De
hecho, la Isla de la Tortuga era ya el Infierno en la Tierra a los ojos de los estirados ejércitos
imperiales que trataban de parar los pies a esas hordas de vividores armados que conformaban la
piratería. A día de hoy, la piratería residual está poblada de gente depauperada y desesperada,
como los piratas somalíes. Pero en época histórica, los bucaneros (este nombre se debe a la carne
ahumada que devoraban) no estaban en absoluto desesperados, únicamente es que no les
merecía la pena la vida civilizada que habían conocido en tierra. ¿Para qué vas a servir
abnegadamente a alguien más bien despreciable, postrarte de hinojos antes los suntuosos
vestidos de su mujer, trabajar la tierra o adecentar la mansión del señorito a diario, cuando
puedes enrolarte en la nave de las tibias y la calavera, hacer el macarra por los Siete Mares y
probablemente terminar muerto en combate (por mano de un miembro de la armada de S.M.S. o
tal vez de un compañero de correrías) sin apenas darte ni cuenta? 30
No es mi estilo, pero tal vez Joaquín Sabina tenía razón. Tenía razón aunque tampoco sería
capaz, para qué engañarnos. No obstante, muchos hombres, y algunas mujeres, sí lo fueron.
Viajaron a la Isla Tortuga, ese Paraíso del Mal, y cantaron, con varios rones encima, y tras haber
echado unos polvos, Si me dan a elegir/entre todas las vidas, yo escojo/la del pirata cojo/con pata
de palo/con parche en el ojo/con cara de malo...

30 O, casi más interesante, al revés: el aristócrata byroniano que aspira a no morir nunca como el vampiro Lestat
de Tom Cruise...
Buenas noticias para los cetáceos

Hay un ecologista radical, no muy famoso -no obstante, diré el pecado, pero no el pecador-,
que afirma que él imagina un planeta ideal enteramente cubierto por enormes masas de agua sin
rastro de tierra firme y donde no hubiera nada de vida, o únicamente vida microscópica, hasta
bien pasado un kilómetro de la gruesa capa de hielo que constituiría la corteza gélida de ese
mundo. En la superficie, un desierto blanco, pero en el interior, como en un testículo divino
bullente de espermatozoides salados, navegarían lenta, majestuosamente, las ballenas, ballenas
de todo tipo, belugas, corcovadas, azules, jorobadas, seres que se relacionan cantando, que se
alimentan dejando entrar plácidamente toneladas de krill y de plancton en su interior y que
generalmente no conocen más conflictos que los derivados de los mosqueillos en época de celo.
Nuestro ecologista no va más lejos, le basta con que sobren los hombres, con que de ellos no haya
ni noticia ni recuerdo, pero vamos a imaginárnoslo bien, como un sueño profundo con música chill
out no muy alta pero “sensurround”, y cuya duración, la de ese sueño sin durmiente, fuera la
eternidad. Los cetáceos, como especie superior de ese Solaris/pecera, tendrían espacio de sobra,
tendrían todo el espacio del mundo, y su existencia consistiría en volar sin esfuerzo a través de él.
Hacia arriba, donde gracias a algunos boquetes grandes en el hielo entraría algo de luz, los
animales podrían respirar y las criaturas grandes y pequeñas tendrían la oportunidad de propulsar
orgullosamente un chorro de agua vaporizada hacia la oscuridad estelar… Hacia abajo, hacia las
honduras abisales, donde los ejemplares más viejos se dirigirían a morir sin saber muy bien lo que
van a encontrarse, pero a sabiendas de que sus huesos pertenecerán al mismo mundo, al mismo
elemento, en el que continuaran nadando por siempre sus hijos, y los hijos de sus hijos… El
Universo mismo como una vastedad pacífica e ilimitada, en el sentido relativista, poblada por
inmensidades flotantes, muchas viajando en grupo, cruzándose entre sí sin jamás colisionar,
oyéndose venir unas a otras a un horizonte de distancia, emitiendo frecuencias melodiosas y
graves (hablando en balleno, en fin, como Dory) en todas direcciones, una red de comunicación sin
interferencias ni trolls, un Internet de corrientes, ondulaciones y vibraciones, “una
sobreabundancia de medios de comunicación, junto con una extrema receptividad a los estímulos
y señales; la apoteosis de la comunicatividad y traducibilidad entre seres vivos –la fuente de todos
los lenguajes” (El nihilismo europeo).
A mí me maravilla la idea, pese a que soy consciente de que es profundamente anti-
humanista. Aquel hombre, el ecologista, no estaba pensando en un planeta remoto, sino en la
Tierra milenios después la extinción del ser humano, por eso no he dado su nombre. Los
occidentales han sido completamente incapaces de describir el Paraíso inmerso en el tiempo, un
Edén durativo, y a lo más que han llegado es a la contemplación extática de los círculos celestes de
la Comedia de Dante. Sin embargo, ese planeta cerrado, submarino, pero hospitalario, sí es lo más
aproximado que podríamos concebir a un Paraíso vivo, con la condición de erradicar el odio y las
pasiones de la especie a que pertenece el capitán Achab de todo su orbe. Hacia allí vamos, sin
duda, puesto que nos hemos vuelto a olvidar de la quiebra ecológica tras la crisis de la pandemia.
Íbamos a salir mejores del confinamiento, o eso nos habíamos propuesto, sin darnos cuenta de las
tentaciones que nos aguardaban en el periodo vacacional. En la parte del mar que está justo
debajo de España, por usar la visión opuesta a la de José Luís Cuerda, tritones fascistas se
manifiestan sin las gafas ni la bombona de bucear, para ahogarse en nombre de la patria. Otros
tritones chillones, no menos nacionalistas, hacen la vida imposible a la familia del Vice-Poseidón,
por cometer el crimen de multiplicar los corales y los peces entre la población en tiempos de
carestía. Las cavernas donde moran las morenas tienen toque de queda después de medianoche, y
las fumarolas hidrotermales no pueden brotar a menos de dos metros de distancia subacuática.
Una sirenita del PP (Pescado Popular) ha sido destituida hoy, por ir por libre, repartiendo golpes e
insultos sin autorización. Sin embargo, el periódico de Fondo de Bikini anuncia que el Pez Gordo de
la Atlantis neoliberal que está justo debajo de Washington pretende extraer petróleo del Ártico,
no vaya a ser que se nos acabe la economía fósil, y que la naturaleza comienza a volverse loca en
el lecho marino que está justo debajo del Canal de Panamá…
Todo son buenas noticias para los cetáceos, que también merecen su oportunidad. Ya no
serán cazados, ya no los mirarán los turistas, ya no se extraerá hasta su esperma para convertirlo
en crema para la piel. Hagan ustedes lo que les venga en gana, como de hecho muchos ya lo están
haciendo, pero yo me voy desapuntar de mi curso de chino y meterme en uno de balleno.
Debemos estar preparados para la metamorfosis hacia un largo futuro de paz, semioscuridad y
bellos y profundos cantos de amplitud y hondura oceánicas…
La Navidad supera la ficción

El título proviene de una frase que escuché por la radio a Juan José Millás. Tenía toda la
razón. La Navidad es como un gran estómago caliente que nos guarece a todos -también,
parcialmente, a los que viven en la miseria- durante cosa de un mes, un estómago que se finge
hogar y que está repleto de objetos pequeños y reflectantes imposibles de digerir. Ahí quedan,
destinados a formar piedras en el riñón el resto del año, piedras pequeñitas y reflectantes que ni
de broma podrás excretar a tiempo para la operación bikini del verano. Todo se vuelve interior
entrañable en Navidad, incluso los comercios, las tiendas y las grandes superficies, que emiten
música metálica y tranquilizante para estimular la compra, compulsiva por mandato astrológico
tradicional. La Navidad es una disciplina, casi una autodisciplina, que intima a salir de vez en
cuando al frío exterior solo para sentir con más fuerza el calor interior, un calor de establo con
mula y buey. El personal entero se vuelve un poco mula y buey en Navidad, resoplando por los
ollares mientras carga con los regalos, oliendo a pelo y a chotuno al retornar -¡por fin!- a casa.
Una vez, siendo niño, presencié una escena inaudita. Estaba esperando con mis padres la
cola de una caja de un supermercado, y la cajera comenzó a discutir a gritos con un cliente por
algún asuntillo de precios. Ambos daban voces, y la cola, repleta, se impacientaba. Entonces, un
señor bastante imponente, moreno de piel y de mediana edad, se interpuso en la reyerta con la
mejor intención, recordándoles que estábamos en Navidad y no era momento de peleas y
discusiones. Debía reinar la paz entre los hombres de buena voluntad, según decía. A mí me
pareció admirable su intervención, y de hecho logró detener la tangana, pero recuerdo que todos
le miramos como al bicho más raro que había parido madre desde el propio Jesucristo. Se salió
con la suya, pero los circunstantes sintieron cierta vergüenza ajena. ¿Cómo se pueden decir esas
cosas en serio, si todos sabemos de qué va la cosa, cuál es el "verdadero significado" de la
Navidad? Recuerdo que pensé que este hombre no era español, que tenía que provenir de tierras
más ingenuas. Fue un auténtico héroe, sin duda, pero un héroe del ridículo.
La Navidad es el coto privado sobre todo de la televisión. Es a través de las pantallas que nos
tragamos la píldora de que durante unas semanas vivimos en un tiempo fuera del tiempo, una
atmósfera recogida propia de infantes o abuelos. La televisión es más televisión que nunca en
Navidad, es la época del año en que realiza plenamente su esencia espectacular. Hace ya
cincuenta años que Guy Debord publicó La sociedad del espectáculo, y entre sus páginas no había
ninguna referencia especial a la Navidad. Sin embargo, el espectáculo reina en Navidad, un
espectáculo, ya digo, para extremos de edad y mentalidad: niños y abuelos. La Navidad supera la
ficción porque a nadie en particular se le podría haber ocurrido el teatro tecnológico completo de
la Navidad tal como hoy la conocemos, ni siquiera a un Charles Dickens contratado por una
compañía de telefonía o por Google, y por fuerza se trata de algo cuyos embarazosos detalles
hemos ido rumiando durante décadas. Desmontar a gran escala un tinglado como la Navidad sería
más difícil que comenzar la Revolución en las Torres Kio.
La Navidad es como un gran estómago caliente que nos guarece y nos deglute a todos: para
cuando nos quiera defecar, aún chapotearemos desvalidos y atontados en las Rebajas de Enero...

Mejor que Santa Claus: Walt Whitman


Gracias por el hambre

Damos gracias por el hambre pero es bueno estar vivo

que utilizan para encadenarnos para ir de fiesta, para regar las flores.

pero es bueno sentir apetito

de comer acelgas, de aprender idiomas

de abrir las puertas, de tocar un culo Damos gracias por el hambre

que ellos no nos inoculan

Damos gracias por el hambre porque hay gusto en desear

que emplean para exprimirnos leer un libro, comprarse pantalones...

pero es bello tener ganas

de echar un sueño, de echar un polvo (Ad Libitum…)

de mirar al cielo, de mimar a un hijo

Damos gracias por el hambre


pero que no nos la tuerzan
que no nos la sacien
que no nos roben el ansia para así
estimular la suya, estragada

Damos gracias por el hambre

que dirigen en nuestra contra


Gárgola en Madriz a la hora del almuerzo, empavorecida por el avance
arrollador de un improbable tsunami producido por el río Manzanares…

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